03-17 Quinto Dom. Cuaresma – C Is.43.16-21 // Fil.3.8-14 // Jn.8.1-11 Recientemente la prensa mundial informó de un caso realmente dramático en la India. Allí las Autoridades lograron en el último momento impedir la muerte violenta de una mujer y su bebé. ¿Cuál fue el caso? ¡Un varón fue sorprendido en el acto de enterrar viva a su mujer y, junto con ella, a su bebé recién nacido! ¿Por qué esta barbaridad? Porque él pretendía que ese bebé, por su aspecto físico, no podía ser hijo suyo y, por tanto, tenía que ser fruto de adulterio de su mujer con otro varón. – Actitud de Jesús para con los Pecadores Desgraciadamente, los manuscritos más antiguos del IV Evangelio no contienen este pasaje que leemos hoy: se encuentra sólo en copias posteriores; el primer Padre de la Iglesia que lo menciona es Dídimo el Ciego (313-398). En efecto, su lenguaje y vocabulario son tales, que no cuadran con San Juan, sino más bien con los Sinópticos. De hecho, algunos manuscritos lo tienen después de Lc.21.38. ¿Por qué falta en tantos manuscritos? Quizá porque la actitud generosa de Jesús al perdonar a la mujer, chocaba con la práctica rigurosa de la Antigua Iglesia que, a base de la propia Escritura1, no reconocía perdón de pecados cometidos después del bautismo. Sin embargo, hay otros pasajes que, sí, están en todos los manuscritos, y que manifiestan la misma actitud generosa de Jesús: p.ej. Lc.7.36-50 sobre otra mujer adúltera, - o su comentario en Lc.19.10: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. También Mt.9.12-13 cuando, “estando a la mesa con publicanos y pecadores”, dice: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Aprended lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero, no sacrificios’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. – Se cree que, posteriormente, este pasaje fue insertado en Juan, cap.8, para preparar a lo que Jesús dice poco después: “Vosotros juzgáis según la carne (= según criterios meramente humanos); yo no juzgo (= condeno) a nadie” (Jn.8.15). - ¿Significa esto que Él no da importancia al pecado? Desde luego ¡no! Siempre la condición es: “Mira, estás curado, pero ya no peques más, para que no te suceda cosa peor” (Jn.5.14). De ahí que también aquí termina: “Vete, y en adelante no peques más” (Jn.8.11). ¿Jesús ante una ‘Aporía’ o Dilema sin Salida? (v.3-6ª) A veces ocurre que hacemos o decimos una cosa correcta y buena, aparentemente para promover el bien común, pero en realidad motivados por ‘segundas intenciones’ que son menos honorables. Éste es el caso aquí. De por si los escribas y fariseos actúan enteramente conforme a la Ley de Moisés, que prescribe: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev.20.10). Después la Ley especifica que, cuando el adulterio ocurre en la población, ambos han de ser ejecutados, pues ella pudo haber gritado y hecho alarma. Pero si fue en el campo, la presunción es que ella gritó, pero nadie oyó sus gritos: por tanto, se presume su inocencia, y la pena de muerte no aplica a ella, sino sólo a él (vea Dt.22.22-27). En el caso presente brilla por ausencia el varón con que ella pecó: toda la severidad de los Fariseos recae sobre ella sola. O sea, sería un caso de ‘justicia selectiva’. Pero la real razón por qué los Fariseos se interesan por este caso es: porque les va a servir para poner a Jesús en posición de ‘cheque mate’: “Y ahora tú ¿qué dices?” Pues si Jesús contesta: “Hay que aplicarle la pena capital según manda la Ley”, entonces sus enemigos podrán socavar su sinceridad y credibilidad al acusarle de ser inconsecuente: predicar la misericordia perdonadora (“No juzguéis, y no seréis juzgados”, Mt.7.1), pero cuando se topa con la realidad, cede ante la autoridad de la Ley. O sea: 1 Leemos en la Carta a los Hebreos (6.4-6): “Es imposible que los que una vez fueron iluminados (= bautizados), gustaron el Don celestial (= Eucaristía) y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo (= confirmados),… pero que luego cayeron, se renueven otra vez para conversión: pues, en cuanto a ellos se refiere, volvieron a crucificar al Hijo de Dios, exponiéndolo a pública infamia”. sería hombre de doble lengua. – Y si dice que “¡No!, no hay que aplicarle la Ley, sino hay que perdonarla y dejarla irse libre”, entonces lo podrán pintar ante el pueblo como un libertino, que a capricho pisotea la Ley que Dios mismo había dictado a Moisés. – Por tanto, está ‘pillado’, pues diga lo que diga, siempre va a quedar mal. – ¡Jesús Sale Airoso de la Aporía! (v.6b-11) La primera reacción de Jesús es agacharse y mirar el suelo. ¿Por qué? ¿Acaso se avergüenza ante sus retadores y, en el fondo, se da por vencido? ¡No! Pues la razón por qué se agacha, no es por esos Fariseos a quienes no les tiene ningún miedo y a quienes en otra ocasión llama: “sepulcros blanqueados, por fuera bonitos, pero por dentro llenos de huesos muertos e inmundicia” (Mt.23.27). Más bien se agacha por delicadeza para con la mujer. Pues, en su fina sensibilidad por el corazón humano, no quiere herir aún más con su mirada penetrante a la que ya está muriéndose de vergüenza ante todo el pueblo. Más bien, la respeta con ternura casi maternal. – Mientras tanto estaba escribiendo con el dedo en la arena. ¿Qué escribió? El Evangelio no lo dice. Por esto, unos manuscritos llenan esta laguna con las palabras: “Los pecados de cada cual”, pues el Señor ha formado cada corazón, por esto comprende todas nuestras acciones (vea Ps.33.15). Según otros escribió no los pecados exteriores (como lo es el adulterio, etc.) sino los pecados interiores que, ante Dios, son mucho más graves, p.ej. soberbia, odio, calumnia, o desprecio del hermano, etc. Pero cuando los Fariseos ya se sienten seguros de su ‘victoria’, y por esto le insisten con su pregunta, Jesús se incorpora un momento y les para en seco, aludiendo a otro texto de la Ley2: “¡Aquél de vosotros que esté sin pecado, le tire la primera piedra!” ¡Tremendo riesgo que se toma! Si hay entre ellos una persona realmente perversa y, en efecto, le tire la primera piedra, la pobre mujer estará perdida. Pero al menos aquí vemos un momento de decencia: “se fueron retirando uno tras uno, comenzando por los más viejos” (v.9). Luego, aún en el caso de los mismos Fariseos, no todo estaba ya perdido ¡gracias sean dadas a Dios! – Pero Jesús Esperaba un Paso Más ¡Qué alegría le habría dado a Jesús si estos Fariseos mismos, como líderes religiosos del pueblo que eran, en vez de esconderse cada cual en su casa, se hubieran prestado para ser instrumento en la mano del Señor: para extender explícitamente a la pecadora su perdón, y para luego brindarle ayuda pastoral en el proceso de recomponer su vida moral según el camino del Señor. Que se habrían acordado de las palabras de Jesús: “Si tu hermano llega a pecar, repréndelo a solas, tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano …. Pues todo lo que vosotros atéis en la tierra quedará atado en el cielo, pero también todo lo que vosotros desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt.18.15-18). Pues el Señor no quiere perdonarnos directamente Él mismo. Sólo nos perdona si mutuamente nos perdonamos el uno al otro: “Si, al presentar tu ofrenda, allá ante el altar te acuerdas que tu hermano tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda al pie del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Solo entonces ven a presentar tu ofrenda” (Mt.5.24). Ojalá hubieran comprendido que ningún pecado puede causar real daño a Dios mismo, sino que perjudica más bien al hombre mismo: “Si tú pecas ¿qué le causas a Él? O ¿qué recibe Él de tu mano? A un hombre igual que tú afecta tu maldad, a un ser humano tu justicia” (Job.35.5 y 8). Luego, el pecador, además de justa condena, necesita real perdón, y luego apoyo para enderezarse. Para enseñarnos esto, vino Cristo. Esto le chocaba tanto a Juan Bautista, que en cierto momento dudó si no se había equivocado en Jesús de Nazaret como el Mesías esperado: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt.11.3). Pero no, “en Cristo Dios estaba reconciliando el mundo consigo” (II Cor.5.19). 2 Deuteronomio 17.7 dice sobre cómo proceder en caso de pena capital: “La primera mano que se pondrá sobre el reo para darle muerte, será la de los testigos, sólo después la mano de todo el pueblo”.