La Natividad de la Virgen María. La fiesta de la... Cardenal J. Ratzinger. (SS. Benedicto XVI)

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La Natividad de la Virgen María. La fiesta de la plenitud y el alivio
Cardenal J. Ratzinger. (SS. Benedicto XVI)
Una fiesta como la de la Natividad de la Santísima virgen María, por la época en que se
celebra —es decir, cuando el tiempo, después de los calores estivales, se hace más suave, y
cuando la uva y tantos otros frutos llegan a madurar— expresa muy bien dos conceptos: el
de la "plenitud de los tiempos" (cf Gál 4,4; Ef 1,10; Heb 9,26) y el del alivio beneficioso
aportado por el nacimiento de María.
Todo en el AT converge hacia el tiempo de la Encarnación, y en este punto comienza el
NT. En ese momento de plenitud se inserta María, La Natividad de María —comenta san
Andrés de Creta en la homilía sobre la segunda lectura del oficio de la fiesta (cf Sermón 1:
PG 97, 810)— "representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en
realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo".
La liturgia de la fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María reafirma en diversos
tonos la idea de la plenitud de los tiempos: en la primera lectura del oficio se preanuncia el
gran momento de la aparición de la íntima colaboradora de aquel que conseguiría la victoria
definitiva sobre la serpiente infernal, aparición, por ello, destinada a iluminar a toda la
iglesia.
El tema de la luz recurre constantemente en la Fiesta de la Natividad de la Santísima virgen
María: "Por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado" (segundo responsorio de las
lecturas del oficio). "Cuando nació la Santísima Virgen, el mundo se iluminó" (segunda
antífona de laudes). "De Ti nació el Sol de la justicia" (ant. del Benedictus). Y junto al tema
de la luz, obviamente, el tema de la alegría. "Que toda la creación... rebose de contento y
contribuya a su modo a la alegría propia de este día" (segunda lectura del oficio).
"Celebremos con gozo el nacimiento de María" (tercera ant. de laudes). "Tu nacimiento...
anunció la alegría a todo el mundo" (ant. del Benedictus).
Plenitud de los tiempos, luz y alegría. Quizá se logre entender mejor lo que representa el
nacimiento de la Virgen para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un
encarcelado. Los días del encarcelado son largos, interminables... Cuenta los minutos de la
última noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren: ¡ha
llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables, contados uno a uno,
nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de Jesús. Unos nombres se suceden
a otros con monotonía: "Abrahán engendró a lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró
a Judá... Jesé engendró a David, el rey. David engendró a Salomón..." (Mt 1,2.6ab). Hasta
que suena, finalmente, la hora querida por Dios: es la plenitud de los tiempos, el inicio de la
luz, la aurora de la salvación: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació
Jesús, el llamado Cristo" (Mt 1 .16).
Significado litúrgico y comentario homilético actualizado
1. LA LITURGIA ESTABLECE UN PARALELISMO ENTRE CRISTO Y MARÍA. La
liturgia no acostumbra celebrar el nacimiento terreno de los santos (la única excepción la
constituye san Juan Bautista). Celebra, en cambio, el día de la muerte, al que llama dies
natalis, día del nacimiento para el cielo. Por el contrario, cuando se trata de la Virgen
santísima madre del Salvador, de aquella que más se asemeja a él, aparece claramente el
paralelismo perfecto existente entre Cristo y su madre. Y así como de Cristo celebra la
concepción el 25 de marzo y el nacimiento el 25 de diciembre, así de la Virgen celebra la
concepción el 8 de diciembre y su nacimiento el 8 de septiembre, y como celebra la
resurrección y la ascensión de Jesús, también celebra la Asunción y la realeza de la Virgen.
San Andrés de Creta , refiriéndose al día del nacimiento de la Virgen, exclama: "Hoy, en
efecto, ha sido construido el santuario del Creador de todas las cosas, y la creación, de un
modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor"
(Sermón 1: PG 97,810).
2. LAS LECTURAS DE LA MISA. Las lecturas propuestas para la fiesta de la Natividad
de la Santísima Virgen María son: Mi/05/02-05; Rom 8 28-30; Mt 1,1-16,18-23. Expresan
el trabajo de Dios, si así puede hablarse, para construir su templo, su morada, porque, según
dice santa Matilde, Dios puso más cuidado en construir ese microcosmos que es María que
en crear el macrocosmos que es el mundo entero. En María se pone de relieve,
principalmente, el privilegio de la virginidad. La lectura de la carta a los Romanos (8,2830) acentúa la predestinación divina y la colaboración del hombre al plan de Dios. La
primera lectura y el evangelio acentúan en cambio la maternidad virginal a la que María
está destinada para ser "digna Madre del Salvador".
a) María es "la virgen que concebirá" La profecía de Miqueas representa una de las
profecías mesiánicas más conocidas. El profeta ha anunciado la ruina de los reinos del norte
y del sur como castigo de sus pecados; pero en medio de las tinieblas he aquí que brilla una
luz... ¡Siempre es así! Dios entregará a los hijos de Israel al poder de otro hasta que... El
autor parece que se quiere hacer el misterioso, el enigmático, porque sabe que va a decir
una cosa ya muy sabida: que de Belén de Éfrata "saldrá" el abanderado, el nuevo guía.
Verdaderamente, el autor piensa en Belén, patria de David, y en el Mesías, descendiente de
David como si la historia se hubiese detenido y empezase otra vez con un nuevo David, el
Mesías. Pero ya en los tiempos de Jesús (cf Mt 2,5-6) la expresión era entendida no sólo en
el sentido teológico de un recomenzar la historia, sino en sentido geográfico verdadero y
propio. Miqueas, de una manera que podría parecer cuando menos curiosa, presenta, más
que al nuevo guía, a la mujer que lo va a dar a luz. Del guía dice que será un dominador que
pastoreará con la gracia del Señor, y que su reino será un reino de paz universal. De la
madre dice palabras más maravillosas todavía y envueltas en un cierto halo de misterio,
pero que sus contemporáneos ya estaban en condiciones de comprender y valorar: "...hasta
el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (5,2). Es evidente que Miqueas, y con él
sus destinatarios, pensarían en el célebre oráculo de la álmah de Is 7,14s pronunciado unos
treinta años antes. El mismo Vat II reconoce "apertis verbis" que la profecía de Miqueas
encuentra cumplimiento en María: "Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo,
cuyo nombre será Emmanuel" (cf Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). "Ella misma sobresale
entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin,
con Ella, excelsa hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los
tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de Ella la
naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne"
(LG 55).
b) María es la "madre del Hombre nuevo" La segunda lectura esté tomada de Rm/08/28-30
y trata de la justificación que encuentra su culminación en la vida futura. En esta visión se
inscribe el papel de la Virgen, destinada ab aeterno a ser la madre del Salvador, el alma
colaboradora en toda la obra de la salvación. Hay que precisar que Pablo no separa nunca a
Dios creador del Dios salvador, de modo que el hombre creatura está ligado al hombre que
hay que salvar, y toda la creación, unida a su vez al hombre, está destinada asimismo a la
salvación. La creación entera está sometida a la vanidad o caducidad en el sentido de que el
hombre está llamado a dar significado y valor a la creación, y cuando el hombre no se sirve
de ella según los planes de Dios, las creaturas, violentadas, gimen y sufren. La creación, por
tanto, está sometida al destino del hombre y, por consiguiente, está fundamentada sobre la
condición, o sea sobre la esperanza de la liberación del hombre, liberación futura. Se trata
de un mundo nuevo en gestación en el actual, y que supera a éste en plenitud.
El hombre deberá salvarse con la creación y en la creación; su quehacer de salvarse, con la
gracia de Dios, se refiere a su alma y a su cuerpo, más aún: a todas las creaturas. El
esfuerzo del hombre consiste en mejorar el mundo; por eso aquellos que aman a Dios
colaboran en ello activamente. Es un quehacer extraordinario y comprometido. Para
conseguir realizarlo, el hombre debe ser una copia de la imagen del Hijo de Dios: debe
asociarse con Cristo, transformarse en él, asumiendo sus directrices y sus
comportamientos.
Como consecuencia de esta semejanza con Cristo se seguirá una relación de fraternidad,
porque "Cristo es el primogénito entre muchos hermanos". En este punto Pablo pone en
relación encadenada los diversos estadios de la iniciativa divina, considerándolos, sin
embargo, más allá de la actuación en el tiempo; por eso usa siempre el aoristo: "... ha
conocido..., ha predestinado..., ha llamado..., ha justificado..., ha glorificado..." (cf vv. 2930).
En esta visión el nacimiento de la Virgen aparece íntimamente ligado a la salvación del
hombre y de la creatura entera. María es verdaderamente la aurora de un mundo nuevo,
mejor: del mundo nuevo tal como había sido pensado por Dios desde la eternidad. "Ella, la
Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra
verdadera luz el misterio del hombre" (MC 57; GS 22).
c) "José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" . El relato evangélico
(Mt/01/01-16/18-23) presenta una genealogía de Jesús a primera vista no necesaria, y
refiere cómo José asume la paternidad legal de Jesús. Después de haber relatado lo
referente al nombre del protagonista de su evangelio, Jesucristo, Mateo nos ofrece una
demostración de la realidad singular del mismo con una genealogía voluntariamente
artificiosa: el mismo número "14" (7 + 7) de los tres grupos en que subdivide la prehistoria
de Cristo indica perfección y plenitud. En nuestro caso la perfección es la providencia
especial de Dios en la disposición de la historia salvífica, que culmina en Cristo: historia
presentada en sus orígenes, en sus momentos más importantes y en su coronamiento y
plenitud.
Mateo se propone un fin teológico más que estrictamente histórico. De hecho, en la relación
de nombres ofrecida por él han sido omitidos tres reyes entre Joram y Ozías; además se
podría contar a Jeconías (vv. 11-12) por dos (ya que el mismo nombre griego puede
traducir dos nombres afines: Joakín y Joiaquín). Por otra parte, Mateo acude a una especie
de juego: citando a Asa, escribe Asaf, que, como es sabido, es autor de algunos salmos;
igualmente en vez de Amón escribe Amós, que fue un célebre profeta, el profeta-pastor,
que desde el reino de Judá fue a profetizar al reino de Israel. "¿No querrá decirnos con este
pequeño juego que también los salmos y los profetas alcanzan su plenitud en Cristo?». El
nacimiento de Cristo viene representado por Mateo como un hecho absolutamente
milagroso: María concibió a Jesús sin recurso de varón, por obra del Espíritu Santo: "Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la cual (y no ¡de los cuales!) nació Jesús, llamado
Cristo" (Mt 1,16).
Justamente aquí se inscribe el papel de la niña cuyo nacimiento hoy celebramos: ella es la
Virgen, destinada por Dios a ser la madre y la válida colaboradora del Salvador. Y por eso,
acercándose a su cuna, la iglesia pide como gracia suprema el don de la unidad y de la paz;
paz que según los hebreos, es el conjunto de todos los bienes mesiánicos (shalom):
"Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las
primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz
en la fiesta de su nacimiento" .(·MEAOLO-G. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 14661470)
2. NACIMIENTO/CELEBRAR:
Esta fiesta destaca de la forma corriente de las festividades de los santos en la iglesia, en
cuanto que ésta ordinariamente no celebra los natalicios, diferenciándose radicalmente en
esto de lo que ocurría en el mundo antiguo, en el cual se celebraban con gran pompa los
días natalicios de los poderosos -por ejemplo, de un césar o de un augusto- como días de
«evangelio» o venturosos, como días de salvación. Sin embargo, la iglesia, en contra de
ellos, sostiene que sería sencillamente precipitado el celebrar el día del nacimiento, puesto
que existe mucha ambigüedad acerca de la vida de los hombres. A partir del nacimiento, no
se sabe realmente nada sobre si esa vida será motivo para celebrarla o no: sobre si ese
hombre se sentirá un día orgulloso y alegre de haber nacido; sobre si el mundo podrá
mostrar alegría porque ha nacido ese hombre o si hubiera deseado lo contrario. Nosotros,
los alemanes, tuvimos que celebrar, durante doce años, un nacimiento como la llegada del
Fübrer o caudillo salvador, al cual, desde entonces, el mundo maldice como uno de los
tiranos más sangrientos. La iglesia, en cambio, celebra el día de la muerte: solamente aquél
que ante la muerte, con toda la seriedad de su juicio, puede agradecer la vida, solamente
aquél cuya vida puede ser aceptada también del otro lado de la muerte, solamente la vida de
ése se celebra.
De esta regla fundamental hay en la iglesia sólo tres excepciones, o mejor, una sola
excepción a la que corresponden de una forma indisoluble otras dos que también se
celebran. La excepción es Cristo. Sobre su nacimiento no aparece ninguna ambigüedad,
sino que se escucha un cántico de alabanza: gloria a Dios en las alturas. El que, como Dios,
se hizo hombre es aquél cuyo nacimiento sólo se apoya en el puro amor, el cual puede
celebrarse ya en su nacimiento. Más aún: su nacimiento es en fin de cuentas el motivo de
que nosotros los hombres tengamos «algo para reír», de que nosotros podamos celebrar
fiesta y no necesitemos ya temer, de que la vida, como un todo, sólo sea un juego de la
muerte e, incluso en sus momentos más fuertes, solamente una mancha sobre la alegría.
Por aquél que nació en Belén, y solamente por Él, se hizo la vida humana prometedora y
llena de sentido. A Él pertenece Juan el Bautista, cuyo nacimiento también se celebra: él
nació sólo para llevar delante la antorcha; el nacimiento de Jesús es el motivo interno y el
comienzo de su nacimiento. La otra excepción es María, la madre, sin la cual no se podría
dar el nacimiento de Jesús. Ella es la puerta, por la que él entró en el mundo, y esto no sólo
de un modo externo: ella lo concibió según el corazón, antes de haberle concebido en el
vientre, como dice muy acertadamente Agustín. El alma de María fue el espacio a partir del
cual pudo realizarse el acceso de Dios a la humanidad. La creyente que llevó en sí la luz del
corazón, trastocó, en oposición a los grandes y poderosos de la tierra, el mundo desde sus
cimientos: el cambio verdadero y salvador del mundo sólo puede verificarse por las fuerzas
del alma.
Homilía del Cardenal J. Ratzinger publicada en el libro publicado por "Sígueme" "El
Rostro de Dios"
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