1 2 LA DAGA CARMESÍ UNA HISTORIA CORTA DE LA CAÍDA DE LOS REINOS 3 TRADUCCIONES INDEPENDIENTES El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias personas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro. El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma en que fue hecho. Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es por eso que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas. También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros para nuestro deleite. ¡Disfruten la lectura! 4 CRÉDITOS Traducción Corrección Vaughan Vaughan Corrección Final Vaughan Diseño Michell 5 LA DAGA CARMESÍ Los rayos del sol reflejándose en los carámbanos afuera de la ventana de su habitación agitaron a Magnus de su sueño. Estiró sus piernas y se sacudió un escalofrío. Aun mareado, vio que el fuego que mantenía su habitación caliente se había acabado. El único calor provenía de la chica en su cama. Lo cual era raro, ya que él no había comenzado la noche con una chica en su cama. —Amia… —murmuró, asumiendo que su sirvienta favorita se le había unido en las pocas horas del amanecer. —Disculpa por decepcionarte, pero no soy Amia. La presión de acero frío contra su garganta hizo que sus ojos se abrieran de par en par. Miró hacia la mirada furiosa de la chica con ojos color café y cabello dorado y miel mientras ella ponía su pierna sobre su torso, forzando todo su peso sobre él. Ella estaba completamente vestida en pantalones de piel y una capa de lana. —No —asintió—. Definitivamente no eres Amia. Un resplandor de carmesí le hizo creer que ella ya había derramado sangre, pero entonces se dio cuenta de que la daga afilada que ella sostenía tenía una empuñadura color carmesí. —¿Te gustaría adivinar quién soy? —ella preguntó. —¿Tengo una opción? —No. —Muy bien —tragó duro, sintiendo la punta afilada de la daga lo suficientemente cerca de él para confundir esto como un sueño, y llamó a su ingenio a él –tanto como pudo juntar en tan corto aviso—. Supongo que eres una hermosa pero letal asesina, pagada para asesinarme. —Equivocado. Nadie me pagó. —Entonces… una asesina sin sueldo. —No por negociación. —¿A cuántos has matado? —¿Hombres? Cuatro. ¿Príncipes con sus cabezas creídas reales atrapadas en sus culos? Ninguno. Al menos no hasta hoy —sus ojos se entrecerraron—. Adivina de nuevo quién soy. Él buscó su rostro, intentando no revelar ni un atisbo de miedo. En sus diecisiete años, nunca antes había tenido su vida amenazada. Bueno, no de forma tan descarada, de todos modos. Él tenía enemigos, por supuesto. Muchos quienes se llamaban a sí mismos amigos cuyas sonrisas y expresiones de amistad caían, él sabía, cuando les daba la espalda. Él era el hijo del Rey de Sangre, heredero al trono de Limeros. Todos eran requeridos por ley a ser corteses y educados hacia él –todos excepto el rey mismo, claro está. 6 —Oh, sí… —continuó— Lo recuerdo ahora. Fue en un banquete, digamos, hace tres meses. Eres la hija de Lord y Lady Modias, aquella que me pidió el honor de ser mi compañía mientras estaba ocupado hablando con Lord Lenardo… —No —ella espetó—. No soy una chica cualquier de una fiesta. Dale un poco más de pensar, tú, culo pomposo, y estoy seguro que lo adivinarás. Una última oportunidad. Esta vez se enfocó con detenimiento. Sobre el color dorado de su cabello… sí, ahora se veía más familiar. En sus ojos. En la curva de su mandíbula, las pecas en su nariz y mejillas. Magnus la imaginó más joven, de pie en una tormenta de nieve y haciéndose pequeña en la distancia mientras corría lejos de él. —Kara —susurró—. Kara Stolo. —Ajá —ella le dio una fría sonrisa—. Ahí está. Sabía que no podías olvidar a la niña a la que le destruiste la vida. —No fue mi culpa —dijo, su voz áspera. Incluso para él, eso sonaba como mentira. —Sí, definitivamente fue tu culpa —ella siseó, inclinándose cerca y cavando la daga más profundo en su piel—. Y esta noche pagarás el precio por lo que hiciste. *** HACE DIEZ AÑOS Magnus había tomado una decisión muy importante: estaba huyendo de casa. —Y tú vendrás conmigo —le dijo a su hermana pequeña, Lucia, mientras ellos yacían en el piso de su habitación de juego. —¿A dónde vamos? —preguntó ella, mirando sobre uno de los pocos libros que su padre les había permitido. Contaba la historia de la radiante diosa Valoria en una forma que permitiera a los niños entender mejor sus leyes y reglas y grandeza. Lucia gustaba particularmente de los dibujos de la diosa realizando milagros con su magia de agua y tierra, como creando una cascada de una piedra seca para que sus humildes ciudadanos pudieran saciar su sed. Magnus había mirado a las imágenes, pero a sus siete años de edad no compartía el mismo interés y entusiasmo por la lectura que su hermana de cinco años tenía. —Al Sur —le dijo a ella—. A Auranos. Ella ladeó su cabeza, sus rizos negros como un cuervo rebotando. —¡Pero si apenas estuvimos ahí! ¡Y te lastimaste! ¿Por qué querrías volver? Él tocó el vendaje en su mejilla derecha que cubría la herida, una que de seguro iba a dejar una horrible cicatriz. Él sabía que no podía decirle a su hermana sobre la herida, no más de lo que ella ya sabía. Ella estaría devastada si supiera que fue su padre quien la había hecho, una cruel reacción al pobre intento de Magnus de robar una brillante y enjoyada daga. El robo era considerado ser tan malo como matar en Limeros, teniendo los castigos más severos. 7 Su garganta se cerró y lágrimas amenazaron con caer, pero las forzó a quedarse dentro. Él era el hermano mayor, y necesitaba ser fuerte. En Auranos, había conocido a la familia real Bellos, quienes habían sido tan amables y cálidos y hospitalarios –tres cualidades que los Damoras no compartían. La memoria de su hija, la Princesa Cleiona, quien tenía la misma edad que Lucia, con su cabellera dorada que hacía juego con el sol Auraniano, le dio la esperanza desde su regreso al frío y melancólico Limeros de que su futuro podía ser igual de brillante. Pero una vez que regresaron, nada había cambiado. Odiaba estar aquí. Y él odiaba a su padre. Pensó que si se aventuraba allá y lo pedía amablemente, la familia Bellos lo podría aceptar en su familia. —Sólo confía en mí, Hermana —le dijo a Lucia—. Empaca lo que valoras y vámonos. Ella sacudió su cabeza. —No me puedo ir y tampoco tú. ¡Le voy a decir a Papá! —No —él agarró su muñeca, furia creciendo como fuego dentro de él—. No puedes decirle. Por favor, ¡prométeme que no dirás nada! Ella dejó ir un tembloroso suspiro pequeño, sus hombros cayendo. —Muy bien. Lo prometo. —Volveré por ti. Algún día. ¿De acuerdo? Ella asintió, y su labio inferior comenzó a temblar. —Te voy a extrañar mucho. Magnus besó su frente y se puso de pie con piernas temblorosas. La determinación se infló en su pecho mientras tomaba su mochila con un cambio de ropa y varias monedas de oro en una bolsa de tela que le había robado a su padre, pasaba cerca de su niñera, quien dormía en una silla justo afuera de su habitación, y avanzaba por el pasillo con determinación. Ni un solo guardia estacionado a través del palacio le preguntó algo sobre su destino mientras pasaba al lado de ellos. Por todo lo que ellos sabían, se dirigía a la capilla a rezarle a la diosa. Levantó la capucha de su capa de tela. La había tomado de un hijo de un sirviente para pasar desapercibido, pero él sabía que la delgada tela haría poco para mantenerlo caliente. La abrazó con fuerza y se encaminó a sí mismo hacia la noche fría mientras dejaba el palacio. Había una villa pequeña a tres kilómetros de viaje desde el palacio que sería su primer destino. Ahí usaría sus monedas que había robado para sobornar a un adulto para ayudarle a obtener pasaje en un barco a Auranos. No le diría a nadie quién era. Una tormenta se empezó a formar en el cielo oscuro, nubes gruesas bloqueando la luna y todas las estrellas. Guiado sólo por antorchas puestas en el camino, los tres kilómetros se sintieron como cien, pero finalmente llegó a la villa. Temblando, empujó la puerta de un salón común, ocupada con clientes comiendo cena y quejándose del clima. —Mira esto —dijo un señor masticando algo de carne gruesa con la boca abierta, asintiendo hacia él—. Llegó algo de entretenimiento. —No lo sé —su amigo mofó hacia Magnus—. No parece en lo absoluto como algo entretenido. Dime, niño. ¿Dónde está tu madre en una noche fría y amarga como esta? ¿Le gustaría calentarme un poco? 8 Ambos hombres se rieron ruidosamente ante eso, pedazos de carne volando de la boca del primer hombre. Magnus entrecerró sus ojos. —¡Cómo se atreve a hablarme así! —Oh, bueno, perdóneme, pequeño lord —dijo mientras siguieron riéndose. Magnus se mordió su labio inferior. No quería que supieran que él era el príncipe. Él era simplemente un niño que buscaba una forma de viajar a un lugar mejor. —Tengo dinero —dijo—. Quiero ir a Auranos. —¿Tengo cara de barco para ti? —Dijo el segundo hombre— ¿O tal vez de caballo con una carrosa detrás de mí? Esfúmate, pequeño. —Espera —dijo el primer hombre, su mirada afilándose en el rostro de Magnus, ésta parcialmente oculta por la capucha de su capa— ¿Dijiste que tienes dinero? —Yo… —Magnus empezó a dudar, percibiendo peligro. Estúpido, se dijo a sí mismo. Fue tan estúpido decir algo así. —No importa —se dio la vuelta, pero el hombre le agarró la muñeca, trayéndolo cerca. —Trae para acá —dijo el hombre con desprecio—. En lo personal unas monedas me serían útiles. Gasté la última en esta comida. Sin ningún tipo de esfuerzo, el hombre le arrancó a Magnus su bolso con fuerza suficiente para hacer temblar sus huesos. Abrió los cordones y miró dentro, sus cejas levantándose. —Muy bien. ¿Robaste esto? ¿Hay más de donde vino esto? Dime cómo lo obtuviste, niño. Antes de que mirara hacia él, Magnus se giró y dejó el salón común, dejando su bolso atrás, respirando tan rápido por su pánico en escapar que estaba seguro que sus interiores se congelarían. Había comenzado a nevar, largos copos cayendo en su rostro y juntándose en su cabello. Levantó su capucha, envolviéndose con su capa mientras el viento oscilaba y la nieve golpeaba su rostro y cabello. Comenzó a caminar, sin saber cuál dirección tomar. Detrás de él, podía ver el palacio Limeriano en la distancia –un castillo negro masivo e inminente sobre la villa, sus torres picudas y oscuras partiéndose en el cielo nocturno. Se preguntaba si su padre había notado su ausencia ya. Magnus tocó su mejilla vendada y le dio la espalda al castillo. No, él nunca regresaría. Preferiría morir congelado que ver a su padre una vez más. Caminó en círculos, intentando tener un plan, intentando averiguar una forma de abordar un barco sin una sola moneda para gastar o una sola posesión a su nombre más que las prendas en su espalda. La noche creció más oscura, y cuando Magnus detuvo su divagación sin dirección por un momento, miró a su alrededor y se dio cuenta con un sentimiento nauseabundo en su estómago que estaba perdido. Un grito a su izquierda llamó su atención, viniendo del camino entre dos tiendas de la villa. Tentándose, se movió lo suficientemente cerca para vislumbrar el pasillo. Era el hombre que había tomado su bolso de monedas antes. Un hombre mucho más grande lo tenía presionado contra las afueras de un edificio. Él tenía una daga larga y plateada con una empuñadura color carmesí en su garganta. En su otra mano tenía el bolso de Magnus. 9 —Debes tener más —el hombre grande bufó—. Vamos, sé un buen compañero y comparte tus riquezas. —Fue un niño —el primer hombre escupió—. Obtuve eso de un niño pequeño. —Estoy seguro que sí. El primer hombre se giró y se encontró con la mirada de Magnus. —¡Ese niño justo ahí! La atención del ladrón se giró a Magnus. Magnus palideció mientras veía la cicatriz enorme sobre toda la mejilla izquierda del ladrón. —Bueno, mira nada más —dijo el ladrón, levantando una ceja gruesa y negra— . En verdad eres un niño pequeño. El primer hombre tomó la oportunidad de apartar al hombre y deslizarse lejos. El ladrón pesó la bolsa de monedas en su mano y estudió la forma debilucha de Magnus. —No lastimo a niños. De hecho no lastimo a nadie, a pesar de lo que viste. Intimidación, claro que sí. Pero la sangre de nadie se derramará por mi culpa —le mostró la daga a Magnus—. Pinté la empuñadora de rojo para recordarme eso. He derramado suficiente sangre en el pasado, pero esa parte de mi vida se acabó. —Papi —una pequeña voz dijo desde las sombras—, ¿ya puedo salir? El ladrón siseó un suspiro. —Aun no, Kara. —Pues ya salí —una pequeña niña rubia llegó al lado del señor, poniendo su mano en la de él mientras él envainaba la daga— ¿Quién eres tú? —le preguntó a Magnus. Su cabello brillante y dorado –le recordaba tanto al de la princesa en el sur. Sólo verlo le tranquilizó. Antes de que pudiera responder, probablemente con la primera mentira que viniera a él sobre su verdadera identidad, el ladrón habló. —¿Qué? ¿No reconoces al heredero al trono, el hijo del mismísimo Rey Gaius Damora? —El ladrón inclinó su cabeza— Saludos, Príncipe Magnus. ¿Me puedo atrever a preguntar qué hace afuera en tan horrible noche? Magnus lo miró en shock y con poco más que un rasgo de pánico girando en sus intestinos. —¿Sabes quién soy? —Así es. Trabajé para tu padre recientemente. Fui uno de esos guardias que pequeños príncipes como tú no suelen notar —hizo una pausa, como si esperara que se asentara la noticia—. Este no es un lugar seguro para usted, majestad. —No estoy asustado —incluso mientras lo decía, escuchó un vergonzoso temblor en su voz que contradecía sus palabras. —Oh, pero deberías estarlo. Magnus intentó verse tan espléndido y compuesto como su padre siempre demandaba que se viera. Si este hombre había sido un guardia del palacio, de seguro sabía cómo tomar órdenes. —¿Cuál es tu nombre? El hombre inclinó su cabeza. —Soy Calum Stolo, su majestad. Y esta es mi hija, Kara. Estaba funcionando. Mantuvo este tono de ordenar en su voz, intentando sentirse mucho más maduro y cuerdo que un niño de siete años. 10 —Muy bien. Calum, te ordeno que me encuentres un pasaje para abordar un barco hacia Auranos. Deseo irme inmediatamente. —Mm hmm —Calum miró abajo hacia su hija— ¿Qué crees que deba hacer? Kara se encogió de hombros. —¿Llevarlo a un barco? —No creo que esa sea una buena idea. —¿Por qué huiste? —le preguntó Kara. De nuevo, su cabello le hizo pensar en Auranos –sus días cálidos, sus prados verdes, y constante cielo azul. —Porque odio a mi padre. —Todos odian a tu padre —dijo Calum, y luego frunció el ceño—. Bueno, no todos. Algunos simplemente le tienen miedo. Pero sé una cosa sobre el Rey Gaius que me lleva a no obedecer su orden, majestad. Decepción chocó a través de él, y Magnus giró una mirada dura hacia el hombre alto. —¿Qué? —Si se entera de que su único hijo y heredero se ha perdido, personalmente destruirá los tres reinos de Mytica hasta las ruinas de norte a sur buscándolo. ¿Tiene idea alguna de cuánta gente saldrá herida? ¿Asesinada? ¿Todo porque usted decidió que quiso irse a vivir su vida privilegiada y mimada? —Usted dijo que ya no le gustaba el derramamiento de sangre —Magnus furiosamente apuntó a su vendaje— ¡Él me hizo esto! ¡Lo llamó una lección y me juró guardar el secreto! Calum no habló por un momento mientras en silencio acariciaba su propia cicatriz. —Me disculpo por su dolor, su majestad. De verdad. Pero la vida es una serie de heridas. Nuestras cicatrices son como los anillos en el tronco de un árbol, mostrando su progreso a través de la vida. Como sanamos y nos movemos hacia adelante a través de la adversidad… eso es lo que hace la diferencia. No podemos huir de nuestros problema; necesitamos enfrentarlos —su expresión creció seria, su frente arrugándose—. Venga. Lo llevaré de vuelta a casa. Magnus intentó discutir, quería gritar y despotricar y hacer demandas. Pero ¿y si este hombre tenía razón? ¿Su padre realmente mataría a tanta gente por su decisión de huir? Sí. Claro que lo haría. Con su corazón pesando, Magnus permitió de mala gana que Calum Stolo y su hija lo acompañaran de vuelta al palacio. Tan pronto como entraron a los suelos del palacio, los guardias se apresuraron a rodear al trío. El sonido de pies pesados vino del camino congelado, y los guardias abrieron paso a un Rey Gaius furioso. Sin embargo, la ira del rey no estaba enfocada en Magnus. Estaba enfocada en Calum. —¿Te atreves a robarme a mi hijo? —el rey gruñó— ¿Para qué? ¿Pedir rescate? ¿Es eso lo que pensaste? Un guardia arrancó el bolso de monedas de Calum y se lo dio al rey, quien lo inspeccionó con cuidado. —Magnus, ven aquí. Con sólo un segundo de duda, Magnus fue hacia su padre. 11 El rey sacudió el bolso enfrente del rostro de Magnus. —¿Él te robó esto? No, Magnus las robó de su padre. Pero la admisión de esto murió en su lengua. En su lugar, se encontró a sí mismo asintiendo, lágrimas de vergüenza saliendo de sus ojos, tan asustado que estaba ahora temblando. Magnus miró a Kara, quien apretaba fuertemente la mano de su padre, y rápidamente miró a otro lado, avergonzado por su mentira. —Estás en casa —su padre puso su mano firme en su hombro, y luego se agachó frente a él—. Estás a salvo. Gracias a la diosa. —Su majestad… —comenzó Calum. —Silencio —el rey se paró a su completa altura intimidante, su rostro una máscara de odio—. Te permití dejar tu puesto, Stolo, ya que no podías continuar haciendo tu trabajo al nivel que lo requería por tu herida. ¿Y es así como me pagas por mi amabilidad? ¿Secuestrando a mi hijo y robándonoslo? —Asintió hacia los guardias— Llévenlo a los calabozos. Quiero que lo ejecuten inmediatamente. —¡No! ¡Papi! —un llanto se escapó de Kara mientras su padre era arrastrado lejos por los guardias hacia el calabozo. —¡Dejen ir a mi hija! —Demandó Calum— Ella no tiene nada que ver en esto. —Sí —el rey asintió y sacudió su dedo—. Dejen ir a la niña. Ella puede congelarse ahí afuera esta noche, para lo que me importa. Los amplios ojos de Kara estaban sobre Magnus, expectante, como si esperara que él pudiera decir algo para detener esto. Pero Magnus no tenía palabras. No podía admitir la verdad, no ahora. Su castigo sería mucho peor que cualquier herida en la mejilla. Las mentiras –especialmente hacia el rey mismo– eran usualmente castigadas con la lengua del mentiroso siendo arrancada de su cabeza. Lo lamento tanto, pensó mientras la pequeña niña –lágrimas corriendo por sus mejillas llenas de pecas– se giraba y corría lejos hacia la noche fría y nevada. *** La memoria de ese horrible momento estaba tan fresca hoy como si hubiera pasado tan sólo ayer. —Deseas matarme —dijo Magnus, su garganta seca. —He querido matarte por diez años —afirmó Kara. —Tal vez pueda pelear por mi vida. Ella se rió ante eso. —Tristemente, no creo que puedas. Te he estado vigilando últimamente. He atestiguado tus clases –esgrima… muy apenas te veías interesado en levantar el arma, no se diga en querer aprender cómo pelear con ella. Si ganas cualquier combate, es sólo porque tu oponente lo permite. La arquería está para reír, pero después de todo he escuchado que desprecias la cacería. ¿Por qué aprender a apuntar con un arco? No ha habido una guerra en generaciones, y estás todo suave y cómodo aquí detrás de las murallas del palacio. ¿No parece que quieras huir más, verdad? Así que no, no creo que puedas pelear propiamente por tu vida justo ahora, no sin tener tu garganta rebanada. Él quería argumentar con ella, pero sabía que era la verdad. 12 —¿Eso crees, verdad? —Venga ya, el Príncipe de Limeros es bien conocido por una cosa… su profundamente malhumorado sentido del humor. ¿No tienes una mejor refutación para mí? ¿Te gustaría compararme con las chicas que te siguen por ahí, babeando sobre ti, esperando por una oportunidad de que voltees hacia ellas? ¿Aquellas que pretenden no encontrar la cicatriz de tu rostro repulsiva? Se estremeció. —Tus palabras son tan afiladas como tu daga. ¿Es la daga de tu padre, verdad? —Me tomó un tiempo obtenerla de vuelta. No fue hasta hace poco, de hecho. Esta daga era importante para él, representaba la nueva vida que quería seguir la cual no implicaba nada de la violencia que era requerida cuando trabajaba para tu padre. La nueva vida que robaste de él. —Nunca quise que lo ejecutaran —su mandíbula se tensó—. Entiendo tu necesidad de venganza, pero debe haber otra forma. Sé que no me crees, pero lo que pasó… me arrepiento profundamente. —¿En serio? —Ella ladeó su cabeza— Entonces pruébalo. —¿Cómo? ¿Muriendo lentamente? ¿O preferirías que fuera rápido? —Cuando recuperé la daga de un guardia quien decidió venderla a una herrería de la villa, también descubrí la verdad después de todo este tiempo. Mi padre no fue ejecutado como el rey ordenó. Los ojos de Magnus se abrieron de par en par en shock. —¿Qué? La expresión de ella permaneció seria en lugar de llenarse con alivio sobre las noticias. —Así es. Él está en el calabozo. Aún. Después de todos estos años. Al menos —ella continuó, preocupación deslizándose a través de sus ojos cafés— eso es lo que me han dicho. No quiero aferrarme a la esperanza, no después de todo este tiempo, pero si hay una ligera posibilidad… —su atención regresó al rostro de Magnus, y la punta de la daga se deslizó más cerca hacia su garganta— me ayudarás a liberarlo. —¿En serio? ¿Y si no lo hago? —Entonces te mataré y encontraré otra forma de liberar a mi padre. Así de simple. —Simple, claro —miró la daga carmesí cuidadosamente—. Preferiría que nadie supiera que una chica que se ve tan pequeña e inocente como tú me haya forzado a su mando amenazándome de muerte. De todos modos, probablemente no me creerían. —Las mujeres pueden ser peligrosas —le dijo Kara—. Especialmente aquellas que se ven pequeñas e inocentes. —Tengo que recordar eso. —En efecto. Andando. —Necesito vestirme apropiadamente. No estoy vistiendo nada más que una camiseta de dormir. —Me di cuenta —ella asintió hacia una silla de madera al lado de la fogata extinta—. Mientras roncabas pacíficamente, me tomé la libertad de juntar tu capa y botas. No necesitas nada más. 13 Lentamente, teniendo cuidado de la daga que ella aun insistía en sostener a centímetros de su piel, Magnus se deslizó fuera de la cama. Mantuvo sus ojos en Kara mientras se ponía sus botas negras de cuero y se puso su capa sobre su delgada camiseta gris de dormir. Sus piernas se sentían desnudas incluso aunque estuvieran cubiertas por la prenda de lana. —Dirigirás el camino —ella apuntó con la daga—. Muévete. —De todas formas, ¿cómo entraste aquí? —le preguntó él mientras salían de su habitación y se movían por el pasillo. —Tengo mis formas. Una chica aprende mucho en diez años cuando nadie la protege. ¿Pensaste aunque fuera una vez en mí después de todo este tiempo? O ¿te olvidaste de mí en el momento que le mentiste al rey sobre lo que hizo mi padre? Él quería girarse hacia ella y mirarla, pero mantuvo su mirada fija en el pasillo de piedra, iluminado por antorchas, que les llevaría a su destino. —Pensé sobre ti, pero deduje que también estabas muerta. Recuerdo que era una noche frígida y quizás una de las peores tormentas de nieve del año. ¿Cuántos años tenías, seis en aquél entonces? —Siete. —La misma edad que yo. —Supongo que sí. Hay guardias más adelante. Por favor siga el juego, majestad. No me gustaría añadir más cicatrices a su actual colección. ¿Era esta chica tan hábil con la espada que se sentía en tanta confianza en medio del palacio, rodeada de enemigos? Una sola palabra de él a un guardia que pasaran significaría el fin de su vida en meros momentos. —Para responder tu pregunta —dijo Kara—. Me hice amiga de varias mujeres sirvientas que estaban de compras en la villa la semana pasada. Me encontraron un trabajo aquí como sirvienta también después de que les dije cuánto necesitaba el dinero para sobrevivir. Chicas muy amables, ellas son. No tuvieron ni una idea de que mentía con cada palabra que dije. —¿Siguen vivas? —preguntó firmemente. —Claro que están vivas. No soy una asesina. —Dijiste que habías matado a cuatro hombres. —Cuatro hombres quienes todos merecían sus muertes, créeme. Sé que inclusive mi padre hubiera aprobado tal violencia. ¿Cuánto nos falta? —preguntó mientras él la llevaba fuera del palacio, pasando los jardines congelados, y abajo por un camino que guiaba a un conjunto de escaleras cinceladas en el acantilado en el cual el palacio yacía. —Ya casi llegamos. No suelo venir aquí muy seguido. —Estoy segura de ello —le dijo con tanto desdén que él finalmente le miró sobre su hombro— ¿Qué estas mirando? —preguntó ella. —A alguien con más veneno en sus venas del que yo tengo. —Ahórrese dichas observaciones, majestad —dijo sin un dejo de respeto—. No necesito tu lástima o empatía. Todo lo que necesito es mi padre. —Diez años —dijo él—. Es un largo tiempo si él realmente ha sido encarcelado aquí abajo. Ese tipo de tiempo puede cambiar a alguien. Hacerlo más oscuro, molesto, indiferente… loco, inclusive. 14 —Sigue avanzando —ella le pegó en su omóplato con su daga, y él le dirigió una mirada de odio hacia ella—, o te encerraré en algún lugar por una década, y podrás averiguar si eso es verdad. Sólo un centinela estaba de pie en la entrada del calabozo, una enorme puerta de acero que requería a un hombre tan grande y musculoso como este guardia para abrirla. —Su alteza —el guardia hizo una reverencia ante la presencia de Magnus mientras él bajaba su capucha para mostrar su rostro. —Deseo entrar en el calabozo —dijo quedamente. El guardia levantó su cabeza larga, su frente fruncida. —Apenas es de mañana. —¿Y? —Y… parece una petición un poco inusual —miró a Kara de pie detrás de Magnus—. Alteza, ¿está todo bien? Una palabra. Una sola palabra: No. Eso sería todo lo que tomaría para acabar esto. Magnus tocó su cuello donde Kara había presionado su daga. Odiaba el que le dijeran que hacer sin tener elección en el tema. Agregando a eso la amenaza de muerte si no cumplía y la acusación de que era un mentiroso y un cobarde que no sabía cómo pelear… El heredero al trono tenía que ser respetado por todos, sin importar lo que ese respeto requiriera. Su padre le mostró eso con cada orden, cada acción, cada ejecución que ordenara. Cada ley que él creara. Cada vez que había golpeado a Magnus, lo había ayudado a hacerse más fuerte. Magnus intentaba decirse esto a sí mismo cada noche antes de dormir, aunque su sueño usualmente estuviera plagado de pesadillas –incluyendo aquellas con el rostro de Calum aquella noche nevada mientras era separado de su hija. Un día, sin embargo, el trono sería de él, y él sería aquel lo suficientemente fuerte para crear leyes y demandar ejecuciones. Un rey que no se permitiría a sí mismo ser amenazado por una mera chica cargando nada más que la daga de su padre y una boca llena de amenazas vacías. Una palabra de Magnus a este guardia, y este disgusto se acabaría. Dirigió otra mirada sobre su hombro para ver que había un brillo de sudor en la frente de Kara. Sus manos estaban escondidas bajo las mangas de su capa, presumiblemente también sosteniendo la daga. La mirada de ella se disparó del guardia a él. La mente de Magnus destelló con esa noche nevada de hace diez años. Ella tenía la misma mirada en su rostro que tenía ahora –sus ojos azules abiertos de par en par, sus labios en una línea recta y delgada. Ella estaba asustada. Magnus se giró completamente al guardia. —¿Cuál es tu nombre? —Francis, alteza. —Francis, suena bastante a que estás discutiendo conmigo. ¿Lo estás? —¿Discutiendo? No, su alteza, en lo absoluto. —Dije que deseaba entrar en los calabozos, y aun así la puerta no está abierta para entrar en ellos. Tal vez mi padre debería saber sobre tu indecisión en hacer exactamente como te digo que hagas. 15 —Para nada, su alteza. Mis disculpas —Francis fue hacia la puerta, puso sus manos enguantadas en el mango, lo giró y, con sus músculos flexionándose, empujó la puerta hacia dentro. —Bien —asintió Magnus mientras entraban a los calabozos—. Nos acompañarás. Mi amiga y yo estamos buscando un prisionero con el nombre de Calum Stolo. Supuestamente, ha estado aquí por diez años. El guardia frunció el ceño. —Calum Stolo… —Debe haber un tipo de registro, alguna forma de organización. Debo admitir, no tengo idea de cómo este calabozo es controlado, pero asumo que tú sí. —Sí, por supuesto. Lo revisaré inmediatamente —Francis dijo, haciendo una reverencia, y entonces el enorme guardia se retiró a hacer tal cual el príncipe le había ordenado. Hubo un silencio en el corredor oscuro, y Magnus miró alrededor del alto techo sobre ellos, cincelado en el acantilado. El goteo de agua era un sonido constante aquí, y las voces hacían eco contra las paredes de piedra. Tres túneles guiaban el corredor, y Francis desapareció por el de en medio. Kara no había dicho ni una sola palabra desde que él se había ido. Tampoco había sacado su daga carmesí de su escondite de nuevo. —Realmente vas a ayudarme —susurró al fin ella. —Voy a intentarlo. Ella dejó salir un suspiro tembloroso. —Príncipe Magnus… gra… El levantó su mano. —No me lo agradezcas aún. Francamente, ninguna gratitud de tu parte es necesaria, nunca. Si hubiera sabido que tu padre aún estaba vivo… —suspiró— para ser sincero, no sé qué hubiera hecho. Pero si puedo arreglarlo hoy, lo intentaré de verdad. Ella asintió mientras el guardia regresaba con un rollo. —Dijo Calum Stolo —Francis deslizó su dedo índice por la página—. Sí, aquí está un registro de él. Parece que murió hace dos años, asesinado por otro prisionero. —¡No! —gritó Kara. Francis se tensó ante el sonido de su llanto. Magnus no podía ver sus ojos. De hecho, quería mirar a cualquier otro lugar que no fuera Kara. No podía acabar aún. No tan fácil como así. El sonido del llanto de Kara lo cazaría por el resto de sus vidas. Magnus apretó sus dientes. —Revisa de nuevo. Francis acercó el pergamino a su pecho. —Su majestad, acabo de revisar y… Magnus se acercó a él, agarrando el frente de la túnica del guardia con una mano. —Revisa de nuevo —le espetó. —Sí, señor. Por supuesto, señor —Francis estiró el papel arrugado ante él. La frente del guardia se arrugó—. No, no. Mis disculpas, mi vista no es tan buena como solía ser. Ese era el registro sobre éste. Calum Stolo está aquí… sí, encerrado por diez años. 16 La presión en el pecho de Magnus se suavizó por una fracción. —¿Por qué fue pospuesta su ejecución por tanto tiempo? —Su alteza, no lo sé. Usualmente cuanto alguien ha estado aquí por muchos años, significa simplemente que su existencia ha sido olvidada. —Llévame a él —dijo Kara firmemente. Francis levantó una ceja hacia ella. —Joven dama… —Has exactamente lo que ella diga —Magnus dijo con tanta orden en su voz como pudo. Este no era el tiempo de vacilar, especialmente ahora que habían encontrado esperanza nueva. Había hecho su decisión, y él vería esa decisión hasta el fin, cualquiera fuera éste. El guardia asintió, y Magnus y Kara lo siguieron derecho hacia abajo por el pasadizo, el cual llevaba a un pasillo lleno de puertas de acero. Magnus llevó su manga a su nariz para bloquear el hedor de fluidos corporales, carne putrefacta, y de muerte. Él deseaba que también pudiera bloquear sus oídos de los lamentos y llantos desesperanzados que reverberaban detrás de las puertas. —No reacciones —dijo Magnus quedamente a Kara, ahora caminando a su lado—. Lo que sea que veas, no reacciones de ninguna forma que pueda alarmar a este guardia. No queremos meter a ninguno de sus amigos en esto, ¿de acuerdo? Ella asintió con un simple movimiento de su cabeza. —De acuerdo. Francis los guió todo el camino hacia el final del pasillo y luego hacia abajo por un tramo de escaleras, más en lo profundo del calabozo, a otro pasillo. —Aquí —puso su mano en una de las puertas de acero. —Ábrela —dijo Magnus. Esta vez, Francis no discutió en lo absoluto. Tomó un anillo de llaves de su cinturón, rápidamente escogiendo una y deslizándole en la cerradura. Con un sonido chirriante, giró el cerrojo y abrió la puerta. Dentro de la celda cuyas paredes no eran más amplias que unos cuatro o cinco metros estaba sentado un hombre, su espalda contra la pared, su rostro sucio y cicatrizado cubierto con una barba larga, sus ojos vacíos. Kara se movió hacia él, pero Magnus atrapó su brazo para detenerla. Mantuvo su rostro en blanco, vacío de cualquier emoción. —Él se irá con nosotros —le dijo Magnus al guardia—. Oficialmente lo perdono de todos sus crímenes. —Su alteza, un perdón puede ser sólo dado por el rey mismo. Sólo un guardia a la vista. Tal vez había otros, pero Magnus no había visto a ningún otro. Sólo un testigo. Pero ¿qué iba a hacer él? ¿Matarlo? Magnus nunca había matado nada en su vida. Kara no había estado equivocada en su observación sobre sus pobres habilidades de combate, no que él hubiera escogido matar a este guardia simplemente por pararse en su camino. Había otras formas para un príncipe real para obtener lo que quería. —Dime, Francis. ¿Puede un buen, honorable, y leal guardia como tú ser sobornado para liberar a un prisionero del que todos, principalmente el rey mismo, se han olvidado? —preguntó Magnus lentamente. 17 —¿Alteza? —Francis le dio una mirada de sorpresa, pero también era una que mantenía un atisbo de interés. No pasó mucho tiempo después de eso para que Magnus y Kara se fueran del calabozo con Calum Stolo entre ellos. Él caminaba lentamente, rígido, y sin hacer ni un sonido. Sin decir ni una palabra. Pero él aún podía caminar, lo cual Magnus tomó como una señal razonablemente buena. Magnus los acompañó a la villa que estaba a tres kilómetros donde los conoció por primera vez hace diez años. Rara vez venía aquí, especialmente solo. Esta mañana sería una excepción. Kara observó a su padre cautelosamente, quitando el cabello gris de su frente. —Papi, ¿puedes oírme? Magnus no quería alejarse, no aún. Después de todo lo que había aprendido en tan corto tiempo de Kara y su padre, él necesitaba saber si todo esto había valido la pena. Si el hombre no estaba mejor que un vegetal, su culpa sobre esa noche tormentosa continuaría. Y las pesadillas… tan infrecuentes como se habían vuelto con los años, él quería que pararan. Miró al rostro del hombre en la sombra de la villa. Una panadería había apenas abierto por hoy, y el aroma de pan recién horneado luchaba contra el hedor del padre de Kara, por tanto tiempo un prisionero. —¿Estás ahí, Calum? —Preguntó despacio Magnus— Me disculpo en verdad por como esa noche terminó. Lo digo en serio. Calum parpadeó una vez. Y luego otra. Y luego su mano se disparó y se enganchó en la garganta de Magnus tan fuerte como el lazo de un verdugo. —Tú… —Calum logró decir, sus labios despegándose de sus dientes podridos, mugre cubriendo su cicatrizado rostro— Me dejaste ahí, todos estos años… —Yo… no… sabía… —Magnus no podía respirar. No podía pensar. Para ser un hombre que había estado en una celda del calabozo por una década, tenía la fuerza de diez caballos. —¡Papi! —Dijo Kara en un llanto— ¡Papi, él no sabía! ¡Él no sabía que estabas ahí! Él creía que estabas muerto. Él es la razón por la que te pude liberar. Eres libre. ¡Papi, eres libre! Calum se congeló ante el sonido de su voz; su agarre en la garganta de Magnus se aflojó. Se giró para mirar a su hija, y sus ojos se ampliaron como si la estuvieran viendo por primera vez. —Kara… Soltó a Magnus y colapsó en un fuerte abrazo en los brazos de su hija. Le tomó varios momentos antes de girarse de ella para mirar a Magnus de nuevo. —No lo sabías —dijo, la duda aun cubriendo sus palabras. Magnus sacudió su cabeza. —No. Pero sabía que querías que pagara por todo el sufrimiento que pasaste desde entonces. Merezco castigo por lo que he hecho, por lo que hice. Lo acepto. Calum dejó salir un sonido seco y sibilante, ya fuera una tos o una risa. —Eras sólo un niño. —Esa no es una excusa. —No, no es una excusa. Pero es una razón. Eras un niño de siete años aterrado de su padre. Lo vi en tus ojos –ese miedo. Pensé que tu vida podría ser diferente 18 con él de lo que experimenté en su empleo como un guardia, que te valoraría y trataría como oro. Pero no lo hace, ¿verdad? Ni siquiera ahora. Este hombre tenía grandes habilidades de observación. —Mi padre hace lo que hace porque él es rey y sabe lo que es mejor. —Bah. Tu padre hace lo que hace porque es un cerdo bastardo y apestoso. Por decir lo menos —miró hacia los ojos de Kara, y una profunda paz cayó sobre sus facciones—. Soy libre. Ella asintió. —Sí. Finalmente. Calum se giró de nuevo a Magnus. —Tenemos familia en Terrea. Creo que es ahí a donde iremos a continuación. Necesito recuperarme muy lejos de este reino congelado —dudó—. Huiste lejos esa noche que nos conocimos por una razón. ¿Aún quieres huir? Magnus tragó el nudo en su garganta. —Algunas veces, lo deseo. Mientras mi padre esté vivo, admitiré que ese deseo de huir aún existe. —Entonces huye de nuevo —dijo Kara, acercándose para tomar su mano con las de ella, su mirada tentándolo con esperanza—. Con nosotros. La sugerencia le hizo sonreír. Huir, a los diecisiete, y empezar una nueva vida muy lejos de aquí. Otra familia, otro reino, otro futuro. —Me temo que no puedo —dijo, alejándose de su tacto y dando unos pasos hacia atrás—. Verán, el cumpleaños número dieciséis de mi hermana está cerca. Hay un banquete real planeado, uno el cual debo atender. —Altera… —Kara empezó a decir. Magnus sacudió su cabeza con determinación. —Soy heredero al trono, y mi futuro sostiene nada más que poder y grandeza. ¿Por qué siquiera quisiera alejarme de eso para empezar una vida nueva en otro lugar? —dejó las palabras asentarse, esperando por un impulso que lo abrumara, por él para que hiciera exactamente lo que ellos sugerían y decirle adiós a Limeros por siempre. El impulso definitivamente estaba ahí pero no lo suficientemente fuerte para que él actuara. —Buena suerte —dijo, asintiendo—. A ambos. Entonces, manteniendo la mirada de Kara por un largo momento, se giró y se hizo caminó de vuelta a su padre, su madre, su hermana, y el único hogar que habría de conocer. 19 20 ¡Mantente informado sobre la traducción de la saga! Traducciones Independientes Traducciones Independientes Fans Trono de Cristal ∞ Nuestra Página