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Resurgir y vencer

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Resurgir y vencer. Una historia de talento y técnicas de
estrategias mentales.
psicología (Escuela Libre de Psicología)
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PORTADA
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
LA HISTORIA
EPÍLOGO
LAS REGLAS DEL SABLE
NOTAS
CRÉDITOS
Índice
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AGRADECIMIENTOS
ALDO
Doy las gracias a todos los que han creído en mí, amigos de siempre que me han seguido
por el mundo, alegrándose y llorando conmigo y con toda Livorno; a los compañeros de
equipo que han compartido conmigo sudores, lágrimas y alegrías. A los médicos y
fisioterapeutas que me han mantenido en pie tras mis infortunios. Doy las gracias a mis
adversarios, que siempre han luchado con lealtad y respeto; agradezco al 0586, que a
menudo ha subido conmigo al podio en Roma y que hace diez años me acogió como un
hijo; a mi primer maestro, Mario Curletto, desaparecido poco después de las Olimpíadas
de 2004; al segundo, Viktor Sidiak, y al tercero, Christian Bauer: todos han contribuido a
mi crecimiento y a mis éxitos deportivos. A mi desaparecida amiga Silvia, hermana de mi
mejor amigo: su corazón me ha impulsado al éxito. A Andrea Terenzio por haberme
seguido y estimulado y por ayudarme a alcanzar una mejor forma física. A Carlo Oggero,
mi mánager y hermano mayor adquirido. A toda mi extensa familia, que siempre ha
creído en mí. Un agradecimiento especial a la abuela Fernanda, mi primera fan. Al
abuelo Aldo, que fue el primero que creyó en mí, dándome lecciones de esgrima en el
pasillo de casa cuando todavía era muy pequeño. Finalmente, mi mayor agradecimiento
para Antonella, que siempre se ha mantenido cerca de mí, apoyándome en los momentos
más difíciles, pero, sobre todo, logrando estar a mi lado también en los momentos más
jubilosos.
GIORGIO
Gracias a Aldo y a Giovanni por haberme permitido vivir junto a ellos esta espléndida
aventura.
GIOVANNI
Agradezco a mi familia, que siempre está conmigo vaya donde vaya, y a todos aquellos
que han trabajado y trabajan conmigo para mantener alta la bandera del sable italiano.
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Aldo, Giorgio y Giovanni desean dar las gracias de modo particular a Elisa Valteroni por
haber tenido la paciencia de transcribir nuestras charlas y haber sabido trasladar en forma
narrativa y agradable el desordenado relato de nuestras imágenes y sensaciones.
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PRÓLOGO
¿Qué me impulsó a contar en un libro la extraordinaria experiencia de un campeón
olímpico que logra de nuevo la victoria tras un largo período de crisis? La razón es doble.
Se trata en primer lugar de una metáfora evocadora de cómo debería actuar cada
individuo para alcanzar sus objetivos existenciales o profesionales: no dejarse desanimar
nunca por los obstáculos y las adversidades del destino, incluso cuando esto suponga
esfuerzos hercúleos y sacrificios extremos, y asimismo tener la humildad de cuestionar
las propias ideas y acciones, hasta darles la vuelta por completo, si es necesario.
Más allá del hecho deportivo, esta historia representa una lección de vida buena y
profundamente educadora. En segundo lugar, creemos que el relato detallado de las
dificultades y los infortunios afrontados por un atleta hasta conseguir el oro mundial
representa una contribución relevante para todos aquellos que se dedican
profesionalmente a mejorar el rendimiento: comisarios técnicos, entrenadores y atletas, y
también psicólogos, formadores y coach. Con este fin, el texto expone paso a paso una
vía de solución de problemas tanto técnicos como humanos: estrategias orientadas a
objetivos específicos y asimismo un modelo de intervención eficiente y susceptible de ser
reproducido. Además, junto a la narración novelada y a menudo irónica, el lector
especialista encontrará una explicación accesible de cada una de las fases del trabajo
desarrollado, así como de las distintas técnicas utilizadas.
Este libro pretende ser, por lo tanto, una especie de manual de psicología y ciencia
de la eficacia.
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INTRODUCCIÓN
Talento, técnica y estrategias mentales. Como reza el subtítulo del libro, éstos son los tres
componentes fundamentales de la historia que se corresponden, a su vez, con el papel de
los tres protagonistas: Aldo, el atleta de talento; Giovanni, el técnico experto; Giorgio, el
psicólogo estratega.
Antes de pasar a la crónica de los acontecimientos, conviene introducir a los
protagonistas y su rol.
EL TALENTO
Talento indiscutido en la disciplina del sable, Aldo Montano nació en Livorno en 1978 en
el seno de una familia de campeones: su abuelo, Aldo, fue medalla de plata en los Juegos
Olímpicos de 1936 y 1948, y de oro en distintos campeonatos mundiales; su padre,
Mario Aldo, fue oro olímpico y campeón plurimedallista de esgrima en la década de
1970.
Aldo parecía claramente predestinado a convertirse en un gran esgrimista, pues por
sus venas circula la noble sangre de una genealogía de campeones del sable. El suyo es
un talento indiscutible y, al igual que para el héroe griego Aquiles, luchar y vencer es un
destino escrito por los dioses. Pero en la realidad las cosas no son tan sencillas: el
verdadero talento no es un don divino, sino una conquista agotadora.
Como indica la psicología del desarrollo individual, un sujeto puede nacer con las
mejores predisposiciones biológicas y caracterológicas, pero si éstas no se estimulan y
cultivan adecuadamente, no pueden desarrollarse ni expresarse en un alto nivel.
Además, desde el punto de vista de las dinámicas familiares, no es del todo cierto
que el hijo de un hombre de éxito sea de por sí favorito: como la historia y la vida
cotidiana nos demuestran, la mayoría de las veces sucede lo contrario. Es decir, quien
parece tener el camino allanado por la familia resulta aplastado por el peso de la
personalidad y las gestas heroicas e inigualables del padre. La comparación continua a la
que se ve sometido el hijo de un «gran» hombre termina a menudo por
«empequeñecerlo». En otras palabras, un destino excesivo sobre los propios hombros
puede transformarse en la peor de las maldiciones para el futuro de un joven. Incluso si
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es muy capaz, muchos dirán: «Claro... ¡con una familia así a sus espaldas!». Si no está a
la altura de las expectativas será doblemente culpable: por fallar y por traicionar el destino
del elegido.
Si para Mario Aldo fue difícil soportar el peso de la personalidad del padre y
conseguir igualar sus éxitos deportivos, para el nieto Aldo el peso fue en cierto sentido
doble: los incómodos modelos con los que compararse se duplicaron.
La condición inicial de talento predestinado, de por sí ventajosa, puede convertirse
en una condena inexorable: la comparación con dos gigantes, el padre y el abuelo. Una
empresa en absoluto sencilla.
Dos «imágenes familiares» son emblemáticas de esta situación. En la primera,
Mario Aldo, todavía niño, huye del gimnasio perseguido por su padre para ser devuelto a
los entrenamientos; debía de ser una escena verdaderamente grotesca y divertida para los
«espectadores», y Aldo cuenta que en Livorno la gente decía: «Otra vez aquí los dos
locos vestidos de carnaval persiguiéndose». En la segunda imagen, mientras un Aldo niño
participa en las primeras competiciones, vemos a Mario Aldo junto a la pista practicando
la esgrima en el vacío, como si fuera él quien luchase con el adversario.
Nuestro predestinado, al igual que su padre antes que él, no ha tenido una vida
deportiva tan fácil como pudiera parecer a simple vista. Más bien al contrario, todo lo
conseguido en términos de éxito se lo ha tenido que sudar dos veces: contra el adversario
y contra el peso de las expectativas sobre su rendimiento.
Aldo comenzó a practicar esgrima a los cuatro años, tres años después de que su
padre se retirase. Percibió de inmediato la presión del predestinado, de aquel que debe
realizar grandes cosas, ganar, convertirse en campeón. En el nivel juvenil, todo funcionó
bastante bien. De niño, Aldo es feliz: lo acompaña el abuelo, por lo que no sufre
excesivas presiones por parte del padre. Como es sabido, con el abuelo no existe
rivalidad, sólo se puede aprender; es contra el padre contra quien nos rebelamos. El
abuelo lo estimula, le hace coger muy pronto confianza en el deporte, suscita en el nieto
el entusiasmo, el placer y las ganas de practicarlo. Aldo tiene diez u once años. Las
primeras competiciones van bien, y así aumenta todavía más el deseo de enfrentarse a la
enorme responsabilidad que pesa sobre él. Entonces, el padre comienza a ir a las
competiciones, y para Aldo resulta una experiencia tremenda. Mario Aldo se mueve
como un ventilador: se sitúa al fondo de la pista y tira, el muchacho es su «robotito», oye
los gritos del padre y tira.
Mientras que el padre había sido obligado a practicar la esgrima, en Aldo la pasión
se encendió muy pronto gracias al abuelo. Pero el teatro del padre en las competiciones
era una verdadera tortura.
Aldo crece, y finalmente el padre deja de acompañarlo: selección nacional sub-14,
sub-18, los primeros mundiales, las primeras competiciones fuera... llega el placer de
estar con los compañeros de equipo.
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A esa edad, entre los quince y los dieciséis años, sólo existen la escuela y los
amigos. Pero la vida deportiva, al menos al comienzo, te hace crecer muy deprisa: vas al
extranjero y aprendes a arreglártelas solo. Pero en realidad es como seguir siendo niños.
Cuando la carrera deportiva se interrumpe el proceso de crecimiento parte más o menos
de la edad de veinte años.
Aldo tiene recuerdos muy hermosos de los catorce a los dieciséis años: diversión en
estado puro. El paso difícil a la selección nacional y de la sub-20 a la categoría superior.
Incluso atletas muy buenos fracasan. Aldo tuvo dificultades. En 1998 participó en el
último torneo sub-20 en los Mundiales de Venezuela. Tenía diecinueve años. Permaneció
un mes con el equipo en América del Sur. «Buenísimo», dice, se divirtió mucho.
Aldo comenzó en la selección nacional absoluta con pocos resultados. El giro se
produjo en Londres en 1999: por primera vez está en la final de la Copa del Mundo; por
ello se pone su primer pendiente. Podría ser el giro de su carrera, pero no es así. Rompe
sus relaciones con Viktor Sidiak, su último entrenador ruso. Es un momento de crisis
tanto desde el punto de vista de los resultados como de los estímulos. Pasa el año 1999
«tonteando» con la selección nacional, pero sin hacer nada. Luego, en 2000: «¡Qué
asco!» (palabras de Aldo). Sueña con las Olimpíadas: antes de morir, el abuelo hubiera
querido verlo en los Juegos Olímpicos. Pero no lo consiguió. Murió en 1996 y, como
dice Aldo, «en 1996 ni siquiera con un telescopio veía las Olimpíadas».
En 2001 consigue pequeños resultados. El comisario técnico de la selección
nacional, Pierluigi Chicca, lo convoca para los Europeos, quizá más porque era de
Livorno, pero en cualquier caso ofreciéndole la posibilidad de participar en los Europeos
con la selección nacional. Aldo no recuerda haber dejado huella en aquel torneo. A pesar
de todo, entre 2001 y 2002 aumenta la conciencia de su propia fuerza. Este momento
coincide con la llegada del técnico francés Christian Bauer, que revolucionó el
entrenamiento del equipo y dio confianza a Aldo, un muchacho prometedor, pero sin
resultados relevantes.
El progreso de Aldo comienza en 2002: a partir de entonces no tardan en llegar los
grandes resultados y la victoria olímpica. Pero, cuando todo parece funcionar a la
perfección, Bauer es cesado. Como si no fuera suficiente llegan los primeros percances
físicos.
Comienza así un descenso a los infiernos y las innumerables peripecias para salir de
ellos... ¡nada que ver con el éxito predestinado y fácil!
LA TÉCNICA
Giovanni Sirovich es muy joven cuando entra en la selección nacional absoluta de sable.
Tiene éxito, participa en las Olimpíadas, gana numerosas competiciones, acude a los
Mundiales de 1993, luego entra en crisis y deja la esgrima a los veintidós años. Estudia y
se licencia en Derecho. Después de cuatro años vuelve a la esgrima por puro placer, y así
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regresa al círculo de la selección nacional gestionada por el francés Bauer. En 2003
abandona la carrera de atleta e inicia la de técnico, y desde 2006 comienza a trabajar con
la selección nacional de sable. Así vuelve a encontrarse con Aldo Montano, al que había
conocido años antes como compañero de equipo. Para Sirovich llegan las primeras
satisfacciones como técnico de la selección nacional, después el bronce en las Olimpíadas
de Pekín en la competición por equipos. En 2008, quemando etapas, es nombrado
comisario técnico.
En este período, el talento Montano está en crisis y en proceso de ruptura con la
Federación, además regresa del desastroso Mundial de 2006. Ve en Giovanni al sustituto
del —para él insustituible— maestro Bauer. Giovanni, apacible pero determinado, acepta
que el campeón se aleje de su programa técnico con la selección nacional, permitiéndole
sin polémicas ni represalias entrenarse con sus técnicos precedentes, primero en Rusia y
luego en China, donde, en aquel momento, el comisario técnico era precisamente Bauer,
el «padre en la esgrima» de Aldo. Hasta que el talento rebelde, como el hijo pródigo de la
parábola evangélica, decide volver con su familia de esgrimistas, decepcionado por los
resultados de sus peregrinaciones. Giovanni, calmo y tranquilo, acoge de nuevo a Aldo,
quien a su vez empieza a darse cuenta de las grandes cualidades de Sirovich como
técnico. Y no sólo eso: también ve en él a un hermano mayor con el que contar siempre,
a diferencia del maestro Bauer, un «padre» severo, irritable y a veces violento.
Así, en 2010, Giovanni Sirovich toma en sus manos, como técnico a todos los
efectos, al campeón en crisis. Ahí se inicia la resurrección del talento bloqueado.
Pronto llegan las primeras victorias, en particular en los Europeos por equipos,
donde la actuación de Aldo es extraordinaria: la selección nacional está perdiendo por 4436, pero el talento y la determinación del campeón invierten la suerte del encuentro. Esta
importante victoria y su rendimiento personal confirman la validez técnica del trabajo de
Giovanni, mientras Aldo resurge del lodo en el que se había empantanado. Todo va a
toda vela en la preparación del Mundial de 2010. Dentro del circuito, durante las
colegiales en las que los equipos de las diferentes naciones se encuentran para entrenarse
juntos, corre la voz entre los esgrimistas de evitar tirar con Montano: su superioridad
deprimiría a cualquiera.
Llegan los Mundiales y todo el mundo espera la victoria. Por otra parte, gracias al
trabajo desarrollado con Giovanni, Aldo ha vuelto a ser el mejor. Pero ya en la primera
ronda la victoria anunciada se transforma en una solemne y dolorosa derrota. El talento
del campeón y la técnica superfina del maestro no superan los escollos de las dinámicas
psicológicas que estallan en la mente del atleta durante las competiciones más
importantes.
Nace así la necesidad de añadir al talento y a la técnica un trabajo específico
centrado en las partes más oscuras e imprevisibles de la mente y sus trampas. Llegados a
este punto entra en juego el tercer personaje de nuestra historia.
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LAS ESTRATEGIAS MENTALES
Definido —parafraseando el título de uno de sus best sellers— como el «maestro de las
psicosoluciones», Giorgio Nardone no ha tenido una vida ciertamente fácil para lograr
sus éxitos. Después de una prometedora carrera como atleta, interrumpida precozmente a
causa de una lesión grave en una pierna, Nardone se dedica plenamente a los estudios.
Se licencia y se especializa en psicología diferencial con mucha anticipación respecto de
sus colegas. Simultáneamente sigue su propia formación en el Mental Research Institute
de Palo Alto bajo la guía de Paul Watzlawick. Éste, figura de indiscutible relieve en el
campo de la comunicación y las psicoterapias breves, comparado por su fama e
importancia en el campo con Freud, tras algunos años elige a Giorgio Nardone como
único discípulo «heredero». A partir de entonces, además del privilegio y de las
innegables ventajas de colaborar y ser avalado en el propio trabajo por tan gran maestro,
comienzan también las hostilidades y los boicoteos. Por una parte, los numerosos colegas
decepcionados por no haber sido escogidos; por otra, los lobbies del psicoanálisis y de
las psicoterapias tradicionales, que digieren mal los innovadores métodos de terapia breve
del «geniecito» de la moderna psicoterapia, como sarcásticamente lo llaman. Por tanto,
Giorgio Nardone, amado y odiado al mismo tiempo, ha tenido que conquistar sus éxitos
luchando contra sus detractores a golpe de inequívocos resultados concretos.
Hasta ahora ha tratado personalmente con éxito más de veinte mil casos, ha
asesorado empresas en crisis y ha conseguido que numerosos e importantes artistas y
atletas se «desbloquearan». En el campo clínico, los métodos de Nardone se han situado
en la cúspide por su eficacia y eficiencia, y son seguidos por un número creciente de
colegas tanto en Italia como en el resto del mundo. En todos estos años, paralelamente a
su trabajo, Nardone ha cultivado su pasión por las artes marciales, practicándolas bajo la
guía de los principales maestros internacionales. Ha profundizado en particular en el
estudio de las artes marciales chinas, ya que éstas se basan en los mismos fundamentos
teórico-aplicativos de su modelo de resolución de problemas estratégico.
Cuando Nardone se encuentra con Montano y Sirovich, añade a su arte el propio
arte, y así se constituye la tríada: talento, técnica y estrategia mental. Entre los tres,
apoyándose tal vez en sus «afinidades electivas» y en experiencias similares, nace una
profunda relación de amistad que va más allá de lo estrictamente profesional.
El trío, gracias no sólo a las frías cualidades profesionales sino también al calor de
una relación empática, ha llevado a cabo una empresa grandiosa, aparentemente
imposible.
Esto es lo que narran las siguientes páginas, a través de la voz de Aldo, su principal
protagonista.
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LA HISTORIA
Todo empieza un día de enero de 2011. Giovanni y yo salimos de viaje hacia Arezzo.
Vamos a conocer al profesor Giorgio Nardone, con quien se ha puesto en contacto el
médico de nuestra Federación.
Sin duda, Giovanni y yo éramos escépticos. Ambos habíamos tenido experiencias
muy decepcionantes con psicólogos que habían tratado de ayudarnos a mejorar el
rendimiento atlético. Le recuerdo a Giovanni mi última peripecia con una doctora que me
hacía hablar, hablar... Visita tras visita, esperaba ansioso algo, pensaba: «Ahora me dará
una indicación, una solución, o en el peor de los casos describirá la situación». Y sin
embargo nada. Durante nuestro último encuentro, mientras le contaba una competición
de esgrima, la doctora me interrumpió de golpe y me preguntó: «¿En qué estás pensando
ahora?». Provocativamente respondí: «Te imagino desnuda bajo la ducha». La doctora
se ruborizó, manifestando su turbación. Le dije entonces que nuestra relación no podía
funcionar y que ella no podía ayudarme a superar mis dificultades de manera efectiva.
Llegamos a Arezzo con expectativas poco optimistas. Según el GPS habíamos
alcanzado nuestro destino, pero no lográbamos encontrar el número 13 de la plaza de
Sant’Agostino. Estábamos en medio de la plaza y, en una esquina, vi un edificio distinto
de los demás. Tuve una intuición y exclamé: «Es allí, estoy seguro». Y tenía razón.
Franqueamos la puerta: ante nosotros una gran sala de espera, música clásica
relajante de fondo, suelo de mármol, muchas sillas colocadas a los lados, una escalinata
tipo Hollywood a la izquierda. Las paredes están completamente tapizadas de libros, con
algunas ediciones ya ilegibles. Giovanni y yo nos miramos y nos decimos: «¡Guau, qué
tipo debe de ser éste!». Luego, una señora rubia con un claro acento del Este nos
acomoda amablemente en el despacho del profesor; nos explica que el doctor prefiere
que no coincidamos con los pacientes que llegarán dentro de poco. Vemos un gran
escritorio lleno a rebosar, pero no conseguimos apartar la mirada de las decenas de
plumas estilográficas dispuestas en círculo en torno a un cofre. Yo exclamo: «¡Éste está
peor que nosotros! ¡Es un loco serio: me gusta!». En los encuentros sucesivos
fotografiaremos siempre las plumas para verificar si el profesor ha movido alguna.
Entonces llega. Nos esperábamos a una persona distinta, un tipo serio con aire
académico. En cambio se presenta de modo cordial y tranquilizador. Primero nos
pregunta el motivo de nuestra visita, qué es lo que desearíamos obtener trabajando con
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él. Inmediatamente, tanto Giovanni como yo tenemos la impresión de que es «uno de los
nuestros». Hablamos con una persona que conoce nuestro deporte como si lo hubiera
practicado; pensamos que se había documentado muy bien antes de recibirnos. Es
realmente una agradable sorpresa: con los profesionales consultados hasta el momento
hemos tenido siempre la sensación de que no entendían nada de lo que hacíamos.
Otro punto importante, particularmente apreciado por Giovanni, es la reserva. De
inmediato, el profesor nos dice que no quiere que nadie conozca nuestro trabajo, y que
con ocasión de las sesiones nos mantendrá alejados de miradas indiscretas. También éste
es un aspecto insólito: hasta ahora todos han querido «pregonar» que estaban trabajando
con Aldo Montano.
Además, a diferencia de sus colegas, el «profe» admite a Giovanni en las
entrevistas, implicándolo directamente en el trabajo y manifestando que formará parte
activa de éste.
Comienzo yo explicándole nuestra dificultad. Parto de lejos, contando que mi
primer momento crítico se remonta a cuando la Federación echó al maestro Bauer, que
había sido para mí una especie de «padre» en la esgrima. En aquel tiempo me enfadé
mucho, porque Bauer había modificado la calidad del trabajo en toda la selección
nacional. Hasta entonces íbamos en desbandada: cada uno se entrenaba cuando quería,
con absoluta libertad. Bauer logró llevar a Roma a los mejores esgrimistas de Italia,
estableció una disciplina, impuso un método riguroso y fijó horarios precisos; al mismo
tiempo transmitía entusiasmo y la voluntad de trabajar conjuntamente. Los resultados no
se hicieron esperar. Antes de la llegada de Bauer parecía que participar en las
competiciones fuera una excursión de placer: en Budapest por las mujeres, en Nueva
York por las compras, en Madrid por los toros... Como dice siempre Giovanni, éramos
una armada Brancaleone, los seductores del circuito esgrimista internacional, contra todo
lo que había sido la tradición italiana. Gracias a Bauer, tanto el equipo como yo
comenzamos a cosechar éxitos y a conseguir medallas, hasta el oro olímpico.
En aquel período conocí a Giovanni, que era un compañero de equipo. Yo formaba
parte de los jóvenes y él de los mayores. Cuando la Federación decidió destituir a Bauer
me enfurecí: era como si me hubieran quitado a un padre. Me sentía mal con todos los
técnicos llegados después, quizá no lograba cortar el cordón umbilical que todavía me
ataba a él. Cuando Giovanni fue nombrado comisario técnico, las cosas tampoco fueron
fáciles en un primer momento. Giovanni es un hombre enérgico, decidido, pero muy
accesible, que te trata como a un igual, mientras que yo sentía la necesidad de tener a
alguien que se impusiera, como el antiguo maestro. En aquellos años pedí permiso a la
Federación para entrenarme en el extranjero al margen del equipo. Fui a Rusia, a un
pueblo de la periferia de Moscú, donde me preparaba un poco a lo Rocky Balboa. Me
entrenaba sobre el hielo, trabajaba la potencia y la fuerza, bajo la creencia de que
«cuanto más te fatigas, más consigues», como siempre había sostenido. Sin embargo, los
resultados no fueron los esperados, de modo que abandoné al técnico ruso. Pero en lugar
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de confiarme a los cuidados técnicos de Giovanni, pedí de nuevo permiso a la Federación
para entrenarme con el maestro Bauer, que durante ese tiempo había sido nombrado
comisario técnico de China.
Pasé todo el año 2009 entre Italia y China. Fue una buena experiencia, más allá del
hecho de que allí nadie hablaba italiano, aparte de mi maestro y yo. Lamentablemente,
una vez más no conseguí los resultados deseados. Llegué a la conclusión de que un
comisario técnico de otra selección nacional, por mucho que pueda tener contigo un
vínculo afectivo, no puede pensar más en ti que en la selección nacional para la que
trabaja.
Finalmente, en 2010 decidí volver a todos los efectos a la selección nacional.
Mientras tanto Giovanni había construido el equipo y estaba alcanzando éxitos. Aquel
año fue crucial. Había vuelto en forma y había conseguido lo mejor. Como Giovanni
recuerda a menudo, entre los esgrimistas circulaban voces del tipo: «Veamos cuántos
toques consigues meter a Aldo». Dejaba a todos casi a cero. Llegamos al Mundial y hubo
quien apostó miles de euros por mi victoria. Pero no fue como me hubiese gustado. Fue
mi peor actuación. Siguió una profunda depresión y comencé a sentir la necesidad de
encontrar a alguien que me ayudase.
Para transmitir mejor mi situación al profesor, Giovanni añadió un aspecto
importante: era considerado por todos «el talento» —«cuando Aldo es Aldo no queda
nada para nadie. El objetivo es conseguir que logre dar todo lo que puede dar».
Apenas terminado el relato, el profesor resume brevemente la trama y pide nuestra
confirmación de haberlo entendido todo. Entonces concluye: «Bien, por lo que me habéis
contado pienso que podríamos empezar a trabajar con el objetivo de desbloquear tu
talento». Después comienza a hacernos una serie de preguntas específicas sobre lo que
estábamos intentando hacer para resolver el problema, yendo desde la técnica de
entrenamiento hasta nuestras dinámicas relacionales y personales. Todo parece muy
concreto, no hay nada oscuro: Giovanni y yo sentimos que quizás hemos encontrado a la
persona adecuada para solucionar el problema.
Al final del intercambio —me atrevería a decir esgrimista— de preguntas y respuestas, el
profesor dice: «De acuerdo, os dedicaré diez sesiones de trabajo, y os daré indicaciones
específicas que realizaréis entre una sesión y otra. Si las cosas funcionan, lo veremos
rápidamente. Si dentro de ese período no obtuviéramos resultados, seré yo quien os diga
que no puedo ayudaros».
Luego nos da la primera indicación, extraña, sin duda, pero curiosa: «Quiero que
desde ahora hasta que volvamos a vernos cada mañana os planteéis esta pregunta, en
apariencia irracional, pero estratégica: si quisiera empeorar la situación, en lugar de
mejorarla, ¿cómo podría hacerlo? Si quisiera deliberadamente empeorar mi problema,
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¿qué tendría que hacer o no hacer, pensar o no pensar? Traedme todas las respuestas».
Nos mira de manera algo enigmática y añade: «La antigua sabiduría dice: si quieres
enderezar algo, aprende antes todos los modos de torcerlo más». Luego nos despide.
«CÓMO EMPEORAR»
Se trata de una técnica psicológica basada en la lógica de la paradoja, formulada dentro
del modelo de resolución de problemas estratégico,* cuyo objetivo es activar procesos de
cambio en las situaciones de bloqueo psicológico o de incapacidad para encontrar
alternativas a los propios esquemas de pensamiento y acción.
Investiga posibles comportamientos o pensamientos que, de realizarse, podrían
conducir a resultados negativos para la situación problemática del sujeto.
La pregunta se formula con el objetivo de obtener dos tipos de efectos distintos:
• una aversión inmediata a posibles acciones y pensamientos de los que se ha tomado
conciencia, los cuales, en consecuencia, no se llevarán a cabo;
• un fenómeno paradójico en el que la mente, por contraste con lo que se le impone, se
dirige espontáneamente hacia soluciones alternativas; esto es: se incentiva la
creatividad como respuesta al sometimiento mental en la dirección opuesta.
En otras palabras, se trata de ayudar a que la mente se libere de la bien conocida
trampa del esfuerzo voluntario, que nos lleva a rastrear nuestros itinerarios mentales
habituales y a inhibir el descubrimiento espontáneo de vías todavía no recorridas.
Representa la aplicación de la estratagema: «Si quieres enderezar algo, aprende antes
cómo torcerlo más».*
Durante el viaje de regreso en coche, Giovanni y yo nos sentimos extrañamente
eufóricos. Aunque el deporte te lleva a ser siempre muy cauto, nos decíamos: «Grande,
grande, grande». Nos resonaban en los oídos dos o tres cosas que el profesor había
dicho: por primera vez alguien nos procuraba instrumentos concretos para afrontar los
problemas y no se había limitado a hacernos hablar. Hasta el momento siempre había
charlado mucho, llegando a inventar los problemas para seguir hablando; ahora había
comenzado a trabajar de inmediato para ir directamente hacia el objetivo.
Pensar en cómo empeorar la situación en lugar de mejorarla produce un efecto
extraño: por una parte, te vienen a la mente muchas cosas, incluso las más absurdas, que
podrían confundirte aún más; por otra, emergen ideas positivas, puntos de vista
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diferentes. Como si en tu cabeza se abrieran algunas puertas cerradas hasta el momento,
despejando la mirada hacia mundos diversos. Lo extraño es que esto nos sucedió tanto a
Giovanni como a mí. Y cosas que podrían confundirme todavía más, ¡vaya si tenía!
Así, cuando nos reunimos por segunda vez con el profesor, la discusión resultó en
ciertos aspectos irónica. Además de hablar del efecto benéfico de la técnica sobre mis
sensaciones y mi apertura mental, también tuve que contarle todos los ritos y conjuros
que ejecutaba desde hacía años para propiciar los acontecimientos. ¡Era la primera vez
que lo hacía! Por suerte, el profesor me tranquilizó rápidamente: ése era un problema
típico de quienes desarrollan actividades con una elevada carga de responsabilidad o que
están expuestos a juicios muy severos: cirujanos, artistas y atletas. También nos expuso
el ejemplo de un famoso cantante lírico, del que naturalmente no nos da el nombre, para
explicarnos que, mientras que al comienzo la ejecución de rituales propiciatorios
tranquiliza a la persona antes de la actuación, cuando se convierte en una rígida
necesidad tiene un efecto contrario: en lugar de ayudarte, los rituales dificultan aún más
tu desempeño, hasta bloquearte. ¡Y yo voy fuerte con los conjuros! La tarde antes de
cada competición tenía que acopiar energías viendo siempre la misma película,
Gladiator: luchas, el resurgir desde las propias cenizas, el ímpetu y la fuerza. Los ritos
proseguían el día de la competición: tenía que ir al servicio y repetir en el lavabo ante el
espejo, la misma secuencia de movimientos, que culminaban apoyando la frente en el
espejo. Cuando me encontraba en un pabellón deportivo sin espejo en el servicio, con
seguridad era ¡un mal presagio! Luego tenía que ponerme la misma camiseta que me
había dado suerte en las Olimpíadas y llevar conmigo a Baluba, un muñequito de peluche
al que le faltaba un brazo.
Quizás el más grotesco de mis ritos tiene que ver con el anillo que compré en Cuba
durante los Mundiales de 2003, cuando quedé tercero y gané mi primera medalla
individual. Lo adquirí en un tenderete, recordaba a un trozo de tenedor enrollado sobre
un cilindro. Era un objeto horrible de metal y el dedo en el que lo llevaba se había vuelto
verde por la oxidación, pero no importaba: sólo contaba que trajera suerte. Con aquel
anillo también gané el año siguiente en las Olimpíadas. Lamentablemente, perdió su
energía positiva en 2006, cuando tuve una temporada realmente mala.
Giovanni recuerda también que en casa, en la habitación, yo había construido una
especie de altar con algunos objetos dispuestos de un modo preciso. «Pero aquellos no,
¿qué tienen que ver? —pienso—. No pueden influir en mis resultados.» El profesor, en
cambio, aclara que deben eliminarse todos los rituales para no seguir siendo víctima de
ellos. Entonces me doy cuenta de que también mi relación con los números forma parte
de estos rituales. Hasta hace algún tiempo, estaba convencido de que con el siete en las
eliminaciones directas ganaría siempre, así como creía que determinadas fechas traían
buena o mala suerte. Ahora sé que, cuando todo funciona como querrías, ciertos
conjuros infunden seguridad y son de gran ayuda. Pero cuando pierdes una competición
y te preguntas por qué, si los números eran los «correctos», te arriesgas a perderte en la
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loca búsqueda de un rito propiciatorio más eficaz, cuestionando todos los utilizados hasta
el momento: entonces te preguntas si no sería mejor quizás el 6,5 en lugar del 7, o las
fechas impares en vez de las pares.
Honradamente, una vez terminado el análisis de mis ritos conjuradores, no puedo
dejar de mirar una vez más el escritorio del profesor, mostrando mi perplejidad a
Giovanni. Sí, porque se pueden tener muchas plumas, pero una cosa es que estén en una
caja, en un plumier o bien amontonadas, y otra es disponerlas meticulosamente la una al
lado de la otra, de mayor a menor, hasta formar un semicírculo perfecto. ¡Tiene que
haber por fuerza una pizca de locura en todo esto! Pienso: «¿Y luego seré yo el
obsesivo? ¡Míralo a él en qué estado está!». Cuando se lo digo al profesor, nos explica
que es una manera de evitar que sea la mujer de la limpieza la que establezca el orden de
las plumas: según ella, una maníaca de la precisión más tradicional, las plumas deberían
estar todas en posición vertical, mientras que el profesor tiene una idea de precisión algo
más «creativa» y cambia su disposición cada dos semanas. Nos confía que casi todos sus
pacientes siguen intrigados por las plumas y creen que las colecciona. En realidad son
regalos de personas a las que ha ayudado, y por ello aumentan continuamente.
Después de esta fase divertida dedicada a ritos y conjuros, el profesor nos somete al
primer ejercicio de visualización. Sentados en las incómodas sillas antiguas de su
despacho nos guía, a Giovanni y a mí, en la ejecución de una serie de instrucciones tan
simples como eficaces para entrar en un estado de profunda relajación, en el que
observamos y seguimos las imágenes producidas libremente por la mente, como si
estuviéramos viendo una película. Es una experiencia realmente placentera: a pesar de la
incomodidad de las sillas, ha sido fácil entrar en un estado de aletargamiento y dejarse
acunar por las imágenes que emergían espontáneamente.
INDUCCIÓN HIPNÓTICA
La técnica utilizada fue establecida por Spiegel,* y se basa en un procedimiento estándar.
Primero se produce la fatiga del nervio óptico, luego se centra la atención del sujeto en el
ritmo y el recorrido de la respiración para inducirlo, por último, en dejarse llevar por las
imágenes mentales que emergen espontáneamente.
El objetivo es activar sensaciones de capacidad de regulación de los propios
parámetros fisiológicos conduciéndolos a su ralentización, así como estimular el uso de
visualizaciones como llave de acceso a la gestión de las emociones temidas.
Para ser sinceros, cuando el profesor nos devuelve a la realidad y nos pregunta: «¿Qué
os ha venido a la mente?», tanto Giovanni como yo omitimos responder que nuestra
primera imagen ha sido la de «una mujer guapísima medio desnuda»... El hecho es que
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no sabíamos si esto era sano, ¡o profundamente enfermizo!
El ejercicio de visualización se nos asigna como tarea que deberemos desarrollar
juntos cada día al terminar los entrenamientos. Además, dado que la siguiente semana
tendremos la primera competición tras el desastroso Mundial de París, la prescripción del
cómo empeorar ejecutada los días anteriores se transforma en un «rito de peores
fantasías voluntarias» que deben evocarse cada mañana. En definitiva, imaginad, no sólo
ha desmontado la eficacia de mis queridos conjuros sino que ahora me pide que haga lo
contrario, que dedique media hora cada mañana a imaginar voluntariamente todas mis
peores fantasías relacionadas con la competición, es decir, a producirme la película del
fracaso, ¡de cómo pierdo en mis asaltos! El asunto me parece tan poco sensato que no
me contengo: «Pero ¿no resultará que así, identificándome tanto con ellas, acabaré
haciendo realidad estas imágenes?». El profesor, nada afectado por la pregunta, me
responde de modo tranquilizador: «Hace décadas que hago que las personas lleven a
cabo esta tarea aparentemente absurda cuando deben afrontar lo que temen, a fin de que
miren el miedo de cara y lo transformen en valor».
«LA PEOR FANTASÍA»
La técnica de la «peor fantasía» ha sido establecida en el campo de la psicoterapia breve
estratégica* para superar los trastornos de ansiedad, obsesión por el control y crisis de
pánico, es decir, todos aquellos en que la sensación de miedo y el consiguiente intento
fracasado de control mental obstaculizan áreas de la vida de la persona, provocando a
menudo el empeoramiento progresivo del problema hasta llegar al bloqueo total.
El objetivo de esta prescripción es que la persona se enfrente al miedo y tenga una
experiencia perceptiva nueva, a saber, la reducción del miedo mediante el intento
voluntario de exacerbarlo.
La «peor fantasía» funciona bloqueando el impedimento incluso mental de las
situaciones temidas, típico de quien tiene un trastorno de pánico, invirtiendo sobre sí
misma la pretendida solución del control cognitivo que produce la exacerbación del
trastorno. Su lógica es de tipo paradójico y su efecto es cortocircuitar el proceso
psicofisiológico paradójico que conduce al pánico, el cual viene apoyado por los intentos
de control racional de las reacciones neurovegetativas activadas por el miedo.
Por medio de un adiestramiento específico, que prevé tiempos y lugares diversos en
los que ejecutar la técnica, la persona adquiere un instrumento que le permitirá gestionar
de manera autónoma las situaciones críticas de miedo, anulándolo mediante el intento
voluntario de aumentarlo. Esta técnica representa la aplicación de la siguiente
estratagema: «Apagar el fuego añadiendo leña».
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Y así, por segunda vez, nos vamos cargados de deberes, pero también de positividad,
diría, ahora que chapurreo algo de los términos psico, de placentera sugestión. Durante el
viaje de vuelta a Roma analizamos con detalle todo lo que el profesor nos ha dicho y nos
ha hecho hacer. Discutiendo, Giovanni y yo nos convencemos aún más de la bondad del
recorrido del trabajo realizado y de la nueva prescripción. «¿Será otro conjuro? —me
pasa por la cabeza—. Sin duda, ¡si funciona!», me respondo.
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Primera competición:
Plodiv, 5-6 de febrero de 2011*
Y nos encontramos en la primera competición: Bulgaria, a una hora y media de Sofía, un
lugarucho que produce tristeza, un viaje incómodo en avión y autocar. Pero esta vez
experimentamos una extraña sensación: como dice Giovanni, parecemos niños en su
primera competición. Para mí, romper determinados rituales propiciatorios tras veinte
años de competición y afrontar una del modo en que el profesor nos ha sugerido, resulta
totalmente nuevo. Sentimos que es un momento clave, pero no se trata de ponerme bajo
examen a mí o al profesor: es sólo una impresión muy buena y positiva. Me gusta que
me instruyan, cuando confío en alguien me gusta que esa persona me guíe. Desde el
primer día, por la mañana, puse en práctica la peor fantasía y el efecto fue extraño: en
lugar de agitarme me sentía tranquilo y sereno. Cuanto más me esforzaba en ver las
cosas feas, más imágenes positivas emergían en mi mente. Ciertamente, al comienzo
lograba ver acontecimientos catastróficos, luego, como un muelle, la mente se escapaba
hacia otro lugar, haciéndome sentir tranquilo y decidido ante lo que temía.
La competición es sin duda complicada. Dado que ocupo una posición baja en la
clasificación mundial, debo enfrentarme al número uno, y si no obtengo un buen
resultado seré eliminado inmediatamente. En definitiva, estoy caminando por el borde de
un precipicio y pese a todo me siento sereno. Me encuentro en una atmósfera surrealista,
como si viese una película, con mucha participación y al mismo tiempo desapego. Es así
durante toda la competición, que domino del principio al fin, sin un defecto, sin ni
siquiera uno de aquellos «cabreos» que se me escapaban a menudo en los años
anteriores. Completamente frío, pienso: «Ésta es mi tarea, la llevo a cabo y gano». Sólo
al final, al subir al podio, me doy cuenta de lo conseguido. Incluso con el adversario al
que me enfrento en la semifinal, Dumitresco, mi «bestia negra», todo va a la perfección.
Y no sólo eso: en la final compito con el atleta ruso Nikolay Kovalev, y al fondo de la
pista me encuentro con los ojos de Christian Bauer, mi famoso maestro del pasado,
ahora comisario técnico del contrincante. Ante mí se despliega todo el abanico de mis
fantasmas: el campeón del mundo en activo, el adversario más temible, mi antiguo
maestro. Parece realmente la escenografía de una película en la que el héroe debe
afrontar sus monstruos interiores para tomar conciencia de su propia fuerza.
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También para Giovanni es como estar en la primera competición: debemos hacer juntos
el ejercicio de visualización, y mientras yo estoy en la pista, él me mira desde el fondo y,
lo recuerdo muy bien, está sereno. Las acciones se van sucediendo, sin forzar.
Antes de la competición, los demás atletas nos han tomado un poco el pelo cuando
Giovanni y yo hemos hecho el ejercicio de visualización. Alguien me ha dicho: «¿Qué
haces con los ojos bizcos? ¡Parece que tengas un ataque epiléptico!». Pero yo me iba
diciendo: «¿A quién le importa?», y ha sido extraño porque, por lo general, ante una
tomadura de pelo he tenido siempre sólo dos reacciones alternativas: la rabia y el
desahogo sucesivo, o el disgusto. Por primera vez he experimentado indiferencia ante la
opinión de los demás. Pensándolo bien, si hubiese visto a un atleta haciendo aquellos
gestos tal vez yo también le habría tomado el pelo, quién sabe, a lo mejor le habría dado
incluso un coscorrón. Pero después de la competición varios atletas me preguntaron
dónde había aprendido aquellas técnicas, y si ellos también podrían adquirirlas.
En definitiva, la victoria ha sido distinta: como un renacimiento, una competición
nueva comparada con las demás, mucho más serena, fácil, natural y ligera. Las victorias
anteriores siempre fueron agotadoras: llegaban los calambres, las pantorrillas
entumecidas, el dolor físico, y cuando subía al podio tenía una agradable sensación,
porque sentía la recompensa del sudor. Pero esta primera victoria con ligereza ha dado
una clave de lectura distinta a mi carrera. La relación con Giovanni se ha reforzado aún
más: él no es sólo mi maestro y comisario técnico, sino también la persona que ha estado
más cerca de mí, ganamos juntos y perdemos juntos. Después de los catastróficos
Mundiales de París en 2010 volvimos a comenzar juntos, y también juntos hemos
llevado a cabo este trabajo con el profesor.
Contentos y orgullosos, a la semana siguiente volvimos a ver al profesor, quien también
manifestó su entusiasmo. Juntos analizamos todas las fases del trabajo desarrollado. El
profesor —que a partir de este momento se convierte en Giorgio porque la relación
técnica se está transformando en una relación afectiva— nos explica con detalle el
funcionamiento de las técnicas aplicadas. Estamos sólo al comienzo del proceso de
cambio: para un atleta ya no tan joven como yo, el modo de vivir la competición debería
volverse más sabio y estratégico.
Por otra parte, la experiencia concreta recién vivida nos había convencido tanto a
Giovanni como a mí de estar siguiendo el camino adecuado.
Durante la sesión confesamos el rito que, como dos chiquillos rebeldes, habíamos
montado y sobre el que bromeamos a espaldas de Giorgio. Es un momento divertido. El
profesor nos había prescrito el abandono de todo conjuro... Y nosotros, cada vez que
vamos a Arezzo, seguimos una secuencia preestablecida: el mismo aparcamiento, el
mismo restaurante, la misma mesa, los mismos asientos, el mismo pan, las mismas
bebidas, Coca-Cola zero para mí, agua con gas para Giovanni, luego cada vez un café
para mí y dos para Giovanni.
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Giorgio nos sorprende una vez más: sonriendo, nos comenta que en realidad este
acto irónico de rebelión es parte integrante de nuestro buen trabajo. Pero a partir de
ahora, lamentablemente para nosotros, ya no nos lo permitirá, porque las próximas
sesiones se desarrollarán en otro lugar. Iremos a su casa, para tener un ambiente más
tranquilo —y sillas más cómodas— para llevar adelante el trabajo sobre la concentración
y sobre el aprendizaje de técnicas autohipnóticas superiores.
Hasta el momento nuestro trabajo se había concentrado primero en técnicas
dirigidas a desbloquear la situación problemática y luego en técnicas orientadas a hacer
emerger y desarrollar los recursos, es decir, a expresar lo mejor posible mi talento como
atleta.
Así, la siguiente vez vamos a casa de Giorgio, o mejor, como él la llama, a su
«humilde morada». Allí, en la paz de una villa en las colinas toscanas, comenzamos el
trabajo más profundo y directo, tanto para los objetivos deportivos como para los
cotidianos.
He conseguido eliminar casi por completo mis ritos conjuradores, y Giorgio lo
celebra conmigo. Nos explica que no suele ser fácil suprimir estas manías, mientras que
yo, tras comprender la peligrosidad de ciertos ritos, he conseguido eliminarlos. A decir
verdad, no exactamente todos y por ello me siento algo culpable, también porque he
comprendido que ciertos comportamientos ritualizados si no se extirpan del todo, se
reproducen. Otro aspecto importante de la sesión es el trabajo sobre mi dificultad con el
sueño. Hasta aquel momento tenía problemas para dormir y mis noches eran a menudo
agitadas, pero mediante aquel simple ejercicio autohipnótico comencé a dormir muy bien.
Este «truco» me fue bien de inmediato: cierro los ojos, miro en dirección a la punta de la
nariz y me concentro mirando más a fondo en aquella dirección, con la extraña sensación
de ver con los ojos cerrados una luz que se transforma. Poco a poco me duermo.
DEL TRANCE AL SUEÑO
Desde la Antigüedad, egipcios y chinos definen la hipnosis como «el sueño mágico». Tal
definición pone de relieve cómo la inducción de trance ha sido utilizada desde siempre
como técnica para evocar el sueño restaurador mediante el efecto de determinadas
maniobras sugestivas. La técnica utilizada aquí se basa en la tradición india introducida
por los faquires: mirarse la punta de la nariz hasta sentir el cansancio de los ojos y la
mente confusa, cerrar los párpados manteniendo la concentración en la punta de la nariz,
hasta que se entra en un estado de conciencia alterado que se transforma en un sueño
profundo.
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Esta vez, además, sentados cómodamente en dos chaise longue contrapuestas, después
de realizar la secuencia para entrar en trance, Giovanni y yo somos guiados primero a
visualizar, como en una película, los asaltos de la competición de Sofía, y luego a
visualizar un combate futuro con un adversario, convirtiéndonos así simultáneamente en
directores y actores protagonistas de la película que discurre en nuestra mente.
VISUALIZACIÓN DE LA ACTUACIÓN
Hacer visualizar en estado de trance hipnótico el momento del combate es uno de los
usos más conocidos de la hipnosis en psicología del deporte. El objetivo es asociar el
estado de calma y el típico estado de conciencia alterada con la situación de la
competición, y de tal manera transferir a la acción deportiva concreta este tipo de gestión
de los actos y de regulación de las emociones.
Aquel día no sólo se confirmó la buena relación entre nosotros tres, sino también la
implicación personal de Giorgio cuando nos manifestó su intención de seguirnos hasta el
fondo, hasta la victoria final, en lugar de limitarse al número de sesiones establecidas en
la primera entrevista. Ahora la atmósfera es realmente íntima. Por primera vez comemos
juntos y Giorgio cocina una receta suya (descubrimos así que también se divierte en los
fogones). Pienso, luego se lo confío a Giovanni: «¿Tendrá por casualidad alguna extraña
tendencia?». Pero apenas conocemos a su novia se disipa toda duda.
Giorgio prepara ante nuestros ojos un salmón con corteza de amapola asado a la
parrilla y regado con un óptimo vino tinto servido frío (¡otra rareza del profesor!).
Hablando de comida y bebida, cuento mi fijación por las dietas y de cómo Viktor, el
técnico que me entrenaba en Rusia, se enfadaba siempre conmigo por esto y me decía:
«Aldo, come... come que te da fuerza... comes arroz chino como una mujercita... ¡tienes
que comer carne!».
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Segunda competición: Padua, Trofeo Luxardo, 18-20 de febrero de 2011
Llega el día de la siguiente competición. Estamos en Padua, donde lamentablemente
comienza el desgraciado período de mis accidentes. Perdimos la final individual, pero
contra el atleta coreano Gu Bon-Gil, que el año anterior lo había ganado todo. Así,
bajamos satisfechos de la pista, diciéndonos que habíamos perdido el encuentro por
algún pequeño error técnico fácilmente subsanable. Además, como Giovanni y sobre
todo yo comenzamos a entender, no se pueden ganar todas las competiciones: lo
importante es ganar las que realmente cuentan.
Giorgio nos ha enseñado que el guerrero prudente no se agota intentando ganar cada
desafío, sino que cultiva sus propios recursos preservándolos para los encuentros
realmente cruciales. Y esto vale aún más para un sablista viejecito y algo achacoso como
yo.
Desafortunadamente, al día siguiente durante la competición por equipos llega el
accidente. Cuenta Giovanni: «Estábamos en la semifinal contra Bielorrusia. Aldo, durante
el último toque de su fracción, que estaba ganando por 5 a 3, puso el pie sobre el del
adversario y cayó torciéndose el tobillo. Nos dimos cuenta inmediatamente de que el
asunto era serio, por lo que nos fuimos rápidamente en un coche alquilado que
inundamos literalmente con el hielo que le envolvía el tobillo y que se deshacía
lentamente. Fuimos a ver a Federico, el médico de la Federación, quien nos comunicó
que el tobillo no estaba roto desde el punto de vista óseo, pero probablemente los
ligamentos sí lo estaban, y así Aldo se saltó dos competiciones y dos meses de
temporada».
Para mí fue como volver a la superficie tras ser arrastrado por un torbellino; apenas
has tomado aire cuando inmediatamente te sientes arrojado de nuevo hacia abajo. Tanto
Giovanni como yo estábamos muy decepcionados porque estábamos remontando la
clasificación mundial: dos competiciones, dos finales, una de ellas ganada a lo grande.
Aquella desgracia sobraba. Aún hoy recuerdo claramente la imagen y la sensación: tiro el
toque final en mi primera fracción y caigo, ya en el suelo noto un dolor muy agudo en el
estómago, luego vomito y enseguida me doy cuenta de que no hay muchas esperanzas.
Sin embargo, siento alegría por la victoria del equipo en la final, que concluye muy bien
sin mí. Me quedo en el banquillo para apoyar al grupo. Así llega también la victoria en la
Copa del Mundo por equipos.
Se suceden las consultas médicas y todas concuerdan: un ligamento desgarrado y
otro roto. Se desaconseja no obstante la intervención quirúrgica: sólo debo permanecer
en reposo y hacer un buen trabajo fisioterapéutico.
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Para mi sorpresa, el accidente no me desanima. Discutiéndolo con Giovanni, lo
interpretamos como uno de tantos acontecimientos que se encuentran a lo largo del
recorrido, y debe afrontarse con serenidad y con el proyecto de regresar, dentro de dos
meses, a las principales competiciones. Vistos los resultados del trabajo que estamos
llevando a cabo, nos sentimos muy confiados.
Cuando nos encontramos con Giorgio, mantenemos una larga conversación que tiene
como objetivo redimensionar el efecto del accidente y, sobre todo, evitar que se activen
en mi mente los viejos razonamientos propiciatorios negativos: como hasta aquí me ha
ido bien, ahora me irá mal y lo pagaré; o bien, como no podré entrenarme intensamente
como lo he hecho siempre, no llegaré preparado. Toda la vida he sido el último atleta en
marcharse del gimnasio, el que marca el ritmo a los demás y que para sentirse preparado
con vistas a una competición debe pensar que lo ha dado todo y mucho más en el plano
atlético. Ahora, en cambio, debo transformarme en el atleta prudente: ya no puedo ser el
atleta generoso que da lo mejor de sí en cada entrenamiento y en cada competición. Ya
no puedo pretender ganar todos los desafíos, no sólo en el deporte.
Sobre la estela de esta necesidad, Giovanni y Giorgio discuten con detalle acerca de
cómo proceder, no sólo con la actividad psicológica sino también con la actividad técnica
de la esgrima, o acerca de cómo basar el trabajo sobre la prestación mental más que
sobre la estrictamente atlética. Luego valoramos juntos los puntos fuertes y débiles, y de
qué modo el handicap actual podría limitar mi rendimiento. Se trata de transformar mi
manera de combatir.
Ilustrando hasta el detalle mi estilo desde un punto de vista técnico, Giovanni pone
de manifiesto de qué manera yo veo en el ataque mi punto débil. En efecto, me defino
como un esgrimista defensivo. Esto es cierto, pero sólo en parte: porque si a cualquier
sablista le resulta realmente difícil superar mi defensa, es igualmente cierto que técnicos y
atletas consideran perfecta la técnica de mi ataque. No por azar, la filmación de uno de
mis asaltos ha sido tomada como ejemplo en todas las escuelas.
Éste es un aspecto muy importante que personalmente nunca he considerado. Y no sólo
eso, Giovanni también me hace observar que he conseguido mis victorias más
importantes atacando y no defendiendo.
Lo que podría marcar la diferencia es que, si trabajase más en ataque, sometería mi
pierna posterior a una carga bastante inferior respecto a mi estilo de defensa y
contraataque, basado en gran parte en el trabajo de piernas hacia atrás. Se trata de
cambiar una convicción arraigada. Por otra parte, hasta los diecisiete o dieciocho años,
¡ni siquiera sabía lo que era el ataque! El trabajo con el maestro ruso Viktor se concentró
en la defensa. Como Giorgio subraya, se ha forjado la creencia de que mi punto fuerte es
la defensa, y ahora hay que modificar mi esquema mental. En lugar de ir velozmente
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hacia atrás para defenderme, tengo que bloquear al adversario en el centro de la pista
para luego entrar, produciendo entre otras cosas un efecto sorpresa en los contrincantes
que ya conocen mi esgrima.
Como afirma Giovanni, debemos trasformar el handicap en un punto de fuerza,
perfeccionando la técnica que ya conozco muy bien —el ataque—, pero en la que me
siento menos confiado.
Lo que quizás el lector no sepa es que a menudo un atleta ve su punto de fuerza en
lo que se encuentra más cómodo, porque es lo que más ha entrenado. A un observador
externo, en cambio, la situación puede parecerle muy distinta. Pero cuando estás en la
pista no tienes tiempo para pensar, los intercambios se producen en milésimas de
segundo, y tiendes a realizar lo que te resulta más espontáneo, aquello con lo que has
adquirido mejores automatismos. La dificultad llega cuando la técnica para la que estás
mejor preparado no coincide con lo que se debe hacer: tendrías que modificar el
esquema y sin embargo insistes en volver a proponerlo porque te da seguridad.
Gana quien tiene el valor de cambiar el propio repertorio de acciones: en realidad,
en aquel momento salir de un esquema espontáneo se percibe como un riesgo. En efecto,
como Giorgio consigue hacernos entender, no se trata de un razonamiento, sino de un
autoengaño. Si fuera una cuestión puramente racional resultaría fácil superar el
obstáculo, salir de la trampa que supone percibir determinados esquemas como más
tranquilizadores que otros. A la inversa, esta reacción proviene de los centros más
antiguos de nuestro cerebro y estalla sin pasar por las zonas corticales que liberan la
conciencia. Se trata del mecanismo que se pone en marcha naturalmente cada vez que
recibimos un estímulo amenazador, y que nos permite reaccionar rápidamente, por
ejemplo, impidiéndonos caer después de tropezar o chocar con un obstáculo mientras
estamos conduciendo, o que durante una actividad deportiva suscita la reacción
ganadora, definida como intuitiva. Pero para el atleta es un mecanismo que puede
convertirse en una trampa: ante una dificultad, el deportista no logra modificar sus
acciones-reacciones, ni siquiera frente a su fracaso. Éste es un aspecto realmente crucial
en el estudio y en el trabajo sobre el rendimiento, porque inducir a un campeón a
modificar el esquema de acción en el que más confía supone una labor que va mucho
más allá de la adquisición de la conciencia sobre lo que se debería hacer: durante una
actuación velocísima, confiarse a la conciencia y a la razón significa llegar con retraso,
fuera de tiempo. Los expertos definen estos momentos como «trance agonístico».
Así, Giovanni y Giorgio planifican juntos un trabajo en dos frentes, con el objetivo
de inducirme mayor confianza en mis estrategias de ataque que en las de defensa. Por
una parte, con Giovanni nos concentraremos en aquel mínimo de práctica que puedo
hacer fuera de la pista, trabajando en esquemas de bloqueo y ataque y en acciones que
pueda realizar sin percibir dolor; por otra, con Giorgio trabajaremos exclusivamente el
aspecto psicológico, reestructurando la percepción de mis actos durante un duelo hasta
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obtener reacciones espontáneas diferentes a las habituales. En otras palabras, el objetivo
es evitar las sensaciones dolorosas y, por otra vía, experimentar una sensación más
positiva respecto de las técnicas ya adquiridas pero infrautilizadas.
No sólo eso, en esta fase hago otro descubrimiento sorprendente: durante cada
entrenamiento, en lugar de tirar y tirar hasta el espasmo según mi costumbre, deberé
evitar todo lo que me produzca dolor. Como Giorgio nos explica claramente, si me
entreno sintiendo dolor, en el momento de la emergencia la mente se niega a realizar el
gesto que producía aquella sensación. Así, por primera vez me doy cuenta de lo
equivocado que resulta llevar el esfuerzo hasta el exceso, creyendo que esto aumenta mi
fuerza y mi resistencia, cuando el efecto real es el contrario.
Aún no sabía que Giorgio era un profundo conocedor de las artes marciales y que
precisamente en virtud de esta experiencia había aprendido lo importante que es
entrenarse manteniendo siempre sensaciones placenteras. En efecto, si tu mente asocia
ciertas acciones a la sensación de placer, creando un estado de mayor bienestar, cuando
te expones a una determinada situación o estímulo aquellas acciones emergerán como
respuestas fluidas y automatizadas, es decir, obtendremos una espontaneidad elaborada.
Como consecuencia de estas adquisiciones fundamentales se readapta también mi
trabajo de fisioterapia y de recuperación física con el preparador atlético. Ciertamente,
para mí, habituado como estoy a entrenarme a lo Rocky Balboa y a aceptar cualquier
desafío con el objetivo de ganar, se trata de un trabajo duro.
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El regreso a la competición
Después de saltarme dos competiciones, siento curiosidad por volver. Estoy algo
asustado, pero tengo muchas ganas. Así, llegamos a Atenas, competición que
generalmente me gusta porque la asocio a la victoria en las Olimpíadas (no debo
comentárselo a Giorgio, ya que me regañaría diciéndome que esto es una asociación
propiciatoria). La preparación psicológica es la que ya habíamos utilizado en la
competición anterior: la peor fantasía la mañana de la competición e, inmediatamente
antes de cada asalto, la técnica autohipnótica con la visualización libre del adversario.
AUTOHIPNOSIS CON VISUALIZACIÓN DEL ADVERSARIO
Este modo de proceder añade otra técnica al aprendizaje de las anteriores: hace que —
tras el estado de trance— la mente se concentre en el duelo siguiente, imaginando al
adversario real y dejando libre la fantasía de producir el desarrollo del duelo. Esta técnica
tiene como objetivo focalizar la atención del atleta sobre los posibles desarrollos del
combate haciéndole anticipar los puntos críticos, de modo que se creen en él las
contramedidas adecuadas.
Me siento bien, disputo buenos encuentros y me sitúo entre los ocho primeros (cuarto,
en concreto), contento por el rendimiento y por el resultado global. Lamentablemente,
tengo un dolor en la planta del pie izquierdo, que me parece que es una inflamación del
tendón. Al día siguiente ganamos de modo aplastante la competición por equipos para la
clasificación olímpica, pero el dolor insistente comienza a preocuparme. La victoria ha
sido una auténtica competición de fuerza, una señal de desquite después del Mundial de
2010. Tras dos meses de parón, mi regreso ha sido excelente desde el punto de vista de
los resultados y, sobre todo, del ánimo: tengo muchas ganas de tirar, me siento tranquilo,
decidido y relajado. Con el equipo hemos recobrado la fuerza del grupo, aunque mi
cuerpo ha lanzado de nuevo una alarma, que aumenta en las semanas siguientes. El
esguince del pie derecho está curado, pero ahora tengo un problema en el izquierdo. Las
competiciones siguen: dentro de dos semanas, Madrid.
Giovanni recuerda de manera simpática cómo yo caminaba como un ganso por el
dolor en la planta del pie. A pesar de todo hago una buena competición, y muy intensa.
El tercer puesto se debe a una discutible decisión arbitral que realmente me molestó;
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quizás estaba más susceptible por el dolor. Por otra parte, incluso Giovanni, que suele
mantener una calma olímpica sin juzgar negativamente la actuación de los árbitros, en
aquel caso observó que, por lo menos, no me habían asignado tres toques.
Al día siguiente, como siempre, la competición por equipos. El dolor en el pie es
cada vez más fuerte, y también mis compañeros Diego Occhiuzzi y Gigi Tarantino están
maltrechos: uno tiene dolor de espalda y el otro está griposo y tiene el tobillo entumecido.
En definitiva, somos un grupo de desgraciados en combate.
Pero sucede algo importante. Nos enfrentamos otra vez con Rusia: en los últimos
años el combate entre las dos selecciones nacionales se cuenta entre los más encendidos,
y de nuevo está presente mi antiguo comisario técnico. Pese a los achaques, los tres
mostramos una esgrima de gran calidad. Durante uno de mis enfrentamientos sufro
nuevamente un par de decisiones muy discutibles. Por primera vez discuto con mi tan
respetado exmaestro. Y no sólo eso: nuestro acalorado intercambio de opiniones
concluirá conmigo mandándole solemnemente al infierno. Me he sentido ofendido, el
nerviosismo es comprensible, pero cuando veo que desde la otra parte del banquillo mi
ex comisario técnico protesta por los puntos a mi favor me siento traicionado. No soporto
que una persona a quien estimo no comprenda que el árbitro se ha equivocado; por otra
parte no considero que, siendo el técnico del equipo contrario, sea normal que se oponga
cuando los jurados deciden a mi favor. Cuando le oigo decir: «Mira, Aldo, mi muchacho
tiene razón», me siento traicionado y despotrico contra él mientras tiro los últimos golpes
para alcanzar el tercer o cuarto puesto. Este episodio hace que me dé cuenta de la
importancia de estar fundamentalmente centrado en uno mismo y de saber reaccionar
ante las adversidades, así como ante los presuntos errores sufridos sin perder el
equilibrio. También esto requiere funambulismos emotivos, al igual que cuando te
mueves rápidamente sobre la pista debes mantener el equilibrio para no desestabilizarte y
terminar a merced del adversario. Éste es otro paso importante en mi nueva dimensión
no sólo atlética, sino personal. Finalmente comienzo a buscar al maestro que está en mi
interior, en lugar de confiar en quien me ha educado como esgrimidor.
Desafortunadamente, el problema del pie sigue empeorando. Los médicos de la
Federación creen que sería bueno que guardara reposo, pero del 26 al 29 de mayo se
celebran los Campeonatos italianos absolutos en Livorno, mi ciudad, donde reside mi
familia. Nunca podría hacerles una afrenta de este tipo. De modo que comienzo una serie
de infiltraciones anestésicas y de cortisona en la planta del pie.
Por otra parte, discutiendo con Giovanni y Giorgio decidimos que esta competición
tiene un valor simbólico muy importante para mí, una auténtica inyección de energía
positiva que en absoluto puedo desaprovechar.
La competición es una alternancia de alegría y dolor. Mi tío, cirujano ortopédico,
me suministra analgésicos cada día. Gano el torneo y es como haber ganado otra vez en
las Olimpíadas: pensad, estoy en casa, ante mi padre. Extraigo de ello una energía
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extraordinaria. Si no hubiera sometido mi cuerpo a tales esfuerzos, quizá no habría tenido
problemas después, pero para mí era realmente muy importante competir y ganar.
Giovanni aún recuerda cómo me sostenía la pierna mientras me inyectaban los
analgésicos y yo gritaba como un poseso sobre una sucia cama debajo de la tribuna del
palacio de deportes. Mi tío casi se negó a ponerme las inyecciones y cada vez me
preguntaba: «Aldo, ¿estás seguro de querer seguir?». Yo asentía y él no podía sino
contentarme. Los problemas surgen en los cuartos de final, al terminar el encuentro,
cuando siento algo en el exterior de la pantorrilla izquierda, una especie de tic. Por la
noche, un dolor sordo, muy intenso, y la fiebre comienza a subir... Sin embargo estoy
muy contento. Mis problemas comienzan aquí: durante cierto tiempo debo acudir al
fisioterapeuta, tomar los factores de crecimiento y llevar un protector para mantener el
pie dirigido hacia el exterior, para que los tendones del peroné no se distiendan. Pero
nada consigue frenar el empeoramiento.
Durante la siguiente competición en Varsovia, el 4 y el 5 de junio de 2011, no puedo
dejar de tomar analgésicos y antiinflamatorios. Pero merece la pena porque hago una
buena competición: ningún adversario consigue meterme más de diez toques. Pierdo con
un coreano que me da una paliza memorable. ¡No soporto cuando alguien me la pega
así! Giovanni intenta tranquilizarme diciéndome: «Has hecho lo que has podido. Tu
adversario ha basado el combate en el movimiento; tú, con la pantorrilla bloqueada, no
podías hacerlo. No podías reducir la distancia ni defenderte: cuando te apoyabas en la
pierna veía tus muecas de dolor, parecía que te torturaran».
Desgraciadamente, creo que en aquel período se subestimó mi problema médico.
Creyeron que se trataba de un simple tirón en la pantorrilla, no de una lesión del tendón.
De hecho, parecía una lesión de poca consideración: sólo me dolía al practicar esgrima,
es decir, cuando el pie posterior estaba a noventa grados respecto del anterior; en cambio
conseguía correr sin dolor.
En estas condiciones llegamos a la competición de Nueva York, que se celebraba del 24
al 26 de junio. Como siempre nos encontramos con Giorgio antes de partir. Me siento
lleno de entusiasmo: «Nueva York trae buena suerte, América trae buena suerte... Todos
estamos contentos... es el torneo que más he ganado...». Giorgio, de nuevo, desmonta
inmediatamente mi superstición. Según él, ciertas creencias rituales, negativas o positivas,
tienen que eliminarse. Debo decir que la profecía se desmontó realmente, porque en
Nueva York recibí unos mazazos colosales. Es una experiencia importante, porque logro
decir basta a los viejos conjuros y aceptar que no siempre se puede ganar. Desmiento mi
convicción de ganar siempre en América. Ya no puedo confiar en mis rituales. Me
resuenan las palabras de Giorgio: «No debes ganar todas las batallas. Debes ganar las que
cuentan. Si quieres ganar la batalla que vale, debes aceptar perder las menos
importantes... Si no sabes perder, no sabes ganar».
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En el primer turno me enfrento al mejor atleta estadounidense, Daryl Homer. El
combate sigue rápidamente una línea que no es la mía, quien manda en el juego es mi
adversario. No tengo buenas sensaciones, me siento algo vacío y además me duele
mucho la pierna. Pese a todo, llegamos iguales a catorce. Planteo el último toque con una
parada, esquivo el ataque de mi contrincante, para luego atacar. Compito bien en la
primera parte, la más difícil, para luego fallar, inesperadamente, en mi arremetida final.
Pierdo. Siento no haber combatido como podría ¡y no estoy nada satisfecho!
En aquel tiempo pensaba: «He aprendido a aceptar las derrotas». En Nueva York
incluso di la mano a mi adversario sin enfadarme: normalmente, en el pasado, después de
una derrota estallaba la riña. En 2007 me lancé encima de un árbitro que me había
descalificado de la competición mostrándome la tarjeta negra. En 2006 corrí el riesgo de
retirarme de la esgrima, porque a causa de un profundo tirón del nervio ciático ya no
percibía la sensación de dolor. Y así, cada vez que me estiraba me desgarraba sin darme
cuenta. Durante el primer encuentro después de aquel infortunio ataqué duramente a un
árbitro francés. Cuando meses después aquel hombre se suicidó, me quedé muy
impresionado. Incluso me pregunté si había sido culpa mía. Me explicaron que el árbitro
sufría una depresión desde hacía tiempo.
Después de Nueva York, estaba programado el retiro en Catania. Una situación muy
buena, aunque como recuerda Giovanni teníamos muchas dudas y sensaciones negativas.
En cualquier caso, conseguimos trabajar duramente. Entramos en relaciones más
estrechas con Andrea Terenzio, el preparador atlético. Andrea trabaja con el equipo
desde hace tres años, pero nunca había sido una presencia fija. En primer lugar, es bueno
en su comportamiento. Como dice siempre Giovanni, un atleta no debe ser compadecido,
ni contentado, debe hacérsele trabajar de manera inteligente, y en esto Andrea es muy
bueno. Había sido un atleta y ahora estaba trabajando para ser maestro de esgrima. Su
preparación atlética es de altísimo nivel y la aplica de manera específica a la esgrima, un
aspecto crucial en la preparación del Mundial.
En este período, además, soplan malos vientos dentro del grupo del sable. Se
producen continuas discusiones y Giovanni, que por lo general es tranquilo y decidido,
parece cansado y débil, incluso algo reservado. Ha hablado también con Giorgio: pese a
los resultados obtenidos se siente criticado, como si se discutiera su liderazgo. Ante él, los
Europeos, compromiso fundamental para la calificación olímpica, al ser una competición
obligatoria y con dobles puntuaciones respecto de las competiciones normales de la Copa
del Mundo. Hay que tener presente también que los sablistas más fuertes son todos
europeos. Giovanni se siente bajo presión desde el punto de vista personal, mientras que
yo sufro dolores terribles en la pierna. Giorgio acude una vez más en nuestra ayuda
sugiriéndonos cómo gestionar lo mejor posible las dificultades con la Federación y con el
grupo, y no dejarnos aplastar por la presión con vistas a las competiciones cruciales.
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Con Giorgio seguimos con los ejercicios de autohipnosis, cada vez más elaborados,
y con nuevas visualizaciones y sugestiones. Además de visualizar al adversario, las
palabras clave que ahora utiliza para evocar sensaciones particulares son: «El adversario
no existe, sólo existes tú». Este paso es importante para centrar la atención en nosotros
mismos y en nuestros movimientos ignorando tanto como sea posible el rol del
contrincante y anulando el temor ante él. Evita asimismo el riesgo de bloquear o de hacer
menos fluida la acción eliminando así la necesidad de controlar cada movimiento
particular. El ejercicio consiste en hacer resonar en la mente aquellas palabras y evocar la
sensación consiguiente.
En el Europeo de Sheffield, al final de julio, la competición ha sido magnífica: en el
individual pierdo únicamente contra un joven esgrimista muy en forma y sólo por un
toque. Me siento confiado, porque pese a la derrota me comporto bien y anoto una
espléndida remontada.
Los numerosos encuentros sucesivos son agotadores: no hay tiempo para
concentrarse, como generalmente sucede. En el descanso a mitad de aquel duelo estoy
perdiendo por 2 a 8. En aquel minuto consigo recuperar la concentración e inicio la
«remontada del caballo cojo». El adversario va siempre por delante, pero lentamente
gano terreno. De 2 a 8 llegamos a 14 iguales. El rocambolesco último punto es una
acción excepcional en defensa. Luego recupero el ataque, pero fallo; fallo y el adversario
me toca.
Las palabras de Giovanni: «No podías, todos hemos visto que la pierna no te
permitía hacer lo que normalmente puedes». Así, al final, ambos nos sentimos
satisfechos. El torneo por equipos es realmente sorprendente: vencen tanto el equipo
masculino como el femenino, tirando de manera divina.
Antes del combate con Rumanía, dada mi situación, le pregunto a Giovanni: «Pero
¿qué haces? ¿Quieres hacerme tirar?». «Sin duda», replica, y yo: «No, sabes que con
ellos no me siento bien, cochino tirano». Me hace callar: «No te preocupes, el problema
es suyo». Así ganamos esta competición fundamental cerrando la primera parte de la
temporada muy satisfechos por los excelentes resultados. Giovanni por primera vez
parece casi exultante. Son victorias evidentes: el resultado acalla todas las polémicas que
lo rodean, además de sus tormentos interiores. Así se expresa: «Hungría en los cuartos
de final ASESINADA. Rumanía en semifinales dejada a veintinueve con toques increíbles
de todos los atletas, y Aldo extraordinario. Estaba mal, pero ha tirado con gracia divina».
Y no sólo eso: conseguimos también desmentir las críticas y las polémicas injustas,
tan típicas del deporte italiano. Estamos aún más convencidos de nuestros recursos y
potencialidades. Llega el descanso veraniego y podemos trabajar sobre mi lesión. Los
médicos nos habían tranquilizado diciéndonos que todo pasaría con el reposo; según su
diagnóstico se trataba de una simple inflamación del tendón. Me habían sometido a una
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decena de resonancias magnéticas, por eso no estaba preocupado. Quizá debería haber
insistido, ya que el dolor no me abandonaba, pero como estaba acostumbrado a sufrir,
pensaba: «No te hundas... a pesar del sufrimiento, mira qué has conseguido».
Tras la pausa veraniega, en la segunda quincena de agosto volvemos a encontrarnos
para comenzar la preparación de los Campeonatos del Mundo. Dadas las garantías
médicas, debería estar en buenas condiciones, pero en realidad no estoy en forma. Tal
vez me he confiado demasiado, porque durante el mes de vacaciones habrían podido
visitarme y, en cambio, lo dejé pasar. La cuestión preocupante surge cuando, después de
tres semanas de reposo, caminando por una playa de la Pulla, advierto todavía dolor. De
regreso a Roma me someto a otra resonancia magnética.
Giovanni está muy decepcionado. Había confiado en la opinión médica, pero la
situación es muy seria. Durante la preparación, en el primer entrenamiento colegiado en
Formia, coloco mal el pie sobre un peldaño, me caigo al suelo y grito de dolor. Se me
hincha de nuevo la parte exterior de la pantorrilla. Otra resonancia. Al día siguiente llamo
a Giovanni para comunicarle el parte médico: el tendón está contraído por un lado y
desgarrado por otro, el estado es grave. Por primera vez me dicen que el tendón podría
romperse. Giovanni y yo confiamos: «Lo importante es que el 11 de octubre subamos a
la pista y tiremos, después de esa fecha volveremos a hablar de una posible operación».
El médico nos toma por locos, sobre todo a Giovanni, porque él es quien habla
directamente con los doctores.
Cuando regreso a Formia tenemos que decidir qué hacer. Estamos todavía al
comienzo de la preparación y debemos valorar si participar o no en el Mundial. Es el
Mundial para la clasificación olímpica, más importante por ello que el Europeo y con
triple puntuación. No lo pienso ni un instante: ¡iré incluso haciendo la vertical! Pero para
Giovanni es distinto: él es el responsable de un equipo y no el entrenador de un atleta en
particular.
Más tarde me contará que en su interior nunca había puesto en duda mi
participación, pero tenía que llegar a una valoración más fría. Así, se apoya también en la
opinión del preparador atlético. Decidimos juntos discutirlo con Giorgio: hasta ahora
habíamos conseguido los mejores resultados los tres y este momento crítico debía
afrontarse del mismo modo. La decisión está tomada: prepararé el Mundial sin tirar.
En su casa, sentados cerca de la piscina, Giorgio me repite con una mirada muy
tranquilizadora: «No necesitas entrenarte, los esquemas los tienes en la cabeza, sólo
debemos trabajar psicológicamente. Los esquemas ya te aparecerán». Pero la idea me
desalienta y respondo: «No puedo, si no me entreno duramente no llegaré preparado».
Giorgio subraya que un atleta como yo ya ha adquirido los esquemas psicomotores y de
combate en el curso de muchos años de esfuerzos y victorias, y no es necesario
recorrerlos de nuevo antes de cada competición: cuando entre en el trance agonístico
aparecerán por sí solos. En otros términos, el trabajo sólo es de cabeza.
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Aquel encuentro resulta un auténtico viraje. No es fácil decidir afrontar el Mundial
sin tirar en la pista, parece casi una locura. Sin embargo, Giovanni es extraordinario:
«Una vez tomada una decisión se sigue adelante sin vacilaciones». Yo, en medio de estos
dos tan convencidos, sólo puedo exclamar: «¡De acuerdo!». En el fondo, como ya he
dicho, combatiría en el Mundial incluso haciendo la vertical.
Una vez aceptado el trabajo, vivo con tranquilidad la nueva experiencia.
Normalmente soy el tipo que toma una vía, la cuestiona y cambia continuamente de
dirección. Pero esta vez es distinto y sigo el recorrido con convicción. Por una parte,
trabajaré con Giorgio y Giovanni; por otra, con el preparador atlético; con él me dedicaré
a largas lecciones dirigidas, siguiendo un programa totalmente distinto del de los demás
muchachos de la selección nacional.
La conversación termina con una de las habituales afirmaciones finales de Giorgio:
«Tu talento está fuera de discusión y es tan grande que puede llevarte fuera del camino,
como te ha sucedido en el pasado... Lo estábamos reeducando bien, pero ahora hemos
tenido una emergencia y debemos cambiar de estrategia para actuar de modo que
consigas ganar incluso con tu handicap».
Luego entramos en casa y llevamos a cabo un ejercicio de hipnosis superior
realmente particular.
Giovanni está casi conmocionado. Relata: «Hizo que nos pusiéramos cómodos
como siempre, y procedimos con la misma secuencia autohipnótica; luego Giorgio nos
indicó que dirigiéramos la energía hacia una mano, específicamente la mano que no
sostiene la espada, para mí la derecha, diciéndonos que la energía eléctrica producida en
el interior de nuestro cuerpo y vehiculada hacia la mano la convertiría en una mano de
piedra. Luego nos pidió que abriéramos los ojos y él se lanzó sobre mi mano con todo su
peso, y Giorgio no es pequeño, ni ligero. No opuse resistencia y mi mano no se movió:
soportaba el peso de Giorgio... Una experiencia extraordinaria...».
Yo, por el contrario, no logro cumplir hasta el fondo el mandato hipnótico, y por eso
me enfado un poco. Giorgio nos explica que Giovanni es más sensible y menos resistente
que yo a dejarse ir. Como buen livornés, mirando a Giovanni no consigo contenerme:
«Peligroso esto de que eres poco resistente y te dejas ir, ¿eh?». Él con su voz cálida y
decidida me refriega de inmediato: «Me dejo ir porque tengo unos fundamentos muy
fuertes que no ceden».
Esta experiencia nos da una gran fuerza porque nos muestra una nueva posibilidad,
la de dirigir hipnóticamente la sensación de intensa energía interior, casi explosiva, sobre
el brazo que no sostiene el sable, de tal modo que llega a anestesiar la pierna. En la
práctica, se trata de hacer algo similar a lo que sucede cuando un animal, aunque herido,
consigue capturar la presa o combatir contra un agresor sin notar el dolor, dado que toda
la atención mental se desplaza hacia el salto.
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Giorgio nos explica de modo riguroso el funcionamiento de la técnica. Esta
modalidad es característica de las artes marciales tradicionales. Nos cuenta cómo los
antiguos maestros de kung-fu, gracias a esta autoinducción, eran capaces de transformar
sus manos y sus pies en armas duras y cortantes, así como de lograr que el propio
cuerpo fuera capaz de absorber golpes potencialmente destructivos. Ueshiba, el fundador
del aikido, un hombrecito que pesaba unos sesenta quilos, lograba poner rígido su brazo
hasta el punto de que varios hombres mucho más corpulentos que él eran incapaces de
doblarlo. No hay nada misterioso en ello: hoy las investigaciones demuestran que se trata
de energía eléctrica, que mediante la autosugestión se dirige a una parte del cuerpo hasta
conseguir que dicha parte se endurezca como si se convirtiera en acero. Por otro lado,
Giovanni y yo hemos vivido esta experiencia.
Ahora sólo me queda comprometerme y aprender lo mejor posible. Pero como
suele suceder en estos asuntos, cuanto más te esfuerzas menos consigues. Giovanni y yo
tenemos estilos perceptivo-cognitivos diferentes: él responde muy bien a las sugestiones
rigurosas y a las indicaciones fisiológicas, mientras que yo, que soy como los niños, por
así decir, necesito figuras. Conmigo Giorgio trabaja visualizaciones distintas de las lógicoracionales. En primer lugar me pregunta cuál es mi animal preferido, y yo respondo: «El
tigre». Durante las visualizaciones me propone de nuevo la imagen del tigre herido que
agrede al ciervo sin sentir dolor, y finalmente respondo a la perfección.
Luego la dificultad del ejercicio aumenta. No sólo debemos conseguir endurecer la
mano, sino que debemos asimismo dirigir la energía a voluntad hacia todas las partes del
cuerpo, como algo que te bombea en las venas, que inflama los nervios. La sensación es
de extrema relajación, como una respiración tranquila, profunda como la ola del océano,
mientras que los músculos y las zonas donde has dirigido la energía a través de las
visualizaciones están dispuestas a deslizarse. Eres realmente un tigre listo para el asalto.
Recuerdo bien la primera vez que debía convertir mis manos en las zarpas del
felino: sentí que mis dedos se transformaban en los del tigre, capaz de agarrar con una
energía extraordinaria.
Es la sensación de entrar en un estado de conciencia alterada que te carga de
energía hasta casi sentir que estallas, notas todos los músculos tónicos y al mismo tiempo
tienes una sensación de calma, lucidez y dominio de todos tus gestos. Es una experiencia
de presencia total y de profunda serenidad.
Terminado el ejercicio, una vez abiertos de nuevo los ojos, debemos soplar
profundamente, extender el brazo que no sostiene la espada e inducir otra vez la
sensación de rigidez de la mano y de la garra.
La semana siguiente Giovanni se traslada con una parte del equipo a Catania, donde se
celebrará el Mundial. Yo iré solo, tras dos sesiones más de trabajo mental con Giorgio
para preparar la competición. Mientras tanto, cada día me ejercito diligentemente en la
práctica autohipnótica, logrando evocar cada vez mejor las sensaciones deseadas.
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En la primera sesión repetimos el ejercicio. Giorgio con su habitual voz envolvente
me guía para incrementar los detalles de la imagen. Me siento realmente el tigre herido
que salta sobre el ciervo sin advertir ningún dolor durante el asalto. Siento palpitar mi
cuerpo como el del gran felino y casi me parece sentir que mis garras y mis dientes
descuartizan la presa. Es extraño, porque cuando vuelves a la realidad te sientes cansado
como si realmente hubieras vivido lo que has imaginado. Los músculos están cansados y
distendidos como después de un entrenamiento.
El lector debe pensar que para alguien como yo, acostumbrado a darlo todo en el
entrenamiento, verse llevando a cabo únicamente un trabajo mental es, por lo menos,
una situación insólita. Sin embargo, me siento bien, no temo no estar a la altura de la
competición, ni me siento mermado por mi handicap físico.
El día antes de partir para Catania vuelvo a ver a Giorgio para la última sesión de
visualización hipnótica: la misma técnica, las mismas imágenes y sensaciones, la misma
calma decidida, carga explosiva y serenidad al mismo tiempo.
Hacia el final del ejercicio, mientras repito la parte del endurecimiento del brazo con
los ojos abiertos, Giorgio me dice con su sugestiva voz que debo hacer este ejercicio
antes de cada encuentro. Si Giovanni está al borde de la pista, debemos hacerlo juntos
mirándonos a los ojos. Además tengo que repetirlo cada vez que me sienta en tensión o
bajo estrés.
Me explica que esta tarea, para alguien como yo, que tiene una gran sensibilidad
para las visualizaciones, pero una mayor dificultad para adquirir mandatos lógicos
estructurados, representa una especie de mandato posthipnótico capaz de hacer llegar
rápidamente al estado de trance agonístico y de identificación sugestiva con la fiera
atacante.
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El Mundial
Aterrizo en Catania con el vuelo de Roma e inmediatamente me encuentro con Giovanni,
quien tiene trabajo para mantener a raya a los periodistas que quieren saber cómo me
encuentro. A todos les respondo: «Estoy bien, pero no he practicado la esgrima».
Estupefactos, contestan: «¿No has tirado?». Y yo: «No, no he tirado. He hecho otro tipo
de trabajo igualmente importante y comprometido, pero no he tirado».
A mi llegada estoy muy tranquilo, no noto el desconcierto que siempre me invade en
momentos como éste. En el hotel he tenido una asociación positiva: aunque me haya
liberado de los rituales y conjuros, advierto con intensidad el efecto de las condiciones
que me rodean. Si el lugar es hermoso o el día agradable, si el hotel es confortable y
elegante, obtengo positividad de ello. Y Catania lo tiene todo. Me vienen a la mente las
palabras de Giorgio: «La realidad no es la que está allí fuera, sino la que veo a través de
mis gafas. Si llego desde cualquier parte mal dispuesto, veo la fealdad incluso donde está
la belleza. Si llego con una buena disposición, todo lo veo hermoso». «Sí —pienso—, así
es.» En Catania me siento realmente bien dispuesto, y todo a mi alrededor se
corresponde con mis buenas sensaciones. Además, el hecho de haber declarado
públicamente que no me había entrenado en la pista me hace sentir psicológicamente más
ligero, como si pudiera ser una justificación en caso de que fallase. Ciertamente, sé muy
bien que esto no me salvará de las críticas. Y sobre todo de mí mismo.
Algunos periodistas, casi queriendo confirmar mis palabras, se dirigen a Giovanni en
calidad de comisario técnico: «Entonces, ¿es cierto que Aldo no ha tirado en estos
meses? ¿Por qué la decisión de hacerlo participar igualmente?». Con su calma proverbial,
sin añadir nada más, Giovanni responde: «Veréis que todo irá bien».
Por otra parte, Giovanni es así: una vez tomada una decisión y una línea de
conducta, sigue adelante como un tren, sin titubeos. Estoy tranquilo y confiado por el
trabajo llevado a cabo. Me he encomendado a Giorgio para el aspecto psicológico, a
Giovanni para el aspecto técnico y a Andrea para el físico. Somos un equipo compacto,
aunque en la pista tiraré yo solo.
La mañana de la competición abro los ojos y me siento preparado. Llego al palacio
de deportes con una sensación de gran positividad. Claramente, me siento también algo
preocupado, pero no se trata del interrogante del ansioso que lo cuestiona todo y genera
inseguridad. Es más bien otro tipo de interrogante: siento curiosidad por descubrir cómo
irá con esta nueva modalidad de afrontar las cosas.
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Comenzamos el precalentamiento y siento que las cosas van bien. Antes de empezar
la competición, junto con el maestro, se elabora el primer enfoque del combate. Después
de un breve precalentamiento físico, con corsé y estiramientos, el maestro te guía en una
serie de intercambios esgrimistas, después se prosigue con simulaciones de asaltos con
los compañeros de equipo. En Catania, sin embargo, prefiero saltarme la última parte, así
trabajo sólo con Giovanni. Durante la lección me señala el blanco, las medidas, las
acciones de ataque y de defensa, para activar los reflejos, la coordinación y el golpe de
vista sobre la distancia. Al final, como de costumbre, se deja tocar para que experimente
la sensación.
Tanto Giovanni como yo advertimos que las cosas van en la dirección adecuada; la
lección resulta fluida, me siento realmente muy bien. Estamos rodeados de personas que
quieren fotografiarse conmigo, y yo estoy sereno y feliz de satisfacerlos. Giovanni
interviene para alejarme y crear aquel mínimo espacio de concentración necesario antes
de la competición.
Conocemos ya la secuencia de los encuentros previstos y sabemos que no será fácil
el camino que debemos recorrer.
P RIMER DUELO
El primer encuentro es generalmente difícil para todos, porque tienes que entrar en
competición. Sin embargo, el mío está previsto en un horario favorable y el adversario
turco Firat es asequible. El contrincante justo en el momento justo de la competición.
Sobre todo para mí, que no practico desde hace meses.
Giovanni y yo nos miramos, hacemos el movimiento de reclamo hipnótico y
¡adelante!... Desde los primeros puntos me digo: «¡Guau, oh... aquí estamos!». Me
concentro en las sensaciones de la pista y en mis reacciones, y me siento satisfecho. Más
tarde, Giovanni me dice que he tirado algunos toques problemáticos: cambios de
dirección de atrás hacia delante, pero que he resuelto muy bien, en los tiempos justos. De
hecho, la mayor duda de todos tenía que ver con la elección de los tiempos. Al no tirar
durante meses mi sensibilidad podría ser insuficiente. En cambio, Giovanni está
agradablemente sorprendido al ver que la elección de los tiempos es justa, que la reacción
del cuerpo es correcta, suave, y que la dirección de los toques hacia delante está bien
orientada, no me alejo de mi posición de guardia, mi postura está perfectamente
equilibrada.
Giovanni me cuenta que en la sala central, donde se ha desarrollado mi primer
duelo, se percibía la espera de todos por ver qué haría después de tres meses y medio de
ausencia de la pista. Los expertos, el público, los periodistas están preocupados... Pero
todo sale a lo grande.
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SEGUNDO DUELO
Más de una hora después comienza el segundo asalto. El adversario es Oh Eun Seok, de
Corea del Sur. Mi objetivo es combatir en este encuentro, no miro más allá ni me pido
demasiado. Sé que estoy ante un contrincante totalmente distinto del turco. Es fuerte,
pero con una temporada más bien difícil a sus espaldas. Ciertamente, no es un recién
llegado, con dos medallas de oro en los Mundiales. Sin embargo, no ha brillado en la
Copa del Mundo. Será sobre todo una batalla física, porque los coreanos mueven muy
bien las piernas, con precisión, pero son muy esquemáticos: pecan en fantasía e
inspiración. Me digo a mí mismo: «Si le rompo el esquema, puedo con él». Subo a la
pista, soplo fuerte, extendiendo el brazo izquierdo y salgo bien inmediatamente. Estoy
impresionado porque logro mantener el ritmo del coreano incluso desde el punto de vista
físico. Además me digo: «Si pongo algo mío, la elección del tiempo, la fantasía... el
combate está hecho». Y va exactamente así. No pienso en el dolor, no me preocupa.
Debo pensar en la competición, en ésta y basta. Durante el combate me concentro en
cada punto en particular, sin pensar en la meta final. La victoria resulta fácil, queda por
debajo de los diez.
Después del encuentro, Giovanni dice: «Aldo ha clavado al adversario sin hacer
ruido. Ha logrado empujarlo, tenerlo bajo presión y cogerlo al principio de cada iniciativa.
La idea era ataque sobre ataque. Ha seguido tácticamente los dos meses de trabajo, en
los que nos hemos desplazado de la defensa larga al ataque. Lo bueno era la serenidad de
Aldo».
Tras estos dos asaltos ganando, en la sala de llamada me permito añadir una tarea
más a las prescritas por Giorgio. La sala de llamada es el lugar donde los atletas deben
reunirse media hora antes del asalto. A cada uno se le asigna un color, son cuatro pistas
con otros tantos colores distintos, cuatro listas y dos atletas por lista. Ocho atletas
esperan allí el momento de la llamada. Son instantes de mucha tensión, algunos se
distraen con música, otros intentan concentrarse y otros permanecen absortos, cada cual
tiene su técnica. Yo reemprendo un ejercicio para mantener la concentración y la
presencia en la pista. Si no hago nada, corro el riesgo de dormirme o de permitir que
emerjan pensamientos demasiado negativos. El ejercicio me ayuda a subir a la pista
cargado; es una carga ligera, no la de la mochila a la espalda, sino una carga positiva,
buena. He sentido muchas ganas de entrar en la pista, mientras que, en cambio, cuando
hay muchas competiciones, a menudo tienes miedo de subir a ella. Uso la concentración
con los ojos cruzados en alto y la visualización del encuentro del modo más natural
posible. Conozco el nombre del árbitro y el color de la pista, así que en la visualización
utilizo al árbitro, la pista y al adversario. Proyecto la película del encuentro.
Me concentro en mí mismo, veo qué hago y qué no hago en mi película: algunos
gestos son positivos, otros negativos, pero no me dejo condicionar ni por lo positivo ni
por lo negativo. Es como si dirigiese un cono de luz sobre mi combate.
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En el momento de la llamada, acompañada de música, entramos todos en fila. Hay
una tensión hermosa, positiva, con la urgencia de iniciar enseguida el asalto. Estoy
centrado en el momento presente, estoy allí y no existe nada más.
T ERCER DUELO
El tercer duelo es contra el canadiense Philippe Beaudry, sobre el papel claramente
inferior al adversario que acabo de tumbar. Además, yo había hecho mis visualizaciones
con el atleta francés Julien Pillet con quien, según las previsiones, tendría que
enfrentarme. Me encuentro ante esta sorpresa. Me digo: «Ha vencido a uno fuerte: o
bien ha tenido una jornada muy positiva, o tal vez ha logrado una mejora excepcional en
estos tres meses, o quizás ha tenido una suerte desmesurada». Sigo el mismo
procedimiento antes del asalto. También a él lo domestico enseguida como a un cordero,
y lo dejo a ocho. En este caso, la superioridad ha sido tanto en defensa como en ataque.
Lo sorprendente es que me he sentido sereno y tranquilo, como si flotara...
CUARTO DUELO
El círculo comienza a estrecharse. Sin embargo, no pienso en la final, sino en el
adversario, estoy centrado en él y en mis sensaciones. El contrincante es de nuevo de
Corea del Sur, el campeón del mundo Won Young Woo. Durante el invierno vino a Roma
a entrenarse y sorprendió a todos: era fuerte y tenía una gran seriedad. Debería estar
muy preocupado porque en aquella ocasión tiré con él y noté que su esgrima me
planteaba dificultades. Además había otra señal de alarma: había combatido con él en
Varsovia para una prueba de la Copa del Mundo y me batió limpiamente, con facilidad.
Aquella vez salí del combate diciéndole a Giovanni que no había entendido nada. Aunque
tendría que estar muy agitado, en cambio, mantengo la concentración. En la sala de
llamada el ejercicio ha funcionado bien, además estamos en Italia. El combate se resuelve
en dos momentos cruciales: cuando me doy cuenta de que el coreano está
extraordinariamente nervioso, me digo: «Debe de tener algún problema»; luego un ataque
rapidísimo desde el fondo de la pista. Won tiene unas piernas excepcionales y, por lo
general, cuando defiendes y vas hacia atrás eres más veloz que cuando atacas y vas hacia
delante; yo, en cambio, he hecho un ataque en el que he eliminado la distancia y lo he
llevado hasta el fondo. Won está completamente caído hacia atrás: al acelerar se ha
desequilibrado con los hombros y ha caído al suelo.
Me doy cuenta de que tengo un ataque formidable, sigo ritmos que quizá no he
tenido en otras ocasiones. Lograr defenderme en la distancia, retomar un ataque, hacer
catorce metros con rapidez a un ritmo adecuado y sin perder el equilibrio, es desde luego
comerle la distancia al adversario hasta lograr que caiga: allí entiendo que soy superior en
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el ataque. Voy con ventaja por 13 a 7 y por un momento tengo un exceso de seguridad:
me parece que ya tengo la victoria en el bolsillo. El contrincante coge confianza y
consigue anotar puntos importantes; se acerca peligrosamente. Me he relajado un poco,
creía que el adversario aflojaría al ver la ventaja y, en cambio, como buen coreano no lo
ha hecho. En este punto me espabilo y acabo arrollándolo otra vez en ataque. La
puntuación final del encuentro es de 15 a 8.
Tras este combate ya he conquistado la medalla de bronce, pero siento que puedo
hacer más. Lo que me preocupa es la resistencia física. Tras los cuatro primeros asaltos
me pregunto: «¿Aguantaré otros tres?». Me siento con buena energía, pero el
interrogante persiste. Cuanto más avanzo más difíciles son los encuentros. Por lo general,
al final de uno se sienten dolores debidos al ácido láctico, pero esta vez no. La resistencia
es muy buena. También el trabajo específico sobre los seis encuentros llevados a cabo
con el preparador está dando buenos resultados.
La preocupación aumenta: debo combatir con otro adversario de Corea del Sur, Gu
BonGil, y con los coreanos se requiere mucha energía, porque la distancia es su punto
fuerte y obligan al contrincante a un gran movimiento a lo largo de toda la pista. Además,
ya me he enfrentado a dos. Me pregunto: «¿Lo conseguiré?».
QUINTO DUELO
Me enfrento a Gu Bon-Gil. Me dejo ir más desde el punto de vista táctico, tiro toques
que en teoría no podría, luego cambio de dirección atrás-adelante. Me siento confiado,
libre de temor. Entre otras cosas, este combate es más ajustado desde el punto de vista
de la puntuación porque gano por trece. El adversario es realmente fuerte, uno que nunca
afloja. Ya me había ganado en Padua.
Además, las dos semifinales se disputan en la pista central, por lo que el público
puede asistir a las dos. Esto es algo que puede jugar o no a mi favor. Apenas llamados
para la semifinal, oigo un vocerío muy fuerte que me llena de energía. Empiezo el
combate feliz de luchar con todas mis fuerzas. Luego, naturalmente, comienzan los
problemas: algo de tensión, el deseo de demostrar a los demás mi fuerza, mientras que en
los anteriores enfrentamientos he combatido sobre todo para mí mismo. El contrincante
logra jugar sus cartas, pero me mantengo siempre con ventaja. La sensación es de
presencia constante sobre la pista. En un par de ocasiones recurro al ejercicio de la mano
para recuperar las energías y la concentración.
En esta ocasión gano por 15 a 13, pero he sudado lo mío. Tras este asalto estoy
cansado, aunque me siento con energía.
EL ÚLTIMO DUELO: LA FINAL
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Antes de subir a la pista, en un instante, me vienen a la mente numerosas imágenes, entre
ellas las de mi abuelo y mi padre, como si estuvieran allí, presentes para mirarme... El
peso de la responsabilidad es como una roca que sientes que podría aplastarte.
Ya en 2007 se me escapó la final del Mundial en San Petersburgo. En aquel
momento me enfrenté al ruso Pozdniakov, que jugaba en casa y me vapuleó. Ahora,
frente a mí, el alemán Limbach. Debo vencer sin falta.
Soplo fuerte, extiendo el brazo y entro en aquel estado de gracia que ya he
aprendido a producirme rápidamente. Ahora me digo: «Esto no lo dejo escapar». No
estoy intentando autoconvencerme, lo siento realmente. Siento sobre todo que el físico
resiste y ello me da confianza. También con Gu subí a la pista cansado, pero ligero. Esto
me da fuerza para intentarlo.
En otras ocasiones sientes los calambres, las piernas parecen dos trozos de madera,
luego encuentras alguna estratagema, pero al final cuando las piernas ceden no vas a
ninguna parte. Ahora, en cambio, las siento frescas, y la mente libre y concentrada en el
combate. Limbach, me digo, es un atleta con el que me siento bien. Es limpio y fuerte,
en los últimos cuatro años ha conseguido siempre medalla en el Mundial: ha ganado un
oro, dos platas y un bronce, y es más joven que yo. Practica una esgrima que me gusta,
trabaja mucho sobre la distancia; es técnico y desde el punto de vista esgrimista es
hermoso dialogar con él.
Al comienzo del asalto me siento tranquilo y decidido, pero Limbach arranca bien y
toma de inmediato una buena ventaja: 0 a 4. Sorprendentemente, esto no me abate
psicológicamente ni me preocupa. Me concentro y golpe a golpe, no sólo lo alcanzo, sino
que rápidamente le doy la vuelta a la situación: de 0 a 4, a 8 a 4. El público llega al
delirio, y ahí me emociono. A mi energía se añade la que me llega del público, como una
ola poderosa que me empuja con fuerza.
Tras un error del árbitro, gracias al vídeo se me reasigna un toque. Hay tensión,
pero nos sentimos serenos en la gestión del encuentro. Miro a Giovanni, que con un
gesto me indica que todo va bien: desde el punto de vista técnico, todo va perfecto, paso
con facilidad de la defensa al ataque y domino el centro de la pista.
Es un combate tenso, porque Limbach es realmente fuerte, después de todo nos
estamos jugando un Mundial. Estoy ganando con ventaja, pero de improviso se enciende
un semáforo rojo. Tal vez el miedo a la victoria.
Estamos 14 a 8: parada, él ataca, va hacia el lado derecho, lo veo, doy medio paso
hacia atrás para parar el golpe, él sigue con la espada, respondo, casi lo alcanzo... Así, él
me toca. Estamos 14 a 9.
La parada es la acción más difícil. Me siento seguro porque he parado su ataque y
habría podido cerrar el encuentro. Pero me emociono como el pescador que captura el
pez y dice: «Lo he cogido, lo he cogido, es muy grande...», y luego no consigue sacarlo
fuera y lo pierde.
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Entonces comienzo a perder los golpes, como si se hubiera roto el embrujo.
Limbach coge confianza, la confianza de quien se siente más libre de actuar. Estamos en
dos planos distintos: el adversario ya no tiene nada que perder, mientras que yo debo
cerrar el encuentro para ganar. Al comienzo, los dos partimos de cero, ambos podemos
perder y ganar. Pero en una determinada puntuación uno de los dos no tiene más que
perder y el otro no tiene más que ganar. En este caso no tengo más que perder, porque
ya estoy a 14.
Así, Limbach, como gran campeón que es, comienza a ganar un punto tras otro y
remonta hasta 14 a 12. Me siento incapaz de frenar su remontada, mis pensamientos
bloquean mis acciones como si estuviese escayolado. El público me anima y grita:
«¡Aldo, Aldo, Aldo!». Siento verdadero terror, me digo: «Si pierdo, qué papelón, me
escondo bajo tierra... Si pierdo, éstos me matan». Pienso en estas cosas entre un punto y
otro. Recibo golpes terribles y la cabeza se me va.
En un determinado momento, después de un asalto ganador, Limbach se gira hacia
el público que grita mi nombre y lo incita todavía más, como diciendo: «¡Venga! Gritad
más, así gano mejor». Éste fue un momento crucial, porque aquel gesto fue para mí
como un despertar, en el sentido de que aquella breve interrupción del flujo del duelo y
su comunicación con el público de manera casi provocadora me permitieron despertar de
mi entorpecimiento y saltar fuera de la trampa de mis pensamientos, entrando así de
nuevo en el estado psicológico del ganador. Entonces me pongo la máscara, hago un
«no» con la cabeza —se ve en el vídeo— y pienso: «Mira a éste, que viene a pasarse de
listo en mi casa». Retomo el control y me digo: «Ahora ya no debe quedar nada».
Comienza el asalto y hago que ataque para atraerlo a mi trampa, él tira y yo esquivo
el golpe. Vuelvo al ataque, pero en lugar de saltarle encima avanzo lentamente hasta el
fondo de la pista. Lo pongo en dificultades porque él nunca hubiese esperado de mí esa
sorprendente táctica de ralentización del asalto. Limbach está allí, ante mí, tenso, y
espera hacer algo en defensa, o una toma de espada o un contraataque; de golpe acelero
el ritmo y lo toco abajo, dejándolo consternado y vencido.
Se ha llevado a cabo la empresa imposible. Tres meses sin tirar y una victoria
estrepitosa.
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EPÍLOGO
Dos semanas después del Mundial, y con la mirada puesta en las Olimpíadas de 2012,
Aldo Montano fue operado del tendón de la pantorrilla. Los médicos que hicieron la
reconstrucción del tendón lesionado y necrótico dijeron que lo que había sucedido era
imposible: combatir y ganar la competición internacional con una pierna en aquellas
condiciones. Por otra parte, hoy en día los sablistas son atletas completos, presentan
necesariamente una condición física de alto nivel.
Ya no es posible, como lo fue en el pasado, considerar a un esgrimista como un
artista de la pista: ahora los sablistas siguen escrupulosamente programas plurianuales, en
los que se cuidan todas las facetas para una preparación correcta. La técnica, los
aspectos metabólicos, así como otras cuestiones, son profundamente analizados y
potenciados año tras año.
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre cómo los límites de una actuación son físicos
sólo en parte. Además, en la mayoría de los deportes se han superado ampliamente los
que habían sido definidos como récords infranqueables; todo lo demás tiene que ver con
la preparación técnica y mental del atleta. Si se analizan con atención las evoluciones del
estudio de la preparación competitiva, se pone de manifiesto que dichas evoluciones
están estrechamente vinculadas al análisis, cada vez más minucioso y tecnológico, del
gesto atlético, así como a la psicología del individuo, con la finalidad de permitir que el
atleta adquiera modelos de percepción y de reacción cada vez más elevados, mejorando
así su rendimiento. Por ejemplo, en los deportes de combate, la capacidad de percibir las
señales más mínimas u ocultas del adversario para anticipar sus movimientos; o en los
deportes extremos, la capacidad de disminuir el ritmo cardíaco hasta los diez o quince
latidos por minuto para resistir más tiempo en condiciones de falta de oxígeno; o
también, más simplemente, el adiestramiento psicomotor para convertir un gesto artificial
en una reacción automatizada y espontánea, no mediada por el razonamiento. Todas
estas capacidades son el fruto de un trabajo que implica constantemente la interacción
entre procesos mentales, reacciones y actos motores, donde en ocasiones el
adiestramiento psicológico es lo que permite superar el límite físico; y, viceversa,
situaciones en las que a través de un reiterado condicionamiento motor se llega a influir
en la psicología del sujeto, elevando sus capacidades. En las actividades circenses, así
como también en algunas artes marciales, el adiestramiento se focaliza primero en el
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movimiento corporal, para devenir luego cada vez más mental: gracias a esta sinergia el
sujeto puede superar sus propios límites naturales. En el caso de la meditación y la
hipnosis aplicadas a aprendizajes superiores, el recorrido es inverso. Nos concentramos
primero en la adquisición de particulares capacidades de influir en el cuerpo a través de la
concentración mental, induciendo determinados efectos mediante la concentración y las
sugestiones, para pasar luego al adiestramiento motor dirigido, hasta hacerlo, también en
este caso, espontáneo y natural.
Como puede comprenderse, el objetivo es conseguir que la interacción entre mente
y cuerpo, y viceversa, se transforme en un todo fluido, que convierte a su conjunto en
algo superior a la suma de las partes. Esto es lo que sucede cuando, durante la
competición, el sujeto entra en el denominado «trance agonístico» para los atletas o
«trance artístico» para los músicos, bailarines, etcétera.
Tal estado hipnótico, un estado de conciencia alterado, permite ampliar la
percepción interior y exterior, y hacer que los repertorios de acción incluso complejos —
como puede ser una competición atlética o una actuación artística— se vuelvan naturales
y fluidos, sin rigidez, capaces de crear aquel estado de gracia que permite la consecución
de resultados extremos.
Para llevar todo esto a cabo, es necesario ser experto, por una parte, en lo que
concierne a la ejecución en sentido técnico y, por otra, en estrategias mentales gracias a
las cuales el trabajo orientado a los resultados vaya más allá del mero adiestramiento
físico y motor.
Como creemos que se ha puesto de manifiesto en la exposición, es necesario, con
este fin, que la contribución de tipo puramente psicológico se ajuste como un guante a la
tipología del rendimiento que debe realizarse, y esto hace que sea ineludible un trabajo
conjunto entre el experto en estrategias mentales y el experto en la técnica atlética o
artística en la que se interviene. Y no sólo esto, sino que para que tal sinergia resulte de
verdad «aparentemente mágica» en sus efectos debe ser cosida como un traje a medida
de las características individuales de cada atleta o artista. Con frecuencia, sin embargo, el
trabajo conjunto entre las distintas figuras profesionales encuentra algunas dificultades, al
igual que a menudo el atleta o el artista se resisten a seguir un itinerario distinto del
representado por el habitual aprendizaje deportivo o artístico. En el caso de nuestra
historia, en cambio, se generó desde el primer momento una complementariedad
constructiva entre los tres protagonistas, creando aquel efecto de conjunto que ha
superado con diferencia la mera suma de las partes.
Además, desde hace milenios en las distintas culturas y a través de diversas
modalidades, los seres humanos han perseguido el mismo objetivo de poner a punto
estrategias específicas para alcanzar capacidades «superiores» a las que dictan los límites
físicos y biológicos.*
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Estos conocimientos transversales a las diferentes disciplinas, esotéricas e iniciáticas
primero, y luego poco a poco cada vez más empíricas y científicas, han evolucionado
todavía más en la actualidad, gracias no sólo a experiencias concretas verificadas, sino
también en virtud de estudios sistemáticos realizados con las modernas tecnologías.
Todo ello permite disponer de un saber aplicable a las personas que quieran elevar
su rendimiento personal. Ciertamente, éste no es un recorrido fácil, ni exento de esfuerzo
y de dolor, puesto que prevé un entrenamiento prolongado, así como humildad y
tenacidad bajo la guía de verdaderos maestros.
Sin embargo, hay que tener presente que, si bien es cierto que todos podemos
aprender a tocar el piano estudiándolo durante unos diez años, pocos son realmente los
artistas de talento que, cuando ponen los dedos sobre el teclado, produzcan escalofríos.
Éste ha sido el caso de Aldo Montano.
GIORGIO NARDONE, GIOVANNI SIROVICH
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LAS REGLAS DEL SABLE
La esgrima moderna se subdivide en tres tipos de armas: el florete, la espada y
el sable.
El sable es un arma «tricortante», ya que los toques, los puntos, pueden darse
con la punta, el filo y el contrafilo.
El juego consiste en tocar con la propia arma la superficie válida del
adversario. Gana quien alcanza primero los quince toques.
La superficie válida comprende todo el tronco del sablista, desde la cintura
para arriba, incluidos los brazos y la cabeza.
Los toques son señalados por un aparato eléctrico que enciende la luz de quien
toca primero la chaquetilla del adversario con la propia arma.
En el sable, quien ataca tiene prioridad, se premia la iniciativa. Se define como
válido un ataque cuando el atleta avanza hacia el adversario amenazando la
superficie válida.
La defensa puede efectuarse con el arma o con la medida, es decir, con la
distancia.
La defensa de distancia consiste en inutilizar el ataque sufrido esquivándolo,
mandándolo al vacío, haciéndolo concluir sin dejarse tocar.
La defensa con el hierro consiste, en cambio, en la utilización del sable para
frustrar la ofensiva del oponente. Esto puede suceder parando el golpe del
adversario o bloqueando el camino de la hoja del contrincante con la propia.
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Notas
* G. Nardone, Problem solving strategico da tasca, Ponte alle Grazie, Milán, 2009 (trad. cast.: Problem solving
estratégico, Herder, Barcelona, 2010).
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* G. Nardone, Cavalcare la propria tigre, Ponte alle Grazie, Milán, 2003.
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* G. Nardone, C. Loriedo, J. Zeig y P. Watzlawick, Ipnosi e terapie ipnotiche, Ponte alle Grazie, Milán, 2006
(trad. cast.: Hipnosis y terapias hipnóticas, RBA, Barcelona, 2008).
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* Véase la ficha «Las reglas del sable» al final del libro.
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*G. Nardone, Paura panico fobie, Ponte alle Grazie, Milán, 1993 (trad. cast.: Miedo, pánico, fobias, Herder,
Barcelona, 1997).
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* Nardone, Loriedo, Zeig, Watzlawick, Ipnosi..., op. cit.
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Resurgir y vencer
Giorgio Nardone, Aldo Montano y Giovanni Sirovich
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código
Penal)
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta
obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 /
93 272 04 47
Título original: Risorgere e vincere
Publicado originalmente en italiano por Ponte alle Grazie, an imprint of Adriano Salani Editore
© del diseño de la portada, Judit G. Barcina, 2013
© 2012 Adriano Salani Editore S.p.A, Ponte alle Grazie, an imprint of Adriano Salani Editore
© de la traducción, Vadeletras S.C.P., 2013
© de todas las ediciones en castellano
Espasa Libros, S. L. U., 2013
Paidós es un sello editorial de Espasa Libros, S. L. U.
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.planetadelibros.com
Primera edición en libro electrónico (epub): febrero 2013
ISBN: 978-84-493-2850-3 (epub)
Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.
www.newcomlab.com
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Índice
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
LA HISTORIA
EPÍLOGO
LAS REGLAS DEL SABLE
NOTAS
CRÉDITOS
3
5
6
11
43
46
47
54
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