FUNDAMENTO BÍBLICO DE LA VIDA CONSAGRADA En la búsqueda de los fundamentos bíblicos de la vida consagrada nos detendremos particularmente en el NT, y más en concreto, haremos a los evangelios algunas preguntas, partiendo, de la misma vida consagrada tal como está hoy configurada Lo que importa en este modo de examinar los evangelios, no exento de peligros, es no imponer a los textos significados que no tienen. Por eso, en esta primera unidad didáctica, nos limitamos a buscar en los propios evangelios los fundamentos o raíces de la vida consagrada, y no su figura completa. Además la lectura que proponemos no intenta una profundización analítica de cada uno de los pasajes evangélicos, y menos aún pretende considerarlos todos se limita a seleccionar los textos globales y sintéticos, atendiendo a captar el conjunto (exactamente, el fundamento) más que los detalles Los estudios que buscan en los evangelios las huellas de la vida consagrada en la multiplicidad de los elementos esenciales y características que la determinan, o que más sencillamente, analizan en detalle algunos textos, son numerosos y excelentes En cambio son más raros o en todo caso, más útiles para nuestra finalidad los intentos de síntesis que, lejos de contentarse con reunir la multitud de aspectos aproximándolos o incluso engarzándolos uno en otro horizontalmente, se esfuerzan en identificar el núcleo que los genera, los unifica y, a la vez, los mantiene abierto y siempre disponibles a nuevas formas. El itinerario elegido requiere una justificación. La lectura evangélica que haremos en esta unidad didáctica, parte de la identificación de Jesús visto en las dos coordenadas que definen su experiencia religiosa profunda: su estar ante el Padre y su dedicación a la misión que él le confio- y no directamente de la del discípulo. Antes, y más que los textos del seguimiento, nos interesan los cristológicos. La elección no es de poca monta, sino absolutamente necesaria, si el fin que nos proponemos no es, según queda dicho, ilustrar todos los aspectos de la vida consagrada, sino su centro, aquel rasgo que da color a todos los demás. La vida consagrada se inserta en la vida cristiana, de la cual se distingue ante todo, y no solamente por éste o aquel rasgo particular, sino por una radicalidad y concentración particular en el centro del evangelio entero. Así las cosas, nuestro objetivo en esta primera unidad didáctica parece claro: Centrar nuestra mirada contemplativa en la experiencia de Jesús consagrado. - Adentrarnos en las bienaventuranzas desde la óptica concreta de la primacia de Dios. - Profundizar en los Consejos Evangélicos, como formas clásicas de radicalis mo en el seguimiento de Jesús. -Detenernos un poco en las reciprocas relaciones existentes entre vida cristiana y vida consagrada. Para conseguir estos objetivos, desarrollaremos con cierta amplitud los siguientes epígrafes: Jesús, el Consagrado Múltiples formas de la primacía de Dios Los Consejos Evangélicos Vida cristiana y vida consagrada. 1. JESUS EL CONSAGRADO Falta texto de Juan Pablo II "El Espíritu está sobre mí". De la consagración se deriva la misión A menudo se olvida que el término "Jesucristo", en el que desde los orígenes compendiaron los cristianos su fe, significa "Jesús el consagrado". Así se definió él mismo en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16s) al citar un pasaje del profeta Isaías (61.1-2) El Espíritu del Señor está sobre mí; porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres". En el pasaje citado llaman la atención enseguida tres elementos: el Espíritu la consagración y la misión que sería útil ilustrar en particular, pero que hay que ver sobre todo (y ello es suficiente para nuestro propósito) en su íntima conexión. De la consagración... La consagración se debe a una iniciativa del Espíritu, y va dirigida a una misión precisa. Al punto se advierte su puesto central. Mas, antes de fijar la atención en ella, hemos de dirigir la mirada al episodio del bautismo (Lc. 3,21-22) y al de la tentación (Lc 4,1-13), pues los tres acontecimientos están relacionados por el tema del Espíritu, y se hallan dispuestos según la secuencia de la llamada o elección, de la prueba y de la misión Forman un todo único. En los tres episodios el evangelista subraya el lazo que une al Espíritu con Jesús. y no primeramente la misión que brota de ese lazo. De hecho emplea una multitud de preposiciones que sugieren imágenes diferentes y circulares, con el fin precisamente de mostrar la riqueza, la intimidad y la estabilidad del lago existente entre Jesús y el EspírituFalta pie de página Falta cuadro grande Juan Pablo II sobre Vida consagrada …A la misión Es verdad que la sucesión de los tres episodios concluye en la misión; pero siempre poniendo en primer plano la identidad de Jesús, su relación con Dios. Jesús es el Hijo amado, en el cual se complace el Padre (3,22b); es el Hijo de Dios, que no debe ceder a la sugerencia de recurrir a gestos de poder para manifestar su condición de Hijo (4,3.9), sino al don de sí y al camino de la cruz; es el consagrado por el Espíritu (4,18), enviado a anunciar la buena nueva a los pobres. Volviendo a la afirmación de 4,18, estamos en condiciones de entender -y no es poco que la consagración está dirigida a la misión, pero la precede. No se agota en ella ni recibe de ella su forma. Es la misión la que recibe su figura propia -o sea, el qué y el cómo- de la consagración, y no inversamente. Además la consagración -tanto si se la considera como profética o sacerdotal, lo que aquí no importa-indica la presencia y la pertenencia ("el Espíritu del Señor está sobre mi"), y no ante todo el destino. Y afecta a la persona, no sólo a la función. Naturalmente se trata de una pertenencia que es don antes que respuesta. Su fundamento se encuentra en el modo de ponerse Dios delante del hombre, no al revés. La misma misión -como lo muestra la continuación del episodio que estamos leyendo y el evangelio entero- consiste justamente en hacerse signo de esta mirada de Dios sobre el hombre, y no -al, menos no en primer términoen indicar cómo debe estar el hombre delante de Dios. El que es "consagrado por el Espíritu" está llamado a hacerse signo del don de Dios, antes que de la respuesta del hombre. Tal es la novedad de la misión del consagrado ser anunciador de un Dios que tiene una buena nueva que comunicar a los pobres (4,18-19), que no establece diferencias entre pueblo y pueblo (4. 23 – 27) que no se sirve de los recursos del poder para eludir el rechazo (4,20-29) Predilección por los pobres y los pecadores, universalidad del amor de Dios, confianza en la fuerza del amor, aunque demasiadas veces (en apariencia, pero no por eso menos escandalosamente) derrotado: tales son los rasgos del rostro de Dios que el consagrado por el Espíritu debe anunciar. Y esto es lo que hizo Jesús. Vivió su consagración digamos su total pertenencia al Padre, y a la vez su entera entrega a la misión - siendo siempre la traducción visible, histórica y luminosa del amor de Dios al hombre. Si acogió a publicanos y pecadores, fue porque así quería manifestar quien es Dios (Lc 15), no solamente un gesto de salvación en favor de los pecadores, sino primero y más hondamente un gesto de revelación. Jesús miraba al Padre incluso cuando se inclinaba sobre los hombres. No hay duda de que la pertenencia al Padre llenó todo el horizonte de su vida y de su misión. "Este es el sentido de la vocación a la vida consagrada: una iniciativa enteramente del Padre (cf. Jn 15,16), que exige, de aquellos que ha elegido, la respuesta de una entrega total y exclusiva (EES). La experiencia de este amor gratuito de Dios es hasta tal punto íntimo y fuerte, que la persona experimenta que debe responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos. Precisamente por esto, siguiendo a santo Tomás (11-11, 186,1), se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la totalidad de su entrega, equiparable a un auténtico holocausto". (Juan Pablo II. Vita consecrata. 17). "Como el Padre me ha amado". El amor recibido se prolonga en la misión Meditando sobre la historia de Jesús, sobre todo según la relata el evangelio de Juan. se comprende sin dificultad que el núcleo profundo de su experiencia religiosa es la totalidad del don de sí. Mas hay que apresurarse a hacer una precisión, so pena de incurrir en la incomprensión más completa: la totalidad de la donación de Jesús tiene su origen, su medida y su dirección en la conciencia de la totalidad de la donación del Padre: "Como el Padre me ha amado, así yo os he amado a vosotros" (Jn 15,9). El amor recibido... La donación de Jesús ("como yo os he amado") no obedece simplemente a una orden del Padre, ni es fruto meramente de una decisión de Jesús, sino la prolongación de un amor precedente y recibido: "como el Padre me ha amado". Tal es el núcleo que originó y dio forma a la vocación de Jesús, y que, igualmente, debe seguir dándola a cualquiera otra. Luego no es la misión o el proyecto lo que ocupa el primer lugar, sino un amor descendente que hay que acoger. En la alegría y la sorpresa de este amor es como se engendra y estructura la misión: prolongar y hacer visible y disponible a todos el amor recibido. Tal fue la estructura de la existencia religiosa de Jesús, la cual modeló su persona, y no solo su misión. Es sencillamente la estructura de la existencia bautismal, que debe permanecer bien visible, claramente destacada y tan rica, que puede expresarse en una pluralidad de formas; es la estructura de toda vida consagrada, si quiere ser la memoria del Señor Jesús. "La vida consagrada "imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia", por impulso del Espíritu Santo, la forma de vida que Jesús, supremo consagrado y misionero del Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que le seguían (cf Mt. 4.18-22: Mc 1,1620: Le 5,10-11: Jn. 15.16). A la luz de la consagración de Jesús, es posible descubrir en la iniciativa del Padre. fuente de toda santidad, el principio originaria de la vida consagrada. En efecto, Jesús mismo es aquél que Dios "ungió con el Espíritu Santo y con el poder" (Hech 10.38). "aquél a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo" (Jn. 10,36). Acogiendo la consagración del Padre, el Hijo a su vez se consagra a Él por la humanidad (cf. In 17.19). su vida de virginidad, obediencia y pobreza manifiesta su filial y total adhesión al designio del Padre (cf. Jn. 10.30: 14.11). Su perfecta oblación confiere un significado de consagración a todos los acontecimientos de su existencia terrena". (Juan Pablo II. Vita consecrata, 22). Jesús vivió su experiencia religiosa simultáneamente en relación con Dios (la aceptación del amor del Padre y la nostalgia de la vuelta a él) y en relación con los hombres (el don de si al mundo). Ambas líneas están unidas por un "como"(kathos): "Como el Padre me amo, también yo os he amado a vosotros". Esto significa que el volverse Jesús hacia el mundo no es solamente la consecuencia de su volverse hacia Dios, sino su continuación, su transparencia visible. …Se prolonga en la misión Si Jesús se dio enteramente a los hombres, no fue sólo porque quería obedecer a Dios, ni tampoco porque quería darle gracias, ni incluso porque quería amar a los hombres que son objeto de la predilección de Dios, sino porque estaba convencido de que el don de si era el único modo de mostrar a los hombres quién es Dios. El don de si es revelación. Amar a los hombres por Dios significa, en sustancia, permitir que Dios descubra su rostro a los hombres. Tal fue la esencia de la experiencia religiosa de Jesús. Y toda vida consagrada, cualquiera que sea la forma o el servicio que adopte, debe ser sobre todo signo legible de ella. Naturalmente el don de si es revelación del don de Dios si manifiesta sus rasgos. El primero es la totalidad del don: Jesús se da a sí mismo, su persona, su existencia entera, y no simplemente su servicio. Falta cuadro grande Juan Pablo II sobre Vida consagrada El espejo más claro de la totalidad del don de Jesús es la cruz. En la cruz -es el segundo rasgose descubre un don de sí que se hace perdón. Aunque rechazado. Jesús da la vida por el que lo rechaza. Además se descubre la universalidad del don: Jesús da la vida por la multitud, por todos los hombres. Por último, en la cruz se descubre un don cuya medida no son las necesidades de los hombres, sino la grandeza del amor de Dios: "Como el Padre me ha amado". La medida de la entrega del consagrado no son las necesidades de los hombres que hay que satisfacer, sino la riqueza del amor de Dios que es preciso revelar. "Los discípulos y las discípulas son invitados a contemplar a Jesús exaltado en la Cruz de la cual Verbo salido del silencio", en su silencio y en su soledad, afirma proféticamente la absoluta transcendencia de Dios sobre todos los bienes creados, vence en su carne nuestro pecado y atrae hacia sí a cada hombre y mujer, dando a cada uno la vida nueva de la resurrección (cf Jn 12,32; 19,34.37). En la contemplación de Cristo crucificado se inspiran todas las vocaciones, en ella tienen su origen, con don fundamental del Espíritu, todos los dones y en particular el don de la vida consagrada... La persona consagrada, en las diversas formas de vida suscitadas por el Espíritu a lo largo de la historia, experimenta la verdad de Dios-Amor de un modo tanto más inmediato y profundo cuanto más se coloca bajo la Cruz de Cristo, Aquél que en su muerte aparece ante los ojos humanos desfigurado y sin belleza hasta el punto de mover a los presentes a cubrirse el rostro (cf ls. 53.2-3), precisamente en la Cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de Dios, San Agustín lo canta así: "Hermoso siendo Dios, Verbo en Dios (…) es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra, hermoso en el seno, hermoso en los brazos de sus padres, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso invitado a la vida, hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la vida, hermoso tomándola, hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro y hermoso en el cielo. Oíd entendiendo el cántico, y la flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el esplendor de su hermosura" (S. Agustín, Enare in Psal. 44- PL. 36. 495-496) La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo de este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. Y esto especialmente en las dificultades y pruebas. Es lo que testimonian continuamente y con un valor digno de profunda admiración un gran número de personas consagradas, que con frecuencia viven en situaciones difíciles incluso de persecución y martirio. Su fidelidad al único Amor se manifiesta y se fortalece en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar lo que en la propia carne "falta a las tribulaciones de Cristo" (Col. 1,24), en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad de Dios, en la serena fidelidad, incluso ante el declive de las fuerzas y del propio ascendiente." (Juan Pablo II, Vita consecrata 23.24) Santificado-Elegido y Enviado al mundo". La pertenencia a Dios, objeto de la misión En el enfrentamiento con los judíos durante la fiesta de la dedicación, Jesús se define a sí mismo como "aquél al que el Padre ha elegido y enviado al mundo" (Jn 10,36). La pertenencia a Dios y sólo a Dios... Santificar (aghiazein) y enviar (apostellein) están unidos. ¿Cuál es su relación precisa? "Santificado" significa que Jesús pertenece al Padre, que está de tal manera unido a él, que puede decir: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10.30). La "misión", por su parte, no es otra cosa que revelar al mundo esta pertenencia: "Para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,39). Santificar y enviar aparecen también en la gran oración sacerdotal (Jn 17), pero referidos no sólo a Jesús, sino además a los discípulos: "Santifícalos en la verdad. Como tú me has enviado al mundo, también yo los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad (17.17-19). La santificación de los discípulos es una realidad recibida, un reflejo de la de Jesús: "Por ellos me santifico a mí mismo". Santificar significa la total pertenencia a Dios, y sólo a Dios. El espacio de la verdad (en la verdad) en el que los discípulos son introducidos ("santificados") es el espacio del diálogo trinitario. De hecho la comunión otorgada a los discípulos y a los creyentes es la misma comunión que une al Padre y al Hijo: "Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una sola cosa.... Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en la unidad. Que el amor con el que me has amado esté en ellos y yo en ellos" (17,21.23.26). "Los consejos evangélicos son, ante todo, un don de la Santísima Trinidad La vida con sagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo, realiza con su amor, su bondad y su belleza. En efecto "el estado religioso revela de manera especial, la superioridad del Reino sobre todo lo creado y sus exigencias radicales Muestra también a todos los hombres la grandeza extraordinaria del poder de Cristo Rey y la eficacia infinita del Espíritu Santo que realiza maravillas en su Iglesia" (LG 44). Primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas. Más que con palabras testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo. Al asombro de los hombres responden con el anuncio de los prodigios de gracia que el Señor realiza en los que ama...De este modo, la vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y nostalgia de la belleza divina" (Juan Pablo II. Vita consecrata, 20). …Origen, modelo y objeto de la misión Se comprende ahora perfectamente que no basta afirmar que la santificación está ordenada a la misión, como a veces se lee: "La santificación es la unión filial e íntima con el Padre, derivada de la encarnación, condición y premisa de la misión al mundo" (G. Segalla). En la medida en que la santificación dice la mutua inmanencia entre el Padre y el Hijo, es no sólo "condición y premisa" de la misión, sino origen, medida, modelo y objeto de la misión. La santificación constituye el motivo, el qué y el cómo de la misión. Comunión y misión se implican recíprocamente, porque la comunión trinitaria es de suyo expansiva, si así puede decirse: tres Personas divinas que se aman recíprocamente, se dan y se hacen don. La expansión de la comunión divina la subraya fuertemente la estructura misma de la gran oración: en el centro está la mutua inmanencia entre el Padre y el Hijo, que se abre luego en un movimiento que se amplía cada vez más, envolviendo a los discípulos (17,11), a cuantos han de creer a través de su palabra (17,20-21) y al mundo (17,23). La esencia de la misión de Jesús es hacer visible a todos, y disponible para todos, el espacio de la comunión trinitaria. Luego no solo un hacer, sino un modo de ser. No es, pues, ante todo una relación con los hombres, sino con Dios. "Tanto amó Dios al mundo". Separación del mundo y misión en el mundo Mas para comprender la santificación de que hablamos hay que prestar atención a otra dimensión esencial para entender la experiencia religiosa de Jesús, la experiencia cristiana y, en particular, todas las formas de vida consagrada: la separación del mundo ("Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo") y el envío al mundo (17.16.18). Jesús vivió su consagración, como dice Lucas, o su santificación, según Juan, dentro de esta tensión, que hay que comprender y vivir, pero no se puede resolver. Disponibilidad sin límites ante el mundo En relación con el mundo, Jesús eligió la disponibilidad sin límites. Como siempre, la razón de esta elección se halla en Dios, el cual "tanto amo al mundo que le entregó su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna". Fijando la mirada en Dios es como se comprende la manera de situarse frente al mundo. No hay razón para limitar aquí la amplitud del significado del término mundo. Mundo es la creación, confiada por Dios al hombre y ligada a su destino. Mundo es sobre todo la humanidad objeto del amor de Dios, y por la cual ha entregado a su Hijo. Mundo es también ¿por qué excluirlo?- la porción de la humanidad que recha za el amor de Dios y que llega incluso a organizar su rechazo. El amor de Dios y, en consecuencia, el amor de Jesús, trasparencia de aquél- está a disposición también de esta porción del mundo. Es verdad que Jesús no pertenece a este tipo de mundo ni comparte su lógica, sin embargo, se presenta también ante este tipo de mundo ("en el mundo") como signo muy claro, activo y preocupado, de la disponibilidad perenne e indestructible de Dios La afirmación de Jesús -por lo demás aislada- "No ruego por el mundo" (17.9) es más una amenaza del juicio, que falta de disponibilidad por su parte. Distancia y libertad frente al mundo El segundo aspecto de la tensión que caracteriza el modo de situarse Jesús frente al mundo es la distancia y la libertad. Nuevamente la razón y las modalidades de esta actitud hay que verlas en el reconocimiento de la primacía de Dios, que relativiza al mundo y a la vez abre el espacio para amarlo y servirlo en la verdad. Paradójicamente, la verdadera razón que distancia a Jesús del mundo es su amor sincero y gratuito al mundo. El mundo está acostumbrado a reconocerse en la afirmación de sí y en la competición, no en la gratuidad del amor. "Del misterio pascal surge la misión, dimensión que determina toda la vida eclesial Ella tiene realización especifica propia en la vida consagrada En efecto, mas allá incluso de los carismas propios de los institutos dedicados a la misión ad gentes o empeñados en una actividad de tipo propiamente apostólica, se puede decir que la misión está inscrita en el corazón mismo de cada forma de vida consagrada. En la medida en que el consagrado vive una vida únicamente entregada al Padre (cf Le 2.49 In 4,34), sostenida por Cristo (cf Jn 15.16: Gal 1.15-16), animada por el Espírita (cf Le 24,49: Hech 1.8: 2.4), coopera eficazmente a la misión del Señor Jesús (cf Jn 20.21%.com tribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo. El primer contenido misionero, las personas consagradas lo tienen hacia sí mismas y lo llevan a cabo abriendo el propio corazón a la acción del Espíritu de Cristo. Su testimonio ayuda a toda la Iglesia a recordar que, en primer lugar está el servicio gratuito a Dios, hecho posible por la gracia de Cristo, comunicada al creyente mediante el don del Espíritu. De este modo se anuncia al mundo la paz que desciende del Padre, la entrega que el Hijo testimonia y la alegría que es fruto del Espíritu Santo. Las personas consagradas serán misioneras ante todo profundizando continuamente en la conciencia de haber sido llamadas y escogidas por Dios, al cual deben pues orientar toda su vida y ofrecer todo lo que son y tienen, liberándose de los impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor. De este modo, podrán llegar a ser un signo verdadero de Cristo en el mundo. Su estilo de vida debe transparentar también el ideal que profesan, proponiéndose como signo vivo de Dios y como elocuente, aunque con frecuencia silenciosa, predicación del Evangelio. Siempre, pero especialmente en la cultura contemporánea, con frecuencia tan secularizada y sin embargo tan sensible al lenguaje de los signos, la Iglesia debe preocuparse de hacer visible su presencia en la vida cotidiana. Ella tiene derecho a esperar una aportación significativa al respecto de las personas consagradas, llamadas a dar en cada situación un testimonio concreto de su pertenencia a Cristo" (Juan Pablo II, Vita consecrata, 14) "En el seno del Padre". Encaminado hacia el Padre Mucho más cabría decir sobre el núcleo de la experiencia religiosa de Jesús, que podría ilustrarse con otros numerosos pasajes evangélicos. Mas lo esencial ya queda dicho. No obstante hay un punto que merece alguna atención. Para ilustrarlo hay que leer el prólogo de Juan, que termina con una afirmación cristológica no siempre advertida: Jesús estuvo siempre y enteramente encaminado hacia el Padre. No solo Palabra cercana y del todo encaminada hacia el Padre, según lo sugiere el movimiento de lugar de "pros ton theon" de 1,1; no sólo "Palabra hecha carne" (1.14), por tanto participación en el drama del hombre, ni sólo respuesta, experiencia y discurso. Además, Palabra encaminada toda ella hacia el seno del Padre. Dice el versículo final: "A Dios nadie lo ha visto, el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos le ha dado a conocer". "En el seno del Padre" es, en el texto griego, movimiento de lugar, que, por tanto, se ha de traducir "encaminado hacia el seno del Padre”. Jesús es un hombre unificado, encaminado en una sola dirección Tiene solo un interés, no muchos. Tiene una sola palabra que decir, no muchas, una sola palabra, pero que es la única que todo hombre desea realmente escuchar Jesús está siempre vuelto hacia el centro, y habla de ese centro, y de nada más. Terminamos esta lectura cristológica (si larga en demasía y puede que unilateral, mas no sin importancia para nuestro tema) con una última sugerencia. Ante la inminencia de la cruz. Jesús dirigió esta súplica al Padre: "Glorifica tu nombre", dándonos a entender que glorificar el nombre de Dios había sido la opción fundamental de toda su existencia (Jn 12,27). Esa misma expresión se ha convertido en la oración del padrenuestro, en la oración del discípulo. "Que tu nombre sea glorificado" fue el imperativo esencial y primario de la consagración de Jesús. Glorificar el nombre significa dejar que se trasparente en la existencia propia el rostro de Dios siendo imagen suya constantemente. Tal es la finalidad de la consagración, y ése el sentido de hacerse don: diseñar de modo creíble el rostro de Dios. Antes que servicio, la consagración es revelación, Después de todo, esto es lo que los hombres necesitan. 2. LAS MÚLTIPLES FORMAS DE LA PRIMACÍA DE DIOS Nota previa: Una lectura de las bienaventuranzas Meditar sobre las bienaventuranzas para descubrir el sentido de la vida consagrada es algo clásico en la tradición espiritual. También en esta página evangélica nos limitamos a indagar el fundamento que lo sostiene todo, no la multitud de detalles que de él brotan. Ello es factible por tratarse de un texto compacto, en el que la multitud de los particulares converge hacia un solo punto. No nos detenemos en un análisis minucioso de cada bienaventuranza. No sería muy útil para nuestra finalidad. Si lo es, en cambio, una especie de ojeada a todo el panorama partiendo de un punto elegido cuidadosamente, y que no puede ser otro que la primacía de Dios. Las bienaventuranzas, en efecto, son un texto que muestra con eficacia y concentración particulares (algo que hemos visto ya en la figura de Jesús) que radicalismo y perfección no son, evangélicamente hablando, otra cosa que of reconocimiento de la primacía de Dios, cuyas notas esenciales son la total dad, la exclusividad y la definitividad Una lectura así no facilita naturalmente una visión cercana de los detalles, pero puede ganar en amplitud y profundidad. La primacía de Dios como elección hermenéutica Mateo hace del sermón de la montaña -del cual las bienaventuranzas son no sólo introducción, sino el fundamento- un verdadero discurso inaugural y programático con la finalidad manifiesta de evidenciar la originalidad de los discípulos de Jesús frente a la "justicia" de los escribas y fariseos (5,20). Las bienaventuranzas son el punto más nítido de esta originalidad. De ahí que sea correcto leerlas en la óptica de la justicia superior del discípulo, que equivale a la multiplicidad de formas en que el discípulo está llamado a vivir la primacía de Dios. Una sugerencia a seguir esa misma dirección nos viene, además de 5,20, de 5.48. donde se invita no ya a distinguirse de los judíos por una búsqueda superior de la voluntad de Dios ("la justicia", precisamente), sino a tender a una perfección que tiene su medida y justificación en la de Dios: "Si saludais sólo a vuestros herma nos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No lo hacen también los paganos? Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (5,47-48). Con el adjetivo "perfecto", Mateo no quiere aludir ciertamente a la figura de hombre autosuficiente, que ha llegado a la cumbre de su vida y "cuyas virtudes han alcanza do tal grado de madurez que no es posible ya ir más allá" (G. Lohfink). Esa es la perfección.