Nombre: Anthony Navarrete Martínez Fecha: 21 de Abril de 2021 El Santuario Mapethé Ubicado en las estribaciones de la Sierra Gorda Hidalguense, es una obra magistral del arte virreinal en México. El edificio requirió muchos años para su terminación. Su fama inicia desde la donación de un crucifijo por Alonso de Villaseca en el siglo XVI, cuya renovación milagrosa fue ampliamente conocida en toda la comarca. En 1728 fue autorizada una nueva construcción para sustituir a la primitiva capilla, la cual se hallaba en estado ruinoso. La labor fue en gran parte posible gracias a la promoción llevada a cabo por el bachiller Antonio Fuentes de León, primer cura de la doctrina, quien a partir de 1751 tomó las riendas de la obra. Él impulsó la ornamentación magnífica de su interior, ejemplo excelso del barroco mexicano. Debemos reconocer como uno de los últimos y esforzados seres humanos quienes dieron origen y amaron a tan magnífica obra, a Don Ernesto Escamilla, ejemplo de vida, quien durante más de seis décadas, en el siglo pasado, se encargó de cuidar y mantener el edificio. El emplazamiento de la iglesia es magnífico. Aprovecha el terreno irregular a través de plataformas y rampas, que sucesivamente van sobreponiéndose, creando un juego de volúmenes que rodean la cruz de piedra y la misma iglesia, la cual todavía cuenta con la policromía original. Las terrazas están limitadas por bardas almenadas. La creación del hombre recrea la topografía ascendente donde se fundó la iglesia. Su colorida fachada, realzada entre la serranía nublada, presenta una policromía notable. Con el uso de diversas tonalidades se subrayan partes de la composición, y se magnifican ciertos efectos de luces y sombras. La cruz del atrio, erguida sobre una plataforma y una base, ambas encaladas, se levanta directamente al eje principal de la nave de la iglesia, indicando una relación importante entre las dos partes. De inmediato se hace presente la referencia a las cruces de piedra del siglo XVI, con este excepcional trabajo de talla, con los clásicos elementos de la Pasión. El severo rostro de Cristo preside la obra, magníficamente resuelto en una volumetría que contrasta con el escaso relieve de los demás elementos. La construcción presenta una sencilla planta rectangular, típica de las obras del siglo XVI, contrastando con la factura plenamente barroca de la decoración, reforzada con la inclusión de los diferentes elementos del monumento, como la portada, la torre y toda la ornamentación interior. Pocas luces penetran al interior. Sin embargo, aristas y volutas de los retablos resplandecen con su fulgor de oro, en contraste con la penumbra del piso, sombrío de tumbas anónimas. El interior sobrecoge por la impresión que dejan en los sentidos el magnífico conjunto de retablos churriguerescos muy destacados por su manufactura y la unidad alcanzada. Planos que vibran con la luz y modifican el espacio, siendo partes sustanciales de éste. Una constelación de santos se congrega en sus retablos, sobre pedestales magníficos, en contrastes de claroscuros. El retablo principal fue concluido en el mes de mayo de 1765. La pintura mural completa la excelente ornamentación, síntesis perfecta de pintura, escultura y arquitectura.