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Lara, M. Placer, libertad y socialismo en Harriet Taylor y John Stuart Mill

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Placer, libertad y socialismo en Harriet Taylor y John Stuart Mill
Universidad de Cartagena
María José Lara Julio
En Harriet Taylor Mill, John Stuart Mill y la ética del siglo XXI (2004), Esperanza
Guisán se propone mostrarnos cómo la unión intelectual y afectiva de los pensadores a los
que se refiere en el título de este artículo produjo una muy valiosa fuente de inspiración de
valores para la sociedad del siglo XXI. Fruto de la unión de estos autores, expresa la autora,
destacan Sobre la libertad y la sección de Principios de Economía Política que trata el futuro
de la clase trabajadora. No obstante, nos advierte la filósofa española, Harriet, muchos años
antes de la publicación de Sobre la libertad, ya expresaba en borradores su rechazo a la tiranía
de la opinión pública y su defensa de la excentricidad como remedio de aquella (p.100).
De la compenetración intelectual entre Harriet y John Stuart Mill, Guisán declara que
fue particularmente útil el elemento del ímpetu, el entusiasmo, el fuerte deseo de mejorar la
humanidad, la fundamental defensa de la benevolencia y los intereses sociales, que la
pensadora le proporcionó para el perfeccionamiento -teórico y psicológico- del economista
(algo de lo que carece, a su juicio, la mayoría de propuestas éticas contemporáneas).
El impacto que tendrá esta propuesta se deberá, anuncia Guisán, a su “impulso
constructivo, su deseo de armonizar intereses y sobre todo su incesante, y efectivo trabajo, a
favor de los peores situados”
John Stuart Mill tuvo muchas influencias (como la de Bentham o su padre) pero, a
juicio de Guisán, la de Harriet Mill fue la más decisiva para su propuesta teórica, a tal medida
que la española declara la posibilidad de hablar de un Mill antes y un Mill después de su
compañera (p.102). Harriet hizo que el economista y filósofo atendiera el abuso cometido a
mujeres y niños, simpatizara con el socialismo, reorientara el utilitarismo de Bentham, y
valorara cierto concepto de tolerancia a la excentricidad, la calidad de los placeres y la
iniciativa cooperativa en la organización económica y política.
En el primer apartado del artículo de Guisán, la autora propone a la relación entre
Harriet y John Mill como modelo de una relación que puede ser fuente de gozo, una unión
que lleva a la lucha por la felicidad mutua pero también por la felicidad de la humanidad. Por
desigualdad política y educativa, ni en época de estos pensadores ni en la actualidad existe,
como tendencia general, una simpatía o camaradería equitativa en los miembros de las
parejas humanas que proporcione goce. Los hombres, sostiene Guisán, no están interesados
en la unión de mentes y sensibilidades con las mujeres. Y estas están limitadas, en las
relaciones heterosexuales, a solamente recibir lo que se les ofrece. No destacan en virtud,
pues quien más goza es quien más virtuoso es (p.103).
Mientras el varón no acepte a la mujer como su igual, no podrán las relaciones
heterosexuales actuales experimentar el amor apasionado que Harriet y John Mill
experimentaron y promovieron, por lo que debemos esforzarnos para alcanzar un mundo en
donde reine esta aceptación moral. Además, el matrimonio debe encaminarse
primordialmente no a la crianza de los hijos o a las relaciones sexuales, sino a la felicidad de
los dos enamorados que juntan sus existencias (p.104).
Parte de esta propuesta, continúa la autora, aún queda pendiente: la humanidad debe
procurar el desarrollo de las capacidades -privadas y políticas- de las mujeres y la libertad de
voluntad (p.104).
En la segunda división de la exposición de Guisán que comento, se desarrollan tres
temas principales -además del feminismo- en los que, a juicio de ella, Harriet influyó más
decisivamente en John Stuart Mill: la calidad de los placeres, la tolerancia y libertad, y el
socialismo.
La calidad de los placeres
Harriet Taylor y John Stuart Mill destacan, asegura Guisán, por su carácter
apasionado en la lucha por la mejora de la humanidad. La primera permitió que el segundo
promoviera la idea de que “no todos los placeres importan por igual, sino que … existen
diferencias de grado” (p.105). Ignorar esto llevó a la popularidad del puritanismo (que
desprecia a todos los placeres por igual) y de cierto hedonismo que prioriza a “los placeres
más fáciles y accesibles”.
El concepto clave de este tema es el de la pasión profunda (que no subordina, sino
que alimenta y da lugar a la razón). Tan importante es que, asevera Guisán, sin ella reinaría
la apatía, el conformismo y el interés exclusivo de los asuntos privados.
La adopción de este carácter apasionado o de entusiasmo es lo que diferencia a estos
dos pensadores de cualquiera de sus fuentes de influencia. También del mismo utilitarismo
común se diferenciaron: Bentham garantizaba a todo placer -puro, intenso, estable y demáscomo bueno, mientras que Harriet y John defendían tal status solo en los placeres más
intensos y elevados posibles, proponiendo, así, en términos de Guisán, una ética del gozo.
Esta última doctrina afirmaría no solo que todos los seres humanos buscamos naturalmente
el placer, sino, además, que poseemos una pasión profunda, el deseo del gozo, cuya
satisfacción es fruto del desarrollo de nuestro bienestar, pero también del bienestar que
buscamos en las demás personas. Es un placer originado por afectos de empatía y simpatía y
que permite la existencia más gozosa y gratificante posible.
Una conducta motivada por el deseo de gozo es una motivada por lo que Guisán llama
entusiasmo. Debido a la intensidad del entusiasmo, necesitamos criterios para distinguir entre
él y el descontrol o descarrilamiento: estos son facilitados por aquellos con suficiente
sabiduría o conocimiento sobre los sentimientos humanos (p.108).
Tolerancia y libertad
Mediante el concepto de tolerancia a la excentricidad, Harriet Taylor y John Stuart
Mill proponen un principio -en términos de Guisán, un principio de libertad- que busca la
aceptación y promoción de una diversidad de estilos de vida humana tan extensa como el
número de los seres humanos que existan (lo cual no se aplica al proyecto de una similar
diversidad de sistemas políticos, pues debe haber preferencia por uno de estos, por la
sociedad más éticamente preferible). Más aún, promueven una libertad no solamente
negativa sino también positiva, llegando incluso a proponer como deber nuestro
autodesarrollo, el mejoramiento de nuestras capacidades.
Esta variedad de vidas alternativas, no obstante, es limitada por el principio de aquello
que produzca mayor bienestar a largo plazo en los individuos. Es decir, la tolerancia a la
excentricidad no significa una indiferencia a las vidas particulares de las personas, no
defiende cualquier tipo de vida. Lo que se defiende en Sobre la libertad es una diversidad de
vidas de “individuos cultivados, críticos, autodesarrollados y con ideales emancipatorios”
(p.110).
Este principio de libertad, así como la ética del gozo, debe promocionarse (para no
abandonar a su suerte a los incapaces de su autodesarrollo), desde el Gobierno, no por medio
de la fuerza (ello sería contraproducente con el autodesarrollo) sino por métodos educativos
(he allí la importancia de una educación moral). Es así como la política social debe producir
la mayor cantidad posible de individuos autodesarrollados y alegres. Y es así como se
produce la mejora de la humanidad.
La doctrina del entusiasmo o los sentimientos sociales de Harriet y John Stuart Mill
es necesaria dados sus objetivos de promover no solo el bienestar material sino también
psicológico. Por ello, estos autores recomiendan una sociedad con normas que incentiven
tanto el desarrollo individual como los sentimientos sociales.
La tolerancia a la excentricidad, la defensa de la individualidad, la independencia de
acción, debe ser incentivada por su posibilidad de ofrecer planes de acción y costumbres más
valiosas o dignas de aceptación. Como se explicó antes, esta tolerancia tiene un límite. Por
ejemplo, es inaceptable una vida indolente y violenta. Pero, limitar la tolerancia a los
individuales estilos de vida no se hace, por motivos antes vistos, por medio de la violencia o
coerción, sino por medio de la discusión y la educación. Por esto, esta tolerancia es
recomendable solo en poblaciones con cierta instrucción y con capacidad de discusión
pacífica: “habría que tener en cuenta que la variedad de individuos humanos se daba solo
sobre la base de una nación suficientemente instruida y civilizada” (p.104). Por las mismas
razones, este límite de la tolerancia aplica también en niños y demás seres humanos sin la
suficiente madurez de sus facultades.
Socialismo
Harriet fue decisiva para la conversión de John Stuart Mill a cierto socialismo (p.115).
Aunque el economista confesaba no tener certeza sobre la conveniencia o el perjuicio
demostrado del socialismo o del “sistema individualista”, mostró simpatía por la producción
colectiva y por una distinción social ganada únicamente por el trabajo, aunque en
combinación con la libertad e independencia del trabajo (p.116).
Sin abandonar su concepción de las relaciones humanas basadas en el amor en vez de
la competencia, y para evitar, a la vez, una sociedad en donde reine la ociosidad, Harriet y
John Stuart Mill proponen trabajar en un régimen de cooperativas que haga del trabajo
cooperativo y esforzado el incentivo que motive a los trabajadores al desarrollo de sus vidas.
En Harriet y Mill, la propuesta para transformar la sociedad se diferencia de otras como la de Marx- por ser gradual y educativa, en vez de violenta y abrupta. Promovieron una
“revolución moral e intelectual”. “La democracia debería de escuchar todas las voces, pero
previamente todas las voces deberían ser educadas” (p.117). Los ciudadanos deben ser aptos
intelectualmente -o sea, deben ser sabios, entendidos de la condición humana y el
comportamiento humano- para aprovechar los beneficios del Estado, para participar en la
vida pública.
Esta propuesta para las democracias, que Guisán denomina socialismo ético, es
necesaria en nuestras sociedades, en las que la mayoría de personas no saben lo que prefieren
realmente, pues sus preferencias no han sido examinadas críticamente. Una sociedad que
escuche esta propuesta es lo que la autora española llama una sociedad éticamente
democrática. El gobierno representativo necesita una concepción socialista o moral:
motivados por el gozo y los sentimientos ilustrados, todos cuidan de todos, desarrollando el
bienestar, la sensibilidad y empatía de sus compatriotas; todos rechazan las desigualdades y
el egoísmo y buscan el gozo, gracias a una empatía ampliada. No se trata solo de independizar
a los individuos, sino también de asociarlos por medio del respeto y la simpatía. El socialismo
ético satisface las demandas más profundas de la humanidad, o lo que es lo mismo, fomenta
las relaciones gozosas -las de amistad- entre los seres humanos.
Bibliografía
Guisán S., Esperanza. (2004). Harriet Taylor Mill, John Stuart Mill y la ética del siglo XXI.
En M. Castillo (Ed.), John Stuart Mill y las fronteras del liberalismo (pp.99-121).
Universidad de Granada.
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