La persecución de los emperadores romanos Tomado de la obra del Rvdo. Mons. J.H. Oechtering, V.G. 30. P. ¿Qué hizo el mundo pagano para frenar la veloz expansión del cristianismo? R. Los emperadores romanos, que gobernaban el mundo, decretaron diez grandes y sangrientas persecuciones. 31. P. Dí cuáles son. R. Primera persecución, bajo Nerón, alrededor del año 64. — Nerón incendió Roma y culpó a los cristianos. Miles de ellos fueron muertos en las calles; otros eran cosidos en costales, luego embadurnados con pez y quemados vivos en los banquetes nocturnos que Nerón realizaba en sus jardines. San Pedro y san Pablo murieron en esta persecución. Segunda persecución, bajo Domiciano, alrededor del año 95. — Durante esta persecución, san Juan fue arrojado a un caldero con aceite hirviente, pero fue preservado milagrosamente. Luego fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió revelaciones divinas acerca del futuro de la Iglesia y de la gloria del cielo, y escribió el Apocalipsis. Tercera persecución, bajo Trajano, cerca del año 107. — El papa san Clemente fue una de sus primeras víctimas; Simeón, segundo obispo de Jerusalén, fue crucificado; san Ignacio, obispo de Antioquía, fue echado a los leones en el anfiteatro de Roma. Los cristianos de Roma recogieron los huesos de san Ignacio y los enviaron a Antioquía con el mensaje: «Os hemos hecho saber el día de su muerte, a fin de que podamos reunirnos en su aniversario para celebrar su memoria y esperar compartir su victoria» (A.D. 110). Esto prueba la veneración de mártires y reliquias en la Iglesia primitiva. Plinio, gobernador de Betania, envió al emperador Trajano un excepcional informe acerca de los cristianos, en el cual decía: «Se reúnen en ciertos días antes del amanecer para cantar himnos de alabanza en honor a Cristo, su Dios; toman juramento de abstenerse de ciertos crímenes y comen de un alimento corriente pero inocente» (i.e., la sagrada comunión). Esta persecución continuó bajo Adriano, quien condenó a santa Sinforosa y a sus siete hijos a la muerte. Profanó los lugares sagrados de Jerusalén, y erigió estatuas de dioses falsos en el lugar del calvario y sobre el sagrado sepulcro de nuestro Señor. Cuarta persecución, bajo Marco Aurelio, cerca del año 167. — San Policarpo, discípulo de san Juan y obispo de Esmirna, sufrió martirio en la hoguera a los 86 años de vida. La persecución fue terrible en Lyon y Vienne (Francia), donde fueron martirizados san Potino, primer obispo de Lyon, y Blandina, un valiente joven esclavo. Aunque la famosa legión cristiana llamada «Fulminatrix» (La legión fulminante) salvó al ejército de manera milagrosa con sus oraciones, el emperador permaneció implacable hacia los cristianos. La influencia de san Policarpo fue tan grande que sus acusadores paganos y judíos declararon: «Él es maestro de Asia, padre de los cristianos y destructor de nuestros dioses». Cuando se le pidió que negara a Cristo, contestó: «He servido a Cristo por seis y ochenta años, y nunca me ha hecho mal. ¿Cómo, pues, puedo blasfemar contra mi Rey y Salvador?». Sus cenizas fueron recogidas por los cristianos y colocadas en una tumba, donde celebraron cada año el día de su martirio. Quinta persecución, bajo Septimio Severo, alrededor del año 202. — A pesar de que este emperador había sido curado por un cristiano, se volvió en contra de ellos. San Clemente de Alejandría dijo de esta persecución: «Todos los días se queman y crucifican mártires antes nuestros ojos». San Ireneo sufrió en Lyon, santa Perpetua y santa Felicidad en Cártago. El padre de Perpetua, senador pagano de Cártago, le rogó de rodillas que abjurara de Cristo en consideración de su bebé y de la vejez de él, pero con una entereza heroica, la noble señora cristiana rehusó. Fue llevada al arena junto con santa Felicidad, donde sufrieron un glorioso martirio bajo los cuernos de un toro enfurecido y la espada del verdugo. Sexta persecución, bajo Maximino Trax, alrededor del año 236. — Por razón de muchos terremotos, que los paganos atribuían al olvido de sus dioses, se demandó otra persecución de los cristianos con el grito de: «¡Los cristianos a los leones!». Dos papas, Pontiano y Antero, y muchos otros, sufrieron martirio. Séptima persecución, bajo Decio, cerca del año 250. — Ésta, la persecución más sangrienta y sistemática, y que iba dirigida especialmente en contra de los obispos y el clero, fue decretada por Decio so pretexto de que el cristianismo y el Imperio romano nunca podrían reconciliarse. Entre las santas víctimas se encuentran las vírgenes santa Águeda y santa Apolonia. San Cipriano escribió entonces que: «El emperador Decio se había vuelto tan celoso de la autoridad papal que dijo: “Prefiero tener un rival en mi imperio que escuchar de la elección del sacerdote de Dios (san Cornelio) en Roma”». Octava persecución, bajo Valeriano, cerca del año 258. — En Roma, el papa Sixto II y su diácono, san Lorenzo, fueron martirizados. Cuando se le pidió los tesoros de la Iglesia, san Lorenzo reunió a los pobres y los enseñó a su perseguidor diciendo: «He aquí los tesoros de la Iglesia». Con sereno valor, murió asado en una parrilla. En Útica, África, 153 cristianos fueron arrojados a las fosas y cubiertos con cal viva. Novena persecución, ordenada por el emperador Aureliano, y que llegó a fin prematuro a causa de la muerte violenta de éste. Décima persecución, bajo Diocleciano, alrededor del año 303. — Superó a todas las demás en violencia y crueldad. San Sebastián, tribuno de la guardia imperial, sufrió una muerte lenta al ser ejecutado con flechas. Santa Anastasia, la joven santa Inés de Roma, santa Lucía de Siracusa y muchas otras vírgenes consagradas obtuvieron el laurel del martirio. Santa Catalina, virgen noble y culta de Alejandría que reprochó intrépidamente al césar Majencio por su crueldad contra los cristianos y que refutó a los filósofos paganos de su corte, murió por la espada. Cuando el obispo Félix, quien había rehusado entregar los libros sagrados, fue llevado a ser ejecutado, dijo: «Mejor es que yo sea arrojado al fuego y no los sagrados volúmenes. Te agradezco, oh Señor, pues cincuenta y seis años de mi vida estuvieron en tu servicio. He preservado la castidad sacerdotal, guardado los santos evangelios y predicado Tu verdad. A Tí, oh Jesús, Dios del cielo y de la tierra, me ofrezco como víctima». Tanto fue el derramamiento de sangre que Diocleciano hizo acuñar una moneda con la inscripción «Diocleciano, emperador que destruyó el nombre cristiano»: jactancia vana. Su favorito, Cesar Galerio, fue atacado por una detestable enfermedad, y, temiendo la venganza de Dios, derogó el edicto de la persecución. 32. P. ¿Cómo gobernaron los papas a la Iglesia durante estas persecuciones? R. Los papas permanecieron en sus cargos y murieron por la fe como verdaderos pastores del doliente rebaño de Cristo. Aunque la persecución hizo en extremo difícil el gobierno de la Santa Iglesia, los registros de la época dan testimonio de la autoridad y de la vigilancia de estos pontífices mártires. 33. P. ¿Qué tormentos sufrieron los mártires? R. Según la cruel costumbre de los tiempos paganos, fueron flagelados, mutilados con la rueda, lanzados a las bestias salvajes, quemados en la hoguera, crucificados y torturados en muchas otras maneras. Las acciones de los mártires proporcionan historias confiables acerca de la gloriosa confesión y muerte de estos héroes cristianos. Fueron copiadas a partir de los registros de los tribunales imperiales o bien fueron escritas según el testimonio de testigos oculares. El papa Clemente dividió Roma en siete distritos, y cada uno contaba con un notario para guardar estos sagrados registros. No obstante, durante la persecución de Diocleciano un gran número de registros fue destruido, pero muchos otros se han preservado intactos hasta el presente y son de gran valor como pruebas de que la fe de los primeros mártires era la de la Iglesia de hoy. 34. P ¿Qué probaron estas persecuciones? R. Estas persecuciones probaron que una religión que por el espacio de trescientos años atravesó tales pruebas y soportó victoriosamente las acometidas del imperio más grande del mundo, debe ser de Dios. 35. P. ¿Cómo vengó el todopoderoso Dios las persecuciones de su Iglesia? R. a) Casi todos esos perseguidores tuvieron una muerte miserable. b) Las naciones bárbaras destruyeron totalmente las fronteras y las provincias distantes del imperio romano. c) A la nación le sobrevinieron terremotos, diluvios, sequías, pestes y enfermedades desagradables. Nerón tenía que escapar la manifiesta revuelta del pueblo y se apuñaló en desesperación. Domiciano fue asesinado. Adriano se volvió loco de desesperación. Marco Aurelio, con el corazón destrozado por la ingratirud de su único y pródigo hijo, Cómodo, se mató de hambre. Septimio Severo, a quien su propio hijo había tratado de asesinar, murió en la desesperación. Decio terminó miserablemente en un pantano durante una desafortunada batalla con los godos. Valeriano fue tomado prisionero por el rey de Persia y desollado vivo. Majencio fue ahogado en el Tíber, y Diocleciano se privó de alimentos y murió. 36. P. ¿Cuál fue la actitud de los primeros cristianos durante estas persecuciones? R. Mientras miles de mártires soportaban la tortura y la muerte con una heroica enterza, los cristianos adoraban en lugares escondidos (catacumbas) con un celo infatigable, y sus hombres cultos defendían la fe en numerosos escritos. Las catacumbas son pasadizos y cuartos subterráneos, tallados en roca frágil, en las afueras de la antigua Roma; y fueron usadas por los cristianos primitivos como tumbas y para celebrar los sagrados misterios. Las imágenes, medallas e inscripciones que se han encontrado en las catacumbas prueban la identidad de la fe de aquella época con la nuestra: por ejemplo, las oraciones por los difuntos, la invocación de los santos y la presencia real. Extraordinario es el emblema del pescado, utilizado en aquellos peligrosos tiempos para designar a nuestro Señor; pues la palabra griega «icthys» significa pez, y sus palabras constituyentes son las iniciales de las palabras «Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador». «Recibir el pez» significaba, para los iniciados, la sagrada comunión. 37. P. Nombra algunos de los primeros escritores o apologistas. R. San Justino, filósofo y luego mártir, escribió dos apologías excelentes y las presentó a los emperadores Antonino Pío y Marco Aurelio (150 d.C.). San Clemente de Alejandría y su gran discípulo Orígenes refutaron en obras profundas las enseñanzas de Celso y de otros filósofos, los cuales habían acometido contra el cristianismo. Tertuliano, anteriormente abogado romano y después cristiano, y san Cipriano, obispo de Cártago y mártir, mostraron en obras de gran ciencia la vaciedad del paganismo y los justos reclamos de la religión cristiana de obtener el reconocimiento filosófico y político. San Ireneo, obispo de Lyon y discípulo del obispo Policarpo (quien, a su vez, fue discípulo de san Juan Apóstol), escribió una obra famosa en contra de las herejías de su tiempo (180 d.C.). A fin de mostrar el valor de san Ireneo como testigo de la tradición divina, citamos de su epístola a Florino, cortesano imperial, escrita cerca del año 177: «Os ví en vuestra juventud con Policarpo en Asia Menor, y recuerdo aquello tan bien que puedo describir el lugar en donde se sentó y predicó, y su manera de caminar y su rostro, y cómo narraba sus relaciones familiares con san Juan y con otros que habían visto al Señor, cómo recordaba lo que había escuchado acerca del Señor, sus milagros y enseñanzas a partir de quienes habían contemplado la Palabra de la Vida con sus propios ojos: todo en armonía con la Sagrada Escritura». De la primera apología, pronunciada por san Justino (147 d.C.) ante el emperador romano, citamos la siguiente descripción de la Misa, como se celebrara en aquella temprana época: «Después de la lectura de los escritos de los profetas y los apóstoles, y seguido del discurso y las oraciones del obispo, a éste se le arriman pan y un cáliz, el cual contiene vino mezclado con agua. Después de haber alabado y dado gracias a Dios, el Padre, a través del Hijo y el Espíritu Santo, continúa el sacrificio por cierto tiempo. «Luego los diáconos dan a los fieles de este alimento que llamamos eucaristía; y a nadie se le permite comerlo, a menos que crea nuestra enseñanza y haya sido bautizado para el perdón de los pecados y para la regeneración». «Pues no recibimos estas cosas como pan y bebida corriente, pues así como Jesucristo, Salvador nuestro, fue hecho carne por la palabra de Dios, así nos ha sido enseñado que este alimento, bendecido por la oración, es la carne y la sangre del mismo Jesús Encarnado; pues los apóstoles han grabado en sus memorias, que nosotros llamamos evangelios, que el Señor dijo sobre este alimento y esta bebida: “ESTE ES MI CUERPO; ESTA ES MI SANGRE”, y nos ha ordenado: “haced estas cosas en memoria mía”». 38. P. ¿Qué herejías afligían a la Iglesia en aquellos tiempos? R. a) El gnosticismo, que afirmaba poseer el secreto de una ciencia superior y enseñaba la eternidad de la materia, la transformación del mundo a partir de ella por un espíritu maligno, y lo pecaminoso de las cosas materiales. b) Maniqueísmo, que suponía dos principios eternos, la luz y las tinieblas, o el bien y el mal, y enseñaba qe todas las cosas materiales vienen del principio maligno. Nota: Las persecuciones y el martirio son marcas distintivas en la historia de la Iglesia y continuarán siéndolo hasta el fin del tiempo, porque Cristo ha dicho: «El siervo no es mayor que su Señor. Si a mí me persiguieron, a vosotros os perseguirán» (Juan 15:20). Pero de toda persecución la Iglesia se ha levantado con nuevo vigor y santidad divinos, y la sangre de los mártires, como ha escrito Tertuliano, se convirtió en «la sede de los cristianos».