Palabras del Dr. Sergio López Ayllón, Director General del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en la ceremonia de entrega de los resultados de los foros de Justicia Cotidiana al Presidente de la República, Enrique Peña Nieto. • • • • • • • • • Señor Presidente Enrique Peña Nieto, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos Dr. Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal Distinguida Procuradora General de la República Señores Secretarios y miembros del Gabinete Señores Gobernadores Señor Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos Señor Presidente de la Comisión Nacional de Tribunales Superiores de Justicia Señoras y Señores Rectores, Directores y Presidentes de las instituciones académicas, gubernamentales y sociales que nos acompañaron durante el proceso de consulta Señoras y Señores Estamos aquí para entregar al Señor Presidente de la República los resultados de la encomienda que nos formuló en noviembre de 2014 y para adelantar ante todos ustedes, algunos elementos que están en el fondo de toda la reflexión sobre la justicia en nuestro régimen democrático: la posibilidad de hacer efectivos los derechos de las personas. Ésta ha sido la discusión que hemos desarrollado durante los quince foros de consulta y análisis que se llevaron a cabo en los meses de enero y febrero de este año. Hicimos una convocatoria al lado de otras 17 instituciones. Fue un ejercicio basado en la diversidad: diversidad de testimonios, de perspectivas y regionales. Fue también un esfuerzo de cercanía con los ciudadanos, basado en una convicción esencial: las grandes transformaciones –en realidad- comienzan con pequeños cambios capaces de incidir en la vida de las personas. Adelanto dos de los principales hallazgos. El primero, que encontramos un escenario profundamente preocupante sobre la justicia cotidiana, sus instituciones y sus efectos en la vida de la gente. Estamos obligados a reconocer que hoy, la mayoría de los mexicanos, carecemos de los medios y condiciones para solucionar nuestros conflictos a través de las instituciones. El segundo, que la justicia cotidiana corresponde principalmente al ámbito de los gobiernos estatales, y que por ello muchas de las soluciones pasan por fortalecer las capacidades de los sistemas de justicia local. Existen muchas razones que explican por qué nos encontramos en este punto, pero no es el lugar ni el momento para discutirlas. Quisiera únicamente subrayar que el primer gran obstáculo para una justicia cotidiana es que las personas no conocen sus derechos. Y cuando los conocen, difícilmente saben cuáles son las vías para 1 reivindicarlos. Conviene recordar que la conciencia de los derechos es el corazón de la ciudadanía real y que constituye la única fórmula que ha encontrado la democracia, para vincular al Estado con las personas. El siguiente eslabón es, paradójicamente, el momento en que las personas se acercan, por la razón que sea, a las instituciones de justicia. Los procesos son largos y onerosos, los servicios de representación jurídica inciertos y de mala calidad, y las sentencias frecuentemente incomprensibles cuando no inejecutables. Así, el conflicto que dio origen a la intervención institucional no sólo permanece sin solución, sino que genera otros nuevos conflictos. Esos procedimientos, además, tienen lugar en instituciones con capacidades institucionales limitadas, abandonadas en términos presupuestales y con una independencia frágil. Pero son estos espacios olvidados, los responsables de atender la mayor parte de los conflictos de los mexicanos. El caso de la justicia laboral y de los salarios mínimos es muy elocuente de esta situación, y su status quo, constituye una de las fuentes más extendidas del malestar y la desafección social. Por ello, las instituciones de justicia no tienen las condiciones para pacificar y resolver problemas de personas, sino que administran formalismos y procedimientos. Y ahí, en esa orientación, sucede la tragedia de la discriminación sistemática o la perpetuación de las desigualdades sociales en el acceso a la justicia y en sus condiciones de vida. En este contexto, las posibilidades de que el Estado logre dar vigencia plena a los derechos, mejore las condiciones de vida de la población, propicie un entorno favorable al crecimiento económico y construya un auténtico Estado de derecho simplemente se desvanecen. Por ello, si queremos articular el tejido social, dar sentido de pertenencia y confianza a los ciudadanos, así como ofrecer perspectiva de futuro a la vida en común, tenemos que atrevernos a dar un salto hacia delante y transformar esta realidad. ¿Cómo salir de esta situación? ¿Cómo tomar ventaja de los avances institucionales que sin duda ha tenido el país para no quedarnos a medio camino? ¿Cómo resolver los dilemas que enfrentan cada día quienes imparten justicia a lo largo y ancho del país? Estas son, entre otras, las preguntas que una y otra vez impulsaron la reflexión de los expertos que participaron en el ejercicio, y quienes comparten la convicción de que es posible superar este aparente callejón sin salida. En nuestra historia reciente tenemos muchos intentos y contribuciones, políticas y académicas, que llevan años ensayando respuestas a la falta de acceso a la justicia en México. La mayor parte de ellas han optado por sugerir una revisión estructural; por una mirada que se enfoca en el conjunto y una y otra vez, diseña su renovación. 2 El enfoque que adoptamos en los foros fue distinto. Esta vez empezamos por identificar los problemas de las personas. A partir de la experiencia de cercanía y de la conciencia de que el objetivo debe ser resolver problemas concretos y no sólo aplicar la ley, hemos formulado recomendaciones que pretenden transformar, paulatinamente, las condiciones de acceso a la justicia de la mayoría de los mexicanos. Conforme a este enfoque sabemos que no hay respuestas perfectas, sino medidas graduales que tienen que ser identificadas y modificadas periódicamente. Sabemos también que tampoco existen soluciones universales aplicables a todos los problemas y que importa reconocer que la mayor parte de los conflictos se desarrollan en un ámbito local. Tenemos plena consciencia que tenemos que ver al horizonte, pero también que importa corregir la injusticias palpables sin tener que esperar al diseño institucional perfecto y que cualquier decisión sobre justicia tiene que estar anclada, no en la decisión de un legislador lejano, sino en el diálogo razonado que permite el debido proceso entre los afectados por esas decisiones. El catálogo de problemas que encontramos es largo, heterogéneo y complejo. Por ello las respuestas también son diversas y abarcan un amplio espectro de medidas que en algunos casos implican cursos de acción alternativos. En realidad, las 217 recomendaciones que se desprenden de los foros y que ahora entregamos al Presidente de México y ante todos ustedes, constituyen un programa de acción que puede servir de base para elaborar una política pública y nacional de acceso a la justicia. La elaboración de esta política es el principal reto que se deriva de la consulta y es la recomendación más importante del ejercicio. Su diseño requiere del esfuerzo de todos los poderes y órdenes de gobierno, y debe ser capaz de convocar también a la academia y la sociedad civil. Consideramos que la construcción de esa política debe responder a una agenda, y por ello identificamos cuatro temas que consideramos prioritarios: 1. La creación de centros de asistencia jurídica temprana que puedan evolucionar a constituir una defensoría pública vigorosa; 2. Regular la actividad y la responsabilidad profesional de los abogados; 3. Revisar la operación de las juntas de conciliación y arbitraje, y 4. Diseñar un nuevo modelo de justicia familiar. La atención de cada uno de estos temas es compleja y requiere diálogo y acuerdos políticos pues la competencia para resolverlos está fragmentada en muchas instituciones tanto estatales como federales. Por ello, proponemos que el Presidente de la República convoque a una instancia nacional de diálogo y concertación que diseñe, proponga y evalúe una política pública nacional de acceso a la justicia, dueña de la agenda prioritaria antes reseñada. En dicha instancia deberán estar representados todos los poderes en los tres niveles de gobierno, órganos constitucionales autónomos (INEGI, CNDH), así como la academia y la sociedad civil. 3 Pero el diseño de esta política no es una condición para iniciar acciones que permitan mejorar las condiciones concretas de acceso a la justicia. Nuestro planteamiento se complementa con otras 8 acciones precisas, competencia plena del titular del Ejecutivo Federal y otras seis que implican esfuerzos conjuntos de los gobiernos estatales y la federación. Estas acciones, y otras que se encuentran en el resto de las propuestas, buscan resolver injusticias concretas y avanzar en resolverlas. Señor Presidente de la República: Las recomendaciones que contiene el informe general y las 20 acciones concretas que contiene la propuesta de plan de acción inmediato, constituyen un esfuerzo heterodoxo pero honesto y comprometido con la justicia en el país. Es el resultado del trabajo de muchos mexicanos que –generosos- ofrecieron su tiempo y conocimiento, convencidos de que es posible transformar la realidad para acercarnos a un país menos injusto. Sería imposible agradecer a todos y cada uno -a los ciudadanos, investigadores, funcionarios, expertos, abogados, jueces, magistrados personal de apoyo- el esfuerzo realizado. Los recompensa el compromiso político del gobierno de la República para hacer de la justicia cotidiana una prioridad. Reconozco también a los rectores, presidentes y directores generales de las 17 instituciones que nos acompañaron, gracias por su fraterna solidaridad y desinteresada participación en este ejercicio. Quiero hacer una especial mención a la CONATRIB y a su presidente, así como el apoyo que nos brindo la OCDE. Finalmente agradezco a la comunidad del CIDE su apoyo y compromiso con nuestra misión como centro público de investigación. Con este acto damos cabal cumplimiento a la petición del Presidente Peña Nieto y damos cuenta a la nación de sus resultados. Termino con una conclusión aún más general: la agenda de justicia es la agenda de la confianza. Está hoy en el centro del debate público, y debe permanecer ahí. La discusión sobre la necesidad de fortalecer el Estado de Derecho debe ser más concreta, más específica y terrenal; no se agota en la aplicación de la ley, y pasa por lograr que las personas confíen en la manera en que trabajan sus instituciones porqué ello tiene efectos justos, equilibrados, pacificadores y convincentes. Que cumplir las normas y dirimir institucionalmente los conflictos, conviene a todos, especialmente a los más débiles. Esta es la gran agenda pendiente de nuestra democracia constitucional y me atrevería a decir, la agenda de la que depende en parte su vigencia; es la base sin la cual los grandes problemas nacionales, no podrían encontrar su solución. 4