EL DUELO COMO PUERTA QUE LLEVA AL ENCUENTRO CON EL AMOR DE DIOS QUE TRANSFORMA Hemos iniciado nuestro encuentro con la celebración de la vida, participando en ella y saboreando anticipadamente la vida escatológica en la que no habrá llanto ni dolor. Hemos celebrado el amor que tiene una naturaleza dialogal es decir, Dios ha dialogado con nosotros y nosotros con él. Este X Encuentro Nacional de Pastoral de la Salud sobre el tema la "Pastoral del duelo”, que será sin duda una oportunidad de dialogo crítico interdisciplinar entre la psiquiatría, la psicología, la antropología cristiana y la teología, sin olvidar una filosofía de cuño metafísico, en abierta y reciproca complementariedad para poder acercarse respetuosamente al misterio del hombre y su vocación de eternidad y felicidad. Y así poder establecer una antropología del duelo, tener como punto de partida que quién vive el duelo es persona. El tema nos lleva a considerar, desde nuestra visión del hombre (GS, 22), el fondo de la dialéctica antropológica de la persona humana que desde lo profundo de su ser sufre una división, una fractura que la hace experimentar por un lado aspiraciones y deseos, que la abren a horizontes sin fin, y por otro, experimenta constantemente inevitables y múltiples limites; aspira al bien, pero se encuentra también con el dolor y el sufrimiento que le afecta tremendamente, dando paso a eso que llamamos la experiencia del duelo del que viene a ser sinónimo el luto, que aluden a una pérdida o desintegración graves de dimensiones antropológicamente vitales. A través del él experimentamos el profundo desequilibrio radicado en el corazón del hombre (GS, 10) que se traduce en un grito de petición de ayuda que es por eso mismo petición de sentido y significado, grito que ustedes han escuchado y quieren responder con su trabajo en este encuentro. La Iglesia sale al encuentro de este realidad humana con una Buena Noticia, es decir, con el evangelio y, y sin duda este encuentro ayudara a sus participantes a subrayar esta dimensión y opción concreta de la misión permanente de ella que consiste precisamente en anunciar esa buena nueva, reunirse a contemplar y a reflexionar sobre la pastoral del duelo del mismo Buen Pastor, Jesús, y como hoy su Iglesia que es la continuación histórica de su Presencia y su acción, es la profecía de una mejor forma de compartir los gozos y tristezas del hombre de hoy y anunciarle que en Cristo encuentra el consuelo y sentido de toda su vida, incluidos sus dolores, sufrimientos y sentimientos de radical fragilidad; el objetivo sin duda, es encontrar juntos los elementos de una concreta educación evangelizadora en la esperanza y el consuelo. El evangelio al ser buena noticia tiene una base de alegría , basada en que es posible alcanzarla porque lo único que lo impedía, que es la muerte, ha sido vencido por Cristo en su Cruz, Muerte y Resurrección, es decir, el acontecimiento pascual es la luz que ilumina todas estas situaciones y las transforma; esto le da ciertamente una fundamental nota y dinamismo pascuales a su encuentro, porque es ante todo un encuentro con Jesucristo Resucitado, que consuela y anima a sus desanimados discípulos de Emaús que vivían un absurdo luto de frustración vital: “nosotros esperábamos” (Lc. 24, 13) El duelo tiene algo que ver con el absurdo, con el sinsentido del no ser; es el encuentro entre la frontera de lo ontológico con lo meontológico o negación del ser (cfr. 1Cor. 1, 28) . De alguna forma se puede resumir en la pregunta del hombre acerca del cual sea el sentido de la propia existencia, de si vale la pena vivir por lo que en el fondo es una petición de futuro. Puede incluso llegar a ser como una droga existencial que provoca la evasión de la vida, ya sea mediante la depresión que es como un suicidio espiritual, o mediante la negación de los hechos, que es precisamente huida de la realidad, especialmente de una realidad tocada por la esperanza pascual. Esto es síntoma de una verdadera emergencia/fragilidad antropológica a nivel no solo individual, sino social. Entonces, tendríamos que hablar de un duelo extendido a la sociedad en búsqueda de sentido. Los hechos violentos tocan ya no sólo a los individuos, sino a toda una sociedad y provocan la pregunta: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Vale la pena esperar? ¿Vale la pena vivir? Nosotros tenemos la certeza de que la Cruz misma se convierte en la respuesta única y total. En primer lugar, todos los discípulos tenemos que asumirla, es más, es parte de las condiciones para ser discípulo de Jesús: “el que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14, 27). Esto implica, como el mismo Señor lo especifica la capacidad de salir de sí mismo, que es precisamente lo que tanto le cuesta al que vive un terrible duelo: “Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo (Lc. 14, 33). O también: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará (Mt. 16, 24-25). Visto así, por eso es tan importante la pastoral del duelo, el colaborar con la gracia a restaurar en el discípulo su vocación fundamental al éxodo permanente de sí que es lo que directamente afectó el duelo. Salir de sí mismo es algo fundamental en el ser que es esencialmente “ser para”. A esto le llamamos amor y es la fuerza que nos ha salvado, porque, como ustedes afirman en la frase que han elegido: “ Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn. 3,16). Lo que nos ha salvado pues no son los impresionantes sufrimientos del Señor, sino su gran amor expresado en el Sí a la voluntad del Padre. En realidad, Jesús es la realización completa del éxodo: Él ha salido totalmente de sí por la fuerza del amor para salvarnos. Podemos especialmente detenernos a contemplar y aprender de él el camino de salida del duelo, en la escena de Getsemaní, de ver el duelo como una salida o éxodo radical dentro del plan y pedagogía de Dios para alcanzar un nivel mayor del amor (cfr. Jn 1,1). Allí vemos el tremendo dolor de un duelo de dimensiones cósmicas ante la Kénosis de la cruz: “Y estando en agonía, oraba con mucho fervor, y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra. Cuando se levanto de orar, fue a los discípulos y los halló dormidos a causa de la tristeza” (Lc. 22, 44-45). Pero Mateo nos lo comunica con especial fuerza: “Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: siéntense aquí mientras yo voy allá y oró. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces le dijo: mi alma está muy afligida hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen conmigo. Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero sino como tú quieras” (Mt. 26, 36-39). Sólo brevemente comento que este es el momento del duelo más grande de la historia, pues el Señor no sólo asumió un dolor y agonía personal sino el de toda la humanidad en su expresión de dolor más grande y absurdo que es la total ausencia de Dios. Es tan fuerte esta experiencia que Él mismo clama por el consuelo de sus discípulos y su mismo Padre no deja de consolarle enviándole un ángel: “Entonces se le apareció un ángel del cielo fortaleciéndole.” Pero, precisamente de aquí es donde viene la transformación del duelo en libertad que se abre al amor y a la vida. Jesús hace de esta ocasión una radical ofrenda liberadora a través de una decisión: “Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42). Y es entonces donde podemos descubrir el sentido del duelo y por qué Dios en su pedagogía permite que vivamos estos terribles momentos como un punto de ruptura en la propia vida. Cambio radical y conversión y fidelidad al Amor. Nos acercamos con una mirada humana al duelo pero también abriendo el corazón a la mirada de Dios hacia nuestro duelo. Para Él no deja de ser un punto de ruptura en el ritmo normal de la vida a una nueva dimensión, es pues una especie de conversión existencial antropológica signo de la pedagogía de Dios. El discípulo misionero ha de saber del duelo por la naturaleza de su llamado y envío. Ante el dolor no se puede caer en inoportunos sentimentalismos. Están fuera de lugar. Por eso quiero invitarlos a verse ustedes mismos como ángeles del cielo (mensajeros) que Dios envía a sus hijos para fortalecerlos en sus dramáticos y terribles sufrimientos y agonía; que estos días de estudio y reflexión, de encuentro con el Señor y entre ustedes a quien ha llamado y concedido este carisma tan precioso para el hombre les fortalezcan las alas de la sabiduría y la urgencia pastoral del ser como la sangre del cuerpo, que acude rauda a la herida sin que se le tenga que llamar . Toda la Iglesia, necesitamos los frutos de estos días de trabajo. Que el Espíritu Santo los ilumine, Él a quien llamamos el paráclito, es decir, el enviado como consolador de los fieles. Que la intercesión de Santa María de los Dolores y de la Esperanza los anime e impulse a ser mensajeros /ángeles de la Misericordia y del Consuelo de Dios que transforma el propio dolor en ofrenda que completa “lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col. 1, 24) que, para nosotros junto con Pablo, es el bello sentido de fondo del dolor.