El canon ético de Ordine El caso de Nuccio Ordine no deja de causar asombro. Il professore Ordine ha sabido transferir sus saberes humanísticos en un formato que se ajusta perfectamente a este tiempo nuestro de velocidad y apuro, convirtiéndolo en una figura mediática. Como él mismo afirma al final del Los hombres no son islas, la selección de textos y sus correspondientes comentarios fueron publicados en forma de columna en el suplemento Sette del Corriere della Sera durante casi un año entre 2015 y 2016. La horma le venía que ni pintada. De la misma procedencia fueron los artículos que componían su otro volumen-antología llamado Clásicos para la vida. Realmente el origen es mucho más admirable. Ordine ofrecía esos fragmentos de obras canónicas a sus alumnos de la Universidad de Calabria como marcos para comentar asuntos de la vida individual y de la vida social. En poco tiempo la noticia corrió como la pólvora en el campus y no fueron pocos los alumnos de otras facultades que pasaron a formar parte de ese atento auditorio. ¿Qué aunaba el autor en ese personal método como para atraer a todos esos jóvenes? Aunaba conocimiento humanístico, sentido de la realidad y un entusiasmo que sólo los grandes profesores saben transmitir a su alumnado. De alguna manera esto es lo que encontramos ya en Clásicos para la vida, y lo que se nos ofrece en el volumen que comentamos. En el prólogo a la obra el autor deja de manifiesto su empeño: “las «antologías» no sirven para nada si no invitan a abrazar íntegramente los textos de los que reproducen pasajes o fragmento”. Pero habría que aclarar que la fórmula ordiniana comienza a perder algo de fuelle; en la selección de clásicos hace un trasvase de algunas ideas que sus lectores fieles reconocerán en el anterior título que hemos comentado. A pesar de ello, su lectura continúa abriendo caminos con el fin de que tomemos ese haz de luz para indagar y no nos quedemos en la mera cita. Ordine tiene un evidente oficio y un talento versátil para mostrar su, tal vez, mayor virtud: la capacidad de relacionar autores y obras con una sensibilidad realmente sobresaliente. En la introducción compone un precioso mosaico de vínculos entre Donne (del que toma el título del libro), Bacon, Virginia Woolf, Mathew Arnold, Whitman y el poeta medieval persa Saadi de Shiraz. Ahí es donde se disfruta al italiano, en esa habilidosa muestra de encontrar el hilo que une obras, autores, culturas y épocas distantes. Su afán filológico se muestra como una alborada llena de luz con el paso de las páginas. Estos volúmenes (Clásicos para la vida y Los hombres no son islas) componen una suerte de canon ético que nos ayuda a ser mejores; la “autoayuda de los clásicos” podríamos decir con algo de sorna. Hemos de suponer que el autor podría seguir viviendo de la ubérrima sapiencia de estos artistas, y, de ser así, nada se le podría reprochar. El viejo profesor retoma sus apuntes de clase y repasa sus notas; los años dan la oportunidad de ahondar en las nutricias grietas encontradas en el camino. Aun así, se disfruta más de la continuidad argumental del prólogo que de las pinceladas de erudición del resto del libro. Tal vez otra de las cuestiones que se le puede echar en cara sería la falta de fuerza a la hora de anudar con convicción sus lecturas al presente tiránico que nos asiste (la super-tecnologización o el control del trabajo y de la vida privada, entre otras). Sí lo hace cuando aborda la pérdida de la presencia de las Humanidades en las universidades y la conversión de estas a simples expendedurías de títulos. Lo lleva haciendo así desde que se ha convertido en una estrella de la conferencia (la llamada “La utilidad de lo inútil en nuestras vidas”, fruto de su colaboración –curiosa– con la banca privada para da a conocer su gran primer éxito en España, tiene más de diez millones de visita en youtube). Una breve actualización o un trabajo de traer el presente más inmediato a las orillas de la obra hubiera bastado para ofrecernos clásicos que nos hablen de lo que ha ocurrido en estos últimos tres años (las vacunaciones masivas –con gran encono gubernamental en su país–, la implantación de pasaportes digitales, el ubicuitario turismo de masas (el capítulo dedicado a “Las antigüedades de Roma” de Joachim Du Bellay hubieran bastado para reflexionar acerca de que no sólo el tiempo destruye las ciudades, sino también la mano del hombre). Como compensación a estas ausencias, habría que mencionar el fino trabajo que acomete en el capítulo dedicado a La princesa de Clèves, que descompensa la forma-cápsula de los otros artículos. Sería de agradecer que este fuera el modelo y no otro. En justa aclaración, el mismo Ordine menciona a pie de página que este epígrafe está extraído de un trabajo mayor. Sea como fuere, es un placer leer ayudado por los ojos del professore dirigidos a intertextualidades e inter-realidades que dialogan con vivacidad, que disuelven la idea de la insularidad de los hombres. Su obra rezuma amor humanístico; y también, por qué no, humor humanístico. Tenemos suerte de contar con su mirada. Esperamos que durante los años que nos quedan a su lado sigamos recibiendo obras divulgativas salidas de su pluma, así como otras con todo el calado intelectual que su autor puede aún regalarnos. Post Scriptum: El 17 de junio del año 2009 debutaba uno como crítico literario de este espacio. Recuerdo que reseñé el maravilloso Juan Belmonte de Chaves Nogales. Recuerdo también mi nerviosismo por dar la talla dentro de un proyecto ilusionante que salía de la cabeza y de la inextinguible voluntad del periodista Alejandro Luque. En aquel proyecto inicial recalaron personas a las que he estimado mucho y a las que tengo también mucho que agradecer. Sus respectivas marchas se vieron compensadas con la llegada de otros tantos y otras tantas estadistas, que han venido haciendo un trabajo encomiable por puro amor a la literatura. En esta década larga, EC me ha dado la oportunidad de crecer como lector y me ha hecho disfrutar de momentos de gran alegría. Ha sido una satisfacción poder llegar a muchas personas desde mi particular visión de lo que es la literatura (y de lo que parece serlo). Como muchos de los que pasáis por aquí, no creo en la posibilidad de un mundo sin literatura. Quiero agradecer a Juan Carlos Sierra (motor, catalizador, incitador, perseguidor, de la última etapa de Estado Crítico) su afanoso y siempre elegante trabajo tras los mandos, además de su amistad; a Luque, su natural entusiasmo y su refrescante y sincera fraternidad; por supuesto a todos los compañeros y amigos con los que compartí años de frenesí y alegría callejera, en los que la ciudad era una enorme tasca donde disfrutar y hablar sobre libros. Esa ciudad, tanto la real como la metafórica, ya no existe. Los años nos han llevado a unos y a otros por diferentes caminos. Las tele-circunstancias nos han creado la falsa ilusión de que la vida sigue igual, pero no es así. Quisiera recordar al malogrado estadista Rafael Suárez Plácido, que siempre deseó conformar una suerte de hermandad literaria en la que intercambiar impresiones. En algún momento podemos decir que nos acercamos inconscientemente al sueño de Suárez Plácido. Queden la memoria de aquellos días como prueba de que así fue. Muchas gracias a todos y ¡larga vida a Estado Crítico! Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir (Acantilado, 2022) | Nuccio Ordine | 296 páginas | 18 euros | Traducción de Jordi Bayod