Literatura Universal Renacimiento y Clasicismo El teatro clasico europeo. El teatro isabelino en Inglaterra. Shakespeare y su influencia en el teatro universal. El teatro clasico frances. El teatro clásico europeo Durante los siglos XV y XVI, el teatro en Europa va perdiendo su carácter religioso y evoluciona en dos direcciones: la culta, con dramas de corte humanista o cortesano que se representan en las universidades o en los salones de la nobleza; y la popular, con piezas cómicas, que actores ambulantes pasean por las plazas y las ventas de los pueblos. Con el tiempo, ambas corrientes confluirás en un teatro del gusto de todos. Es entonces cuando se habilitan locales especiales y se forman compañías estables de actores. Esta evolución tomará en el siglo XVII –el siglo del teatro por excelencia– dos direcciones: el teatro barroco de Shakespeare en Inglaterra, y de Lope de Vega y Calderón en España; y el teatro clásico de Corneille, Racine y Molière en Francia. El teatro isabelino en Inglaterra En Inglaterra, durante las dos últimas décadas del siglo XVI y casi toda la primera mitad del siglo XVII, se desarrolla el llamado teatro isabelino, que reúne un nutrido grupo de obras y autores, con Shakespeare a la cabeza. La denominación se debe a que se gestó durante el reinado de Isabel I (1559-1603), aunque también se extendió a los reinados de Jacobo I (1603-1625) y Carlos I (1625-1649). El teatro popular inglés empezó a representarse en escenarios improvisados como los patios de posadas, a los que acudía un público numeroso y variopinto, pero al iniciarse el ciclo isabelino, ya existían locales expresamente construidos para las representaciones teatrales. Los más importantes se edificaron en las proximidades de Londres ya que, dentro de la ciudad, el teatro estaba entonces prohibido. Especialmente destacados fueron “The Swan” y “The Globe”, de forma circular y hexagonal respectivamente. Del mismo modo que en los corrales de comedia españoles, el público de estos teatros estaba integrado por gente de toda condición, pero con un predominio del estamento popular que imponía sus gustos al margen de los conceptos clasicistas. De acuerdo con ese público, el teatro isabelino adoptó ciertos rasgos característicos: no se mantienen las unidades dramáticas de lugar, tiempo y acción; alternan con frecuencia el verso y la prosa; interactúan personajes nobles y plebeyos en la misma obra; Priscila Méndez Página 1 Literatura Universal Renacimiento y Clasicismo y se mezclan los géneros, aunque en ocasiones el claro predominio del elemento trágico o cómico permite hablar con propiedad de tragedias o comedias. Dentro del teatro isabelino llama la atención el interés por el tema histórico, circunscrito al drama o a la tragedia. De entre los muchos dramaturgos ingleses de esta época (Christopher Marlow, por ejemplo) destaca de forma extraordinaria la figura de William Shakespeare. Shakespeare y su influencia en el teatro universal William Shakespeare (1564-1616) nació 17 años más tarde que Cervantes, y murió en la misma fecha del mismo año que él. Así pues, fueron muy coincidentes en el tiempo estos dos hombres clave de la literatura europea. En 1605, año de la publicación de la primera parte del Quijote, Shakespeare estrena dos de sus tragedias más importantes: El rey Lear y Macbeth. Shakespeare fue un hombre de teatro en la plena acepción de la palabra (actor, escritor, director de escena…), como lo iba a ser Molière después. Su vida personal y artística está llena de lances sentimentales y altibajos de fortuna. Su obra no puede ser considerada un fenómeno aislado y ajeno a una tradición establecida a lo largo de todo el siglo XVI; sin embargo, partiendo de una tradición dramática ya consolidada, rompe con los esquemas anteriores y crea un teatro mucho más abierto en sus planteamientos, donde la inestabilidad de todas las cosas parece ser la tesis principal. La visión del mundo que presenta su obra es, como en Cervantes, variada, y hasta contradictoria, con una mezcla de elementos trágicos y cómicos. Esta mezcla de elementos también se traduce en una frecuente convivencia de lo real y lo fantástico. En el fondo de esta concepción del teatro hay una profunda visión del mundo, que se muestra como una realidad poblada de contradicciones. El orden establecido es profundamente vulnerable, y en él operan el azar y las decisiones personales. El recurso necesario para hablar de la complejidad de la vida no puede ser sino una vida dramaturga libre y altamente creativa, en la que el lenguaje se poetiza sistemáticamente, sin desdeñar por ello el uso de giros y expresiones cotidianas. Lo mismo sucede con la rica galería de los personajes shakesperianos, hasta el extremo de que alguno de ellos, como Hamlet, han sido objeto de análisis y debates sobre su personalidad, como si de una persona real se tratase. No son, en absoluto, personajes monocordes o planos, sino que presentan múltiples facetas y matices que les dan una extraordinaria complejidad. Este es, por ejemplo, el caso de las mujeres, inteligentes y agudas a menudo, otras veces víctimas patentes de una situación social que las manipula y hasta –como en el caso de Ofelia– las lleva a la locura y a la muerte: Lady Macbeth, Julieta… no son estereotipos femeninos, sino seres llenos de contradicciones y de fuerza dramática. Dadas estas condiciones, la clasificación del teatro de Shakespeare no es nada fácil. Sin embargo, cabe distinguir en ella los siguientes tipos: DRAMAS HISTÓRICOS: como ocurre en el teatro español, también en el teatro isabelino se llevan al escenario asuntos de la historia inglesa para que el pueblo la conozca y pueda Priscila Méndez Página 2 Literatura Universal Renacimiento y Clasicismo afirmar mejor su sentimiento nacional. Shakespeare presenta en escena el dominio y la autoridad de la poderosa monarquía inglesa. Como ejemplo, se pueden citar Ricardo III y Enrique VI. También hay que incluir entre los dramas históricos Julio César, de tema clásico. TRAGEDIAS: son las obras mejores y más conocidas de este autor. Entre ellas destacan Romeo y Julieta, Hamlet, Macbeth, El rey Lear, Otelo… En ellas destacan la grandeza dramática de los protagonistas y los graves conflictos que sus acciones o moral provocan. Algunos de sus personajes se consideran verdaderos arquetipos o símbolos de actitudes humanas, como ocurre, por ejemplo, con Hamlet (la duda), Macbeth (a ambición y el arrepentimiento), Otelo (los celos)… COMEDIAS: se caracterizan por su intriga o por la frecuente mezcla de realidad y fantasía. Muchas de ellas son de tema amoroso. Algunas de las más importantes son El sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, La noche de reyes y Como gustéis. El teatro clásico francés El teatro barroco francés, similar al que se da en España, se prolongó hasta el primer tercio del siglo XVII. En los años treinta se produjo una reacción contra el Barroco que se manifestó de forma especialmente intensa en el teatro. El cambio de orientación en la escena francesa vino dado por la insistencia con que los preceptistas reclamaban una vuelta a las normas clásicas aristotélicas y a los modelos clásicos. Por otro lado, a partir de Descartes y su Discurso del método (1637), fue ganando terreno la importancia de la razón como instrumento para interpretar el mundo, con lo que se impuso el gusto por lo comedido, lo equilibrado y lo claro. Con el espíritu clasicista, se volvió en el teatro a la separación de géneros, la distribución de personajes según los géneros, la imposición de las tres unidades y la exclusión de todo tipo de excesos, considerados de mal gusto. La etapa del clasicismo es la época dorada del teatro francés ya que a ella pertenecen tres de sus más grandes dramaturgos: Corneille, Racine y Molière Molière Jean-Baptiste Poquelin, Moliére, (1622-1673) está considerado como el más grande comediógrafo de la historia. Sus comedias, de una crítica acendrada dirigida contra poderosos sectores burgueses y aristócratas, le granjearon grandes enemistades, hasta el punto de ser prohibidas en muchas ocasiones. No obstante, gozó de la protección del rey Luis XIV. De la treintena de comedias que escribió destacan especialmente algunas de la década de los 60. En todas ellas recrea vicios y defectos encarnados en personajes que han pasado a ser prototipos universales. Tartufo, escrita en verso, es una sátira contra la hipocresía religiosa. Don Juan o el festín de piedra representa una nueva recreación del personaje libertino que Priscila Méndez Página 3 Literatura Universal Renacimiento y Clasicismo había llevado a los escenarios por primera vez Tirso de Molina con El burlador de Sevilla. El misántropo es una crítica al mundo superficial y frívolo de la “buena sociedad” parisina. Otra obra importante es El avaro, cuyo tema está inspirado en La olla de Pauto: a diferencia de lo que ocurre en otras comedias de Molière, lo que aquí se satiriza –la avaricia– no es propio o exclusivo de la sociedad del autor, sino un defecto intemporal. El enfermo imaginario (1673) fue su última obra, y por una curiosa ironía, el autor, que estaba realmente enfermo, sufrió un ataque de consecuencias fatales cuando interpretaba el papel principal. La obra presenta una divertida y feroz crítica a la falsedad, centrada, en este caso, en el ejercicio de la profesión médica. Paralelamente a este tema principal, la obra censura también los matrimonios de conveniencia y el abuso de la autoridad paterna, aspectos que aparecían ya en el Tartufo y El avaro. Corneille Pierre Corneille (1606-1684) fue el creador de la tragedia clásica francesa. Adaptó a su época muchos temas romanos (Horacio, Cinna), aumentando su carga dramática y la fuerza de sus personajes. Estos se ven obligados a elegir entre sus inclinaciones personales (amor, amistad…) y el deber (el honor, razones de Estado…), al que finalmente acaban doblegándose. Su obra más famosa, El Cid, está inspirada en una obra de Guillén de Castro. Racine Jean Racine (1639-1699) depuró la tragedia de Corneille, simplificando al máximo la acción y centrándola en problemas estrictamente psicológicos. Sus tragedias, rigurosamente sometidas a los preceptos neoclásicos, se inspiran en temas griegos (Andrómaca, Ifigenia, Fedra), romanos (Británico, Berenice) y orientales o bíblicos (Esther). Priscila Méndez Página 4