El caso de la pescadilla que se muerde la cola. El inspector Zapatillo se incorporaba a su despacho tras haber resuelto uno de los casos más difíciles que se le habrían cruzado en su larga carrera: el caso del “porqué los arboles no nos dejan ver el bosque”. Tenía una gran experiencia en casos complicados y el ministro de asuntos internos siempre le requería cuando el país estaba en peligro. Nuestro investigador era hábil e ingenioso, aunque su aspecto era de persona estrafalaria y despistada. En realidad se llamaba Fernández, pero todo el mundo le conocía por su apodo que hacía alusión irónica al tamaño de sus zapatones: un 45. Era un “sabueso”. Pero no trabajaba solo; su compañero era también un auténtico sabueso: Lunares, un perrito - fiel compañero de andanzas- que encontró un día abandonado en la calle, con pintas de necesitar una familia. De fino olfato y rápido instinto, era el ayudante indispensable para Zapatillo. Pero volvamos a su despacho y al nuevo caso que debía resolver: “la pescadilla que se muerde la cola”. Se sentó tranquilo a leer el informe que su jefe le había dejado sobre la mesa, mientras Lunares, impaciente, movía el rabo y jadeaba ligeramente. No iba a ser fácil de resolver. Si la pescadilla siempre se mordía la cola, había que evitar que lo hiciera, pero… ¿cómo? El informe, en concreto, no hablaba de ninguna pescadilla. El tema era que el aire de las ciudades estaba cada vez más contaminado y que los bosques que un día habían oxigenado nuestra atmósfera estaban desapareciendo. En el caso anterior Zapatillo investigó el tema de los bosques y sabía que había que cuidarlos. Los árboles forman parte de un ecosistema que permite la existencia de otros seres vivos y aportan a la vida de las personas muchos beneficios. Pero la tala de un número excesivo de árboles para uso industrial estaba agotando nuestros bosques. El progreso había traído consigo la necesidad de consumir mucha celulosa, la materia con la que se hace papel y que se extrae de los troncos de los árboles. Los maravillosos cuentos, los periódicos, los envases y cajas, los envoltorios de regalos, los carteles, la publicidad… todo esto necesitaba de los árboles. Pero los árboles tardan muchos años en crecer y las calvas en la espesura de los bosques son cada vez más irremediables. ¿Qué se podía hacer? ¿Era la pescadilla que se muerde la cola? ¿El progreso debe ocasionar la tala de árboles y la contaminación? Esta pregunta se la hizo en voz alta el propio Zapatillo, y Lunares- ágil y avispado- le contestó: -¡guau, guau! -Ya. Estoy de acuerdo. Nos pondremos manos a la obra. Aquella mañana visitaron una fábrica de papel y comprobaron la cantidad de troncos que se usaban en la elaboración de papel y cartón. El olor en ese lugar trastornó a Lunares que tiene un olfato muy delicado. Seguidamente investigaron el destino de esos papeles y cartones. Muchos de ellos tenían un corto viaje de la fábrica, a la tienda, al consumidor y luego a la basura. En los basureros desaparecían mezclados con otros productos. Pero había que evitar que la pescadilla llegase a comerse la cola. El papel y el cartón debían tener un uso más prolongado. Zapatillo fue poniendo letras y le pidió a Lunares que le ayudara con el puzle. Entre los dos llegaron a encontrar la palabra clave: Si las personas separaran en los contenedores azules el cartón y los papeles, y se llevaran a fábricas de reciclado, el problema tendría solución. El ciclo de la vida del papel sería largo y productivo. Salvaríamos la tala de muchos árboles y evitaríamos la contaminación de la atmósfera. Aquel día Zapatillo salió tarde de su oficina. Elaboró un informe con la solución del caso. Esta solución dependía de todos: de las autoridades, de los fabricantes y comerciantes y de los consumidores. Teníamos que mentalizarnos de que cuidar nuestro planeta es algo que nos incumbe a todos. Nuestra casa tierra necesita los bosques para respirar y nosotros podemos progresar sin destruirlos. Lunares miró con carita mimosa a Zapatillo. Se merecía algún premio por su colaboración. Una ración de su comida favorita estaría bien. Pero su recompensa sería aún mejor: al día siguiente le esperaba una inolvidable jornada por los bosques de nuestra comunidad. Cuando salían del despacho, Lunares se acercó a una papelera repleta de papeles y dio varios rodeos a su alrededor. Zapatillo le reclamó en la puerta, pero Lunares le insistió: -¡guau, guau, guau! -¡Ah! ¡Me olvidaba! Gracias, compañero. Nos bajaremos todo este papel al contenedor azul. ……………………. Su siguiente caso se llamaba “aquí hay gato encerrado”, pero esa es otra historia.