Andrej E. Skubic nació en 1967 en Ljubljana. Ha publicado cuento en revistas literarias eslovenas desde 1990. Su primera novela, Grenki med (Miel amarga), se publicó en 1999 y ganó el premio Kresnik a la mejor novela del año en 2000, así como el premio a la mejor primera novela de los Editores y libreros eslovenos. Su segunda novela, Futinski bluz (Blues de Futine), apareció en el 2001 y fue nominada para el premio Kresnik al año siguiente. Ha sido traducida al checo y al serbio y dramatizada por el Teatro nacional eloveno en 2005. En 2004 se publicó su primera colección de cuento, Norínica (El manicomio) con muy buena crítica. Sus cuentos han aparecido en diversas revistas literarias en inglés, checo, croata, alemán, húngaro, polaco y ruso. Skubic ha traducido varias novelas y antologías irlandesas y escocesas. Es escritor independiente y vive en Ljubljana. TODO VA A ESTAR BIEN -¿Y entonces qué hizo el abuelito?- pregunto. Con un ojo estoy tratando de ver la televisión pero es un intento fútil. En las manos Lana tiene un libro ilustrado sobre un ratón y una gallina que nadan juntos. Sus ojos azules son curiosos. Me horadan profundamente el oído izquierdo. Son tan azules y tan serios. Los chistes y la evasión son delitos. -¿Qué hace el abuelito? -pregunto otra vez, aunque un poco distraído. El entusiasmo no es necesario; la participación sí. De todos modos, los reportajes más importantes ya pasaron. El abuelito tampoco está precisamente entusiasmado acerca de la interpretación que Lana hace de esta historia, aunque sí indica cierto progreso en su imaginación. Según ella explica el libro ilustrado, yo soy el ratón que infla la alberquita y Lana es la gallina que la llena de agua. El hecho de que el ratón en el libro tiene -además de una nariz enorme y un bigote y una camisa morada- una cola, ninguno de los cuales tengo, la desconcierta un poco. Aunque no demasiado. De hecho, insiste en que yo, su papi, también tengo una cola en realidad; lo único es que ella todavía no sabe dónde está. Pero ese es un problema menor. A veces me pregunto cómo los demás encuentran su lugar en el universo. Para nada estoy seguro. Creo que probablemente, a sus ojos, soy una especie de copia patética de lo real, del papi perfecto que tiene la naturaleza esencial y legítima del papismo, que es como debe ser un papi con todos los accesorios necesarios, incluida una cola impresionante que puede agitarse magníficamente en el aire, una cola como la que alguna vez tuvieron nuestros ancestros, esa gran especie que se ha degenerado con el tiempo. Cuando llevo a Lana a pasear en mi bicicleta, le gusta levantar mi playera y correr el dedo por mi hueso caudal con la esperanza de descubrir el órgano largamente escondido. -¡Gegi bum bum! -grita Lana triunfante. Cuando la alberca está llena, un elefante llamado Gaspar con su enorme traje de baño entra a escena y se tira al agua de modo que no hay lugar para el ratón ni para la gallina. Ese es el clímax dramático del cuento. Me parece que la interpretación de Lana de esta parte del cuento es lo que pone nervioso al abuelo. ¿Por qué el abuelito tiene que ser el elefante? Hay animales mucho más interesantes en el cuento. No tendría que ser un león o algo así, no hay que exagerar, pero existen avestruces y tejones ... -¡Bum bum! Lana se tira de cola a la alberca haciendo que el agua salpique por todos lados. A la chingada esta forma de nadar. Esta natación como de balneario de aguas termales. No entiendo qué beneficios tiene, ni para los jubilados. ¿Qué le ven a los balnearios? ¿En el invierno, y más todavía en el verano? Hay hordas de gente aquí. Todos tendidos por ahí en un charco oscuro de más de treinta grados. Se ven totalmente relajados y dan la impresión que de eso se trata, que es normal mojarse un poco cuando hace calor afuera. Que así se aguanta mejor el calor. Hasta donde entiendo, cuando hace calor, mojarse significa refrescarse, o algo así. Un líquido tibio del seno de la madre tierra salpicado sobre cientos de homo sapiens sudorosos que han logrado un nivel de inteligencia que dicta que se remojen en agua caliente en medio del verano. Quiero decir, ¿qué sentido tiene? Y sin embargo aquí estoy con todos ellos, acostado boca abajo en la alberca de niños. Me apoyo en los codos y mi cola de caballo mojada se enreda húmedamente alrededor de mi cuello. Qué lujo. Bueno, Lana sí lo entiende. Para Lana, el agua tibia en la estación más caliente del año no plantea ningún problema: oye, es agua. Sus alas de agua azulosas brillan. Sonriendo ampliamente, echa el mentón para arriba y adelante. Klara está acostada boca abajo del otro lado de la alberca, sonriéndole a Lana. ¿Quién no? No sé por qué siento tanta presión en mi vientre. -Mira - le susurro a Lana. -Mamá es un pez. Ella mira a su mamá con asombro: -Mamá no -dice, y luego: -No p-p-p. Afuera, detrás del grueso vidrio que separa la alberca interior de la exterior, el cielo está gris oscuro. Pronto veremos el primer relámpago. Dos grullas altas están paradas afuera de la alberca. Si a una la partiera un rayo sería un verdadero espectáculo, tal vez hasta peligroso. ¿Se habrá electrocutado alguien en una alberca de un balneario? ¿O tal vez todos los miles de ocupantes sudados a la vez? Eso sí que sería tremendo. Afuera hay un rumor suave y sordo. Lana se asusta y mira por encima de su hombro, por sobre el respaldo del sillón y luego a mí. El retumbo en el cielo se prolonga: está lo suficientemente lejos para que los ecos se extiendan hacia afuera, hacia muy afuera, a cientos de metros. Lana tiene una expresión expectante en la cara. ¿Papi? -¿Son truenos? - digo. Volteo la cabeza un poco, no tengo ganas de voltear todo el cuerpo. Sí, se acerca una tormenta. La noche está cayendo lentamente, pero está más oscuro que si todo estuviera normal. De nuestro lado de la casa no se ven tantas nubes. Han de estar justo arriba de nosotros, arriba del techo del edificio, ya bastante negras. El aire oscurecido frente a la ventana no se ve siniestro, sólo un poco triste. -Sí -dice Lana. Las hojas afuera revolotean, movidas por un viento suave. Lana me mira y medio sonríe. Con mano torpe, Lana arranca el tallo del diente de león y me echa una mirada desafiante. Estamos parados en el pasto crecido, justo al borde de un campo de heno. Klara está parada en un sitio un poco más alto, como a treinta metros, junto a la banca donde tenemos nuestro bolsón, la cámara y la comida. Es una bonita tarde. La vista es magnífica aunque no estamos en un sitio muy alto. De un lado vemos hasta Nazarje, Bona ob Dreti, Nova Stifta y del otro lado el macizo montañoso de Robanov Kot. Un poco más abajo, a unos trescientos metros, se ve una casa, una granja grande, como de algún tipo de turismo agrícola. Está en un sitio muy bonito, aunque parecería necesitar más infraestructura. Por ejemplo, no hay un parque de juegos infantiles. Hubo una época en que no pensaba en ese tipo de cosas. El bosque atrás de nosotros. Hay un poco de bruma, el cielo un velo gris. También ahora está más fresco, lo cual está bien. Ya tuvimos suficiente calor. Esto es ideal para Lana. -iAaaaaayyyy! Me hace cosquillas en la pierna desnuda con el tallo del diente de león. Me siento un poco estúpido pero empiezo a brincar por ahí: ese es mi papel, la convención en estas cosas. Lo respeto. Lana me hace cosquillas. Lana le hace cosquillas a papi. Lana sonríe ampliamente. Lana está de un humor brillante. Es extraño pero cuando la miro me parece que, a pesar de su felicidad, su mirada es insólitamente opaca. Sospechosamente opaca. -¿Está divertido? -le pregunto, y volteo la cabeza un poquito no. Sí, el viento ha empezado a soplar: decididamente viene una tormenta. -Si -dice Lana y pone a un lado el libro ilustrado. Se levanta lentamente y se apoya en el respaldo del sofá y mira hacia afuera. Llega una repentina ráfaga de viento y las hojas del árbol se estremecen; la ventana está cerrada pero casi se siente el crujir de los arces. Aunque apuesto a que ésa es sólo una ilusión poética porque las ventanas son nuevas, de plástico y están selladas cinco veces, de modo que ese tipo de sonidos naturales salvajes no tienen posibilidad de entrar. Lana mira las hojas con entusiasmo. -Papi exclama, señalando el lado inferior plateado de las hojas que se agitan en las ramas oscilantes. -¿Qué pasa, Lana? - pregunto, y me asomo a ver si la oscuridad de veras ha cubierto el cielo por encima de nosotros o si todavía hay una posibilidad de que las nubes se alejen. -Aaa -dice Lana indecisa. -¿Quieres decirme algo? Como siempre, un breve instante de silencio viene después de esta pregunta. Lana abraza el respaldo del sofá y mira hacia afuera. -Sí -dice después de un rato. La miro de costado. Su perfil tiene un contorno meditabundo que todavía se puede distinguir en la extraña penumbra. -Papá también quiere decirte algo -le digo. Voltea hacia mí, sonríe, y luego se inclina. Las yemas tibias de sus dedos me detienen la cara. Aprieta mi cara a sus mejillas, casi a su boca. Labios pequeños y suaves. Los labios más suaves del mundo. -¿Quieres que corte una hoja para ti? -pregunto. Lana vadea a grandes pasos en el agua. O más bien sus pasos dan la impresión de fuerza porque se contonean por aquí y por allá, aunque en realidad está a punto de caerse todo el tiempo. Sonríe con toda la cara. Su bata de baño azul celeste revolotea a su alrededor. Y luego su sonrisa queda rígida un momento, su mirada se extravía y sus pasos se vuelven inseguros. Sólo por un momento, pero lo suficiente para que se me tense el estómago. Pero luego está sonriendo otra vez, parada a la orilla de la parte profunda, y prosigue. Klara y yo nos miramos. Ambos estamos pensando exactamente lo mismo. No cabe duda. Nuestras experiencias son tan compartidas y tan agotadoras. No es posible que uno de nosotros pensara algo distinto. Pero todo está bien. Sólo duró un segundo y estamos acostumbrados a esos segundos. No es difícil vivir con ellos. El agua tibia salpica por todos lados. Tal vez está demasiado tibia; eso podría ser un problema. A ella no debe darle demasiado calor. Es un desastre, un maldito desastre, si le da demasiado calor. -Yaaa -canta. Me tengo que reír. Las hojas bajo la ventana tiemblan con las ráfagas más fuertes. En la calle, abajo, pequeños remolinos de polvo corren para acá y para allá sobre el asfalto. Tal vez caiga granizo; hay condiciones precisas para que eso suceda. Klara está en la ciudad. Dios sabe dónde estacionó el coche. Podría quedar todo abollado otra vez. Ya nos ha pasado. -Lana -digo -papá no puede cortarte una hoja. Está demasiado lejos. Lana se pone de pie y parece un poco confundida. Parece que sus ojos azules me están preguntando por qué se la ofrecí. Papi, ya estábamos de acuerdo en que no me prometerías lo que no me puedes cumplir. -Papá se caería hasta la calle si tratara de alcanzar una hoja -le digo, tratando de zafarme. Otra vez la mirada interrogante. -Bum bum -trato de explicar con palabras más comprensibles. Lana sonríe y apoya un brazo en el respaldo del sofá. La sonrisa se pone rígida y la mano en el respaldo se aprieta, el codo se estremece. La cara de Lana es totalmente inescrutable mientras me hace cosquillas con el diente de león en las piernas desnudas. Sonríe y me mira pero es como si no me viera. Su mirada parece estar fija un milímetro a la izquierda de donde estoy. Tal vez está enfocando a diez centímetros de donde realmente estoy. Pero sigue sonriendo y echándome la desmenuzada flor del diente de león. No sé qué pensar. Está tan contenta. Nunca había estado así antes. Me acuclillo. Mira a través de mí. Y su sonrisa se está desvaneciendo. Sus ojos están serios, pensativos. -Lana -le digo -¿puedes mirar a papá? -No -dice, pensativa. Pero sí está hablando. Es increíble. -Lana -le pregunto -¿te sientes mal? La mirada de Lana se mueve un poco más a la derecha, pero todavía está parada, todavía contesta. -Sí-dice. Se cae al agua como un árbol derribado. Es totalmente inequívoco, pero como estoy acostado boca abajo en el agua tibia, no puedo pararme enseguida para ayudarla. Es como esos sueños cuando quieres correr pero no puedes. Agitando los brazos, trato de ponerme de pie, avanzar a salpicadas hacia ella. Su cabecita con la gorra floreada se mece bajo las olitas de la alberca del balneario como un pato. Gracias a Dios su cabeza está torcida para atrás. Antes de caer, tenía los brazos extendidos hacia adelante y hacia arriba como en un gesto de plegaria, y ahora que está horizontal se le han quedado rígidos en esa posición, lo que levanta su mentón fuera del agua. Desde atrás, casi no se ve que se mueve ligeramente: para arriba y para abajo, para arriba y para abajo. De pronto me precipito hacia adelante en el sofá y la agarro. La tengo entre mis brazos pero no puedo detener lo que pasa: ella llora en silencio, ya retrocediendo, ya lejana. Cada Instante hay menos de ella. No hay fuerza en la tierra que pueda detenerla. Sus labios se ondulan, un gemidito más, y luego está totalmente encerrada. Ida. Me lanzo hacia ella tan rápido como me lo permite el piso resbaloso. Es como si estuviera en cámara lenta. El tiempo -y probablemente sólo se trata de unos segundos- parece dispersarse en innumerables fragmentos que se esparcen por toda la alberca: llega hasta los bañistas más lejanos que se tienden contentos en el agua, hasta los que están en la cafetería tomando cocacola o chupando un cono de helado, los que están recostados en divanes o toallas, cómodos y calientitos. Muy bien. Bien por ellos. Ya la tengo entre mis brazos. La detengo de las axilas. Está tiesa, sus manos extrañas. Se impulsa lentamente hacia arriba como un juguete volteado al revés que queda con una parte del mecanismo atorado y una rueda que sigue girando sin piedad, tratando de moverlo hacia adelante. Pero ella no va a ningún lado. Ni siquiera tengo que mirarla para saberlo. Sé que está mirando directamente hacia arriba con ojos de porcelana blanca. Lo sé porque las dos axilas que estoy deteniendo con las palmas de las manos se agitan exactamente de la misma manera, lo que significa que los dos hemisferios de su cerebro se están convulsionando. Sé que sus dos piernitas están ligeramente hacia adentro, que están estiradas pero impotentes. Sé todo esto así como sé que Klara está corriendo hacia el bolsón junto al diván, que tiene los ojos muy abiertos pero concentrados, concentrados por la adrenalina. Cuando la acuesto en el sofá, parece un cadáver. Sus ojos volteados hacia la derecha, inmóviles, como los de un animal muerto. Son muy oscuros y están fijos en algún otro lugar. Solo Dios sabe qué ve. Muchas veces me he devanado el cerebro con eso. Con razón alguna vez se le llamó el mal divino. Cuando empieza, el cuerpo se pone rígido como en Éxtasis, como si lo divino con toda su magnificencia se revelara poco a poco. El rostro se ya poniendo azul, el labio inferior se crispa en convulsiones y lentamente, lentamente, casi imperceptiblemente, llega el movimiento rítmico, arriba, abajo, arriba, abajo. Tal vez ella ve a papi con su cola poderosa. No lo sé. La detengo de los hombros y la miro. -Lana -le digo- Lana. Quiero decirle otra cosa, pero no sé qué, algo que le ayude, algo que ella pueda oír. Y aunque la beso suavemente en el tibio hombro que se estremece, la pico con mi barba, no importa: no está aquí. Sus ojos son lo peor: no sé para dónde miran. Cuando la abrazo, mis dedos la atraviesan. Klara y yo la acostamos en la banca junto a la pradera. Lana está totalmente lejana y cuando nos paramos frente a ella, no sabemos si nos ve. Está sola, confundida, triste. Su respiración es ligera, su cara tenuemente azul, pero no mucho, no mucho. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es un ataque completo o no? ¿Le ayudaría una pequeña rociada de Midazalom adentro de la mejilla? No le gustaría. Todavía está parcialmente consciente y podría tragárselo y eso no sería bueno. Tiene que absorberse lentamente a través de la membrana mucosa, a través de los vasos capilares y hasta la sangre, y luego al cerebro donde sus neuronas están mandando toques de 3 Hz a otra parte del tejido cerebral. Podría aniquilar a alguien mucho más grande, cuantimás a una niñita de dos años que sólo está ahí sentada y mira cada vez más a la izquierda. Pero eso es lo que está pasando. No está mirando la vista magnífica de Nazarje, más allá de Bona ob Dreti y Nova Stifta, hacia Robanov Kot al norte. El cielo está brumoso y pesado. Ella está empezando a respirar con regularidad. Veliki Rogatec es un peñasco escabroso que desgarra el vientre del aire. Las cejas de Lana empiezan a crisparse ligeramente arriba abajo, arriba abajo casi imperceptiblemente. Ya no hay tiempo: está demasiado azul. Pronto habrán pasado dos minutos y no aguanta más que eso. Pero debo mantener la calma. Tomo una botellita de plástico de la caja. Abajo hay un tubo y arriba tiene un largo cuello cónico con una tapa redonda en la punta. Stesolid, diez miligramos de diazepam. Los niños de la calle toman lo mismo con un trago de vino. Les hace sentirse bien. También hará que esta criaturita se sienta bien. En la caja también hay un tubito de gel lubricante. Lo abro y pongo un poquito en la punta del dedo índice. Luego lo vuelvo a poner en la mesa con la caja. Sólo tengo la botellita de plástico en la mano. Lubrico rápidamente el cuello cónico de la botella. Luego agarro la tapita y la retuerzo para romperla. Estamos listos. Le bajo los pantalones y el pañal a Lana. Sus nalgas se ven tan chiquitas junto al pañal grandote. Cuando la tomo y de alguna manera acomodo sus nalgas, Lana se estremece. Es extraño. Juraría que está totalmente inconsciente, pero es como si un pedacito de ella aún estuviera aquí. Está aquí y me escucha cuando le hablo por su nombre. -Lana -digo -Lana. Cuando meto la punta del tubo en su culito, empieza a estremecerse otra vez como si quisiera apartarse de eso. Pero no puede porque está encerrada en sí y en otra parte, no aquí donde está su cuerpo, el cuerpo que estoy a punto de penetrar con este tubito de plástico. -Lana -le digo- papá te va a dar tu medicina ahora, para que te sientas mejor. Sé que las palabras no ayudan. Sé que las explicaciones no significan nada. Pero ya no se resiste, probablemente porque ya no está aquí, aunque casi parecía que estaba hace un momento. Pero ahora es seguro. Ahora lo único que queda son los músculos temblorosos de la persona a quien más amo en el mundo. Meto la mitad del tubo y aprieto. Hay tres hombres mayores en el jacuzzi junto a nosotros. El que está de frente tiene los ojos cerrados. «Cuánto durará esto? Si dura demasiado, ella estará en dificultades. Klara se inclina sobre ella, le detiene la cabeza y le susurra algo en el oído. Lana tiembla como si estuviera conectada a un circuito eléctrico. Ya le dimos un mililitro de Midazalom. Debería hacer efecto rápido. Si no lo hace en cinco minutos, le daremos otro medio, y si eso no funciona ya no hay nada que podamos hacer para ayudarla. La ampolleta que tengo en la mano se siente tan dura como un pedazo de alambre. Hay demasiada agua en este lugar, demasiada agua tibia. Si algo como esto dura demasiado, el calcio y el agua entran al cerebro en cantidades que son peligrosas para las neuronas y empiezan a intervenir en la memoria y todo lo que somos. Hay demasiada agua. Suelta glutamato y eso abre las puertas para más calcio. Las neuronas se agitan más y más y empiezan a palpitar, pulsan al ritmo de todos esos iones y electrones y quarks y sacuden todo su cuerpo que rota junto con el planeta tierra. Todo el calcio suelta aún más glutamato y las puertas se abren más y más y el agua deslava todo: el departamento, los mueble los juegos del jardín, las fotos del álbum, la computadora de papi, los juguetes. Si dura mucho más, deslavará el nombre papi. Y al final, me imagino que también deslavará el nombre mami. Deslavará todo. Lana correrá a ver a Pato pero la casa de Pato ya estará bajo el agua. Juntos correrán a casa de Puerco pero Puerco ya estará asomado por la venta del desván en su casa inundada. Entonces todos correrán frente a la inundación hasta llegar a la casa de Liebre que en una colina, a salvo de las aguas iracundas. Comerán juntos. Liebre tiene espinacas y zanahorias y manzanas y pan, pero un día ve que le queda sólo una hogaza de pan que pronto desaparecerá también. El sofá se me entierra en la rodilla. Su terrible mirada negra, los párpados muy abiertos, la mirada dirigida completamente a la derecha de modo que la mayor parte de los ojos se ve toda blanca como un cielo de leche caliente y arriba oscuridad y falta de aire. El universo rota como sus ojos: Venus, Júpiter, asteroides, quásares y agujeros negros. Todo se desliza hacia un lado y luego se va. La observo: las manos de Lana lentamente empiezan a temblar, luego dan sacudidas más fuertes. Eso podría ser una buena señal, o tal vez no. La fase clónica no suele durar tanto. Sólo espero que no permanezca en un estado de ausencia. Sus ataques de convulsiones son increíblemente complejos, más complejos que lo que indica cualquier manual. Lana le gana a todos los manuales. La suave piel de sus piernas roza mis mejillas. Toda ella tiembla. -Lana -le digo- Lana. Luego, de pronto: una rigidez momentánea. Levanto bruscamente la cabeza. Se pone rígida, gime en voz muy alta, y suelta un suspiro. Creo que yo también suelto un suspiro. Como si una avalancha masiva se hubiera desplazado. Exhala otra vez. Ay, Dios mío. Lana cierra los ojos. Ay, Dios mío. Cierra los ojos y respira. Inhala, exhala. La exhalación es forzada, con gemidos, pero todo va a estar bien. Todo va a estar bien. De hecho, va a estar maravilloso. Sus ojos están cerrados, su cara relajada. Tiene saliva alrededor de los labios, pero todo va a estar bien. Sí, todo va a estar bien. Me acuesto en el sofá. Afuera el viento sigue aullando y gotas de lluvia azotan el vidrio, pero eso también está bien. La cajita desechada, el tubo rectal vacío, la tapita rota en la mesa junto al control remoto, la revista arrugada, el recipiente amarillo de plástico con el cucharoncito rojo. El conductor del noticiero de la televisión sigue hablando de la derrota del equipo femenino de balonmano. El libro sobre el ratón y la gallina está en el piso, y el elefantito que le recuerda al abuelo. Está bien, Lana. Aunque una tormenta ruge afuera y el granizo caiga sobre todo. Todo va a estar bien. Me quedo acostado y cierro los ojos. Mis pensamientos se alejan lentamente en espiral. Fue lo mismo la otra vez, con el diván de plástico junto a la alberca. Ella resollaba y exhalaba, gemía y lloraba. Por lo general no llora, pero estaba bien y luego por unos minutos no se podía dormir aunque estaba totalmente agotada por los espasmos: había demasiado ruido a su alrededor. Pidió su chupón pero no lo traíamos. Por fin se quedó dormida sin él. Incluso arriba de ese panorama espectacular de Nazarje, hacia Robanov Kot, después de un rato por fin cerró los ojos y suspiró. Su cuerpo se relajó y respiró al ritmo de los sueños, nada le molestaba, ni las nubes ni nada. Había durado veinte minutos, pero se había acabado. Yo sueño el final, sólo sueño los finales, sueño que exhala, sueño el aire en sus pulmones y la canción sobre el sol y la luna y las estrellas que brillan: paz. Probablemente estoy medio soñando cuando siento que estoy sacando la mano por la ventana hacia la oscuridad y el frío y la lluvia, tratando de alcanzar una hoja mojada relumbrante que está danzando con desesperación entre las ráfagas de viento y la lluvia. Mi mano se pone rígida y sólo siento el cielo odioso, el maldito cielo odioso que me azota la piel, y luego lo siento menos y la palma de mi mano es casi como madera, y luego ya no siento casi nada. La hoja relumbrante me evade a plena luz, nunca la alcanzaré, se acerca y retrocede en un desdén gélido, está jugando conmigo, y mi cara se hunde en el rocío de las gotas de lluvia, tengo los ojos casi cerrados por los latigazos que reciben y luego ya cerrados. Me pregunto cómo pueden las nubes hacerme esto, cuando justo en el borde de mi mano tiesa que casi está completamente insensible, de pronto siento la suavidad de sus deditos tibios deteniéndome la muñeca, y los sostengo firmemente y la jalo para adentro.