Los microrrelatos de Anderson Imbert y la metafísica “Hay problemas que nunca pueden resolverse totalmente, en los cuales queda siempre un residuo sin resolver, un impenetrable, un irracional. Y tiene buen sentido que los problemas de esta índole, cualquiera que sea su contenido, se denominen ‘problemas metafísicos’”. Nicolai Hartman. Metafísica del conocimiento. 1957, Buenos Aires. Losada. T. I, p. 28 “El hombre individual, tanto como los pueblos, en su proceso histórico a través del tiempo, preguntan muchas cosas”, señala Martín Heidegger (1955, p 37). Esas preguntas apuntan en general al ser, a la nada, al principio, al fin de todo, a la muerte, al morir, a Dios. Porque el hombre puede entender algunos fenómenos hasta cierto límite pero su mente inquieta siempre busca una respuesta más clara, más racional. O más lógica. Según el filósofo, esas preguntas surgen “con motivo de alguna gran desesperación, cuando las cosas pierden todo peso y se oscurece cualquier sentido”. “La falta de respuestas angustia y pesa. A ese peso hay que buscarle una salida, una descarga. Quizás alguna vez los interrogantes golpean con el sordo toque de una campana que suena en lo interior de la existencia y que poco a poco se vuelve a extinguir”. Este toque sordo de campana quizás sea una imagen que nos conduzca al tema de la reflexión metafísica en los cuentos de Anderson Imbert. ¿Cuál es la salida – o la respuesta- de este escritor para esos interrogantes? Ahora intentaremos acercarnos a ella. Nuestro autor, en un intento de definición de sus microficciones, las comparaba con la sonrisa del gato de Alicia en el país de las maravillas; sonrisa que quedaba flotando en el aire después de haberse disuelto la imagen del gato. Pero, en realidad, queda también, no flotando sino gravitando después de disueltas las imágenes creadas por el cuento, la preocupación por los problemas últimos del hombre, escamoteados bajo la sonrisa del gato, bajo la pirueta graciosa, bajo la picardía amable y elegante, bajo el diestro manejo de la palabra. Los interrogantes precitados –y muchos más de igual tipo- presentes aunque sea de soslayo dentro del microrrelato, son a nuestro entender, una sustancia relevante. El autor puede plantearlos como quiera, en serio o en solfa, a veces como sostén del relato, o no, siempre breves, dadas las exigencias del género. Esta carga metafísica suele ser frecuente y viene a cubrir con imaginación, con creatividad, con fantasía, la parte desconocida del mundo donde nos instaló ¿quién? y ¿por qué? Y que sin duda, inquieta, y no poco, a A.I. “El hombre del vivir cotidiano no tiene la menor duda de que detrás del mundo que él conoce hay alguna otra cosa que él no puede conocer inmediatamente, pero que existe en sí....`Mitos, leyendas, dogmas religiosos y sistemas son las formas en que se expresa lo que se cree saber metafísicamente” ( Hans Driesch, 1930, p.11). No olvidemos que uno de los temas fundamentales de la metafísica es la significación de la palabra “real” (Hans Driesch, p. 17). ¿Cómo puede, pues, sorprendernos que en la narrativa breve de Anderson Imbert, casi exclusivamente de tema fantástico, y como complemento de la realidad, de lo visible, ocupe su gran campo la reflexión metafísica? ¿Es real este mundo en que vivimos? se plantea en las entrelíneas de su relato “Los dos fantasmas” -impresionante, meduloso- cuya reticencia final abre un agujero negro que no se puede llenar con la razón. Ese ser que muge, que estalla luminosa e instantáneamente en la oscuridad; su duda y su afirmación final ¿pueden ser aprehendidos por la percepción sensorial o por el razonamiento? No. Pero dejan planteada la duda de qué es lo real. Dentro de los interrogantes que irrigan estos cuentos nos detendremos en algunos: ¿La justicia de los hombres y la del Más allá se compadecen enteramente?,¿Entendemos la justicia de Dios?¿No son una burla, o al menos un cuestionamiento a la justicia humana algunos de estos brevísimos relatos quse nos ocuopan? El problema de la muerte y la finitud en el tiempo ¡Cómo enmascara Anderson Imbert a la muerte! La máscara se nos mete por los ojos, por la mente, por la memoria, y nos araña por dentro con las uñas que nosotros le pusimos (No Anderson), nosotros, con nuestros recuerdos, con nuestras experiencias, con nuestro dolor, con nuestros miedos. Nosotros, coautores del relato, lo ampliamos, lo adaptamos a nuestra medida y aquella figurita juguetona, alegre, erigida con palabras selectas en las microficciones, adopta una forma feroz al acoplársele, inexorablemente la que imaginamos los lectores-coautores. Porque el microrrelato nunca termina en sí mismo: extiende sus tentáculos hacia nuestro yo y hacia nuestro mundo y, con criterio imperialista extiende sus límites al ofrecer su materia para que otro edifique lo que quiera dentro, encima o alrededor de él. Yo estoy inmersa en el tiempo de los hombres y algún día he de morir ¿Cómo será el tiempo de Dios que mi pobre mente humana no alcanza a captar? Bueno, pues, entonces, a imaginarlo. ¿Es la muerte el paso a otra forma de existencia? ¿Será la vida un acceso a otro espacio sin tiempo donde el individuo sigue siendo persona? ¿Qué pasa con el ser ya descarnado, después de su muerte? Anderson Imbert lo desdramatiza, en tono zumbón, de diferentes modos: ¿Será sólo una sombra, como en “Anabel y los duendes” (Las Pruebas del caos.): “Entonces los duendecillos siguieron jugando con Anabel [que está muerta] pero sin tocarse, como juegan los reflejos del pájaro con el aguazal estremecido”. El espacio y el cosmos ¿Cuántos espacios superpuestos tiene el cosmos? ¿Los muertos y quiénes más ocupan esos espacios donde Anabel, muerta, juega con los duendes, invisibles a los ojos humanos? Él mismo reconoce los límites que cierran el paso a ciertas verdades vedadas del universo, y metaforiza a través de sus imágenes angelicales La inagotable fantasía personal nutre sus relatos: amplía el cosmos y hay espacios a los que sólo se puede llegar mediante la imaginación humana. Así, puebla el mundo con seres maravillosos, ángeles, demonios, duendes. Su gama de ángeles es infinita: uno es hueco, ingrávido: “Por su cuerpo hueco desfilaban ánimas camino al cielo”.(las pruebas del.Caos. p 167). El profesor Céspedes (PC.) había andado “a la caza del arcángel sin alas que nos cierra el paso al misterio” A veces, como en este relato, la imagen metafórico-simbólica se enrosca sobre sí misma dando lugar a múltiples interpretaciones del misterio cosmogónico. Pero insistamos en el interrogante ya planteado: ¿Cómo se filtran la inquietud metafísica y la angustia existencial que irrigan las microficciones de A. I.? De diversas maneras: como al pasar, pero siempre dentro del tejido narrativo, superficialmente alegre: a veces una mueca en una máscara sonriente. En “El doblón de oro” (“La botella de Klein”) aparece una isla paradisíaca que “respira, canta, ríe”, donde vive un isleño, “tan aislado como su isla”, porque “cada persona es una isla” ¿No está ahí infiltrada la soledad del hombre sobre la tierra? Pero hay más en la misma ficción : ”Este año, al presentir que el día menos pensado otro jugador iba a esconderlo también a él, como a una cosa, dentro de una tumba, tomó una decisión”. Aquí el recurso ha sido léxico-metafórico-simbólico: sobre la noción de juego y de escondite que está desarrollando, superpone las ideas de otro juego y de otro escondite, ya de carácter metafísico. A veces se vale del chiste, de la ocurrencia, que yuxtapone a la historia, o al material de arrastre; “-Te odio –le dijo la Muerte con un gesto de impotencia. -Ya lo sé –contestó el Judío errante.” Todo es esencial, brevísimo y agudo. “Si pudiera –dice (El gato de Cheshire. Prólogo) narraría puras intuiciones, pero la técnica obliga a darles cuerpo. A ese cuerpo lo dibujo a dos tintas, una deleble y la otra indeleble, para que cuando se borre la materia quede el trazo de la intuición como una sonrisa en el aire”. Por lo general, su discurso suele estar salpicado de lirismo, una ligera pincelada que irisa sus creaciones pero ese lirismo está, también, rociado de metafísica: “-Oye la canción del viento en las casuarinas: parece la canción del mar. -Sí, esa canción la oigo. Pero quisiera oír la otra, la que las casuarinas se cantan unas a otras y nosotros no podemos oír”. (El Gato,.. p. 33) Después de leer algunos de sus cuentos (“la campana del jardín”, p.e.) el alma, y también la mente, se esponjan en un regodeo profundo que se goza a sí mismo, sin dejar más espacio para otra cosa que no sea el goce. Podría escribirse un libro sobre el Anderson Imbert filósofo; o sobre el A.I. poeta. Sus pequeñas creaciones lo muestran total: filósofo, poeta, maestro, en fin. Entonces, ¿para qué desglosarlo? Obras citadas Heidegger,Martín (1955):“La pregunta fundamental de Introducción a la metafísica Bs. Aires, Nova, 1955. Hans Driesh (1930; Metafísica. Barcelona. Labor, 1930.) la metafísica, en