Posibilidad de una filosofía postFilosófica. Acerca de la metafilosofía de Richard Rorty Federico Penelas – Universidad de Buenos Aires “Sus concepciones más generales [las de la ciencia contemporánea] no asombrarían ni a Aristóteles ni a Descartes, si pudieran volver a la vida. La composición elemental de las cosas, la conservación de la energía, la idea de un determinismo universal, les parecerían bastante triviales. En cambio las cosas pequeñas, los microscopios, la luz eléctrica, el teléfono y detalles de las ciencias, los llenarían de tímido respeto. Pero si abrieran nuestros libros de metafísica o visitaran un aula de conferencias filosóficas todo les parecería extraño” William James, Problemas de la Filosofia Alguna vez Borges escribió1 que todo escritor crea a sus precursores. En el caso de Rorty puede verse a un autor que hace de esta creación uno de los motivos manifiestos y básicos de su escritura. Leer a Rorty es en buena parte leer la historia de sus adherencias. Pocos filósofos demuestran tanto interés en definir quienes son sus compañeros de ruta, ya sea entre sus antecesores o entre sus contemporáneos. Y aún menos son los que, como Rorty, tienen plena conciencia de que en tal definición está involucrado indefectiblemente un acto creativo. La manera preferida elegida por Rorty para desarrollar dicha creación es la de presentarla como una provocación. Decretar, en el ámbito de las universidades norteamericanas, la clausura de la filosofía analítica de la forma en que lo hace en Philosophy and the Mirror of Nature, apelando a ideas propias de autores pertenecientes a dicha corriente entremezcladas con desarrollos de la llamada filosofía "continental"; y diagnosticar que dicha clausura arrastra consigo el agotamiento de la concepción tradicional de la filosofía como área privilegiada de la cultura, son conclusiones que pretenden ser manifestaciones de un desafío. Señalar como referente una línea que empieza con Hegel, se continúa con Nietzsche y James, se consolida con Heidegger, Dewey y Wittgenstein, prosigue con Quine, Rawls y Foucault, para terminar con Davidson y Derrida, es una burla a todos aquellos que organizan sus bibliotecas filosóficas dividiéndolas en compartimentos estancos y a todos los que se afanan en leer a sus autores preferidos en "estado puro". Según Rorty, los autores mencionados pueden ser estudiados en bloque no en virtud de coincidencias en lo que proponen sino más bien en lo que omiten. Ninguno de ellos parte de la distinción sujeto-objeto, ni entiende al lenguaje como a un intermediario entre sujeto y objeto. Las cuestiones acerca de la posibilidad de la representación o de la intencionalidad no aparecen en la obra de dichos autores. En síntesis, todos ellos se alejan definitivamente del tipo de problemas y de discusiones presentes en la tradición cartesiano-kantiana.2 1 J. L. Borges, "Kafka y sus precursores" en Otras inquisiciones, en Obras Completas t. 1, Buenos Aires, EMECE, 1989, pág. 712,. 2 R. Rorty, "Pragmatism and post-Nietzschean philosophy", introducción a Essays on Heidegger and others, Philosophical Papers Vol. 2, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, pág. 6. Esta necesidad de abrevar en distintos autores a lo largo de sucesivas interpretaciones y reinterpretaciones se condice en Rorty con la necesidad de conformar algún tipo de comunidad filosófica. Rorty presenta dos formas en que los seres humanos pretenden darle sentido a sus vidas. La primera es contarse la historia de su contribución a una comunidad. La segunda es describirse a sí mismos en relación inmediata con una realidad no humana. La primera clase de historias ejemplifica el deseo de solidaridad, mientras la segunda clase ejemplifica el deseo de objetividad. 3 A la hora de darle sentido a su "vida filosófica" Rorty recurre a la solidaridad. No cree en la pretensión de que una determinada teoría filosófica pueda expresar alguna verdad acerca de la naturaleza del hombre o del mundo. La idea misma de naturaleza humana o naturaleza de lo real le parece inútil. En virtud de eso sólo aspira a formar parte de una determinada comunidad en la cual ciertas posturas filosóficas estén consensuadas. La actitud de recurrir constantemente a distintas figuras de diversas tradiciones filosóficas se enmarca dentro de esta necesidad de conformar un "nosotros". Esta empresa intelectual se enmarca dentro de la apuesta a la posibilidad de una filosofía postFilosófica, entendiendo por Filosofía el tipo de disciplina nacida bajo el influjo platónico-kantiano. La definición de filosofía debida a Sellars (“el intento de ver cómo las cosas, en el sentido más lato del término, se relacionan entre sí, en el sentido más lato del término”) le permite a Rorty apelar a que la Filosofía sea reemplazada por la crítica de la cultura. El filósofo no será así un especialista en la discusión de determinados problemas en función a un método particular, sino un intelectual dispuesto a encontrar todas las interrelaciones posibles entre los distintos fenómenos culturales a fin de brindar “una descripción de las descripciones que la raza ha creado hasta ahora”4. En el marco de esta apreciación general de la filosofía como crítica de la cultura, Rorty remarca un tipo particular de búsqueda de interrelaciones culturales consistente en el estudio de la aparición y mantenimiento del interés en los ‘problemas’ históricamente considerados filosóficos. Será a través del desarrollo de esta tarea delimitada que la filosofía irá adoptando el tono postFilosófico reclamado por Rorty, a la vez que la práctica de dicha tarea no es más que una apuesta antiFilosófica en la medida en que apunta a hundir en el pasado las problemáticas supuestamente extramundanas que la tradición Filosófica de Occidente se preocupó por enaltecer. La filosofía será pues esencialmente metafilosofía, tarea ésta que quienes mejor pueden encarar son los especialistas en la lectura de Platón, Aristóteles, Agustín, Kant, Hegel, Husserl, Carnap (“¿y qué otra cosa es un filósofo?” diría Rorty), pudiendo así la filosofía mantener durante cierto tiempo el rango de disciplina autónoma. Este rasgo metafilosófico es lo que está por detrás de la tarea rortiana de, a través de redescripciones de autores del pasado y contemporáneos, conformar un nosotros pertinente al tipo de proyecto filosófico que pretende defender. La apuesta de Rorty es la de 3 R. Rorty, "Solidarity or objectivity?", en R. Rorty, Objectivity, relativism and truth, Philosophical Papers Vol. 1, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, pág. 21. 4 R. Rorty, “Pragmatism and Philosophy”, introducción a R. Rorty, Consequences of Pragmatism, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1982, pág. XL. conformar un “nosotros los pragmatistas” a través de la identificación con tres tesis que forman cierto núcleo antiFilosófico: 1)“la aplicación del antiesencialismo a nociones como verdad, conocimiento, lenguaje, moralidad y semejantes objetos de especulación filosófica”5; 2) la consideración de que “no hay diferencia epistemológica entre la verdad de lo que es y la verdad de lo que debe ser, como tampoco hay diferencia metafísica entre hechos y valores, ni diferencia metodológica entre moralidad y ciencia”6; 3) la doctrina según la cual “la investigación no tiene más restricciones que las que impone la conversación” 7. El punto de partida de la apuesta pragmatista que da sustento a la defensa de la filosofía postFilosófica es la crítica de la noción de representación en tanto explicativa de nuestra relación cognitiva con el mundo. El punto de partida es pues la adopción de un tesis filosófica sustantiva: el antirrepresentacionalismo. Ahora bien, ¿cómo se arriba a dicha tesis sustantiva que sirve de base para la metafilosofía antiFilosófica? Lo que hay que notar es que Rorty no presenta un argumento fuerte en contra del representacionalismo. Si hay algo así como un argumento es el mero señalamiento de que el representacionalismo ha dado lugar al problema escéptico, siendo ya hora de cambiar de tema a fin de salirnos de la perspectiva que nos coloca en posición de urgidos a dar respuesta a tal problema. En todo caso lo que hay es una estrategia narrativa del origen de determinadas tesis representacionalistas, estrategia genealógica que muestra el carácter contingente de tales tesis. En efecto, Rorty basa su crítica hacia lo que llama “la problemática epistemológica”, en el relato historicista que nos muestra la contingencia del uso que tanto Descartes como Locke realizaron del término idea para designar un objeto especial ubicado en “una arena interna con un observador interno” 8. Esta concepción de las ideas como objetos mentales dio lugar al problema del “velo de las ideas” presente entre quienes perciben y el exterior, el mundo físico. La problemática epistemológica se conformó pues bajo la siguiente pregunta: ¿cómo podemos adquirir conocimiento acerca del mundo existente más allá del velo? Si las ideas son representaciones del mundo, esto quiere decir que el mundo puede ser reflejado en la arena interior, pero el problema entonces será el de cómo descubrir si las imágenes en el espejo reflejan correctamente el mundo externo. Lo mismo ocurre con el problema del dualismo, vinculado al anterior. Rorty ofrece en los dos primeros capítulos de Philosophy and the Mirror of Nature el siguiente relato: ‘los filósofos al inventar la mente descubrieron toda la serie de problemas vinculados a la relación mente-cuerpo; entonces crearon la filosofía de la mente’. El punto es pues adoptar la perspectiva adecuada de la contingencia histórica de la invención de lo mental ya sea en tanto sustancia no extensa ya sea como receptáculo de representaciones. Una vez adoptada tal perspectiva, gracias a relatos como los ofrecidos por el 5 6 7 8 R. Rorty, “Pragmatism, Relativism, Irrationalism”, en R. Rorty, Consequences of Pragmatism, pág. 162. Ibid, pág. 163. Ibid, pág. 165. R. Rorty, Philosophy and the Mirror of Nature, Princeton, Princeton University Press, 1979, pág. 50. mismo Rorty, no sentiremos la necesidad de aportar soluciones a problemas tales como el de la relación mente-cuerpo, el del escepticismo, el del relativismo, o el de la oposición realismo/antirrealismo, pues todos ellos dependen dela adopción del representacionalismo. Rorty se hace así eco de las palabras de Davidson: “es un buena cosa librarse de las representaciones, y con ellas de la teoría de la verdad como correspondencia, ya que es la idea de que hay representaciones, lo que engendra los pensamientos relativistas”. 9 Sin embargo, desde el pragmatismo defendido por Rorty, no basta con la estrategia genealógica para dejar de lado una idea. Como dice el propio Rorty, no hay que “discriminar una idea debido a sus orígenes dudosos. Las ideas se clasificarán de acuerdo a su utilidad relativa más que de acuerdo a sus fuentes” 10. La contingencia, por ser común, no puede servir de test para desechar vocabularios y teorías. Es preciso pues además de mostrar el carácter contingente del representacionalismo, mostrar su inutilidad. Y, justamente, la inutilidad del representacionalismo parece demostrarse por la inevitabilidad del problema escéptico que tal concepción produce, siendo que tal problema debe ser visto en realidad como un pseudoproblema en la medida en que “nada puede refutar al escéptico”11. La línea de argumentación rortiana puede ser presentada de la siguiente manera: a) El representacionalismo da lugar al problema escéptico. b) El problema escéptico no tiene solución dentro de la perspectiva representacionalista. c) Una perspectiva filosófica que dé lugar a problemas insolubles debe abandonarse. por lo tanto d) Hay que abandonar el representacionalismo. Podemos decir que es fácil alcanzar consenso con respecto a (a) y al relato histórico que Rorty proporciona para dar cuenta de esta premisa. Con respecto a (c) podríamos preguntarnos qué se entiende por solución de un problema filosófico, y así cuestionar el que el carácter de no solucionables que presenten los problemas derivados sirva de parámetro para mantenerse dentro o afuera de determinado espectro filosófico. Sin embargo pareciera que la idea de insolubilidad que está en juego es una idea atendible; aquella según la cual hay ciertos juegos de lenguaje donde se hacen preguntas que sabemos que ninguna respuesta podrá satisfacer. Un juego de lenguaje de este tipo es el juego del cuento de la buena pipa. Podemos entender el tipo de insolubilidad en la que está pensando Rorty en relación a la epistemología representacionalista atendiendo a ese aire de familia con aquel juego de la infancia. Es (b) la tesis que fuerte del “argumento”. No se trata sólo de mostrar, tal como Rorty hace al presentar sus argumentos históricos ejemplificadores de la inadecuación de cada una de las respuestas que la tradición ha dado al escéptico, que aún no a sido resuelto el 9 D. Davidson, “El mito de lo subjetivo”, en D. Davidson, Mente, mundo y acción, trad. C. Moya, Barcelona, Paidós, 1992, pág. 62. 10 R. Rorty, ¿Esperanza o conocimiento?, trad. Eduardo Rabossi, Buenos Aires, FCE, 1997, pág. 96. 11 R. Rorty, Philosophy and the Mirror of Nature, pág. 294. desafío escéptico, sino de defender la idea de que tal resolución no es esperable si se la busca en términos de respuesta desde la perspectiva que lo hace posible y no en términos del abandono del vocabulario y creencias que sirven como marco para su formulación. La idea de Rorty parece ser que el representacionalismo presenta una tensión entre dos tesis dando lugar así al escepticismo, y que la elusión de este último requiere el abandono de por lo menos una de estas tesis, pero tal abandono supone ya la superación de la perspectiva representacionalista. Las dos tesis en cuestión son cierto internalismo (nacido de la creación de la mente por parte de Descartes) y la idea misma de representación. La unión de internalismo y de la noción de confrontación que viene pegada a la de representación da lugar a la necesidad de dar cuenta de la posibilidad de la conexión interior-exterior, siendo este un marco en el que el escéptico tendrá siempre espacio para presentar sus desafíos. Así, Rorty pretende mostrar la inutilidad del paradigma representacionalista, y la conveniencia de un cambio de tema hacia el pragmatismo, entendido como la adopción de la idea de que las creencias no son representaciones de una realidad a la que el sujeto no accede de manera directa, sino guías para la acción en el proceso de adaptación de un individuo o de una comunidad de individuos a su entorno natura o social. Es decir, la propuesta es efectivamente la de cambio de tema, no se supone que la adopción del pragmatismo resuelve los problemas suscitados por la epistemología tradicional. Lo que se piensa es que, dado que la epistemología tradicional conduce a caminos sin salida, bien vale la pena cambiar de senda. La adopción de este de punto de vista pragmatista, que se presenta como fuertemente motivado por el impacto cultural del darwinismo, se refuerza a su vez con el giro lingüístico propio de la filosofía contemporánea. En efecto, Rorty destaca que la unión de la teoría evolutiva con el giro lingüístico (que permite pensar al lenguaje y no a la mente/conciencia como el rasgo distintivo de la especie) hace posible “visualizar todo el comportamiento humano [...] como continuo al comportamiento animal. Porque, a diferencia del origen de la conciencia o de la facultad llamada ‘razón’, capaz de aprehender la naturaleza intrínseca de las cosas, el origen del lenguaje es inteligible en términos naturalistas. Podemos dar lo que Locke llamó una explicación ‘llana, histórica’, de cómo los animales llegaron a hablar. No podemos dar una explicación llana, histórica de cómo llegaron a representarla” 12. Podemos dar tal explicación acerca del lenguaje, porque el darwinismo en cuestión nos convoca a pensarlo como un conjunto de complejas interacciones con el entorno, como un conjunto de instrumentos que nos permiten arreglárnoslas con los objetos más que representarlos. El antirrepresentacionalismo pragmatista motiva a su vez el rechazo de la filosofía tradicional en tanto área privilegiada de la cultura desde la cual se juzgan las pretensiones cognitivas de las demás áreas culturales. Tal privilegio sólo podía detentarse bajo la idea de hay una tarea no empírica de dar cuenta de la noción de representación adecuada. Tal idea queda impugnada por el rechazo de la idea de representación, y por el insight 12 R. Rorty, ¿Esperanza o conocimiento?, pág 75. pragmatista de que todas las áreas culturales están en pie de igualdad en tanto distintos modos de adaptación al entorno, o distintos modos de consecución de fines diversos. La idea de la filosofía como gran tribunal supone negar esa multiplicidad de fines y medios, pues requiere la convicción de que el rasero evaluativo lo da un tipo particular de relación medio-fin, esto es, la relación “x es una representación adecuada de y”, relación que, insistimos, debe desecharse del vocabulario filosófico por sus consecuencias de problematización irresoluble. Vemos así, finalmente, como una tesis filosófica sustantiva, el antirrepresentacionalismo, junto con otra tesis filosofífica sustantiva, el pragmatismo, motiva el rechazo de la epistemología tradicional. Hay que enfatizar a su vez que dicho rechazo, o dicho cambio de tema, para ser consecuente, debe ser pensado como ofreciendo herramientas más útiles. Un tipo de utilidad que según Rorty porta el antirrepresentacionalismo ya ha sido señalada: desde dicha perspectiva no se genera el problema esceptico. Pero en Rorty pareciera que la utilidad básica de la adopción de una perspectiva antirrepresentacionalista pragmatista la da su utilidad para la democracia liberal. En efecto, para Rorty el antirrepresentacionalismo nos compromete con el reconocimiento de distintos lenguajes como diversas formas de marchar por el mundo, lo cual nos reconcilia fuertemente con el espíritu de tolerancia liberal. De esta forma Rorty cierra el círculo que le permite reivindicar la conexión que señaló Dewey entre antirrepresentacionalismo y liberalismo. No se trata de una deducción de la política liberal a partir de la asunción del antirrepresentacionalismo. Para Rorty la democracia liberal, “aunque puede necesitar una articulación filosófica, no necesita un respaldo filosófico”, y agrega, “según esta concepción, el filósofo de la democracia liberal puede desear crear una teoría del yo que se compadezca con las instituciones que admira, pero semejante filósofo no justifica con ello estas instituciones por referencia a premisas más fundamentales, sino al contrario, primero pone la política y luego crea una filosofía adaptada a ella” 13. Esta inversión en el orden de prioridades respalda la única justificación que el pragmatismo puede presentar frente a otras tesis filosóficas, esto es, una justificación pragmática: la de ser una descripción más útil. ¿Más útil para qué? Para la política democrática liberal. Tal utilidad está basada a su vez en otro tipo de conexión, más débil, que se da entre pragmatismo y liberalismo en la medida en que, según Rorty, “ambos son expresiones de, y un refuerzo para, la misma clase de sospecha hacia la religión y la metafísica” y en que “a partir de ambos pueden rastrearse algunas causas históricas comunes (tolerancia religiosa, democracia constitucional, Darwin)” 14 Putnam admite que adoptar el antirrepresentacionalismo rortiano puede ser fuente para que “podamos ser más tolerantes, menos propensos a caer en alguna de las numerosas variantes de intolerancia religiosa y totalitarismo político” 15, pero objeta que “si nuestro deseo es la tolerancia y la sociedad abierta, ¿no sería mejor argumentar a favor de ellas directamente, en lugar de esperar que tal deseo se concrete como un subproducto de un 13 R. Rorty, “The priority of democracy to philosophy”, en Objectivity, Relativism and Truth, pág. 178. 14 R. Rorty, “Response to Ernesto Laclau”, en Ch. Mouffe (ed.), Deconstruction and Pragmatism, Londres, Routledge, 1996, págs. 73-74. 15 H. Putnam, Realism with a Human Face, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pág. 25. cambio en nuestra imagen metafísica?”16. La crítica de Putnam supone que el pragmatismo es propuesto como el motor para el advenimiento de la democracia. Pero esto es malinterpretar a Rorty; en sus propias palabras: “no se me puede acusar de pensar que [...] hacer el tipo de cosas que hacen los profesores de filosofía es el único, o incluso el principal, medio de encomiar, o de ayudar a provocar, la tolerancia y la sociedad abierta”, el pragmatismo, agrega, “es sólo un llamado de atención más en la dirección correcta, la clase de modesta pequeña contribución a que puede aspirar una disciplina académica periférica” 17. Antes de ver en que se convierte la labor filosófica una vez adoptada la posición pragmatista rortiana, puede ser interesante ver las seis concepciones de la filosofía que Rorty consideraba en los 60 como las alternativas que el mercado cultural ofrecía frente otro célebre rechazo de otro, no menos célebre, paradigma filosófico, esto es, la superación de la metafísica propuesta por el positivismo lógico. En su caracterización del modo en que el positivismo lógico cuestionó a la filosofía tradicional, Rorty lo presenta como sustentándose en dos planos, uno estrictamente metodológico (esto es, el giro lingüísitco) y otro sustantivo (a través de la tesis semántica del verificacionismo). Toda la discusión en la primera parte de aquel trabajo de Rorty era por la justificación del giro lingüístico, donde la pregunta era si el mismo estaba a su vez respaldado por tesis filosóficas sustantivas o estaba lo más libre de supuestos posible (libertad autoimpuesta en general por todo aquel filósofo con ánimos de refundación). La conclusión a la que arribaba Rorty era que el giro lingüístico no parecía suponer más que lo que denomina “nominalismo metodológico”, tesis que a su vez puede parafrasearse de una manera lo suficientemente poco robusta como para estar libre del pedido de justificación del nuevo punto de partida. Rorty define al nominalismo metodológico de la siguiente manera: “la creencia en que todas las preguntas que los filósofos se han hecho sobre conceptos, universales subsistentes o “naturalezas” que a) no pueden ser contestadas mediante investigación empírica sobre la conducta o las propiedades de los particulares subsumidos bajo tales conceptos, universales o naturalezas, y que b) pueden ser respondidas de algún modo, pueden serlo contestando preguntas sobre el uso de expresiones lingüísticas, y de ninguna otra manera” 18 El giro lingüístico sustentado en esta tesis parece, por su formulación, apoyarse en la tesis semántica verificacionista, pues parece ser el criterio verificacionista el que permite distinguir las preguntas respondibles de las no respondibles. La condición a) restringe el tipo de respuestas admisibles a aquellas que se ajustan a los procedimientos de verificación propios de las ciencias empíricas (habría que agregar alguna clausula en dicha condición en relación a preguntas teóricas respondibles atendiendo a los procedimientos lógico-matemáticos). Ahora 16 Ibid, pág 25. 17 R. Rorty, “Putnam and the Relativist Menace”, Journal of Philosophy, Vol. 90 Nº 9, 1993, pág. 457. 18 R. Rorty, “Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística”, en R. Rorty, El giro lingüístico, trad. G. Bello, Barcelona, Paidos, 1990, pág. 67 bien, las preguntas que no se ajustan a la condición a) pueden ser de dos tipos, las respondibles y las no respondibles. Ahora bien, todo lo que hace el filósofo para trazar la distinción es enfocar el conjunto de preguntas que no se ajustan prima facie a la condición a) haciendo análisis lingüístico, esto es, preguntándose si es posible analizar esas preguntas confusas en términos que las redefinan como preguntas que sí se ajustan a la condición a). Las que no admiten tal redescripción deben ser abandonas. Esta es la manera en que el empirismo lógico dejó a un lado a la metafísica tradicional. Todo el punto es pues advertir el peso que tiene la tesis semántica verificacionista. La observación de Rorty es que el error de los positivistas fue el de presentar dicha tesis como proveyendo una definición de “significatividad”. Todo lo que deberían haber sostenido es que su verificacionismo no era sino una manera de decirle al metafísico “dinos qué es lo que está a favor o en contra de lo que estás diciendo y te escucharemos; sino tendremos el derecho a ignorarte”19. Esa es pues la manera menos robusta de presentar el punto de partida desde el cual asumir el giro lingüístico y con él el rechazo de ciertas formas de hacer filosofía. La idea de Rorty es que, si el nominalismo metodológico es la única tesis sustantiva que sustenta al giro lingüístico, la manera adecuada de defenderla frente a pedidos de justificación de ese supuesto es pasándole la carga de la prueba al adversario: “preguntando por a) un problema sobre la naturaleza de un concepto particular que no puede solucionarse así y b) los criterios para juzgar respuestas a este problema”.20 Con estos resultados en mente, Rorty culmina el trabajo mencionado preguntándose qué salidas le quedan a la filosofía frente o a partir del giro lingüístico. Rorty entonces identificaba seis salidas ejemplificadas por (o al menos, con un aire de familia con la obra de) (1) Husserl, (2) Heidegger, (3) Waissman, (4) Wittgenstein, (5) Austin y (6) Strawson. 1) La fenomenología se propone ofrecer un método propio que sirva de criterio para el acuerdo acerca de las tesis filósoficas que responden a las preguntas filosóficas tradicionales y que se distinga tanto de la investigación empírica como del análisis lingüístico; su apuesta supone pues un rechazo de nominalismo metodológico. 2) El rechazo tanto del nominalismo metodológico como de la pretensión de criterios terminantes de acuerdo lleva a despegar a la filosofía de la argumentación y a emparentarla con la poesía, a la manera del último Heidegger. 3) Una tercera salida se ve en Waissman, cuya posición supone aceptar el nominalismo metodológico y rechazar la demanda de criterios absolutos de acuerdo filosófico, con lo cual la filosofía se propone como la generadora de cosmovisiones en virtud de la adopción de nuevos vocabularios, cuyo valor no será ya su adecuación descriptiva sino la utilidad de adoptar esas nuevas maneras de hablar. 19 Ibid, pág. 56. 20 Ibid, pág. 68. 4) La cuarta posición supone una aceptación del fin de la filosofía, estando en manos de la ciencia y del arte el aportar los vocabularios relevantes. Rorty cree ver en el segundo Wittgenstein tal línea. 5) La quinta posición, identificada por Rorty en Austin, supone el contentarse con los aportes que la lingüística empírica podría aportar si es que la misma pudiera ofrecer condiciones necesarias y suficientes dela verdad de los enunciados y de los significados de las palabras. Esta empresa bien podría llamarse filosofía pues llenaria parte (sólo una parte) del vacío dejado enla cultura por la filosofía tradicional 6) Finalmente, Rorty ve en Strawson la apuesta por lo que es dado en llamar metafísica descriptiva, según la cual el análisis lingüístico no tendría como fin la disolución de los problemas filosóficos tradicionales, sino el develamiento de las condiciones de posibilidad del lenguaje. ¿Qué salida ha finalmente adoptado Rorty? Para responder a esta pregunta veamos que le queda por hacer al filósofo una vez abandonado el representacionalismo según el autor. En uno de sus últimos artículos sobre metafilosofía21 Rorty presenta en lo siguientes términos lo que quedará en manos de los filósofos en una cultura postFilosófica: “…yo soy usualmente caracterizado como un filósofo del fin de la filosofía. Pero no lo soy. La filosofía no puede terminar, salvo que termine el cambio cultural, y, como todos, yo espero que tal cambio continúe. Dado el cambio cultural, siempre habrá personas tratando de hacer conciliar lo viejo y lo nuevo. Platón trató de juntar lo mejor de los Olímpicos de Hesíodo con los mejores rasgos de la geometría axiomática, Santo Tomás trató de juntar a Aristóteles con las Escrituras, Dewey trató de juntar a Hegel con Darwin, Annette Baier trata de juntar a Hume y Harriet Taylor con Freud.”22 Los filósofos son aquellos que tienen las mejores herramientas (tal vez por su adiestramiento en la abstracción y la generalización) para servir de intermediarios entre distintos vocabularios, tanto sincrónica como diacrónicamente. Y sin duda la labor de conciliación diacrónica (fruto de la base conservadora que requiere todo impulso renovador) es para Rorty el gran papel al que que los filósofos siempre se verán convocados. Este papel encaja perfectamente con las dos definiciones de filosofía que Rorty rescata una y otra vez, la de Sellars (“el intento de ver cómo las cosas, en el sentido más amplio del término, se relacionan entre sí, en el sentido más amplio del término”) y la de Hegel (“el intento de captar el propio tiempo en el pensamiento”). La aparición de vocabulario nuevos que reemplazan a los hasta el momento vigentes (irrupción que puede a su vez originarse en la labor de un gran filósofo, que introduce nuevos términos que hacen sonar obsoleto al léxico usual) junto con la simultaneidad de diversos vocabularios útiles para fines diversos, suele requerir de una mirada abarcadora que explicite o construya contiuidades y discontinuidades, mostrando las relaciones (en el sentido amplio del término) que sostienen las cosas (en el sentido amplio del término) 21 R. Rorty, “Analythic Philosophy and Transformation Philosophy”, 1999, inédito. 22 Ibid. entre sí, y que permite construir una narrativa que aúne la diversidad, unión que parece ser importante para la autoimagen que las comunidades culturales necesitan consolidar para conseguir sus fines (así como, diría Rorty, un individuo requiere una autonarrativa para constituir su subjetividad); tal instancia reflexiva constitutiva de una autoimagen cultural es tarea del filósofo que intenta captar el propio tiempo en el pensamiento. “La razón por la que la filosofía siempre tiene seguidores –dice Rorty- no es que hay problemas profundos y permanentes que aparecen una y otra vez en cada época y toda cultura, sino simplemente qu eel tiempo permanece cambiante y dicho cambio siempre hace difícil de ver como las cosas se relacionan entre sí, porque nos fuerza a describir nuevo sfenómenos en términos que fueron diseñados para ser usados en la relación a viejos fenómenos”23. En función de lo dicho, la filosofía parece devenir en la era postFilosófica como el espacio en que se crean nuevos vocabularios y en el que se muestran relaciones intervocabularios que den cuenta del tipo y los límites de la transformación que el reemplazo de un vocabulario por otro ha generado. Claro, asume Rorty, que ésta es una empresa común a todas la humanidades, y por lo tanto no permite delimitar claramente a la actividad filosófica. Rorty juega permanentemente con el borramiento y la puesta de relieve de tales límites. Como dijimos al comienzo, la filosofía deviene crítica de la cultura y esto puede sonar como a decretar el fin de la actividad filosófica. Pero, ¿qué es la crítica cultural? Los que ven en esas afirmaciones de Rorty una reducción de la filosofía a otra cosa, pareciera que piensan que hay una disciplina con perfiles muy precisos llamada crítica cultural a la que la filosofía queda reducida. Pero esto es absurdo. No hay tal reducción porque no hay tal disciplina. El énfasis de Rorty en que la filosofía devenga crítica cultural no está puesto en el señalamiento de la necesidad de una reducción sino en la de asumir una concepción de la filosofía como intermediaria entre discursos y generadora de vocabularios de un grado de abstracción y generalidad tal que permita dicha intermediación. La tarea es pues la de la redescripción, a partir de la cual se construyen nuevos léxicos que a su vez permiten la puesta en consonancia de léxicos de diversas disciplinas, áreas y épocas. En particular, los filósofos tendrán especial capacidad para abordar las intermediaciones que requieran recurrir a las obras de la tradición filosófica, en la medida en que es dicha tradición con la que tienen familiaridad. Estas redescripciones cumplen un papel importante en el desarrollo cultural. Como dice Rorty de las humanidades en general, pero que podría aplicarse a su vez al tipo de redescipciones específicas propias de los filósofos, es decir, aquellas que recurren por ejemplo a Platón, Descartes o Nietzsche: “el principal producto de esos departamentos (los de humanidades) son contribuciones a la Geistesgeschichte: historias acerca de transformaciones pasadas, especialmente narrativas que conectan transformaciones exitosas en las autoimágenes sociales e individuales. […] Al contar dichas historias acerca de encuentros transformadores del pasado, los miembros de esos departamentos 23 Ibid. esperan colocar a los estudiantes en una posición mejor para tener ellos mismos encuentros de ese tipo”24 A partir de lo dicho, veamos cuál de las seis alternativas sugeridas por Rorty en los 60 como vigentes en el debate metafilosófico es la que él abraza. En primer lugar hay que señalar que ya entonces Rorty rechazaba las alternativas (1) y (2) por no asumir el giro lingüístico (giro que como vimos es sumamente útil según el autor para los fines pragmatistas), aún cuando señalaba que la alternativa (2), la heideggeriana, podía ser asimilada, con los ajustes necesarios, a la posición (3) 25. De esa manera, las vías atendibles una vez asumido el giro lingüístico eran 3-6, y Rorty dividía a esas 4 variantes en dos grupos: las alternativas 3 y 4 conformaban la concepción de la filosofía como propuesta, mientras las alternativas 5 y 6 la de la filosofía como descubrimiento. Toda la empresa metafilosófica rortiana, como vimos, atenta contra la idea de que hay verdades filosóficas por descubrir, esperando los métodos adecuados para su descubrimiento. Esta posición muestra que, obviamente, Rorty se piensa del lado de la filosofía como propuesta. Ahora bien, ¿qué camino tomar, 3 o 4, Waissman o Wittgenstein? la diferencia entre ambas posiciones era presentada por Rorty como la confianza por parte de la primera y la desconfianza por parte de la segunda en la utilidad de inventar nuevas formas de hablar específicamente filosóficas. Creo que Rorty abraza 3, pues, cree no sólo que es inevitable la irrupción del discurso filosófico, sino que cree que ciertos desarrollos del mismo, deflacionarios y autoconscientes de su carácter de propuestas lexicales, pueden ser útiles para la captación del propio tiempo en el pensamiento, siendo el tiempo propio por excelencia el tiempo democrático. Un mínimo de locuacidad pragmatista es preferible al misticismo en potencia de la búsqueda de la visión sinóptica. Así, el abrazo de 3 supone el rechazo de 1 (por rechazar lo mejor, el giro lingüístico y aceptar lo peor, la idea de método propia de la búsqueda de una filosofía primera); el abandono de 2 o su asimilación a 3 ya sea si se toma o no en serio la supuesta no asunción en esa posición del énfasis en el lenguaje 26; el rechazo de 4 por conducir a alguna forma de inútil misticismo; el rechazo de 5 si es que pretende que hay algo estrictamente filosófico en los desarrollos de la disciplina lingüística (si tal suposición no se da, 5 queda subsumida en 3 o en 4, en tanto la lingüística quedaría a la par de los juegos de lenguajes propios de las disciplinas científicas); y el rechazo de 6 si se supone que la metafísica descriptiva nos pone frente a estructuras conceptuales ahistóricas (si no fuera así, 6 sería perfectamente aceptable por Rorty, pues parte de lo que un filósofo antirrepresentacionalista debería hacer es mostrar cuál 24 Ibid. 25 Ver para el rechazo de (1) y la asimilaciön de (2) a (3), R. Rorty, “Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística”, pág. 120-121; la lectura de Heidegger en clave pragmatista puede verse a su vez en los cuatro ensayos que conforman la primera parte de R. Rorty, Essays on Heidegger and others. 26 Es interesante remarcar que Rorty no sólo asocia a Heidegger con (3) sino también al Carnap de “Empirismo, significado y ontología”, ver “Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística”, pág. 122. es el léxico último27 de las más diversas áreas culturales, y denunciar su contingencia, al modo de la genealogía nietzscheana o foucaultiana). Para finalizar este trabajo quiero responder a una serie de objeciones que se le han presentado a esta idea de la filosofía postFilosófica defendida por Rorty. Son muchos los autores que han presentado una batería de argumentos contra la metafilosofía rortiana, pero creo que ha sido Daniel Kalpokas en un ensayo reciente quien ha logrado resumirlos y conjugarlos de una manera clara.28 Las críticas de Kalpokas son variopintas, pero me detendré en las tres más importantes. La primera observación señala que si el único criterio de evaluación entre juegos de lenguaje, y en particular, entre juegos de lenguajes filosóficos, y aún más específicamente, entre el juego de lenguaje representacionalista y el antirrepresentacionalista (o entre un juego de lenguaje Filosófico y otro postFilosófico), es la utilidad, y lo útil siempre es considerado desde un juego de lenguaje particular, ¿desde dónde se hacen las evaluaciones interlexicales? Si no hay un marco común, ¿cómo juzgo que un juego de lenguaje es más útil que otro? La respuesta es inmediata. No hay manera de salirse de un lenguaje para hacer evaluaciones de utilidad. Claramente, evaluamos un juego de lenguaje como más útil porque ya hemos asumido que los fines que se ponen de relieve a partir de la asunción de ese vocabulario son los fines que queremos perseguir y, por lo tanto, el viejo juego de lenguaje será abandonable pues no nos provee las herramientas requeridas para enfrentar el problema de alcanzar esos fines novedosos. Pero entonces, pregunta Kalpokas, ¿cuál es la motivacion racional para cambiar de vocabulario? Esto mismo se pregunta Sorell: “si la visión de la cultura que propone Rorty se acepta, entonces hay una fuerte analogía entre su evolución y la evolución biológica; pero [...] ésta parece no ofrecer los propósitos que los intelectuales tienen perennemente para producir innovaciones”29. ¿Qué explicación se da de la creación de nuevos vocabularios? Sorell señala irónicamente que la única explicación que puede advertirse en la obra de Rorty es la atribución a los intelectuales de cierta propensión a superar algo así como el aburrimiento en estilos de descripción. Quizás la ironía de Sorell haya dado en la tecla y no haga falta más explicación que esa. El punto es que, justamente, la búsqueda de enmarcar la capacidad poética, el rasgo que nos humaniza, en un patrón explicativo “parece –dice Rorty- que promete justamente lo que Sartre nos dice que no vamos a tener –una forma de ver la libertad como 27 Por léxico último Rorty entiende el conjunto de términos relevantes para la enunciación delas creencias más básicas de una comunidad, creencias que no pueden ser defendidas por dicha comunidad sino circularmente. Ver R. Rorty, Contingency, irony and solidarity, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, cap. 4. 28 Todas las referencias a Kalpokas se remiten a su trabajo “La filosofía después de la Filosofía”, Adef. Revista de Filosofía, Buenos Aires, Altamira, vol. XVI, No 2, nov. 2001. 29 T. Sorell, “The World from its Own Point of View”, en A. Malachowsky (ed.), Reading Rorty, Oxford, Blackwell, 1990, pág. 21. naturaleza, [...] una forma de ver nuestra creación de vocabularios [...] de la misma forma ‘normal’ en que nos vemos a nosotros mismos dentro de uno de esos vocabularios)”30. La segunda crítica de Kalpokas es que es insostenible la idea de que hay saltos abruptos en la tradición filosófica. Para Kalpokas, si bien hay muchos problemas que el desarrollo de la actividad filosófica ha dejado de lado, hay un conjunto de problemas que permanecen y que permiten ver a la historia de la filosofía como un continuo. Lo que no advierte Kalpokas, es que el diálogo entre distintos vocabularios filosóficos, entre posiciones del pasado y del presente, diálogo que hace ver dicha continuidad, es una construcción propia de los filósofos detentadores de los nuevos paradigmas. Justamente, si se concibe a las humanidades y a la filosofía en particular como tendiendo puentes entre los distintos vocabularios, ya sea sincrónica como diacrónicamente, a fin de configurar una narrativa que permita la aprehensión del propio cambio cultural suscitado, no debería asombrar que se redescriban los problemas planteados en el pasado en términos propios del nuevo léxico. El que sigamos leyendo De anima aún después, por ejemplo, de asumida la metáfora del ordenador, requiere de un ejercicio de creación de una narrativa que permita ver los puentes interparadigmáticos. El señalamiento de continuidades no basta para objetar a Rorty, pues Rorty no hace sino remarcar la existencia de esas continuidades, pero concebidas como narrativas indispensables para la configuración de todo cambio lexical. Es la misma idea borgeana de Kafka creando a sus precursores. Por último, Kalpokas sostiene que el señalamiento de que no hay métodos filosóficos que prevalezcan, no lleva a abandonar la idea de que sin argumentación no hay filosofía (tal como pareciera defender Rorty al poner de relieve la noción de redescripción por sobre la de argumentacíon). Esta observación parece desatender la existencia de muchos textos que calificamos de filosóficos donde la argumentación parece ausentarse. Frente a esto, la salida de Kalpokas es señalar que es nuestra manera de leer un texto lo que lo hace filosófico. Dice, Kalpokas: “Ciertamente, hay textos filosóficos que no son argumentativos (o eminentemente argumentativos). Pero en la medida en que nos acercamos a ellos con una mirada filosófica, los leemos en función de sus pretensiones de verdad, de resolución de algún problema y del sustento argumentativo que puede ofrecerse para sus tesis. No disponemos de otro recurso que la argumentación para evaluar un texto filosófico”31 La pregunta es, ¿a qué nosotros se refiere Kalpokas? Es evidente que hay un tipo de lector que lee filosofía en tanto desentrañamiento de argumentos. Pero también es obvio que hay toda una tradición de lectura y escritura filosófica que no pone énfasis en la presencia de argumentos, sino, por ejemplo, de asociaciones fonéticas, filológicas, etc. Es muy difícil presentar delimitaciones no contingentes, no históricas, no sociológicas, de qué es un texto o una lectura filosófica. Obviamente hay toda una tradición que privilegia la 30 31 R. Rorty, Philosophy and the Mirror of Nature, pág. 380. D. Kalpokas, ob. cit., p. 27. argumentación, o para la cual la presentación de argumentos es la mejor manera de persuadir a otros de ciertas posiciones, o para la que la argumentación es el estilo más conveniente para escribir filosofía. Seguramente Rorty mismo se siente parte de esta tradición. Es más, en su narrativa antirrepresentacionalista, Rorty le hace jugar un papel protagónico a los argumentos que Quine, Sellars y Davidson han presentado contra el fundacionalismo y la idea de filosofía primera. Pero esto no debe apoyarse más que en la contingencia de que la audiencia relevante frente a la cual presentar un vocabulario antifundacionalista es una que valora la argumentación. Por todo lo dicho, creo que en Rorty tiene lugar la idea de una filosofía postFilosófica, con límites más difusos en cuanto a su modo de presentación, pero imposible de ser pensada como diluyéndose, en parte porque vendrá a cuento cada vez que se requiera o se deba asimilar un cambio cultural, y en parte porque la presencia misma de una tradición de escritos de tipo filosófico (amen que acontezca una hiperbolización de la quema de la biblioteca de Alejandría) obliga siempre a ser relacionada con los nuevos tipos de escritos que puedan suscitarse, pues la valoración de la novedad requiere siempre la construcción de continuidades y discontinuidades diacrónicas, tarea que, en el caso de ese tipo de textos, llamamos filosofía. Si bien puede ser cierto el diagnóstico de James sobre la extrañeza que nuestros textos filosóficos generarían en Aristóteles y Descartes, lo cierto es que nosotros no podemos soportar el leer a Aristóteles y a Descartes como si fueran radicalmente extraños. Eso sólo alcanza para que la filosofía permanezca aún en una cultura postFilosófica.