Subido por JOSE MARIA PARREÑO VELASCO

Elena Blasco, Exposición en la galería Espacio Mínimo, febrero de 2023

Anuncio
¿Puede uno reírse de un chiste que no entiende? ¿Hay un camino inverso al que recorre la
abstracción cuando esencializa la figura? Este tipo de preguntas extravagantes se me ocurrían
al salir de la exposición de Elena Blasco (Madrid, 1950), con una sonrisa desconcertada en la
cara. Supongo que con ello la artista lograba su objetivo, porque qué otra cosa puede
pretender quien titula una exposición: “Teviasé unosapatito delala de mi sombrero” (me he
asegurado de que no lo corrijan en redacción). Elena Blasco, pintora y escultora, debutó en
1976 y ha realizado más de treinta exposiciones individuales, alguna casi antológica, como la
de Alcalá 31 (2012). Basta leer los títulos de algunas otras (“Merengues, son de cremita” o “Al
deseo, lo meneo”) para saber que Blasco entiende la pintura de forma particular. Confieso que
desde que vi su primera obra, en los noventa (una península ibérica convertida en carita, de
cuyos pelos pirenaicos tironeaba una mano) he seguido la pista a quien considero la pintora
española más gamberra, desaparecida Patricia Gadea y teniendo en cuenta que Fátima Mirada
pinta con la voz.
En esta ocasión nos encontramos ante una de sus exposiciones más apartadas de la figura,
aunque suceda eso que torpemente trataba de expresar al principio. Sus imágenes no
representan nada conocido -vagos biomorfismos, a veces combinadas con estructuras
reticulares- y sin embargo ¡expresan emociones! Sorpresa, vulnerabilidad, burla, asombro.
Respondiendo a mi pregunta inicial: sí, lo abstracto puede derivar hacia lo figurativo como hace
lo inorgánico hacia lo orgánico o la química hacia la biología. El hecho es que la desbordante
inventiva plástica y cromática de Elena Blasco crea un universo de formas felices, como
bacterias que se fueran de farra o enlaces moleculares cuya energía se evocase con una
mantita de cuadros.
La mayoría son dibujos sobre papel -vegetal, de modestas dimensiones, o coreano, más
grande-. También hay algunos tapices y es en ellos en los que se define una figuración
caricaturesca, de lujoso colorido, donde se inmortaliza una especie de reina de fiesta infantil.
Finalmente, también encontramos algunas obras con volumen, adosadas a la pared, en
material plástico, que dan continuidad al lenguaje utilizado en el resto. Pero hay una obra
singular, que desconcierta. Es media figura femenina -piernas y falda- seccionada por la cintura.
En el plano horizontal resultante reposan una sierra y una colilla, como si fuera un trabajo
recién terminado de ejecutar. La ausencia de lo que en escultura llamamos busto resulta
dolorosa, por más que también esté teñida de humor. No sé muy bien qué pensar: quizás que
el o la artista siempre tiene en sí mismo la materia prima de su obra.
Y en cuanto a la pregunta del principio, se la trasladé a una conocida y me dijo: “Claro que sí,
basta con que la persona que lo cuente sea graciosa”. Entonces me dí mi cuenta de que, en
efecto, esta es la cuestión: no tanto que Elena Blasco sea tronchante o esté tronchada–como
en la susodicha escultura-, sino que está en estado de gracia. Así es como creo que ha pintado
esta exposición, que es una fiesta para los ojos y en la que el desenfado va de la mano del
talento, un tierno humor y la sabiduría con que maneja cada material.
Descargar