Era una fría mañana de enero, me dirigía como de costumbre a la zona céntrica de la ciudad, mis deberes eran pagar algunas facturas de banco, y ajustar cuentas con algunos proveedores. A las 10:45 a.m. , cuando llegué al Banco Unión, ubicado en la carrera séptima, los cajeros se encontraban ocupados, así que decidí sentarme a esperar mi turno mientras respondía algunos mensajes de texto; al cabo de unos minutos uno de los clientes empieza a discutir con la cajera, manifestándole su inconformidad con el servicio, y gritándole que era una inútil en su trabajo. El personal de seguridad corrió rápidamente a controlar la situación, y justo en ese descuido entra abruptamente un hombre, al cual había escuchado horas antes, mientras discutía por teléfono en la estación del tren. Aquel hombre se encontraba angustiado, casi que al bordo del desespero, y lo único que podía escuchar era cuando gritaba, -¡El cáncer no se llevará a mi hijo, conseguiré ese dinero, aunque me cueste la vida!-. Sus planes no eran más que atracar a algunos taxistas, pero al ver la poca seguridad que tenía el banco, se dejó llevar por la situación y decidió arriesgarse, sin contar con que se llevaría una desagradable sorpresa. Siendo las 11:05 a.m., dentro del banco se escucha una voz fuerte y tajante, que ordena ¡todos al suelo, esto es un asalto!- la gente, atemorizada por el individuo acata sin murmullo alguno. Nadie se imaginaría que el cliente problemático iba a ser parte de esto, y es allí donde este empieza a forcejear con los guardas e intenta desarmarlos, mientras su compañero se acercaba a las cajas para pedir que le entregasen todo el dinero.