Subido por Sergio Andrés

CASO EL MICROGESTOR

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EL CASO HBR
George Latour se ha
esforzado más de la cuenta
para entrenar a su directora
de marketing, pero ella
considera que su estilo
de gestión es opresivo.
¿Podrán encontrar alguna
forma de cooperar?
El microgestor
por Bronwyn Fryer
rustrada, la pequeña Jill, de nueve años,
F arrojó su lápiz sobre la mesa.
"¡Odio los problemas de palabras!"
Claramente estaba cansada y hambrienta.
Había sido un día agotador, y no sólo para
los niños. Mientras su esposa visitaba a su
madre, George Latour cuidaba de sus hijos
y dirigía su empresa. George se
enorgullecía de ser un buen padre y un buen
jefe corporativo, pero las esporádicas
ausencias de su esposa siempre renovaban
su admiración por su energía y serenidad
general.
"Es igual que el último, Jilly", dijo
George, tratando de ocultar su impaciencia
mientras Jill se derrumbaba teatralmente
sobre su cuaderno. Sirvió el spaghetti en los
platos. "Primero debes resolver esa
fracción. Pues bien, ahora dime cuál sería el
numerador".
Entonces vio a Bobby, de tres años, inclinando una caja llena de leche sobre su
vaso.
"jEpa!", George atrapó la tambaleante
caja justo antes que se volteara.
"¡Yo puedo hacerlo!", exclamó Bobby.
"Confía en mi, es muy pesada". George
llenó el vaso plástico con leche y lo dejó
sobre la mesa. Retiró con suavidad los
cuadernos de Jill y puso su plato frente a
ella. "Aquí, cariño. Come tu comida y
podrás terminar tus tareas".
George preguntó a sus hijos cómo había
sido su día. Jill estaba orgullosa de su
buena calificación en una prueba de
pronunciación. Bobby había dibujado una
temible araña.
"¿Y qué tal tu día, papá?", preguntó Jill,
radiante, mientras daba caza a su esquivo
spaghetti.
"Bien, gracias, Jilly", dijo George, agradado por su gentileza.
Pero, en honor a la verdad, el día había
sido todo menos bueno. Los miembros del
consejo habían sido inquisitivos durante la
reunión en la mañana, en la que George
pasó una inusual cantidad de tiempo
defendiendo la estrategía de ventas de la
empresa. Todos los presentes sabían que
Retronics necesitaba un nuevo impulso y él
había sentido la presión.
Como CEO, George tenia el mandato
4 Harvard Business Review I Edición Extraordinaria
de aumentar los ingresos sin descuidar el
objetivo de llevar Retronics a la bolsa en
2006. La empresa de ingeniería de software
había sido regalona de Silicon Valley
durante los años 90, gozando de un generoso financiamiento con capital de ríesgo y
alarde ando de una larga lista de clientes de
gran prestigio. Cuando la burbuja de las
puntocom se rompió, Retronics sufrió el
impacto. Primero fueron los despidos y los
recortes de presupuesto; después vino el
despido del fundador. En 2003, el consejo
contrató a George, un avezado ejecutivo
con impresionantes credenciales como
ingeniero y experiencia en sistemas y
operaciones de gran escala. George trajo
algunos importantes nuevos negocios; pero,
16 meses después, los ingresos no habían
remontado lo suficiente como para
impresionar a los inversionistas, y otras
empresas comenzaban a quitar participación de mercado a Retronics. El consejo
comenzaba a reclamar y George se estaba
quedando sin ideas.
"Los negocios están allá afuera", había
dicho Pete Dmitrijevich, el presidente. "y
tienes gente talentosa en marketing. Tu
flujo de prospectos debería ser mejor que
esto".
Tentado a contestar que las reservas de
talento no habían ayudado tanto como
hubiera querído, George se mordió la
lengua.
Bobby vio cómo se profundizaba la
arruga entre las cejas de su padre. "¿Qué
pasa, papá?", preguntó.
"Oh, nada, Bobby", replicó George.
"Sólo estoy pensando. Come tu spaghetti':
Si quieres algo bien hecho
A las 4:30 de la tarde siguiente, George
sintió la necesidad de estirar las piernas.
Caminando por el pasillo, vio acercarse a
Shelley Stem, la nueva directora de marketing. Iba absorta en el borrador de un
comunicado de prensa, y él tuvo que virar
bruscamente para no chocar con ella.
"¿Cómo te va, Shelley?", saludó
George.
Ella se sobresaltó.
"¿Te importa si echo un vistazo?", preguntó él.
"Oh, seguro", dijo Shelley, pasándole los
papeles, con algo de vacilación, pensó
George. "Estoy... todavía estoy trabajando
en él".
George leyó en voz alta el titular del
comunicado de prensa. '''Mortimont Corporation adopta PrexPro'. ¿No es ése el tipo
de soft...?"
"Es sólo un título provisorio", interrumpió Shelley. "Los encabezados los escribo
al final".
Él continuó leyendo. "¿No te parece
mejor una cita más fuerte? ¿Tal vez algo
como 'Según el CEO George Latour, quien
no use Prexpro Toolset está usando tecnología de la Edad de Piedra'?"
"No creo que publiquen eso", replicó
Shelley. "Tendríamos mejores posibilidades con algo un poco más mesurado".
George dijo, pacientemente: "Te entiendo, Shelley, pero no es que ellos publiquen estas cosas literalmente. Cualquier
reportero que se respete asumirá que hay
una cierta hipérbole y la eliminará. Por eso,
si apareces con algo que suena humilde, se
imaginarán que realmente no hay nada ahí.
Una cita que refleje cierta actitud los
moverá a sentarse a leerlo. Entonces",
concluyó, "quisiera que el texto cumpla
con dos cosas: uno, enfatizar la innovación
y, dos, que irradie confianza".
Frunciendo la boca, Shelley asintió ligeramente.
Cualquiera fuese el
problema, tendría que
ser enfrentado. Él no
podía continuar
haciendo el trabajo de
ella para siempre.
"Gracias, Shel", dijo George, con tono
de ánimo. "Eres la mejor".
George sabía que Shelley odiaba las
críticas a su trabajo. Pero él trataba de ser
constructivo. Si ella quería alcanzar todo su
potencial, necesitaría el feedback. Y, en
todo caso, él no podría permitir un desempeño deficiente. Hasta donde el resto de
la organización sabía, él había contratado a
Shelley Stem; efectivamente, fue una de las
primeras contrataciones que realizó. La
calidad
de
su
trabajo
repercutía
directamente sobre él.
En realidad, Shelley no había sido reclutada por él, sino que había llegado a
través del presidente del consejo. A Pete le
encantaba relatar un evento de escalada en
roca que Shelley había inventado para una
feria de negocios. El stand incluía una
réplica del Matterhom, un muro para escalada y una cuerda elástica de 10 metros
que había estado en boca de todos en la
feria y que había suscitado un raudal de
artículos en los periódicos. "Sólo tienes que
esperar", le dijo Pete a George, cuando éste
anunció que Shelley había aceptado el
trabajo. "Es una pura sangre. Entrénala en
el negocio. Después déjala sola, y verás la
diferencia que puede hacer".
Para que entrara en ritmo, George la
había hecho concurrir a algunas reuniones
de los desarrolladores de software. Ella
había acompañado a la fuerza de ventas
que respondía a llamadas de clientes, para
verla y escucharla directamente.
Incluso, le había pedido al director de finanzas que le explicara la situación del
flujo de caja de la empresa. Sin embargo,
seguía considerando que muchas de sus
decisiones no eran totalmente acertadas.
Ella era una sólida directora de proyectos
que sabía cómo producir interesantes colaterales de marketing y manejaba bien la
logística de las ferias de negocios. Pero
¿qué hay de la campaña de correo directo
que había lanzado? ¿O del formato del
seminario del que Retronics había sido
anfitrión? No como él los habría hecho. Por
eso seguía editando su trabajo, explicándole lo que era realmente importante
para los clientes, cómo éstos tomaban sus
decisiones de compra y cómo la propuesta
de valor de Retronics podía quedar más
clara. Si ella se volvía más eficaz en el
largo plazo, era tiempo bien invertido, e
incluso podría resultar persona)mente muy
reconfortante ser mentor de alguien con
real potencial. El problema ahora era que
Shelley
parecía
cada
vez
más
descomprometida, y no tan ávida de
aprender como pareció al principio. Tal vez
ella estaba lidiando con algunos problemas
personales. Cualquiera fuese el problema,
tendría que ser enfrentado. Él no podía
continuar haciendo el trabajo de ella para
siempre.
Cada paso que das
Shelley se dejó caer sobre el sofá, se quitó
los zapatos y comenzó a ver el noticiero
nocturno. Las escenas de matanzas a través
de todo el mundo iluminaban la sala del
living. Furiosa y deprimida, apagó el
televisor, se sirvió un vaso de vino y
levantó el teléfono. Ansiaba un consejo.
Dejó un mensaje para Laura, su amiga y ex
jefe, que había congelado su exitosa carrera
para criar a sus dos pequeños hijos.
Shelley, pensativa, bebía su vino. Había
renunciado a una cómoda posición en una
exitosa empresa de hardware computacional, en la que recibió grandes elogios
por su trabajo de marketing. Arrepentida,
pensó en el ahora jubilado CEO de su empresa anterior, quien le había dicho que
Retronics era un "perfecto próximo paso"
para ella. También Laura había elogiado a
George Latour, con el que había trabajado
Edición Extraordinaria I Harvard Business Review 5
El CASO HBR I El microgestor
al comienzo de su carrera. Y, además, ahí
estaban todas esas opciones de acciones.
Parecía una apuesta segura. A pesar de que
no sabía mucho sobre ingeniería de
software, sabía también que podría
aprender rápidamente.
Shelley pensó una vez más en el "Eres la
mejor" de George. El hombre ciertamente
quería agradarle. Y a ella le gustó, al menos
al principio. Él había hablado con
entusiasmo sobre la necesidad que tenía
Retronics de "salir y hacer algún ruido'~
Ella lo interpretó como que le permitiría
probar cosas creativas. Ja.
Sonó el teléfono.
"Hola, Shel. ¿Cómo te va?"
El alegre sonido de la voz de su antigua
amiga le levantó un poco el ánimo. Entonces Shelley oyó a Max, el hijo de cinco
años de Laura, llamando a su madre.
"¿Por qué comienzan en el instante en
que tomas el teléfono?", preguntó retóricamente Laura. "Espera, Shel". Shelley
oyó el sonido del aparato sobre una superficie y escuchó cómo su amiga calmaba al
pequeño. "Aquí tienes un lindo papel en
blanco. ¿Puedes dibujar más extraterrestres
para mí?"
"Listo, todo arreglado", dijo Laura, tomando nuevamente el teléfono. "Continúa,
Shel".
"Laura, necesito tu consejo. Es sobre
George. ¡Me está volviendo loca!"
Laura escuchó atentamente a Shelley
mientras ella describía la situación. Tenía a
George bajo sus narices, se quejaba. No
confiaba en sus consejos. Rondaba por los
pasillos y conversaba con su equipo,
distrayéndolo al señalarle lo que a él le
parecía importante. Insistía en que emitieran dos comunicados de prensa cada
mes, aunque no hubiera ninguna noticia
real para reportear. Insistía en que ella
siguiera haciendo visitas de ventas para
"escuchar", a pesar de su gran cantidad de
trabajos pendientes. Shelley estaba abarcando demasiado. Cuando solicitó ayuda -a
falta de más personal, por lo menos un
contratista externo-, él le pidió una lista de
todo lo que hacía y le ofreció ayudarla a
asignar sus prioridades.
--
"Francamente, Laura, hasta ahora nunca
había tenido que lidiar con alguien que
estuviera tan encima. ¿Qué debería hacer?"
"Estoy segura de que George está muy
presionado", sugirió Laura. "Quizás se está
descargando contigo. Me tienta decirte que
le deberías pedir que se aleje y te permita
hacer tu trabajo. Debería entenderlo. Sin
embargo, por supuesto, no conozco los
detalles. Me imagino que necesitas estar
segura de que, en todas estas cosas que te
critica, él está equivocado".
Shelley se irritó un poco, pero aceptó el
punto. "Bien, admito que me equivoqué en
unas pocas cosas. Pero, en la mayoría,
pienso que mis instintos funcionaron bien.
No conozco el negocio como él, pero
debería darme el crédito de ser la mejor en
marketing. Él es un ingeniero, por el amor
de Dios".
Laura se rió. "Bueno, quizás no deberías
Bronwyn Fryer (bfryer@hbsp.harvard.edu) es editora senior de HBR.
6 Harvard Business Review I Edición Extraordinaria
decírselo en esos términos, pero debes señalarle que tus opiniones tienen algún
fundamento. Otra opción es ignorarlo,
hacer lo que te parece bien, y dejar que los
resultados hablen por sí mismos." Escuchó
el ruido de algo cayendo al suelo. ¡"Oh,
Max, deberías haberme pedido que te
ayudara con eso! Lo siento, Shel, debo
irme. ¿Puedes enviarme un e-mail? Fuerza.
Adiós".
De mala gana, Shelley colgó el teléfono.
"Quizás mañana debería declararme enferma", pensó. "Dejaré que George haga la
edición. De todas maneras va a hacer los
cambios".
Transpirando los detalles
A la mañana siguiente, Shelley se reunió
con Rich Hannon, quien había sido el director de proyecto de uno de los recientes
éxitos de Retronics, una instalación de gran
tamaño en un banco de cobertura nacional.
Juntos estaban trabajando en el borrador de
un artícúlo sobre el proyecto para una
revista de negocios. Él se había resistido al
comienzo, preocupado de que el cliente no
querría revelar lo que había detrás de su
nueva ventaja competitiva. Pero ella lo
había convencido para que invitara al
cliente a participar como coautor del
artículo y, para su sorpresa, a éste le había
encantado la idea.
"Háblame sobre los desafíos más importantes del proyecto", preguntó Shelley.
"¿Recuerdas algún contratiempo que haya
sido resuelto creativamente?"
Rich se echó hacia atrás y se frotó la
barbilla. "Creo que estuvimos muy nerviosos en abril, cuando pensamos que estábamos frente a un retraso significativo.
Pero creo que no deberíamos mencionarlo
en el artículo".
"¿Tuvieron que volver al principio con el
cliente?", preguntó Shelley, comprensiva.
"Eso nunca es agradable".
Rich le aseguró que no había sido una
opción. Pero afortunadamente, explicó, su
equipo no contaba con que una buena parte
del código de otro proyecto podía ser
reutilizado. "Qué bueno que pensaron en
eso", dijo Shelley, aunque dudaba que
pudiera convertir eso en un buen artículo.
"A decir verdad, fue George quien pensó
en ello", explicó Rich. "Él me llamó una
noche. Tenía el plan del proyecto frente a
él. Y encontró otras cosas también".
Shelley se enderezó en su silla a la mención de George. Así que no estaba sola.
Estudió el rostro de Rich para ver si había
encontrado un espíritu afino "Es una especie de bendición mixta, ¿no crees?", aventuró ella. "Quiero decir, cuando George se
interesa en algo, puede involucrarse
mucho".
"Involucrarse no es ni siquiera una
parte", rió Rich. "Se inmiscuye hasta el
codo". Pero algo en su tono le dijo a Shelley que no llevara el tema más allá.
¿Yo O él?
"Shelley, ¿puedo hablar contigo un minuto
en mi oficina?", preguntó George.
Shelley pensó inmediatamente en su
determinación la noche anterior de declararse enferma. ¿Por qué no lo había
hecho? Ahora se sentía realmente mal.
"¿Qué problema habrá encontrado ahora?",
se preguntó.
La esposa y los hijos de George sonreían
felices en la fotografia sobre su reluciente
escritorio, pero él no parecía tan acogedor,
a pesar de sus jeans y camisa informales de
día viernes.
"Hola, George", dijo Shelley mientras
intentaba una sonrisa.
"Pasa, toma asiento". Le señaló uno de
los dos sillones de cuero frente a su
escritorio. "Quiero hablarte de este comunicado de prensa. El borrador que me
enviaste esta mañana, ¿no es el definitivo,
verdad?"
Cuando George se
interesa en algo,
involucrarse no es ni
siquiera una parte. Se
inmiscuye hasta el
codo':
"Podría ser. Está programado para salir
esta tarde, para que los reporteros lo tengan
en primer lugar el lunes. Estamos esperando tu bendición", contestó Shelley.
"Hum, no puedo aprobarlo todavia", dijo
George, tenso. "Shelley, ayer te pedí que
trabajaras en el tono, ¿no es cierto? y mira
esto", dijo, pasándole su papel. Ella vio que
había marcado algunas frases e insertado
otras nuevas, con su letra manuscrita difícil
de leer. "Encontré dos errores". Hizo una
pausa. Sentía cómo la sangre se agolpaba
en su cabeza, pero mantuvo la calma.
"Mira, cuento contigo para que estas cosas
salgan bien. No tengo tiempo para estar
preocupándome yo mismo".
El corazón de Shelley retumbaba mientras recordaba el consejo de Laura. "Si me
vaya oponer, debo hacerla bien", pensó.
"Ciertamente puedo cambiar esas cosas",
comenzó diciendo. "Pero, primero, debo
explicarte mejor por qué lo escribí de ese
modo". Tomó aliento y continuó. "y
también me pregunto si podemos hablar en
términos más generales. El hecho es que
últimamente no me he sentido muy bien".
George levantó una ceja. "Ya sabía que
tiene problemas personales", pensó.
"Adelante", le dijo, tratando de mostrar
alguna inteligencia emocional.
Más animada, Shelley se abrió. "Bueno,
para ser honesta, he sentido una gran presión últimamente. Creo que soy una persona con bastante talento e inteligencia, que
conozco mi trabajo y que puedo contribuir
con muchas cosas. Consigo buenos
resultados si siento que confían en mi juicio': Quiso agregar "si soy tratada como
una profesional", pero lo pensó mejor. "Por
otra parte, no lo hago muy bien si siento
que alguien está microgestionándome".
La mandíbula de George crujió mientras
trataba de guardar la compostura. "Por
favor, comprende que la última cosa que
querría hacer es microgestionar", dijo. "Hay
muchas cosas que compiten por mi tiempo,
y me encantaría no tener que preocuparme
de una de ellas y sentir que está siendo bien
gestionada. Pero el hecho es que, si veo
errores en el último borrador de un
comunicado de prensa, comienzo a
preguntarme qué más está funcionando
mal".
Los labios de Shelley estaban fuertemente apretados y sus ojos brillaban.
"¡Hagas lo que hagas, no llores!", se reprendió a sí misma. Desconfiando de su
voz, simplemente se levantó de la silla y
salió de la oficina.
El primer pensamiento de George fue
llamarla después, pedirle que regresara y
resolver el tema. Pero controló su impulso,
al darse cuenta súbitamente de que le diria
lo que tenía que hacer. En cualquier caso,
ahora no tenía ninguna animosidad para
escucharla cortésmente si le daba una
explicación razonable para el deslucido
comunicado de prensa. "¡Microgestión!"
Pensó en esa palabra con indignación.
¿Acaso no era interesante que él nunca
hubiera escuchado a ninguna persona capaz
quejándose de ser microgestionada?
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