Subido por Nelson Quintana Caicedo

El milagro de un sanjuanero

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EL MILAGRO DE UN SANJUANERO
Por: Sofía Quintana González Valencia.
Edad: 13 años.
Colegio: Monseñor Baltazar Álvarez Restrepo. Grado 9°.
sofiaquintanagonzalez@gmail.com
Móvil: 3185693133
Era el año de 1975, los días del calendario habían pasado de manera parsimoniosa hasta alcanzar
el final del mes de junio y el sol irradiaba con una mayor intensidad toda la población de Saldaña,
ese pequeño pueblo arrocero, de tierra caliente, ubicado al sur del Tolima. En lo corrido del año no
había caído una sola gota de lluvia y tanta era la resequedad que predominaba el color ocre en todo
el paisaje, en la superficie de la tierra se abrieron zanjas formando una textura desalentadora y
apocalíptica; en contraste, lo único verde eran los palos de mango, de ciruelas y mamoncillos que
servían de sombra para los habitantes de la vieja casa de los Quintana y también de diversión para
sus seis pequeños hijos, que jugaban a pisar galletas con las hojas secas y tostadas que caían de
los árboles, cubriendo sus sombras como un tapete. En toda la región, los cultivos de pan coger
habían quedado arrasados, lo mismo que los grandes cultivos de extensión de arroz y como si fuera
poco, la gran mayoría de los jefes de hogar del pueblo, habían perdido sus empleos al ser despedidos
luego de una larga huelga en el Incora, la principal empresa de la región, que se encargaba de
construir los canales de irrigación para los cultivos de arroz.
Como en época de pandemia, el hambre y la desesperación no demoraron en llegar, de tal manera,
que fue necesario que el padre Venancio, en la víspera de la fiesta de San Juan, convocara a todos
a una solemne procesión por las calles del pueblo, acompañados de La Virgen del Carmen, con
velas y rezos se pidió que pronto llegaran las lluvias y que la empresa nuevamente “enganchara” a
los despedidos.
A la mañana siguiente de la procesión, Nelson de siete años y el menor de los Quintana, se levantó
más temprano que de costumbre, se dirigió a orinar al baño que estaba al lado del palo de ciruelas,
rascándose las nalgas por las picadas de los sancudos, no alcanzó a abrir la puerta cuando con un
gran grito despertó a sus padres, hermanos, y a todo el vecindario,”¡mamaaaaa, mamaaaaá!” el
mismo se preguntaba insistentemente…¿Qué es eso?, ¿Qué es eso?. No pasaron más de diez
minutos y el patio de los Quintana ya estaba atiborrado de vecinos que perplejos y asombrados
observan la presencia de un gran pájaro posando tranquilamente en la rama del árbol, tenía como
un metro de alto y un enorme pico, nunca antes había sido visto por esos lares. Es un cisne, una
garza gigante, decían unos, no, es una cigüeña, replicaban otros, hasta que apareció el tío Gregorio,
el viejo cascarrabias aficionado a la pesca y la cacería de conejos, traía como era su costumbre, un
sombrero de paja deshilachado y esta vez su rostro estaba iluminado por una sonrisa esperanzadora,
mientras sostenía en su mano una escopeta, se abrió paso entre la multitud y con voz fuerte dijo:
“¡Es el almuerzo!” mientras apuntaba al desprevenido y amistoso animal. Por unos minutos hubo un
silencio escalofriante que pareció eterno, y que solo fue interrumpido por el grito “¡no lo mateeee!”
era la voz potente de don Pacho, el vecino de al lado, que cuando hablaba parecía que se hubiera
tragado un parlante, “no ven que se trata de un Sanjuanero…estas son aves migratorias que vienen
desde el norte del continente, incluso desde África o Europa, pobrecito, viene cansado y quizás
hambriento”, recalcó y de manera categórica se escuchó decir, “¡este majestuoso pájaro no será hoy
el almuerzo de nadie!, él es un mensajero de buenas noticias, de prodigios y bendiciones”, era la
sentencia de sabio abuelo Jesús María, y ya no habría más discusión, así que ese día el almuerzo
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Paisaje Cafetero. LAS AVES EN NUESTRA COTIDIANIDAD.
fue como hacía rato se venía repitiendo: huevitos fritos con arroz sudado, de ese que recogían de
las espigas de los reductos de los grandes cultivos y que trituraban en el viejo pilón de piedra ubicado
el patio de la casa y que servía de testigo mudo al paso de los años.
El resto de la mañana, la casa de los Quintana se convirtió un sitio de encuentro y peregrinación de
muchos curiosos que querían ver con sus propios ojos al controvertido y extraño visitante, cada hora
que pasaba la muchedumbre se hacía más grande; solo fue disuelta, cuando a eso de las dos de la
tarde se escuchó en el cielo el ensordecedor estruendo de un trueno, seguido de la caída de unas
pepotas de agua, que avisaban la llegaba de la anhelada época de lluvias, ¡empezaba el milagro!.
El aguacero fue tan intenso que duro toda la noche, las ráfagas de viento soplaban sobre el techo
de la casa, generando aullidos como de lobos, los relámpagos como flashes de cámaras fotográficas
se filtraban por las cortinas de las ventanas y no dejaban dormir, el terror helaba a todos en la casa,
al punto que doña Cecilia, la madre del hogar, tuvo que rezar el rosario con sus seis hijos y quemar
en el tarro del sahumerio unas hojas de palma que habían sido bendecidas en la última Semana
Santa, pues había una fe ciega que esto aplacaría el aguacero. Cayó más agua esa noche que en
dos años seguidos.
A la mañana siguiente no paraba de llover, a aunque la intensidad de la lluvia había mermado.
Nelson fue el primero en levantarse, corrió a orinar esta vez no en el baño si no en el tronco del palo
de ciruelas, pues sin importarle mojarse, solo quería ver si el Sanjuanero aún estaba por allí, levantó
su mirada por todas las ramas del ciruelo, pero no lo encontró, entonces, con goteras de orines que
se deslizaban por sus piernas, se subió a toda prisa los pantalones cortos y corrió al patio de la casa
finca, para sorprenderse al ver como la cancha de futbol que era bordeada por el canal de irrigación,
se había convertido en un verdadero lago, parecía un espejo de agua hermoso y brillante. A eso
del mediodía, el sol como de costumbre era intenso, el nivel de las aguas en la cancha ya casi había
desaparecido, fue entonces como el plateado de las aguas fue cambiado por el plateado de cientos
de bocachicos y otras especies de peces que habían subido por la canal de irrigación desde el rio
Saldaña y habían quedado atrapados chapaleando en la cancha con la inundación.
“Es un milagro Dios mío!, es un milagro!”, gritó don Carlos el padre del hogar, notablemente
emocionado, seguidamente, pidió traer costales de fique para recoger los pescados y así, entre
todos, no tardaron en llenar dos costalados y aún quedaban cientos de peces por recoger, “¡llamen
a don Pacho, a Gregorio, avísenle a todos los vecinos!” ordenaba entusiasmado don Carlos. En
pocos minutos un enjambre de humanos recogían peces del suelo como si fuese el maná caído del
cielo.
Cuando ya no quedaba nadie en la cancha, desde la casa se escuchó un extraño graznido que
proveía del ciruelo, era el Sanjuanero, esta vez sacudía sus alas como queriendo emprender vuelo
mientras dejaba ver su buche abultado, tal vez lleno de peces recogidos de la cancha y sin más,
inició su vuelo rumbo al sur del continente y todos los despidieron batiendo las manos al cielo.
En la casa de los Quintana, no paraba la romería, había risas y abrazos de felicidad, pues ya no
habría más hambre. La única que no parecía entusiasmada era la abuela Irene que era sorda y que
fácilmente se podría confundir con una estatua si no fuera por el vaivén de la vieja silla mecedora de
mimbre, en la que diariamente se sentaba y leía mentalmente la palabra de Dios. Nelson, que ya
había aprendido a leer, se acercó por un lado y leyó en voz alta el preciso lugar que ella señalaba,
“Aún la cigüeña en el cielo conoce sus estaciones, y la tórtola, la golondrina y la grulla guardan la
época de sus migraciones; pero mi pueblo no conoce la ordenanza del señor…Jeremías 8:7”. Todos
guardaron silencio y hasta el día de hoy se recuerda ese día con EL MILAGRO DE UN
SANJUANERO.
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