© Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - UNICEF Desarrollado por UNICEF Ecuador, distribuido por UNICEF Chile. Edificio Titanium Plaza, Av. República E7-61, entre Alpallana y Martín Carrión Teléfono: (593-2) 246 0330 www.unicef.org/ecuador Quito - Ecuador, Enero 2021 © Pontificia Universidad Católica del Ecuador - PUCE Coordinación: Psic. Cl. Dorian Chávez, Facultad de Psicología - PUCE Autor: Psic. Cl. Dorian Chávez Colaboradores: Psic. Lucía Arias Psic. Isaac Grijalva Psic. Erika Villamarín Psic. Cl. Luciana Pinto Psic. Cl. Paola Carpio Ilustración: Ricardo Salvador V. Lebrel 099 882 3167 Diagramación: José Antonio Valencia Correveidile Diseño & Multimedia 099 923 8399 D anny era un polluelo búho al que le encantaba ir al bosque con su hermano mayor. Mientras se sentaba junto a él, admiraba el paisaje, pensando, imaginando y preguntándose un sinfín de cosas. —¿Será que la luna es la esposa del sol? ¿Dentro de las montañas hay gigantes que están dormidos? Y desde su interior respondía: —Sí, debe ser la luna esposa del sol, por eso le ayuda a alumbrar la tierra. Mmm… Ojalá que no haya gigantes dentro de las montañas, si los hay me daría mucho miedo. Cuando su hermano mayor se cansaba de ver a Danny “sin hacer nada” más que admirar el paisaje, le decía que era hora de regresar a casa, a lo que el polluelo hacía caso sin renegar mucho. Al ser una familia de búhos, hacían sus quehaceres en las noches y en las mañanas descansaban. Mientras los padres salían a trabajar y el hermano búho hacía sus deberes, Danny aprovechaba para dibujar lo que había visto en el bosque. Pintaba el mar oscuro y la luna reflejándose en el agua, puntuaba el cielo con las estrellas que alumbraban la noche, y dibujaba los árboles que, vistos desde abajo, parecían tocar el cielo. A pesar de que a Danny le gustaba mucho pasar con su familia o jugar con sus amigos, también disfrutaba del tiempo que tenía a solas. Sentía en el corazón la presencia de su familia que, aunque no estaba junto a él en todo momento, sabía que contaba con ellos siempre. Cuando todas las familias tuvieron que permanecer en casa para evitar contagiarse de una enfermedad que se extendía por el bosque, el pequeño búho estuvo muy feliz de poder compartir con su familia mucho más tiempo. Ahora los tenía siempre a su lado. Los días se transformaron en semanas y meses y, poco a poco, Danny empezó a extrañar el tiempo que tenía a solas. Tanto extrañó esos días que pidió salir un momento para ir al bosque. —No, Danny, no podemos salir. No es seguro aún. —Pero mamá, mi ñaño y ustedes a veces salen. ¿Por qué yo no puedo hacerlo igual? —Aún eres muy pequeño, mijito. Además, ¿para qué quieres salir? Aquí podemos jugar, cocinar y comer. Es lo mismo que puedes hacer afuera. —Mmm… Está bien, mamá. Me quedaré aquí —refunfuñó el pequeño búho. Danny se asomó por la ventana para intentar ver el paisaje, pero al poco tiempo, su padre le preguntó si tenía deberes. — Sí tengo papá, pero los haré más tarde. Quiero ver las estrellas que están muy lindas —respondió el polluelo. —Eso puedes hacer después, anda a hacer los deberes, corre —dijo el señor búho. El pequeño búho con enojo y tristeza se sentó en la mesa del comedor, abrió su cuaderno y mientras leía los ejercicios que debía hacer, recordó el paisaje que había visto y decidió dibujarlo. En ese momento, su hermano le dijo que debía pintar sin salirse de las líneas, y que las estrellas no tenían esa forma. Danny, tímidamente, alcanzó a decir que no hay líneas que pongan límite al cielo y que, además, le gustaba dibujar a las estrellas de esa manera. En ese momento pasó la señora búho, quien con mucha sutileza dijo: —Tu hermano tiene razón, mijito. Las estrellas tienen forma de puntas, y es mejor que no te salgas de las líneas. ¿Por qué no intentas hacerlas así? Danny se sintió extraño, ese mundo que plasmaba en su pintura empezaba a tener una forma que él no deseaba. Los siguientes dibujos que fue haciendo se parecían cada vez más a lo que querían su hermano y su madre, pero él no se sentía tan a gusto. —Muy bien Danny, ahora tu dibujo se ve mejor —dijo su hermano entusiasmado. —Siempre estuvo lindo el dibujo de Danny, y ahora está más lindo —sugirió la mamá. Al día siguiente, mientras todos descansaban y el sol alumbraba el bosque, Danny aprovechó para ver el paisaje desde la ventana y pintarlo a su manera. Tenía mucha curiosidad de ver el bosque en la mañana. Su amigo puerco espín le había hablado de unos colores que él no podía imaginar. Al correr la cortina de la ventana, sus ojos se hicieron pequeños al ver tanta luz. Se los fregó con cuidado y los volvió abrir lentamente hasta poder mirar con claridad. Una sonrisa iluminó su rostro al conocer el cielo azul, el sol amarillo y el agua cristalina, pero lo que más le asombró fue un árbol que tenía un tronco de muchos colores. Danny estaba muy feliz por lo que estaba viendo y, después de un tiempo de contemplar el paisaje, tomó los colores y empezó a dibujar lo que recordaba. Sus manos no se detuvieron hasta que escuchó a papá búho decir: —Danny, ¿qué haces despierto a esta hora? —Nada papá, me levanté temprano y vi el bosque de día. ¡Es hermoso! —Hace mucho tiempo no he visto el bosque en las mañanas —dijo papá búho. —Mmm… Danny, ¿Por qué en tu dibujo estás haciendo un árbol de colores? Danny soltó el lápiz, la alegría que sentía de repente desapareció. El polluelo dejó los colores en la mesa y se marchó a su cuarto. El señor búho no sabía qué pasaba y regresó a ver a su esposa buscando una explicación. La señora búho se quedó en silencio un momento, y sugirió darle un tiempo a solas a su hijo para que se relaje un poco. Explicó al señor búho que el polluelo aún no se acostumbraba a sus clases virtuales y que extrañaba a sus amigos. El hermano búho, que también estaba despierto, dijo que no tiene nada de malo que le enseñen a dibujar “bien”. La madre con mucha dulzura respondió: —Tampoco tiene nada de malo dibujar las estrellas sin puntas, o pintar el cielo más allá de la línea, tal vez para él está bien hacerlo así. —Tienes razón. Tal vez lo estamos presionando mucho, aún en su tiempo libre —dijo el señor búho. Fueron a conversar con el polluelo y le comentaron lo que habían pensado. Danny les dijo que a él le gustaba pintar así, y que se sentía mal al escuchar a cada momento que no hace las cosas bien. La familia búho lo entendió y decidió darle un espacio para que Danny se sintiera libre de imaginar, pintar y dibujar como a él le gustase. Desde ese día, Danny muestra con confianza sus dibujos a la familia, quienes disfrutan de lo que su hijo hace, y aunque a veces no están de acuerdo en ciertas cosas, nuestro pequeño amigo se siente feliz al saber que lo apoyan en su forma de pintar el mundo. En ocasiones los adultos en su afán por educar a los niños y niñas, suelen imponer su forma de pensar como el único modo de hacerlo. Esta aspiración puede impedir que el niño explore el mundo con nuevos colores y formas, desde otra perspectiva diferente. Los padres y madres pueden acompañar este descubrimiento, al brindar un espacio seguro para que los niños y niñas se sientan en confianza y apoyados para conocer el mundo con sus propias palabras y matices. El cuento “El mundo pintado por Danny”, rescata la importancia de la realidad que van construyendo los niños y niñas, con sus formas y colores, desde su razonamiento e imaginación. El cuento ha sido creado en el marco del trabajo que realizan PUCE y UNICEF para brindar apoyo psicosocial a madres, padres, cuidadores, docentes y trabajadores sociales, con el objetivo de darles herramientas para construir relaciones armónicas y prevenir la violencia contra niños, niñas y adolescentes. 10 © Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - UNICEF Desarrollado por UNICEF Ecuador, distribuido por UNICEF Chile. Edificio Titanium Plaza, Av. República E7-61, entre Alpallana y Martín Carrión Teléfono: (593-2) 246 0330 www.unicef.org/ecuador Quito - Ecuador, Enero 2021 © Pontificia Universidad Católica del Ecuador - PUCE Coordinación: Psic. Cl. Dorian Chávez, Facultad de Psicología - PUCE Autor: Psic. Cl. Dorian Chávez Colaboradores: Psic. Lucía Arias Psic. Isaac Grijalva Psic. Erika Villamarín Psic. Cl. Luciana Pinto Psic. Cl. Paola Carpio Ilustración: Ricardo Salvador V. Lebrel 099 882 3167 Diagramación: José Antonio Valencia Correveidile Diseño & Multimedia 099 923 8399 E n el bosque vive una familia de monos muy querida y unida. Todos los días aprovechan la hora de la merienda para conversar sobre las novedades que cada uno ha tenido en el día. Sin embargo, aunque se tienen mucha confianza, hay ciertas cosas que no hablan entre todos. Desde hace algún tiempo, papá Miguel no encuentra frutos en los árboles del bosque. Aunque esto trajo varios problemas a casa, junto con mamá Rocío, decidieron no contar nada a Mary, su hija menor. Con frecuencia, cuando ocurre algún inconveniente, los padres de Mary prefieren guardar el “secreto” y solo se lo cuentan a su hija mayor, Cris. —Es mejor no contarle a Mary, está aún muy pequeña y no entiende de estas cosas —dijo papá Mono. —Sí, es mejor que no lo sepa. Pero, ahora que vas a estar más tiempo en casa, ¿qué le inventamos? —preguntó mamá Rocío a su esposo. Las siguientes semanas, papá Miguel hacía los quehaceres de la casa y ayudaba con las tareas a sus dos hijas. Mary, que era una monita muy pilas, se dio cuenta de que algo pasaba y se extrañó al ver que su padre ya no salía a recoger frutos. Ahora papá mono pasaba todo el día en la casa. Intrigada, la monita preguntó a su papá por qué ya no salía a trabajar. —Mijita, es que estoy de vacaciones. Por eso no he salido mucho de casa. —Papi, pero si estás de vacaciones, ¿por qué mejor no salimos a algún lado? —Es que tu mami no tiene vacaciones aún. Cuando ella salga nos vamos a algún lado. A papá Miguel no le gustaba mentir a su hija, pero sentía que Mary no sabría qué hacer con el “secreto”. Pensaba que no entendería y tenía miedo de hacerla preocupar. Mary no le creyó a su padre. Se dio cuenta de que se había puesto nervioso y, además, recordó que en años anteriores las vacaciones duraban solo dos semanas, no más de un mes. La monita estaba muy preocupada, sabía que algo no andaba bien, pero no se imaginaba que era. La monita Mary, inquieta por encontrar respuestas, preguntó a su hermana mayor si sabía qué pasaba con sus padres. Cris sabía de lo sucedido, pero había prometido guardar el secreto. —¿Qué les pasa de qué, ñaña? —preguntó la hermana mayor, fingiendo sorpresa. —Están raros. Mi papi pasa todo el día en casa y ya no habla en la merienda. Además, mi mami llega muy tarde del trabajo. ¿No te has dado cuenta, ñaña? —No, Mary. Te estás haciendo ideas en la cabeza, mis papis están bien. Mary, sin estar muy convencida de la respuesta, asintió y se fue a su cuarto. Se puso a pensar y pensar para entender qué estaba pasando en su casa, pero no encontró respuesta. La última opción que le quedaba por intentar era con su madre quien, por cierto, también le preocupaba. La monita con los ojos muy abiertos y atenta a cualquier sonido se acostó esperando a mamá. En la noche, al escucharla llegar, corrió a verla. La notó muy cansada y algo triste. Mary se impulsó con su cola y saltó a abrazarla. Mientras lo hacía, mamá mono no pudo contenerse y soltó un par de lágrimas. —¿Qué te pasa, mami? ¿Por qué lloras? —preguntó asustada la monita. —No es nada, mijita. Te extrañaba mucho. ¿Qué haces despierta a estas horas? —Quería verte y conversar contigo, mami. Yo también te extrañé mucho y siento que algo pasa en casa —dijo la monita sin soltar ni por un segundo a su madre. —No me pasa nada, mijita. Solo estoy algo cansada. Ahora ve a tu cuarto que ya es hora de dormir. La monita le hizo caso, pero estaba segura de que algo pasaba y no le querían contar. Ese enigma por descubrir poco a poco le fue quitando el sueño y el hambre. No podía concentrarse para hacer los deberes y se distraía con facilidad en clases. Después de pensar y pensar, a la monita se le ocurrió que sus padres estaban muy enfermos. Eso justificaba todo lo raro que había sucedido en casa. Esta idea no era la “verdadera”, pero para la monita tenía mucho sentido. Aunque pensó haber descubierto el secreto familiar, Mary seguía sin poder dormir bien. Es más, ahora dormía menos. También dejó de jugar en las ramas de los árboles y se veía muy preocupada. Por otro lado, la monita Cris sentía mucha presión, ya que conocía el “secreto” familiar y, además, sabía de la preocupación de su hermanita. Una noche, mientras merendaban todos, decidió decir algo sobre lo que nadie quería hablar. Con mucho tino les preguntó a sus padres cómo estaban, y añadió que su ñaña menor estaba muy preocupada por ellos. Mamá y papá Mono sorprendidos intentaron decir que solo estaban cansados. En medio de la frase y con la voz entrecortada, la monita Mary les dijo que sabía que los dos estaban enfermos y que había guardado silencio para no preocuparlos más Los padres de las monitas se dieron cuenta de que no fue buena idea ocultarle las cosas a su hija. Mamá y papá Mono decidieron explicarle a Mary que en el bosque cada vez se hacía más difícil recolectar los frutos, y que en el árbol donde trabajaba papá Miguel ya no había más alimento. Mientras conversaban, los papás se percataron de que Mary comprendía las cosas mucho más de lo que ellos se imaginaban, y llegaron a la conclusión de que engañarla solo podía causarle confusión y daño. A pesar de ser la más pequeña de la casa, la monita se daba cuenta de todo lo que pasaba en su hogar, y los secretos que los padres tanto cuidaban, su hija, a su manera, los iba descubriendo. Estuvieron un rato largo conversando sobre el tema, y los que más hablaban no eran solo los padres. Las monitas Cris y Mary aportaban y preguntaban constantemente. Papá Miguel y mamá Rocío no dejaban de sorprenderse, y comprendieron que a veces, sin darse cuenta, pueden subestimar a sus hijas, en especial a la más pequeña. Desde ese día, los padres toman muy en serio lo que Mary o Cris les puedan decir. Se dan un tiempo para conversar y escucharlas atentamente. Les dan su voto de confianza, y el espacio para que puedan expresar lo que sienten. Los niños y niñas están muy atentos a lo que sucede en casa. No solo escuchan, observan y sienten las relaciones familiares, también las analizan, sacan conclusiones y bajo una lógica, descifran los “secretos” que muchas veces se intenta esconder para ellos. Estos “secretos” pueden causar incomodidad a los propios padres y madres de familia, por lo que a veces prefieren dejarlo en el olvido, o esconderlo para que su hijo o hija no se entere. Sin embargo, los más pequeños de la casa, de alguna u otra forma se acercan a eso que se escucha sin palabras. El cuento “El secreto de la familia Mono”, representa las dificultades que los padres y madres pueden tener para contar asuntos complejos a sus hijos e hijas, y en este afán de esconderlo, los más pequeños investigan y recolectan pistas para resolver el enigma del cual no se quiere hablar. El cuento ha sido creado en el marco del trabajo que realizan PUCE y UNICEF para brindar apoyo psicosocial a madres, padres, cuidadores, docentes y trabajadores sociales, con el objetivo de darles herramientas para construir relaciones armónicas y prevenir la violencia contra niños, niñas y adolescentes. © Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - UNICEF Desarrollado por UNICEF Ecuador, distribuido por UNICEF Chile. Edificio Titanium Plaza, Av. República E7-61, entre Alpallana y Martín Carrión Teléfono: (593-2) 246 0330 www.unicef.org/ecuador Quito - Ecuador, Enero 2021 © Pontificia Universidad Católica del Ecuador - PUCE Coordinación: Psic. Cl. Dorian Chávez, Facultad de Psicología - PUCE Autor: Psic. Cl. Dorian Chávez Colaboradores: Psic. Lucía Arias Psic. Isaac Grijalva Psic. Erika Villamarín Psic. Cl. Luciana Pinto Psic. Cl. Paola Carpio Ilustración: Ricardo Salvador V. Lebrel 099 882 3167 Diagramación: José Antonio Valencia Correveidile Diseño & Multimedia 099 923 8399 A l principio, al oso Martín no le gustaba la escuela. Solía llorar y patalear cuando su padre lo dejaba en el aula. Pero con el tiempo le empezó a gustar, y mientras aprendía de matemáticas y lenguaje, también hizo algunos amigos con quienes jugaba, reía o lloraba. De repente, el pequeño oso Martín dejó de ver a sus amigos. La escuela tuvo que cerrar y ahora recibían clases a través de la computadora. Aunque Martín veía a sus amigos, ya no los sentía cerca. Entonces, extrañó todo de la escuela, desde el perfume de su amigo Iván el castor, hasta la voz de la profesora Gorrión. —Martín, no te muevas de la mesa del comedor, debes estar pendiente a clases. Activa la cámara y silencia el micrófono para que no interrumpas —dijo el señor Oso. —Papá, ya no quiero estar sentado, me aburre estar así —contestó Martín, mientras trataba de prestar atención a clases. —Hijito, ¡pon atención a clases! Debes estar pilas para que aprendas a leer como tus otros compañeritos. En ese momento, Martín empezó a recordar lo que hacían con Sofía y Matías, sus dos mejores amigos de la escuela. —Miren, ¡Chirimoyas! —gritaron los tres animalitos al ver un árbol bonito y frondoso. —Debe de haber miles en este árbol, comámonos todas —dijo Matías, quien tenía mucha hambre. —No podemos comernos todas, nos va a doler la barriga. ¿Qué les parece si cogemos seis? Así podríamos tener dos para cada uno —dijo Sofía muy alegre. —¿De qué hablas Sofía? No te entiendo —preguntó Matías perdido y confundido. —Mira Matías —explicó Sofía mientras subía hábilmente por el árbol hasta alcanzar las chirimoyas —voy a coger dos frutas para cada uno, dos para Martín, dos para ti y dos para mí. En total vamos a coger seis, pero tendremos dos para cada uno. Matías y Martín se quedaron viendo asombrados. Sofía les había explicado justo aquello que no habían comprendido en clases, y desde ese momento nunca más lo olvidarían. Martín se puso muy feliz de recordar ese día, por lo que decidió conversar con sus amigos sobre esta anécdota. Intentó activar el micrófono de la compu, pero, al hablar, su profesora le pidió que apagara el micrófono para no distraer a los demás compañeros. El pequeño oso seguía teniendo muchas ganas de hablar con sus dos amigos, así que pensó en susurrar muy bajito para intentar conversar con ellos. Quizá la profesora no se daría cuenta. —Maaatíiiiaaasssss —susurró levemente el osito, después de encender el micrófono. —Maartíiinnnn —respondió el amigo con voz bajita. El pequeño oso se emocionó de inmediato, pensó que podía hablar al menos un ratito con su amigo. Sin embargo, la profesora Gorrión al escucharlos les llamó la atención. El señor Oso escuchó lo sucedido y le reclamó nuevamente por no poner atención a clases. —Es que quiero hablar con mis amigos y jugar con ellos, papá —dijo Martín. Sus ojos se habían humedecido y sentía algo que le apretaba la garganta. Martín extrañaba la escuela. Y aunque no lo decía, su desgano por las clases virtuales y su falta de atención reflejaban el malestar que tenía. Al darse cuenta de lo que estaba pasando, el señor Oso decidió hablar con su hijo. —Martín ¿cómo estás? Últimamente no quieres recibir clases, parece que estás triste o enojado. Cuéntame, ¿qué te pasa? —Nada papá, no me pasa nada. El señor Oso escuchó las palabras del osito. Sabía que algo le sucedía, notaba cómo el pelaje de su hijo se erizaba, el tono de su voz parecía triste y su mirada estaba apagada. —¡Mijo! Te conozco y sé que algo te pasa. Cuéntame, así podemos pensar qué hacer. —Papá, extraño mucho a mis compañeros, quiero ir a jugar, quiero salir al bosque como antes. Quiero estar con mi profe en la clase, quiero conversar con mis amigos y reírme con ellos. El señor Oso no supo que decir. Se quedó callado un tiempo. En su cabeza pasaban muchas ideas, pero ninguna le parecía adecuada para responder las angustias de su hijo. Pasado un momento, el padre abrazó a Martín, limpió sus lágrimas y le dijo que pensaría en alguna forma de ayudarlo. Al día siguiente, el señor Oso llamó a varios padres y madres de familia del aula de Martín. Les preguntó cómo la estaban pasando en este tiempo en el que debían permanecer en casa para evitar enfermase. Los demás padres también tenían dificultades. Muchos estaban tristes o desesperados sin saber qué hacer al ver a sus hijos apenados y desanimados. Mientras los padres de familia hablaban y pensaban en qué podían hacer, tuvieron la idea de organizar una videollamada entre compañeros de la escuela. ¡La idea emocionó a los adultos! El domingo, después de desayunar, hicieron una llamada grupal. Matías, Martín y Sofía se volvieron a ver fuera de clases a través de la pantalla. Cada uno tenía en la mano el celular de sus padres y, aunque por momentos se quedaban congelados en la pantalla, su voz se entrecortaba por la señal o la batería se terminaba, disfrutaron mucho de volver a verse y de inventar nuevos juegos. Los padres los dejaron solos por momentos, así los animalitos podían conversar entre ellos, imaginar, fantasear y recordar los buenos momentos que pasaban en la escuela. El señor Oso no se había dado cuenta de lo importantes que eran los amigos en la vida de su hijo. Si bien aún había dificultades por las clases virtuales, y todavía le preocupaba cuánto podría aprender su hijo, al verlo reír, jugar y conversar con sus amigos, se dio cuenta de que en la escuela es igual de importante lo que se puede aprender, como lo que se vive y experimenta en ella. En la pandemia, se ha remarcado la importancia del “distanciamiento social“ para salvaguardar la salud. Sin embargo, esta recomendación no debe confundirse con distanciar los lazos afectivos, de amistad, compañerismo o cariño entre las personas. Los jóvenes y adultos, al tener un acceso relativamente más fácil a los dispositivos electrónicos, han logrado, a su manera, volver a tejer los lazos con familiares y amigos, manteniendo un soporte social que los apoya y sostiene a la distancia. Sin embargo, los niños y niñas no siempre tienen esta posibilidad. Aunque reciban clases junto con todos sus compañeros, el contacto con ellos se reduce significativamente. El cuento “La magia de la amistad”, evidencia la importancia de la vida social en el niño o la niña, tomando en cuenta que el compartir con amigos no es solo una forma de diversión o distracción, sino también la manera en cómo aprendemos y enseñamos, en cómo nos desenvolvemos y estructuramos como individuos. El cuento ha sido creado en el marco del trabajo que realizan PUCE y UNICEF para brindar apoyo psicosocial a madres, padres, cuidadores, docentes y trabajadores sociales, con el objetivo de darles herramientas para construir relaciones armónicas y prevenir la violencia contra niños, niñas y adolescentes.