1 Orden de San Agustín – Vicariato San Alonso de Orozco Colegio Milagroso Niño Jesús de Praga - Salta PROBLEMÁTICA SOCIAL CONTEMPORÁNEA AMÉRICA LATINA DURANTE LA GUERRA FRÍA Nombre y Apellido: Curso: Fecha: LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS EN LA GUERRA FRÍA EL IMPACTO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL EN AMÉRICA LATINA Desde el momento en que ingresó Estados Unidos a la Segunda Guerra, presionó a los restantes gobiernos americanos para que se sumaran a las filas de los aliados, acusándolos –en caso de no hacerlo–, de pro nazis. También, por influencia de Washington, en ese período muchos países de América Latina nacionalizaron propiedades y empresas alemanas, que pasaron, de este modo, al sector público: es el caso de importantes haciendas cafetaleras en Guatemala, y numerosas empresas de ese origen radicadas en Argentina (en este caso, se decidió expropiar al “capital enemigo”, recién al finalizar la contienda). El Estado de Perú expropió todos los bienes japoneses. Por otra parte, la guerra permitió acumular reservas de divisas, además de estimular el proceso de industrialización, sobre todo en México, Argentina, Brasil y Chile (ya que se acentuó el proceso de “sustitución de importaciones”, es decir, la industrialización para producir localmente lo que antes se compraba en el exterior). En el resto de América Latina el crecimiento industrial fue más débil, prácticamente se mantuvo el modelo económico agroexportador. Pero se obtuvieron buenos precios para las exportaciones de alimentos y materias primas, cuya demanda aumentó a un ritmo inédito, durante los seis años de la guerra. Estados Unidos necesitó la cooperación de las naciones latinoamericanas, a través de las compras de minerales o insumos que tenían una importancia estratégica para los aliados: el estaño de Bolivia, el cobre chileno, el caucho de México y el petróleo de Venezuela. EL DESARROLLISMO Y LA CEPAL El proceso de industrialización de algunos países latinoamericanos se extendió en las décadas de 1950 y 1960, es decir, a partir de la guerra fueron treinta años de expansión, con breves períodos recesivos y con el aporte de capitales extranjeros, principalmente, estadounidenses. En la posguerra, la industrialización fue sinónimo de desarrollo económico y se puso en boga la teoría desarrollista, que proponía superar el atraso de las economías latinoamericanas mediante el fomento y crecimiento de la industria, recurriendo a las inversiones extranjeras. En 1949, las Naciones Unidas crearon la Comisión Económica para América Latina y el Caribe o CEPAL, con el objetivo de estudiar, mediante estadísticas y censos, la situación estructural y productiva del continente. Las investigaciones de la CEPAL indicaron las características peculiares del desarrollo latinoamericano, impulsado, hasta 1955, principalmente por las exportaciones demandadas durante la guerra y la posguerra europeas. Sin embargo, en la década de 1950 se produjo un estancamiento económico en la región, que los técnicos de la CEPAL atribuyeron al deterioro de los términos de intercambio entre países centrales y periféricos. Se habla de deterioro en los términos del intercambio cuando un país comienza a cobrar menos por sus exportaciones y pagar más por sus importaciones. Por ejemplo, en 1935, Brasil necesitaba exportar 20 bolsas de café para importar un automóvil; hacia 1958, requería el equivalente a 200 bolsas de café. La CEPAL adoptó una posición industrialista, y propuso un modelo de desarrollo planificado, con una activa intervención estatal (lo cual motivó la oposición de los partidarios del liberalismo), para superar el atraso agrario y crear un desarrollo industrial con crecimiento autónomo. Tanto el presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek (1956- 1961), como el argentino Arturo Frondizi (1958-1962), compartieron la postura desarrollista, y promovieron la radicación de industrias extranjeras en distintas ramas: automotriz, eléctrica y química, así como la firma de contratos con los poderosos trust petroleros. Sin embargo, el proyecto de impulsar el “desarrollo de la industria nacional”, recomendado por la CEPAL, se transformó en una verdadera ilusión, ya que las economías latinoamericanas nunca lograron un mecanismo autónomo de acumulación de capitales: continuaron dependiendo de las divisas del sector exportador, requirieron importaciones 45 2 Orden de San Agustín – Vicariato San Alonso de Orozco Colegio Milagroso Niño Jesús de Praga - Salta de maquinaria, equipos e insumos, y sufrieron la escasez de capitales propios, por lo que quedaron supeditados al endeudamiento externo. América Latina, pasada la breve euforia de la posguerra, volvió a su situación de deudora de los países centrales, mediante los préstamos del FMI, y debido a las consecuencias del deterioro de los términos de intercambio, que significaron un déficit crónico en las balanzas de pago. La presencia del capital estadounidense o imperialista, no sólo había aumentado significativamente en las estadísticas, sino que era dueño y señor de las economías locales, a través de empresas subsidiarias, monopolios y sucursales de bancos. LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA VERSUS EL DESARROLLISMO Los economistas e intelectuales que formularon la Teoría de la Dependencia (entre ellos André Gunder Frank, Fernando Henrique Cardoso y Theotonio Dos Santos) afirmaban que no existía posibilidad de desarrollo de un capitalismo nacional autónomo, en las condiciones existentes. El atraso económico de América Latina se debía a su condición de dependencia de las grandes potencias, en especial de Estados Unidos. Esta subordinación se efectivizaba mediante la alianza de las burguesías nativas de los países dependientes, ligadas a los intereses imperialistas, que transferían a los países centrales, el excedente generado en los países periféricos. Es decir que la causa del subdesarrollo estaría dada por ese sistema de relaciones de dominación: los países centrales explotaban a los países periféricos y los transformaban en “satélites”. En esta situación de dependencia no se permitía el crecimiento, porque los países centrales se beneficiaban con la desigualdad: la metrópoli expropiaba el excedente económico de sus satélites y lo utilizaba para su propio desarrollo. Para los “dependentistas”, el subdesarrollo latinoamericano era consecuencia del imperialismo, de la dominación y de la dependencia de los monopolios extranjeros. Criticaban a la CEPAL y a la teoría desarrollista que este organismo propiciaba, ya que en las décadas de 1950 y 1960 se abrían las puertas a las inversiones extranjeras, con la ilusión de modernizar e impulsar el desarrollo, pero en lugar de obtener ese resultado, su saldo era el aumento de la deuda externa y la desnacionalización de la economía. En esas condiciones, en los países periféricos, el desarrollo resultaba incompatible con los intereses de los países dominantes: la industrialización era un privilegio de las metrópolis. El capital imperialista capturaba los mercados y se apoderaba de los sectores claves de la industria, como el petróleo, la química y el automotriz. Con las inversiones extranjeras la dependencia no se rompía, sino que se acentuaba con la dependencia de insumos, la dependencia tecnológica, de maquinaria o de nuevos capitales. Según los teóricos de la dependencia, el subdesarrollo latinoamericano no era un “estadio transitorio”, como planteaban quienes hablaban de países en “vías de desarrollo”, sino parte del sistema capitalista mundial. Aunque estos países se modernizaran y recibieran tecnología, como los ferrocarriles –símbolos del progreso en los siglos XIX y principios del XX–, esto sería al servicio de los intereses extranjeros. Por el contrario, el desarrollismo había permitido recibir con entusiasmo la inversión (y en cierta medida invasión) del capital extranjero. EL CONTROL DE ESTADOS UNIDOS SOBRE “LA REGIÓN” La creciente presencia económica de Estados Unidos en América Latina también tuvo su expresión política y militar. En 1947, esta potencia hegemónica impuso un ordenamiento de sus relaciones con los 20 países del continente con la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), una alianza de cooperación militar dirigida por Estados Unidos. Este acuerdo –firmado en Río de Janeiro– significaba, de hecho, la coordinación de los ejércitos latinoamericanos bajo el control del Pentágono frente a una posible “agresión extracontinental” (la amenaza soviética). Fue anterior al Tratado del Atlántico Norte, firmado por las potencias occidentales. En 1948, en la Conferencia de Bogotá, se creó un organismo regional: la Organización de Estados Americanos (OEA). Como es costumbre en todos los tratados internacionales, el Estado que más resguardos puso para la aplicación en su propio territorio de lo acordado por todos los demás fue Estados Unidos. Pese a esta hegemonía, durante la posguerra llegaron al poder en América Latina algunos gobiernos nacionalistas, que estaban en disonancia con los intereses y orientación norteamericanos: las presidencias de Juan D. Perón en la Argentina (1946-1955); el retorno de Getulio Vargas (1950-1954), en Brasil, que constituyó la empresa petrolera estatal Petrobras; Jacobo Arbenz, en Guatemala, y se produjo la Revolución de 1952 en Bolivia, que nacionalizó las minas de estaño. (Estos regímenes recibieron el nombre de populismos) 46