Carretera destapada. Supongo que ustedes como yo se han preguntado alguna vez ¿Cuáles son los elementos de una buena ciudad? La respuesta apunta primero a oportunidades económicas y luego al acceso a servicios, espacios comunes, seguridad y en general, la infraestructura en la que se pueden generar nuevas conexiones sociales o robustecer las que ya existen. Una buena ciudad tiene equipamiento de parques, vías, aceras, museos, iglesias, mercados, colegios, universidades, galerías, bibliotecas, plazas, escenarios deportivos, centros comunitarios, servicios de agua, luz, transporte, comunicaciones y toda una malla de espacios que se entretejen entre sí, donde la gente de barrios, comunas, localidades, hacen su vida pública y viven cada ciudad. Pregunté a varios arquitectos sobre el tema y coincidieron en que toda infraestructura reúne estructuras, espacios, instalaciones y sistemas de relaciones que tienen un carácter social y político y permiten la vida de una ciudad y con ella, la construcción de confianza, cooperación y conexiones sociales de quienes la habitan, a la par de minimizar el aislamiento social, las diferencias socioeconómicas y las limitaciones de acceso por diversas razones. La infraestructura busca facilitar las actividades de los ciudadanos, por eso hay varios tipos: infraestructura social, cívica, de salud pública, educación, recreación e incluso de tipo democrático. Y entonces es necesario entender en cada territorio, su infraestructura y aprender las rutinas, convenciones, usos, normas y elementos que impactan sobre su uso y funcionamiento. Por ejemplo, si la gente no se comporta adecuadamente, no cumple las normas y hace mal uso de unas escaleras eléctricas, puede generar accidentes o daños que van en contravía de su funcionamiento. Cada infraestructura cumple una función diferenciada: en los mercados se venden productos, en los hospitales se atiende la salud de las personas y en las instituciones educativas se educan niños, jóvenes y adultos. Si desconocemos estas funciones, las condiciones para habitar las ciudades se deterioran. Desde lo local es necesario tener en cuenta estas dimensiones de la infraestructura urbana al diseñar y proveerla. En Popayán por ejemplo este 1 de mayo, para evitar un trancón al salir de la ciudad, decidimos tomar una vía alterna por el sector de Bello Horizonte. Al hacerlo nos vimos en una zona carreteable, sin pavimentar que hace de frontera entre dos caras de la ciudad: de un lado casas de madera, invasiones mejoradas y cerramientos en alambre de púas, del otro lado: contrafachadas de varios conjuntos residenciales, para los cuales tal vez, los habitantes del otro lado no existen. Al salir de este camino destapado muy peligroso de circular y exigente para la conducción por los sobresaltos, evitamos un trancón monumental, llegamos a una estación de servicio y a una vía pavimentada donde el entorno cambió por completo. La provisión de bienes, servicios e infraestructuras concretas en las ciudades pueden representar la diferencia adicional que incida en lo que allí sucede. La actividad y el uso compartido de una infraestructura vial en este caso son el espacio sobre el cual podría rodar con facilidad, la tolerancia y la vida colectiva. La reflexión fue esa: si se pasa de largo nunca se sabría de la existencia de esta realidad que fomenta brechas invisibles y margina a quienes, desde sus carencias, están casi anulados por obras e infraestructura urbana que se levanta con todo tipo de servicios frente a sus privaciones. Pavimentar esta zona podría representar además de una actividad de diseño, planeación y mantenimiento de la malla vial urbana, muy oportuna; una vía rápida para minimizar las desigualdades, contener las brechas y sumar a la conexión social y la vida pública de esta parte de la Ciudad Blanca. © Maritza Zabala Rodríguez |@mazarito1