Políticas sociales prestacionales y Unión Europea Comunicación presentada a las IV Jornadas Internacionales sobre Derechos Humanos y Libertades Fundamentales: Los Derechos Fundamentales en la Unión Europea, Zaragoza, 7 y 8 de noviembre de 2002. Segundo Panel: El Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y la salvaguarda de los derechos fundamentales en la Unión Europea. Eva Sáenz Royo, Doctora en Derecho y Becaria de Investigación del Área de Derecho Constitucional, Facultad de Derecho de Zaragoza, Pza. San Francisco s/n, 50009-Zaragoza, tlfno. 9761451, Fax 976 761499, evasaenz@posta.unizar.es Nota previa: En la siguiente comunicación prefiero hablar desde la perspectiva de las instancias comunitarias de «políticas sociales prestacionales» y no desde la perspectiva del ciudadano de «derechos sociales prestacionales» ya que, como se verá en las páginas que siguen, se refleja así mejor la situación jurídica de estas materias en el derecho comunitario. 0. Introducción. Delimitación terminológica. El interrogante del que se parte en esta ponencia es si la creciente aceleración del proceso de la Unión Europea constituye para el desarrollo de las políticas sociales prestacionales de los Estados miembros un obstáculo, si puede ser al contrario un instrumento impulsor de los mismos, o si más bien no constituye más que un nuevo y original elemento de dificultad añadida. Esta temática se abordará desde una doble perspectiva. Por un lado, abordaremos el papel que actualmente se reserva la Unión Europea en el ámbito de las políticas sociales prestacionales y las posibilidades que tiene para hacerlo efectivo. A continuación trasladaremos el debate hacia el impacto de la Unión Europea sobre las políticas sociales prestacionales de los Estados miembros. A efectos de delimitar nuestro objeto de estudio es necesario hacer una precisión terminológica de lo que entendemos como políticas sociales prestacionales. Manejaremos aquí un concepto estricto que incluirá exclusivamente aquellas políticas definidas a partir de dos parámetros: a) su caracterización como sociales; b) su carácter esencialmente prestacional. La singularidad de las políticas sociales viene definida por su objeto o finalidad «inmediata» de igualdad material y mejora de las condiciones materiales de vida, aunque «mediatamente» también se persiga alcanzar la libertad efectiva. Haremos pues abstracción de aquellas políticas sociales que, aunque supongan efectivamente la mejora de las condiciones de vida, no persigan estrictamente la superación de las desigualdades existentes y su destino no se corresponda sino con la sociedad en general, como ocurre con la política medio ambiental. De todas las políticas que tienden principalmente a alcanzar la igualdad material entre los ciudadanos nos centraremos en aquéllas cuyo contenido esencial, cuyo núcleo, esté representado por la prestación1. Así por ejemplo, en casos como la asistencia sanitaria, la asistencia social, la educación gratuita en los niveles obligatorios o la seguridad social, la prestación es algo consustancial a su desarrollo. La acción pública es precisamente el «objeto» y no, genéricamente, la «condición» para su aplicación eficaz. Es decir, se trataría de aquéllas políticas sociales que suponen para las instancias públicas un deber de asistencia y satisfacción 1 Señala Contreras Peláez, haciéndose cargo de la imposibilidad de distinción tajante entre los derechos de libertad y los derechos sociales, que: «para los derechos sociales, en cambio, la prestación estatal representa verdaderamente la sustancia, el núcleo, el contenido esencial del derecho; en casos como el derecho a la asistencia sanitaria o a la educación gratuita, la intervención estatal tiene lugar todas y cada una de las veces que el derecho es ejercitado; la inexistencia de prestación estatal supone automáticamente la denegación del derecho» (CONTRERAS PELÁEZ, F., Derechos sociales: teoría e ideología, Tecnos, Madrid, 1994, p. 21). a los ciudadanos. En este sentido, excluiríamos de nuestro objeto de estudio las políticas sociales que no son esencialmente prestacionales, como ocurre con las relativas a las relaciones laborales, las relativas al medio ambiente o las relativas a la protección de los consumidores y usuarios. 1. Competencia comunitaria en políticas sociales prestacionales En el proceso de desarrollo de la Unión Europea la aprobación del Tratado de la Unión en 1992 es el hito más importante llevado a cabo respecto a la política social comunitaria, ya que es a partir de este momento cuando se sanciona la competencia comunitaria en protección social. El nacimiento de la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1957 tiene como finalidad primordial y a la que ha dedicado mayores esfuerzos la integración económica que permita la formación de un mercado común en el que puedan moverse sin trabas las mercancías, los trabajadores, los servicios y los capitales. Un comité de expertos de la CECA entendió en 1956 que la política social no era necesaria para la integración europea 2. En aquéllos momentos se consideraba que el aumento del bienestar social sería una consecuencia más del florecimiento económico que iba a producir la consolidación de un mercado común europeo3. 2 NIELSEN, Ruth/SZYSZCZAK, Erika, The Social Dimension of the European Community, Handelshojskolens Forlag, Copenhague, 1991, p. 16. 3 BALL, Carlos A., «The Making of a Transnational Capitalist Society: The Court of Justice, Social Policy, and Individual Rights Under the European Community’s Legal Order», Harvard International Law Journal, núm. 2, 1996, p. 319. La única referencia concreta a la política social en el Tratado de Roma de 1957 es relativa a los trabajadores (art. 3 y título III). La acción de la Comunidad en este campo se limita a promover la colaboración entre los Estados miembros en el ámbito social y a la constitución del Fondo Social Europeo para fomentar dentro de la Comunidad las oportunidades de empleo y la movilidad geográfica y profesional de los trabajadores 4. La política social laboral se verá impulsada por las Cumbres del Consejo de La Haya de 1969 y, especialmente, la de París de 1972, con la posterior aprobación del programa de acción social en 1974. También en el ámbito laboral el Acta Única Europea (AUE) de 1986 añade como medidas sociales la mejora del medio de trabajo y el diálogo social. Será con la aprobación del Tratado de la Unión Europea (TUE) de 1992 cuando se sanciona por vez primera la competencia comunitaria en protección social. Su aprobación implica la de un Protocolo y de un Acuerdo sobre política social, del que queda excluido el Reino Unido. A partir de este momento se prevé que la Comunidad Europea desarrolle una política en el ámbito social que incluya un Fondo Social Europeo y que haga una contribución al logro de un alto nivel de protección de la salud y de una enseñanza y formación de calidad. En este sentido, se prevén medidas de fomento tanto en el ámbito de la educación como en el de la protección de la salud. El Tratado de Amsterdam de 1997 de reforma tanto del TUE como del Tratado de la Comunidad Europea (TCE) realiza algunos avances en el reconocimiento de la competencia comunitaria respecto a la política social. Con la incorporación del Acuerdo sobre política social de 1992 al articulado del TCE (arts. 136-143) «puede afirmarse que ningún Estado pone ya más en discusión el modelo 4 NIELSEN, Ruth/SZYSZCZAK, Erika, The Social Dimension of the European Community, Handelshojskolens Forlag, Copenhague, 1991, p. 16. social europeo, que constituye la dimensión más importante del concepto de ciudadanía en su sentido amplio»5. Esta incorporación permite a las instituciones comunitarias actuar en vía legislativa y a través de impulsos políticos en seguridad social y protección social. Por otra parte, el Tratado de Amsterdam incorpora la mención tanto en el Preámbulo del TUE como en el art. 136 TCE a la Carta Social de 1961 y a la Carta de los derechos fundamentales de los trabajadores de 1989, lo cual puede ser un acicate para su utilización interpretativa. Sin embargo, la escasa o nula efectividad jurídica de estas Cartas y el hecho de que quede excluida su aplicación directa por el TJCE al no estar incluidas ni en el art. 6 ni en el art. 46 TUE, impide que puedan considerarse a las situaciones jurídicas allí reconocidas como auténticos derechos subjetivos alegables ante el TJCE. Del 9 de diciembre de 1989 es la Carta Comunitaria de los derechos fundamentales de los trabajadores. Sin embargo, el catálogo de estos derechos queda desvirtuado por la falta de eficacia jurídica de la Carta, ya que la garantía y aplicación efectiva de dichos derechos “competen a los Estados miembros de conformidad con las respectivas prácticas nacionales, en particular mediante su legislación y convenios colectivos” (art. 27). El papel de la Comisión se reduce a realizar propuestas al Consejo (art. 28) y a redactar un informe anual (art. 29). No se establece un sistema de protección frente a concretos actos de aplicación, quedando excluida la jurisdicción del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE). La Carta es por tanto una declaración política sin ninguna virtualidad jurídica. Esta Carta de 1989 puede compararse a la Carta Social Europea de 1961 aprobada por el Consejo de Europa, que tiene también escasa virtualidad jurídica. A diferencia del Convenio 5 GOZI, Sandro, «Prime reflessioni sul Tratatto di Amsterdam: luci ed ombre sul futuro dell’Unione», Rivista Italiana di Diritto Pubblico Comunitario, núm. 5, 1997, p. 926. Europeo de Derechos Humanos (CEDH), no permite la presentación de demandas individuales ni establece un Tribunal al estilo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos6. Esta mínima efectividad jurídica de las dos Cartas se refleja en su prácticamente nula incidencia en la jurisprudencia del TJCE. Ningún derecho social de carácter prestacional ha sido reconocido entre los principios generales protegidos por el TJCE. La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea aprobada en diciembre de 2000 reafirma los derechos sociales reconocidos en el derecho comunitario así como en el Consejo de Europa. Desde el punto de vista de los derechos sociales prestacionales, se añade el principio de gratuidad de la enseñanza obligatoria (art. 14.2 Carta). Sin embargo, como especifica el art. 52.2, la Carta no modifica el régimen de los derechos conferidos por los Tratados. Se mantiene pues el nivel de protección que ofrecen actualmente en sus respectivos ámbitos de aplicación el Derecho de la Unión, el Derecho de los Estados miembros y el Derecho internacional (art. 53). En definitiva, si bien el sistema de límites que establece el propio derecho europeo respecto al principio de libre concurrencia de bienes y servicios y que se situaría en las esferas de la salud, la seguridad social y la protección social, no constituye un sistema completo de derechos sociales plenamente garantizados, puede servir de impulso para el desarrollo comunitario a través del derecho derivado de un determinado modelo de protección social que, estableciendo unos mínimos jurídicamente exigibles, permita armonizar los distintos sistemas de protección social de los Estados miembros. 6 De acuerdo al nuevo Protocolo de Reclamaciones Colectivas (Collective Complaint Protocol), la queja puede presentarse por organizaciones, sindicatos o patronales internacionales, ONGs que tengan status consultivo en el Consejo de Europa, sindicatos o patronales nacionales representativos y ONGs nacionales representativas del Estado contra el que se dirige la queja. A estas posibilidades de actuación legislativa de las instancias comunitarias en materia de protección social el Tratado de Niza sólo añadiría al TCE la previsión de crear un Comité de Protección Social, de carácter meramente consultivo, para fomentar la cooperación en materia de protección social entre los Estados miembros y la Comisión. 2. Las posibilidades de desarrollo de la competencia comunitaria en políticas sociales prestacionales La puesta en marcha desde Bruselas de políticas sociales prestacionales activas y eficaces generadoras de un mayor bienestar social encuentra especiales dificultades. Bruselas se configura como un centro regulativo a partir del cual las esferas estatales y subestatales orientan sus estrategias de acción. No obstante, el carácter homogeneizador y de uniformización que puede cumplir en aspectos no propiamente prestacionales, por ejemplo los límites de carácter medioambiental que afectan a los principales sectores industriales y a su movilidad en el territorio de la Unión o en el ámbito del derecho de los consumidores, resulta más complejo en las políticas propiamente prestacionales. La armonización de las políticas prestacionales desarrolladas por los Estados miembros es muy difícil como consecuencia de la heterogeneidad estructural e institucional de las soluciones nacionales7. De hecho cada día se constatan crecientes dificultades para clasificar «modelos» de Estado social, frente a la pluralidad y diversidad institucional desde las que se ponen en marcha en Europa todo el amplio y complejo conjunto de las políticas sociales y de 7 126. SCHARPF, F., Gobernar en Europa ¿eficaz y democráticamente?, Alianza, Madrid, 2000, pp. 125- bienestar8. Cualquier intento de llevar a cabo una armonización europea requeriría cambios estructurales e institucionales fundamentales en la mayoría de los sistemas nacionales existentes y habría de enfrentarse con importantes conflictos sobre cuál de los modelos institucionales debería adoptarse en Europa. Como señala Scharpf, «las dificultades políticas para la armonización de las estructuras institucionales de los estados sociales maduros serían tan abrumadoras que es de todo punto obvio por qué nadie, ni gobiernos, ni partidos de la oposición, ni patronales, ni sindicatos, exige en el momento actual que la armonización de la política social ocupe un lugar prioritario en la agenda europea»9. Una dificultad añadida, pero no menos importante, para esta armonización comunitaria es que las implicaciones presupuestarias de su normativa no se hacen recaer sobre la propia UE sino sobre los estados miembros. En el ámbito de las políticas prestacionales, cuyo objeto, y no sólo condición para su eficacia, es precisamente la prestación, resulta difícil reconocer la capacidad de decisión al ente que carece de capacidad de gasto. Como muestra la experiencia norteamericana, en este ámbito es incluso más importante contar con medios financieros que con un reconocimiento de competencia. De hecho, la ausencia en la Constitución de EEUU de títulos competenciales por parte del gobierno central para poder tener una intervención en el ámbito del bienestar social ha sido suplida por el desarrollo de una teoría sobre el poder de gasto estatal que permite que la Federación, sin tener título competencial sustantivo, sea la que en definitiva 8 Sobre los diferentes modelos clasificatorios del Estado social cfr., entre la abundante bibliografía: G. ESPING-ANDERSEN (ed.), Welfare States in Transition. National Adaptation in a Global Economy, Sage, Thousand Oaks, 1996; G. BONOLI, «Clasifying Welfare States: a Two-Dimensions approach», Journal of Social Policy, 26, 3, 1997. 9 SCHARPF, F., Gobernar en Europa ¿eficaz y democráticamente?, Alianza, Madrid, 2000, p.188. decida si un programa social merece o no ser regulado desde el centro, en qué grado, así como el margen de libertad con el que deben contar los Estados miembros. De ahí se explica que el mercado único europeo renuncie a sustituir al Estado en la protección social, al menos, con las características de los clásicos Estados sociales europeos. Por una parte, la labor de la Comunidad Europea en el ámbito sanitario se limita a la perspectiva propia del Estado liberal y que consiste en prevenir los riesgos para la salud colectiva o salud pública mediante la ordenación normativa de las actividades y productos que tienen un potencial lesivo para la salud humana. Por otra parte, la Comisión pone de manifiesto la imposibilidad de plantear la armonización de los sistemas de seguridad social de los Estados miembros. Se parte de la premisa de que cada Estado sigue siendo responsable de la organización y financiación de su propio sistema particular de protección social. Alternativamente se proponen desde la Unión Europea una serie de medidas para evitar que la divergencia de los sistemas resulte un obstáculo para la libre circulación. En este sentido, el actual debate europeo en torno a la protección social se centra, por un lado, en la necesidad de coordinación de los sistemas de protección nacionales que permita la cobertura de los trabajadores que se desplacen a uno de los Estados de la Unión10; y, por otro, se presenta la necesidad de convergencia de los objetivos que sirvan de orientaciones para el desarrollo de la política social por cada Estado miembro. Se trata de la construcción de un modelo comunitario de protección social, no por la vía de la armonización, sino por la vía de la coordinación y de la convergencia. 10 En la actualidad, Reglamento 118/97/CE, de 2 de diciembre de 1996, relativo a la aplicación de los regímenes en la seguridad social a los trabajadores por cuenta ajena y a sus familias que se desplazan dentro de la Comunidad. En materia de prestaciones no contributivas existe un sistema de coordinación, que se funda sobre el criterio del Estado de residencia para unir al interesado y al régimen de seguridad social. 3. El impacto de la Unión Europea sobre las políticas sociales prestacionales de los Estados miembros El proceso de integración europea se ha visto impulsado por factores estrictamente económicos que afectan a la concurrencia en el mercado único, mientras que las materias relacionadas con el bienestar social han quedado situadas en un segundo plano. Esta subordinación del sistema de valores de proyección social a la lógica globalizadora del mercado puede tener sus repercusiones en las políticas prestacionales llevadas a cabo por los Estados miembros de la Unión. Con la construcción de un mercado único y el establecimiento de la libre circulación de personas, mercancías y servicios, los Estados dejan de ser sistemas autónomos y en el desarrollo de sus políticas comienzan a ser influidos por las políticas de los Estados vecinos, iniciando una dinámica competitiva entre ordenamientos11. Las políticas sociales prestacionales son especialmente vulnerables a las presiones de la competencia regulativa internacional ya que pueden tener el efecto, o puede percibirse que tienen el efecto, de reducir los beneficios, y por consiguiente las rentas del capital. Sólo hay que pensar que la financiación de la seguridad social, la sanidad o los servicios sociales se hace a través de las contribuciones de los empresarios o de impuestos sobre el trabajo asalariado. Según la lógica competitiva, cada Estado miembro, para ser más atractivo a los intereses financieros y repeler a las familias de bajos ingresos, se vería impulsado a reducir sus impuestos y recortar sus políticas de protección social. 11 M. BALLBÉ/C. PADRÓS, Estado competitivo y armonización europea, Ariel, Barcelona, 1997. A esta vulnerabilidad de las políticas prestacionales respecto a las condiciones externas se suma la ausencia de una armonización comunitaria que la compense y la prohibición de discriminar en el ámbito de las prestaciones sociales a los no nacionales, lo cual permitiría al menos, según la doctrina norteamericana desarrollada en este ámbito, evitar los movimientos migratorios de personas sin recursos hacia los Estados con mayor cobertura social. En efecto, del derecho reconocido en el TCE de libre circulación de trabajadores (art. 39) se deriva el derecho de los mismos a la ayuda social o a las prestaciones sociales en las mismas condiciones que los nacionales, excluyendo el TJCE toda discriminación directa o indirecta (como pueden ser la exigencia de condiciones difícilmente salvables por los no nacionales: origen, residencia habitual, nacionalidad de los hijos, etc.) y extendiendo las prestaciones a los miembros de la familia del trabajador (cónyuge, descendientes menores de 21 años o a su cargo, ascendientes del trabajador y de su cónyuge a su cargo)12. No cabe, sin embargo, despreciar la posibilidad de que esta carrera hacia el fondo (race to the botton), a la que inevitablemente nos dirigiríamos según la lógica competitiva, puede verse obstaculizada por el compromiso político de los gobiernos nacionales con objetivos de política social y por la resistencia política de grupos que sufrirían las desregulaciones y recortes. Lo que sí parece claro es que la creciente movilidad de los activos financieros, de los bienes y servicios, de las empresas y sedes de producción, de ciertos tipos de trabajadores altamente cualificados y de los consumidores, limita la capacidad nacional para lograr los objetivos que tuvieron apoyo político en las pasadas décadas. Por consiguiente, para mantener 12 VERSCHUEREN, H., «Libre circulation des personnes et protection sociale minimale», Revue du Marche Unique Européen, núm. 2, 1996, pp. 87-88. estos objetivos sería ventajoso una regulación armonizadora en el nivel europeo, aunque a corto plazo esta alternativa resulte especialmente dificultosa respecto a la protección social. 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