Subido por LUIS RAMIREZ

La reinterpretación de un clásico Isabelino en tiempos modernos.

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La reinterpretación de un clásico Isabelino en
Hech o :
tiempos modernos.
El soliloquio que comienza con “Ser o no ser, ésa es la cuestión” se encuentra en la primera escena
del tercer acto de “Hamlet: Príncipe de Dinamarca” y es fruto del conflicto interior que está
atravesando Hamlet. Una conversación en su interior en donde el destino de los acontecimientos lo
abruman.
El personaje pasa por cada uno de sus pensamientos más íntimos, diálogos internos que una
persona puede tener consigo mismo, sin nadie más al rededor, él, enfrentándose a su realidad, a su
existencia y a su molaridad, escuchando la sempiterna voz que pasa por sus pensamientos.
Prácticamente, Hamlet se enfrenta a sí mismo en este soliloquio, así como lo hace naturalmente el
ser humano en su diaria lucha, combatir con sus pensamientos más profundos, sus miedos, dudas y
reflexiones. Simplemente, convivir con su Lenguaje interior.
Sin lugar a dudas, el soliloquio y el lenguaje interior abren una ventana dentro del mundo de los
personajes. En esta puesta en escena, se revelan aquellos pensamientos que no podemos contar
debido a que son moralmente incorrectos.
En relación con todo lo anterior, el soliloquio permite expresar las ideas a una velocidad moderada
para que sea de fácil comprensión para el espectador, claro, en comparación con la rapidez con la
que el cerebro genera estas ideas, las debate y las resuelve en unos pocos segundos.
Así pues, he decidido para esta prueba en aplicación utilizar este tan aclamado y famoso fragmento
de Hamlet, combinando las teorías del lenguaje interior y el soliloquio, con la intensión de mostrar
al espectador que aunque ya han pasado varios siglos después de que el dramaturgo William
Shakespeare haya escrito este fragmento, es completamente contemporáneo.
En definitiva, el soliloquio es la herramienta perfecta para mostrar al espectador como funciona el
lenguaje interior, así como Vygotsky mencionaba “El lenguaje interior es una herramienta
poderosa que permite a los individuos autorregular su pensamiento y controlar su
comportamiento.” Pues sin este, los personajes no tendrían ninguna capacidad de acción ni de
reflexión, no tendrían la capacidad para que el ser humano se sienta identificado con aquello que ve
en frente, así , se pueda adaptar a la verdadera esencia de la humanidad, la dualidad.
Ser, o no ser, ésa es la cuestión.
¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
u oponer los brazos a este torrente de calamidades,
y darlas fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir. ¿No más?
¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron
y los dolores sin número,
patrimonio de nuestra débil naturaleza?...
Este es un término que deberíamos solicitar con ansia.
Morir es dormir... y tal vez soñar.
Sí, y ved aquí el grande obstáculo,
porque el considerar que sueños
podrán ocurrir en el silencio del sepulcro,
cuando hayamos abandonado este despojo mortal,
es razón harto poderosa para detenernos.
Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga.
¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales,
la insolencia de los empleados,
las tropelías que recibe pacífico
el mérito de los hombres más indignos,
las angustias de un mal pagado amor,
las injurias y quebrantos de la edad,
la violencia de los tiranos,
el desprecio de los soberbios?
Cuando el que esto sufre,
pudiera procurar su quietud con sólo un puñal.
¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando,
gimiendo bajo el peso de una vida molesta
si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte
(aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna)
nos embaraza en dudas
y nos hace sufrir los males que nos cercan;
antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento?
Esta previsión nos hace a todos cobardes,
así la natural tintura del valor se debilita
con los barnices pálidos de la prudencia,
las empresas de mayor importancia
por esta sola consideración mudan camino,
no se ejecutan y se reducen a designios vanos.
Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña,
espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.
Hamlet: III acto, escena 1.
William Shakespeare
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