¿Por qué Mozart? Dr. Alfred Tomatis 1991 1 A Wolfgang Amadeus Mozart Ahora al fin he visto un <milagro>. Es el primero. Voltaire 2 1. ¿Por que Mozart? ¿Por qué Mozart? Me gustaría responder simplemente: <Porque si> Como hacen los niños. Y para ellos, todo queda resuelto. No hay réplica que hacer. En efecto, es así, y no de otra forma. He ahí, pues, la explicación en si del <¿por qué?>. Sin embargo, este libro tiene su razón de ser, y más por cuanto que, desde hace muchos años, se me hace esta pregunta ritual: ¿Por qué Mozart?. Algunos más intrigados, se atreven a preguntar: Y ¿por qué no otros?. Normalmente, yo replico: <Porque es así>. Sucede que en función de las circunstancias, o de la necesidad de un enfoque más preciso del <fenómeno> que provoca la música de Mozart, amplío mi argumentación, reforzando mis convicciones. Acabo siempre con una sensación de certeza. También es momento de que me explique más abiertamente. Y tal vez una visión diferente de Mozart, una visión <auditiva>, a través del oído, dará un aspecto lógico a esa perpetua pregunta. <Pero, en fin, ¿por qué utiliza siempre Mozart? ¿Por qué particularmente él?> Es verdad que esta elección puede intrigar no solo a los musicólogos y también a los musicoterapeutas, que se sirven de elementos sonoros muy variados para tratar algunos problemas de comportamiento. Los melómanos mismos se sienten interpelados en su fuero interno, aunque muchos de ellos reconocen la supremacía de Mozart en el universo de la música. Comprendo de todas formas que esa elección incondicional tenga un carácter aparentemente arbitrario. Pero no es el caso. Desde 1947 trabajo como otorrinolaringólogo parisino en problemas de audición y de voz, puesto que esa es mi especialidad. Por otro lado, siendo hijo de un cantante de ópera, desde mi nacimiento he vivido en el mundo del teatro, de la música, del canto y en particular del arte lírico. Para mí, la música es una segunda naturaleza. No puedo imaginar la vida sin aparejarla a un tema musical o a acompañarla con un aria célebre italiana, un lied o una melodía francesa. Antes tenía la costumbre de entrar en la sala de operaciones canturreando un trozo de una obra de Puccini o de Verdi, y mis pacientes, confiando en su cirujano -que parecía muy relajado y que lo estaba en realidad – se 3 dormían con el encanto de mi voz… y de la anestesia, que aplicaban mis ayudantes. Uno de mis amigos, director de una gran empresa italiana y por ello obligatoriamente melómano, me explicó, veinte años después de que le hubiera operado, que guardaba un recuerdo inolvidable y muy agradable de ese instante en que dejó este mundo consciente para dormirse en la mesa de operaciones al son de La Tosca. Desde esa época, cuando asiste a un festival – y los frecuenta todos, de Verona a Orange, pasando por Avignon - no puede evitar, de pensar en ese delicioso momento que vivió en circunstancias que podrían haberle angustiado. De modo que la música forma parte de mi existencia y de mis actividades profesionales ya que sigo ocupándome de cantantes e instrumentistas con problemas de voz y de velocidad. Sin hablar de la afinación, que continua siendo una de las grandes preocupaciones de algunos artistas. Vienen a verme para que les <afine> el oído, verdadero director de orquesta capaz de dirigir el conjunto de gestos vocales e instrumentales. Para los que no conocen los trabajos que desarrollo desde hace décadas, les puede parecer extraño que atribuya al oído tantos poderes. Comprendo su sorpresa y voy a tratar de darles un resumen de esas investigaciones. Al estudiar los problemas de sordera profesional que sufrían los obreros de los arsenales, talleres de construcción aeronáutica, al trabajar en un medio ruidoso, me di cuenta de que tenían, en el plano vocal, dificultades semejantes a las de los cantantes que venían a verme. Paralelamente, su audición presentaba las mismas anomalías, lo que me hizo pensar en una relación estrecha entre el oído y la voz. Estas hipótesis se confirmaron muy rápidamente y me permitieron crear y ajustar unos aparatos de reeducación capaces de actuar sobre la audición y en consecuencia intervenir sobre la expresión vocal, ya sea cantada o hablada. Yo desemboqué así en el mundo fabuloso del lenguaje y de la comunicación, mundo que ya no he abandonado y que continúo explorando con un ardor que pueden adivinar. ¿El lenguaje no es lo propio del hombre y el objeto de su humanización? Música y lenguaje están pues, para mí, íntimamente unidos. Una y otro son tributarios de una facultad de gran importancia: la escucha. Ésta nos vuelve a llevar al oído y a sus diferentes atribuciones: equilibrio, estática, cinética, verticalidad, gesto y postura, de una parte y por otra la audición, diferenciación de alturas tonales, musicalidad, atención y vigilancia. Todo eso está asociado a una red del sistema nervioso que asegura el aporte de energía al cuerpo y, en particular, al 4 cerebro. De modo que, gracias al oído, el hombre se desplaza, se pone en posición vertical, se expresa, escucha y piensa. ¡No está mal! A partir de esas constataciones neurofisiológicas, hice un montaje de aparatos que permitían a los individuos (niños y adultos) utilizar su oído al máximo de sus capacidades. Uno de esos aparatos fue denominado, en 1953 por Jacques Bourgeois, <el Oído Electrónico> con motivo de una publicación en una revista musical. Este nombre denominó desde entonces la <máquina de escuchar> que se utiliza en varios países del mundo, por numerosos profesionales de la comunicación: psicólogos, pedagogos, ortofonistas, médicos, músicos, profesores de idiomas, kinesiterapeutas, etc. Esos especialistas son el ánima de los centros de psicopedagogía que aplican mis técnicas y que forman una red internacional. La pedagogía de la escucha así establecida utiliza un material sonoro que contiene ya sea la voz de la madre, ya sea música. Y esa música, es siempre Mozart. Naturalmente experimenté todo lo que acústicamente puede ser grabado: ruidos, mensajes musicales clásicos o modernos, tradicionales o contemporáneos. Igualmente intenté integrar músicas procedentes de otros continentes, especialmente de Oriente, de la India, de África. Los resultados referentes a los efectos de la música sobre el cuerpo y el psiquismo no llegaron jamás, en el plano de la dinamización, a lo que nos aporta Mozart. Eso no quiere decir que haya renunciado a cualquier otra investigación, pues, cada vez que una pieza desconocida cae en mis manos, la someto a la experimentación. Así pues, Mozart permanece siendo casi el único en liza, a lo largo de todo el proceso emprendido en el marco del tratamiento de las deficiencias de la escucha, del lenguaje oral o el escrito, de la voz cantada o hablada. Su música en mi opinión forma parte de los universales. Funciona con todas las personas y en todos los lugares. Ya sea en Francia, América, Alemania, con los bantús, en Alaska o en la Amazonía, es Mozart quien irrefutablemente obtiene la nota más alta en materia de reacciones positivas. Nuestra preocupación en el plano de la pedagogía y de la terapia, es ir a lo más rápido, a lo más eficaz. Decir que hemos elegido esa música por razones de eficacia, podría ser suficiente como argumento para algunos, pero no satisfaría sin duda a los demás. Verdaderamente no se puede proceder a la reconducción de los problemas de comunicación, durante tantos años, sin intentar determinar los mecanismos que se activan. Con ese objetivo, tengo hipótesis que proponer y algunos hechos a presentar. Al lector pertenece sacar sus propias conclusiones sobre el efecto de la música, y en particular la de Mozart, sobre el ser humano. Esos efectos no se limitan al hombre, concierne también al mundo animal y vegetal. Se han realizado experimentos en Canadá sobre ciertas plantas y, 5 también ahí, Mozart quedó en cabeza de lista. En cuanto a los animales, he podido constatar con la vacas de un monasterio bretón que, bajo el efecto de las sinfonías de Mozart, tenían un rendimiento en la leche superior a las cuidadas de modo habitual. Pero tuvimos que detener el experimento y matar algunas vacas. El acuerdo europeo limitando la producción de leche había impuesto su ley. Este libro contiene, pues, el resultado de mis reflexiones sobre el tema de ese prodigio. Que Mozart es excepcional, eso es seguro. Que estaba dotado de un transistor cerebral capaz de captar lo que la creación y el entorno íntimo le dictaban, estamos convencidos de ello. ¿Pero para ello tuvo unas condiciones especiales? Naturalmente. Recordemos con qué angustioso grito de desesperación Saint-Exupéry escribió: < ¡A cuántos Mozart asesinamos cada día! >. Tenía razón. Su número debe ser considerable. Y si no todos son Mozart auténticos, todos deberíamos estar embebidos de su creatividad, de su poética. De esa poética a la cual estamos tan ligados y a la cual está conectado todo niño que viene al mundo. No sabemos a ciencia cierta en qué sentido será luego dirigido, canalizado, inducido para asegurar su dinámica de vida. De lo que sí estamos seguros es de que posee de partida todas las cartas, todo lo acumulado durante su vida prenatal y que está preparado para ofrecer a sus padres, si están preparados para recibirlo, ¡que no siempre es el caso! Para vivir, para vibrar, Mozart estaba especialmente dotado. Listo para arrastrar a los demás, los hombres tomados en su humanidad, supo conducirles hasta donde precisamente no existe más que lo bello, lo trascendente, la alegría de vivir. No podemos evidentemente negar el valor de otros músicos, y de los más grandes. Verdaderamente aprecio un Bach, estimo un Haendel, que Joseph Haydn ocupa un gran lugar en mi discoteca y que Beethoven me encanta a veces. Hay también la inefable música de Monteverdi. Hay todos los músicos de la época de Mozart, los de antes y los de después. Todo eso es verdad y contribuye a crear un vasto fresco musical. Y luego está Mozart. Hay un efecto, una acción que no tienen los demás. Excepción entre las excepciones, contiene un poder liberador, curativo, casi diría <sanador>. Su eficacia sobrepasa y mucho lo que podemos observar tanto con los músicos que le precedieron, como Juan Sebastián Bach, por ejemplo, como con sus contemporáneos, o como los que le sucedieron. Eso puede parecer extraño. La expresión musical de Mozart ¿no es el reflejo de su siglo, de su medio? Claro que si. Pero el amplio abanico que abrió le hace distinguirse de todos los demás músicos por la huella que dejó en cada una de sus composiciones. Con él, uno se convierte en lo que uno es. Con los demás, uno hace como si o uno transmuta a través de su música, se disfraza de Mendelssohn, de 6 Berlioz, o de algún otro. También hay el “bel canto” con sus notas de brío, sus rayos de sol, sus fabulosos fogonazos. Y, único, hay el lenguaje inocente y ligero, rico y caluroso de una frase de Mozart. Nos transporta y nos pone en un segundo estado, que de hecho es, nuestro primer estado, en el cual ese ser prodigioso permanentemente se movía. Estaba psicológicamente en un más aquí y un más allá, en el cual, a través de su música, sabía conducir a la humanidad entera dejándole creer que ese era el lugar que había elegido. Es verdad por otra parte que es un lugar donde uno se siente bien, de donde querríamos no descender jamás. Es verdad que el canto del pájaro invita a ese vuelo, que la sonrisa de un niño produce este estado de iluminación, que, de voluta en voluta, vemos el tiempo desgranarse con rapidez, que lo incompleto se ha llenado, que pertenecemos al mundo al que Mozart pertenecía. Era austriaco, cierto, pero fue de todos los tiempos y de todos los lugares. Estuvo en el cielo y en su órbita, de la cual no descendió. Vivió en la memoria de esa inmensidad que la eternidad nos desvela a veces para mostrarnos que eso existe. En toda su producción, desde las primeras obras hasta las de la edad adulta, permaneció siendo el más fresco, el más sereno, el más joven de los compositores. Y quizás sea la esencial facultad de juventud a la que debamos la calidad específica que caracteriza su expresión musical. Prodigio sin precedentes, desde su vida prenatal, a través de un embarazo materno feliz, impregnado de música, codificó su sistema nervioso en los ritmos fisiológicos, verdaderos, universales, cósmicos me atrevería a decir. Le permitieron ajustar su instrumento corporal a las modulaciones sentidas en ese periodo. Su ritmo permaneció siendo ese, incluso cuando comienza a hablar, a crear, a componer sus primeras obras desde los cinco años. Esa impronta inicial hizo de Mozart lo que es, un ser fuera de lo común en todas las dimensiones tratándose de música. Se servirá de ese lenguaje para expresarse, o mejor, para expresar lo que recibe de alguna parte, lo que siente en lo más profundo de su ser. ¿No es ahí donde encontramos lo que la música contiene de esencial, suscitando a la vez la emoción y la memoria, gracias a la acción sutil de un tiempo medido en cadencia, cortado en un mosaico tonal tan fluido como el pensamiento mismo? Es ese incomparable lenguaje musical el que nosotros utilizamos en nuestras técnicas bajo formas diversas, recordando ya sea la escucha fetal, ya sea el momento del nacimiento, ya sea el periodo prelingüístico. En el transcurso de ese proceso, utilizamos también otros materiales musicales, en particular el gregoriano, junto con cancioncillas para niños y cantos folklóricos para los adolescentes y los adultos. 7 Cuando la música mozartiana ha establecido el estado de alerta, la creatividad, la carga cortical, la motivación, introducimos con el gregoriano unos ritmos mas tranquilizantes, pero no por ello menos tonificantes. En cuanto a las cancioncillas y los cantos folklóricos, basados esencialmente en la expresión étnica y las estructuras lingüísticas del país que nos interesa, nos aportan las modulaciones, los ritmos, las cadencias, los acentos que servirán para construir el lenguaje propiamente dicho. Para nosotros, en la perspectiva de nuestra acción, la música juega un rol preponderante en el establecimiento de esas estructuras neuronales sobre las cuales se estructurará ulteriormente el lenguaje. Constituye una verdadera infraestructura para el cuerpo y el sistema nervioso, gracias a la energía que aporta al cerebro por medio de las estimulaciones proveídas por el oído. Su acción específica en el plano de la humanización de un ser y de su andadura hacia la función lingüística, muy especialmente, nos insinúa el aspecto esencial de su intervención en el plano de la educación del niño y del adulto. Gracias a ella, el hombre se convierte en una antena al sonido que le hace entrar en resonancia. Es el fruto postural de su lenguaje, que le esculpe. Así que no es solamente por ser admirador de Mozart, sino también como neurofisiólogo especializado en los procesos de la escucha, por lo que abordo esta obra. Pediría al lector que excusara los tecnicismos que pueden desprenderse de algunos capítulos. Me resulta difícil hablar de música sin hablar del oído o del sistema nervioso. Me parece imposible evocar el mundo musical sin insistir en el rol esencial que el oído tiene en la estructuración del lenguaje humano. Pero es bueno que pueda introducir ese alegato, repitiendo que utilizamos desde hace cuarenta años ciertas piezas de Mozart y que las ponemos varias centenas de veces al día en los centros de nuestra red internacional. A lo largo de ese proceso clínico y experimental, decidí elegir un compositor y solo uno: Mozart. No me resistiré a la tentación de añadir <claro>, como si eso fuera natural. Pienso que el no iniciado espera esa conclusión tanto como el más experimentado. Aunque es verdad que ese niño dotado, superdotado, fue a veces considerado como un objeto de salón que suscitaba curiosidad y que para algunos no fue mas que un divertimento, no es menos cierto que continua siendo un ser excepcional. Lo debió ser incluso sin instrumento. Por destilación pura y simple de la música que le habitaba, transformaba todo lo que le rodeaba gracias a la presencia inefable de su mensaje celeste. Es un 8 poco ese estado el que nos transmite, el que consigue insuflarnos. El oyente, sea cual sea, se convierte en el violín en los conciertos o el piano en las sonatas. A cual mejor, el violín o el piano suena por si mismo, como algo evidente, como algo natural que sale de uno mismo. Ea como si no fuera necesario estudiar, prepararse para ello. Con Mozart, uno comienza y uno toca con un dominio que nos lleva hasta las cimas que solo él puede desvelar. Con él también, cada uno de nosotros se lanza hacia el cosmos a fin de descubrir su propio camino orbital. Con él, estamos en un estado de <ingravidez>. Nos pone literalmente en un estado de levitación, transportados hacia algún lugar distinto del aquí, aquí abajo. Allí donde él sabía y podía llegar cuando tenía ocasión. Pero ¿Podemos suponer que tenía que descender de vez en cuando de ese templo de felicidad? Si, claro, y eso fue magnífico para el conjunto de la humanidad. No habría visto el cielo si no hubiera estado allí. Gracias a Dios, las preocupaciones existenciales le extrajeron de ese edén. Pero la inmensa e irresistible atracción que ejercía ese universo sonoro le hacia volver a él con tal fuerza que quería permanentemente llevarnos con él. Puesto que es y continuará siendo un formador de hombres su música no envejecerá. Es intemporal, de siempre, con algunos sellos marcados de la época, pero es ante todo joven. Tiene el ritmo de un corazón que late como el de un niño, y eso incluso en los momentos en que Mozart está al borde del agotamiento. Fue un joven agotado, jamás un viejo. No supo adentrarse en la edad adulta. Continuó siendo ese corazón, ese tempo de joven vibrante y cadenciando el ritmo de sus volutas espaciales. 9 2. Mi encuentro con Mozart Mozart fue como uno de mi familia durante mi infancia, uno de esos que invadieron mi universo de niño. Pero lo hizo de un modo poco habitual. Por medio de Sarastro conocí a Mozart. La bella voz de bajo profundo de Humberto Tomatis, mi padre, se manifestaba en La Flauta Mágica con una aplicación y una devoción que glorificaban a la vez al compositor y al intérprete. Éste por su parte iba más allá, puesto que con ello podía expresar su plena adhesión a su gran hermano masón, Wolfgang. Así pues hice mi aprendizaje de Mozart gracias a un canto masónico religioso, pero de hecho ¿Qué es lo que no es religioso en él? En sus más grandes arrebatos, puede hacer cantar a la vez al universo y al pájaro que le responde. Incluso en las arias más serias, como lo eran las que le correspondían a los roles de mi padre, sabe llevarnos en una dinámica alegre del Ser, que quiere vibrar, que solo pide vivir. Yo estaba además muy impresionado por el contenido que podía tener el libreto, y que variaba en función de las traducciones que acompañaban al canto. La música, por suerte, estaba siempre ahí para hacer pasar la calidad del texto que se presentaba. Y yo tenía una edad en la que lo aprendía todo y en la que creía todo lo que aprendía. Entre los 7 y los 10 años tuve a Mozart como preceptor, como educador religioso, tan profundo, tan grave como en las arias de Sarastro que oía regularmente. Siempre, mi padre se deleitaba, ornamentando con sus acentos majestuosos las dos arias principales que él ofrecía a sus amigos masones como él o a los que no lo eran, pensando que con ello sembraba buenas palabras. ¿No es extraordinario empezar la educación con La Flauta Mágica? Para mí, niño, no había otro Mozart. Mi padre en realidad cantaba pocas obras de ese compositor. Y nadie me dijo jamás que detrás de esa obra había un niño prodigio, un superdotado de la música que sobrepasaba todo lo que el mundo había conocido jamás. Había, pues, por una parte la obra en toda su complejidad, cuyo análisis se me escapaba en gran parte, y por la otra un padre que cantaba. Cantaba considerablemente bien, aventurándose en muchos de los <templos azules>. Más tarde lo comprendí, cuando descubrí que detrás de todo ello había una masonería subyacente que había que adivinar entre líneas. Mis abuelos paternos, activos procreadores, habían tenido la suerte de hacer de su decimoséptimo hijo un artista de ópera brillante. 10 Pero mi padre no se vanagloriaba ante ellos de ser masón, y tampoco ante el resto de la familia. Estaba mal visto, mal aceptado, muy mal aceptado. Yo no sabía porqué. Solo comprendía que cantando, yo también, con mi comprensión infantil, esas arias de bajo noble, me eliminaban del repertorio de la Iglesia. Nadie me propuso tampoco, en aquella época, darme una educación religiosa. En aquellos tiempos formar parte de una Loga del Gran Oriente comportaba ipso facto, la excomunión. Habría asimilado el catecismo, seguramente, con mayor facilidad que todo el universo simbólico desplegado por Mozart. ¿El conjunto no sobrepasaba la comprensión incluso de un adulto educado e iniciado? Aunque decía regularmente arias como <Isis, Osiris, haced, de gracia, poderosos y fuertes a esos jóvenes>, etc. a fin de que, para responder a mis sueños infantiles, lograran ser entronizados en la cúpula celeste de los <templos azules>. Es cierto que había en mi universo otros actores como: Papageno, Papagena, la Reina de la Noche, y yo que sé. Había en realidad arias maravillosas, que me gustaba oír y repetir, una música deliciosa, que escuchaba con fervor, como canciones de niños que quieren parecer adultos. Y luego, estaba mi padre, que cantaba, y sus compañeros que le acompañaban en la escena. Con respecto al drama o al desarrollo simbólico no era para mí más que una sucesión de cuentos de hadas parecidos a los que me contaba mi abuela paterna cotidianamente. Había en el fondo una especie de dimensión simbólicolitúrgica que daba a todo el conjunto una solemnidad que no me sorprendía mucho. Claro que mi padre estaba ahí delante de mí, en el escenario, cardenal o monje; ¡y por qué no gran capellán en el caso!, le vi de guerrero, de héroe de guerra, de Mefistófeles. Con suerte si le podía identificar bajo tales diferentes aspectos. La Flauta Mágica permaneció siendo un misterio para mí durante muchos años, hasta cuando decidí informarme mejor sobre el libreto y sobre la simbología. A saber si el joven Wolfgang lo reconocería si no hubiera pasado por si mismo por los arcanos masónicos. Por otra parte, todo aquello ¿importaba verdaderamente? Mozart era Mozart escribiera o no La flauta mágica, composición maravillosa que se regaló para liberarse de todas las limitaciones que creía le encarcelaban. Gracias a Dios, pude descubrir a Mozart no solamente a través de esa obra para adulto iniciado, sino también y pronto a través de todas las demás. Primero en sus operas ya que gracias a mi padre vivía a la sombra de la escena, entre bambalinas. Debo advertir que no me impresionó Don Juan. Ahí también, demasiado joven y desamparado por una complejidad que, en ese momento, me superaba, no me gustaba nada ese tipo de espectáculo. Y además mi padre hacia un mal papel, el de Comendador, que no le gustaba y en consecuencia no me 11 gustaba. Aunque necesité años para oír realmente las arias de Don Juan, de Leporello… en cambio Cosí Fan Tutte me encantó de entrada. Luego descubrí a Mozart, Mozart niño. Ese extraordinario niño que nunca creció – felizmente para nosotros – al contrario que su música. Lo que siempre me ha sorprendido, cuando pude con más aplicación y conocimiento profundizar en la obra mozartiana, es su unidad. Unidad de creatividad, unidad intensa que hace que este ser prodigioso no se parezca más que a sí mismo. Asimismo cada compás que escribió contiene una firma, un estigma típicamente mozartiano. Nada se le puede comparar, aunque muchos de sus colegas pretenden acercársele. Hay en Mozart un <no sé qué> que hace que sea lo que los demás no son. Hay en él, en su fraseado, en la búsqueda de sus ritmos, en sus secuencias, tienen una rectitud y una libertad, a la vez, que nos permiten respirar, pensar con facilidad. Nos transmite ese algo característico que nos hace músicos como si nosotros fuéramos los autores de lo que él escribió. Parece que la frase fluye en nosotros de manera tal que no podría ser de otra manera. Reina en sus obras una sensación de seguridad permanente. No hay momentos insólitos. Todo está ligado, con el encadenamiento de un pensamiento que se expresa sin ahogo y sin sorpresa. Mozart es accesible a todos, y jamás nos cansamos de oírle. Cada vez le redescubrimos, aunque conozcamos la pieza que estamos escuchando. No sentimos ningún cansancio en la repetición de un trozo, al contrario, asistimos a una mejor comprensión de lo que dice, demás con el descubrimiento de un detalle que se nos había escapado. Se siente constantemente una alegría y una perfectibilidad muy específica que no encontramos en otros compositores, por muy agradables que sean. En efecto, a lo largo de su evolución éstos nos llevan hacia un universo que nos desconecta del nuestro. Mozart jamás. Nos hace resonar a través de nuestras fibras más sensibles. Gracia a él, vibramos con nosotros mismos, nos mostramos a nosotros mismos. Mozart en ningún momento trata de mostrarse a nosotros. Nos conduce a un lugar donde nosotros comenzamos a ser. Es justamente en ese lugar especial en el que se siente y se presiente esa unidad. Es allí a donde Mozart nos lleva en alguna medida. Claro, tenemos grandes dificultades para situarnos en ese punto único al cual él sabía llegar y quedarse. De hecho, nunca dejó su rincón de creatividad, polo mayor de una inconcebible densidad. De allí emergía, irradiaba un haz de vibraciones de vida, fuente de increíble energía, de incesante recreación. Siempre renovado, jamás disparejo y sin embargo incesantemente comprometido en un movimiento diferente, nos arrastra hasta allí a donde habríamos ido si estuviéramos movidos por una misma percepción de las cosas, por una misma escucha del entorno. 12 En una idéntica escapada en dirección a la invisible estructura de lo infrasonoro, Mozart traduce para nosotros esas volutas de sonidos que remueven los silencios aparentes. Supo detectar los frescos infinitos de esos misteriosos movimientos de respiración que solamente su oído sabía percibir para nosotros, en nuestro lugar. Y no obstante, cuando comienza uno de sus trazos musicales, es ese el canto que se oye. En ese momento estamos literalmente conectados con su universo. Lo que le dicta fluye claramente. No se podría apreciar otra cosa. Su elección es perfecta, delicada, precisa. No permite que se cuele ningún error, pues, en lo perfecto no existe el error. En ese mundo que oscila y que gira, en ese universo que recorre su carrera sideral, todo es perfección. Esa es la visión musical que Mozart supo expresar para nosotros. Que el detalle inicial evoca el canto de un pájaro – tema tan a menudo esbozado por otros compositores -, ¡no importa! De golpe, nos lleva a allí donde nadie puede llevarnos, y precisamente a allí donde deberíamos estar. Es ciertamente difícil decir dónde nos situamos, suspendidos en ese universo como lo están las estrellas en su órbita. ¿Saben ellas que hacen indefinidamente una ronda armoniosa que parece estar en simpatía con el resto del universo? Igualmente ¿Sabemos que estamos, también nosotros, formando parte de ese gran todo que se expresa por su danza, sus cantos, sus ritmos, sus secuencias de frecuencias? Es ahí a donde Mozart nos conduce, él que tuvo la suerte de no descender de ese refugio, de ese peñasco, de ese lugar privilegiado que le mantenía al abrigo del mundo, le protegía de hecho de lo cotidiano casi siempre penoso, verdaderamente entristecedor en el plano existencial. Sabemos que tuvo de afrontar dificultades materiales, financieras, familiares, que tuvo que soportar amistades atormentadas, que conoció la traición de personas, pero ¡qué importa! Podía vivir en otro plano, en el cual nada le podía alcanzar. Nada, incluso - y sobre todo - ni su fin. ¿Qué significa eso para un espíritu? Pues cuando se habla de Mozart se trata de un espíritu. El Amadeus trascendente canta en él, sean cuales sean las resonancias del entorno. Su estado de transfiguración permanente dejó a todos en el desamparo y desazona todavía a nuestros contemporáneos. Pues, Mozart se sitúa en el plano de lo inaccesible, es por ello por lo que se hará cualquier cosa por hacerle daño. Vanamente. ¿No vemos ahora escritos o películas que, bajo pretexto de una buena velada musical, destruyen ese espíritu y lo trasforman en un hombre, y un hombre estúpido y grosero, incluso vulgar? Lo que él fue, es decir un hombre jovial, bromista, burlón, como puede serlo cualquiera. ¿Por qué no tenía derecho a reír y continuar siendo el extraordinario niño compositor que será durante toda su vida? 13 Es verdad que han sabido descubrir algunos insípidos escritos de él, a veces impúdicos. Y se ha hecho un espectáculo sobre su pobreza de expresión, de su estado infantil. Mientras que nadie ha sido tan adulto como él en el plano de la música. Nadie se realizó como lo hizo él. Nadie pudo alcanzar un nivel tal. Nivel que me hace decir que su expresión era y no podía ser otra que la Música. Por lo demás, fue un hombre con dificultades de todo tipo, pero que sabía implorar al Cielo para pedirle que le liberara. Dios vibrante en él cuando se dejaba penetrar por la gracia, no tuvo otro canto que el de lo Divino que le ponía en resonancia, que le trascendía, le transmutaba, le iluminaba, le transfiguraba. Una figura de este tipo se hace intolerable para el conjunto de la humanidad. También fue poco conocido por sus próximos, casi desapercibido luego y en nuestros días redescubierto de manera episódica. Sin embargo, es intemporal, traduce los ritmos eternos a su manera… y a la nuestra. Supo adaptarlos a nuestras propias neuronas. Su gran instrumento no fue ni el piano ni el violín: fue el hombre. Supo ponerle en resonancia musical con el universo. Ese es el milagro Mozart: poner al ser humano al unísono de la armonía universal. Ahí no hay error ni falta. Ninguna anomalía. Mozart supo encontrar o más exactamente supo observar ese feliz equilibrio que hace que el cosmos cante y que el hombre le responda estructurándose molecularmente. Esos son los ritmos fundamentales, que Mozart supo explotar, son los ritmos de base, de los cuales en ningún momento se desprendió con el pretexto de innovación. Innovar, lo hace sin cesar. Sin remisión. Desborda de novedades, de divertimentos, al tiempo que nos ahorra los trazos fáciles. Su composición es siempre de alto nivel, aparentemente incluso fácil dentro de la complejidad. Sigue siendo eminentemente humano incluso cuando se sumerge en lo cósmico. Frente a esa fascinante dialéctica introducida en los misterios del silencio, él sabe percibir, oír, escuchar, decodificar y volver a codificar para nuestros oídos lo que el universo le canta. Logra sostener permanentemente esa potente unión, sean cual sean las circunstancias de la vida. Es seguro que creció en su vocación de músico, no es menos cierto que no hay que hacer de él un genio aislado, desconectado de su tiempo, ni de sus congéneres. Al contrario, supo aprovechar todas las enseñanzas; supo sacar la quintaesencia de lo que le podían aportar los grandes compositores que tuvo la oportunidad de conocer. No perdió por ello su autenticidad, su adhesión única a la interpelación de esa creación que se expresaba a través de él. De otros aprendió los arcanos de su profesión, pero en ningún caso dejó de ser lo que él era: Mozart. 14 Fue lo que las personas deberían ser, y lo fue hasta el final. A su lado, los demás se encontraban de algún modo marginados (apartados de su potencial) por lo que querían parecer. Mozart no quiso más que ser lo que fue. Músico en el alma, a veces quiso ser ascendido a diversos puestos, por ejemplo maestro de capilla. ¿Qué habría sucedido si hubiera tenido una existencia tranquila y fácil? No lo sabemos. Fue un don del Cielo para todos los hombres de la tierra. Fue uno de esos cuyo pensamiento y expresión modificaron el aspecto del universo. Hubo un mundo antes y uno después de Mozart, al igual que hubo un antes y un después de Sócrates. No es mi intención hacer de Mozar un ser descarnado, sin cuerpo, fue encarnado y de forma muy fuerte. Paro sus dimensiones excepcionales, por no decir sus conexiones especiales, le convirtieron en insoportable para los demás. ¿Quién puede, en efecto, sin una cierta envidia, sin una cierta codicia o avidez, aceptar la presencia de tal superioridad? Mozart, sin embargo, no fue mimado, por lo menos a partir de un cierto momento de su existencia. Es cierto que el empuje de partida fue tal que todo podía proseguir sin que surgiese el peligro de desviación en su modo de percepción de las cosas, en su creatividad. De hecho, no piensa no poder continuar siendo él mismo, en cualquier circunstancia. Y fuera lo que fuera lo que pasara, superaba con un estado de abandono lo que el mundo a su alrededor era capaz de contener. Sumergido en una inmensa efusión del ser con el ser y los seres, se convirtió en su traductor, su transmisor, su intérprete… aunque los demás todavía no le escuchaban. ¿De qué otra forma podía morir que en una fosa común, él que sobrepasaba cualquier cementerio y tumba? Cuando su cuerpo volvió a la tierra, su espíritu seguía cantando en el firmamento de los hombres que él iluminaba con sus fuegos artificiales. Él es una de esas luminarias que el universo transporta en su carrera sideral, una luminaria que canta. Ojala pudiera alumbrar a otros cerebros llamados a tal vocación, sometidos a tales exigencias. ¿Quién aceptaría, después de todo lo dicho, ser Mozart? ¿Quién aceptaría, con la misma alegría que él, recorrer Europa hasta el agotamiento para ser expuesto como un animal de circo, como un mozo músico al que se envuelve y se disfraza en el momento oportuno? Claro que fue presentado a los más grandes, le conocieron las más importantes personalidades de su época, por un instante, como de pasada. Y como sucede en este mundo, terminado el espectáculo, había el ahogo de la angustia, la vuelta a una loca carrera para asegurar el pan de cada día bajo el control de un señor tiránico. Incapaz de 15 valorarle, éste no podía, de ninguna manera apreciar su transparencia. ¡Recordemos esas polémicas que año tras año se desarrollaban entre Mozart y el obispo electo de Salzburgo! Después, a toro pasado, todos se sentirían sin duda honorados de ser Wolfgang Amadeus Mozart. Pero no merece la pena. Él fue, es y será siempre. Es uno de esos eventos que entran en la eternidad. Es verdaderamente intemporal. Se cristalizó en un momento, en un lugar, en un momento crítico en el que eso debía realmente suceder. Gracia a él, somos Mozart cuando le escuchamos. He ahí su rol fabulosos, su generosidad sin límites. Nos pone en un estado de fusión con el creador parecido al que él siempre estuvo, y el que debía estar cuando componía, cuando estaba inspirado. Y su inspiración fue de una abundancia raramente igualada. Su vida era estar en comunicación, me gustaría decir <en comunión>. Pues es exactamente una comunión de lo que se trata, de una fusión con lo divino, de una efusión de lo divino a través de él. Sin duda algún oscuro teólogo le reprocharía su pertenencia masónica. Mozart fue masón como lo fueron los constructores de catedrales. Las normas, las leyes, las reglas, los cánones son los mismos. Gracias a Mozart, toda una solemnidad hasta entonces desconocida ha podido hacer resonar los <templos azules> y los otros. Pero también para hacer cantar las iglesias y todavía más el corazón de los hombres, que es sin duda el más bello de los templos, que Mozart escribió. 16 3. Porqué el divino Mozart Para muchos, Mozar se ha convertido en un personaje de leyenda. Eso no sin peligro. Cada vez más deificado, idolatrado, corre el riesgo de ser una imagen irreal. Gracias a Dios, su obra es suficientemente reciente como para ¡alguien venga a negar su existencia! Lo demasiado grande es intolerable. ¿No ponemos mil y una preguntas frente a la producción gigantesca de un Shakespeare, hasta incluso rechazar la paternidad? Sócrates, incomparable apóstol de la filosofía, continua siendo, también él, un personaje enigmático a pesar de las pruebas tangibles de los discursos de Platón. Los rastros que ha dejado su palabra continúan todavía sobre el pavimento de los caminos que pisaba al pie del Partenón. Su pensamiento acecha en toda la metafísica, por otro lado sería imposible encontrar al hombre frente al universo sin pasar por su búsqueda de lo absoluto. Después de Sócrates, no se ha hecho más dar vueltas sobre lo mismo infinitamente. Desde esas alturas, todo se descubre, como si el velo que esconde las cosas de este mundo se hubiera levantado. Allí la idea se cristaliza, y el pensamiento fluye por si mismo. La filosofía no necesita existir. Es. Y sin embargo, su inserción en el lenguaje lo dirige hacia una vía en la que se puede fácilmente caer en la trampa, sabiendo que la recepción del mensaje puede estar llena de incertidumbre. Recordemos a un Locke oponiéndose con razón a la noción de lo innato de un Cudworth, que había mal digerido a Platón. ¿Etiquetando al personaje de empirista esencial, no se le reprochó el rechazar lo innato?. Como los antiguos y en especial Platón, asigna al hombre la facultad de descubrir lo que es. Requiere que lo desee, que sea conducido por el camino de esa apertura, que sea educado, en suma. Incluso Hegel, diría sobretodo él, no escapó al peligro de quedar absorbido y asimilado de muchas maneras. ¡Sus escritos son la base de un cierto movimiento religioso, la Biblia del marxismo, la carta magna del pangermanismo, la esencia del existencialismo! Como la filosofía es por si misma, la música es por su esencia. A ese nivel, en que lo absoluto solo se expresa en su <pureza>, en un mundo de no-dualidad, lo bello ignora lo feo, el amor no conoce el odio, la equidad no conoce la injusticia. Allí, el ser no se expresa más que por lo humano. En esa <octava>, la música es una adecuación del pensamiento, como la filosofía. En eso, Sócrates se expresaba en un lenguaje universal, Mozart supo igualarle a nivel de la música. Los dos son hombres del ágora. A su comportamiento no se le puede adjudicar 17 una dimensión egótica, ni tampoco que sea el resultado de un aprendizaje incompleto o mal absorbido. Su expresión parece natural, respondiendo de algún modo a la estructuración espontánea de la experiencia, que les proporciona el ser profundo que les habita. Sócrates parece haber sido propulsado por la vida, que una madre experta en la materia supo transmitirle. Mozart estaba ya neurológicamente preparado para no secretar más que música, dado el ambiente en el cual fue concebido que constituía para él un baño musical permanente. En un clima familiar cálido, ese canto debió ser integrado por una madre satisfecha de tener un hijo, que iba por fin a traer al mundo, después de muchas esperanzas decepcionadas en sus tres fallidos embarazos precedentes. Como Sócrates, Mozart no hará ninguna concesión en el desarrollo de su ética. Lo que compone es una enseñanza magistral, única, sin errores, sin debilidad y no obstante al estilo de su época. Sócrates también hablaba el griego de su época. Los dos vivieron de forma idéntica las vicisitudes de la existencia, uno confrontado a los delirantes impulsos de la existencia egea (del Egeo), el otro confrontado a las peores dificultades de lo cotidiano. Aunque con la misma plenitud, uno beberá la cicuta mientras dirige un discurso a sus discípulos, el otro de sumergirá en las tinieblas ofreciendo al mundo su testamento de eternidad. De modo que todo lo referente a Mozart, todo lo que él esboza, todo lo que ensaya hace referencia, puesto que se expresa con la música, a reglas ontológicamente presentes en el hombre, y no alteradas por lo social. Obedece – en el sentido total y primigenio del término – a los cánones que rigen las leyes de la creatividad sin que se interpongan jamás, a nivel de composición, filtros que conlleven distorsiones. Al igual que Sócrates, supo hacer la distinción entre esencia y existencia. No permitió jamás que hubiera interferencias entre lo invisible y lo concreto. Incluso en el momento en que sufre tormentas sentimentales, incluso cuando es preso de amargas decepciones, su expresión musical nos muestra que no por ello ha perdido el norte. Evoluciona verdaderamente en la más absoluta abstracción. Navega en ese invisible al que nos hemos referido. Escapa hacia ello y, sin dejar el mundo, se queda allí. Aunque es cierto que le gustaba compartir con otros los juegos y diversiones, que adoraba juguetear y bromear, que deseaba la amistad, no deja de ser cierto que su producción musical ennoblecía siempre lo que deseaba expresar. Logró el ideal, no ese idealismo inspirado que demasiado a menudo atribuimos a ese término, sino el que se desprende de la música antes incluso de que se haya producido, de esa música que solo Mozart supo transcribir con una fidelidad incomparable. 18 ¿Qué pensar frente a tal <fenómeno>? ¡Pues se trata de eso! Mozart no es un gigante, como nos gusta evocar a un titán cuando nos referimos a Beethoven. No es tampoco uno de los grandes que enriquecieron con su genio la paleta musical de la historia. Él es una transfiguración de la música. De algún modo es inexplicable puesto que casi no existen palabras para captarlo y definirlo, y si se pretende hacerlo, uno se pierde. Sería necesario aprehender su ser en toda su sustancia para descubrirle en la plenitud de su producción. Pero ¿cómo conocer los mecanismos íntimos que presiden su composición? El universo de Mozart escapa a los que no pueden ni sospechar lo que es el ser, que no pueden considerar una tal realidad. Además les molesta. Es por ello por lo que los desafortunados censores van a encarnizarse en los detalles de su vida cotidiana, agarrando de aquí y de allá algunas referencias, que les dan seguridad, les satisfacen. Disfrutan introduciendo elementos de comparación consigo mismos, argumentos sobre los que apoyarse y complacerse emitiendo opiniones críticas. Pero Mozart es inabarcable, inaprehendible. No se puede abarcar. Nos invade, nos pone al unísono con la vibración de su ser. Con ello, nos revela a nosotros mismos. El verdadero Mozart está en lo invisible, más allá de lo audible. Es una manifestación encarnada de la música. Logra hacer penetrar en nosotros modulaciones sutiles, difícilmente perceptibles de manera espontánea. Nos insufla la presencia trascendente de la inmanencia (aplicado a la idea de “permanencia en el ser” en oposición a “mudable y circunstancial”). Pero ¿cómo podemos tratar de hablar de Mozart a ese nivel a no ser por toque ligeros, por matices, por los medios tonos, por alusiones? Y en tales condiciones ¿qué nos queda del individuo llamado Wolfgang Amadeus Mozart? Que nadie espere encontrar en él a un hombre común, fácil de captar, fácilmente comparable. Aparte de la música, sobrepasa ampliamente lo que se puede establecer como norma habitual. Rebosa en dones. Aparte del aspecto de la composición que le sitúa donde ningún otro llegó, es excepcional en muchos otros puntos. Es una manifestación de la vida que se expresa en él por la alegría, la felicidad, tanto en la de vivirla como en la de abandonarse a los juegos del niño y al de los adultos. Estaba movilizado por una irresistible pasión. Con una sorprendente perseverancia, viaja por el mundo y de los diferentes países donde tiene que permanecer aprende la lengua hasta lograr decodificar su musicalidad. La música, su mayor don, es, me atrevo a decir, un plus. Un milagroso complemento. Fluye como una fuente viva, chispeante, inagotable. Surge de un lugar desconocido, inaccesible, se dispersa en Mozart y le obliga a componer sin descanso. Hasta tal punto que los episodios de su biografía parecer ser epifenómenos adheridos a su 19 actividad musical. Mozart vivía al ritmo de su creatividad, ya conocemos su abundancia y variedad. Las etapas de su andadura se expresan en una música cada vez más presente. Solo el tiempo pudo dejar desplegar sus alas hacia el espacio infinito donde reside su ser. Allí donde la música se identifica con la esencia. Del nivel desde el cual arranca su música, a medida que pasan los años, llega a una universalidad cada vez más confirmada. Sobrepasa y desplaza las fronteras, o mejor aún las borra. En su música, la persona, sea cual sea su origen, se reconoce en ella. En su expresión musical Mozart accede de manera irresistible a la fraternidad, a la amistad, a la religiosidad en la cual estaba íntimamente moldeado. Conecta y despierta no solamente la admiración de todos los músicos sino también la de los <pobres en música>, que sabe conducir hacia el descubrimiento profundo de las resonancias benéficas de su ser interior. Enciende su potencial de apertura al mundo mostrándoles que el universo vive y canta en armonía con ellos mismos. ¿Cómo captar, en esa inmensidad, el infinito mozartiano? ¿El mismo Mozart podría haberlo logrado? Podremos emitir ciertas ideas, analizar algunos datos a su respecto y, con suerte formular algunas hipótesis. ¿Bastará con todo esa amalgama? No del todo, y sin embargo, como muchos hicieron con él, hemos intentado explicitar nuestras ideas, nuestros sentimientos frente a su obra. Hemos tratado de expresarlos libremente a lo largo de esta obra. Elegido, fue Mozart. Y más que cualquier otro. Sin duda en muchos campos era un aventajado, tal vez algo protegido también. Fisiológicamente, seguro, además de oídos que se hicieron precozmente funcionales, tenía que tener un cerebro fuera de lo común. Pero eso no es todo. Psicológicamente tuvo un plus: el medio familiar. Eso no es una razón suficiente. Era Mozart. Fue concebido por una madre mimada, rodeada y feliz de poder llevar a término un segundo embarazo después de tres fracasos que siguieron al nacimiento de su hermana mayor. Amante de la música, estaba literalmente embebida de ella, aunque ninguna de las composiciones de las que estaba impregnada pudo igualar las que le prodigó posteriormente el hijo que iba a nacer. Durante su maternidad, fue apoyada permanentemente por un esposo previsor, que compartía la suerte que representaba el feliz advenimiento del que muy pronto el mundo se iba a maravillar. Musico, Leopold tenía un talento innegable, aunque menos abrumador del que gozará el niño. Estaba cuando menos cualificado para asumir el puesto de maestro de capilla adjunto de una ciudad como Salzburgo. Los que podían honrarse con un puesto oficial de ese tipo eran raros en la época. 20 Sabemos lo que significaba ser músico al servicio de un príncipe. Había que aceptar convertirse en una especie de criado especializado, viviendo con el servicio y vistiéndose de domingo para divertir al señor en todas la ocasiones y según le placiera. Había que vivir permanentemente en promiscuidad con la gente de la casa, sus sirvientes. Con respecto a las estancias en la vivienda principesca, tenía lugar en los momentos de fiestas, pero la mayor parte del tiempo el músico vivía en la cocina. En realidad, no se daba importancia a su presencia. Se le pedía que fuera un hábil artesano capaz de organizar rápidamente un divertimento con ocasión de las recepciones de la corte. Es verdad que, para un músico, ser maestro de capilla oficial era ya adquirir una alta distinción y, con ello, obtener un status de casi funcionario lo que tenía sus ventajas. En efecto, una relativa seguridad podía ser, en aquella época, un argumento de valor, especialmente para un artista. Por el contrario, éste estaba inmerso en una incertidumbre real, pendiente de los caprichos del príncipe. En función de las estructuras en vigor, conocía las exigencias de su profesión y ya estaba acostumbrado a ellas. No se planteaba hacer otra cosa. Los músicos, los bailarines, toda la gente del espectáculo, en suma, se encontraban condenados a la misma situación. En un ambiente familiar armonioso, pues, nació Wofgang Amadeus. Sus padres eran serios y trabajadores, y se dedicaban a su profesión natural: la música. Su influencia contribuyó sin duda a despertar en el niño ese arte maravilloso, que pronto sabrá llevar hasta lo sublime. El primer lenguaje sonoro que conoció antes y después de su nacimiento imprimió en él, en su sistema neuronal, el modo de expresión musical que debía ser la trama misma de su existencia. También de manera natural adoptará de manera privilegiada ese modo de comunicación y la dominará de manera magistral. Príncipe de espíritu en un medio de criados, Wofgang evolucionará en dirección a señor del pensamiento en un mundo de personal doméstico. Sin igual entre los más grandes, conoce paso a paso los entresijos de las cocinas y las estancias señoriales. Invitado a la mesa de reyes para divertirles, se revela como un compositor incansable, un ejecutante abrumador, al tiempo que desgraciadamente demasiado a menudo se le considera una curiosidad. Por otra parte, está tan lejos de lo común que puede, con la misma facilidad, comer en la mesa de los cocheros y compartir la comida con las personalidades de mayor renombre de su época. En cualquier circunstancia en la que se desenvuelva, sabe sumergirse y navegar en un universo que le es propio, siempre en busca de una música celeste que solo él puede descifrar. Distrae a su auditorio, les ofrece divertimentos incomparables por su belleza y su composición. 21 Éstos no cesarán de embelesarnos y elevarnos. Diría incluso que el interés que suscitan irá creciendo. Mozart parece haber compuesto una obra que continua desplegándose en todas las esferas y en todos los rincones del mundo. Consigue una unanimidad de tan universal que se muestra. Fueran cuales fueran los contrastes y las contradicciones con que ese prodigioso creador se enfrentaba permanentemente en las condiciones de vida que le ofrecía su época, se acomodaba al status de los músicos, para bien y para mal es cierto. Aunque ese ser poco corriente – es lo menos que se puede decir – se encontrará durante toda su vida con situaciones de lo más prestigiosas al lado de los eventos más trágicos, como si estuviera predestinado a no vivir más que situaciones excepcionales. De todas formas, parecía protegido, como marcado con una “varita mágica”. Nada mancilló su creatividad, como Job con su fe. Ni las intrigas, ni las miserias, ni la muerte lograron romperle. Las duras situaciones familiares o sentimentales, al igual que las decepciones más dolorosas, se inscribirán en su composición, pero ésta, sea cual sea la coloración añadida, no quedará alteradas en su productividad ni en su calidad. Su percepción inigualable de lo absoluto debía conducirle sin cesar al trasfondo de su alma y elevarle a la cima de su creatividad. Es por ello que, creyente o no, no podemos hablar de él sin adjudicarle el calificativo de <divino>. Divino, lo era y lo será más que cualquiera pueda serlo. Todos aquellos de su época que le vejaron, le explotaron, abusaron de su amabilidad extrema, han desaparecido. Solo él permanece. Único, vive en ese templo que él ha creado, <musicalizado>, y hecho accesible a los hombres de todo el mundo, de todo tipo y que, gracias a él, se transfiguran. Hemos dicho precedentemente que fue un afortunado, casi protegido. Su creatividad fue engendrada en un nido materno elegido, en el sentido en que lo expresa el salmista cuando no refiere el canto que David dirige a su Dios: <Eres tu el que me hiciste en el vientre de mi madre>. Ese receptáculo fue, para él también, elegido, como designado y comprometido a llevar con alegría a ese niño que iba nacer y que estaba destinado a un excepcional futuro. La elección de la Providencia remanifiesta además dándole a Leopold como padre. Éste era no solo un marido atento y cooperante, sino también un experto pedagogo, que tuvo además el mérito de reconocer desde el principio todas las capacidades artísticas de Wolfgang. Luego, esa devoción total a la formación de su hijo será interpretado de diversas formas. Algunos no dejan de pensar, mezquinamente, que supo sacar partido de la oportunidad de tener un fenómeno a explotar y del cual sacó beneficios sustanciosos. Es fácil 22 hacer un epílogo exagerando, como de costumbre, el lado desagradable <tortuoso> de ciertos críticos amargados a los que molesta lo bello y lo sublime. ¿Quién habría sacrificado sus propias ventajas profesionales y financieras para, como Leopold hizo, dedicarse a la educación musical de sus hijos? ¡Y especialmente, para consagrar todo su tiempo a la de su hijo! Claro, Wolfgang era un superdotado, pero era necesario que su padre lo aceptara y que tuviera un sentido muy agudo de la enseñaza para organizarle de manera equilibrada momentos de arduo trabajo entrecortados con momentos de juego y distracción. Si es cierto que logró desarrollar en su hijo el amor al juego en el absoluto musical, no es menos cierto que fue recompensado por la superabundancia desconcertante de la facilidad de Wolfgang. Además, reconoció sus propios límites y llevó al niño a diferentes maestros más competentes que él mismo. Y ese no es el menor de sus méritos. Se dejó llevar, a veces, por el deseo, comprensible, de dar a conocer al mundo entero a ese prodigio fabuloso del cual disfrutaba cada día, en solitario, ¿qué más natural que desear compartir ese don del Cielo con todos aquellos adictos a la música? Era absolutamente necesario que el mundo disfrutara de ese genio único en la historia de los hombres. ¡Cuánto le debemos a Leopold haber contribuido tan ampliamente a la difusión de la obra de su hijo, que habría sido prácticamente un desconocido si solo hubiera vivido en Salzburgo! Es normal que encontrara resistencia, indiferencia, ya que es imposible provocar un interés colectivo frente a una innovación, sea cual sea. Fue admirable también puesto que consiguió no despertar en Wofgang la mórbida vanidad que sus dones podían suscitar. Mozart nunca se tomó en serio. Era trabajador, buen artesano, superdotado para la improvisación, inagotable en sus fuegos artificiales de sus composiciones y al tiempo iba a distraerse de vez en cuando, como hacen todos los niños del mundo. Lo que su padre le insufla, es el disfrute en la actividad. El mayor placer para Wofgang parece haber sido la composición, tocar el piano, el violín. En pocas semanas se hace experto del órgano. ¿No es la música misma? Está impregnado de música. Fluye de su ser, sin tener que hacer nada. En situaciones favorables, la expresión vital emana como una fuente y se manifiesta a través de ese prodigio. Al igual que un instrumento, sea cual sea, cuando tienen ocasión de expresar la música que permanentemente emana de él. Por suerte para los hombres, ese niño no crecerá. Parece haber llegado a su velocidad de crucero de entrada en su capacidad creativa, aumentando sus conocimientos en función de los eventos, las circunstancias, los lugares, los ambientes. Sabrá sacar partido de todo lo que le sucede y los transcribirá a su manera. Es verdad que cuando 23 llega a una edad, sin perder esa juventud esencial que le caracteriza, y entra en la madurez, siente que el empeño de su padre se convierte en algo un poco asfixiante. Hay que medir con cuidado la magnitud de los conflictos con su padre, que la leyenda se esfuerza en volver despótica. Sus disensiones tomadas con pinzas son menores, comparadas con las que podemos encontrar en los hogares de nuestra época, que no merece la pena subrayar. Sin esa precaución podríamos olvidar la deferencia extrema que Mozart tuvo con respecto a sus padres, su padre en particular. Después de la muerte de ese atento guía, Wolfgang navega a su suerte entre músicos, gentes de teatro, libretistas. A falta de mentor, continuamente tendrá que confrontar amistades que terminarán más o menos felizmente. Muchos de sus contemporáneos descubrieron de lo que era capaz y desearon aprovecharse de él. Mozart, tan inocente como se pueda ser cuando se es esencialmente música, creía en la buena fe de las personas y en la unión fraternal de los hombres. Tuvo que reponerse de muchas desilusiones. Incapaz de promocionarse en un mundo de adultos, no teniendo ninguna aptitud para gestionar su futuro, totalmente falto de organización en el día a día, siguió un peligroso recorrido. Es bien sabido que con respecto a los problemas monetarios permaneció siendo un niño. Como acabamos de ver, Wolfgag se creía liberado de su padre, cuya tutela le parecía algo pesada. Hemos expresado nuestros sentimientos al respecto. Mozart no tuvo la suerte de encontrar un director de negocios, un gestor en suma, o un empresario que supiera ocuparse de él. Por otra parte este tipo de consejero no existía en aquella época. Mozart creyendo en la buena suerte se contentaba, para liberarse un poco, con huir hacia este estado particular donde encontraba el Cielo. Así cuando se ponía al piano, frente a la música, era de nuevo inigualable e inigualado. En ese lugar especial, se sentía al abrigo de las vicisitudes de la vida diaria. Pero cuando volvía al mundo real, no volvía para ser un individuo cualquiera, lo que tampoco podía ser de todas formas, sino un ser angustiado por las preocupaciones diarias. Para gloria de la humanidad y la grandeza de la música, esa situación precaria de niño que se cree responsable fuera de su universo musical, fue sin duda favorable para la eclosión de su obra. Le agarraba y le invitaba sin discontinuidad a evolucionar en esa esfera, en la que fue adulto sin haber sido realmente niño por su precocidad. Por suerte para la humanidad, siguió siendo lo que era. Sin dinero, desgraciado y a menudo traicionado, Wolfgang dejaba fácilmente las preocupaciones que le inflingía la existencia para volver a su mundo, a su peñasco, a su 24 refugio, allí donde nada podía sucederle. Mejor que nadie, encontró la escapatoria en ese estado de trascendencia que sabía reconquistar sumergiéndose en la composición. Allí se bañaba en la música hasta confundirse con ella. Solo él fue capaz de revelarla. No era ni tan solo una encarnación, él fue su tránsfuga. Muchos artistas fueron músicos, y músicos de valor, situados en la cima de la pirámide, pero ninguno fue lo que fue Mozart, la música misma. <Mozart = música, música = Mozart> eso es lo que me parece simplemente, sin réplica. Y sin embargo debo explicarme. Es música y realmente música, lo que no es más que música, más allá de una estructura. No es, en absoluto, solamente una sucesión de sonidos, un desarrollo más o menos armonioso y mejor o peor ordenado, es el desarrollo de una replica incesante de la armonía universal, que es eterna y que no puede mas que resurgir en la infinidad del tiempo. En Mozart, su producción no es una invención, una creación, es la expresión de lo que hay, de lo que él ha percibido y que nos lo transmite irresistiblemente. Él secretaba música como otros secretan poesía o dan lugar a la pintura, pero su producción es impoluta, es pura, sin alteración ni investigación, es la trascripción de lo que hay, de lo que siente de manera única. Es de la misma calidad que los silencios que cantan en nosotros y que descubren el Cielo cuando nos dejamos llevar por nuestros vuelos más elevados, más íntimos. Es el lenguaje del inefable. Es lo que no sabríamos decir de otra manera. Mozart es nuestro emisor-resonador, nos pone en resonancia. Es nuestro verdadero hermano, en el sentido tanto masónico como en el extra-masónico. Es universal, en eso él es katholikos, pues es por esencia un ser encerrado en una envoltura humana. Por otro lado, ¿la catedral en la cual supo hacer brillar su música no es también universal, con sus luminarias galácticas, sus hechizos permanentes, su desarrollo armonioso? Al referirnos a él cualquier reducción es impensable, todo retrato irrealizable. Sin cara, sin forma real. Humano y trascendente a la vez. Es unos ojos de niño siempre alerta y vivo, siempre al acecho, al acecho que lo que había que escuchar. Fenómeno particular, es lo que todos y cada uno deberíamos ser, directamente conectados con el cosmos e irresistiblemente conducidos hacia ello. No fue una anomalía. Es el mundo actual el que parece anormal y permanece irremisiblemente mediocre, impidiendo dejarse expandir a los Mozart que puedan aparecer. Igual que Einstein, Wofgang supo que esa increíble generosidad que el universo le ofrecía de manera natural como procede con todos los hombres- debía ser captada, mantenida, explotada, puesta en acción sin tregua, para siempre. 25 Ser Mozart, es haber aceptado ser Mozart hasta el final. No como un fenómeno transitorio, no como un fuego fatuo. Es ser consciente de haber recibido un don que crece y madura, que se fortifica y se desarrolla a fin de que en fase final, frente a la muerte – el verdadero nacimiento – pueda cantar su propio Réquiem. Éste no podía más que quedar inacabado, por su dimensión, su envergadura. Además es un réquiem por todos. Permite a cada uno proceder a una ascensión que reviste una dimensión cósmica. De algún modo un trampolín que permite a muchos seres humanos acceder a un mundo en el que todo es música. Por lo que respecta al mismo Mozart, no podía ser enterrado en ningún otro lugar más que en el cielo, en el que las orquestas tocan para él, fuera de cualquier tumba, fuera de cualquier paisaje terrestre. Así Mozart es a la vez humano y sagrado, alegre en su alma triste, inocente en su corazón dolorido, amando permanentemente una humanidad con la que a menudo tuvo encontronazos y a la cual ofrece una música sublime como moneda de cambio. Dialogando sin discontinuidad con el universo que le responde. Admirable dúo que los acentos mozartianos vuelven sensible, tangible, irrefutable. Sin esa puerta que sabe entreabrir, estaríamos sordos a los cantos del cielo. Pero en fin, se arguye, Mozart escribió solo en el estilo de su época. Eso es cierto, su música está marcada por su tiempo. A la austriaca, a la alemana. Aligerada a la italiana. Modificada por sus encuentros con Gluck, Haydn, Bach, sus amigos, a los que admiraba profundamente. Pero además tiene ese no-se-que, que me parece conocer, que hace que solo él sea Mozart y no los otros. Ese no-se-que se encuentra en todas sus composiciones, desde sus obras de juventud hasta las de su fin. Es dinamizante, ¿qué más se puede decir?, proporciona una recarga de energía ¿todavía más? Eso significa que cuando se hace pasar la Música de Mozart en ciertas condiciones, que garanticen que el sujeto sometido a la prueba sabe escuchar, observaremos en él varias reacciones. Tendremos ocasión de volver sobre este punto específico en el capítulo consagrado a los efectos de la música de Mozart en el plano pedagógico y terapéutico. Veremos que es el único músico que supo explotar con tanta constancia como eficacia los ritmos fisiológicos. Otros enfoques, también muy elaborados, gastados por el tiempo, actúan de forma diferente. Calmando el cuerpo y el corazón, reduciendo el ritmo de la respiración, calmando los ritmos corporales, ciertas músicas sagradas se ajustan a la dinámica neurovegetativa. Una de las cimas de esas expresiones sonoras es el canto gregoriano sin lugar a dudas. 26 Mozart estuvo literalmente consagrado a la música. Sin duda es conveniente explicar lo que entendemos por ello. Hay una consagración en el sentido en que un ser está destinado a responder a requerimientos o exigencias de gran valor. Recordemos, en la Biblia, a Bethsabé entregada, consagrando a su hijo Salomón a mayor gloria del Señor. Nos encontramos ante un mismo destino. Leopold, sin duda con el consentimiento de su esposa, se libró en cuerpo y alma a la educación de Wolfgang. Algunos despreocupadamente lo achacaron a un milagro. Otros se sintieron molestos ante ese inmenso espacio musical, esa desbordante creatividad. Les confrontaba a quedar reducidos a sus propias dimensiones y se agarraron a argumentos más terrenales. No obstante Mozart no estaba en absoluto ajeno a esa cotidianidad. Estaba impregnada de ella al tiempo que jugaba, cantaba, vivía, que vibraba. Un análisis crítico agudo podría señalar algunos altibajos en su obra. ¿Pero podemos realmente hablar de altibajos? No lo creo. En efecto, en el conjunto de su producción se mantiene una constante, que se expresa de forma diferente en función de un público con diferentes niveles de percepción. Pero su música continua siendo irrefutablemente universal, y, sobre esa trama de fondo, los bordados que presenta no son más que ornamentos de un metalenguaje que permite interpelar a ese o aquel segmento de auditores. El virtuoso encuentra algo más y el hombre de la calle llega a él sin dificultad. Eso también es un milagro. Llegando a las resonancias del alma humana, su obra engloba a todos los tipos comportamentales en un mismo generador fundamental: la pulsación mozartiana, podríamos llamarle. Se me puede reprochar el ser demasiado entusiasta de la música de Mozart. Yo respondería que eso es una alegría para mí. Aunque, tengo que precisar que el objetivo de esta obra no es cantar la gloria de Mozart, otros ya lo han hecho y han consagrado a ello su existencia. Basta con leer la obra de Jean-Víctor Hocquard para persuadirse de ello. Nuestro objetivo no es tampoco cantar el aspecto trascendente y angélico de ese niño genial, otros ya se inclinaron a ello como el teólogo Kart Barth, y algunos con una delicadeza y un tacto notable. Nuestro deseo es, lo repito, estudiar porqué Mozart difiere de otros compositores, no en el plano musical sino en función de los efectos neuro-psico-fisiológicos que provoca esa excepcional música. Excepcional es, ya que es la única que nos ofrece permanentemente respuestas idénticas desde hace cuarenta años, en todas las partes del mundo y en todo tipo de étnias. Actúa como si fuera una música más allá de la música. Es la esencia misma de la vibración primigenia ritmada, cadenciada en sus pulsiones originales, sobre las cuales todo lo demás se podrá fijar. 27 Es verdad que hubo música antes de Mozart, también existió paralelamente a él y la continuará habiendo, eso es irrefutable y la música que precedió a Mozart no fue menor. Pensemos en Juan Sebastián Bach, solo con él nos podría dar la prueba de que la presencia de Mozart no era necesaria. Pero a ese argumento me mantengo totalmente contrario. Bach, sobre el cual volveremos a hablar más largamente, dejó sin duda tras él una obra monumental, de una construcción excepcional, en cuya organización musical transparenta fórmulas matemáticas acústico-sonoras. Se dirige a un auditorio capaz de seguir las reglas de un juego impuesto. Se requiere pues una cultura musical previa para entrever, en el conjunto de una arquitectura sabiamente ordenada, el estallido y el pulso que sostienen la obra, introduciendo de ese modo un cierto elitismo. El mismo Mozart se llenó de alegría cuando conoció en Londres la obra de su ilustre predecesor por medio de su último hijo, Jean Chrétien Bach. Aunque ¿fue realmente un predecesor? No lo creo. Mozart descubrió a Bach con un ardor poco común. A partir de ese contacto, adquirió una mayor facilidad en el contrapunto, pero seguirá siendo Mozart. Admirando a Bach, le deja lo que le pertenece para enriquecerse con lo que le aporta. No hay una continuidad entre los dos compositores. La influencia del anciano no tendrá resonancia formal sobre la obra del joven maestro si no es una profundización, una maduración de la composición musical. Bach y los demás músicos que vamos a volver a encontrar en esta obra fueron gigantes que dejaron obras considerables, admirables, verdaderos tesoros para la humanidad entera. Mozart no es nada de eso. Es un niño superdotado que trasciende la música a partir de la cual modula, canta, se expresa, habla. Comunica con el rey, el príncipe, el sirviente. Dialoga con el virtuoso y se dirige al debutante. Le conduce por el difícil camino de la obra musical sin empujarle, haciéndole siempre creer que todo es fácil. Le acompaña dejándole libre. Insufla un aire nuevo. Transmite su amor por la música. Arrastra sin constreñir. Educa sin intimidar. Da a cada uno la oportunidad de creer que la música se ha hecho para él, que puede continuarla por si mismo en un gesto en cierto modo predecible. Transmite el deseo de componer. Después de todo ¿no es cierto que con él componemos? Ese cerebro joven, particularmente despierto ¿No reaviva en nosotros las potencialidades creativas latentes o ignoradas? Fue realmente consagrado en todo lo que pudo absorber y retranscribir en su corta trayectoria. Estaba destinado a no ser más que Mozart. Que no se vea por ello un deseo de reducción, sino simplemente la necesidad de notar hasta que punto no fue influido por su entorno, sino enriquecido por él. No podía más que progresar. Italia le 28 aportó mucho, pero, aunque se le pudo tachar de italianismo, ninguno de sus contemporáneos tuvo la idea de pensar que era italiano. Francia le enriqueció igualmente, y si es cierto que supo integrar en su paleta todo un conjunto musical e instrumental, no deja de ser profundamente Mozart, incluso en las piezas más afrancesada. Inglaterra, a su vez, le aportará una dimensión totalmente diferente por medio de Jean Chrétien Bach. ¿Es realmente germánico, austriaco? Desorienta, pues no se parece más que a si mismo. No pertenece a ninguna nación. Nació en Salzburgo, pues en algún lugar debía nacer, y, a decir verdad, el lugar no estuvo mal elegido. Además es miembro de una familia muy particular de la cual sabrá sacar toda la quintaesencia. Mirándolo bien, es más de una época que de un país. Es de todas partes. Absorberá a los músicos anteriores y a aquellos de su época capaces de aportarle una enseñanza, luego preparará el camino de sus sucesores. Ya en él se perfila una apertura hacia el romanticismo. Sus innovaciones, a menudo de lo más audaces, anuncian a los compositores que le van a suceder. Toca a todos los géneros que el siguiente siglo sabrá explotar. Mozart está realmente consagrado ya que no vivió plenamente más que a través de la música, mientras que se pierde en un dédalo cotidiano que no logra gestionar más que con considerables dificultades. Recorriendo sus obras, se pueden saber las fluctuaciones de su alma, pero de manera delicada, sutil, sin que haya un desarrollo excesivo. Modulando al estilo Mozart, propone un tema musical que estará totalmente despojado de nociones de tragedia y de dramatismo. Nos hará vivir y sentir en el trasfondo de nosotros mismos el sentimiento del dolor más agudo, pero siempre, lo que haya de más trágico será transformado, trascendido. No hay más que recordar el drama percibido en el Réquiem para ser conducido más allá de la muerte, a través de una angustia que recuerda la agonía de Cristo profetizada en el salmo XXII. En el momento en que las fuerzas le abandonan y mientras los sobresaltos le permiten todavía escribir, en ese momento crucial, exclama, grita que él también se siente perdido y abandonado. Se dirige a ese Dios que busca en esa hora esencial diciéndole: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos de aportarme socorro, de oír mis palabra suplicantes. 29 ¿Estaba entonces en un estado de agotamiento? Aunque su música continúa con fuerza: Fuiste tu quien me sacó de las entrañas maternas.. En tus brazos, fui dejado desde mi nacimiento. En el seno de mi madre, tu fuiste mi Dios. Y añade: Proclamaré tu nombre ante mis hermanos, tu del que solemnicé las alabanzas en las grandes asambleas. He ahí la súplica final de Mozart, su Dios: la música, aquella propia de lo divino. La dimensión metafísica no tuvo jamás otro sentido para él. Fue feliz como el niño que entreabre el velo que le esconde la cara de su Dios. No hay otra expresión más que la alabanza a Dios en todo lo que escribe. Expresa lo humano a través de su humanidad trascendiéndola hacia lo que tiene de más noble y más desnudo. Eso nos conduce de manera natural a considerar a Mozart como un verdadero iniciador, es decir como un guía que nos arrastra hacia una aventura primigenia, en algún modo iniciática. ¿El iniciado no ese excepcional elegido que vibra con las resonancias que marcan el comienzo de los tiempos, el inicium en suma? Sucede como si estuviera relacionado con la eclosión del mundo en el momento de su expansión inicial a fin de relacionar su vivencia presente a las modulaciones de un futuro que no podría haber existido si no estuviera determinado por un pasado ya franqueado y sin embargo en evolución. De modo que esas resonancias primigenias cantarán en el alma del iniciado. Serán generadores de su inspiración. Variarán en función de nuevos modos de expresión de la armonía primordial. Naturalmente algunas derivaciones irán a veces hasta el extremo, llevando a obras musicales sin gran relación con los cánones primitivamente establecidos. También se va a calificar de <musical> a cualquier sucesión sonora que emerge de la fantasía de ciertos compositores, que olvidan incluso las leyes que se refieren a las respuestas corporales con respecto a los sonidos, las frecuencias, los ritmos. Cualquier evocación musical, sea cual sea el instrumento utilizado y el modo de ejecución, llega al único instrumento receptor-productor: el cuerpo humano. Es para él y en él que se inscribieron las leyes armónicas. Y la música no tiene lugar de ser más que si están en correspondencia con las posibilidades de integración del aparato 30 corporal. Todas las capacidades potenciales están inscritas en él, como lo están las que se refieren a las lenguas, cuyos diferentes parámetros dependen únicamente del uso que se sabe hacer de ellas. El iniciado es aquel que nos indica el camino, que nos evita los escollos y que nos da las llaves de las puertas a abrir. Sin duda Mozart estuvo fascinado siempre por ese sentido de lo maravilloso que resonaba en el fondo de si mismo, por ese universo simbólico, por esa profusión de imaginería que se le ofreció a lo largo de sus investigaciones sobre el mundo sobrenatural. Sin duda nunca abandonó ese sentido de lo maravilloso en los momentos en que se abandonaba a los abundantes flujos de inspiración. Me gustaría precisar que se trata de exactamente de inspiración y no de su inspiración, como se invitaría a afirmar en el discurso habitual. Mozart estaba lleno de intuición. No da la impresión de considerar como suya su obra musical. En general se intenta determinar el valor de una partitura refiriéndose esencialmente a su autor y además haciendo creer que el compositor se adjudica su paternidad. Mozart está literalmente invadido por esa efusión que emana de él y que logra materializarse por la más sutil de las concretizaciones: la música. El objeto sonoro, en su enfoque, adquiere cadencia, ritmo, melodía, estructura. Pero eso ¿no es lo propio de cualquier composición? ¡Naturalmente que si! Cada cual tiene su especificidad, su calidad, su huella, la que le designa, que hace que se reconozca, que se la aprecie, que le asigna una etiqueta de su tiempo, de su época. Pero, en eso, Mozart es diferente. Totalmente diferente, hasta dar la impresión de no ser nada, nada más que la música. Por ello se cristalizan en la música del momento presente no solamente la del principio, sino en la del futuro. Si la fuente es primordial, la base está ya establecida que dará a la obra del presente, la de Mozart en este caso, la dimensión profética que podremos reconocer en la producción de compositores posteriores. Así nos aparece un Mozart iniciador más allá del iniciado. ¿Quién puede pretender serlo tanto como lo fue él? Tal vez Pitágoras en su época llegara a una cima similar, mientras que Sócrates derivaba hacia un modo de expresión diferente, pero también molesto. Sin querer extendernos excesivamente sobre este tema, digamos que un Einstein también oyó, a su manera, la música celeste a través de formulaciones fulgurantes sobre el universo, a través de sus ecuaciones. Sucede con Mozart como con Einstein. Los dos sabrán descubrir el mundo de la transparencia de su ser visionario en su diálogo con el infinito. Desgraciadamente, por una masiva incomprensión, la amplitud de tal dimensión será calificada de ingenuidad. La mirada infantil de 31 esos dos <escuchantes> ¿no nos indica que no fueron influidos por el mundo de hombres entre los que vivieron? Permanecieron huidos en sus dinámicas internas, conectados solamente con lo esencial, actuando como cometas en el universo existencial de los hombres. Mozart, ya que hay que llamarlo por su nombre, no tiene identidad real. Su nombre es como una especie de referencia, de baliza. Pero él se sitúa más allá del nombre, más allá de la identificación, tanto como pueda lograrlo el Ser. No tiene que acceder a ello ya que está en el epicentro de toda creatividad. La especificidad subyacente que dará una coloración a su producción artística, su poética dependerá seguramente del instrumento corporal capaz de traducir con resonancias propias todas las evocaciones suscitadas por la modulación del Ser al nivel más esencial. Transpuesta en el sentido más fuerte del término, esa modulación recogerá el material acumulado bajo el efecto de lo aprendido que forma el conocimiento. Toda creatividad está necesariamente expresada por <el ente creador>, que hace juegos malabares con los medios disponibles, es decir con los datos del lugar y de la época, sobre las cuales se modela la cultura. Toda cristalización en el tiempo marca el gran momento de la andadura de la humanidad con un empuje que irá hasta el agotamiento, hasta la amortiguación de ese impulso, casi hasta su extinción. Hasta tal punto que será necesario un renacimiento a partir del initium. Todo es modulación de principio, todo es perpetua evolución. Mozart trasciende la música. Tiene sus momentos de éxtasis en los que se sitúa en un estado de verdadera secreción. Bajo la influencia de una especie de escritura espontánea, proyecta lo que le invade. En ese momento está en un estado primigenio, iniciático, que no podrá evitar pues esa situación es vital para él. Canta con su ser, vive con ello. Está a su merced a pesar de él mismo. Tiene esa doble y fuerte pertenencia que hace de él el niño que juega y más tarde el adulto que vive. Le convierte en un emisario que trasciende la escritura musical tal como debería ser. Claro, doscientos años han pasado desde la desaparición de ese gigante de la música. Y sin embargo su presencia se acrecienta como una realidad profética que se afirma con el tiempo. Mozart continúa siendo, sin duda todavía por decenios, el iniciador para las futuras generaciones. 32 4. El milagro mozartiano. Mozart, que marcó tan profundamente con su huella toda una época, evolucionó sorprendentemente en un plano intemporal, casi sobrenatural, por su modo de expresión se inscribió fuera de los límites del tiempo. Es verdad que su obra ha jalonado la historia hasta conferirle el poder de hacer cristalizar alrededor de esa huella uno de los momentos más cruciales que jamás haya conocido la humanidad, por lo menos en lo que a la música concierne. Pero, es fácil de concebir, es casi impensable que una presión inducida por un empuje creador tan potentemente y tan magistralmente dirigido no influyera en las diferentes clases de la sociedad. Y tanto más puesto que supo llegar a los diversos grupos culturales, no solamente a aquellos situados alrededor del punto de partida inicial, Salzburgo, lugar de nacimiento de Mozart, sino también a los de la Europa del momento, que influirá con su prodigiosa creatividad. Sin duda habrá que esperar todavía mucho tiempo antes de poder discernir las consecuencias de su paso por la tierra. Solamente el paso del tiempo permitirá ver manifestarse la progresión de lo que ha dejado germinar con profusión. Mozart, claro, debía recorrer una trayectoria poco banal, particularmente densa. Debía cruzarla al estilo del rayo, animarla con un fervor incomparable, individualizarle hasta erigirle hacia un espacio de tiempo referencial de la historia de la música. Y también en la historia a secas. Su vida es y continuará siendo uno de los eventos determinantes de la aventura humana. Es muy difícil, a escala del pensamiento mismo, proyectar la imaginería alrededor de un personaje cuya dimensión llega a la de Mozart. Solo se le puede dibujar de manera parcelaria, casi por migajas, de tan difícil que resulta captar su globalidad. Inabarcable en si mismo, no puede ser más que intuido por aquellos que se donaron, por gusto o vocación digamos que exegética, al estudio en profundidad de su producción. Es posible conocer la obra de un autor, penetrar en el pensamiento de un filósofo. En realidad, es aparentemente fácil analizar una obra literaria o musical, o familiarizarse con algunos conceptos científicos, pero es algo diferente cuando se trata de captar la totalidad no solo de una obra procedente de cualquier autor, aún de calidad, sino de un sujeto excepcional. Y ¡Solo Dios sabe como lo fue Mozart!. Desde la infancia, es un enigma. Se cree comprenderle en una de sus dimensiones, y desborda por todas partes. Se pretende seguirle en una de sus direcciones, y ya, se escapa por una vía hasta ese momento desconocida. Es tan inesperado como repentino como las ideas en si mismas, que en él, rebosan de intuición. Mientras que al abordarle, 33 llevado por el empuje que él mismo genera, todo parece suceder según un proceso evidente, como algo natural; al cabo se descubren abundantemente nuevos senderos ignorados, inesperados. Sin embargo nada parece insólito. Mejor aún, todo se hace evidente, hasta llegar a pensar que no podía ser de otra forma. En todo caso, la solución que propone de manera tan deliberada como la suya, aparece luego sin duda, como la mejor y de mucho. Es en esa permanente creatividad, siempre con una mezcla de provisional y de imprevisible, en la que se instaura como algo evidente el milagro mozartiano. Analizar implica la necesidad de objetivar. Eso significa que hay que lograr no solo a crear una perspectiva suficiente a fin de no estar demasiado cerca y con ello perder la visión de conjunto, sino también ofrecer en todo momento una aclaración suficiente de la globalidad de la obra. Con Mozart ¿eso es verdaderamente posible? ¿Podemos seriamente imaginar un estudio que se considerara exhaustivo? No lo creo, de tan inmenso que es el territorio que Mozart supo explotar su creatividad, que parece no haber habido otra igual más que la propia creación. Su propio universo está hecho del mismo universo, captado en su esencia y exclusivamente bajo el ángulo de la música. Es tan impensable, incluso con una pretensión desmesurada, plantearse, bajo el ángulo que sea, acotar una inmensidad tal. Para comprender realmente a Mozart, habría que estar dotado de sus capacidades, aunque esas no se hubieran manifestado en el campo de la expresión musical. Sería bueno además tener una precocidad idéntica a fin de percibir de manera aguda los mecanismos inherentes a las del niño, luego a las del adolescente, y a fin las del joven adulto. Existen tan pocos ejemplos de tales eclosiones que, rigurosamente, solo Mozart podría haber sido designado para intentar tal investigación. Al insistir en querer, por todos los medios, integrar a Mozart en la historia de la humanidad es cuando se le ve sobresalir. Cuanto más se desea encerrarle en un marco humano, más desafía cualquier investigación. Él es tan múltiple, a la vez que compacto, que a su lado los demás parecen sin sustancia, sin consistencia. En su diversidad, está profundamente unificado, hasta evocar lo único. Solo él, conduce hacia lo absoluto lo cual permite sospechar la multitud de facetas. Ilumina en todas direcciones sin que por ello puedas penetrar en la profundidad de su intimidad, ni abarcar la totalidad de su extraordinario recorrido. Al igual que el absoluto al cual acabamos de compararle, Mozart permanece idéntico a si mismo en cualquier lugar que se encuentre. Siempre igual en su sorprendente y desconcertante variedad, es sin cesar él mismo, adornándose de múltiples formas que solamente su genio creativo dejaba fluir con una profusión casi inconcebible. Este 34 modo de flujo y reflujo permanente, ese fluir renovado sin cesar, esa productividad inagotable a la cual nos encontramos confrontados cuando nos adentramos en el universo mozartiano. Éste nos parece sin límites. Tampoco vamos a dejar de evocar sus mundos múltiples, sus universos diferentes, su cosmos de alguna forma. A decir verdad, Mozart, no puede ser considerado más que en otro plano. No es que esté claramente fuera del tiempo, sin duda incluso podemos decir que está más incluido en él de lo que podemos pensar. Todavía más, él mismo fue una de las marcas del tiempo mismo. Pretendemos decir que él es más que un evento que tenia que marcar con su impronta el paso temporal. En una palabra, nos parece estar a la vez más aquí y más allá del recuento de los días al cual nos referimos ordinariamente. Se funde con el paso del momento, en el sentido de que su obra se inserta admirablemente en su época, pero que se acomoda igualmente a la música preexistente en lo que tiene de más noble. De todas formas no se puede hablar de simple continuación no de revolución innovadora. Por otro lado no podemos delimitar con certeza la influencia de su paso por el universo de los hombres ya que parece continuar y perpetuarse a través de los compositores que le sucedieron. Sin embargo que no se malinterprete, los que vinieron a continuación, aunque estuvieran ampliamente influidos, casi profundamente inducidos hacia una o varias de las vías que Mozart había trazado anteriormente, jamás entraron en ello en la totalidad de su obra. De todas formas, ésta sigue siendo exclusiva, al igual que su potencial creativo prácticamente inigualable, sobre todo si consideramos el corto paso de ese prodigioso músico entre los hombres. Por lo que se refiere a la composición, un punto particular sin duda se puede destacar e imitar, un aspecto retomado y explotado, pero no brillaran, en ningún momento, con esa singular abundancia tan característica de la obra mozartiana. Estar unido al tiempo hasta no ser más que él mismo, eso podría definir a Mozart en su obra tan fecunda, en su vida tan fusionada con su creatividad que caeríamos en la tentación de considerar a ese prestigioso <fenómeno> como el mismo arte. Es muy incómodo separar su vida humana de la de su obra. Todo está íntimamente mezclado, pero a todo creador portador de innovaciones se le considera como un perturbador que desbarata el orden establecido. Naturalmente al tratar de Mozart no podía ser diferente. Verdaderamente se situó tan más allá de las normas, lo que debía ser molesto. Primeramente, para aquellos que se tenían como los principales actores de la vida artística de la época, se convirtió rápidamente en un perturbador. Por otro lado fue un obstáculo para todos aquellos que se creían investidos de un <innegable genio> Confundiendo ese don del Cielo, del cual carecían totalmente, con los puestos que ocupaban, muy a menudo gracias a intrigas, 35 brillaban por su maquiavelismo más que por la calidad de sus obras. Mozart tuvo que confrontarse con aquellos que se percibían como representantes incomprendidos de la nueva generación. Hay que añadir a los que estaban tan alejados, tan superados por el carácter excepcional de ese monstruo sagrado, que eran incapaces de apreciar en su justo valor una obra como esa. ¿No era esa obra el testimonio de la generosa e imparable creatividad que brotaba como una fuente inagotable bajo la pluma siempre alerta de Mozart?. De modo que, por los celos de unos, ignorado por otros, ocultado por algunos, literalmente vilipendiado por algunos <grandes> de ese mundo que no tuvieron la buena suerte de descubrirle, Mozart se diluía, sorprendentemente sereno, en el magma social que le rodeaba. A pesar de algunas reacciones violentas contra tal mediocridad, recuperaba la maravillosa facultad de sobreponerse a esos altibajos de humor, llevado como lo estaba por su fantástica e inagotable necesidad de secretar esa música que le invadía. No podía contenerse de tanta como tenía. En realidad, aparte de algunos raros encuentros, Mozart no fue tenido en cuenta más que episódicamente. De ese hecho podemos valorar mejor la atención vigilante que su padre aportaba. Sería demasiado fácil formular contra Leopold mil y un agravios. Se le acusará, dependiendo del momento, de haber provocado múltiples tensiones, a las cuales Wolfgang debía feliz y sanamente reaccionar. Son, como hemos dicho anteriormente, incidentes menores, por poco que nos tomemos la molestia de considerar las relaciones paternofiliales comunes. Intentemos reunir los tandems padre-hijo de esa calidad y seguramente quedaremos sorprendidos, sino estupefactos, al constatar que nos encontramos ante un caso excepcional. Indudablemente un caso único. Es verdad que para crecer, el niño y luego el adolescente reacciona sacudiendo o intentando romper lo que cree que son las cadenas que le atan. A veces las sacudidas pueden ser brutales. En efecto, las relaciones que unen los niños a sus padres evolucionan en un modo afectivo. Interfieren con las de los mismos padres, capturados en el juego de interacciones, que tienen el peligro de encerrar hasta casi aprisionar a cada uno de los actores de la vida del hogar en una dinámica de la cual, muchas veces, es muy difícil escapar. En eso también Mozart es un ejemplo singular. Incluso en sus tensiones más fuertes con su padre, dejará subsistir y manifestarse una indefectible unión hecha de un infinito respeto hacia aquel que no solamente le dio la suerte de nacer, sino que también supo como persona conducirle por la vida. ¿Quién podría pretender hacerlo mejor? Sin duda, aquí como en todo lo demás, Mozart nos aporta la mesura humana de lo que son las relaciones parentales, incluso cuando parece reaccionar fuera de las normas habituales. Recordemos especialmente 36 su comportamiento, como mínimo desconcertantes, con ocasión de la muerte de su madre durante su estancia con ella en París. El dolor solo podía sentirlo a través de la música. Mozart voló siempre a un nivel inaccesible, pero gracias a él, hecho extrañamente presente, al tiempo que lograba convidar a su público a tomar el vuelo con él. Lo invitaba a evolucionar con él en un universo multidimensional en el que sabía guiarle, trazarle caminos de infinita simplicidad al tiempo que iniciándole en la mayor complejidad. En su compañía, cada uno de sus oyentes podía situarse en un punto culminante desde el cual todo se le mostraba, en el que todo se le develaba. El mundo parece progresar así bajo sus ojos, al tiempo que es actor y espectador, fijado en ese lugar indefinido del espacio en el que todo se mueve en una incesante inmovilidad. El universo se le revela mientras que cada evento anuncia su presencia efectiva en el mundo. Extraña visión o sorprendente perspectiva, la que se desprende de ese panorama y que ofrece a quien lo desea el espectáculo del despliegue del cosmos en su evolución. Ya San Juan de la Cruz, en toda su poética literaria y pictórica, a menudo nos arrastró con él a ese principio del mundo, antes de la existencia del tiempo. Es ahí y solamente ahí donde hay que buscar a Mozart. Ahí se muestra en su totalidad. Ahí donde él manifiesta lo que es y no lo que parece ser, más allá del mismo Mozart, Mozart es. Es esencialmente. Se le ha caricaturizado. ¿Es necesario que enumeremos, para aportar la prueba, las diversas producciones ofrecidas al público durante las últimas décadas? Disfrutan difundiendo informaciones que son todavía más peligrosas puesto que utilizan la imagen como soporte. Es verdad que es más cómodo divulgar banalizando que pretender obtener el mismo resultado respetando la altura de miras necesaria, y aquí manifiestamente indispensable. Mozart se inscribe en el tiempo, y de manera yuxtapuesta y no contradictoria, fuera del tiempo. Es irrefutablemente parecido a cualquiera, pero también, curiosamente, muy diferente de todos, en ese sentido en que es tan múltiple en su creatividad como se pueda imaginar. Aunque podemos atrevernos a avanzar que es de una estabilidad a toda prueba en la variedad, siempre permanece igual a sí mismo. Mozart recorrió así su trayectoria humana como un evento fuera del tiempo real, grabándose como una marca temporal indeleble sobre la que el tiempo mide sus espacios. A medida que los años y los siglos nos separan de su paso por este mundo, su presencia se acrecienta, su obra se expande para que el fin se encarne más allá de todo tiempo y de todo espacio, llegando así a su verdadera dimensión en su universalidad. 37 5. Mozart y el ritmo Mozart vivía manifiestamente a un ritmo poco común. ¿Podía ser de otro modo? Francamente no. Fuera del tiempo, se bañaba únicamente en lo intemporal, navegando en un espacio multidimensional. Y sin embargo la música debería haberle encaminado hacia el recuento del transcurso del tiempo. ¿No es así siempre? La medida cadencia el desarrollo de la música y le da su especificidad temporal dándole su tempo. ¿No fue creada para resolver el problema de la cuantificación del tiempo? Nada más cierto, y sin embargo nada de más sutilmente falso en Mozart. Me explicaré. El marcado del espacio temporal es el resultado de una iniciativa puramente intelectual. Gracias a ello, es posible que el músico se oriente. Pero nace de una decisión de lo más arbitrario por la cual un espacio temporal, un lapso de tiempo en suma, debe ser cortado, como si fuera un camino delimitado en porciones en función de una unidad métrica elegida como patrón. Hoy en día no sabríamos vivir sin contarlo todo, sin medirlo todo. De modo que el espacio está jalonado de mojones y lindes y el tiempo marcado por los días y los años. En el orden temporal, el día mismo, suma de horas, no la imaginamos sin el paso de los minutos que se desgranan segundo a segundo. Todo tiene una medida mentalmente concebida y particularmente elaborada. Lo infinitamente pequeño está dotado de su realidad mesurable, mientras lo inmensamente grande se muestra dosificado en años luz. Allí, lo infinito espacial encuentra la eternidad, mientras más allá de los componentes del átomo el tiempo se reduce al espacio. De ese balanceo, aparece la unicidad a doble cara del espacio y del tiempo. La música que materializa el espacio en su dimensión acústica asegura su medición por el tempo. Esa situación tiene de entrada algo de paradójico. Sin embargo, se corresponde con nuestra comprensión del mundo en el que todo es magnitud y movimiento. Desde los desplazamientos siderales de las estrellas y de los astros hasta la agitación aparentemente caótica de los campos moleculares, todo se mueve. Pocos trayectos son simples en realidad. Raros son aquellos que merecen ser calificados de lineales. Por regla general son compuestos y a veces muy difíciles de estudiar. Otros, todavía más complejos, exigirán un arsenal matemático muy elaborado para clarificar los mecanismos de su espectro cinético. La linealidad se busca permanentemente, pues se muestra como el medio más seguro para reducir las dificultades de análisis. Todo movimiento 38 complejo puede siempre ser transformado en una serie de movimientos simples, fáciles de estudiar y de expresar en fórmulas matemáticas. Dado que en este mundo de hombres en el que todo es movimiento, todo es necesariamente medida. De ello se deriva a la vez una diferenciación y una convergencia entre el espacio y el tiempo. Pero usando dos modos de mesurar para el uno y el otro, se produce una separación que les diferencia de manera radical. Ha sido necesario esperar mucho tiempo hasta que se haya despertado la conciencia de su similitud. Todo procedimiento de medición, tanto si es de una o la otra de esas dimensiones, se aplica al movimiento, es decir a la medición de un espacio en el tiempo. La música es un flujo sonoro en un medio, así pues en un espacio acústico que, determinado por sus propiedades físicas, es portador de la onda sonora. Esta característica se la confiere su elasticidad interna que le es específica, como sabemos que lo es para cualquier material, y que depende de algunas condiciones ambientales tales como la temperatura, la humedad y la altitud especialmente. Pero ese movimiento de la onda, provocada por el sonido, exige un tiempo para expandirse por el medio. Hay una estrecha relación entre los dos parámetros que definen por un lado el espacio y por otro el tiempo. En definitiva lo sobresaliente de esa estrecha relación es que cada uno da medida al otro. Las particiones del espacio por la onda sonora determinan el tempo. De modo que la unidad elegida podría haber sido el metro y sus derivados: el decímetro, el centímetro, etc. El sistema métrico en realidad no es más que una respuesta analógica del espacio temporal recorrido. Sin embargo el tempo introduce valores más apropiados y lleva a establecer toda una métrica propia de la música: el tiempo musical. Pero ese también es el resultado de una convención arbitraria que prescribe que el desarrollo musical se parta en valores llamados <tiempos>, a su vez fragmentados en submúltiplos: la blanca, la negra, la corchea, la semicorchea, etc. La variedad del tempo añade una dimensión relativa al caudal, o flujo, de la ejecución, es decir a la velocidad. Se habla de su rapidez o mejor de su celeridad. Así, más que precisar la velocidad kilométrica de la onda sonora, se estipula el número de latidos o golpes del metrónomo. Es innegable que esa es una dimensión humana de las más fabulosas: la de haber introducido la medición. Y la medición de todas las cosas. Gracias a ello toda forma está cristalizada en sus mediciones, al tiempo que está unida e inserida en el mundo del entorno. Conserva su entidad a tiempo que afirma su pertenencia exacta y cuantificada al catálogo de los eventos inscritos en el almanaque del tiempo. 39 Sin duda el pensamiento adquirió su dimensión realmente humana el día en que la conciencia de la medida hizo cristalizarse el universo de las cosas y de los hombres. Desde entonces las formas, las dimensiones, los volúmenes, las distancias dieron el sentido a una realidad. Ésta a su vez introdujo las cadencias y los ritmos. Era la conquista del espacio y del tiempo por el sonido. La modulación acústica se hizo música. Ella es para nosotros la esencia de todo lenguaje. También es su germen. No puede haber palabra sin un sustrato sonoro y, lo que es más, sin que ese último sea musical. Me parece esencial insistir en el hecho de que la música preside la eclosión del lenguaje y contrariamente a la opinión expresada habitualmente, la musicalidad de una lengua es su testimonio. Todo idioma se inserta en un soporte sonoro modulado, sobre el cual las palabras manifiestan su presencia y se sincronizan al ritmo de fondo de ese canto primigenio. El ritmo es pues fundamental. Pero cuando se intenta determinar sus leyes, corremos el riesgo de que se imponga por la fuerza y provoque limitaciones. También la lengua puede quedar encerrada en una arquitectura a veces muy elaborada pero al cabo estancada. Tendremos ocasión de volver a hablar de esas <catedrales musicales inflamadas> que obligan a <rezar> al unísono de su cadencia sin respetar las resonancias propias e íntimas de cada uno. Hay que recordar aquí que la música, para ser escuchada, exige una sintonización del <instrumento cuerpo>. Cuando éste se encuentra sumergido en un baño musical, puede acusar dos comportamientos diferentes. O bien se ofrece sin resistencia, y su adhesión es total. Está en concordancia. Vibra con ella. O bien manifiesta un rechazo, vivido como un obstáculo, sin concordancia neuropsicofisiológica, que no está en simpatía con la expresión del compositor. La música es pues para nosotros el sustrato mismo del lenguaje. Es su base. Sus cualidades se descubren en función de lo que despierta en el momento del fluir de esa infraestructura. El cimiento permite presentir el edificio. Mejor aún, ese aparente comienzo puede estar ya admirablemente construido como lo fueron esos arcos ojivales que abrigaban los prestigiosos templos, sobre los cuales se construyeron edificios no menos suntuosos. Las sucesivas superposiciones se proyectaron en el espacio como la expresión cada vez mas elaborada de un modelo de base que daba ya por si mismo el género y el tono de lo que se generaría luego sobre eso primeros materiales. De ese modo la música aparece como la capa más profunda de una serie de estratos, que van a ver superponerse sobre ella primero la poesía y luego el lenguaje. Pero desde el principio, a nivel de la primera generación de construcción de la base, es decir la música, podremos 40 distinguir numerosas variantes. Permiten diferenciar las diversas expresiones musicales. Y Dios sabe lo numerosas que pueden ser, al igual que las formulaciones poéticas que se manifiestan bajo las formas más inesperadas, yendo desde la creatividad en estado puro hasta la secreción egótica más exagerada. Es evidente que la poesía que salga de ello y el lenguaje que se le adhiera tendrán un singular parecido. Como no podría ser de otra manera. Por otra parte, cuando la palabra preexiste y que la música viene en su apoyo, asistimos a una verdadera <fusión> entre el texto y la frase musical. Entre el autor y el compositor. La comunicación que une a los dos modos de expresión sostenido por la palabra y la música constituyen en realidad la emergencia de una misma manifestación. Goza de dos formas aparentemente diferentes, pero en las que la semántica intrínseca sigue siendo la misma fundamentalmente. Para convencerse de ello, solo tenemos que recordar la sutil adherencia de la música de un Duparc o de un Fauré a los textos uno y otro decidieron elegir y hacerlos cantar. Pensemos en los lieds de Schumann o de Schubert que fusionan tan íntimamente su música a la poesía. Hasta tal punto que no podríamos recitar los textos recogidos de ese modo sin añadirle el fraseado sonoro que cada uno de esos músicos supo asociarles. Amar la música, es en realidad poder entrar en plena armonía con ella. Es ser uno de los <instrumentos> esculpidos fisiológicamente y modelados culturalmente para integrarla. Para ejecutarla en uno mismo. El esbozo de cierta sensibilidad encuentra siempre su espacio en cada uno de los seres vivos y tiende a manifestarse en un momento u otro. De modo que amar a Chopin, es vibrar con su expresión musical como lo haría un instrumento afinado a las mismas resonancias, un laúd por ejemplo. Las cuerdas empiezan a vibrar, reproduciendo a su vez un canto musical idéntico. Existen también momentos en los que esta misma música no produce ninguna vibración en nosotros. Eso significa que damos muestras de falta de disponibilidad. En uno y otro caso, se puede deducir que en función de nuestro humor estamos receptivos o no. Es decir, que la naturaleza humana es variable en ese campo como lo es en otros. Algunos temperamentos estarán, por afinidad electiva, siempre mas cerca del romanticismo de Chopin, puesto que su constitución de base será del mismo tipo, es decir del género melancólico. Es pues estar alineado con los autores de Mazurcas, Valses y Nocturnos para resonar con su lenguaje musical. Es estar afinado, acordado, a su fraseado, a su manera de expresarse por la música. Es estar adaptado a sus cadencias, de acuerdo con sus ritmos vitales. Como podemos constatar aquí, el músico-compositor lleva con su estela a todos aquellos dispuestos a dejarse llevar. Sin duda para él es 41 la situación más ventajosa. No habrá dificultad para ser apreciado. Naturalmente algunas épocas fueron más favorables a ciertos temperamentos. Aunque, aquellos que, por esencia o por naturaleza, son de ese tipo se encuentran siempre proclives a dejarse mecer por modulaciones sonoras que hagan cantar sus ritmos de base. Eso significa que incluso aquel que no es músico por falta de una educación previa, se sentirá siempre más o menos atraído por un ritmo que, fisiológicamente concuerda con el suyo. Es verdad que podemos encontrar oídos a-musicales. Aunque pueden ser rítmicos. También los hay que no son nada, por lo menos frente a la música. Recordemos que, en nuestra jerga, a la cual el lector empieza ya a estar acostumbrado, a los músicos les llamamos ya sea <cocleo-vestibulares> o ya sea <vestíbulo-cocleares>, en función de las dominancias cocleares, es decir melódicas, o las dominancias vestibulares, es decir rítmicas, y luego los <vestibulares> cuando son únicamente rítmicos. Además están los que no son <nada>, como acabamos de mencionar de forma algo abrupta, pero que afortunadamente tienen un oído interno. De todas formas, las múltiples funciones que contribuyen a la obtención de una buena escucha son defectuosas en ellos. Aunque los esfuerzos de compensación que son capaces de mantener se centran casi exclusivamente en el lenguaje. No cabe duda de que un análisis fino de su manera de hablar revelaría alteraciones sea sobre el timbre, sea sobre la fluidez rítmica. La persona dotada de un buen oído y que además ha sabido conservarlo – quizás gracias a un aprendizaje y luego a una educación musical potente – sabrá a priori apreciar la música. Elegirá un número más o menos amplio de compositores. Sin embargo no podrá evitar hacer su selección, sea cual sea el eclecticismo de su cultura. Es decir que su <resonancia fisiológica musical> será sostenida por algunos músicos más que por otros. El porqué de esa elección casi exclusiva de compositores, de músicas, de hecho es simplemente porque existe entre el creador y su público un denominador común, una particular resonancia en la cual el ritmo tiene una gran importancia. Hablar de ritmo, es introducir la noción de movimiento, tan específicamente sentido y más aún percibido en el avance cadenciado de la medida, hecha visible por el gesto del director de orquesta, por ejemplo. Sin ir hasta los ritmos que arrastran a las masas de manera irresistible, como las marchas militares, podemos decir que toda expresión sonora que se hace musical marca un transcurso en el tiempo. Nos lleva a adoptar los movimientos que arrastraron al músico en el momento de su inspiración. Nos invitan a casar con las mismas cadencias, aquellas que le sostuvieron durante su 42 improvisación, a condición, naturalmente, de que éstas estén en concordancia con las posibilidades rítmicas y gestuales del oyente. Pero, ya que hemos elegido primeramente centrar nuestra obra sobre los efectos neurofisiológicos de la música, me parece bueno dar algunas nociones del comportamiento corporal con respecto al sonido. Recordemos que lo que nos importa aquí es determinar porque Mozart tiene tanto efecto sobre los sujetos que se benefician de su música en el marco de la aplicación de nuestras técnicas. También, en un próximo capítulo, vamos a desarrollar más ampliamente en aspecto neurológico, si podemos aceptar el hecho de que la música debe ser vista en su relación con el sistema nervioso. Pues, se quiera o no, la música viaja de un sistema nervioso hacia otro sistema nervioso. El primero es el emisor mientras que el segundo se comporta como el receptor. Por esa razón, me parece oportuno introducir aquí una dimensión poco común con respecto a Mozart: el instrumento que mejor dominó, como ningún otro y con tanta ciencia, finura y espíritu, fue el cuerpo humano, como ya lo hemos precisado. El ritmo pues, este recuento del tiempo, ese troceado sistemático, que a veces llega a un rigor extremo, haciéndolo comparable a una obligación asfixiante. Con el riesgo de bloquear los ritmos personales, de impedir que latan a su propio tempo, de interferir en los automatismos y comprometer los procesos de creatividad. Sin embargo, más allá del ritmo, perece existir un sustrato relativo al tiempo mismo. Como si sucediera que se reflejara y se manifestara en la inmovilidad de la eternidad. Por la acción incesante del reenvío de esa imagen infinita, y por la plena certeza de que tenemos que pasar por delante de esa pantalla sin principio ni fin, nos aparece entonces la noción de lo que pueda ser el tiempo. Se mantiene fijo mientras nosotros nos hundimos en él a una velocidad que se acelera a medida que pasan los días y en función de nuestros ritmos fisiológicos que se ralentizan. Sucede como si nuestro paso se fuera ampliando y que nuestra celeridad aumentara a medida que envejeciéramos. ¿No estamos determinados, en este mundo, por una unidad temporal que es la de la longevidad de nuestro periplo humano durante nuestra vida aquí abajo? Así todo lo que existe en este universo no es más que por un tiempo, el de su paso. Como la estrella que se enciende, brilla y se apaga, todo nace, existe y se desvanece. La eternidad, en su inmovilidad aparente, ve al tiempo medirse y contarse en función del desfile sideral de un cosmos que vive en cada uno de los elementos que lo componen y en función de la amplitud de su propia respiración. ¿No está ella misma cadenciada por las pulsaciones de lo que vive en los diferentes planos? Produciendo una infinidad de ritmos, que responden a cada una de las etapas de la creación, definida por una multitud de 43 estados, que son a su vez tantas <marcas temporales> que se inscriben en la infinidad de la eternidad. El tiempo define el recorrido existencial. Mide un espacio en función de los ritmos, en función de los periodos si se prefiere. Esos ritmos y esos periodos pueden ser profundamente materiales o esencialmente orgánicos. Pero, en ese sentido, todo es música. Todo es música para el que sabe percibir sus cadencias, discernir sus combinaciones, descubrir los ritmos vitales en su multiplicidad y transcribirles de tal manera que se vuelvan accesibles. Lo ideal sería que pudieran mostrarse al mayor número posible de oyentes. Para ello, sería necesario que un verdadero <revelador> milagroso lograra despertar todos los ritmos fundamentales inherentes a cada uno de nosotros. Visto así, no habría ninguna obligación, ninguna imposición, ninguna limitación. El ritmo, es ese caso, se convierte en lo que mide la trayectoria del tiempo propio de cada uno y de cada cosa. En esas condiciones, los ritmos respiratorios y cardiacos se establecerían con toda libertad. Al igual todos los movimientos propios del <gesto significante> se armonizarían con el conjunto de esos ritmos de fondo. Esa libre adhesión, ese consentimiento espontáneo no pueden ser inducidos más que por una música <libre>. Desprendida de mediciones rígidas que, en beneficio de un ritmo impuesto, haría perder, ignorar u omitir la presencia de movimientos vitales, dejando entonces emerger en cada uno la resultante de sus vibraciones de base. Para llegar a ese plano o más exactamente para no abandonar nunca ese plano, solo conozco a Mozart que logre hacerlo. En efecto, Mozart estuvo sensibilizado de inicio a vibrar con esas modulaciones que jalonan el paso del tiempo y que no son en realidad más que las premisas de la música misma, la que canta en todos los seres y se exterioriza en una dinámica armoniosa. Mozart toca al cuerpo humano como ningún otro lo ha logrado hacer. Mas que en una marcha, más que en una danza, nos arrastra hacia las volutas de los movimientos del alma, los mas profundos, los más ligeros, los mas sutiles. Por numerosas pulsaciones, delicadas, sostenidas, hace vibrar libremente en cada ser humano su propio canto. En él, todos se reencuentran consigo mismos, a su lado cada uno se revela a si mismo, en su presencia olvidan por un instante, las obligaciones y las dificultades de la vida cotidiana y comienzan a ser, todos vibran al unísono con sus vibraciones fundamentales, alrededor de las cuales se construye cada individuo en busca de su devenir. Un trazo de música emanado de Mozart es como el roce del arco que hace cantar la cuerda, como el golpe que inflama al gong. Pone en consonancia l potencial del que le escucha. Provoca en el oyente la onda que se esparce por su teclado corporal como la piedra que anima 44 por carambola la superficie del agua. Con Mozart, al igual que cada material librera sus propias frecuencias, cada persona vuelve a encontrar los acentos profundos de su alma. 45 6. ¿Por qué no Beethoven? No se alteren los melómanos. Lo que aquí expresamos no es un rechazo, por nuestra parte, con respecto a ese gigante. Le conocemos y nos gusta también. Se trata, precisémoslo de nuevo, de considerar la música de Beethoven como material sonoro que pueda adaptarse a nuestras necesidades. Reconocemos el genio de Beethoven. Su excepcional potencia le es característica. Su aportación es considerable. Sus innovaciones inestimables. Su inspiración es solo comparable a su fuerza creadora. Sin embargo tal riqueza musical no puede ser utilizada en el marco de aplicación de nuestras técnicas cuyo esencial objetivo, recordemos, es modificar la estructura psicológica para liberarla de las cadenas que dificultan la escucha. Mozart permite pasar del “oír” al “escuchar”. Beethoven exige que se sepa escuchar. Se dirige especialmente al melómano, al que le gusta la música. Mozart conduce al neófito a descubrir la música. En ese sentido, le vuelve músico, es decir apto a percibir, a descubrir la música, e incluye aquella subyacente a toda estructura lingüística. Mejor aún, invita al no iniciado a penetrar en una esfera que le es todavía desconocida. Moviliza su sistema nervioso a fin de que sea capaz de integrar. Lo que, claramente, significa que su oído se abre a la escucha, que se vuelve apta para procede a la discriminación de las frecuencias. Cuando ya se ha escuchado y apreciado a Mozart, que se esté profundamente impregnado de él, lo que acontece es que la elección de obras de otros músicos se vuelve fácil. Se enmarca en una perspectiva de búsqueda específica, como el descubrimiento de criterios que definen la belleza, sea cual sea el género que se adopte. Hay como una especie de compromiso del sistema nervioso en su globalidad a fin de que se asimilen los cánones de las obras musicales. Del momento en que se admite que la organización vestíbulococlear es solidaria con el sistema neuromuscular y sensorial, sabemos que el conjunto del cuerpo queda implicado. Está conducido hacia sus máximas aptitudes, como si fuera llevado en dirección a absorber el mensaje y a memorizarlo. Por ello, prepara el terreno a fin de que posteriormente se establezcan las adquisiciones acústicas. De este modo la música, y especialmente la de Mozart, prepara para la integración de todos los sistemas sonoros sean cuales sean, y vengan de donde vengan. Es el único compositor, en ese aspecto, cuyos escritos musicales se inscriben entre los <universales>. El único 46 que tiene esa eficacia, esa consistencia en sus efectos, ese poder de generación. Los demás músicos son lo que son, y su talento no queda por ello disminuido. Pero son diferentes, totalmente diferentes. Se crea así una verdadera brecha entre Mozart y el conjunto de los compositores. Aunque todos tengan su grandeza, y aquí solo nos referimos a los grandes, no actúan sobre los mismos registros. No se trata naturalmente de pretender que una de las producciones que emanan de uno de esos creadores sea dominante. Todas tienen su valor intrínseco que las hace estimables, las hace ser deseadas y apreciadas. Además, sus cualidades son tales que se puede pasar de una obra a otra de esos diferentes compositores habiendo sentido y captado una sensación de perfección, de belleza, noción fundamental que dirige su empuje hacia lo absoluto. Es verdad que el arte evoluciona con las épocas. Anclado, claro, en una tradición cultural, aunque se modifica según los lugares y los momentos para dar libre curso a una obra que puede ser grandiosa, pero que permanece impregnada del estilo particular de la época que la define. Solamente subsisten las piezas que el tiempo consagra y que, de hecho, tendrán en común un solo criterio, el de la verdadera estética y en consecuencia la armonía. No vamos a discutir lo que entendemos por la noción de <bello>. Digamos simplemente que, para nosotros, es el soporte de lo que da un constante valor al objeto musical o artístico, valor que no se desvanece con el tiempo, que no alteran las olas de las modas del momento y que subsiste así de manera permanente a través de los años. Todos hemos escuchado las obras de los últimos siglos, y con el mismo entusiasmo nos permite apreciar las composiciones más recientes. Todas pueden cohabitar a lo largo de un mismo concierto. En la misma perspectiva, podemos decir que muebles de épocas antiguas no chocan al lado de muebles de Luis XV o Luis XVI o con muebles modernos. Podemos igualmente sostener que las obras pictóricas de diferentes épocas están en buena compañía cuando se agrupan en una misma exposición. Solamente se exige una condición fundamental: es necesario que contengan belleza. Mejor aún, es necesario que estén a un mismo nivel, si es que se pudiera proceder a ese distingo. Claro, una obra de arte, sea cual sea, nos puede parecer más o menos conseguida, más o menos armoniosa. Y de ese modo se integra en nuestros sistemas neuronales. Con respecto a la música, debe impregnar a la audiencia de manera indirecta de manera que ésta la considere como parte integrante de su <capital> musical. Con ello se instaura un verdadero orden, que reagrupa el conjunto de las adquisiciones artísticas y que procede a una 47 selección automática. Este sistema, como una “decantación” deja subsistir solamente, por una combinación que solo el sistema nervioso puede hacer, los diferentes elementos capaces de hacer resurgir las complejas asociaciones que proceden a la elección de calidad. Ciertamente es deseable una educación inicial a fin de que todos esos procesos se establezcan y que logren crear montajes sutiles, que harán del melómano alguien capaz de vivir en la música y que no hará más que buscarla. También es verdad que cada innovación altera las anteriores adquisiciones y que puede desorientar. Aun cuando inicialmente se vea rehusada, y hasta enérgicamente rechazada, posteriormente será asimilada de todos modos, como por ósmosis, hasta hacerla familiar. Parece que se produce un proceso de absorción. Pero incluso en ese caso, el criterio de aceptación o de rechazo será el de la calidad. Recordemos todas las creaciones tan profundamente calumniadas al principio y tan unánimemente aceptadas hoy en día de un Debussy, de un Ravel, de un Berlioz, del mismo Mozart. El trastorno es mayor cuanto mayor es el adelanto del artista con respecto a su época. Su obra no puede ser admitida al principio. A veces será necesario esperar mucho tiempo hasta ser descubierta y por fin reconocida. El tiempo continúa siendo el factor determinante para permitir la sedimentación de lo que será la base misma de esa nueva escritura musical. Es evidente que los sedimentos a los que aludimos están esencialmente formados a partir de los engramados, las colectas memorizadas y seriadas que van a constituir las fichas neurológicas de documentación. Toda información referente al reconocimiento de los temas musicales, su análisis, así como su estimación quedarán fijadas para siempre. Esa apreciación sabrá definir el grado de valor dado al mensaje que progresivamente se hundirá en el secreto de los mecanismos de la memoria que poseen las células cerebrales. En realidad, es la totalidad del cuerpo el que queda afectado, sensibilizado, penetrado por esa música de elección, que permanecerá profundamente oculta en el trasfondo de esas mismas células capaces de resolver los problemas de selección. De ese modo, bajo la influencia de una sabia discriminación, se manifestará una cierta noción de música en aquellos que por definición son musicales, distinguiéndose de todas formas de lo que pueda ser la música. Sin lugar a dudas la <gran música>, ya que ese es el término consagrado a ella, responde a unos cánones que sabemos clasificar perfectamente. Más compleja puede ser la determinación de los elementos neurofisiológicos puestos en cuestión y los efectos psicológicos que se derivan de ello. Aunque son éstos últimos los que 48 van a motivar la adhesión del interesado y le permitirán sumergirse en el universo sonoro que representa, para él, una obra de calidad. Se crea un todo, que se pone en resonancia con los ritmos, las cadencias, las inflexiones y que responde sin duda alguna a lo que el compositor percibió y controló de manera permanente sobre y en si mismo. Recordemos que nos gusta decir que cantar, hacer música o hablar, es tocar, hacer sonar, el cuerpo del otro. Pero ese moldeado no es inmediato y exige a menudo un largo aprendizaje, que deberá prolongarse hasta la impregnación de la célula misma. De aquellos que saben, de ese modo, poner en resonancia al cuerpo del otro, muchos son los que transportan hacia su universo acústico-sonoro a los que a ello se libran plenamente. No hay criterios fáciles de determinar que anuncien que un músico tendrá más prestigio que otro, lo que si hay temperamentos que responden particularmente a las solicitudes de un género musical más que a otros estilos. Por otra parte, en función de los estados de ánimo, la elección se orientará más hacia tal o cual compositor que le placerá por un tiempo, pero que tiene el riesgo de no encontrar el mismo favor en otros momentos. Y sin embargo no podríamos decir que esa incapacidad de apreciar una pieza musical en ciertas circunstancias conlleve un juicio de valor referente a la obra. Sucede simplemente que no casa con una época determinada de la vida del oyente. El estado emocional puede transformar de arriba abajo la percepción y la receptividad. Hay como un cambio de estado que modifica la memoria y la discriminación cualitativa. Parece que el mensaje musical no pasa como lo hace normalmente, que no tiene los mismos efectos que tuvieron unos días, o unas horas, atrás. Sin duda el oyente no entra en armonía con el tema musical propuesto cuando hay ese rechazo o saturación. Ya no hay simpatía. Los propios ritmos no están acordes con los del compositor y por eso no entran en resonancia. En casos extremos, puede suceder que el Chopin que le parecía tan maravilloso parece haber perdido su atractivo de golpe, que el Schumann tan admirable hace ocho días ya no le mueve o que el Wagner que antes le llevaba en sus cabalgaduras fantásticas acaba cansándole. En cambio Mozart escapa a esas fluctuaciones. Siempre se le escucha de la misma manera, se le percibe de manera estable. Dicho de otro modo, se provoca un labrado que pone al sujeto en una dinámica perceptiva de una pieza musical. Ésta se mantiene permanentemente, sosteniendo unos criterios neurológicos que obedecen a una serie de factores específicos de los cuales resulta una noción de estética. Luego se descubre un aspecto neurofisiológico que se superpone a esa esencia, la que fluye de la música de Mozart. 49 Pero, entonces, ¿qué sucede con Beethoven? Sin duda alguna, su genio, acompañado de una vitalidad poco común, le convierte en un gigante legendario. Y sin embargo su enigmático alejamiento del mundo de los oyentes causó problemas a muchas generaciones. ¿Qué le sucedió? ¿Qué dolencia sufrió? ¿Cómo pudo continuar componiendo? Y otras tantas preguntas que habitualmente me dirigen cuando tengo oportunidad de hablar del oído y su creatividad. Beethoven no fue siempre sordo. No solamente nació oyendo, sino que todo nos revela que era un oyente de elite, hasta tal punto que pudo proveerse de todos los mecanismos inherentes a la integración de la música. Un sordo de nacimiento es, y se comprende fácilmente, incapaz de absorber la música, lo que posteriormente provoca una cierta minusvalía para componer una obra musical de calidad. Sobre el tema de la sordera de Beethoven, ha corrido mucha tinta, se han hecho muchas hipótesis. Cuando yo estudiaba medicina orientada sobre la otorrinolaringología se hablaba de una sífilis laberíntica. Ese diagnóstico, al caso, parecía apropiado hace algunos años, cuando esa patología existía realmente por causa del “treponema”. Pero muchas enfermedades no etiquetadas por falta de un diagnóstico concluyente, se ponían en el marco de esa etiología sin más. Sin entrar en los arcanos de las forma clínicas de la sordera, podemos afirmar que la afectación sifilítica del oído interno raramente afecta a la cóclea, órgano destinado a detectar los sonidos y a analizarlos. Por regla general, la parte llamada <vestíbulo> es la única lesionada y como consecuencia se manifiestan estados de vértigo. De ello resulta una inestabilidad notable; el sujeto no puede evolucionar en la penumbra ni mantenerse de pié en posición estable con los ojos cerrados. Otros diagnósticos se han propuesto, como una meningitis, una otitis mal curada o incluso la herencia, ciertos miembros de su familia manifestaron problemas de audición. En fin muchos documentos, especialmente los recogidos entre el correo de Beethoven a su médico, orientaron las investigaciones hacia una intoxicación crónica del oído interno relacionada con una alimentación aberrante. Beethoven comía de manera deplorable, lo que fue perjudicial para su salud. Sufría permanentemente de dolores abdominales. Y él mismo manifestaba lo mucho que se alteraba su estado general cada vez que su tubo digestivo tenía algún déficit. Paralelamente, decía que cuando su oído quedaba afectado, su audición disminuía, aunque cuando tenía un periodo con un estado de bienestar general, se despejaba y volvía a sumergirse en el universo de los sonidos luminosos. Esta última eventualidad, si es plausible, revela una sensibilidad particular del oído de Beethoven. 50 No queda excluido que la fragilidad en la audición de Beethoven pueda ser explicada por mecanismos psicológicos. Se admite hoy que una audición puede estar influida notablemente por el psiquismo, el 90% de las fibras del nervio auditivo parten del cerebro en dirección al oído. En otros términos eso significa que el oído no percibe más que lo que desea escuchar. Así por ejemplo si las relaciones interpersonales transcurren sobre un modo de tensiones insoportables, existe un modo de evitar los contactos difíciles. Para suprimir todo contacto verbal, basta con aprender a no escuchar. Ese punto de vista puede parecer paradójico e incluso difícil de aceptar para un espíritu racional que, además, se dice científico. La psicología tiene eso de curioso que molesta a todo el mundo incluso al propio psicólogo, que llegan actualmente a negar el alma. Así la psicología ya no tiene razón de ser ya que, en el origen, pretende estudiar sus mecanismos y elucidar sus misterios. Y sin embargo, aceptamos considerar los comportamientos de la ameba en función de su entorno, considerándolo como el primer nivel de un verdadero diálogo. Pertrechada sin duda de un indicio de estado de alma, va manifestar su humor con respecto a su entorno. Sus formas de actuar parecen tener alguna relación con un esbozo de inteligencia expresada por un lenguaje gestual, comportamiento que determina, a su escala, un intercambio con el medio, con los otros elementos del entorno vecino. Los movimientos del espíritu no son más que respuestas a las manifestaciones de la vida misma, ¡en lo que tiene de brillante, de vibrante! Y si hay vida, si hay organización, algunas actividades traducirán una inserción en el medio: adaptación, acomodación, acción según la necesidad de alimentarse o de defenderse. Las dinámicas variables hasta el infinito no lo son a ciegas. Las antenas permiten jugar, compensar, aprehender, huir, retirarse, retractarse, atacar, etc. ¿Pero no son esas las reacciones del estado de animo, explotadas ya embrionariamente? Claro, el hombre es genial para complicar la cosa, se recrea en las dificultades de la cotidianidad de las cuales no sabe desembarazarse. De modo que la psicología es una ciencia que trata de conducir hacia la salida única a aquel que se ha descarriado. Siendo así, sin retórica se puede decir que existe una sordera psicológica. Solo hay que recordar el refrán: <No hay peor sordo que el que no quiere oír>. Pero esa sordera puede ser selectiva. Un niño en conflicto con su madre puede liberarse de su relación acústica suprimiendo deliberadamente de su audición la percepción de los agudos, en la zona en que su madre proyecta la voz. Otro, en contradicción con su padre que le habla bruscamente, que le asusta con su vozarrón o por una autoridad demasiado exigente, se refugia suprimiendo pura y simplemente de su escucha la parte sónica paterna. 51 Puede llegar hasta perder el deseo de comunicar con él, ah pero perderá también el deseo de comunicar con los demás adultos. Entonces, tendrá dificultades con el lenguaje, con la letra, la lectura, además verá apagarse su futuro del cual su padre es el reflejo simbólico. Vemos eso cotidianamente en la consulta psicológica, y las respuestas son las mismas. Revelan todas las distorsiones que modifican la comunicación, suprimen el diálogo, perturban el comportamiento. Tal preámbulo nos lleva a la hipótesis de una sordera psicológica en Beethoven. Nació en un medio muy patológico. Una madre frágil psicológicamente, cercana al universo psiquiátrico, un padre alcohólico. Ludwig debía tener una sólida constitución para resistir ese entorno. Sólido, lo fue para soportar a su padre, músico de segunda fila, que obligó a su hijo a convertirse en músico ya que le explotó desde pequeño, como niño prodigio. Encontramos otro ejemplo sorprendente: la extraordinaria carrera internacional del joven Amadeus. Obligaba a Ludwig a tocar el piano, un buen medio para que un niño muy pequeño rechazara hacerlo. No dudaba en exigirle un entrenamiento permanente, desmesurado para un niño, incluso atándole al piano, al parecer. Le despertaba por la noche cuando volvía a casa después de sus habituales parrandas, acompañado de un amigote alcohólico que sin embargo consideraba capaz de convertirse en maestro pianístico del joven alumno. Sin duda muchos niños confrontados a tales situaciones de vida en un medio patológico y perverso se habrían hundido. Ludwig resistió, y resistió admirablemente, hasta encontrar de repente en ese instrumento que no le gustaba, y con razón, un compañero de fatigas, un revelador probablemente. Ese nuevo amigo le llevó a una dimensión inesperada, donde descubrió su espacio, y mejor aun, a través del cual conectaba con un predecesor trascendente, quizás un trampolín, sin duda un modelo y, porqué no, un padre simbólico: Mozart. Entre los grandes compositores que había descubierto a lo largo de su prodigioso avance, es innegable que el conocimiento de la obra de Mozart le reveló la MUSICA con esas mayúsculas que aquí transcribimos. Debió embeberse de ella, dejarse penetrar por ella. A partir de ahí ya no le fue posible intentar concebir la música sin pasar por ese maestro que el piano le permitió conocer. No hay duda de que Mozart había revelado Beethoven a si mismo, le confirió el deseo de vivir, de crecer, todo lo que sabía transmitir por su sorprendente brillantez musical. Ludwig parece haber sido uno de los primeros en disfrutar de esa efusión benefactora que segregaba la música de su prestigioso modelo. Nada nos impide imaginar que gracias a él veía perfilarse el futuro y que le permitiría salir de los miasmas en 52 los cuales se bañaba desde su nacimiento e incluso antes. Mozart le liberaba, en efecto, de las limitaciones que le ahogaban y que le confinaban en un universo cerrado, replegado, concentrado. A través de él le penetraba la alegría de vivir y se le llevaba. De hecho Beethoven acababa, con una fuerza interior sorprendentemente potente, de identificarse con aquel que había sido ese niño feliz, jamás tenebroso, siempre inundado de una inexplicable creatividad. Neurológicamente y psicológicamente teatralizaba, jugaba un rol, un personaje de Mozart. Había hecho, gracias a Mozart, un sorprendente restablecimiento, una recuperación. Y de ese modo su genio pudo manifestarse en una producción de la cual conocemos su riqueza. Es decir ¿era mozartiano hasta el punto de escribir como su ídolo, tal como algunos lo apuntan? Técnicamente, eso no ofrece duda que tuvo la tentación de sumergirse en la obra fabulosa de aquel que le insufló al tiempo el deseo de realizarse y el de sumergirse cabeza baja en la composición con toda la potencia de su ser despertándose. Pero, como todos los grandes, supo aprovechar una enseñanza, sin perder por ello y de ninguna manera su propia creatividad particularmente abundante. Beethoven será súbitamente fogoso, personal. Permanecerá en la búsqueda. Será el hombre de del ir mas allá. Intentará salir de su problemática familiar, y en ello, acabamos de ver lo mucho que fue ayudado a sobreponerse a sus reales dificultades de partida, gracias al efecto soberano de la música de Mozart. Proyectará su lucha incesante a todos los niveles de su inserción social. Su obra manifestará su trascripción a diario. Será artísticamente un titán rebelde. Aunque, sucedió algo cuya importancia fue considerable, en mi opinión. Debía cambiar toda la dinámica de forma tan radicalmente establecida por Beethoven para escapar de sus condiciones de vida iniciales. En efecto, Ludwig deseaba con todas sus fuerzas conocer a Mozart. Podemos imaginar la imagen que se había forjado el joven adolescente del maestro, tenía todavía la edad en la que se tiene derecho a idealizar, tenía entonces dieciséis años, nunca renunció a su idea. Concertó entrevista, y Mozart le recibió, pero solamente unos instantes. Consintió en escucharle tocar el piano, pronunció algunas frases insignificantes y se marchó. Beethoven quedó totalmente decepcionado, no había para menos. Pero su obstinación le condujo a solicitar otras entrevistas. Su empecinamiento, que al parecer era una de las características de su carácter, no le permitió contentarse con la primera entrevista. Deseaba tener un contacto directo con ese padre adoptivo, con ese sustituto paterno, que le permitía restablecer una imagen simbólica, sino destruida por lo menos fuertemente dañada. Sin duda, como otros lo hicieron en lo sucesivo, Beethoven no había comprendido que el lenguaje real de Mozart era su música. El 53 resto estaba en el campo de las lenguas extranjeras, que manejaba de modo notable por otro lado. De todas formas consiguió una segunda cita. Ludwig acudió con la fiebre que se pueden imaginar. Estuvo en la sala de espera durante horas, Mozart no le recibió… Más que una decepción, eso fue una ruptura, una herida que habría podido destruir al joven ya tan fuertemente dolido. Eso permite calibrar la amplitud de recursos del joven Ludwig. Habría podido hundirse hecho migajas, abandonarlo todo o caer en algún tipo de enajenación. Habiendo perdido la imagen de su proyección hacia el futuro, sintió súbitamente ese golpe espantoso del abandono definitivo caerle sobre la cabeza y los hombros. Y, sin embargo, lo soportó. Sin duda identificándose mucho con Mozart como para poder sobrellevarlo. Como él, también sabía sobreponerse a todos los obstáculos de la vida cotidiana sumergiéndose en esa música que salva, y que, por ello, le salvaba básicamente. Así para no sufrir, solo tenía una solución, huir, huir en la creatividad. Pero esa, que obedecía a los cánones determinados por los ritmos, las respiraciones, los empujes, las vueltas propias y singularmente mozartianas, no podía más que confrontarle permanentemente con la imagen del que le había abandonado. La música de Mozart le había salvado y por otra parte debía acrecentar en él sus propio poder de creación. No se trata de pretender con ello que fuera como Mozart, sino que como él pudo enfrascarse en la composición y encontrar así las vías de evasión hacia la vida. Pero, podemos imaginar, Beethoven no podía tolerar por mucho tiempo esa confrontación en sus neuronas llenas de la música del maestro. Era cautivo de esa figura tan buscada, tan idealizada, tan cercana a su modo de funcionamiento y que se volvía obsesivamente dolorosa, al tiempo que se imponía por la esencia misma de su creatividad. Beethoven tuvo que cambiar para sobrevivir a sí mismo, para sobreponerse, para ir más allá de sus fuerzas pero también para descubrirse súbitamente en una realidad que debía ser la suya. Ese giro, fue tan dramático, que permitió a Ludwig convertirse en el Beethoven que conocemos, el que se reveló como el innovador, el gigante de la orquestación que redescubrimos sin cesar en la audición de sus obras. ¿Cómo Beethoven pudo convertirse en Beethoven? ¿Cómo pudo escapar de la atadura a Mozart? ¿Cómo logró sustraerse a esa huella tan apasionadamente anclada en él, en sus fibras, en su alma? Era necesario cambiar. ¿Pero cómo? No podía, en las condiciones de su aprendizaje, de su adhesión incondicional, musicalmente hablando, olvidar a Mozart. Y ese evento sucedió un día. Sucedió muy a pesar 54 suyo, exigiéndole una energía indudablemente fenomenal. En efecto, todo ello se nos anunció cuando, a los treinta y dos años, publicó su testamento de Heiligenstadt después de haber terminado su segunda sinfonía. Nos parece útil reproducir aquí algunos pasajes de ese documento: <A mis hermanos Kart y Johann. ¡Ah!, vosotros que pensáis que soy un ser odioso, obstinado, misántropo, o que me hacéis pasar por tal, qué injustos sois. Ignoráis la razón secreta de lo que así os parece. Desde la infancia, mi corazón y mi espíritu se inclinaban a la bondad y a los tiernos sentimientos. Incluso siempre he estado dispuesto a llevar a cabo grandes acciones; pero pensad solamente que, desde hace seis años, sufro un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado. Decepcionado año tras año en mis esperanzas de una mejora, me veo obligado, al fin, a afrontar la eventualidad de una enfermedad durable, cuya curación, aunque fuera posible, exigiría muchos años, nacido con un carácter ardiente y activo, confrontado a las distracciones de la vida social, pronto he tenido que aislarme, vivir lejos del mundo, en solitario. A veces, he querido llegar a sobreponerme a todo eso ¡Ah, cómo entonces me vi abocado duramente a volver a la triste experiencia de no oír! Y, sin embargo, todavía no me era posible decir a los demás: <Hablad mas fuerte, gritad, puesto que soy sordo> ¡Ah! ¿Cómo poder entonces reconocer la debilidad de un sentido que, en mí, debería tener una mayor perfección que en los demás, de un sentido que había poseído en el pasado en el mayor grado de perfección, en una perfección que muy pocos músicos han tenido jamás?> Beethoven nos anuncia que está sordo, que lo está desde los veintiséis años, lo que significa que en ese momento se encuentra dolorosamente confrontado a la fase final del proceso que le llevaría a la sordera total. Es posible también que la misma se hubiera producido brutalmente. Aunque, en este caso, el mecanismo se efectuó según una dinámica diferente. En efecto, Beethoven estaba sistemáticamente zarandeado entre dos polos. Por una parte no podía continuar con su progreso, por otra le era imposible expresarse como no fuera a través de la música. Ese era su modo de existir. No podía ser de otra manera. Es evidente que muy a pesar suyo intentaba alejarse de ese mundo sonoro tan suyo, aquel en el cual hasta entonces había producido sus obras. Pero no podía de un día al otro cortar con ese sistema tan laboriosamente adquirido, tan bien estructurado que le había formado neuropsicológicamente y que de alguna manera era su única manera de ser. Era el fruto de una información bien establecida. 55 Respondía en, su expresión, a mecanismos grabados y asimilados, y toda su creatividad solo podía ser expresada según esa modalidad. Dicho de otro modo, todo su modo de pensamiento no podía exteriorizarse más que en un marco predeterminado respondiendo a un <programa> en el cual la imagen de Mozart estaba impresa. Beethoven en eso fue víctima, o prisionero si se prefiere, de sus aprendizajes integrados con su fuerza, su obstinación y su inteligencia sin par. Estaba de alguna manera encerrado en un proceso tanto más asfixiante por ser Ludwig un buen alumno. Superdotado como era, no es preciso decirlo, sus sistemas integradores fueron precozmente y maravillosamente codificados, lo que le permitía componer, de manera inigualable en la riqueza de su producción, a la manera de Mozart. Pero su propio genio se encontró frenado. No podía liberarse fácilmente de tal impronta, naturalmente. En suma, por dolorosos que hubieran sido sus infructuosos e insatisfactorios encuentros con Mozart, fue una gran suerte para las generaciones futuras ver a un ser enfrascarse en sus propias resonancias y deshacerse así de las limitaciones inherentes a todo aprendizaje. Se quitó la máscara, se despojó definitivamente del personaje hasta entonces capaz de generar un lenguaje musical marcado aún con la huella de ciertas líneas impuestas. El medio más seguro de alejarse de la imagen invasora de Mozart, sin causar daños a su creatividad era intentar no escucharlo más, no percibirle ya más. Podemos imaginar que eso no fue fácil. Tuvo que concebir su propio género y preservarlo tratando de no obedecer ciegamente al condicionamiento neuronal que tan potentemente había integrado, hasta desear ser Mozart como niño prodigio. Empeñarse en no escuchar a Mozart, era un medio de rápido de liberarse de él, pero tal desafío tenía el peligro de se vivido dolorosamente. Beethoven habría podido, en esa aventura, perder perfectamente su selectividad de las alturas tonales que le permitían analizar con finura los colores sonoros. ¿De qué le habría servido ser músico si no hubiera podido discernir las diferenciaciones de frecuencias y situarlas en la escala de los sonidos? Eso podría haber sido dramático, pues ipso facto habría significado abandonar su musicalidad. En efecto, como hemos dicho en uno de los capítulos de esta obra, para que el oído pueda merecer la etiqueta de musical, es necesario adoptar una curva de respuesta acústica que presente una cierta pendiente. Ésta es, por regla general, ascendente y, si lo es, el oído no solamente es capaz de percibir la música, sino que además sabe discriminar la totalidad de los parámetros: la intensidad, eso está claro, la calidad, el timbre dependiente de la composición de frecuencia, y además la altura tonal para controlar la afinación. En el análisis de un 56 sonido complejo, el oído musical capta los sonidos y las diferencias. Sabe distinguir los intervalos que suscitan los acordes. En fin, hay que añadir el recuento que responde al ritmo, a la medida, por tanto al control del desarrollo musical en función del tiempo. La pendiente de la curva significa simplemente que esta no es linealmente horizontal. Para que se pueda hacer fácilmente un análisis, parece indispensable que haya una diferencia de nivel por octava, para que se pueda hacer con facilidad la discriminación de las frecuencias, eso constituye una de las condiciones esenciales. Esa es una necesidad absoluta, que justifica que un oído está dotado de musicalidad. Lo ideal se obtiene cuando esa curva ofrece una pendiente ascendente. Pero también puede ser descendente, entonces para permitir el análisis de los sonidos debe tener un equivalente en valor a la pendiente ascendente. Claro que en ese caso las integraciones acústico-sonoras son totalmente diferentes. Responden en efecto a dos maneras de percibir, en función de los <filtros> que actúan según el uso que se haga del órgano auditivo. Basta con jugar con un ecualizador, adaptarlo a la salida de una fuente sonora para persuadirse de ello. El color de los sonidos emitidos cambia completamente, y en consecuencia la calidad queda modificada. Si la curva es ascendente, los agudos se iluminan, dan a los sonidos una brillantez especial, mientras que a la inversa, si los graves se hacen dominantes, conllevan una alteración de la curva envolvente del espectro sonoro. Eso no es todo. Las reacciones neurofisiológicas son necesariamente diferentes, por consiguiente las respuestas neuronales quedan asimismo influidas. No hay duda de que se produce una redefinición total de los procesos de integración musical. Si la percepción es diferente, las respuestas son igualmente diferentes. Cuando se conoce el aparato auditivo actuando como captador que distribuye las informaciones de las frecuencias a nivel del cuerpo mismo, se comprende que las contra-reacciones senso-motoras queden asimismo modificadas y que la actitud de comportamiento cambie sensiblemente. Así una curva ascendente favorecerá una escucha centrada en la detección de los agudos y conllevará una verticalidad de la columna con una desaparición de las “combas” a nivel de las cervicales y de las lumbares. Por el contrario, una curva descendente dará una espalda redondeada, con cifosis (joroba) especialmente en la parte alta, dejando la nuca y la cabeza con una flexión hacia delante. Este es el caso de Bethoven, que progresivamente toma un aspecto cada vez mas encorvada, acusa su actitud de luchador encerrado, preparado para el ataque para salir al asalto de ese cielo tormentoso que se ensombrece y se llena de tormentas. Bajo el fragor potente de sus composiciones, 57 intenta franquear las barreras del silencio, que le envuelven y le invaden. Combate contra su suerte, contra ese Dios que parece haberle abandonado. Pero esa actitud al estilo de “Prometeo” ¿no es la nuestra? Ese Caliban que se debate como diablo en la tormenta ¿no se nos parece, no nos lleva muchas veces a ver en ellas nuestras propias conductas? A decir verdad, nuestra admiración por Beethoven encuentra sus fuentes en la enorme potencia que se desprende de su obra, que nos insufla el coraje necesario para superar los embates de la tormenta. Es ese gran modelo que nos gustaría imitar. Nos arrastra con él hacia una elevación titánica. Nos lleva con su empuje hacia las cimas a los picos desde los cuales el horizonte se entreabre en dirección a la libertad, objeto de su búsqueda desenfrenada. 58 7. ¿Por qué no Bach? Lo que acabamos de desarrollar en el capítulo precedente <¿Por qué no Beethoven?> nos conduce hacia otro tipo de reflexión referente al motivo de nuestra elección de la música que utilizamos regularmente en nuestros centros. Pero para poder comprender mejor los elementos determinantes de nuestra opción, queremos precisar de nuevo que nuestro deseo no es, como algunos podrían creer, demostrar que una música prevalece sobre las demás. No es nuestra intención pretender que nuestra elección de Mozart comporte que los demás compositores tengan, con respecto a él, un papel secundario. Sin duda, son muchos los que, en función de lo que se acaba de exponer, se encuentran desde hace un buen rato en ascuas. Me parece oírles, debo decir que les comprendo perfectamente. En efecto, ¿cómo no tener en consideración una obra inigualable en su género, como lo es la de Bach? Debo recordar que esta obra tiene por objeto precisar las razones subyacentes, iba a decir secretas, que hacen de la música de Mozart algo diferente de la de los demás compositores por sus efectos neurofisiológicos. Aquí no hay prejuicios de valor en el plano puramente musical. Y no le resta ningún valor a la grandeza de Bach. Como mucho podemos tratar de desvelar porqué una música de esa calidad no provoca los mismos efectos que los que encontramos de manera permanente en Mozart. El sistema nervioso del que escucha es sin duda el laboratorio más fabuloso puesto al servicio del investigador. El resultado estadístico de los efectos recogidos constituye por si solo la respuesta más llamativa a nuestra pregunta. Bach puede ciertamente ser apreciado por un gran número de melómanos, a menudo incluso por una casta de entendidos capaz de estimarle y de considerarle con justicia como llegado a la cima. Verdaderamente logró tales niveles que, en su ascensión, arrastra al oyente, pero que exige una condición previa: que el oyente esté preparado para su modo de expresión. Quiero añadir: a su codificación musical. Su escritura es arquitectónica. Nos lleva a los templos que construye con una prodigiosa virtuosidad y una sorprendente variedad respetando una misma factura. Su obra refleja su paso seguro, aparentemente tranquilo, de buen padre de familia. Y aunque está recorrida de tensiones, de cambios de humor, de golpes impulsivos, siempre motivado por móviles de orden financiero o por algún rencor a resolver. 59 Juan Sebastián es irrefutablemente el más eminente de entre los Bach. Pocas generaciones han sido tan prolíficas en músicos de calidad. Tal <genealogía musical> constituye una fuente inagotable para los investigadores. Aboga manifiestamente en favor de una hipótesis genética. Nosotros rechazamos esta interpretación, preferimos una transmisión cultural basada en las aptitudes. Éstas responden esencialmente a cualidades artísticas hereditarias, que no podrían eclosionar, crecer y llegar a su plenitud si no fueran cultivadas. Así Juan Sebastián se convertirá en el patriarca de todas las generaciones de Bach. Lo será por cierto también para los músicos de todos los tiempos. Como Moisés yendo hacia su Dios, esperaba ver la Tierra prometida y lo dejará a su Providencia. En lo que él toca, en lo que desarrolla, Juan Sebastián Bach sobresale, excele. Es un obstinado, que ama la perfección. Innova, construye estructuras cada vez más sólidas, erige estructuras lógicas. Su música emana de una inagotable reflexión. Como una fuente inagotable emana flujos cada vez más floridos, flamígeros, a medida que se aventura en la composición. Progresa sin cesar y no desfallece hasta una edad muy avanzada. Las adversidades que encuentra y que suscita muchas veces él mismo no le afecta mucho, por lo menos aparentemente. Al contrario, encuentra en ello una recarga de energía que le permite afrontar nuevos retos. Es un luchador al que le gusta el combate y lo busca. Añade a ello una fantasía renovada sin cesar y al tiempo extrañamente racional. Crea sin ser poeta, y su poética toma el aspecto de una estructura impregnada de lógica formal. Une el descubrimiento al rigor. Establece y consolida leyes. Refuerza con increíble energía, siempre renovada, las volutas de la arquitectura del contrapunto, que solamente él fue capaz de sostener con esa fuerza inigualable. La habilidad técnica, hasta entonces desconocida, de la cual hizo gala le permitió desarrollarse, amplificar su talento hasta la virtuosidad extrema. Sus innovaciones son en sustancia su misma obra. Se revela no solamente por su composición, sino también por su progresión pedagógica, que basta con seguir como un camino marcado. No hay más que seguirlo, a condición de estar ya avezado en el arte que nos propone. Es el maestro irrefutable en la práctica del órgano, pero para llegar a esas cimas, para tocar su obra, sin tener que componer como solo él sabía hacerlo, es necesario haber seguido un aprendizaje al cual solo pueden aspirar los más encarnizados virtuosos. Bach logró un grado tal de perfección en la construcción que ese virtuoso no hace ningún error al ejecutarlo. Y sin embargo la riqueza temática que sostiene su obra no ha dejado de invitar a los compositores de todos los 60 tiempos a parafrasear sus vuelos, aunque esos permanecen siendo inaccesibles. Escuchar a Bach exige también de quien pretende entrar en su santuario musical recorrer previamente un largo camino, especial, balizado. Le resultará necesario poseer las claves y conocer las puertas a franquear para gozar plenamente del paisaje vivo y luminoso que Bach hace descubrir. Ese genial músico está al alcance de todos aquellos que deciden imponerse el estudio de un código muy específico. Dicho de otro modo, tiene el riesgo de que se haga una selección de entrada. Esa selección será mayor puesto que los que se encaminan en esa dirección deben estar pertrechados de un bagaje musical suficiente, verdadero pasaporte que da derecho a entrar en el templo sagrado. Deberá poseer además unas cualidades indispensables, de comportamiento o carácter en cierto modo. Es evidente que esta última calificación no tiene nada de peyorativo aquí, y que toda connotación de orden psicológico debe quedar excluida. Simplemente quiero decir con ello que, para aprehender plenamente Bach, me parece indispensable parecérsele, más o menos, en algún aspecto. Pero gracias Dios, no es necesario ser Bach para apreciarle. Aunque cierto rigor, acompañado de una adhesión deliberada, caracteriza a aquellos que prefieren por encima de todo la música de Bach. No se trata tampoco de reservarla para una elite, sino que quiero decir con ello que uno puede saborear la música sin ser arrastrado por las Fugas o los Conciertos de Brandenburgo como lo son los incondicionales de Bach. Tendremos las mismas respuestas, sin duda, con respecto de numerosas músicas, que yo calificaría de “tipo”, como la de Wagner por ejemplo. Es irrefutable que cada compositor tiene su público, en el cual despierta unas resonancias ligadas a sus propios sentimientos, a sus estados de ánimo, a su historia. Determina en suma una puesta al unísono de temperamentos idénticos al suyo. J.S.Bach no nos da resultados comparables a los que nos aporta Mozart de manera continua. Nuestra apreciación se apoya sobre los datos verificables en laboratorio y clínicamente observables. Decir que Bach es menos activo que Mozart requiere ciertas aclaraciones. Los dos músicos son de lo más diferente. Uno es compositor nato, que pone en forma los elementos que le aporta su inspiración, en estructuras casi matemáticas. Dispone de un modo de expresión, de un lenguaje propio con el cual puede modular al infinito sobre unas narraciones musicales bien ordenadas, organizadas, desbordantes sin cesar gracias a los montajes multifacéticos que son la 61 base misma de sus sistemas. Estamos refiriéndonos aquí a Bach, se comprende. Con respecto a Mozart, escapa a la rigidez de cualquier estructura dogmática. Deja fluir en él la inspiración en estado puro, será solamente destilada de manera natural en un <alambique neuronal> virgen. La obra del autor de la Misa en si es la de un adulto armado con un saber musical sólido, que parece haber sido siempre maduro. En eso es un maestro, que crece en su arte hasta desafiar cualquier competencia. Se le puede comparar a un brillante, finamente tallado. Bach llegó a una cima en la que se encuentra en solitario. En un cierto momento pudo creerse invulnerable. Gracias a Dios, escapó al riesgo de perderse en tal ficción, pues las vicisitudes del final de su vida le devolvieron duramente a la realidad. Le dieron ocasión de volver a encontrar su equilibrio en una verdadera ofrenda en el momento de su último vuelo en su última fuga, en el curso de la cual se hunde en un espacio en el que él mismo desaparece. Nada de eso sucede en Mozart. Siempre es un niño que se enriquece con todo lo que conoce y percibe. Traduce como algo natural todo lo que le pasa, todo lo que integra en un lenguaje único. No tendrá que aprender y aplicar las leyes que gobiernan la composición, como lo hace el niño que no se preocupa de la gramática antes de empezar a hablar. Se convertirá, sin esfuerzo, en el receptáculo natural de la armonía resultante del diálogo permanente que mantiene directamente con la creación. No pretendo decir que el joven Amadeus no tuvo que descubrir nada, al contrario, tuvo que captarlo todo pero nada tuvo que aprender. Esa distinción es importante. La enseñanza ganaría, mejoraría, mucho si tuviera presente ese simple detalle, a partir de lo cual se pueden constatar y valorar consecuencias a nivel pedagógico. Lo que fue admirablemente explotado con el pequeño Wolfgang es el deseo de escuchar. Ese es el deseo gracias al cual cada niño toma su empuje hacia su devenir. Se encuentra preparado para afrontar el universo en su inmensidad, lo que no resuelve muy bien las dificultades con las que se encuentra cuando se trata de mezclarse y moverse en el mundo de los hombres. Bach nos tiende una fantástica escalera para llegar a las cimas, mientras que Mozart está literalmente caído, soltado, desde lo alto. La obra de Bach es el modelo perfecto de la composición humanamente construida. Es difícil aguantar mejor en los montajes arquitectónicos de las catedrales sonoras que supo diseñar con una emocionante aplicación, estructurar con una prodigiosa constancia y concluir con una sorprendente obstinación. Nada de eso sucede con Mozart, él secretaba de manera natural la perfección a la cual su predecesor aspiraba y que lograba llegar a ello con esfuerzo y trabajo. 62 Existe de todas formas un punto en común entre los dos eminentes músicos, que permite tanto a uno como a otro acumular conocimientos recogidos a lo largo de sus viajes, de sus contactos con otros. Les dio ocasión de expresar su inmensa necesidad de reunir todo lo que pudiera existir como música, sin que por ello se viera perturbado su modo de producción. Recordemos la revelación que tuvo Wolfgang cuando descubrió a Juan Sebastián Bach, al cual él ignoraba hasta su estancia en Londres, en donde se relacionó con su último hijo Jean Chrétien Bach. Eso fue para el joven Amadeus un universo inmenso que se abría ante él y que le haría descubrir una forma diferente de escribir, revelarle una dimensión de la estructura del contrapunto que no cesará de encandilarle. De ello sacará un grato partido, sin por ello tener que imitarle. Se hace consciente de lo que él mismo hace. Estaba en la misma situación de aquellos que se introducen y se bañan en un arte de manera natural como puede ser el canto, el dibujo, la escultura o la arquitectura. Qué alegría para la persona que tiene una voz de ángel aprender súbitamente lo que sucede cuando canta y de dominar finalmente su gesto vocal. Qué maravilla para un dotado en pintura confrontarse a un cuadro de Leonardo da Vinci, o para un joven escultor atraído por el deseo de dar vida al mármol estar de repente frente al Moises de Miguel Ángel. El aprendiz de arquitecto que circula alrededor del Partenón o que empieza a hacer resonar el hemiciclo del teatro de Epidauro no podría sentirse emocionado o interpelado si no hubiera en él una fibra artística que vibra y se anima. No se trata de imitar, lo que a veces se tiene demasiada tendencia a imponer a los jóvenes que empiezan los estudios correspondientes a su vocación de base. De nada sirve dibujar las columnas dóricas o corintias por años y años, si el alumno no siente despertar en él la noción de belleza que emana de los modelos intrínsecamente inmortales, puesto que la armonía es ontológica. Mozart es un genio de niño con todo lo que ello comporta: la apertura espontánea al mundo gracias a una adhesión perceptiva desnuda de prejuicios educativos, una actitud psicológica no estropeada por unas relaciones paternas problemáticas, un alma liberada de las limitaciones habituales y por ello calmada, feliz de descubrir el mundo. Asistimos en suma a una inmersión en el universo de los grandes y todavía mucho más allá, que conviene no confundir con una visión ingenua de la vida, como se tiene tendencia a atribuir al intocable Amadeus. Verdaderamente es inaccesible a nuestras mentalidades de adultos, puesto que nos hemos alejado de nuestros orígenes, enfrascados bajo el amontonamiento de recuerdos a olvidar. ¿No están esos ahí para ocultar nuestro deseo inicial de dejarnos literalmente 63 engullir por un devenir que nos espera. Pues el estado adulto significa para muchos un simple traspasar la infancia, incluso una ruptura con un pasado catalogado de infantil. En verdad, eso es una actitud pueril, que va a herir la propia psicología y que va a hacer desviarse de su vocación primigenia, la que consiste en acompañar al individuo en su andadura hacia lo que cree ser su realización. En realidad una pura ilusión. Cuanto delito cometemos hurgando en las heridas dolorosas profundamente acumuladas en el trasfondo del ser y reavivando de manera drástica las heridas reales o virtuales que impiden el acceso a la memoria auténtica, aquella que solo demanda ser reavivada. Llegar a la plenitud no consiste pues en obstinarse en hacer opaca progresivamente en el alma naciente la transparencia inicial, tampoco es ahogar la multitud de aspiraciones que posee. Cuando despega, el ser embebido de sus potenciales esenciales es empujado a utilizar de inicio la dimensión que se le propone a fin de que se expanda en el campo de la inmensidad que le rodea y en el territorio que se le ha dado. Es ese espacio infinito primero el que se trata de conservar, de explorar y no de suprimir con rabia bajo pretexto de acceder a planos superiores. Es hacia esos niveles conocidos por muchos de nosotros que la educación, tal como está concebida hoy, nos conduce inevitablemente. Claro que gracias al Cielo, la naturaleza humana es tan rica en sus recursos que son muchos los que logran salvarse, salir a la superficie, no sin dificultades para la mayoría de ellos. Efectivamente, en lo más profundo de las resonancias ontológicas de su conciencia, un eco les recuerda su deseo de integrar el universo en su totalidad, sin a priori, sin juicios erróneos, sin distorsiones. ¿No está el mundo enteramente disponible a nuestras miradas infantiles? ¿Con qué ojos Einstein escucho el cosmos y con qué oído Mozart lo supo percibir? Juan Sebastián Bach es el modelo perfecto de un genio humano. Logró rápidamente con una precocidad especial el estado de adulto, con una sólida cultura musical que los Bach, sus predecesores, supieron transmitirle, nos lega una obra incomparable. Sostenido por una vitalidad particular, nos maravilla, al tiempo que nos supera, por la abundancia a penas imaginable de sus producciones y de su variedad. Lo que nos deja es monumental, respondiendo a unos cánones bien establecidos, racionalmente construidos. Conoce, como nadie ha sabido hacerlo antes, las leyes de la composición. Es, como hemos dicho anteriormente, el verdadero constructor de catedrales sonoras. Con fuerza y potencia, con verdadera maestría, nos conduce con su singladura hacia la obediencia de las reglas que maneja con una virtuosidad que ha sabido revelarnos y consolidarlas en las estructuras mismas de sus composiciones. 64 Si lo miramos detenidamente, es necesario estar iniciado en una cierta cultura musical para acercarnos a él y seguirle. O bien basta con responder como si uno estuviera en concordancia temperamental, a sus propios ritmos, a su tempo. Si se me permite ahora explicarme en términos neurofisiológicos - tenía que llegar a ello por fin – diría que los mecanismos puestos en cuestión en uno y otro de esos dos sujetos excepcionales son totalmente diferentes, en el sentido de que Bach es más vestibular que coclear, al contrario de Mozart que es profundamente más colear que vestibular. Plenamente consciente de usar términos de lo más bárbaros y como mínimo inesperados, me veo obligado a solicitar del lector un poco de indulgencia por atreverme a llevar el arte a esas concepciones. Lo que buscamos, lo repito, es la eficacia de las respuestas neurofisiológicas que Mozart nos ofrece permanentemente. Bach comparado con Mozart opera de una manera diferente que Beethoven, como hemos podido constataren los capítulos dedicados a él. Bach, el grande, pero también los Bach en cierto sentido, supieron construir estructuras arquitectónicas. Bach, lo recuero, nos invita a seguirle. Basta aparentemente con que nos dejemos llevar en su propia dinámica, a su propio ritmo estrictamente elaborado. Nos impone que resonemos a los movimientos de su alma, a los de su cuerpo, a los de sus dedos moviéndose sobre le teclado. En resumen, para escuchar realmente a Bach, es necesario que nos abandonemos a él y dejar que nos conduzca en su cinética sonora personal. Pero la precisión de su gesto musical, la rectitud de su tempo, la cristalización de su frase musical exigen que podamos ponernos en concordancia con el conjunto de sus condiciones. Sin duda esa es una de las causas esenciales de la adhesión o rechazo expresado por algunos con respecto de esa música tan ricamente diseñada, tan bien perfilada. Parece que, para apreciarlo, es necesario ponerse en armonía con ella. Claro que hay un tempo en la música, pero la característica impuesta por Bach es que ese tempo no deja casi laxitud interna, la medida está integrada hasta la doble corchea. Sin duda llevamos nuestro análisis hasta el extremo, estamos de acuerdo, pero esa imagen nos sirve aquí sobre todo para contrastarlo con la libertad que Mozart sabe ofrecer en el interior de los compases. Bach nos conduce hacia una admirable y monumental construcción, nos arrastra a pesar nuestro en sus ritmos, sus cadencias, en sus múltiples volutas. O bien obedecemos exactamente a los criterios de las frecuencias que le son propias, o bien nos sentimos coaccionados a someternos a ello. Se comprende así que en este caso la adhesión es un abandono real. Responde a una voluntad muy determinada que permite por un tiempo cooperar, pero en ese caso queda fuera de lo natural, fuera incluso del marco de la codificación neuronal primordial de 65 cada uno. Es necesario que la libertad del montaje específico de Bach se encuentre en las estructuras misma de cada uno, para que haya una respuesta al unísono a nivel de las estructuras mismas del oyente. La espontaneidad de adhesión al ritmo Bach requiere pues que haya una resonancia equivalente en el cuerpo del oyente. Es evidente que una estructura tan elaborada, fijada en un sistema particularmente bien estructurado, exige una construcción interna preparada para recibirla. No todo el mundo puede permitirse ser introducido en ella, a despecho incluso de una educación musical progresiva que permita conocer las reglas del juego. Es por ello que conviene determinar ahora las respuestas neurofisiológicas que obligatoriamente deberán establecerse para que la música de Bach sea recibida en armonía. En uno de los capítulos de esta obra se presentarán algunos esquemas de espectro gráfico que nos permitirán hacer visible la comparación con los efectos que, por su lado, puede suscitar la obra de Mozart. 66 8. ¿Y por qué no los demás? Es evidente que no podemos hacer el inventario completo de los músicos de todos los tiempos. Tal proceso requeriría varios volúmenes. Sin duda un catálogo de tal naturaleza tendría el riesgo de ser aburrido. Se puede intuir la irrefutable riqueza que ofrecería esa cantidad de información en el marco de las investigaciones referidas a la producción musical. Los elementos que aportamos aquí nos permitirán constatar hasta que punto esta investigación es a la vez apasionante y útil para todos aquellos que se preocupan por la musicología, la acústica, es decir todos aquellos que se interesan por el mundo sonoro en su globalidad. ¿Por qué no referirse al campo de la neurología funcional que está en relación directa con la dinámica determinada por la comunicación en general y a la cual se puede asociar la músicoterapia? Es verdad que los ejemplos elegidos son tan claros en si mismos que será fácil extrapolar para descubrir las características específicas de cada uno de los compositores o por lo menos para presentir lo que se desearía pasar por la criba de los análisis de laboratorio. Hemos seleccionado algunos músicos próximos a Mozart. Entre ellos, algunos le son contemporáneos, otros le precedieron o le sucedieron. Será bueno recordar de paso que no existen músicos dignos de esa calificación que no hayan puesto a Mozart en la cima de tal escala de valores. Mejor aun, en función de sus opiniones, este último parece escapar a esa humana clasificación para situarse en otra parte, por encima y por todas partes. No tiene parangón, no existe un equivalente. El músico mas cercano a Wolfgang Amadeus Mozart y al cual solo se hace escasa referencia en el marco de los que tuvieron con él una relación musical privilegiada continua siendo irrefutablemente Leopold Mozart, su padre. Existe la costumbre de referirse a su presencia como la de un padre atento, olvidando de manera arbitraria que fue un pedagogo activo, con celo, como ya hemos señalado varias veces. Era un músico de cierto talento, dotado de un discernimiento que le permitía responder a las demandas del niño excepcional que el Cielo acababa de confiarle. Leopold era un músico honorable; se omite demasiado a menudo que fue, además, un compositor, rápidamente eclipsado, verdaderamente, por la obra genial de su hijo. Sacrificó gran parte de 67 sus actividades personales, aceptando de buen grado desaparecer ante él. Leopold fue el primer maestro de música de Wolfgang. Le aportó los elementos pedagógicos de base. Un hecho que merece ser subrayado. Eso caracteriza no solamente a Mozart sino también a todos aquellos cuyo poder creativo les aparta de las influencias exteriores. Esos seres tan profundamente dedicados a su vocación obedecen a una inducción constante, que les sitúa entre los superdotados por la rapidez con la que integran todo aprendizaje. Captan las informaciones con facilidad desconcertante. Están literalmente heridos por un potente deseo que les empuja a crear. Todo poeta ha tenido que aprender a hablar en su infancia, por regla general con su padre. No se encuentra por ello canalizado en el modo de expresión de sus contemporáneos. Aristóteles, que aprovecho como ningún otro las enseñanzas de Platón, supo conservar una impresionante personalidad. Igualmente, nadie ha podido superar, en escultura, la potencia creativa de un Miguel Ángel, que tuvo que aprender de algún maestro el dominio del buril. El pedagogo real dispone de la herramienta y ofrece al alumno el modo de empleo. Busca permanentemente la eficacia óptima de su enseñanza para que se expandan las cualidades que habrá detectado en el niño que se le ha confiado. ¡Qué grave responsabilidad es esa! Es evidente que no todos los temperamentos tienden a generar de manera sistemática la poética. ¿Es eso deseable? Seriamos probablemente incapaces de asimilar ese exceso. ¿Cuántos años, incluso siglos a veces, son necesarios para que al fin sea integrada una evidencia? Sin embargo, conviene identificar lo más rápidamente posible esa tendencia favorable a la creatividad a fin de que pueda germinar, eclosionar y crecer. Esos son los constructores del futuro que las estructuras establecidas generalmente no aceptan fácilmente. Sus concepciones anacrónicas rechazan de entrada las novedades. Ya sea musical, literario, pictórico u otro, un lenguaje inhabitual desorienta, de la misma forma que lo hace una innovación científica que sacude los cánones establecidos. El rigor en el mantenimiento de las creencias del momento, a menudo dogmático, es mayor cuanta mayor seguridad dan a los que están inseguros. Para volver a Mozart, tan generosamente dotado con múltiples dones, lo que importa es que se puso a su disposición los medios que le permitieron proceder a un sorprendente desbordamiento de expresiones musicales. Llegada sin cesar por una impetuosa imaginación infantil, su dinámica interna fue adquirida de inicio, como si hubiera sido programado. Sin duda fue el gran Mozart en el vientre de su madre. Es evidente que fue de inicio ese <satélite humano> concebido para 68 animar, con un empuje nunca visto, el universo de la música. Pero para escaparse, como lo hizo, hacia el mundo sonoro y lograr modularlo con una densidad de vida tan sostenida y tan variada, era necesario que se beneficiara de todas las condiciones favorables a su lanzamiento. Hemos hablado muchas veces de este tema, pero deseamos volver a él y recordar una anécdota relativa a una aventura de laboratorio. Yo tenía la costumbre de verificar las cintas de música filtrada. Son pieza que se trabajan por medio de filtros electrónicos con el objetivo de reproducir su percepción de manera embrio-fetal. La obra de Mozart, como he dicho otras veces, se convirtió para nosotros en un material especial, por sus efectos importantes, permanentes y universales. El control que hacía de ellas se había simplificado de modo que tenía la posibilidad de constatar sobre mi mismo, con algunas mediciones de los efectos de ese modo de grabación, una clara aceleración cardiaca. Evidentemente, para mi no podía ser Mozart, y, ante mi insistencia, la operadora de laboratorio que defendía con firmeza sus opiniones, me trajo el disco de donde se habían extraído los pasajes que estaba escuchando. Se trataba de Mozart, pero no de Wolfgang. Era la Sinfonía de los Juguetes atribuida a Leopold lo que en realidad se me hacía escuchar en forma de sonido filtrado. De modo que me pareció interesante comparar sobre tubo catódico las piezas que nos ocupan. Una correspondía a la sinfonía de Leopold y la otra estaba extraída de la Sinfonía de los Juguetes de Wolfgang. La imagen resultante habla más que lo que yo pudiera hacerlo aun en un largo comentario. Se adivina, en la primera muestra, la organización del tempo sigue las normas de la composición. En la segunda se notan los movimientos y los ritmos espontáneos, libremente expresados, calco de las reacciones neurofisiológicas de un sistema neuronal que no ha sido encasillado por ningún condicionamiento de aprendizaje. En Leopold, las leyes de la composición están distribuidas en función de la evolución de la música y paralelamente a la influencia socio-cultural a la cual naturalmente no es extraña. En Wolfgang, por el contrario, el orden natural de la armonía se revela literalmente. En consecuencia no se desarrollan anomalías armónicas. En realidad éstas no existen más que a través de las transcripciones intelectualizadas de las bases primordiales que se establecen posteriormente, como podrían ser las bases del derecho jurídico con respecto al derecho natural. Wolfgang evoluciona en el cosmos de la música, mientras que su padre, y los compositores en general, intentan descifrar las estructuras dinámicas de la cosmogonía sonora. Toda representación humana del universo no responde más que a la visión teórica de lo que hay en la realidad. La percepción que uno se hace, por muy elaborada que sea, nunca es más que un tinglado laboriosamente construido en función de 69 los nuevos aportes de la astronomía. El mundo no se nos desvela más que en función de nuestros medios de detección y no puede ser percibido en su globalidad más que de manera hipotética, puesto que estamos implicados en su propia estructura. Estamos comprometidos a seguirlo en su camino sideral, sin lograr de todas maneras posicionarnos en un lugar fijo que hiciera posible esa objetivización. Dicho de otra forma, existe una creación que solo el gran arquitecto que la concibió puede aprehender en su totalidad. El contemporáneo con el que Mozart se encontró frecuentemente confrontado durante la última parte de su vida fue Antonio Salieri. La leyenda se ha cebado en ese personaje culpabilizándole todos los males de la tierra. Y, para muchos, sigue siendo esa sombra tenebrosa, verdadera bestia negra que no dejará de torturar el alma del pobre Wolfgang, no dudando de envenenar a su rival para saciar sus perniciosos celos. Evitaremos deliberadamente entrar en esas querellas, que alimentan la curiosidad de los amantes de anécdotas más o menos trágicas. Mozart no tenía necesidad de esa <competencia> virulenta para hundirse en un agotamiento insuperable. Se apagaba como una vela gastada. Había ya hecho don enteramente de su sustancia misma: la música. Sin embargo, no tenemos derecho a ignorar a Salieri como músico. Había adquirido una notoriedad clara en Viena antes de la llegada de Mozart. Era muy valorado, especialmente en la corte, en la que ocupaba la función de Kapellmeister. Ciertamente tuvo que sentir la superioridad del recién llegado y, quizás incluso, sentir celos. Que manifestara a su respecto algún resentimiento y que lo expresara verbalmente, es posible. Pero dejaremos a la historia el cuidado de aclarar ese punto. La escritura de Salieri es reveladora de los gustos de la época, diríamos de los amantes del momento. Permite tener la clave sobre el modo que convenía adoptar para satisfacer al público. Claro que los procesos naturales que aseguran el progreso de las artes están relacionados, de manera permanente, a las corrientes culturales, que se adaptan por un tiempo al gusto de aquellos que se interesan por ello. La adhesión a esas formas de la época acaba por cristalizarse bajo formas sucesivas, transitorias. A ese nivel, cada etapa está determinada por una necesidad de cambio que viene seguida por una fase de saturación. En efecto, ese exceso acaba atenazando a aquellos que se han comprometido profundamente en un género inicialmente percibido como lo que debería ser la expresión definitiva. Sabemos lo mucho que la naturaleza humana es tributaria de perpetuos cambios oscilantes 70 alrededor de un punto de equilibrio que encuentra su lugar en el fondo del alma. Sabemos también la dificultad que tiene de captar ese estado, aunque parece haber sabido siempre de su existencia en el seno de su ser. Mozart utilizaba el lenguaje musical de la época, ciertamente, no dudaba en expresar sus sentimientos, sin abandonar el territorio reservado a su ser a fin de no dejarse atrapar por las convenciones de las reglas establecidas. Sus innovaciones - y fueron numerosas - son un retorno al orden natural olvidado. Estaba inmerso en la calidad de lo innato musical que nunca dejó y supo revelárnoslo. La simple comparación de ciertas representaciones gráficas de Salieri y de Mozart basta para ilustrar sus diferencias. Volveremos a encontrar esos trazos al final de la obra. Nos dirigiremos ahora hacia Joseph Haydn. Mozart le conoció en 1785 y le apreció enormemente. Y había de que. Compositor particularmente dotado, rico de una creatividad abundante, Haydn quiso llevar hasta la excelencia todos los géneros que tocó. Esa ambición no podía más que satisfacer a Mozart. La admiración fue reciproca. Haydn reconoció rápidamente el talento incomparable del joven. Comprendió que Mozart poseía espontáneamente lo que él había adquirido con la práctica, por la búsqueda permanente de una perfección que obtuvo con la edad. La composición muestra en Haydn una singular abundancia y sigue una progresión tal que le convierte en uno de los grandes músicos de su tiempo. Pero íntimamente sabía, y no dudó en proclamarlo con una gran honestidad, que no había comparación posible entre su música y la obra de Mozart. Haydn ha estructurado una de las obras más importantes jamás escritas. Buscó obstinadamente la perfección. Cada nueva obra era para él una oportunidad de progresar. Descubrió intelectualmente, al final de su vida, cuales eran las leyes que rigen la composición. A través de la obra de Mozart, comprendió que esas normas existían de manera espontánea. Se encontró reconfortado por haber logrado descubrir, con la energía que se puede imaginar, lo que en su joven amigo Mozart salía como algo natural. Para Mozart la música era el modo de expresión natural y perfecta a partir de lo cual se podían deducir fácilmente las reglas formales de la escritura inherentes a la composición. Hacía falta la grandeza de Haydn para comprender de golpe lo que le aportaba ese mensajero de la música. Adivinaba que la inmensidad que le revelaba Mozart era tal que no se podría captar más que con el tiempo. Los eventos musicales de los dos últimos siglos - el mundo entero festeja este año el bicentenario de la muerte de Mozart probarían que Haydn estaba en lo cierto. En cuanto a él, introdujo una 71 monotemática única en su género, de lo cual supo explotar las construcciones con virtuosismo y una maestría inigualadas. ¿Es posible yuxtaponer la obra de Mozart y la de Wagner? A priori nada nos lo impide. Se podría intentar un enfoque analógico entre unas estructuras que sabemos a primera vista que son profundamente diferentes. Eso nos llevaría a recoger las características de esos dos universos y recoger los elementos específicos da cada uno de ellos a fin de someterlos a un análisis crítico en paralelo. Es verosímil que tal estudio se nos haría muy complejo, como si se tratara de proyectar un estudio diferencial referido a dos galaxias. Wagner supo crear una lingüística musical, verdadera constelación de <neologismos temáticos>. Su genio inflamado y una rara potencia nos han dejado un excepcional fresco sonoro en el que la naturaleza canta bajo todas sus formas. En un abrazo incomparable, permite al hombre inflamarse. La densidad de su energía hace surgir una orquestación que afecta al ser en su dinámica de pulsión. Único en su género, habla en lenguaje sonoro con una fraseología prácticamente intransmisible, de tan personal que es. Enlaza las turbulencias de un volcán en erupción con los encalmados de un cielo sereno. Exterioriza las fluctuaciones de un temperamento apasionado, ardiente y exuberante. Pocos compositores han aprovechado como Wagner de una imaginación monstruosa tan sostenida, prácticamente inagotable. Escribió sobre una trama densa y consistente. Marco realmente un tiempo, un momento determinante en el mundo de la música. Innovó con tal vigor que se percibió como el paso de una tormenta organizada. A partir de él se aceptó progresivamente, con el paso del tiempo, con mayor facilidad ese tipo de desbordamiento. Sería interesante abordar una investigación sobre los diversos compositores. La ligazón que les une se basa en la estimación de sus potencialidades de resonancia estética. Claro que esos criterios son muy difíciles de acotar, aunque existen. De todas formas es necesario que pase un cierto tiempo antes de poder aceptar la autenticidad de un dictamen justo que determine que un juicio de valor está bien fundado. Mozart escapa a ese tipo de análisis, ya que los cánones que se intentan aplicar en los demás, con el objetivo de determinar su <grandeza>, los posee en su totalidad. En efecto, los elementos indispensables que sirven de modelo para la apreciación general, él los posee, los acumula todos. De modo que a medida que pasan los decenios, su universalidad adquiere una dimensión incomparable. 72 9. ¿Por qué el gregoriano? Acepto de buen grado responder a esa pregunta, que igualmente de manera regular se me pone. Es verdad que desde hará pronto cuatro decenios, utilizo abundantemente piezas de gregoriano para tratar ciertas dificultades de la comunicación. Y con un éxito que se mantiene. Sería lógico preguntarse porqué nos referimos, en este libro consagrado a Mozart, a las virtudes del gregoriano. Se podrían incluso manifestar algunas resistencias a la idea de deber referirse a las relaciones que existen entre esa dos expresiones musicales. Y sin embargo, éstas están íntimamente ligadas en cuanto a sus efectos neurofisiológicos, y vamos a intentar hacer aflorar esas similitudes en este capítulo. El canto gregoriano forma parte integrante de nuestra actividad, que trata esencialmente de la <pedagogía de la escucha>. Interviene en un cierto momento del programa sónico dispensado en nuestros centros. El paso de los años nos ha aportado no solamente la prueba permanente de su acción, sino además cierta perspectiva que permite detectar con precisión los elementos que están en la base y origen de esos benéficos resultados obtenidos. En lo sucesivo vamos a aprehender el canto gregoriano bajo un ángulo diferente del que ha sido estudiado por los monjes de Solesmes de manera tan larga, metódica y amplia . Sería más adecuado hablar de una dimensión complementaria, como un punto de vista diferente que concuerda plenamente con lo que se ha dicho y lo que se ha hecho hasta ahora. El gregoriano es irrefutablemente una joya que el tiempo ha permitido elaborar a lo largo de los siglos. En materia de canto religioso, es sin duda la cima de lo que ha podido encontrar el hombre en busca de Dios. Jamás se nos había ocurrido presentar al canto gregoriano como material terapéutico. Pero existen pocas obras, aparte de la de Mozart, que tengan un efecto, una repercusión tan profunda, tan radical sobre el ser humano como el canto gregoriano. ¿Sitúa al oyente en una alteración de conciencia? Nada de eso. Eso sería minimizarlo, como reducirlo a una simple expresión musical. Actúa sobre otra octava, en otra dimensión. Es por esa razón por la que un análisis centrado en criterios habituales tiene pocas posibilidades de 73 tener éxito. Es también porqué sería abusivo pretender que pudiera ser utilizado con un objetivo curativo. En efecto, el gregoriano no cura, salva. Me explicaré. Es posible curar gracias a diversos medios terapéuticos, pero salvar postula la concurrencia de una inspiración directamente insuflada por la creación. El gregoriano contiene esos dos procesos, y el que se libra a ella se encuentra de repente situado sobre otro registro. Su alma se pone a vibrar en sus ritmos esenciales, los de un estado primigenio, aquel previo a los aprendizajes impuestos por la cultura, lo social. El gregoriano también sirve, en nuestra opinión, para despertar al hombre en sus verdaderas dimensiones, ¿Cuáles son esas <verdaderas dimensiones>? ¿Y qué es el ser humano? Yo afirmo que es una antena receptora de una creación, que le interpela permanentemente. Es un oído en busca de todo lo que puede ser percibido, desde lo audible a lo imperceptible. Ser un oído a la escucha, eso es, me parece a mí, la consecución de la andadura humana. No se trata de dejarse invadir de manera pasiva, sino más bien saber descifrar el universo en su progreso. Ser hombre consiste precisamente en cooperar con esa fabulosa evolución, tomar parte activa en la realización de un movimiento creado bajo el impulso de una irresistible intencionalidad. ¿La humanidad entera no está invitada a participar en ese empuje cósmico que el Creador hizo misteriosamente germinar desde el principio, a fin de que cada criatura contribuya a su realización? Pero el hombre se excluye demasiado a menudo de su trascendencia y se zambulle en una inconmensurable materialidad. ¿Cómo puede ponerse al unísono con ese universo que le interroga sin cesar? ¿Cómo puede volver a encontrar sus euritmias de base? La respuesta, si es que la hay, no puede ser más que fisiológica. No hay equilibrio, parece, mas que en el seno del universo, y concertarse con él requiere una cierta plenitud, a una serenidad real. Eso es lo que denominamos <armonía> en el sentido profundo del término. En esa perspectiva, es cuando el sistema simpático se pone en sintonía. El canto gregoriano es el medio más afinado para comprometer al cuerpo a vibrar bajo los efectos de las resonancias del alma, considerada ésta en sus modulaciones primeras, es decir antes de que cualquier distorsión haya engendrado los <estados de ánimo>. Estos ¿no nos van a hacer opaco hasta ocultar los movimientos espontáneos del espíritu? Vibrando al unísono con los ritmos fundamentales que obedecen a las leyes cósmicas, ese equilibrio no cesa de sorprendernos en su incomparable simplicidad. Nada más simple que lo natural, y sin embargo nada más difícil de definir. Esa misma dificultad la encontramos cuando estudiamos el camino de un astro, que sigue 74 ineluctablemente, con una obediencia absoluta, su trayectoria orbital específica en una perfecta combinatoria con los movimientos celestes. Movimientos simples y de manera natural, produciéndose en un conjunto de volutas sutiles. Se deslizan sin tropiezos, sin brutalidad sobre curvas siempre en armonía entre ellas y que responden a fenómenos programados de alto nivel. En suma, nos encontramos en presencia de algo natural que rechaza y excluye cualquier búsqueda inoportuna. Por otra parte, lo natural no se busca: no hace más que descubrirse por si mismo, en un total abandono. En la misma perspectiva, se puede decir que para cantar y comprender el gregoriano, no hay que existir, es necesario ser. Es decir aprender a dejar surgir el ser en sí, intentar convertirse en esa fuerza que es la vida, sin artefactos. Esa misma vida que nos invade, nos moviliza, nos libra a la humanidad para que podamos consagrarnos en cuerpo y alma a la creación que se desarrolla ante nuestros ojos y a la cual estamos invitados a participar. El canto gregoriano nos pone en un estado que nos permite percibir esa vibración del alma que canta en el registro de la serenidad. Por ello, comprometido en una comunicación fuera del tiempo, el hombre vuelve a encontrar su respiración natural, sin estrés, sin jadeos ni ansiedad. Con las modulaciones gregorianas, se vuelve a encontrar la realidad, verdadero camino hacia la realización. Descubre un espacio privilegiado que le incita a llegar a las esferas en las que su ser puede momentáneamente descansar, lejos de la vicisitudes que le reserva la vida de aquí abajo. A decir verdad, el gregoriano ofrece a quien lo desea una idea del paraíso. Ese séptimo cielo, sin duda el primero, que reinserta al hombre en la creación y le conduce a cantar con ella la gloria del Creador. Por ello, algunos procesos fisiológicos se establecen de manera progresiva para legar a suscitar ese estado especial. A continuación vamos a recordar brevemente los mecanismos fisiológicos que predominan en el canto gregoriano. Los beneficios que se pueden derivar de ese proceso aparecerán así de manera evidente. Es verdad que es más fácil tocar un instrumento, sea cual sea, cuando se conocen todas sus potencialidades. A partir de ahí se puede escribir una música para él. El canto gregoriano parece haber sido creado por inspiración para ser cantado por el instrumento más elaborado del universo: el cuerpo humano. Canto perfecto que muestra el alma libre y amante, el gregoriano le confiere una de sus razones de ser. El gregoriano es un canto. El canto da al sistema nervioso una estimulación importante. Ese efecto se traduce en aportes de energía 75 que se pueden cuantificar fácilmente y que se le podría calificar prudentemente como <influjo nervioso vital> necesario para el buen funcionamiento de los mecanismos cerebrales, especialmente en materia de ideación. Solamente nos referimos a las personas que saben cantar, naturalmente. Esa es una condición indispensable. En efecto, si se malbarata el instrumento corporal por una técnica vocal inadecuada, no solamente no se aportará la energía al córtex, sino que además se corre el riesgo de provocar daños a veces graves. Suponemos pues que el canto se hace bien, de ello resulta un fenómeno de energización, verdadera fuente de actividad cerebral. Naturalmente ese tipo de expresión vocal influye en el modo cómo se distribuirá la estimulación producida. En efecto, una movilización excesiva del cuerpo puede provocar fenómenos que irán mucho más allá del aporte de energía. Las consecuencias se manifestarán en forma de lasitud, a veces agotamiento. Solamente los cantos y las marchas militares escapan a esa fatiga. Están admirablemente compuestos para responder a las necesidades imperiosas de hacer avanzar a la tropa como un solo hombre. Aunque a algunos soldados les repugne ese tipo de ejercicio, aun a su pesar se sienten arrastrados. Con el canto gregoriano evidentemente funciona de forma diferente. Se sabe que, para nosotros, el oído lo regula y controla todo. Toda música pasa por el oído y el gregoriano, música de lo sobrenatural, no escapa a esa ley. Pero, el gregoriano alcanza esa cima puesto que utiliza el aparato auditivo en sus actividades específicas. Organiza al oído de tal manera que puede asumir las tareas de primer orden que le están atribuidas. Una escucha bien controlada es indispensable para obtener una expresión vocal de calidad, que permita acceder al gregoriano. Éste a su vez hace que se organice de manera ideal el oído que le canta, más todavía que aquella que le escucha. El efecto de carga cortical es especialmente necesario puesto que se trata de enfrascarse en la plegaria. En efecto, pocas actividades requieren tanta energía cerebral. Todos los religiosos saben lo difícil que es rezar una plegaria sin que el espíritu, tan móvil y fantasioso, se deje llevar por alguna idea o se invada por algún recuerdo… Y sabemos también lo mucho que los recuerdos desvanecen la memoria, esa memoria esencial, profunda, ontológica que muestra la presencia de lo divino en todas las resonancias del ser. Hay que librarse de las actitudes habituales si se pretende dejarse llevar hacia esos espacios lejanos y secretos. El gregoriano está especialmente hecho para transportarnos hacia esos lugares misteriosamente lejanos, tan difíciles de alcanzar. 76 El hombre está en la memoria eterna, canta el salmista. Se sabe solidario de un Dios que no le abandona y que, desde toda la eternidad le espera, con una paciencia que solo es igualada por su misericordia. El gregoriano es en este aspecto capaz de activar esa memoria y actualizarla a fin de que el deseo de estar cerca de Dios se convierta en el objetivo principal de aquel que lo busca. Es el medio más seguro para llevar al hombre por el camino de la eternidad. Es la perla del ascetismo en el sentido en que ese término implica la necesidad de cambiar de hábitos. Cantar el gregoriano, es volver a encontrar las fuentes primitivas de la modulaciones propias de los ritmos fisiológicos; es abandonar las adherencias culturales que impone la vida de cada día. Pero, como hemos visto, cantar exige una escucha de calidad, o mejor aún un autocontrol excepcional. El gregoriano con su exigencia acentúa todavía más esas condiciones. El oído debe alcanzar una maestría de la función de escucha para que el canto se haga correctamente. Es a la escucha del Ser a lo que el aparato auditivo debe tender para que el gregoriano tome su vuelo y sea sostenido de manera permanente. Por otra parte, la longevidad de algunas piezas, su diversidad, su belleza constituye ese fondo inmutable de la naturaleza humana en busca de la <santidad> despojada de todos sus desasosiegos. De modo que el oído interviene de forma preponderante en ese sistema de autocontrol. Está en lo más alto de la pirámide para asegurar sus funciones esenciales de escucha, de energía cortical, de equilibrio, de rectitud en la postura. A cambio, el canto debe responder a características bien definidas para que se cierre el bucle. ¿Todas las melodías gregorianas son buenas para este tipo de proceso pedagógico, por no decir <iniciático>? Nosotros hemos elegido, desde hace varias decenas de años, el gregoriano de Solesmes, que por su perfección ofrece efectos benéficos muy evidentes. Estos resultados no son del mismo valor cuando se utilizan cantos procedentes de otros lugares. Claro que un canto puede gustar, juzgarlo como bueno, sin que necesariamente iguale las cualidades específicas del canto gregoriano, canto sagrado por excelencia. Para los maestros de Solesmes, el gregoriano es la expresión misma de los movimientos del alma. Está sostenido y controlado permanentemente por una actitud muy especial. En efecto, las cadencias, los ritmos son la traducción de una respuesta que se corresponde a las capacidades del sistema neuronal tomado en su totalidad. Un canto de tal calidad no puede traducir en términos sonoros más que los ritmos fisiológicos de los cuales está suspendida la vida. No somos demasiado conscientes de esos ritmos y generalmente están perturbados por factores de tipo afectiv. Sucede lo mismo con los 77 movimientos respiratorios cuyas modificaciones se hacen sentir inmediatamente con un cambio en la cadencia cardiaca, para no citar más que dos ritmos importantes. Dependen de numerosos elementos y pierden fácilmente su cadencia tranquila y propia. Normalmente el inspirar y expirar se suceden en una alternancia lenta, llena sin sacudidas. En situaciones de estrés por ejemplo, la respiración se vuelve jadeante, ansiosa y, por su parte el par diástole-sístole cardiaco abandona su tictac regular y se instala la arritmia. Esos desarreglos provocan rápidamente alteraciones que no solamente afectan al buen equilibrio funcional, sino que además pueden tener repercusiones neurofisiológicas importantes. Es evidente que un apaciguamiento, un recogimiento con intención de llegar al estado de serenidad se acompaña con la reaparición de esos ritmos fundamentales y primeros. La rítmica gregoriana nos ofrece un apoyo en el conjunto combinatorio de los ritmos fisiológicos. La estructura de la pieza gregoriana muestra un edificio <intelectualmente> organizado, aunque la palabra <intelecto> requeriría un examen particular. Dom Gajard, continuador de la obra de dom Mocquereau (en la Abadía de Solesmes) emplea ese término atribuyendo al intelecto el andamiaje final que las arcis (sílabas acentuadas) y la thésis sucesivas hacen recorrer sobre las modulaciones haciendo un perfil a nivel de la cresta de sus volutas. Pero aquí se trata de un intelecto despojado de racionalización, conviene ver ahí una lógica natural, la del logos. Sabemos lo que sucedería y lo que ha sucedido con algunas piezas que se ha sometido al análisis de una intelectualización exagerada. Ahí también, podemos evocar un proceso fundamental, el del <inter-logos> o <inteligencia> que permite aunar verdaderamente los ritmos corporales con aquellos de la respiración del universo. Todo es arcis y thésis desde el momento en que hay movimiento a escala cósmica. Permanentemente renovados, esos ritmos puede parecer idénticos a primera vista, pero son diferentes en sus acciones pertinentes. No podemos dejar en el olvido los esfuerzos que actualmente se están llevando a cabo en Solesmes bajo la dirección de don Claire, que con la preocupación por la pureza y la autenticidad continúan haciendo investigación paleográfica. Confirman las extraordinarias intuiciones de sus dos predecesores y permiten afianzar, con pruebas sabiamente construidas, la realidad de las bases sobre las que se asientan las estructuras gregorianas. Tal empresa ha gozado del apoyo que proporciona el estudio científico referente al flujo de las modulaciones tan específicas de esas arcis y thésis. El canónigo Jouaneteau ha participado activamente en esos trabajos y ha establecido unos “ritmogramas” que actualmente muchos gregorianistas usan como referecia. 78 Las piezas gregorianas son pues, para nosotros, la traducción de una respuesta del sistema neuronal global, autónomo y neurovegetativo frente a una intencionalidad. Se refiere a una estructura de base universalmente sentida en el fondo de la naturaleza humana. El objetivo a conseguir es transmitir sus modulaciones a fin de que surja una ideación idéntica en todos aquellos que las escuchen, compartiendo así las resonancias neurofisiológicas que han presidido su génesis. A lo largo de los siglos, las piezas gregorianas han logrado una perfección difícil de superar. Pueden naturalmente jugar sobre algunas variaciones, que calificaríamos de temperamentales o de temporales, en función del compositor o del momento, y teniendo en cuenta igualmente la expresión exigida por el tiempo litúrgico. Sin embargo permanecen siendo universales en cuanto a su sustento musical, vibratorio. Esa arquitectura móvil resiste el paso del tiempo como todo lo que contiene el plano de lo intemporal. Las influencias diversas que han conllevado formulas nuevas, suscitadas por la cultura, la etnia, las costumbres litúrgicas del país donde se practica el canto, son muy variables pero no han impedido al gregoriano mantenerse en sus estructuras primitivas. Ha bastado con que se le dejara en un cierto abandono para que tomara su verdadera dimensión, aquella de su aspecto <sagrado>, de su <perfecto> Esa perfección, recordemos, sostiene la activación del conjunto de los ritmos fisiológicos. Éstos se reconocerán, en primerísimo lugar, en la respiración con la inspiración y luego la expiración que le sigue. Bajo la influencia del gregoriano, se instala espontáneamente una respiración apacible, formada por un flujo y un reflujo largo y amplio, sin ningún bloqueo, que ritman por si solos la danza de la frase musical. Sobre ese vaivén sin precipitación, sin golpes, se inscribe un segundo ritmo en profundidad, que responde al latido cadenciado del corazón. La regularidad de la secuencia diástolesístole marcan su tempo y la duración en función de la rapidez de la respiración. Esa es la regla. Tiene algunas excepciones. A pesar de todo, se puede afirmar que cuanto más amplia es la respiración, tranquila, fácil, más se afirma el ritmo cardiaco en una cadencia que no es extraña a la rítmica de la frase gregoriana. Aparte de las correspondencias de la inspiración-expiración, y de la diástole-sístole, hay otros ritmos a considerar, como los ritmos cerebrales y los de la gestualidad. La frase gregoriana tiene una respiración tranquila, sin estrés, concordante con el recuento cardíaco, que marca su tiempo. Pero se trata de un tiempo libre, sin exigencias, funcionando y moviéndose con la expresión y las manifestaciones de los ritmos vitales. Todos esos movimientos de fondo junto con una escucha bien controlada son los que van a introducir unas actitudes corporales 79 propias del canto gregoriano. Sabemos que la escucha exige una postura activa, voluntaria, vigilante. La consciencia queda aumentada, por lo que no es exagerado decir que la escucha es la apertura sobre la conciencia, ni que la conciencia penetra por la vía de la escucha. Además, no es difícil comprender los mecanismos de esas reacciones corporales cuando recordamos que en el oído interno existen unas partes bien diferenciadas llamadas <vestibulares> cuya atribución consiste en establecer las posturas. Para ser controlado y reproducido, el gregoriano requiere verticalidad. Los que lo cantan se mantienen en perfecta rectitud, tiene una postura muy erguida. En esa posición de verdadera elongación, la emisión vocal toma inmediatamente una coloración muy característica, la que corresponde a la <voz ósea> Ésta es rica en timbre, de una suavidad sorprendente y dotada de una ligereza que solo iguala la dulzura de la emisión. Por ese mismo sistema, se obtiene un rendimiento vocal máximo, mientras que el esfuerzo se minimiza para producir el sonido óseo. El sonido óseo, está como suspendido, emitido sin discordancia muscular, actúa simplemente por las relaciones de tensión normal de los antagonistas, flexores y extensores de todo el cuerpo. Aportando así una impresión de gran relajación. Esa relajación dinámica tan deseada va a acompañarse de una respiración de la cual conocemos las virtudes y que va a comportar un ritmo cardíaco apacible. Así por medio de ese tipo de comportamiento postural y esa actitud de emisión vocal, los fenómenos de resonancia parecen revalorizados, al tiempo que desaparece cualquier tipo de tensión, psicológica y corporal en especial. El canto gregoriano representa sin duda el que, a lo largo de los tiempos, ha sido mejor elaborado para conseguir que se establezca un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. Es solo el Ser el que canta, y el cuerpo es su instrumento que le permite llegar a conseguir ese resultado. El gregoriano es el modo de expresión más despojado de estados de ánimo, esos que alteran la transparencia del hombre. Es además la respuesta más fisiológica de un cuerpo desprendido de los problemas cotidianos. Ayuda a redescubrir los momentos valiosos y privilegiados en los que el Ser se pone a cantar. Es una plegaria permanente. De todos los cantos sagrados, es el más desprovisto de expresión corporal, pues no hace referencia a los sentimientos de lo vivido. Modula sobre una octava poco corriente, en la que el Ser se reencuentra con su realidad en su encarnación. Se conecta directamente con la creación, frente a su Creador, y canta a su loanza. El gregoriano es ese canto y esa danza celestes íntimamente ligada a la escucha, y a la escucha de lo Mas-Alto. Mozart también, tan proféticamente llamado Amadeus, nos conduce hacia ese mismo punto último. Pero él llega de manera espontánea. Supo vibrar con su corazón 80 infantil latiendo a un ritmo rápido y arrebatador, inscribiendo en ello su huella diferencial con el mismo gregoriano. Podríamos decir, para terminar este capítulo de manera lapidaria, que ¡el canto monástico de Solesmes es rítmicamente Mozart dividido por dos! Por otra parte Wofgang no era insensible a esa música depurada por los tiempos, que parecía cantar sobre las modulaciones tranquilas de la eternidad. ¿No la necesitará él mismo, al final de su vida, de manera que fácilmente habría renunciado a toda su obra a cambio de haber logrado componer el introito de la misa de los muertos? Hay que reconocer que esa confesión es de una sorprendente y límpida humildad, pero no podemos reprimir aquí el deseo de formular que habría sido una lástima para la humanidad. Sin duda, Mozart supo descubrir en el gregoriano la plenitud del hombre adulto realizado que alcanza el cielo, mientras nosotros necesitamos su música de niño para poder acceder a ello. 81 10. La terapia Mozart Desde la noche de los tiempos, la música ha sido para el hombre un medio privilegiado de comunicar con los demás, con el universo, consigo mismo. Por lejos y profundamente que nos sumerjamos en la historia de la humanidad encontraremos que los sonidos han ocupado siempre un lugar primordial. Sea que hayan sido factores de dinamización, sea que hayan inducido la postura, consecuencia de una concordancia del sistema nervioso con el cosmos, siempre han servido de vectores a las premisas del lenguaje y de la comunicación del hombre con su entorno. Como muchas veces he dicho, es el universo el que modula y el que habla. A su nivel, todo es música y todo es lenguaje. La dificultad va a consistir en preparar al cuerpo humano para llegar al plano en el que se instaura ese diálogo. La música no es una simple fantasía, un mensaje reservado a una elite, el fruto de una cultura. Es una necesidad. Favorece la cristalización de las diferentes estructuras funcionales del sistema nervioso. Facilita la producción de energía relacionada con los estímulos de los cuales el cerebro tiene necesidad para pensar. Abre el camino que lleva a la voz cantada y a la expresión corporal. Preexiste, o por lo menos lo creo así, al lenguaje en si mismo; rige, se encarga del cuerpo en su totalidad a fin de modularlo en una arquitectura verbalizante. De la música nacen los ritmos y las entonaciones inherentes a los procesos lingüísticos. La música comienza ahí donde el misterio se instaura, dejándonos solamente adivinar que el mundo sonoro está esencialmente llamado a traducir, en su respuesta existencial, el silencio vibrante y cantante de lo inaudible subyacente, manifestación irrefutable de una realidad inaccesible a nuestros sentidos. No podemos hacer referencia a los efectos de la música sobre el cuerpo humano sin profundizar en algunos datos de orden neurológico, puesto que es el sistema nervioso el que recibe el mensaje musical y que lo distribuye, de manera más o menos armoniosa, en el conjunto del cuerpo. No es menos evidente que el acceso más natural para hacer esas operaciones el oído. No deseamos, en el marco de esta obra, insistir sobre ese aspecto demasiado especializado, así que vamos a simplificar al máximo los mecanismos neurofisiológicos pertinentes a fin de que el lector se oriente. Y si se pierde un poco en el laberinto que le presentamos, podrá sin dificultad tomarse una licencia y pasar tranquilamente a los capítulos 82 siguientes. Los que desean tener explicaciones más precisas sobre los efectos de la música de Mozart, y comprender porqué la utilizamos desde hace mas de cuarenta años, de manera preferente y elegida, podrá obtener algunas aclaraciones recorriendo las páginas que siguen a continuación. Este capítulo consagrado a los efectos neuro-psico-fisiológicos de la música de Mozart nos va a introducir en el mundo de la sensación y la de la percepción. Necesitaremos hacer referencia, de manera somera eso es cierto, a varios territorios que utiliza esa organización destinada a recibir los mensajes sonoros y a analizarlos. Para ello abordaremos temas como: - el oído humano en sus diferentes funciones, - el sistema nervioso y sus relaciones con los integradores, la vida neurovegetativa, el sistema nervioso central y la piel. El oído humano La música actúa por elección sobre la audición y hace pues intervenir al oído humano. Éste está constituido, según la concepción clásica, en tres partes: el oído externo, el medio y el interno. Nosotros pensamos que en el plano neurofisiológico solo existen dos partes: el oído externo y el interno. Nos ocuparemos principalmente del oído interno que comprende, en un único y mismo envoltorio – la vesícula laberíntica - dos conjuntos que tienen aparentemente actividades diferentes: el vestíbulo y la cóclea. El vestíbulo, el más arcaico de esos dos elementos, está compuesto del utrículo, que tiene los canales semicirculares y una segunda bolsa, el sáculo, situado en el espacio perpendicularmente al utrículo. La cóclea, de emanación más reciente, se organiza bajo el sáculo en una forma helicoidal acaracolada. Clásicamente se atribuye al vestíbulo todo lo que se refiere al movimiento, mientras que a la cóclea el control y el análisis de los sonidos. Actualmente no se puede ser tan estricto en la atribución funcional, la dicotomía anatómica instituida en el pasado entre esos dos aparatos debe, en nuestra opinión, ser revisada. De hecho no existe más que un solo y único órgano, que a lo largo de los tiempos, se perfecciona y se hace más complejo para responder a las nuevas actividades a las que ha tenido que enfrentarse. Primero le correspondió medir e integrar los movimientos, luego analizar su ritmo, más tarde detectar la composición interna, y al fin aprehender el valor intrínseco de 83 los elementos constitutivos, en su realidad física: aquellos que definen la acústica y más especialmente la acústica musical. Nos parece útil detenernos un poco en el aparato vestibular, que, en la práctica musical y del mismo modo en la actividad lingüística, tiene un papel importante. Recordemos que el vestíbulo asegura la estática y la dinámica, así como los movimientos relativos de las diferentes partes del cuerpo. De hecho, todos los músculos del cuerpo dependen de su actividad reguladora. Además por la acción de sus controles motores, ese aparato aporta a través de las posturas, y especialmente por medio de la verticalidad, la mayor parte de las estimulaciones dirigidas al sistema nervioso gracias a las contra-reacciones antigravitatorias. En ese caso, el peso exige atención permanentemente al cuerpo y por ello y además le asegura los medios de establecer un verdadero dialogo con el entorno. La consecuencia es que cuanto más se adquiera una excelente verticalidad, más nos encontramos dinamizados. Asimismo, cuanto mejor en forma estemos más logramos una rectitud postural. El movimiento, la verticalidad y la carga cortical están íntimamente ligados. Para terminar, la parte más especialmente destinada a escuchar, es decir la cóclea, es la encargada de descifrar los sonidos, analizarlos y distribuirlos a fin de integrarlos, así pues de absorberlos, engramarlos (almacenarlos compleja y convenientemente) y de restituirlos si se da el caso. La cóclea, evidentemente, se utiliza en la práctica musical. Pero para hacerlo, debe estar bien situada, en la posición adecuada. Eso implica una postura que hemos denominado <postura de escucha> la cual exige una verticalidad que permita asegurar la carga cortical. Es muy evidente que todas esas exigencias no se hacen posibles más que por las relaciones neurológicas que se establecen entre, por una parte los órganos senso-motores que regulan la posición del laberinto, de la cabeza y del cuello, y por otra parte el instrumento corporal que se sitúa según las normas que confirman a su vez las respuestas vestibulares. Antes de introducirnos en el tema referente a la intervención del sistema nervioso en todo proceso de integración musical, nos parece necesario decir algunas palabras sobre una de las atribuciones del oído, y no de las menores, que hemos identificado y que consideramos como capital. La función que nos parece más chocante, y también la más olvidada, es aquella que hace del oído el principal generador de la energía nerviosa. Se comporta como una dinamo, y la mayor parte de la energía que necesita el sistema nervioso viene justamente de la acción generadora de carga, de energía, de dinamo del aparato auditivo. Esa noción de aportación de energía puede parecer desconcertante para el médico, a primera vista, incluso para el físico. De todas formas es una noción bien conocida por los zoólogos, esa 84 actividad del conjunto vestíbulo-coclear permite comprender los efectos del mundo sonoro en el conjunto del cuerpo humano. El oído asegura la carga cortical. Es generador de energía. Tiene un poder dinamizador, que detenta de los tiempos más arcaicos de la línea animal. Logra esos resultados actuando en diversos planos: 1.- Centraliza, a nivel del vestíbulo, las informaciones provenientes del cuerpo (piel, músculos, articulaciones y huesos) por los eferentes sensitivos derivados de las células generadoras del oído, las del órgano de Corti particularmente. 2.- Induce las posturas que hacen más eficiente esa centralización, en especial en la lucha contra la gravedad, siempre por la acción vestibular, a nivel del utrículo, con los canales semicirculares situados sobre él, y del sáculo. 3.- Regula, en el sentido cibernético del término, la función de escucha para aumentar más aún su eficacia, gracias al aparato coclear. Entre los efectos relativos a la generación de energía, se pueden definir aquellos ligados a los sonidos de carga y los que corresponden a los sonidos de descarga. Esa noción es, en nuestra opinión, muy importante pues nos lleva por el camino de la comprensión de los fenómenos musicales grabados actualmente en el mundo de la tecnología sonora. Nos parece necesario hacer una discriminación entre los sonidos graves y los agudos para avanzar en esta demostración. Recordemos que, sobre el aparato u órgano de Corti contenido en el oído interno, las células sensoriales no se distribuyen de la misma manera según se encuentren en la zona reservada a los graves, a los medios o en la de los agudos. Son pocas en la zona de los graves (100), un poco más numerosas en la zona de los medios (500) y mucho más numerosas en el área destinada a los agudos (24.000). Este dato nos permite captar las consecuencias que puede tener sobre el plano de la carga cortical. Los sonidos graves se integran más fácilmente en las zonas de descarga, esas que en especial no contienen armónicos elevados: por ejemplo el tamtan. Sabemos con qué fuerza los ritmos que componen llevan al sujeto que les escucha al agotamiento. Se podría denominar a esa situación como <estado hipnótico>, por el cual la imagen del cuerpo se pierde en una exacerbación de la integración corporal vestibular sin la utilización de su compañera coclear, que sabemos que es la de la proyección cortical. Los sonidos agudos constituyen en determinadas zonas, a ciertas intensidades y a ciertos ritmos, verdaderos generadores de energía. En ese caso, a carga cortical sobrepasa ampliamente el gasto corporal y se convierte en algo positivo en lo referente a la dinamización del conjunto del cuerpo. 85 Así en el seno mismo del movimiento pedagógico y terapéutico que utiliza la música, la utilización de los sonidos agudos, en particular de los armónicos elevados, y los de los sonidos graves deben ser estudiados con la mayor atención. Tienen efectos muy diferentes sobre el cuerpo humano. El sistema nervioso Después de referirnos a esa acción de producción de energía que puede tener el aparato auditivo tomado en su sentido más amplio, nos parece necesario abordar brevemente algunas incidencias de orden neurológico que nos permitirán comprender los efectos que puede tener la música sobre el conjunto del organismo. De ese resumen emergerán sin duda ciertas nociones referentes al poder del mundo sonoro sobre ese mismo organismo. Los integradores Se trata de una red de integración del sistema nervioso que permite recibir la música, analizarla, decodificarla y distribuirla sobre el teclado corporal. Los dos principales conjuntos que a los que hemos llamado <integrador vestibular> y <integrador coclear> tienen su punto de partida en el oído humano, órgano destinado a captar los sonidos y, muy especialmente, el mensaje musical. Uno y otro de esos circuitos neuronales hacen intervenir las redes sensitivas y motoras que constituyen los bucles cibernéticos que hemos añadido detallados en el anexo para evitar a algunos lectores la molestia de tener que entrar en una descripción demasiado ardua de esa parte del sistema nervioso. Es necesario retener de todas esas consideraciones que el oído es el director de orquesta de todas la operaciones que dirigen al sonido hacia las diferentes partes del cuerpo. El sistema nervioso, que de él depende, interviene permanentemente para regir los efectos de la música sobre el organismo humano. Así los integradores son las vías funcionales obligatorias destinadas a distribuir los sonidos y a memorizarlos. Se puede decir, en una formula lapidaria, que el cuerpo no olvida, tanto si se trata del lenguaje con todo lo que comporta de carga emocional o si lo es del mensaje musical; los rastros persisten, y manifiestan un día su aprobación o su descontento. Habría mucho que decir sobre las consecuencias de ese fenómeno que desemboca directamente sobre el mundo de la psicosomática. 86 No nos vamos a detener en ese tema que está fuera del objetivo de esta obra. Solo subrayaremos la necesidad de buscar para todo ser humano - <normal> o no – la solución más adaptada para evitar esas aproximaciones entre las diferentes partes del ser humano tomado en su globalidad corporal y psíquica. Una armonización es deseable a todos los niveles. Eso supone una coordinación homogénea, equilibrada, estética en el sentido propio del término. Y ahí volveríamos a encontrar a Mozart y el efecto de su música. Se puede decir que los dos integradores neuronales que acabamos de mencionar están permanentemente solicitados de manera coherente por la música de Mozart. En una orquestación magistral, intervienen para optimizar la potencia creativa del hombre y darle toda la energía de la que tendrá necesidad para ser y estar plenamente consciente. El sistema neurovegetativo. Es complejo desde todos los puntos de vista, tanto en su anatomía como en sus mecanismos. De modo que me parece más juicioso presentarlo en imágenes que en palabras. El sistema neurovegetativo, tan maravillosamente denominado por los antiguos el <simpático>, se encuentra por todas partes. Parece estar presente en todos los lugares desde que la vida se manifiesta en el seno de una colectividad celular. Coordina toda la organización vegetativa. Su función es reguladora. Su puesta en resonancia con los ritmos biológicos evoca una similitud con… ¡un no se qué! Y sin embargo ese gran ordenador de los ritmos fisiológicos de base está, se quiera o no, conectado con algún emisor. Algunas investigaciones referidas a ello le asignan respuestas a fenómenos químicos, a exigencias hormonales o a otras causas aun indeterminadas. Aunque, los grandes ciclos a los que obedece y a los cuales nos invita a adaptarnos dejan entender que el lugar de emisión no es otro que el mismo cosmos. Éste tomado en una totalidad que a penas podemos concebir, regula, como sabemos, no solamente la vida celular en su constitución dinámica, sino toda la estructura orgánica concebida en su globalidad. De ahí que los ritmos fisiológicos reales se instituyen como una respuesta fenomenológica de un mecanismo biológico general en el cual todo vibra y todo respira, todo nace y todo muere siguiendo un programa del cual nos es a penas posible entrever su desarrollo, de lo mucho que escapa a nuestra comprensión. 87 Dicho de otro modo, gracias al sistema neurovegetativo, estamos en simpatía con el universo, que rige en nosotros los ciclos de los fenómenos de la existencia: la reproducción, la nutrición, la respiración, la circulación, la vigilia y el sueño. Mide nuestra carrera en el espacio sideral conforme al tiempo que se nos ha asignado vivir. En esa visión, poética en suma, del sistema nervioso, todo es sonido, ritmo, cadencia… Quizás la música encuentre allí su trama existencial, sobre la que basa su razón de ser. Todo me lo hace creer. Nos parece necesario introducir aquí una información complementaria destinada a precisar algunas acciones de los sonidos sobre el cuerpo humano. Se trata, de hecho, de un puente neurológico que, a todos los niveles, vuelve o debería volver perceptible por una parte la verdadera vida rítmica, aquella dictada por el universo, y por otra parte la vida que nos impone el entorno sociocultural. Ese puente lo realiza el décimo par craneal o nervio neumogástrico. Sin embargo, la saturación precoz de ese nervio en el plano de la información hace que sus uniones pierdan eficacia. Así que debemos confrontar una cierta ofuscación sensorial derivada de ello. De modo que ese nervio, que los antiguos genialmente denominaron el <vago>, induce a una respuesta negativa con respecto al mensaje subyacente expresado por el simpático y que desencadena la angustia, que como se sabe inhibe la acción de ese último. La estrategia establecida en realidad contra el estrés que sufrimos en la vida diaria está directamente relacionada con la actividad del nervio neumogástrico, que, paralelamente al simpático, rigen el universo neurovegetativo. Los efectos de la música sobre todo ese conjunto no puede escapar a los especialistas implicados en esa <política> pedagógica y terapéutica y que deben necesariamente tener en cuenta los efectos e influencias neurofisiológicas del mundo sonoro sobre el sistema nervioso. El sistema nervioso central Ese sistema se presenta como un vasto complejo celular, que por el momento se calcula en más de 15 billones de elementos activos y que solamente el 2% de su peso global estaría constituido por células de soporte. Eso nos permitiría indicar la importancia dinámica del conjunto arquitectónico constituido de ese modo. Su papel es recoger la información, centralizarla, almacenarla, y luego en un segundo tiempo transcribirla, y a veces traducirla en una 88 forma nueva. Se dice que el cerebro percibe, decodifica, codifica y reproduce. Pero tiene otras muchas funciones: no solamente recoge todas las sensaciones, sino que decide el acto motor; y además manifiesta su volición. Es, al parecer, el lugar pensante y actuante. Está constituido por dos hemisferios, los dos cerebros a los cuales las ciencias contemporáneas se interesan en el plano funcional, tanto en lo referente al lenguaje como a la música. Se han propuesto muchas hipótesis según las orientaciones tomadas por los especialistas comprometidos en esas investigaciones. Actualmente se puede decir, simplificando, que el cerebro izquierdo es el que hace las tareas, mientras el cerebro derecho es el que asegura su control. Nos es imposible detenernos en estas consideraciones, que requerirían referirnos a redes neuronales complejas. Retendremos solamente que el sistema nervioso humano es la más sofisticada de las estructuras orgánicas del universo. La piel Es habitual invocar igualmente a la piel como fuente de estimulación. Es a partir de los aparatos cutáneos receptores los que recogen las informaciones y son introducidas para ser almacenadas en forma de estímulos, mientras que se inscriben, a nivel consciente, como percepciones. Por otra parte, cabría considerarlo una especie de diálogo no verbal creado con el entorno, a través de esa noción de estimulación y de integración perceptiva, sobre la cual se establece un esbozo de intercambio. Todo nos permite suponer que los aparatos receptores cutáneos son el resultado de modificaciones de la evolución, de adaptación, de las células de la línea lateral de los peces inferiores. Aunque se puede avanzar que éstas darán como resultado por una parte las células de Corti, elemento que no ha sufrido ninguna modificación desde la noche de los tiempos, y por otra parte las de los aparatos táctiles cutáneos, verdaderos elementos de adaptación a la vida aérea de esa excepcional célula. Eso nos hace decir que la piel es una parte del oído que se ha diferenciado, contrariamente a lo que se enseña habitualmente. Así que damos al oído un lugar especial atribuyéndole una autonomía que hace de él un órgano esencial, un órgano primero, precediendo al sistema nervioso central autónomo, como si éste último 89 dependiera de él. Esa concepción aunque puede parecer insólita; para mí es una evidencia. Todo lo que vive vibra. Todo lo que se organiza para llegar a una participación reflexiva a esa presencia inmanente que es la vida manifestada por sus ritmos, sus ciclos, sus secuencias, se orienta hacia la elaboración del sistema nervioso. Y todo demuestra que la actividad del sistema nervioso está relacionada con el número de estimulaciones que recibe, el metabolismo solamente asegura la parte de mantenimiento vegetativo sin poder asociarle la dinámica reflexiva. Ésta, desarrollada al máximo, va a permitir hacer aflorar la conciencia de la cual ella es una emanación embriológica. Por ello ser consciente, es ser, es decir participar en el inmenso universo que nos rodea, que nos envuelve, que nos invita al diálogo bombardeándonos con mil estímulos. En términos más concretos, podemos referirnos a los últimos trabajos científicos que se han realizado en ese campo, y que han demostrado que el sistema nervioso humano, para llegar a tener los niveles de alerta, debería recoger 3 billones de estímulos por segundo por lo menos durante cuatro horas y media diarias. Por medio del oído y en una proporción de más del 90% se asegura esa carga en influjo nervioso. El hombre se presenta pues como un gran oído despertado por los acentos sonoros del entorno y puesto en resonancia a nivel mismo de la escucha. Construido a lo largo de los tiempos para descifrar todo lo que se mueve, ese curioso aparato sabe a la vez analizar el desplazamiento, definir la estática, determinar la verticalidad, dosificar el tono y asegurar los movimientos de cada una de las partes del cuerpo. Todo lo que vive emite, en el sentido más ontológico del término, su propia secuencia vibratoria, su propia música de alguna manera. También la música a su vez asegura una acción especial sobre esa materia viva ya sea activándola y vivificándola, ya sea rebajando e aniquilando las funciones fisiológicas vibratorias existentes. ¿Cómo procedemos, qué hacemos? Antes de indicar al lector nuestro método psicopedagógico a partir de la música de Mozart, necesitamos introducir algunas nociones referentes por una parte a la naturaleza de la música y las músicas utilizadas por nuestros contemporáneos en el campo de la musicoterapia y por otra parte los principios básicos de nuestra acción en materia de pedagogía de la escucha. 90 Las músicas Si el músico, el teórico, nos permite una incursión en su campo, diríamos en voz baja, tan discretamente como fuera posible para que no se nos tache de herejes, que primero está la música, luego las músicas, luego los lenguajes sonoros y al fin las experiencias acústicas. La música actúa por sus efectos de armonización interior, es decir por la explotación de los modos primitivos. En eso la música me parece esencial, por otra parte. Ella suscita y despierta hasta hacer tangible las modulaciones del sistema simpático. Las músicas son las organizaciones sonoras que sobreañadidas a los modos de base de los ritmos de la vida exterior, introducidos por la sociedad y la cultura, que van desde el gesto hasta el lenguaje, y que implican de hecho toda la gestualidad. Se reconocen como primeros generadores de esas músicas los elementos folklóricos. Los lenguajes sonoros hacen revivir concretamente estados emocionales implicando a la vez las sonoridades evocativas de acentos percibidos y engramados en los núcleos afectivos centro-encefálicos, que presiden la vida neurovegetativa, y los ritmos que movilizan al cuerpo fuera de las codificaciones normalizadas anteriormente. Se deriva de ello una estructura narrativa, una semiología sonora, que se expresa sobre el cuerpo en toda su dinámica externa e interna. Además existen las experiencias acústicas. Es fácil percibir el nivel que hay que alcanzar para aprehenderlos fuera de cualquier concepción de escucha. Tienen el mérito de introducir en el mundo sonoro objetos acústicos nuevos. Éstos deberán a su vez, para ser transcritos en memorización corporal, responder a los datos intrínsecos del sistema nervioso. Sin eso, sea cual sea la belleza que representen para el autor, no tendrán ninguna oportunidad de poder ser integradas en una universalidad neuronal. Sabemos cuán positiva puede ser la acción de los sonidos. Sabemos también que las intensidades sonoras a disposición de los jóvenes de hoy, y que pretenden ser música, tiene como objetivo único hacer mucho ruido. Vemos los daños, ya que pueden llegar a destruir el oído, lesionando el órgano de Corti. Pero, aparte de esos fenómenos absurdos, no hay nada negativo. Esos excesos, esos abusos ¿No son en si mismos la prueba de una búsqueda, tal vez necesaria, para que alrededor de esa profusión de energía sonora resurja la música con sus cualidades y sus criterios fundamentales? ¿No hemos dicho varias veces que ella nos llega de alguna otra parte? y ¿El peligro no será pretender acapararla? Sin duda el delirio del poder encuentra ahí su origen y su perdición. 91 Los principios de base Las investigaciones que hemos emprendido desde hace ya muchos años en el campo de la fisiología auditiva y vocal nos han permitido determinar los criterios siguientes: 1.- La detección de la existencia de contra-reacciones audiovocales nos muestra que toda modificación del alcance auditivo determina una transformación de la emisión fónica o instrumental, controladas neurológica y cibernéticamente, según unas leyes determinadas. 2.- La presencia efectiva de un oído musical que se caracteriza por una curva de respuesta auditiva ascendente de por lo menos 6 dB/octava, pudiendo llegar a 12 o 18 dB/octava, es decir una curva progresiva de 100, 200 o 300% por octava. A través de ello conocemos el perfil de la pendiente. Esa ascensión se efectúa desde la frecuencia 500 Hz hasta 2000 Hz. Más allá, la curva dibuja una cúpula que va hasta 4000 Hz y a veces hasta 6000 Hz. El oído que presenta esas características, es seguramente musical en el sentido más amplio del término. El sujeto que está dotado de ella ama la música, la reproduce afinadamente y la restituye con calidad. Toda perturbación sobre la curva de audición, dicho de otro modo sobre el control audio-vocal, comporta inmediatamente la pérdida de las cualidades mencionadas, a condición sin embargo de que afecten al oído derecho, pues solo él es musical. 3.- El descubrimiento de la existencia de un oído director o rector, el derecho, comporta una revisión de los conocimientos relativos al diálogo inter-hemisférico. Es conveniente reconsiderar la noción de centralización de la actividad cerebral focalizada sobre la capa cortical a fin de poder acceder a la concepción de lo que nosotros hemos denominados los <integradores>. 4.- La descripción de las características que tienden a diferenciar y a explicar los diversos grupos lingüísticos. Cada idioma se individualiza por la acción de cuatro parámetros, que definen el oído étnico y que afectan igualmente a las características de la producción musical de la etnia considerada. 5.- El hecho de evidenciar que toda distorsión o dificultad de musicalidad encuentra su origen en una perturbación de la escucha, que puede ser evaluada con ayuda de un test específico, llamado test de escucha (TLTS). Esta prueba permite medir las capacidades de recepción y de reproducción de la música. Es un instrumento de gran valor a la hora de elegir, para un individuo específico, el instrumento o el registro vocal que se le ajustará mejor a su personalidad. El TLTS se 92 administra ahora de manera sistemática en ciertos conservatorios de música y de canto. 6.- La certeza de que podemos resolver los problemas mencionados por medio de una pedagogía de la escucha controlada electrónicamente, que revivifica los procesos evolutivos que conducen a despertar el deseo de comunicar por la música. 7.- Para terminar, la prodigiosa inmersión en el universo sonoro uterino, que da las claves de los mecanismos de relación establecidos antes del nacimiento y revela los diferentes factores de la especificidad humana tales como la verticalidad y la lateralidad. Igualmente pone en evidencia las memorizaciones embrionarias y fetales arquetípicas, y tantos otros procesos adheridos a la evolución programada del aparato auditivo en su andadura hacia la realización de la escucha. Nuestra técnica La acción dinamizadora, proveedora de energía, del oído se revaloriza por medio de un montaje electrónico capaz de suscitar la postura de escucha privilegiando los sonidos que se enmarcan en un volumen sonoro cuya forma y densidad responden a las normas de las células del órgano de Corti. La música - una determinada música interviene entonces en el seno de una programación sónica teniendo en cuenta los procesos evolutivos que, desde la vida intra-uterina, deben llevar al oído hacia la escucha y más específicamente hacia la escucha del lenguaje. Es indispensable que haya un conjunto neuronal para situar las cadenas de ondas de impulsos destinadas a vehicular más tarde las informaciones semánticas. Esa codificación primordial, fundamental, vector esencial de una integración acústica repartida armoniosamente en el conjunto del sistema nervioso y a través de él a todo el soma, permitirá inducir las posturas, en especial la verticalidad. Permitirá asimismo repartir de manera homogénea la tonicidad en todo el cuerpo puesto a la escucha, esculpirlo en suma para que se convierta en una antena receptiva que vibre al unísono con la fuente sonora, ya sea musical o de lenguaje. Para ser más concreto, propongo indicar en algunas líneas la forma como procedemos en materia de pedagogía de la escucha. Con ayuda de unos montajes electrónicos, hacemos revivir el periodo auditivo intra-uterino, principalmente a partir de la música de Mozart. Ésta se filtra más allá de los 8.000 Hz con el objetivo de restituir la carga sónica que suscitará, acelerará o creará el deseo de comunicar, el deseo de vivir. Eso lo hacemos a través de unos aparatos que utilizan 93 unas básculas electrónicas que llevan al oído a acomodarse a la escucha que esos mensajes que se le transmiten. Mozart retransmitido en sonido filtrado (es decir en sonidos intrautrinos) y escuchado bajo el Oído Electrónico se convierte así en un vector de armonización, de dinamización, de vigilia y de creatividad. Las respuestas son inmediatas: el sujeto se activa, modifica sus referencias neurovegetativas, la respiración se amplifica, su pulso se acelera. Manifiesta un deseo de comunicar con su entorno. Su postura se transforma igualmente y se convierte en la de la escucha. Esa música actúa particularmente sobre los flexores al principio y luego moviliza rápidamente los extensores del tronco. Después de esa fase que consideramos primordial, procedemos a un parto sónico reproduciendo de hecho el evento del nacimiento en el plano acústico y que permite al sujeto dejar la audición fetal para adaptarse de ahí en adelante y plenamente la audición aérea. Siempre actuamos con la música de Mozart reduciendo progresivamente el filtrado a través del Oído Electrónico. Después del parto sónico y antes de introducir al sujeto en el universo semántico, que tiene el riesgo de estar todavía salpicado de bloqueos afectivos, continuamos utilizando la música durante un largo período prelingüístico, que permitirá al sujeto prepararse para el diálogo con el otro. Durante esta fase utilizamos tres tipos de sonidos musicales: Mozart, gregoriano y las cancioncillas, mientras entrenamos al oído derecho a convertirse en predominante. La lateralidad se instituye sobre una dextralidad, de lo cual he explicado los principales efectos en varias obras. ¿Por qué pues esa selección tan exigente referente a los materiales sonoros? Una larga experiencia de más de cuarenta años y sobre decenas de miles de casos (patológicos y normales) ha permitido obtener respuestas neuropsicofisiológicas que han sobrepasado ampliamente los niveles de resultado obtenidos con las técnicas habitualmente utilizadas. De Mozart, como ya he indicado, las piezas para violín (que concentran muchas secuencias ricas en sonidos agudos) son las más eficaces. Con respecto al gregoriano, las modulaciones de tipo Solesmes constituyen los elementos que hemos elegido. A la inversa que la música de Mozart, el gregoriano tranquiliza, calma el corazón y la respiración al tiempo que solicita la verticalidad, actuando principalmente sobre los extensores de todo el cuerpo. Para los niños, además de los dos elementos sonoros citados anteriormente, hacemos pasar las cancioncillas de la etnia a la cual pertenecen. Esas cancioncillas, que se han conservado a través de los siglos, constituyen las bases mismas de la lengua que luego se utilizará como medio de comunicación. Contienen los elementos estructurantes 94 folklóricos del futuro lenguaje. Los ritmos que contienen van a preparar al niño a aceptar progresivamente el lenguaje con sus incidencias psicoafectivas susceptibles de transformar su universo relacional. Hay que precisar que las cancioncillas alemanas o españolas, por ejemplo, no pueden en ningún caso ser aplicadas a la educación o la reeducación de los niños franceses. Los ritmos de base que corresponden a codificaciones neurológicas diferentes son específicos de cada etnia. E incluso dentro de una misma comunidad lingüística amplia (la francofonía, por ejemplo), las cancioncillas constituyen elementos particulares y específicos y no pueden ser usados en otro país. Después de esa minuciosa preparación, el sistema nervioso, reconvertido en red integradora libre y liberada, será capaz de recibir el montaje lingüístico que el niño o el adulto podrán utilizar con el objetivo de llegar a una total comunicación con el entorno. Los procesos de integración y de aprendizaje quedarán de ese modo reactivados y permitirán al sujeto beneficiarse de todas sus potencialidades. Esta explicación neurofisiológica, un poco complicada para la persona no especialista, nos habrá permitido comprender la acción que puede tener la música sobre el oyente. Éste deberá tomar conciencia de ello a fin de situarse de manera que su protección queda asegurada. En esa situación privilegiada, podrá apreciar la música, sea cual sea. Sabrá qué parte de si mismo está implicada y podrá reconocer las respuestas corporales que suscita la carga musical. Será capaz de descifrar los estados de ánimo y las intenciones emocionales que animaron al compositor. El oyente reaccionará en función de la puesta en resonancia de su sistema nervioso del cual conservará el control a través de la escucha. Por el contrario, el oyente no educado, mal o imperfectamente codificado, incapaz de dar una respuesta realmente válida puede tener el riesgo de ser arrastrado de aquí para allá. Estimando tal o cual autor en función de sus propios estados de ánimo, será peligrosamente introducido en las condiciones psicológicas propias del compositor. Daré un ejemplo para precisar mi idea: un niño sin lenguaje, patológicamente bloqueado en un estado de no comunicación, como en el caso del autista, y que se le conduce a escuchar con atención a Chopin va a sentir una angustia fuerte, que irá creciendo a medida que dure la experiencia, mientras que con Mozart ese mismo niño se verá mas despierto al tiempo que se ira distendiendo. Cada uno escucha como lo desea, y raros son los que saben escuchar… El mundo musical encuentra así al mismo tiempo sus límites 95 y sus efectos mágicos. Además en función de las aperturas auditivas, resultado de una educación construida desde la infancia, la música no es percibida idénticamente por todos. Puede arrastrar en sus ritmos y sus volutas, más allá de cualquier otro lenguaje, a la persona que se encierra en sus fantasmas y sus ensoñaciones. Pero existe una maduración hacia la escucha, que va en paralelo al crecimiento personal hacia la propia maduración de adulto, hacia su estado de liberación. Vibra entonces al soplo o respiración, al ritmo, al zumbido, al murmullo del universo. Todo le indica que deja de <existir> para <ser>. Sumerge su cuerpo y alma en la esencia misma de la música. La vive, la comprende hasta creer que él mismo la crea. Para terminar, permítanme que me dirija a todos aquellos responsables del futuro de los jóvenes de nuestro tiempo y que, algunos, manosean la expresión sonora con una desenvoltura inquietante. No se juega impunemente con el sistema nervioso de los niños a su cargo, y que se deben educar para convertirlos en adultos completos. La música constituye sin duda el mejor medio de preparar las vías sobre las que se instaurará el lenguaje y en consecuencia todo lo que afecta al proceso de comunicación. Es, en su esencia, esa vibración primera que pone al cuerpo humano en resonancia y le esculpe, le talla, le construye en sus componentes psíquicos, mentales y espirituales. Por sus acentos, la música, puede liberar de sus ataduras a aquel que se encuentra aprisionado en las redes que ha tejido la existencia. Es la base misma del canto, que salmodia la liberación del ser atormentado por la angustia de vivir. Es un don gratuito, extraña y maravillosamente ofrecido para que el hombre se eleve hasta su verdadera condición humana. La música detenta así un carácter universal al servicio de todos. Y, si hemos insistido en este libro en los poderes específicos de la producción de Mozart, es porque hemos podido evaluar la potencia estructurante de esa excepcional obra, yo diría que única. Y sin embargo no lo es en cuanto a su misión pedagógica. Muchos músicos de talento, antes y después de Mozart han expresado con genio lo que el universo les ha dictado. Pero todo artista, digno de ese nombre, debe pensar constantemente que no compone o toca la música solamente para él, ni para complacer esencialmente a un círculo de iniciados, como un tipo de asamblea privilegiada reunida alrededor de una misma cultura. Está ahí para dispensar a todos ese don musical que ha recibido tan generosamente, más allá incluso de la dimensión humana. Esa es una gran responsabilidad, sus poderes son muy amplios. Nada debe permitirle abusar de ello y crear con total libertad montajes sonoros que transgredan las leyes de la armonía, las que rigen el movimiento del mundo y constituyen la base de las respuestas 96 neurofisiológicas de todo ser humano. Por su acción, por su atención vigilante, por sus luchas y sus combates, debe permanecer atento a sus leyes cuyo criterio mayor continúa siendo la universalidad. Hago alusión, naturalmente, a esas composiciones aberrantes que son verdaderas drogas sónicas destinadas a subyugar a las generaciones de jóvenes destruyendo su sistema nervioso de una manera que llega a ser definitiva, a veces. La llamada que hago a los músicos actuales evocando la potencia y los peligros de la emisión creativa no debe hacerles olvidar que deben dirigirse a los especialistas encargados de asegurar la calidad de recepción del mensaje musical a nivel del sistema nervioso destinado a percibirlo. De la misma manera que no sirve de nada mostrar las pinturas de los grandes maestros a los niños desprovistos de visión o a los que no desean ver y todavía menos a los que no desean mirar, igualmente es inútil llenar los oídos de los niños de una música de la cual sabemos su belleza y apreciamos la insondable riqueza, si esos niños presuntos oyentes están desprovistos de una verdadera escucha. Está en nuestras manos todavía hoy, lo recuerdo, no solamente mesurar las potencialidades de escucha, sino de modificarlas para aumentar su eficacia. Es incluso posible, antes de elegir el instrumento que nos apresuramos a tocar - ya se trate del canto o de la práctica instrumental – afinar los oídos de aquellos que emprenden tal andadura para que puedan beneficiarse de la facultad de integrar, de embeberse de ese mensaje hasta encarnarlo. ¿He insistido bastante sobre la necesidad de conocer y mesurar los efectos de la música sobre el organismo humano, a fin de captar mejor el alcance que puede tener una composición musical, tanto si nos situamos desde el punto de vista educativo y cultural o si nos dirigimos a criterios terapéuticos? Me gustaría emitir un deseo: el de ver constituirse grupos de investigación encargados de estudiar en profundidad los efectos de la música sobe el cuerpo humano. Deberían comprender por una parte a especialistas abiertos a investigaciones fundamentales en materia de neurología y neurofisiología, por otra parte los acústicos acompañados por los informáticos y electrónicos, y por fin los equipos cuya preocupación es, y debe continuar siendo, la de crear y producir música. Esa colaboración es indispensable para reanimar, en ese enorme contenedor humano que es el mundo de hoy, las fuerzas vivas y las energías necesarias para el establecimiento de un programa de gran calidad tendente a optimizar el potencial de cada uno. La música habrá entonces conseguido su objetivo. 97 11. El espectro Mozart Si la música de Mozart determina las reacciones específicas, que hemos indicado, es porqué presenta unas características que nos parece interesante definir. Recordaremos los efectos verificables más allá de lo subjetivo, como por ejemplo la aceleración del ritmo cardíaco, la ampliación respiratoria, el aumento de energía, la eclosión de la creatividad. Tantos elementos, que nos orientan hacia el sistema nervioso tomado en su totalidad, comprendiendo con ello el aparato neurovegetativo mismo. Ese conjunto neuronal es efectivamente el receptáculo de todos los fenómenos acústicos. Se sabe nuestro punto de vista sobre la absorción de los sonidos por el oído a través del cuerpo. Se conocen igualmente los trabajos, que hemos realizado en nuestros laboratorios desde hace muchos años, procediendo al análisis espectral de la música, del canto, de las lenguas. Y se conocen las investigaciones que hemos hecho sobre el universo pictórico recogiendo sistemáticamente los dibujos realizados por nuestros pacientes bajo el Oído Electrónico a partir de algunos temas musicales como Mozart o gregoriano. Para evaluar los resultados, se han empleado una batería de test: el test de escucha, el del árbol, el de lateralidad. El análisis de los dibujos nos ha permitido asimismo mesurar los efectos de las obras musicales utilizadas por nosotros en el marco de la aplicación de nuestras técnicas. Por otro lado, algunas pruebas de laboratorio nos han llevado hacia la tensión arterial, la aceleración del pulso, la dinámica muscular y la postura. Todos esos resultados, evidentemente estudiados en correlación con los obtenidos a partir de las obras de diferentes compositores, están ya totalmente confirmados y homologados para nosotros. En efecto, los hemos registrado desde hace más de treinta años. Su consistencia y su universalidad nos conducen naturalmente a una investigación sobre las causas de esos efectos y su constancia. Esperaba ser guiado por trabajos anteriores, pero no encontré ninguna respuesta científica válida. No he leído nada que me pudiera aportar, si no explicaciones sólidas, por lo menos un hilo conductor que indujera a una tentativa de investigación. Afortunadamente nuestra orientación centrada sobre los mecanismos de la audición nos iba a abrir unas vías reales, unas avenidas en realidad, en un campo inexplorado hasta entonces. Nos permitiría conocer una nueva dimensión del sistema nervioso involucrado en funciones de integración. Esa andadura abría 98 perspectivas apasionantes, que nos revelaban un enfoque inesperado de la neurología funcional, y más adelante, vi con mucha claridad que ésta revestía un carácter primordial y que además es considerablemente más fácil de abordar que la anatomía clásica, puramente descriptiva, que se hace a menudo inaccesible puesto que está demasiado alejada de la función. El estudio de la anatomía está en realidad adaptada a las necesidades del cirujano. Es menos útil al fisiólogo, pues lo que le importa a éste son las actividades funcionales que hacen inteligibles las relaciones reciprocas de los diferentes territorios orgánicos. Así, por ejemplo, hemos podido describir los integradores neurológicos gracias a los cuales se hace más fácil captar el sistema nervioso en sus diversas funciones. Generalmente, esta perspectiva ilustra de una forma totalmente diferente el conjunto de árbol neuronal y revela las transformaciones evolutivas de adaptación que presidieron la elaboración de la estructura funcional que actualmente está establecida. Lo que es verdad para el sistema nervioso lo es para todos los demás territorios anatómicos. Si nos tomamos la molestia de observar la laringe en su conjunto. Si nos fijamos en su posición en el espacio faríngeo y sus relaciones con las cavidades retro-bucal y nasal, tanto en los antropoides superiores como en el hombre. De ese modo, nos persuadiremos de la evidencia de las modificaciones que conllevan las necesidades impuestas por la inducción de la función de la escucha. Ésta induce a su vez la función de la palabra. Recordemos que ésta determina por su simple presencia la obtención de la verticalidad. Es decir en resumen que prepara al cuerpo a convertirse en el instrumento fabuloso de donde emanará el lenguaje, de donde fluirá la creatividad, que suscitará el pensamiento. Por ello bajo la impulsión de ese pensamiento creador nacerá la música, es decir el conjunto de todas las lenguas, incluyendo la expresión musical. Y a partir de tales construcciones surgirán los medios que generan la comunicación y que requieren que el cuerpo sea conscientemente percibido y sentido. Debo a la música y más aún a Mozart haber podido captar los numerosos mecanismos que han contribuido a establecer el enfoque al cual acabamos de hacer alusión. Mozart, como hemos dicho varias veces, nos dejó un material inigualable, y hasta hoy inigualado, para la investigación en laboratorio. Existen varios grados en la manera de estudiar el universo acústico y sus efectos sobre el ser humano. Hay en primer lugar los sonidos puros y complejos, en segundo la música. Es ahí donde interviene Mozart. Interviene en nombre mismo de la música, que él representa en estado puro. Es verdad que todo su cuerpo vibraba a la música y no expresaba más que la música misma, en función de sus propios ritmos fisiológicos. Esos ritmos fijados en él por la precocidad de su creatividad, 99 expresan los que respondiendo al sistema nervioso del niño, y más todavía a los de uno muy pequeño, sumergido en un baño sonoro. Supo absorber la música y transcribirla en función de sus ritmos vitales iniciales, al tiempo que determinó para el resto de sus días las cadencias de su tempo definitivo. Es posible poner en evidencia esos fenómenos por dos vías. Una corresponde a los efectos neurofisiológicos producidos por la escucha de la música de Mozart. La otra es descifrable en el laboratorio, por el análisis de las modalidades de los soportes del fraseado, el caudal o la coulée musical que Mozart utiliza de manera permanente, de ese modo se puede deducir la firma, el sello, de base de toda su obra. Algunos diagramas correspondientes a los elementos recogidos en el laboratorio revelarán lo que queremos expresar aquí. Se indican en el anexo, así como los diagramas correspondientes a las diferentes “facturas” de otros músicos citados en esta obra. Soy el primero y el más convencido de que Mozart no se resume en algunos gráficos, pero esa no es en absoluto mi intención. Además, para ser más significativos, los resultados de laboratorio deberían haber sido más numerosos y para algunos perfilarse en cintas filmadas. Un enfoque cinético sería sin duda de mayor interés. Mozart toca, juega, aprovecha el cuerpo humano. Es un virtuoso del sistema neurovegetativo y un especialista de la neurología funcional. Lo que es mejor, esta dotado de inicio de ese saber, no habiendo tenido en ningún momento su memoria polucionada por un amontonamiento de recuerdos embarazosos. ¿Es necesario recordar que esos recuerdos son verdaderos escollos, que pueden llegar hasta perturbar los procesos profundos de la comunicación y obscurecer los de la creatividad? Su percepción del mundo fue cadenciada al ritmo de su metrónomo cardiaco. Su corazón infantil marcará las modulaciones de la expresión de su alma directamente y simpáticamente conectada con el <logos musical>. A ese nivel es en el cual hay que buscar su lenguaje, ese con el cual expresará lo que le atraviesa, sin alterar jamás la pureza de su composición y eso a pesar de las limitaciones de la existencia que, como sabemos, no se las ahorró. El laboratorio nos permite captar la evidencia de o que acabamos de decir a lo largo de esta obra. Es posible que los pocos espectros trazados sobre tubo catódico, que reproducimos en el anexo en forma de diagramas, sean suficientemente elocuentes para que esta larga disertación sobre los efectos neurofisiológicos de la música de Mozart tome toda su significación. 100 12 ¿Alguna conclusión? Mozart verdaderamente no fue más que su obra, toda investigación que identifique su vida y vivencia forzosamente hace una singular reducción. Claro que, como todo hombre, tuvo que cumplir un periplo temporal y tuvo que hacer su papel que no debía dejar de tener su atractivo. Aunque su creatividad le llevó hacia una tal preponderancia, por encima de sus vivencias existenciales, que ella permanecerá siendo lo esencial. Evidentemente, describir la música no considerando más que un solo instrumento sería aberrante, aunque se tratara de un “stradivarius”. Sin duda, un documento maravilloso referente a la evolución instrumental podría ser interesante, y la influencia de tal elección haría apreciar al oído experto una cualidad sonora particular en el momento de la ejecución de una obra. Aunque, por esos medios, la música no nos revelaría sus secretos, en absoluto. Por otra parte, hacerlo considerando solamente a un solo compositor nos llevaría a una conclusión todavía más restringida. Los parámetros tomados en cuenta en tal perspectiva se revelarían múltiples y complejos, y la música continuaría siendo inabarcable, lo cierto es que la música, solo en su globalidad, puede ser percibida en su esencia. A través de su estructura musical, Mozart permite la aparición de un conjunto de elementos de los que se desprende un sentimiento específicamente mozartiano. Eso no pretende otorgarle alguna superioridad sobre tal o cual obra de otro compositor. De la misma manera que rechazamos definir la poesía evocando las reglas de la gramática. Por el contrario afirmamos que las leyes que rigen la dinámica de la estructura de una lengua se apoyan sobre la trascripción verbalizada del pensamiento mismo. En efecto, una lógica interna se crea para determinar el fraseado de palabras según un orden preestablecido. Es el lingüista y más especialmente el gramático el que descifra las relaciones auténticas sobre las cuales se estructuran los fundamentos de cada idioma. Claro que existen universales que son los atributos de una lengua sea cual sea. Sobre ese fondo común van a erigirse verdaderos montajes dependiendo ellos mismos de las estructuras funcionales características de la etnia lingüística propiamente dicha. Pero esos invariantes nos manifiestan su presencia sin desvelar por ello sus causas originales. Cualquier andamiaje solo permite construir lo posible, lo que es virtualmente realizable. Como si, de 101 alguna manera, la idea preexistente exigiera y motivara la arquitectura. Sucede lo mismo en materia musical, cuando abordamos el estudio de la armonía ¿la música no está literalmente esculpida, cincelada en función de una inducción que genera la obra, por medio de las técnicas del momento? Los cánones aceptados a posteriori van luego a poner las bases sobre las cuales se van a perfilar las líneas melódicas de la escritura regidas por las reglas del contrapunto. Es esa espontaneidad, que fluye como el agua de una fuente inagotable determinando el trazado de sus propias orillas y encauzándose hacia el río al cual da nacimiento, es lo que se descubre en Mozart. Su obra irresistible fluye a profusión, abordando las expresiones más variadas sin que podamos observar jamás una desviación susceptible de alterar el orden de fondo preestablecido. La armonía induce su modo natural de composición según las líneas que convergen libremente al tiempo que promulgan las leyes del contrapunto. Se trata pues de hacer intervenir verdaderas leyes naturales para suscitar el paso de la expresión sonora. También esperamos descubrir los parámetros sobre los cuales se basarán los criterios de una organización estructural propia de la música. De una “gramática musical”, podríamos decir de tanto que se acerca la música al lenguaje. También podríamos hablar de semiótica sonora. Todo sonido tiene una resonancia, un eco sensorial está en efecto sobre la vía de la semántica. Ese montaje no puede hacerse más que haciendo intervenir procesos complejos, interrelacionados y que marcan los diferentes estadios de una sutil organización del mundo sonoro del entorno. En este mismo orden de ideas, en el niño que se abre al lenguaje, todo es melodía. Todo está sometido a adaptaciones neurofisiológicas que determinan el combinatorio sobre el cual se va a basar a continuación el estudio de la admisión de las palabras, en suma la gramática. El lenguaje del joven Amadeus fue de inicio la expresión musical. Su conocimiento innato de las reglas que emanan de sus neuronas, que fueron puestas a contribuir bajo el empuje de un deseo particularmente rico y singularmente precoz de hablar en forma de música. Al igual que el lenguaje habita en el niño, la música vivía en Wolfgang. El chiquillo es el fruto de la palabra, que va tomando forma hasta no ser más que una manifestación del logos. Por lo que respecta al joven Mozart, fue la armonía revelada del mundo sonoro. Mientras que el locutor en ciernes se enfrasca en el aprendizaje de su lengua con el riesgo de ver desvanecerse su creatividad inicial, Wolfgang escapa a esa limitación no dejándose de ninguna manera invadir por las enseñanzas. Componía antes incluso de que alguien pudiera infringirle las tiránicas leyes musicales promulgadas, con mucha sabiduría tal vez, pero la mayoría 102 de las veces con poca espontaneidad. Cuando el niño camina instintivamente, sin duda se sustrae a los ejercicios de psicomotricidad. Ésos son ciertamente un gran recurso para el joven incapaz de despegar de manera natural y que le permiten afrontar su discapacidad. Habrá entonces la posibilidad de recurrir a las técnicas. La más perniciosa de las interrogaciones que el hombre puede ponerse a si mismo es aquella que le invita a poner en una balanza, y por tanto en una oposición, qué es él en comparación con el mundo que le rodea. Frente al universo, el hombre no puede ser considerado como un cuerpo extraño. Está permanentemente interpelado por ese mundo al cual está unido de manera íntima. Aunque le resulte difícil aceptar la idea de que debe vivir como una inclusión, debe aceptar la completa pertenencia a ese todo. Es solidario con él. Por poco que se permita aceptar esa realidad, disfruta entonces de una efusión permanente de su propia creatividad, verdadera respuesta osmótica de la misma creación. Ésta es la trascripción en términos inteligibles de un diálogo establecido con el logos creador. Ahí la inspiración encuentra su fuente, de modo que estar inspirado es estar en conexión directamente con esa dinámica permanente, no es dejarse atrapar ni invadir por ella, sino al contrario es abandonarse a ella a fin de ser plenamente calado por ella. La inspiración toma múltiples facetas, naturalmente. Todo aquel que se incline a una búsqueda, sea cual sea, no le sirve de nada buscar pues todo le es dado. Solo tienen que preocuparse de trasponer para los demás esa extraña y secreta ofrenda, emana de ellos puesto que son receptáculos secretamente elegidos, misteriosamente elegidos. ¿De dónde viene que uno sea músico más que poeta? ¿Por qué otro se muestra pintor, escultor o arquitecto? No podríamos afirmar que cada uno de ellos ha obedecido más especialmente a una musa más que a otra. Tan solo podemos decir que una dimensión artística habita en aquel que, por temperamento, posee una sensibilidad especial. Es decir de hecho que éste posee antenas capaces de captar lo que la inspiración le dicte y le invite a darle forma. Es un acto de fe que exige un abandono que será mayor cuando la transmisión del mensaje recibido exija de una mayor adhesión. No es menos cierto que esa aquiescencia debe acompañarse con un esfuerzo permanentemente sostenido. Lleva una obra hasta su eclosión es pues una gestación que desemboca en una ofrenda. Más que nadie Mozart fue el objeto de esa presión imperativa que, acaparando todo su tiempo, se convirtió en razón de ser. Esa inspiración, que aparece donde ella quiere, le escogió, le eligió según hemos precisado. Es verdad que fue un receptor privilegiado, dotado de un excepcional <cabezal> detector. Sin duda fue 103 la inspiración misma, traducida en sus ondas rítmicas destinadas a propagarse en el espacio infinito de un tiempo sin límite. Estoy persuadido que se ha trazado una nueva vía que merece la denominación de <terapia mozart> o mejor aún <pedagogía mozart>. Desearía que se definieran los rasgos esenciales referentes a las cualidades de “apertura a la escucha” suscitadas por la obra de Mozart. Continuará siendo una de las puertas fundamentales que conducirá a la vida en su esencia, más allá del tiempo. 104 13. Anexos Anexo 1: Los integradores El término “integradores” quiere significar, según nuestro concepto, el conjunto de redes neuronales que son al tiempo sensitivo-sensoriales y motoras. Aseguran las regulaciones que, por sus acciones recíprocas, coordinan los movimientos y las posturas del territorio en el que cada integrador interviene. Éste puede ser identificado como una unidad autónoma, cibernéticamente autorregulado, pudiendo llegar a una cierta libertad funcional: los automatismos, por ejemplo. Nuestras investigaciones han permitido identificar tres integradores: el vestibular, el coclear y el visual. Los tres tienen como órgano central de coordinación la vesícula laberíntica, es decir el oído interno. Ofrecen la ventaja de cubrir la globalidad del vasto campo de operaciones, aunque a su vez están en interacción con otros. Entre estos tres integradores, nos centraremos en dos: el vestibular y el coclear, que están directamente implicados en los mensajes sonoros. 1.- El Integrador vestibular El más arcaico, se inscribe en el ámbito esencialmente corporal. Por ello es por lo que le denominamos también “integrador somático”. Esta vasta red funcional, que hemos descrito en detalle en varias obras dirigidas a los especialistas, implica a todo el cuerpo en el plano muscular. Recordemos de paso que el vestíbulo del oído interno controla todos los músculos del cuerpo sin excepción, incluyendo en consecuencia los músculos motores del ojo. Esa precisión permite comprender porqué el integrador visual está bajo la dependencia del vestibular. Todo el cuerpo está de ese modo implicado en su dinámica muscular, que se encuentra por ese hecho no solamente regulado, sino organizado en una sinergia, es decir en una acción coordinada de todos los músculos, destinada a establecer los movimientos. Esta asociación está tanto más adaptada por cuanto las respuestas sensibles, automáticas, armoniosamente reagrupadas son recogidas a nivel de cerebelo. Éste se convierte pues en un centro de recogida y distribución, de aprovisionamiento, del laberinto vestibular y va, por ello, a asegurar las conexiones correctoras necesarias, tónicas y posturales. 105 Los sonidos recogidos a nivel de los elementos constitutivos del vestíbulo determinan unas pulsaciones sincronizadas de los ritmos impuestos por la frase musical y, por ello, conducen a movilizaciones de los líquidos, que están en función de la importancia de esas pulsaciones. Cuanto más consecuentes son esas pulsaciones más se activan las contra-reacciones musculares, determinando así los movimientos, el caminar, o la danza. 2.-El Integrador coclear Podemos referirnos a él cuando la cóclea, parte del oído interno encargado de decepcionar los sonidos y de analizarlos, se pone en acción. Recordemos que la cóclea no es independiente del vestíbulo y que los dos integradores trabajan de manera complementaria y coordinada. Gracias a la intervención de la cóclea, se crea una carga complementaria, el análisis musical se afirma y la música se integra más allá del ritmo determinado por la intervención vestibular. Así el control y dominio del cuerpo se refuerza para que la organización coclear aumente sus posibilidades de análisis y de carga cortical. Este es un punto muy importante que recordar para comprender la acción de los sonidos sobre la dinámica corporal. El integrador coclear tiene un campo de acción diferente del integrador vestibular ya que hace referencia esencialmente a los circuitos corticales, es decir que es una red que afecta únicamente al cerebro. Pero hay que añadir que uno de los fascículos que va, dentro del córtex, a la zona de la memoria y la del reconocimiento de la música esta conectado a su vez con un fascículo que vuelve en dirección al cuerpo. De forma que por eso nos permitimos decir que la memoria no está solamente en el cerebro, sino que está igualmente <incorporada>, encarnada de alguna manera. Es, pues, todo el cuerpo el que recuerda los eventos vividos por el sujeto, y en particular los inherentes a la música. 106 Anexo 2: Análisis espectral Nos parece necesario hacer algunas precisiones sobre la manera en que se han efectuado los análisis de laboratorio bajo la dirección de Alain Bénard, el ingeniero de acústica de nuestro equipo. Hemos hecho dos tipos de mediciones con el fin de poder presentar visualmente los diferentes géneros musicales. Por una parte, hemos establecido las curvas envolventes, trazadas con ayuda de un analizador Bruel y Kjaer y por otra parte hemos realizado los espectrogramas de las obras de los diferentes compositores citados en esta obra. Solo presentamos los obtenidos de esta segunda forma, los primeros eran menos significativos. En efecto, las curvas envolventes son representativas solamente para el instrumento o el conjunto de instrumentos que constituyen la orquesta, haciendo abstracción naturalmente de los defectos que puede provocar la grabación y la restitución con el objetivo del análisis. No hay diferencias fundamentales entre los diversos compositores. Por el contrario, el procedimiento del análisis espectrográfico nos ha permitido destacar los trazados totalmente significativos de los diversos músicos a los que nos hemos referido en este libro. Vamos a presentar los espectrogramas realizados en nuestros laboratorios parisinos. Los espectrogramas Parecen necesarias algunas precisiones de orden técnico para comprender los trazados. Los expondremos de forma muy simplificada. En abcisas, el eje de las “x”, indica el desarrollo en el tiempo en milisegundos. En ordenadas, el eje de las “y”, expresa las frecuencias situadas desde los graves hacia los agudos hasta 10kHz (10.000 Hz). La zona sombreada señala la presencia y la zona blanca la ausencia de nivel. Las líneas verticales representan la diferencia de tiempo entre dos notas o dos acordes. En el caso de W.A.Moozart (en Exultate, jubilate KV.165 por ejemplo), tienen una distancia de 0,5 segundos, acordes tocados con negras sobre un compás de 4 tiempos. Un espacio de 0,5 segundos da dos segundos por compás, o sea 120 negras por minuto, de ahí un tempo de 120. Eso para la velocidad de ejecución. Los espectros de la música de Mozart se individualizan por unas características muy específicas, que no hemos podido encontrar en ningún otro compositor. En primer lugar, el aspecto muy desligado de la frase musical ofrece un desarrollo fluido, que no traduce ningún signo de monotonía. Y 107 eso sea cual sea la pieza o partitura examinada. En segundo lugar la gran movilidad de los haces sonoros contribuyen a proporcionar ese lado especialmente vivo y a menudo juguetón de las composiciones de Mozart. En fin, la destacable base rítmica subyacente se enmarca en un tempo permanente, verdadero sustrato que late cada 0,5 segundos y determina con ello una modulación de 120 pulsaciones por minuto. Esa modulación puede ser identificada de manera sistemática, se la puede volver a encontrar en cualquier muestra, o pequeña parte, de la música de Mozart que se elija. Los primeros espectros que se muestran a continuación son los de Mozart. Han sido obtenidos con el procedimiento que se ha descrito anteriormente. 1. W. A. Mozart: Exultate, jubilate KV. 165 1. En esta pieza, bajo la riqueza de los estratos sonoros que determinan un timbre claro, caluroso, la modulación de percibe netamente. Se destaca sobre el trazado en función del paso del tiempo llevado a 25 segundos. 2. W.A.Mozart: Sinfonía de los juguetes. Allegro 2. En la Sinfonía de los juguetes, la misma cadencia de base que se transparenta bajo la explosión de armónicos elevados. El eje del tiempo es aquí todavía más significativo. 108 3. W.A.Mozart: Sonata nº 2 en do mayor. 3. En la Sonata nº 1, la movilidad aparece de manera manifiesta como si la expresión corporal se acompañara de una fluidez relacionada con el juego de balanceo derecha-izquierda, superpuesta sobre las modulaciones de fondo siempre fijas alrededor de 120 por minuto. 4. Leopold Mozart. Cassatio. Allegro (con Sinfonía de los Juguetes) 4. El trazado es el espectro obtenido con la música de Leopold Mozart. Nos parece casi inútil añadir comentarios puesto que el grafismo habla por si mismo. Nos gustaría evidenciar la no-diferenciación manifiesta por ausencia de modulación de base. No hay un sustrato realmente observable. Este ejemplo es especialmente destacable puesto que se trata de un tema vivo en la Sinfonía de los Juguetes. No podemos evitar compararlo con el espectro del mismo tema desarrollado por Wolgang de manera tan clara, tan finamente detallada. 5. A.Salieri : principio de Fremat Thyannus. Motete 109 5. Salieri fue el contemporáneo más implicado en la vida musical en la que se desenvolvía Mozart. Su importante obra podría, a primera vista, tener algún parecido con la de su <joven competidor>. Es verdad que hay pasajes en el fraseado que pueden sorprender al no iniciado. Lo que descubrimos en uno y otro es el aire de su tiempo, la manera de la época, el género en boga si se quiere. Sin embargo, en el detalle, la regularidad de la modulación es mucho más anárquica, menos fluida y menos presente, de manera discontinua, las separaciones de 0,7 segundos, mayores de las que encontramos sin cesar en Mozart. También el ritmo de fondo es más lento y menos sostenido. 6. L.V.Beethoveen: Sinfonía nº 5 .Inicio 6. Beethoveen nos conduce a un universo sonoro totalmente diferente. Hay como unos asaltos que nos llevan a unas cimas donde descubrimos los ritmos de fondo basados sobre 0,8 segundos. Luego una nueva marejada alta sonora prepara su fragor, verdadero desplegado de velas, antes de dejar transparentar de nuevo las cadencias fisiológicas internas que se suceden, de hecho, a la proyección sonora que traduce la gestualidad de los movimientos corporales. 7. Bach: Variaciones Goldberg / Mozart: Concierto Oboe y Orquesta 110 7. Bach, voluntariamente representado bajo el ángulo de el eje de tiempo, nos revela de manera sorprendente su propia estructura, que me gustaría designarla como <intelectualizada>. Un paralelismo diferencial entre una Variación Goldberg y un Concierto de Mozart basta por si mismo para revelar de manera chocante las divergencias a nivel de los ritmos. 8. J.Haydn: Sinfonía nº30 en do mayor. Aleluya, allegro. 8. Haydn es el único de los músicos citados en esta obra que tuvo la noción de la “armonía” fundada sobre bases fisiológicas. Es fácil de leer en el espectro, que resulta de su Sinfonía nº30, hasta qué punto logró por intuición y esfuerzo acercarse a la realidad de Mozart. Su encuentro con el joven compositor fue para él la revelación de la veracidad de su búsqueda. Solo una diferencia a notar, que lleva a una modulación de base centrada sobre los 0,4 segundos. 111 9. Wagner: Las Valquirias 9. En Wagner, el ritmo cadenciado, especialmente en el trozo elegido, nos arrastra, de algún modo, bajo el impulso de la actividad motora que provoca. No se trata ya aquí de una música interiorizada sostenida por los ritmos internos sino una cinética musical centrada en el deseo de arrastrar al oyente, que se deje llevar, a su paso. 10. Canto gregoriano de Solesmes, Dom J. Gajard: Misa de los muertos. 10. El gregoriano, representado aquí y grabado en la abadía de Solesmes, se caracteriza por el hecho de que no se parece en nada existente en las músicas clásicas habituales. Su ritmo de base es lento y tranquilo. Sus rebotes internos en volutas son algo fuera de lo común. Se suceden con ritmos e intervalos regulares renovándose periódicamente cada 4 segundos, dentro de los cuales se perciben pulsaciones que aparecen cada segundo, es decir 60 pulsaciones por minuto. Mozart dividido por dos. Los dibujos que se reproducen a continuación, aquí en blanco y negro, inicialmente fueron hechos en color. Marcando la analogía que existe entre los colores y el sonido. 112 El primer dibujo fue realizado por un paciente bajo el Oído electrónico, escuchando la música de Mozart filtrada. En él dominan los azules. Notemos el ritmo rápido, idéntico al que se observa en el análisis espectral. El segundo dibujo fue realizado por el mismo paciente escuchando gregoriano. Predominan los amarillos, el ritmo es más lento, la mitad del dibujo precedente. 113