Socios de la Cooperativa Rural Alfa, fundada en 1938 Foto: Enviado especial / Graciela Calabrese TRES ARROYOS, Argentina.– Llegaron al país de las promesas con más ánimo de dar que de recibir. No vinieron simplemente para "hacer la América". Desde el principio, la gran mayoría de ellos sintió que la Argentina sería su nueva patria, el país de sus hijos y el lugar donde tenían una misión que cumplir. Si bien no era de las más numerosas, la holandesa resultó una inmigración pujante y laboriosa, que remontó enormes dificultes y que prosperó merced a una educación sustentada en la fe calvinista, en el espíritu de trabajo y en el cooperativismo. Por eso, siguieron fieles a la Iglesia Reformada, y, a pesar de las estrecheces, con sus propios medios abrieron una escuela para que se educaran sus hijos y trajeron a un maestro de Holanda. Hoy, 117 años después, los descendientes de aquellas primeras familias se sienten muy argentinos, pero mantienen los rasgos culturales y las características de esfuerzo, sacrificio y austeridad que ayudaron a sus antecesores a crecer y a prosperar. Para entender la idiosincrasia de los holandeses que llegaron en 1889 –hubo luego una segunda inmigración, hacia 1924, y una última mucho más pequeña, a principios de los años 50– vale la pena recordar lo escrito por Gerardo C. C. Oberman, pastor de las Iglesias Reformadas en la Argentina, que marca una diferencia respecto de quienes emigraron desde Holanda hacia los Estados Unidos, por ejemplo: "Allá fueron grupos muy homogéneos, casi siempre liderados por un pastor y motivados por el deseo de salvaguardar la pureza de su fe lejos de ambientes que influyeran negativamente sobre ellos", dice. En cambio, los que llegaron a la Argentina hacia fines de 1880 no vinieron impulsados por razones religiosas, "sino empujados de su país por el hambre y la pobreza", asegura Oberman. El primer pastor sólo llegaría a Tres Arroyos casi 20 años después, en 1908. Según explica en su libro La historia de la inmigración holandesa y los orígenes del movimiento reformado, entre 1889 y 1892 unos 4000 holandeses llegaron a la Argentina, tentados por las promesas de tierras a precios muy bajos y por los pasajes que subsidiaba el gobierno argentino para atraer inmigrantes. Alrededor de 50 familias que habían zarpado del puerto de Amsterdam, y que llegaron a Buenos Aires a bordo del vapor Leerdam, fueron alojados en un principio en el Hotel de Inmigrantes y luego trasladados en tren hasta la ciudad de Tres Arroyos. Desde allí partieron en carretas hasta los campos de don Benjamín del Castillo, en Micaela Cascallares, y hasta el establecimiento La Hibernia, de Enrique Butty, cerca de lo que hoy es Nicolás Descalzi, en la provincia de Buenos Aires. Pioneros Diego Ziljstra tenía 9 años y venía en ese barco. Con sus padres y hermanos, y otros colonos originarios de Friesland, pasó los primeros años de su nueva vida en La Hibernia. Poco tardaría en acriollarse y tomarles la mano con gusto a las tareas del campo. Nunca regresó a Holanda. Casado con Adelaida Pluis, también inmigrante holandesa, tuvieron 17 hijos, todos ellos prolíficos a su vez, por lo que hoy es difícil encontrar en la comunidad holandesa de Tres Arroyos algún miembro que no esté emparentado en algún grado con los Ziljstra. Entre aquellas familias pioneras se puede mencionar también a los Banninga, Wilgenhoff, Van der Molen, Van der Ploeg, Blom, De Vries, Hemkes, Jansen. La colonización holandesa de Benjamín del Castillo fracasó y los inmigrantes se marcharon; algunos, camino a Tres Arroyos, y otros, a emprender nuevas tareas agrícolas. Numerosos holandeses se establecieron en San Cayetano, siempre dentro del partido de Tres Arroyos. Hacia 1906, Adelaida Pluis, esposa de Diego Ziljstra, reunió en la larga mesa de su casa a un grupito de niños para enseñarles los conocimientos más elementales: leer, escribir, un poco de aritmética y trabajos manuales para las niñas. También les leía la Biblia y les enseñaba a cantar himnos. Desde un principio, la instrucción religiosa estuvo ligada con los demás saberes. Pero había una preocupación por el abandono en que se encontraban los inmigrantes mayores respecto de su fe y porque los distintos reclamos a la Iglesia Reformada de Holanda en el sentido de que les fuera enviado un pastor no eran atendidos. Finalmente, el reverendo Van Lonkhuijzen llegó en 1908. En 1912 arribaría Soujpe Rijper, el primer maestro, que se quedaría hasta 1919. A comienzos de los años 20, otra crisis se hizo sentir en los Países Bajos, particularmente entre los agricultores, y esto vino a traducirse en una nueva emigración para muchos holandeses. Pero ¿adónde ir? Canadá, Australia, América del Sur… El pastor Antonio Sonneveldt, de vacaciones en Holanda, no tardó en hablar maravillas de la Argentina, donde estaba radicado desde 1909. Contaba acerca de tierras muy fértiles y de la avena que crecía sin sembrarla… "Las condiciones para venir eran muy buenas y aseguraban trabajo. Entonces nos embarcamos, algunos para quedarse en la Argentina; otros, como yo, por tres meses, para conocer el país y trabajar en la cosecha", ha recordado Jacobo Groenemberg, que fue uno de esos jóvenes… que se quedarían para siempre. Venía con otros de apellido Van der Horst, Van Strien, Veninga, Schering, Mulder, Verkuyl, Ouwerkerk. A todos ellos se los reconoce hoy como los artífices de la "segunda inmigración". Algunos fueron recibidos por las familias Ziljstra y Olthoff en San Cayetano y les dieron trabajos en sus propias chacras o en fincas vecinas. Fueron épocas duras para los recién llegados. El empuje y el espíritu solidario y de progreso contribuyeron para que muchos alcanzaran el gran objetivo: ser propietarios de las tierras que trabajaban. Para ello cumplió un papel clave la Cooperativa Rural Alfa, fundada en 1938 por agricultores holandeses, y que les dio un gran impulso en temas tales como compras conjuntas, mutualidad contra el granizo y accidentes, financiamiento y créditos. En la actualidad, sus silos tienen una capacidad de 120 mil toneladas de almacenaje y procesamiento. La cooperativa incluye también a productores de la colectividad danesa, de fuerte arraigo en la zona. "El chacarero descendiente de holandeses hace una explotación muy racional de sus campos. Son productores de punta, incorporan nuevas tecnologías y nuevas formas de labranza, pero siempre con la filosofía de conservar el suelo. La rotación de cultivos hace que las tierras no se deterioren. Son principios muy arraigados", analiza Elba Ziljstra, gerente de la Cooperativa Rural Alfa. Un maestro ejemplar La comunidad crecía, y con ella la necesidad de tener un colegio que educara en los principios y en el idioma, porque la preocupación era no perder los lazos culturales con Holanda. Así fue como, en 1934, se formó la asociación escolar que tendría a su cargo la tarea de organizar un colegio, algo que no habían podido volver a tener desde la partida del maestro Rijper, quince años antes. En 1937, el colegio empezó a funcionar provisoriamente en el salón de cultos de la Iglesia Reformada. En 1939 llegó el muy recordado Cornelio Ludovico Slebos, un maestro ejemplar que continuaría al frente del Colegio Holandés hasta su muerte, en 1978. Bajo su dirección se inauguró, en 1946, el actual edificio, que el próximo 2 de abril celebrará sus 60 años. El colegio pertenece a la Asociación Cultural y Espiritual de la Iglesia Reformada, una entidad sin fines de lucro que preside Antonio Jacobo Kolen, floricultor e hijo de padre y madre holandeses "de la segunda inmigración". Durante muchas décadas, el colegio fue sólo primario, con internado, ya que la mayoría de las familias holandesas vivían en el campo. Luego se abriría la sección secundaria y, más tarde aún, el jardín de infantes. Con el tiempo, cerraría el internado y el colegio se iría abriendo paulatinamente a la comunidad no holandesa: hoy apenas el 15 por ciento de sus 600 alumnos es de ese origen. "La religión calvinista, la educación al estilo holandés –orden, puntualidad, responsabilidad– y la organización cooperativa fueron las bases del desarrollo de la colectividad", dice Ida van Mastrigt, ex alumna del Colegio Holandés, representante de la última inmigración, la que arribó a Tres Arroyos en 1950, y cónsul de Holanda desde hace 29 años. Como en 1951, cuando el príncipe Bernardo visitó en Tres Arroyos a la laboriosa comunidad de inmigrantes holandeses, ahora será nada menos que su hija, la reina Beatriz, quien llegará para estrecharles la mano y decirles que son, sin duda, el mejor ejemplo del espíritu de Holanda en este lejano país llamado Argentina, cuna de su futura reina. Por Carmen María Ramos (Enviada especial) ANCESTROS A Máxima Zorreguieta los holandeses la aceptaron y la quisieron desde el primer día. Aun en la convicción de que poco y nada los unía con esta bonita y simpática argentina que algún día se convertiría en reina. Muchos, todavía hoy, se sorprenderán, aquí y allá, al enterarse de que un bisabuelo de Máxima, Domingo Carricart Etchart (casado con Carmen Cieza, padres de Carmen Carricart Cieza, madre de Carmen Cerutti Carricart, madre a su vez de la princesa de Holanda), fue el primer intendente de la localidad de González Chaves (partido de Tres Arroyos) e intendente de la ciudad de… ¡Tres Arroyos!, donde desde hace 117 años vive la principal comunidad de holandeses en la Argentina. UNA CIUDAD PUJANTE Con sus 600 mil hectáreas y 700 explotaciones agropecuarias, el partido de Tres Arroyos limita con los distritos de Coronel Dorrego y Coronel Pringles, tiene un litoral marítimo de 100 kilómetros de costa y representa el 2 por ciento de la superficie de la provincia de Buenos Aires. Fue fundado el 24 de abril de 1884 y tiene un total de 62 mil habitantes, 52 mil de los cuales se concentran en la ciudad de Tres Arroyos, distante 500 km de la ciudad de Buenos Aires, por la ruta nacional Nº 3. Se trata de una ciudad pujante, que apuntó a la productividad, y en la que habitan nueve colectividades extranjeras. Además de la holandesa, se destacan la danesa, la española, la italiana, la francesa, la siria y libanesa, la israelí y la chilena. Las características climáticas y los suelos de alta fertilidad hacen de la región un excelente enclave agrícola-ganadero. Hay también un parque industrial con importantes empresas radicadas y un sistema tecnológico y de infraestructura avanzada. El porcentaje de patentamiento de automotores del partido de Tres Arroyos en relación con el número de habitantes fue el más alto del país en 2005. Recientemente fue creado el Centro de Altos Estudios para el dictado de carreras dentro del área de las ciencias económicas, la informática, la ingeniería agronómica y la apicultura. Ha firmado convenios con la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Mar del Plata y la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, con sede en Tandil. El director del Centro es Gustavo Oosterbaan, hijo de holandeses. TESTIMONIOS "Cuando vino el príncipe Bernardo mi esposo lo llevó a recorrer Tres Arroyos en un coche sin capota. La gente lo saludaba, lo aplaudía, le besaba las manos", dice Cornelia Sonneveldt de Vekuyl, que, con 96 años, es la holandesa más anciana de Tres Arroyos. Tante Corrie –como le dicen todos– llegó en 1909 con su padre, el pastor Antonio Cornelio Sonneveldt. Vivió en Buenos Aires y en Comodoro Rivadavia, y luego se instaló en Tres Arroyos. Cornelia se casó con Pedro Vekuyl, llegado en 1924 con la segunda inmigración holandesa. Lúcida y orgullosa de su origen, aunque muy apegada al país en el que tuvo 6 hijos, se lamenta de que sus nietos, y más aún sus bisnietos, no hayan aprendido el idioma.