La búsqueda de la soberanía y la identidad nacional: la guerra de Independencia (18101821). Había un vez un pujante territorio llamado Nueva España, el cual había sido concebido tres siglos antes, en medio de un enfrentamiento con otra cultura, la europea. Como tal, la simiente de esta nación fue creciendo a lo largo de ese tiempo, alimentada por dos modos de ver y entender la dinámica de las sociedades humanas con relación al poder y la naturaleza. Un día, tras muchos avisos en forma de protestas, motines e inconformidades por el proceder de la corona española, tras muchos agravios a los grupos menos favorecidos de la población novohispana, y aprovechando la invasión de Napoléon a la Península ibérica, se formaron juntas de notables que tuvieron como sede los ayuntamientos. Estas juntas, a similitud de las que se formaron en España, tendrían la función de gobernar sus territorios en tanto la situación se resolvía en la península. La invasión de Napoleón tuvo lugar en 1808 y terminó cuatro años después. Sin embargo, para ese entonces, los aún novohispanos, futuros mexicanos, se debatían entre la permanencia a un sistema de gobierno que trataba de incluirlos, y la búsqueda de la identidad propia. El 16 de septiembre de 1810, en la madrugada, uno de los cabecillas insurgentes, Miguel Hidalgo, ante la sorpresa de que la conspiración de la que era parte junto con Ignacio Allende, Josefa Ortíz de Dominguez y su esposo, el corregidor Miguel Domínguez, así como Juan Aldama, había sido descubierta, subió al campanario de la parroquia de Dolores y llamó a los feligreses que le seguían sin chistar y los convocó a echar abajo al mal gobierno, el gobierno usurpador de José Bonaparte, hermano de Napoleón; también, en esas arengas, pidió luchar contra la tiranía. Y así, sin más, comenzaba el parto de la nación mexicana, aquella que llevaba décadas de malestar contra la corona española, que sangraba sin cesar a sus colonias americanas. De esta manera, iniciaba la búsqueda de la identidad mexicana, la lucha contra las estructuras de injusticia que aún siguen enquistadas en nuestra sociedad. Este parto concluyó el 27 de septiembre de 1821, tras la firma de los Tratados de Córdoba y con otros personajes: Guerrero, Iturbide y O’Donojú, dejando a la joven nación desangrada, mal herida y con un trabajo de reconstrucción titánico. Esta búsqueda de la identidad y la debilidad económica, social y política hizo que los mexicanos se dedicaran a la tarea de formar proyectos de nación, lo que irremediablemente llevaría a más guerras durante todo el siglo XIX. Esta situación fue aprovechada por algunas naciones extranjeras, particularmente por la poderosa Estados Unidos de América, con poco más de cuarenta años de existencia y con una economía en ascenso. Las otrora Trece Colonias querían más territorio y pusieron sus ojos en México, con cerca de cuatro millones de kilómetros cuadrados. Primero, lograron separar Texas, en 1836, después, en la siguiente década, la anexarían a su territorio y de paso, entablarían una de las guerras más injustas con nuestro país.