Capitulo III Ética Capitalista 3. Los modos de producción en las sociedades Desde los inicios de la humanidad, el hombre siempre ha necesitado encontrar la forma de satisfacer sus necesidades básicas, entiéndase, todas aquellas que debe cubrir para seguir subsistiendo. Conforme la humanidad fue evolucionando con ella también fueron transformándose sus necesidades y los métodos y organización mediante las cuales podían satisfacerlas. Esto hizo necesario la creación de sociedades, con lo cual se empezaron a establecer una serie de “reglas” de comportamiento que, si bien limitaban en algún grado la individualidad y la libertad de las personas, también permitían asegurar la obtención de los recursos básicos de subsistencia. Las sociedades entonces adoptaron sistemas políticos y económicos, al principio rudimentarios, para establecer un orden en cuanto a cómo dirigir y mantener el orden en la sociedad y llevar a cabo la producción de los bienes y servicios necesarios. A estas formas de organización económicas, Marx (1859) las denominó como Modos de Producción. Si bien Marx no definió de manera formal el concepto de modo de producción, éste queda esbozado en su obra y es retomado por diversos autores (Hobsbawn, 1939; Godelier, 1969; Harnecker, 1969; Anderson, 1974; Wolf, 1982) quienes han encontrado en este concepto una herramienta de gran utilidad para explicar la evolución histórica de las sociedades partiendo de su estructura económica. Martha Harnecker, citada por Rodríguez (2013: 7) define los modos de producción de la siguiente manera: Modo de producción (MP). Es la forma en que se organiza la actividad productiva de una sociedad de acuerdo con un tipo determinado de relaciones de producción, relaciones sociales que afectan al uso y control (o no) de los medios de producción y de la fuerza de trabajo por parte de los productores. A partir de esta definición se entiende que los modos de producción son modos de organización social a través de los cuales las sociedades establecen las actividades productivas partiendo de los elementos internos de la misma sociedad, tales como las relaciones de producción. Estas definen la participación social de cada individuo en lo que a generación de bienes y servicios se refiere, catalogando a cada persona no solo dentro de un cierto rol en la sociedad, sino dentro de una clase social, ya que esta se definirá por el acceso que se tenga a los medios de producción y a la riqueza generada en la sociedad. Esto significa que los modos de producción se establecen a partir de ciertas condiciones sociales existentes (tanto materiales como ideológicas), las cuales al mismo tiempo las acentúan y modifican creando nuevas relaciones sociales entre los individuos. Al hablar de relaciones sociales, Bajoit (2014: 10), menciona que “toda relación social es una cooperación entre dos actores, cada uno de los cuales persigue finalidades y se esfuerza por adquirir competencias y recursos para aportar su contribución a estas finalidades”. Sin embargo, estas relaciones sociales tienden a engendrar desigualdades entre dichos actores en la medida en la que alguno de ellos busca coaccionar al otro para poder conseguir sus propias finalidades, es decir, para obtener la mayor retribución posible. Esta retribución se da mediante la dominación de uno de los actores sociales sobre el otro, la cual se sostiene a partir de lograr que cada uno de los actores encuentre “sentido” en el papel que a cada quien le toca desempeñar, logrando que tanto el actor dominante como el dominado, tengan un cierto grado de conformidad con las relaciones sociales bajo las que se desenvuelven. Lo anterior implica que haya una legitimación cultural, es decir un status quo, dominante que haga que las retribuciones adquiridas en la relación social, sean suficientes, y hasta deseables para cada uno de los actores. Por supuesto, el grado de desigualdad y dominación social no es el mismo en todas las relaciones sociales, por lo que, en ciertas sociedades, esta legitimación cultural suele ser más sutil que en otras, sin embargo, siempre establecen la relación de dominación de unos actores sobre otros. Son pues, la identificación de las finalidades, las contribuciones, las retribuciones y dominación social, las que para Bajoit (2014: 35), definen las relaciones sociales, y las cataloga de la siguiente manera: Tabla 1. Elementos que definen las relaciones sociales Concepto general de relación social Principio de cooperación Toda relación social es una cooperación que tiende hacia la desigualdad Principio de desigualdad Toda relación social comporta una dominación social y una legitimación cultural Modo de legitimación cultural Modo de dominación social 1. FINALIDADES Cada actor persigue finalidades que no puede alcanzar sin la cooperación del otro. Estas finalidades son en parte (pero nunca totalmente) comunes, conscientes, legítimas y voluntarias 4. RETRIBUCIONES Cada actor recibe retribuciones desiguales porque cada uno contribuye desigualmente, alcanza en mayor o menor grado sus finalidades y ejerce también en mayor o menor grado su dominación, o se defiende en mayor o menor grado de la dominación ejercida por el otro. 2. CONTRIBUCIONES Para alcanzar de la mejor manera posible sus finalidades, cada actor moviliza recursos y adquiere competencias, con los cuales contribuye a la relación. 3. DOMINIO SOCIAL Cada actor dispone de una capacidad limitada de control sobre el otro, ya sea para dominarlo o para defenderse de su dominación; por lo tanto, la capacidad de los actores para controlar sus finalidades, sus contribuciones y sus retribuciones es desigual. Fuente: tomado del artículo “Relaciones de clases y modos de producción” Bajoit, 2014. Respecto al quehacer productivo de los individuos en la sociedad, Marx (1859: 7) expone en su prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política lo siguiente: En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. Se entiende pues que, para Marx, las relaciones productivas no impactan solo en la esfera económica, sino que de ahí dependen otros factores decisivos de la sociedad que se forman a partir de esta (de la relación económica) y que necesariamente se subordinan a ella; a saber, y en palabras del propio Marx, la superestructura jurídica y política, es decir, todo el aparato que sostiene y legitima, legal e ideológicamente a la sociedad y su estructura orgánica puesto que “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general”. (Marx, 1865: 7) Como ya se ha mencionado, Marx utiliza el concepto de modos de producción en su obra sin definirlo de manera formal, no obstante, lo que sí hace es enlistar una serie de modos de producción que se han observado en las distintas sociedades a través de la historia. Estos son el comunismo primitivo, el modo de producción asiático, el antiguo o esclavista, el feudal y el burgués moderno, los cuales “pueden designarse como épocas de progreso en la formación social económica”. (Marx, 1865: 8) El listado de los modos de producción arriba mencionado no es un listado definitivo, ya que otros autores le agregan algunas modificaciones a lo largo de su obra, sin embargo, se puede decir que estos son los principales y que describen de manera general el proceso de transición histórico de las sociedades desde organizaciones sin distinción de clases sociales como es el caso del comunismo primitivo hasta sociedades con estructuras de clases complejas cuyo punto de desarrollo más alto es alcanzado en la actualidad por el capitalismo. (Rodríguez, 2013: 7) Uno de los conceptos más fuertemente presentes en el análisis de los modos de producción es el de la propiedad, específicamente, la propiedad de los medios de producción, que se definen como: El conjunto de medios y objetos de trabajo que participan en el proceso de producción y que el hombre utiliza para crear los bienes materiales. Son medios de trabajo las cosas con que el hombre actúa sobre la naturaleza y sobre los objetos de trabajo con el fin de producir bienes materiales. Así, son medios de trabajo las máquinas, las maquinas-herramientas, el utillaje, los motores, diferentes aparatos, los edificios e instalaciones destinados a la producción, los medios de transporte y de comunicación y la tierra. (Borisov, et al., 1965). Es decir, todos aquellos medios físicos que intervienen en el proceso productivo, distintos a la fuerza de trabajo y capacidades intelectuales de los trabajadores se consideran medios de producción, y la propiedad de estos es uno de los factores que define fuertemente a la sociedad ya que, a partir de esta propiedad se definen las relaciones productivas, las clases sociales y se determina el modo de producción existente. (Borisov, et al., 1965) A continuación, se presenta una breve semblanza de cada uno de estos medios de producción, con el fin de entender la estructura social que estos representaban y cómo estos a su vez, han sido los que definen no solo las relaciones productivas de los individuos, sino también han determinado su estatus social, sus sistemas políticos y sus concepciones artísticas y religiosas con lo cual dichas estructuras sociales han sido la base sobre la que se crea y se sostiene la ética de las sociedades a través del tiempo. Si se quiere entender la ética que subyace al capitalismo, es indispensable el análisis no solo del sistema económico en cuestión, sino que se deben analizar cuáles han sido las formas de organización social y económicas que lo han antecedido, de manera que puedan distinguirse los principios que rigen cada uno de estos. El analizar la ética del capitalismo tiene sentido solo si se comprende que “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1859: 7), es decir, que el entorno en el que el individuo se desenvuelve condiciona su postura ante la vida pues la conciencia social influye de manera determinante en la del individuo. A su vez, la conciencia social no es independiente del sistema económico en el que se desenvuelve, más aún, la primera depende inevitablemente del segundo. Lo anterior implica que la sociedad, en la búsqueda de nuevas relaciones productivas, va ajustando su conciencia, su percepción de la realidad en los distintos ámbitos, religioso, cultural, artístico, político, a fin de encontrar una justificación en las relaciones económicas que los rigen, por lo que “al cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa” (Marx, 1859: 7), es decir, la ética social no es estática ni independiente del entorno económico, y las transformaciones de ese entorno definen la concepción misma de la ética social. 3.1. Comunismo primitivo El comunismo primitivo representa el primer modo de producción en la historia de la humanidad. Dentro de la teoría marxista, se entiende al comunismo primitivo como una primera etapa en la que empiezan a desarrollarse las relaciones económico-sociales. Las características principales de esta sociedad primitiva son “el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la propiedad colectiva de los rudimentarios instrumentos de producción y la distribución igualitaria de los productos”. (Prieto, s.f.) Este modo de producción representó la génesis de una nueva fuerza productiva a través de la cooperación simple. Las sociedades primitivas se originaron a causa de la imposibilidad de los individuos para obtener los recursos de subsistencia por sí solos, esta vulnerabilidad los condujo a organizarse en tribus y cooperar para lograr una subsistencia colectiva. Estas tribus, al principio nómadas, se conformaban por integrantes con vínculos consanguíneos, y la propiedad de los medios de producción y del trabajo era comunal, es decir, que no se tenía ninguna noción de propiedad privada individual, ya que los esfuerzos no estaban encaminados a la generación de riqueza individual (ni siquiera a la comunal), sino que se enfocaban en la supervivencia de la comunidad, por lo que solo algunos de los medios de producción, que les servían también para defenderse de las fieras, les pertenecían en propiedad personal. (Prieto, s.f.) Lo anterior se aprecia de manera clara en la figura 1. Aquí se observa como el individuo no es dueño de la tierra en un sentido de propiedad privada individual, sino que accede a esta solo a través de la comunidad a la que pertenece. Figura 1. Esquema de la relación de propiedad de las comunidades primitivas Fuente: Tomado del libro “Sobre el modo de producción asiático” Godelier, Marx y Engels, 1972. Durante esta etapa de la humanidad, las sociedades primitivas contaban con fuerzas productivas muy incipientes por lo que el producto del trabajo no generaba ningún excedente, y se repartía de manera equitativa entre los miembros de la comunidad. Es por ello que en estas sociedades no se presentaban fenómenos como la desigualdad de bienes, ni la división de clases sociales, ni la explotación del hombre por el hombre, ni existía ninguna forma de Estado. Con el incremento de las fuerzas productivas vino la división natural del trabajo, posteriormente el progreso de la ganadería, la agricultura y los oficios condujo al nacimiento de la división social del trabajo, es decir, la división de la producción por determinadas ramas y clases de producción. (Borisov, et al., 1965) Esta división social del trabajo trajo consigo la especialización en las actividades productivas, por lo que las tribus dedicadas a la ganadería, invertían su fuerza de trabajo y recursos en general de manera casi exclusiva a esta actividad, de la misma forma las tribus dedicadas a la agricultura, etc. Esto permitió a las tribus generar excedentes, con lo cual nació el intercambio. Es decir, bajo el modo de producción primitivo tuvo lugar el nacimiento de la primera forma de comercio, con características rudimentarias, en la que no existían mercados en forma ni una figura de intercambio universal como lo es el dinero, sino que los dueños de las diferentes mercancías, es decir, los jefes de las tribus en representación del interés colectivo, llevaban sus productos a un punto de reunión acordado, y mediante parámetros totalmente subjetivos y sin ningún criterio formal de equivalencia, realizaban el intercambio. Es importante señalar que, pese al democratismo, espíritu de cooperación y florecimiento de las virtudes colectivas, este primer modo de producción social no debe ser idealizado, ya que, como menciona Prieto (s.f.), “tales rasgos positivos quedaban, en gran parte, neutralizados por una muy insuficiente satisfacción de las necesidades vitales y la total impotencia ante las fuerzas naturales”. Como se mencionó anteriormente, la formación de la sociedad primitiva no se dio como una manifestación de la voluntad y preferencia de los individuos, sino como una elección nacida de la necesidad de estos dada la imposibilidad de obtener los recursos para subsistir, por lo que, durante la etapa inicial del modo de producción primitivo, las tribus se componían por individuos con lazos consanguíneos entre sí, sin embargo, el perfeccionamiento gradual de los instrumentos de trabajo y el establecimiento de una división social del trabajo, hicieron posible el obtener los medios de subsistencia mediante el trabajo individual, permitiendo el desarrollo de haciendas familiares, puesto que la comunidad comenzaba a dejar de ser indispensable en el sentido absolutamente colectivo. Es decir, aunque los individuos seguían viviendo en sociedad, empezó la transición de las tribus exclusivamente familiares a las comunidades de vecinos. Es en este punto en el que nace la propiedad privada, dando lugar a fenómenos sociales nunca antes vistos, como lo son la desigualdad de bienes y la explotación, es decir, “a que unos hombres se adueñaran de los productos del trabajo de otros hombres”. (Borisov, et al., 1965) El proceso de transformación causado por la evolución natural de la sociedad, empezaba a dar señales del término del modo de producción primitivo, para dar lugar a uno nuevo, con nuevas relaciones políticas, sociales y económicas. En este sentido Godelier, et al. (1972: 20), mencionan que: En el curso de la prehistoria estas comunidades han evolucionado, y pueden subsistir, más o menos alteradas, en la medida en que se mantienen los géneros de vida primitivos. Su evolución está ligada al desarrollo de nuevas formas de producción: agricultura, ganadería, artesanía, y avanza en dos sentidos, el de la extensión de la posesión y de la propiedad individual de los bienes por una parte y, por la otra, el de la transformación de los antiguos lazos familiares. En el curso de esta evolución aparece el modo de producción asiático. Se entiende pues, que la transición del comunismo primitivo al siguiente modo de producción tiene dos vías posibles, siendo una de ellas el modo de producción asiático y el otro el modo de producción antiguo (cabe recordar que esta no es una regla universal, por lo que existen sociedades que no pasan por ninguno de estos modos de producción). 3.2. Modo de producción asiático El modo de producción asiático, también llamado régimen despótico-tributario se desarrolló principalmente en algunas regiones de Asia, como Egípto, Persia e Indonesia, como consecuencia de la evolución y desintegración de las comunidades primitivas. Existen algunos autores que toman poca importancia a este modo de producción, o directamente lo descartan (Bajoit (2014); Borisov, et al. (1965); Harnecker (1976)) debido a que encuentran en él muchas similitudes con el comunismo primitivo o con el modo de producción antiguo o esclavista, sin embargo, existen en la historia de la humanidad sociedades cuyas características no se ajustan completamente a las de estos modos de producción, como el caso de la civilización Azteca en la América Prehispánica. En sí, la estructura del modo de producción asiático se compone por una serie de elementos que, tomados por separado pueden encontrarse en otros modos de producción, pero que en conjunto representan una estructura claramente diferenciable. (Godelier, et al. 1972: 31) Respecto al comunismo primitivo, por ejemplo, se observan características muy similares como la existencia de comunidades donde la propiedad privada de la tierra no existe, y el individuo solo puede reclamar derechos sobre el uso del suelo en tanto que este pertenezca a la comunidad, es decir, se presenta en ambos modos de producción la figura de propiedad comunal de la tierra, sin embargo, a pesar de estas coincidencias, existen elementos fundamentalmente distintos en la conformación de ambas sociedades. Como menciona Godelier, et al. (1972: 30): (…) el modo de producción asiático no se confunde con la comunidad primitiva, puesto que su funcionamiento implica y desarrolla la explotación del hombre por el hombre, la formación de una clase dominante, y aparece más bien como una forma de evolución y de disolución de las comunidades primitivas ligada a nuevas formas de producción como la agricultura sedentaria, la intensificación de la ganadería, el uso de metales, etc. Es claro pues, que existen diferencias entre el comunismo primitivo y el modo de producción asiático, ya que en este último aparecen por primera vez una distinción de clases entre la clase dominante y la clase dominada como consecuencia de la explotación del hombre por el hombre. Mientras que en las comunidades primitivas los medios de producción estaban apenas desarrollados, y no permitían obtener un excedente, en el modo de producción asiático existe un desarrollo de las fuerzas productivas, al grado que no solamente es posible obtener dicho excedente, sino que era posible someter a otros individuos para explotar el producto de su trabajo. Este hecho manifiesta la diferencia tan grande en el desarrollo de las fuerzas productivas entre ambos modos de producción. En lo que respecta al modo de producción antiguo o esclavista y el asiático, estos encuentran algunas características que pueden parecer iguales a simple vista, como lo es la figura de la esclavitud como una de las principales formas de relación social y medio para abastecerse de los recursos necesarios para la subsistencia. Sin embargo, la esclavitud observada en el modo de producción esclavista difiere fundamentalmente de la observada en el modo de producción asiático. A este respecto, Marx (1982: 75) hace una distinción mediante el concepto de “esclavitud general”. Bajo esta figura, los individuos son sometidos al despotismo estatal, es decir, en el contexto del modo de producción asiático, aunque los individuos fueran esclavizados, estos, en tanto fueran miembros de alguna comunidad, conservaban su “libertad” dentro de las formas de libertad propias de una existencia comunalista. Sin embargo, esta libertad se encontraba condicionada por el cobro de impuestos, la corveé, la expropiación y la sumisión hacia el Estado que los sometía. La esclavitud en este modo de producción se desarrolla mediante la guerra y la conquista, pero los esclavos no pertenecen a un individuo, sino que son propiedad de un grupo, que a su vez depende del Estado y el esclavo debe rendir un tributo o corveé, o bien es llevado a trabajar las tierras de los vencedores, con la diferencia de que en este caso “(…) el esclavo no trabaja las tierras de alguien en especial, trabaja las tierras de la comunidad ya que estas se explotan de forma colectiva”. (Méndez, 1993: 37) La explotación en este modo de producción, pues, no es de un individuo sobre otro, sino de un representante del Estado (conocido como déspota, de ahí el nombre de régimen despótico-tributario), sobre una comunidad. Estas civilizaciones logran un alto grado de autosuficiencia, al incorporar formas más complejas en la división del trabajo y al separar la agricultura de la artesanía con lo cual pueden abastecer todas sus necesidades y asegurar la generación de un excedente de manera constante. A pesar del afianzamiento de un producto excedente, la producción no está destinada al mercado y el uso de la moneda es limitado. Se entiende por lo anterior que el desarrollo de estas civilizaciones no depende de sus relaciones comerciales, sino de la explotación que ejercen a través de la relación de dominación que ejercen sobre otras comunidades. Esta relación se acentúa con la necesidad de aprovechar los recursos naturales disponibles, especialmente de los ríos, que constituían un recurso importantísimo para estos pueblos. Para el aprovechamiento de estos recursos, no bastaba la fuerza de trabajo de un solo pueblo, sino que era necesaria “la cooperación en gran escala de las comunidades particulares con el fin de realizar grandes trabajos de interés general que sobrepasan las fuerzas de esas comunidades tomadas aisladamente como individuos particulares” (Godelier, et al. 1972: 31). Un ejemplo de esto son las grandes obras hidráulicas que tuvieron lugar en Egipto y Mesopotamia y los acueductos aztecas. La realización de estos trabajos era el eje motriz que amalgamaba la relación entre las comunidades, ya que para llevar acabo empresas de tal dimensión era necesario la ampliación de las fuerzas productivas y una dirección o mando centralizado que las coordinara, de esta manera “la presencia de una unidad agrupadora aparece (…) como la condición de la eficacia del trabajo y de la apropiación de las comunidades locales” (Godelier, et al. 1972: 22) Al poner bajo su control directo las tierras del resto de las comunidades, el Estado de la comunidad superior, pasa a ser el único propietario de todas ellas y el regidor de las comunidades locales, modificando así la relación de propiedad entre los individuos, las comunidades y la tierra. Al respecto Godelier et al. (1972: 22) menciona que: “La apropiación de las tierras por el Estado personificado en el rey, el faraón, etc., significa la expropiación universal de las comunidades, que pierden la propiedad, pero conservan la posesión de sus tierras”. Esta relación se ejemplifica a continuación en la figura 2. Como se puede observar, para que el individuo (I) pueda acceder a la tierra (T), debe hacerlo por mediación de la comunidad (C) ya que él no es propietario de esta, por lo que el individuo solo puede tener acceso a la tierra en tanto sea miembro de la comunidad. Sin embargo, la comunidad tampoco es propietaria de la tierra, sino que accede a esta por mediación de la comunidad superior (C), la cual es la propietaria eminente de la tierra. La figura 2, muestra que la aparición del Estado y la explotación de las comunidades no modifica las relaciones de propiedad de manera general ya que, a pesar de la aparición de estos fenómenos sociales, la propiedad de la tierra sigue siendo comunal (aunque ya no de la comunidad pequeña sino de la comunidad superior). Por lo que la transición de la comunidad primitiva al modo de producción asiático, si bien implica la aparición del Estado, y la gestación de clases sociales donde unas son explotadoras y otras explotados, esta transición se da sin el desarrollo de concepto o noción de propiedad privada de la tierra. (Godelier, et al. 1972: 23) Figura 2. Esquema de la relación de propiedad del modo de producción asiático Fuente: Tomado del libro “Sobre el modo de producción asiático” Godelier, Marx y Engels, 1972 3.3. Modo de producción antiguo o esclavista Aunque Marx (1865), hace una diferenciación entre el modo de producción antiguo y el esclavista, y Godelier, et al. (1972) la retoma en su análisis del modo de producción asiático, algunos autores omiten esta diferenciación, conservando en su análisis solo al modo de producción esclavista. Dado que el fin de este apartado es presentar de manera general las características de las formas económicas que precedieron al capitalismo, solo se hará una breve mención sobre la diferencia que hace Marx entre ambos modos de producción, y en adelante, por practicidad, se tomarán a los modos de producción antiguo y esclavista como uno solo, ya que, en realidad, uno puede ser interpretado como una fase temprana del otro. El modo de producción antiguo es la forma social-económica que tuvo lugar en algunas civilizaciones como evolución del comunismo primitivo. Este modo de producción se desarrolló principalmente en la Grecia antigua y en Roma. Al igual que en las sociedades primitivas, el acceso del individuo a la tierra se daba a través de la comunidad, sin embargo, a diferencia del modo asiático de producción, en este caso, la propiedad de la tierra no era del todo comunal, sino que la propiedad de ésta se dividía en dos: una quedaba como propiedad de la comunidad como tal y la otra se repartía entre los ciudadanos a título de propiedad privada. En la figura 3, se observa claramente como esta relación se distingue tanto de la comunidad primitiva y del modo de producción asiático. Se entiende pues que, en este contexto, el ciudadano es coposeedor de las tierras comunales y a su vez es propietario privado de su parcela. En esta relación ambas propiedades, la del Estado y la privada, se implican una a la otra y al mismo tiempo se limitan. En el caso de la sociedad romana, con el paso del tiempo la contradicción entre estas formas de propiedad se desarrollará en beneficio de la propiedad privada. (Godelier, et al. 1972: 26) Para que esta estructura de propiedad social-económica pueda sostenerse, es necesario que exista igualdad entre los pequeños propietarios, sin embargo, factores como las conquistas y el desarrollo del comercio impulsado por el desarrollo de los medios productivos, trajeron como consecuencia un aumento de la desigualdad entre los hombres libres, propietarios de sus propias parcelas. Algunos de estos ciudadanos pierden sus propiedades como consecuencia del endeudamiento excesivo y con ello pierden su estatus de ciudadano, lo cual implica la pérdida de su propia libertad. Aparece, pues, en este contexto, la esclavitud por deudas. Figura 3. Esquema de la relación de propiedad del modo de producción antiguo o esclavista Fuente: Tomado del libro “Sobre el modo de producción asiático” Godelier, Marx y Engels, 1972 La propiedad privada del suelo se convierte en la condición ideal para el empleo de esclavos privados, por lo que la adquisición de esclavos se incrementa, con lo que el modo de producción antiguo, en su propia evolución, crea las condiciones suficientes para la entrada a un modo de producción propiamente esclavista. Es durante el modo de producción esclavista donde nace formalmente la figura de propiedad privada y donde se establecen de manera definida distintas clases sociales: campesinos libres, artesanos y mercaderes, siendo las dos principales el amo y la el esclavo. Estas clases sociales representan la cima y la sima de la sociedad esclavista y sus intereses son totalmente antagónicos. El amo es el dueño de los medios de producción, tanto de la tierra como del esclavo, y no solo de su fuerza de trabajo, sino de su vida, ya que los esclavos en las civilizaciones esclavistas son considerados “instrumentos parlantes”, sin derecho alguno, por lo que podían ser sometidos a una explotación excesiva y cruel, con condiciones laborales y de vida que podían ser (y generalmente lo eran) inhumanas, ya que estas dependían enteramente de la voluntad del patrón, el cual, como ya se ha mencionado, los consideraba nada más que como animales o herramientas vivas. (Borizov et al., 1965) Los esclavos se obtenían principalmente de la guerra, pero también existían aquellos esclavos que en su momento fueron campesinos y artesanos libres que habían caído en la ruina. Debido al aumento en el uso de trabajo esclavo para las actividades cotidianas el trabajo físico llegó a ser considerado una actividad indigna para los hombres libres, por lo que los amos vieron incrementado su tiempo de ocio, lo que los llevó a dedicarse por completo en el desarrollo de áreas como la política, la ciencia y el arte. Durante esta etapa surgió una oposición entre el trabajo físico y el trabajo intelectual considerando al primero denigrante y el segundo superior, por lo que el quehacer productivo recayó totalmente en los esclavos. A diferencia del comunismo primitivo, durante esta etapa el empleo de trabajo esclavo permitió que se desarrollaran de manera acelerada las fuerzas productivas, por lo que el producto excedente trajo como consecuencia el desarrollo de actividades como el comercio, al grado en el que apareció un grupo de gente dedicado exclusivamente a esta actividad: los mercaderes. De igual modo, durante este periodo aparece y se afianza la moneda como forma de intercambio “universal”, facilitando el comercio de productos de todo tipo. Para dimensionar el desarrollo tan grande de las fuerzas productivas producto del uso de trabajo esclavo, Méndez (1993: 7), enlista los siguientes ejemplos: El desarrollo de la agricultura en Egipto alcanzó niveles muy altos, estableciéndose nuevos cultivos como el trigo, la avena y el mijo. La construcción alcanzó grandes niveles; prueba de ello son las pirámides y tumbas egipcias. Se desarrolla la ganadería, cobrando auge la curtiduría de pieles usadas para vestir, como ornamento y auxiliar en la construcción. Es notable la utilización de piedras preciosas como rubíes y diamantes para producir taladros y otros instrumentos para cortar y perforar. Los sistemas de riego fueron muy importantes en la época, abarcando la captación, conducción y distribución del agua para la agricultura y la ganadería. Si bien es cierto que el trabajo esclavo permitió este avance en las sociedades esclavistas, paradójicamente también llegó a representar su mayor lastre. Al respecto, Borizov et al. (1965) menciona lo siguiente: Sin embargo, con el tiempo el régimen esclavista se convirtió en un freno para el desarrollo de la sociedad. Los esclavos no estaban interesados por el resultado de su labor. Bajo la esclavitud se empleaban sólo instrumentos primitivos y la productividad del trabajo seguía siendo baja. Se explotaba a los esclavos de manera tan cruel que su vida era corta, y las fuentes que permitían completar los efectivos necesarios se agotaron. El régimen esclavista entró en el período de crisis. Lo cuarteaban las sublevaciones de los esclavos y la lucha de los campesinos libres contra los dueños de esclavos. Se puede decir entonces que el mismo sistema se desgastó en el uso de sus propios principios y encontró sus límites en aquellos elementos que en un inicio fueron sus fortalezas. Es decir, desde un punto de vista marxista, la lucha de clases es el motor que da movimiento a la estructura económica en un momento dado de la historia, puesto que esta relación da sentido al sistema económico y a las relaciones productivas en turno, pero al mismo tiempo las desgasta, ya que la disparidad entre los intereses de las clases sociales principales, en este caso el amo (quien se encuentra en la cima de la escala social) y el esclavo (quien se encuentra en la sima de la escala social), terminan por resquebrajar la estructura económica (y con ello la superestructura jurídica, ideológica, religiosa, cultural, etc.), a un grado en el que solo queda modificar dicha estructura por un orden social y económico distinto, en el que las tenciones entre las clases dominantes y las dominadas encuentre un desahogo. Haciendo un análisis breve sobre la ideología detrás del modo de producción esclavista, Bajoit (2014: 35), resume los puntos principales de estas civilizaciones en la siguiente tabla: Tabla 2. Relaciones económico-sociales entre amos y esclavos Relaciones entre amo y esclavo Principio de cooperación Modo de legitimación cultural Modo de dominación social 1. FINALIDADES 2. CONTRIBUCIONES Principio de sentido cultural Modo de extracción del excedente La valorización del reconocimiento social La propiedad de la persona del esclavo y el respeto a la ley del más fuerte Principio de desigualdad 4. RETRIBUCIONES 3. DOMINIO SOCIAL Principio de reproducción Modo de apropiación del excedente La represión, el adoctrinamiento y la esperanza de libertad El derecho de vida y de muerte sobre la persona del esclavo Fuente: tomado del artículo “Relaciones de clases y modos de producción” Bajoit, 2014. De acuerdo con Bajoit (2014), la cooperación entre amos y esclavos es posible ya que esta tiene un sustento cultural-ideológico fuerte, basado en el reconocimiento del más fuerte como principio cultural del orden social. Es culturalmente difundido y socialmente aceptado que el más fuerte es el más apto para administrar y dirigir la vida social, y en este caso, esta creencia es atribuida a una superioridad racial en la que “el blanco” siempre tiene la razón, solo por ser blanco. Esta idea llega a estar tan arraigada a la cultura de una sociedad que incluso los mismos esclavos terminan aceptándola en algún grado, lo que permite y “legitima” la relación de producción entre amo y esclavo. Dada esta creencia de superioridad culturalmente impuesta, nace la idea de que el amo es propietario del esclavo, y por lo tanto puede hacer con él, lo que le plazca (así como lo hace con cualquiera de sus propiedades). Al catalogarlo como cosa, el amo somete de manera absoluta al esclavo, obligándolo así a ceder la totalidad del fruto de su trabajo, pues el derecho a la vida y muerte del esclavo le pertenece totalmente a él. Por último, ante las amenazas que se ciernen sobre las clases dominantes por causa del sometimiento de las clases dominadas (que van desde un intento de fuga, hasta el asesinato del amo a mano de sus esclavos), el amo suele responder con una severa represión. Al respecto, Bajoit (2014: 34), menciona que: El adoctrinamiento ideológico asume aquí la forma de una exigencia de reconocimiento del amo: “yo te alimento a ti y a tu familia, te doy alojamiento y protección, te trato humanamente, mientras que tú te comportas como un ingrato, como un desagradecido”. Se trata de conductas dominantes. Este reclamo absurdo en la actualidad, es uno de los medios de sometimiento más fuertes, ya que resulta una creencia tan fuertemente establecida en la sociedad, que termina adoptándose como un paradigma que justifica y da sentido a las relaciones sociales de la época. El análisis realizado por Bajoit, resulta de especial interés ya que este describe a la sociedad esclavista desde los conceptos culturales socialmente aceptados, que daban cuerpo y legitimaban la explotación y dominación absoluta de una clase sobre otra, donde dichos conceptos no solamente servían para que las clases dominantes se justificaran en su accionar, sino que penetraban de tal manera en la conciencia colectiva, que convencían (en alguna medida) a las clases oprimidas de que aquel era el orden natural de las cosas, lo cual permitía el mantenimiento de la estructura económica y social. Con base en lo anterior cabe preguntarse, hasta dónde aquellos principios “naturales” socialmente aceptados en la actualidad, realmente son una condición intrínseca de la naturaleza del individuo y hasta dónde son ideas sustentadas en el contexto social que obedecen a las relaciones productivas actuales, ya que, de ser este último el caso, significaría que estas ideas tenderán a modificarse hasta llegar un momento en el que se consideren inválidas e incluso absurdas e inaceptables, tal y como sucedió con la idea de la esclavitud. 3.4. Modo de producción feudal Aquellas civilizaciones con modos esclavistas de producción, evolucionaron de este a un modo de producción feudal (aunque en algunos casos se dio una transición directa del comunismo primitivo al feudalismo). Las principales razones de la desintegración del esclavismo son (Méndez, 1993: 38): La descomposición interna del régimen esclavista por sus contradicciones. La invasión de los pueblos barbaros del norte de Europa al imperio romano. Como consecuencia de las constantes guerras los campesinos libres fueron perdiendo su independencia personal y se vieron forzados a resguardarse bajo la protección de una nueva nobleza naciente o de la iglesia, quienes contaban con séquitos armados para que podían defender a la población de los ataques bárbaros. Si bien esta protección era insuficiente, la alternativa era estar desprotegidos ante los ataques enemigos, conocidos por ser brutales y despiadados, por lo que el miedo de los campesinos y la urgencia por cualquier tipo de protección posible provocaban que esta tuviera un alto precio. Al respecto Godelier et al (1972: 28) menciona que: Como, en otros tiempos, los campesinos galos, tuvieron que transferir la propiedad de sus tierras, poniéndolas a nombre del señor feudal, su patrono, de quien volvían a recibirlas en arriendo bajo formas diversas y variables, pero nunca de otro modo sino a cambio de prestar servicios y de pagar un censo; reducidos a esta forma de dependencia, perdieron poco a poco su libertad individual, y al cabo de pocas generaciones, la mayor parte de ellos eran ya siervos… El sometimiento parcial de los hombres libres abrió los ojos a las clases dominantes sobre los beneficios de tener vasallos que trabajen sus tierras y que paguen impuestos, por lo que este cambio trajo consigo la liberación parcial de los esclavos. Esto terminó en una homologación de condiciones sociales en donde la figura del esclavo ya no era la forma de explotación en que se basaba la sociedad. En su lugar se presentaba “una situación uniforme de explotación de una clase de pequeños productores directos dependientes, ejercida por una clase de nobles propietarios de tierras, con relaciones de producción feudal”. (Godelier et al., 1972: 28). Son estas condiciones a grandes rasgos las que determinaron el cambio del modo de producción esclavista al feudal y que permiten que las relaciones sociales y productivas entre los individuos no solo se sostengan, sino que se reproduzcan durante este periodo. Es de especial interés señalar el papel que desempeñó el aparato culturalreligioso durante esta etapa, ya que la creencia en una vida después de la muerte fue lo que permitió que las clases dominadas de esta época se sometieran, pues la desobediencia y la rebelión no solo serían castigadas por las clases dominantes aquí en la tierra, sino que el castigo sería un penar eterno de sus almas inmortales en el más allá, puesto que el derecho de gobernar era un derecho divino otorgado por Dios a las clases dominantes. En palabras de Bajoit (2014: 28): La única manera de lograr que el siervo se someta a la dominación del señor es a través de su creencia en la existencia de un Dios que le ha dado un alma, en Jesucristo que ha venido a salvarlo, y en que ha sido llamado a la salvación eterna. También es preferible que crea que el señor, laico o clérigo, es de una especie diferente de la suya, que pertenece a un nivel superior de humanidad, y que ha sido elegido por Dios para administrar el mundo. Si no creyera en todo esto, la dominación del señor le parecería tan absurda y arbitraria, que no se sometería a la misma. Los rasgos fundamentales que caracterizaban el modo de producción feudal son los siguientes, (Lenin citado por Borísov et al. (1965)): 1. Dominio de la economía natural. 2. Concesión de medios de producción y de tierra al productor directo, y en particular fijación del campesino a la tierra. 3. Dependencia personal del campesino respecto al terrateniente (coerción extraeconómica). 4. Estado extraordinariamente bajo y rutinario de la técnica. En este modo de producción las relaciones productivas se basan en la propiedad privada de la tierra, a través de la cual se obtenían trabajo y productos no remunerados. Fue en este momento histórico en el que empezaron a desarrollarse las primeras ciudades, que eran grandes áreas urbanas en donde se centraban la actividad económica como el comercio y la producción artesanal. Para el desenvolvimiento de estas actividades, los mercaderes y artesanos se organizaban en corporaciones y gremios. La ciudad también resguardaba el poder político y militar por lo que fungían como una especie de capital del Estado. Durante esta etapa existieron dos principales clases sociales antagónicas: los señores feudales y los campesinos o siervos. Los señores feudales solían vivir dentro de las ciudades y estas se encontraban generalmente protegidas por altos muros de piedra. Afuera de las ciudades se encontraban las tierras de cultivo que eran trabajadas por los siervos. La propiedad de la tierra durante esta etapa tiene algunos rasgos característicos que la distingue de otros medios de producción. En cuanto a la propiedad del señor feudal se refiere este es propietario efectivo de la tierra, ya que dispone de ella y tiene el derecho de recibir directamente los beneficios de su explotación. Sin embargo, la posición de “señor” se limita a los siervos, ya que él a su vez es un vasallo del Rey, quien en última instancia se erige como el propietario eminente de la tierra. Como menciona Brom (2003: 98): También entre los señores feudales había muchas categorías distintas, más acentuadas que entre los siervos; entre éstos existían niveles, pero entre los señores se trataba de una jerarquía en forma piramidal, que iba desde el barón, en la base, hasta el emperador, en la cúspide. Cada señor debía obediencia a otro superior, a veces en formas muy complicadas y con un reparto sumamente complejo de derechos y soberanías. El sistema, como es lógico dada la escasa movilidad de su base, era sumamente estático; las modificaciones solían consistir en conquistas de feudos. Por su parte, los siervos, que se organizaban en pequeñas comunidades aldeanas, aunque eran poseedores, no eran propietarios de sus tierras. Se encontraban sujetos a la explotación de los señores feudales mediante el cobro de impuestos como la obligación a trabajar gratuitamente en las tierras del señor feudal (la corveé) por un lado y por el otro, la imposición de pagos en especies (producto del trabajo en las tierras propias de los campesinos) y en dinero. Lo anterior se realizaba bajo amenaza de ser desposeídos de sus tierras en caso de incumplimiento. Al ser respaldado este derecho del señor feudal por el Estado, este sistema representa una propiedad parcial de las tierras de los campesinos, por lo que, en última instancia, el propietario eminente de las tierras, tanto del señor feudal como de los campesinos era el Estado, representado bajo la forma de un Rey o soberano. Por lo tanto, se entiende que la situación de los campesinos avasallados era en la mayoría de los casos, precaria. Aun dentro de las condiciones de explotación bajo la que vivían los siervos, existían circunstancias muy variadas. En la práctica existían campesinos casi libres que solo debían entregar escasos tributos, otros debían pagar impuestos elevadísimos a sus señores, y otros se encontraban obligados a trabajar las tierras que se les habían asignado sin opción de abandonarlas (Brom, 2003). Sobre este tema Bajoit (2014: 29) menciona que: El siervo sólo cuenta con su "desnuda persona" y está sujeto a la gleba, que no puede abandonar. Por lo tanto, está obligado a trabajar para el señor, quien le permite instalarse con su familia en sus tierras. El plustrabajo toma aquí la forma de una actividad directamente destinada a alimentar al señor, a su familia, a sus comensales y a sus caballeros. Esta actividad (la "corvée" o prestación personal) se desarrolla en las tierras del señor, y el siervo debe suministrarle una parte (más o menos grande según las épocas y las regiones) de los bienes producidos. Además, tiene que pagar derechos (cuotas) para utilizar el molino, los hornos y los pozos del señor. En fin, si quiere adquirir bienes que no puede producir (vestidos, sal...), tiene que vender todavía una porción de su parte de la cosecha en el mercado. Por lo tanto, es "alguien que puede ser gravado con impuestos y forzado al trabajo discrecionalmente"). (…) En conclusión, es la servidumbre la que constituye aquí el modo de extracción del excedente. Aunque en ningún caso los siervos llegaron a ser esclavos, tampoco eran hombres libres ya que se veían obligados a entregar una parte de su producción como tributo y carecían tanto de la propiedad de la tierra como de la libertad para decidir sobre situaciones elementales de sus propias vidas, como poder migrar a un feudo en donde el señor feudal ofreciera mejores condiciones de vida para ellos y para sus familias. Existía dentro del modo de producción feudal un tercer actor relevante que ayudaba a mantener el funcionamiento del sistema, este era la iglesia católica. Como ya se mencionó anteriormente, la iglesia católica representaba el pilar moral de este tiempo, lo que significa que era la encargada de sostener y esparcir el aparato cultural-religioso bajo el que se regía la sociedad. En palabras de Brom (2003): “El sistema de la servidumbre y el feudalismo encontraba su complementación y apoyo en la Iglesia cristiana (…) cuyo jefe era el obispo de Roma que lleva el título de Papa”. La estructura de la iglesia era semejante a la feudal, iniciando desde el párroco y ascendía hasta el Papa, quien era considerado el representante de Cristo sobre la tierra. Era tan relevante la postura de la iglesia en la sociedad feudal que podía mediar en asuntos de Estado al grado de entrar en disputa con el Rey y los demás señores feudales. Una de las actividades que la iglesia controlaba casi en su totalidad era la educación la cual se basaba fundamentalmente en el estudio de los libros sagrados del cristianismo, por lo que existían pocos espacios que generaran las condiciones para el desarrollo del pensamiento lógico y crítico basado en la observación objetiva de la realidad. Puesto que los intereses de la iglesia y los soberanos de los distintos países no siempre coincidían, y dado que la educación es una herramienta poderosa para incidir sobre el aparato cultural de la sociedad, en el siglo XII, en París, Bolonia y Salamanca se fundaron las primeras universidades (Brom, 2003), las cuales solían gozar de la protección de los reyes, ya que estos veían en las universidades un apoyo contra el dominio del papa. Cabe mencionar que las universidades en este tiempo, aunque rompían con la educación impuesta por la iglesia católica, no carecían de influencia de otras órdenes religiosas. En este tiempo el pensamiento religioso estaba muy arraigado a la sociedad y el razonamiento científico no había tomado forma aún. Sin embargo, la iglesia no ayudó a la preservación de las relaciones sociales y productivas del feudalismo solo a través de la coerción sobre las clases dominadas, también tomaba el papel de pacificador entre la nobleza, la cual tenía una inclinación y gusto natural por la guerra. Como lo señala Bajoit (2014: 30-31), la iglesia: (…) ha ejercido presiones considerables sobre los poderes temporales, particularmente instaurando la "tregua de Dios", tendiente a regular la guerra y a limitar las exacciones cometidas contra los más débiles (las mujeres, los niños, los viejos y los vencidos); los clérigos blandían particularmente la amenaza de la excomunión, que calmaba algo de los ardores guerreros y lujurientos. Por lo que la postura de mediador que ejercía la iglesia tenía un impacto importante en el bienestar de los siervos. Esta intervención por parte de la iglesia fue fundamental para mantener la paz entre ambas clases, ya que la explotación desmedida que ejercía la nobleza sobre los siervos era tal que constantemente provocaba rebeliones campesinas, como las de Wat Tyler en Inglaterra (1381), la Jacquerie en Francia (1358), la guerra campesina en Alemania (1524-1525), las guerras acaudilladas por I. Bolotnikov (1606-1607), S. Razin (1670-1671) y E. Pugachov (1773-1775) en Rusia, y otras (Borisov et al., 1965). Las características principales que describen las relaciones sociales surgidas durante el modo de producción feudal se presentan en la siguiente tabla (Bajoit, 2004: 31): Tabla 3. Relaciones económico-sociales entre señores feudales y siervos Relaciones entre señor y siervo Modo de legitimación cultural Modo de dominación social 1. FINALIDADES 2. CONTRIBUCIONES Principio de sentido cultural Modo de extracción del excedente Principio de cooperación La esperanza de salvación eterna La servidumbre Principio de desigualdad 4. RETRIBUCIONES 3. DOMINIO SOCIAL Principio de reproducción Modo de apropiación del excedente La represión, el temor al El traspaso de la tierra por herencia infierno, la tregua de Dios y la familiar y por la atribución de feudos, reconstrucción de la garantizados por el Estado monarquía Fuente: tomado del artículo “Relaciones de clases y modos de producción” Bajoit, 2014. 3.5. Modo de producción burgués moderno 3.5.1. La transición del feudalismo al modo de producción capitalista. Fue dentro del mismo modo feudal de producción que se gestaron los elementos que dieron pie al nacimiento del capitalismo. Durante el feudalismo se desarrollaron el comercio y las ciudades, las cuales se movían bajo principios económicos cada vez más opuestos entre sí. Por un lado, los feudos partían de la lógica de una producción aislada, campesina, que daba poca prioridad a la generación de excedentes para intercambio y el comercio en general y por el otro estaban las ciudades, las cuales eran el centro de la actividad comercial, donde empezaban a desarrollarse las fuerzas productivas abocadas a la manufactura. Para este punto, las ciudades empezaban a tomar fuerza no solo en lo económico, sino también, como es de esperar, en lo político, que “se habían transformado de pequeños centros de mercaderes o, a veces, residencia de gobiernos locales en núcleos de gran fuerza. Su estructura interna se basaba en las organizaciones de comerciantes y de artesanos, ajenas al sistema feudal” (Brom, 2003: 100). Esta diferencia cada vez más acentuada entre feudo y ciudad, aunada a la importancia creciente de estas últimas, marcó una tendencia hacia la desaparición de las relaciones feudales de producción. Los habitantes de las ciudades, estaban interesados en superar la dispersión bajo la que operaban los feudos, por lo que impulsaron el fortalecimiento de una monarquía absoluta, la cual se manejaba bajo una postura parcialmente antifeudal, que, aunque conservaba muchos rasgos del modo feudal de producción, desarrollaba ya elementos que lo diferenciaban de manera estructural. Los rasgos que el nuevo régimen monárquico absolutista conservó fueron “las relaciones de servidumbre en el campo y también ciertos elementos políticos de tipo feudal como el régimen de privilegios para la nobleza y el clero, y las aduanas internas, en el aspecto económico.” (Brom, 2003: 100) Sin embargo, junto a estas similitudes, empezaban a vislumbrarse elementos diferenciadores que, si bien estaban lejos de ser tan radicales como para significar la instauración de un nuevo modo de producción, sí dejaban ver claramente que la sociedad se encaminaba en esa dirección. Como lo menciona Brom (2003:100): (…) junto a éstas (similitudes con el modo de producción feudal) se desarrollaba un sistema de producción y de distribución ya capitalista, basado en el mercado, en la circulación de mercancías y en una incipiente clase asalariada. Predominaba en la producción citadina la manufactura, que era propiamente el taller artesanal de la Edad Media ampliado en unidades mayores. La instauración de estas formas capitalistas de producción se fue acentuando de manera importante, puesto que eran respaldadas no solo por el monarca, sino por la clase burguesa comerciante, cada vez más fortalecida y encumbrada en el poder económico. Para la clase burguesa, las reglas del sistema feudal representaban un freno, ya que no pertenecían a la clase social de los siervos campesinos, sometidos bajo el mandato del señor feudal, ni a la nobleza, para quienes estaban reservados los altos cargos políticos, en donde se legislaba a favor de los intereses feudales a costa del desarrollo comercial (por ejemplo, el cobro de aranceles para mover la mercancía entre un feudo y otro). Sobre la manera en la que la burguesía se fue imponiendo sobre los señores feudales Braudel (2002: 29) escribe: El régimen feudal constituye, en beneficio de las familias señoriales, una forma duradera del reparto de la riqueza territorial, riqueza de base —y por lo tanto un orden estable en su textura. La "burguesía", a lo largo de los siglos, vivirá como un parásito dentro de esta clase privilegiada, cerca de ella, contra ella y aprovechándose de sus errores, de su lujo, de su ociosidad y de su falta de previsión, para acabar apoderándose de sus bienes —con frecuencia a través de la usura— y para infiltrarse finalmente en sus filas y perderse en ellas. Pero hay otros burgueses para reanudar el asalto, para reemprender la misma lucha. Parasitismo, en suma, de larga duración: la burguesía no cesa de destruir a la clase dominante para nutrirse de ella. Pero su ascensión fue lenta, paciente, traspasándose sin cesar la ambición a hijos y nietos. Y así sucesivamente. La inconformidad de la población campesina y de la clase burguesa sumada al poderío económico de estos últimos, permitió dar un golpe demoledor al feudalismo a través de las revoluciones burguesas. La lucha de clases es pues, como en los casos anteriores, la protagonista del cambio en el modo de producción, y aunque la clase burguesa desempeña un papel fundamental en este proceso, es el antagonismo entre las clases dominante y dominada el detonante que terminó por resquebrajar de manera definitiva la estructura económica sobre la que se sostenía todo el sistema. Como lo menciona Kaye (1989: 83): En el fondo la crisis del orden social fue una crisis de las relaciones entre las dos clases principales de la sociedad feudal, que ya había comenzado antes del descenso demográfico y continuó, incluso con forma alterada, durante y después de éste". Es decir, los movimientos campesinos de la baja edad media - como lucha de clases - fueron en realidad los determinantes de la “crisis del feudalismo”. 3.5.2. El modo de producción capitalista El modo de producción capitalista es un modo de producción basado en la propiedad privada capitalista de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado. A este modo de producción lo precedió una etapa mercantilista o precapitalista en la cual adquirió cada vez más importancia el intercambio de mercancías, por lo que los estados se inclinaban cada vez más por la implementación de políticas mercantilistas que consistían en la acumulación de metales preciosos y el fomento y apoyo a sus industrias. Esta etapa precapitalista supone un momento de transición, ya que, las circunstancias que llevaron a su fin al feudalismo, no necesariamente son las necesarias y suficientes para que la sociedad se convierta en una sociedad capitalista. Se entiende pues que el desarrollo del comercio y del mercado no son suficientes para sostener las relaciones capitalistas de producción. Es indispensable, por ejemplo, que exista también el trabajo asalariado el cual tiene una doble función: la de servir como fuerza de trabajo a la que se le puede extraer un excedente, y la de crear nuevos consumidores, ya que mediante el salario se puede acceder al mercado para comprar mercancías. En el capitalismo se engendran dos nuevas clases sociales cuyos intereses son diametralmente opuestos: la clase de los capitalistas, propietarios de los medios de producción, y la clase de los proletarios, carentes de propiedad y de medios de subsistencia, por lo que, ante la amenaza del hambre, se ven obligados a vender constantemente su fuerza de trabajo a los capitalistas. (Borisov et al., 1965) En este modo de producción continúa y en cierto modo se acentúa la explotación del hombre por el hombre. Si bien es cierto que el trabajo asalariado incentiva al individuo a demandar las mercancías del mercado para satisfacer sus necesidades, este hecho por sí mismo no garantiza que los individuos efectivamente accedan al mercado. Si un trabajador asalariado contara con los medios de producción suficientes para satisfacer sus propias necesidades probablemente elegiría no ser asalariado o, aunque lo fuera, preferiría producir algunos de sus medios de subsistencia y adquirir el resto en el mercado. Es por ello que una característica principal de la clase proletaria en este modo de producción es que carece en su totalidad de la propiedad de los medios de producción. A diferencia de los modos de producción antes estudiados, en los cuales las clases explotadas eran propietarios o por lo menos poseedores de la los medios de producción (es decir, que, aunque no fueran propietarios eminentes ni efectivos de la tierra, sí podían disponer de algún porcentaje del fruto de su trabajo), en el modo de producción capitalista, los obreros, aunque “libres” (ya se ahondará más adelante en esta noción de libertad), solo cuentan con la propiedad de su fuerza de trabajo para subsistir. Con esto se garantiza que la clase proletaria buscará vender dicha fuerza de trabajo a cambio de un salario, el cual, a su vez, se verá obligado a intercambiar en el mercado para poder obtener los recursos para su subsistencia. Como lo menciona, Dobb (1971: 222), este proceso de creación del proletariado es tan importante para el desarrollo del capitalismo como modo de producción que: Sin él, como es evidente, no hubiera existido una afluencia de mano de obra barata y abundante, a menos que se volviera a algo muy semejante al trabajo servil. La fuerza de trabajo no se hubiera "convertido, a su vez, en mercancía" en escala suficiente, faltando con ello la condición esencial para el surgimiento de la plusvalía industrial como categoría económica natural. Que este proceso fuera tan decisivo para aquel desarrollo pleno de la industria capitalista en que consistió la revolución industrial, constituye la clave de ciertos aspectos de la acumulación originaria a que, por lo común, se interpreta mal. Por lo cual, una de las etapas de la transición del feudalismo hacia la consolidación del capitalismo es aquella que Marx denominó “la acumulación originaria del capital”. Puesto que esta etapa resulta de especial importancia para la comprensión integral de la ética que subyace al capitalismo como sistema, se abordará con mayor profundidad más adelante, sin embargo, resulta de interés la mención que Brom (2003: 101) hace sobre este momento histórico, del cual escribe lo siguiente: En este tiempo, fundamentalmente en los siglos XVII a XIX, tuvo lugar la llamada “acumulación originaria del capital”, en la que los antiguos dueños, campesinos y artesanos, perdieron la propiedad de sus medios de producción. Una parte de este cambio se realizó mediante el desalojo de los campesinos con el fin de transformar las tierras de labor en pastizales para las ovejas. El otro elemento fundamental estuvo en la ruina de los artesanos al no poder competir con las manufacturas en que trabajaban conjuntos de obreros bajo el mando de un empresario, que podía lanzar mercancías más baratas al mercado. También participaban otros mecanismos en este cambio social. Campesinos y antiguos artesanos se veían obligados a trabajar a cambio de un jornal, a transformarse en proletarios en el sentido moderno de esta palabra. El impacto que esta acumulación originaria tuvo en el desarrollo del capitalismo fue precisamente el de génesis de la concentración de grandes riquezas, con lo que los dueños de éstas, podían desarrollar industrias con un sentido más adecuado al naciente capitalismo, en otras palabras, empresas dinámicas y emprendedoras que permitieran producir mercancías a ritmos más acelerados y con ello acceder a nuevos mercados, y competir contra otros productores. A pesar de la importancia del trabajo asalariado dentro del nuevo sistema, aún se conservaron formas anteriores de explotación como el esclavismo. De hecho, el tráfico de esclavos desempeñó un papel importante en el enriquecimiento de países como Holanda, mientras que el sur de Estados Unidos basó su economía en la mano de obra esclava hasta 1865, con la aplicación efectiva de la Proclamación de Emancipación propuesta por Abraham Lincoln. Como en cualquier transición de un modo de producción a otro, la entrada del capitalismo a las distintas sociedades vino acompañado de una serie de cambios tanto económicos y productivos (estructura) como políticos, religiosos y culturales (super estructura). El desarrollo acelerado del mercado requería suprimir las aduanas en las fronteras internas, la unificación y estandarización de las monedas y las unidades de medición y de pesaje, la construcción de nueva infraestructura como caminos, puentes, canales, puertos etc. De acuerdo con Dobb (1971), Inglaterra fue el país donde nació el capitalismo durante la segunda mitad del siglo XVI, donde destacan dos acontecimientos claves que marcaron un punto de inflexión: la revolución inglesa que tuvo lugar durante el siglo XVII y la revolución industrial a finales el siglo XVIII. La revolución inglesa supuso el cambio de régimen político de ese país, pues fue la vía mediante la cual la burguesía se encumbró en el poder. En palabras de Brom (2003: 102): Esta no trataba de alcanzar la independencia nacional frente al predominio extranjero sino, claramente, se caracterizaba por abolir viejos privilegios feudales. La lucha asumió una forma paradójica: comenzó con un conflicto entre el Parlamento y el rey, que culminó con la decapitación de éste y la eliminación de hecho de aquél, tras el triunfo de una sublevación encabezada por Oliverio Cromwell. Al final se consolidó un régimen en el cual el gobierno efectivo se encontraba en manos del Parlamento, integrado fundamentalmente por representantes de una aristocracia terrateniente; la monarquía subsistió desempeñando un papel cada día menos importante. Cien años después de la revolución inglesa, Estados Unidos de Norteamérica obtendría su independencia, con la cual, aunque en este caso no se trataba de una rebelión contra el sistema feudal, si sirvió como una reafirmación de la conveniencia del nuevo sistema capitalista al pugnar por la libertad de comercio y la proclamación de los derechos individuales que son indispensables para el desarrollo de la libre empresa. Poco después de la independencia norteamericana, vino la revolución francesa. Anterior a la revolución, Francia ya había desarrollado algunos sectores capitalistas fuertes respaldados e impulsados por las ideas de la ilustración. Si bien la revolución no trajo consigo un cambio de fondo de manera inmediata si tuvo un efecto determinante en la desaparición del sistema feudal. De acuerdo con Brom (2003: 103): Quedaron abolidas todas las formas legales de servidumbre, basadas en posiciones de privilegio señorial, y muchas de las grandes haciendas feudales fueron fraccionadas; las numerosas parcelas que se formaron, como también las que se originaron en el reparto de las sobrevivientes tierras comunales, integraron una verdadera pequeña propiedad, de tipo capitalista. Asimismo, fueron eliminadas las aduanas internas y todos los demás privilegios y diferencias de tipo regional. Sobre esta base se estableció la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que no fue destruida ya, en lo fundamental, ni por las pocas excepciones que subsistieron ni por la nobleza creada en el periodo napoleónico y ni siquiera por la restauración monárquica de 1814 en adelante. El siguiente acontecimiento que marcaría la consolidación del capitalismo es la revolución industrial. Esta representa el momento de mayor impacto en la transformación de cualquier sociedad hasta ese momento. El cambio que significó para Inglaterra y posteriormente para el mundo entero, ha marcado el ritmo y la dirección de las relaciones sociales y de producción hasta nuestros días. La revolución industrial no solo impactó a los países a nivel económico con el mejoramiento, nunca antes visto, de los medios de producción y el asentamiento de las nuevas clases sociales, sino que impactó directamente en la forma en la que los individuos entendían su realidad misma como seres sociales. En palabras de Dobb (1971: 306): En el siglo XIX (en el que se desarrollaba la revolución industrial), el tempo del cambio económico, por lo que respecta a la estructura de la industria y de las relaciones sociales, al volumen de la producción y la amplitud y variedad del comercio, fue enteramente anormal, juzgado con el rasero de siglos anteriores: tan anormal como para transformar radicalmente las ideas de los hombres acerca de la sociedad, a saber: de una concepción del mundo más o menos estática, según la que los hombres, de generación en generación, estaban destinados a permanecer durante su vida en el puesto que les había sido asignado con el nacimiento, y en la que el apartamiento de la tradición era algo contrario a la. naturaleza, a una concepción del progreso como ley de la vida y del perfeccionamiento continuo como el estado normal de toda sociedad sana. De acuerdo con la expresión de Macaulay, de 1760 en adelante el progreso económico se volvió "portentosamente rápido". Es evidente -más que en cualquier otro período histórico- que la interpretación del mundo económico del siglo XIX debe referirse, esencialmente, a su cambio y su movimiento. El escenario económico durante el siglo XIX, fue extremadamente favorable para el desarrollo capitalista. Este fue un periodo de cambio técnico, que impulsó enormemente la productividad del trabajo debido a la implementación de nuevas tecnologías, principalmente en la industria textil. También se revolucionaron los medios de comunicación mediante el uso de la máquina de vapor para transportar tanto mercancías como personas. Durante estos años se vivió un incremento de la mano de obra proletaria, lo cual aunado al incremento sin precedentes en la inversión permitió incrementar la producción para satisfacer la demanda de un mercado de consumo que crecía a una escala sin precedentes. En siglos anteriores habían sido precisamente la estrechez del mercado, la baja productividad de los métodos de producción existentes y la escasez ocasional de mano de obra, los factores que frenaban el desarrollo de una verdadera industria capitalista, no obstante, con el surgimiento de “la revolución industrial, estas barreras fueron derribadas simultáneamente y, en cambio, la acumulación e inversión del capital encontraron, desde todos los puntos del ámbito económico, horizontes que se ampliaban continuamente, atrayéndolas.” (Dobb, 1971: 307) Por lo tanto, es el siglo XIX el momento en el que el capitalismo se encumbró como el nuevo modo de producción iniciando en Inglaterra y de ahí pasando a países como Francia, Bélgica, Alemania y al resto del mundo a lo largo de los siglos XIX y XX. No es de extrañarse que el nuevo sistema se haya expandido de manera rápida por el mundo puesto que sus beneficios son innegables como lo menciona Barisov et al. (1965). En comparación con el feudalismo, el modo capitalista de producción es más progresivo, pues ha elevado a un nivel superior el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, ha aumentado sensiblemente la productividad del trabajo social, ha llevado a cabo en proporciones inmensas la socialización del trabajo y de la producción, ha incrementado en gran medida el volumen de la producción y ha elevado su nivel técnico. Sin embargo, aunque el capitalismo supuso una mejora en las condiciones de vida en general respecto al sistema feudal de producción, no se debe pasar por alto el hecho de que, como cualquier otro modo de producción, el capitalista sigue basándose en lucha de clases. Como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, se incrementó el grado de explotación de la clase capitalista hacia la clase proletaria y parte del despojo de esta última, de su propiedad sobre los medios de producción e incluso de la mayor parte del fruto de su trabajo. El mismo Barisov et al. (1965) menciona al respecto que: Después de desarrollar hasta dimensiones antes nunca vistas las fuerzas productivas sociales, el régimen capitalista, en virtud de las contradicciones internas antagónicas que le son inherentes, de sus vicios y lacras, ha condenado a una gran parte de la sociedad, a los trabajadores, a la ruina y a la miseria, pues son fundamentalmente los capitalistas quienes se apropian de todos los beneficios que origina el incremento de la producción social. Hasta aquí se ha descrito la transición de la humanidad en su devenir desde su organización como una sociedad primitiva sin nociones de conceptos como la propiedad privada o las clases sociales, hacia una sociedad capitalista en donde existen clases sociales perfectamente definidas precisamente por su posibilidad (o su imposibilidad) de acceder a la propiedad privada de los medios de producción. En la actualidad suele darse tácitamente por hecho al capitalismo como modo de producción dominante, e incluso hasta natural, no porque se ignore que hubieron modos de organización económica previos, sino porque se ignora o no se reflexiona sobre el hecho de que estos sistemas anteriores definían la ética social, tal y como sucede en la actualidad y por lo tanto, los principios éticos bajo los que se rige la sociedad moderna, se aceptan como algo dado, sin considerar que podrían llegar a transformarse (y basados en la historia, se esperaría que así ocurriera) a un grado en el que, con el tiempo, se conviertan en absurdos, tal y como ha sucedido con los principios éticos tan arraigados en las sociedades anteriores. Como se puede ver mediante el análisis de la transformación de las distintas sociedades a través de la historia, el capitalismo no es el “estado natural” de la sociedad, sino que es el resultado de un proceso histórico de evolución que podría, o no, encontrar su fin en su etapa capitalista. Así pues, como en algún momento la ética colectiva veía con buenos ojos el someter a seres humanos bajo la figura de la esclavitud, o como en otros tiempos se aceptaba el sometimiento de la servidumbre como la relación social dominante, así en la actualidad se acepta la figura del capitalista, propietario de la mayor parte de la riqueza social, y la del proletario, dueño únicamente de su fuerza de trabajo. Sin embargo, como la historia lo demuestra, esta relación entre capitalista y proletario no es la única forma en la que los individuos se pueden relacionar, y no hay razón alguna para pensar que no existe o existirá alguna forma de producción que implique una relación más justa y colectivamente conveniente. Por lo que, el planteamiento de una ética distinta a la actual no solo tiene sustento en la realidad, sino que resulta una responsabilidad social. 3.5.3. Características que definen al capitalismo Partiendo de la idea arriba expuesta, se entiende que el capitalismo, como cualquier otro modo de producción, determina a la sociedad, no solo a nivel económico, sino en todos los demás aspectos que lo constituyen. En este apartado se enumerarán las características propias del capitalismo de manera que se pueda comprender no solo su origen y funcionamiento general, sino también los elementos que lo distinguen y lo definen. Como punto de partida se tomarán las definiciones de Brom (2003) y de Weber (1978): Brom (2003: 105), define los elementos esenciales del sistema capitalista de la siguiente manera: Antes que nada (el sistema capitalista), se trata de una organización de intercambio y no de autoconsumo: la gran mayoría de los bienes, producidos ya en forma industrial, es destinada al mercado y no al disfrute por el productor o sus allegados. Lo mismo se expresa si se dice que la mayor parte de los bienes que consume una persona no ha sido producida por ésta, sino que la ha obtenido por compra. A esto corresponde la existencia de un amplio mercado donde se realiza el intercambio, facilitado por el desarrollado sistema monetario, de crédito, bursátil, etcétera. Pero no solamente los bienes (y, en sentido amplio, los servicios) son mercancías; también el trabajo humano se realiza a cambio de un salario, bajo las indicaciones y en beneficio de quien ha comprado la capacidad de realizarlo. Es decir, el trabajo es enajenado y el obrero no es el dueño de su actividad ni del producto de su labor. Por su parte, sobre el capitalismo, Weber (1978: 237) escribe lo siguiente: Existe el capitalismo dondequiera que se realiza la satisfacción de necesidades de un grupo humano, con carácter lucrativo y por medio de empresas, cualquiera que sea la necesidad de que se trate; especialmente diremos que una explotación racionalmente capitalista es una explotación con contabilidad de capital, es decir, una empresa lucrativa que controla su rentabilidad en el orden administrativo por medio de la contabilidad moderna, estableciendo un balance (exigencia formulada primeramente en el año 1698 por el teórico holandés Simon Stevin). Son diversas las características que los autores exponen en estas definiciones, sin embargo, en ambas se encuentra, aunque no de manera explícita, la intervención de tres elementos indispensables para el funcionamiento del sistema capitalista: el mercado, la empresa y el obrero. Aunque alguno de estos elementos se pudiera haber encontrado en modos de producción distintos al capitalista, ninguno se desarrolló con las particularidades y en el grado que se observa durante el capitalismo, y en ninguno de los modos de producción anteriores eran tan dependientes los unos de los otros. El primero de los elementos antes mencionado es el mercado. Se puede entender de manera general como mercado, al lugar en el cual compradores y oferentes acuden para realizar intercambios. Samuelson y Nordhaus (2010) por su parte lo definen como “un proceso mediante el cual los compradores y los vendedores de un bien interactúan para determinar su precio y cantidad”. Partiendo de la definición anterior, se entiende que el mercado no es exclusivo del modo de producción capitalista, y, de hecho, aparece por primera vez durante las sociedades primitivas, cuando las distintas tribus buscaron el intercambio de mercancías a través del trueque. Por supuesto, el concepto de mercado en el contexto capitalista es mucho más complejo, ya que se han incorporado no solo distintos tipos de mercancías o bienes que pueden ser intercambiados (como divisas, valores e incluso trabajo), sino que los procesos de producción de dichas mercancías se han modificado de manera fundamental: mientras que en las civilizaciones primitivas el intercambio tenía la única función de obtener los medios de subsistencia, en el capitalismo se buscan distintos fines, siendo el principal la maximización de la utilidad ya sea mediante la adquisición de bienes de consumo o la generación de la mayor ganancia posible. El uso del dinero como medio de cambio general, permitió que el mercado evolucionara y que las relaciones de intercambio se volvieran más sofisticadas. Por supuesto el dinero apareció en la sociedad desde mucho antes de que el capitalismo surgiera, pero durante el capitalismo evolucionó a un grado tal en el que existe un mercado en donde se compra y vende dinero: el mercado de divisas, en el que circulan cantidades importantes de los grandes capitales del mundo y donde se negocia mediante la especulación. Las reglas que rigen el mercado capitalista no surgen de manera espontánea, sino que obedecen a la lógica de la clase dominante, es decir a los intereses de los grandes capitales, quienes, lógicamente son dueños de los medios de producción y de las grandes empresas. El segundo elemento que encontramos como parte fundamental del capitalismo es la empresa. Cuando se habla de la empresa se habla del medio a través del cual el capitalista transforma la mercancía para poder llevarla al mercado y así poder obtener ganancias. La empresa representa la que es quizá, la forma más importante de los medios de producción del sistema y su propiedad pertenece a unos pocos individuos. Cuando se habla de la empresa, pues, se habla de la clase social dominante, la clase capitalista, y como es de esperarse, la organización y funcionamiento de la primera se encuentra definido por los intereses de los segundos. En este contexto la empresa tiene su propia organización, basada en el principio de la maximización de los beneficios. Como menciona, Weber (1978: 238) es en la figura misma de la empresa capitalista, en su principio de maximización de ganancias, donde reside uno de los fundamentos principales que justifican y sostienen la existencia del capitalismo. En palabras de este autor “La premisa más general para la existencia del capitalismo moderno es la contabilidad racional del capital como norma para todas las grandes empresas lucrativas que se ocupan de la satisfacción de las necesidades cotidianas.” En otras palabras, la lógica bajo la que se desenvuelve la empresa es la que determina en gran medida no solo el quehacer económico que rige a la sociedad, sino también las posturas culturales y políticas en general. Esta idea se ve claramente expresada por Brom (2003: 105) cuando menciona que: El capitalismo, como toda estructura fundamental de la sociedad, no es sólo un sistema económico; tiene también sus expresiones ideológicas, culturales y políticas. La doctrina que lo rige en su periodo inicial y también en la actualidad es el liberalismo, la teoría del “dejar hacer”, que deja a cada individuo en libertad de actuar según sus conveniencias y sus posibilidades y considera que el conjunto de éstas será idéntico al interés de la sociedad. En lo político le corresponde el sistema representativo parlamentario, adecuado a las necesidades de una amplia clase de empresarios que desea dirigir dinámicamente al Estado de acuerdo con sus intereses colectivos, manteniendo al mismo tiempo la posibilidad de actuación personal de sus integrantes. Por lo que, entender los ejes rectores que definen el funcionamiento de la empresa como elemento fundamental del desarrollo y preservación del capitalismo, permite comprender al sistema en sí mismo en un sentido más elemental. Al respecto, Weber (1978: 237-238), menciona que las premisas bajo las que se erige la empresa capitalista son las siguientes: 1. Apropiación de todos los bienes materiales de producción (la tierra, aparatos, instrumentos, máquinas, etc.) como propiedad de libre disposición por parte de las empresas lucrativas autónomas. 2. La libertad mercantil, es decir, la libertad del mercado con respecto a toda irracional limitación del tráfico; estas limitaciones pueden ser de naturaleza estamental -por ejemplo, cuando los gremios prescriben un determinado género de vida o una homogeneización del consumo-, o bien revisten un carácter de monopolio gremial, cuando, por ejemplo, se establece que el habitante de la ciudad no pueda poseer haciendas como un caballero, ni el caballero o campesino dedicarse a la industria, no existiendo, por consiguiente, un mercado libre del trabajo ni un libre mercado de productos. 3. Técnica racional, esto es, contabilizable hasta el máximo, y, por consiguiente, mecanizada, tanto en la producción como en el cambio, no sólo en cuanto a la confección, sino respecto a los costos de transporte de los bienes. 4. Derecho racional, esto es, derecho calculable. Para que la explotación económica capitalista proceda racionalmente precisa confiar en que la justicia y la administración seguirán determinadas pautas. Ni en la época de la polis helénica, ni en los estados patrimoniales de Asia, ni en los países occidentales hasta los Estuardos pudo garantizarse tal cosa. En otras palabras, para el desarrollo de la empresa capitalista es indispensable que se garantice el Estado de derecho, el cual debe estar acorde a los intereses y necesidades de la empresa. 5. Trabajo libre, es decir, que existan personas, no solamente en el aspecto jurídico sino en el económico, obligadas a vender libremente su actividad en un mercado. Pugna con la esencia del capitalismo -siendo, entonces, imposible su desarrollo-, el hecho de que falte una capa social desheredada, y necesitada, por tanto, de vender su energía productiva, e igualmente cuando existe tan sólo trabajo libre. Únicamente sobre el sector del trabajo libre resulta posible un cálculo racional del capital, es decir, cuando existiendo obreros que se ofrecen con libertad, en el aspecto formal, pero realmente acuciados por el látigo del hambre, los costos de los productos pueden calcularse inequívocamente, de antemano. 6. Comercialización de la economía, bajo cuya denominación comprendemos el uso general de títulos de valor para los derechos de participación en las empresas, e igualmente para los derechos patrimoniales. En resumen: posibilidad de una orientación exclusiva, en la satisfacción de las necesidades, en un sentido mercantil y de rentabilidad. Desde el momento en que la comercialización se agrega a las demás notas características del capitalismo, gana importancia un nuevo elemento no citado hasta aquí, todavía: el de la especulación. Sin embargo, semejante importancia sólo puede adquirirla a partir del momento en que los bienes patrimoniales se representan por medio de valores transferibles. La empresa capitalista se desenvuelve bajo principios de eficiencia que permitan optimizar las ganancias. Esto trae consigo una mayor producción de bienes y servicios que abarcan mercados cada vez, más grandes. El tercer elemento en el que se basa el funcionamiento del capitalismo es el obrero. El obrero es quien forma parte de la clase social proletaria. A diferencia de otros modos de producción, el obrero carece de la propiedad de los medios de producción y únicamente le pertenece su fuerza de trabajo. A cambio el obrero es libre y puede acceder al mercado bajo dos formas: como consumidor de bienes y servicios para su subsistencia y como oferente de su fuerza de trabajo. Vendiendo su fuerza de trabajo es la forma en la que el obrero obtiene los recursos (el salario) para hacerse de las mercancías que le son indispensables para su reproducción y subsistencia. El capitalista, dueño de las empresas y los medios de producción en general, también accede al mercado bajo estas dos formas, es un oferente que pone a la venta aquella mercancía de su propiedad y al mismo tiempo es un consumidor que demanda, por un lado, las mercancías necesarias para su subsistencia y por el otro, fuerza de trabajo obrera, necesaria para la producción de nuevas mercancías. Se entiende que la fuerza de trabajo del obrero es una de las tantas mercancías disponibles en el mercado, la cual, sin embargo, se distingue de las demás por la particularidad de ser la única que puede generar valor (Marx, 1859). Esto es, solo a través de la transformación de la materia prima mediante el trabajo aplicado a ella, es posible hacer esta mercancía más valiosa de lo que era antes de que fuera transformada. En palabras de Bajoit (2014: 17) La “magia” de esta mercancía muy particular que es la fuerza de trabajo estriba en que, al aplicarse en el proceso de trabajo, engendra un valor de cambio (los productos o los servicios) superior a su propio valor de cambio (el salario); el excedente (llamado “plusvalía”) es la diferencia entre ambos. Sin embargo, aún y con la característica antes mencionada, la fuerza de trabajo no es otra cosa que una mercancía que se oferta en el mercado, y como tal, pasa a ser propiedad de aquel que la compra. Resulta más exacto, sin embargo, decir que la fuerza de trabajo es rentada por el capitalista, ya que este no es dueño de toda la fuerza de trabajo del obrero (puesto que no es un esclavo), sino solamente de la parte de la fuerza de trabajo que este puede aplicar durante su jornada laboral. El capitalista paga un precio por su mercancía, este precio es el salario del obrero. Este lo define la oferta y la demanda del mercado, pero en términos generales, el obrero ganará justo lo necesario para alimentarse y vestirse él y su familia, para descansar y acceder a algunas actividades de esparcimiento y luego volver nuevamente al trabajo. Sin embargo, una de las características principales de este salario es que “nunca (o muy raras veces) es lo suficientemente elevado como para que el proletario pueda cambiar de estatuto social adquiriendo los medios producción, para convertirse a su vez en patrón.” (Bajoit, 2014: 17) En todo caso, la asignación de salarios es “justa”, porque la decide el mercado y de manera justa el capitalista ha comprado su mercancía, ha comprado una parte de la vida del obrero y como mercancía que es, durante este jornal, el capitalista no solo es dueño de su fuerza de trabajo, sino de los frutos de dicho trabajo, es decir, del valor nuevo que este ha generado en la transformación de las materias primas. En su célebre libro El laberinto de la soledad el escritor mexicano Octavio Paz (1998: 28) escribe que: El obrero moderno carece de individualidad. La clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana —lo que no ocurrió con el siervo— puesto que reduce todo su ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. El obrero pierde, bruscamente y por razón misma de su estado social, toda relación humana y concreta con el mundo: ni son suyos los útiles que emplea, ni es suyo el fruto de su esfuerzo. Ni siquiera lo ve. En realidad, no es un obrero, puesto que no hace obras o no tiene conciencia de las que hace, perdido en un aspecto de la producción. Es un trabajador, nombre abstracto, que no designa una tarea determinada, sino una función. Así, no lo distingue de los otros hombres su obra, (…). La abstracción que lo califica —el trabajo medido en tiempo— no lo separa, sino lo liga a otras abstracciones. De ahí su ausencia de misterio, de problematicidad, su transparencia, que no es diversa a la de cualquier instrumento. Ante esta perspectiva, la justicia y la libertad que ofrece el sistema a la clase proletaria empieza a reconocerse, cuando menos dudosa. De manera general se percibe al sistema capitalista como un sistema de libertades y eficiencia por permitir a la población, como nunca antes en la historia de la humanidad, el acceso a más y mejores bienes, a través de precios competitivos y canales de distribución de mercancía eficientes. Se parte de la idea de que, gracias a la libre competencia la asignación de los recursos es más eficiente ya que la mercancía está al alcance de toda población y estos recursos escasos se reparten de manera eficiente porque llegan a las manos de aquellos que más los valoran, es decir, aquellos que los pueden pagar, porque este es precisamente el sentido de eficiencia y de justicia de asignativa del que parte el capitalismo: quien tiene mayor riqueza merece tener un mayor acceso a los bienes. En teoría el sistema recompensa a los mejores individuos, a quienes más trabajan, a quienes son más capaces, a quienes más se preparan. Supuestamente el obrero es libre porque no hay nada ni nadie que le impida desarrollar sus capacidades, generar una idea de negocio y hacerse de riqueza. No hay nadie que lo reprima o que coarte sus capacidades y aspiraciones, ya que el sistema recompensa al que se prepara y trabaja más. Sin embargo, la libertad del obrero no depende únicamente de su dedicación y de su talento, como lo menciona Borisov et al. (1965): Después de desarrollar hasta dimensiones antes nunca vistas las fuerzas productivas sociales, el régimen capitalista, en virtud de las contradicciones internas antagónicas que le son inherentes, de sus vicios y lacras, ha condenado a una gran parte da la sociedad, a los trabajadores, a la ruina y a la miseria, pues son fundamentalmente los capitalistas quienes se apropian de todos los beneficios que origina el incremento de la producción social. Pero, si el obrero no es libre y, más aún, es despojado del fruto de su trabajo, ¿cómo es que se mantiene la relación entre el obrero y el capitalista?, ¿qué le impide al obrero revelarse en contra del sistema injusto en el que se encuentra? Esta pregunta puede ser respondida en dos niveles. Primeramente: El burgués tiene la posibilidad de ejercer un dominio social sobre el proletario porque dispone de los medios para impedirle todo control sobre los bienes y los servicios que produce con su trabajo y, en consecuencia, también sobre el excedente. ¿Cómo es posible esta apropiación? Mediante el concurso de dos medios de coacción: el del intercambio mercantil y el de la propiedad privada. (Bajoit, 2014: 17) En otras palabras, existe un control sobre el proletario desde dos frentes: el económico y el jurídico. Bajo la lógica del intercambio mercantil y en un contexto de libre mercado el capitalista tiene la posibilidad, como se mencionó anteriormente, de “comprar” la fuerza de trabajo del proletario y así apropiarse del fruto de dicho trabajo, permitiéndole al dueño de los medios de producción acumular riquezas muy por encima de las posibilidades del obrero. Este poder económico adquirido por el burgués es sostenido por el aparato jurídico del Estado, ya que las leyes protegen y garantizan la conservación de la propiedad privada, al grado incluso de aplicar la fuerza estatal contra quien atente contra ella. Sin embargo, tan solo el aparato jurídico y el poder económico no son suficientes para mantener al obrero sometido a la relación contradictoria que le impone el capitalismo. Se requiere más que la fuerza para reproducir el modelo, se necesita un elemento que concilie, por lo menos en el plano de lo ideal, la relación entre las dos principales clases sociales, este elemento es la creencia mutua en el progreso. La contradicción inherente de las relaciones productivas entre las clases sociales principales ha sido el detonante de crisis y revoluciones que han significado el fin de los distintos modos de producción. Dentro del capitalismo existen estas mismas contradicciones y este mismo antagonismo entre clases, sin embargo, el capitalismo, a diferencia del resto de modos de producción, no permite que estas contradicciones sean evidentes, sino que las difumina y aunque siguen ahí, las vuelve sutiles. En todos los modos de producción anteriores al capitalismo la clase dominada veía claramente coartada su libertad a manos de la clase dominante; eran conscientes los primeros, de que nunca podrían aspirar a ser totalmente libres de este sometimiento, y menos aún podrían pertenecer a los segundos (salvo en casos excepcionales). En cambio, el capitalismo ofrece al proletario la promesa de poder superarse, de progresar mediante su esfuerzo e inteligencia. Para Bajoit (2014: 16) Lo que confiere sentido a la relación entre el burgués y el proletario es el hecho de que ambos creen en el Progreso, definido como la capacidad de mejorar las condiciones de vida de las colectividades humanas mediante el dominio de la naturaleza, gracias al trabajo, a la ciencia y a la tecnología. Esta creencia constituye el principio central del modelo cultural de la primera modernidad, el “modelo cultural progresista”. Por supuesto, si bien es cierto que esta creencia es compartida por ambas clases, sin embargo, es interpretada de manera diferente y opuesta por la ideología burguesa (que cree más bien en el progreso técnico) y por la ideología proletaria (que cree más bien en el progreso social). Hay, pues, un ingrediente cultural colectivo, eminentemente aspiracional, en el que el proletario asume que su esfuerzo le traerá mejores condiciones de vida, y esto es verdad, pero no al grado de dejar de ser proletario ni de dejar de ser parte de la clase que ha sido desposeída de los medios de producción. Bajo este modelo cultural progresista, se sostiene la idea de que, quien se encuentra encumbrado en la cima social y económica, es porque lo merece, porque ha demostrado ser el mejor y se ha esforzado más que los que no han alcanzado ese éxito. Así el proletario no encuentra razones para inconformarse con su situación: por un lado procura redoblar sus esfuerzos para poder alcanzar su propio éxito, y por el otro, al ver que es incapaz de conseguirlo, no se cuestiona si esta imposibilidad proviene de las condiciones propias del sistema, sino que asume toda la responsabilidad de su fracaso, pues es él quien no se esforzó lo suficiente y quien no tiene el talento necesario para pertenecer a la clase capitalista, y más aún, se despierta en el obrero una cierta admiración hacia aquel que lo explota, pues él ha sido capaz de tener éxito en donde el proletario no pudo y su talento y esfuerzo han sido recompensados. Tabla 4. Relaciones entre capitalistas y proletarios Relaciones entre capitalista y proletario Principio de cooperación Modo de legitimación cultural Modo de dominación social 1. FINALIDADES Principio de sentido cultural 2. CONTRIBUCIONES Modo de extracción del excedente La creencia en el progreso Principio de desigualdad El sistema del asalariado 4. RETRIBUCIONES 3. DOMINIO SOCIAL Principio de reproducción Modo de apropiación del excedente El adoctrinamiento, la El intercambio mercantil y la propiedad represión, el proteccionismo y privada garantizada por el Estado la innovación tecnológica Fuente: tomado del artículo “Relaciones de clases y modos de producción” Bajoit, 2014. Hasta aquí, este apartado se ha centrado en presentar las relaciones sociales y de producción del capitalismo insistiendo en la explotación de la que el proletario es sujeto. Sin embargo, no es que se quiera plantear la idea de que el sistema capitalista no representa ninguna ventaja a nivel social. Más bien, el sentido crítico con el que se describe al sistema tiene el fin de evidenciar los principios que definen el modo capitalista de producción, para así poder comprender la ética que subyace al sistema. Si el impulso fundamental que mueve a los individuos dentro del sistema es, la búsqueda de las ganancias, esto termina definiendo no solo al individuo aislado, sino a la sociedad en sí, incluyendo su aparato cultural y político. Y el proceder que de estos fundamentos se desprenda puede parecer justo o injusto dependiendo del juicio del observador, pero, invariablemente, la ética propia del sistema solo puede ser definida a partir del reconocimiento de estos principios. 3.5.4. Libertad económica, pero no para todos: los mercados de competencia perfecta. Cuando se habla de libertad dentro del sistema capitalista, esta pretende abarcar a todos los agentes que intervienen en la economía, por lo que, la noción de libertad que plantea el capitalismo se enfoca de manera específica en la libertad de los mercados. En principio, la aspiración de un mercado libre va encaminada a lograr que los mercados se ajusten al modelo de competencia perfecta. Un mercado de competencia perfecta es el ideal del mercado capitalista, es un mercado eficiente en el que los recursos se asignan de la mejor manera posible ya que los precios se designan por la oferta y la demanda, y no existen agentes (ni empresas ni consumidores) que puedan ejercer presión para modificar los precios. En palabras de Ramírez (2007:190): Los beneficios de la competencia son mostrados en el modelo de competencia perfecta, creado a partir de ideas diversas de economistas denominados neoclásicos. En la competencia perfecta se alcanza la eficiencia lográndose mayor bienestar social debido a la inmejorable asignación de recursos y a la conducta maximizadora de los individuos. Todo bajo los supuestos de la cantidad ilimitada de compradores y vendedores, la no existencia de barreras a la entrada ni a la salida de empresas en una industria, la existencia de un producto homogéneo sin sustitutos y sobre todo información completa y perfecta (precio, cantidad, características). Partiendo de lo anterior, se entiende que el libre mercado funciona bajo ciertos supuestos que deben ser cumplidos. Por un lado, se tiene “la conducta maximizadora de los individuos”, que hace alusión al supuesto de racionalidad. Se dice que un agente es racional cuando, al momento de hacer sus elecciones de consumo parte siempre de un principio de optimización, lo que significa que los individuos siempre elegirán la combinación de bienes y servicios que maximice su bienestar. Si el consumo de un bien o servicio provoca placer al individuo racional, este siempre elegirá, de ser posible, consumir una unidad adicional (más, siempre es mejor que menos). Esta posibilidad de consumo queda limitada por dos factores: el primero, el precio del bien o servicio y su restricción presupuestaria, es decir, el individuo racional puede consumir todo lo que le plazca, siempre que cuente con la cantidad de dinero suficiente. En cuanto a los supuestos propios del modelo de libre mercado se mencionan los siguientes: Cantidad ilimitada de compradores y vendedores. Este supuesto implica que ningún agente cuenta con el poder o influencia suficiente para alterar los precios. Al haber tantos compradores y vendedores, la salida o entrada de uno de ellos al mercado no tendrá efecto alguno sobre la oferta y la demanda. No existencia de barreras a la entrada ni a la salida de empresas en una industria. Para que la competencia se mantenga, las empresas deben tener la libertad de participar de un mercado. Si hubiese barreras que impidieran o restringieran esta participación, se correría el riesgo de concentrar los mercados en pocas empresas, lo que provocaría la aparición de oligopolios o monopolios que controlarían la oferta permitiéndoles fijar los precios de manera arbitraria. La existencia de productos homogéneos. Este supuesto implica que todos los productos son exactamente iguales en calidad, apariencia y utilidad, por lo que lo único que determinará que un consumidor prefiera el de un vendedor o el del otro será su precio de mercado. Esto provocará que el nivel de precio de los bienes y servicios sea igual a su costo marginal de producción. Información completa y perfecta. Este es uno de los supuestos más importantes de este modelo. Significa que todos los agentes, tanto productores como consumidores, conocen en todo momento las condiciones del mercado, por lo que pueden tomar decisiones que les permita optimizar su consumo y maximizar su beneficio. Bajo este supuesto, si un consumidor está interesado en un producto “A”, que se vende a un precio “P”, pero, tiene la información de que existe un producto “B”, idéntico al producto “A”, a un precio menor que “P”, entonces, gracias a esa información perfecta, preferirá consumir “B”. Por supuesto, no existe una sola economía en el mundo que funcione ajustándose perfectamente a estos supuestos; no existen productos perfectamente homogéneos en el mercado, más aún, las empresas buscan constantemente diferenciar sus productos a través de una mejor calidad en su fabricación o la implementando diseños distintos o mediante publicidad, llegando incluso a ser preferidos por los consumidores incluso si tienen un precio mayor aun cuando su utilidad es exactamente la misma que la de productos similares. Tampoco existen agentes que cuenten con información completa y perfecta ya que resulta imposible conocer en tiempo real la variación de los precios de los distintos vendedores. Incluso el supuesto de la existencia de una cantidad ilimitada de compradores y vendedores carece de respaldo en la realidad, ya que existen en muchos casos, prácticas monopólicas o grupos de empresas que establecen acuerdos para incrementar implementación de prácticas tipo cártel. sus beneficios mediante la Por lo que, el libre mercado es una aspiración, más que una realidad. Sin embargo, el modelo sirve para indicar la dirección deseable en la que los mercados del mundo se deben encaminar. De acuerdo con Ramirez (2007:189) La existencia de competencia como principio rector de toda economía de mercado representa un elemento central no únicamente para el desarrollo económico sino también en el aspecto social al permitir el ejercicio de las libertades individuales básicas, entre ellas, la primera y más importante en un sistema capitalista, el ejercicio de la libertad de empresa. Llama la atención que este autor destaca la libertad de la empresa como la primera y más importante de las libertades que deben ser ejercidas. Queda claro que es la empresa el agente principal dentro del sistema, es ella la generadora de empleos y de riqueza, es el pilar principal que sostiene al capitalismo y esto significa que las reglas del juego estarán encaminadas a que las empresas encuentren un ambiente saludable para operar e incrementar sus ganancias. Esto no es algo negativo per se, ya que son numerosos los beneficios que el libre mercado arroja no solo sobre las empresas sino sobre la sociedad en general. En términos económicos, el libre funcionamiento de los mercados es la mejor manera de asignar bienes y servicios entre los miembros de una comunidad; de asegurar que un bien o servicio sea producido eficientemente y al menor costo. Los mercados competitivos, incentivan la innovación de las empresas tanto en sus técnicas y procesos de producción como en la creación de nuevos productos y, por tanto, aumentan las opciones de los consumidores. El resultado es que el bienestar económico de la sociedad es maximizado aumentando el bienestar social. (Ramírez, 2007:189) La libertad, como se puede ver, es la gran recompensa de la que gozan las sociedades capitalistas y como una de las cualidades fundamentales que debe poseer todo individuo, resulta especialmente atractivo el regirse bajo este principio. Desde el pensamiento económico clásico, iniciado por Adam Smith, se sostiene que la mejor forma en la que una sociedad puede asegurarse los bienes y servicios necesarios para su subsistencia es a través de la libertad de los individuos y no mediante un ente centralizado que dicte y dirija sus acciones. Se parte de la idea de que el ser humano es egoísta por naturaleza, y que ese egoísmo lo impulsa a esforzarse por conseguir el máximo beneficio posible para sí mismo. Sin embargo, esta postura individualista y egoísta no lo convierte en un lastre para la sociedad, por el contrario, a través de la búsqueda de su propio beneficio logra beneficiar a los que le rodean, no porque así lo quiera, sino porque le conviene. De esta manera, el egoísmo intrínseco del individuo deja de ser un defecto y se convierte en una virtud que aporta progreso y bienestar a la sociedad, aun cuando el individuo no pretenda beneficiar a nadie más que a sí mismo. Si un panadero dedica su tiempo y su talento a producir pan, y luego vende este pan a su vecino, no fue la buena voluntad del panadero ni su ánimo de alimentar a su vecino lo que lo impulsó a elaborar su pan, fue la necesidad que tiene de vender su pan para obtener ganancias. Si con estas ganancias el panadero acude al carnicero por un corte de carne, el carnicero no tiene a disposición este producto pensando en las necesidades del panadero, sino en su propia necesidad de obtener ganancias mediante la práctica de su oficio. Ni el panadero ni el carnicero ofrecen sus productos a precios accesibles pensando en que la mayor cantidad de personas se puedan beneficiar de estos, si pudieran subastarían su pan y su carne hasta encontrar los precios más altos a los que alguien los pudiera comprar, pero si regulan sus precios es porque existen otros panaderos y otros carniceros que, buscando su propio beneficio modificarán sus precios para poder robar a sus clientes y así abarcar la mayor parte de la demanda y con ello, la mayor parte de los beneficios. Sin embargo, ninguna de estas acciones supone un agravio para la sociedad, por el contrario, el comportamiento egoísta de los individuos y la búsqueda de su propio beneficio provoca que el resto de las personas puedan acceder a los productos que requieren y que no podrían producir por ellos mismos. Inclusive, el mismo comportamiento egoísta determina el nivel de la oferta y de la demanda de manera eficiente sin que sea necesario que un ente centralizado lo determine. Si existe un único panadero o un único carnicero en el mercado, y sus productos son altamente demandados, otros individuos verán en el mercado tanto de la carne como del pan una oportunidad para obtener beneficios y comenzarán a producir sus propios productos, inclusive estos nuevos productores harán uso de todo su ingenio buscando ofrecer una mayor calidad y mejorar el proceso productivo para disminuir sus costos y poder ofrecer un mejor precio, de manera que pueda hacerse con una parte del mercado. Milton Friedman, uno de los mayores defensores del principio de libertad económica en la historia moderna del pensamiento económico, escribe en su libro “Libre para elegir”, una breve fábula que ejemplifica muy bien cómo, la economía de libre mercado no solo ayuda a que exista una asignación eficiente, sino que permite que exista acceso a bienes y servicios que, aunque son cotidianos, de ninguna otra forma podrían estar a nuestro alcance. Una deliciosa historia denominada “Yo, el Lápiz: Mi Árbol Genealógico como dijo Leonard E. Read” pone vivamente de relieve cómo el intercambio voluntario permite a millones de personas cooperar con otras. El Sr. Read, en la voz del “Lápiz” –el lápiz corriente conocido por todos los niños, niñas y adultos que saben leer y escribir, comienza su historia con una fantástica declaración “ni una sola persona… sabe cómo fabricarme”. Entonces empieza a contar todo lo que implica la fabricación de un lápiz. Primeramente, la madera viene de un arbol, “un cedro de grano compacto que crece en el Norte de California y Oregón”. Para cortar los árboles y llevar los troncos a la terminal del ferrocarril son necesarios “sierras y camiones y cuerda y… muchísimas más cosas”. Muchas personas y numerosas habilidades concurren en su fabricación: “la minería de cobre, la fabricación del acero y su fundición en sierras, ejes, motores; el crecimiento del cáñamo pasando por todas sus fases para convertirse en una fuerte cuerda; los campos de tala con sus camas y sus habitaciones revueltas… miles de personas intervienen en cada taza de café, ¡la bebida de los leñadores! Y así, el Sr. Read se adentra en el transporte de los troncos al aserradero, el trabajo de la serrería que supone convertir los troncos en listones y el transporte de los listones desde California hasta Wilkes-Barre, donde se fabrica este peculiar lápiz que cuenta la historia. Y hasta ahora sólo hemos hablado de la parte exterior del lápiz. La mina del lápiz no es una mina en absoluto. Comienza como grafito en Ceilán. Tras muchos procesos muy complejos acaba como mina en el centro del lápiz. Un trozo de metal –la contera- cerca de la parte superior del lápiz es latón. “Piensa en todas las personas” dice, “que extraen zinc y cobre y aquéllos otros que tienen la habilidad de hacer brillantes hojas de latón a partir de esos productos de la naturaleza”. Lo que conocemos como borrador se conoce en el comercio como “el tapón”. Demasiado rígido para ser goma. Pero el Sr. Read nos cuenta que se le llama goma únicamente para abreviar. El borrador es de hecho “factice” un producto similar a la goma que se obtiene haciendo reaccionar aceite de semillas de colza de las Indias Orientales Holandesas (actualmente Indonesia) con sulfuro clorhídrico. Después de todo esto, dice el Lápiz, “¿Se atreve alguien a rebatir mi afirmación inicial de que ni una sola persona en la faz de la tierra sabe cómo fabricarme? (Friedman y Director, 1979: 13) La idea central detrás de este relato es tremenda. Para la fabricación de un producto tan cotidiano como un lápiz es necesaria la cooperación de miles de personas, que viven en países distintos, que hablan distintos idiomas, que tiene distintas religiones, habrá en este proceso algunas que incluso ni siquiera sepan lo que es un lápiz, sin embargo, esta coordinación imposible se da gracias al impulso de cada uno de ellos por obtener su propio beneficio. Ninguna cadena de mando, por más grande y elaborada que sea, podría, desde una gestión centralizada, coordinar la cantidad de trabajos y de procesos que se requieren para la elaboración de un lápiz o de cualquier otro producto. Otro actor importante en el tema del libre mercado es la participación del gobierno. Para los defensores de la libertad económica, el gobierno debe de ser reducido, y no intervenir en el mercado salvo como una especie de observador que se limite a vigilar que se cumplan las reglas del “juego”, que se mantenga el estado de derecho y que no se formen fenómenos que puedan provocar distorsiones en el mercado (como la creación de monopolios, por ejemplo). En general, dentro del contexto capitalista, la intervención del gobierno en la economía está mal vista. Incluso, Adam Smith, citado por Friedman y Director (1979: 23) ya fijaba hace cientos de años, la postura del capitalismo respecto al papel del gobierno en la economía: Eliminados completamente todos los sistemas bien de preferencia bien de limitación, el obvio y simple sistema de la libertad natural se establece por sí mismo por acuerdo. Cada hombre, siempre que no viole las leyes de la justicia, queda perfectamente libre para perseguir a su manera su propio interés, y para poner en competencia su trabajo y su capital con los de los otros hombres, u órdenes de hombres. Al soberano se le descarga completamente de un deber, el de intentar llevar a cabo lo que siempre le expondrá a innumerables desilusiones y para cuyo correcto desempeño ninguna sabiduría o conocimiento humano sería jamás suficiente; el deber de controlar el trabajo de las personas privadas y de dirigirlo al empleo más adecuado para los intereses de la sociedad. De acuerdo con el sistema de la libertad natural, el soberano sólo tiene tres deberes que atender; tres deberes de gran importancia, pero, por otra parte, simples e inteligibles para el entendimiento común: primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia y la invasión de otras sociedades independientes; segundo, el deber de proteger, en la medida en que sea posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia y la opresión por cualquier otro de sus miembros o el deber de establecer una exacta administración de justicia; tercero, el deber de erigir y mantener ciertas obras públicas e instituciones, que nunca podrán erigirse o mantenerse para favorecer a algunos individuos o grupos de individuos; porque el beneficio nunca podría compensar el gasto de algunos individuos o pequeño número de individuos, aunque pueda frecuentemente hacer mucho más que compensar a una gran sociedad. Como se ha expuesto hasta el momento, el principio de libertad económica planteado como fundamento del capitalismo, no es presentado como una vertiente aislada del principio de libertad fundamental que cualquier elemento de las sociedades modernas debe de poder ejercer, sino como un componente fundamental e indisociable de éste. Es decir: el planteamiento denota que, cuando no hay libertad económica, difícilmente podrá existir una verdadera libertad. El modo capitalista de producción se presenta, como un sistema intrínsecamente justo, y partiendo de su discurso, se podría entender que lo es. El dejar a los individuos elegir libremente y desarrollar sus capacidades sin restricciones para que puedan competir, a nivel de discurso suena como el camino más viable hacia el progreso de la sociedad: todos pueden superarse y mejorar sus condiciones materiales de vida si se lo proponen, ya que son libres de hacerlo. No obstante, la libertad, aunque en principio pareciera que existe igual para todos los individuos dentro del sistema capitalista, en realidad, ésta se encuentra acotada de distintas maneras. Una de las grandes críticas a los regímenes económicos no capitalistas (desde el esclavismo, incluyendo al socialismo) es que, dentro de estos regímenes, las personas no tienen la posibilidad de elegir libremente la manera en la que quiere participar de la dinámica social-económica. Dentro de los sistemas no capitalistas, los individuos se ciñen a la decisión de un tercero sobre su desenvolvimiento y participación dentro de la economía. Por ejemplo, en el sistema esclavista de producción, el esclavo no elige si quiere trabajar ni cuál es el trabajo que quiere desempeñar y tampoco elige sobre los bienes y servicios que puede adquirir. Todo ello es decidido por el amo, de manera similar sucede en los sistemas feudal y socialista, en los cuales, aunque libre, el individuo no elige libremente si quiere o no producir, ya que un ente externo lo obliga, dicho ente sería el señor feudal y el gobierno centralista respectivamente. En cambio, en el sistema capitalista el individuo tiene la total libertad de elegir la actividad económica que más le convenga y el esfuerzo y talento es recompensado ya que el que más trabaja y el que desarrolla mayor innovación, obtiene mayores beneficios. Sin embargo, al pensar detenidamente, es posible darse cuenta de que, en realidad, la libertad de elección que se ha planteado en los párrafos anteriores encuentra también grandes limitaciones dentro del capitalismo, ya que, si bien, en teoría sí existe una libertad para elegir, esta libertad resulta menos evidente cuando se plantea desde un dilema del tipo: “el dinero o la vida”. Este dilema hace referencia a un caso en el cual una persona está siendo víctima de un asalto y recibe la opción de entregar su dinero de manera voluntaria y conservar su vida o conservar su dinero a cambio de perder la vida. Estrictamente hablando, la persona que enfrenta este dilema tiene dos opciones y por lo tanto es libre de elegir una de ellas. No obstante, en una situación tan extrema, aún existiendo dos alternativas, ¿es posible decir que hay libertad para elegir? La libertad para elegir dentro del sistema capitalista se asemeja mucho al dilema planteado anteriormente. Recordemos que, dentro del sistema capitalista no existen las clases sociales, esto porque tanto el obrero como el empresario, cuando participan en el mercado, toman el papel tanto oferentes como demandantes de mercancías. El empresario ofrece las mercancías que se han producido en su empresa (puesto que es propietario de los medios de producción) y a su vez, demanda la mercancía de los obreros que es su fuerza de trabajo. El obrero, por su parte, demanda las mercancías del empresario y a su vez oferta la única mercancía de la que es propietario, es decir, su fuerza de trabajo, ya que carece de la propiedad de cualquier otro medio de producción. En este caso, la libertad del mercado le permite al empresario producir lo que él prefiera, cuándo lo prefiera y si quiere venderlo o no. Por su parte, el obrero tiene la libertad de elegir adquirir las mercancías que él prefiera, cuantas él quiera y de igual forma puede ofertar su mercancía (su fuerza de trabajo) a quien él deseé. Son dos cosas entonces de las cuales es libre el obrero: comprar la mercancía de otros y vender la propia. Lo anterior es razonable dentro de la teoría, pero siendo el capitalismo un sistema que no solo permite, sino que premia la acumulación de capital, los agentes que interactúan en el mercado (empresario y obrero), se encuentran en circunstancias cada vez más dispares. Cuando el empresario tiene es el propietario de tantos medios de producción y ha acumulado tantas riquezas, su libertad sobre qué producir, cuánto producir y a qué precios vender sus mercancías impactan de manera relevante en el mercado dejando en situación de desventaja por un lado a empresarios más pequeños, incapaces de competir contra él y, principalmente, a los obreros quienes ya estaban en una posición de desventaja por no ser propietarios de otra mercancía que su propia fuerza de trabajo y ahora deben enfrentarse en el mercado a empresarios con poder monopólico. Es aquí donde el obrero encuentra el dilema en el que la libertad de elegir es solo aparente, ya que, al estar concentrada la riqueza en tan pocas manos, la decisión de qué mercancías comprar se limita, pues la oferta de mercancías distintas se disminuye y en algunos casos se elimina totalmente desde el momento en el que una sola empresa acapara el mayor porcentaje de ese mercado. En cuanto a la elección de la venta de su propia mercancía, su fuerza de trabajo, el obrero la encuentra menos valorada, pues no existen múltiples empresas ofertando y compitiendo por dicha fuerza de trabajo, al contrario la demanda de mano de obra se concentra en un puñado de empresas y esto impacta de manera negativa en el nivel de precios a la que esta se puede ofrecer, es decir, la acumulación de los medios de producción en pocas manos tiene un impacto negativo en el nivel de los salarios de los obreros. Y la libertad del obrero se reduce aún más, ya que las empresas no solo acaparan los instrumentos mecánicos y tecnológicos que se requieren para llevar a cabo la producción de mercancías, sino que acaparan también las materias primas. En algunos casos se privatizan recursos naturales fundamentales para el desarrollo de la vida como es el caso del agua la cual, desde 1994 ya era presentada como un servicio cuyo valor se estimaba en un millón de millones de dólares (Vidal, 2004). Cuando bienes como el agua, sin los cuales no es posible vivir, son regidos bajo las leyes del mercado y son controladas por empresarios con intereses meramente económicos y no sociales, entonces la libertad del obrero para decidir obtener un salario se esfuma, y se ve obligado a buscar vender su fuerza laboral para poder sobrevivir, entrando en un dilema del tipo: “tu fuerza de trabajo o tu vida” una situación extrema en la que la libertad de elegir es una ilusión. Más aún, el obrero ya ni siquiera puede darse el lujo de rechazar un mal salario y esperar la oferta de uno mejor, ya que no existen las condiciones para que en la economía hay una tasa de desempleo igual a cero, y, dado que los bienes más básicos ahora son una mercancía y a ellos solo se puede acceder mediante un salario, no queda más que aceptar los salarios que se puedan conseguir por pequeños que estos sean. Claro que se pueden ver los indicadores que muestran como la calidad de vida de las personas ha sido mejorada gracias al sistema capitalista, y esto es verdad, la calidad de vida de muchas personas en el mundo se ha incrementado en el capitalismo si se compara con otros sistemas económicos, pero esto no significa que no haya errores y que estos no sean graves. De acuerdo con De la Cruz (2014) las economías con mayor libertad de mercado (medida con el índice de libertad económica de la Fundación Heritage) presentan menos pobreza, más desarrollo humano, más empleo, más libertad política, un mayor ingreso entre los más pobres, mayores niveles de alfabetización, menos desigualdad entre hombres y mujeres, mayor conservación del medio ambiente y, en general, más felicidad. En cuanto a datos, podemos observar el siguiente comportamiento en los indicadores tanto macroeconómicos como de calidad de vida dependiendo de la libertad económica de los países (De la Cruz, 2018): Ingreso per cápita: Los países con mayor libertad económica tienen un ingreso per cápita anual promedio de 40,376 dólares, mientras que los países que cuentan con menor libertad económica presentan un ingreso promedio de 5,649 dólares. Expectativa de vida: La expectativa de vida promedio de los países con mayor libertad económica está muy cerca de los 80Ta años, mientras que los países con menos libertad alcanzan una expectativa de vida promedio de 64.4 años. Tasas de pobreza extrema y moderada: Los países con mayor libertad económica presentan una tasa promedio de pobreza extrema de 1.48% y una tasa promedio de pobreza moderada de 4.31%. Por su parte, los países con menor libertad económica presentan tasas de 31.71% y 51.74% respecto a pobreza extrema y moderada respectivamente. Ingreso percibido por el 10% de la población más pobre: El ingreso promedio anual per cápita percibido por el 10% de la población más pobre en los países con mayor libertad económica es de 10,660 dólares, mientras que en el caso de los países con menor libertad económica es de 1,345 dólares. Mortandad infantil: En los países con mayor libertad económica, por cada mil niños que nacen, 6 pierden la vida en cuestión de minutos, horas o días, mientras que, en los países con menor libertad, son 42 de cada mil. Con base en los datos presentados arriba, se podría concluir que el capitalismo, a través del libre mercado trae grandes beneficios para todas las economías que se rigen bajo este principio de libertad, y que las economías que no se ven beneficiadas es porque han decidido coartar dicha libertad económica. No obstante, en la realidad, las bondades de la libertad capitalista no alcanzan a todos, y no porque haya países que se rehúsen a adoptar estas medidas económicas, sino que existe un problema estructural que impide que todos gocen de los mismos beneficios pues, a pesar de que “nos han enseñado que una mano invisible garantiza la competencia en la economía (…) la mano invisible ha de preferir a los más ricos” (Yunus, 2019). La libertad de mercado fomenta la competencia y la acumulación de capital, la cual es vista, desde la lógica capitalista, como uno de los mayores logros. El problema con esto es que implícitamente se incentiva a prácticas en las que el más fuerte busca alcanzar sus intereses aún a costa del bienestar de los más débiles. En el año 2016, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reportó que alrededor de 152 millones de niños de entre 5 y 14 años se encontraban en situación de trabajo infantil, de los cuales 73 millones realizaban trabajos considerados peligrosos. Las regiones donde se reportaban estos datos incluían a África con un 19.6% del total, el continente americano con un 5.3%, Asia y el Pacífico con un 7.4% los Estados Árabes con un 2.9% y Europa y Asia Central con un 4.1%. Como se puede observar, es en las regiones más pobres en donde más se presenta este fenómeno y con base a los datos sobre libertad económica de los países, presentados con anterioridad, se podría pensar que es precisamente esta libertad la que permite que haya una reducción en el trabajo infantil. Si bien es verdad que los países con mayor libertad económica presentan menores porcentajes de trabajo infantil, esto no significa que estos no tengan responsabilidad sobre este fenómeno, ya que, aunque la explotación de menores de edad se da fuera de sus fronteras, son sus decisiones económicas las que provocan esta situación en otros países pobres. Por causa de las prácticas de las multinacionales, para 2001 cerca de 12 millones de niños trabajaban en las llamadas “fábricas del sudor” produciendo productos de marcas multimillonarias, reconocidas en todo el mundo. En estas fábricas no solo trabajan niños, también mujeres y hombres, todos en condiciones tan precarias que pueden llegar a acercarse a la esclavitud, con jornadas extenuantemente largas, bajo condiciones de inseguridad y percibiendo sueldos miserables (Fokkelman, 2001). Tal como se denuncia en el libro intitulado El Libro Negro de las Marcas: El Lado Oscuro de las Empresas Globales, empresas mundialmente conocidas imponen condiciones inhumanas a sus trabajadores. Algunos de estos casos se presentan a continuación (Wener y Weiss, 2003): Adidas, cuyo volumen de negocio era en ese entonces de 5,800 millones de euros confeccionaba algunos de sus productos en el Salvador. En esta fábrica la mayoría de los empelados eran menores de edad y ganaban un sueldo de 9 dólares al día por producir un coser un promedio de 80 playeras por hora. Realizaban pruebas de embarazo obligatorias a las mujeres, debían trabajar horas extras sin pago adicional y estaba prohibido faltar por enfermedad. Nike, cuyo volumen de ventas en esos tiempos era de 9,500 millones de euros recibió múltiples de mandas por despidos masivos, contratación de mano de obra infantil (niñas de 13 años), acoso sexual tanto a mujeres como a niñas, condiciones de trabajo poco higiénicas y sueldos miserables. De igual manera, cuando una de las trabajadoras se encontraba en su periodo de menstruación era dada de baja de manera temporal sin goce de sueldo, debido a que por su pobreza extrema carecían de los medios para adquirir toallas sanitarias durante su periodo y en la fábrica no se contaba con apoyo de ningún tipo hacia ellas. Samsung, con un volumen de negocio de 37, 300 millones de euros, mantenía relaciones comerciales con grupos rebeldes del Congo, comprándoles tantalio, el cual es extraído de minas en las cuales la mano de obra proviene de miles de hombres de la tribu hutu, los cuales son inhumanamente explotados por los congoleños. Cabe mencionar que las ganancias que estos grupos rebeldes obtienen en este intercambio son utilizadas para mantener la guerra en su país. McDonald´s, Una de las empresas transnacionales más importante y reconocida, con presencia en todo el mundo, es el mayor comprador de carne de ternera en el mundo. Debido su alta demanda de carne se sacrificaron en América Latina enormes áreas de selva virgen para crear zonas de criado del ganado que compra esta empresa. El volumen de negocio de esta empresa ascendía en esos años a los 44,700 millones de euros. Nestle, la empresa de alimentación más grande del mundo fue vinculada con los productores de cacao de Costa de Marfil, los cuales han sido denunciados por la Unicef por esclavitud infantil, por haber comprado más de 20,000 niños para trabajar en las plantaciones de cacao. Por su puesto, Nestle no es responsable de las prácticas de estos terratenientes, sin embargo, los bajos precios a los que esta empresa compra su materia prima no contribuyen a que haya una mejora en la calidad de vida de las familias que se ven obligadas a utilizar sus hijos para incrementar sus ingresos. El volumen de negocio de esta empresa era de 53,000 millones durante estos años. Disney, Una de las empresas de entretenimiento más grandes del mundo en la actualidad fue vinculada con cuatro fábricas chinas en las cuales se producían algunas de sus figuritas. En estas fábricas se contratan menores de edad, obligándolas a trabajar jornadas extenuantes con sueldos que están por debajo del mínimo que marca la ley. Los casos anteriores son altamente representativos sobre la falta de libertad real que se vive dentro del capitalismo. En los casos de Nike, y Adidas, estas dos empresas estaban directamente relacionadas con el abuso a trabajadores de países pobres. Es decir, estas prácticas abusivas formaban parte de su filosofía empresarial. El caso de Samsung manifiesta el impacto negativo que las prácticas comerciales de esta compañía tienen, no solo sobre un grupo de personas, sino sobre todo un país, ya que esta relación comercial beneficiaba una guerra interna y el abuso sobre cierto tribu perseguida y vulnerable. El caso de McDonald´s, difiere de los dos anteriores en que, la empresa no es directamente la encarda de la afectación que se provoca, pero son sus prácticas las que incentivan estas acciones y el impacto ambiental consecuente afecta no solo a una región, sino que afecta de manera global y también repercute sobre las generaciones futuras. Nestle y Disney llaman la atención por ser casos en los que la participación de estas dos empresas se diluye, pues no están directamente implicadas en prácticas abusivas, sino que son proveedores y productores indirectos los que las llevan a cabo. No obstante, es importante mencionar que, aunque estas tres empresas no están directamente implicadas, el efecto de sus decisiones sigue siendo tremendo sobre los afectados. En el caso de Disney, por ejemplo, al enterarse de que estas empresas que manufacturaban sus productos estaban incurriendo en prácticas abusivas, la medida que tomaron fue la de lavarse las manos y retirar toda relación con dichas fábricas. La preocupación de la multinacional nunca estuvo enfocada en beneficiar a los trabajadores cuyo trabajo les había dado miles de millones de euros en ganancias, sino que se enfocaron en no implicar el nombre de la marca en lo acontecido y buscaron otro lugar en donde hubiera mano de obra barata para seguir produciendo sus productos y seguir obteniendo ganancias. Las mujeres de estas fábricas, que habían estado en situaciones de miseria por los bajos sueldos y las largas jornadas de trabajo, perdieron el miserable sueldo que ganaban, quedando desprotegidas y dejando desprotegidas a sus familias. Por supuesto la solución de ninguna manera hubiera sido el mantener el trabajo indigno que ya tenían, pero no parece haber sido considerada nunca la posibilidad de mejorar las condiciones de trabajo, subir los sueldos de las trabajadoras, y mejorar su calidad de vida. Todos los casos anteriores se diferencian entre sí en algunos aspectos, pero todos tienen en común el mismo razonamiento: el de buscar la maximización de las ganancias a toda costa. Las empresas, dentro del capitalismo y su ética intrínseca, no existen para beneficiar a la sociedad y generar un bienestar general, a pesar de que es así como se venden ante la opinión pública. En realidad, las empresas tienen el único propósito de obtener ganancias. Un grupo de accionistas siempre preferirá designar como CEO a una persona que produzca mayores ganancias, aunque su visión de negocios sea agresiva, y no un CEO que busque generar un impacto positivo en la sociedad, a cambio de generar menores ganancias. Esto no significa que las empresas sean entes malignos que busquen perjudicar a la sociedad. En realidad, de manera general sería difícil catalogar a estas empresas como buenas o malas, ya que únicamente rigen sus decisiones bajo la ética que las engloba, es decir, únicamente se están guiando bajo la ética capitalista que dicta que los agentes económicos racionales siempre buscarán la manera de maximizar sus beneficios, o lo que es lo mismo, cumplen el papel socialmente aceptado para el que fueron creadas. Es evidente, con los datos hasta aquí presentados, que el capitalismo, como sistema económico, ha logrado grandes beneficios, pero estos no se reflejan en todos los países ni en todas las personas. Es claro que lo países con mayor libertad económica se benefician más que los países que no siguen esta filosofía de mercado, pero no es esta filosofía por sí sola la que logra tales beneficios. Los países ricos, con libertad de mercado requieren de los países pobres para poder mantener la tasa de acumulación de ganancias. Para maximizar los beneficios es necesario minimizar los costos, y en una economía en la que la mano de obra es un insumo más, se busca también minimizar el costo de este. Países como México y China, son ejemplos de esto, ya que, una de sus mayores ventajas comparativas, respecto a otras economías, es la posibilidad de ofertar mano de obra de barata. Esto es especialmente cierto en el caso de México, ya que, mientras que China es una de las grandes potencias del mundo, México sigue siendo una economía subdesarrollada, con un PIB que se mantiene alto gracias a que muchas empresas transnacionales, encuentran en el nivel de salario de México, en sus políticas laborales y fiscales, un gran incentivo para instalar sus fábricas en este país. En un país como el nuestro en el que el nivel salarial se mantiene bajo como una estrategia de comercio para atraer inversión extranjera, cómo se puede decir que los obreros, desposeídos de cualquier otro medio de producción que no sea su propia fuerza de trabajo, pueden ser libres de elegir si quieren ofertarla en el mercado o no. Es evidente que la libertad del obrero es prácticamente inexistente, sobre todo si se compara con la libertad del empresario, dueño del capital y de los medios de producción. Retomemos el caso de México. ¿Qué pasaría si se reforma la ley suprimiendo los privilegios fiscales que hasta hoy se ofrecen y otorgando mayores derechos laborales a los trabajadores y obligando a sus patrones a pagar un salario mayor? En este caso, sin lugar a duda, la empresa, sobre todo si es extranjera (como suele ser el caso), buscaría mudar sus operaciones a otro país en donde la legislación y los niveles salariales le permitan mantener sus niveles de ganancia. He ahí la libertad que el mercado le otorga al empresario. Por otro lado, si la empresa decide recortar personal para reducir costos, o si decide mudar sus operaciones a otro país, ¿cuál es la libertad que tienen el obrero en este caso? En teoría, su libertad radica en que, como dueño de su mano de obra, puede ofertarla nuevamente en el mercado. Sin embargo, esto solo sucede en la teoría, ya que, en la realidad, el mercado es incapaz de absorber el total de mano de obra disponible. Por otra parte, al ser la fuerza de trabajo una mercancía más, el valor de ésta estará regido por la oferta y la demanda del mercado, abaratándola de tal manera que el obrero se encontrará en una situación en la que, o acepta condiciones desfavorables de trabajo y salarios bajos, o se queda sin ningún tipo de ingreso para sostenerse él y su familia. Lo anterior es tal y como sucedió con el caso de Disney antes mencionado: esta empresa cambió de fabricantes y siguió produciendo ganancias multimillonarias y las fábricas que abusaban de sus trabajadoras siguieron operando. Ninguna de estas empresas se vio realmente afectada. Sin embargo, las trabajadoras fueron despedidas y pasaron de una situación laboral miserable, a una situación aún peor, en la que no percibían ningún tipo de ingreso. Todos los actores de este acontecimiento tuvieron libertad de elegir cómo reaccionar para seguir en una situación que maximizara sus beneficios excepto las obreras, dueñas de una mano de obra que para el mercado no valía nada. Por lo anterior es claro que, aunque dentro del capitalismo se goce de cierta libertad, esta no es equitativa para todos los agentes económicos, y existen muchos casos, sobre todo dentro de los países más pobres, en donde esta libertad es nula. La historia nos ha enseñado que el cambio en los sistemas económicos que rigen las sociedades no solo es posible, sino inevitable, pues conforme la sociedad se transforma, modifica también sus relaciones económicas. Sin embargo, también se ha visto que un cambio de esta magnitud no sucede de la noche a la mañana sino que es producto de un proceso largo, compuesto de pequeños cambios hasta cierto punto superficiales, es decir, cambios lo suficientemente trascendentes como para que impacten en algún grado el funcionamiento del sistema, pero sin modificar sus fundamentos, y estos cambios eventualmente se acumulan y desembocan en un verdadero cambio estructural, modificando de manera definitiva las relaciones productivas de la sociedad. En cuanto al capitalismo, no parece estar cerca de un punto de inflexión tan grande como para dejar de existir como sistema económico preponderante, pero es necesario que haya cambios importantes que brinden un desahogo en los distintos aspectos donde impacta negativamente, desde lo social, hasta lo ecológico. Se requiere, pues, un cambio en la concepción de las relaciones de producción que nos rigen como sociedad y, sobre todo, un replanteamiento de la ética en la que se basan las decisiones de los agentes económicos en la actualidad, ya que el ritmo voraz de producción y consumo que se lleva a cabo en el presente trae consigo fuertes consecuencias. Capitulo IV La necesidad de una nueva ética para el capitalismo 4. Un cambio de paradigma estructural Retomando el principio establecido por Marx (1859) antes mencionado en este trabajo, el cual menciona que “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”, podemos asegurar que la conciencia colectiva, es decir, las costumbres, creencias y principios que conforman el estatus quo de la sociedad impactan fuertemente sobre el pensamiento y comportamiento de los individuos. En ese sentido, podemos entender la ética del sistema económico dominante como el pilar en el que se sostiene y define a ese ser social del que habla Marx, haciendo alusión a los conceptos de estructura y superestructura planteados por él mismo y que también se han mencionado anteriormente en este trabajo. Es así, pues, que el sistema económico, es decir, las relaciones productivas que dominan la sociedad definen la ética de la sociedad y marcan fuertemente su visión sobre lo moral, lo correcto y lo justo. Esto significa que la visión de temas relevantes como la justicia social, la relación de la sociedad con el medio ambiente e incluso, la definición de felicidad a la que aspiran los individuos, entre otros tantos, son temas que van a resignificarse dependiendo de los valores que se desprenden de la estructura económica y por supuesto, van a darle forma y sentido a la realidad. Ignorar este hecho lleva a concebir la realidad en que se vive como algo natural y por lo tanto inmutable cuando, de hecho, se trata de un constructo social, artificial por definición, el cual está sujeto al pensamiento de la época y precisamente por ello, sujeto al cambio. El objetivo de este capítulo es arrojar luz sobre algunos de los aspectos más relevantes en los que la ética actual del capitalismo impacta la vida de la sociedad. Se trata de ideas y conceptos que se tienen como verdades y que se sostienen argumentando que son propios de “la naturaleza humana” para justificarlos pero bien analizados se entiende que se pueden modificar para mejorarlos y con ello mejorar la sociedad en su conjunto. Es por ello que, junto con este análisis se busca hacer una reflexión para abrir el debate sobre lo adecuadas que son las ideas con las que vemos y entendemos el mundo en la actualidad, ya que de estas ideas dependen nuestras interacciones con el entorno y definen la manera en la que lo impactamos para bien o para mal, por lo que es importante reflexionar sobre la posibilidad de cambio y la necesidad que se tiene de éste. La finalidad de este capítulo pues, no es la de analizar exhaustivamente los conceptos que han encontrado su límite en la ética actual y que deben por ellos ser modificados ni tampoco marcar de manera determinante las nuevas vías de pensamiento a seguir, sino abrir la discusión sobre la posibilidad de interpretar nuestra realidad como un constructo de ideas que nacieron para beneficiar la convivencia social. Por ello se analizarán conceptos como el de la justicia social vista desde el enfoque de una meritocracia que asume falsamente que todos partimos de un mismo punto, con las mismas oportunidades descartando el privilegio del que gozan algunos, como un factor de importancia para alcanzar el éxito económico. Se analizará también el concepto de eficiencia del mercado, el cual se preocupa más por el bienestar de las empresas que están en manos de un pequeño porcentaje de la población, dejando en segundo término las necesidades de los consumidores que conforman el grueso de la sociedad. Por último, se abordará el concepto de progreso y crecimiento económico, y su relación con la manera en la que los seres humanos explotamos los recursos naturales atendiendo principalmente al principio de maximización de los beneficios y dejando de lado la sustentabilidad y conservación del medio ambiente. El valor de este enfoque es el entender que, así como en el pasado, aún las ideas más arraigadas se han visto rebasadas por la evolución de la sociedad y han tendido a desaparecer para ser reemplazadas por unas mejores y más útiles para la convivencia colectiva, de la misma manera, las ideas actuales deben evolucionar pues la sociedad no es estática sino dinámica y las ideas que la sostienen deben de ser iguales. 4.1 La trampa de la falsa meritocracia 4.1.1 La legitimidad de la riqueza Como se ha visto en el capítulo anterior, los modos de producción que definen las relaciones productivas de la sociedad han evolucionado a lo largo de la historia, y con ellas, las ideas que sostienen y justifican estas relaciones. Dentro de los sistemas esclavistas y feudales, la posición de cada uno de los individuos en la escala social dependía de un derecho de nacimiento. El Rey, por ejemplo, solo puede ser aquel que fue escogido por Dios, y por ello es su legítimo derecho el gobernar y ser dueño de grandes riquezas, mientras que los siervos han nacido condicionados a servirle. Bajo esta visión del mundo, cada uno tiene lo que se merece, y no importa si los amos, los señores feudales o los reyes tienen riquezas y derechos totalmente desproporcionados respecto a los que pueden poseer los esclavos o los siervos, ya que esta asignación es justa, pues fue decidida ya sea por los dioses (teocracia), la santa suerte (Fortuna para los romanos) o incluso se considera un derecho adquirido al haber nacido en cierta casta o clase (aristocracia). (Krozer, 2019) No obstante, este sistema, aunque legitima de alguna manera la posición social de cada persona, no parece ser ni justo ni equitativo para quienes no creen ni en la suerte ni en los mismos dioses y es abrumador vivir en una sociedad en la que no importan tus habilidades ni tu esfuerzo, el solo haber nacido en cierto estrato social te condiciona de por vida: el que nace rico, no importa qué tan mediocre sea, terminará siendo rico, mientras que el pobre, sin importar qué tan talentoso pueda ser, siempre será pobre. Por supuesto, lo que se ha dicho hasta aquí es en referencia a sistemas económicos antiguos en los que existía mucha ignorancia y es por ello por lo que la gente podía aceptar razonamientos tan absurdos como los designios divinos como fundamento para el sistema distributivo. Sin embargo, cabría preguntarse hasta qué punto las convenciones sociales en que se sustentan los criterios distributivos actuales, parten de ideas que fomentan verdaderamente un ambiente justo, que premie el talento y el esfuerzo y que eviten en la medida de lo posible la disparidad entre individuos con aptitudes similares. A diferencia del sistema esclavista y el feudal, el sistema capitalista sostiene el principio (por lo menos en su discurso) en el que todo individuo tiene la libertad y la facilidad para alcanzar cualquier meta que se proponga, siempre que tenga el talento e invierta el esfuerzo suficiente para lograrlo. En resumen, se podría decir que el mercado, en su “eficiencia natural”, premia el talento y el trabajo duro y castiga la pereza y la falta de preparación. Podría pensarse que, en la práctica, esto es así pues existen numerosos casos que ejemplifican esta libertad y este premio al talento y al esfuerzo. Basados en estos principios, es inevitable concluir que, a diferencia de los sistemas esclavistas y feudales, el sistema capitalista genera un ambiente de equidad en el que las personas son realmente libres de explotar todo su potencial y son recompensados por ello, por lo que existe, como nunca antes en la historia de la humanidad, un ambiente totalmente adecuado para una distribución justa de la riqueza ya que los resultados de los individuos no son otra cosa sino el fruto de su mérito. No obstante, a pesar de que en teoría dentro del sistema actual hay igualdad de condiciones y oportunidades para todos, los datos muestran una realidad muy distinta. De acuerdo con el Informe Movilidad Social en México 2019, el 49% de las personas que nacen en hogares pertenecientes al grupo más bajo de la escalera social se quedan ahí toda su vida, y del 51% restante que logra ascender, no logran superar la línea de pobreza. Esto significa que casi tres cuartas partes de las personas que nacen en condición de pobreza, aunque algunas de ellas logran mejorar un poco su situación económica, siguen viviendo en condiciones de pobreza durante toda su vida. (CEEY, 2019: 18) Por supuesto, desde un punto de vista meritocrático, se podría argumentar que las personas que están en dicha situación son porque no han realizado los méritos suficientes para escalar más arriba en la escalera social, aunque siendo realistas, resulta poco probable pensar que solo el 25% de los pobres se esfuerzan lo suficiente como para salir de la pobreza. El argumento meritocrático se vuelve más endeble cuando se ven los datos sobre la población que se encuentra arriba de la escalera social pues el 57% de los que nacen en hogares situados en el extremo superior se mantienen ahí el resto de su vida. Lo anterior indica que, si bien en los estratos medios de la escala social mexicana, existe cierta movilidad, esta no es muy grande y más pequeña aún es entre los extremos. (CEEY, 2019: 18) Es claro que, en México, quienes nacen ricos, tienen una altísima probabilidad de mantener su posición mientras que quienes nacen pobres tienen una probabilidad aún más alta de no poder ascender a la clase media y mucho menos a la clase más alta. Si bien los datos anteriores son motivo suficiente para dudar sobre la veracidad del argumento meritocrático, solo están reflejando la realidad en el caso mexicano, pero, al estar hablando de una ideología sostenida desde la filosofía propia del capitalismo, se requeriría de una visión global para criticarla adecuadamente. Por ello habría que preguntarse, ¿cuál es la situación de movilidad económica en el resto del mundo? De acuerdo con el economista Joseph Stiglitz (2012) el 90% de las personas que nacen en situación de pobreza terminarán su vida pobres, sin importar cuánto se esfuercen o cuánto talento tengan, mientras que el 90% de quienes nacen ricos, morirán ricos sin importar su falta de talento o esfuerzo. Estos datos reflejan un comportamiento promedio a nivel global, es decir, la falta de movilidad en la escalera social no es un problema exclusivo de México, sino que es un patrón que se repite en todos los países en mayor o menor medida. Es importante recalcar dentro de las conclusiones de Stiglitz que el talento o el esfuerzo no son factores determinantes para poder mejorar la situación económica de las personas. Es verdad que existen casos de éxito en los cuales se narra el trabajo duro de algunas personas que han logrado grandes hazañas a base de esfuerzo y talento, sin embargo suelen ser anécdotas simplificadas, que omiten elementos sin los cuales tal éxito no se habría logrado y que no tienen nada que ver con el mérito o, en el mejor de los casos se refieren al 10% de las personas que nacen en pobreza y logran salir de ella, pero estos representarían al menor porcentaje de la población volviéndolos una excepción y no la regla. Los datos antes mencionados indican de manera contundente que la concepción del mérito, tal y como se plantea desde el punto de vista capitalista (mérito = talento + esfuerzo) no explica correctamente los elementos que determinan la condición social y económica de las personas. Todo lo contrario, pareciera que la realidad nos muestra que hay elementos cruciales para entender dicha condición social y que sin embargo se omiten. 4.1.2 Los elementos que definen el estatus socio-económico más allá del mérito En el contexto actual es normal encontrar ejemplos de personas que lograron un éxito abrumador, el cual es atribuido cien por ciento a su propio mérito, es decir al talento y el trabajo. Por poner algunos ejemplos podemos mencionar a Bill Gates y Mark Zuckerberg, fundadores de Microsoft y Facebook respectivamente. La narrativa habitual los pone como ejemplo de trabajo, talento y visión pues ambos abandonaron la universidad para perseguir sus sueños logrando fundar dos de las empresas más rentables a nivel global en la actualidad. Un elemento de sus historias que se suele resaltar como un distintivo de su mérito es el supuesto humilde origen de estas empresas. En el caso de Bill Gates, este inició Microsoft junto con un amigo en la cochera de su casa, y su empresa con los años llegaría a valer poco más de 2 billones de dólares. Por su parte Mark Zuckerberg dio origen a Facebook en la habitación de la residencia de estudiantes de su universidad, esta empresa en la actualidad tiene un valor por encima del billón de dólares. Lo recalcable de estos ejemplos es que uno comenzó en la cochera de su casa y otro en una habitación de estudiantes y ambos dejaron sus carreras truncas y lograron grandes cosas. Estos elementos, a simple vista provocan la percepción de que, con el talento y el esfuerzo suficiente, cualquiera podría lograr cosas similares. Las circunstancias que rodean estas historias transmiten la idea de que, si dos personas comunes y corrientes pudieron lograrlo aún con orígenes tan humildes y sin ayuda de nadie, todos pueden. Es decir, estas personas le deben el fruto de su trabajo únicamente a su mérito, y quienes no han conseguido grandes triunfos es únicamente porque no se han esforzado lo suficiente. No obstante, una cosa que debería resaltarse con mayor énfasis es que, aunque ellos pudieron alcanzar el éxito, no cualquiera podría hacerlo. Es decir, cualquiera podría, pero cualquiera que estuviera en circunstancias similares a las de ellos, mas no cualquiera en circunstancias menos favorecedoras que es como la ideología meritocrática lo quiere hacer ver. Siguiendo con el ejemplo anterior, unque ambos dejaron sus estudios universitarios, la universidad a la que renunciaron fue nada más y nada menos que Harvard, la que desde hace años está reconocida como una de las mejores, si no es que la mejor del mundo y cuya colegiatura anual en la actualidad es de casi 52 mil dólares. Si bien ninguno de los dos creció en una familia con patrimonios ni siquiera cercanos a los que tienen en la actualidad, tampoco comenzaron a partir de orígenes tan humildes como se hace ver. Por un lado, los padres de Gates eran un reconocido abogado y una directora de un banco y los de Zuckerberg eran un dentista y una psiquiatra. Esto significa que ambos tuvieron desde su infancia acceso a distintas oportunidades que no son comunes para el grueso de la población y a un entorno social y cultural que tampoco es lo común. Estas circunstancias podrían parecer irrelevantes, pero en realidad, son elementos importantísimos a la hora de querer explicar sus logros. Bill Gates, por ejemplo, asistió toda su vida a escuelas privadas y en el nivel medio superior asistió a una de las primeras escuelas a nivel mundial que contaba con una computadora disponible para el uso de sus alumnos. Este acercamiento temprano a la tecnología era algo en aquel entoncces con lo que pocos podrían decir que contaron en su infancia y es definitivamente un elemento determinante de su futuro éxito. Así como estos dos ejemplos de los que se acaba de hablar, muchos de los casos de éxito tanto en el pasado como en la actualidad, tienen en común este acceso a cierto entorno al que no acceden el grueso de las personas y que hace toda la diferencia a la hora de escalar en la escalera social. Lo curioso es que estos elementos de la historia suelen pasarse por alto o mencionarse como algo insignificante, mientras se resaltan las circunstancias adversas a los que se enfrentan. De hecho, cuando se les pregunta a personas exitosas a qué atribuyen su éxito suelen responder con la siguiente fórmula: esfuerzo, trabajo y educación. (Krozer, 2019) Como regla general suele excluirse el privilegio de nacimiento como un elemento no solo que aporte al éxito económico, sino que lo explique en gran parte o incluso que otorgue una ventaja sobre aquellos que han nacido en circunstancias menos cómodas. Es decir, el privilegio o la ausencia de este, no es tomado como un factor de importancia, lo cual hace parecer que todas las personas parten de un mismo punto de inicio, aunque en la realidad haya quienes nacen con una clara ventaja sobre los demás o, lo que es lo mismo, que haya quienes nacen con una clara desventaja. Esto lleva a la conclusión falsa de que el pobre es pobre porque no se esfuerza lo suficiente para salir de su pobreza, mientras que el rico no solo es más exitoso económicamente, sino que también está imbuido en una serie de valores como la disciplina, la tenacidad y la visión para identificar oportunidades, virtudes todas que lo enaltecen y que le permiten estar legítimamente por encima del pobre incluso en un sentido moral. Es un síntoma de ello cómo las personas con mayores recursos económicos busquen cada vez más vivir en lugares apartados de los pobres, pues les resulta incomodo relacionarse con aquellos que no comparten no solo su posición económica sino su posición moral. Al respecto Krozer (2019), menciona lo siguiente: Es sintomático que la “incomodidad” surja por tener vecinos pobres y por lo tanto no educados. Porque la falta de movilidad social no se adscribe a las oportunidades desiguales, sino a la falta de educación, disciplina y esfuerzo del pobre. En el mundo de las élites, saberse educado es menos vulgar que saberse rico, aunque en el fondo los dos sean sinónimos de ser privilegiado. (…) La resultante segregación sociocultural genera una profunda naturalización de los privilegios propios, que produce en los privilegiados una postura de “merecer”. Es un privilegio de los privilegiados disimular sus privilegios. Es decir, no solamente no se tiene en cuenta al privilegio como un elemento fundamental que determina la posición social, sino que se asume que las facilidades que conlleva dicho privilegio son producto del esfuerzo propio y que quienes no han podido acceder a éstas, es porque no se esforzaron lo suficiente, aún cuando se habla de niños que no pudieron acceder servicios de salud, educación o alimentación adecuados para cubrir sus necesidades mínimas. Pero ante esta perspectiva es necesario preguntarse, ¿cómo se esfuerza más un niño para mejorar su situación? ¿Es justo siquiera plantear un escenario en el que un infante deba “esforzarse” para conseguir acceso a servicios básicos? En realidad, existen muchas circunstancias que se encuentran totalmente fuera del alcance de un niño, circunstancias sobre las que no tienen ningún control y que terminan definiendo su capacidad de ascender en la escala social. El ambiente en el que se desarrolla un individuo en su infancia impacta de manera relevante en su desarrollo en distintos aspectos como el escolar, el profesional y por supuesto el personal. Cuando un niño nace y crece en un ambiente de pobreza se enfrenta a problemas como la desnutrición lo cual afecta su capacidad cognitiva pues su cerebro no cuenta con los nutrientes necesarios para desarrollarse de manera ideal. Incluso, existen numerosos estudios que establecen que las consecuencias en el desarrollo cognitivo son graves e irreversibles cuando se presenta desnutrición severa durante la concepción y los primeros años de vida. (Pollitt et al., 1996; Kar, Rao & Chandramouli, 2008; Cortez, Romero, Hernandez & Hernandez, 2004) Si bien es cierto que el impacto de la desnutrición en el desarrollo cognitivo solo es realmente importante en casos de desnutrición severa y no así para los casos de desnutrición moderada y leve (Lacunza, 2010; Pérez et al., 2009), también es verdad que no es el único factor al que se enfrentan quienes crecen en situación de pobreza. Más allá de las carencias nutricionales, los niños pobres suelen sufrir una disminución de sus capacidades cognitivas, esto a causa de las privaciones propias de la pobreza tanto en un sentido material como emocional, y estas carencias terminan afectando el desarrollo cognitivo de manera incluso más importante que la desnutrición en sí misma. (Lacunza, 2010) De hecho Lipina, Martelli, Vuelta, Injoque-Ricle y Colombo (2004) reconocen en factores como la educación de los padres (principalmente el grado educativo materno), la exposición constante a estrés tanto de padres como de hijos, el estilo de crianza los estímulos a los que estén expuestos en el hogar, la salud de la madre durante la gestación, la salud infantil y el estado nutricional como algunos de los factores de mayor relevancia a la hora de estimular el correcto desarrollo cognitivo en los niños. Es decir, aunque dentro de la visión de la meritocracia, estos elementos no suelen mencionarse, en la realidad son indispensables para que exista un sano desarrollo de los individuos, y puesto que es grande el número de personas, tanto niños como adultos viviendo en mayor o menor medida con carencias en alguno de estos campos, es justo catalogar como una situación de privilegio a quienes nacen y crecen en hogares ajenos a todas estas circunstancias. Por supuesto, esto no significa que se deba condenar a quien ha nacido con mejores oportunidades y las ha sabido aprovechar, es claro que hay esfuerzo y talento en ello, el problema es cuando en la ecuación del mérito se incluyen los factores esfuerzo y talento y se omite el factor herencia, el cual resulta incluso más importante que los anteriores. Se debe entender que el punto de partida no es el mismo para todos y que, quienes empiezan de más abajo, requieren de mucho talento y esfuerzo para alcanzar una situación que, en la gran mayoría de los casos, ni siquiera se acerca a la de quienes empiezan más arriba, los cuales necesitan menos talento y esfuerzo para mantenerse e incluso avanzar en la escalera social. Se vende la idea de que el mérito de quien está en la cima, habiendo nacido en ella o cerca de ella, es suyo y solamente suyo, pero el que un niño crezca en un hogar en el que sus padres tienen estudios universitarios y cierto grado de ingresos le da acceso a ciertos privilegios sociales, aumenta enormemente la probabilidad de que el niño en cuestión concluya sus estudios universitarios y que reciba en general una mayor cantidad de estímulos positivos que le permitan desarrollar de mejor manera sus capacidades, mientras que quienes nacen en hogares en los cuales los padres tienen como máximo estudios de primaria o secundaria, ven estos privilegios reducidos drásticamente. Por otro lado, más allá de las ventajas heredadas que se han mencionado, existe también un tipo de herencia más visible y obvia: la herencia de capitales. Quienes heredan capital físico (entiéndase: fábricas, maquinaria, dinero, recursos naturales, etc.) tienen una ventaja aún mayor más allá del simple desarrollo de las habilidades (capital humano) que es con lo único que cuenta quien nace sin herencia alguna. Este aspecto representa una ventaja absoluta ya que como lo menciona Vélez (2018:155): A saber, no hay manera de que el capital humano se imponga sobre los capitales como tal porque, entre otros motivos, para obtener y desarrollar el primero sería menester contar con el respaldo de los segundos, es decir, no hay posibilidad —en términos generales— de mérito sin herencia. De ahí la corrección que proponemos: Mérito = Herencia + Esfuerzo. Estas facilidades con los que cuenta quien nace en una posición social alta, no son un mérito propio del individuo que nace con ellas, él no ha hecho nada para ganárselas, y, sin embargo, es medido dentro del mercado y la sociedad en general bajo los mismos parámetros que quien ha tenido que luchar contra corriente. Cuando no se toma en cuenta la herencia, es decir, el privilegio y el acceso a oportunidades con las que se nace se juzga a los menos favorecidos condenándolos doblemente a una situación precaria, pues, por un lado, se ven sistemáticamente imposibilitados a conseguir una mejor situación económica y por el otro se les juzga por no poder conseguir aquello que les es imposible. Es precisamente ahí donde se encuentra el elemento nocivo que aporta la idea de la meritocracia en la sociedad, pues, cuando se busca la manera de reducir la desigualdad, no se tiene en cuenta todo lo que la ideología del mérito oculta y, por lo tanto, se hace imposible generar una estrategia que ataque las causas, básicamente porque dichas causas se desconocen o no se consideran como tales. El gobierno busca reducir, a través del sistema educativo, las desigualdades económicas, pero no toma acciones para impactar en los otros aspectos ya que, como se ha mencionado, estos no se toman en cuenta. Esto provoca que la desigualdad no solo sea de ingresos sino de talentos y esta desigualdad se justifica bajo la idea de la meritocracia pues la ideología del que está arriba en la escala social, la cual irónicamente ha adoptado también el de abajo, es que ambos partieron con los mismos elementos, pero quien se encuentra en la pobreza no ha sabido hacer uso de dichos elementos de manera tan efectiva como quien ha logrado obtener riqueza. 4.1.3 La meritocracia: una herramienta para la preservación ideológica La idea meritocrática cultiva en las mentes de todos por igual, que son capaces de realizar cualquier meta que se propongan mientras se esfuercen lo suficiente ya que todos parten en igualdad de oportunidades, haciendo que quien en realidad se encuentra en una situación de desventaja luche por conseguir metas que en realidad le son imposibles, llevándolo a que viva su vida con la carga de la frustración pues, aunque su fracaso se debe principalmente a factores sistemáticos, él se culpa a sí mismo por no haberse esforzado tanto como debería. Al respecto Krozer (2019) define la meritocracia de la siguiente manera: “El mito de la meritocracia, entonces, no sólo es falso sino también es injusto. Acepta una diferencia de ingresos sistemática ignorando que el privilegio, en vez de distribuirse de forma aleatoria a través de una población, es acumulativo: la suerte es atraída por los suertudos. (Krozer, 2019) Otro aspecto que es importante resaltar y que está determinantemente ligado a la ética capitalista es no solo el cómo se establece el mérito como base del éxito en las personas, sino la concepción misma de lo que es meritorio y lo que no lo es. Dentro del pensamiento capitalista, sobre todo es meritorio aquello que es productivo y que genera riqueza monetaria, aunque no genere valor real en ningún otro aspecto, como un valor cultural o un valor social. Las métricas con las que se mide lo meritorio, pues, están íntimamente ligadas a la valoración que realiza el mercado. En ese sentido, se debe entender que las necesidades del mercado no siempre se armonizan con las de la sociedad, ya que los intereses del mercado son meramente económicos y los de la sociedad aparte de los económicos incluyen otros de muchas índoles. En, México, por ejemplo, una de las profesiones mejor pagadas es la de los médicos (IMCO, 2021), sin embargo, los médicos con mayor mérito son aquellos que son más exclusivos, es decir los que atienden solo a personas que tienen un alto ingreso que son los menos, mientras que existen un alto porcentaje de la población que no tiene acceso a servicios de salud de calidad ni de ningún tipo en algunos casos. Es decir, el médico con mayores méritos es el más exclusivo y por lo tanto el que menos pacientes atiende y su labor es recompensada con ingresos altos, mientras que los médicos con menos mérito atienden a más pacientes, con menores ingresos y perciben ingresos menores. Este patrón no solo se presenta en la profesión del médico sino en todas o casi todas las profesiones y, como se puede ver, en la definición de mérito que se construye bajo la lógica del mercado, el impacto social o factores similares son ponderados en una escala mucho menor que el factor meramente económico. De esta manera, se le da mucho más peso a actividades que no necesariamente son importantes, pero son rentables y se consideran menos valiosas otras que son más relevantes, pero resultan menos rentables. Una de las consecuencias que tiene este enfoque es que, las personas que se encuentran en situaciones laborales menos redituables, aun cuando sean actividades relevantes para la sociedad, suelen considerarse personas que no han trabajado lo suficiente y no han realizado los méritos necesarios para obtener mejores ingresos. Esto aunado a que no todos los individuos cuentan de inicio con los mismos privilegios, crea una falacia enorme en la que la desigualdad no solo se acentúa, sino que también se justifica. En palabras de Vélez (2018): A estas alturas parece evidente que la meritocracia habría servido como instrumento ideológico para explicar y legitimar las desigualdades sociales al no tomar debidamente en cuenta, si no directamente omitir, la dispar igualdad de oportunidades (…) la auténtica “igualdad de oportunidades”, a pesar de las acciones afirmativas, no solo es materialmente inviable sino un instrumento ideológico para legitimar las desigualdades inmerecidas. (Vélez, 2018, p:156) La meritocracia constituye una retórica que perjudica profundamente a la sociedad, no porque el enfoque meritocrático sea el origen del problema de la desigualdad a nivel global, pero sí porque como ideología, la justifica, y lo hace de una manera tan sutil, que, visto superficialmente, pareciera que de hecho presenta el camino para conseguirla. Este subcapítulo inicio presentando las ideas que legitimaban la posición social tan desigual bajo distintos modos de producción, y todas ellas tenían en común que partían de un principio meramente mítico como la suerte o el designio divino, pero a través de este análisis se puede ver cómo la idea de la meritocracia concebida en un contexto capitalista también tiene algo de mito y que no permite un desarrollo social realmente justo. Resulta oportuno concluir esta sección con el planteamiento de Vélez (2008) que expresa lo siguiente: Soy de la opinión de que el concepto de meritocracia tiene el firme propósito de armonizar un oxímoron de difícil concierto, a saber, el de democracia y capitalismo. Y lo cierto es que esta suerte de misión “diplomática” no ha dejado de acompañar como una sombra al término desde su aparición. (…) Sea como fuere, nos encontramos, y así concluyo, ante una figura dolosa; más cercana, en resumidas cuentas, al mito y a la superstición que a los hechos y, en todo caso, tramposa en la mayoría de sus usos. (Vélez, 2018, p:153, p:165) Concluyendo así que, a pesar de que el planteamiento meritocrático pareciera eliminar los elementos míticos que rodeaban el orden jerárquico en las sociedades antiguas, sustituyéndolo por uno más objetivo y justo, en la práctica es tan inválido como los que lo anteceden. Es por ello por lo que debe ser sustituido por uno que tome en cuenta los factores relevantes que verdaderamente explican la manera en la que se constituye la sociedad y que ayude no solo a comprender su funcionamiento, sino que dé la pauta para generar condiciones que promuevan una sociedad más justa. Si los sistemas económicos han ido evolucionando a través de la historia, significa que el capitalismo puede dejar de ser en algún momento o por (Podría cerrar aquí hablando de la ética del capitalismo) En la actualidad, las empresas grandes son cada vez más grandes y tienen mucha más influencia en el mercado, condicionando así la libertad tanto de empresas más pequeñas como de los trabajadores que no son propietarios de ningún medio de producción. Si pensamos en el argumento que dice que el libre mercado otorga igualdad de oportunidades a todos los agentes para que compitan entre sí y el más talentoso es premiado con base en sus propios méritos 4.2 Las empresas como eje de la sociedad (El pensamiento individualista) Puede ser también “El ente individual y egoísta por encima del social y cooperativo”. Como subtema lo de las empresas. En esta parte se puede hablar de cómo el sistema privilegia el interés de las empresas y no el de las personas. La ética de las personas está en función de la generación de ganancias y no del bienestar social o en una visión a futuro. 4.3 La ética capitalista y su corta visión del futuro Aquí se puede hablar de la regla de oro de la economía (de la que nos habló porras, buscarla) y se puede hablar de los impactos ecológicos de la lógica capitalista y el poco interés hacia el futuro. Hablar de los indicadores del capitalismo que están en esta página https://www.libremercado.com/2014-04-20/el-capitalismo-aumenta-eldesarrollo-y-el-bienestar-humano-1276516074/ Y de las cosas malas que también provoca en otros países en esta página https://nuso.org/articulo/pobreza-desigualdad-y-trabajo-en-el-capitalismoglobal/ https://ethic.es/2019/02/muhammad-yunus-capitalismo-desigualdad/ Sobre la meritocracia http://www.scielo.org.mx/pdf/is/n48/1405-0218-is-48-00147.pdf (hablar sobre el punto que Friedman menciona sobre el hecho de que el intercambio solo se da cuando las dos partes piensan que pueden sacar provecho de ello. Esto se contradice con el hecho de que el obrero no es que saque provecho de su trabajo, es que no le queda de otra. Pag 13) (Hablar de cómo se quiere que no intervenga el gobierno, pero en la realidad, los grandes capitales hacen uso de la intervención estatal para su beneficio. Poner de ejemplo los recates financieros a bancos y a compañías grandes) (desmentir el supuesto de las dotaciones iniciales) (después hablar de la noción de libertad de la que habla Friedman, la crítica a la postura de Friedman es que esa postura se basa en una dotación originaria igual para cada individuo, pero la acumulación originaria deja en claro que no existe tal condición) 3.5.4. Antecedentes de la consolidación del capitalismo: La acumulación originaria del capital Puesto que la finalidad de este capítulo es la de explicar la ética capitalista es importante hacer hincapié en los antecedentes de la formación de las relaciones productivas en este modo de producción. Economía es el estudio de cómo las sociedades utilizan recursos escasos para producir bienes valiosos y distribuirlos entre diferentes personas. (Samuelson, Nordhaus) propiedades de sus súbditos o indemnizarlos en caso de violación” Sería interesante mencionar dentro del análisis de la ética capitalista, es decir, de la concepción de lo ético y correcto, traído por el contexto capitalista, cómo en México cada vez más se alaba la gestión de Porfirio Diaz, destacando que fue él quien modernizó al país. Esto es cierto, sin embargo, el proceso para realizar esta modernización implicó la persecución y exterminación sistemática de grupos indígenas como los yakis, y el crecimiento de circunstancias tan lamentables como el de las condiciones laborales de las haciendas henequeneras y las tiendas de raya. Lo destacable sería observar cómo en el contexto capitalista se le da un valor tan grande a las conquistas productivas y a la generación de riqueza, al grado en el que tácitamente se considera como aceptable el cometimiento de actos tan atroces como los ya mencionados, para conseguir estas metas. Se valora más el progreso que los derechos humanos (esto empieza se ve tácitamente en la contaminación producida por la producción capitlista y las condiciones de trabajo deplorables que aún existen en muchas partes del mundo). Pareciera que la sociedad adopta ella filosofía de: El fin justifica los medios. Relacionado con lo anterior se puede mencionar a Ayn Rand, y su novela Ayn Rand y su pseudo-filosofía de la virtud del egoísmo condensada en La Rebelión de Atlas (1957) (texto de Humberto) “La rebelión de Atlas”, en donde habla del sentido de libertad desde el punto de vista capitalista ya que habla del egoísmo como virtud que beneficia a la sociedad. (Tengo captura de pantalla del texto de Humberto) Podría mencionarse cómo hay quienes piensan que tienen la libertad de no usar cubre bocas por el covid pero esa no es libertad, no se puede enfermar a los demás apelando a la libertad. Esa misma ideología se usa en los negocios y en la explotación de los recursos, porque los empresarios son “libres” de buscar riqueza, pero no deberían ser libres de generar pobreza. Muchos empresarios y políticos hablan de la defensa de una supuesta libertad, pero esta significa, la libertad de ellos a hacerse más ricos y dentro de la forma de pensar de las personas, se defienden estas posturas y las políticas que de estas se desprenden, a pesar de que dichas políticas les afectan y los mantienen en la pobreza. Todo porque se ha desarrollado, dentro de la ética capitalista, la idea del egoísmo como virtud. La contradicción fundamental del modo capitalista de producción es la que se da entre el carácter social de la producción y la forma capitalista privada de apropiación. El siguiente capitulo será sobre una propuesta de una nueva ética económica o una nueva ética capitalista