El modelo grupal pichoniano / Portavoz y Emergente / En “El Grupo Operativo” de Enrique Pichon Rivière: Análisis y Crítica” / Adrián Buzzaqui Echevarrieta. Charles Ebbets. VERTICALIDAD Y HORIZONTALIDAD. Verticalidad y horizontalidad son dos dimensiones presentes en la configuración del portavoz. Con estos términos Pichon alude a una dimensión del comportamiento que se refiere por una parte a la singularidad del portavoz, al sujeto que enuncia el acontecer grupal (la verticalidad) y por otra, a lo colectivo, representado por el portavoz, a una cualidad que pertenece a la propia trama vincular (la horizontalidad). Lo vertical y lo horizontal: interjuego de roles, portavoz. Ambas dimensiones, vertical y horizontal, se hacen efectivas en el comportamiento, en el desempeño de los roles, en su interjuego. Y es el portavoz el que “expresa” esas dimensiones con mayor intensidad: “Hablamos de la articulación de dos niveles en el grupo: lo vertical, relacionado con lo histórico, lo individual de cada sujeto, que le permite la asunción de determinados roles adjudicados por los otros integrantes del grupo; lo horizontal es lo compartido por el grupo, el común denominador que los unifica. Ese común denominador, esos rasgos compartidos pueden ser de naturaleza consciente. Hemos llamado a esos modelos – denominadores comunes de naturaleza inconsciente– universales del grupo o fantasías básicas universales. “Lo vertical de cada sujeto, sus circunstancias personales, lo colocan en disponibilidad para establecer la ‘falsa conexión’, actualización o analogía emocional, operándose un proceso transferencial. Esa disponibilidad lo convierte en el sujeto apto para desempeñarse como portavoz de un conflicto, que es vivido como propio pero que denuncia a la vez lo conflictivo de la situación interaccional y la relación con la tarea. “Lo vertical del sujeto y lo horizontal del grupo se articulan en el rol. La dialéctica individuo-grupo, verticalidad-horizontalidad, se hace comprensible por el concepto de portavoz, vehículo –a través de una problemática personal– de una cualidad emergente que afecta toda la estructura grupal y que nos remite como signo a las relaciones infraestructurales, implícitas, en las que están comprometidos todos los integrantes del grupo. […] Muchas veces esa horizontalidad, acontecer grupal, sólo puede ser decodificada por la sumación de lo verbalizado o actuado por varios portavoces” (1970a, pág. 195-196). En “El concepto de portavoz” (clase dictada en 1970) Pichon acota esta relación: “Lo vertical es lo personal, lo histórico que se actualiza, lo horizontal es lo presente, lo grupal” (1970c, pág. 229). Pueden observarse varios planos: por una parte lo personal, o individual frente a lo grupal, y por otra, lo presente (el grupo no tiene historia: Rickman) y lo histórico (lo actualizado). SINCRONÍA Y DIACRONÍA. Esos dos niveles del comportamiento, verticalidad y horizontalidad remiten a los problemas de la sincronía y la diacronía en el grupo. Se ha planteado que muchas técnicas grupales se apoyan en una concepción empobrecedora de la realidad (subjetiva) en la medida que sólo atienden al momento actual, que sólo se mueven en el eje de la sincronía. Algunas lecturas de la perspectiva de la “dinámica de grupos” justifican tales consideraciones. También las técnicas que enfatizan en el “aquí y ahora”, en la medida que refuerzan esa dimensión sincrónica. Un desarrollo importante de las técnicas grupales lo constituye el “grupo de discusión”, que enfatiza justamente en un análisis de las actitudes y motivaciones en un recorte ‘fotográfico’, ahistórico.481 Por último, una de las críticas más contundentes realizadas a las técnicas grupales corresponde a Pontalis (1954, 1958, 1963), para quien el empirismo y la artificialidad evidencia el carácter mistificador de muchas experiencias grupales.482 La posición de Pichon no evita esta cuestión entre sincronía y diacronía. Antes bien, quizá debido a su perspectiva psicoanalítica (en definitiva el psicoanálisis siempre consistió en una reconstrucción de la historia del analizando), pone especial cuidado en ambas dimensiones: presente y pasado. Los conceptos de verticalidad y horizontalidad atestiguan esta preocupación. Puede verse la opinión de Pichon en relación con los grupos y la dimensión diacrónica: “Rickman sostiene que los grupos como entidades carecen de historia, entendida la historia en términos de infancia, de alternativas de los procesos de desarrollo. Nos interesa señalar, sin embargo, que el conocimiento de las fuerzas que operan en el grupo, de la génesis de muchas de ellas, sólo puede lograrse por una tarea ‘arqueológica’, por la reconstrucción de una prehistoria grupal configurada por las fantasías básicas de los sujetos expresión a su vez de ansiedades básicas que emergen ante la situación de cambio por la tarea” (1970a, pág. 195). PSICOLOGÍA SOCIAL: VERTICALIDAD Y HORIZONTALIDAD. En su artículo “Una nueva problemática para la psiquiatría”, de 1967, Pichon explicita su posición frente a la psiquiatría, para lo cual utiliza las dimensiones de verticalidad y horizontalidad en el comportamiento. La consideración de esas dimensiones diferencian su propuesta de psicología (dinámica, histórica y estructural) de la psiquiatría, a la que considera anclada en lo fenoménico y descriptivo, e incapaz, por lo tanto, de incluir esa complejidad del comportamiento. Se trata del intento de articular e incluir las dimensiones sociales por una parte, y las intrapsíquicas, por otra. Si en otros momentos esta cuestión se planteará en relación con conceptos tales como grupo interno, vínculo, portavoz, con lo que se alude a las hipótesis fundamentales que utiliza, el uso de las nociones de verticalidad y horizontalidad, cercanas a la observación y directamente enlazadas a la situación grupal agrega un elemento más a lo que pocos años después denominaría como psicología social: “La doble dimensión del comportamiento, verticalidad y horizontalidad, se hace comprensible entonces por una psicología dinámica, histórica y estructural, alejada de la psiquiatría tradicional, que se mueve sólo en el campo de lo fenoménico y descriptivo. La doble dimensión condiciona aspectos esenciales del proceso corrector. La corrección se logra a través de la explicación de lo implícito” (1967a, pág. 439).483 LA NOCIÓN DE PORTAVOZ, ELEMENTO DIFERENCIADOR ENTRE TÉCNICAS GRUPALES. Hemos afirmado anteriormente que esta noción, que se instala entre lo propiamente individual y lo colectivo (grupal), y que encuentra sus fundamentos tanto en hipótesis psicoanalíticas (identificaciones, fantasía inconsciente, etc.) como en hipótesis de origen sociológico y psicológico (la noción de rol, mecanismos de adjudicación y asunción) era considerada por Pichon como uno de los pilares de su modelo grupal. En “Historia de la técnica de los grupos operativos”, uno de los últimos artículos en que las elaboraciones pichonianas son expuestas con claridad y rigurosidad, se propone la noción de portavoz como uno de los elementos diferenciadores de la técnica de grupo operativo respecto de otras modalidades. Si bien se trata de una referencia realizada al mencionar las diversas técnicas grupales y la clasificación que hace Pichon, parece pertinente realizarla enfatizando en este nuevo aspecto. Así, la forma en que sea considerado el lugar y función del portavoz da lugar a uno u otro enfoque: “Los grupos operativos se definen como grupos centrados en la tarea. […] Observamos que hay [otras] técnicas grupales centradas en el individuo: son algunos de los llamados ‘grupos psicoanalíticos o de terapia’, en los que la tarea está centrada sobre aquel que para nosotros se llama portavoz. Nuestra posición ante esta técnica es de crítica en tanto entendemos que desde esa perspectiva la situación grupal no es comprendida en su totalidad, sino que la puntería de la interpretación va dirigida a aquel que enuncia un problema que generalmente es considerado personal, no incluyendo en la problemática al resto. El otro tipo de técnica es la del ‘grupo centrado en el grupo’, en el análisis de la propia dinámica. Técnica que está inspirada en las ideas de Kurt Lewin, en la que se considera al grupo como una totalidad. No incluyen sin embargo el factor último que hemos señalado nosotros, la relación sujetogrupo, verticalidad-horizontalidad, originando así los ‘grupos centrados en la tarea’” (1970d, pág. 233). El portavoz, aparece así como el elemento bisagra: si el grupo terapéutico psicoanalítico se centra en el portavoz (ignorando la dimensión de la horizontalidad), desinteresándose por la constelación grupal, la ‘dinámica de grupo’ o corrientes similares observan solamente los efectos de horizontalidad (inevitablemente, a través de los movimientos de los distintos portavoces), excluyendo el análisis de lo intrapsíquico. Y no se trataría de plantear que la técnica del grupo operativo es más abarcativa o que incluye más niveles en su análisis, sino de algo diferente: son diversos puntos de vista, diversas maneras de dar cuenta del proceso grupal. EL EMERGENTE. La relación entre los términos portavoz y emergente no es evidente por sí misma. En momentos parecen sinónimos, o al menos aludir a la misma categoría de fenómenos (“un portavoz es tomado como un emergente de tal o cual proceso”, “el portavoz o emergente del grupo familiar”, “la enfermedad, emergente de una estructura patológica, mostrada por el portavoz”, etc.). El ‘emergente’ parece ser destinado a un uso más técnico, o procedimental, en tanto el portavoz se coloca más en el lugar de la teoría. Sin embargo, otras veces es al revés, el portavoz constituye un rol observable, el emergente es una ‘cualidad’ de lo grupal. Posiblemente este solapamiento no se deba a que los términos estén insuficientemente precisados, sino a que la materia que se intenta abordar presenta diversos matices, dimensiones, etc. En todo caso, parece necesario puntualizar los elementos fundamentales de la noción de emergente y su relación con la teoría del portavoz, habida cuenta de que el emergente será el instrumento básico –tal como lo denomina el mismo Pichon– de intervención en el grupo operativo. Un primer elemento a destacar se refiere a la preeminencia de uno u otro término. En “Teoría del vínculo”, un texto de 1956-57, Pichon habla de emergente y casi no se refiere a la idea de portavoz. Sin embargo, en la lectura grupalista (que toma a Pichon como impulsor de una psicología social más que como un pionero también en la psiquiatría y en el psicoanálisis) ha sucedido a la inversa: de la noción de portavoz se deriva hacia emergente, que ha pasado por ser una categoría más volátil e inaprehensible. Es verdad que Pichon mismo, en sus textos sobre grupos va definiendo mucho antes el concepto de portavoz que el de emergente. Sin embargo, el texto del 56/57, por sus características y extensión (se trata de un curso dictado en la APA) ocupa un lugar diferente al de muchos de los artículos (en general, de pocas páginas, y muy apretados en su redacción). En ese texto hemos visto ya que el concepto de esquema referencial aparece muy elaborado, y también las nociones de depositación, incluso de roles, todas ellas en dependencia de la hipótesis fundamental: la teoría del vínculo. Veamos la elaboración que realiza Pichon sobre la noción de emergente en esa primera época de sus trabajos sobre grupos, promediados los años 50. Afirma que la relación entre el emergente y la estructura que lo determina (grupo, grupo familiar, etc.) no es una relación sólo causal, sino también significativa. Pichon intenta ir más allá de una idea genérica (“lo personal es siempre social”, etc.) y descriptiva, para buscar categorías que permitan una acción sobre el objeto, una posibilidad de transformación (en este texto será la cura, en otros momentos será el aprendizaje): “El emergente mental que es el cuadro psiquiátrico que estamos observando en el consultorio, tendrá una relación no sólo causal, sino significativa con la estructura que lo determinó. Es decir que para comprender un delirio es importante realizar la investigación del conjunto de fuerzas que actúan en el medio grupal del cual emerge la enfermedad mental” (1956-57, pág. 27). Y continúa: “Enfocando así la psiquiatría, ésta resulta mucho más operacional que si se la enfocara pensándola solamente en los términos abstractos de una nosografía no referencial en cuanto a los aspectos sociales” (1956-57, pág. 27-28). Por otra parte, esta noción de emergente responde a una determinación múltiple, y no a una causalidad mecánica. Pichon se refiere a una ‘causalidad gestáltica’, indicando que diversas tensiones (fuerzas) de la estructura producen tal o cual fenómeno emergente: “La relación de causalidad que existe entre la estructura y el emergente psicótico no es una relación de causalidad directa y mecánica; se trata de una causalidad gestáltica en el sentido de que todas las tensiones de la estructura que convergen en un punto dado hacen salir un emergente”(1956-57, pág. 28). Y continúa : “Quiero decir que es un todo que está actuando a través de un miembro de la familia. Es la totalidad de las tensiones creadas por el desajuste de una estructura familiar, por ejemplo la pérdida del liderazgo del padre, lo que produce una movilización de tensiones en dicho grupo. La modificación provocada por la pérdida del liderazgo del padre dentro de la estructura total hace que el emergente psicótico se manifieste en ese momento. Es decir que determinado sector converge en un determinado punto en que está situada esa persona, que entonces se transforma en el portavoz de las tensiones del grupo a través del grupo” (1956-57, pág. 28). El concepto de emergente es postulado en relación con la ruptura del funcionamiento de la estructura (familiar, grupal). Es decir, se trata de una cualidad emergente, de una situación o novedad emergente. Hay aquí una diferencia en relación con el concepto de portavoz, que se puede referir a elementos más permanentes del funcionamiento de un determinado grupo. En cambio, el carácter dinámico del emergente puede observarse en relación con la ruptura de la homeostasis del grupo: “La psicosis es el emergente nuevo y original que aparece como consecuencia de la ruptura del equilibrio familiar” (pág. 26). Y agrega: “Por eso, cuando tratamos a un psicótico vamos descubriendo poco a poco que dicho psicótico, a través de su psicosis, se transforma, en cierta medida, en líder de su grupo familiar. Asume funciones de liderazgo por el hecho de ser el miembro más enfermo. De esta manera vemos con frecuencia cómo un paciente internado, sea en un hospital o en un sanatorio, controla a su medio familiar y empieza a mandarnos a su familia, hace que seamos molestados por ella, que perdamos la paciencia e inclusive que nos peleemos con la familia o con el enfermo, provocando en nosotros una conducta irracional en la acepción común de la palabra” (pág.. 26). Por último, puede verse la idea de emergente en tanto cualidad de una estructura; el emergente lo será de una estructura (Gestalt): “Podemos considerar al paciente que enferma como un representante de una estructura tanto individual como familiar, y en la medida en que se conozca esa estructura, ambos aspectos podrán manejarse como dos partes de la misma” (pág. 27). Puede verse la forma en que se realiza la intervención terapéutica en base a esta idea de estructura: “Descubrimos que el paciente, a través de sus familiares, envía partes de él colocadas en los otros a averiguar sobre su estado psíquico. Con los mismos términos es posible interpretarle esta situación a la familia. Causa sorpresa ver hasta qué punto ello resulta comprensible para los miembros del grupo familiar y de qué manera se liga la comprensión total del grupo cuando se interpreta como dos partes: una, la que está internada y otra, la que está afuera. Todo se organiza en una estructura, en una Gestalt, en la que una parte es el paciente y la otra la familia. Se forma así una totalidad y el manejo de ello como totalidad y de la enfermedad como un emergente de dicha totalidad hace posible un manejo dinámico en espiral dialéctica de la situación médico-paciente” (pág. 27). Esta idea de gestalt que sostiene Pichon en cuanto a la comprensión de la enfermedad mental constituirá un supuesto fundamental en sus elaboraciones: la idea de grupo interno y grupo externo, vínculo externo e interno, grupo y portavoz, etc., parecen responder a este fundamento. Todas estas consideraciones permiten considerar al emergente como un signo. Signo de una determinada estructura (sea ésta individual o familiar, o de otra clase). La noción de emergente como signo permite abrir el espacio de la intervención: será a través de la decodificación, la comprensión, el análisis de esos signos como se podrá realizar la intervención (terapéutica o de aprendizaje, en el grupo o en el individuo). Si puede deducirse esta condición de signo del emergente en el texto de 195657 (en una época en que Pichon se muestra cerca de los enfoques gestálticos), en 1970 el emergente como signo será totalmente explícito (años en que la semiótica y la lingüística ejercían ya una influencia considerable): “...el sujeto expresará fenoménicamente, a través de distintos signos, en la mente, en el cuerpo y en el mundo sus relaciones vinculares. Es decir, que en este sistema de signos que es la conducta, la aparición de signos en un ámbito determinado es un emergente significativo que nos remite a las relaciones vinculares del sujeto, a su manera de percibir la realidad y a la modalidad particular de adaptarse a ella. Es decir, a la modalidad particular de resolver sus conflictos” (1970e, pág. 178). PORTAVOZ-ROL Y EMERGENTE-SIGNO. Si el portavoz era referido fundamentalmente al interjuego de roles, el emergente será tomado en tanto signo, que indica, alude, señala, muestra, etc., una determinada situación. La relación entre ambos conceptos en momentos se solapa, si bien mantienen un claro matiz diferencial: Pichon concibe al portavoz como vehículo de una cualidad emergente que afecta a toda la estructura grupal (1970a, pág. 196). Y también señala que el emergente se refiere siempre a una cualidad nueva, es decir, puede hablarse de emergente como una noción que alude al movimiento, al proceso: emergencia de tal o cual elemento (1970f, pág. 186). El emergente puede ser expresado por uno o varios portavoces. En este caso, puede darse de varias formas: –portavoces por redundancia (lo que expresa uno es análogo a lo que expresa otro). –portavoces por acumulación (cada portavoz enuncia aspectos complementarios, el emergente aparece como la suma de esos aspectos). –portavoces por oposición (cada portavoz enuncia aspectos contradictorios – disociados– del suceder grupal).484 ¿Cuántos emergentes?: Emergentes universales, iniciales, de cierre, principales… Sin embargo, los emergentes enuncian fenómenos o situaciones precisas, constituyen incluso el elemento a partir del cual se realiza la interpretación. Parece necesario, entonces, precisar cuáles emergentes y cuántos emergentes. Desde su uso instrumental, los emergentes se observarán durante el desarrollo del proceso grupal. Así, se hablará de los emergentes iniciales, de cierre, temas emergentes, principales, etc. Se trata de un uso situacional, instrumental, en el ‘aquí y ahora’ del grupo. Se habla de ‘temas emergentes’ y se considera los emergentes principales que aparecen en una situación colectiva, y que girarán alrededor de diversas actitudes colectivas, prejuicios, formas de reacción fijas, sin plasticidad, etc. (1960c, pág. 268-269). Otra forma de consideración de los emergentes la constituyen ciertas formas genéricas de los mismos, a partir de considerar el rol como emergente de una determinada estructura, y se toma el caso principal, el grupo familiar. En la situación triangular básica, sus elementos: padre, madre e hijo son emergentes de las relaciones y diferencias funcionales y biológicas (1970f, pág. 186). La categorización más importante es la referida a lo que se considera “emergentes universales”, que se darán –en diversa medida y momento– en toda situación grupal: serán las fantasías de enfermedad, tratamiento y curación; también el “secreto grupal”485 y el “misterio familiar”. También la situación triangular (con sus diversas formulaciones: triángulo edípico, esquema de la comunicación –emisor, receptor, ruido, consideración del tercero –excluido/incluido– en relación a la dupla imaginaria o narcisista, etc.) es considerada un emergente universal. Pichon lo define así: “Otros fenómenos que se dan en el acontecer grupal con una reiteración tal que nos permite considerarlos emergentes universales son: el secreto grupal ligado a lo que llamamos también misterio familiar, perturbador de la comunicación, pues este acontecimiento secreto, sea cual fuere su significado real, se carga con sentimientos y fantasías de culpabilidad. Son emergentes universales las fantasías del enfermarse, de tratamiento y de curación, así como la situación triangular que dentro de nuestro esquema conceptual, referencial y operativo sostiene la teoría del vínculo” (1969b, pág. 318). Estos emergentes universales constituyen un núcleo esencial en el esquema del ‘cono invertido’, una figura topológica con la cual Pichon intentaba expresar la estructura y dinámica grupales (1960b, pág. 196 y sig.). Por último, hay que considerar lo que Pichon denomina el “nuevo emergente”, que es aquél que aparece después de realizada una interpretación en la sesión grupal, y permite observar el movimiento grupal. Si bien se trata de una temática que se desarrollará en el capítulo siguiente, al abordar la función de los coordinadores, puede señalarse aquí que el “nuevo emergente” indica la nueva organización de los elementos manifiestos y latentes que surge posteriormente a la interpretación, y en ese sentido constituye un acontecimiento sintético (1969b, pág. 315). A partir de todas estas consideraciones en relación con el emergente –y su relación con el rol de portavoz– corresponde abordar la función y tarea de los coordinadores del grupo. La observación de los diversos emergentes que se suceden en la sesión grupal, y su eventual interpretación constituye el eje que guía su intervención en el grupo. Notas. 481 Uno de los autores que más ha analizado y desarrollado el modelo del grupo de discusión, Jesús Ibáñez, ha aludido a esta ‘ausencia’ de historia de los grupos, en referencia a su capacidad ideológicamente encubridora; es significativa su consideración del término “grupo”: un significante sin etimología, para un significado sin arqueología (Ibáñez, 1979, 1981). 482 El mismo Pichon asume la importancia de esas críticas y se muestra de acuerdo con Pontalis sobre la importancia de interrogarse sobre los supuestos ideológicos, teóricos y técnicos de las experiencias grupales; también acuerda con F. Bourricaud que alerta sobre la superficialidad de las experiencias grupales que no tienen en cuenta ni lo espacial ni lo temporal, es decir, lo social e histórico. Pichon cita a Bourricaud, quien dice: “El estudio de los pequeños grupos sin pasado, sin localización territorial precisa, resulta peligroso cuando sólo hace uso de mecanismos psicológicos superficiales y pone de manifiesto los estereotipos, dejando escapar la profundidad espacial, el espesor temporal de la realidad social” (1963a, pág. 256). Es interesante tener en cuenta que estas consideraciones son realizadas en un prólogo a un libro sobre psicoterapia grupal, que edita la escuela fundada por Pichon-Rivière (Primera Escuela Privada de Psicología Social). Sin embargo, a pesar de esta clara posición crítica frente a la proliferación de experiencias y técnicas grupales, no se encuentra en su obra un análisis sostenido y permanente desde esta perspectiva, sino una cierta ausencia de articulación entre esos presupuestos críticos y las propuestas metodológicas. 483 “Introducción a una nueva problemática para la psiquiatría”, fue publicado en la revista Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina, 1967, 13, págs. 355-365, a la que ya nos hemos referido. También en ese número, de homenaje a Pichon-Rivière, hay otros artículos que se refieren a la obra del maestro, y son escritos por algunos de sus discípulos: Bleger escribe “Enrique Pichon-Rivière. Su aporte a la psiquiatría y al psicoanálisis” y “Psicología y niveles de integración”, Guillermo Vidal, director de la revista, escribe “El socratismo de Pichon” y Fernando Ulloa escribe “E. Pichon-Rivière y la psicología social”. Puede verse en ellos una consideración de la figura de Pichon-Rivière en tanto portavoz– emergente de diversas elaboraciones conceptuales de esa época. En el texto de 1971, “Del psicoanálisis a la psicología social”, el artículo se titularía “Una nueva problemática para la psiquiatría”. 484 En muchos de los textos citados hasta aquí pueden verse referencias técnicas sobre el emergente. Esta clasificación de los emergentes, realizada en el contexto de la Escuela de Psicología Social, puede verse en Schvarstein, 1991, pág. 214. 485 Desde una óptica centrada en la intervención grupal el “secreto grupal” es considerado como un indicador del proceso grupal: a partir de la presunción de la existencia del “secreto grupal” se considera que el grupo ya está constituido, que se ha realizado el pasaje de agrupamiento a grupo. Otras descripciones lo enuncian así: pasaje de la ‘afiliación’ al ‘nosotros’, constitución del ‘nosotros grupal’, configuración de la red vincular. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID. FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIOLOGÍA. DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA SOCIAL. Publicado 15th November 2014 por Ricardo Beyer Etiquetas: Portavoz y Emergente