Antología de textos: La noticia UN MINERO ENCUENTRA UN LOBO DE HACE 57 000 AÑOS QUE AÚN CONSERVA EL PELAJE El cachorro falleció con apenas unas semanas de vida tras derrumbarse la madriguera donde estaba y quedó enterrado en el permafrost DAVID RUIZ MARULL / 22-12-2020 En julio de 2016, mientras el agua golpeaba una pared de barro congelado en un pequeño afluente del arroyo Last Chance, en los campos de oro de Klondike, cerca de Dawson City, Yukon (Canadá), un minero hizo un descubrimiento extraordinario. No era, sin embargo, una pepita gigante de esas que hacían enloquecer a los buscadores del Salvaje Oeste. Era algo mucho más destacado: un cachorro de lobo (Canis lupus) perfectamente conservado que había estado enterrado en permafrost1 durante 57 000 años. La notable condición en la que estaba el animal […] ha permitido a los investigadores de la Des Moines University obtener información muy específica, como su edad, el estilo de vida y la proximidad que presenta con los lobos modernos, según revelan en un artículo recién publicado en la revista Current Biology. «Esta es la momia de lobo más completa que jamás se haya encontrado. […]», explica en un comunicado Julie Meachen, autora principal del estudio. […] Una de las preguntas más importantes que los investigadores querían responder fue cómo terminó Zhùr, que era una hembra, preservada en el permafrost. Según detallan en su análisis, se necesita una combinación única de circunstancias para que se produzca este hecho. […] Otro factor importante era cómo murió el cachorro. Los que fallecen lentamente o son cazados por depredadores tienen menos probabilidades de encontrarse en condiciones perfectas. «Creemos que estaba en su madriguera y murió instantáneamente por el colapso de la guarida», apunta la especialista. Además de saber cómo murió, el equipo de especialistas también pudieron analizar su dieta, que estuvo muy influenciada por lo cerca que vivía del agua. […] El análisis del genoma de Zhùr confirmó que descendía de antiguos lobos grises procedentes de Rusia, Siberia y Alaska, que también son los antepasados de los lobos modernos. […] Los investigadores creen que es posible que se encuentren más momias en el permafrost durante los próximos años. «Una pequeña ventaja del cambio climático es que aparecerán más a medida que el permafrost se derrita», concluye. www.lavanguardia.com © grupo edebé 1 permafrost: capa de hielo permanente que cubre el suelo en las regiones polares. Antología de textos: El texto expositivo Un invento revolucionario en la Edad Media: las gafas Antes del siglo xiv, los defectos de visión, fueran congénitos, como la miopía, o ligados a la edad, suponían una limitación irremediable. Ello afectaba sobre todo a quienes se dedicaban a trabajos de precisión o a actividades intelectuales basadas en la lectura y la escritura. Entre estos últimos estaban los monjes, durante siglos los grandes conservadores del saber occidental. Por ello, no es extraño que fuera en un convento donde poco antes de 1300 se desarrollase un invento que desde entonces ha cambiado la vida de una parte considerable de la humanidad: las gafas. Un científico árabe, Ibn al-Haytham, conocido en Europa como Alhacén, creó en el siglo XI las bases teóricas para esta invención con su estudio de la córnea humana y de los efectos de los rayos de luz en espejos y lentes. Sus libros se tradujeron al latín en el siglo xiii y alimentaron un generalizado interés por la óptica y por sus aplicaciones prácticas. Aparecieron así las «piedras de lectura», lentes planoconvexas (semiesféricas) que se usaban a modo de lupas y que constituyen el precedente de las gafas. En 1306, un dominico afirmó en un sermón en Florencia: «No hace aún veinte años que se encontró el arte de hacer gafas, que hacen ver bien, que es una de las mejores artes y de las más necesarias que el mundo tenga, y hace tan poco que se encontró. […] Yo vi a aquel que primero la encontró e hizo, y hablé con él». Por tanto, el invento se sitúa hacia 1286. Otra noticia de la época menciona a un monje de Pisa llamado Alessandro della Spina, fallecido en 1313, quien «era capaz de rehacer todo lo que veía. Él mismo fabricó las gafas que otro había ideado antes pero sin querer comunicar su secreto. Alessandro, en cambio, enseñó a todos la manera de hacerlo». Esas primeras gafas consistían en dos lentes montadas en círculos de madera o de asta, unidas mediante un remache y que se colocaban sobre la nariz. Las lentes, de tipo biconvexo, solucionaban los defectos en la visión cercana, como la presbicia. Hay referencias a que se empleó como material cuarzo transparente o bien cristal de otra piedra preciosa, el berilo,1 aunque las primeras gafas también se han vinculado con la técnica de fabricación de cristal a base de arena, potasio y carbonato de sodio, desarrollada en Bizancio y adoptada por los venecianos. Las gafas se generalizaron enseguida entre las personas mayores. Por ejemplo, el poeta Petrarca recordaba cómo hacia 1350, cumplidos los 60 años, perdió de repente su buena vista y se vio «obligado a recurrir con renuencia2 a la ayuda de las lentes». En el siglo xv apareció un nuevo tipo de gafas, «aptas para la visión lejana, esto es, para los jóvenes», como decía el duque de Milán en una carta de 1462, en una clara referencia a las lentes cóncavas que corrigen la miopía. Este último tipo de gafas no solo eran útiles para tareas puntuales como la lectura y la escritura, sino que podían llevarse todo el tiempo. Y quizás esto hizo que se prestara más atención al problema de cómo sostener las gafas sobre la nariz sin tener que aguantarlas con la mano, como pasaba al principio. Por ejemplo, se propusieron gorros con alambres de los que colgaban las gafas, o una banda de cuero que sujetaba las lentes en torno a la cabeza. Curiosamente, el método de las patillas (primero apretando las sienes y luego sujetas a las orejas) no se difundió hasta el siglo xviii. Fue entonces cuando las gafas, cómodas de llevar, relativamente baratas (gracias a su producción industrial) y con lentes cada vez mejor adaptadas a las necesidades de cada cual, se convirtieron para muchos en un apéndice insustituible para moverse por el mundo. Alfonso López 1 berilo: mineral muy duro, ligero y traslúcido. 2 renuencia: oposición o resistencia a hacer algo. © grupo edebé www.nationalgeographic.es Antología de textos: El texto expositivo científico Los agujeros negros Para entender cómo se podría formar un agujero negro, tenemos que tener ciertos conocimientos acerca del ciclo vital de las estrellas. Una estrella se forma cuando una gran cantidad de gas, principalmente hidrógeno, comienza a colapsar sobre sí mismo debido a su atracción gravitatoria. Conforme se contrae, sus átomos comienzan a colisionar entre sí, cada vez con mayor frecuencia y a mayores velocidades: el gas se calienta. Con el tiempo, el gas estará tan caliente que cuando los átomos de hidrógeno choquen ya no saldrán rebotados, sino que se fundirán formando helio. El calor desprendido por la reacción, que es como una explosión controlada de una bomba de hidrógeno, hace que la estrella brille. Este calor adicional también aumenta la presión del gas hasta que esta es suficiente para equilibrar la atracción gravitatoria, y el gas deja de contraerse. Se parece en cierta medida a un globo. Existe un equilibrio entre la presión del aire dentro, que trata de hacer que el globo se hinche, y la tensión de la goma, que trata de disminuir el tamaño del globo. Las estrellas permanecerán estables en esta forma por un largo período, con el calor de las reacciones nucleares equilibrando la atracción gravitatoria. Finalmente, sin embargo, la estrella consumirá todo su hidrógeno y los otros combustibles nucleares. Cuando una estrella se queda sin combustible, empieza a enfriarse y, por lo tanto, a contraerse. Cuando la estrella se reduce en tamaño, las partículas materiales están muy cerca unas de otras, y así, de acuerdo con el principio de exclusión de Pauli, tienen que tener velocidades muy diferentes. Esto hace que se alejen unas de otras, lo que tiende a expandir a la estrella. […] La teoría de la relatividad limita la diferencia máxima entre las velocidades de las partículas materiales de la estrella a la velocidad de la luz. Esto significa que cuando la estrella fuera suficientemente densa, la repulsión debida al principio de exclusión sería menor que la atracción de la gravedad. Una estrella fría de más de aproximadamente una vez y media la masa del Sol no sería capaz de soportar su propia gravedad. Si una estrella posee una masa menor, puede finalmente cesar de contraerse y estabilizarse en un posible estado final, como una estrella «enana blanca», con un radio de unos pocos miles de kilómetros y una densidad de decenas de toneladas por centímetro cúbico. Una «enana blanca» se sostiene por la repulsión, debida al principio de exclusión entre los electrones de su materia. Se puede observar un gran número de estas estrellas enanas blancas […]. Estrellas con masas superiores tienen, por el contrario, un gran problema cuando se les acaba el combustible. En algunos casos consiguen explotar, o se las arreglan para desprenderse de la suficiente materia como para reducir su peso por debajo del límite y evitar así un catastrófico colapso gravitatorio […]. El problema de entender qué es lo que sucedería fue resuelto por primera vez por un joven norteamericano, Robert Oppenheimer, en 1939. El campo gravitatorio de la estrella cambia los caminos de los rayos de luz en el espacio-tiempo, respecto de cómo hubieran sido si la estrella no hubiera estado presente. Esto puede verse en la desviación de la luz, proveniente de estrellas distantes, observada durante un eclipse solar. Cuando la estrella se contrae, el campo gravitatorio en su superficie es más intenso y los conos de luz se inclinan más hacia dentro. Esto hace más difícil que la luz de la estrella se escape, y la luz se muestra más débil y más roja para un observador lejano. Finalmente, cuando la estrella se ha reducido hasta un cierto radio crítico, el campo gravitatorio en la superficie llega a ser tan intenso que los conos de luz se inclinan tanto hacia dentro que la luz ya no puede escapar. De acuerdo con la teoría de la relatividad, nada puede viajar más rápido que la luz. Así, si la luz no puede escapar, tampoco lo puede hacer ningún otro objeto; todo es arrastrado por el campo gravitatorio. Por lo tanto, se tiene un conjunto de sucesos, una región del espacio-tiempo, desde donde no se puede escapar y alcanzar a un observador lejano. Esta región es lo que hoy en día llamamos un agujero negro. © grupo edebé Stephen W. Hawking, Historia del tiempo (adaptación). Antología de textos: El texto argumentativo La inteligencia y el lenguaje Parece extraño que la inteligencia humana tenga esa paradójica capacidad de construirse a sí misma. Ninguna máquina puede hacerlo y los neurólogos encuentran, en el misterioso fondo de nuestra inteligencia, una complejísima maquinaria neuronal. Y, para colmo de males, genéticamente determinada. Admitir la autocreación sería como afirmar que un automóvil puede mejorar su propio motor. Siento contradecir algo que parece tan evidente, pero lo cierto es que el ser humano hace cosas muy extrañas. Parece que puede encaramarse sobre sí mismo. La palabra superarse designa esa posibilidad. «Hay que aprender a bailar sobre los propios hombros», decía Nietzsche. El colmo de la paradoja es que el hombre consigue una parcial libertad usando mecanismos deterministas. No somos libres, estamos siempre en proceso de liberación. Esto sí que es un gran vuelo. Un vuelo de águila y no un tortoleo de gallina. Por ser capaz de tan extraordinaria hazaña, he comparado muchas veces la inteligencia humana con el barón Münchhausen, el protagonista de una antigua novela alemana. Un hombre de muchos recursos que, habiéndose caído una vez en un pantano, se sacó de él a sí mismo y a su caballo tirándose hacia arriba de los pelos. Aunque lo parezca, no es una broma: la especie humana ha hecho cosas parecidas. Ha inventado herramientas mentales que acabaron por hacer más poderosos los mecanismos que las habían producido. El ejemplo más claro, y más importante para nuestro tema, es el lenguaje. Nuestra inteligencia es lingüística. Pensamos con palabras, hacemos planes con palabras, nos comunicamos con ellas. Estamos continuamente hablándonos, haciéndonos preguntas, criticándonos. La facilidad con que lo hacemos nos impide ver lo incomprensible del fenómeno. El lenguaje es una creación muy sofisticada y compleja. […]. Se supone que el hombre comenzó a hablar hace ciento veinte mil años. El lenguaje tuvo que inventarlo una inteligencia muda, es decir, una inteligencia muy distinta de la nuestra. Resulta difícil explicar tal alarde. No basta con decir que lo hizo tirándose hacia arriba de los pelos, claro. Para salir del atolladero, algunos lingüistas del siglo pasado afirmaron que Dios tuvo que haberle dado el lenguaje al hombre, todo hecho, con sus pluscuamperfectos y condicionales. Los seres humanos, dejados a su aire, no hubieran podido hacer algo tan perfecto. En 1866, siete años después de que Darwin publicara El origen de las especies, la Sociedad Lingüística de París, harta ya de especulaciones, prohibió que se siguiera discutiendo el tema del origen del lenguaje en la especie. Si consideramos el lenguaje en su estado actual, su riquísimo vocabulario, la fascinante sutileza de la sintaxis, el hecho de que podamos producir un número infinito de frases, resulta incomprensible su invención. Pero conviene contemplarlo en una perspectiva histórica. Durante cien mil años el hombre fue inventando poco a poco signos —las palabras son signos—, que le capacitaron para inventar nuevos signos. La herramienta inventada sirvió para perfeccionar la herramienta inventora. Fue una larguísima creación social que ocupó a la humanidad durante decenas de milenios y que ahora cualquier niño puede asimilar y aprovechar en cuatro o cinco años. Cada vez que decimos una frase resuena en nosotros la sabiduría creadora de millones de humanos. © grupo edebé José Antonio Marina, El vuelo de la inteligencia (adaptación). Antología de textos: Instancia 1 Lucía Granados Romero, nacida en Oviedo, el 12 de octubre de 2005, estudiante de 1.º de Bachillerato en el IES Leopoldo Alas Clarín, con DNI n.º 34759164S y con domicilio en Avenida Bruselas, 3, 1.º C (Oviedo). EXPONGO: 1. Que, al realizar la matrícula de 1.º de Bachillerato, opté por el Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales y escogí las siguientes asignaturas de modalidad: Latín I, Griego I, Historia del Mundo Contemporáneo y Matemáticas Aplicadas a las Ciencias Sociales I. 2. Que, una vez iniciado el curso, me he dado cuenta de que mis intereses se orientan más hacia el ámbito artístico, concretamente, hacia los estudios de Bellas Artes. Por todo ello, SOLICITO: Que se me permita modificar la matrícula y cambiar de grupo para poder cursar el Bachillerato de Artes, y realizar así las materias de modalidad siguientes: Dibujo Artístico I, Dibujo Técnico I, Volumen y Cultura Audiovisual. Oviedo, 23 de octubre de 2021 Fdo.: Lucía Granados Romero Lucía G. © grupo edebé JEFA DE ESTUDIOS DEL IES LEOPOLDO ALAS CLARÍN Antología de textos: Instancia 2 Roberto Gómez Valiente, nacido en Palencia, el 20 de julio de 2007, estudiante de 3.º de ESO en el IES Santa María La Real, con DNI n.º 55984003H y con domicilio en calle de las Huertas, 16, 2.º D, Aguilar de Campoo (Palencia). EXPONGO: 1. Que soy conocedor de las ayudas que ofrece el Excmo. Ayuntamiento de Aguilar de Campoo, a través de su Concejalía de Juventud, relativas a la asistencia al Campamento de Verano de 2022. 2. Que reúno los requisitos necesarios para asistir al Campamento de Verano que organiza el Ayuntamiento de esta ciudad. 3. Que debido a los problemas derivados de la situación familiar (mi padre está desempleado y mi madre se encuentra de baja a causa de una enfermedad), no disponemos del dinero que cuestan la estancia y la manutención del Campamento de Verano. Por todo ello, SOLICITO: Que se me conceda una de las plazas gratuitas que el Ayuntamiento de Aguilar de Campoo dispone para las familias desfavorecidas o en precaria situación económica. Aguilar de Campoo, 13 de mayo de 2022 Fdo.: Roberto Gómez Valiente Roberto G. © grupo edebé SRA. ALCALDESA DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE AGUILAR DE CAMPOO (PALENCIA) Antología de textos: Carta de presentación Marcos Pérez Lafuente C/ Pardo, 25 08017, Córdoba 661 203 719 marcosperez@xxxx.com 8 de junio de 2021 A la atención del responsable de Recursos Humanos: El motivo de esta carta es hacerle llegar mi candidatura y el correspondiente currículum para cubrir la vacante de auxiliar de enfermería. Considero que no solo tengo las capacidades y competencias requeridas que se solicitan, sino la experiencia y el conocimiento necesarios para desarrollar correctamente las funciones propias del puesto. Por último, me gustaría subrayar que soy una persona flexible, comprometida, trabajadora y puntual, y además tengo la capacidad de adaptarme enseguida a los cambios. Espero que consideren mi candidatura y poder tener pronto la oportunidad de conocernos en una entrevista personal. Un cordial saludo, © grupo edebé Marcos Pérez Antología de textos: Reclamación SERVICIO DE ATENCIÓN AL CLIENTE Empresa MicroBarna.com DATOS DEL RECLAMANTE NOMBRE Y APELLIDOS: Hugo Beltrán Montoya DNI: 90845313T MicroBarna.com DOMICILIO: c/ Mallorca, 218 3.º 3.ª POBLACIÓN: Barcelona CÓDIGO POSTAL: 08037 TELÉFONO: 223 984 598 MOTIVO DE LA RECLAMACIÓN Compré a través de la página web www.microbarna.com un ordenador portátil nuevo, pero he recibido otro totalmente diferente que, además, parece usado. He llamado varias veces al teléfono que se facilita en la página web y he enviado varios correos electrónicos a la empresa, pero no consigo contactar con el servicio de atención al cliente para intentar solucionar el problema. DOCUMENTACIÓN QUE SE ACOMPAÑA Factura de la compra del ordenador. Correo electrónico que recibí por parte de la empresa MicroBarna.com al realizar la compra a través de su página web. Fotografías del ordenador portátil que compré (que aparecen en la página web www.microbarna.com) y fotografías del ordenador que recibí. El reclamante desea que las comunicaciones se realicen a través de (señale la opción que proceda): X → Correo electrónico X → Teléfono Correo ordinario En Barcelona, a 7 de abril de 2021 Firma: Hugo Beltrán © grupo edebé Número de reclamación: 000884370 Antología de textos: Recurso Excelentísimo señor alcalde de Salamanca: Los abajo firmantes, vecinos y vecinas del barrio de La Guindalera (Salamanca), nos manifestamos contrarios a la existencia de locales nocturnos en la plaza San Bartolomé. ALEGACIONES PRIMERA. El ruido provocado por el excesivo volumen de la música de los locales colindantes supera los límites de decibelios permitidos por la ley y ocasiona a los vecinos y vecinas trastornos físicos y, también, psicológicos (sensación de inquietud, inseguridad, disminución de concentración y efectividad en las tareas cotidianas, trastornos mentales…). SEGUNDA. La apertura de los locales nocturnos hasta altas horas de la madrugada impide el descanso de los vecinos y vecinas, no solo por el ruido procedente del interior de los locales, sino también por las voces y gritos de las personas que entran y salen, y por el alboroto que generan los cláxones de los coches que llegan a la zona. TERCERA. Algunos de los clientes de los locales, mostrando una conducta reprochable e incívica, consumen alcohol en la calle provocando una enorme cantidad de desechos intolerables: botellas de cristal, vasos de plástico, restos de bebida y otros residuos desagradables que no solo resultan molestos y antihigiénicos, sino que, además, modifican seriamente la buena imagen de las calles de nuestro barrio. SOLICITAMOS Que tenga presente la voluntad de los vecinos y vecinas del barrio a vivir tranquilos y que frene estos desórdenes contrarios a nuestro derecho fundamental a una convivencia cívica. En Salamanca, a 26 de marzo de 2020 © grupo edebé ASOCIACIÓN DE VECINOS DEL BARRIO DE LA GUINDALERA (SALAMANCA) Antología de textos: géneros periodísticos La columna de opinión Cigüeñas El mundo ha cambiado tanto que ya nada es como era, ni el clima, ni las costumbres de las cigüeñas, ni las supersticiones Si rebobinara el tiempo y regresara a los años de mi adolescencia, ayer habrían vuelto las cigüeñas a sus nidos, el sol derretiría la nieve acumulada en las calles durante todo el invierno y mi madre me habría llevado a Sabero a pedirle a San Blas, el santo protector de la garganta, que cuidara de la mía, trayendo de regreso de su ermita agua bendita y caramelos también bendecidos con ella para chuparlos cuando tuviera anginas o faringitis. Pero el tiempo ha pasado con velocidad de vértigo y ni las cigüeñas han vuelto, porque nunca se fueron, pues el clima se ha suavizado mucho últimamente, ni el sol derrite la nieve, pues ya no nieva apenas, ni mi madre me llevaría a Sabero, pues ya no vive y yo lo hago muy lejos de aquella ermita a la que peregrinábamos toda la gente del valle minero para pedirle a San Blas que protegiera nuestras gargantas. En apenas medio siglo, el mundo, no solo España, ha cambiado tanto que ya nada es como era, ni el clima, ni las costumbres de las cigüeñas, ni las supersticiones. En solo 50 años, que son los que uno recuerda, la humanidad y el mundo han cambiado tanto que cuesta reconocerlos a poco que uno los rememore en los años sesenta o setenta del pasado siglo y los compare con los de hoy. Y, sin embargo, el tiempo y el calendario siguen siendo los de siempre, lo cual produce un desfase entre nuestra realidad y ellos. Pasan los meses, las estaciones, se suceden uno tras otro los días y las fechas señaladas, cada uno con su recuerdo o su celebración adherida a él, pero ya apenas se corresponden con una meteorología modificada cada vez más por un cambio climático que ya ningún científico niega y por unas circunstancias culturales que evolucionan de día en día también a lomos de los avances tecnológicos, del desarrollo vertiginoso de la medicina y de otros conocimientos humanísticos y de la propia inercia del tiempo. La religión, las costumbres, los hitos del calendario que nos señalan el paso de este por nuestras existencias no son así, pues, más que anticuados recuerdos, cigüeñas imaginarias que ya no vuelan, como las verdaderas, salvo en nuestra imaginación. Y, sin embargo, el tiempo sigue pasando, sucediéndose a sí mismo día tras día y mes tras mes, matándonos poco a poco sin que lo percibamos, salvo de la ligera forma en la que la describió el poeta: «Y como nubes pasarán los días». Lo único que no cambia (que no cambiará nunca) es ese augurio de las cigüeñas que cada febrero vuelve, crepuscular y latino a un tiempo. Julio Llamazares, www.elpais.com (4 de febrero de 2016) Noticia 12 años de Facebook Corría el año 2004 cuando Mark Zuckerberg dejaba salir a la luz el proyecto de su vida: Facebook, una página web para que los estudiantes de la Universidad de Harvard pudiesen conocerse y entablar relaciones con más facilidad. El proyecto thefacebook, que así fue como se llamaba en un principio, no tardó en llegar a otras universidades e incluso a otros países. Su popularidad creció como la espuma y acabó convirtiéndose en la red social por excelencia en prácticamente todo el mundo. A lo largo de los años, Facebook ha sufrido numerosas modificaciones, tanto desde el punto de vista gráfico como de contenido y relaciones. Lo que no ha cambiado ha sido su popularidad, que se mantiene después de 12 años. Actualmente, la red social creada por Zuckerberg tiene más de 1,5 billones de usuarios activos y 934 millones de ellos entran a diario. Por otra parte, el creador de Facebook anunció en la pasada edición del Mobile World Congress de Barcelona la creación de un nuevo proyecto de alcance mundial llamado Internet.org, con el objetivo de hacer llegar conexión a Internet a cualquier rincón de la Tierra. Un proyecto de este calado limitaría el acceso a unas páginas determinadas y lo permitiría a otras, como precisamente Facebook. Así, con motivo del aniversario de esta popular red social, un grupo de expertos de Universidad Oberta de Cataluña (UOC) analiza la red social y las dudas éticas que planteará el futuro de Facebook con internet.org. © grupo edebé www.elmundo.es (3 de febrero de 2016) Antología de textos: géneros periodísticos El editorial Fibra óptica Barcelona puede ser, antes del próximo verano, la primera ciudad española que disponga de conexión a Internet mediante una red de fibra óptica instalada por todo su territorio municipal. Así se desprende del anuncio efectuado anteayer desde la dirección en Cataluña de Telefónica. La compañía de comunicaciones comenzó a instalar esta red en el 2011 y ahora se propone acelerar los trabajos de implantación de una tecnología que está justamente considerada la más eficiente, segura y rápida para las redes informáticas. Los cientos de miles de hogares, oficinas y comercios barceloneses que hoy en día dependen y utilizan Internet mediante conexiones con las redes convencionales, junto a la extensión de la telefonía móvil, que utiliza habitualmente la tecnología sin cableado (wi-fi), hacen necesaria la alternativa de fibra óptica, que ya ofrecen diversas compañías, pero que está lejos de extenderse por toda la ciudad con capacidad efectiva para entrar en todos los edificios y llegar físicamente hasta el usuario final. Barcelona, que aspira a convertirse en la capital mundial del móvil gracias a albergar el Mobile World Congress, merece y necesita la más completa red de fibra óptica, operativa y a precios accesibles. www.lavanguardia.com (8 de febrero de 2012) Cartas al director Basura para la subsistencia Sr. Director: Ver a alguien rebuscando en contenedores es un hecho que a diario se repite en nuestras ciudades. Lo que supermercados y panaderías desechan sirve para la subsistencia de muchos cuando no pueden hacerlo de otra manera. A diario se producen en España 2200 toneladas de pan aproximadamente, de las cuales un 30 %, o sea, 660 toneladas, van a la basura. Es vergonzoso. Más bien podemos calificarlo de insulto a los que pasan hambre y agravio para los que un poco de pan es un lujo. Ellos no pueden esperar que los grandes proyectos para paliar el hambre den los resultados previstos. Nuestras conciencias nos acusan de no hacer ese poco en nuestro entorno próximo. Lourdes Camps Carmona. Barcelona. www.elmundo.es (16 de febrero de 2010) Cartas al director ¿Quién pone la lavadora? Les escribo porque me sorprende leer al final del reportaje Domadores de bacterias la siguiente frase: «Deberíamos dejar que los niños se ensuciaran un poquito y no sobreprotegerlos… por mucho que nos enseñaran nuestras madres que los microbios son siempre el enemigo». ¡¡¡Pero bueno!!! ¿Es que no hay padres que se encargan de educar a sus hijos, de limpiar las manchas y poner lavadoras? Otra vez con el rol del género. Qué desilusión ese final. Esto de la igualdad de género no es de un día, sino de todos y de todos los días. © grupo edebé Marga López Tremps, Puerto de Sagunto (Valencia). El País Semanal (18 de marzo de 2012) © grupo edebé Antología de textos: el texto publicitario © grupo edebé Antología de textos: el texto propagandístico Antología de textos: el teatro neoclásico ACTO II. Escena VI DON PEDRO, DON ANTONIO Don Antonio.— ¡Calle! ¿Ya está usted por acá? Pues y la comedia, ¿en qué estado queda? Don Pedro.— Hombre, no me hable usted de comedia (Siéntase.), que no he tenido rato peor muchos meses ha. Don Antonio.— Pues ¿qué ha sido ello? (Sentándose junto a Don Pedro.) Don Pedro.— ¿Qué ha de ser? Que he tenido que sufrir (gracias a la recomendación de usted) casi todo el primer acto, y por añadidura una tonadilla1 insípida y desvergonzada, como es costumbre. Hallé la ocasión de escapar y aproveché. Don Antonio.— ¿Y qué tenemos en cuanto al mérito de la pieza? Don Pedro.— Que cosa peor no se ha visto en el teatro desde que las musas de guardilla2 le abastecen… Si tengo hecho propósito firme de no ir jamás a ver esas tonterías. A mí no me divierten; al contrario, me llenan de, de… No, señor, menos me enfada cualquiera de nuestras comedias antiguas, por malas que sean. Están desarregladas, tienen disparates; pero aquellos disparates y aquel desarreglo son hijos del ingenio, y no de la estupidez. Tienen defectos enormes, es verdad; pero entre esos defectos se hallan cosas que, por vida mía, tal vez suspenden y conmueven al espectador en términos de hacerle olvidar o disculpar cuantos desaciertos han precedido. Ahora, compare usted nuestros autores adocenados del día con los antiguos, y dígame si no valen más Calderón, Solís, Rojas, Moreto, cuando deliran, que estotros3 cuando quieren hablar en razón. Don Antonio.— La cosa es tan clara, señor don Pedro, que no hay nada que oponer a ella; pero, dígame usted, el pueblo, el pobre pueblo, ¿sufre con paciencia ese espantable comedión? Don Pedro.— No tanto como el autor quisiera porque algunas veces se ha levantado en el patio una mareta4 sorda que traía visos de tempestad. En fin, se acabó el acto muy oportunamente; pero no me atreveré a pronosticar el éxito de la tal pieza, porque aunque el público está ya muy acostumbrado a oír desatinos, tan garrafales como los de hoy jamás se oyeron. Don Antonio.— ¿Qué dice usted? Don Pedro.— Es increíble. Allí no hay más que un hacinamiento confuso de especies, una acción informe, lances inverosímiles, episodios inconexos, caracteres mal expresados o mal escogidos; en vez de artificio, embrollo; en vez de situaciones cómicas, mamarrachadas de linterna mágica. No hay conocimiento de historia ni de costumbres; no hay objeto moral; no hay lenguaje, ni estilo, ni versificación, ni gusto, ni sentido común. En suma, es tan mala y peor que las otras con que nos regalan todos los días. Don Antonio.— Y no hay que esperar nada mejor. Mientras el teatro siga en el abandono en que hoy está, en vez de ser el espejo de la virtud y el templo del buen gusto, será la escuela del error y el almacén de las extravagancias. Don Pedro.— Pero ¿no es fatalidad que después de tanto como se ha escrito por los hombres más doctos de la nación sobre la necesidad de su reforma, se han de ver todavía en nuestra escena espectáculos tan infelices? ¿Qué pensarán de nuestra cultura los extranjeros que vean la comedia de esta tarde? ¿Qué dirán cuando lean las que se imprimen continuamente? Don Antonio.— Digan lo que quieran, amigo don Pedro, ni usted ni yo podemos remediarlo. ¿Y qué haremos? Reír o rabiar; no hay otra alternativa… Pues yo más quiero reír que impacientarme. Don Pedro.— Yo no, porque no tengo serenidad para eso. Los progresos de la literatura, señor don Antonio, interesan mucho al poder, a la gloria y a la conservación de los imperios; el teatro influye inmediatamente en la cultura nacional; el nuestro está perdido, y yo soy muy español. Don Antonio.— Con todo, cuando se ve que… Pero ¿qué novedad es esta? Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva. tonadilla: canción alegre y ligera, especialmente si es de carácter folclórico. 2 guardilla: buhardilla. 3 estotros: estos otros. 4 mareta: rumor que provoca una muchedumbre cuando empieza a agitarse, o bien a sosegarse después de una agitación violenta. © grupo edebé 1 Antología de textos: el teatro y la lírica romántica El teatro romántico Jornada quinta - Escena X Los mismos y Doña Leonor, vestida con un saco y esparcidos los cabellos, pálida y desfigurada, aparece a la puerta de la gruta, y se oyen repicar a lo lejos las campanas del convento. Doña Leonor.— Huid, temerario; temed la ira del cielo. Don Álvaro.—(Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.) ¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento! ¡Es un espectro!... ¡Imagen adorada!... ¡Leonor! ¡Leonor! Don Alfonso.— (Como queriéndose incorporar.) ¡Leonor! ¿Qué escucho? ¡Mi hermana!... Doña Leonor.—(Corriendo detrás de don Álvaro.) ¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro! Don Alfonso.— ¡Oh, furia!... Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!... ¡Hipócritas!... ¡¡Leonor!! Doña Leonor.— ¡Cielos!, ¡otra voz conocida!... Mas, ¿qué veo? (Se precipita hacia donde ve a don Alfonso.) Don Alfonso.— ¡Ves al último de tu infeliz familia! Doña Leonor.— (Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mío!... ¡Alfonso! Don Alfonso.—(Hace un esfuerzo, saca un puñal y hiere de muerte a Leonor.) Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra... Muero vengado. (Muere.) Don Álvaro.—¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor!... ¿Eras tú?... ¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay! (Se inclina hacia el cadáver de ella.) Aún respira..., aún palpita aquel corazón todo mío... Ángel de mi vida..., vive, vive; yo te adoro... ¡Te hallé, por fin..., sí, te hallé... muerta! (Queda inmóvil.) Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino. Alianza Editorial. La lírica romántica Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarle, y apenas, ¡oh, hermosa!, si teniendo en mis manos las tuyas pudiera, al oído, cantártelo a solas. © grupo edebé Gustavo Adolfo Bécquer, «Rima I», en Rimas. edebé. Un manso río, una vereda estrecha, un campo solitario y un pinar, y el viejo puente rústico y sencillo completando tan grata soledad. ¿Qué es soledad? Para llenar el mundo basta a veces un solo pensamiento. Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras el puente, el río y el pinar desiertos. No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o dichoso, ya del dolor y del placer el árbitro, quien seca el mar y hace habitar el polo. Rosalía de Castro, «Canto VII», En las orillas del Sar. Akal. Antología de textos: La novela naturalista Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales, sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno. Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza. Al pronto fue útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos del agua terca y furiosa; y se reían de verla caer a distancia y de oír cómo fustigaba la cima del castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la lluvia a correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro de la copa y buscando después su natural nivel. A un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el mancebo1 llevó la mano a la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo las contrariedades que las venturas2. —Se acabó… —pronunció ella cuando todavía la risa le retozaba en los labios—. Nos vamos a poner como una sopa. Caladitos. —El que se mete debajo de hoja, dos veces se moja —respondió él sentenciosamente—. Larguémonos de aquí ahora mismo. Sé sitios mejores. —Y mientras llegamos, el agua nos entra por el pescuezo3, y nos sale por los pies. —Anda, tontiña. Remanga la falda y tapémonos la cabeza. Así, mujer, así. Verás qué cerquita está un escondrijo precioso. Alzó ella el vestido de lana a cuadros, cubriendo también a su compañero y realizando el simpático y tierno grupo de Pablo y Virginia, que parece anticipado y atrevido símbolo del amor satisfecho. Cada cual asió una orilla del traje, y al afrontar la lluvia, por instinto juntaron y cerraron bajo la barbilla la hendidura de la improvisada tienda, y sus rostros quedaron pegados el uno al otro, mejilla contra mejilla, confundiéndose el calor de su aliento y la cadencia de su respiración. Caminaban medio a ciegas, él encorvado, por ser más alto, rodeando con el brazo el talle de ella, y comunicando el impulso directivo, si bien el andar de los dos llevaba el mismo compás. 1 mancebo: muchacho o persona joven. 2 ventura: suerte favorable. 3 pescuezo: en el cuerpo de una persona o en un animal, parte que va desde la nuca hasta el tronco. © grupo edebé Emilia Pardo Bazán, La madre naturaleza (Alianza Editorial) Antología de textos: la novela realista El sol avanzaba hacia el zenit, y el enemigo estaba ya encima. «¿Les parece a ustedes que ésta es hora de empezar un combate? ¡Las doce del día!» exclamaba con ira el marinero aunque no se atrevía a hacer demasiado pública su demostración, ni estas conferencias pasaban de un pequeño círculo, dentro del cual yo, llevado de mi sempiterna insaciable curiosidad, me había injerido. No sé por qué me pareció advertir en todos los semblantes cierta expresión de disgusto. Los oficiales en el alcázar de popa y los marineros y contramaestres en el de proa, observaban los navíos sotaventados y fuera de línea, entre los cuales había cuatro pertenecientes al centro. Se me había olvidado mencionar una operación preliminar del combate, en la cual tomé parte. Hecho por la mañana el zafarrancho, preparado ya todo lo concerniente al servicio de piezas y lo relativo a maniobras, oí que dijeron: «La arena, extender la arena». Marcial me tiró de la oreja, y llevándome a una escotilla, me hizo colocar en línea con algunos marinerillos de leva, grumetes y gente de poco más o menos. Desde la escotilla hasta el fondo de la bodega se habían colocado, escalonados en los entrepuentes, algunos marineros, y de este modo iban sacando los sacos de arena. Uno se lo daba al que tenía al lado, éste al siguiente, y de este modo se sacaba rápidamente y sin trabajo cuanto se quisiera. Pasando de mano en mano, subieron de la bodega multitud de sacos, y mi sorpresa fue grande cuando vi que los vaciaban sobre la cubierta, sobre el alcázar y castillos, extendiendo la arena hasta cubrir toda la superficie de los tablones. Lo mismo hicieron en los entrepuentes. Por satisfacer mi curiosidad, pregunté al grumete que tenía al lado. «Es para la sangre —me contestó con indiferencia. —¡Para la sangre!» repetí yo sin poder reprimir un estremecimiento de terror. Miré la arena; miré a los marineros, que con gran algazara se ocupaban en aquella faena, y por un instante me sentí cobarde. Sin embargo, la imaginación, que entonces predominaba en mí, alejó de mi espíritu todo temor, y no pensé más que en triunfos y agradables sorpresas. El servicio de los cañones estaba listo, y advertí también que las municiones pasaban de los pañoles al entrepuente por medio de una cadena humana semejante a la que había sacado la arena del fondo del buque. Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos. Uno se dirigía hacia nosotros, y traía en su cabeza, o en el vértice de la cuña, un gran navío con insignia de almirante. Después supe que era el Victory y que lo mandaba Nelson. El otro traía a su frente el Royal Sovereign, mandado por Collingwood. Todos estos hombres, así como las particularidades estratégicas del combate, han sido estudiados por mí más tarde. © grupo edebé Trafalgar, Benito Pérez Galdós. Cátedra Adaptación curricular (Profundización) Más allá del modernismo: Juan Ramón Jiménez 1. La poesía de Juan Ramón Jiménez evoluciona desde el modernismo hasta un estilo personal, en el que el poeta busca la perfección formal y la belleza. Lee estas estrofas de dos de sus poemas y responde a las preguntas. B A La esperanza no existe, los recuerdos son viejos, el corazón parece que late en el olvido, las almas que nos quieren están todas muy lejos, el amor inmortal no ha venido..., o se ha ido... Juan Ramón Jiménez. Antología poética. Biblioteca Edaf. 2. Sabía a mujer dorada, era lánguida, eran sueños celestes sus sueños, eran líriados sus pensamientos; [...] Hablaba siempre en azul, era dulcísima... pero yo nunca pude saber si eran rubios sus cabellos. Juan Ramón Jiménez. Jardines lejanos. Visor Libros. eñala cuál es el tema del fragmento A. Localiza las palabras o expresiones que lo ejemplifiquen. S ....................................................................................................................................................................... ....................................................................................................................................................................... 3. Indica si el concepto de la vida en ese fragmento es optimista o pesimista. Razona tu respuesta. ....................................................................................................................................................................... ....................................................................................................................................................................... 4. ¿Cuál de las dos estrofas te parece más modernista? ¿Por qué? ....................................................................................................................................................................... ....................................................................................................................................................................... 5. Localiza en el fragmento B dos ejemplos de sinestesia. ....................................................................................................................................................................... © grupo edebé ....................................................................................................................................................................... Antología de textos: poemas de Rubén Darío Canción de otoño en primavera Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer… Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera oscura hecha de noche y de dolor. Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé… Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer… Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905) Lo fatal Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta en sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!... © grupo edebé Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905) Antología de textos: poemas de Juan Ramón Jiménez Viene una música lánguida, no sé de dónde, en el aire. Da la una. Me he asomado para ver qué tiene el parque. La luna, la dulce luna, tiñe de blanco los árboles, y, entre las ramas, la fuente alza su hilo de diamante. En silencio, las estrellas tiemblan; lejos, el paisaje mueve luces melancólicas, ladridos y largos ayes. Otro reló da la una. Desvela mirar el parque lleno de almas, a la música triste que viene en el aire. ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! …Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas… ¡Intelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! Juan Ramón Jiménez, Eternidades (1911). (1918). Cátedra Juan Ramón Jiménez, Arias tristes (1902-1903). Cátedra Viene una esencia triste de jazmines con luna y el llanto de una música romántica y lejana… de las estrellas baja, dolientemente, una brisa con los colores nuevos de la mañana… Espectral, amarillo, doloroso y fragante, por la niebla de la avenida voy perdido, mustio de la armonía, roto de lo distante, muerto entre rosales pálidos del olvido… Y aún la luna platea las frondas de tibieza cuando ya el día rosa viene por los jardines, anegando en sus lumbres esta vaga tristeza con música, con llanto, con brisa y con jazmines… Juan Ramón Jiménez, La soledad sonora (1911). Cátedra Quiero quedarme aquí, no quiero irme a ningún otro sitio. Todos los paraísos (que me dijeron) en que tú habitabas, se me han desvanecido en mis ensueños porque me comprendí mejor este en que vivo, ya centro abierto en flor de lo supremo. Verdor de primavera de mi atmósfera, ¿qué luz podrá sacar de otro verdor una armonía de totalidad más limpia, una gloria más grande y fiel de fuera y dentro? Esta fue y es y será siempre la verdad: tú oído, visto, comprendido en este paraíso mío, tú de verdad venido a mí en lo desnudo de este hermoso fondo. © grupo edebé Juan Ramón Jiménez, Dios deseado y deseante (1948-1949). Cátedra Antología de textos: poemas de Pedro Salinas Cerrado te quedaste, libro mío. Tú, que con la palabra bien medida me abriste tantas veces la escondida vereda que pedía mi albedrío, esta noche de julio eres un frío mazo de papel blanco. Tu fingida 1 brío: energía, fuerza con la que algo crece o se desarrolla. 2 venero: corriente de agua que brota del suelo de forma natural. lumbre de buen amor está encendida dentro de mí con no fingido brío1. Pero no has muerto, no, buen compañero que para vida superior te acreces: el oro que guardaba tu venero2 hoy está libre en mí, no en ti cautivo, y lo que me fingiste tantas veces aquí en mi corazón lo siento vivo. Pedro Salinas, Presagios (1924) Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto, que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes. Se empezó, se acabó en él. Hoy estoy besando un beso; estoy solo con mis labios. Los pongo no en tu boca, no, ya no… —¿Adónde se me ha escapado?—. Los pongo en el beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que se besaron. Y dura este beso más que el silencio, que la luz. Porque ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos. © grupo edebé Pedro Salinas, La voz a ti debida (1941-1944) Antología de textos: poemas de Luis Cernuda Quisiera estar solo en el sur Quizá mis lentos ojos no verán más el sur de ligeros paisajes dormidos en el aire, con cuerpos a la sombra de ramas como flores o huyendo en un galope de caballos furiosos. El sur es un desierto que llora mientras canta, y esa voz no se extingue como pájaro muerto; hacia el mar encamina sus deseos amargos abriendo un eco débil que vive lentamente. En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; su niebla misma ríe, risa blanca en el viento. Su oscuridad, su luz son bellezas iguales. Luis Cernuda, Un río, un amor (1929). Cátedra A un poeta futuro […] Ahora, cuando me catalogan ya los hombres Bajo sus clasificaciones y sus fechas, Disgusto a unos por frío y a los otros por raro, Y en mi temblor humano hallan reminiscencias Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba. Yo no podré decirte cuánto llevo luchando Para que mi palabra no se muera Silenciosa conmigo, y vaya como un eco A ti, como tormenta que ha pasado Y un son vago recuerda por el aire tranquilo. Tú no conocerás cómo domo mi miedo Para hacer de mi voz mi valentía, Dando al olvido inútiles desastres Que pululan en torno y pisotean Nuestra vida con estúpido gozo, La vida que serás y que yo casi he sido. Porque presiento en este alejamiento humano Cuán míos habrán de ser los hombres venideros, Cómo esta soledad será poblada un día, Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen. Si renuncio a la vida esa para hallarla luego Conforme a mi deseo, en tu memoria. […] © grupo edebé Luis Cernuda, Como quien espera el alba (1941-1944). Cátedra Antología de textos: poemas de Gabriel Celaya En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata. La luna es un grito muerto en los ojos delirantes. Con su nimbo de silencio pasan los noctámbulos de cabeza de cristal, pasan como quien suspira, pasan entre los hielos transparentes y verdes. Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero sobre los cuerpos blanquísimos del frío. En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio; los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna. Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos, el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas, el momento en que por fin todo parece posible. En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio. Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta. La quietud de esta hora es un silencio que escucha, el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca. Decidme lo que habéis visto. En el fondo de la noche hay un escalofrío de cuerpos ateridos. Gabriel Celaya, Marea de silencio (1935) Campesinos, obreros, trabajadores broncos, mujeres soterradas, varones cara al viento, en vosotros, arcaicos, descubro mi firmeza. Quiero cantar el noble silencio golpeado, quiero ser un badajo de campana en la ausencia y un dolor martillado que se clava en el centro. ¡Estatuas, dignidades, resistencias sagradas, hombres libres que dais el quién vive al destino y atravesáis indemnes la miseria de un mundo de abogados, tenderos y pobres nuevos ricos que se arreglan las uñas y sonríen con baba! Vosotros, roca virgen y términos humanos, sin esperanza, firmes, materiales, augustos, seguros como el suelo que piso sin pensarlo, proclamáis, ejemplares un más acá orgulloso. Vosotros, dioses nuevos, terratenientes santos, aquilatáis la hombría, valoráis lo que vale, y edificáis mi mundo con humus cotidiano. © grupo edebé Gabriel Celaya, Lo demás es silencio. Antología de textos: poemas de Jaime Gil de Biedma Por lo visto es posible declararse hombre. Por lo visto es posible decir no. De una vez y en la calle, de una vez, por todos y por todas las veces en que no pudimos. Importa por lo visto el hecho de estar vivo. Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos a diario cumplidos en la calle por todos. Y será preciso no olvidar la lección: saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos hay un arma escondida, saber que estamos vivos aún. Y que la vida todavía es posible, por lo visto. Jaime Gil de Biedma, Compañeros de viaje (1959) No volveré a ser joven Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde —como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos —envejecer, morir, eran tan solo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra. Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos (1968) Pasada ya la cumbre de la vida, justo al otro lado, yo contemplo un paisaje no exento de belleza en los días de sol, pero en invierno inhóspito. Aquí sería dulce levantar la casa que en otros climas no necesité, aprendiendo a ser casto y a estar solo. Un orden de vivir, es la sabiduría. Y qué estremecimiento, purificado, me recorrería mientras que atiendo al mundo de otro modo mejor, menos intenso, y medito a las horas tranquilas de la noche, cuando el tiempo convida a los estudios nobles, el severo discurso de las ideologías —o la advertencia de las constelaciones en la bóveda azul… […] © grupo edebé Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos (1968) Antología de textos: El camino, de Miguel Delibes Cuando saltaron la tapia del Indiano, Daniel, el Mochuelo, tenía el corazón en la garganta. En verdad, no sentía apetito de manzanas ni de ninguna otra cosa que no fuera tomar el pulso a una cosa prohibida. Roque, el Moñigo, fue el primero en dejarse caer al otro lado de la tapia. Lo hizo blandamente, con una armonía y una elegancia casi felinas, como si sus rodillas y sus ingles estuvieran montadas sobre muelles. Después les hizo señas con la mano, desde detrás de un árbol, para que se apresurasen. Pero lo único que se apresuraba de Daniel, el Mochuelo, era el corazón, que bailaba como un loco desatado. Notaba los miembros envarados y una oscura aprensión mermaba su natural osadía. Germán, el Tiñoso, saltó el segundo, y Daniel, el Mochuelo, el último. En cierto modo, la conciencia del Mochuelo estaba tranquila. Por la mañana había preguntado a don José, el cura, que era un gran santo: —Señor cura, ¿es pecado robar manzanas a un rico? Don José había meditado un momento antes de clavar sus ojillos, como puntas de alfileres, en él: —Según, hijo. Si el robado es muy rico, muy rico y el ladrón está en caso de extrema necesidad y coge una manzanita para no morir de hambre, Dios es comprensivo y misericordioso y sabrá disculparle. Daniel, el Mochuelo, quedó apaciguado interiormente. Gerardo, el Indiano, era muy rico, muy rico, y, en cuanto a él, ¿no podría sobrevenirle una desgracia como a Pepe, el Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de vitaminas y Don Ricardo, el médico, le dijo que comiera muchas manzanas si quería curarse? ¿Quién le aseguraba que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería una desgracia semejante a la que aquejaba a Pepe, el Cabezón? Al pensar en esto, Daniel, el Mochuelo, se sentía más aliviado. También le tranquilizaba no poco saber que Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico, la Mica con «los Ecos del Indiano» en la ciudad, y Pascualón, el del molino, que cuidaba de la finca, en la tasca del Chano disputando una partida de mus. No había, por tanto, nada que temer. Y, sin embargo, ¿por qué su corazón latía de este modo desordenado, y se le abría un vacío acuciante en el estómago, y se le doblaban las piernas por las rodillas? Tampoco había perros. El Indiano detestaba este medio de defensa. Tampoco, seguramente, timbres de alarma, ni resortes sorprendentes, ni trampas disimuladas en el suelo. ¿Por qué temer, pues? Avanzaban cautelosamente, moviéndose entre las sombras del jardín, bajo un cielo alto, tachonado de estrellas diminutas. […]. Ya estaban bajo el manzano elegido. Crecía unos pies por detrás del edificio. Roque, el Moñigo, dijo: —Quedaos aquí; yo sacudiré el árbol. Y se subió a él sin demora. Las palpitaciones del corazón del Mochuelo se aceleraron cuando el Moñigo comenzó a zarandear las ramas con toda su fuerza y los frutos maduros golpeaban la hierba con un repiqueteo ininterrumpido de granizada. Él y Germán, el Tiñoso, no daban abasto para recoger los frutos desprendidos. Daniel, el Mochuelo, al agacharse, abría la boca, pues a ratos le parecía que le faltaba el aire y se ahogaba. Súbitamente, el Moñigo dejó de zarandear el árbol. —Mirad; está ahí el coche —murmuró, desde lo alto, con una extraña opacidad en la voz. Daniel y el Tiñoso miraron hacia la casa en tinieblas. La aleta del coche negro del Indiano, que metía menos ruido aún que el primero que trajo al valle, rebrillaba tras la esquina de la vivienda. A Germán, el Tiñoso, le temblaron los labios al exigir: —Baja aprisa; debe de estar ella. Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, se movían doblados por los riñones, para soportar mejor las ingentes brazadas de manzanas. El Mochuelo sintió un miedo inmenso de que alguien pudiera sorprenderle así. Apoyó con vehemencia al Tiñoso: —Vamos, baja, Moñigo. Ya tenemos suficientes manzanas. El temor les hacía perder la serenidad. La voz de Daniel, el Mochuelo, sonaba agitada, en un tono superior al simple murmullo. Roque, el Moñigo, quebró una rama con el peso del cuerpo al tratar de descender precipitadamente. El chasquido restalló como un disparo en aquella atmósfera queda de roces y susurros. © grupo edebé Miguel Delibes, El camino. Ed. Destino Antología de textos: la narrativa actual Aquella mañana algo alteró la rutina. En vez de pasar como siempre ante la taberna para seguir calle arriba, permitiéndome la acostumbrada y fugaz visión de su rubia pasajera, el carruaje se detuvo antes de llegar a mi altura, a una veintena de pasos de la taberna del Turco. Un trozo de duela se había adherido con el lodo a una de las ruedas, girando con ella hasta bloquear el eje; y el cochero no tuvo más remedio que detener las mulas y echar pie a tierra, o al barro para ser exactos, a fin de eliminar el obstáculo. Ocurrió que un grupo de mozalbetes habituales de la calle se acercó a hacer burla del cochero, y este, malhumorado, echó mano al látigo para ahuyentarlos. Nunca lo hiciera. Los pilluelos de Madrid, en aquella época, eran zumbones y reñidores como moscas borriqueras —que a ser en Madrid nacido supiera reñir mejor, decía una vieja jácara—, y además no todos los días se brindaba como diversión una carroza para ejercitar la puntería. Así que armados con pellas de barro, empezaron a hacer gala de un tino en el manejo de sus proyectiles que ya hubieran querido para sí los más hábiles arcabuceros de nuevos tercios. Me levanté, alarmado. La suerte del cochero me importaba un bledo, pero aquel carruaje transportaba algo que, a tales alturas de mi joven vida, era la más preciosa carga que podía imaginar. Además, yo era hijo de Lope de Balboa, muerto gloriosamente en las guerras del rey de nuestro señor. Así que no tenía elección. Resuelto a batirme en el acto por quien, aún desde lejos y con el máximo respeto, consideraba mi dama, cerré contra los pequeños malandrines, y en dos puñadas y cuatro puntapiés disolví la fuerza enemiga, que se esfumó en rápida retirada dejándome dueño del campo. El impulso de la carga —con mi secreto anhelo, todo hay que decirlo—, me había llevado junto al carruaje. El cochero no era hombre agradecido; así que tras mirarme con hosquedad, reanudó su trabajo. Estaba a punto de retirarme cuando los ojos azules aparecieron en la ventanilla. La visión me clavó en el suelo, y sentí que el rubor subía a mi cara con la fuerza de un pistoletazo. Arturo Pérez-Reverte, El capitán Alatriste. Círculo de Lectores. Julio se fue al final de aquel mismo verano, sin recoger casi sus cosas, como si temiera que yo pudiera adelantarme. Ni siquiera me lo dijo hasta el último momento, la víspera de la partida, cuando ya estaban cargando los muebles en el carro. Recuerdo que esa noche, había una extraña calma por las calles. Sabina y yo cenamos en silencio, sin mirarnos, y luego yo marché a esconderme en el molino. Fue una noche triste, la más triste quizá de cuantas he vivido. Durante varias horas, permanecí sentado en un rincón, envuelto en la penumbra, sin conseguir dormirme ni olvidar la última mirada de Julio al despedirse. A través de la ventana, podía ver el portalón hundido y devorado por el musgo del molino y los reflejos temblorosos de los chopos sobre el río: inmóviles, solemnes, como columnas amarillas bajo la luz mortal y helada de la luna. Todo estaba en silencio, envuelto en una paz tan densa e indestructible que acentuaba más la desazón que yo sentía. A lo lejos, sobre la línea de los montes, los tejados de Ainielle flotaban en la noche como la sombra de los chopos sobre el agua. Pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía. © grupo edebé Julio Llamazares, La lluvia amarilla. Seix Barral. Antología de textos: el teatro contemporáneo Doña Dolores. —Menos mal que han traído algo de alimento. Don Luis. —A propósito de alimento, ¿planteamos eso que me has dicho? Doña Dolores. —Me da vergüenza, Luis. Don Luis. —Pues no te ha dado decírmelo a mí. Doña Dolores. —(A Manolita y a Luis.) Veréis, hijos, ahora que no está Julio... Y perdóname, Manolita... No sé si habréis notado que hoy casi no había lentejas. Luis. —A mí sí me ha parecido que había pocas, pero no me ha chocado: cada vez hay menos. Don Luis. —Pero hace meses que la ración que dan con la cartilla es casi la misma. Y tu madre pone en la cacerola la misma cantidad. Y, como tú acabas de decir, en la sopera cada vez hay menos. Luis. —¡Ah! Manolita. —¿Y qué quieres decir, mamá? ¿Qué quieres decir con eso de que no está Julio? Doña Dolores. —Que como su madre entra y sale constantemente en casa, yo no sé si la pobre mujer, que está, como todos, muerta de hambre, de vez en cuando mete la cuchara en la cacerola. Manolita. —Mamá... Doña Dolores. —Hija, el hambre... Pero, en fin, yo lo único que quería era preguntaros. Preguntaros a todos, porque la verdad es que las lentejas desaparecen. Don Luis. —Decid de verdad lo que creáis sin miedo alguno, porque a mí no me importa nada soltarle a la pelma cuatro frescas. Manolita. —Pero, papá, tendríamos que estar seguros. Don Luis. —Yo creo que seguros estamos. Porque la única que entra aquí es ella. Y ya está bien que la sentemos a la mesa todos los días... [...] Luis. —Mamá, yo, uno o dos días, al volver del trabajo, he ido a la cocina... Tenía tanta hambre que, en lo que tú ponías la mesa, me he comido una cucharada de lentejas... Pero una cucharada pequeña... Don Luis. —¡Ah!, ¿eras tú? [...]. (A doña Dolores.) Y tú, al probar las lentejas, cuando las estás haciendo, ¿no te tomas otra cucharada? Doña Dolores. —¿Eso qué tiene que ver? Tú mismo lo has dicho: tengo que probarlas... Y lo hago con una cucharadita de las de café. (Manolita ha empezado a llorar.) Doña Dolores. —¿Qué te pasa, Manolita? Manolita. —(Entre sollozos.) Soy yo, soy yo. No le echéis la culpa a ese infeliz. Soy yo... Todos los días, antes de ir a comer... voy a la cocina y me como una o dos cucharadas... Solo una o dos..., pero nunca creí que se notase. © grupo edebé Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano. Editorial Espasa.