1. Latinoamérica como proyecto occidental Existe el entendido colonial de que cuando se habla de Latinoamericana, este contexto es restringido sólo al ámbito de las repúblicas o de los estados nacionales, que son el efecto de la guerra que los comerciantes mestizos y criollos promovieran y financiaran contra la corona española, para liberarse de los gravámenes que ésta les imponía. Durante el siglo XIX y un buen tramo del XX –corrobora García Canclini-, cada persona pertenecía a una nación y desde allí imaginaba sus relaciones con los otros. La nación servía de contendedor para la ciudadanía y como mediación para interactuar más allá de las fronteras. Los latinoamericanos sabíamos que nos unían dos idiomas (español y portugués) y en vastas regiones eran casi secretas las lenguas indígenas (salvo en Bolivia, Paraguay, Perú, Guatemala y México). En las escuelas de lancestrales, luchando contra las desigualdades endémicas derivadas de las pautas históricas de colonización. La resistencia armada, la diplomacia y el derecho han sido instrumentos en esta lucha por la supervivencia. Sobre todo a partir de los últimos años, y paralelamente a otros esfuerzos al interior de los países en los que viven, los pueblos indígenas han apelado a la comunidad internacional y han puesto sus ojos en el derecho internacional como un instrumento susceptible de apoyar su causa.” (Anaya, 2005: 26). continente nos enseñaban una historia más o menos compartida, y algunos sectores sentían que también los unificaba la religión católica. (García Canclini, 2002: 23) Ya en el plano filosófico, cabe preguntarse si dicha comprensión de Latinoamérica es suficiente y pertinente y si -al presuponer dicha identidad fundada en el mestizo y sus pulsiones “(in)dependentistas”-, no se está cayendo en el error de negar e ignorar la relevancia de las culturas indígenas del continente, a la hora de plantear el proyecto de un pensar filosófico auténtico, que es la brega de pensadores como Francisco Miro Quesada (1974), Leopoldo Zea (1969; 1972) o Augusto Salazar Bondy (1968), entre varios otros. Naturalmente, entender Latinoamérica, restringida a los Estados-naciones de carácter monocultural y a los criollos y mestizos como sujetos fundacionales de dicha identidad, trae consigo dos tipos de exclusiones: la negación de las culturas indígenas como raíz de la verdadera identidad “latinoamericana” y la exclusión de sus racionalidades como fuentes de entendimiento y, por lo tanto, ya no sólo de una filosofía, sino de proyectos filosóficos diferenciados y de ciencias sociales a su imagen y semejanza. Entonces, el proyecto latinoamericano de “una” identidad nunca fue un proyecto de identidad auténtico,86 mucho menos indígena en sentido descolonial.87 En el trabajo de constituir filosofías en Latinoamérica, nos enfrentamos con el grave problema de bregar con un latinoamericanismo, que es parte de la carrera que el mundo occidental iniciara en el siglo XVI, un latinoamericanismo que no se funda en su diversidad cultural, sino en lineamientos religiosos, educativos, económicos y políticos foráneos, que no pueden ni deben ser vistos como propios. El argumento viene de Fanon: Hace siglos que Europa ha detenido el progreso de los demás hombres y los ha sometido a sus designios y a su gloria; hace siglos que, en nombre de una pretendida “aventura espiritual” ahoga a casi toda la humanidad. (Fanon, 1977: 287-288) 86 “(…) no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado.” Simón Bolívar: “Discurso de Angostura. (Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, día de su instalación. Cursivas del autor. 87 Indígena es el sujeto que está dentro de su cultura o en el medio de origen de su conducta histórico-social. Naturalmente, esto no descarta que dicha conducta haya incorporado contenidos provenientes de otras culturas. Lo relevante es que esta articulación se realiza en y desde una identidad originada en el medio donde ha nacido. Uno de los argumentos en los que se funda América Latina, pensada y sentida como un contexto que se erige a pesar de las diferencias indígenas, es el discurso del mestizaje, sincretismo, heterogeneidad e hibridez culturales. Pensadores como Zea o Serge Gruzinski (1999) confirman ello cuando aseguran que la autenticidad de Latinoamérica no reside en las culturas indígenas, sino en su mestizaje (Zea, 1981). ¿Ante qué desafío nos sitúa esta percepción occidental de Latinoamérica? Es preciso que América Latina deje de ser moderna, en el sentido filosófico de la palabra. Para que esto suceda, la “otra cara” negada y victimizada de la modernidad -la periferia colonial, la india, el esclavo, la mujer, el niño, las culturas populares subalternas- deben, en primer lugar, descubrirse a sí mismas como inocentes, como la “víctima inocente” de un sacrificio ritual, el cual, en el proceso de descubrirse a sí misma como inocente debe ahora juzgar a la modernidad como culpable de una violencia originaria, constitutiva e irracional.(Dussel, 2001: 70) El presupuesto de esta posibilidad es la autoconciencia, más allá de las restricciones impuestas en Latinoamérica por los estados-naciones monoculturales, que actualmente se ven políticamente obligados a reconocer a las culturas originarias y, en lo ético, a promover su tolerancia. En lo económico pareciera aún imposible desplazar el capitalismo y generar otro tipo de economía fundada en la preservación de la vida de la Naturaleza o Pachamama, que es la fuente de la vida de todo ser humano. Dicha autoconciencia llevaría a poner en crisis la comprensión occidental de Latinoamérica y generar otra, que ya no se limite a ir sólo del siglo XIX para adelante, sino a rearticular las historias anteriores a la invasión de los europeos, para reconfigurar una identidad intra-pluri-intercultural “verdadera”, en base a la cual sea posible también estructurar proyectos filosóficos auténticos.