Subido por Isaac Berlanga

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De la A a la Z de un pianista. Un libro para amantes del piano, Alfred Brendel
Trad. Jorge Seca. Ilust. Gottfried Wiegand. Acantilado, Barcelona, 2013. 146 pp.
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Nabor Raposo
A mediados de 2012, la revista australiana Limelight (especializada en artes y mús
ica clásica) realizó una votación entre jóvenes y consagrados pianistas de todo el mundo
para dirimir la lista de los diez mejores de la historia. Pese a que la crítica r
igurosa suele mostrar su más enérgico rechazo a las acciones de esta índole, sabedoras
de que, por norma general, poco o nada aportan a la disciplina mas allá de generar
la controversia necesaria para rellenar revistas y venderlas mejor , lo cierto es
que la clasificación resultante tras el muestreo parece que es, a juicio de los p
ropios músicos, bastante atinada. Hay, cómo no, reproches más o menos justificados a l
a lista (casi todos están ya muertos, no hay ninguna mujer; por otro lado, hay com
positores de piano como Liszt o Chopin, o virtuosos como Clara Schumann, que no
dejaron grabaciones), pero lo cierto es que todos los que figuran en el escalafón
son artistas completos y alcanzaron la celebridad. En la octava posición figura Br
endel.
De vocación tardía y prácticamente autodidacta, Alfred Brendel (1931) tomó clases en su
juventud con Edwin Fischer. Más tarde sería el primer intérprete en completar la graba
ción de los solos para piano de Beethoven, incluyendo sus famosas 32 sonatas. Reti
rado de los escenarios desde 2008, compaginó durante años su faceta de concertista c
on la de docente para dedicarse finalmente a la Literatura y las conferencias, d
onde hoy hace gala de un proverbial sentido del humor. Desde hace cuarenta años vi
ve en Londres, aquejado de una sordera que avanza paulatinamente y empaña irónicamen
te su gloriosa senectud.
Quien busque en De la A a la Z de un pianista una especie de diccionario técnico s
obre piano, tiene en sus manos el manual equivocado. Este libro destila lo que, a
mi avanzada edad, tengo que decir sobre la música, los músicos y los asuntos de mi
oficio , apunta el autor en las primeras líneas del Prefacio. Y, aunque casi con tod
a seguridad, sea imposible recopilar en un volumen todo lo que éste tenga que deci
r sobre la música, los músicos y otros asuntos, lo cierto es que el libro recoge una
s cuantas claves para interpretar el universo pianístico de toda una institución com
o Brendel, bajo un prisma muy original y casi siempre acertado.
Este particular vademécum aborda, en resumen, una exposición crítica tanto del arte de
la interpretación (que considera como «una especie de sala de espejos deformantes») e
n su conjunto, como de algunos aspectos puntuales de la misma («tocar las octavas
con la mano izquierda es un error muy habitual»). Sin abrazar del todo aquel acade
micismo estricto propio de las lecciones de piano, Brendel se desliza con una el
egancia sublime hacia el consejo y la sugerencia como lo haría un maestro del zen
(«Los acordes pueden iluminarse desde dentro»; «el piano puede cantar siempre que el p
ianista así lo desee y sepa cómo hacerlo»; «una apropiación mutua que puede llegar tan lej
os que la pieza interprete al intérprete»). Sin embargo, no le resultará fácil al neófito
comprender ciertos detalles técnicos, muy complicados de seguir para los no inicia
dos, en algunos pasajes puntuales de la obra (cuando explica, por ejemplo, que e
l tempo blanca = 138 para el primer movimiento de la Sonata Hammerklavier de Bee
thoven es precipitado, en alusión a las indicaciones de metrónomo de algunos composi
tores). No obstante, el lector también podrá emplear estas páginas como una inmejorabl
e herramienta para complementar o acceder a una deliciosa cultura musical. El li
bro está plagado de referencias a los más grandes compositores de música clásica de la H
istoria y sus obras más importantes; no en vano, y salvo Chopin como bien apunta Br
endel , ninguno de ellos canalizó el conjunto de su obra como una serie de escritura
s exclusivas para piano. Si bien el autor nunca pierde de vista las aportaciones
que los grandes genios hicieron a su instrumento, se deshace en elogios hacia l
os Bach («el gran maestro de la música en todos los instrumentos de teclado»), los Moz
art, los Beethoven, Liszt («un soberano romántico, él y sólo él abre el horizonte de todo
que puede ofrecer el piano»), Schumann (cuya Fantasía en do mayor constituye «el símbol
o del alma del piano») o el propio Chopin y sus Veinticuatro preludios, «una cumbre
absoluta de la música para piano». Será responsabilidad última del lector detenerse en e
l mera lectura del programa o, por el contrario, explorar el territorio musical
que tan desinteresadamente se le despliega para cultivar un buen porcentaje de e
xcelente crianza.
Al margen de todo lo anterior, tal vez sea necesario apuntar una circunstancia q
ue en ningún caso puede atribuirse al descuido. A pesar de que, entre todas las pa
labras que se desgranan a modo de diccionario, podemos en efecto encontrar una b
uena nómina de compositores, se echa en falta, quizá, la presencia de algún intérprete e
n la lista. Cierto es que se cita a Fischer, Kempff, Schnabel o Cortot, pero única
mente para señalar las grabaciones de referencia que existen sobre las obras canónic
as escritas para piano. [Nota importante: los cuatro pianistas mencionados forma
n parte de la lista de Limelight. No hay rastro, en el presente volumen, de quie
nes ocupan las tres primeras posiciones: Rachmaninov, Horowitz y Richter. Brende
l votó por Cortot.]
Por último, cabe señalar que, como no podría ser de otra forma, también hay espacio en e
l libro para las reivindicaciones personales (el papel fundamental del humor: «a l
a música se le concede el suspiro, pero no la risa»); sus gustos, sus vicios, las fi
lias y las fobias: entre éstas últimas, el lector descubrirá su manifiesto disgusto ha
cia los intérpretes que toman las obras maestras como materia prima para sus propia
s divagaciones o la situación de algunos pianistas jóvenes, que sólo llegarán «a alcanzar
u nivel óptimo entre los cuarenta y los sesenta [años]», y cuyo peligro «consiste en una
arrogancia que no se corresponde con la responsabilidad musical». Quien conozca m
edianamente la trayectoria del maestro, no tendrá dificultades para personalizar c
on nombres propios algunas de estas aversiones y antipatías.
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