Subido por Andrés Medina

La clase mas ruidosa A proposito de los

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Marco Palacios
La clase más
ruidosa y otros
ensayos sobre
política e historia
grupo editorial norma
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José San Juan San Salvador Santiago Santo
Domingo
La clase más ruidosa/Marco P.
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Palacios, Marco, 1944La clase más ruidosa y otros ensayos sobre política e historia
/ Marco Palacios. -- Bogotá: Editorial Norma, 2002.
256 p.; 21 cm. -- (Colección Vitral)
ISBN: 958-04-6476-8
1. Colombia - Política - Ensayos, conferencias, etc. 2. Colombia Historia - Ensayo - Conferencias, etc. 3. Historia política - Colombia Ensayo, conferencias, etc. 4. Clase dirigente - Historia - Colombia Ensayos, conferencias, etc. I. Tít. II. Serie
320.986 cd 19 ed.
AHG7061
CEP-Biblioteca Luis-Ángel Arango
Copyright © 2002 por Marco Palacios
Copyright © 2002 por Editorial Norma, S.A.
Apartado aéreo 53550, Bogotá, Colombia
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro,
por cualquier medio, sin permiso escrito de la Editorial.
Impreso por: Editora Géminis Ltda.
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Edición, Patricia Torres
Diseño, Camilo Umaña
Armada electrónica, Blanca Villalba Palacios
Ilustración de cubierta, Ensayos de dibujo.
Dibujo de José Gabriel Tatis, 1853.
Colección Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Este libro se compuso en caracteres Sabon.
isbn 958-04-6476-8
isbn 978-958-04-6476-1
cc 26022213
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La clase más ruidosa. A propósito de los
reportes británicos sobre el siglo XX
colombiano1
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1. Publicado inicialmente en ECO, Revista de la Cultura de Occidente, Bogotá, tomo xli1/2, diciembre, 1982.
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Los Reportes y los diplomáticos
i. Una relectura de los reportes sobre Colombia en la primera mitad del siglo xx conservados en el Public Record Office
(pro) de Londres sugiere el nudo temático de estas notas. El
reencuentro con tales fuentes en 1982 –diez años después de
una incursión al fondo que las contiene– trastocó nuestras
primeras impresiones; el campo factual se nos presentaba ahora
más menguado y de la retórica de los informes parecían escaparse muchas resonancias arrogantes y paternalistas2.
En este ensayo no empleamos la riqueza documental del
fondo “Colombia” del pro para elucidar y comprender mejor
los episodios e incidentes de la vida política colombiana. Nos
servimos apenas de referencias significativas para sugerir algunas interpretaciones provisionales en torno a la idiosincrasia y los estilos políticos en Colombia. El estudio explora la veta
de episodios e incidentes de este archivo para ofrecer una interpretación cultural del proceso político colombiano de la
primera mitad del siglo xx.
2. El pro se encuentra ahora en unas modernísimas y cómodas
instalaciones cerca de Kew Gardens, en Ruskin Avenue, Kew,
Richmond, Surrey, que crean una atmósfera menos pintoresca y
dickensiana que la de los vetustos edificios de Chancery Lane y
Portugal Street, donde el autor encontró estos materiales por primera vez en 1972, por indicaciones de Malcolm Deas.
El fondo “Colombia” del período 1906-1952 comprende
aproximadamente 200 volúmenes, pero la información posterior a
1940 es muy pobre comparada con la que se ofrece para los años
veinte y treinta. El pro abre documentos al público 30 años después de su emisión. La misma regla se aplica a los Archivos Nacionales de Washington, pero los del Quay D’Orsay tienen una
protección de medio siglo.
El fondo “Colombia” corresponde a la sección del Foreign
Office (fo); su número de serie después de 1906 es 371. Aquí
damos una de estas dos referencias: fo 371/ seguido del número
del volumen correspondiente o el número del documento citado.
En ambos casos indicamos entre paréntesis el año a que corresponde. Comprende la correspondencia dirigida por el Ministro o
Embajador al fo. No consideramos necesario citar sus nombres ni
la fecha exacta de emisión de los documentos.
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Este archivo es una de las fuentes más promisorias para describir y delatar la trayectoria de los intereses británicos en
Colombia, y de pasada los norteamericanos y franceses, como
acaba de probarlo S. J. Randall en un excelente estudio que pasó
desapercibido en Colombia3. Empero, las notas que siguen se
apartan de semejante línea; queremos simplemente ofrecer una
interpretación alternativa de algunas idiosincrasias sociopolíticas colombianas, empleando los informes diplomáticos como
puntos de referencia incidentales.
Enfocamos algunos tópicos recurrentes en estos informes,
como la moralidad media y las ambiciones, estilos y preferencias de los grupos elitistas que hacían política en Bogotá4. Bajo
estos supuestos, el valor de estos documentos queda reducido
a una condición de prueba testimonial, de un testigo de parte,
poco o nada neutral, pero distante. Es preciso recordar, además,
que la capital colombiana era una modesta ciudad andina, alejada de los mares, apacible y, con todo y su Sabana, enclavada
en los trópicos húmedos.
Los reportes discurren en varios planos confluentes hacia
una visión empiricista de la sociedad y la política de Colombia:
descripciones e interpretaciones de incidentes y formalizaciones
3. S. J. Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian-American Relations 1920-1940, Toronto, 1977. Del mismo
autor ver también “The International Corporation and American
Foreign Policy: The United States and Colombian Petroleum,
1920-1940”, Canadian Journal of History, vol. IX, N° 2, agosto,
1974, págs. 179-196.
4. “En cambio todos los que hacen política y los que ven en peligro sus destinos, o temen una rebaja de sueldos o creen que se les
aleja la esperanza de colocarse, o bien temen que vacila el contrato
de que disfrutan, o que se hace difícil el que proyectan o que se les
ha de pedir cuentas por el que ya tuvieron, y sus amigos, parientes
y simpatizadores, y los que medran con el contrabando o hacen
prosperar sus intereses políticos dando pábulo al descontento por
injustificado que sea; todos ellos con cucarda de patriotas buscan y
encuentran oportunidades de mover escándalo [...] en muchos casos con caracteres de chantage”. T. O. Eastman, Informe de Hacienda al Consejo de Ministros, Bogotá, 1911, pág. 4.
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británicos sobre el siglo XX colombiano
mediante un sistema de juicios que acomoda un espíritu etnocéntrico que, para estar en paz consigo mismo, elige entre mutilar los hechos o despojar a los agentes históricos nativos de su
intencionalidad para adjudicarles otra, completamente arbitraria. Sugieren, por ejemplo, que no todos los países dan la talla
de la civilización. En naciones tropicales como Colombia el cultivo de aquellas cualidades que posibilitan la vida civilizada se
vería entorpecido por un conjunto de factores. El primero, “el
carácter del pueblo”:
¿Por qué, podríamos preguntar, un país que a primera vista parece ser verdadera tierra de promisión se convierte, para
aquellos que viven suficientemente en él, en tierra de promesas incumplidas? La respuesta debe buscarse en el carácter del
pueblo5.
El “carácter del pueblo” se desdobla en pliegues viciosos.
Por eso unos años después otro informe comenta el posible impacto de las reformas legales y financieras del primer paquete
Kemmerer (1923) y concluye:
Cualquiera que sea la excelencia de las nuevas leyes e independientemente de los recursos naturales del país, los habitantes son y serán una raza Latina-Berberisca-Indígena, cuya
capacidad para el autogobierno no ha impresionado a los observadores extranjeros por su brillo después de un siglo de independencia 6.
ii. Los autores de estos documentos desempeñaban cargos
importantes en la Legación Británica en Bogotá pero, con toda
seguridad, Bogotá debió considerarse un lugar muy modesto
en la escala de prestigios del Foreign Office7. Compartían los
antecedentes arquetípicos de la clase media británica: educados
en public schools, recibieron en Oxbridge algún grado en clásicos griegos, literatura inglesa o historia y, más temprano que
5. fo 371/1100; Reporte 1911, pág. 7.
6. fo 371/A2322/2322/11 (1923), pág. 2.
7. Sólo hasta junio de 1944 los gobiernos acordaron elevar sus
representaciones diplomáticas al rango de Embajada.
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tarde, se incorporaron al servicio diplomático. Aquellas excepciones provenientes de la clase media-media y media-baja debieron pasar por las grammar schools, establecidas en el Balfour
Act de 1902. Su carrera profesional los llevó a países inesperados que clasificaron instintivamente según la fortaleza de sus
vínculos con el Imperio.
La retórica de los informes denota una tirantez constante
entre el esnobismo y la posesión de genuinas virtudes victorianas. El medio bogotano en el que se familiarizaron les colmó
un vicio advertido en su clase y condición: envanecerse de una
excentricidad de anticuariato8. Eran hombres del siglo xx prorrogando actitudes decimonónicas.
El lapso que cubren los documentos aquí empleados coincide con todo un ciclo de la historia británica. A la muerte de la
reina Victoria (1901), Gran Bretaña detentaba el imperio más
vasto y poderoso del planeta. En 1946 inició en la India su repliegue imperial para caer inexorablemente al rango de potencia segundona, subalterna de los Estados Unidos. En este medio
siglo la vida espiritual de los británicos continuó alimentándose
en la seguridad y confianza adquiridas en la época anterior. La
idea fija en el progreso racional parecía confirmada por una
práctica científica y tecnológica que colocaba a la nación entre
las vanguardias del mundo. Con todo, después de 1918 la sociedad empezó a secretar un miedo colectivo a la guerra.
La desigualdad social, la persistencia de cinturones de miseria proletaria y la contracción del ciclo económico produjeron
miedos sociales y en la clase obrera, un verdadero pánico al
desempleo. El temor a la revolución se acrecentó en algunos
sectores después del triunfo de los soviets en Rusia y tomó fuerza
en los años veinte, con su gran pico en la Huelga General de
mayo de 1926.
Ahora eran Freud y Marx quienes obtenían la preeminencia que habían disfrutado Smith y Ricardo, Darwin y Spencer.
La ilusión de la época victoriana de una paz universal garantizada por la hegemonía de la civilización británica se extinguió
8. W. J. Reader, Life in Victorian England, Londres, 1944,
pág. 178.
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paulatinamente ante el fortalecimiento del militarismo industrial japonés en Asia, y en Europa, el ascenso alemán y la consolidación de la Unión Soviética. La “cuestión irlandesa”
también debió aportar su cuota en la percepción del ocaso imperial.
El bipartidismo aristocrático-burgués británico no atinaba
a comprender la mentalidad y las demandas de la clase obrera.
El auge inicial del laborismo (1900-1921) desconcertó: grupos
de las clases alta y media alta, liberal o conservadora, lo percibían como un movimiento insólito y desarticulado. En el siglo
xix Gran Bretaña había sido el paradigma de un sistema capitalista de libre empresa. En el siglo xx la inequidad social y la
militancia sindical promovieron salidas gradualistas que culminaron en el primer modelo de un “Estado de Bienestar”.
Una vez que el laborismo ganó las primeras elecciones parlamentarias, el gobierno de Attlee (1945-1951), impulsó una formidable legislación social intentando abolir un pasado que
todavía en la época de los Beatles pesaba demasiado en la sensibilidad y los hábitos británicos.
iii. Sería aconsejable tener una actitud dubitativa ante las
reacciones que estas transformaciones suscitaron en la comunidad diplomática. Es seguro que ésta se dejó guiar por las
orientaciones emanadas de su burocracia. Del archivo no puede
sacarse ninguna conclusión sólida al respecto debido, entre
otras razones, al papel insignificante que pareció tener Colombia en el Foreign Office. Es cierto que en los años veinte los
informes expresan recelos ante la rápida penetración norteamericana en Colombia; pero todavía se trataba a los yankees con
sorna: “Se comportan como niños nuevos ricos”9.
Habrá que esperar hasta la década de 1930 para advertir
un esfuerzo sigiloso para inducir a los medios de comunicación
mundial –prensa y radio– a utilizar material periodístico que
9. Ver por ejemplo: fo 371/a2322/2322/11 (1923), págs. 7-8;
fo 371/a1022/1022/11 (1924), pág. 8; fo ma3192/ 3192/11
(1928) págs. 9-11.
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presentara una imagen positiva de Gran Bretaña y desprestigiara a los totalitarismos de Alemania y Japón10.
Es impensable que estos diplomáticos consiguieran desconectarse a su antojo de los cambios que ocurrían bajo sus pies.
Sus actitudes condensaban una concepción más global, incubada en ese mundillo de mandarines (Whitehall y El Banco de
Inglaterra) que quizás por rutina y pereza mental ignoró la vitalidad de las corrientes históricas que trabajaban por el derrumbe del Imperio y por el ascenso de lo que en la segunda posguerra
se conocería como el Tercer Mundo.
Quizás a esto obedezca al anacronismo con que se trasvasan
muchos de los juicios sobre Colombia y sobre América Latina.
Corresponden por su fondo y forma a una era penetrada por
la mentalidad imperialista liberal del último tercio del siglo
pasado y comienzos del presente11.
iv. En la mira de los intereses británicos estatales y privados
Colombia representaba un punto apenas perceptible para los
entendidos. El trabajo político de la Legación Británica en Bogotá no debió desvelar a ninguno de sus Ministros. Las economías presupuestales dan indicios. Pueden citarse incidentes
como éste: un Ministro legatario concebía algún esquema para
mejorar e incrementar las relaciones entre los dos países. Una
vez comunicada la iniciativa, recibía respuestas vagas que se
tornaban hoscas si insistía. Un mensaje de Londres cancelaba
el episodio: “El costo de los próximos telegramas que envíe sobre este asunto le serán cargados a su cuenta personal”.
La monotonía de la vida del servicio incitó a muchos diplomáticos a matar el tiempo estrechando relaciones sociales. El
ocio y la curiosidad los obligó a aguzar inteligencia y sentidos
para bucear en los valores centrales, las normas de conducta y
los estilos de vida de sus interlocutores y amigos. Se adentraron
en el ambiente elitista de un país pobre y ensimismado, donde
el Concordato de 1887 había conseguido fraguar un modelo
10. fo 371/a1086/313/11 (1937).
11. El tema del Imperialismo victoriano sigue debatiéndose. Un
buen resumen se encuentra en D. K. Fieldhouse, Economía e
Imperio. La expansión de Europa (1830-1914), México, 1978.
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cultural provinciano y superficial que, sobre el neotomismo oficial, estampó un mito pagano al que podían endilgársele referencias inesperadas:
En efecto, Bogotá se describe con frecuencia como la Atenas
Suramericana; pero el único punto de semejanza con su prototipo griego sería que, de hecho, en ambas ciudades se prefiere
jugar el contract bridge en lugar del royal auction bridge12.
Las visiones etnocéntricas de la sociedad colombiana
v. La edad madura del modelo agroexportador latinoamericano, el período que va de 1910 a 1930, con la notable excepción del México revolucionario, se caracterizó, por paradójico
que parezca, por el ímpetu de las corrientes intelectuales que
subrayaron el malestar general de la condición latinoamericana.
La nota pesimista, barnizada o profundamente corroída de
etnocentrismo, predominaba en los diagnósticos más lúcidos
y más exóticos.
Latinoamericanos y extranjeros, algunos muy eminentes como
Ortega y Gasset, apuntaban hacia una crítica global y sustantiva de la “personalidad latinoamericana”13. Señalaban los
males del mestizaje, el infantilismo patriotero y la exacerbación nacionalista. Para comprobarlo estaba ese gran manchón
de dictaduras militares del más diverso signo, de abigarrada complexión, estilos desconcertantes y matices sutiles, infinitamente
12. fo 371/a1886/1886/11 (1926), pág. 17. La ironía es mejor
comprendida por quienes conocen el juego del brigde al que se
atribuye origen griego. Los que no lo conocemos debemos aprender las diferencias entre el contract y el auction brigde en las extensas entradas que les dedican las sucesivas ediciones de la
Enciclopedia Británica.
13. Las referencias más significativas de esta época se hallan comentadas por Alcides Arguedas en su ensayo La danza de las sombras, reeditado en sus Obras completas, México, 1959, vol. 1. José
Ortega y Gasset en su Meditación de un pueblo joven y otros ensayos sobre América, Madrid, 1981, emprendió un breve y lúcido
análisis de la sociedad y de la sicología social del argentino. De actualidad es su estudio “Intimidades”, págs. 105-146, escrito en
septiembre de 1929.
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mejor comprendidas en su complejidad por la novela que por la
sociología latinoamericana. Ese manchón cubría Centroamérica y el Caribe (con las excepciones de Costa Rica y Panamá)
y los países suramericanos donde las fuerzas civilistas refulgían
con avara intermitencia. En América del Sur, Colombia y Uruguay eran las excepciones.
En un contexto continental deben apreciarse las observaciones de Spencer Dickson, uno de los diplomáticos británicos
más duchos en asuntos colombianos. Había estado en Bogotá
entre 1886 y 1894; 1900 y 1906 y regresó en 1930. A él debemos los Reportes Consulares más completos sobre la economía
colombiana de fines del siglo xix y principios del xx, entre éstos
su muy citado informe de 1903 sobre la situación cafetera14.
En un informe fechado en 1930 dividió a la población colombiana en tres grandes segmentos etnosociales, cada uno con una
función política activa (gobernar) o pasiva (obedecer):
La elite de la población se encuentra en las principales
ciudades y en sus haciendas dispersas por el país; representa
escasamente el 5% del total. Refinada y bien educada se enorgullece justamente de su ancestro español puro. El orgullo
familiar es muy acusado y se traspasa de una generación a otra.
En el extremo opuesto de la escala está la clase ‘nativa’, ‘india’ o ‘de peones’, que constituye cerca del 80% de la población total. Su tipo varía según los distritos del país. Los rasgos
principales de los indios son docilidad, lealtad a sus amos, y
aunque indolentes, tienen una capacidad infinita para el trabajo cuando se los dirige correctamente. El restante 15% está
formado por los mestizos, algunas veces inteligentes pero generalmente viciosos, crueles o inescrupulosos. Generalmente
actúan de intermediarios, sirviendo a los españoles y dominando a los indios. Aunque útiles, son peligrosos puesto que
los más inteligentes de entre ellos obtienen frecuentemente poder y riqueza; este elemento intermediario de la población
constituye el principal obstáculo para progresar sobre las líneas
14. Report for the Year 1901, Parlamentary Papers (PP), vol.
cvi, Londres, 1902, págs. 347-64, y Report for the Year 1903, PP,
vol. xcviii, 1904, págs. 593-628.
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de una administración más honesta por la cual luchan muchos
de los mejores elementos de Colombia15.
vi. Este diagnóstico formula el principio de coexistencia de
las dos Colombias, la de los indios, quienes, según otro reporte,
“apenas están por encima de la creación bruta”16, y la de la
ínfima minoría blanca. Las dos Colombias se unían por un sistema de pasadizos visibles únicamente desde arriba. Los intermediarios de este comercio económico, espiritual y político
formaban una tercera clase, los “mestizos”. Las condiciones
de vida material de la vasta mayoría “india” seguían siendo aterradoras:
Las clases trabajadoras están en una situación que sería
desfavorable de comparársela con la de las razas africanas (sic)
con las desventajas adicionales que trae la semicivilización.
Viven al día y cualquier suceso anormal puede llevarlas a la
inanición17.
Considerando los elementos integradores de la vida espiritual del pueblo colombiano, algunos informes excavan más
hondo en el mismo terreno:
Los indios se han vuelto estólidos y estoicos; han perdido
la iniciativa; son esclavos del hábito y su religiosidad pierde
carácter cristiano para convertirse en asunto rutinario tocado
de supersticiones18.
Por lo general los autores de estos documentos sumergen el
pueblo en un submundo homogéneo; sus notas: servilismo y
resignación, indolencia e ignorancia. Al referirse a su participación en política lo asemejan al “buen salvaje” del siglo xviii,
con una diferencia: este pueblo es sujeto formal de derechos
que prefiere desconocer. Así, por ejemplo, un informe de 1912
15. fo 371a/2853/2853/11 (1931), pág. 3.
16. fo 371/a1022/1022/11 (1925), pág. 12; fo 371/1350,
Reporte 1911, pág. 16.
17. fo 371/1350; Reporte 1911, pág. 16.
18. fo 371/1630; Reporte 1912, págs. 9-10.
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otorga validez y actualidad a observaciones que Cochrane hiciera en 1823:
Por lo que he visto, considero que los rangos inferiores, o
sea la gran masa de la población se adapta mejor a una Monarquía que a una República. Es tranquila, tratable, gusta de
los espectáculos y la diversión; no tiene fuertes sentimientos
de libertad e igualdad y prefiere un superior que le aconseje y
que sea más competente para juzgar qué conviene a sus intereses19.
Sería sencillo suponer que este texto es un antecedente respetable y directo del principio del “buen dictador” que circula
por el pensamiento político colombiano desde la Independencia, tal y como lo planteó con desdichada lucidez la famosísima
Carta de Jamaica. En el año de 1932 los diplomáticos de Su
Majestad abordaron el tema, quizás por última vez. Su conclusión reitera:
Bajo una perspectiva adecuada, Colombia es un pueblo de
campesinos muy humildes y primitivos, en su mayoría mestizos, sometidos a la opresión política y social; viven casi gratis
de una tierra ubérrima pero bajo un clima malsano y en pésimas condiciones de salubridad20.
La escasa o casi nula conciencia social convierte a esta numerosa “clase de peones” en un conglomerado pasivo hasta el
grado de total insolidaridad consigo mismo:
Por una curiosa paradoja, debida a la ignorancia y falta de
solidaridad de la clase trabajadora, la escasez de fuerza de trabajo no implica incrementos apreciables en los salarios que son
excepcionalmente bajos, en particular en las zonas cafeteras
donde el sistema de trabajo escasamente se distingue de la servidumbre21.
19. Ibíd., págs. 10-11.
20. fo 371/16570; Reporte 1932, pág. 32.
21. fo 371/A1886/1886/11, pág. 18.
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británicos sobre el siglo XX colombiano
Estudios como los de Absalón Machado y Mariano Arango,
Gonzalo Sánchez y Pierre Gilhodes no avalan esta apreciación
simplista22.
La masa india recibe otro elogio: es honrada en contraste
con los blancos y mestizos. Hay complacencia en esta constatación: los robos y asaltos en descampado son menos frecuentes en Colombia que en muchas naciones europeas:
Realmente no hay calle en Bogotá y no existe una parte del
país, excepto en los casi inaccesibles distritos todavía poblados
por indios salvajes, donde un extranjero o un nativo no puedan
transitar con perfecta seguridad a cualquier hora del día o de
la noche23.
Una verificación adicional del diagnóstico de Cochrane: “La
clase baja es calmada; pueblo inofensivo de voz apacible y
maneras singularmente corteses”. Es cierto que “no es muy inteligente” puesto que la chicha lo embrutece, salvedad hecha
de los “judíos antioqueños”24.
vii. La nota etnocéntrica no era exclusividad de europeos y
el veredicto de Dickson no era planta exótica en Colombia. El
joven Laureano Gómez, desencantado con la oligarquía política de su partido, apoltronada y marrullera, difunde sin inhibiciones una concepción pesimista de la sociedad colombiana.
Al optimismo característico del liberalismo colombiano, que
anuncia la posibilidad efectiva de realizar los ideales de la democracia política y social, Gómez contrapone un pesimismo
22. Ver los elaborados estudios de M. Arango, Café e
Industria, 1850-1930, Bogotá, 1977; P. Gilhodes, Las luchas agrarias en Colombia, Medellín, 1972; A. Machado C., El café: De la
aparcería al capitalismo, Bogotá, 1977, y G. Sánchez, Las ligas
campesinas de Colombia, Bogotá, 1977. Igualmente, M. Palacios,
El café en Colombia, 1850-1970 Una historia económica social y
política, Bogotá, 1979.
23. fo 371/234; Reporte 1906, pág. 5.
24. fo 371/a1022/1022/11 (1925), pág. 11.
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radical de estirpe racista y denuncia de paso las desarmonías
ideológicas y las constantes ambigüedades de la praxis política
del liberalismo.
Laureano aprueba el dictum antropológico según el cual
“Dios hizo al hombre blanco; Dios hizo también al hombre
negro; pero al mulato lo hizo el Diablo”. El mestizaje primario
de la sociedad colombiana contenía la fuerza misma de la negatividad sociopolítica. Un país predominantemente mestizo está
derrotado de antemano; su población:
No constituye un elemento utilizable para la unidad política y económica de América; conserva demasiado los defectos
indígenas; es falso, servil, abandonado y repugna todo esfuerzo
y trabajo. Sólo en cruces sucesivos de estos mestizos primarios
con europeos se manifiesta la fuerza de caracteres adquirida
por el blanco25.
Gómez hila este criterio a una lógica que sería negada por
acontecimientos posteriores:
En las naciones de América donde preponderan los negros
reina también el desorden. Haití es el ejemplo clásico de la
democracia turbulenta e irremediable. En los países donde el
negro ha desaparecido, como en la Argentina, Chile y Uruguay,
se ha podido establecer una organización económica y política con sólidas bases de estabilidad26.
Basta fechar la proposición: junio de 1928. Sobra decir que
estas observaciones no se originaban en investigaciones científicas sino en sugestiones sociológicas, lecturas de geografía,
viajeros y conversaciones de sobremesa. La evidencia parecía
tan abrumadora como para molestarse en hacer el ejercicio
trivial de demostrarla.
25. L. Gómez, Interrogantes sobre el progreso de Colombia
(Conferencias dictadas en el Teatro Municipal de Bogotá en junio
de 1928), Bogotá, 1970, págs. 46-8.
26. Ibídem.
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británicos sobre el siglo XX colombiano
Los horizontes de la burguesía bogotana
viii. No acontece igual con los retratos de la vida íntima,
social y política de la clase blanca y con la descripción de algunas facetas políticas de los mestizos. Los británicos de la Legación fueron por lo general buenos retratistas aunque quizás no
enmarcaron adecuadamente sus obras. Sus mejores retratos
probaron que venían de una tradición empírica asentada. Son,
por supuesto, los de la clase social que los rodeó: la gente bien
instalada en Bogotá.
A principios del siglo xx registraron su desconexión de las
provincias y aun de su entorno más inmediato, su riqueza de
veras moderada y el ideal cosmopolita: “Ir a París por lo menos
una vez en la vida”27. Enumeraban diferencias y semejanzas en
asuntos mundanos entre Bogotá y alguna ciudad provinciana
europea; verbigracia, el ambiente de una fiesta social era semejante en las dos latitudes, pero en Bogotá el mobiliario era más
ordinario y más elegante la moda, masculina y femenina: “Los
trajes vienen de París, aun cuando en muchos casos uno no sabría decir cómo se pagan”28.
Estos bogotanos, “superficialmente leídos” pero “realmente
muy cultivados para su medio”, no titubeaban debatiendo en
torno a tesis de Spencer o Darwin y en “algunos casos sobre los
últimos escritores franceses e ingleses”. Muchas familias pertenecientes a esta clase social ponían pequeños almacenes en el
centro de la ciudad, pero “son tan numerosos que a pesar de
las exorbitantes ganancias obtenidas en cada artículo, no alcanzan a ser significativas como fuente de ingreso”29.
José María Cordovez Moure anotó el fenómeno apuntando hacia otro blanco. Para Cordovez el almacén era consustancial a una tradición cultural quizás más santafereña que
bogotana. En Bogotá, el almacén era un centro de comunicación social, fuente ubicua de rumores políticos y comadreos familiares, antecesor directo del café abierto, en contraste con el
club:
27. fo 371/234; Reporte 1906, pág. 5.
28. Ibíd., págs. 4-5.
29. Ibíd., pág. 5.
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La preferente ocupación de los bogotanos se reduce a desempeñar un destino público, o a permanecer doce horas del
día detrás de un mostrador, esperando a quien no ha querido
venir30.
Como el tendero de veredas, el almacenista bogotano tasaba
bien el prestigio y la función social de su profesión. Hasta un
Aristides Fernández, ex ministro de Guerra, terror de los revolucionarios liberales en la Guerra de los Mil Días, “vende ahora
(1906) muñecas y ropita de bebé detrás del mostrador de un
pequeño almacén”31. En el reporte de 1911 advertimos una descripción con evocaciones zodiacales que ahonda en la sicología
del “bogotano educado”, oponiéndola a la urbanidad que le
sirve de máscara:
En su apariencia la clase alta bogotana es cortés, refinada,
puntillosa en los modales, hospitalaria y bien leída [pero] es
indolente por naturaleza, propensa a la adulación, insaciable
en la búsqueda de elogios; se enoja con rapidez y olvida con
lentitud. Ingeniosa e inteligente en la crítica, es celosa y sospecha del éxito. Adaptable y lista a imitar, no muestra capacidad
organizativa ni de aplicación práctica32.
Por último, padece achaques de patrioterismo y engreimiento por “la civilización” que ha forjado en el entorno de la Sabana de Bogotá. Los estudios de Luis Ospina Vásquez o Frank
Safford, entre otros, desvirtuaron la presunción del bogotano
decimonónico carente de iniciativas empresariales33.
30. J. M. Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá, Madrid, 1957, pág. 335.
31. fo 3711/2853/2853/11 (1931), pág. 5. Sobre estos episodios de la vida de Fernández, ver Luis Martínez Delgado, A propósito del Dr. Carlos Martínez Silva, 2ª ed., Bogotá, 1930, págs.
394-6, y Charles W. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia,
1886-1910, Durham. N. C., 1978, págs. 166-67; 176-92. La fama
de Fernández y su contraparte liberal, el “Negro” Marín, llegó
hasta los años treinta.
32. fo 371/1350; Reporte 1911, pág. 18.
33. L. Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia,
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ix. Esta contraimagen británica altera el campo visual desde
el que la clase alta bogotana acostumbra autoproyectarse en
público. Habría, con todo, que dar crédito a las pocas producciones que ilustran la hipocresía moral de esta clase. Aquí sobresalen algunas novelas que hacen aflorar condenas despiadadas
y transparentes. A más de medio siglo de distancia del ideal
romántico y señorial de María, no excluyen a los negros del
sentimiento trágico del que sólo serían dignos los grandes propietarios blancos. Al contrario, imputan los más negros sentimientos a la burguesía de Bogotá, expuesta a las contingencias
de una cotidianidad insulsa. Son, entre otros, los ejemplos que
brindan un Ignacio Gómez Dávila en El cuarto sello (México,
1951), o un Alfonso López Michelsen en Los elegidos (México, 1953).
Subrayar este carácter de autocrítica implica revelar el síndrome de subordinación mental, ideológica y de sensibilidad
que tradicionalmente ha padecido la clase media. Desprovista
de signos propios para fijar una identidad social, no precisaba
construir un discurso literario para compensar la inferioridad
que advertía en la escala socioeconómica, con una supuesta
superioridad moral de sus propios héroes: el cachaco había
conseguido colonizar a las clases medias a lo largo del “proceso
civilizador”34.
1810-1930, Medellín, 1955, y F. Safford. “Commerce and Enterprise in Central Colombia, 1821-1870”, Disertación doctoral inédita, Columbia University, 1965.
34. El tema fue sugerido con su hondura característica por Jaime Jaramillo Uribe en El pensamiento colombiano en el siglo XIX,
Bogotá, 1964. Aquí empleamos el término en la acepción sociológica elaborada por Norbert Elias, The civilizing process, Oxford,
1978 (1ªed. alemana, Basilea, 1939) y del mismo autor What is
Sociology?, Londres, 1978, págs. 134-74. No deja de tener mucho
interés esta consideración de Rufino José Cuervo (París, 25 de enero de 1897), uno de nuestros máximos exponentes del hispanismo:
“¿Será posible la regeneración de España y de sus hijos? ¿Corresponden sus cualidades de raza a lo que llamamos civilización moderna? Es un punto que no sé resolver. Las glorias españolas
pertenecen al género de aventuras que hoy no pegan”. Epistolario
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Con excepciones que siempre se dan por descontadas, cuando la nueva clase media bogotana intenta dibujar su autorretrato emplea una lente rosada de conmiseración y humor muy
bogotano, por supuesto. Como el celebrado Simeón Torrente,
creación extemporánea de un personaje que pasó por la época
que aquí nos concierne, la clase media bogotana rebosa de envidias hacia arriba y temores hacia abajo35.
Julio Florez dio la justa medida de su personalidad social:
una lírica sentimental y melcochuda aunque tristona, afín al
bambuco de salón republicano, antesala de aquellos boleros
que el novelista López Michelsen analizara sutilmente36. Siguiendo una observación de Roger Bastide, podemos decir que
la poética aparece aquí como un medio de clasificación y ascenso
social. La poesía de Flórez encarna los ideales de la pequeña
burguesía provinciana. Su ascenso a un Parnaso presidido por
dos “hidalgos”, Guillermo Valencia y José Asunción Silva, se
convierte en inmejorable fuente de estatus social.
x. Para reflexionar sobre estos temas de identidad cultural
y social tendríamos que apreciar mejor las sugerencias y conclusiones de trabajos como los de Jaime Jaramillo Uribe sobre la
personalidad histórica de los colombianos y los ensayos de
sicología social de José Gutiérrez o Álvaro Villar Gaviria. Esto
significa que debemos dar más importancia histórica a la cotidianidad de la acción del sujeto social, para poder explorar racionalmente los fundamentos simbólicos e irracionales de la
inter-subjetividad; quedaría entonces abierto un campo de indagación: ¿Cuáles son los nexos que median entre lo cotidiano
de la acción social y la mentalidad subyacente?
de Angel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo (Mario Germán
Romero ed.), Bogotá, 1974, págs. 218-19.
35. Absalom Barrera, Don Simeón Torrente ha dejado de deber, Bogotá, 1970. Menos exitosa, más pesimista, quizás de la misma calidad literaria pero de gran penetración sociológica es el
conjunto que ofrece J. Perea, Relatos de clase media, Bogotá,
1973.
36. A. López Michelsen, Los Elegidos, México, 1953, capítulo
viii.
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La sensibilidad demostrada por Alfonso López Pumarejo
para captar la riqueza peculiar de interacciones de esta índole
y anticipar con base en ésta los acontecimientos fue, en nuestra
opinión, uno de sus grandes atributos personales. Así, el primero de enero de 1926 López publica un artículo de prensa repleto
de ironías sobre las actitudes y posiciones de la juventud socialista, capitaneada, entre otros, por Felipe Lleras Camargo. Les
achaca “un criterio esencialmente literario, casi musical” en su
acción política y los desnuda sin contemplaciones; contrasta
sus biografías con sus principios doctrinarios y con su vida cotidiana para demostrar que el suyo era un caso de avidez por
poseer verdades universales, que los restituyera de una semignorancia peligrosa acerca de las realidades nacionales; socialistas de café, pelmazos políticos37.
En esta querella López explora una veta promisoria para
comprender algunas tensiones centrales de la historia colombiana del siglo xx: “Los hábitos mentales –afirma– perduran largo tiempo después de que han desaparecido las condiciones
económicas que les dieron vida”38.
Percatarse de este desfase sería crucial para comprender y
explicar algunos aspectos de los estilos y la cultura política colombiana. Desbroza el camino a esta pregunta: ¿Cuál es el papel
de la mentalidad como soporte de la continuidad histórica de
la nación y de la vida privada de los ciudadanos?
Lo que nos puede parecer surrealista de Colombia en el panorama político latinoamericano de la primera mitad de nuestro siglo (1903-1948), y muy especialmente en el período de
la República Conservadora, es la fácil desenvoltura de los principios democráticos y civilistas; la vigencia más o menos tranquila de los principios antimilitaristas en un país marcado por
la resistencia al cambio y por hondas desigualdades sociales,
regionales y económicas.
Entre el orden conservador y católico y el progreso material,
digamos entre la consagración oficial al Sagrado Corazón de
Jesús y la inversión internacional de la United Fruit Co., no
37. A. López Pumarejo, Obras selectas (Jorge Mario Eastman,
Ed.), Bogotá, 1979, págs. 49-53.
38. Ibíd., pág. 52.
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mediaba pleito hasta que afloró en su magnitud el drama de la
masacre de la zona bananera. Independientemente de las cifras
reales de muertos y heridos, la masacre señalaba, según la atalaya sociopolítica desde la que se mirase, límites y peligros; apuntaba hacia nuevas direcciones y posibilidades, alimentaba
esperanzas y temores. Pero el hecho concreto era éste: el desarrollo económico no desquiciaba el sistema bipartidista. De la
transición pacífica de 1930 el régimen político salía firme y renovado. El viraje era epidérmico y engañoso: las mentalidades
y hábitos, los estilos y gustos, las preferencias y creencias públicas y privadas permanecían inmunes al cambio político y ajenos
a las transformaciones inducidas por el rápido crecimiento económico de 1910-1930.
Para los liberales no se trataba de promover la revolución
social sino de ajustar las instituciones a las exigencias, desencuentros y alteraciones que traía la modernidad. Desde otra esquina, la batahola de Leticia abría en la conciencia pública la
inquietud acerca de los requisitos materiales de la nacionalidad.
El cachaco conquistador
xi. ¿Cuáles son las modalidades específicamente colombianas de este llamado proceso civilizador? En una sociedad
ambivalente que mantiene el ideal democrático-burgués, pero
contiene el paradigma de la desigualdad social polarizada y de
una participación política limitada, la educación formal y el
desempeño de tareas en el taller político son caminos trazados
de antemano a los jóvenes ambiciosos, independientemente de
su origen social y que buscan posiciones de prestigio y autoridad. La universidad se convierte desde el quinto decenio del
siglo xx en fuente de reclutamiento del personal político de nivel nacional y agente de re-socialización.
La conciencia de estatus de los universitarios junto con sus
respectivas predisposiciones sociales encarna en tres estilos:
cachifos, patanes y cachacos39, que disputan a mediados del
siglo el escenario de una sociedad no constituida, atrasada
39. José María Samper, Historia de un alma, Medellín, 1971,
págs. 126-134.
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materialmente y desubicada frente a los principios de legitimidad política. Subrayemos: tipos universitarios antes que militares o eclesiásticos. Un triunfo del proyecto secular de Francisco
de Paula Santander, que pretendió ocluir el programa confesional de la Regeneración.
A mediados de siglo hay una lucha social soterrada. Venancio Ortiz en un polo y Ramón Mercado en el opuesto intentan
explicarla40. Comprueban el mismo hecho: la caída incompleta
de una vieja clase, el arribo incompleto de una nueva.
xii. Sobre el filo de esta línea quebradiza, lustros más tarde,
el filólogo Rufino José Cuervo infiere: “El buen hablar es una
de las más claras señales de la gente culta y bien nacida”41. El
predicado no es textual sino contextual. Como sus pares, Cuervo es ejemplar de movilidad. La de su familia un poco hacia
arriba; la de su entrañable amigo Rafael Pombo, un poco hacia
abajo. Las circunstancias y las afinidades electivas los hermanan
en la confluencia de una nueva clase y una nueva generación
que no es “culta y bien nacida” por la nomenclatura del abolengo, sino porque se civilizó ganando el autocontrol personal
que regula la convivencia de una pequeña ciudad de tradiciones
político-burocráticas y que se ve a sí misma espiritualmente
muy por encima de su contorno campesino. Más aún: que se
proclama el centro político y cultural de una nación moderna
(y remota), llamada República de Colombia.
En 1831 desaparece la amenaza del militar tipo venezolano.
De ahí en adelante la parábola histórica del cachaco es limpia
y precisa. Primero se acomodan los lanudos de la estirpe santanderista, o de la más abigarrada, que tendrá por figuras a
hombres como Pedro Alcántara Herrán, Tomás Cipriano de
Mosquera, José Ignacio Márquez y Mariano Ospina Rodrí-
40. V. Ortiz, Historia de la revolución del 17 de abril de 1854,
2ª. ed., Bogotá, 1972, y R. Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la Provincia de Buenaventura
durante la administración del 7 de marzo de 1849, Bogotá, 1853.
41. R. J. Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, 7 ed., Bogotá, 1939, págs. 1; iv-ix.
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guez: civilistas y legalistas, ilustrados y formalistas. En la época turbulenta que nace con el medio siglo los cachacos acatarán su legado. Adecuarán sus normas, estilos y principios de
acción a la regla de oro del civilismo, puesta en entredicho por
José María Melo en 1854. Desde entonces la política será concebida como un arte del compromiso, en la guerra como en la
paz.
El embate de las “grandes pasiones” ya no será impedimento
sino tonificante. Arte supremo en el que hay que desplegar hidalguía, caballerosidad, sentido del honor. Para comprobarlo
bastaría repasar algunos incidentes significativos en momentos
críticos; leer, por ejemplo, las correspondencias de Mosquera
y Espina en 1860-1861; la de Luis Lleras con los Cuervo en
1885; o considerar la auténtica consternación que produjo en
los círculos conservadores de Bogotá el método draconiano empleado por Aristides Fernández para aplastar las guerrillas liberales en 1901.
xiii. Visto desde el presente, podríamos describir el proceso
paralelo de formación y consolidación de una oligarquía política y social, en un país pobre y aislado de las grandes corrientes
del capitalismo internacional; oligarquía forzada a eliminar de
tajo la incertidumbre y el riesgo de la arbitrariedad.
Desde este punto de vista la preeminencia adquirida por el
cachaco anuncia un doble logro: de tendencias hacia la cohesión de las clases dominantes y de dinamismo histórico. La ley,
antes que la espada, adquiere la pátina legitimadora. Pero el
imperio de la ley no puede más que desenvolverse en una atmósfera civilizada.
Se acepta generalmente que la cultura, en tanto que atributo
de los hombres cultivados que lo adquieren del patrimonio histórico de la colectividad, es una expresión pasiva; una especie
de vaso que, aunque sacralizado, recibe sus contenidos de la
sociedad, de la lucha social entre las clases antagónicas. Desarrollando esta proposición de la cultura como pasividad, tendríamos por ejemplo que la cultura bogotana expresaría de
modo multifacético el aislamiento geográfico, cultural, comercial y político de Bogotá. El tono menor de esta pasividad sería,
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por ejemplo, el sentimiento nostálgico de fines del siglo xix por
el pasado colonial, por un Bogotá, “con cachet de verdadera
población española”42. En tono grave podría acusarse a su elite, y con buen fundamento, tal como lo hace Rafael Gutiérrez
Girardot, de construir una cultura de viñeta sobre la desmesura
provinciana43.
En cuanto la “cultura culta” difunde imperceptiblemente
una mentalidad peculiar, el estereotipo nacional conformado
por ideas, aspiraciones, hábitos y modos de ser empieza en ese
instante a representar un principio activo que, en última instancia, encubre la colonización de una clase social sobre las demás44. No se trata de la mera imposición de la dictadura de
clase, ideológica o jurídico-política, sino de la aparición de símbolos de cohesión e identificación profundos y duraderos que
se ajustan a la centralización del poder político. Su mejor expresión es la mentalidad compartida y el estilo que define una
formación nacional.
42. Epistolario, loc. cit., págs. 78-83.
43. Manual de Historia de Colombia (Jaime Jaramillo Uribe,
Director), 3 vols., Bogotá, 1978-1980, vol 3, págs. 447-536.
44. N. Elias, The civilizing, loc. cit., págs. 5-6. Elias elabora varias distinciones entre los conceptos de civilization (inglés y francés) y Kultur, Kulturell, Kutiviert, y afirma: “Hasta cierto punto el
concepto de civilización resta importancia a las diferencias nacionales entre los pueblos; enfatiza lo que es común a todos los seres
humanos. Expresa la confianza de aquellos pueblos cuyas fronteras nacionales e identidad nacional se establecieron completamente
hace muchos siglos, de modo que no son tema de discusión alguna. En contraste, el concepto Kultur hace hincapié en las diferencias nacionales y la identidad peculiar de grupos”. A pesar de estas
diferencias, dentro de cada sociedad la “cultura” o “civilización”
refleja y es instrumento social y político de una clase específica: la
burguesía que ya se siente capaz de “colonizar” otras clases y aún
pueblos, págs. 47-50. Bajo estas condiciones parecería existir en
los casos nacionales latinoamericanos una mayor afinidad con el
concepto “cultura”; pero el tema rebasa totalmente nuestra intención de señalar el valor instrumental de la “cultura” o de la “civilización” en la construcción del dominio social y nacional de una
clase.
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xiv. Esta cultura denota la aparente victoria del cachaco
sobre las demás clases y modos de ser provincianos. Una vez
que el proceso político queda inmerso en una arraigada socialización bipartidista adquiere vitalidad una sociedad de modales
deferentes. Los cachacos consiguen el control de las reglas del
buen hablar, al que siguen otros en cadena: la suave imposición
de gustos, modas, sensibilidades (la “estética de la dominación”)
y la ulterior definición de los principios del autocontrol individual: la hipocresía como manifestación del progreso social,
para usar la expresión de Kolakowski.
Estamos ante la horquilla de un doble convencionalismo:
la gramática de Caro y Cuervo que acota las vías del lenguaje
literario, “el más universal”, y el Manual de Urbanidad de
Manuel Antonio Carreño, que codifica comportamientos cuya
vigencia también debería ser universal. Su requisito previo es
la aceptación de la gramática jurídica, la prioridad que debe
guardar la Constitución con mayúsculas: el “librito rojo” de
los colombianos rojos o azules. Las buenas maneras, el buen
hablar y el apego a la legalidad formal separa a los hombres
del reino salvaje.
xv. Si a la receta se añade dinero, el lujo y la elegancia se
convierten en las formas más acabadas de distinción y decencia. El edificio corre entonces el riesgo de venirse abajo. La historia social bogotana, desde los quineros hasta los marimberos,
da buena cuenta de cómo este sistema de movilidad lleva el
principio de su destrucción / renovación.
El cuarto de siglo que corre después de 1890 es decisivo para
entender los compromisos que hubieron de hacer los cachacos
para triunfar. Los historiadores pueden identificar este triunfo
estudiando el bien delimitado período oligárquico, de los elegidos, los nacidos para mandar, que cierra la funesta tarde del
9 de abril de 1948.
Su punto débil: la incongruencia entre una cortesía o una
elegancia apabullantes y la solidez de una moralidad interiorizada; la contraposición kantiana entre la virtud, atributo interior, y la cortesía, atributo externo45.
45. Elias, loc. cit., pág. 10.
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Esta incongruencia ha sido finamente diseccionada por
aquellos intelectuales dispuestos a diagnosticar la fuerza y dirección que llevan los vientos; en la segunda mitad del siglo
pasado lo diagnosticaron los tradicionalistas que se veían amenazados por las oportunidades que abría la nueva riqueza; en
la segunda mitad del siglo xx son los inconformes o revolucionarios, quienes buscan comprobar la ilegitimidad nacional y
social de los que mandan. Hace un siglo, Cordovez Moure o
Rafael Pombo; hoy, Fals Borda, José Gutiérrez, Jorge Child o
Mario Arrubla, para sólo mencionar cuatro personalidades representativas de la actual crítica social. Todos concluyen que
llegó el reinado de la inautenticidad, de la superficialidad de
espíritu, de las variaciones de conductas candorosamente
seudo-aristocráticas; de lo que, en fin, en el período del romanticismo europeo fue considerado el dominio de lo superfluo
sobre lo profundo46, subrayando así el anacronismo social
cachaco.
Entre 1890 y 1910 hacen eclosión en Bogotá grupos poderosos que venían desarrollándose desde 1850. Cubren su despegue clasista minando el campo que dejaban atrás. La acumulación
de riqueza es el instrumento para imponer nuevos puntos de
clasificación social inalcanzables para muchos, por virtuosos
que fuesen: arquitectura, decoración interior, modas, viajes.
Hasta 1930 vivirían la mejor de las vidas: en confort y seguridad política y social.
xvi. Su inseguridad sicológica es la contrapartida. No en
vano Alberto Lleras Camargo, en su discurso en los funerales
de Alfonso López Pumarejo, hizo alusión a los grupos que en
1930, al correr de una generación, padecen la presencia de las
masas populares (decimos nosotros) o sufren los efectos reformistas y progresistas de la República Liberal de la cual López
fue, según Lleras Camargo, el gran capitán. Lleras ubica el talón
de Aquiles de estas clases dominantes:
En un país de aluvión que apenas va conformando sus estratos sociales, hay mucha gente insegura, vacilante sobre su
46. Ibíd., pág. 27-40.
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estabilidad, dispuesta a defenderse agresivamente de peligros
imaginarios47.
De ser así, Alberto Lleras estaría reividicando el papel histórico fundamental desempeñado por su propia “clase”, es decir,
la clase política. Por muchas razones habría que congratularse
de que aquella otra clase insegura, que imagina peligros sociales, no manejara directamente los negocios propios del poder
político y que, como observó Dickson, éstos, al menos parcialmente, quedasen a cargo de “mestizos” intermediarios y subalternos.
Hacer política, ¿para qué?
xvii. Desde la fundación de la república se ha concebido la
política como un medio idóneo de acceso individual al privilegio que se dispensa en las alturas sociales del país de aluvión.
El análisis de esta circunstancia, más o menos universal en los
regímenes constitucionalistas, reitera las dificultades del análisis político atrapado entre la descripción positiva y la normatividad. Estudios penetrantes del poder político en Colombia,
como los emprendidos por Orlando Fals Borda o Fernando
Guillén Martínez48, ejemplifican el problema; desbordan la descripción del sistema político tal y como se ha manifestado en
su regularidad histórica, en aras del sistema político ideal: quizás en aras del etéreo bien supremo de Aristóteles.
Piensan que la política colombiana gana en valor instrumental lo que pierde en contenido ético: con el tiempo deviene en
una forma más de corrupción pública. Comprobando la presencia sin aparente fundamento racional del bipartidismo en
todas las clases y lugares, el sicoanalista José Gutiérrez elabora
proposiciones que adscriben a los políticos una valoración esen-
47. En López, Obras, loc. cit., pág. 23.
48. O. Fals Borda, La subversión en Colombia. El cambio social en la historia, Bogotá, 1967; J. L. Payne, Patterns of Conflict
in Colombia, New Haven y Londres, 1968, esp. págs. 25-95; F.
Guillén Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979.
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cialmente negativa49. Fals Borda en sus estudios más recientes
se queda en la misma orilla: la política bipartidista es estéril
como ejercicio intelectual y moral y socialmente es un oficio
pernicioso50.
Fals, Guillén, hasta cierto punto el politólogo norteamericano James L. Payne y los reportes británicos, todos desembocan desde distintos afluentes a este tronco. Fals, en uno de
sus primeros trabajos de sociología política, dio altura interpretativa al fenómeno colocándolo en la órbita de la dialéctica conformismo/subversión, mediante un detallado análisis histórico
de la “cooptación de las contraelites”51. Guillén lo explicó recurriendo a un tipo hacendario que habría nacido con la encomienda y habría de penetrar toda la historia social posterior52.
Payne, en un fascinante ejercicio de politología norteamericana
–fieramente atacado por Albert Hirschman– sofoca los fundamentos de la acción política colombiana al concluir trivialidades, aunque, justo es reconocerlo, en el recorrido destaca a
contrapelo los mecanismos recurrentes de la praxis política convencional, de forma mucho menos amena y perspicaz que
Mario Latorre Rueda53. Desde el otro ángulo ideológico, Alvaro Gómez Hurtado o Mario Laserna nos recuerdan la pertinacia del principio del buen dictador: lo que anda mal en la
política colombiana no son los políticos o los mecanismos de
corrupción, cacicazgo y patronazgo electoral del Estado. Son
los fundamentos filosóficos liberales de todo el sistema del
pacto social, del Estado concebido como creación voluntaria
49. José Gutiérrez ofrece una síntesis de sus trabajos anteriores
en Idiosincrasia colombiana y nacionalidad, Bogotá, 1966.
50. Ver su bosquejo de contraposición biográfica J.J. Nieto/A.
Mier en el Mompox de la primera mitad del siglo xix, presentado
al simposio de Fundación Antioqueña de Estudios Sociales (faes),
Medellín, diciembre de 1981, “La politización inicial del mundo
costeño en el siglo XIX”.
51. O. Fals Borda, La subversión, loc. cit., págs. 97-201.
52. F. Guillén Martínez, El poder, loc. cit., pág. 93-103.
53. M. Latorre, Elecciones y partidos políticos en Colombia,
Bogotá, 1974.
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de los individuos que componen la sociedad. Lo que anda mal
con las instituciones políticas sería, precisamente, su presunta
estirpe calvinista54.
xviii. Esta discusión académica es trasunto oblicuo del debate político real. Según algunos estudios politológicos recientes,
los límites de la legitimidad del sistema político colombiano estarían siendo rebasados constantemente por la acción-reacción
dejada por ciertas secuelas de la modernidad. Del lado de la
sociedad civil, la violencia endémica de muchas zonas rurales
(los frentes de la frontera agraria, creemos nosotros); la persistencia de focos guerrilleros, organizados ahora bajo nuevas
modalidades (el M-19) y la insurgencia y malestar de la nueva
clase media urbana, que se manifiesta por ejemplo en el sindicalismo militante de empleados estatales y bancarios, maestros
y médicos, y también en el fenómeno electoral que Mario
Latorre denomina la avalancha de votos impredecibles55.
Del lado del Estado se advierte la militarización de la justicia; la corrupción, cada vez más generalizada hacia abajo; el
abuso del estado de sitio56. Síntomas todos muy inquietantes
para la supervivencia de la democracia liberal. El diagnóstico
que la hace naufragar es tan viejo como la misma República,
aunque una razonable participación electoral disipa momentáneamente cualquier duda.
xix. Si nos fijamos en la cadena de episodios críticos enfrentados por el sistema político entre 1903 y 1946 podemos
comprobar la vitalidad del despliegue del repertorio civilista
colombiano y su límite final: el 9 de abril de 1948. A este respecto el defecto de los reportes es que no llegan a la hondura
54. M. Laserna, Estado fuerte o caudillo (El dilema colombiano), Bogotá, 1961. En la misma vertiente, Á. Gómez Hurtado, La revolución en América, Barcelona, 1958.
55. M. Latorre, Política y elecciones, Bogotá, 1980, págs.
249-250.
56. Gustavo Gallón Giraldo, Quince años de estado de sitio en
Colombia: 1958-1978, Bogotá, 1979.
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británicos sobre el siglo XX colombiano
suficiente para apreciar aquellos aspectos que no recibieron en
el centro político la atención que merecían, como la violencia
generada en muchos municipios boyacences y santandereanos
después de 1930.
Entre estos incidentes, narrados con gran acopio de datos
y detalles en los documentos británicos, bastaría recordar el
atentado a Rafael Reyes, su caída y la confusión que campea
en la sucesión presidencial de 1909-1910; el descrédito del Republicanismo; la renuncia de Marco Fidel Suárez en medio del
escándalo político; la pugnacidad de la campaña electoral de
1922 que enfrentó a Pedro Nel Ospina contra Benjamín Herrera; la masacre de las bananeras; la agitación social y la confusión política de la elección de 1930 que, en cierta forma, expresó
la vieja división conservadora entre históricos y nacionalistas
de la época de la Regeneración y que culminó en el cambio pacífico y “ejemplar” del régimen; el caldeado enfrentamiento del
liberalismo en el gobierno con ciertos sectores de la jerarquía
eclesiástica en 1935-1936; la elección de 1942; el teatral golpe
de Pasto en 1944; la renuncia de Alfonso López al año siguiente, en un tenso ambiente de feroces acusaciones y escándalos
orquestados por Laureano Gómez; la división liberal de 19441946; el empuje gaitanista de 1944 en adelante. Después del 9
de abril de 1948 se enardece la política y llega al poder la derecha más doctrinaria que haya conocido la historia política
colombiana; se desencadena la guerra civil irregular de 19491954, que después de 1958 deja secuelas de bandolerismo,
guerrillas y anomia. En este horizonte más amplio puede preguntarse: Qué desborda la legitimidad del sistema ¿la pugnacidad intra e interpartidista, la presencia de masas, o una conjunción
de las tres? Si consideramos que bajo esta perspectiva el Frente
Nacional fue un intento sistemático para contrarrestar tales
fuerzas desestabilizadoras, ¿podríamos decir que lo consiguió?
Suponiendo que el problema de las pugnas interpartidistas
(que presidentes como Rafael Reyes, Carlos E. Restrepo, Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras
Camargo y Mariano Ospina Pérez consideraron como un peligro de primera magnitud) haya sido superado, podría pensarse
que la amenaza al sistema proviene de la posibilidad de una
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movilización política de las masas formadas desde la postguerra. Pero la experiencia anapista demostró que esta movilización padece graves limitaciones y que, a fin de cuentas, no
puede competir con el paternalismo estatal57.
xx. Si algunas modalidades de la actividad partidaria y
faccionalista no pueden revivirse fácilmente, la continuidad
subyacente de sus principios de acción es incuestionable. La
más obvia es la naturaleza bipartidista de la cultura política
dominante. Leamos nuevamente a Dickson:
Cuando llega el momento de intentar una definición de las
diferencias sustantivas (entre los dos partidos), se vuelve muy
difícil para un extranjero, inclusive para alguien como yo que
he conocido a intervalos este país en los últimos cuarenta y
cinco años. Están las tradiciones y los clanes políticos. Algunos
apellidos bien conocidos están asociados a uno u otro partido
y generalmente entre las familias dirigentes cuenta primero la
familia y después la política. Cuando se desciende un poco en
la escala so-cial, la adhesión a un partido depende en alto grado
del interés personal y de una variedad de circunstancias fortuitas, mientras que más abajo de la escala, el factor dominante
es la fidelidad personal o el miedo al patrón o al jefe. Al hacer
estas generalizaciones no quiero dar la impresión de que las
masas carezcan absolutamente de conciencia cívica. La semilla
está echada y sólo falta dejarla crecer; prueba de esto es la reciente elección en la que cierta proporción del voto emitido
por el Dr. Olaya Herrera fue, sin duda, resultado de un juicio
y pensamiento independientes58.
57. Ver, entre otros trabajos relativamente recientes, A. Berry,
R. G. Hellman y M. Solaún, Politics of Compromise, Coalition
Government in Colombia, New Brunswick, N. J., 1980; El Estado
y el desarrollo (cede ed.), Bogotá, 1981; R. H. Dix, “The
developmental significance of the rise of populism in Colombia”,
Austin, Texas, 1975, 22 págs.; A. Wilde, “Conversations among
gentlemen: Oligarchical democracy in Colombia”, en J. Linz y A.
Stepan (eds.), The Breakdown of Democratic Regimes, 3 vols.,
Baltimore y Londres, 1978, vol. 3, págs. 28-81.
58. fo 371/A2853/2853/11 (1931), pág. 3.
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La clase más ruidosa. A propósito de los reportes
británicos sobre el siglo XX colombiano
Estudios electorales emprendidos por el Departamento de
Ciencia Política de la Universidad de los Andes demuestran que
la semilla no germinó hasta bien entrado el Frente Nacional.
Las estadísticas registran altos índices de polarización electoral
en los municipios colombianos. Más importante aún, éstos no
parecen variar en el tiempo. Pero a raíz del fenómeno anapista
cambian, especialmente en las ciudades grandes e intermedias59.
xxi. El ideario político era el barniz que recubría aspiraciones aviesas:
Los colombianos en general están muy lejos del estadio de
patriotismo en que los intereses nacionales se colocan por encima de las ventajas personales y se cree en general que, dadas
circunstancias similares, una repetición de los sucesos de México no es posible sino apenas probable60.
Esto señala un Reporte al comentar las amenazas a las empresas petroleras durante las luchas de la Revolución Mexicana, y su posible repercusión en Colombia.
Años después se confirma que:
El patriotismo de los colombianos es, o bien sentimental,
o bien escudo para proteger ambiciones personales[...] La moral mercantil, generalmente mala, está empeorando. No existe
empresa extranjera que no tenga buenas razones para quejarse
de la miopía y política obstruccionista del gobierno y en muchos casos de su mala fe [en castellano en el original]. Frecuentemente es imposible señalar un acto particular y afirmar
que fuese ilegal o injusto. Pero cuando se estudia el conjunto
de una historia empresarial y sus tratos con el gobierno, entonces aparecen los entuertos. Si, como medida de última instancia, una compañía solicita ayuda de su Legación el resultado
será generalmente insatisfactorio. El Ministro o Embajador se
involucra en una masa de sutilezas legales y frecuentemente
59. dane, Colombia política. Estadísticas 1935-1970, Bogotá,
1972.
60. fo 371A/2897/2897/11 (1922), pág. 14.
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se ve obligado a sugerir una salida en los juzgados, aunque sabe
de antemano que el remedio es ilusorio61.
xxii. El enjambre de instituciones que conforman el Estado
de Derecho, arduamente construido en el siglo xix, se convierte
en vivero de prácticas corruptas; además de “la proverbial lentitud con que se mueven las ruedas de la justicia colombiana”,
los jueces son maestros en el arte del carameleo62. Quizás un
poco más que carameleo:
Sería injusto decir que todos los jueces son corruptos sin
excepción, pero no hay ninguna razón para creer que están
menos dispuestos a la “persuasión” que la mayoría de sus compatriotas, o que correrían el riesgo de la crítica, la pérdida del
cargo o inclusive la violencia del populacho si dan un veredicto
impopular, especialmente si resulta favorable a una empresa
extranjera63.
Admitiendo que dentro de lo previsible todo esto fuera enteramente cierto, ¿en dónde quedan los fundamentos doctrinarios
partidistas?
Casi todo colombiano con alguna educación sigue esta profesión fácil (sic) de la política y su fe política puede enunciarse
brevemente así: cómo tumbar el gobierno de turno.
¿Por qué? El punto de vista de esta consideración es que el
gobierno es botín:
Los cargos públicos se buscan por motivos de interés personal y aunque deben quedar unos cuantos incautos que no
aprendieron la lección de lo que significa agitar una revolución
61. pro fo 371/1100, Reporte 1910, págs. 6-7.
62. fo 371 /1350, Reporte 1911, pág. 17.
63. En el Reporte de 1908 se alude a que los jueces de la Corte
Suprema “son generalmente pobres y como no tienen derecho a
pensión, quedan necesariamente en una posición muy dependiente
del Ejecutivo”.
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(la Guerra de los Mil Días) hay siempre muchos que están listos a pescar en aguas que otros han revuelto64.
Botín sin fondo aparente:
En realidad una gran proporción de los bogotanos educados vive de lo que pueden sacar al gobierno o de reclamaciones al Estado y sus almacenes y haciendas son mera reserva
en caso de fracasar en sus empeños más lucrativos65.
Investigaciones recientes sobre el siglo xix y principios del
xx nos llaman a descartar sugerencias de esta índole, por su
crudeza e irrealismo: ¿De qué vivía el pobre Tesoro Nacional
hasta la Reforma Tributaria de 1935?
La clase más ruidosa
xxiii. Cuadro asaz sombrío que invita a enfocar algunas
esquinas borrosas y todavía más oscuras: ¿Quiénes son los políticos? ¿De dónde provienen? Por una honda e inadvertida afinidad con la clase alta, los británicos están prestos a descubrir
una especie de “clase política funcional”. Afirman, por ejemplo,
que el oficio político estaba desacreditado en muchos sectores
de la alta burguesía. Algo que parece enteramente cierto en todo
el período que siguió a la Guerra de los Mil Días y culminó
con el anticlimático régimen republicano de Carlos E. Restrepo:
Hay unas pocas familias que forman a sus hijos en una tradición de educación europea; pero estas gentes no regresan a
Bogotá para emplear sus luces en bien del país, sino que se
encierran en una atmósfera de consciente superioridad sobre
sus compatriotas menos afortunados... Reconociendo que la
política no es muy limpia en Colombia, no hacen ningún esfuerzo para asegurar un mejor estado de cosas; simplemente
se quedan aislados.
64. fo 371/1350, Reporte 1911, pág. 19.
65. fo 371/236, Reporte 1906, pág. 5.
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Esta actitud negativa y arrogante abre espacios libres a los
impreparados: “El político amateur es la verdadera maldición
del país”66.
xxiv. Va bordándose una visión deprimente: aparece una
clase de políticos depositaria de todos los vicios nacionales. Su
fuente principal: la clase media tradicional. El Reporte de 1906
especula sobre sus condiciones socioeconómicas; destaca, en
contrapunteo, la situación de la postguerra en Bogotá y las provincias. En tanto que éstas salieron mal paradas, la capital
prospera, pero:
La guerra, el estancamiento comercial y la devaluación del
peso en el curso de unos pocos años, digamos de dos chelines
a cerca de medio penique, han puesto a muchas familias al
borde de la mendicidad y no conozco ningún otro lugar donde la “pobreza de alcurnia” sea más obvia que en Bogotá67.
Miguel Samper no habría requerido de un incidente como
la guerra civil para comprobar un fenómeno social que manifestaba gran persistencia en la segunda mitad del siglo xix bogotano:
El mayor número de los pobres de la ciudad que conocemos como vergonzantes oculta su miseria, se encierra con sus
hijos en habitaciones desmanteladas y sufren en ellas los horrores del hambre y la desnudez68.
xxv. Es curioso que no se aprecie bien la recurrencia con
que aparecen las capas medias en la literatura y en la vida social
del siglo xix colombiano, incluido el fenómeno poco estudiado
de la prostitución de mujeres jóvenes de clase media. El tratamiento sociológico contemporáneo las olvida porque presta
exclusiva atención a la aparición rápida y masiva de las nuevas clases medias ligadas a la urbanización e industrialización
66. fo 371/1350, Reporte 1911, págs. 19-20.
67. fo 371/236, Reporte 1906, pág. 5.
68. Miguel Samper, La miseria en Bogotá y otros escritos, 2a.
ed., Bogotá, 1969, págs. 8-9.
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en el siglo xx. Aunque muy exagerado y manido, el tema de la
empleomanía debería reivindicarse para estudiar algunas modalidades históricas de la existencia de esta clase precaria. También debería tener eco el llamado de Jaramillo Uribe sobre la
necesidad de investigar a fondo las condiciones del artesanado,
sus estratos, tipos, jerarquías y las direcciones de su movilidad
social en el siglo que arranca hacia 1840.
El informe de 1911 saca el tema a colación; afirma que, si
bien las clases populares pueden hallarse en cualquier momento
al borde de la inanición, como aconteció durante el terrible
verano de 1911-1912:
Las clases medias están escasamente mejor. Viven en un
sórdido estado de insatisfacción, casi inconcebible para un europeo; siempre ofrecen candidatos de los que “nunca fallan”
en la constante competencia por los puestos públicos peor
remunerados69.
Más explícito es un reporte anterior que define a la “clase
política” como:
Una gran masa de políticos, esto es, gente que depende del
gobierno para vivir y que busca estar bien con el partido (o facción, M. P.) del gobierno, cualquiera que éste sea70.
Otro documento concluye que la clase alta deriva su riqueza y poder de la gran propiedad territorial, especialmente en
las zonas cafeteras, y que el comercio:
Está en manos de los mestizos que también contribuyen a
dotar el personal político o clase política, que es la más ruidosamente articulada de este país71.
xxvi. Alcides Arguedas escribió, a nuestro juicio, una crónica política completa y sugerente del movido año 1929. Sus
observaciones no destacan la corrupción política prevalecien69. fo 371/1350, Reporte 1911, págs. 11, 18-19.
70. fo 371/643, Reporte 1908, pág. 1.
71. fo 371/a 1886/1886/11 (1926), pág. 18.
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te sino su ausencia. Llegan más lejos. Comentando con su hotelera inglesa la irreverencia con que la prensa de Barranquilla
trata al presidente Miguel Abadía, inusitada en un país latinoamericano, Arguedas aprende que
... Nadie tiene interés en hacer revoluciones en Colombia
porque los conservadores, la gente burócrata y pobre del país,
están en el gobierno, y los liberales, que son los ricos, no querrían ver amenazado el orden sin comprometer las finanzas
públicas, a las que van ligadas las de los particulares72.
Este principio de tejer los intereses estatales y privados mediante la deuda pública interna bien organizada fue, sin duda,
uno de los más fructíferos descubrimientos de Rafael Nuñez,
medio siglo antes de que el keynesianismo lo volviera moneda
corriente.
Arguedas cree que la estabilidad política colombiana tiene
un secreto:
...Es el equilibrio cabal y casi perfecto entre los pobres con
autoridad y con gobierno y los ricos con poder [lo que] mantiene el orden en Colombia73.
xxvii. ¿Qué les pasa a los pobres con autoridad y con gobierno cuando los pierden? Christopher Abel subrayó el desclasamiento generalizado que sufrió a comienzos de la República
Liberal la clase política conservadora en todos los niveles y en
casi todas las ciudades y poblaciones importantes74. Sostuvo
que éste fue un ingrediente clave de polarización y pugnacidad
políticas.
La depresión económica de principios de los treinta operó
en la misma dirección. Por ejemplo, los archivos del Anglo South
American Bank contienen una correspondencia voluminosa de
72. Alcides Arguedas, Obras Completas, 2 vols., loc. cit., vol. 1,
págs. 731-2.
73. Ibídem.
74. C. Abel, “Conservative Party in Colombia, 1930-1954”,
Tesis doctoral inédita, U. de Oxford, 1974.
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La clase más ruidosa. A propósito de los reportes
británicos sobre el siglo XX colombiano
la sucursal de Bogotá con solicitudes de empleo y cartas de recomendación, en las que puede percibirse la angustia de vivir al
borde del abismo del desclasamiento social75.
xxviii. Una de las muchas virtudes del Archivo Británico
es que entre la maraña de juicios chocantes y etnocéntricos
esconde descripciones agudas e inteligentes de personajes privados de su humanidad por la iconografía bipartidista de hoy
y porque, justo es convenir, en su época recibieron ataques políticos que hoy nos desconcertarían por su crueldad. Se desprende de éstos la fuerza de la singularidad, de la individualidad.
Como todos los mortales, los políticos portan la viscosidad
de la especie. Peritos o mediocres en su oficio, temperamentales
o fríos con sangre de pez, honrados o pícaros, muchos exhiben
inclinaciones aux tavernes et aux filles o a la vanidad de una
erudición inalcanzable, y otros decididamente sienten una irrefrenable pasión por la riqueza. Según los informes, paradigma
de la primera variedad fue Guillermo Valencia, de la segunda,
Luis López de Mesa y de la tercera, Esteban Jaramillo.
Estas secciones del Archivo deben leerse con una mirada más
de simpatía que de reproche. Sin tomarlas al pie de la letra, reconcilian el modelo teórico de la política con el nervio y la
osatura de sus agentes. Como en cualquier actividad competitiva, éstos tienen que emplear a fondo el repertorio de recursos con que fueron dotados.
Los políticos de carne y hueso
xxix. El patrón biográfico de los políticos colombianos que
se obtiene de las fichas periódicamente levantadas por los funcionarios de la Legación Británica (“personalidades dirigentes
del país”), destaca las cuatro características conocidas: (a) casi
siempre un origen provinciano; muchos son de origen “humilde”, “modesto” o “desconocido”; (b) educación formal de nivel universitario; (c) socialización en las maneras y costumbres
75. Esta correspondencia se conserva en el University College
de Londres: “Letterbooks of the Anglo South American Bank,
1931-1933”.
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cachacas y (d) matrimonio conveniente. Las excepciones son
pocas, en particular las del principio que asimila la clase política de nivel nacional con la ‘clase educada’:
El Ministro de Gobierno Sr. Marcelino Vargas, es considerado un hombre sin grandes principios ni capacidades. Tiene
cierta influencia y jugó un papel importante en asegurar la elección del Gral. Reyes a la presidencia. Está muy bien conectado
socialmente a través de su esposa, hija del exvicepresidente
Marroquín, pero él mismo es un self made man y además, lo
que es raro en este país, es un típico rastaquouére en comportamiento y apariencia76.
Veinticinco años después hay un caso más pintoresco:
Dr. Sotero Peñuela, Ministro de Obras Públicas. Edad aproximada, 60 años. Proviene de Boyacá, donde es el gran cacique
conservador. Ingeniero de profesión [egresado en 1894 de la
escuela de Minas de Medellín, mp]. Terrateniente. Mal educado; un semi-indio muy rústico. Sin experiencia, carece totalmente de talento natural. Obstinado y vengativo. El brontosaurio
de la política colombiana. Hace el ridículo en el Gabinete y
orienta totalmente su política en beneficio de su Departamento nativo. Conservador y católico fanático; apoya a Vásquez
Cobo. Ha representado en muchas ocasiones a Boyacá en el
Congreso. Personalmente es honesto pero su estupidez como
Ministro lo convierte en instrumento de hombres inescrupulosos. Casi no habla y cuando lo hace es en español77.
xxx. Estas excepciones podrían considerarse honrosas puestas al lado de la sordidez y corrupción, sinuosidad y ambición
personal desbocada que adornan por lo menos a la mitad de
los hombres que con el tiempo ocuparían las primeras filas de
la política nacional, algunos por medio siglo. Traigamos unos
ejemplos:
76. fo 371/437, Reporte 1908, pág. 4.
77. fo 371a 1876/1876/11 (1930), pág. 6.
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británicos sobre el siglo XX colombiano
El mismo Presidente Reyes amasó una gran fortuna por
medios bien conocidos, pero que difícilmente pueden evitarse,
inclusive aquí; se compara así mismo con el General (Porfirio)
Díaz pero en sus virtudes y defectos está mucho más cerca de
Guzmán Blanco. Su Secretario (Torres Elicechea) que tiene el
rango de Ministro es ostensiblemente venal; escasamente hay
un contrato que se firme sin pagar soborno. Casi lo mismo
puede decirse de por lo menos dos Ministros y de muchos de
sus subordinados; aunque la moral en este campo es universalmente laxa, mucha gente del país rehusa participar directamente en la política78.
A veces a la corrupción había que añadir la incapacidad administrativa:
El Gobierno de Reyes ha sido en algunas ocasiones víctima inocente de aventureros extranjeros que han fallado en
cumplir sus compromisos; se ha gastado mucho dinero sin recibir la retribución correspondiente79.
De los prohombres de la República Conservadora, Nemesio
Camacho “adora el dinero”80; Jorge Holguín, “inteligente
[pero] su conexión con el gobierno del Gral. Reyes y las supuestas especulaciones que se le atribuyen cuando negoció la deuda
externa (Convenio Holguín-Averbury) son ofensas inolvidables
para un sector considerable de sus compatriotas”81. Felipe Angulo es considerado “un político extremadamente hábil y sin
escrúpulos”82. Baldomero Sanín Cano, “un funcionario muy
concienzudo y capaz. Estudioso de la literatura en muchas lenguas, no ha viajado nunca (1908) y para un hombre de su talento, tiene concepciones sobre ciertos asuntos bastante
estrechas y locales”83. El Dr. Antonio Gómez Restrepo es “una
78. fo 371/236, Reporte 1906, pág. 3.
79. fo 371/347, Reporte 1907, pág. 2.
80. fo 371/643, Reporte 1908, pág. 4.
81. fo 371/875, Reporte 1909, pág. 11.
82. Ibídem.
83. fo 371/643, Reporte 1908, pág. 4.
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mediocridad”84. Benjamín Herrera, “un hombre de honor”85.
Valencia, el “Demóstenes de la Nueva Granada”, “poeta distinguido y orador del tipo colombiano más florido”, “caballero y
aristócrata. Hombre de gustos refinados y vida bohemia; se dice
que es adicto a la morfina. Extremadamente patriota y escrupulosamente honesto. De seguro no es pro-norteamericano. Habla francés y algo de inglés”86.
Pedro Nel Ospina, “encantador él y su familia”, “como sus
predecesores el Gral. Ospina ha sido acusado de abusar de su
posición en provecho personal y de sus protegidos, pero sería
un error dar mucha importancia a estos cargos”87. En 1925 se
decía que Laureano Gómez era un “hombre capaz y ambicioso
[…] que debe llegar muy lejos en la vida pública de su Nación
y la Presidencia, que indudablemente tiene como su objetivo
final, quizás caiga algún día en sus manos, a pesar de los enemigos que ya se ha echado”88. José Vicente Concha era “honesto
pero beodo”89. Esteban Jaramillo jamás contó con la simpatía
de los británicos: “Inescrupuloso, subrepticio, falso y pernicioso, pero cauteloso; un chacal”90. Tampoco les cayó bien Vázquez
Cobo: “Ha vivido de hacer política, intrigas y especulaciones
[...] Su candidatura a la Presidencia fue respaldada por la jerarquía católica pero no por las bases del Partido Conservador.
Inspira desconfianza y temor; tiene la fama de querer hacerse
dictador. Si no resulta elegido, regresará probablemente a París
como Ministro; es la clase de hombre que un gobierno prefiere
tener fuera”91. El Dr. Silvio Villegas, “25 años, soltero, da la
84. fo 371/7210 Reporte 1921, pág. 7.
85. Ibídem.
86. fo 371/10616, Reporte 1924, pág. 2; fo 371/11132, Reporte 1925, pág. 2, y fo 371/a 5749/1190/11 (1929), pág. 1.
87. fo 371/10616, Reporte 1924, pág. 2; fo 371/11132, Reporte 1925, pág. 1.
88. fo 371/11132, Reporte 1925, pág. 2.
89. fo 371/a 5749/1190/11 (1929), pág. 1.
90. fo 371/a 1591/1591/11 (1929), pág. 5; fo 371/A 1876/
1876/11 (1930), pág. 6; fo 371/15835 (1931), pág. 25.
91. Ibíd., págs. 4-5; fo 371/a 1429/726/11 (1930), págs 1-2;
fo 371/1953/761/11 (1930), págs. 1-2.
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impresión de ser muy insincero; es un patriota profesional”92.
El Dr. Jesús M. Marulanda era descrito como “miembro de la
clique ‘El Leviatán’, de los hígados de Esteban Jaramillo, amasó
una fortuna considerable por medios incuestionables, perro
hambriento [en castellano en el original]. Desafortunadamente será Ministro de Hacienda si Valencia sale elegido”93. De
Mariano Ospina Pérez se dice que es talentoso; llegará muy
lejos; su defecto principal es “su esposa que habla mucho”94.
xxxi. Los liberales no salen mejor librados. Alberto Lleras
Camargo, después de ser tachado de comunista y clasificado
en un rango jerárquico inferior al de su hermano Felipe, empieza a ascender hasta que lo saca del comunismo “el matrimonio con la hija del Ministro chileno, celebrado en la capilla
privada de la Catedral de Bogotá”95. Los comentarios sobre
Enrique Olaya Herrera, “autócrata sutil”, son elogiosos: “talento político, moderación, honestidad, visión”96. También van
elogios para Eduardo Santos97. Los juicios sobre Alfonso López
Pumarejo se dividen cronológicamente. Antes de 1935 era considerado un “demagogo”, “arribista social”, “hombre que vive
por encima de sus ingresos”; la familia Samper lo ayudó a su
regreso de la Legación en Londres asegurándole ingresos por
una figuración estrictamente nominal en un cargo directivo en
una empresa de cementos. La tónica de estos chismes cambia
con su primera Presidencia, elogiada por su moderación y cautela. Pero de la segunda se dice que perdió el élan reformista y
que combina dotes de estadista y manipulador político98. Fi-
92. Ibíd., pág. 7.
93. Ibíd., pág. 9.
94. Ibíd., pág. 8.
95. Ibíd., pág. 7; fo 371/15835; Leading personalities, 1931,
pág. 3.
96. Ibíd., pág. 5; fo 371/16572; fo 371/19776 (1936);
Leading personalities, 1932, pág. 1.
97. Ibíd., pág. 5; fo 371/16572; Leading personalities, 1932,
pág. 6.
98. Ibíd., pág. 7; fo 371/16572; Leading personalities, 1932,
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La clase más ruidosa y otros ensayos
nalmente, Jorge Eliécer Gaitán es descrito desde principios de
los treinta como “la mayor ambición que existe en este país”,
“político de inclinaciones fascistas”99, acusación ésta lanzada
desde los más diversos cuarteles y que lo perseguirá hasta el
último día de su vida y aun después de muerto. En los años
cuarenta van desapareciendo estas cápsulas biográficas. Igual
que los informes políticos, se fragmentan y resumen.
Los pilares del orden: ¿Políticos? ¿Curas? ¿Militares?
xxxii. El previsible desprestigio social que por largos períodos ha padecido la clase política desde mediados del siglo xix
llega como actitud general hasta el presente; hace poco el politólogo Mario Latorre ha advertido con inquietud sus posibles
implicaciones100.
Rufino José Cuervo expresó una crítica que, con todo y su
aristocratismo, ha sido compartida ampliamente por muchos
sectores sociales a lo largo de nuestra historia:
Una sola vez he votado, en mi vida, siendo Gobernador de
Cundinamarca Aldana: díjose que en la urna donde yo había
depositado mi boleta había mayoría conservadora; vino Garay,
alcalde, con cuatro alguaciles, y antes de comenzar el escrutinio, tomó la urna y llevándola a la esquina noroeste del Capitolio, la vació en el caño. No volví a votar, pero en mi oscuridad,
dentro de mi conciencia y en el círculo de mis amigos, voto y
votaré mientras tenga vida contra la violencia y el insulto del
que mande, cualquiera que sea el título con que ejerza el poder101.
Volviendo a la referencia de la clase política “ruidosamente
articulada”, comprobamos el cruce social desinhibido que la
págs. 4-5; fo 371/33800 (1943); fo 371/44949 (1945); Political
situation 1945.
99. fo 371/17514; Leading personalities, 1933, pág. 3.
100. M. Latorre Rueda, Política y elecciones, Bogotá, 1980, especialmente págs. 263-283.
101. Epistolario de Angel y Rufino José Cuervo, loc. cit.,
pág. 297.
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La clase más ruidosa. A propósito de los reportes
británicos sobre el siglo XX colombiano
fundamenta. Basta pensar en los momentos de crisis o de campaña electoral. Malcolm Deas traza un cuadro pintoresco que
se reproduce con frecuencia: Francisco de Paula Borda, cachaco
raizal, se engancha al carro de la guerra que conduce el apuesto
Gaitán Obeso, típico representante de las “clases peligrosas”
de Ambalema102.
Articulaciones de esta naturaleza o, quizás, la fidelidad por
miedo a que aludía Dickson no bastan para explicar la relativa
estabilidad del régimen democrático y oligárquico entre 1903
y 1948.
xxxiii. En estos decenios Colombia tuvo uno de los ejércitos
más pequeños y peor equipados de toda la América Latina,
aunque Reyes, prosiguiendo el esfuerzo de Núñez, intentó modernizarlo; vendrán después instructores chilenos, suizos, alemanes, franceses y británicos, para construir además una fuerza
naval y aérea merecedoras del nombre. Sólo en el incidente con
Perú y en el período de la postguerra volverá a tomar impulso
esta tendencia103.
Explicando el fracaso de la Misión Militar Suiza, un Reporte
se pregunta: ¿Cómo puede llamarse ejército a un grupo de seis
mil hombres mal armados? ¿Qué podían hacer los suizos con
un regimiento de caballería compuesto por 300 hombres, 150
caballos y 60 galápagos?
Además:
Mientras que las autoridades militares se quejan de que el
Estado Mayor tiene un personal muy limitado, debido a recortes presupuestales, los suizos declaran que sobran oficiales
en el staff y que muchos de éstos tienen muy poco conocimien102. M. Deas, “Pobreza, guerra civil y política: Ricardo Gaitán
Obeso y su campaña en el Río Magdalena en Colombia, 1885”,
Coyuntura Económica, Bogotá, 1981.
103. Hay que recordar que los sucesos del 9 de abril también
fueron un antecedente para reequipar, ampliar y modernizar las
fuerzas armadas colombianas. En este punto la modernización militar –ideología, armamento y organización– se inspiró sin reservas
en el modelo norteamericano.
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to de sus deberes y poco celo para cumplirlos. El oficial suizo
encargado dice que el Estado Mayor no tiene la más mínima
idea de qué es una movilización y que una concentración del
ejército en cualquiera de las fronteras, Venezuela o al sur, no
podría llevarse a cabo en menos de dos meses y eso siendo muy
optimistas104.
La paga en el ejército era muy baja, lo que ayuda a explicar
por qué la carrera militar no atraía demasiado a los jóvenes
de la clase alta. La otra razón era su menguado prestigio social.
En 1928 la situación no se había remediado. El ejército tenía
armas de la preguerra europea. El armamento pesado consistía en 24 cañones Krupp de 70 mm (modelo 1912) y 4 ametralladoras por compañía de infantería o escuadrón de caballería.
No había armamento de reserva; las botas y driles se importaban. La única noticia buena era que se habían traído 700 caballos de Chile. Los oficiales se reclutaban de la clase media
hacia arriba; no se reclutaban negros, mulatos, ni hijos de familias liberales. La capacidad de combate era “especialmente inferior”. El 75% de los soldados eran analfabetos; estatura
promedio, 1,60 mts.; moral y disciplina “satisfactorias”. El ejército tenía 419 oficiales, 1800 suboficiales y 7576 soldados reclutados entre campesinos105.
104. Ver fo 371/A 5749/1190/11 (1929), pág. 21; fo 371/
15087 (1930), Reporte 1930, págs. 3-4, y fo 371/as 3650/113/11
(1948). La mentalidad anticomunista del ejército colombiano antecede la implantación de una “hegemonía norteamericana” en el
hemisferio. Se aprecia, por ejemplo, en las Memorias de los ministros de Guerra de fines de los años veinte. Un ejemplo: “...Es cosa
evidente y por tanto no necesita demostración que el peligro comunista no solamente existe, sino que es inminente en Colombia”.
Memoria del Ministerio de Guerra, 1927, Bogotá, s. f., pág. xiii.
Para asuntos de dotación de armamento del ejército colombiano
ver National Archives of the United States, Washington, D. C., de
820.24/3-4 a 821.00/12; la caja C-462 está enteramente dedicada
al asunto.
105. fo 371/a 3192/3192/11 (1929), págs. 22-24.
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Aunque esta situación cambia sustancialmente en los años
de la República Liberal, Dickson insiste, y creemos que con razón, en la persistencia de un sentimiento antimilitarista entre
las diversas capas sociales; sentimiento más acentuado en regiones del Caribe colombiano y de Antioquia. A este respecto baste
pensar en el fallido golpe de Pasto de 1944.
xxxiv. ¿Cómo explicar la paz conservadora? ¿Cómo dar
cuenta de que la miseria de las mayorías no arrojara crecientes
índices de criminalidad, o que no produjera entre los grupos
burgueses algún estado de zozobra e inseguridad? ¿Quién inculcaba la disciplina social? Si el ejército no era pilar del orden
público, quedaba la Iglesia:
Es evidente que no ha llegado la hora para que los Ministros colombianos de tendencias progresistas esgriman espadas
contra el poder de la Iglesia (freno al temperamento latino).
El liberalismo en su variedad colombiana, no siendo más que
un disfraz de la cultura moderna más espuria, podría presentarse fácilmente como sustituto de la Iglesia, pero los resultados serían desastrosos para un país que aún no aprende a
gobernarse a sí mismo106.
Esto era así porque:
En Colombia la Iglesia Católica Romana se ha establecido
más firmemente que nunca antes y a pesar de cualquier cosa
que pueda achacársele como poder reaccionario, no cabe duda
que ofrece, especialmente a los rangos inferiores de la sociedad, una fuerza disciplinaria carente en la educación secular
del país. Se dice que en los distritos campesinos el cura párroco ejerce mucha más influencia que las autoridades civiles107.
La afirmación remata así: “El liberalismo y anticlericalismo
están confinados a las clases cultas”.
106. fo 371/a 2322/2322/11 (1924), pág. 5.
107. fo 371/1350, Reporte 1911, pág. 16; fo 371/1886/ 1886/
11 (1926), pág. 19.
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La Iglesia surge como fundamento de la autoridad y de la
legitimidad política, cemento ideológico y organización integradora en un doble plano: de las relaciones entre blancos e indios
y de la unificación nacional. Desempeña esta doble función organizacional e ideológica sustituyendo o complementando a un
Estado incapaz de dispensar ideología y educación básica. La
ejecuta en medio de fuertes conflictos internos entre un núcleo
ilustrado (los Nuncios papales y la jerarquía) y una base cural
propensa a las influencias ultramontanas de sacerdotes carlistas expulsados de España que, desde la Regeneración, recorren
los municipios o se establecen en parroquias, atizando las pasiones políticas de la feligresía. Este papel preeminente de la Iglesia empieza a debilitarse paulatinamente con la modernización
de la década de 1920. Resurge para librar su penúltimo combate en la siguiente década cuando, con su Partido Conservador,
queda reducida a una oposición política inclinada a la deslealtad.
xxxv. Bajo estas consideraciones podríamos sugerir que el
papel de la República Liberal consistió en acelerar el proceso
de secularización política y de centralización estatal, sin abandonar la zona de la Constitución de 1886, como pretendieron
ingenua y aventureramente los “generales” liberales de los años
veinte.
Los alcances de la República Liberal se explicarían no tanto
por la profundidad de su reforma social sino por su capacidad
de ofrecer paliativos: (a) poner en marcha importantes reformas
institucionales; (b) crear una ficción verbal revolucionaria (“la
revolución en marcha”) cuyos ecos alcanzan a percibirse actualmente; (c) rejuvenecer a la clase política (“los muchachos” de
López). De este modo la República Liberal generó una nueva
mentalidad en algunos sectores de las clases dominantes y llenó
con las masas populares y con las clases medias el vacío dejado
por una Iglesia que perdía terreno y se dividía profundamente.
Pese a su incubación conservadora, el ejército tuvo que ceñirse al principio civilista. El experimento quedó inconcluso.
El interludio de 1948 a 1958 puede interpretarse como su fracaso. El Frente Nacional, “un puente” según el veredicto opti[200]
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mista de todos los dirigentes nacionales del Partido Liberal,
retoma algunos principios de la República Liberal (entre éstos
el énfasis en la educación), pero despolitiza al máximo la vida
pública.
Haciéndole quites a la democratización
xxxvi. La colonización civilizadora del cachaco sobre los
demás grupos, clases y estereotipos provincianos, de los cuales
los más resistentes siguen siendo los costeños, como nos recuerdan la literatura de García Márquez y las tácticas electorales
de López Michelsen, definió un estilo de vida y una constelación
de actitudes envueltas por la política: Bogotá es a fin de cuentas
la capital nacional. El esfuerzo cachaco por definir una nación
llamada Colombia, redoblado después del trauma panameño
de 1903, es correlato de su colonización civilizadora. Esta
empresa se inscribió en contextos abigarrados por la multiplicidad y frecuente entrecruce de fuerzas regionales centrífugas
y signos ideológicos equívocos, que daban cuenta de las barreras económicas y mentales que se levantaban contra una hegemonía burguesa a secas.
La historia política está llamada a descorrer el velo que esconde este desfase: en el quinquenio de 1904-1909 cuajó el consenso oligárquico modernizador, cuando el país no era más que
un agregado de fragmentos rurales y provincianos comandados
por Obispos y Soteros Peñuelas, cuando no por generales y coroneles nostálgicos, unos y otros abrumados por el peso del
pasado.
xxxvii. En cuanto penetra la modernidad aparecen nuevos
actores populares. Con la mirada en el futuro, cuestionan de
modo confuso y espontáneo los cimientos del orden dominante.
Medio siglo de luchas comunistas, de las más diversas formas
y variedades, no parece ofrecer la respuesta esperada. Tampoco
la ofrecen las eclosiones populistas de la posguerra. Entre 1928
y 1948 el discurso populista desplegó, hasta los límites mismos
de la legalidad republicana, la pasión de un moralismo antioligarca. Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez, desde dos vertientes ideológicas contradictorias, confluirían en 1945-1948
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en el ataque más frontal y punzante jamás recibido por el predominio cachaco, cristalizado en la obscenidad de las relaciones
mantenidas entre la alta burguesía y el poder central. Malcolm
Deas apunta el ancestro estilístico de ese populismo en tanto y
cuanto que oratoria desaforada: José María Vargas Vila, “el
populista peripatético”108.
Bajo la punta del iceberg, pensamos nosotros, se ocultaba
un pesimismo fundamental sobre la naturaleza misma de una
sociedad que se había dejado adormecer por la sordina cachaca.
Juan Gustavo Cobo Borda sugiere que una de las más vigorosas expresiones literarias anti-cachacas se encuentra en la obra
de Osorio Lizarazo, novelista de ese Bogotá popular que perdió
en “el día del odio” la oportunidad del siglo109.
xxxviii. Aquí conviene observar que en los documentos diplomáticos el vocablo liberal causa más problemas definitorios
que el término conservador. El reporte de 1947 presenta un ejercicio corriente de aclaración semántica:
Debe aclararse que los usos del término liberal en la política
colombiana son un tanto engañosos. El empleo que le da el
Partido Liberal ortodoxo y tradicional, que se aproxima bastante al Whig Party de la historia británica, es comprensible
para una mente anglosajona. Es cierto también que el ala de
la Izquierda Liberal, los seguidores del Dr. Gaitán, trae reminiscencias de nuestros Radicales en tanto es el primer Partido
colombiano que predica efectivamente una doctrina igualitaria.
Pero las restantes características del liberalismo colombiano
no guardan semejanza con el significado británico de la locución. Manifiestan una aceptación autoritaria del principio del
Caudillo expresada en las demostraciones populares, en los
desfiles, en las arengas radiadas y en los carteles. Corolario de
esto es el acusado espíritu nacionalista al que se pueden adscri108. M. Deas, “Vargas Vila: The Peripatetic Populist”, Times
Literary Supplement, Londres, junio 26 de 1976.
109. J. G. Cobo Borda, “Notas sobre la literatura colombiana”, en: M. Arrubla et. al., Colombia hoy, Bogotá, 1978, págs.
380-394.
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La clase más ruidosa. A propósito de los reportes
británicos sobre el siglo XX colombiano
bir su actitud proteccionista en asuntos económicos y su postulación de la expropiación de las empresas extranjeras. El Dr.
Gaitán podría, de hecho, pasar como un tipo de líder Nacional Socialista si no mediara una reciente ternura suya hacia
los comunistas. Fue sin duda la figura más significativa de la
escena colombiana de 1947, y parece que lo será en 1948, aunque sus motivaciones y alianzas fueron tan vacilantes durante
el año que hacen impredecible su destino eventual110.
Líder y masas; partido e ideología, sobrepuestos mediante
fronteras borrosas y corredizas, incompatibles con las demandas de los tiempos modernos.
xxxix. Los reportes británicos, espejos etnocéntricos que
reflejan intimidades colombianas de las que hemos servido un
aperitivo, han sido el pretexto de los descoyuntados “a propósito de” que componen este ensayo.
El Reporte de 1910 puntualizaba:
La historia de este país muestra una constante alternación
entre la autocracia y la impotencia y no hay razón para pensar que su futuro diferirá de su pasado111.
Ante pesimismo tan enconado o ante el cinismo público concomitante al desenvolvimiento del clientelismo como sistema
de distribución del poder político, habría que levantar vigorosamente la democracia en tanto principio de esperanza, bien
alcanzable, necesidad cívica de la vida moderna.
Probablemente la sociedad colombiana llegó a la mayoría
de edad en el último trecho del siglo xx. Deberíamos repensar
las condiciones de la vida democrática, una de las cuales es,
sin duda, la existencia de partidos modernos. El contexto social
de la democracia fue presentado por otro británico, eminente
socialista que no fue victoriano ni escribió Informes Diplomá-
110. fo 371/as 1300/1300/11; Reporte 1947, págs. 1-2.
111. fo 371/1100; Reporte 1910, pág. 7.
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ticos. Aneurin Bevan, formidable figura de la historia del partido laborista, apuntó en 1944:
O bien la pobreza utiliza la democracia para destruir el
poder de la propiedad, o la propiedad, temerosa de la pobreza, destruirá la democracia112.
Habría, quizás, dos objeciones históricas a esta idea: primero, nos harían recordar el sustrato lockeano, incompatible con
las variedades hispánicas del liberalismo “corporativizado”;
segundo, nos señalarían que ahora los países latinoamericanos
parecen encaminarse hacia un nacionalismo exacerbado, militarista y volátil. Si esto es así, entonces tendríamos que ver el
talante civilista de los colombianos como prerrogativa, pero
el aislamiento internacional como una carga cuyo precio podría ser demasiado alto a estas alturas.
112. A. Bevan, Why not trust the Tories, Londres, 1944.
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