Patrologia I Sergio Stephan Barrero Tello APROXIMACION A SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA Y SUS CARTAS CAMINO AL MARTIRIO Por los escritos de Eusebio de Cesárea, se conoce que Ignacio fue obispo de Antioquia de siria en tiempos de Trajano (98-117 d.C) (Ramos, 2016). En la Historia Eclesiástica y en el Chronicon de Eusebio es referido como el tercer obispo de Antioquía, después de Pedro y Evodio, ubicando el inicio de su episcopado en el primer año de Vespasiano (70 d.C). Esta aproximación cronológica demuestra una clara relación de Ignacio con los apóstoles, afirmación que sustenta Juan Crisóstomo en su homilía sobre San Ignacio y Jerónimo en la traducción del Chronicon de Eusebio (Hernández, 2018). La tradición cristiana narra, que fue enviado de Siria a Roma para allí ser martirizado en el año decimo de Trajano (108 d.C). Durante su traslado al martirio por Asia, bajo la vigilancia de sus guardias, exhorto a las comunidades de la región, previniéndolas sobre las herejías de mayor difusión e invitándolas a mantenerse adheridas a la tradición apostólica (Trevijano, 1994). En Esmirna dirigió cuatro cartas a las comunidades de Éfeso, Magnesia, Tralia y Roma respectivamente. Desde Troas envió tres cartas a las iglesias de Filadelfia y Esmirna, adicional envía una carta a Policarpo obispo de Esmirna. El valor de las cartas de Ignacio de Antioquia es incalculable para la transmisión de la fe, debido a que son características por abordar una elevada calidad moral, espiritual y una profunda enseñanza doctrinal. El patrón estructural de agradecimiento a las comunidades por la muestra de simpatía hacia él y la exhortación a la obediencia hacia sus superiores eclesiásticos es un elemento constante en su cuerpo epistolar. A través de ellas, San Ignacio difundió fervorosamente su deseo morir por Cristo, llevándole esto al comienzo de la verdadera vida, por lo cual, con excelso clamor, pidió a sus gentes que no hicieran cualquier cosa que los alejara del propósito contenido en su deseo. Hernández (2018) expresa que esta disposición interna, constante en la vida de Ignacio de Antioquia, promovió el surgimiento del misticismo cristiano inspirado por la perfecta imitación de Cristo y por ende la unión con Él. Todas sus cartas invitan con devoción al abandono en la unidad de la fe y al sacrifico redentor de Cristo y de los fieles através del martirio, por otra parte, siempre insto a sus lectores cristianos a estrechar las relaciones con el obispo nombrado, encontrando en él un modelo de guía para la vida cristiana. Sobre las siete cartas escritas en su traslado a roma para sufrir el martirio, es necesario aclarar que estas no dan a conocer las condiciones internas de las comunidades cristianas primitivas, más si permiten penetrar en la espiritualidad del obispo mártir y en su identificación plena con la entrega de la vida en la imitación de Cristo. El lenguaje utilizado es auténtico y apasionado. Algunos autores como Simmonetti y Quasten coinciden en que, por el estilo del contenido de las cartas, San Ignacio bebió de la tradición paulina y joanica, manifestando en ellas la vida en Cristo como el centro de su argumentación. Deposito que fue tomado por Policarpo e Ireneo y transmitido a la posteridad. El contenido epistolario de Ignacio expone algunos temas que caracterizaron su teología, como lo son el ataque al docetismo, la doctrina sobre la unidad y su espiritualidad martirial, de las cuales hablaremos de forma muy sintética a continuación. Respecto al docetismo, un error griego de carácter sincrético y dualista, que negaba la verdad de la encarnación del Logos divino, planteando un falso espiritualismo. La argumentación de San Ignacio frente a esta perspectiva se centró en la realidad constatable de los padecimientos sufridos por Cristo en su pasión y muerte, revocando los fundamentos de una falsa y aparente corporeidad de Jesús que tanto daño hizo a la verdad Cristológica (Hernández, 2018). La carta a los esmirniotas relata su defensa: «Padeció [Cristo] todo eso por nosotros, para salvarnos. Padeció verdaderamente, así como también se resucitó verdaderamente. No como algunos incrédulos dicen que padeció en apariencia. ¡Ellos sí son apariencia! Y como tal piensan, les sucederá que serán incorpóreos y fantasmales. Pues yo sé y creo que, después de su resurrección, Él existe en la carne [...]” (Smyr., II-IV, 2). En la carta enviada a Tralia, insiste en la realidad de la encarnación, afirmando la presencia real de Cristo en la eucaristía, señalando que los docetas “se apartan de la eucaristía y de la oración, pues no confiesan que la eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo que padeció por nuestros pecados, a la cual resucitó el Padre por su bondad” (Smyr., VII, 1). En lo relacionado a su doctrina de la unidad, en defensa frente al docetismo, insiste en la unidad de Dios y de Cristo. Sostiene que el Hijo, aparecido en forma humana, sin dejar al Padre ha venido de Él y a Él ha vuelto en la unidad. Además, en su apasionada defensa contra la corriente docetista judaizante, que negaba los acontecimientos históricos de la vida de Jesús, en su carta a Éfeso expreso lo siguiente: “Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, ha sido llevado por el vientre de María, conforme a la dispensación de Dios, del linaje de David y del Espíritu Santo. Nació y fue bautizado para purificar el agua por la pasión” [Eph XVIII,2]. Otro aspecto central en la doctrina de la unidad es la extrapolación que hace de la Unidad de Cristo con el Padre a la unidad del cristiano con Cristo, materializada en la unidad de los cristianos entre sí. Esto se traduce en la obediencia con el obispo en la única fe de la Iglesia (Trevijano, 1994). Por último y no menos importante, su teología espiritual, se centra en lo que la tradición ha madurado en la evocada “espiritualidad martirial”. El testimonio de San Ignacio en el martirio, refleja el mejor modo de llegar a ser un verdadero discípulo de Jesucristo, en cuanto su vida se conforme a su pasión y muerte. Por otro lado, se puede afirmar que el itinerario espiritual del obispo mártir se conduce en un desarrollo claramente trinitario, con un seguimiento de Cristo hasta la cruz con el Espíritu Santo que lo lleva al Padre (Ramos,2016). Sobre esto en la carta a los romanos encontramos: “Mi amor está crucificado y en mí no hay fuego que ame la materia. Pero un agua viva habla dentro de mí y, en lo íntimo, me dice: «Ven al Padre»” (Rom., VII, 1-2). Referencias Hernández Ibáñez, J. A. (2018). Patrología didáctica. Estella (Navarra), España, Editorial Verbo Divino. Ignacio de Antioquia, Carta a los Esmirniotas. Ignacio de Antioquia, Carta a los Efesios. Ignacio de Antioquia, Carta a los Romanos. Ramos-Lisson, D. (2016). Patrología (3a. ed.). Pamplona, España: EUNSA. Trevijano, R. (1994). Patrologia (serie de manuales de teología). Madrid. Biblioteca de Autores Cristianos.