SMITH, Tony “Los modelos del imperialismo. Estados Unidos, Gran Bretaña y el mundo tardíamente industrializado desde 1815”, FCE, México, 1984; cap. “El siglo norteamericano”, págs. 152 a 215. IV. EL SIGLO NORTEAMERICANO Si LAS interacciones más importantes de los asuntos internacionales desde 1945 han sido las establecidas entre el Este y el Oeste, las interacciones más efímeras han tenido lugar entre el Norte, o sea los veinticuatro estados industriales de mercado agrupados desde 1960 en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, y el Sur, o sea el "Tercer Mundo" de los países en desarrollo que ahora pasan de un centenar. Como vimos en el capítulo anterior, durante los dos decenios siguientes a la segunda Guerra Mundial se liberó de la dominación colonial la tercera parte de los habitantes de la Tierra, ya que por todas partes se destruyeron las redes de grupos locales que habían formado el pilar político de la dominación europea en ultramar —las aristocracias nativas, las minorías étnicas, los comerciantes compradores, los "évolués" locales—, o bien se convirtieron en oponentes de la presencia extranjera. Francia terminó en 1945 su mandato sobre Siria y Líbano. En el verano de 1947, Gran Bretaña reconoció la independencia de la India, Paquistán y Ceilán (Sri Lanka), renunciando así a lo que durante más de siglo y medio había sido la mayor de las posesiones imperiales europeas. Al año siguiente se fragmentó Palestina y se creó Israel, y los primeros desórdenes graves del África tropical —disturbios callejeros en Costa de Oro (Ghana)— anunciaron la difusión del nacionalismo al sur del Sahara. Al mismo tiempo, millones de otros seres humanos, sometidos alguna vez a la dominación europea sin caer bajo la jurisdicción colonial formal, reafirmaron sus identidades nacionales. Con la entrada de los comunistas chinos a Pekín en enero de 1949, terminando lo que ellos llamaban el "siglo del deshonor", parecían surgir de las ruinas de la guerra los contornos de un nuevo periodo de la historia mundial, que señalaba el fin de una época prolongada de hegemonía europea indiscutida sobre las áreas preindustriales del planeta. La Guerra de Corea, la invasión de Suez, las revoluciones de Cuba e Irán, la interminable guerra de Vietnam, el alza desaforada de los precios del petróleo, la posibilidad de graves violencias en el Medio Oriente y el sur de África: es el ritmo, la complejidad y las posibles repercusiones de estas cuestiones lo que ha impulsado principalmente la política mundial desde 1945. En efecto, podría afirmarse que dos legados del imperialismo francés y británico a la hegemonía norteamericana de la posguerra —Indochina y el Medio Oriente— han sido'sobre todo responsables de la creación de las condiciones que han sacudido gravemente el sistema internacional establecido después de la segunda Guerra Mundial por las acciones deliberadas 152 EL SIGLO NORTEAMERICANO 153 de los Estados Unidos. Es decir, el desafío al orden internacional de la posguerra determinado en gran medida por Washington no ha provenido principalmente del Este, como se había esperado desde hace mucho tiempo, ni de los dinámicos amigos de este país en el terreno económico, como algunos observadores empezaban a especular, sino de esos "espectros nocturnos en piyamas negras" —como llamaba Lyndon Johnson a los viet cong—, los habitantes del Tercer Mundo. Así pues, si bien es cierto que el centro de la política mundial durante los últimos treinta y cinco años han sido las relaciones existentes entre Washington y Moscú, la dinámica de los asuntos internacionales ha derivado en gran medida de la relación existente entre el imperialismo norteamericano y el nacionalismo del Tercer Mundo. Esto puede afirmarse sin negar que la política norteamericana hacia el Sur ha reflejado sustancialmente la percepción que tiene Washington del papel internacional de Moscú. Sin embargo, lo importante es la insistencia en la realidad del nacionalismo del Tercer Mundo como una fuerza potente en la política mundial desde 1945; una fuerza que no es el títere obsequioso de los intereses comerciales norteños (como han alegado muchos teóricos izquierdistas) ni el peón invertebrado de los países dominantes en los asuntos internacionales (como suponen con frecuencia los observadores más derechistas, quienes ven a los países sureños como meros escaparates en la contienda entre el Este y el Oeste). Ahora se ha puesto de moda criticar la política exterior norteamericana por no haber respetado el poder del nacionalismo del Tercer Mundo. Se afirma que Washington, obsesionado con la amenaza del comunismo internacional —de modo que contempla a los débiles países del Sur como peones o "fichas de dominó" en el gran tablero de la confrontación Este-Oeste, o como sociedades ansiosas por obtener favorables arreglos comerciales y de inversión para asegurar así un flujo sostenido de materias primas y beneficios— no percibió las limitaciones impuestas a su poder por la capacidad de actores regionales para intervenir decisivamente en los asuntos locales. Por el contrario, los Estados Unidos se proyectaron como la potencia predominante en todas las áreas del Sur fuera de África (excepto por las acciones de Kennedy en el Congo a principios de los años sesenta). En el proceso, este país trató de constreñir las fuerzas locales en un molde adecuado a la percepción que tiene Washington de un orden mundial apropiado y así se convirtió en el centro internacional de la actividad contrarrevolucionaria en el Sur, amigo de la riqueza y el poder establecidos allí, enemigo de la organización activa de trabajadores y campesinos que trataba de corregir injusticias de varias generaciones complicadas por las tensiones del cambio contemporáneo. Desde esta perspectiva, la derrota sufrida en Vietnam fue el producto trágico de una política poco realista que exageró el poderío norte- EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO americano al mismo tiempo que subestimaba el vigor de las fuerzas políticas locales del Sur. Cualquiera que sea la justicia de estas críticas, éstas olvidan a menudo que después de la segunda Guerra Mundial, al igual que antes, los Estados Unidos hallaron con frecuencia que el cuidado de sus intereses nacionales en el exterior tendía a estimular la expresión del nacionalismo sureño, y que en los veinte años que siguieron a la conclusión de la guerra, la política más socorrida —aunque más conservadora— de Washington hacia el Tercer Mundo tuvo gran éxito en sus propios términos. En otras palabras, las explicaciones actuales, muy ligadas a la calamidad de Vietnam, pueden subestimar el vigor inicial de la política norteamericana y suponer con excesiva ligereza que las "lecciones de Vietnam" dictan algunas modificaciones notables del comportamiento de aquel país hacia el Sur. Sin embargo, si es cierto que la política norteamericana no ha sido tan inflexible y poco realista como algunos afirman, también lo es que la experiencia de Vietnam no ha dejado a los Estados Unidos sin voluntad o capacidad para intervenir en los asuntos del Sur si el caso parece ameritarlo (como lo ilustra su participación en la caída del gobierno de Allende en Chile). Podemos aceptar que la Guerra de Vietnam no fue un accidente sino el resultado de una visión particular del orden mundial mantenida por Washington durante algún tiempo, y que las lecciones de la guerra afectarán las iniciativas de este país en el futuro. Al mismo tiempo, no debemos simplificar demasiado: la guerra no fue el resultado inevitable de las percepciones norteamericanas y las circunstancias internacionales, como si pudiera trazarse una línea recta desde la Doctrina Truman en 1947 hasta la intensificación de la guerra ordenada por Johnson en 1965; y esta experiencia no ofrece ninguna indicación clara de la política que seguirán en el futuro los Estados Unidos hacia el Sur, como no la ofreció tampoco la experiencia de la Guerra de Corea, cuyas lecciones aparentes fueron tan distintas y tan mal interpretadas en general. En este capítulo trataremos de identificar ciertos patrones en la motivación y la conducción de la política norteamericana hacia Asia, América Latina, y (en menor medida) África desde fines del siglo xrx hasta cerca de 1980. En términos de la motivación de la política, el capítulo considerará en particular el peso relativo de los intereses económicos y políticos; en términos de la conducción de la política, examinaremos algunos de los procedimientos más prominentes utilizados por los Estados Unidos para imponer sus intereses en estas regiones del mundo. Convendrá que el lector se refiera al capítulo i, donde tratamos de distinguir entre estos términos y procesos respecto de la experiencia británica entre 1815 y 1914. El capítulo v se ocupará en los problemas que afronta a principios de los años ochenta la política norteamericana hacia el Tercer Mundo. LA POLÍTICA NORTEAMERICANA EN ASIA 154 155 v AMÉRICA LATINA, 1898-1939 Antes de la segunda Guerra Mundial, dos políticas básicas representaban la actitud de los Estados Unidos hacia América Latina y Asia: la Doctrina Monroe y la política de puertas abiertas. Quienes se inclinan hacia el cinismo en lo tocante a los asuntos mundiales, dirían que sus términos permitieron que Washington llegara a su preeminencia en la política internacional, en 1945, provisto con una norma doble singularmente poderosa para actuar con respecto a las regiones preindustriales del planeta. La Doctrina Monroe había sido utilizada con liberalidad entre 1898 y 1929 para obstruir la persecución de los intereses extranjeros en América Latina y sancionar la intervención directa de los Estados Unidos en la región, mientras que la política de puertas abiertas se invocaba donde la posición norteamericana era menos segura y había necesidad de derribar las barreras erigidas por potencias rivales: en el Lejano Oriente antes de 1914, en el Cercano Oriente después de la primera Guerra Mundial, y en las áreas coloniales y Europa Oriental durante la segunda Guerra Mundial y después. La política norteamericana dominante y preferida, expresada en la política de puertas abiertas y en la Doctrina Monroe antes de la guerra hispano-americana de 1898 y después del ascenso al poder de Hoover en 1929, era un orden mundial plural tipificado por el gobierno nacional de los pueblos, un sistema económico internacional no discriminatorio, y la hostilidad hacia las esferas de influencia de las grandes potencias. Por interesada que haya sido en efecto la política norteamericana en estos arreglos, esta objeción no deberá ocultar su carácter esencialmente progresista. Esta política se oponía en realidad al colonialismo y defendía la soberanía de los gobiernos nacionales en estas regiones, asociando así a los Estados Unidos con la fuerza creciente del nacionalismo sureño que hemos examinado en los dos capítulos precedentes.1 Sin embargo, esta política podía ser deliberadamente imperialista en un sentido: cuando se veían amenazados los derechos de la propiedad privada norteamericana en el exterior, Washington los defendería en ocasiones, aunque así se pusiera en peligro la estabilidad de los gobiernos acusados. Y la conducta norteamericana podía ser impe1 En las páginas que siguen resultará inevitable cierta ambigüedad acerca de los términos "gobiernos nacionales soberanos" y "autogobierno nacional". No debe entenderse que estos términos impliquen que tales estados se hallan constituidos en forma democrática (como ocurre con la "autodeterminación") o que necesariamente gobiernan una comunidad "nacional" homogénea, sino sólo que estos regímenes están constituidos en el aspecto local y que desde el punto de vista del derecho internacional pueden considerarse soberanos. 156 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO rialista también en otra forma, aunque esto reflejaba más la naturaleza de la vida social en el Sur que las intenciones de 'Washington. En la medida en que los regímenes anfitriones y las clases dominantes en el Sur, y particularmente en América Latina, empezaron a fortalecerse gracias a sus conexiones con las empresas norteamericanas y por lo tanto a proteger sus bases de poder local, se estaba generando una relación de imperialismo liberal. En contraste con esta tradición liberal de antimperialismo formal dominante, se aplicaba una política de intervención directa cuando parecía imposible una política de acomodo con los regímenes sureños. Esto ocurría sobre todo cuando la inestabilidad existente en una región débil, considerada importante para la seguridad nacional de los Estados Unidos, parecía abrir allí el camino para la influencia de una gran potencia rival. Desde la época de la guerra hispano-americana de 1898 hasta el gobierno de Hoover en 1929, tal política de imperialismo de ocupación, basada en ciertas modificaciones de la Doctrina Monroe, era cosa corriente en la conducta norteamericana hacia Centroamérica. Veamos más de cerca cada una de estas políticas y las tradiciones que generaron. En el Lejano Oriente, donde se aplicó inicialmente la política de puertas abiertas con gran entusiasmo (con las notas a las potencias, de 1899, y la circular, de 1900, enviadas por el secretario de Estado Hay), los Estados Unidos anunciaron que no tratarían de ampliar el territorio asiático bajo su control (tras de tomar las Filipinas), sino que tratarían de limitar la lucha competitiva por la repartición de China estableciendo esferas de influencia. La propuesta norteamericana, fuertemente secundada por Gran Bretaña, pedía que todas las naciones se comprometieran a no buscar la obtención de ventajas territoriales o comerciales exclusivas en Pekín, y que prevaleciera un trato igual, sin discriminación, para todos los extranjeros. (Poco después se incluyeron las oportunidades de inversión.) Tal posición identificaba los intereses norteamericanos con la salvaguardia y el fortalecimiento de la soberanía china. Por supuesto, el apoyo norteamericano a la integridad de su país podía parecer sospechoso desde el punto de vista chino: los Estados Unidos participaban de los privilegios conferidos por los "tratados desiguales", se unían a veces consorcios bancarios que extendían mayor poder aún a los extranjeros sobre la política interna de China, y aceptaban acuerdos tales como el memorando de acuerdo Taft-Kasura de 1905 y el acuerdo Root-Takahira de 1908, que establecían esferas de influencia extranjera sobre áreas que se encontraban bajo la autoridad nominal de Pekín (en estos casos, la primacía japonesa en Corea y sur de Manchuria, respectivamente). Y en efecto, no podría decirse que los intereses norteamericanos y chinos fuesen idénticos en todos sentidos. Sin embargo, el propósito general de la política norteamericana era la limitación de la influencia extranjera en aras de la expansión del poder del Estado chino, con la esperanza de que tales desarrollos estimularan también el crecimiento de los intereses norteamericanos. Así pues, los acuerdos para respetar las reclamaciones japonesas informales sobre algunas partes específicas de la tierra firme asiática no se celebraron para sancionar la partición de China sino para lograr que Tokio consintiera la limitación de tales reclamaciones, y durante la primera Guerra Mundial modificó "Wilson su decisión de no permitir que los banqueros norteamericanos participaran en consorcios de préstamos a Pekín cuando se convenció de que tal participación tendría probabilidades de promover los intereses chinos, y los norteamericanos, a expensas de los japoneses. En su impulso básico, la política norteamericana apoyaba el nacionalismo chino. En el periodo de entreguerras prevaleció esta misma orientación general. En la Conferencia Naval de Washington, de 1921-1922, se celebraron los acuerdos internacionales más importantes acerca del Lejano Oriente, y todas las naciones representadas en la conferencia pidieron el respeto a la independencia china y la igualdad de la oportunidad económica para los extranjeros en el Tratado de las Nueve Potencias. Cuando Japón comenzó a violar el tratado de 1931, fue Washington quien protestó más vehementemente. Y en última instancia fue la insistencia norteamericana en que Japón terminara su expansión en China lo que provocó la Guerra Japonesa-norteamericana del Pacífico en 1941.2 Como lo ilustra este ejemplo de las relaciones chino-norteamericanas, el llamado a la autodeterminación nacional que hiciera Woodrow Wilson en sus Catorce Puntos de 1918 dotaba de un contenido democrático de manera específica a una forma de la política exterior norteamericana existente al parecer desde el nacimiento de la República. Aunque Wilson no intentaba que este concepto se aplicara fuera de Europa, a Franklin Roosevelt le pareció natural hacerlo después del estallido de la segunda Guerra Mundial, apoyándose así en una tradición de la conducción de la política norteamericana. Una razón básica de esta política de antimperialismo liberal era económica. Al principio, corno país joven que lucha contra las restricciones comer- 157 2 Mary Clabaugh Wright, The Last Stand of Chínese Conservatism; The T'ungChih Reitoration, 1862-1874, Stanford University Press, 2» ed., 1962, capítulo 3; Dorothy Borg, American Policy and the Chínese Revolution, 1925-1928, Macmillan, 1947, y Borg, The United States and the Par Eastem Crisis of 1933-1938, Harvard University Press, 1964; Tang Tsou, América''s Pailure in China, University of Chicago Press, 1963, capítulo 1; Akira Iriye, The Cold War in Asia; A Historícal Introduction, Prentice-Hall, 1974, capítulo 2; Paul W. Schroeder, The Axis Alliance and Japanese-American Relations, 1941, Cornell University Press, 1958, pp. 200 a., y la colección de documentos útilmente reunida por Paul Hibbert Clyde en United States Policy Toward China; Diplomarte and Public Documents, 1839-1939, Russell and Russell, N. Y., 1964. 158 EL SIGLO NORTEAMERICANO ciales mercantilistas en el exterior, y más tarde como potencia comercial de primera magnitud, los Estados Unidos descubrieron que sus intereses estarían mejor servidos por un sistema comercial internacional no discriminatorio. Aunque había habido cierto debate, los Estados Unidos firmaron un tratado comercial con Prusia en 1785, con la cláusula de la nación más favorecida, y para 1789 había triunfado la posición de Hamilton, secretario del Tesoro, sobre la de Jefferson y Madison en las Leyes de Aranceles y Cuotas no discriminatorias de ese año.3 En suma, aunque el término de "puertas abiertas" se hizo popular apenas en 1844, a resultas de la inclusión de una cláusula no recíproca de nación más favorecida en un tratado comercial con China, el espíritu de la puerta abierta era tan antiguo como los Estados Unidos. Para el último cuarto del siglo XK, el rápido desarrollo económico de los Estados Unidos hizo que el gobierno estuviese más dispuesto que nunca a promover esta política tradicional. El volumen creciente de la producción norteamericana, combinado con la creciente integración vertical y horizontal de su estructura económica, le prometía el triunfo en la comercialización competitiva mientras se asegurara la igualdad del acceso a las oportunidades de comercio e inversión. La comunidad empresarial confiaba en que podría ganar estos mercados si se derrumbaban las esferas de influencia de las grandes potencias rivales.4 Así pues, los intereses de los Estados Unidos fluían naturalmente hacia los canales "antimperialistas" establecidos antes, en el mismo siglo, por Gran Bretaña cuando se encontraba en la posición análoga de la economía más dinámica del mundo. Como lo habían descubierto los británicos, los norteamericanos vieron que sus intereses no se beneficiarían con peligrosas adquisiciones coloniales sino con gobiernos estables 3 Treaties and Conveniions Concluded between the United States of America and Otker Pouiers since July 4, 1776, Government Printing Office, 1889, p. 907. * Aunque esto ha sido documentado por varios historiadores "revisionistas", tales como Walter LaFeber, The New Empire; An Interpretaron of American Expansión, 1860-1895, Cornell University Press, 1963, y Charles S. Campbell, The Transformation of American Foreign Relations, 1865-1900, Harper & Row, 1976, a menudo se olvida hasta qué punto reconocieron estos desarrollos los historiadores más "ortodoxos". Véase, por ejemplo, a Samuel Flagg Bemis, The Latín American Policy of the United States: An Historical Interpretation, Harcourt Brace Jovanovich, 1943, p. 123: "Se creía generalmente [en el decenio de 1890] que estaba saturado el mercado interno de las manufacturas, que los Estados Unidos deberían competir en el futuro por los mercados mundiales con las grandes naciones industriales, las potencias mundiales, y que para sostener esta competencia deberían estar dispuestos a crear una marina y bases navales suficientes para proteger su territorio continental." Véase también a J. Fred Rippy, Brilisk Investments in Latín America, 1822-1949; A Case Study in the Operations of Prívate Enterprise in Retardad Regions, University of Minnesota Press, 1959, pp. 197-198. EL SIGLO NORTEAMERICANO 159 en la periferia, capaces de manejar los asuntos locales y de defenderse contra las demandas anexionistas de las grandes potencias en nombre de lo que más tarde se llamaría la autodeterminación nacional. La doctrina norteamericana de puertas abiertas en lo económico tuvo éxito también porque correspondía a los intereses de la mayoría de los estados de la periferia. En términos económicos, la política prometía precios justos en el mercado de las exportaciones y de las importaciones, una garantía que los estados más débiles no podían dejar de apreciar. Pero en términos políticos la puerta abierta aparecía más atractiva para estos regímenes, ya que la experiencia del trato económico preferente concedido por gobiernos tales como el de China involucraba casi invariablemente una coerción por parte de estos extranjeros, quienes se esforzaban en forma descarada por convertir tales ventajas económicas en un control político directo. Contando con la política de puertas abiertas para limitar la demanda de privilegios económicos especiales, los estados débiles podían tratar de proteger su autonomía. En suma, los intereses de los Estados Unidos y de los estados de la periferia podían coincidir en aspectos importantes. Por supuesto, la conexión existente entre los intereses económicos de los Estados Unidos y su apoyo al autogobierno nacional en el exterior no era siempre tan clara como podría implicar el análisis anterior. En ciertos momentos, la correspondencia parecía ideal: así ocurrió a principios del siglo con respecto a China, o bajo Franklin Roosevelt con su política del Buen Vecino hacia América Latina y su concepción del futuro de los imperios localizados en Europa Oriental después de la segunda Guerra Mundial (o en la mente de "Woodrow Wilson, quien no pudo alcanzar sus metas). Pero hubo otras ocasiones en que los intereses económicos de los Estados Unidos en el extranjero no correspondían con tanta exactitud a las necesidades del autogobierno nacional en América Latina y el Lejano Oriente. La razón era que, como otras potencias capitalistas de la época, los Estados Unidos insistían en la santidad de los contratos y los derechos de propiedad. Esto resultó ser el obstáculo de la política de puertas abiertas que habría de perturbar enormemente los asuntos internos de los países de América Latina y el Lejano Oriente. Por ejemplo, cuando China aceptó en el tratado de 1903 que no "ofrecería ningún impedimento a la atracción de capital extranjero", Washington se unió a las otras potencias en el uso de esta cláusula para protestar por los esfuerzos de Pekín tendentes a regular las condiciones de la minería (incluidas las normas de seguridad) en 1908 y en 1914.B Y en 1925, cuando el Kuomintang de Cantón trató de gravar el que5 Departamento de Estado, Foreign Relations of the United States (mencionado en adelante como PRUS), 1903, pp. 91 a. (Artículo 7 sobre minería), y 1914, p. 134. 160 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO roseno, importado en gran medida de los Estados Unidos por la provincia de Kuantung (a fin de ayudar a Sun Yat-sen), los Estados Unidos intervinieron activamente para obstruir la acción ayudando a patrocinar un boicot petrolero (incluso manejando conexiones con la autoridad marítima para quintuplicar los impuestos que gravaban el petróleo soviético enviado para romper el embargo)." Estos son sólo dos ejemplos de los numerosos casos en que la influencia de las concesiones extranjeras ayudó a minar la legitimidad del Estado chino.7 También en el caso de México, los intereses económicos norteamericanos ponían en peligro la estabilidad del gobierno nacional. La Revolución de 1910 contra el régimen de Porfirio Díaz fue también una revolución contra los intereses económicos norteamericanos. Hacia 1914 se habían invertido directamente en México cerca de 600 millones de dólares y se le habían prestado otros 400 millones, sólo por los norteamericanos. Eran ciudadanos norteamericanos los propietarios de más del 90% de las empresas mineras del país y de cerca del 80% de la tierra que se creía dotada de yacimientos petrolíferos (aunque las concesiones británicas producían en efecto mayores cantidades en este país antes de 1914). Además, los norteamericanos eran propietarios de más de 13 millones de hectáreas de tierras.8 Estas transacciones, permitidas por el régimen de Porfirio Díaz, se realizaron en muchos casos a expensas de los pueblos indios cuyas tierras y mano de obra se requerían en tales empresas y cuyo resentimiento contribuyó en última instancia a la insurgencia.8 Veamos este ejemplo de los resentimientos acumulados: Se dificultaba conseguir la concurrencia de trabajadores para una plantación azucarera en Tehuantepec. No podía interesarse a los indios zapotecas vecinos. Entonces, la compañía [norteamericana] sobornó a un jefe político local para que arrestara a los indios mediante acusaciones fabricadas y los entregara a la hacienda a tanto por cabeza. Las víctimas hicieron algunos gestos corteses de modalidad rústica, pero pronto esca8 David A, "Wilson, "Principies and Profits: Standard Oil Responses to Chínese Nationalism, 1925-1927", Pacific Historical Revieiv, XLVI, 4, 1977. 7 Eugene Staley analiza otros casos en War and the Prívate Investor: A Study in the Relations of International Politics and International Prívate Innestment, University of Chicago Press, 1935; reproducido por Howard Fertig, N. Y., 1967, pp. 398 w., y, para el periodo posterior a la primera Guerra Mundial, véase a William Roger Louis, British Strategy in the Far East, 1919-1939, Oxford University Press, 1978, pp. 120, 126 «. 8 Mira Wilkins, The Emergence of Multinational Enterprise; American Business Abroad from the Colonial Era to 1914, Harvard University Press, 1970, pp. 120-121. 9 Charles C. Cumberland, México, The Struggle for Modernity, Oxford University Press, 1968, capítulo 8. 161 paran hacia su aldea. Aquí había excelentes mangos, alimento que caía como maná del cielo. ¿Para qué trabajar en campos ardientes en beneficio de extraños? Desesperada, la compañía envió finalmente a sus hombres por la noche para que cortaran los árboles de mango, de tal modo que la aldea se moría de hambre y tuvo que depender del empleo.10 Después de la revolución, Washington presionó constantemente en apoyo de una compensación "plena, adecuada y pronta" a los ciudadanos norteamericanos cuya propiedad había sido dañada, requisada, o de otro modo perjudicada por los acontecimientos. México protestó que no había ninguna razón para que los extranjeros recibieran un trato mejor que sus propios ciudadanos, pero los Estados Unidos lograron la satisfacción de muchas de sus demandas. Lo hicieron amenazando con negar su reconocimiento a diversos gobiernos mexicanos (obstruyendo así los créditos económicos y las transferencias de armas), de modo que la inestabilidad política potencia] era el precio de la tozudez económica. A fin de cuentas, los Estados Unidos contribuyeron significativamente a la disminución de la radicalización de la revolución.11 Dada la base económica del apoyo norteamericano al autogobierno nacional en el Lejano Oriente y América Latina, y considerando los casos abundantes en que Washington desafió a estos mismos regímenes en aras de las empresas norteamericanas, nos vemos tentados a concluir que sólo los cálculos económicos influyeron sobre la política de los Estados Unidos hacia estas regiones.18 Sin embargo, ¿podremos reducir tan fácilmente la política norteamericana al mero interés económico? ¿Era el "antimperialismo" norteamericano sólo una piadosa estratagema ideológica que protegía los intereses económicos capitalistas? No hay duda que había mucho más que esto, hasta cierto punto. El ethos político y la estructura de los Estados Unidos se oponían intrínsecamente a toda doctrina que no fuese la del autogobierno nacional para los pueblos extranjeros. Por supuesto, fcomo lo han demostrado los europeos (sobre todo los franceses, con su concepto de la "asimilación"), tal obstáculo a la dominación extranjera no es insuperable en las democracias occidentales, aunque algunos autores como J. A. Hobson se han destacado deStaley, War and the Prívate Investor (n. 7), p. 396. Colé Blasier, The Hovering Giant: U. S. Responses to Revolutionary Change in Latín America, University of Pittsburgh Press, 1976, capítulo 5 3 Karl M. Schmitt, México and the United States, 1821-1973, Wiley, 1974, capítulo 6. 12 William Appleman Williams y el grupo de historiadores que admiten su influencia sostienen en general esta interpretación. Véase su libro The Tragedy of American Diplomacy, Dell, 1962. 10 11 162 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO mostrando la forma en que un gobierno autoritario puede corromper desde el exterior un espíritu democrático. Sin embargo, el carácter democráticorepublicano de la política occidental ha influido profundamente en las relaciones de esta civilización con la del mundo preindustrial, favoreciendo allí una forma de pluralismo social y político que alentó, por ejemplo, la aparición del nacionalismo local aunque no se buscara tal efecto.13 Cuan diferente habría sido la descolonización —cuando hubiese ocurrido de modo absoluto— si los gobiernos coloniales hubieran surgido o bien de Moscú o de Pekín. Entre las democracias occidentales, el desinterés por la dominación extranjera, y por ende el prejuicio en favor del autogobierno de otros, han sido particularmente pronunciados en los Estados Unidos. Al revés de lo ocurrido en Gran Bretaña o Francia, no ha habido grupos naturales partidarios de la colonización: no ha habido ricos ociosos que, como en Gran Bretaña, pongan sus ojos en el servicio colonial (lo que hizo observar a James Mili que la burocracia hindú era un "vasto sistema de reposo exterior para la clase alta"); no ha habido militares aristócratas ni una Iglesia públicamente humillada que, como en Francia, haga la paz con las instituciones republicanas dentro del país a cambio del derecho de tratar el dominio colonial como su propia chasse privée. Por supuesto, podrá citarse el caso de William Walker, "el hombre de ojos grises del destino", quien fraguó la toma de Nicaragua para los Estados Unidos en el decenio de 1850, o el de los estados esclavistas que favorecían la anexión de ciertas islas del Caribe en aras de su propia expansión. Pero son precisamente las tendencias antidemocráticas de los esclavistas las que mejor ilustran la inmunidad del resto del país a esta clase de operaciones. Si las cosas parecieron diferentes durante un breve periodo a principios de siglo, la perspectiva regresó pronto a la normalidad, como ha recordado Ernest May.14 Además, las instituciones políticas norteamericanas no sólo no compensaban esta diferencia social hacia el Imperio chino sino que, en efecto, alentaban una franca antipatía por tal asunto. Desde la guerra con México en el decenio de 1840, cuando se discutió la anexión de todo ese país, se ha planteado la grave objeción de que las instituciones políticas norteamericanas no podrían tolerar la carga de la asimilación de un pueblo tan extraño y tan numeroso. Así pues, las estructuras culturales, sociales y en particular políticas de la república norteamericana conspiraban a favor del autogobierno soberano de otros pueblos. La estructura del sistema internacional ofrecía a los Estados Unidos otros incentivos políticos importantes para el apoyo al autogobierno en América Latina y el Lejano Oriente, además de los que proporcionó el ambiente interno. Las rivalidades de las grandes potencias alientan de ordinario la acción en favor de la integridad política de los pueblos más débiles, por lo menos cuando estos pueblos parecen encontrarse en la esfera de influencia de un rival. Por ejemplo, el kaiser provocó a los británicos en 1896 cuando envió el llamado telegrama Kruger que felicitaba a los boers por su resistencia a Londres, además de alarmarlos en 1898 cuando visitó Damasco y Jerusalén proclamándose como defensor del mundo musulmán. Lo mismo ocurrió con las tácticas de Lenin: inmediatamente después de la Revolución de Octubre, Moscú estableció programas de ayuda mutua con movimientos nacionalistas de Turquía, Persia, Afganistán y China. Como dijera Stalin en 1924: "La lucha que está librando por la independencia el emir de Afganistán, es objetivamente una lucha revolucionaria,^ a pesar de las concepciones monárquicas del emir y sus colaboradores, ya que debilita, desintegra y mina el imperialismo." 1B La preocupación de los Estados Unidos por "el reparto del melón chino" tenía una motivación similar. Apareciendo como el protector desinteresado de la autonomía de China como Estado, Washington podía esperar que sus rivales quedaran arrinconados. Por supuesto, las declaraciones idealistas de Washington en favor de cuestiones tales como la integridad de China se interpretaban realistamente en Japón. Pero al estallar la segunda Guerra Mundial adoptó Tokio la misma postura, anunciando en su idea de una esfera de coprosperidad del este asiático que era el verdadero defensor del nacionalismo de tal región. Tal pretensión era muy efectiva en el sudeste asiático, desde Filipinas hasta Birmania, donde el colonialismo norteamericano, el británico, el holandés y el francés hacían del Japón el aliado natural de los esfuerzos de liberación locales. En cambio, en el noreste asiático, en lo tocante a China y Corea, eran los Estados Unidos quienes podían aparecer como los defensores genuinos del nacionalismo asiático. Hemos visto que había razones políticas, internas e internacionales, para que los Estados Unidos apoyaran genuinamente el autogobierno nacional en América Latina y el Lejano Oriente, pero también debemos considerar un importante punto económico adicional. Con frecuencia se olvida que, aunque los Estados Unidos estaban a favor de las puertas abiertas en el comercio internacional, fue apenas en los años treinta cuando este país se convirtió en defensor del libre comercio mundial. Al revés de Gran Bretaña, Estados Unidos fue un país proteccionista, reacio a integrar su economía con el sistema mundial en la medida en que lo habían hecho las Islas Británicas, de modo que no se justificaba la acusación de que hubiese tratado de " Rupert Emerson, From Empire to Nation: The Rise to Self / Assertion of Asían and Africon Peoples, Beacon Press, 1964. 11 Ernest R. May, American Irnperíalism: A Speculative Essay, Atheneum, 1968. «Joseph Stalin, Foundations of Lgninism, Moscú, 1924, parte 6. 163 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO promover deliberadamente un "imperio informal" en Asia o América Latina. Hacia 1914, Estados Unidos no era sólo la nación manufacturera más grande del mundo sino también el mayor productor de materias primas. Dado que invariablemente podrían encontrarse grupos de presión nacionales que se opusieran al estrechamiento de los nexos con el Sur por alguna razón económica, los esfuerzos tendentes a integrar estas economías con la de los Estados Unidos, como lo había hecho Gran Bretaña, estaban condenados a afrontar una fuerte oposición. Por ejemplo, los intereses ganaderos de este país se las arreglaron para restringir "por razones sanitarias" las importaciones de carne de res argentina, impidiendo así que los Estados Unidos desarrollaran las clases de conexiones con Argentina que habían hecho a Gran Bretaña tan importante en este país.18 El caso de las Filipinas constituye la ilustración más notable de la resistencia norteamericana a actuar en términos de la lógica del imperio informal. Aunque las empresas norteamericanas participaron prominentemente en el desarrollo del área para que exportara a los mercados de los Estados Unidos —y en este sentido contrajo Filipinas una relación vulnerable, subordinada, de la que aún no puede escapar—, siempre se expresó en Washington cierta oposición proteccionista a estos desarrollos. Ante el ataque de la depresión, se hicieron grandes esfuerzos para limitar la importación de azúcar y cordelería provenientes de Filipinas y para prohibir la corriente migratoria del mismo origen. Las presiones se hicieron tan intensas que en 1932 se aprobó en el Congerso la Ley Hare-Hawes-Cutting que establecía condiciones y un calendario para la independencia filipina, aunque fue rechazada por el Senado de Filipinas. Sin embargo, en los términos de la Ley TydingsMcDuffie, se convino en que las islas recibirían su independencia luego de un periodo apropiado y bajo ciertas circunstancias. "Winston Churchill lamentó estas acciones, afirmando que la propuesta de 1932 reflejaba "las consideraciones contables de pérdidas y ganancias" y pasaba por alto el hecho de que tal cuestión "sólo puede decidirse mediante consideraciones del deber, la dignidad y el honor nacionales, y de sus repercusiones internacionales".17 En suma, los Estados Unidos "de puertas abiertas" no estaban organizados antes de la segunda Guerra Mundial y no actuaban corno la Gran Bretaña "librecambista". Esta diferencia se oscurece a menudo en la literatura que busca una motivación económica en la expansión norteamericana de ultramar, cuando el impulso del comercio y la inversión extranjeros se hace aparecer más claro, y por lo tanto más poderoso, de lo que era en realidad. Como se hizo evidente en la promulgación de la Ley arancelaria Fordney-McCumber de 1922 y de la Ley Hawley-Smoot de 1930, que sucesivamente elevaron los aranceles hasta su nivel más alto en la historia de este país, el proteccionismo era una fuerza potente en los Estados Unidos, una fuerza que no se combinaba bien con las ambiciones de un imperio informal. Con esto no se quiere negar el obvio impulso de la economía norteamericana hacia el exterior desde fines del siglo XK. Esto se debía en parte al proceso general de industrialización, la búsqueda de cierta combinación de insumes materiales y de cierto nivel de demanda para alcanzar las economías de escala características de toda sociedad industrial, ya sea socialista o capitalista. Sin embargo, los Estados Unidos tenían una base de recursos naturales y una población tan grandes que su dependencia del sistema internacional en lo tocante a estos factores productivos no fue nunca muy grande antes de 1945. Por otra parte, ciertas características específicas del capitalismo norteamericano alentaron un papel internacional más activo. Por ejemplo, las depresiones del ciclo económico después de 1890 (si no es que antes) impulsaron una búsqueda de nuevas fuentes de demanda en el exterior, y la integración vertical y horizontal en gran escala de la empresa norteamericana no significaba sólo que se dispusiera de fondos excedentes para la inversión externa, sino sobre todo que las luchas competitivas por materias primas y mercados asumirían cada vez más un carácter mundial. Cuando Wilson extendió los subsidios generales a la transportación marítima, firmó la Ley Edge que estimulaba la difusión externa de la banca norteamericana; apoyaba la Ley Webb-Pomerance que trataba de permitir que las empresas norteamericanas participaran en actividades de cártel fuera de los Estados Unidos, y defendió todo esto con una montaña de retórica que subrayaba la importancia del comercio exterior para los Estados Unidos, que estaba ampliando el alcance de los intereses norteamericanos en el exterior, definidos en términos económicos.18 Sin embargo, podemos rechazar la proposición de que la política norteamericana en favor del autogobierno nacional de otros países no era más que una fachada del interés económico propio, la que se arrojaría con facilidad en cuanto se presentara la ocasión. Por una parte, había diversas fuer- 164 "Paul A. Varg, 'The Economic Side of the Good Neighbor Policy: The Reciproca! Trade Program and South America", Pacific Historical Review, 95, 1976, pp. 56-61. 17 Citado en Theodore Friend, Between Two Empires; The Ordeal of the Philippines, 1921-1946, Yale University Press, 1965, p. 105. Sobre el debate acerca de la independencia, véase la parte 3 del libro de Friend. Sobre la inmigración filipina y los problemas creados en los Estados Unidos, véase a Robert A. Divine, American Immigration Policy, 1924-1952, Yale University Press, 1957, pp. 68-76. 165 18 El libro de William Diamond titulado Tht Economic Thought of Woodrow Wilson, Johns Hopkins University Press, 1943, sigue siendo un análisis excelente de las políticas económicas de Wilson. EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO zas políticas, así internas como internacionales, que apoyaban tal posición. Por la otra, había sólidas razones económicas que hacían genuina tal política, desde la postura competitiva de los Estados Unidos hasta sus alineamientos económicos internos. Como hemos visto, había sin duda tensiones y contradicciones. Pero cuando los intereses empresariales privados lograban el respaldo de Washington en su defensa, su éxito reflejaba generalmente la importancia política periférica del área para "Washington. Las consideraciones económicas no impulsaban las políticas porque fuesen más importantes que los factores políticos, sino porque los intereses políticos eran débiles. Y los factores económicos eran imperialistas en gran medida a causa de la inestabilidad política de las áreas donde ocurría tal expansión, no en virtud de algún plan maestro de Washington. Como sucedió en la experiencia británica, los factores políticos partían de un conjunto de cálculos distintos de los correspondientes a los factores económicos, y asumían la primacía cuando surgía algún conflicto entre ellos.19 ¿Qué diremos entonces de la Doctrina Monroe, cuya implantación parecería revelar una simpatía mucho menor que la de la política de puertas abiertas hacia el autogobierno nacional? En su comienzo, en 1823, la doctrina favorecía claramente el autogobierno latinoamericano, previniendo que Washington "no podía dejar de considerar toda interposición con el fin de oprimirlos, o controlar de cualquiera otra manera su destino, por parte de cualquier potencia europea, como la manifestación de una disposición poco amistosa hacia los Estados Unidos". Sin embargo, la garantía de Washington de que no se permitiría que ninguna potencia de otro hemisferio reclamara nuevas colonias en América se había convertido en un imperialismo propio hacia fines del siglo. En 1901, en los términos de la Enmienda Platt, Cuba se convirtió en un protectorado norteamericano. En 1903 se creó el estado de Panamá a instancias de Theodore Roosevelt y se emprendió con entusiasmo la construcción del canal; en 1905, mediante la proclamación del Corolario de Roosevelt a la Doctrina Monroe, los Estados Unidos se concedieron licencia para intervenir a voluntad en los asuntos de sus vecinos sureños. Entre 1898 y 1920, los soldados norteamericanos intervinieron en veinte ocasiones distintas en el Caribe, demostrando al mundo que el área era el coto privado de Washington. Y de acuerdo con un informe publicado en 1924, catorce de las veinte naciones latinoamericanas tenían entonces alguna forma de presencia norteamericana directa, incluido el control de sus agencias financieras.20 Como lo denota el lema "la diplomacia del dólar", de Taft, el Corolario de Roosevelt no se invocó sin beneficios ilegales en numerosos casos, a expensas de Centroamérica, o con la fuerza usada en gran medida para la promoción de los intereses empresariales norteamericanos.21 Sin embargo, si atribuimos a las motivaciones económicas la inspiración única, o aun primaria, de la política norteamericana, seguramente imputaremos a estas fuerzas un poder explicativo mayor que el que pueden soportar. En realidad, Centroamérica era el área extranjera más importante para la inversión norteamericana antes de la primera Guerra Mundial, pero ésta distaba de ser la única consideración determinante de la política de Washington. La incapacidad de las instituciones políticas de la región para resolver los conflictos civiles o cumplir de forma satisfactoria con sus obligaciones internacionales libremente contraídas, hacía de estos estados presas fáciles para los designios expansionistas de los rivales de Washington. Por ejemplo, la guerra civil se combinó con la falta de pago de préstamos extranjeros para alentar la usurpación del poder en México, por parte de Maximiliano, en el decenio de 1860, mientras los Estados Unidos estaban ocupados con su propia Guerra Civil. En última instancia, Maximiliano fue derrotado por los propios mexicanos dirigidos por Benito Juárez, pero se habían revelado los planes de dos monarquías de los Habsburgos en América Latina, una sobre la América Española, al norte de Chile, y la otra sobre Brasil.2* De igual modo, a fines de siglo se creía generalmente que Alemania deseaba formar un enclave en el Caribe, muy similar al que había formado en Kiaochow, China. (En efecto, se afirmaba que el kaiser Guillermo había expresado su preferencia por una sola colonia en América Latina, en lugar de toda el África.)23 En suma, la preocupación estratégica de los Estados Unidos por la seguridad de un canal ístmico (finalmente concluido en 1914) habría dictado sin duda una participación activa de este país en la región, independientemente del carácter del régimen económico norteamericano, además de poder afirmar que los estados bálticos tienen una importancia estratégica para la Unión Soviética, o el control de Corea para China o Japón.81 Por 166 19 En el caso del Lejano Oriente, The Tragedy de Williams (n. 12) defiende extrañamente la importancia fundamental de la politica de puertas abiertas en el pensamiento norteamericano a pesar de que no se recurrió a la fuerza para protegerla. Véase una interpretación contraria, y más verosímil, en Paul A. Varg, The Making of a Myth: The United States, Britain and the War Against Japan, 19411945, Oxford University Press, 1978, pp. 22 jj. 167 2 °Bryce Wood, The Making of the Good Neighbor Policy, Columbia University Press, 1961, p. 5; Alexander DeConde, A History of Amtriean Foreign Policy, Scribner, 1971, p. 536. 21 Benjamín H. Willianis, Eeonomic Foreign Policy o/ the United States, Howard Fertig, N. Y., 1967; primera impresión en 1929, capítulo 3 y pajsim, 22Bemis, Latín American Policy (n. 4), pp. 108 ss. 28 Holger H. Herwig, Politics of Prustration: The United States in Germán Naval Planning, 1889-1901, Little, Brown, 1976, p. 68. MBemis, Latín American Poliey (n. 4), capitulo 9; Dana G. Munro, Intervention 168 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO contraste con el antimperialismo liberal, podemos hablar aquí de un "imperialismo de ocupación" y esperar qué aparecerá en una región importante para los Estados Unidos, cuando una gran potencia, probablemente hostil, esté en posibilidad de crear allí su propia esfera de influencia, ya sea como resultado de sus propias ambiciones o porque la anarquía local la atraiga a esa área, £1 caso de las relaciones norteamericanas con México, entre la Revolución de 1910 y la segunda Guerra Mundial, resulta especialmente interesante para todo intento de ponderación de la importancia relativa de los factores políticos y económicos en la motivación del imperialismo de ocupación ejercido desde Washington. México es el vecino más cercano y fuerte de los Estados Unidos, y los conflictos por cuestiones económicas aparecieron allí más pronto, duraron más tiempo, y se refirieron a cuestiones mucho más importantes que en cualquiera otra parte de América Latina. No había ijazón para minimizar la oposición norteamericana a la Revolución Mexicana en cuanto se supo que, en los términos del famoso Artículo 27 de la Constitución de 1917, México trataría de nacionalizar grandes extensiones de tierras y las concesiones minerales y petroleras en manos de extranjeros, mayormente norteamericanos.85 Fuera de la intervención militar directa (propuesta por Theodore Roosevelt en la campaña electoral de 1921 y apoyada por muchos otros), los Estados Unidos no escatimaron esfuerzos para combatir la expropiación de las propiedades norteamericanas sin una compensación plena, pronta y eficaz (algo que México no podría hacer, como todo el mundo sabía).26 En última instancia, se llegó a una especie de modus '• vivendi que permitía a los Estados Unidos aceptar las medidas económicas de la Revolución: se daría alguna compensación, pero se frenaban el alcance y el ritmo de la nacionalización, y los norteamericanos pudieron encontrar otros sectores para sus inversiones en México. ••'" Pero aun antes de que esto se hubiese logrado, el presidente Wilson había definido como político el principal interés norteamericano en el conflicto, como lo indica su negativa a reconocer al gobierno de Victoriano Huerta en 1913. Huerta era apoyado por la mayoría de los intereses empresariales norteamericanos en México como un conservador y como un hombre capaz de dar a México estabilidad política. Pero a Wilson le resultaba intolerable este hombre, ya que estaba convencido de que había llegado al poder asesinando al líder principal: de la Revolución, un hombre considerablemente más liberal que él mismo, Francisco I. Madero. En una carta de 2 de noviembre de 1913, escribió Wilson lo siguiente: "Me desvelo rogando que pueda evitarse lo más terrible. Nadie puede saber lo que ocurrirá mientras negociamos con un bruto desesperado como ese traidor Huerta. ¡Dios nos salve de lo peor!"27 Si los intereses económicos hubiesen predominado en su mente, Wilson habría temido a Madero y-favorecido a Huerta. En última instancia, quien llegó al poder fue Venustiano Carranza, un hombre dispuesto a arriesgar la guerra con los Estados Unidos para detener la incursión de soldados norteamericanos en persecución de Pancho Villa; Venustiano Carranza se convirtió en el primer presidente de México bajo la Constitución de 1917, la que contenía disposiciones desfavorables a la presencia económica norteamericana en el país. Sin embargo, Washington reconoció de inmediato a Carranza. No lo había hecho así con Huerta, sino que, por el contrario, había enviado tropas a Veracruz para contribuir a derrocarlo, aparentemente persuadido de que, cualquiera que fuese su política económica, Carranza aportaría lo que más deseaban los Estados Unidos: la institucionalización de la vigencia de la ley que diera estabilidad a México y así garantizara cierto grado de seguridad para los Estados Unidos.28 En realidad, esto fue sólo el preludio de una serie continua de presiones ejercidas por Washington en defensa de los intereses económicos norteamericanos en México. Pero, como lo ha subrayado Blasier, las consideraciones políticas siguieron siendo supremas en la determinación de la política norteamericana hacia ese país.29 Durante el gobierno de Hoover (iniciado en 1929) los Estados Unidos dieron los primeros pasos importantes para renunciar al derecho de intervención en los asuntos de América Latina establecido con la Doctrina Monroe. La política del Buen Vecino de Franklin Roosevelt continuó este enfoque, de modo que antes del estallido de la segunda Guerra Mundial había reformado Washington el significado de la Doctrina Monroe, aplicada desde principios del siglo, y expresado su intención de respetar la soberanía de los gobiernos de América Latina. Esto reflejaba el reconocimiento de que ninguna otra gran potencia tenía capacidad para intervenir en la re- and Dallar, Diplomacy in the Caríbbean, 1900-1921, Princeton University Press, 1964j capítulos 12 y passim. as El Artículo 27 se reproduce como un apéndice del libro de Robert Freeman Smith titulado The United States and Revolutionary Nationalism in México, 19161932, University oí Chicago Press, 1972. 28 Véase ibid., y las fuentes citadas en la nota 11. Véanse algunos ejemplos postenores de la tenacidad norteamericana sobre estas cuestiones, por ejemplo, en las cartas y memoranda de Cordell Hull reproducidos en FRVS, 1938, "México". «Citado en Arthur S. Link, Wilson: The New Freedom, Princeton University Press, 1956, p. 379. 28Stephen D. Krasner, Defending the National Interest: Raw Materials Investments and U. S, Foreign Policy, Princeton University Press, 1978, pp. 156-178. 29 Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capitulo 7, y Krasner, Defending the National Interest (n. 28), pp. 178-188. 170 171 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO gión como podría haberlo hecho antes de 1914; sin embargo, también representaba un paso claramente nuevo en la diplomacia de Washington que afirmaba la autonomía política de estos estados. No se servía así a los intereses económicos norteamericanos. En el caso de México, por, ejemplo, cuando el gobierno de Cárdenas nacionalizó las inversiones petroleras, norteamericanas y negó la compensación por la expropiación de tierras-de propiedad norteamericana en el país, Washington protestó vigorosamente, pero en última instancia aceptó la decisión del Gobierno mexicano (que entretanto había transigido un poco). ¿Acaso:'ataba las. manos de Roosevelt la creciente amenaza de Hitler?, Sin dificultad podríamos formular .el argumento contrario: que la amenaza nazi incitaría la intervención. Parecería que, en virtud de que Cárdenas era- generalmente conocido por sus fuertes sentimientos antinazis, Roosevelt olvidaría- sus' objeciones a las iniciativas económicas de México a cambio de conservar'una frontera sureña segura. Dominaban las consideraciones políticas, antes que las económicas. Podríamos especular que Roqsevelt habría sido mucho más beligerante si hubiese interpretado la expropiación de la industria petrolera norteamericana como un indicio del apoyo de Cárdenas: a los nazis. Dieciséis años, más tarde, cuando un problema económico mucho menos capital coincidió, con lo que se interpretaba como una amenaza para su seguridad, los. Estados Unidos reaccionaron con mayor vigor. Entonces,' refiriéndose a la expropiación guatemalteca de tierras propiedad de la United Fruit,. declaró John Foster Dulles: "Si se arreglara la cuestión de la United Fruit, si dieran.! una moneda de oro por cada plátano, el problema seguiría exactamente igual en lo tocante a la presencia de la infiltración comunista en Guatemala." 30 Tanto la política de puertas abiertas como la Doctrina Monroe eran vehículos para el imperialismo, pero su diseño era muy diferente. La de puertas abiertas era en lo esencial una doctrina económica, sensible a, las realidades del poder internacional pero con una base política relativamente escasa antes de la segunda Guerra Mundial. Era imperialista en virtud de la fragilidad de los países donde existía una presencia económica norteamericana más bien que por efecto de algún esfuerzo deliberadamente tendente a asegurar la dominación efectiva de estas áreas .por parte.de los Estados Unidos. En cambio, la Doctrina Monroe era una noción política' conscientemente calculada para influir sobre los desarrollos de regiones consideradas importantes para la seguridad de los Estados Unidos, de acuerdo con las consideraciones del balance internacional del poder. Sin embargo, aunque ambas políticas decían que apoyaban el autogobierno soberano de los pueblos de estas tierras, estaban integradas por elementos contradictorios que podrían anular .esta promesa: la política de puertas abiertas por su insistencia en la santidad de la propiedad privada; la Doctrina Monroe por su disposición a practicar el imperialismo de ocupación si pareciera que el autogobierno no era una opción viable en un área considerada importante para Washington. Pero cuando afirmamos que había tensiones en estas políticas no decimos que carecieran de una dirección efectiva, como no podríamos afirmar que la tensión podría desaparecer disolviendo las políticas de alguna manera reduccionista en uno de sus' aspectos constitutivos. Por lo tanto, podemos concluir que en conjunto era progresista la política norteamericana antes de la segunda Guerra MundiaL Independientemente de todas las limitaciones —sin duda graves— del apoyo recibido de Washington por los gobiernos de América Latina y el Lejano Oriente en su búsqueda de vigor y autonomía, la fuerza de los Estados Unidos se inclinaba en definitiva a su favor. ': Pero si era progresista, la política norteamericana no era radical. La meta de una redefinición radical de las relaciones existentes entre los estados industriales centrales y el mundo preindustrial correspondió a la Tercera Internacional, la que declaró en su Primer Congreso, reunido en Moscú en 1919, su meta de la "revolución mundial", la que llevaría a la transformación total del carácter interno de los países y de sus relaciones internacionales: "Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de la dictadura del proletariado en Europa será también la hora de vuestra liberación." 91 La primera instrucción del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (ECCI) al Tercer Congreso del Partido Comunista Chino, emitida en 1923, decía que "la revolución nacional de China y la creación de un frente antimperialista coincidirán inevitablemente con la revolución agraria del campesinado contra los vestigios del feudalismo".32 . , El legado del periodo anterior a 1939 a los Estados Unidos triunfantes después de 1945 fue un prejuicio claro en favor del derecho de autodeterminación de los pueblos de todo el mundo. Resulta imposible una definición estrecha del carácter de este concepto, el que contenía algunos rasgos contradictorios de su impulso básico, pero podríamos concluir que .Washington había trabajado con tal consistencia, durante tanto tiempo, en un número tan diverso de ambientes, que se había creado una tradición suficientemente 30 Robert Dallek, Franklin D. Roosevelt and American Foreign Policy, 1932-1945, Oxford University Press 1979, pp. 175 ss, Christopher 'Mitchell - cita a Dulles en "Dominance and Fragmentation in U. S. Latín American Policy", Julio Cotler y Richard R. Fagen, comps., Latín America and the United States: The Changing Politieal Realities, Stanford University Press, 1974, p. .183. " "Jane Degras, comp., The Communist International'. Volume I, 1919-1923, Oxford University Press, 1956, p. 43. . id., Volume U, 1923-1928, Oxford University Press, 1960, pp. 25-26. "" 172 173 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO firme para la orientación de la acción futura. El problema era la determinación del éxito de tal orientación en un mundo de rápido cambio social y político donde "la cuestión central de toda política es la campesina", como señalaba insistentemente la segunda instrucción del ECCI a los comunistas chinos. importante de la desunión de la Gran Alianza", escribe John Gaddis. Corno otros estudiosos de este periodo, Gaddis cree que Roosevelt habría aceptado que la creación de una esfera de influencia en Europa Oriental se llevara al cabo sin oposición si la opinión interna no se inflamaba demasiado, pero se ve obligado a admitir que "el conocimiento superficial que tenía F. D. R., de Europa Oriental le impedía advertir la contradicción existente entre los gobiernos libremente elegidos y los gobiernos pro rusos en esa turbulenta parte del mundo".34 ¿Pero no sugiere tal análisis una discontinuidad entre el gobierno de Truman y el de Roosevelt mayor que la que podría suponerse confiadamente? No hay duda de que la resuelta oposición de Roosevelt a los arreglos que Churchill estaba tratando de hacer con Stalin en la segunda mitad de 1944, para dividir los Balcanes en esferas de influencia —así como su insistencia, en Yalta, para que los Tres Grandes firmaran una declaración sobre la Europa liberada que asegurara elecciones democráticas allí después de la guerra, y los mensajes que envió a Stalin y Churchill en las semanas anteriores a su muerte en los que protestaba por las actividades soviéticas en Rumania y Polonia— indica que en última instancia podría haber actuado en una forma muy similar a la de Truman y así habría perturbado las relaciones de la posguerra con Moscú al negar a los soviéticos una esfera de influencia en Europa Oriental. En público y en privado, y durante un largo periodo, Roosevelt reiteró la oposición norteamericana tradicional a las esferas de influencia en la posguerra. Por ejemplo, cuando cedió en cierto momento ante la petición británica de apoyo para tal esfera en Grecia, Roosevelt lo limitó claramente a tres meses. Le dijo a Churchill: "Debemos tener cuidado de dejar bien claro que no estamos estableciendo ninguna esfera de influencia en la posguerra." Un memorando del Departamento de Estado a la embajada británica prevenía con respecto a los Balcanes, el 13 de junio de 1944: LA POLÍTICA NORTEAMERICANA CON EL SUR, 1940-1950 Para incomodidad de sus aliados más importantes, los Estados Unidos continuaron con su asociación, ahora tradicional, con las fuerzas del nacionalismo local durante la segunda Guerra Mundial. En los términos de la Carta del Atlántico, Roosevelt reiteraba en efecto los aspectos principales de los Catorce Puntos de Wilson de enero de 1918, y pedía la autodeterminación nacional y la economía de puertas abiertas después de la guerra. Stalin sospechó de inmediato el plan norteamericano, de modo que sombríamente preguntó a Anthony Edén, cuando éste visitó Moscú en diciembre de ese año, si la carta iba dirigida contra Alemania o contra la Unión Soviética. Insistía el jerarca soviético en que su país esperaría después de que terminara la guerra las mismas concesiones territoriales que había recibido de Berlín en los términos del pacto de no agresión de 1939: la recuperación de los estados bálticos y de algunas partes de Rumania, Finlandia y Polonia. Esto sugería también que Moscú esperaría que los estados de Europa Oriental adyacentes a sus fronteras, sobre todo Polonia, cayeran dentro de la esfera de influencia soviética. Por su parte, Churchill se resistía igualmente a aceptar la carta en todos sus términos. A los británicos les disgustaba el esfuerzo unilateral de los Estados Unidos para desmantelar el sistema imperial de preferencias, y Churchill excluía específicamente el imperio de los términos políticos de la carta.33 Los historiadores debaten en qué medida Roosevelt llegó finalmente a aceptar una esfera de influencia de la Unión Soviética en la posguerra. En el momento de la Conferencia de Teherán, a fines de 1943, Roosevelt había aceptado aparentemente la idea de las ganancias territoriales rusas, pero difieren las opiniones acerca de su visión de las relaciones que existirían en la posguerra entre la Unión Soviética y Europa Oriental. "La tensión existente entre el principio norteamericano de la autodeterminación y las necesidades de la seguridad rusa se convirtieron en la causa singular más 33 En cuanto a las relaciones anglo-norteamericanas, véanse dos estudios muy coherentes: William Roger Louis, Impeñalism at Boy; The United States and the Decolonization of the British Empire, 1942-1945, Oxford University Press, 1978, y Thorne, Allies of a Kind (n. 19). Se están haciendo esfuerzos especiales para realizar una acción concertada en el establecimiento de los cimientos de un sistema más amplio de seguridad general en el que participen todos los países, grandes y pequeños. Todo arreglo que sugiera esferas de influencia no podrá de34 John Lewis Gaddis, The United States and íhe Origins of the Cola War, 19411947, Columbia University Press, 1972, pp. 17, 173. Véase también a Daniel Yergin, Shattered Peace: The Origins of the Cold War and the National Security State, Houghton MifflSn, 1977, capítulo 2; Diane Shaver Clemens, Yalta, Oxford University Press, 1970, capítulo 8; Dallek, Franklin D. Roosevelt (n. 30), pp. 436 «., 524525, y passim. Véase una reseña de las interpretaciones rivales de este periodo de la política norteamericana, que constituye un argumento interesante por si mismo, en Gen Lundestad, The American Non-Policy Towards Eastern Europe, 1943-1947, Humanities Press, 1975. 174 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO 175 jar de oponerse a la creación y el funcionamiento efectivo de tal marco amplio.3" rían directamente acordes con los intereses norteamericanos en la posguerra.37 En suma, en nombre de un sistema general de seguridad colectiva (que en última instancia se encarnó en las Naciones Unidas), los Estados Unidos se opondrían a las esferas de influencia en Europa Oriental para cualquier potencia, ya fuesen Gran Bretaña o la Unión Soviética. En el proceso se reafirmaría y pondría al día el tradicional apoyo norteamericano a la autodeterminación nacional; no hay razón para suponer que se habría alterado notablemente el curso de los acontecimientos si Roosevelt no hubiese muerto. Esta conclusión se refuerza cuando consideramos la oposición norteamericana a la expansión soviética, junto con la reiterada preocupación de Washington por el desmantelamiento del Imperio británico. Es cierto que el secretario de Estado Cordell Hull escribió más tarde: "En ningún momento presionamos a Gran Bretaña, Francia u Holanda para que concedieran de inmediato el autogobierno a sus colonias. Creíamos que tal cosa vendría después de un periodo adecuado, corto o largo, dependiendo del estado de desarrollo de los respectivos pueblos coloniales, durante el cual se adiestraría a estos pueblos para que se gobernaran solos." aa Pero si los Estados Unidos no insistían en la independencia inmediata, tenemos la palabra del secretario acerca de que la presión norteamericana era considerable. Por ejemplo, según Hull, se hicieron grandes esfuerzos desde el inicio de la guerra para que los británicos llevaran a la India al campo aliado garantizando la rápida independencia del país al término de la contienda. Y como sería de esperarse, esta exigencia de la autodeterminación de la India estaba acompañada de reiteradas demandas para que se abrieran las puertas de la India al comercio norteamericano, por encima del sistema imperial de preferencias. En lo tocante al sudeste asiático, informa Hull que el Departamento de Estado envió en septiembre de 1944 un memorando a Roosevelt, quien lo "aprobó calurosamente". El memorando insinuaba el valor de Informa Hull que esta propuesta se transmitió por todo el Departamento de Estado y a los gobiernos extranjeros implicados. La respuesta de Churchill, indicada por una nota dirigida a Anthony Edén en diciembre de 1944, transmite claramente la reacción británica: anuncios tempranos, dramáticos y concertados de las naciones comprometidas, en los que se hicieran compromisos definitivos acerca del futuro de las regiones del sudeste asiático... Sería especialmente útil que tales anuncios concertados incluyeran: 1) fechas específicas para la concesión de la independencia o el completo autogobierno (de dominio); 2) los pasos específicos que se darían para desarrollar la capacidad nativa de autogobierno, y 3) la promesa de la autonomía económica y la igualdad del trato económico para otras naciones... Además de su gran valor como guerra psicológica [contra los japoneses a la sazón], tales anuncios parece36 FRUS, 1944, V, pp. 119-120 para el Departamento de Estado; p. 121 para FDR. Se reitera el tema general en las pp. 113-131. 38 Cordell Hull, The Memoirs of Cordell Hull, vol. 2, Macmillan, 1948, p. 1599. No debe haber ninguna posibilidad de que nos veamos empujados o seducidos para hacer declaraciones que afecten la soberanía británica en alguno de los dominios o colonias. Le ruego recordar mi declaración contra la liquidación del Imperio británico. Si los norteamericanos quieren tomar las islas japonesas que han conquistado, que las tengan con nuestra bendición y las palabras que les resulten más agradables. Pero "manos fuera del Imperio británico" es nuestra máxima y no debe ser debilitada ni mancillada para agradar a comerciantes melosos de nuestro país o a extranjeros de cualquier clase.38 En Irán, los Estados Unidos lograron destruir las esferas de influencia de británicos y soviéticos al mismo tiempo, ya que Teherán tenía muchas razones para invitar a este tercero a fin de reducir las inveteradas pretensiones de Moscú y Londres para influir en la región. "Me emocionaba la idea de utilizar a Irán como un ejemplo de lo que podríamos lograr con una política norteamericana altruista", escribió el general Patrick Hurley a Hull en enero de 1944. En palabras del secretario, la misión norteamericana a este país se ocupó de "las finanzas, el ingreso interno, las aduanas, la estabilización de los precios, el racionamiento, la distribución, la recolección de las cosechas, los servicios públicos y el transporte terrestre".39 Así se aseguraban algunos intereses norteamericanos importantes, entre los que destacaba el control ejercido por Washington sobre el proyectado acuerdo petrolero anglo-norteamericano. En los términos de este acuerdo, los Estados Unidos, con asistencia británica, utilizarían sus compañías petroleras privadas para controlar la producción y la distribución mundiales del petróleo. Los calendarios de producción y comercialización destinados a desviar el consumo del Hemisferio Occidental, al igual que los precios, se determinarían en una forma planeada, mundial, a fin de asegurar una oferta adecuada a un costo estable.40 De nuevo, la práctica norteamericana de traba37 Véase, sobre la India, en FRUS, 1941, III; sobre la independencia, por ejemplo, pp. 176-177; sobre los arreglos económicos, por ejemplo, pp. 191 M. Sobre el sudeste asiático véase Hull, Memoirs (n. 36), vol, 2, pp. 1600-1601. 38Iriye, The Cold War in Asia (n. 2), p. 87. 39 Hull, Memoirs (n. 36), vol. 2, capítulos 109 y 110. 40 Los planes son muy interesantes, aunque el proyecto no se haya realizado. En 176 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO jar con los gobiernos del Sur en una forma mutuamente benéfica había demostrado en apariencia su valor. Por supuesto, siempre había habido límites para la amplitud en que se armonizaban los intereses norteamericanos con los de los gobiernos de Asia y América Latina. Pero la cuestión decisiva del periodo posterior a 1945 consistía en saber si Washington podría acomodar sus intereses al nacionalismo de inspiración comunista que se encontraba a la cabeza de una revolución de base campesina. Antes de 1939, los movimientos comunistas habían demostrado un poder relativamente escaso en estas regiones, y en todo caso los Estados Unidos no se sentían directamente envueltos en el asunto en ninguna área fuera de Centroamérica. Pero todo esto había cambiado después de la guerra. Los grupos de resistencia encabezados por los comunistas tenían fuerza suficiente para intentar la toma del poder en países tan diversos como Francia, Yugoslavia, Grecia, Indochina, Filipinas y China, y en la mayoría de los casos era Washington quien tenía la responsabilidad primordial en la determinación de la respuesta internacional. El contraste ocurrido en la política norteamericana entre el nacionalismo de la Indochina francesa y el de la Indonesia holandesa constituye un caso interesante a este respecto. Después de la guerra, Estados Unidos tenía la certeza de que en ambas áreas había una seria resistencia nacionalista a la reimposición de la dominación europea. Un comunicado secreto del Departamento de Estado, emitido en el verano de 1948 con respecto a Indochina, no contenía reserva alguna: "El pueblo mayoritario del área, los vietnamitas, ha resistido tercamente el restablecimiento de la autoridad francesa." 41 Tampoco había ninguna duda de que esta oposición fuera genuinamente nacionalista. El secretario de Estado Marshall escribió en el verano de 1948: "Ho parece muy capaz de conservar y aun fortalecer su control sobre Indochina sin otra asistencia externa que una procesión continua de gobiernos títeres franceses ... [Por lo que toca a Moscú] tenemos la impresión de que debe darse a Ho, o lo está reteniendo, un gran margen de acción." *a Seis años más tarde, cuando el presidente Eisenhower estaba decidiendo la intervención militar en Vietnam, informó que no tenía duda de que Ho Chi Minh obtendría el 80% de los votos en una elección libre.43 De igual modo, Washington respetaba el vigor y los apoyos locales del nacionalismo indonesio. En un cable dirigido al secretario Marshall desde Batavia, el cónsul general de los Estados Unidos Charles Livengood subrayaba la "falacia esencial" de la posición holandesa, su "porfiada subestimación de la fuerza de apoyo con que cuenta la República [nacionalista] en Java, Madura, Sumatra y gran parte de Indonesia oriental, y una determinación férrea para considerar comparables todos los distintos movimientos de la República de Indonesia. Creemos que los holandeses están soñando si creen que los elementos constitutivos de la República no dominarán por completo una Indonesia independiente".44 Sin embargo, las reacciones de Washington ante estos dos poderosos movimientos nacionalistas fueron marcadamente diferentes. En el caso de las Indias Orientales Holandesas, los Estados Unidos presionaron de modo inequívoco en favor de la independencia bajo el escudo del gobierno de HattaSukarno. Los documentos del Departamento de Estado tienen la claridad del pensamiento norteamericano: las fuerzas que se agrupaban detrás de Hatta y de Sukarno eran ferozmente anticomunistas, como lo había demostrado la guerra civil desatada por los incidentes de Madiun en el otoño de 1948; pero una confrontación prolongada con los holandeses desataría una guerra de guerrillas y favorecería los intereses de los comunistas. Por otra parte, una Indonesia independiente bajo Hatta y Sukarno aliviaría las preocupaciones de Washington por la seguridad al mismo tiempo que aboliría los monopolios comerciales holandeses, de modo que pasaría a depender de los Estados Unidos en términos comerciales en lo tocante a su desarrollo económico. Firme en estas convicciones, Washington previno a La Haya que si desataba una campaña militar contra la República, los Estados Unidos podrían reducir su ayuda a Holanda, retirarse del Comité de Buenos Oficios que mediaba en la disputa, plantear el caso contra Holanda ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aun reconocer a la República y entrar en acuerdos comerciales con ella.45 Pero tocante a Indochina los Estados Unidos fueron mucho menos firmes, aunque Roosevelt había puesto en claro durante la guerra que no estaba a favor del retorno de Francia a esta parte de Asia, y Traman rechazó las peticiones francesas de transportes norteamericanos para trasladar tropas al área y armas para luchar contra los insurgentes en 1945.48 La explicación tradicional de la política de Washington era que temía la nega- particular, véase el memorando de la Comisión Petrolera Interdivisional del Departamento de Estado, reproducido en FRUS, 1944, V, pp. 27 ss., y el memorando de entendimiento, FRUS, 1944, III, pp. 111 ss. "FRVS, 1948, VI, p. 44. **lbid., pp. 28-29. *3Dwight D. Eisenhower, Mándate for Change, 1933-1956, Doubleday, 1963, p. 372. 177 "FRUS, 1948, VI, p. 116. *' Ibid., passim, • 46 Neil Sheehan y otros, The Pentagon Papers, Bantam Books, 1971, capítulo 1; Walter LaFeber, "Roosevelt, Churchill arid Indochina: 1942-1945", American Histórica! Review, 80, 5, diciembre de 1975; Thorne, Atties of a Kind (n. 19), capítulos 7, 13, 20, 27; Dállele, Franklin D, Roosevelt (n. 30), pp. 512 w. 178 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO tiva francesa a secundar los planes de seguridad norteamericanos para Europa Occidental si los Estados Unidos presionaban demasiado: "Nuestros objetivos en Europa exigen que apoyemos a un gobierno francés amistoso, y esto ha tomado precedencia sobre los objetivos de la política indochina", declaraba el Departamento de Estado en septiembre de 1948.*7 Pero la preocupación por la reacción de La Haya no había desviado las presiones norteamericanas sobre Indonesia; en efecto, Washington había esperado que cayera el gobierno holandés de resultas de sus esfuerzos, y que lo remplazara un gobierno más razonable.48 Por supuesto, la caída del gobierno francés era un asunto más riesgoso: una derecha más agresiva, o una izquierda más antiyanqui, podrían recoger los pedazos. Pero no resulta convincente la afirmación de que la política de Washington hacia Francia estaba determinada sólo por consideraciones europeas. Más importante que la diferencia existente entre Francia y Holanda en la determinación de las acciones de Washington en el sudeste asiático, después de 1945, era la diferencia existente entre el nacionalismo indonesio y el indochino: el primero era seguramente anticomunista, mientras que el segundo no lo era de ningún modo. En estas circunstancias, Washington vacilaba, esperando —como sé expresó en un memorando gubernamental— "el establecimiento de un gobierno verdaderamente nacionalista en Indochina que, satisfaciendo las aspiraciones de los pueblos de Indochina, sirviera como punto de atracción de los nacionalistas y debilitara a los elementos comunistas".49 ¿Permitiría París la reunificación de Vietnam, confiriendo a su gobierno el derecho de determinar sus asuntos internos y externos en forma soberana por completo? Como precisamente sobre estos puntos era en los que los franceses se mostraban más reacios (como ocurría con los holandeses en Indonesia), Washington podría actuar sólo apoyando a Ho Chi Minh, algo que se negaba a considerar. Por el contrario, mantenía la esperanza de que apareciera alguna solución semejante a la encontrada en Indonesia y Filipinas: fuerzas "verdaderamente" nacionalistas dedicadas a frenar el poder del comunismo dentro del país. En síntesis, esta era la cuestión crucial que la experiencia norteamericana anterior a la segunda Guerra Mundial había ayudado poco a resolver. Como se hizo evidente después de 1945, cuando el nacionalismo del Sur pudo encontrar diversas formas de expresión y se había modificado marcadamente el papel internacional de los Estados Unidos, se planteaba por supuesto la cuestión de la base sobre la que podrían asociarse estas dos fuerzas históricas cambiantes. Por una parte, el carácter mundial de la guerra y el retiro posterior de los aliados norteamericanos de la Europa Occidental, desde el Cercano hasta el Lejano Oriente, significaba que los intereses de los Estados Unidos no tenían un alcance regional sino virtualmente mundial por primera vez, e incluían la responsabilidad de proteger los intereses internacionales de sus aliados principales tanto como los suyos propios. Por otra parte, también estaba cambiando el carácter del nacionalismo sureño, en parte como resultado de desarrollos internos y además como consecuencia de la retracción mundial de las principales potencias imperialistas de antes de la guerra: se estaba volviendo más poderoso y más agresivo. ¿Habría algunas variantes del nacionalismo del Sur que no pudieran concillarse con los intereses norteamericanos sino que amenazaran con minarlos? Y si existieran tales amenazas, ¿cómo podrían manejarse mejor? En lugar de discurrir en poner los cimientos de una relación de trabajo con los movimientos comunistas nativos del Lejano Oriente y América Latina, donde parecían libres del control de Moscú, los Estados Unidos adoptaron una postura diferente: trataron de separar a los comunistas de los demás nacionalistas y de ayudar a estos últimos en su lucha con los primeros. Sólo en China, donde los Estados Unidos esperaban al principio la formación de un gobierno de coalición en el que dominara Chiang Kai-shek, difirió marcadamente la política norteamericana. Aplicando su estrategia de apartar a los comunistas del conjunto de otros nacionalistas, Washington prometió una satisfacción política a estos últimos, patrocinando la participación de su país en la comunidad internacional, al mismo tiempo que los alentaba a realizar reformas progresistas en el interior, esto es, reformas destinadas a contrarrestar la atracción del comunismo en los estratos más bajos de la sociedad. Así pues, los Estados Unidos confirieron con gusto la independencia a las Filipinas, inmediatamente después de la segunda Guerra Mundial, y promovieron reformas sociales y políticas en ese país para contrarrestar la rebelión hukbalahap, iniciada en 1946. Su aliado en este proceso fue Ramón Magsaysay, ministro de Defensa en 1949 y presidente en 1953, quien respondió a la intensificación de la rebelión en 1950 con promesas de reformas progresistas en materia de tenencia de la tierra. También en Grecia, Estados Unidos apoyó plenamente la represión militar de la rebelión encabezada por los comunistas contra el gobierno establecido por los británicos al término de la guerra, pero siempre estuvo en favor de la for- • mación de gobiernos socialmente más progresistas en Atenas.50 Y en el caso de China hay una historia especialmente prolongada e impresionante de ad¿> ' • ' ' • " "FRVS, 1948, VI, p. 48. *»JMd., p. 551. **Ibid,, p. 49. 50 L. S. Stavrianos, Créete: American Dilemma and Opportunity, Henry Regnery, Chicago, 1952, pp. 186-189 y ptusim. 180 EL SIGLO NORTEAMERICANO moniciones norteamericanas a Chiang Kai-shek pidiéndole que rehiciera su gobierno y reformara su país si quería salvarlo de los comunistas de Mao Tse-tung, Trurnan escribió a Chiang el 10 de agosto de 1946: Las esperanzas del pueblo de China están siendo frustradas por los militaristas y por un pequeño grupo de reaccionarios políticos que están obstruyendo el progreso del bien general de la nación porque no entienden la tendencia liberal de la época. El pueblo de los Estados Unidos contempla con gran repugnancia este estado de cosas. No puede esperarse que la opinión pública norteamericana mantenga su actitud generosa hacia la nación de usted si no le ofrece pronto una prueba convincente de que se está avanzando realmente hacia un arreglo pacífico de los problemas internos de China.61 En suma, Washington trabajaría para que los gobiernos del Sur fuesen progresistas en lo interno y soberanos en lo internacional. En el proceso, esperaba que tales gobiernos no se volvieran comunistas. No debe concluirse de aquí que los Estados Unidos actuaran de acuerdo con algún diseño grandioso, cuidadosamente calculado. Por el contrario, la política fluía con naturalidad de la experiencia norteamericana anterior y de la forma política de las circunstancias objetivas. Si había algún diseño grandioso, se observaría mejor entre los comunistas, cuyo maquiavelismo calculado en este sentido era del dominio público y aun un motivo de orgullo (porque contrastaba con la "hipocresía" de la burguesía y los imperialistas). Fueron los comunistas quienes elaboraron deliberadamente la estrategia del frente unido a fin de realizar la "revolución nacional-democrática" contra el imperialismo (en el caso de China, por ejemplo), sólo para acelerar el final y volverse contra sus antiguos aliados en cuanto triunfara esta primera etapa.88 En Grecia y en Filipinas triunfaron los esfuerzos de los nacionalistas, apoyados por los norteamericanos, contra los comunistas (aunque todavía existen muchas de las condiciones que impulsaron las insurgencias locales). Pero en China no pudo detener Chiang Kai-shek la fuerza del nacionalismo comunista, y los Estados Unidos se vieron incapacitados por primera vez para controlar una situación regional a través de sus aliados locales. La respuesta de Washington ante este desarrollo resultó decisiva para la formulación de la política norteamericana hacia el Sur durante el siguiente cuarto de siglo. 81 Departamento de Estado, China Whtie Paper, Washington, 1949, p. 652. The Communist International: Volurne U (n. 32), pp. 342, 460. Conviene recordar aquí la famosa frase de Stalin: El CCP tendría que abandonar finalmente al Frente Unido y "apachurrarlos (al KMT) como un limón". Véase Adam Ulam, Expansión and Coexistence: The History of Sooiel Foreign Policy, 1917-1967, Praeger, 1968, pp. 167 ts. 58Degras, EL SIGLO NORTEAMERICANO 131 Durante toda la guerra, como se puso especialmente en claro en la Conferencia de El Cairo de diciembre de 1943, los Estados Unidos demostraron su interés por ver surgir a China de la lucha bajo el liderazgo de Chiang Kai-shek, en lo interno unida y regionalmente dominante. Ni Stalin ni Churchill tomaron en serio la petición de Roosevelt proponiendo que China fuese tratada después de la guerra como uno de los Cuatro Grandes (simbolizada en su escaño del Consejo de Seguridad de las futuras Naciones Unidas), pero ambos concedieron que el Pacífico y una China independiente constituirían una esfera de influencia norteamericana (a pesar de la repugnancia de los norteamericanos a pensar en tales términos). También aquí se ponía de manifiesto el patrón general de la política norteamericana: el nacionalismo chino y los intereses norteamericanos en el exterior podrían establecer una relación de trabajo.53 Sin embargo, este proyecto se veía amenazado por un dilema obvio. La guerra civil entre los comunistas y el Kuomintang podría estallar de nuevo en cualquier momento, lo que hacía dudar de la extensión y la clase de apoyo que debería ofrecerse a Chiang, dadas la probabilidad de los triunfos comunistas y la posibilidad de la interferencia soviética. Por lo tanto, la esperanza inicial era la de impedir la guerra civil. Esto podría lograrse por una parte alentando al PCC y al KMT a formar un gobierno de coalición bajo la autoridad de Chiang (un plan propuesto primero por el general Hurley y más tarde por el general Marshall), y por la otra mediante el apoyo militar al KMT (como se hizo con el envío de 113000 infantes de marina a China, el transporte de tropas de Chiang al norte de China, y la Orden General Número Uno que instruía a los japoneses para que sólo se rindieran ante el comando del KMT). Al empeorar la posición de Chiang, Washington debía escoger entre uno de tres cursos de acción: intervenir más activamente en apoyo del KMT; continuar esencialmente la misma política de apoyo material y de asesoría al KMT, pero sin la participación de soldados norteamericanos, con la esperanza de que ocurriera algo imprevisto, o la sustitución de los nacionalistas por los comunistas en el plan norteamericano para tener una China unida, regionalmente dominante. La primera opción fue apoyada por varios miembros del Departamento de Estado y por algunos políticos y líderes públicos prominentes, casi siempre asociados al Partido Republicano, pero el gobierno de Truman nunca consideró seriamente tal empresa. En los términos de la Doctrina Truman y el Plan Marshall, el principal compromiso norteamericano se hallaba en Europa Occidental y el Mediterráneo; no se 03 En este párrafo y los tres siguientes sigo en gran medida el análisis que hace Iriye en The Cold War in Asia (n. 2), capítulos 3 y 4; véase también a Tsou, Ameríca's Failure in China (n. 2). 182 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO consideraba viable ninguna intervención masiva en la tierra firme asiática, aunque Truman sólo se mostró inequívoco sobre este punto después de triunfar holgadamente en la elección de 1948. Al mismo tiempo, fuera de un pequeño grupo de consejeros entre los que se encontraban John Patón Davies y John Cárter Vincent, nadie prestó mucha atención a una política de colaboración con Mao y un régimen comunista en China. El compromiso con Chiang era demasiado fuerte, los daños potenciales de la colaboración con los comunistas eran -demasiado grandes (en las urnas electorales y en los asuntos extranjeros) para arriesgarse a tal cambio. Por lo tanto, la política norteamericana se limitó a contemporizar, a adoptar una actitud de cautelosa espera que a su debido tiempo reveló sus propias dificultades terribles. . Dos interrogantes acerca de la Revolución china parecen haber predominado en el pensamiento de Washington: si tal revolución expresaba una corriente profunda en la historia china, y el grado en que se identificaría con la Unión Soviética en la política mundial. A pesar de su tendencia a considerar el escenario político chino tan caótico que resultaba incontrolable, el secretario Acheson no dejó dudas acerca de las raíces profundas de la revolución en su Carta de Entrega del Documento Blanco de China en el verano de 1949: . de 1949 se había convencido Mao de que en los Estados Unidos tenía un oponente irremediable. Por ejemplo, cuando Acheson explicó que el "abuso activo" de este país por parte del PCC hacía imposible que se tratara a Mao como Washington había empezado a tratar a Tito en 1948, intentando separar así a los chinos de los rusos, quizá tenía en mente varios pronunciamientos de prominentes funcionarios comunistas chinos que imitaban la bravata lanzada por Mao ante Anna Louise Strong, en agosto de 1946, según la cual "todos los reaccionarios son tigres de papel".55 O, como dijo Mao en junio de 1949: El hecho fue,que la declinación detectada por nuestros observadores en Chungking a principios de la guerra había minado gravemente la resistencia del Kuomintang. Sus líderes se habían mostrado incapaces de resolver la crisis que afrontaban, sus tropas habían perdido la voluntad de pelear, y el Gobierno había perdido el apoyo popular... Los ejércitos nacionalistas no tenían que ser derrotados; se desintegraban... El hecho desafortunado pero innegable es que el resultado ominoso de la guerra civil de China estaba fuera del control del gobierno de los Estados Unidos. Nada de lo que este país hizo o pudiera haber hecho dentro de los límites razonables de sus capacidades podría haber cambiado ese resultado; nada de lo que ha dejado de hacer este país ha contribuido al resultado. Fue el producto de fuerzas chinas internas en las que este país trató de influir sin poder lograrlo.54 , Sin embargo, con una sola línea de la carta revelaba el secretario sus pensamientos sobre la otra cuestión decisiva: en qué medida los nuevos líderes de China trabajarían con la Unión Soviética: "Los líderes comunistas han traicionado su herencia china y han anunciado públicamente su sometimiento a una potencia extranjera, Rusia." Es posible que olvidara Acheson los diversos esfuerzos hechos durante la guerra por el PCC para establecer relaciones con Washington, pero de todos modos es seguro que mucho antes 54 China White Paper (n, 51), pp. xiv, xvi. 183 Es imposible sentarse en la cerca. No existe un tercer camino... no sólo en China sino en todo el mundo, sin excepción, tenemos que inclinarnos hacia el imperialismo o hacia el socialismo. La neutralidad es un camuflaje y no existe un tercer camino.58 En realidad, los datos que ahora poseemos sugieren fuertemente que, hasta el verano de 1946, el PCC habría aceptado con gusto el establecimiento de relaciones con Washington y que los Estados Unidos se resistieron activamente a estas iniciativas.57 Pero hacia 1948 se reciprocaba la hostilidad norteamericana, lo que dificultaba mucho más una reconsideración norteamericana para establecer contacto con los comunistas, aunque hubiese sido el comportamiento de Washington el origen del conflicto. Sin embargo, hay buenas razones para creer que, hacia fines de 1949, Washington estaba acorde finalmente con la idea de trabajar con una China comunista. En diciembre, Mao viajaba a Moscú para celebrar un tratado con la Unión Soviética, y en virtud de que su estancia se prolongó hasta febrero siguiente, pudo suponerse lógicamente que varias diferencias graves dividían a las dos partes. En un discurso pronunciado el 12 de enero de 1950 ante el Club Nacional de la Prensa, Acheson sostuvo que los soviéticos estaban tratando de apoderarse de Mongolia Interior y Exterior, Manchuria y Sinkiang; y declaró: í, No debemos desviar hacia nosotros la justa indignación y la ira y el odio que deben desarrollarse en el pueblo chino contra los rusos. (Sería una tontería que lo hiciéramos. Debemos asumir la posición que siempre hemos asumido: que quienquiera que viole la integridad de China es ene53 Dean Acheson, Present at the Creation: My Years in the State Department, Norton, 1969, p. 344; Mao Tse-tung, Sehcted Readings {rom the Works of Mao Tse-tung, Foreign Language Press, PekSn 1971, pp. 345 w. íalbid., y China White Paper (n. 51), p. 723. «Michael Schaller, The U. S. Crusade in China, 1938-1945, Columbia University Press, 1978. Véase una interpretación contraria en Ulam, Expansión (n. 52), páginas 470 ss. u ». íít « ui íih 184 EL SIGLO NORTEAMERICANO migo de China y está actuando contra nuestros propios intereses. Esta tarde sugiero a ustedes que esa es la primera y más importante de las reglas referentes a la formulación de la política norteamericana con el Asia.88 Con el mismo espíritu, el secretario cablegrafió al mes siguiente a la embajada norteamericana en París: "En este bazar oriental, es probable que el Kremlin regateador esté descubriendo que la delegación china es menos sumisa que todas las que ha tratado en su experiencia con las 'democracias populares'."59 Es posible que los norteamericanos estuviesen entendiendo finalmente lo que los británicos habían venido diciendo desde siempre: las diferencias chino-rusas eran tan sustanciales que las concesiones de Occidente podrían ensanchar tal brecha.80 Desde esta perspectiva, podemos entender la gran importancia de la decisión tomada por Truman a fines de 1949 para cortar toda ayuda a Chiang en lo relacionado con Formosa.81 Si su gobierno era destruido por los comunistas, iba a terminar automáticamente el compromiso norteamericano, lo cual allanaría el camino para el establecimiento de relaciones entre Pekín y Washington. Por supuesto, los cabilderos de China ya estaban actuando para impedir tales desarrollos, y algunos extremistas miembros del gobierno habían preparado para la primavera de 1950 el importante documento de política del Consejo Nacional de Seguridad número 68 que pedía una cruzada nacional para detener la "agresiva campaña expansionista" del Kremlin que pretendía "dominar al mundo".82 Pero era claro que estaban surgiendo algunas fuerzas opuestas a estos esfuerzos, y podría sostenerse plausiblemente que, en los primeros meses de 1950, los Estados Unidos avanzaban hacia una posición desde la que podrían establecer relaciones con los mismos comunistas a quienes habían eludido durante tanto tiempo. Pero en junio de 1950 estalló la Guerra de Corea. Es ocioso especular y ver cuan diferente habría sido la historia si los Estados Unidos hubiesen seguido el sabio consejo de los británicos y hubiesen reconocido a la República Popular en 1949. Lo cierto es que el conflicto volvía virtualmeníe imposible detener, mediante un entendimiento con Pekín, la expansión de Rusia al Asia. Por el contrario, en lo que fue seguramente el punto de in58 Departamento de Estado, Bulletin, 32, 551, p. 115. stPRVS, 1949, IX, p. 309. 60 Véase, por ejemplo, la correspondencia británica en ibid., pp. 57-61. 81 Departamento de Estado, Bulletin, 32, 550, 16 de enero de 1950, p. 79. Véase también, John W. Spanier, The. Truman-MacArthur Controversy and the Korean Wat, Norton, 1965, capítulo 3. 82 James A. Nathan y James K. Oliver, Uniied States Foreign Policy and World Order, Little, Brown, 1976, pp. 128 ss. EL SIGLO NORTEAMERICANO 185 flexión más trascendental en los asuntos mundiales del cuarto de siglo siguiente al estallido de la Guerra Fría, la detención de Rusia vino a significar también la de China. A su vez, la detención de China parecía dictar la supresión del comunismo en el Sur, sobre todo en Asia. En poco tiempo, el gobierno de Truman pidió el rearme de Alemania y la creciente integración de las fuerzas de defensa occidentales; celebró tratados de paz y seguridad con Japón; firmó pactos de defensa mutua con Filipinas, Australia y Nueva Zelanda (desde el punto de vista de estos países, para contrarrestar el potencial resurgimiento de Japón); cambió su posición sobre Formosa, disponiéndose a defender la isla, y aumentó considerablemente la ayuda asignada a Francia para la continuación del conflicto de Indochina. Como dijo Robert W. Tucker, "el curso de la detención se convirtió en el curso del imperio".83 LA POLÍTICA NORTEAMERICANA HACIA EL SUR, 1951-1981 No hay necesidad de documentar detalladamente el curso de la política norteamericana hacia el Sur después de Truman. Existen varias reseñas excelentes a este respecto, de modo que aquí haremos hincapié en la forma en que gobiernos sucesivos tendieron —en su preocupación por el comunismo— a sentirse suspicaces ante el nacionalismo del Tercer Mundo, de modo que el apoyo inicial a la autodeterminación política de estas regiones del mundo se llenó de reservas cada vez más grandes. Sin embargo, puede exagerarse el cambio de la conducta norteamericana: el recuerdo de la intervención masiva en Vietnam no debe afectar nuestro entendimiento de la política norteamericana en otras partes del Tercer Mundo. En' efecto, una característica prominente del comportamiento norteamericano antes de la trascendental decisión del presidente Johnson de intensificar la guerra en ese desdichado país del sudeste asiático era que los Estados Unidos seguían mostrándose sumamente reacios a comprometerse en una situación en la periferia en la que no podrían trabajar con algunos intereses locales viables. En el caso del gobierno de Eisenhower, por ejemplo, los Estados Unidos pudieron evitar los encuentros desastrosos con el nacionalismo del Sur, no por virtud de la estrecha concepción que tenía el Presidente de la amenaza comunista ni de su renuencia a tomar medidas contrarrevolucionarias —como lo revelan las intervenciones en Laos, Guatemala, Irán y Líbano—, sino sobre todo por efecto de la renuencia norteamericana a actuar cuando no fuesen invitados por una de las partes locales importantes en el conflicto. Es 83 Robert W. Tucker, The Radical Left and American Foreign Poliey, Johns Hopkins University Press, 1971, p. 109. 186 EL SIGLO NORTEAMERICANO cierto que en Guatemala apoyaron los Estados Unidos al protegido de la CÍA, Carlos Castillo Armas, aunque su mismo anonimato significaba que podría negarse la intervención en caso de un fracaso. Pero en Irán cooperaron estrechamente los Estados Unidos con el Sha, así como en el Líbano fue solicitada su intervención por el presidente Camille Chamoun, y en Laos trabajó en asociación con un príncipe de la familia real. Quizá esto ayude a explicar, el hecho de que Eisenhower haya eludido las trampas en situaciones más difíciles: no había nadie que pudiera utilizar directamente para oponerse a Kassirn en Irak, Ho Chi Minh en Indochina, o Gamal Abdel Nasser en Egipto... así que mantuvo su distancia. No hay en las memorias de Eisenhower rastro alguno de simpatía hacia el papel de los líderes carismáticos en el Tercer Mundo. Por ejemplo, Nasser le parecía "completamente arrogante", "caprichoso e imprevisible", e inclinado hacia el "heroísmo falso".04 Y Townsend Hoopes informa que el gobierno vio las primeras entregas de armas checas a Egipto a fines de 1955, al igual que el reconocimiento de China al año siguiente, como una señal de que Nasser podría estarse pasando a la órbita comunista.86 Además, en vista de la expropiación unilateral del Canal de Suez en 1956, parecía que Nasser no sólo deseaba desafiar a los Estados Unidos por su cancelación del proyecto de la presa de Asuán sino también asestar un golpe al esfuerzo británico por debilitar la Liga Árabe y detener a Egipto. Sin embargo, aunque el Presidente admitió que "el uso de la fuerza podría volverse necesario bajo circunstancias extremas", previno a Gran Bretaña y Francia contra la intervención militar en Egipto, y ordenó bruscamente su retirada cuando ocurrió, iniciando bloqueos financieros y petroleros que aumentaron su afrenta. Como lo explicó Eisenhower, en forma no muy convincente, Nasser había demostrado que podía administrar el canal eficazmente con sus propios pilotos, y esa era la cuestión esencial. Sin duda había la consideración mucho más importante, como lo señaló Eisenhower, de que los Estados Unidos debían considerar el peligro de comprometerse directamente en el Medio Oriente, de convertirse en una "potencia ocupante en un inundo árabe en ebullición".68 Como ha observado John Badeau, ex embajador en Egipto, el resultado más probable del derrocamiento de Nasser habría sido el de arrojar al nacionalismo egipcio más aún en brazos de Moscú.87 Independien84 Dwight D. Eisenhower, Waging Peace, 1956-1961, Doubleday, 1965, pp. 4244, 176. 85 Townsend Hoopes, The Devil and John Foster Dalles: The Diplomacy of the Eisenhower Era, Little, Brown, 1973, capítulos 21 y 22. 68 Eisenhower, Waging Peace, (n. 64), p. 99. 67 John S. Badeau, The American Approach to the Arab World, Harper & Row, 1968, pp. 7-8. EL SIGLO NORTEAMERICANO temente de su animosidad hacia Nasser, Eisenhower podía distinguir entre la amenaza soviética y la de Egipto y tener en cuenta los límites impuestos a su poder por su carencia de aliados que pudieran clasificarse como nacionalistas egipcios y usarse contra Nasser. Esta última consideración parece particularmente importante cuando se compara la negativa a comprometerse contra Egipto con la renuencia de Eisenhower a unirse a los franceses en su lucha contra el Viet Minh. En sus memorias relata Eisenhower que estuvo muy cerca de ordenar la intervención militar directa en ese país. Pero un obstáculo grave fue su expectativa de que los franceses no cesaran sus interminables maniobras para permanecer en Indochina en lugar de conceder la independencia al área. De acuerdo con la política norteamericana tradicional, Eisenhower percibió que las demandas francesas hacían imposible la creación de un grupo no comunista importante en Vietnam con el que Washington pudiera negociar. El Presidente escribió que conocía bien la enorme popularidad de Ho en Vietnam, y que, en consecuencia, temía que resultase sumamente costosa la intervención norteamericana en ese país, ya que podría provocar "una sucesión de guerras asiáticas, cuyo resultado final sería la pérdida de nuestros recursos y el debilitamiento de nuestra posición defensiva global",88 Sin embargo, aunque Eisenhower parece haber obrado prudentemente cuando evitó inmiscuir a los Estados Unidos en situaciones en las que no tenía aliados locales razonablemente fuertes que llevaran la carga del esfuerzo, al mismo tiempo expandió en grado considerable la red internacional de obligaciones mediante tratados norteamericanos, y así ayudó a armar una trampa que se dispararía contra sus sucesores. La Organización del Tratado de Asia Sudoriental (OTASO), iniciada en 1954, ayudó en gran medida a implicar a los Estados Unidos en los asuntos de Vietnam del Sur, y el apoyo dado por Eisenhower al Pacto de Bagdad en 1955, al que siguió la expulsión de Francia y Gran Bretaña de sus posiciones dominantes en el Medio Oriente tras el episodio de Suez en 1956 y la declaración de la Doctrina Eisenhower referente a esta área al año siguiente, asignó a este país también una responsabilidad directa por los acontecimientos del Medio Oriente. En adelante, fuera de África, estaba completa la estructura mundial de los compromisos políticos norteamericanos: el ejercicio internacional de la Doctrina Monroe. Una vez establecida esta estructura de obligaciones, pareció. cobrar vida propia, enunciando que una amenaza para 68 Eisenhower, Mándate for Change, (n. 43), pp. 363, 373. El secretario de Estado Dulles compartía esta opinión. Según Eisenhower, Dulles escribió en 1954: "Queríamos anotarnos un triunfo. En consecuencia, no podíamos comprometer el prestigio de los Estados Unidos y sufrir una derrota que habría tenido repercusiones mundiales", Mándate for Change, p, 345. 188 EL SIGLO NORTEAMERICANO cualquiera de sus partes constitutivas planteaba una amenaza para el todo. Los Estados Unidos se habían convertido en un imperio y empezaban a pensar cada vez más en términos imperiales, Desde la segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos habían contemplado los desarrollos externos en una doble perspectiva: por una parte, con una apreciación prudente del poder de los actores locales con los que tendrían que trabajar los Estados Unidos para realizar sus propios intereses en el ámbito local; por la otra, con un sentido geopolítico en que la resolución de cuestiones locales afectaba la estructura mundial de los intereses y obligaciones norteamericanos. Al ampliarse la red de. los vínculos norteamericanos después de 1947, la lógica aparentemente imperiosa de la visión geopolítica creció con ella, en ocasiones ocultando por completo todo sentido lúcido de los desarrollos locales. La virtud del presidente Kennedy en este sentido fue que, por lo menos al principio, percibió cuan distintos podrían ser estos dos campos de acción. Por lo tanto, lo que resulta sorprendente no es que haya manejado problemas surgidos en Guinea, el Congo, Yemen y la Guayana Británica con tanta habilidad, sino que se haya equivocado tanto en Vietnarn y Cuba." En ambos casos, la falla de su razonamiento fue aparentemente la creencia de que (a pesar de la experiencia norteamericana en China) podría utilizar con relativa facilidad la tradicional asociación norteamericana con el nacionalismo extranjero para frenar los avances comunistas en el exterior. En 1951, cuando visitó Vietnam, había escrito: En Indochina nos hemos aliado al esfuerzo desesperado de un régimen francés por aferrarse a los vestigios del imperio. Entre los habitantes de esa área no hay ningún apoyo general al gobierno nativo de Vietnam. Tiene sentido la detención del avance comunista en el Sur, pero no sólo mediante la fuerza de las armas. Más bien debiera crearse un fuerte sentimiento no comunista nativo dentro de estas áreas y utilizarlo como punta de lanza de la defensa, en lugar de confiar en las legiones del general De Latiré. Estamos condenados al fracaso si hacemos esto en desafío de los objetivos innatamente nacionalistas... Sin el apoyo de las poblaciones nativas, no hay esperanza de éxito en ninguno de los países del sudeste asiático.70 La misma perspectiva informaba su enfoque en el caso de Cuba. Por increíble que parezca, la razón principal de que el Presidente no haya apoyado 60 Acerca de Yemen, véase a Badeau, The American Approach (n. 87), capítulo 7; acerca de los otros casos, véanse los relatos de Arthur M. Schlesinger Jr., en A Thouscmd Days; John F. Kennedy in the Wkite House, Houghton Mifflin, 1965, passim, , 7ú john F. Kennedy, The Strategy of Peace, Harper & Row, 1960, p. 60. EL SIGLO NORTEAMERICANO la invasión de la Bahía de Cochinos en abril de 1961 parece ser su suposición de que habría un levantamiento masivo contra Castro en cuanto circulara la noticia de que los "libertadores" habían llegado. Arthur Schlesinger cita indirectamente a Kennedy en el sentido de que, cuando era evidente que la invasión había fracasado, dijo: "La prueba había sido siempre si el pueblo cubano apoyaría una rebelión contra Castro. Si no lo hacía, los Estados Unidos no podrían imponerles un nuevo régimen mediante la invasión." n También en el caso de Vietnam confiaba Kennedy (como lo hicieron .muchos otros norteamericanos) en la persona de Ngo Dinh Diem, el mandarín católico que se había resistido a los esfuerzos de japoneses y comunistas por incluirlo en sus gobiernos de Vietnam, y quien también había pasado algún tiempo en un seminario Maryknoll de Maryland. "Vimos que ocurría un milagro", escribió Kennedy en 1960, hablando del surgimiento de Diem, luego de los Acuerdos de Ginebra en 1954: "Debí haber tenido más fe en mis propias suposiciones acerca del poder potencial del nacionalismo asiático libre."72 Pero hacia principios de 1963 era evidente que Diem no había proveído el liderazgo esperado por Kennedy. Los éxitos del Viet Gong en el campo habían empezado a aumentar de nuevo tras una declinación en 1962. Pero era mucho más ominoso el hecho de que Diem no pudiera convertirse en líder de los nacionalistas no comunistas, según indicaban claramente las manifestaciones de los budistas contra su régimen en la primavera y el verano de 1963. En vista del fracaso de los nacionalistas no comunistas en Vietnam durante 1963, se ha debatido mucho si Kennedy habría intensificado la intervención norteamericana en el país como lo hiciera posteriormente el presidente Johnson. Por una parte, sé afirma que Kennedy expresó, en el verano de 1963, que después de las elecciones de 1964 buscaría una retirada de Indochina, cualquiera que fuese el precio personal que tuviera que pagar por la decisión.73 Tal curso de acción habría correspondido a una evaluación realista del vigor del nacionalismo no comunista en el área y por lo tanto habría estado de acuerdo con muchos de los prejuicios del Presidente y con la interpretación de las "lecciones de China" en el sentido de que el comunismo asociado al nacionalismo es un oponente especialmente poderoso. Por otra parte, una consideración importante sugiere que Kennedy podría haberse sentido más renuente a la retirada, ya que su gobierno presenció la implantación de un enfoque nuevo e importante a la cuestión del trato que debía darse al nacionalismo del Tercer Mundo. Desde fines de 71 Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 276. 70), p. 61. War, Pocket Books, 1972, pp. 99-101. 72 Kennedy, Strategy for Peace (n. 73 Daniel Ellsberg, Papen on the 190 EL SIGLO NORTEAMERICANO los años cincuenta se había sentido gran preocupación por los métodos que estaba utilizando la "subversión interna" —las técnicas de la guerra de guerrillas desarrolladas por Mao Tse-tung— para minar los supuestos en los que se había basado Washington en lo tocante al nacionalismo sureño. Ahora empezaba a observarse que los Estados Unidos necesitaban prepararse para intervenir más directamente en "guerras limitadas" y para apoyar mediante diversas tácticas de contrainsurgencia a los gobiernos asediados por las rebeliones basadas en un modelo de organización exportado por China.74 En otras palabras, ya no estaba tan claro que pudiera apoyarse por medios tradicionales a los regímenes no comunistas del Tercer Mundo. Las •teorías de la guerra de guerrillas daban una nueva sensación de urgencia a la visión geopolítica del mundo. Por lo tanto, en cuanto ocupó la presidencia, alentó Kennedy marcadamente las tácticas de contrainsurgencia, incrementando en gran medida el presupuesto destinado a las "fuerzas especiales" (la más conocida de las cuales eran los Boinas Verdes) e insistiendo en que los civiles de los Departamentos de Estado y de Defensa estuviesen conscientes de estas nuevas doctrinas militares.75 En consecuencia, a pesar de su reconocimiento de que los nacionalistas no comunistas estaban desorganizados en Saigón, es posible que el Presidente se hubiese convencido de que ahora era anticuada su propia práctica, además de la norteamericana tradicional, de intervenir en el exterior sólo cuando hubiese una fuerza nacionalista viable a la cual apoyar; de que Vietnam representaba una especie de terreno de prueba para las técnicas de insurgencia y contrainsurgencia, de tal modo que debería considerarse dentro de una visión geopolítica de las obligaciones externas de los Estados Unidos. Dijo en un discurso ante el Congreso, pronunciado en mayo de 1961: . , El gran campo de batalla para la defensa y la expansión de la libertad es ahora toda la mitad sur del planeta —Asia, América Latina, África y el Medio Oriente—, las tierras de los pueblos que se levantan... Y la suya es una revolución que nosotros apoyaríamos independientemente de la Guerra Fría... los adversarios de la libertad no crearon la revolución.,. 74 Véase una muestra de los escritos norteamericanos sobre el tema, que incluye algunos'discursos de altos funcionarios públicos, en T. N. Greene, comp,, The Guerrilla— and How to Fight Him: Selections from the Marine Corps Gazette, Praeger, 1966. Véase una reseña del periodo en Douglas S. Blaufarb, The Counterinsurgeney Era: U. S. Doctrine and Performance, 1950 to the Preseni, Free Press, 1977. John Steward Ambler presenta un estudio interesante de la contrainsurgencia en el caso francés en Soldiers Against the State: The French Army in Polities, Doubleday, 1968, parte 3. • 75 Blaufarb, The Counterinsurgeney Era (n. 74), capítulos 3 y 4; Schlesinger, A Thousand Days (n. 69),'pp. 340 ss. '' • - EL SIGLO NORTEAMERICANO pero están tratando de pasar la cresta de su ola, de capturarla para ellos mismos... los adversarios de la libertad planean consolidar su territorio: explotar, controlar, y finalmente destruir las esperanzas de las naciones más nuevas del mundo; y tienen ambiciones de hacerlo antes del final del decenio. Es una contienda de voluntad y propósito, al igual que de fuerza y violencia: una batalla por las mentes y las almas, no sólo por vidas y territorios. Y en esa contienda no podemos permanecer al margen.78 Es posible que Kennedy hubiese encontrado una salida de Vietnam si hubiese ganado la elección de 1964. Pero en vista de que su reputación se basaba en la dureza hacia el comunismo y en su creencia de que las naciones, como los individuos, realizan lo mejor de sí mismas formulando demandas heroicas a sus ciudadanos; de su utilización de los métodos de la contrainsurgencia; de la intensificación gradual de la intervención hasta cerca de 17000 hombres para fines de 1963, y de su percepción de Vietnam como algo ligado a la red más amplia de las obligaciones internacionales de los Estados Unidos, no hay ninguna razón particular para esperar que Kennedy se hubiese retirado y hubiese permitido una victoria comunista. Una de las mejores indicaciones de lo que habría hecho se encuentra en el pensamiento de los hombres que lo rodeaban. La mayoría de ellos pasaron más tarde a la posición de asesores principales del presidente Johnson y le aconsejaron en forma virtualmente unánime que intensificara la guerra. Hay una ironía terrible en el comentario de Kennedy acerca de los hombres de Eisenhower que había heredado junto con el plan de su antecesor de invadir Cuba en 1961: "Dios mío, vaya caterva de asesores que heredamos... ¿Se imaginan lo que significa ser Presidente y dejar tras de sí todas estas gentes?"77 Fue durante el gobierno de Johnson cuando se derrumbó por fin el balance establecido entre la percepción de los eventos locales del Lejano Oriente y América Latina en sus propios términos y su percepción en un plano geopolítico, es decir, de acuerdo con el supuesto efecto sobre las relaciones globales de los Estados Unidos con el mundo comunista. El patrón de la política norteamericana dominante hasta ahora, que trataba de basar las relaciones con el Sur en la esperanza de servir a los intereses recíprocos, pasó a ocupar un lugar claramente secundario ante los argumentos del imperialismo de ocupación. En realidad, existía la afirmación familiar de que los Estados Unidos no buscaban para sí ningún privilegio especial en el 78 Public Papers of the Presidents of the United States; John F. Kennedy, 1961, Government Printing Office, 1962, p. 205. 77 Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 259. Véase también a Leslie H. Gelb y Richard K. Betts, The Irony of Vietnam; The System Worked, Brookings Institution, 1979, capítulo 3. , 192 EL "SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO Sur, fuera de mantener estas áreas libres de la influencia comunista. Tampoco había nada novedoso en la colocación de las contiendas de Vietnam y la República Dominicana dentro de un marco geopolítico. Lo nuevo era la unilateralidad de la insistencia y la disposición correspondiente de los Estados Unidos a unirse por primera vez en una forma directa y masiva (en el caso de Vietnam) a un gobierno asiático carente de un apoyo politico interno verosímil o aun de los medios aparentes para obtenerlo. Pero como había dicho el vicepresidente Johnson en 1961: La batalla contra el comunismo deberá librarse en el sudeste asiático con vigor y determinación para alcanzar el triunfo; de otro modo, los Estados Unidos deberán entregar inevitablemente el Pacífico y establecer sus defensas en sus propias costas. La decisión básica para el sudeste asiático se encuentra aquí. Debemos decidir entre ayudar a estos países al máximo de nuestras posibilidades o arrojar la toalla y retraer nuestras defensas hasta San Francisco... Lo que es más importante: diríamos al mundo que en este caso no cumplimos nuestros tratados y no defendemos a nuestros amigos,78 Así pues, la Doctrina Nixon de 1970 no era en un sentido importante un abandono de la política tradicional norteamericana sino un retorno a la tradición dominante: la doctrina insistía en que el terreno político local deberá ser razonablemente receptivo antes de que los Estados Unidos vuelvan a comprometerse. "Asia es para los asiáticos —declaró el presidente Nixon el 25 de julio de 1969— y eso es lo que queremos, y ese es el papel que debemos desempeñar. Debemos ayudar, pero no dictar... debemos evitar la clase de política que vuelve a los países de Asia tan dependientes de nosotros que nos vemos arrastrados a conflictos como el que ahora tenemos en Vietnam."79 Era clara la esencia de su doctrina: Su tesis central es que los Estados Unidos participarán en la defensa y el desarrollo de aliados y amigos, pero los norteamericanos no pueden concebir todos los planes, diseñar todos los programas, ejecutar todas las decisiones y asumir toda la defensa de las naciones libres del mundo.80 * " Y al mismo tiempo que reconocían los peligros de meterse en un conflicto sin aliados locales confiables, el Presidente y el secretario de Estado Kissin78Sheehan, The Pentagon Papen (n. 46), p. 128, y Arthur M. Schlesinger ]t., The Bitter Herítage: Vietnam and American Democracy, 1941-1961, Houghton Mifflin, 1966, p. 21. ,. ;. 78Public Papen of the President of the United States: Richard Nixon, 1969, Government Printing Office, 1970, p. 548. 80 Public Papen o] the Presiden! of the United States: Richard Nixon, 1970, Government Printing Office, 1971, pp. 116, 118. ger parecían tener en mente los riesgos de cierta forma del pensamiento geopolítico: "No estamos implicados en el mundo porque tengamos compromisos; los tenemos porque estamos implicados. Nuestros intereses deben determinar nuestros compromisos y no al revés." 81 Pero, sin dejar de reconocer los problemas potenciales de una perspectiva geopolítica, el secretario Kissinger quería volverla más útil que nunca para los líderes norteamericanos: crear, a partir de ella, una "tradición" sólida que entregaría como legado a sus sucesores.82 Por supuesto, en el centro de sus cálculos estaba la Unión Soviética. A través de un proceso de detente, el Secretario trataba de recordar la paridad militar soviética con los Estados Unidos para establecer una relación entre los dos países basada en la aceptación de que "tenemos algunos intereses paralelos y estamos obligados a coexistir. La detente alienta un ambiente donde los competidores puedan regular y restringir sus diferencias y avanzar en última instancia de la competencia a la cooperación".83 Además, Washington podía alentar tal desarrollo mediante una combinación de "zanahorias", como el incremento del comercio y acuerdos de limitación de armas, y de "garrotes" tales como la potencialidad de la nueva relación con China. Sin embargo, surgió un problema difícil acerca de las relaciones soviéticas y norteamericanas en el Tercer Mundo. En la práctica, el arreglo de condominio propuesto por Kissinger significaba que Moscú debería disciplinar a sus aliados en Cuba, Vietnam y Siria, sin extender el alcance de sus compromisos. Tampoco permitiría el secretario que los desarrollos locales del Sur contribuyeran a los avances soviéticos, como lo demostró, en 1973, colaborando al derrocamiento del régimen de Allende por creer cuánto significaba su permanencia para otros países de América Latina y para los movimientos comunistas de Europa Occidental y, por ende, en última instancia, para el balance del poder con la Unión Soviética. En 1976 comentó Kissinger en estos términos su propuesta de una intervención más activa de los Estados Unidos en Angola: Cuando una gran potencia inclina decisivamente la balanza de las fuerzas en un conflicto local mediante su intervención militar —y no encuentra resistencia—, se establece un precedente ominoso, de consecuencias graves aunque la intervención ocurra en un área aparentemente remota. No puede tolerarse tal precedente si se quiere lograr un alivio duradero de las tensiones. Y si no se rompe ahora el patrón, afrontaremos en el futuro elecciones más difíciles y costos más altos... Cuando se dice que Angola ., p. 120. 82 Henry A. Kissinger, White House Years, Little, Brown, 1979, p. 915. A. Kissinger, "Th&. Prccess of Detente" (1974), en Kissinger, American Foreign Polisy, Norton, 1977, 3» ed., p. 147. 8S Henry 194 EL SIGLO NORTEAMERICANO no es un país importante, o que los Estados Unidos no tienen allí intereses importantes, se elude la cuestión principal. Si se ve vacilar a los Estados Unidos frente a la masiva intervención soviética y cubana, ¿qué pensarán los líderes de todo el mundo cuando tomen decisiones acerca de su seguridad futura? ¿Y cuáles conclusiones sacará una superpotencia que no encuentra oposición cuando se presente la próxima oportunidad de una intervención?84 En suma, el pensamiento de Kissinger había evolucionado entre 1969 y 1976. Temiendo que los Estados Unidos estuviesen abandonando demasiado sus responsabilidades mundiales a consecuencia del trauma nacional provocado por Vietnam, volvió a insistir en las consideraciones geopolíticas, desentendiéndose relativamente del carácter del terreno político en el que deberían poner en práctica los Estados Unidos su poderío y su prestigio. En cambio, el gobierno de Cárter reveló hasta fines de 1979 una renuencia mucho más marcada a considerar los desarrollos del Tercer Mundo en términos de las relaciones de Washington con Moscú. Por ejemplo, los Estados Unidos evitaron una confrontación directa en Irán, donde no se alegaba ninguna presencia soviética; lo mismo ocurrió en Nicaragua, a pesar de las simpatías castristas de los sandinistas triunfantes, y en Angola y el Cuerno de África, donde la Unión Soviética estaba interviniendo directamente en los conflictos locales. La concepción predominante en Washington, expresada quizá con la mayor claridad por Andrew Young, el embajador ante las Naciones Unidas, era que la intervención destinada a insistir en una solución norteamericana sería contraproducente en todos los casos, ya que provocaría una oposición local y regional a los Estados Unidos, que beneficiaría a Moscú. Al mismo tiempo, el presidente Cárter obtuvo apoyo para la ratificación del Tratado del Canal de Panamá, en cuyos términos se devolvería esta vía acuática a Panamá a fines del siglo; se esforzó por obtener la paz en el Medio Oriente con la debida consideración del derecho de los palestinos a un hogar nacional, y declaró que los Estados Unidos estaban a favor del gobierno de la mayoría en Zimbabue. En suma, Washington colaboraría con las fuerzas del nacionalismo sureño para beneficiar sus propios intereses de estabilidad regional y el acceso a los recursos económicos del Tercer Mundo. ' Sin embargo, la caída del sha de Irán a principios de 1979, y la incursión soviética en Afganistán a fines de ese año, plantearon dudas graves acerca de la viabilidad de la política de Cárter. Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional, habló de asociar a los Estados Unidos con un "renacimiento islámico" para limitar la expansión soviética, manejando así el tema Henry A, Kissinger, 'The Permanent Challenge oí Peace: U. S. Policy Toward the Soviet Union", 1976, en ibid., pp. 317-318, 321. 84 EL SIGLO NORTEAMERICANO tradicionalmente norteamericano de frenar la expansión de las esferas de influencia de grandes potencias rivales haciendo amistad con fuerzas nacionalistas en las áreas amenazadas, pero tal orientación parecía cada vez menos sostenible.88 La toma de rehenes norteamericanos en Teherán en noviembre de 1979, a la que siguió el estallido de las hostilidades entre Irak e Irán al año siguiente y el aumento de 150% en los precios internacionales del petróleo durante el periodo terminado en diciembre de 1980, sugirió la existencia de límites claros a las ventajas que podría obtener Washington si supusiera que sus intereses básicos eran naturalmente compatibles con los del nacionalismo sureño. El desafío de la Unión Soviética a la hegemonía internacional de los Estados Unidos se unía a la inestabilidad evidente del nacionalismo del Sur para augurar otra oleada del imperialismo norteamericano de ocupación con la llegada de Reagan a la presidencia. Se habían requerido cerca de veinte años para olvidar las supuestas "lecciones de China"; en cambio, las evidentes "lecciones de Vietnam" se rechazaban apenas cinco años después. EL PATRÓN DE LA POLÍriCA NORTEAMERICANA Desde principios de siglo, si no es que mucho antes, el patrón dominante de la política norteamericana hacia lo que podríamos llamar en sentido amplio el Sur ha sido la preferencia de Washington por proteger sus intereses mediante sus relaciones con gobiernos soberanos en esas regiones. Como ocurrió anteriormente con los británicos, los norteamericanos han preferido un mundo político plural (una preferencia indicada con claridad al principio por la Doctrina Monroe), estrechamente unido, en lo económico, por un sistema comercial multilateral no discriminatorio (mejor expresado por una política de puertas abiertas). La contradicción principal dentro de esta tradición liberal ha sido la defensa hecha por Washington de los derechos de propiedad privada norteamericanos en el exterior, aunque esto significara la desestabilización de los gobiernos extranjeros. Sin embargo, la inclinación norteamericana a colaborar con los gobiernos del Sur se ha descartado en ciertas circunstancias, cuando la inestabilidad política ha surgido en una región amenazada por una gran potencia rival y considerada importante para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Este país ha tendido a practicar el imperialismo de ocupación, protegiendo sus intereses mediante su intervención directa. Estos patrones tienen identidades separadas, pero en algunas ocasiones el modo liberal de la política norteamericana ha logrado establecer una presencia económica norteamericana en el Sur, la que as Discurso pronunciado por Zbigniew Brzezinski en la Universidad de Harvard, el 19 de febrero de 1980, y entrevista en el New York Times, 30 de marzo de 1980. EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO a su vez ha contribuido luego al surgimiento de disturbios políticos en esa región, alentando así la intervención norteamericana por ocupación. Podría citarse a este respecto la política de los Estados Unidos con Guatemala en 1954, o con Nicaragua, El Salvador y Guatemala después de 1979. Podría afirmarse que el mismo proceso básico ha funcionado de manera análoga durante el periodo de la hegemonía británica respecto del Imperio otomano, África Occidental y China. En ambos casos, la penetración económica contribuye a la inestabilidad local que luego se vuelve motivo de preocupación en términos de rivalidades entre las grandes potencias. En lo tocante al patrón liberal dominante, el gobierno de Franklin Roosevelt realizó dos innovaciones importantes: después de 1932, Washington defendió el libre comercio internacional contra el nacionalismo económico, y después de 1939 pareció apoyar la autodeterminación nacional democrática por todo el mundo y no sólo para los europeos. Pero estas innovaciones de la época de Roosevelt no carecían de concesiones a la realidad, ni constituían asombrosos alejamientos del orden mundial, político y económico, promovido antes por este país. La modificación extraordinaria del papel ecuménico de los Estados Unidos después de 1945 reflejaba, hasta cierto punto, estos cambios en la política de Washington, pero dependía aún más de su alcance mundial el poder relativo a su disposición, las condiciones mundiales objetivas, y la naturaleza de la amenaza al orden internacional percibida por esa potencia. Los Estados Unidos se habían preocupado por el balance global del poder por lo menos desde la primera Gran Guerra, pero fue sólo hasta la segunda Guerra Mundial cuando trató de convertir la modificación del carácter del sistema internacional en la preocupación esencial de su política exterior para ampliar así el alcance efectivo de sus acciones. Fue en este mismo momento cuando el poderío norteamericano no tenía paralelo, reinando en forma suprema a la terminación de la guerra. Y fue poco después cuando Washington llegó a la conclusión que el obstáculo principal opuesto a la creación del orden mundial que deseaba después del caos de la guerra era la difusión internacional del comunismo. En adelante, Estados Unidos sería una potencia imperial en el sentido de que se convirtió en un país preocupado por dominar la conducta de pueblos más débiles en aras de ciertos intereses internos y en nombre de un orden internacional acorde con sus designios. Mediante su patrocinio de la seguridad colectiva en las Naciones Unidas, acuerdos y organizaciones a través de los cuales trataba de promover una economía mundial abierta, y mediante los contactos bilaterales y multilaterales que establecía, Washington avanzó desde 1945 hasta 1947 hacia una posición en la que podría controlar el marco esencial de los asuntos mundiales, tan plenamente como lo había hecho Londres durante gran parte del siglo XK. No es que se explicaran así todos los detalles de este orden; siempre había limitaciones importantes a lo que podría lograr Washington. Tampoco hay razón alguna para sugerir que estos desarrollos reflejaran un plan detallado elaborado en Washington, ya que en gran medida derivaban de circunstancias externas, en particular del poder relativo de los Estados Unidos en el plano internacional. Sin embargo, después de 1945 (y antes) había en la política norteamericana una coherencia y un impulso suficientes para distinguir en ella varios patrones diferentes. En efecto, el poder relativo y los objetivos globales de los Estados Unidos eran tales, después de 1945, que el país habría funcionado seguramente como una potencia imperialista si nunca hubiese existido la Unión Soviética. Así como Gran Bretaña había dominado por sí sola los asuntos mundiales después de 1815, Washington poseía los medios y la voluntad necesarios para imponer ciertas prácticas al orden mundial de la posguerra. Como lo sugiere la hostilidad norteamericana hacia el imperialismo británico que analizamos antes, esto habría ocurrido independientemente de que las grandes potencias rivales fuesen o no comunistas, ya que los Estados Unidos se oponían en cualquier caso a las esferas de influencia en los asuntos mundiales. Si la jactancia de Patrick Hurley, embajador norteamericano en China, no era típica de todos los norteamericanos, su oposición a la expansión europea correspondía sin duda a un sentimiento generalizado en Washington. Hurley escribió a Truman para protestar contra lo que creía que eran los designios de lord Mountbatten para asumir el control de las fuerzas aliadas en China: 196 Si lord Louis, o cualquier otro almirante o general británico, recibe este nombramiento en preferencia a un norteamericano, ello constituirá una victoria aplastante para la hegemonía de las naciones imperialistas y los principios del imperialismo colonial en Asia. Tal nombramiento sería también un golpe claro para los Estados Unidos y la democracia en Asia... Durante muchos años, la cuestión política principal ha sido en Asia la contienda entre la democracia y el imperialismo. Apoyamos las aspiraciones democráticas chinas contra el imperialismo del Japón. Ahora se trata de saber si permitiremos que los imperialistas británicos, franceses y holandeses usen los recursos de la democracia norteamericana para restablecer el imperialismo, en Asia. Es el antiguo conflicto entre, las aspiraciones de libertad del pueblo y el deseo de dominación de las naciones depredadoras... El nombramiento de lord Louis o de cualquiera otro imperialista como comandante en China sería la anulación de los principios norteamericanos y de sus logros en China.88 **FRUS, 1945, VII, pp. 107, 113-114. 198 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO Bajo el disfraz de su oposición a las esferas de influencia de las grandes potencias, los Estados Unidos se concedían licencia para convertir al mundo en su esfera de influencia. El antimperialismo estaba adquiriendo un matiz propio, decididamente imperialista. Los norteamericanos reforzaron el impulso ofensivo de este antimperialismo de inspiración política con los efectos de una innovación en la política económica exterior de los Estados Unidos a favor del libre comercio internacional. Otra vez son claras las semejanzas con los británicos. La consecuencia de esta modificación de la política fue que, por mucho que se conservara la simpatía de los Estados Unidos hacia la autodeterminación política de los pueblos, era mucho menor en lo tocante a las nociones del nacionalismo económico. En efecto, ya desde el gobierno de Wilson se había sugerido la idea de que el divisionismo político latente en el nacionalismo podría corregirse mediante la interdependencia alentada por una economía mundial abierta. Pero sería el secretario de Estado Cordell Hull quien aplicaría concretamente este concepto tras el ascenso de FranHin Roosevelt a la Presidencia. Su primer éxito llegó pronto: en la Conferencia de Montevideo de 1933, Hull persuadió a los estados latinoamericanos que aceptaran una liberalización sustancial del comercio regional, algo que el secretario preveía como el modelo posterior para el comercio mundial. En virtud de que los bloques comerciales cerrados parecían ser la fuente de las rivalidades políticas en esa época, los norteamericanos sostendrían poco después que un sistema económico internacional abierto, basado en el libre comercio, promovería la paz mundial. En su propio estilo, los norteamericanos estaban enunciando otra vez los argumentos de los librecambistas británicos del siglo xix en contra del mercantilismo, excepto que ahora la ironía estribaba en que el país importante que se oponía a tales proposiciones era nada menos que la Gran Bretaña.87 Por lo tanto, podía preverse que los Estados Unidos utilizarían su gran fuerza para promover estas metas durante la segunda Guerra Mundial. Ya fuese en forma retórica en la Carta del Atlántico, diplomática en la búsqueda de concesiones a través de los préstamos y arriendos, o institucional en las organizaciones y los procedimientos creados en Bretton \Voods, Washington trataba de promover su plan en favor de un orden económico liberal, multilateral, después de la guerra. Por lo que tocaba al Tercer Mundo, estas reformas ocurrían en un momento en que estos países estaban experimentando rápidos cambios económicos y demográficos que ejercían enormes presiones sociales sobre las instituciones políticas habitualmente inadecuadas, por la tradición o la experiencia, para afrontarlos. Por diferentes que sean los diversos países del Tercer Mundo, lo que los asemeja es el espectro constante de la guerra civil o regional (o ambas) al que se enfrentan. En circunstancias potencialmente tan volátiles, los actores económicos extranjeros pueden ejercer gran influencia: un préstamo negado, una inversión cancelada, un canal comercial abandonado, pueden tener repercusiones importantes para un país débil, ya sea en términos de sus competidores regionales o en lo tocante a la balanza de fuerzas existente entre los grupos sociales que determinan su estabilidad política. De igual manera, la expansión del comercio, la ayuda y la inversión en estos países pueden convertirse en la fuente de una influencia significativa sobre los asuntos locales, la que consolidará la posición de algunos grupos o gobiernos a expensas de sus rivales. Dada la orientación general de la política económica exterior de los Estados Unidos en la posguerra, y en vista del acceso relativamente fácil que tienen los empresarios a la toma de decisiones políticas en este país, existe una tendencia intrínseca a la intervención de Washington en esta situación.88 Por su parte, los Estados Unidos no han dejado de percibir las oportunidades que así se les ofrecen. Por ejemplo, en 1973 tenían los Estados Unidos el 25% de los votos BT véase a David P. Calleo y Benjamín M. Rowland, America and the World Political Eeonomy; Atlantic Dreams and National Realities, Indiana University Press, 1973, parte 2; Robert Gilpin, U. S, Power and the Multinational Corporation: The Political Eeonomy of Poreign Direct Investment, Basic Books, 1975, capitules 3 y 4; Varg, "The Economic Side of the Good Neighbor Policy" (n. 16), e Irwin F. Gelknan, Good Neighbor Diplomacy: United States Policies in Latín America, 1933-1945, John Hopkins University Press, 1979. Véase una comparación de las políticas británicas y norteamericanas en Stephen D. Krasñer, "State Power and the Structure of International Trade", World Politics, 28, 3, abril de 1976. Véase también Peter J. Katzenstein, "Conclusión: Domestic Structures and Strategies of Foreign Economic Policy", en Katzenstein, comp., Between Power and Plenty: Poreign Economic Polides of Advanced Industrial States, University of Wisconsin Press, 1978, publicado primero como la edición del otoño de 1977 de International Organization, 31, 34. 88 Aun el estudio que presenta el análisis más favorable de la política norteamericana, la que considera basada en los intereses del Estado más bien que en los de grupos particulares, admite sin reservas que este país tiene un Estado hasta cierto punto débil, profundamente afectado por los intereses empresariales. Véase Krasner, Defcnding the National Interest (n. 28). Mientras que Krasner se concentra en la distinción existente entre el Congreso y la presidencia acerca de la política norteamericana, Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capitulo'7, hace una distinción igualmente útil al señalar los resultados diferentes cuando la política norteamericana está dirigida por el Presidente y cuando se deja en manos de funcionarios de rango intermedio, tales como los embajadores. Sobre las escisiones que pueden ocurrir dentro de la comunidad empresarial y que dan al Estado ventajas especiales, véase á 'Joan Hoff Wilson, American Business and Poreign Policy, 1920-1933, University Press of Kentucky, 1971, capítulo 1, y Charles H. Lipson, "Corporate Preferences and Public Policies: Foreign Aid, Sanctions and Investment Protection", World Politics, 28, 3, abril de 1976. 200 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO (mientras que los europeos tenían otro 36%) en el Banco Mundial, la principal institución internacional de préstamos para el Sur. Dos historiadores del banco no dejan duda acerca de que el estímulo a la inversión interna, privada y extranjera, en el Sur, es una de las metas principales de la institución, y de que "en el caso típico... el banco apoya a ciertos elementos del gobierno o la comunidad contra otros".89 No es sorprendente entonces que varios estudios hayan descubierto variaciones significativas en el flujo de fondos norteamericanos de control público dirigidos hacia el Sur, de acuerdo con la simpatía que prodigue Washington a un régimen particular.80 Así como el Plan Marshall resultó tan eficaz en Europa, podría ocurrir lo mismo con la aplicación de la palanca económica en el Tercer Mundo. En un informe de la Fundación Rockefeller elaborado por un grupo de norteamericanos prominentes se expresa que "la economía provee un canal de influencia mucho más profundo que el que le conceden los conceptos diplomáticos tradicionales... Como exportadores de capital y de habilidades técnicas, los Estados Unidos han desempeñado un papel cada vez más significativo. Es importante que pensemos también en el poder que se ejerce por medios recíprocos o de absorción... A menudo se ha apreciado inadecuadamente la importancia de este papel".91 Por ejemplo, la votación de Washington en el Banco Interamericano de Desarrollo, donde en 1974 tenía el 40.3% de los votos, está determinada por el Consejo Nacional de Asesoría sobre Políticas Monetarias y Financieras Internacionales, entre cuyos miembros se encuentran los miembros principales del Banco de Importación y Exportación, la Reserva Federal, y los secretarios de Estado, Comercio y Finanzas.92 . A pesar del interés norteamericano por promover un sistema económico internacional abierto después de 1945 y del interés de muchos regímenes del Tercer Mundo por ganarse el favor de Washington, ¿cuáles pruebas claras existen acerca de que ésta haya sido la única meta, o aun la meta principa], de la política norteamericana, o de que tal meta estuviese apoyada por las necesidades básicas de la industria y las finanzas norteamericanas o por un punto de vista político claro y consistente? Gabriel y Joyce Kolko tienen razón sin duda cuando aseguran que existía un consenso virtual acerca de que el Sur formaría parte de un nuevo orden económico internacional, pero es mucho menos claro que Washington tuviera un programa plenamente articulado para lo que esto significaba o que las consideraciones económicas de esta clase fuesen el objetivo principal de la política norteamericana. "Esencialmente, el objetivo de los Estados Unidos era la restructuración del mundo para que las empresas norteamericanas pudieran comerciar, operar y lucrar sin restricciones en todas partes", escriben los Kolko: "Sobre esto había unanimidad absoluta entre los líderes norteamericanos, y fue alrededor de este núcleo donde elaboraron sus políticas y programas." 63 Sin embargo, consideremos el caso de China, donde los Kolko basan una parte importante de su argumento. Estos autores suponen aparentemente que, en virtud de que los comunistas chinos no admitirían los lemas de la puerta abierta y el libre comercio, resultaban inaceptables para Washington. Pero como ellos mismos lo reconocen, Chiang Kai-shek era un nacionalista económico, y en dos obras que publicó en 1943, China1's Destiny y Chinas Economic Thevry, dejó en claro que planeaba reorientar las relaciones económicas externas de China para mayor ventaja del país. Sin embargo, una consideración más importante es el hecho de que Chiang tenía relativamente poco que dar a los Estados Unidos en términos económicos. Los Kolko afirman que "ninguna área resultaba más atractiva que Manchuria para la expansión económica norteamericana en el Lejano Oriente—y que— quizá en mayor medida que en cualquiera otra región, los Estados Unidos estaban interesados en el futuro de Manchuria y el acceso económico a ella".04 Pero esto olvida que, primero en Teherán y luego más explícitamente en Yalta, Roosevelt había concedido a los soviéticos importantes derechos en Manchuria, independientemente del régimen que tuviese China en la posguerra. Tampoco es muy obvio que, si los intereses económicos estuviesen dictando las políticas, la mejor maniobra política hubiese sido una firme oposición a los comunistas. Cuando los británicos señalaron insistentemente a Washington, en 1949, la urgencia del reconocimiento al nuevo gobierno chino, dos razones predominaban en su mente: podría asegurarse que un régimen fuerte en Pekín pelearía con Moscú por Manchuria, cualquiera que fuese su temperamento ideológico, y la salvaguardia de los intereses económicos de Occidente requería un acomodo rápido con el nuevo régimen.95 En suma, resulta difícil percibir con claridad los intereses económicos 8B Edward S. Masón y Robert E. Asher, The World Bank sinee Bretton Woods, Brookings Institution, 1973, p. 434. 80 Richard Stuart Olson, "Economic Coerción in World Pplitics: With a Focus on North-South Relations", World Polities, 31, 4, julio de 1979, pp. 485 u., y Steven J. Rosen, "The Open Door Imperativo and U. S. Foreign Policy", en Steven J. Rosen y James R. Kurth, corops., Testing Theories of Economic Imperialism, Heath, 1974. . . . . . . . . . , 91 The Rockefeller Panel Reports, Prospect for America, Doubleday, 1961, p. 13. 82 R. Peter DeWitt Jr., The Jnter-American Devehpment Bank and Politicál Jnfluence: With Spedal Reference to Costa Rica, Praeger, 1977. 201 93 Gabriel Kolko y Joyce Kolko, The Limits of Power: The World and United States Foreign Policy, 1945-1954, Harper & Row, 1972, p. 2, **lbid., pp. 254, 263. S, 1949, IX, pp. 57,61 y passim. EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO que los Estados Unidos tuviesen en China, fuera del derecho a comerciar e invertir allí en forma no discriminatoria (no estaba a discusión un acceso privilegiado a Manchuria), y si tales intereses no podían promoverse mejor mediante la cooperación con un gobierno comunista fuerte, dada la debilidad del KMT. Como lo sugiere el caso de China, aunque los proyectos norteamericanos para el lugar que ocuparía el Sur en la economía internacional después de la guerra concordaban con el resto del pensamiento de Washington, no hay ninguna razón para concluir que tal planeación fuese rígida o que tuviese la máxima prioridad. Las tareas más urgentes de los Estados Unidos se referían a Europa Occidental: el hincapié de las agencias económicas internacionales y de los acuerdos apoyados por este país daba un lugar secundario al Sur, Las cifras del comercio y la inversión confirmaron posteriormente esta orientación: tales intercambios entre los estados industriales norteños han aumentado a un ritmo relativamente mucho mayor que los intercambios entre el Norte y el Sur. En efecto, la queja más frecuente en la actualidad es que el Sur está siendo dañado por el olvido y la exclusión de las redes comerciales establecidas entre los estados norteños de mercado, más bien que por su inclusión plena en un orden económico mundial liberalizado como el que concibiera Hull originalmente. Es ' probable que los argumentos más potentes contra la afirmación de que la política norteamericana hacia el Sur se basaba en consideraciones económicas, y que estas consideraciones constituían a su vez intereses importantes para Washington, deriven de los propios datos económicos. Ya se trate • del acceso a las materias primas, o de la búsqueda de beneficios y mercados, resulta difícil establecer una necesidad imperiosa de la economía norteamericana en lo tocante a una entrada garantizada al Tercer Mundo. La excepción principal a esta generalización es la industria petrolera, donde las tasas de beneficio eran enormes y el control norteamericano del mercado reforzaba la preeminencia política de Washington dentro de la Alianza Atlántica. Pero aun aquí nos queda el problema del apoyo norteamericano a Israel y la relativa facilidad de la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Mira Wilkins señala una estadística ilustradora sobre este punto cuando contrasta la dependencia británica frente al sistema económico internacional antes de la primera Guerra Mundial con la de los Estados Unidos en la actualidad. Según sus cálculos, este país tiene el equivalente del 7 u 8% de su producto nacional bruto invertido ahora en el exterior, mientras que Gran Bretaña invertía anualmente esta cantidad en el exterior antes de la primera Guerra Mundial, de modo que para 1914 tenía ese país el equivalente del 150% de su producto nacional bruto en inversiones extranjeras. (Una razón de estos activos al PNB de Gran Breta- ña es casi veinticinco veces mayor que en el caso de los Estados Unidos, donde el Sur representa además una parte minoritaria y declinante de su acervo.)98 Además, una explicación de la política norteamericana con el Tercer Mundo basada en motivaciones económicas deberá tornar en cuenta la decisión de Washington de intervenir en Vietnam, donde no existía ningún interés comercial, y de no intervenir donde estaban ocurriendo algunos actos de nacionalismo económico potencialmente nocivos para los intereses norteamericanos, como los de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Stephen Krasner comenta, por ejemplo, la "respuesta relativamente pasiva" de los Estados Unidos ante el nacionalismo económico después de 1965. De acuerdo con sus cifras, tres empresas de materias primas de propiedad norteamericana fueron confiscadas en el Sur entre 1951 y 1965, mientras que en el decenio siguiente se confiscaron treinta y cuatro.87 Por suspicaces que fuesen los Estados Unidos acerca del nacionalismo económico de sus aliados o clientes después de 1945, resulta difícil creer que estas consideraciones expliquen en forma plena o satisfactoria el patrón de la política norteamericana • hacia el Tercer Mundo después de la guerra. Lo que falta con mayor claridad en tal enfoque es cualquier reconocimiento de las repercusiones políticas de la contienda con la Unión Soviética sobre la política norteamericana aplicable al Sur. Así como Gran Bretaña examinó con mayor cuidado los asuntos sureños en el momento en que estaba calculando algunas modificaciones en la balanza del poder europeo, Washington estaba examinando más de cerca el nacionalismo sureño a medida que se deterioraban sus relaciones con Moscú. En realidad, es posible que el imperialismo norteamericano basado en consideraciones económicas hubiese sido mucho más marcado si las consideraciones políticas no hubiesen relegado la economía a una zona de importancia secundaria. Washington indicó claramente que podía distinguir entre los peligros del nacionalismo económico extranjero y los del comunismo, y que su oposición más fuerte se refería al comunismo. La oposición de los Estados Unidos al nacionalismo económico, en relación con sus aliados norteños y sus clientes sureños, se moderaba a la luz de consideraciones políticas vinculadas primordialmente con las relaciones existentes entre Washington y Moscú. Hacia 1947, la debilidad manifiesta 96 Mira Wilkins, The Maturing of Multínational Enterprises: American Business Abroad from 1914 to 1970, Harvard University' Press, 1974, pp. 397-398. 97 Krasner, Defending the National Interest (n. 28), p. 218. Véase también a James R. Kurth, "Testjng Theories of Economic Imperialism" (n. 90); véanse también en Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capítulo 7 y passim, la razón de las diferentes respuestas norteamericanas ante las expropiaciones. 204 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO de Gran Bretaña frenó a quienes insistían en la libre convertibilidad de la libra, y la intensificación de la Guerra Fría hizo que los Estados Unidos se viesen promoviendo el nacionalismo económico de sus aliados. Bajo los auspicios del Plan Marshall, los Estados Unidos alentaron esa clase de organización económica de Europa Occidental que en última instancia condujo a la creación de la Comunidad Económica Europea. En lo tocante a los japoneses, los norteamericanos fueron igualmente tolerantes, permitiendo que Tokio ahuyentara en efecto la inversión extranjera directa de Japón y tomara diversas medidas restrictivas de las importaciones. En todos estos casos, la política triunfaba sobre la economía, aunque persistía en Washington la esperanza de que una comunidad económica multilateral, no discriminatoria, creara con el tiempo la base de la prosperidad y la cooperación en el mundo de la posguerra. Y a pesar de estas concesiones a las preocupaciones políticas, los Estados Unidos pudieron alcanzar sus metas en muchos sentidos.98 En virtud de que la relación de los Estados Unidos con el Sur era menos decisiva que la existente con sus aliados en Europa o Japón, la flexibilidad norteamericana con respecto al nacionalismo económico del Tercer Mundo llegó más tarde. Pero en vista del éxito de Castro en Cuba, Washington empezó a revisar sus lazos económicos con América Latina, y en 1961 patrocinó la Alianza para el Progreso. Independientemente del fracaso final de este plan, era evidente su apoyo al nacionalismo económico latinoamericano (si bien con un lugar reservado para las inversiones norteamericanas). La Alianza trataba de diversificar las exportaciones latinoamericanas, alentar los programas de industrialización regional, y promover la integración económica global del área." Por razón de su política económica extranjera y de su posición de rivalidad internacional con la Unión Soviética, los Estados Unidos estaban sin duda colocados en contra de la organización socialista de las sociedades sureñas, sobre todo cuando ello implicaba la movilización activa de trabajadores y campesinos contra los derechos de propiedad de ciudadanos norteamericanos o bajo la bandera de los lemas de la Revolución de Octubre, pero el giro decisivo de la política norteamericana llegó con la Guerra de Corea. Si la guerra, iniciada en junio de 1950, no hubiese enfrentado a China con los Estados Unidos durante más de dos decenios, es posible que Washington hubiera podido llegar a un entendimiento con Pekin a principios del decenio de 1950 y evitar luego la identificación de toda asociación del comunismo y el nacionalismo del Sur con la expansión mundial del poderío soviético. Pero una vez que el argumento contrario, incorporado en posiciones tales como el Documento de Política del Consejo de Seguridad Nacional Número 68 pareció corroborado por el conflicto de Corea, los Estados Unidos seguían un curso que se agravaba en sí mismo y conducía con paso firme hacia una participación más intensa en Indochina y una posición más rígida hacia el nacionalismo sureño en general. En adelante, los "gerentes de la seguridad nacional", como los llama Richard Barnet, se pusieron a trabajar en la elaboración de justificaciones de los programas norteamericanos de contrainsurgencia, y la opinión pública norteamericana se convencía cada vez más que debería despedirse a los funcionarios que se mostraran "suaves con el comunismo", como lo han descrito Daniel Ellsberg y Leslie Gelb.100 Ahora, la inestabilidad en todo el mundo se intersectaba con los conflictos regionales en el Sur en tal forma que cada uno de ellos incrementaba la intensidad del otro. Las rivalidades mundiales se proyectaban en conflictos regionales, mientras que éstos alimentaban a su vez a aquéllas, en un círculo vicioso cuyas víctimas principales eran los campesinos del Tercer Mundo. En el proceso, los Estados Unidos se convirtieron en el bastión de la "contrarrevolución" nacional. Como la palabra "imperialismo", el término "contrarrevolución" tiene muchas connotaciones despectivas; muchos preferirían evitarlo, si no indicara una característica prominente de la historia contemporánea: el apoyo norteamericano para los grupos y gobiernos del Sur que reprimieran las demandas y la organización de la clase trabajadora y de los campesinos más pobres en una sociedad en lugar de tratar de incorporarlos en las instituciones del gobierno. Este patrón no tiene casi ninguna excepción desde la política norteamericana hacia China en los años cuarenta hasta la política hacia Chile en los años setenta. Preferiríamos utilizar otro término para designarlo, pero eso es menos importante que el consenso sobre la persistencia de la política. No hay duda de que los Estados Unidos se volvieron contrarrevolucionarios, en parte por virtud de su papel económico en el Sur. Habiéndose asociado con un régimen, los intereses económicos norteamericanos podían llegar fácilmente a sentirse solidarios del orden establecido contra quienes 98 Richard N. Gardner, Sterling-Dollar Diplomacy: The Origins and the Prospects of Our International Economic Order, McGraw-Hill, 1969, especialmente "Introduction: A Twenty-Five Year Perspectiva" en la segunda edición, y capítulos 15 y 16 sobre los ajustes políticos necesarios en la posguerra. Charles S. Maier, "The Politics of Productivity: Foundations of American International Economic Policy after World War II", en Katzenstein, Between Power and Plenty (n. 87). 09 La carta de la Alianza se reproduce en el Bulletin del Departamento de Estado, septiembre de 1961. 205 «o Richard Barnet, Roots of War: The Men and Institutions behind U. S. Poreign Policy, Penguin Books, 1971; Gelb y Betts, The Irony of Vietnam (n. 77); Daniel Ellsberg, "The Myth of the Quagmire Machine", en Ellsberg, Papen on the War (n. 73). EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO buscaban un cambio social básico, y luego pedirían el apoyo de Washington. Dada la fragilidad de las instituciones políticas de estos países y la profundidad de las escisiones sociales, la presencia norteamericana se habría sentido como una acción imperialista si no hubiese existido el movimiento comunista: la política norteamericana hacia México después de 1917 es una prueba clara en tal sentido. Pero en los años cuarenta había movimientos comunistas nativos virtualmente en todos los países del Tercer Mundo, y surgió la clara posibilidad de que hiciera causa común con la Unión Soviética. Como hemos visto, el giro decisivo de la política de Washington llegó con el agravamiento de sus relaciones con China. En adelante creció la tendencia a pensar en el comunismo como un todo geopolítico, así como antes se había pensado en el fascismo. En cierto sentido, Washington estaba doblemente determinado a ser contrarrevolucionario, ya que sus prejuicios políticos llegaron a secundar sus intereses económicos. Dado que la contienda con la Unión Soviética incluía, en la percepción de Washington, el orden político interno de los estados tanto como la naturaleza de sus compromisos externos, su comparación con la rivalidad anglo-alemana de principios del siglo resulta menos válida que la comparación con la rivalidad existente entre la Francia revolucionaria y la Europa monárquica. Como expresó Edmund Burke en su gran diatriba contra la República jacobina, Francia estaba provocando la "guerra civil" por todas partes: . ,. ,, _, . . , .... .... norteamericanos. Además, en cada caso tenía la lucha una clara base clasista: así como Gran Bretaña lucharía contra el liberalismo político de la ascendente clase media, los Estados Unidos se oponían al socialismo favorecido por campesinos y obreros. Aun antes del fracaso del esfuerzo de Washington por llegar a un arreglo con el comunismo en China, a fines de los años cuarenta, el gobierno de Traman había manifestado un sentimiento similar acerca de la lucha de la posguerra que empezaba a atenazar al mundo. Traman ayudó a Grecia y Turquía, en 1947, no sólo por simpatía hacia estos países o para frenar una sola manifestación de la expansión soviética, sino en términos de una amenaza más generalizada y una inclinación norteamericana a percibir el desafío en sus verdaderas proporciones mundiales. 206 ; Es una guerra entre los partidarios del antiguo orden civil, moral y político de Europa contra una secta de ateos fanáticos y ambiciosos... No es que Francia esté extendiendo un imperio extranjero sobre otras naciones: es una secta que busca un imperio universal, empezando por la conquista de Francia. Los líderes de esa secta aseguraron el centro de Europa; y una vez asegurado eso, sabían que su causa había triunfado, cualquiera que fuese el resultado de las batallas y los sitios... la facción no es local o territorial. Es un mal general. Donde menos actúa, está llena de vida. Dormida recluta su fuerza y prepara su ejercicio. Su espíritu yace profundo en las corrupciones de nuestra naturaleza común. El orden social que la restringe la alimenta. Existe en todos los países de Europa y entre toda clase de hombres en cada país, quienes miran a Francia como cabeza común... fuera de ésta, la facción está activa; en Francia ha triunfado.101 Si en lugar de Francia hablamos de la Unión Soviética (y sustituimos el centro de Europa por el centro de Eurasia), tendremos un enunciado que podría haber sido escrito después de 1945 por cualquiera de varios líderes 101 Edmund Burke, "Letters on a Regicide Peace", en Selected Works, comp. W. J. Bate, Random House, 1960, pp. 478-482. Basta echar una ojeada a un mapa para advertir que la supervivencia y la integridad de la nación griega tienen gran importancia en una situación mucho más amplia. Si Grecia cayera en manos de una minoría armada, se generaría un efecto inmediato y grave sobre su vecino turco. Por todo el Medio Oriente podrían cundir la confusión y el desorden. Además, la desaparición de Grecia como un Estado independiente tendría un efecto profundo sobre los países de Europa cuyos habitantes están luchando con grandes dificultades para conservar su libertad.102 ; Traman limitó en forma consciente la contención a la Unión Soviética, pero sus sucesores calcularon más ampliamente después de la Guerra de Corea. En abril de 1954, Eisenhower comparó la posición francesa en Dien-BienPhu con las Termopilas, Batán y El Álamo, y escribió a Churchill que si "Indochina cae en manos de los comunistas, podría ser desastroso el efecto final sobre la posición estratégica mundial de ustedes y de nosotros, con la modificación consiguiente de las razones del poder por toda Asia y el Pacífico".103 Dos años más tarde, el senador John Kennedy secundaba a Eisenhower: "Vietnam representa la columna vertebral del mundo libre en el sudeste asiático, el pedestal del arco¿ el dedo en la llaga. Birmania, Tailandia, la India, Japón, Filipinas, por supuesto Laos y Camboya verían amenazada su seguridad si la marea roja del comunismo se desbordara en Vietnam." 104 Una forma de pensamiento similar informaba la evaluación que hacía Kissinger del gobierno de Allende en Chile: En todas las circunstancias, la elección de Allende constituía un desafío para nuestro interés nacional. No nos resultaba fácil resignarnos a la 102 Texto reproducido en Joseph Marión Jones, The Fifteen Weeks (21 de febrero-5 de junio de 1947), Harcourt Brace Jovanovich, 1955, pp. 269 «. , 10S Eisenhower, Mándate (n. 43), p. 347. |.. 104 Citado en Nathan y Oliver, United States Foreign Policy (n. 62), p. 356. 208 EL SIGLO NORTEAMERICANO presencia de un segundo Estado comunista en el Hemisferio Occidental. Estábamos persuadidos de que pronto estaría incitando políticas antinorteamericanas, atacando la solidaridad hemisférica, haciendo causa común con Cuba, y de que tarde o temprano establecería relaciones estrechas con la Unión Soviética,.. Su programa explícito y su meta a largo plazo eran el establecimiento de una dictadura irreversible y el planteamiento de un desafío permanente a nuestra posición en el Hemisferio Occidental... no era absurdo que tomáramos en serio las consecuencias militares de la existencia de otro aliado soviético en América Latina. Nuestra preocupación por Allende se basaba en la seguridad nacional, no en la economía. No se trataba de la nacionalización de propiedades norteamericanas... Allende no sólo estaba nacionalizando propiedades: expresaba su lealtad al marxismo-leninismo totalitario. Era un admirador de la dictadura cubana y un enemigo declarado del "imperialismo norteamericano". Su meta explícita durante más de un decenio anterior a su presidencia había sido el debilitamiento de nuestra posición en todo el Hemisferio Occidental, por la violencia si fuese necesario. Por ser un país continental, la capacidad de Chile para lograrlo era mucho mayor que la de Cuba... Chile tenía fronteras con Argentina, Perú y Bolivia, países afectados por movimientos radicales. El éxito de Allende habría tenido también algunas consecuencias para el futuro de los partidos comunistas de Europa Occidental, cuyas políticas minarían inevitablemente la alianza occidental, independientemente de sus fluctuantes pretensiones de respetabilidad.106 Así pues, el problema central de los gobernantes norteamericanos después de 1950 parecía ser el descubrimiento de aliados entre las élites sureñas que pudieran contener y dirigir los cambios que estaban ocurriendo en estas tierras, al mismo tiempo que se convertían en miembros confiables de un orden mundial en el que se respetaran ciertos intereses de la seguridad norteamericana (incluidos los de sus aliados en Europa Occidental y Japón). No hay razón para dudar de que la esperanza inicial de Washington fuese el respeto de sus tradiciones progresistas y el patrocinio de élites sureñas que fuesen genuinamente nacionalistas y dedicadas a la satisfacción de las demandas de cambio, mientras fuesen anticomunistas. Los Estados Unidos siguieron lamentando el nacionalismo económico, pero esta preocupación se subordinó claramente al problema del comunismo. El Plan Marshall podría servir como un modelo: la suficiencia de los fondos y la adecuación del ambiente económico contribuirían en grado sustancial al resultado político deseado. En el papel parecía que la misma fórmula podría funcionar en el Sur: se aceptaría el cambio, se alimentaría a los pobres, y así desaparecería el apoyo local para el comunismo.109 Pero existía k objeción obvia de que la "«Kissinger, White House Years (n. 82), pp. 655-657. nsRobert A. Packenham, Liberal America and ihe Third Worldi Political Deve* hpment Ideas in Foreign Aid and Soeial Setenes, Princeton University Press, 1973, especialmente pp. 25-49. EL SIGLO NORTEAMERICANO 209 situación social de los países sureños no era en modo alguno análoga a la de Europa Occidental cuando empezaron a llegar los fondos del Plan Marshall, donde ya estaban bien arraigadas las formas modernas de la organización económica y política (y donde se había afrontado largo tiempo atrás el desafío del socialismo interno). El dilema del Sur era que cualquier cambio amplio del sistema podría estimular la presencia comunista o podría combatirla con la misma probabilidad. En las situaciones de cambio socioeconómico rápido y sin precedentes como las que estaban experimentando la mayoría de los países sureños, la tarea del fortalecimiento de las instituciones políticas y el riesgo de ponerlas en peligro podrían depender de los resultados marginalmente diferentes de varias cuestiones delicadas: la organización de la clase trabajadora; el control de la urbanización; el debate sobre el reclutamiento y la promoción de las fuerzas militares y el éxito del control civil; la organización constitucional del gobierno; los sistemas de la reforma agraria. Es decir, el camino que conduce a la reforma es el mismo que conduce a la revolución en ciertas fases del cambio. Por lo tanto, la cuestión fundamental era el grado de riesgo que los Estados Unidos estuviesen dispuestos a 'correr en relación con sus aliados nacionalistas del Sur si el apoyo a la reforma invitara al mismo tiempo a la revolución. En algunos lugares no aparecía el problema con matices tan agudos. Pero el problema era que pocos paífes podían producir un hombre como Rómulo Betancourt, de Venezuela, o un partido como su Acción Democrática, un movimiento hostil al comunismo pero también anticlerical, partidario de la reforma agraria y la sindicalización de los trabajadores, y capaz de ganar las elecciones.107 ¿ Cuáles políticas deberían implantarse allí donde no existiesen tales mo"vimientos (como ocurría de ordinario)? Según Arthur'Schlesinger, fue el presidente Kennedy quien expresó la respuesta en su forma clásica cuando deliberaba sobre desarrollos alternativos en la República Dominicana luego del asesinato de Trujillo el 30 de mayo de 1961: "Hay tres posibilidades en orden de preferencia descendente: un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régimen castrista. Debemos buscar la primera, pero en realidad no podernos renunciar a la segunda mientras no estemos seguros de que podemos evitar la tercera." loa Este era el espíritu que condenó al fracaso a la Alianza para el Progreso (y no la muerte de Kennedy): la lucha contra la revolución sería más importante que la lucha por la reforma en las situaciones en que ocurriera la contradicción. La ruta que habría de seguirse al abandonar los esfuerzos de reforma aparece r- 107 John D. Marte, Acción Democrática: Evolution of a Modern Political Party in Venezuela, Princeton University Press, 1966. 108 Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 769. EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO claramente marcada en el pensamiento del propio Schlesinger, aunque siempre se presentó como partidario de la promesa de la Alianza y fue uno de sus principales propagadores. En el caso de Cuba, por ejemplo, Schlesinger admitió que podía advertir cierto apoyo popular para Castro, pero declaró que también percibía "las verdades más amargas y las corrupciones más sutiles". En consecuencia, se preocupaba por el "poderío y la influencia" de los Estados Unidos a medida que Castro se convertía en "el símbolo de la penetración soviética y no de la revolución social", lo que podría "convertir la revolución social latinoamericana en un ataque a los mismos Estados Unidos".109 Podríamos discutir la lógica de los temores de Schlesinger, pero en su pensamiento es evidente una deficiencia más importante: siempre confía en que la reforma inhibirá la revolución en lugar de promoverla. En esta ingenuidad de la mente liberal se encuentra una clave de la dureza de la política norteamericana: apoyará la contrarrevolución ahora, suponiendo que la reforma de mañana corregirá el daño, olvidando todo el tiempo (al revés de los radicales o los conservadores) el papel de la reforma como estimulante de la revolución. En suma, el liberalismo ha encontrado un camino para hacer las paces con la contrarrevolución. Una evaluación crítica de la clase de pensamiento que veía en el comunismo sureño una amenaza con ramificaciones mundiales para los Estados Unidos deberá respetar los límites dentro de los cuales resulta correcta y natural tal perspectiva. Es correcta en el sentido de que este razonamiento percibe los desarrollos locales como parte de un movimiento histórico más amplio y tiene en cuenta la importancia acumulativa de lo que a primera vista pueden parecer acontecimientos fortuitos o aislados. Y es natural que adopten tal perspectiva quienes deben pensar en términos mundiales a causa de su posición: sus intereses y sus responsabilidades no les permiten otra cosa. Ésta fue sin duda la lección de la segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos habían considerado legítimamente el surgimiento de la amenaza fascista en el Lejano Oriente y en América Latina como una cuestión política relacionada en forma directa con la seguridad norteamericana.110 La segunda Guerra Mundial modificó hasta la raíz no sólo la configuración internacional de los estados sino en muchos casos también las bases de la estabilidad interna y Tegional. Rivales en sus perspectivas y sus prácticas, poco acostumbrados a sus nuevos papeles como las potencias preeminentes en el plano internacional, los Estados Unidos y la Unión Soviética afrontaron lo que podríamos llamar una serie de "guerras de sucesión" a las que se veían proyectados a insistencia de intereses internos y a invita- ción de partes rivales de los conflictos. Hasta cierto punto, toda contienda bipolar promueve el imperialismo contra el débil, además de que estimula las alianzas con los relativamente fuertes. Esta posibilidad se fortalece cuando los propios débiles incitan en efecto tal intervención, ya sea por su propio derrumbe interno, como ocurrió con el Imperio otomano y con China antes de la primera Guerra Mundial, o por el estallido de la guerra civil, un evento más familiar en nuestro siglo. • Sin embargo, por natural y correcta que pueda ser esta perspectiva dentro de ciertos límites, también puede rebasarlos y en el proceso interpretar mal la realidad y fijar metas inalcanzables a la política nacional. El peligro más grave de esta forma de razonamiento de alcance mundial es que puede dejar de respetar el peso de las circunstancias locales y así extrapolar con demasiada rapidez a partir de acontecimientos cuyo significado más amplio interpreta mal. Por ejemplo, Dean Ruslc —quien como secretario de Estado con Kennedy y Johnson manifestó una y otra vez su predilección por la percepción de la historia en gran escala— es justamente recordado por su comentario de 1951 (cuando era secretario de Estado asistente para asuntos del Lejano Oriente) en el sentido de que "el régimen de Peiping puede ser un gobierno colonial ruso: un Manchukuo eslavo en mayor escala. No es el gobierno de China. No pasa la primera prueba. No es chino". Y Roger Hilsman, quien en la época de Kennedy era director de la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, y más tarde fue secretario de Estado asistente para asuntos del Lejano Oriente, negaba explícitamente todo "espíritu nacional generalizado tal como lo conocemos" en Vietnam, comparaba al Viet Gong con la mafia de Chicago en términos de su apoyo popular, y declaraba que el general GSap, con sus "agentes pagados", era un "'hombre de avanzada' del poderío comunista chino".111 Tales citas podrían multiplicarse muchas veces en el mismo sentido: los líderes norteamericanos ceñían los desarrollos del Sur a los términos de la rivalidad existente con la Unión Soviética de tal modo que los países y los pueblos de esas ^regiones aparecían casi como peones huecos en la contienda planteada entre las superpótencias. Lo irónico es que no sólo ellos percibían los acontecimientos en esta forma. Lenin había hablado grandilocuentemente de la "revolución mundial"; Stalin había declarado que "el camino de la victoria de la revolución en Occidente pasa por la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y los países dependientes contra el imperialismo", y luego el viceprimer ministro chino 210 ™»Ibid., pp. 187, 195, 223. M0 Acerca de la organización de la defensa hemisférica contra el fascismo, véase a Dallek, Prtmklin D. Roosevelt (n. 30), pp. 175 ss. . ü^ ?" Nathan y Oliver citan a Rusk en United States Poreign Policy (n. 62), p. 182. Véase también la presentación que hace Roger Hilsman al libro de Vo Nguyen Giap, People's War, People's Army, Praeger, 1968, así como su discurso reproducido en Greene, The Guerrilla (n. 74). 212 EL SIGLO NORTEAMERICANO Lin Piao había formulado su famosa comparación entre la revolución mundial y la Revolución china, describiendo a Norteamérica y Europa Occidental como "las ciudades del mundo", y a Asia, África y América Latina como "las áreas rurales del mundo".112 El hecho de que soviéticos y chinos pudieran igualar a los norteamericanos en exagerar la importancia mundial de los eventos locales no aproxima necesariamente a la realidad tal pensamiento. Esta percepción errada contribuía a su vez a la elaboración de políticas ' agresivas y en última instancia condenadas al fracaso. En el informe de un subcomité del Senado de los Estados Unidos publicado en 1971 se lee lo siguiente: Con entusiasmo y la filosofía del "tú puedes", los Estados Unidos expandieron su presencia militar en el exterior, hasta el punto de asumir, casi sin quererlo y sin advertirlo, un papel que ha sido descrito como el de policía del mundo libre. A resultas de estas políticas, para mediados de los años sesenta estaban firmemente comprometidos los Estados Unidos con más de 43 naciones mediante tratados y acuerdos, y tenían cerca de 375 grandes bases militares en el extranjero y 3 000 instalaciones militares menores por todo el mundo, las que virtualmente rodeaban a la Unión Soviética y a China comunista en apoyo a la política de la contención.118 Al declarar que el comunismo estaba ligado en todas partes con la Unión Soviética, Washington tendía a consolidar tales alianzas obligando a los movimientos locales a buscar tal apoyo a fui de contrarrestar la hostilidad inevitable de los Estados Unidos. Era una forma de profecía que se cumple por sí sola, en que los Estados Unidos lograban lo peor porque suponían lo peor, Además, al considerar la realidad de esta forma, este país perdió su capacidad para distinguir entre los comunistas locales: cada una de sus variedades aparecía ligada a todas las demás; y cada variedad debería ser combatida, por grande que fuese su apoyo local, porque de otro modo se generaría una crisis de confianza en toda la estructura de la contención que los Estados Unidos habían elaborado con tantos esfuerzos. "Para entender a Vietnam debemos entender que el problema no es Vietnam", escribió el senador Gale McGee en 1968, en una observación característica de esta 112 Acerca de Lenin, véase a Degras, Communist Internaíionali Volume H (n. 32), citado en p. 346; acerca de Stalin, véase Poundations oj Leninism (n. 15), parte 6; acerca de Lin Piao, véase "Long Live the Victory oí People's War!", Foreign Language Press, Pekín, 1967, pp. 48-49. 118 Senado de los Estados Unidos, Comité de Relaciones Exteriores, Subcomité sobre Acuerdos y Compromisos Extranjeros Relacionados con la Seguridad de los Estados Unidos, U. S. Seeurity Agreementi and Commitments Abroad (1971), vol. 2, p. 2417. EL SIGLO NORTEAMERICANO postura.11* Y el senador Frank Church, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo a propósito del destacamento de varios millares de soldados soviéticos en Cuba, en el otoño de 1979: "Es una prueba. Los rusos instalaron secretamente en Cuba una brigada de combate, trataron de ocultar su presencia, pero sabían que la brigada seria descubierta por nosotros. Están poniendo a prueba nuestra resolución. Debemos decidir dónde ha de trazarse la línea divisoria del emplazamiento de tropas soviéticas de combate. Si no es en Cuba, ¿ dónde será?"115 Pero aun si aceptamos el carácter inevitable de cierta incompatibilidad de intereses entre los Estados Unidos y el Tercer Mundo y reconocemos que hay algunas ocasiones en que Washington deberá defender sus intereses por la fuerza, esta consideración no constituye un apoyo irrestricto al comportamiento violento de los Estados Unidos en el Sur. En efecto, resulta difícil eludir la conclusión de que una combinación de ignorancia y arrogancia norteamericanas ha contribuido a la destrucción de centenares de miles de vidas de campesinos del Tercer Mundo y a la creación de regímenes militares en diversos países que de otro modo quizá habrían tenido la fortuna de evitarlos. Debemos reiterar que, dentro de ciertos límites, deberá respetarse el pensamiento de alcance global que subraya la naturaleza interrelacionada y acumulativa de los eventos históricos. El aislacionismo anterior a la segunda Guerra Mundial puede enseñarnos muchas lecciones a este respecto. Pero en los últimos años hemos presenciado una política global descarriada en la que se ha invocado la seguridad nacional para sancionar intervenciones brutales e innecesarias en el extranjero. Al mismo tiempo, sin embargo, es natural que este reconocimiento no debiera constituir una licencia para pasarse al otro extremo, y creer que los Estados Unidos no debieran esforzarse por prever el efecto de los eventos o influir sobre ellos-de acuerdo con un concepto general de sus intereses y responsabilidades en el desarrollo del orden mundial.118 Si la clase de política global que hemos presenciado en los últimos años revela graves deficiencias, el neoaislacionismo no ofrece una respuesta mejor para nuestros dilemas. En 'suma, no hay ninguna fórmula mecanicista que pueda dictar la política'norteamericana hacia el Tercer Mundo. Los liberales debieran sentirse escépticos acerca de la validez universal de sus nociones según las cuales el nacionalismo del Sur colaborará con los intereses norteamericanos o que el ejercicio de la fuerza es siempre una política condenada al fracaso, así como K^- ' Gale W. McGee, The Responsabilices of World Power, The National Press, 1968, p. 83. . y 110 Citado en el New York Times, 10 de septiembre de 1979. 118 Esto se analiza con gran claridad en Stanley Hoffmann, Primacy or World Order: American Foreign Policy since the Cold War, McGraw-Hill, 1978. 114 EL SIGLO NORTEAMERICANO EL SIGLO NORTEAMERICANO los conservadores debieran apreciar los peligros del muy fácil uso de las armas o de la minimización demasiado rápida de la realidad de los movimientos de independencia del Tercer Mundo. Cada grupo descubre rápidamente los problemas de la perspectiva de sus oponentes, pero se ciega ante sus propios supuestos dudosos. Si los liberales son tan ingenuos que creen que los avances soviéticos en el Sur terminarán sólo cuando los Estados Unidos dejen de intervenir, los conservadores son ingenuos en la medida en que no perciben que la forma de la intervención política y económica de los Estados Unidos en el Tercer Mundo alienta allí una decidida oposición nacionalista. No hay necesidad de concluir con la lamentación ya tradicional de que los Estados Unidos sólo pueden actuar en el exterior en términos de lo que Kissinger ha llamado "nuestro ciclo histórico de exuberante extensión excesiva y aislacionismo gruñón".117 La experiencia del pasado no es sólo el catálogo de errores graves sino también de las políticas con sensatez concebidas y eficazmente ejecutadas. El principal legado del pasado es una tradición liberal de la búsqueda de colaboración con la fuerza del nacionalismo sureño en una forma que promueva los intereses norteamericanos. La principal limitación de esta política ha derivado de la decisión de defender los derechos de la propiedad privada norteamericana aun cuando ello amenace la estabilidad política local. Sin embargo, tal defensa ha parecido cada vez menos importante para Washington durante los dos últimos decenios, lo que ha eliminado una restricción importante de la cooperación con los gobiernos del Tercer Mundo. Pero es posible que las alzas reiteradas de los precios del petróleo implantadas por la OPEP inviertan este desarrollo y pongan otra vez a Washington en pugna con los gobiernos del Tercer Mundo por causa de los problemas económicos.118 Sin embargo, ha habido algunas situaciones en las que no se ha operado la política tradicional, de modo que ha nacido una tradición rival. Cuando la inestabilidad local en una región considerada importante para los Estados Unidos ha planteado la posibilidad de la expansión de la esfera de influencia de otra gran potencia, Washington ha decidido intervenir directamente, practicar un imperialismo de ocupación. Por supuesto, en los Estados Unidos se centra el debate sobre la definición precisa del grado de importancia de una región para este país y la probabilidad de que la inestabilidad de tal región favorezca a una gran potencia rival. A pesar de todo el "moralismo" imputado a las deliberaciones de la política exterior norteamericana, estas preocupaciones eminentemente más realistas se han encontrado siempre en la base de este asunto. Los Estados Unidos han adquirido ya una experiencia histérica suficiente para saber que la historia no provee respuestas seguras para los interrogantes del futuro. En general, la tradición norteamericana dominante en las relaciones con el Sur se ha distinguido por la restricción, y sus lecciones han sido las de locuras cometidas por la intervención, pero no está claro si estas conclusiones constituyen una regla inmutable para recomendar o pronosticar las políticas de los años venideros. La experiencia norteamericana puede ofrecer algunas directrices generales para el futuro, pero el mañana deberá ser entendido y manejado en sus propios términos. 214 "'Kissinger, White House Years (n. 82), p. 65. "«Walter J. Levy, "Oil and the Decline of the West", Foreign Affairs, 58, 5, verano de 1980; J. B. Kelley, Arabia, the Gulf and the West, Basic Books, 1980, capítulos 7-8. 215