Subido por Celia Jacob

Jacob, Celia. Militantes y desaparecidos memoria y olvido (No velas a tus muertos y A quien corresponda de Martín Caparrós)

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“Militantes y desaparecidos: memoria y olvido”
(No velas a tus muertos y A quien corresponda de Martín Caparrós)
“Usan ese pasado para glorificarse: no se crean, nosotros no somos lo
que ven, nosotros no somos nosotros, nosotros somos lo que fuimos hace
treinta años, somos los otros, los que murieron hace treinta años y no
tuvieron la posibilidad de hacerse otros –como nosotros.” (Caparrós,
2008: 17).
Introducción
En la literatura argentina existen obras que refieren a la última dictadura militar
que se inició en 1976 y culminó con el regreso de la democracia en 1983. Esa conexión
entre literatura e historia puede ser descrita como una posible imbricación entre
literatura y memoria, en función del andamiaje que el escritor construye al rememorar
acontecimientos y organizar su narración a través de la organización de un contexto
temporal.
Este trabajo se centra en un análisis discursivo de dos obras literarias
contextualizadas en la última dictadura militar argentina. En primer lugar hacemos
referencia a la obra No velas a tus muertos de Martín Caparrós (20001), cuyo escenario
revive los acontecimientos desde principios de 1970, centrados en el regreso de Perón al
país, hasta un tiempo después de su muerte ocurrida en 1975 y, en segundo lugar, A
quien corresponda (2008), del mismo autor, pero desarrollada en el marco de la
democracia con protagonistas directos de la dictadura. Resultan como objetivos: 1)
identificar los rasgos que la figura del militante adquiere en ambas obras, 2) revisar la
concepción del desaparecido como víctima, e 3) identificar y reflexionar sobre
categorías de la literatura postdictatorial: derrota, miedo, violencia, venganza.
En este análisis consideraremos algunos aspectos teóricos que se desprenden de
los artículos “Política, violencia y literatura” de Karl Kohut (2000), Alegorías de la
derrota: La ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, de Idelber Avelar (2000) y
ciertas categorías abordadas por Andreas Huyssen (2004) en “Resistencia a la
memoria: los usos y abusos del olvido público”, que pueden ser graficados con
situaciones de las obras literarias mencionadas.
El militante
1
Resulta pertinente señalar que Caparrós publica por primera vez esta obra en 1986, a pocos años de
culminada la dictadura militar. Su reedición se realiza pasados catorce años, en un momento en que la
cultura en general, y la literatura en particular abordan los 70 de manera distinta.
C.H. Jacob, “Militantes y desaparecidos…”
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Los años setenta en Argentina representan un período de enfrentamientos entre
las Fuerzas Armadas que gobernaban y grupos civiles organizados. Martín Caparrós, a
través de No velas a tus muertos, permite hacer una lectura de cómo actuaban estos
sectores de jóvenes, algunos universitarios, estudiantes secundarios, trabajadores; todos
integrantes de una generación que protagonizó años de terror de la historia argentina
reciente. A partir de una variedad de géneros discursivos, el autor entremezcla las
técnicas del fluir de la conciencia con el montaje cinematográfico, el diario personal, los
recuerdos, y da lugar a una historia de jóvenes militantes de la UES (Unión de
Estudiantes Secundarios). Su obra constituye una recuperación de la memoria, de
historias personales, cuyos nombres y apellidos es, en muchos pasajes, difícil lograr
identificar. Si atendemos a datos brindados por el autor en algunas entrevistas y a su
experiencia como ex militante, podemos afirmar que la novela refleja escenas que lo
tuvieron como protagonista y, de hecho, uno de los personajes (Carlos Fleitas) escribe
su diario en Francia, país en el que Caparrós se exilió en años de la dictadura.2
No velas a tus muertos refleja un intento de superar la concepción generalizada
de recordar a los militantes como desaparecidos y no por lo que hicieron en su vida y
por su trabajo político. Este esfuerzo se traduce en descripciones de las tareas del
militante entrecruzadas con la misma percepción que este sujeto tiene de sí mismo. La
primera cuestión a tener en cuenta es la referencia a una acción revolucionaria
reglamentada y jerárquica. No es casual que la novela se inicie con un evidente sentido
de lo que el militante debe hacer y con posteriores alusiones a una organización
verticalista:
pero ya entraste, dudando, sabes que no deberías, las consignas son claras, no
frecuentar los lugares donde se pueda ser reconocido, […]. (10)
[…] nosotros éramos los veteranos […] la antigüedad estaba empezando a crear una
especie de jerarquía, todavía implícita pero cierta, y además estábamos empezando a
estructurarnos […]. (120)
2
En una entrevista brindada a la revista Sudestada Caparrós señala que comenzó “[…] a militar en el ‟73
[…], en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que eran más de izquierda, un círculo más amplio
que Montoneros. Pero cuando se unieron ambas fuerzas me dejaron de lado, dejé de ser parte como
militante de una organización armada. […] Después estuve en agrupaciones alternativas […]. Cuando me
tuve que ir era chiquito, tenía 18 años. Me fui (a Francia) porque en ese momento no tenía el paraguas de
una organización, No estaba militando en nada, pero en ese momento no era bueno quedarse solo. Un
amigo me dijo que quedarse acá sin hacer nada no servía de nada, así que decidí irme.”
http://www.revistasudestada.com.ar/web06/article.php3?id_article=189
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La militancia constituye un proceso por el que atraviesan los actores
involucrados en estas organizaciones revolucionarias, es un paso a paso cuyo punto de
partida se encuentra en una ideología política. En las obras analizadas, los protagonistas
se reconocen marxistas y comienzan a militar en un contexto cercano al Mayo Francés,
“[…] un momento fundamental en la historia moderna […], el replanteamiento de todo
lo que es la actividad política, la liberación del individuo como vía hacia la liberación
social […]”. (32) El Mayo francés es una expresión de un movimiento de protesta que
trajo consecuencias para todo el mundo, temas cruciales como el derecho de las
minorías, el papel de la mujer, de los marginados, fueron llevados al debate mundial.
Antes de mayo del „68, la palabra “revolución” parecía ser algo enterrado en la historia.
La Universidad francesa fue impactada por estos acontecimientos, los estudiantes y el
profesorado progresista se adueñaron prácticamente de ella, instalándose un poderoso
comité de ocupación. Se produjo un cambio en las organizaciones estudiantiles y se
rompieron las jerarquías que reinaban también en los movimientos de izquierda. Esta
situación se refleja como un anhelo en No velas a tus muertos.
[…] el bienestar de cada uno construyéndose aquí y ahora contra los viejos tabúes del
sistema y por eso el rechazo de los partidos de izquierda tradicionales, donde muy poco
se ha cambiado a nivel humano, el planteo te iba […] y vos atacándolos desde tu boina,
en el café […] envidiándolos, vos no lo habías vivido, el mayo […]. (32)
La proximidad del Mayo francés, los ideales revolucionarios, se visualizan como
una fuerte influencia en el ideario de algunos protagonistas de esta ficción. Desde el
marxismo proclamaban la necesidad de un cambio social para el pueblo argentino y
buscaban involucrarse con grupos de izquierda que defendieran la cultura nacional
popular: “Queríamos entrar al mas. Éramos marxistas e íbamos a meternos en el
peronismo. Para estar con el pueblo. Para cambiarlo desde adentro”. (20) No obstante,
existe una crítica hacia el peronismo y hacia su líder en algunas de las voces de los
personajes. Conscientes del exilio de Perón, sienten un “abandono” que desemboca en
un espíritu de no sumisión hacia el movimiento: “[…] no se trata de aceptar el
peronismo con todas sus jodas tal como es, hay que modificarlo, pero para modificarlo
hay que estar adentro […]”. (19) En este marco se desenvuelve el proceso de militancia,
que comienza con ser “simpatizantes”, ir a un acto, ser amigo de otros militantes,
escucharlos hablar de sus ideas políticas y que culmina con una posición más fuerte:
“[…] militar sería aceptar tener una postura definida sobre casi todas las cosas.[…]”.
(22)
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El relato de Carlos permite advertir un cierto desasosiego en un principio, la
sensación de que “no pasaba nada”, la falta de movilización, de charlas de política con
verdadero sentido, una especie de anomia que supera cuando comienza a reunirse con
otros compañeros más organizados, en un campamento, y donde puede manifestar su
deseo de sumarse a la lucha revolucionaria de manera combativa:
[…] Íbamos a conocer a todos los compañeros, era por fin una cosa seria […] por fin
algo de verdad, una reunión para organizarse, para discutir nuestra política y formar
parte de algo […] hay que pensar en dividirse en grupos para funcionar mejor, hay que
ponerse nombres de guerra […]. (38-39)
Al pasar a la acción el hecho de militar adquiere sentido para Carlos, en
concomitancia con sus ideas marxistas y su afán de llevar adelante una guerra popular y
prolongada. No obstante, en los inicios de su participación, y según sus propias
palabras, había escasa movilización en lo político, era “[…] más bien una militancia
interior, o casi cultural […]. Recién a mediados del 72 empezaron en serio las
manifestaciones, los actos. Hasta ese momento no había casi nada público, externo,
salvo alguna volanteada […]”. (42)
Los espacios de la novela que brindan protagonismo a Carlos muestran una
permanente capacidad de juzgar lo que la militancia significa, cómo se construye, qué
permite o qué ha sido. Tal vez sus dudas lo llevan a tener una actitud más reticente hacia
la acción de militar y representar a una especie de crítico del accionar de los
Montoneros. Carlos ve con claridad el abismo existente entre una militancia política y la
asunción de una violencia revolucionaria para la que parecen no estar preparados. En su
diálogo imaginario con su amigo muerto, el “Pato”, relata el momento de creación de la
UES:
Y empezaron las reuniones […] te acordás, pato? […] había que fundar la unión de
estudiantes secundarios, o más bien refundarla. La ues ya había existido durante el
primer gobierno pero ahora tendría que ser un organismo amplio, para agrupar a todos
los secundarios mínimamente peronistas, o ni siquiera, con inquietudes nacionales
decíamos […]. (135)
En esas palabras se centran los anhelos a los que referíamos anteriormente, hay
un entusiasmo explícito en ese “debería ser”. Cuando Carlos ingresa a la dimensión de
conversaciones imaginarias con su amigo, estamos a un nivel de su conciencia en el que
se manifiesta lo que espera del accionar revolucionario. Sin tener totalmente en claro lo
que significaba armarse, asume la necesidad de militar a favor de la misión del pueblo.
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Sin embargo, sus palabras dan cuenta de la falta de claridad sobre los objetivos últimos
de esa lucha y, en cierta manera, comienza a manifestarse la conciencia de la derrota, de
la decepción que emerge en otros momentos de la novela entremezclándose con la duda,
con la falta de confianza y, principalmente, con la incertidumbre:
[…] Fue raro, porque yo en la militancia seguía creyendo, claro, pero distinto. […]
Ahora tengo la sensación de que durante ese tiempo seguí militando un poco por
inercia. […] Porque militando ahí en el bloque uno tenía la sensación de que mucho no
hacía […], sabía que había una serie de niveles de decisión que me superaban
totalmente, claro como ya habíamos estado en la erre, y habíamos conducido un frente,
ahora de repente […] parecía que la lucha era más bien por mantener una serie de cosas,
pero el viejo en el gobierno nos recagaba a pedos, los sindicales tenían cada vez más
poder […] Y para colmo empezaban a aparecer las tres a, a matarnos compañeros, y
nosotros no reaccionábamos, ni contra eso ni contra las medidas jodidas que tomaba
perón […]. (186)
Carlos se transforma en inquisidor de la militancia y no oculta su desazón frente
a las circunstancias que muestran que no era lo que esperaba. Existía una superficialidad
de acción que no pasaba de largas reuniones de charlas, de “parecer hacer la revolución”
sin hacerla, y militar un poco “de prestado”. Recién con la muerte de Perón se pudo
intentar una militancia más firme y consecuente que los acercara a la gente. Lograr un
mayor compromiso, alejarse de tanta adquisición teoricista y “[…] pasar a militar al
frente territorial […] empezar una nueva etapa de militancia […] junto a aquellos que
no tienen nada que perder, y todo por ganar, aquellos cuya única vida depende de su
lucha […]”. (250)
Cuando logra militar en el barrio, en las unidades básicas, y siente el peligro de
cerca, la derrota se presenta en la muerte del amigo, en los compañeros que no están, en
la necesidad de volcar en un libro “[…] tu perfecta o mentida militancia […] y expiar
las culpas […], o que te escuchen […], por importancia o por carencia, de esa militancia
y de tu vida y de la muerte, novelas a tus muertes para ahuyentar tu muerte y llenarte de
algo o muertos o palabras […]”. (267)
No velas a tus muertos comienza con el sentido del deber, de la obligación del
militante y, como un absurdo, culmina con la decepción, con una clara percepción de la
traición: […] Siempre pensé que no era un verdadero militante […] Lo que nos hizo
Carlos […] Cómo va a rajarse así, dejándonos plantados a todos, a nosotros, a la
operación, a la orga, a todo…! (274).
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En 2008 Martín Caparrós publica A quien corresponda, y Carlos vuelve a tomar
protagonismo a partir de conversaciones con Estela, su compañera embarazada,
secuestrada instantes antes de que él llegara con demora a una cita, en la que ella fue
secuestrada. En esta novela Carlos realiza una especie de “revisión colérica” de su
pasado, de la militancia, de su lucha, de los desaparecidos, de las víctimas y de los
inocentes. Como establece Federico Lorenz aquí Caparrós vuelve a dialogar con los
muertos para enfrentar un pasado que ahora domina el presente y criticar la política
oficial sobre “los setenta”. (191)
El tema de la militancia reaparece en esta obra como parte de esa rememoración
un tanto obsesiva que el protagonista realiza en sus charlas con los distintos personajes.
En los setenta había sido el responsable de una agrupación montonera, un “militante
reconocido”, respetado, con conocimientos de la causa, escudado en múltiples
identidades, con nombres falsos, con un nombre de guerra. En tal sentido, en A quien
corresponda, el protagonista esboza un estereotipo del buen militante:
[…] debía tener siempre una ficción preparada para disfrazar lo que hacía –inconfesable
por definición. Un buen militante debía ocultar quién era, convencer a su enemigo de
que era otro y que no hacía lo que hacía. Todo consistía en simular que nos parecíamos
lo más posible a lo que ellos querían que fuésemos […]. Un buen militante tenía que
mantener siempre dos vidas paralelas, dos historias […]. (233)
¿Había sido Carlos un buen militante? ¿Se había convertido en quién fuera
necesario porque estaba convencido de que el país sería más justo, más libre, más
vivible: socialista? Tres décadas después siente que no, y se avergüenza y vive el
sinsabor de la derrota permanentemente:
[…] Nos equivocamos como bestias, de verdad, sin atenuantes: nuestras tentativas
fueron tan erradas que los que nos ganaron las aprovecharon para conseguir que la
Argentina fuera mucho más injusta y sórdida y estúpida que antes que nos
propusiéramos mejorarla, y encima muchos de los nuestros murieron en el camino. (92)
[…] explicarle que sí, que tenía razón, que la mía no había sido una conducta propia de
un militante revolucionario, que quizás no era perfectamente honesta, que me
avergonzaba […]. (136)
La revisión de Carlos sobre su militancia, y su certeza de haberse embarcado en
aquel "error tremendo" nace de un hecho que considera probado. Cuando ellos tomaron
las armas, la Argentina era un país mejor, y su lucha y su derrota permitieron la
construcción de un país peor, con mayor pobreza y concentración de riqueza,
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instituciones más débiles y, a diferencia de los primeros años setenta, ya sin esperanzas
de cambio. En estas circunstancias la derrota aparece como la única solución posible.
Los desaparecidos, la derrota.
Andreas Huyssen en “Resistencia a la Memoria: los usos y abusos del olvido
público” señala que el olvido puede describirse como el fracaso de la memoria e
implica un rechazo o inhabilidad para comunicar, así permanece bajo una sombra de
desconfianza y se ve como un fracaso inevitable o como una regresión indeseable. (1)
En A quien corresponda se observa esta situación: Carlos sigue comunicándose con
Estela, con sus ex compañeros de militancia, pero mantiene muy pocas relaciones con
otras personas; de hecho, las conversaciones con su amante no trascienden las lecturas
sobre su pasado como montonero. Le cuesta entablar una comunicación desde el
presente, y cuando lo hace, todos sus diálogos se entrecruzan con esa historia que
considera un fracaso, una derrota.
En este “quedarse en el pasado” el protagonista demuestra nuevamente un fuerte
sentido crítico que lo lleva a juzgar y juzgarse, en función de ese mismo pasado que lo
encierra, con expresiones que denotan una cierta humillación, por no haber logrado
imponer las ideas de una generación que entregó todo, que dejó por el camino a su
mejor gente. Jóvenes que soñaban con una sociedad sin explotadores ni explotados, con
un futuro socialista que no fue posible:
“Somos tan cobardes: creemos que la palabra nos redime […]. Siempre fuimos
charlatanes melancólicos tangueros […] nuestra habilidad para la derrota –para hacer de
la derrota un arte- se mezclaba y se contradecía con esa idea de que íbamos a conseguir
grandes triunfos. Era como si, en esos tiempos, no nos atreviéramos a ser del todo lo
que éramos: lo que somos. […] Esa fue nuestra victoria: nos dedicamos del todo a la
derrota […]”. (18)
“[…] somos la generación más fracasada de esta larga historia de fracasos que es la
historia argentina”. (25)
El sentimiento de derrota de Carlos emerge de haber querido refundar, junto a
sus compañeros de lucha, ese país que en los setenta les resultaba intolerable, con
objetivos y estrategias que consideraban apropiadas, con el esfuerzo denodado de poner
el cuerpo y hacer todo lo posible para lograr un cambio y con el doloroso resultado de
tantos compañeros desaparecidos. La Argentina de treinta años después no era mejor
que la de sus años de militancia, por eso su percepción del fracaso. No obstante, al
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avanzar en la novela nos encontramos con una cierta ambivalencia: esos fracasados
creyeron, en los setenta, que podían conseguir “[…] valores perfectos, absolutos […]. El
placer de definir el curso de la historia […] Fuimos ángeles, quisimos ser dioses, nos
caímos como se caen los dioses: con un estruendo atronador y breve”. (63) Estamos
frente a una circunstancia controvertida, en un momento los militantes fueron seres
angelicales con valores absolutos, tres décadas después se convirtieron en un símbolo
del fracaso, de hombres y mujeres pero también de las ideas:
[…] lo más difícil no era entregar la vida a la revolución […]; lo más duro fue
comprobar que esa revolución a la que queríamos entregar la vida no era una marcha de
banderas al viento ni el grito de millares de gargantas, ni siquiera un combate heroico
[…], sino el tedio de esas horas y horas de reuniones, de esperas tensas y aburridas, de
esa monotonía de cumplir con todos los controles y los trámites para que de vez en
cuando […], algo de lo que hacíamos se pareciera, por un momento a esa revolución
que habíamos leído, soñado, elegido para entregarle nuestras vidas. (71)
En esas palabras está la derrota, en la pérdida de ese entusiasmo por cambiar el
mundo bajo las ideas marxistas y lograr la desaparición de los ricos; en sentir que los
esfuerzos fueron en vano y que las ideas de justicia, igualdad, la democracia, los
derechos humanos por los que peleaban habían desaparecido. La revolución había sido
en vano y el socialismo un error histórico.
El olvido
En el artículo antes mencionado Andreas Huyssen, para ir más allá de la simple
oposición entre recordar y olvidar, establece diferencias entre formas de olvido. (3) Es
necesario, según el autor, localizar el olvido en un campo de términos y fenómenos tales
como silencio, ausencia de comunicación, desarticulación, evasión, apagamiento,
erosión, represión. Algunas de esas categorías toman cuerpo en la conducta de Carlos en
A quien corresponda. Sus conversaciones con los demás protagonistas de la novela son,
como hemos señalado, recurrentes en cuanto a la temática de los años en que la lucha
tenía sentido, en la época en que cometieron los mayores errores: “[…] los tiempos más
felices de mi vida sucedieron cuando estaba embarcado en un error tremendo”. (92) En
esta actitud, existe una cierta ausencia de comunicación, en tanto no hay posibilidad de
generar un diálogo que trascienda ese pasado que erosiona la vida de Carlos y que lo
conduce a reprimirse en un auto-castigo por la derrota y pensar la venganza como
posibilidad de alimentar para siempre esos recuerdos: “[…] la venganza es una forma
extrema del recuerdo, el modo desesperado de avivar una huella que se borra”. (105)
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Paradójicamente, la obsesión de encontrar respuestas a la muerte de Estela, a la
veracidad o no de su embarazo, a su llegada tarde a la cita que se convirtió en
emboscada y la transformó en desaparecida, muestra una evasión del presente que
victimiza a los desaparecidos de los que Carlos no llegó a formar parte.
Según cita Huyssen, al escribir La mémoire, l`histoire, lóubli, Ricoeur (2000)
sugiere algunas distinciones básicas: el olvido como memoria impedida (mémoire
empêchée) relacionada al inconsciente freudiano y a la repetición compulsiva que se
hace gráfica en la actitud de Carlos al rememorar los objetivos de la lucha, insistir en la
derrota, dialogar con Estela, preguntarle una y otra vez si tenía que vengar su muerte.(3)
En segundo lugar, el olvido como memoria manipulada (mémoire manipulée),
relacionada a la narratividad, en el sentido de que cualquier narrativa es selectiva, de
que una historia puede ser contada de manera diferente. Esta manipulación se observa
en la victimización de los desaparecidos como muertos heroicos:
[…] ¿Viste que los llaman los desaparecidos? Como si lo único que hicieron en sus vidas
hubiese sido desaparecer. […] nosotros somos los que desaparecimos. Somos los
desaparecidos, los que quedamos inscriptos en la historia por lo que decidieron nuestros
verdugos […]. Nosotros que quisimos ser tantas cosas, terminamos siendo los
desaparecidos […]. (261)
Carlos pretende cambiar ese estereotipo del sentido común surgido con el renacer
democrático. Desmitificar esa visión de que los muertos durante la dictadura, los
desaparecidos, hayan sido las únicas víctimas. Revalorizar la lucha de todos los
militantes porque morirse no significaba ser mejor ni peor, el mérito no radicaba en
haber sido torturado y asesinado, sino en militar por la revolución.
No, flaca, no somos ángeles, ninguno de nosotros: ni nosotros los vivos ni nosotros los
muertos. […] Nos inventaron como ángeles […], mártires […] para convertirnos en
personas muy distintas, chicos y chicas generosos ingenuos que queríamos mejorar el
muro; sí, es cierto, pero queríamos mejorarlo con un revólver en la mano. Lo cual no nos
hace peores […] nos hace diferentes del relato. […] les robaron su historia, flaca, a
ustedes: los transformaron en los desaparecidos […]. (265-266).
Esta última cita muestra esa manipulación de la memoria que convierte a los
jóvenes revolucionarios de los setenta en muchachos decididos, militantes que elegían
sus destinos y pensaban que para conseguir lo que querían debían pelear y arriesgar sus
vidas, convencidos de que valía la pena esa violencia si el resultado era un país más
justo.
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La última categoría de olvido que Huyssen menciona al citar a Ricoeur es el
olvido a pedido (l`oubli commandé) u olvido institucional que se refiere, en este caso, a
la amnistía y que encuentra relación con la idea de “mártires angelicales” que ya
mencionamos. (3) En este sentido, los desaparecidos son recordados “[…] como los
mejores, los que sí se atrevieron. […] son muertos jóvenes, son los que entregaron años
y años de unas vidas que deberían haber sido largas y eso les impresiona: los reconocen
[…]”. (88) Existe un perdón hacia la violencia generada desde la resistencia al gobierno
militar dictatorial. Son miles de desaparecidos convertidos en inocentes para calmar a
los “vengadores posibles”: los familiares de los muertos que instauraron la idea de
víctima como algo central en la escena política argentina. Idea que el Estado toma al
olvidar que hubo una guerra y victimizar a quienes se inscribieron en el recuerdo como
una forma propia: “los entregados sacrificados muertos”.
Como señala Huyssen, en Argentina había una dimensión política del pasado que
dejó en el olvido algunos sucesos vinculados a los atentados en la guerrilla urbana a
principios de los setenta, para conseguir un consenso nacional que emerge en torno de la
figura del desaparecido como víctima inocente, tal cual se observa en A quien
corresponda. (4) Finalmente, interesa tomar otra idea de este autor que es posible
trasladar a la novela mencionada: “Con el recuerdo de los crímenes de la dictadura,
voces nuevas emergen argumentando a favor de la recuperación de la dimensión política
olvidada sobre el destino de los desaparecidos. Algunos quieren reconocer la lucha
idealista de muchas de las jóvenes víctimas por un mundo más justo, enfatizando el
carácter activo más que la condición pasiva de víctima, sin justificar el terrorismo de la
guerrilla urbana armada. Otros, sin embargo, van más allá. Quieren recuperar una
política de la memoria con relación a la identidad política de los militantes y lo hacen
bajo la figura de la impunidad” (7)3:
-Y las injusticias que había, la revolución libertadora, el exilio de Perón, la represión, los
golpes, las dictaduras… No peleábamos por pelear. Si empezamos a pelear fue porque
ellos no nos dejaron otro camino […]. (23)
[…] ella me hacía preguntas sobre la militancia de los setentas –“sobre esa historia
imbécil que ustedes se empeñan en vender como heroica” […]. (68)
El miedo, la violencia, la venganza
3
En este punto Huyssen toma el argumento expuesto por Vezzetti 2002.
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Karl Kohut establece que: “[…] el análisis de la violencia política en la literatura
sería incompleto, incluso superficial, si se limitara a la violencia misma. Por lo menos
tan importante como ésta es su efecto en los hombres y la sociedad: el miedo, el terror
interiorizados. La violencia transforma y deforma a los hombres, tanto a los victimarios
como a sus víctimas, sean éstos seres que realmente la sufren o que sólo la temen […]”.
(207-208)
En A quien corresponda, Caparrós le da sentido a estos aspectos teóricos. Frente a
la percepción de la violencia como herramienta utilizada por los torturadores, Carlos
reconoce que si bien en este proceso de victimización de los desaparecidos “[…] se
inventan toda esta idea de que los verdaderos violentos eran los otros […] ningún
cambio real sucedió nunca sin violencias”. (179) El protagonista –sin reconocerse como
víctima- se transforma en victimario cuando decide vengar la muerte de Estela y de su
posible hijo. No obstante, podemos formular una hipótesis sobre esta necesidad de
venganza como resultado de la tortura por la que atravesaron Estela y también Carlos, a
través de la culpa por no haber estado ahí cuando se la llevaron, por no haber sido uno
más de los desaparecidos.
La violencia política genera –según Kohut- un efecto de miedo y de terror
interiorizados. En ese repaso que Carlos realiza de sus años de militancia, donde la
muerte estaba al acecho, se pregunta si aquel miedo vinculado a la posibilidad de que
los llevaran, a las desapariciones, al momento en que comenzaban a caer sus
compañeros, tenía algo en común con este miedo actual de vivir con la muerte tan
presente, tan inminente, tan certificada:
Trataba de pensar si esto sería como aquello: si el miedo sería igual. Trataba de recordar
cómo era aquél: esa forma de caminar por una calle en la tensión extrema del que sabe
que cualquier distracción puede costarle todo: ese modo del miedo. (75)
Y se responde que no, porque en la primera sensación de temor, la de treinta años
atrás, la muerte era una amenaza que incluía la esperanza de eludirla, y ahora no. Su
destino cercano es la muerte y por ello no perdía nada al decidir llevar adelante la
venganza. Carlos sabe que torturadores y torturados apelaban a la posibilidad de matar
como una obligación, “probablemente la más pesada de todas”, pero como un medio
para hacer posible sus ideas de cambio, de justicia. Durante un tiempo “[…] tuve –
tuvimos, todos nosotros tuvimos- la oportunidad de matar justificada por la mejor de las
razones: el altruismo, la generosidad de pelear por otro mundo […]”. (257)
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La
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venganza entra como parte de esa necesidad de “[…] encontrar a alguien a quien echarle
la culpa de cualquier cosa, de cada cosa y la venganza es la forma más extrema de echar
culpas: creer tanto en la culpa de otro que se hace necesario conseguir que la pague”.
(81) Así, logra auto-convencerse de que el Padre Augusto Fiorello tiene que pagar por
la muerte de Estela y de ese posible hijo, por ese duelo eterno que Carlos no puede
terminar de asumir, para poder despedirse definitivamente de Estela, para siempre.
En Alegorías de la derrota: La ficción postdictatorial y el trabajo del duelo,
Idelber Avelar establece que:
“El imperativo del duelo es el imperativo postdictatorial por excelencia. Nutriéndose de
un recuerdo enlutado que intenta superar el trauma ocasionado por las dictaduras, la literatura
postdictatorial […] mira hacia el pasado, a la pila de escombros, ruinas y derrotas, en un
esfuerzo por redimirlos, mientras es empujado hacia adelante por las fuerzas del “progreso” y la
“modernización”. Se trata aquí de establecer una relación salvífica con un objeto
irrevocablemente perdido, un compromiso que no puede hacer más que intentar ponerse
perpetuamente al día con su propia inadecuación, consciente de que todo testimonio es una
construcción retrospectiva que debe elaborar su legitimidad discursivamente, en medio de una
guerra lingüística en que la voz más poderosa amenaza ser la del olvido.” (174)
Cabe preguntarse si en la venganza que Carlos decide llevar a cabo hay un interés
en salvar a Estela del olvido, si en esas conversaciones con ella no intenta legitimar ese
pasado de violencia para redimir ese final sin sentido: la derrota, el fracaso: “[…] nada
me gustaría más que poder decirte otra cosa; […] que sus muertes no fueron inútiles
pero no, no veo para que sirvieron. ¿No es espantoso que no tenga más remedio que
decirte que moriste al pedo?” (208)
No obstante, sabemos que Carlos ha cargado con el dolor – el rencor, el odio- de
no haberse podido despedir de Estela, de no poder saber qué paso con su hijo. En ese
contexto aparece la venganza “[…] para postular que hay cosas que no se agotan en sí
mismas: que algo que pasó hace tantos años […] sigue exigiendo de mí cierta respuesta,
decisiones, una acción: sigue siendo eficiente.” (127) Y por ello decide vengarse,
desesperado de avivar una huella que se borra; deja de ser víctima para convertirse en
verdugo sin más recurso que la apelación a la violencia.
Consideraciones finales
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En este trabajo hemos analizado algunos aspectos centrales de dos obras de la
literatura argentina referida a la última dictadura militar iniciada en 1976: No velas a tus
muertos y A quien Corresponda de Martín Caparrós. Ambas novelas intentan terminar
con el paralelismo entre militante y desaparecido y desmitificar la figura angelical,
impuesta con el renacer democrático, de los desaparecidos de los setenta como
“víctimas inocentes”, para mostrar que los jóvenes que enfrenaron al gobierno
dictatorial creían en la posibilidad de cambiar la Argentina de esa época por una “más
justa”. En ese cambio se vislumbraba la utilización de la violencia como un mecanismo
posible. La formación del militante requería de un proceso que no se caracterizaba por
un activismo denodado, situación que generaba una cierta sensación de “espera
interminable”, de agotamiento, en espacios de debate que no llevaban a la lucha
combativa. Militar significaba tener una postura política formada, acercarse a los
barrios, a la gente, proclamar las ideas de igualdad y de justicia.
Cuando el gobierno militar logra quebrar la resistencia, y comienzan las
emboscadas, las detenciones ilegales, las torturas, el miedo; el fracaso de las
organizaciones revolucionarias da lugar a un fuerte sentimiento de derrota que se
manifiesta en enojo, rencor y deseos de venganza que se entrecruzan con la frustración
de una equivocación enorme. El sueño del país socialista se transforma en una lista de
desaparecidos, de “mártires”, y de sobrevivientes que quedaron afectados por la derrota
y la masacre al punto de no poder salir de ella.
En este marco, en las novelas de Caparrós, el olvido se redimensiona en varias
categorías que mantienen viva la memoria, porque hay una revocación casi obsesiva de
los años de lucha a través de diálogos, con los vivos y con los muertos, que revisan una
y otra vez ese pasado imposibilitados de sentir que la militancia valió la pena. En este
sentido existen factores subjetivos individuales que hacen que ese pasado nunca se
pueda abandonar del todo. La culpa, el lazo roto, arrasado, masacrado en sus actores y
sus descendientes. No haber sido un “desaparecido” más, no saber qué pasó con la
esposa, con el hijo. Sobrevivir la derrota se transforma en la desgracia de preguntas que
nunca se podrán responder, porque posiblemente nunca se conocerá el destino final de
miles de desaparecidos. Y esa culpa alimenta la necesidad de venganza como “una
forma extrema del recuerdo, el modo desesperado de avivar una huella que se borra”.
(105)
C.H. Jacob, “Militantes y desaparecidos…”
Página 13 de 15
Caparrós trata de borrar esa idea de los desaparecidos como “muertos heroicos”,
intenta dejar de manipular la memoria para brindarnos una literatura histórica que
reivindique ciertos elementos de lo que Ricoeur denomina l`oubli commandé, el olvido
a pedido u olvido institucional. Nos muestra los avatares de la militancia, y una
sensación de que aquello que fue en una época demasiado importante generó
arrepentimientos tres décadas después. Intenta reintroducir el costado político de las
miradas sobre los setenta y suavizar el modelo Nunca Más, que se impuso para dar una
fuerte mirada de la maldad de los malos y de cuánto sufrieron las víctimas. El autor
intenta mostrar que a esa versión de la historia le falta dejar de victimizar a los
desaparecidos, a los derrotados y enseñar que no sólo tiene que quedar una percepción
de la violencia. Los militantes de los setenta compartían el interés de unir voluntades y
esfuerzos para cambiar las cosas, pelear por otro mundo. Esto es algo que debe
permanecer en la memoria:
Existe eso que llaman Memoria […]. La Memoria no es recordar cómo te llevaba tu papá
a la plaza […]; la memoria es acordarse de que los militares los secuestraron los
torturaron los mataron. La Memoria se volvió una obligación moral social: para que no se
repita, dicen. Para eso […] deberían pensar por qué decidieron matarnos, qué tipo de
sociedad querían ellos y cuál nosotros, quién apoyaba a cada cual, pero no: se esconden
detrás de la Memoria y repiten frases hechas. Son malos que matan a unos chicos, la
Memoria; tormentos espantosos para nada, la Memoria; truchadas, la Memoria. Otra
forma de exculparse o de manipular o de dejar que piensen otros, la Memoria. (205-206)
Trimestre : Mayo de 2012
Faculté des Lettres
Profesor : Emilia I Deffis
Département des littératures
Universidad Nacional de La Pampa
Seminario de grado
«Mas allá de la crisis: la memoria histórica
en la novela argentina contemporánea»
Evaluación del trabajo final
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C.H. Jacob, “Militantes y desaparecidos…”
Página 14 de 15
Nombre: Celia Jacob
1) Lengua
(20%)
Ortografía (o)
5/5
Puntuación (p)
4/5
Sintaxis y gramática (s/g)
10/10
Plan de trabajo (Pl)
5/5
Claridad y coherencia (c/c)
5/5
Redacción (r)
10/10
2) Discurso (20%)
3) Tratamiento del tema (60%)
Precisión conceptual (pc)
10/10
Análisis (a)
20/20
Originalidad (O)
18/20
Pertinencia de la bibliografía (b)
10/10
Total
98/100
Comentarios: Excelente trabajo. La estructura es sistemática y clara. El comentario de texto
es interesante y consistente. La felicito.
Emilia I. Deffis
C.H. Jacob, “Militantes y desaparecidos…”
Página 15 de 15
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