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Los Cuadernos de Literatura
ESTRATEGIAS DE
DESAMOR: LAS
CARTAS DE KAFKA A
FELICE BAUER
él dirigida-, adquiere una dimensión narrativa
que permite la consideración de sus cartas como
relato autónomo desde el fenómeno mismo de
la recepción, proceso de una historia con prota­
gonistas re-creados en el interior del texto, ejer­
cicio de creación literaria sobre y para el amor:
amor re-creado, o creado, simultáneamente, al
hilo de la escritura del propio texto.
Inspiración primera o programa narrativo
donde el amor se ubica como verdadero objeto­
valor del relato. Amor como principio motor o
eje mismo de la escritura o bien producto resul­
tante del acto mismo de escribir. En este senti­
do, cabría resaltar un aspecto básico que confi­
gura toda la correspondencia de amor que Kafka
dirigió a Felice: El amor, que progresivamente
va adquiriendo cuerpo y sustancia, que se enun­
cia a lo largo de todo un programa narrativo des­
de el tímido «Querida señorita» hasta el íntimo
«Mi amor», es producto o fruto de la intensidad
pre-determinada que se le asigna a todo proceso
sentimental. Si tenemos en cuenta que Kafka y
Felice no se vieron desde agosto de 1912 hasta
marzo de 1913, que en este largo intermedio la
expresión, -o el amor, que es lo mismo-, ad­
quiere una gran intensidad, es de suponer que
tal intensidad se desarrolla y expande, reflexiva­
mente, de forma inmanente, en sí misma, con la
intensidad propia de un relato literario que ne­
cesita de momentos culminantes, de un clímax
preciso que constituye el «nudo» del relato.
Es, pues, la escritura, la expresión de esta
subjetividad genial de Kafka, la que insufla y da
vida a este concepto vacío y oscuro que sólo ad­
quiere sentido en el juego de la expresión y de
la palabra. El amor es así un producto que resul­
ta del laberinto sintáctico, de la consideración
expresiva de una historia no-real, sino recreada
en los límites mismos de la ficción y la subjetivi­
dad. Ensoñación o quimera que sólo en el ejer­
cicio individual y solitario de la escritura, -y
posteriormente, de la lectura-, adquiere expre­
sión y existencia.
Varios son los mecanismos de que dispuso
Kafka para la elaboración de esta ficción, de este
relato pasional. Mecanismos que van desde la
fuente inagotable de una sensibilidad excepcio­
nal, a los recursos que el mismo lenguaje ofrece
para la re-creación de «realidades» sólo aborda­
bles desde el mismo texto. La expresión del
subjetivismo que caracteriza la correspondencia
epistolar desde la instancia misma de la enun­
ciación, dispone de una amplia gama de recur­
sos que crean la ilusión de compartir una viven­
cia íntima e intransferible.
Es así, sólo en el juego de las propias palabras,
en los mecanismos textuales de inclusión del
destinatario, -Felice-, en la ilusión de presen­
cia del narrador ante el narratario, donde descu­
brimos el lado ficcional, la genialidad y al mismo
tiempo, la materialidad de un amor que se creó
y se concluyó a través de la escritura.
Kafka se presenta ante Felice. Le ofrece una
Soledad Manzano
«Nunca he escrito, creyendo hacerlo, nunca
he amado, creyendo amar, nunca he hecho
nada salvo esperar delante de la puerta ce­
rrada...»
Marguerite Duras (El amante)
bordar el estudio o, más modestamen­
te, la lectura de la correspondencia que
Kafka dirigiera a Felice Bauer, obliga a
la creación de un cierto prurito, una
cierta molestia de índole ética que supone el he­
cho, en sí obsceno, de la lectura de un fragmen­
to de la interioridad de un «otro».
Al auxilio de tales inquietudes éticas acude,
inevitablemente, la teoría con su meta-discurso:
lEs ya Felice Bauer la verdadera destinataria de
la correspondencia, dado el fenómeno de difu­
sión masiva de las cartas? lEs tal corresponden­
cia un «fragmento de interior» del mismo Kafka
o supone, en la transgresión inevitable que la di­
fusión opera, un relato literario sin más, si no
como tal concebido, sí transformado al hilo de la
lectura? lEs ficción por la mera adscripción del
texto a un género literario, o permanece sin em­
bargo en el ámbito de la intimidad que posterio­
res intereses han desvirtuado?
La tentación del análisis borra, o mitiga, los
dictados de una conciencia ética. Concebido co­
mo texto literario, o más simplemente aún, co­
mo texto, realizamos un ejercicio de simplifica­
ción: poco importa entonces la lucha interior de
un hombre que se debatía entre el amor y la li­
teratura, poco los fantasmas que atenazaban su
escritura y la prevista recepción de ésta. Nada
importaría entonces que sea Kafka, escritor con­
trovertido, el autor de estas epístolas de amor y
des-amor. lQué queda entonces? lPor qué el in­
terés de su estudio?
El ansia de inmanentismo que caracteriza
gran parte de la crítica moderna no satisface ple­
namente el objetivo final del estudio del «tex­
to». Ni con mucho.
Las cartas de Kafka a Felice Bauer (19121917) son mucho más que un texto. Expresión
de sentimientos, lirismo crudo y angustiado.
Subjetivismo absoluto que desborda el mero
diálogo implícito que se supone entre él y su
destinataria.
Y es que la correspondencia entre Kafka y Fe­
lice Bauer, -de la cual sólo conserva la parte por
A
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Los Cuadernos de Literatura
inasible y un sujeto ficticio o figura de discurso
que deviene alcanzable en el simulacro de la es­
critura y, por ende, de la posterior recepción.
Emisor y receptor, figuras interrelacionadas
en todo discurso, forman así parte de una misma
instancia actancial de esta comunicación «en di­
ferido». De aquí que la relación dialógica que
entre ambos se establece se haga explícita en la
carta, no sólo mediante la exhibición de marcas
de la propia situación de enunciación, sino tam-
viva imagen de su «Yo», de su lugar y de su
tiempo. Se presenta en un escenario «real», sólo
susceptible de ser vivido en el acto mismo de la
inscripción textual: «Es muy tarde, mi pobre y
atormentado amor. Después de una sesión de
trabajo no demasiado mala pero así demasiado cor­
ta, hace ya un buen rato que he vuelto a hundirme
en mi sillón y ha acabado haciéndose tarde...»
Ilusión de presencia: «Es muy tarde». Poco
importe que la instancia de la recepción se halle
separada en el tiempo y el espacio de ese remi­
tente que enuncia desde el presente mismo,
desde el «aquí» y «ahora» que el «otro» recibe
como imagen. Re-creación de un presente del
destinador en el futuro de un destinatario. Fu­
sión de dos tiempos que sólo se encuentran en
la marca textual que se ofrece en la carta. Pre­
sente destinado al futuro: pasado sólo abolible
en una recepción que fusione el acto de la lectu­
ra con el acto de la escritura misma.
Este carácter diferido de la comunicación
amorosa, -y epistolar en conjunto-, no limita,
sino que engrandece y sublima al amor. Pudié­
ramos así suponer en Felice un «Yo ya no leo
desde aquí, sino desde tu mismo pasado que yo
hago presente en mí».
Primacía del presente frente a dos instancias
temporales abolidas: «Yo olvido el pasado en
que tú me escribiste, pero tú olvidas el futuro en
que yo recibiré tu carta».
Encuentro de dos instancias separadas en el
plano de lo «real»: Paso a la ficción, a la re-crea­
ción de aquello que sólo es ilusión de encuen­
tro. Disolución de un «tú» y de un «yo», sólo re­
dimibles en un «nosotros» del presente recreado.
«No te engañes, amor mío, la causa del mal
no reside en la distancia, al contrario, es precisa­
mente en el alejamiento donde, al menos, me es
dado como un soplo de derecho a tí, y a él me
aferro en la medida en que lo incierto se deja te­
ner por manos inciertas»...
EL «YO» DIVIDIDO
Pero no hay que dejarse engañar demasiado
por esta ilusión de simultaneidad que el enun­
ciador crea cara al destinatario. El narrador no
sólo es enunciador sino también sujeto del
enunciado y, por lo tanto, sujeto de una narra­
ción que el enunciador ofrece al enunciatario.
Como «yo narrante» calificaríamos así al Kafka
«real» que re-creaba a este otro Kafka objetiva­
do-narrado que Felice recibía.
División del «yo» en un «yo narrante» y un
«yo narrado» que, si bien coincidentes en el pla­
no referencial, adquieren status diferentes en
un plano puramente textual. Y es en este «yo
narrado» donde se hace posible la consideración
del texto como relato, donde la dimensión sub­
jetiva o lírica se reduce a una consideración on­
tológica no pertinente en el anális del «texto».
Es en virtud de esta escisión del «Yo» donde en­
contramos, tal que en un relato, un sujeto real
bién de la misma situación de recepción que el
emisor prevé y figura en su «relato».
La división del «Yo», esta especie de desdo­
blamiento del que emite y que se narra, recuer­
da ese carácter dual que toda carta posee en su
misma esencia: aquélla que, retomando los tér­
minos de Patrizia Violi, llamamos «soledad au­
tosuficiente de la escritura» y que remite al acto
del «yo narrante» o sujeto de la enunciación y a
ese otro «yo» objetivado y objetivable que apa­
rece como figura de discurso, sujeto de un relato
autónomo y que el «otro» interpreta como pro­
tagonista de la experiencia narrada.
63
Los Cuadernos de Literatura
El desdoblamiento del «Yo» Kafkiano es, sin
embargo, un fenómeno que supera lo puramen­
te narrativo para situarse en un nivel existencial.
Existencia dividida y en lucha ante la indecisión
que supone la disyunción entre la literatura o el
amor. Esta disyunción inconclusa, -eje motor
de la correspondencia-, le sitúa en una posición
de absoluta inadecuación entre dos «mundos
posibles»: Su «Yo lírico», -mundo posible del
Yo interior-, frente al «Yo real», - mundo posi-
gen del «Yo objetivado-narrado» que no es más
que el «él» o la no-persona, en términos de Ben­
veniste.
Se observa así, a lo largo de estas cartas, dos
conglomerados conceptuales opuestos y contra­
dictorios que denotan el sentido último de esta
correspondencia: [Yo interior-yo-mismo-subje­
tivismo-región de tinieblas-literatura] frente al
[Yo real-Yo/él (del mundo)-objetivismo-reali­
dad-Matrimonio (Felice)].
Esta división del «Yo mismo» y el «Yo del
mundo» se opera no sólo en la estructura pro­
funda del texto, sino también en un nivel de su­
perficie: Tal que si las cartas cumplieran la fun­
ción de «diario», Kafka se observa a sí mismo, se
escinde en autor y personaje, se relata:
...«Me doy a mí mismo la impresión de que
no hubiera vivido nada...»
Pero incluso sobre este «Yo narrante» aparece
a veces otro Yo más real, una visión omniscien­
te que convierte en objeto de observación su
propio «Yo narrante»:
...«Cuando narro tengo una sensación como
la que pudiera tener un niño pequeño que reali­
za sus primeros intentos de andar...»
En esta observación continua del Yo por el
Yo, en esta «esquizia» constante, se repiten los
reproches o quejas que Kafka se dirigiera res­
pecto a una pérdida de sí mismo, en definitiva
traducible en una pérdida de entrega a la litera­
tura, lo que a veces llamara Kafka su «verdadero
Yo», frente a ese otro mundo exterior del que
Felice formaba parte y del que era principal ex­
ponente:
«...Creo que todavía no has comprendido sufi­
cientemente que la creación literaria constituye
la única posibilidad de existencia real que tengo...»
Sin embargo, la aparente «exclusión» de Feli­
ce no obsta para que a «ella» le sea concedida el
papel de «salvadora» y de «espectadora» de los
procesos interiores de Kafka. Salvadora en cuan­
to al «deber social» que Kafka creía impuesto y
que es traducible en la creación de una familia
(matrimonio, hijos). Pero es más, este «deber»
trasciende lo social para transformarse en una
especie de «deber místico» o mandato supremo
que obliga al Hombre a perdurarse a sí mismo
en el amor. El papel de espectadora se hace es­
pecialmente patente en el contenido de cartas
que, bajo excusa de dirigirse a Felice, sirven de
reflexión íntima al mismo Kafka:
«lNo te has fijado, Felice, que en mis cartas
realmente no te quiero, pues si te quisiera ten­
dría que pensar solamente en tí y hablar de tí
tan sólo, y que en cambio lo que sí hago real­
mente es adorarte y esperar de tí no sé qué ayu­
da y bendición en los casos más descabella­
dos?...»
Felice no es, pues, como pudiera pensarse en
un principio, un verdadero impedimento a la
creación literaria; lo es tan sólo en la medida en
que ella sea una «aliada» del Yo extraño a sí
mismo. En la construcción del «tú ideal» que
ble del Yo objetivado, el «él» contemplado por
el «yo» o la «no persona» que pertenece a la rea­
lidad-.
Su «yo objetivado», el «él» extraño que se
contempla desde el «Yo», no es más que la ima­
gen que Kafka ofrece a Felice pero que también,
tal que ocurre en la confesión íntima o en el
monólogointerior, establece el mismo contacto
entre dos «Yo» escindidos. Si la imagen, en de­
finición de Barthes, no es más que aquello que
nos excluye, se comprende entonces la «deste­
rritorialización» de una imagen por otra: La ima­
gen de un «Yo mismo» (Yo lírico) por una ima64
Los Cuadernos de Literatura
Kafka incorpora como estrategia de la relación, a
Felice se le designa el rol de «refugio espiri­
tual», desde el cual Kafka puede enfrentarse a
esa realidad exterior, al mundo, a su «Yo-él, an­
te el cual Kafka nunca dejó de sentir una sensa­
ción de «extrañamiento»:
«... Si supieras lo que es esta sensación de es­
tar refugiado en tí de este mundo monstruoso
con el que sólo me atrevo a enfrentarme en no­
ches de creación literaria...»
Conflicto interpersonal, pero sobre todo per­
sonal, interno al «Yo» de Kafka. Esquizia cons­
tante, superposición de imágenes y juego de su­
perficies confusas que desdibuja paralelamente
todo juicio de razón sobre lo «verdadero» y lo
«falso»
... ««Esto es, naturalmente, falso y exagerado,
y sin embargo es verdad, la única verdad...»
Conflicto evaluativo incapaz de establecer
tampoco distinción alguna entre la felicidad y la
desdicha:
...«No quiero dejar de decir que me gustaría
sólo disminuir mi desdicha, pero no ipor el
amor del cielo! mi felicidad...»
...«Soy demasiado feliz y sufro demasiado
desde hace ya más de una semana...»
...«Sin ella no puedo vivir, y con ella tampoco...»
Estas contradicciones expresivas e internas de
Kafka, se hacen asimismo patentes en la consi­
deración que él tenía de la misma corresponden­
cia en que basaba su relación: A veces, la refle­
xión sobre las cartas adquiere un tono amargo,
de autorreproche, como si la traslación del senti­
miento a la palabra sólo ocasionara un efecto de
mentira. A veces, reconocimiento de la infinitud
de la palabra, sustitutoria o, incluso, creadora
del mismo sentimiento:
«... Sólo te retengo a mi lado de una manera
artificial, a fuerza de mandarte carta tras carta y,
de ese modo, te impido que cobres conciencia
de las cosas y te empujo a emplear precipitada­
mente las viejas palabras sin su viejo sentido...»
Sin embargo, anota en su diario:
«Lo infinito del sentimiento sigue siendo
igual de infinito en el seno de la palabra que en
el seno del corazón en el que había surgido ...»
una forma de diálogo inexistente implícito. Kaf­
ka huye de las confesiones directas, de los enun­
ciados asertivos o constatativos. Cuando se trata
de expresar sus sentimientos, la fórmula adopta­
da es la interrogación retórica, tal como si reto­
mara un discurso anterior del enunciatario-Felice:
... «lQue cómo me encuentro después de ha­
berme despedido de tí? lEs que crees que no
siento al unísono contigo? lCrees que después
me importe algo mi vida?»
LA DIALOGIA DE LA CARTA
El carácter dialógico de la carta, la presuposi­
ción desde el Yo-enunciador de un tú-enuncia­
tario, aparece íntimamente relacionado con un
tono de confesión lírica, casi de «Diario». Las
cartas abundan por esta razón en falsas interro­
gaciones retóricas que, aunque formalmente di­
rigidas a Felice, se dirigen a él mismo:
...«Pero entonces, Felice, lpor qué no te trai­
go inmediatamente a mi lado, al menos tan cer­
ca como es posible en el espacio? lPor qué, en
lugar de hacerlo, me acurruco en el suelo del
bosque como los animales que te atemori­
zan?...»
Las interrogaciones retóricas responden de
«.. . lEs que acaso existe algo que pueda recla­
mar mi atención hasta el punto de impedirme
pensar en tí?»
Es prácticamente imposible encontrar una de­
claración formal de amor a Felice. Aun cuando,
implícitamente, sobreentendemos una pregunta
directa de Felice en su carta anterior, Kafka sólo
responde con una refutación al motivo de tal
pregunta, lo que hace persistir una especie de duda:
.. «No tienes que preguntar si te quiero. A ve­
ces, tengo la sensación de que todo, todo está
desierto, y que tú te alzas, solitaria, sobre las
ruinas de Berlín...»
65
Los Cuadernos de Literatura
Donde la imagen metafórica desierto = sole­
dad interior de Kafka, vuelve a reestablecer a
Felice como «refugio» de sus propios fantasmas
interiores, con lo que retoma de nuevo una te­
matización de la carta basada en él mismo y reanu­
da el rol concedido a Felice como su «salvadora».
Kafka también es magistral en la creación de
«efectos de realidad» allí donde sólo hay ficción,
o construcción imaginaria del destinatario-Feli­
ce. Así, en el párrafo que cito más abajo, Kafka
atribuye a Felice un reproche supuestamente
susceptible de haber sido dirigido por ella y que
en realidad no es más que la reproducción y la
atribución a Felice del verdadero concepto que
Kafka poseía de él mismo, de sus cartas y de la
misma relación que ambos mantenían.
La atribución de pensamientos a Felice se lle­
ga a expresar incluso en la forma de cita en esti­
lo directo, como si él retomara de forma fiel un
discurso sin embargo inexistente: esta táctica
permite a Kafka desresponsabilizarse de sus pro­
pios temores y complejos, atribuyéndoselos a su
partenaire de la forma más «objetiva posible» y
que no es, sin embargo, más que el límite de la
subjetividad.
Sorprende además, que esta atribución de
pensamientos, esta construcción del «tú imagi­
nario», sea utilizado a modo de reproche:
«...Y que entre otras cosas, dijiste: «No sé por
qué será, pero el caso es que Franz me escribe
bastante y sin embargo, sus cartas no logran te­
ner sentido, no sé de qué se trata, no hemos lle­
gado a estar más cerca el uno del otro, y de mo­
mento no hay perspectiva alguna de que tal cosa
ocurra...»
A veces, con bastante frecuencia, «objetiva» a
Felice: Esta «objetivación», -poner a Felice en
tercera persona-, aunque en principio puede
dar la impresión de creación de distancia, tiene
un efecto contrario: Además de desdoblar al re­
ceptor-Felice en dos instancias distintas, crea la
sensación de intimidad absoluta entre uno de
los «tú», -el extraño a Felice-, y el mismo Kaf­
ka artífice de esta Felice extranjera a sí misma:
tú (lejano, frío, simple partenaire de
FELICE
la correspondencia)
tú (creación de Kafka; un tú extraño
a sí mismo. «Tú imaginario».)
...«Sentía la secreta e ilimitada alegría de, en
unos cuantos saltos, haber llegado a aproximar­
me tanto a aquella criatura adorada...»
Esta «objetivación» del «tú imaginario» es uti­
lizada a modo de reproche, como si el receptor
no fuera consciente de la devoción que se le
profesa y su único «yo» consciente fuera el de
lectora de cartas.
Si las cartas representan efectivamente un
diálogo «en diferido», es necesaria la inclusión
en forma explícita del destinatario, así como el
uso de ilocuciones o «formas de intimación» (en
términos de Benveniste), consistentes en actos
ilocutivos específicos tales como preguntas,
mandatos, ruegos, exhortaciones. Son frecuen-
tes en Kafka el uso de estas formas de intima­
ción, haciendo incluso requerimiento a los nive­
les sensibles del destinatario («Mira», «escu­
cha», «fíjate», «observa», etc.).
El «tú» imaginario del destinatario no es, al
menos en los períodos de crisis de Kafka, más
que un reflejo condicionado del «Yo» en lucha,
que se desresponsabiliza de su lucha interior
instando al tú-destinatario a entrar en el juego
de la duda y la indecisión:
...«Mi amor, escúchame. iNo te apartes del ca­
mino por el que viniste a mí! iPero si tienes que
hacerlo, vuelve sobre tus pasos...»
Esta estrategia de incluir al destinatario en el
juego de la duda y la incertidumbre, responde,
-más que a una actitud seductora-, a una estra­
tegia disuasiva que pretende obtener de este
modo una «retirada» del partenaire, un «no po­
der amar».
Esta actitud «disuasoria» se comprende mejor
si tenemos en cuenta la construcción de un «tú»
completamente antagónico a un «yo» vitupera­
do, indigno de ese «tú» moral y socialmente
más apto:
...«Yo en tu lugar hubiera corrido al otro ex­
tremo del mundo, pero tú no eres yo, tu natura­
leza es la acción, eres activa, piensas con rapi­
dez, te das cuenta de todo...»
La construcción del destinatario, frente al
«Yo», viene a reflejarse en el siguiente esquema:
FELICE
acción
rapidez
efectividad
seguridad
curiosidad
KAFKA
inactividad
lentitud
inutilidad (socialmente no apto)
inseguridad
indiferencia
Y este «Yo» inmolado, autohumillado, sólo
encuentra una verdadera salida, no obstante: la
disolución en el «tú», en el «otro», que en defi­
nitiva viene a hablarnos de la pérdida de identi­
dad en todo proceso amoroso y que llega a al­
canzar la pérdida del nombre:
...«Tuyo (ojalá no tuviera nombre, totalmente
extinto y solamente tuyo)...»
La creación «imaginaria» del destinatario-Fe­
lice, se da asimismo en la previsión del destina­
tario-lector, es decir, en la previsión de la misma
lectura de la que él le da «instrucciones», y has­
ta en la previsión de su «obligada» respuesta:
...«Claro que esas tarjetas no son, sin embar­
go, la respuesta a aquella carta, todavía recibiré
dicha respuesta, ... De lo contrario se derrumbaría mi idea de tí...»
«...Ninguna palabra podría molestarte...»
La inevitable inclusión e implicitación del tú
= destinatario obliga a la respuesta del otro. El
silencio del destinatario rompe ese carácter dia­
lógico de la carta y, por lo tanto, el contrato en
que las dos partes se encuentran obligadas a la
respuesta. Esta interpretación «paranoica» del
silencio del otro, da lugar a un cambio radical de
66
Los Cuadernos de Literatura
��g;;
« ... lDónde hay una frontera o una s alida?
Cuando me veo obligado a creer que te he per­
dido, ens eguida interviene el grosero error de
pers pectiva...»
E s te «grosero error de pers pectiva» no e s más
que la interpretación que Kafka da del s ilencio
de Felice y que determina su actitud suplicante.
Círculo vicioso donde Felice no hace sino obedecer
las instrucciones de su partenaire, ora disuadida,
ora persuadida de la necesidad de la relación:
actitud en Kafka. Si la es trategia «di suas iva» de
Kafka se basaba en un «no
amar» de Felice,
basta el silencio de ella para que él intérprete desde
el «no querer de Felice».
...«Contra más te he conocido, más te he amado;
contra más me has conocido tú a mí, más insopor­
table me he tomado para tí...»
Es él, ahora, ante el silencio del destinatario, el
que reconoce su impotencia: «No puedo seguir vi­
, viendo así (...) No oirás ningún reproche más, no
volverás a ser molestada...»
El «Yo» disuasorio se transforma, en virtud de
este silencio del partenaire, en un «Yo» suplicante
que ya no disuade de la imposibilidad de ese amor,
sino que simplemente «espera»:
«...Dure lo que dure este silencio, yo, hoy como
siempre, te perteneceré a la más leve pero verdade­
ra llamada...»
Y es que la interpretación del silencio de Felice,
-que él mismo provoca con su reiterativo «no ����:s
amarme»-, e s una interpretación «paranoica»,
ademá s de ser una interpretación de s de lo «no
dicho»:
« ... Sólo me res ta aceptar el adiós que me has
dado hace ya tiempo entre las líneas de tu s car­
tas y en lo s intervalo s que las s eparaban...»
E s en el transcurs o de estas «cri sis » en la rela­
ción, donde s e hace más patente la lucha inte­
rior de Kafka, su terrible indefinición, patente a
veces bajo la forma de un claro complejo de culpa:
« ... La carta que venga mañana, -lvendrá real­
mente?-, te ha s ido arrancada, te la he arranca­
do yo con mi telegrama...»
E s te «caos interior» es trans pues to a un plano
fals amente dialógico (en relación al des tinata­
rio): aparecen abundantes ilocucione s y formas
de intimación que en realidad, revelan un diálo­
go con s igo mi s mo:
«...Pero lqué pretendo yo de tí? lQué es lo que
me empuja a perseguirte? lPor qué no desisto, por
qué no obedezco a las señales? Bajo pretexto de
querer liberarte de mí no hago sino atosigarte...»
Podría quizá dibujars e una es pecie de «e s que­
ma bá sico», en forma circular, que de s cribe per­
fectamente el proce s o inconclu s o de e s ta rela­
ción atormentada:
estrategia (no �u�des amarme)
e es
disuasiva de K
abandono de
Fe/ice a K.
/
¡/
'
Retorno de Fe/ice
(y nueva desesperación
\
de Kafka)
(no poder-amar
determinado
por Kafka
\
« ...Y la minúscula, apenas vi s ible s alida, -esa
salida que jamá s hay manera de encontrar aun­
que quizá exi s te en alguna parte-, adopta bellas
formas grandio sas, de ensueño, y yo vuelvo a
lanzarme en pos de tí, sin transición, vuelvo a que­
darme paralizado ... »
La es trategia persuasiva de Kafka, - sólo lleva­
da a cabo tras el abandono provi s ional de Feli­
ce-, llega incluso a ubicarle en una s ituación de
total dependencia exi s tencial re s pecto a Felice:
« ...Qué hombre podría llegar a s er, s i qui s ie­
ras , es o es algo en lo que no cree s ...»
Kafka establece as í un juego de dependencia s
).estrategia persuasiva
de K. en forma de espera
_; (no debes no amarme)
Interpretación
del abandono por K. ___...,.
(no quiere-amarme)
Dirá as í Kafka:
67
Los Cuadernos de Literatura
entre el poder (suyo) y la voluntad o el querer
(de Felice): Si antes su realización personal de­
pendía de su entrega a la literatura, -lo que
implícitamente invitaba a un abandono de Feli­
ce-, ahora es la entrega de Felice, su querer­
amar, lo que determina su realización personal.
Las argumentaciones de Kafka en torno a la
disuasión, se dirigen a Felice en términos de un
«no poder hacer» o un «no poder amar». (Pre­
viamente, Kafka se encarga de destruir una a
gar a Felice se basa en un «desequilibrio» en las
pérdidas que ambos sufrirían:
«...Yo perdería mi soledad, que en su mayor
parte es horrible, y te ganaría a tí, a quien amo
más que a ningún otro ser. En cambio, tú perde­
rías tu vida tal como la has llevado hasta el mo­
mento, vida con la que te sientes satisfecha casi
por completo...»
(Hay atenuación en la consideración evaluati­
va de sus respectivas pérdidas: «mi soledad, que
en su mayor parte es horrible»; y respecto a Fe­
lice: «vida con la que te sientes satisfecha casi
por completo»). Con lo que la aserción pierde
fuerza, e introduce de nuevo la «posibilidad» a
pesar de las contraargumentaciones).
«...Perderías (...) la perspectiva de casarte con
un hombre sano, alegre y bueno, y de tener hi­
jos guapos y sanos, por los que, si lo piensas, es­
tás sencillamente suspirando...»
Hay una atribución de deseos a Felice, un
implícito «no te lo has pensado bien». Se cons­
truye un «imaginario querer hacer» de Felice,
que no corresponde a la autodefinición que Kaf­
ka da de sí mismo en clave de desprecio:
«...En lugar de esta nada despreciable pérdida
ganarías un hombre enfermo, débil, insociable,
taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda
esperanza, cuya tal vez única virtud consiste en
que te quiere».
La argumentación en contra de la convenien­
cia de esta unión se basa en el contraste y la
enumeración de presuntas virtudes de un «mo­
delo ideal» de hombre enfrentado a un dechado
de defectos que es él mismo.
Muy sutilmente, la argumentación, -para que
sea más convincente-, utiliza la contraposición
de dos «modelos» de hombre opuestos. El 2.º
modelo, él mismo, en vez de estar descrito en la
1: persona, y narrarse a sí mismo como «yo», es
objetivado en 3: persona. Kafka dramatiza así su
«yo narrado», para que el contraste con el otro
modelo sea más objetivado e imparcial:
El-ideal
Yo narrado (Kafka)
sano
enfermo
débil
insociable
alegre
taciturno
triste
rígido
bueno
desesperanzado
una todas las argumentaciones de Felice en tor­
no a la «igualdad»). La contraargumentación de
Kafka, -que destruye esta pretendida «igual­
dad»-, se ha basado nuevamente en la oposi­
ción de valores que caracteriza a su partenaire
frente a él mismo.
Su estrategia disuasiva consiste en que, bajo
la apariencia de preocuparse por Felice, trata de
persuadirla de la «necesidad» de romper la rela­
ción en beneficio de ella. Kafka, en realidad, tra­
ta de decidir por ella, bajo la forma de «consejo»
o «advertencia».
El «no poder amar» a que Kafka quiere obli-
La estrategia seguida por Kafka para disuadir
a Felice, está implícitamente vinculada a un «no
deber querer» de Felice respecto a él. Así, si Fe­
lice «cree querer» es debido a un «no saber» qué
es la verdadera causa de ese amor ficticio que
ella cree sentir:
Error de Felice: «no saber» - «creer querer»
Advertencia de «no debes querer»
Kafka:
«no puedes querer»
El «no poder querer» y el «no deber querer»,
se deslizan así en la argumentación como «obje-
68
Los Cuadernos de Literatura
tos-valor» que el discurso de Kafka pretende im­
buir a su destinataria Felice: para ello, le infor­
ma mediante su «yo objetivado narrado», para
que «sepa». Sólo el saber liberaría a Felice de su
error. El «saber» de Felice es así un «objeto cua­
lificante», imprescindible para alcanzar los «ob­
jetos Valor» instaurados como tal en el discurso
de Kafka: «no poder + no deber querer».
«...En vez de sacrificarte por unos hijos reales,
-lo que encajaría con la naturaleza de una mu­
chacha como tú-, te verías obligada a sacrificarte
por este hombre infantil, pero infantil en el peor
de los sentidos, este hombre que, en el mejor de
los casos, tal vez aprendería de tí a deletrear el
lenguaje humano ...»
Se percibe un artificio retórico nuevamente:
consiste en la objetivación de ambos actantes
del relato. Observemos como la objetivación de
él mismo mediante la atenuación de la distancia
producida por el deíctico «este», le convierte a
él en imagen o cuadro de él mismo, como si él,
desdoblado, se mirara en un espejo. Se produce
así un extraño «efecto de presencia» sustentado
en principio por el deíctico «este», pero, inevita­
blemente, un alejamiento gracias a la objetiva­
ción que implica el hablar de él mismo como de
un objeto alejado de sí mismo: su «yo narrado»
se separa por completo del «narrador».
Este «yo narrado», indefectiblemente inmola­
do, aún interpela directamente al destinatario,
de tal modo que la argumentación desarrollada
en contra de la «igualdad» de ambos interlocu­
tores, se condense en una forma de intimación,
a la que Felice no pueda escapar:
«...No te sentirás igual a un hombre semejan­
te, lverdad, Felice? Tú que eres alegre, llena de
vida, segura de tí misma, tú que gozas de buena
salud...»
Otro de los aspectos básicos del dialogismo,
tanto interpersonal como expresivo en que se
basa la carta, está fundado en un juego de inter­
pretaciones mutuas, en un juego del querer-de­
cir, que no siempre se corresponde con el verda­
dero decir del emisor:
«...Las diferencias entre tus primeras cartas y
las de las últimas semanas sin duda existen, pe­
ro probablemente no son tan importantes como
yo creo, y tienen quizá otro significado que el
que yo creo descubrir...»
«...Acaso no es para que lamente el que no
quieras escribirme «por compasión», sino por
otra razón distinta...»
Este vértigo de la interpretación, -hijo de la
dialogía de la carta-, hace que a veces el «senti­
do» se base en metainterpretaciones, como es el
caso del ejemplo anterior, donde la interpreta­
ción se basa sobre una interpretación primera.
O, a veces, la interpretación del escrito del par­
tenaire se hace en función del contexto de
enunciación donde el otro explicitaba el lugar
de la escritura, lo que viene a hablarnos de la
importancia del contexto enunciativo, del marco
del enunciado, para su posterior evaluación:
«...O sea, que estas líneas, las primeras tras
una pausa de ocho días, tienes que escribirlas en
una situación por lo demás inimaginable, situa­
ción que, por otro lado, significa casi un repro­
che para mí...»
Reproche a una posible «indiferencia» del
destinatario, indiferencia deducida por el «lugar
de la escritura» elegido. La carta posee así lo que
Patrizia Violi señalara como «extensión metoní­
mica», corporeidad de lo escrito que remite al
emisor mismo, y, por ende, a su lugar y a su
tiempo.
La carta posee, además, una autonomía en su
propia materialidad de carta y, por tanto, de ex­
presión escrita, que posee su propia lógica, su
propia expresividad que no siempre se corres­
ponde con un referente sentimental del emisor:
«...Pero si, por mi parte, tengo que luchar
contra cosas como ésas, cosas apenas traduci­
bles a palabras humanas, -y desde hace sema­
nas no queda ni un ápice de mis fuerzas que no
lo emplee en esa lucha...»
Se establecen, en definitiva, dos niveles semejan69
Los Cuadernos de Literatura
tes a los que encontramos en la misma expresión
lingüística (nivel profundo y nivel superficial):
«...Ahora bien, yo quería decirte algo cariño­
so, en lo más hondo de mi ser no hay otra cosa
para tí que no sea amor, pero lo que siempre sa­
le es amargura...»
«...Por no sé qué azar la nota sobre Lowy está
aquí delante de mí y ahí la tienes...»
El espacio y el tiempo enunciativos se cons­
truyen a partir del «aquí» y «ahora» del enuncia­
dor, mientras que al enunciatario se le otorga el
«ahí» anafórico que lo remite al lugar anterior­
mente marcado en el texto, y que en definitiva
supone un desplazamiento del destinatario al lu­
gar mismo de la enunciación (Además de antici­
par el futuro, que es el acto de recepción, en un
presente, como si el acto de recibir-ver fuera si­
multáneo al dar-enseñar).
La ilusión de presencia cara a cara, se obtiene
también mediante la forma de diálogo que se es­
tablece en la carta a través del uso del procedi­
miento de la cita, bien en estilo directo (entre­
comillado y cita literal), o bien en estilo indirec­
to. Es decir, tal que en un diálogo hablado, se
retoman las palabras del destinatario, introdu­
ciéndolas en el propio discurso, interpretándolas
la mayoría de las veces desde la incredulidad o
la ironía:
«lQue estoy más avanzado que tú en todo?»
(...) Me doy a mí mismo la impresión de que no
hubiera vivido nada, de que no hubiera aprendi­
do nada...»
Sin embargo, a veces ocurre que la explicita­
ción del tiempo de la escritura da lugar a un
efecto contrario: se rompe esa «unidad ficticia»
del pasado que el receptor cree recibir. Este es
el caso de la explicitación de los «décalages
enunciativos», donde el tiempo fragmentado de la
escritura se convierte en motivo de la narración:
« ... Hace algunos días me detuve en este pasa­
je y desde entonces no había continuado...»
Esta ilusión de realidad «dialógica» resulta fa­
llida, no obstante: impotencia de Kafka ante el
silencio de Felice o bien, simplemente, Kafka
descubre que él es su verdadero interlocutor,
que el interlocutor no le escucha. Ante el sor­
prendido: «Pero..., la quién estoy hablando?...»,
Kafka descubre la verdadera soledad de la escri­
tura, la imposibilidad de comunicación que pro­
voca su frustración ante el deseo y la realidad
que se escapa:
«...Pues, lcómo iba a poder conseguir algo
con mis deseos, cuando no puedo hacerlo con
mis actos...?»
Ahora bien; como último resquicio o esperan­
za, este Kafka inseguro y contradictorio, deja lu­
gar al «amor», una especie de fe irracional por
parte de Felice. Esta «fe» que él llama «contabi­
lidad interna» es el último resquicio, la última
posibilidad de «ser amado» que parece, implíci­
tamente, demandar de Felice:
«...Ahora es a tí a quien toca hablar, Felice
(...) Respecto a la contabilidad externa, está lo
bastante clara, te prohíbo un «sí» de la �
manera más estricta. O sea que no que- •�
da sino la contabilidad interna...»
�
EFECTOS DE REALIDAD
Son abundantes en este epistolario amoroso
de Kafka, los enunciados reflexivos, enunciados
sobre las propiedades del contexto enunciativo,
tanto en su contextualización espacio-temporal,
como en la situación anímica y expresiva en que
se va a desarrollar el escrito.
A veces, esta explicitación de las circunstan­
cias enunciativas, es decir, el enunciado reflexi­
vo, supone por sí mismo un «relato en directo»,
es decir, una coincidencia en el tiempo de la es­
critura del tiempo de la narración:
«...Y mientras reflexiono sobre esto no dejan
de darme también vueltas en la cabeza sin parar
los pensamientos acerca de la carta a tu padre...»
Es decir, ilusión de instantaneidad cara al des­
tinatario de la carta, que de tal manera cree par­
ticipar no ya sólo del «acto narrativo», sino de
las condiciones mismas que determinan tal acto:
pensamientos y reflexiones que acompañan al acto
dé escribir y que, al ser explicitados, producen el
efecto de «entrega» total al que recibe la carta.
La ilusión de instantaneidad, de presencia ca­
ra al enunciatario, se construye también me­
diante el uso de deícticos y el uso de tiempos
verbales correspondientes al mundo del «co­
mentario» o «discurso».
Así, en el ejemplo próximo, se observa como
la forma del presente junto con el deíctico
«aquí», además del uso de una forma de intima­
ción en imperativo y con apelación al nivel sen­
sible del destinatario, crean una ilusión de pre­
sencia de los dos interlocutores ante un hecho
compartido mediante el simulacro de la escritura:
«... Fíjate, Felice, lo triste que es esto»...
«...Y ahora, mi amor»
Ilusión de compartir un presente imposible
en el acto de la recepción: este presente no será
más que un pasado. Asimismo, es posible reali­
zar la operación inversa: localizar el pasado de
una carta del «otro» en un presente actualizado
en la instantaneidad del que ahora emite:
«...El lunes me dijiste que a partir de ahora
quieres volver a escribirme todos los días...»
(Donde el pasado desde el cual escribía el par­
tenaire, es traspuesto al presente «ahora» del
emisor de la carta).
La ilusión de instantaneidad respecto al desti­
natario, este «efecto de realidad» del que habla­
ra Barthes, no se limita a la ilusión de compartir
un tiempo común, sino también un espacio-ob­
jeto, como si el acto de la recepción fuera ins­
tantáneo al de la emisión o se tratara de un diá­
logo cara a cara donde se comparte un espacio
común:
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