Beatriz Preciado: Manifiesto contra-sexual ¿Es posible ser dandi y queer?1 Javier Ugarte Pérez2 1- ¿Constituye el Manifiesto un ensayo dandi? [121] Si uno consulta la definición de «dandi» en la versión española (castellana) de Wikipedia encuentra que en los dos primeros párrafos de la enciclopedia se recogen las siguientes características sobre los dandis: 1º) Persona refinada con grandes conocimientos de moda. 2º) Procedencia burguesa (aunque rechazan su clase social). 3º) Fuerte personalidad y poseedora de nuevos valores. 4º) Uso de los avances traídos por la Revolución Industrial. 5º) Residencia en Londres o en París, desde donde expanden sus valores y costumbres3. [122] Cualquiera que haya leído las obras de Beatriz Preciado sabe que esta cumple el primer requisito con solo añadir el adjetivo «intelectual» al sustantivo «moda», puesto que resulta indiscutible su dominio de las fuentes intelectuales dominantes en el cambio de siglo (periodo en el que redactó su ensayo). En parte, esto se debe al hecho de residir en la capital francesa aunque viajando con frecuencia a la costa noreste de Estados Unidos, que es otra zona de relevancia para todo tipo de modas. Por añadidura, la filósofa española se convirtió en varón, de nombre Paul B. Preciado, hace aproximadamente una década, lo que recalcaría su opción por el dandismo. El motivo de su cambio de sexo radica en que a las mujeres siempre les ha costado mucho desempeñar tal papel: así y frente a innumerables seguidores de Lord Byron, Beau Brummel y Charles Baudelaire, entre otros, apenas se encuentra la excepción de la parisina George Sand, quien pese a ser mujer se mostró en ocasiones como varón. No obstante, la clase social de la filósofa española (punto 2º) no resulta pertinente en un análisis de la obra; sencillamente se corrobora (o no) su estatus según el conocimiento de datos aportados por ella misma o por otras fuentes de información. 1 En la actualidad Beatriz Preciado es Paul B. Preciado; sin embargo como firma su texto como Beatriz se la denominará en femenino a lo largo del artículo. 2 El presente texto se publicó en Rodríguez de Fonseca, Javier (2018): Derrotas y derivas (Cruce, Arte y Pensamiento Contemporáneos, Madrid, pp. 121-143). Se pondrá en negrita entre corchetes el número de página de la edición. 3 Consulta realizada el 13 de noviembre de 2017. Se ha buscado información en numerosos diccionarios, enciclopedias y diccionarios enciclopédicos pero o bien el término «dandi» no aparece (menos aún «dandismo») o se limita a un significado elemental como «Hombre que se distingue por su elegancia y buenos modales» (DRAE). Lo mismo sucede en Oxford English Dictionnary, que en su segunda edición informa de que el término, de origen desconocido, estaba de moda en Londres a principios del siglo XIX para definir lo exquisito o magnífico: «[…] about 1813-1819 in vogue in London, for the <exquisite> or <swell> of the period» (1989, Vol. IV: 238). Algunas enciclopedias remiten el significado de «dandi» a la vida y obra del más representativo de todos ellos, Beau Brummel, pero eso limita mucho el significado del término. Por ello se ha trabajado a partir de la definición aportada por Wikipedia. 1 Además, los datos biográficos solo resultan pertinentes si la autora cumple el resto de los requisitos para ser calificada de dandi; de lo contrario resultan anecdóticos. En tal línea queda claro que Preciado se mueve con soltura en las culturas e [123] instituciones académicas de Francia y Estados Unidos, así como en sus respectivas lenguas; el hecho muestra que dispone de capacidad y recursos para aprovechar la globalización. Son los puntos 3º (en relación con los nuevos valores) y 4º los que merecen un análisis detenido. Se abren entonces cuatro posibilidades a la hora de valorar el Manifiesto: que sus propuestas expresen un dandismo que además sea queer, que no muestre ninguna de ambas cosas o que la obra corrobore una posibilidad y la negación de la otra (dandi pero no queer o a la inversa). En el mes de mayo de 2013, quienes nos reunimos en el espacio CRUCE reflexionamos sobre los dos primeros apartados del Manifiesto contra-sexual (2002) titulados «¿Qué es la contra-sexualidad?» (pp. 17-28) y «Principios de la sociedad contra-sexual» (pp. 29-36)4. Cuando se debatieron los apartados, la posición de quien escribe estas páginas fue favorable a sus propuestas, en base al hecho de que merece respaldo cuestionar lo obvio y la heterosexualidad resulta tan omnipresente que debe aplaudirse cualquier intento de problematizarla. Sin embargo, también caben otros análisis, aun manteniendo la apertura inicial al ensayo. Así, la autora repite un error muy frecuente que es necesario corregir de una vez por todas, aunque ella no sea la responsable de su ubicuidad: se trata de considerar que a mediados del siglo XIX la heterosexualidad era la norma y contra ella se levantaba la homosexualidad. Como el investigador estadounidense Jonathan Katz ha demostrado, tanto la heterosexualidad como la homosexualidad se desviaban de la pareja fecunda que predominaba en la segunda mitad del siglo XIX. Así, se denominaba «heterosexuales» a los matrimonios de escasa fecundidad que parecían despreocuparse del futuro de sus compatriotas en una sociedad que demandaba un [124] fuerte crecimiento demográfico. La razón de esto último radicaba en una decidida expansión colonial que iba de la mano del intenso crecimiento industrial; ambos hechos fueron característicos del periodo victoriano (2007: 21-22)5. Por lo tanto ser calificado de «heterosexual» también constituía una crítica. Aclarado esto se analiza ahora el contenido del Manifiesto contra-sexual. En este ensayo se encuentran enunciados claros como «Todos los trabajadores y trabajadoras sexuales tendrán derecho al trabajo libre e igualitario, sin coacción ni explotación, y deberán beneficiarse de todos los privilegios legales, médicos y económicos de cualquier asalariado del mismo territorio» (2002: 36). Tal posición constituye una meritoria defensa del trabajo sexual que diferencia a Preciado de otr@s teóric@s que, en su afán por erradicar una instrumentalización femenina que consideran indisociable de la prostitución y la pornografía, acabaron defendiendo una agenda política de tintes conservadores. En particular, a las feministas asentadas en la academia les sucede lo que a sus (bis)abuelas sufragistas: casi siempre olvidan las dificultades de las mujeres de clase humilde (esas que limpian los hogares de las académicas) para sobrevivir. Lo que con otras palabras expresa que la agenda feminista para mujeres de clase media y alta suele dejar indiferentes a las humildes. Por ello, Preciado sin duda 4 El Manifiesto contra-sexual se citará por la primera versión de la obra en castellano a cargo de la editorial Ópera Prima (Madrid, 2002). Para escribir el presente artículo se ha trabajado el conjunto del texto y no solo los apartados mencionados. Es de destacar que la obra apareció primero en francés en el año 2000, aunque a partir de una primera versión en inglés no publicada. 5 Katz, Jonathan N. (2007): The invention of Heterosexuality. Chicago y Londres, University of Chicago Press (primera edición de 1995). 2 comulgaría con la frase que pusieron de moda las feministas que rechazaron los cantos de sirena del conservadurismo: «Si no te gusta la pornografía que ves entonces filma tu propia pornografía». Tal posición abrió la puerta al movimiento posporno. De su teoría se deduce que la filósofa española, además de apoyar la legalización de la prostitución y la libertad para filmar pornografía, también se posicionará a favor de otra práctica que levanta ampollas en los últimos tiempos: la gestación subrogada. Sin embargo, a la afirmación anterior del Manifiesto le sigue inmediatamente esta otra: «La contra-sexualidad busca generar [125] una contra-producción de placer y de saber en el marco de un sistema de contra-economía contra-sexual». Resulta difícil ver la conexión entre el enunciado anterior y el presente pero, sobre todo, cuesta desentrañar el significado del que se acaba de citar. Si, por mor de la compresión, se elimina la preposición (o prefijo) «contra» entonces la oración queda así: «La sexualidad busca generar una producción de placer y de saber en el marco de un sistema de economía sexual». La afirmación suena ahora un tanto plana puesto que, en efecto, la sexualidad genera placer sexual en las personas o, como prefiere decir la autora, «en los cuerpos parlantes». Si ahora se vuelve al enunciado original se conserva la planicie envuelta en retórica, aunque se formule desde una posición crítica respecto a la sexualidad hegemónica; el problema radica en que el uso de retórica genera en el lector la falsa impresión de que se encuentra ante un enunciado profundo. Tampoco resultan fáciles de asimilar algunas afirmaciones que salpican el texto sin explicación o argumentación; por ejemplo la siguiente: «Es posible también generalizar la noción de “dildo” para reinterpretar la historia de la filosofía y de la producción artística. Por ejemplo, la escritura, tal y como ha sido descrita por Jacques Derrida, no sería sino el dildo de la metafísica de la presencia» (2002: 41-42). Los ejemplos vienen al caso porque uno de los problemas que se encuentran en el ensayo de Preciado es que los enunciados a veces van envueltos en retórica, pero también se hacen afirmaciones sin sustento que pueden confundir al lector; ahora bien, nadie ha dicho que resulte fácil elucidar textos posestructuralistas. En todo caso, no debe sorprender que su obra abunde en retórica porque la filosofía francesa, desde la segunda mitad del siglo XX, se encuentra lastrada por ese defecto (con la posible salvedad de las obras de Michel Foucault). Preciado parte de la diferencia establecida por Gayle Rubin entre sexo y género (2002: 19, n. 3). Como Rubin, lo hace para sostener que el género ha cubierto al sexo de valores de dominación. Aunque en el momento de su formulación la tesis de Rubin resultaba chocante, incluso para quienes defendían una política [126] progresista, lo cierto es que ahora resulta generalmente aceptada. Así, no es que un humano se vista de varón y actúe en consecuencia con un papel que la sociedad prestigia porque tenga pene sino que una organización patriarcal necesita varones que perpetúen la dominación; por ese motivo convierte en tales a quienes nacen con pene aunque, en principio, podría aceptar que hubiese varones que carecieran de él. Por lo tanto, en primer lugar se encuentran ciertas relaciones de poder y luego una fisiología que muestra y expresa tales rasgos mediante la fuerza física y una ocasional violencia sexual. No todo el mundo está de acuerdo con la tesis de Rubin, pero se trata de algo a considerar porque quizás en tiempos prehistóricos no existieron grandes diferencias de poder ni de aspecto entre varones y mujeres. De hecho se encuentran menos variaciones por sexo/género en los grupos que todavía permanecen aislados en selvas o montañas que en las democracias occidentales; hasta el punto sucede esto que algunas culturas 3 aceptan géneros intermedios entre el masculino y el femenino, caso de los berdaches norteamericanos, los hijras de India y los xaniths de Omán (entre otros). Por lo tanto, ser mujer es algo añadido al hecho de nacer hembra de la especie humana como señaló Simone de Beauvoir en El segundo sexo y lo mismo cabe decir respecto a los machos que se convierten en varones. En tal línea, Preciado afirma: «La identidad sexual no es la expresión instintiva de la verdad prediscursiva de la carne, sino un efecto de re-inscripción de las prácticas de género en el cuerpo» (2002: 25). La filósofa española realiza una inversión parecida a la de Rubin cuando convierte a los penes en dildos, a los que define como «cinturón polla o polla de plástico» (2002: 18, n. 2). Sin embargo sostiene que los dildos no hacen la función de penes de carne, a falta de uno o con preferencia a uno, sino que, a continuación de la cita anterior, la autora afirma que «una polla es un dildo de carne». Por ello, la apuesta de Preciado es más arriesgada que la de Rubin, puesto que mantiene que el pene es un dildo imperfecto. Su afirmación conlleva la defensa de un constructivismo [127] de los roles sociales que extrema las posiciones de Michel Foucault y Jacques Derrida, aunque la filósofa española niegue ser constructivista. Uno de los problemas que derivan de las afirmaciones de Preciado es que, en tiempos donde quizás hubiera más igualdad entre seres humanos pero la cultura técnica apenas estaba desarrollada, no existían dildos, pero sin duda había penes; sin embargo, no queda claro en qué momento aparecieron los dildos. Por otros planteamientos a lo largo del Manifiesto parece que la autora sitúa la frontera en la segunda mitad del siglo XIX o quizás a mediados de la pasada centuria. Preciado también sostiene que «el dildo no funciona como habría de esperarse si fuera un simple consolador». El motivo radica en que el consolador o vibrador es un aparato pensado para satisfacer a mujeres heterosexuales que son víctimas del patriarcado; en cambio, el dildo sería un suplemento reapropiado por parte de varones, mujeres e intersexuales que lo utilizan como objeto de liberación y negociación. A ello se suman los implantes prostéticos o no se estaría hablando de tecnologías de vanguardia y contra-sexualidad (2002: 94). Más adelante, la filósofa caracteriza al dildo como «un espectro viviente» (2002: 117). Ahora bien, cuesta encontrar la diferencia entre los consoladores de cuero que se elaboraban en la Antigüedad grecorromana (olisbos), tal y como aparecen representados en numerosas vasijas, y los dildos de silicona que se fabrican en la actualidad. La dificultad para diferenciarlos se basa en que consoladores y dildos tienen tamaños y formas similares y son suplementos técnicos en lugar de tecnológicos, dado que su elaboración no requiere conocimientos científicos; al menos la diferencia de materiales con los que se elaboran no parece una divergencia abismal entre ambos. El problema para la contra-sexualidad es que el dildo se parece demasiado al consolador para convencer de que configura una novedad radical producida por la tecnología que todo el mundo debería utilizar como medio de empoderamiento. Y aquí enraíza otro de los problemas del Manifiesto: la confusión entre técnica que en su origen significa «arte» de donde [128] viene «artesanía» y tecnología, que es la aplicación de las ciencias a la producción de bienes y transformación del medio. La aparición de técnicas como agricultura, alfarería, metalurgia o carpintería se pierde en la noche de los tiempos y quizás coincida con el inicio del patriarcado, aunque no del capitalismo porque este surgió con el mercantilismo del siglo XV, basado en el comercio oceánico. Sin embargo, la tecnología nace de la aplicación de las ciencias naturales a la producción, lo que sucede a finales del siglo XVIII e inaugura el 4 capitalismo de base tecnológica que marca el presente6. Ahora bien, no hay por qué pensar que los necesitados van a aprovechar tales innovaciones. La dificultad para confiar en ello se basa, por una parte, en que las tecnologías de vanguardia constituyen instrumentos de control social y enriquecimiento de los que muchos poderosos no querrán desembarazarse: ¿acaso son accesibles los algoritmos de funcionamiento de Microsoft y de Google o se conoce lo que hace Facebook con los datos de sus usuarios? Por otra parte, los artefactos tecnológicos resultan caros, lo que los vuelve inaccesibles para personas de escaso poder adquisitivo. Por el lado práctico, no se deben infravalorar los riesgos que conlleva la opción de cambiar de sexo, pese a que Preciado declare que si tal posibilidad no ha sido previamente elegida por cada persona entonces debe de ser acometida y realizada por el Estado (2002: 33). Se supone que uno de los objetivos de tan costosa medida es que los ciudadanos comprendan la futilidad de su actual género. Para ello, una mujer que se convierta en varón debe realizar liposucciones, alargamientos del clítoris/pene, reducción [129] del tamaño de los pechos, eliminación de costillas e implantes de silicona, entre otras operaciones. Naturalmente estas actuaciones suelen conllevar la aplicación de anestesia total, con los riesgos asociados a la medida. Tras la primera operación, la persona debe hormonarse continuamente para reforzar su nueva apariencia, lo que conlleva peligros añadidos. Sin embargo, la asimilación de estrógenos por parte de quienes se transforman en varones aumenta la probabilidad de adolecer diversos tipos de cáncer, mientras la toma de andrógenos por quienes se transforman en mujeres incrementa las posibilidades de sufrir ictus e infartos; por lo tanto se trata de pasos que deben ser cuidadosamente meditados, deben acompañarse médicamente y requieren fármacos que anulen parte de los efectos secundarios que conllevan los tratamientos hormonales. En todo caso, al posicionarse a favor de los avances tecnológicos y quirúrgicos, la autora muestra que cumple la 4ª característica de los dandis: recepción favorable de la Revolución Industrial. Beatriz Preciado se inscribe claramente en la línea foucaultiana cuando afirma «“La historia de la humanidad” saldría beneficiada al rebautizarse como “historia de las tecnologías”, siendo el sexo y el género aparatos inscritos en un sistema tecnológico complejo» (2002: 20). Como señaló Foucault, la sexualidad es un dispositivo que surge en el siglo XVIII y reúne conocimientos proporcionados por la psiquiatría y la medicina reproductiva (entre otros saberes y tecnologías); a ello se suman poderes como las leyes que determinan la edad de consentimiento sexual, el tipo de matrimonio y la filiación (entre otros). El conjunto conformaría lo que Foucault denominó «biopolítica». Preciado también sigue a Derrida al considerar el cuerpo como un texto que se construye/escribe a lo largo del tiempo y donde cada sociedad deja sus marcas. Desde luego, como defiende Donna Haraway (citada en el Manifiesto con aprobación), la tecnología cambiará cada vez más a unos seres humanos concebidos como ciborgs; esto es, como simbiontes que se forman al sintetizar lo recibido en herencia biológica de los 6 Se podría distinguir entre ciencia básica, ciencia aplicada, creación de prototipos tecnológicos y desarrollo de los mismos de cara al mercado. Sin embargo para el presente análisis es suficiente definir las ciencias como saberes que buscan conocer el medio y las tecnologías como saberes y prácticas que utilizan los conocimientos científicos con el fin de aprovecharse del medio, bien en el sentido de prevenir daños a la colectividad (terremotos, huracanes, epidemias) o en el de incrementar los beneficios económicos. 5 progenitores y lo añadido a lo largo de la vida (implantes, suplementos), [130] tanto gracias a los avances en cirugía como a la invención de nuevos materiales7. En tal contexto, también merece la pena mencionar la influencia en el Manifiesto contra-sexual de la obra Friedrich Nietzsche, en la apuesta del pensador alemán por la voluntad de poder, puesto que la tecnología puede interpretarse fácilmente como muestra de tal voluntad; prueba de ello es que el mismo Foucault ha sido el más reputado nietzscheano del siglo pasado. Que Nietzsche constituye un referente necesario para entender la obra de Preciado también se muestra en que el Manifiesto es un libro de aforismos y estos eran la forma preferida en que el filólogo alemán expresaba sus ideas. Así, la estela de pensadores de quienes la filósofa española se muestra seguidora, bien porque los cita o bien porque los sigue sin mencionarlos, serían los siguientes: Nietzsche, Foucault y Derrida, sin olvidar a Jacques Lacan, Gilles Deleuze (con su apuesta por las máquinas deseantes y los cuerpos sin órganos) y Jean-François Lyotard (con su definición de la posmodernidad). A estos se añade la influencia de intelectuales feministas de intereses variados como Rubin, Haraway, Judith Butler (también derridiana) y Monique Wittig. Lo que, dicho con otras palabras, expresa que el centro del pensamiento de Preciado es de origen francés (al que se suma Nietzsche) mientras que en su periferia recibe influencias de la academia estadounidense; tal síntesis es algo típico del posestructuralismo y, en buena medida, también de la postmodernidad. No obstante, la filósofa española trabaja en un tiempo donde ambas corrientes comienzan a reducir su influencia cultural y son reemplazadas por una nueva escuela el realismo especulativo y por un resurgimiento del marxismo. El motivo se debe a que el posestructuralismo y la posmodernidad tienen débiles bases ontológicas, lo que les [131] ha hecho perder relevancia frente al realismo especulativo. Paralelamente, el marxismo cobra nueva fuerza debido a que las corrientes que influyen en Preciado ofrecen soluciones estéticas e individuales al problema de una desigualdad en los ingresos que aumenta sin cesar en todos los países occidentales. Precisamente el pensamiento queer también denominado cuir o kuir por alguno de sus integrantes apareció, en parte, para reivindicar las experiencias de innumerables personas que son víctimas de la globalización, bien porque se encuentran desempleadas o porque sus ingresos laborales son muy reducidos, lo que les sitúa bajo el umbral de la pobreza, pese a desempeñar una ocupación. El primer artículo de los «Principios de la sociedad contra-sexual» afirma: «Los códigos de la masculinidad y de la feminidad se convierten en registros abiertos a disposición de los cuerpos parlantes en el marco de contratos consensuados temporales». En efecto, no se comprenden las razones por las que se debe elegir en múltiples impresos entre la casilla «varón» y «mujer» ni el motivo por el cual esa información debe figurar en documentos oficiales como el DNI. Por añadidura, el hecho de que actualmente sea posible el matrimonio entre dos personas del mismo sexo/género reduce la importancia del asunto: los libros de familia españoles, cuando recogen la realización de un matrimonio, ya no ponen «marido» y «mujer»; a partir de la aprobación del matrimonio igualitario en 2005, en lugar de los términos tradicionales aparecer las expresiones «contrayente A» y «contrayente B», lo que constituye un 7 Véase el «Manifiesto para ciborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX» en Haraway, Donna J. (1995): Ciencia, ciborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid, Ediciones Cátedra-Universidad de Valencia, pp. 251-311. 6 avance. En tal sentido el hecho de que Beatriz Preciado haya realizado un cambio de género para convertirse en Paul B. Preciado es una muestra de coherencia entre lo que postula y lo que lleva a cabo. Salvada esta aclaración por parte de la autora se acumulan dificultades para analizar el Manifiesto. Estas no solo radican en sus enunciados oscuros o retóricos, sino también en la presencia de otros que se contradicen. Así, el artículo 3 de los «Principios de la sociedad contra-sexual» postula «la abolición del contrato matrimonial y de todos sus sucedáneos liberales […] que perpetúan [132] la naturalización de los roles sexuales. Ningún contrato sexual podrá tener como testigo al Estado» (2002: 30). Sin embargo, en el artículo 5, Preciado sostiene que «Toda relación contra-sexual será el resultado de un contrato consensual firmado por todos los participantes. Las relaciones sexuales sin contrato serán consideradas violaciones» (2002: 31). Resulta difícil combinar ambas afirmaciones puesto que la primera exige la abolición de los contratos y la segunda los exige o, de no mediar acuerdo escrito, se podrá acusar de violación a alguno de los intervinientes. Lo que es más: cuesta comprender cómo se puede firmar un contrato sin un Estado que lo respalde; el motivo de duda es que, sin una legislación que castigue el quebrantamiento de las cláusulas de un acuerdo, se podrá hablar de una declaración de intenciones pero difícilmente de contrato. O, dicho con otras palabras, la expresión «contrato privado» es un oxímoron. Paralelamente, en el artículo 4 del mismo apartado, la autora sostiene que se debe parodiar al orgasmo mediante actos de simulación y repeticiones de efectos asociados al placer. Es de suponer que el motivo de parodia radica en que el orgasmo constituye un elemento demasiado potente como para desecharlo o soslayarlo, tanto por la liberación en el cerebro de sustancias químicas productoras de placer como por la satisfacción emocional que conlleva. Si muchas personas creyeran que ya no iban a experimentar más clímax en lo que les queda de vida sin duda se rebelarían contra la idea; en consecuencia buscarían la manera de perpetuar su disfrute. Sin embargo, el orgasmo es un residuo de la naturaleza que la cultura aún no ha conquistado y de ahí que la contra-sexualidad considere un peligro su perpetuación. Es decir, la cultura y la economía dirigen los estímulos visuales mientras fabrican ciertos instrumentos para facilitar el orgasmo, como los mismos dildos; pese a ello, y por el momento, se muestran incapaces de disminuir la descarga de placer que acompaña al clímax. Por todo lo anterior, a la pregunta que iniciaba el apartado se puede responder que, en efecto, el Manifiesto contra-sexual es un manual (o manifiesto) dandi; lo es porque propone vías novedosas para modificar [133] la existencia de los cuerpos parlantes, siempre que estos posean recursos (tecnológicos, culturales) con los que llevar a buen fin tales propuestas. Los dandis se rebelan contra los valores burgueses, pero no aventuran reformas sociales que afecten a la distribución de la riqueza. 2- ¿Expone el Manifiesto una doctrina queer? Del apartado anterior se deduce que la contra-sexualidad combate a fondo tanto los penes como los orgasmos «naturales», si es que por un instante puede hablarse de naturaleza en este contexto. En tal línea, Preciado trae a colación el hecho de que a finales del siglo XIX se inició la costumbre de atar a los masturbadores a sus camas para evitar que durante la noche dieran rienda suelta a su satisfacción; sin embargo, esa práctica se ha integrado en la cultura erótica del presente, tanto entre heterosexuales como entre homosexuales. Así, lo que nació como técnica represiva se convirtió en 7 medio de resistencia al sometimiento y, además, vía para incrementar el propio placer, al menos si se establece de común acuerdo entre los participantes. Una contrasexualidad debería hacer lo mismo con respecto a la sexualidad: transformar a unos penes demasiado naturales y a consoladores excesivamente patriarcales en unos dildos que liberaran de tradiciones castrantes. Tal posición parece basarse en la creencia de que con suficiente concienciación (contra-sexual) es posible transformar los modos de vida: he aquí una muestra de pensamiento posmoderno de base nietzscheana. Pese a todo lo que se ha visto, en ninguna parte del Manifiesto contra-sexual su autora se reivindica como dandi; sin embargo, su adscripción a lo queer resulta frecuente. Se trata de una vinculación que señala la presentadora del volumen, MarieHélène Bourcier, y que asume la misma Preciado para quien «La contra-sexualidad, sacando partido de las enseñanzas de Donna Haraway [134], apela a una queerización urgente de la naturaleza» (2002: 33). En la misma línea, la filósofa española sostiene que su proyecto «prefigura una cierta forma de materialismo o empirismo radical queer» (2002: 76). Y al final de su libro, en uno de los Anexos, reivindica a la lesbiana butch, de aspecto rudo y masculino, a quien en España se denomina «bollera» o «tortillera» (por su parte, al varón afeminado se le denomina «marica»). Preciado se declara su admiradora debido a que se encuentra «Triplemente oprimida, a causa de su clase, de su género y de su deseo sexual, la butch está más cerca de la objetivación de las máquinas que de la supuesta objetividad de los seres humanos. Es proletaria y guerrillera» (2002: 164-165). No cabe duda de la clase social a la que pertenece una de las identidades que configuran lo queer las butch/bolleras y tampoco resulta discutible que estas merecen admiración por su temple (también para quien escribe estas líneas); como se verá, las demás identidades que conforman lo queer se adscriben igualmente a la clase obrera. Ahora bien, ¿qué es lo queer? He aquí una primera respuesta: «El activismo queer surge a finales de los años ochenta en el seno de las comunidades de lesbianas chicanas de California o las lesbianas negras, que se rebelan contra su “extranjería” no sólo de la cultura dominante sino del propio movimiento de gays [gais] blancos y de clase media que decía representarlas» (Trujillo, 2005: 29-30)8. Por lo tanto, lo queer eclosiona desde los márgenes sociales contra un malestar doble. Por un lado se encontraba la discriminación que sufrían los homosexuales que comenzaron a autodenominarse «queers» dentro de la mayoría heterosexual; por otro lado estaba la marginación que sentían los queers por ser de clase baja en un movimiento LGBT esto es: constituido por lesbianas, gais, bisexuales y transexuales que está dominado [135] en gran parte por homosexuales blancos (sobre todo varones) con estudios medios y superiores e ingresos saneados. Así, el componente de clase queda muy marcado en la distinción de las identidades homosexuales: gais, lesbianas, bisexuales y en parte transexuales se integran dentro de la clase media, mientras que maricas, bolleras, seropositivos y travestis (entre otros queers) sobreviven con trabajos temporales y salarios reducidos; obviamente su precaria situación laboral conlleva que cuando se jubilan reciban pequeñas pensiones. En tal línea se entiende que lesbianas y gais hayan reivindicado el derecho al matrimonio porque tenían que salvaguardar herencias y pensiones por medio de una 8 Trujillo Barbadillo, Gracia (2005): «Desde los márgenes. Prácticas y representaciones de los grupos queer en el Estado español» en Grupo de Trabajo Queer, (ed.): El eje del mal es heterosexual. Figuraciones, movimientos y prácticas feministas queer. Madrid, Traficantes de sueños, pp. 29-44. 8 legislación que ampliara su radio de acción para incluirles también a ellos. Sin embargo, los queers se han desentendido un tanto de reclamar derechos que los integren mejor en la sociedad porque carecían de recursos que conservar; además, su visión política les lleva a rebelarse contra los valores mayoritarios desde varios frentes. Paralelamente, los queers consideran que las identidades sólidas lastran la vida de las personas. No es que renieguen de las identidades como tales ya que la bollera y el marica asumen una identidad sino que discuten la presencia de un correlato biológico que las vuelve inmodificables; de ahí la apuesta de Butler por la performatividad del género y su consideración de que las drag queens y, por lo tanto, también de los menos conocidos drag kings realizan una tarea política cuando (de)muestran la facilidad para cambiar de apariencia y actitudes. Al disociar el sexo de su representación pública como varones o mujeres, drag queens y drag kings revelan que la biología no constituye el sustrato de los roles sino que estos son conformados por cada cultura (o sociedad). Para los queers, no existe el gen de la homosexualidad ni estructuras cerebrales que predispongan a copular con personas del mismo sexo/género; tampoco creen que una experiencia infantil determine la búsqueda del placer durante el resto de la existencia. Los queers quieren disfrutar de sus cuerpos con los recursos que tienen a mano en cada momento y, como estos varían con el tiempo, [136] en principio también podrían modificar sus identidades. No obstante, Preciado se distancia de su admirada Butler cuando afirma: «Butler, al haber acentuado la posibilidad de cruzar los límites de los géneros por medio de performances de género, habría ignorado los procesos corporales y especialmente las transformaciones que suceden en los cuerpos transgénero y transexuales» (2002: 75). Esto es, para la filósofa española no se puede pensar que la mayoría de transgéneros y transexuales cambien de aspecto para actuar sobre el escenario de un teatro, para trabajar en una discoteca de relaciones públicas ni con el fin de ganar un concurso televisivo. Por el contrario, su apuesta conlleva transformaciones vitales de gran alcance; de ahí procede la necesidad de contarse y presentarse a sí mismos, aunque no dominen el lenguaje académico ni hayan defendido una tesis doctoral. Para comprender la ambigua posición queer sobre la identidad conviene retrotraerse a la crisis del sida que apareció en la década de 1980 y se prolongó durante la década siguiente. En esos años había autoridades que afirmaban que el sida era una enfermedad que solo afectaba a los gais (de donde nació la expresión «cáncer rosa»), por lo que la mayoría de las personas podían considerarse a salvo. Sin embargo, la falsedad de tal afirmación se evidencia en que la zona del planeta más afectada por la enfermedad no es Norteamérica ni Europa sino el África subsahariana; por añadidura, allí el VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana), causante del sida, se transmite fundamentalmente por contacto heterosexual. Pese a tratarse de un hecho ya conocido entonces, la identificación de la enfermedad con los gais fue alentada por los muy conservadores gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Reino Unido; en comparación con ellos, la homofobia era menos acusada en la Europa continental, lo que también explica el menor arraigo de lo queer a este lado del Canal de La Mancha. La insistencia en que los homosexuales eran un «grupo de riesgo» otra infame expresión de la época provocó una enorme rabia entre enfermos de sida, pero también soliviantó a seropositivos [137] que aún no habían desarrollado la enfermedad, así como a quienes no eran seropositivos, aunque se sentían igualmente discriminados. Los gais combatieron tal falacia aportando pruebas de que el VIH se contagia cuando se 9 descuidan las medidas de prevención, lo que no guarda relación con las preferencias sexuales. Por su parte, los queers multiplicaron las identidades para mostrar que el virus causante del sida podía infectar a cualquiera; además gritaron con rabia sus convicciones en las calles y ante los ministerios de sanidad, puesto que ninguna institución de prestigio les abrió la puerta de su despacho para escuchar sus preocupaciones. Resultó un hecho lamentable que quienes luchaban contra la extensión del VIH en los primeros años de su aparición no encontraran respaldo entre los poderes públicos y que, además, estos se despreocuparan de la suerte de los enfermos. No obstante, a mediados de la década de 1990 se reconoció la falsedad de la expresión «grupos de riesgo» porque, en efecto, cualquiera puede infectarse. Paralelamente, los gobiernos aprobaron medidas de prevención para obstaculizar la propagación del virus y apoyaron a los enfermos. Una vez conseguidos esos objetivos, los queers comenzaron a considerar que las identidades constituían un lastre que impedía la evolución personal. Por ello, uno de los mayores teóricos queer españoles señala lo siguiente: «La teoría y las instituciones se llevan mal con lo queer. Es más, casi diría que todo castellanoparlante que pronuncie esta palabra “queer”, así, en inglés, o que se tropiece con ella en cualquier situación, probablemente no será nada queer, ya que para que el encuentro con este término ocurra se tiene que haber accedido ya, aunque sea mínimamente, a un contexto no marginal» (Vidarte, 2005: 78)9. La base de tal afirmación se basa, como se ha mostrado [138], en que lo queer nació en las calles para luchar contra la falsedad de las expresiones «cáncer rosa» y «grupo de riesgo», así como contra la extensión de la epidemia y el abandono de los enfermos de sida. Por tales motivos, según Vidarte, cabe un análisis desde las facultades universitarias de la historia queer pero resulta inadmisible que desde ellas se intente iluminar al movimiento. También sería bueno que las universidades dieran la palabra a los militantes queers y pusieran medios para realizar sus proyectos. No obstante, en lo que parece una crítica dirigida a Preciado, el mismo teórico afirma: «Otra cosa es que la teoría queer pretenda, a veces lo hace erradamente a mi modo de ver, movilizar a los sujetos queer “desde arriba”, desde las ideas, en un arrebato de autobombo libertario muy propio de los intelectuales académicos que han hecho de ella y de la insurrección planificada de terceros su profesión (de fe)» (Vidarte, 2005: 82). Obviamente, el motivo de reclamar la palabra para los colectivos y militantes es que estos no conseguirán que los poderes públicos aprueben medidas que les favorezcan y que indudablemente tienen un coste si los afectados no les exigen tal aprobación. El motivo radica en que en boca de otros caben malinterpretaciones y errores de traducción (como siempre subraya Butler) y resulta difícil reducir experiencias a palabras, por lo que no se debe hablar en lugar de terceras personas. Además, solo quienes viven ciertos tipos de experiencias saben adónde conducen, así como los placeres y contratiempos que resultan intrínsecos a tales vivencias. Por añadidura, en años de crisis y últimamente son tantos… los gobiernos acuden al principio de que la reducción del gasto debe primar por encima de cualquier otra preocupación, a no ser 9 Vidarte, Paco (2005): «El banquete uniqueersitario: disquisiciones sobre el s(ab)er queer» en Córdoba, D., Sáez, J. y Vidarte, P., Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Barcelona-Madrid, Egales, pp. 77-109. La cita continúa de esta manera: «El colmo de todo es cuando a estas alturas algún recién aterrizado de los EEUU pretende darnos lecciones sobre lo queer y lo poscolonial a los colonos de aquí, como quien trae chicles Trident de canela, de esos que los locales desconocemos, o reparte espejitos a las tribus indígenas. Y quisiera también enseñarnos cómo se masca un chicle o cómo se ve lo queer en un espejo. Regalándonos generosamente un instrumento teórico que nos afianza como país importador de pensamiento y cultura de los países donde éstos se generan». 10 que se les convenza de lo contrario. Por ello, no cabe presentarse [139] como portavoz de vidas ajenas en sustitución de sus protagonistas ni hacer una teoría que se etiquete como «queer» pero que, sin embargo, vaya por delante o se despliegue al margen de aquellos a quienes apunta; tampoco resulta aceptable que desde fuera se intenten dirigir las experiencias queers porque en ello se basa la crítica a lesbianas y gais por monopolizar el discurso en nombre de todos los homosexuales. No es admisible que el mismo error se repita dentro de un movimiento alternativo. Los colectivos de lesbianas y gais se reunieron con sindicatos, partidos de izquierda y grupos feministas con el fin de explicarles los problemas que tenían y recabar su solidaridad a la hora de reclamar derechos como el matrimonio igualitario. La decisión fue acertada porque consiguieron el apoyo de tales asociaciones. En el mismo sentido, los colectivos queers se reúnen con algunos grupos. No obstante, y dado el carácter marginal de sus integrantes, los queers se dirigen a quienes se encuentran cercanos por su clase social lo que habitualmente les lleva a convivir en el mismo barrio, como sucede en el madrileño Lavapiés y planteamientos políticos. Es el caso de okupas, asociaciones vecinales e insumisos, entre otros. Se podría decir que ambos tipos de colectivos se comportan según su clase social: lesbianas y gais tienden a negociar con feministas asentadas en la academia y partidos de talante liberal (sean de izquierda o de centroderecha), mientras los queers se reúnen con grupos al margen de la legalidad o con la izquierda extraparlamentaria. Lesbianas y gais suelen adoptar una imagen respetable para negociar con los partidos políticos. En cambio, bolleras, maricas y travestis hacen lo contrario: extreman su marginalidad con el fin de impedir que otros usurpen su discurso. El colectivo LGBT hizo del orgullo de su sexualidad la base de su presencia pública a partir de los sucesos de Stonewall, que se desencadenaron el 28 de junio de 1969 en Nueva York y se prolongaron varios días; de ahí nació el Día del Orgullo Gay que se celebra anualmente en torno a esa fecha. Los historiadores, a menudo, soslayan que quienes se rebelaron con más rabia contra el hostigamiento policial fueron [140] travestis, negros e inmigrantes pobres, dado que eran las mayores víctimas de la represión. Aunque los queers también inciden en el orgullo de su condición se trata de algo que recalcan en base a sus diferencias, tanto con respecto a heterosexuales como en relación a lesbianas y gais. Si estos últimos rebajan el aspecto sexual de sus vidas para negociar derechos, se puede afirmar que los queers vuelven explícitas sus experiencias sexuales con el objetivo de mostrar a otras personas unas vías insospechadas de placer, a la vez que protestan contra la normalización. El colectivo LGBT hizo de la salida del armario es decir, de declararse homosexual ante la familia, el trabajo y los amigos un eje básico de actuación. Lesbianas y gais dieron ese paso en la convicción de que si un homosexual no se manifiesta como tal entonces se le seguirá suponiendo heterosexual. Por lo tanto habrá quien considere vicio o pecado cualquier alternativa que se presente frente a las prácticas hegemónicas; a partir de tal convicción se discutirán las demandas de derechos realizadas por los homosexuales. En tal sentido, la posición queer es inestable porque sus miembros coinciden en la necesidad de afirmar su (homo)sexualidad pero también se esfuerzan por impedir su asimilación. Los queers rechazan integrarse en el entorno tanto si la medida procede de otros grupos de homosexuales como de una sociedad que consideran capitalista y patriarcal hasta el tuétano. 11 En la misma línea cabe recordar que los queers se muestran orgullosos de su identidad aunque la consideren algo temporal (al menos en principio). Por lo tanto, bolleras, maricas, seropositivos y viejos travestis no se esfuerzan tanto por sacar del armario a nadie como por enseñar a la luz del día lo que lleva tiempo desenvolviéndose, aunque fuese en ámbitos poco visibles. El objetivo queer consiste en mostrar las múltiples caras de la realidad desde nuevas perspectivas. En ocasiones su finalidad consiste en exponerlas bajo alguna luz porque muchas personas ignoran su existencia, pese al esfuerzo de sus protagonistas por presentarla. El proceso de visibilización suele ser posterior a la construcción de una identidad que tiene patrones de conducta, rasgos culturales y [141] una representación estética que distingue a sus portadores de la mayoría de la población. Ahora bien, precisamente como vía para soslayar la incoherencia de su posición, los sujetos reivindicados por los queers como instrumento de lucha sostienen afinidades más que identidades. La diferencia es importante porque «las últimas son estables, lo que permite concentrar fuerzas y cerrar compromisos que alcanzan objetivos políticos, aunque al precio de ocultar las identidades que se desvían de la línea mayoritaria» (Ugarte, 2011: 275)10. Frente a las identidades, se puede afirmar que las afinidades se adaptan a diversos contextos espaciales y temporales; el problema es que su versatilidad también ocasiona equívocos sobre metas y medios a emplear. Una posible escapatoria a la obligación de elegir entre dicotomías como femenino/masculino, naturaleza/cultura, heredado/construido e inmutable/versátil sería considerar que las identidades cambian lentamente con el paso de las décadas (o de los siglos). El motivo se debe a que las identidades sintetizan los gustos personales y las influencias que cada persona recibe del medio; sin embargo, una vez que han sido establecidas resultan difíciles de modificar. En todo caso, del análisis de los textos se concluye que los queers carecen de interés en integrar a los marginados dentro de una ciudadanía que incluye a lesbianas y gais que acepta tanto la legislación en vigor como las decisiones estatales. Este rizoma de militantes rechaza todo proceso de asimilación porque desconfía de los instrumentos de un Estado que nació, históricamente, de la movilización de la burguesía para desplazar del poder a la nobleza, al tiempo que impedía que las clases bajas lo utilizaran en su beneficio; con esos antecedentes, los queers consideran imposible que los poderes públicos reconozcan derechos individuales sin traicionarlos simultáneamente. Por ello se encuentran convencidos [142] de que los ciudadanos se ven obligados a aceptar valores y formas de vida encubiertos tras las concesiones que se les hacen. Un ejemplo de esa continuidad sería la posible incorporación de roles tradicionales dentro de la pareja homosexual; a ello se suma el hecho de que la comunidad LGBT participa de un consumismo que impera, con escasa oposición aparente, en la mayoría de la sociedad. Los queers esperan alguna rebeldía por parte de quienes todavía se encuentran marginados (como muestran los insultos homófobos) y hasta hace pocos años también estaban legalmente discriminados. En este artículo se ha intentado mostrar que, pese a los méritos del Manifiesto contra-sexual, Preciado comete dos errores teóricos: se equivoca en la genealogía del término «heterosexual» y confunde técnica con tecnología, aunque ninguno de ambos equívocos invalida su texto (¿qué ensayista no yerra en el uso de algún concepto?). A esos problemas se unen otros dos de mayor enjundia, uno de carácter interno y otro 10 Ugarte Pérez, Javier (2011): Las circunstancias obligaban. Homoerotismo, identidad y diferencia. Barcelona-Madrid, Egales. 12 externo. El problema interno se encuentra en que resulta dudoso que quienes consideran irrenunciable el hablar con claridad de todo lo que piensan y sienten puedan seguir a Preciado en varias páginas del Manifiesto. El motivo radica en que el ensayo resulta difícil de comprender aun poseyendo una sólida cultura académica. Tal dificultad se muestra en varias de las citas que se han mostrado en el presente artículo y, en especial, allí donde la autora maneja teorías y retóricas de inspiración deleuziana, derridiana y lacaniana. En tal sentido se vuelve contra Preciado su crítica a Butler con una diferencia: si a la filósofa estadounidense se la puede reprochar su creencia en que los cambios de identidad representan juegos que las personas pueden fácilmente modificar, la filósofa española se equivoca al utilizar un lenguaje esotérico con el fin de elaborar una teoría sofisticada. Por su parte, el problema externo que emana del texto guarda relación con la posición vital del lector al que va dirigido. Como se ha mostrado, los queers permanecen en la marginalidad debido a la falta de medios culturales y económicos para acceder a una mayor calidad de vida o bien a su voluntad de vivir como lo hacen en la [143] convicción de que cualquier otro tipo de existencia resulta falsa o inmoral; por ello confían en que las propuestas de transformación social que se realizan con el término «queer» procedan del mismo sustrato. En esa línea cabe recordar la crítica realizada por Vidarte a quienes intentan dirigir experiencias ajenas gracias al disfrute de una posición de privilegio, mientras aparentan un saber del que los demás carecen; se trata de una presunción especialmente ofensiva para los queers porque su lucha siempre se ha basado en tomar la palabra para expresar sus demandas. La conclusión de todo ello es que se puede ser dandi viviendo en París, Londres o Nueva York e impartiendo clase en instituciones mundialmente reputadas o bien se puede vivir como queer desde la marginalidad (al menos desde alguna marginalidad); sin embargo, y como se puede comprender, resulta imposible compaginar ambas opciones. Preciado sostiene que es queer en el Manifiesto, así como en numerosos artículos y entrevistas; pese a ello, su lenguaje y trayectoria como académic@ posestructuralista y high-tech l@ sitúan mucho más cerca de las posiciones que adoptaría en la actualidad George Sand que de unos queers que intentan a toda costa sobrevivir, y si es posible cambiar la sociedad, desde las duras condiciones materiales que rodean a la mayor parte de ell@s. Así, y respondiendo a las preguntas que estructuraron este artículo: de las cuatro alternativas que se mostraban al principio, se puede sostener que la filósofa española encarna el papel de dandi contemporáneo pero difícilmente puede ser considerada queer, aunque sostenga otra cosa. 13