Cuestiones de Oficio El cristal con que se mira Por Anahí Flores Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira. Ramón de Campoamor Hay muchas formas de contar una historia. Y una misma historia puede ser contada desde tantos puntos de vista que llegue a parecer que no es la misma. Está esa canción de Lito Nebbia que dice “Si la historia la escriben los que ganan / eso quiere decir que hay otra historia”. Exacto: no es lo mismo contar una guerra desde la perspectiva de quien ganó que desde la de quien perdió. O una separación desde la visión de quien abandona, que desde quien fue abandonado. No es lo mismo leer una noticia en un diario con una inclinación política que la misma noticia, el mismo día, a la misma hora, en la página de un diario con inclinación política opuesta. No es lo mismo, tampoco, hablar de una noticia de algo que acaba de ocurrir que de una que ocurrió hace muchos años. Estos ejemplos, por supuesto, aplican a la literatura. Ursula K. Le Guin en su texto “Voces y puntos de vista” dice que “… el punto de vista es el término técnico que se utiliza para definir quién cuenta la historia y cuál es su relación con esa historia. Esta ‘persona’, si es un personaje de la historia, es llamada el personaje del punto de vista. En caso de que el punto de vista no pertenezca a un personaje, la otra única ‘persona’ que puede aparecer como responsable del punto de vista es el narrador”. Por eso, uno de los detalles más importantes que el autor debe decidir antes de empezar a escribir es la perspectiva o punto de vista que va a utilizar. Esto significa: ¿quién es mi narrador? ¿Quién va a contar la historia? ¿Desde cuál perspectiva? Si van a escribir un cuento donde haya una violación de un hombre a una mujer: ¿la narrará una voz que puede meterse en la cabeza de ambos, violador y víctima, y conocer los sentimientos y pensamientos de los dos? ¿O la van a narrar desde el punto de vista de un juez que considera que esa violación fue un simple errorcito de un hombre? ¿O tal vez desde el punto de vista de la víctima, en su propia voz? ¿O desde el punto de vista de la víctima pero no en su voz, sino en una tercera persona que está en el hombro de la víctima? ¿O de la madre de la víctima? ¿O de un testigo que no intervino por miedo? ¿O de un testigo que no intervino por el placer que le dio observar y que por lo tanto es cómplice? ¿O del hijo/hija que nació fruto de esa violación y narra la historia siendo adulto? Mi idea con esta lista de preguntas no es mencionar todas las perspectivas que me pasaron por la cabeza, sino apenas mostrar un pantallazo: desde todos esos puntos de vista, y de algunos más, puede ser contada la misma historia y, obviamente, terminarán siendo historias muy diferentes. Pensemos en Lolita, de Nabokov. Lolita está narrada desde la perspectiva de un hombre que se enamoró de una preadolescente. Al leer la novela, lo más probable es que tengamos al menos algo de empatía, nos guste o no, con Humbert Humbert. Él narra la historia a través de la lente del enamorado. Ahora bien, ¿cómo sería la historia si la voz que la narrara fuera la de la madre de Lolita? ¿Ya lo pensaron? La gracia de esta historia, la grandeza de Lolita, está en la elección de este narrador tan delicado. ¿Por qué delicado? Porque es políticamente incorrecto: el lector, en su intimidad, verá (descubrirá) que probablemente puede tener empatía con un pedófilo. Crear esa empatía es un arte, y por ese equilibrio sutil la novela de Nabokov tuvo algunos problemas para encontrar una editorial que apostara por ella (dicen que la rechazaron cuatro editores antes de que fuera editada al fin en 1955 en París. Igual, cuatro editores tampoco es tanto…). La perspectiva también incluye la distancia con la que se narra una historia. No es lo mismo narrar algo que está ocurriendo, que acaba de ocurrir o que ocurrió hace mucho tiempo. O, tal vez, que va a ocurrir. Algo que se narra mientras ocurre suele ser vertiginoso. Lo que acaba de ocurrir está fresco, uno tiene más detalles y puede recordarlo linealmente, paso a paso. Un recuerdo lejano se mezcla, queda difuso, incluso hay partes que se borraron. Y algo que va a ocurrir tiene también otra carga, dependiendo del texto: está en la posibilidad, en el deseo. Cuestiones de OficioPor ejemplo en el cuento “El progreso del amor”, de Alice Munro, la narradora cuenta la historia de su vida pero va más atrás incluso de su nacimiento: en su historia entra la infancia de su madre. La narradora va y viene en la línea temporal y construye una estructura como si fueran cajas: cada caja es una escena en una época diferente. Y un logro de la autora es, en este caso, que el lector no se pierde y reconoce cuáles son recuerdos de una época más lejana y cuáles de épocas más próximas. Son claras las diferencias de perspectiva dentro del cuento. Cuestiones de OficioOtro ejemplo para entender la distancia entre el momento en que ocurre una historia y el presente narrativo (o sea, el momento desde el que se narra), podemos verlo en “El otro”, de Jorge Luis Borges. “El otro” es un cuento que empieza dejando estos datos muy claros, así que me limitaré a transcribir el inicio, que será más útil y directo que hablar de él: “El hecho ocurrió en el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí”. No quedan dudas de en cuál año transcurre lo que, a partir de ahí, el narrador contará ni con cuánta distancia lo hace. Busco otro cuento que tal vez ya hayan leído: “No se culpe a nadie”, de Julio Cortázar. En él, una voz en tercera persona nos habla de un hombre que tiene que ir a encontrarse con su mujer. Es tarde para ese encuentro, la mujer ya debe estar esperándolo, el hombre sabe que se tiene que apurar. Nos dice el narrador que son las seis y media de la tarde. Todo el cuento es narrado con la inmediatez del presente y eso tan vertiginoso combina con la propia historia y sobre todo con su final. Cuando uno empieza a escribir es normal que la perspectiva se vea confusa en el texto, al menos en las primeras versiones, que los cambios temporales no se noten y que, por lo tanto, el lector se pierda: ¿esto pasó antes? ¿Esto pasó después? ¿Y esto, cuándo? Si el lector se pierde lo más probable es que abandone la lectura, cosa que, como escritores, no queremos. Tomar consciencia de la perspectiva desde la que se cuenta una historia, ya sea por la distancia temporal o por la voz del narrador que elegimos, hará que la historia fluya y sea comprensible, que es lo que buscamos a la hora de narrar.