Día “D” – Por la Dignificación de la Educación Comunicado del Consejo Académico del Instituto Pedagógico Nacional Bogotá, marzo 27 de 2015 La última directriz dada por el Ministerio de Educación Nacional (MEN) con respecto a la jornada E, de la excelencia educativa, nos ha sorprendido. Para los docentes del Instituto Pedagógico Nacional (IPN), en cabeza de los representantes de cada área, es decir, su propio Consejo Académico, ésta es una apuesta que no se ajusta a las necesidades específicas de cada contexto escolar de nuestro país, más si se tiene en cuenta la amplia brecha de desigualdad social que existe a lo largo y ancho del territorio colombiano. Este comunicado se enmarca en el análisis que surge después de leer esta escueta postura política del MEN. Proponemos una serie de puntos de estudio para entender esta problemática, no sólo para hacer una lectura crítica de esta situación, sino con el ánimo de buscar rutas propositivas al quehacer pedagógico de los maestros, su contexto escolar y sobre todo, la ubicación de éste en el marco de la construcción de la paz en nuestro país. Para nosotros el quehacer pedagógico no tiene un interés conductista, en el que sólo se premian a las instituciones de acuerdo al número de pérdida de año de sus estudiantes o la presentación de pruebas estandarizadas con excelentes resultados (por ejemplo, las PISA), para así buscar créditos, económicos y políticos, de la Banca multilateral. El ejercicio de la enseñanza, más bien, atiende a la configuración de sujetos que desarrollen altos valores éticos, culturales, sociales y de reconocimiento de la diferencia, como lo manifiesta Freire, (citado por Estupiñan y Agudelo, 2008) “Las identidades se construyen a través de la diferencia, no al margen de ella. Esto implica la admisión radicalmente perturbadora de que el significado (positivo) de cualquier término –y con ello su (identidad)- solo puede construirse a través de la relación del otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera constitutivo” (p.7). De esta forma, en nuestro contexto nacional la educación se encaminaría más a una proyección social, formación de identidad y espacios de construcción colectiva, que no es otra cosa que la búsqueda de la paz a partir de la educación. Al estudiar la pretención del MEN, de entregar estímulos por buenos resultados, podemos concluir que se comparan las conciencias, desconociendo unas condiciones económicas y sociales diversas en cada contexto educativo nacional, y en las que –en la mayoría de los casosse presentan principios desfavorables. En nuestro país los recursos están centralizados y casi monopolizados, por lo que no es posible comparar una escuela del Chocó con una ubicada en la capital del país. Por ello creemos que el MEN se equivoca radicalmente cuando traza las directrices que ha llamado de la excelencia en educación. Dicha jornada no es más que un calco de modelos educativos internacionales apartados de nuestras necesidades nacionales, como lo muestra Segato (1999) “Con el nuevo orden mundial (…) se produciría un debilitamiento de las soberanías de los Estados nacionales y, con esto, el enfrentamiento pasaría a darse entre grupos y corporaciones transnacionales”. Por ello, estas propuestas educativas tomadas de Brasil, Chile y Singapur sólo buscan convertir la educación en un asunto del mercado. Mientras las materias primas pueden tener un valor agregado, la educación –en cambio- es un ejercicio inacabado de construcción pedagógica, en donde la interacción y negociación con otros seres humanos crea valores que sólo son visibles en el ámbito cultural, social y político. Como consecuencia, el quehacer pedagógico nunca finaliza y el maestro no puede apostar por una propuesta que claramente transmuta a la educación en ganancia particular y a nuestros estudiantes en valor agregado. Nuestro quehacer pedagógico es un ejercicio colectivo que reconoce las particularidades e intereses de cada estudiante, donde se actualiza, construye y reconfigura su saber, con miras a lograr un aprendizaje con proyección social. Por lo anterior, creemos que esta jornada desconoce la profesión docente, los contextos escolares, las realidades sociales y el ejercicio pedagógico. En segundo lugar, es deplorable que el Ministerio de Educación Nacional trace una directriz sin un consenso, ni un debate con el estamento pedagógico del país, del cual hacemos parte todos los maestros. Esto, no sólo hace peligrar la autonomía que tienen las instituciones educativas en la construcción de su Proyecto Educativo Institucional –PEI-, sino que anula la posibilidad de un análisis crítico y propositivo por parte nuestra, que podría enriquecer ampliamente cualquier propuesta pedagógica hecho por el Ministerio o el gobierno de turno. No es un secreto que desde que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tuvo la iniciativa de aplicar las pruebas Pisa en 64 países, los ministerios de muchos de ellos, entre los que se encuentran los latinoamericanos, se han lanzado en una desesperada empresa por lograr que los jóvenes obtengan un alto desempeño en dichas pruebas. Tanto, que en su afán por mostrar en estos resultados un aspecto positivo de sus gobiernos, han buscado modificar apresuradamente sus prácticas educativas para lograrlo, sin pensar críticamente en los perjuicios que esto conlleva para la formación de los ciudadanos de un país. En principio no hay que olvidar que la OCDE, una organización con intereses económicos, tal como lo expresa Meyer (2014) “tiene un sesgo en favor del papel económico de la educación, olvidando que, en democracia, hay muchos otros aspectos importantes de la educación pública: la salud, el desarrollo moral, artístico y creativo; la participación cívica y la felicidad”. Consideremos además de esto, el que el presupuesto para la educación en nuestro país no alcanza siquiera el 4.5% del PIB, lo que acarrea inevitablemente nefastas consecuencias al sector educativo; ¿cómo se le exije entonces que muestre a toda costa “indicativos de calidad”?. En vez de aumentar el presupuesto lo que se ha hecho en los últimos años es aumentar el número de estudiantes en el aula, lo que dificulta el seguimiento riguroso de los procesos pedagógicos de los estudiantes por parte del profesor; se han aumentado a los maestros las de horas de clase, sacrificando horas de investigación y de espacios donde el docente pueda realizar una labor de autocrítica sobre su propio desempeño; esto significa menos oportunidades para la cualificación del docente; significa que éste se vea obligado a aceptar contratos laborales que no le garantizan una estabilidad a largo plazo y una remuneración salarial, que antes que motivarlo, terminan por decepcionarlo de su profesión. En suma, los proyectos del Ministerio exigen a unos profesores desmotivados y agobiados, un estándar de calidad y de excelencia cuantificable, reducido y dirigido hacia la producción de estudiantes que tengan altos puntajes en una prueba extranjera, que desconoce la particularidad de las culturas de las naciones donde se aplica. Detengámonos un poco en este fenómeno. No es que el hecho de aplicar las pruebas Pisa sea como tal un perjuicio al sistema educativo. Pero el hecho de promover y hasta condicionar a los colegios para reestructurar sus prácticas pedagógicas para lograr este tipo de excelencia, si podría dejar serias consecuencias para el futuro de nuestra nación. Recordemos que estos estándares de calidad y las pruebas Pisa son propuestos por una organización que ha liderado la universalización del modelo neoliberal. En otras palabras, poco a poco, la escuela, la institución que soporta el proyecto ético de una nación, se irá transformando en una empresa dirigida por administrativos, en la que nuestra labor docente, lejos de ser una práctica humanista, terminará siendo un ejercicio de producción mercantil. Y así, poco a poco, el ideal de la construcción social del conocimiento será remplazado por la mera transmisión de información, que será acumulada para poder descargarse en pruebas cuantificables. Si esto pasa con nuestra saber, ¿qué pasará con los individuos que estamos formando? Hubo un tiempo, al principio de lo que históricamente llamamos nuestra era moderna, en que unos florentinos retomaron la labor educativa que los griegos habían empezado y que habían bautizado como Paideia. Y estos primeros renacentistas entendieron esa labor como el “conducir las virtudes de los jóvenes hacia la excelencia”. Por supuesto, esa idea de virtudes y de excelencia de los pioneros modernos no está cerca de lo que hoy se busca aplicar en nuestro entorno educativo. Su intención era transformar al joven, mediante una diversa gama de saberes, en un hombre universal, investigador de las ciencias, reflexivo en el campo de la retórica y la filosofía, sensible y creativo respecto al arte y la naturaleza, y sobre todo, como sujeto ético y político comprometido con su sociedad y su cultura. Por ello, la excelencia se basaba en las virtudes particulares de cada persona y en la forma en que las llevaban a su óptimo desarrollo. Hoy podemos ver, más de quinientos años después, cómo esas virtudes terminaron llamándose competencias, que ya no provienen de las personas, pues ahora son reclamadas al individuo por la exigencia del mercado laboral. Y mientras el mercado se imponga como un clima artificial sobre las sociedades del mundo, el individuo deberá adecuarse a él para sobrevivir o fracasar. En este nuevo ambiente de competitividad con el otro ya no parece tener sentido práctico el cultivar virtudes como la dignidad, la honestidad o la solidaridad. Las ahora llamadas competencias ciudadanas se reducen al respeto y la tolerancia, pero ni siquiera como fines, sino como condiciones para la competencia entre individuos indolentes frente a lo que pasa a su alrededor. La excelencia que ahora se nos propone en estas cartillas, apunta a generar los métodos más eficaces, prácticos y económicos, desde los cuales el estudiante potencialice las competencias intelectuales que en ese momento serían relevantes en el juego de la oferta y la demanda del mercado laboral. Así entonces, como mencionaba Ospina (2012), “la excelencia de la educación está concebida para perpetuar la desigualdad, donde la formación tiene un fin puramente laboral y además no lo cumple, donde los que estudian no necesariamente terminan siendo los capaces de sobrevivir”. Acá estamos los que creemos en esa educación integral, donde no solo apuntamos a formar individuos capaces de superar los retos académicos de la educación superior, sino que además de ello, buscamos formar individuos con una conciencia social activa. Ciudadanos con un pensamiento crítico y propositivo frente a los grandes retos que nos impone una sociedad como la nuestra, y que no habrá de medir su excelencia mediante una prueba extranjera o simplemente por rellenar la opción necesariamente correcta en un examen, sino en su responsabilidad y participación en las diferentes esferas de su existencia, que van desde la esfera social y política, hasta la esfera espiritual y moral. Si nos dejamos llevar pasivamente por este tipo de propuestas, ¿qué tipo de cultura encaminada hacia la paz estamos construyendo con nuestros estudiantes? Por ello mismo, el Instituto Pedagógico Nacional quiere lanzar la propuesta del Día D, pero no entendido como el de la desobediencia, en donde nos rebelamos frente a las exigencias del Ministerio de Educación Nacional. El día D será el de la Dignificación Educativa, en donde utilicemos esta dinámica propiciada por el MEN como una oportunidad para reflexionar sobre el quehacer educativo de la Escuela del Siglo XXI, y sobre todo la responsabilidad de ésta frente al proceso de paz que anhela el país. Para ello en los próximos meses estaremos invitando a importantes actores de la comunidad educativa a realizar un foro que oficialice esta iniciativa. Es importante comprender que las políticas educativas no pueden ser ejercicios conductistas, cuyo propósito final sea conseguir un premio, que el MEN nos da por cumplir nuestras metas. No podemos olvidar, como lo plantea Henao (1999), que las políticas públicas buscan dar respuesta a problemas que son de interés para todos y que afectan a la población en general o a un grupo de ella. Entonces la política pública intenta resolver problemas sociales relevantes que la sociedad misma ha considerado prioritarios. Por ello, las políticas no pueden premiar a unos cuantos y desconocer el proceso de instituciones educativas que buscan construir una idea de Nación, más cuando el país, y sobre todo el sistema educativo, está abocado a pensar en la convivencia, en la construcción social del futuro y en la paz. Por lo tanto, el día D evoca la Dignificación, entendida ésta como la construcción en colectivo, más allá de la metáfora de la competencia que pretende instituir el día de la “excelencia”. Una competencia que, como en un partido de fútbol, busca una bonificación salarial, en contra de la institución educativa que está al lado de la nuestra, la cual tiene unas necesidades dadas por su contexto particular y que, al fin y al cabo, sólo si se trabaja con ella y no contra ella se podrá construir el país que soñamos desde la educación. Es importante resaltar nuevamente que la apuesta que está haciendo el Ministerio de Educación Nacional por copiar modelos generados en otros paises, es terriblemente perjudicual para la educación del país. No podemos suponer que las necesidades educativas de nuestro contexto, sean las mismas que las de otras latitudes, que tienen sus propias creencias, culturas e historias. Por ello, hacemos un llamado al país, en esta coyuntura, para empezar a generar nuestro propio sistema educativo. Uno que tenga en cuenta nuestra multiplicidad, diversidad, multiculturalidad, nuestras condiciones sociales y sobre todo nuestra historia; en donde podamos lograr crear un país que, como decía nuestro premio nobel, pueda estar al alcance de los niños. Y para este propósito se hace fundamental invitar al Estado a mirar a la Universidad educadora de educadores, que está habilitada por la ley 30 de 1992, como asesora del MEN, de donde han egresado la mayoría de educadores del magisterio nacional, y quien ha ganado, a través de la experiencia y sus líneas de investigación, la suficiente autoridad para asesorar temas tan relevantes como la construcción social de la paz y la pedagogía que se necesita para ello. Pero, para lograr este cometido, se debe comprender que la política educativa no puede continuar en el ejercicio del “copie y pegue”, muchas veces realizado por profesionales poco conocedores de la praxis educativa, aunque eso sí con altos conocimientos en administración y economía; sino que la construcción del país que soñamos, apto para la convivencia en paz, necesita volcar su mirada a las aulas, en donde nuestros maestros están supliendo en muchas ocasiones el papel del Estado, de la familia y de la sociedad. Por último queremos terminar con las palabras del maestro Guillermo Hoyos Vásquez (1998): “... la educación es en cierta forma el “taller” de elaboración consciente de un proyecto de vida, el puente entre la familia y la sociedad por un lado, y por otro, entre los sentimientos y los principios morales, el transformador de lo comunitario en cultura, el escenario de reflexión acerca de los valores morales de las personas, el acceso a la mayoría de edad, a la autonomía y al nivel de la moral postconvencional para construir la ética de mínimos de los ciudadanos”. Las palabras de Guillermo Hoyos nos sirven para sustentar la pregunta al Ministerio de Educación Nacional: ¿ puede el Dia E realmente ayudar a detener el desmoronamiento ético de la sociedad?, o lo que logrará es que para el 2025 estemos asimilados por el sistema empresarial, en donde la gran máquina educativa generará sujetos llenos de conocimientos que aprueban exámenes estandarizados a nivel nacional e internacional, pero descargados de todo atisbo de humanidad. Bibliografía Estupiñán, N. y Agudelo, N. (2008). Identidad cultural y educación en Paulo Freire: Reflexiones en torno a estos conceptos. En: Revista Historia de la Educación Latinoamericana. No. 10. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Tunja. Henao, M. (1999). Políticas Públicas y Universidad. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Hoyos, G. (1998). Educación y ética para ciudadanos. En: Filmus, D. (comp.). Las Transformaciones educativas en Iberoamérica. Tres desafíos: democracia, desarrollo e integración. Buenos Aires: Organización de Estados Iberoamericanos –OEI-. Meyer, H.D. (2014). Diario El país de Madrid. 10 de mayo del 2014. Ospina, W. (2012). La lámpara maravillosa. Cuatro ensayos sobre la educación y un elogio a la lectura. Bogotá: Mondadori. Segato, R. (1999). “Identidades políticas y alteridades históricas”. Revista Nueva Sociedad. Pp. 104 – 125.