EL PROCESO EVANGELIZADOR DE LA IGLESIA 1. EL PROCESO EVANGELIZADOR EN LOS PRIMEROS SIGLOS. I. Expansión del cristianismo y primeros encuentros con el mundo pagano Cristo funda la iglesia y conforma la comunidad apostólica a la que confiere la misión de “ir”, “evangelizar” y “bautizar”, enriqueciendo y acrecentando la comunidad de discípulos. Tal misión comienza abiertamente el día de Pentecostés. El martirio de Esteban (Hech 6-7), hacia el 32 d.C. y la muerte de Santiago el Mayor, marca el inicio de una serie de instigación contra el cristianismo de los primeros siglos, primero por parte del judaísmo, después por el paganismo. Muchos de los discípulos huyen a Antioquía y Alejandría, que junto con Roma conformaban las ciudades más importantes del imperio. En los tres primeros siglos de vida de la Iglesia, su presencia es mayor en Asia Menor, Egipto y Siria. También hay núcleos importantes de cristianos en muchas ciudades griegas, en Italia, Hispania y África proconsular. Bastó la dedicación de aquella primera generación de apóstoles para recorrer los caminos que «las legiones» ya antes habían recorrido, si bien ahora en sentido inverso: de Jerusalén a Roma, y con otra finalidad: la evangelización, que consiguió la adhesión de personas de diversos estratos sociales: hombres y mujeres, judíos y gentiles, esclavos y libres, comerciantes y artesanos, gente sencilla e incluso gente acomodada, gente con escasos conocimientos e incluso filósofos, las barreras sociales se convierten en fraternidad y testimonio de caridad, al interior de la comunidad cristiana, característica fundamental aprendida a la luz del Evangelio y la profesión de fe en Jesucristo, realidad que desentonaba con los esquemas vividos por la religión tradicional romana. Tertuliano, testimonia en su Apologeticum (37,4) que a principios del siglo III (220), el cristianismo había alcanzado ya diversos ambientes de la sociedad romana: Somos de ayer y ya llenamos todos sus sitios: las ciudades, las islas, las ciudadelas, los municipios, los conciliábulos, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, la corte, el senado, el foro; ¡solamente les hemos dejado los templos! 2. El cristianismo antiguo en la cotidianidad de la vida social Roma, con sus múltiples vías de acceso, era considerada el centro del mundo y principal punto de convergencia de gente de toda raza, creencias, condición social, oficios, etc.; generando un campo propicio para la evangelización. Los viajes eran una exigencia comercial y cultural; se viaja también por placer, por peregrinación o, incluso, para recibir o dar alguna instrucción cristiana en especial. En el marco de la vida social, las “hostelerías” y tabernas, frecuentemente visitadas, fueron consideradas por el cristianismo como centros de mala reputación; santa Elena, madre de Constantino, antes de su conversión, fue una célebre “chica de Taberna”. La situación de depravación en la cultura romana, favoreció la conciencia de la necesaria hospitalidad entre los cristianos; apoyado por los diáconos y las viudas, los obispos eran los principales responsables del servicio hospitalario, quien lo necesitaba debía llevar una carta de recomendación de su propio obispo. 3. Conflicto y desencuentro con el mundo pagano La proclamación de la fe monoteísta y la identidad del cristianismo considerado a sí mismo religión universal, choca directamente con la religiosidad tradicional romana y con el escepticismo filosófico, provocando una reacción hostil. El cristianismo es considerado un fermento perturbador para el estado y el bienestar de la sociedad, idea fundamental basada en la preservación de la pax deorum o “paz de los dioses”, según la cual toda divinidad reconocida debía rendírsele el culto debido, a fin de mantener la paz y el bienestar social, la ruptura del cristianismo con esta religiosidad tradicional pone en riesgo esta paz, pues toda omisión en el culto a las deidades despierta su ira provocando inestabilidad y crisis social. Los primeros roces entre el cristianismo y paganismo se dan en la misma cotidianidad; el cristiano se encuentra a cada paso con alguna divinidad a la cual ya no le rinde honores; su distanciamiento de los espectáculos y de las fiestas relacionadas con el culto público o a los dioses familiares, despierta una serie de interrogantes; la renuncia del cristiano al culto a Roma y al emperador, expresión de lealtad, lo convierte en un enemigo potencial de la estabilidad del imperio, así fueron interpretados diversos acontecimientos como: la invasión germánica, la peste del 167, la inundación del Tíber, los tiempos de sequía y de malas cosechas, etc. considerando únicos culpables a los cristianos, “generadores de males y enemigos de la humanidad”; hacia el 440, san Agustín con su obra La Ciudad de Dios responderá toda culpabilidad imputada a los cristianos por la caída de Roma. A los ojos de la opinión pública, las reuniones cristianas son vistas con sospechas, se les acusa de canibalismo por lo que saben vagamente de la celebración eucarística, el llamarse hermanos y hermanas o darse el beso de la paz son acciones malinterpretadas; los rumores y los requerimientos de la chusma provoca la reacción inevitable de las autoridades; sin la autorización debida, el cristianismo se convierte en una religión ilícita en el imperio, quien los acusa de ateísmo por no reconocer las divinidades tradicionales y de conspirar contra el estado por no rendir culto al emperador; el rescripto de Trajano, hacia el 111, puso por escrito las primeras medidas sobre el proceder con los cristianos, es aquí donde un problema religioso torna directamente un problema político que las autoridades debían afrontar. A mediados del siglo II, surge un nuevo aliado fuertemente capaz de agudizar aún más la repulsión contra el cristianismo: el mundo intelectual; es decir, los filósofos paganos, que a través de escritos y panfletos satirizaban a los cristianos tachándolos de ignorantes y necios; ridiculizaban las Escrituras considerándolos escritos “atiborrados de solecismos y barbarismos” y desaprobando la religión cristiana como novedosa y sin tradición. Con todo, el cristianismo saldría en defensa de su verdad, marcando el inicio de la apología cristiana. San Justino, fue uno de los grandes padres apologetas, filósofo convertido al cristianismo y conocedor de las diversas escuelas filosóficas de su tiempo, puso al servicio del cristianismo todas sus capacidades afrontando las críticas y acusaciones del mundo pagano. La acción de los padres apologistas permitió abrir una verdadera acción misionera y dialogante con el helenismo culto, situación que favoreció la conversión y adhesión al cristianismo de nuevos intelectuales y filósofos; sin embargo, tal realidad, aunque favorable para el proceso evangelizador, la exagerada racionalización de los contenidos de la fe en ciertos grupos de intelectuales, ahora cristianos, conllevó a una consecuente exaltación de la filosofía helenista, a tal grado de provocar las primeras desviaciones de la Tradición cristiana, convirtiéndose ahora en los enemigos internos del cristianismo, propiciando un giro a la apología cristiana saliendo ahora en defensa de la doctrina al interior de la comunidad; tal fue el caso del gnosticismo, movimiento sincretista que con una mezcla de cristianismo, judaísmo, filosofía y mito, elaboró todo un sistema que buscaba dar respuesta a diversas cuestiones existenciales del ser humano emitiendo así una concepción racionalista del mundo, el hombre y Dios. Tanto el desarrollo del gnosticismo en diversas comunidades como la necesidad de dar razón de la fe y proclamar al mundo que el cristianismo no es una religión de ignorantes, surge en Alejandría la primera escuela teológica; fundada por Panteno como escuela catequética para la formación de los catecúmenos hacia el 180, bajo la dirección de Orígenes hacia el 215, llegaría a constituirse en la escuela teológica más importante de la antigüedad cristiana, cuyo auge e influencia en la iglesia tanto oriental como occidental predominaría hasta el siglo V y daría a la Iglesia grandes teólogos como Orígenes, san Clemente, san Dionisio, san Atanasio y san Cirilo. II. LOS PROCESOS DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS EN LA ANTIGÜEDAD 1. Kerigma y catequesis La fe se va propagando, originalmente de manera personalizada, en la cotidianidad de la vida doméstica de esposa a marido, de esclavo a ama o viceversa, o incluso de zapatero a cliente; el anuncio kerigmático, en pentecostés, de la muerte y resurrección de Cristo fuente de salvación, designa ahora el contenido global del misterio de Cristo y se vincula estrechamente al proceso catequético que conducirá a la recepción del bautismo, sello efectivo del kerigma. La aceptación de la fe, en virtud del anuncio de la salvación, era siempre acompañada, como elemento decisivo e irrenunciable, más que de la táctica, del testimonio convencido de tales verdades expresada en la vida misma; son tres las realidades capaces de mover a la conversión y a la acogida de la fe: el mensaje evangélico en sí mismo, la fraternidad e igualdad de dignidad promovida entre los cristianos y el testimonio convencido de una vida virtuosa capaz de darlo todo incluso hasta el martirio. Sin embargo, el itinerario de la aceptación de la fe y de la pertenencia a la comunidad por el bautismo, exigía tino y discreción a fin de evitar conversiones simuladas, haciendo necesario un proceso pedagógico de acompañamiento. 2. La iniciación cristiana La conversión y el bautismo conllevan a un verdadero cambio de vida y de religión, un vuelco a la vida familiar, profesional y social; sin embargo, ser admitido al bautismo no era fácil, la comunidad cristiana tomaba sus precauciones, apartando a los pocos capaces de perseverar y probando la idoneidad de los candidatos introducidos a la comunidad por un cristiano determinado. El tiempo de preparación en la iniciación cristiana se llama “catecumenado”, deriva del verbo griego katecei<n [katejéin], usado por Pablo y significa “enseñar oralmente la fe” (1Cor 14,19); como sustantivo latino catechumenus, aparece por primera vez en Tertuliano, para designar al candidato al bautismo y el tiempo de la catequesis y de la formación. El catecúmeno acompaña a su evangelizador a las reuniones de la comunidad, se instruye en las verdades nuevas e intenta practicarlas. Tanto la afluencia de candidatos, como el riesgo que encierra profesar el cristianismo ante la experiencia de las persecuciones frecuentes e incluso de tendencias heréticas y de apostasías, conllevan a la prudencia y a la prueba del tiempo y la perseverancia. Hacia el siglo IV, con la apertura de la paz constantiniana, la afluencia de nuevos adeptos determinó una organización estable del proceso catecumenal, convirtiendo este siglo en la época de la gran catequesis. Entre los pasos concretos de la etapa catecumenal podemos numerar los siguientes: a) Escrutinios o revisión de la vida. La comunidad juega un papel importante en la selección, lleva a cabo la primera revisión de la vida social del candidato y su integridad de vida, su profesión y condición de esclavo o libre, así como su relación con el mundo pagano; la poligamia o el concubinato o incluso algunos oficios incompatibles con la fe, impiden la inscripción al catecumenado. b) Rito de iniciación. La inserción comienza con la señal de la cruz en señal de aceptación, de aquí en adelante se llama oficialmente catecúmeno o incluso cristiano. c) Formación doctrinal. El catecúmeno, se compromete a escuchar la enseñanza de su catequista, este período puede durar unos tres años o reducirlo dependiendo del progreso manifiesto. La lucha que implica la preparación del candidato es comparado con el entrenamiento deportivo y con el oficio militar. d) Escrutinios prebautismales. Cumplido el tiempo y estando cerca la pascua, el catecúmeno solicita el bautismo, es entonces escrutado en la honestidad y su solicitud por los pobres y enfermos, los huérfanos y las viudas, así como las buenas obras realizadas en su proceso de preparación. Superado este examen se considera “elegido”, comenzando un período de preparación próxima e intensa para el sacramento. e) Exorcismo prebautismal. “Los elegidos”, reciben la imposición de manos y el exorcismo, a partir de aquí deberán mantener la pureza de vida, disponiéndose al bautismo, con ayuno, oración y buenas obras. f) Toma de conciencia plena. Tras un discernimiento consciente, el catecúmeno toma una decisión definitiva e irrevocable, pues la recepción del bautismo es una consagración y un juramento de fidelidad permanente. Ahora testimoniará su fe ante el público e incluso ante los tribunales, si es necesario. III. FRUTOS DE LA EVANGELIZACIÓN: VIDA CRISTIANA PERSEVERANTE, FRATERNIDAD Y MISIÓN El dinamismo de la fe se desarrolla desde un doble binomio fundamental: conversión y misión, fe y caridad, en otros términos la conversión conlleva a la acogida de la fe y al compromiso cristiano traducido en el compartir caritativa y fraternalmente la vida que desemboca en un consecuente compromiso misionero, es aquí donde incluso algunos deciden consagrarse enteramente a la evangelización como apóstoles itinerantes. La caridad, la unidad, la fraternidad son distintivos de la comunidad cristiana quien se preocupa por mantener una actitud de ayuda mutua. Los hermanos en la fe se conocen por su nombre, viven profundamente la dimensión humana de la fe a través del compromiso fraterno vivido y compartido. El obispo vela por la atención a los más necesitados, especialmente los huérfanos y las viudas, labor que completa con la ayuda del Diácono, aunque la acción caritativa a favor de los más pequeños es compromiso de toda la comunidad, la cual vela por la protección de los niños desamparados, que en virtud de las persecuciones han quedado en situación de orfandad, las viudas tienen la posibilidad de nuevas nupcias o dedicarse a la vida ascética. En tiempos de dificultad, cuando la situación de pobreza o hambre azota a los miembros de la comunidad, la fraternidad adquiere un carácter específico mediante las comidas públicas. La comunidad es solidaria, incluso en tiempos de persecución, visitan a los encarcelados, llevándoles provisiones o incluso ofreciendo dinero para un trato digno o pagando el rescate para su liberación; la sepultura y respeto a los muertos es otra faceta de la caridad que impresionó a los mismos paganos. La donación generosa de los fieles hace posible mantener la caja común, la ofrenda económica es una verdadera participación fraterna de los bienes; en el siglo II, existen contribuciones a través de limosnas u ofrendas en especie, como ropa, calzado, alimentos, etc., que los diáconos recogían para distribuir entre los más necesitados; incluso los mismos pobres aportan su donación a favor de otros más necesitados mediante el ahorro, fruto del ayuno y la abstinencia. La ofrenda caritativa se constituye en la epifanía de Dios que cuida de los más pobres y marginados. La santidad de cada cristiano es procurada en la misma cotidianidad de la vida, mediante su perseverancia en Cristo; la oración, el ayuno y la limosna permiten mantenerse en continua vigilancia. La concelebración eucarística presidida por el obispo de la comunidad, es la expresión litúrgica por excelencia, es la acción de gracias permanente en la que el cristiano conmemora el sacrificio de Jesús; quien ha culminado su iniciación cristiana, domingo a domingo, se nutre del cuerpo y la sangre de Cristo. El ágape, o comidas fraternas post-eucarísticas, como expresión de la fraternidad y la caridad, especialmente con los más pobres, distingue al cristiano del pagano; en él, con verdadero sentido religioso, se unen en la oración y la convivencia sin distinciones: esclavos, ricos, pobres, etc. CONCLUSIÓN. La fe, vista desde la experiencia de los primeros cristianos, no consiste en instalarse, sino enfrentar lo cotidiano, es recomenzar cada día en la espera ansiosa y oscura de lo que aún no vemos; cada cristiano se esfuerza por vivir el heroísmo de lo cotidiano, presentando el rostro de una Iglesia de esperanza como una expresión profunda de su ser, la vida cristiana se vive como una tensión entre lo cotidiano y la promesa; de este modo, la fe transfigura la vida cotidiana, la esperanza domina sobre lo trágico, así lo demostró la serenidad de los mártires, pues a quienes esperan vigilantes, Dios les descubre el alba que ilumina la existencia y la eternidad. 2. EL PROCESO VATICANO II1 EVANGELIZADOR DEL CONCILIO La evangelización 46. La Iglesia « existe para evangelizar », (EN 14) esto es, para « llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad ». (EN 18) El mandato misionero de Jesús comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: « anunciad » (Mc 16,15), « haced discípulos y enseñad », (Mt 28,19-20.) «sed mis testigos », (Hch 1,8.) «bautizad», (Mt 28,19) « haced esto en memoria mía » (Lc 22,19), «amaos unos a otros» (Jn 15,12). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer 1 DIRECTORIO GENERAL DE CATEQUESIS (1997) Nos. 46-49. discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización. Algunos de estos elementos revisten una importancia tan grande que, a veces, se tiende a identificarlos con la acción evangelizadora. Sin embargo, «ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización». (EN 17) Se corre el riesgo de empobrecerla e, incluso, de mutilarla. Al contrario, ella debe desplegar «toda su integridad» (EN 28) e incorporar sus intrínsecas bipolaridades: testimonio y anuncio,( EN 22a.) palabra y sacramento,( EN 47b) cambio interior y transformación social.( EN 18) Los agentes de la evangelización han de saber operar con una « visión global »(EN 24d.) de la misma e identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia.( EN 14) El proceso de la evangelización 47. La Iglesia, aun conteniendo en sí permanentemente la plenitud de los medios de salvación, obra de modo gradual.( AG 6b) El decreto conciliar Ad Gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). (En el dinamismo de la evangelización hay que distinguir lo que son las « situaciones iniciales » (initia), los « desarrollos graduales » (gradus) y la situación de madurez: « a cada circunstancia o estado deben corresponder actividades apropiadas o medios adecuados » (AG 6).). Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia. 48. Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal modo que ella: – Impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; (EN 18-20 y RM 52-54; AG 11-12 y 22) – da testimonio (EN 21 y 41; RM 42-43; AG 11) entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos; – y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el «primer anuncio », (CT 18.19.21.25; RM 44.) llamando a la conversión. (EN 10 y 23; CT 19; RM 46) – Inicia en la fe y vida cristiana, mediante la « catequesis » (EN 22; CT 18; cf AG 14 y RM 47) y los « sacramentos de iniciación », (AG 14; CEC 1212; cf CEC 1229-1233.) a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana.( EN 23; CT 24; RM 48-49; AG 15) – Alimenta constantemente el don de la comunión (ChL 18.) en los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad; – y suscita continuamente la misión, (ChL 32, que muestra la íntima conexión entre « comunión » y « misión ») al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo. 49. El proceso evangelizador, (EN 24) por consiguiente, está estructurado en etapas o « momentos esenciales »: (CT 18) la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. (AG 6f; RM 33 y 48.) Estos momentos, sin embargo, no son etapas cerradas: se reiteran siempre que sea necesario, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad. El Directorio Para la Catequesis, publicado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización en marzo de 2020, analiza con detenimiento el proceso de la evangelización, definida como un «proceso eclesial, inspirado y sostenido por el Espíritu Santo, por medio del cual el Evangelio es anunciado y difundido en todo el mundo». A lo largo del Directorio, hay continuas referencias a este tema tan delicado y urgente de formar cristianos, de hacer discípulos misioneros. Los números 31-37 del Directorio explicitan que “la evangelización consta de varias etapas y momentos, que pueden repetirse si es necesario, con el fin de proporcionar el alimento evangélico más adecuado para el crecimiento espiritual de las personas o comunidades…”. El Directorio enumera tres momentos en la formación de un discípulo: Momento 1º La acción misionera: Engendrar la fe (anuncio y aceptación) Momento 2º La acción catequético-iniciática: Crecer en el seguimiento de Jesús Momento 3º La acción pastoral: Madurar la vocación y misión hacia la santidad 3. PROCESO EVANGELIZADOR EN-APARECIDA LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII NUNTIANDI Los antecedentes: Una década después del acontecimiento conciliar, la evangelización se mostraba como una de las cuestiones más decisiva y urgentes que la Iglesia debía afrontar. De ahí la elección del tema del Sínodo de 1974: “La evangelización en el mundo actual”. Se retomaba así aquella convicción expresada ya por Pablo VI en la misma clausura del Concilio que impulsaba, ante las condiciones cambiantes de la sociedad, a buscar formas nuevas de llevar el mensaje cristiano al hombre contemporáneo. El hondo calado de los cambios sociales y culturales hacía pensar en “nuevos tiempos para la evangelización”. A ello se unía el alcance de las nuevas orientaciones conciliares. El Sínodo celebrado a los diez años del Concilio afrontará con valentía los problemas del primer decenio posconciliar, con la firme decisión de seguir dando curso a la orientación conciliar que, fundamentalmente en Gaudium et Spes, había situado al hombre en el centro. El 8 de diciembre de 1975, conmemorando el décimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, Pablo VI publica la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, uno de los documentos más importantes de la Iglesia postconciliar, resultado del Sínodo de Obispos celebrado el año anterior. “Por parte del magisterio –afirma S. Dianich- creo que, después del concilio, no hay ningún otro documento que haya utilizado positivamente todas las cosas buenas de la teología de los últimos decenios mejor que la Evangelii Nuntiandi”2. Se trata del documento magisterial que ha tenido mayor repercusión en la Iglesia posconciliar, en lo referente a la temática misionera. EN abre un panorama nuevo, afrontando los problemas actuales y señalando el fin de una época de dudas y contestación. Entre los nuevos temas aportados, están: El nuevo concepto de evangelización. La relación entre evangelización y liberación o promoción humana o entre evangelización y diálogo interreligioso. El tema de las iglesias locales/particulares La gran síntesis sobre el trabajo del Espíritu en la evangelización En una de sus afirmaciones más citadas, EN sentencia: “(…) la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (n. 14). Recogemos a continuación los números de la EN referidos al concepto de evangelización: El número 17 se refiere a la riqueza que engloba el concepto de evangelización. Al hablar de algunos elementos importantes propios de la actividad evangelizadora de la Iglesia, explica: “Algunos revisten tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con la evangelización. De ahí que se haya podido definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo de aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de los otros sacramentos. Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se trata de abarcar de golpe todos sus elementos esenciales” (EN 17) “Este anuncio -kerigma, predicación o catequesis- adquiere un puesto tan importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin embargo, no pasa de ser un aspecto” (EN 22). “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado en los otros” (EN 24). 2 S. DIANICH, Iglesia en misión, 37-38. La EN afirma que la tarea de la evangelización está esencialmente ligada al compromiso con los problemas de la justicia, desarrollo y paz en el mundo. Una afirmación que se apoya en la profunda dimensión antropológica del anuncio evangélico que se dirige, no a un hombre abstracto, sino a un hombre concreto, inmerso en situaciones históricas determinadas EN reconoce que el mensaje que lleva a la evangelización afecta a toda la vida (n. 29), es un mensaje de liberación (n. 30), ya que “entre evangelización y promoción humana –desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, lazos de orden teológico y vínculos de orden eminentemente evangélico como el de la caridad” (n.31). La Iglesia, aunque “rechaza la sustitución del anuncio del reino por la proclamación de liberaciones humanas” (n. 34), ‘asocia’ liberación humana y salvación en Jesucristo, aunque no las identifica (n. 35), y “se esfuerza por inserir siempre esta lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que ella misma anuncia” (n. 38). El documento se refiere explícitamente a “la tentación de reducir la misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de reducir sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad –olvidando toda preocupación espiritual y religiosa- a iniciativas de orden político y social” (n. 32). RESUMEN DE LA EN 1. Del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizada. El capítulo primero explica cómo toda la evangelización arranca desde Cristo, que ha venido a anunciar la buena noticia, es decir, el Reino de Dios (n. 8) y la liberación del pecado (n. 9). La misión esencial de la Iglesia, que nace de la evangelización de Jesús, es llevar el Evangelio a todos los hombres, lo cual es posible cuando Ella se evangeliza a sí misma como depositaria y contenido del Evangelio que quiere comunicar. Así, "enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores" (n. 15). 2. ¿Qué es evangelizar? La evangelización consiste en transformar a la humanidad, y esta transformación sólo en posible mediante la transformación de cada hombre a través de la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. Para ello es importante el testimonio (los hombres de hoy escuchan más a los testigos que a los maestros y, si escuchan a los maestros, es en tanto en cuanto que son testigos, como se dirá más adelante en el n. 41). Pero no basta el testimonio: hay que anunciar el Evangelio, pues el anuncia es un aspecto del mismo mensaje evangélico, y quien lo acoge se convierte automáticamente en transmisor: "es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia" (n. 24). 3. Contenido de la evangelización Pablo VI inicia el capítulo tercero con una síntesis: la evangelización consiste en anunciar el Amor del Padre revelado por Cristo en el Espíritu. Una categoría moderna para comprender buena parte de este amor es la de la liberación, que expresa bastante bien el tema fundamental de la salvación en Cristo. 4. Medios de la evangelización. Basados en el testimonio, que no puede faltar en la evangelización (n. 41), hay que dar su lugar a la Palabra, de manera especial en el mundo de hoy, que da tanta importancia a la imagen (n. 42). Pablo VI ofrece aquí un análisis de los "púlpitos del siglo XX", los nuevos medios de comunicación social (n. 46), sin que por ello se deje de lado la evangelización realizada "de persona a persona", en el contacto privado, que tanto ayuda a promover la convicción en los corazones (n. 46). 5. Destinatarios de la evangelización. La evangelización abarca un sinfín de ámbitos y de personas, pues el mandato de Cristo ha de ser mantenido siempre y en todo lugar: "¡A todo el mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra!" (n. 50). El capítulo quinto concluye con una valoración positiva de las comunidades eclesiales de base, a las que Pablo VI contrapone las otras comunidades de base, que no son eclesiales por atacar y separarse de la vida de la Iglesia (n. 58). 6. Agentes de la evangelización Este capítulo es introducido con una importante premisa: la evangelización es siempre un acto eclesial, y no individual. Por lo tanto, todo evangelizador actúa según el poder que recibe de la Iglesia, la única evangelizadora (n. 60). Desde esta premisa, Pablo VI hace un profundo estudio sobre las relaciones entre la Iglesia universal y las iglesias particulares (nn. 62-64) que le lleva a concluir que toda la Iglesia debe evangelizar, pero hay diferentes tareas evangelizadoras (n. 66). De un modo sencillo el capítulo habla de los distintos evangelizadores: el Papa (cuya potestad plena, suprema y universal consiste, sobre todo, en predicar y hacer predicar el Evangelio, n. 67), los obispos y sacerdotes, los religiosos, los seglares, la familia (la iglesia doméstica) y los jóvenes. El capítulo concluye con una valoración de aquellos ministerios laicales que no están ligados al sacramento del orden sagrado (n. 73). 7. Espíritu de la evangelización. Toda la labor evangelizadora de la Iglesia, todo el esfuerzo que se ponga en las técnicas y en la preparación de los anunciadores, serán infecundos si no están vitalizados por el Espíritu Santo, el agente principal de la evangelización. Es oportuno recordar que la misma idea aparece en la encíclica "Redemptoris missio" (del año 1990) de Juan Pablo II, en los nn. 21-30 DOCUMENTO DE APARECIDA N. 278 6.2.1 Aspectos del proceso 278. En el proceso de formación de discípulos misioneros destacamos cinco aspectos fundamentales que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí: a) El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus discípulos ya lo buscan (cf. Jn 1, 38), pero es el Señor quien los llama: “Sígueme” (Mc 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones. b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación se actualiza para nosotros la redención de Cristo. c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía. d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en la vida del Espíritu. e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona. Para reflexionar: El Directorio enumera tres momentos en la formación de un discípulo: Momento 1º La acción misionera: Engendrar la fe (anuncio y aceptación) Momento 2º La acción catequético-iniciática: Crecer en el seguimiento de Jesús Momento 3º La acción pastoral: Madurar la vocación y misión hacia la santidad Lo que hemos detectado en los últimos años es que el momento primero de la acción misionera suele faltar en la mayoría de las Parroquias, movimientos y comunidades cristianas. ¿Qué es exactamente la ACCIÓN MISIONERA? Es ni más ni menos que la invitación a creer, a reconocer a Jesús como Señor de la historia y de la propia existencia. Esta acción misionera es desconocida en el 99,9 % de nuestras comunidades, porque en los últimos siglos esta tarea primera de engendrar en la fe, se ha venido haciendo en el seno de la familia, de la escuela y del ambiente popular. Pero desde hace unas décadas esta transmisión se ha roto puesto que esas tres matrices de la fe han quebrado. Las Parroquias continuamos como si nada hubiera pasado y seguimos comenzando nuestros procesos con el MOMENTO 2º, la catequesis o la formación que lleva a los sacramentos de iniciación cristiana. A pesar de los esfuerzos de varios años, con los mejores métodos y recursos disponibles, constatamos que sólo una escasa minoría de los supuestamente “iniciados” perseveran en la comunidad y en el seguimiento de Jesús. ¿Qué está pasando? ¿Qué falla en nuestro proceso de hacer cristianos que hasta hace unas décadas ha funcionado perfectamente? Ha pasado un cambio de época, que ha conllevado transformaciones profundas de todo tipo y que han erosionado el sistema armónico de la cristiandad, dejándolo inservible. El catequeta italiano Enzo Biemmi recoge una cita de los Obispos italianos que ilumina el problema a la perfección: “Nuestra actual situación pastoral se parece quizás al trabajo de un agricultor enamorado de su tierra. Cava, abona, riega, con gran dispendio de energías…, pero nadie se ha preocupado de sembrar en ese campo ¡y los esfuerzos resultan estériles! Si la catequesis corresponde al tiempo del cultivo, el primer anuncio corresponde al tiempo de la siembra, y es esta siembra la que falta, en gran parte, en nuestra pastoral ordinaria” (Comisión de Catequesis del Lazio 2002). Si miramos con atención veremos que el Directorio se detiene en analizar y describir especialmente el primer momento, el de la acción misionera que es la situación normal por donde hoy debemos empezar cualquier planteamiento evangelizador. Este giro pastoral es a lo que se refiere el Papa Francisco con numerosas expresiones: conversión pastoral, conversión misionera, Iglesia en salida… Analicemos brevemente los tres pasos escalonados que tiene esta acción misionera, según el Directorio 1. LO PRIMERO ES EL DON, EL TESTIMONIO, LA ESCUCHA, LA ACOGIDA… A la hora de anunciar el Evangelio, hemos de empezar por el testimonio de alegría y el fervor que vive el evangelizador. Si no hay este fervor del Espíritu que nos impulsa a compartir el don recibido, es mejor que nos estemos quietos. Después, desde un diálogo respetuoso, lo único que podemos hacer es escuchar a la otra persona y, desde la propia experiencia, suscitar interrogantes, preguntas, nuevas perspectivas de los problemas y de los temas…En este primer momento, lo más contraproducente es intentar imponer nuestra propia visión moral o ideológica del tema, querer llevar razón, pues lo más posible es que provoque desconfianza y cerrazón en personas que están expuestas diariamente a cientos de invitaciones, reclamos, puntos de vista, nuevos productos… En el inicio de la acción misionera, los clérigos (y las personas clericalizadas) lo tienen más difícil, pues existe en el ambiente una fuerte vacunación para que resbale toda propuesta que suene a autoritaria, vertical, paternalista o proveniente de la institución eclesial. De ahí que en este primer momento de la acción misionera, el protagonismo debería ser de los laicos, y los pastores permanecer en una posición discreta de apoyo. El problema está en que normalmente no tenemos muchos laicos capacitados para realizar estas tareas. ¡Y este es el reto! ¡Empezar con un pequeño grupo! Los laicos viven de manera espontánea en muchas situaciones ordinarias donde es posible suscitar preguntas en el interior de las personas e incluso interés por otros puntos de vista, especialmente si se los muestra alguien de confianza desde su propia experiencia y abriendo su corazón por amor. 2. EL ANUNCIO PERSONA A PERSONA Cuando hay una relación de confianza con las personas, desde la escucha, el respeto y la actitud de ayuda, en el momento apropiado, el evangelizador puede a través del diálogo suscitar el interés por el Evangelio. Es lo que llamamos el ANUNCIO «PERSONA A PERSONA» y que se puede realizar en el ámbito de un diálogo entre amigos y compañeros, entre familiares y seres muy cercanos… Este INTERÉS despertado, sin ser todavía una decisión estable, crea las aptitudes necesarias para la aceptación de la fe. La Iglesia denomina simpatizantes a los que muestran esta inquietud. En varias ocasiones he participado en actos misioneros en plazas o visitando los domicilios de las personas. En ambos casos la experiencia ha sido un absoluto fracaso. Las personas están hartas de que las asalten todo tipo de organizaciones y empresas con ánimo de venderles o colocarles algún producto y por ello están muy impermeabilizadas. Sólo desde la confianza y desde las relaciones humanas es posible hoy superar esas barreras. De ahí que los movimientos muy cerrados o las comunidades que viven autorreferenciales tengan poco futuro, pues sólo generan relaciones significativas internas y son percibidos como tipos extraños o gente rara, imposibilitada por ello para suscitar una referencia deseable de vida y de sentido. 3. EXPERIENCIA ECLESIAL DE EXPLICACIÓN DEL KERIGMA El paso definitivo de la acción misionera será la invitación a una experiencia eclesial de explicación del kerigma, preferiblemente en el seno de una comunidad cristiana y a ser posible dentro de la Parroquia por dos razones: 1) porque no evangeliza una sola persona, sino toda una comunidad y 2) porque sólo una comunidad puede acoger y hacer crecer la semilla de la fe sembrada. Es en la comunidad cristiana donde se hace visible la realidad del Evangelio como forma de vida: el amor, la acogida, la fraternidad, el acompañamiento, el discernimiento, etc. Esta etapa de explicación del kerigma (tipo Alpha, Cursillos, Emaús…) es fundamental para la acogida del anuncio y para que se produzca un encuentro personal con Cristo y la consiguiente respuesta y CONVERSIÓN INICIAL. Sin esta conversión inicial (que suscita el interés y el deseo de conocer más a ese nuevo Amigo) no se podrá dar el paso a la ACCIÓN CATEQUÉTICA, discipulado o catecumenado, en el que «los que se han encontrado con Jesucristo sienten un creciente deseo de conocerlo más íntimamente, haciendo así explícita una primera opción por el Evangelio.» Existe otro peligro que es quedarnos sólo en el primer momento.