La terapia familiar de las psicosis Entre la destriangulación y la reconfirmación Por Juan Luis LINARES Con la participación de: Adrián HINOJOSA, Dora ORTIZ, Vicky RANGEL, Vitor SILVA, Jose Antonio SORIANO, UNIDAD DE PSICOTERAPIA y ESCUELA DE TERAPIA FAMILIAR DEL HOSPITAL DE STA. CREU I ST. PAU (Universitat Autònoma de Barcelona) Y la colaboración de: J. BUENO ÁLVAREZ; J. M. HIGÓN SANCHO y E. MARTÍNEZ SAPENA 2 Juan Luis LINARES La terapia familiar de las psicosis Entre la destriangulación y la reconfirmación Fundada en 1920 Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo 28701 San Sebastián de los Reyes – Madrid - ESPAÑA morata@edmorata.es – www.edmorata.es 3 © Juan Luis LINARES Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. Todas las direcciones de Internet que se dan en este libro son válidas en el momento en que fueron consultadas. Sin embargo, debido a la naturaleza dinámica de la red, algunas direcciones o páginas pueden haber cambiado o no existir. El autor y la editorial sienten los inconvenientes que esto pueda acarrear a los lectores pero, no asumen ninguna responsabilidad por tales cambios. © EDICIONES MORATA, S. L. (2019) Nuestra Sra. del Rosario, 14, bajo 28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid) www.edmorata.es-morata@edmorata.es Derechos reservados ISBNebook: 978-84-7112-939-0 Compuesto por: M. C. Casco Simancas Imagen de la cubierta: Equipo TARAMO 4 Nota de la editorial En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital. Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo. Por eso le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos. Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos! Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en comercial@edmorata.es o por teléfono en el 91 4480926 5 Prólogo. Por Roberto PEREIRA CAPÍTULO 1. Introducción. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 2. Historia de las ideas sistémicas sobre las psicosis. Por Adrián HINOJOSA y Juan Luis LINARES CAPÍTULO 3. La triangulación desconfirmadora. Por Juan Luis LINARES y Adrián HINOJOSA CAPÍTULO 4. La personalidad del psicótico. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 5. La organización y la mitología familiares del psicótico. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 6. La terapia familiar en las psicosis. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 7. El abordaje individual en la terapia familiar de las psicosis. Por Dora ORTIZ CAPÍTULO 8. Grupos terapéuticos con psicóticos: Redes reconfirmadoras. Por Vitor SILVA CAPÍTULO 9. Manejo sistémico de la medicación en los trastornos psicóticos. Por José A. SORIANO CAPÍTULO 10. Jesús, María y José. El delirio místico como metáfora relacional. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 11. Datos de una investigación. Por Dora ORTIZ, Virginia RANGEL y Juan Luis LINARES CAPÍTULO 12. El niño invisible y el espejo mágico. Intervención grupal en esquizofrenia. Por J. BUENO ÁLVAREZ, J. M. HIGÓN SANCHO y E. MARTÍNEZ 6 SAPENA CAPÍTULO 13. Reflexiones finales. Por Juan Luis LINARES 7 Por fin llegó. El esperado. Un libro que se ha hecho de rogar toda una vida profesional. Porque su principal autor, Juan Luis Linares, un autor prolífico e indispensable, de referencia en el campo de la Terapia Familiar Sistémica, lleva escribiendo este libro desde su infancia, cuando de la mano de su padre Antonio Linares, eminente psiquiatra malagueño —autor, por cierto, de numerosas traducciones especialmente de psiquiatría alemana publicados en esta editorial— recorría los pasillos del Hospital Psiquiátrico de Málaga, o se formaba como residente en el Instituto Mental de la Santa Cruz de Barcelona. O cuando visitó Trieste en plena efervescencia desinstitucionalizadora, o el MRI de Palo Alto para entender las raíces comunicacionalistas de la esquizofrenia y encontrar al fin la forma de comprender lo que ocurría con las familias de los pacientes que había conocido en el frenopático y que se comportaban de una manera tan compleja y a menudo paradójica. Ya digo, toda una vida profesional trabajando siempre en un hospital público con los psicóticos y sus familias, desarrollando una comprensión relacional de la esquizofrenia que en este libro se recoge, explica, y desmenuza, con el acompañamiento de un puñado de magníficos colegas que de forma magistral le ayudan en el esfuerzo de hacer compresible un fenómeno tan complejo como las bases relacionales del que es, sin duda, el trastorno más grave al que se enfrenta la salud mental: Jose Antonio SORIANO, Dora ORTIZ, Víctor SILVA, Virginia RANGEL, Adrián HINOJOSA, y la colaboración de Javier BUENO, José Manuel HIGÓN, y Ester MARTÍNEZ. Es también un libro que va, en buena medida, a contracorriente de las principales vías por donde ha transitado, en los últimos años, la psicoterapia sistémico-relacional, la terapia familiar o el modelo sistémico, distintas variantes de la nueva orientación terapéutica que durante el tercer cuarto del pasado siglo trató, justamente, de encontrar una explicación al origen y un tratamiento efectivo de las psicosis, particularmente de la esquizofrenia. 8 No fue un camino sencillo, aunque el comienzo fue muy prometedor. Las teorías comunicacionalistas y la evolución del psicoanálisis incluyendo las relaciones actuales en el triángulo madre-padre-hijo/a generaron grandes expectativas en la comunidad psiquiátrica y psicoterapéutica, que todavía caminaban unidas. Sin embargo, diversas circunstancias muy bien explicadas en los primeros capítulos del libro, hizo que cundiera el desánimo, también entre los terapeutas familiares, que dirigieron su interés hacia otros campos más prometedores. Este abandono del esfuerzo por resolver el problema que había llevado a los pioneros a introducir a la familia en el tratamiento de las psicosis, no se debió solamente a que el esfuerzo teórico realizado no se correspondía con resultados prácticos sustanciales, sino a que poco a poco fue instalándose en la Terapia Familiar Sistémica un rechazo al lenguaje psicopatológico, o a la utilización de términos como diagnóstico o pronóstico. Fueron pocos los autores señeros que continuaron utilizando estos términos denostados por las nuevas ideas socioconstruccionistas, aunque nunca se abandonó del todo el lenguaje psicopatológico: es difícil entenderse sin usar términos como delirio, psicosis, angustia o depresión. Estos autores se esforzaron, eso sí, por desarrollar un lenguaje relacional que complementara los diagnósticos clínicos de origen fenomenológico, entrecruzando las disfunciones en las relaciones familiares con la psicopatología, en un ingente esfuerzo por describir, acotar y organizar las raíces relacionales de los trastornos psiquiátricos. Y en ese esfuerzo fundamental para los que creen firmemente en la importancia de la relación y la comunicación disfuncional en la génesis de estos trastornos es donde se inscribe este libro. En concreto, en la importancia fundamental de un fenómeno comunicacional complejo como es el de la desconfirmación como base de la Esquizofrenia. No es fácil entender en qué consiste la desconfirmación, esa negación de la existencia comunicacional del otro. Pero quien lea este libro, va a poder comprender su sentido más sutil, el que realmente hace daño en las relaciones con aquellos que nos importan. La desconfirmación burda de hacer como que alguien no existe, no mirarle, no escucharle (“bloquearle” en términos actuales de las redes sociales digitales), molesta, incomoda, irrita o desconcierta, angustia, si el que lo hace es verdaderamente importante para nosotros, pero no “ata” al que la padece a una relación imposible de eludir que nos acaba enloqueciendo. Para eso es necesario que la desconfirmación no se note, no sea evidente, se niegue si es preciso. Solo así llegará realmente a “alienar” al que es objeto de ella de manera pertinaz y reiterada. Y que se una a otro fenómeno relacional disfuncional abundantemente descrito y utilizado en la etiología relacional de los problemas de conducta: la triangulación, bien conocida y que 9 no es necesario explicar aquí. Pero no una triangulación cualquiera, sino la que termina en una “traición” del progenitor aliado es la que, unida a la desconfirmación, acaba generando el trastorno identitario que caracteriza a la psicosis. Pero la desconfirmación ya formaba parte de la descripción sistémica de la “familia esquizofrénica”. Hay otra propuesta más novedosa y que merece una lectura atenta y una reflexión cuidadosa: para el autor, la desconfirmación incluye otras disfunciones relacionales descritas también en la familia esquizofrénica, que han recibido diferentes nombres: la pseudomutualidad, la mistificación o la desviación comunicacional. Pero el libro no se queda en esta reflexión teórica, de extraordinario interés, sino que avanza a lo que desde el punto de vista práctico es imprescindible: ¿Qué hacer con todo esto? ¿Para qué nos sirve esta comprensión de las raíces comunicacionales de las psicosis? Los autores no rehúyen el desafío y ofrecen un abordaje completo de la esquizofrenia, que centrada en la terapia familiar “como un proceso de reconfirmación”, incluye un abordaje individual magníficamente explicado por Dora ORTIZ, otro grupal con esa interesante propuesta de los grupos terapéuticos como “redes confirmadoras” —Víctor SILVA —, o con la intervención grupal desarrollada con pacientes que no contaban con apoyo familiar —Javier BUENO, Jose Manuel HIGÓN y Ester MARTÍNEZ—, y la necesaria utilización de medicación pero siempre integrada en el proceso terapéutico global tal y como lo explica de forma magistral Jose SORIANO. Finalmente, de nuevo ORTIZ y LINARES junto con Virginia RANGEL presentan una extensa investigación sobre 45 familias tratadas a lo largo de 7 años en la que se analiza el resultado del tratamiento reconfirmador con unos excelentes resultados. El libro está salpicado de viñetas clínicas que hacen más amable la lectura a la vez que ilustran magníficamente los conceptos teóricos que el texto va describiendo. Y finaliza con una frase que debería figurar en el frontispicio de los hospitales psiquiátricos: “Los psicóticos se curan”. Este libro, imprescindible para todos los que trabajamos con patologías graves, explica cómo hacerlo. 10 Lo he contado muchas veces a quien quisiera oírme. Los psicóticos entraron en mi vida cuando, apenas un niño y de la mano de mi padre, director del hospital psiquiátrico de Málaga, visitaba en ocasiones dicha institución. Entre fascinado y asustado, contemplaba con los ojos como platos a los personajes que desfilaban ante mí, mientras mi padre me tranquilizaba con su serena voz: “Mira, Juan Luis, ese señor es un parafrénico y tiene un delirio cosmológico. Dice que él creó el mundo en tres días, la mitad del tiempo que se tomó Dios.” Mi vocación psiquiátrica se despertó en ese contexto, y se consolidó quince años más tarde, trabajando como médico residente en el Instituto Mental de la Santa Cruz de Barcelona. Residente entonces quería decir que, de verdad, se residía en el hospital, por lo que viví allí más de dos años, sumergido físicamente en el mundo de las psicosis. Más adelante referiré alguna anécdota de las infinitas que jalonaron aquella etapa de mi vida, así como los años posteriores, ya formado como psiquiatra y trabajando siempre en entornos hospitalarios. Aunque continúen siendo el principal desafío de la psiquiatría, y no digamos de la psicoterapia, hace tiempo que las psicosis han dejado de estar de moda, o, al menos, de ocupar la posición emblemática que ostentaron desde los inicios de la era psiquiátrica moderna. Un contrasentido semejante, que ni merece ser calificado de paradoja, solo es posible por la frivolidad mercantilista que preside la aparición y desaparición de “productos de gran actualidad” en un terreno como la salud mental que, por definición, debiera estar a salvo de tales fluctuaciones. Parece que los mercados, tanto el de los psicofármacos como el de las servidumbres mediáticas que inevitablemente los acompañan, necesiten una periódica renovación de las entidades psicopatológicas que dan de qué hablar. Es así como florecen entidades como la “dependencia a Internet”, la “ludopatía” o la “vigorexia”, que permiten sabrosas entrevistas a sesudos psiquiatras, 11 empeñados en desvelar los arcanos de problemáticas de rabiosa actualidad. Se asiste también a la eclosión de pandemias, que encuentran complicidades en sectores significativos de la opinión pública, fascinados colectivamente por la evidencia de que ciertos fenómenos, debidamente etiquetados, resultan fáciles de comprender. Los disléxicos de ayer son los hiperactivos de hoy, y todos contentos. Todavía hace algunos decenios, la sociedad moderna se regía por patrones económicos y culturales basados en la producción. Eran los tiempos del florecimiento de la industria pesada, de los grandes imperios coloniales, del capitalismo de Manchester y de la construcción de una imponente red de manicomios. Como emblema psiquiátrico de la productividad, la esquizofrenia imperaba indiscutida con su deslumbrante riqueza de síntomas. Pero pasaron los años, y el postmodernismo impuso un cambio de paradigma que, de la producción, pasó a basarse en el consumo. Tan fácil era producir, que los países emergentes y del tercer mundo se ocuparon de ello sin mayores dificultades. Lo verdaderamente importante era consumir, y a estudiar el fenómeno se dedicaron las grandes universidades, mientras lo ponían en práctica los más sofisticados países del primer mundo. En el campo de la psiquiatría, las posiciones emblemáticas fueron ocupadas por las entidades que demostraban su vigencia como abanderadas del consumo: las drogodependencias, los trastornos de la conducta alimentaria y, muy especialmente, las depresiones. El fenómeno Prozac se sigue estudiando seguramente en las más prestigiosas escuelas de negocios. Y no es que las psicosis no produzcan pingües beneficios a la industria farmacéutica. Los nuevos medicamentos antipsicóticos alcanzan precios astronómicos y generan espectaculares márgenes comerciales. Pero el psicótico no es un buen consumidor. A diferencia del depresivo, que baja la cabeza y dice “Sí, doctor, como usted disponga”, teniendo incluso la exquisita delicadeza de culpabilizarse si no mejora, el psicótico se muestra siempre rebelde y respondón y, a la primera de cambio, suspende la medicación o trampea con ella, desarrollando una dinámica con su psiquiatra de continuo tira y afloja. Esa es, probablemente, una razón de que su popularidad haya disminuido en el ranking psiquiátrico. También es digno de consideración el impacto de la ofensiva que, en Estados Unidos, protagonizaron las asociaciones de familiares de esquizofrénicos hace ya varias décadas. Ellas, en efecto, reaccionaron airadamente a los planteamientos acusatorios que atribuían a la terapia familiar, apoyados en expresiones como “madre esquizofrenógena” (acuñada, por cierto, por una autora psicoanalista y no sistémica, FROMM-REICHMANN, 1959) y trataron de conseguir que las autoridades sanitarias norteamericanas sacaran la esquizofrenia de la psiquiatría 12 para integrarla en la neurología. Aunque no se llegó a realizar semejante dislate, lo traumático del proceso aún influye en la actualidad en la inseguridad con la que la terapia familiar aborda el dominio de las psicosis. Pero no todas las culpas del abandono del campo de las psicosis por parte de la terapia familiar vienen de fuera. No hay que minusvalorar la importancia de la cómoda autocomplacencia de los propios sistémicos, que han encontrado en problemáticas menos comprometidas, como las dificultades de comunicación o los conflictos de pareja, territorios de proyección más confortables. La ortodoxia postmoderna, que ha impuesto, con base principal en Estados Unidos, un modelo hegemónico apoyado en la conversación colaborativa, la improvisación y otras trivialidades por el estilo, no se siente a gusto con los psicóticos, a pesar de que éstos fueran la musa inspiradora de la terapia familiar sistémica y de que en su nombre se escribieran otrora sus más bellas y estimulantes páginas. Porque, efectivamente, así fue. No fue casual que la terapia familiar naciera en Palo Alto en los años sesenta del siglo XX, en torno a la figura de Gregory BATESON e inspirada por la comunicación del esquizofrénico y sus familiares. No lejos de allí, en el Silicon Valley, en aquellos momentos, se estaba inventando la informática, lo cual suscitaba la presencia en la región de los grandes nombres de las ciencias de la comunicación. Y, en ese contexto, Gregory BATESON aterrizó llevando en su maleta sus experiencias con los Iatmules en Nueva Guinea y la principal consecuencia de las mismas para la teoría de la ciencia: el libro Naven y la cismogénesis (BATESON, 1958). BATESON no era un clínico ni, menos aún, un psicoterapeuta, pero su refinada curiosidad intelectual le hacía detectar fácilmente lo que podía resultar relevante para su principal área de interés: la comunicación. Y así fue como entró en contacto con Don JACKSON, psiquiatra formado con SULLIVAN (1953) y su teoría de las relaciones interpersonales. Es interesante recordar que este autor, psicoanalista norteamericano de la generación culturalista, revisó la obra de Freud desde la perspectiva social y cultural, ocupándose especialmente de la esquizofrenia. Para SULLIVAN, y por extensión para el primer Jackson, ésta no era sino el resultado de un prolongado asalto al yo interno del individuo (“self system”), en situaciones de agresión psicológica extrema. BATESON y JACKSON se encontraron en el común interés por la comunicación entre el esquizofrénico y su familia, quedando vinculados con lazos de la más exquisita complementariedad. Lo que en el primero era profundidad teórica y eclecticismo pragmático, que lo llevaría de los iatmules a los esquizofrénicos y de éstos a los delfines, en el segundo era agudo espíritu clínico. De su colaboración surgiría una de las más importantes empresas intelectuales de mediados del siglo XX: la raíz comunicacionalista de la terapia familiar y su 13 construcción emblemática, la teoría del doble vínculo. Ambas inconcebibles sin su musa inspiradora, la esquizofrenia. Quien haya trabajado con psicóticos sabe lo que es quedar seducido por su comunicación. Sebastián solía rondar la puerta del hospital psiquiátrico en el que residía desde hacía más de treinta años. No pretendía escaparse, sino que se había especializado en la recepción de los visitantes. Y lo hacía siempre de la misma manera, como quien pone en escena un espectáculo muy ensayado. Y también, como un gran actor, conseguía siempre arrancarle a su representación matices nuevos e insospechados. Se limitaba a mirar fijamente a su desconocido interlocutor y, enarcando sus pobladas cejas sobre el brillo de sus chispeantes ojos azules, pronunciar una frase, siempre la misma: “Te considero un buen chico.” Luego soltaba una carcajada y se alejaba, sin dejar de mirar al atónito visitante. Sebastián padecía una forma especialmente grave de lo que entonces se conocía como “esquizofrenia hebefrénica”, ahora llamada “esquizofrenia desorganizada”. Llevaba treinta años internado y había recibido todo tipo de tratamientos: comas insulínicos, electroshocks, abscesos de fijación con trementina y, por supuesto, todos los neurolépticos existentes hasta el momento. No se le conocían familiares vivos y presentaba todos los síntomas primarios típicos de la modalidad más destructiva de esquizofrenia, que le afectaba desde la adolescencia: intensa disgregación, incongruencia ideoafectiva, risas inmotivadas, profunda alteración del curso del pensamiento y, desde luego, pobrísima sociabilidad. Pero, tras el misterio que envolvía su breve vida anterior al manicomio, Sebastián era una paradoja con forma humana. Las risas inmotivadas dejaban de serlo si se reparaba en la tremenda ironía que transmitían sus ojos chispeantes, capaces de comunicar que se reía del mundo y de sí mismo. Oyéndole pronunciar su frase talismán, “te considero un buen chico”, se podían detectar abundantes matices, desde “sé bueno conmigo” hasta “no estoy seguro de nada”. Y en cuanto a la pobre sociabilidad, Sebastián era un gran seductor, con innumerables aventuras homosexuales… en una institución que le impedía el acceso a las mujeres. En el mismo hospital psiquiátrico y aproximadamente en la misma época, justo antes de las reformas que, a principios de los años setenta del pasado siglo, cambiaron el panorama de la asistencia psiquiátrica en España y en otros países, se podían contemplar curiosas escenas con motivo de las visitas de los familiares a sus pacientes internados. 14 En uno de los grandes patios ajardinados que constituían los lugares de encuentro habituales, se reunían una o dos veces por semana una madre y sus dos hijos gemelos, de algo más de cuarenta años de edad. Pepe y Paco, que así se llamaban, estaban, ambos, diagnosticados de esquizofrenia paranoide. Pero, mientras Pepe llevaba internado casi veinte años y ocupaba plaza en una sala de crónicos, Paco acababa de ingresar en la sala de agudos. Al parecer, el retraso en la irrupción y en el desarrollo de su proceso psicótico le había permitido permanecer más tiempo en casa manteniendo un estatus de privilegio con respecto a su hermano, ahora ya insostenible. La escena, que se repetía una y otra vez con asombroso parecido, era la siguiente. La madre se sentaba en el extremo de un banco, extendiendo junto a ella un paño de cocina, mientras que Pepe se sentaba en el otro extremo y Paco permanecía al lado de pie. La madre iba extrayendo alimentos de un cesto y distribuyéndolos sobre el improvisado mantel, dirigiéndose a sus hijos con total naturalidad: —“El atún es para ti, Paquito, que sé que te gusta mucho, para que te prepares un buen bocadillo. Y el salchichón para ti, Pepe, que nunca te gustó el pescado. ¡Aunque aquí en la sala te tienes que comer todo lo que te pongan! Tú también, Paquito, que eres bien melindroso con la comida, y eso no puede ser. Aquí tenéis naranjas y chocolate, para que os lo repartáis todo como buenos hermanitos. Y estas galletitas rellenas se las dais al hermano Agustín para que os las administre… Bueno, ya se las daré yo, que si no vosotros os las coméis de un atracón…” Pero lo que confería a la escena un carácter único era el comportamiento de los gemelos. Desde que la madre abría la boca, Pepe comenzaba a reír, apostillando cada una de sus frases con estentóreas carcajadas. Paco, mientras tanto, convertido en la viva imagen de la desesperación, daba vueltas alrededor del banco retorciéndose las manos y llorando con la misma estridencia con que su hermano reía. Concluido el reparto de vituallas, la madre se levantaba y ambos se tranquilizaban como si nada hubiera pasado, acompañándola en un paseo final hasta la salida. ¡Era un verdadero espectáculo doble vincular, representado por tres personajes que nada tenían que envidiar a los de Pirandello en cuanto a intensidad dramática! La desesperación de Paco ante la pérdida de su estatus de privilegio y la diversión de Pepe al sentir a su hermano, quizás por primera vez en su vida, equiparado a él mismo en el infortunio, tenían algo de razonables desde la perspectiva del sentido común. Sin embargo, la manera como 15 representaban sus respectivos papeles, con rigurosas entrada y salida de escena y con no menos precisa repetición en las sesiones semanales, confería a la situación un sesgo paradójico de corte teatral. Que también era compartido por la madre, ajena en su serena indiferencia a la expresión de cualquier tipo de sufrimiento. No es de extrañar que la reiterada contemplación de esta escena indujera en mí la imperiosa necesidad de incluir a los familiares en el tratamiento de los psicóticos, que se convertiría más adelante, al conocer que esa era ya una práctica habitual en Palo Alto, en un decidido interés por la terapia familiar sistémica. Y tampoco debe sorprender a nadie que personajes así, y situaciones comunicacionales como las descritas, sentaran las bases de la colaboración de BATESON y JACKSON, generando un modelo que, por su inspiración en la esquizofrenia, no podía sino ser comunicacionalista. Si, por contraste, pensamos en la otra gran raíz de la terapia familiar, nacida en los guetos de marginalidad de las grandes ciudades de la costa Este americana, entenderemos que se llame estructural, puesto que, inspirada en la familia multiproblemática, se dejaría seducir por su estructura y por sus características organizacionales, pero nunca por su pobre comunicación. Pero esa es otra historia. Este libro pretende aportar unos elementos de reflexión sobre las psicosis, que parten de la evidencia clínica de su compleja realidad. Son loables los innumerables intentos que, desde que existe la psiquiatría como rama de la medicina, se han realizado para describirlas y comprenderlas. El hecho de que el modelo médico presente, a tal efecto, significativas limitaciones, no debe empañar sus meritorios logros, entre los cuales quizás el mayor sea haber generado un discurso vibrante y polémico sobre la naturaleza de las psicosis. Con el ánimo de insertarnos en él, vaya por delante nuestra más sincera expresión de respeto por una lógica médico-biológica que solo asumimos parcial y críticamente. La clasificación de los trastornos mentales y sus supuestas raíces biológicas han sido dos bestias negras de la epistemología sistémica que, referidas a las psicosis, se convierten en sendos problemas insoslayables. La nosología psiquiátrica tiene mucho, efectivamente, de sistema clasificatorio de la conducta desviada que, a falta de un proceso articulado de comprensión, sirvió durante siglos de cobertura justificadora del encierro y de la marginación de los pacientes. Pero, a la vez, organizar y ordenar son movimientos intelectuales necesarios para comprender y, en tanto que tales, imprescindibles para la actividad terapéutica. Aún hoy, las sucesivas propuestas diagnósticas de la AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2000) participan de similares 16 contradicciones. Por una parte, permitiendo el diagnóstico en varios ejes y, especialmente, autorizando la distinción entre el nivel de los síntomas y el de la personalidad, introducen una flexibilidad y una riqueza de matices notables en un discurso abocado tradicionalmente a la simplificación y al reduccionismo. Por otra parte, esa misma distinción ha acabado dando paso a una intolerable dicotomización del psiquismo que, en la práctica, se traduce en una especie de doble diagnóstico: el de los síntomas, que es el “importante”, puesto que, entre otras razones, genera prescripciones farmacológicas vagamente específicas, y el de la personalidad, que se tiende a utilizar como elemento cosmético a falta de recursos terapéuticos con que abordarlo (hablamos obviamente de un discurso que acaba en el DSM IV y que no incluye al benjamín de la serie, el DSM V). La ideología biologicista ha hecho estragos en la psiquiatría en las últimas décadas, generosamente financiada por la industria farmacéutica. Y por ideología no se debe entender la investigación biológica honesta, sino la deformación de la teoría en beneficio de determinados intereses. Las bases del proceso se sentaron en el siglo XIX, cuando se descubrió la etiología sifilítica de la Parálisis General Progresiva. Causó honda impresión a los psiquiatras, razonablemente interesados en consolidar la naturaleza médica de su saber, comprobar que aquella enfermedad, que tantas especulaciones metafísicas y supersticiosas había suscitado, respondía a causas infecciosas que legitimaban plenamente su filiación médica. De ahí a establecer el principio de que todas las misteriosas enfermedades mentales seguirían el mismo patrón, no había más que un paso. No importaba que incluso la aplicación del concepto mismo de enfermedad resultara epistemológicamente abusiva. Se aplicó… a la espera de que el tiempo resolviera los “pequeños” problemas de encaje, como la ausencia de una etiología, una patogenia o una anatomía patológica objetivables. Y, sin embargo, y en tanto que hardware, sería absurdo discutir la importancia del substrato neurobiológico para el psiquismo, normal y patológico en general, y para las psicosis en particular. Nosotros lo respetamos, aunque huelga decir que de lo que nos ocupamos es del software. Por lo demás, afortunadamente, los avances en las neurociencias han acabado por desactivar la vieja polémica entre geneticistas y ambientalistas. ¿Qué sentido tiene pelearse en los foros profesionales sobre el carácter genético o adquirido de los trastornos mentales y, muy especialmente, de las psicosis, si la epigenética nos informa de que la relación es capaz de activar algunos genes dejando a otros en estado latente? Es desde esa posición integradora que están escritas estas páginas, aunque nuestra condición de psicoterapeutas nos conduzca a “ocuparnos de la relación”. Y, por cierto, a sacarle el máximo partido a lo que ello comporta, tratándose de los complejos y fascinantes procesos relacionales del universo psicótico. 17 Bibliografía AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2000). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders: DSM IV-TR. Washington, APA. BATESON, G. (1958). Naven. Palo Alto, Stanford University Press. FROMM-REICHMANN, F. (1959). “Notes on the mother role in the family group”. En: BULLARD, D. M. y WEIGRT, E. V. (Eds.) Psychoanalysis and Psychotherapy. Selected papers of Frieda FrommReichmann. Chicago, University of Chicago Press. SULLIVAN, H. S. (1953). The Interpersonal Theory of Psychiatry. Nueva York, Norton. 18 Las manifestaciones psicóticas son sumamente visibles y casi imposibles de disimular. Rara vez un estallido psicótico detona en silencio o se oculta en el olvido, y es más difícil ignorarlo que prestarle atención. Los psicóticos buscan irrumpir en la cotidianeidad y romper con un pacto de silencio, produciendo transgresiones llamativas como sus delirios y demás síntomas. Los síntomas del psicótico son expresiones incoherentes si los leemos de manera aislada, pero son coherentes, a nivel relacional, si los conectamos con la comunicación incongruente y patológica de su entorno. Con el trastorno psicótico, el paciente pretende cambiar su función y lugar en el sistema, y para conseguirlo procura que sus síntomas invadan casi todos los aspectos de su mundo psicológico, haciendo que la mayoría de las relaciones con él sean a través de la patología. Esto es un intento (condenado a un relativo fracaso) de ponerle fin a la comunicación patológica que existía previamente, pero inaugurando una nueva dinámica enfermante, es decir, una gran solución intentada y fracasada, pero que no puede ser ignorada, ya que su escenario relacional sufre algo equivalente a un cataclismo. El paciente practica una drástica solución al problema de la desconfirmación, cambia su personalidad descartando sus características identitarias (fácilmente olvidables) y las reemplaza por una nueva versión delirante que hará lo posible para no volver a ser ignorada, blindándose a la desconfirmación y al hecho de 19 ser reducido a una pseudoexistencia en su núcleo familiar (LINARES, 1996, 2012). De manera metafórica, y para representar su complejidad, pensamos la psicosis como un imponente y grandioso laberinto. El laberinto es una construcción visible e innegable que se sitúa frente a nosotros (suponiendo que existe un frente y que seamos capaces de identificarlo) con una estructura compleja y caótica. Muchas veces no somos capaces de comprender sus caminos a primera vista, otras, ni su propio creador puede, y al igual que las producciones de los psicóticos, el laberinto es una síntesis del orden y del caos. Por más simétricas que puedan ser sus paredes, éstas albergan cuotas de desorden y contienen en su interior falsos pasadizos, dobles muros, atajos, puentes rotos, diferentes caminos que llevan al mismo lugar, pasajes que no llevan a ningún lado, y paradojas, sobre todo paradojas. El laberinto es texto y contexto de información perceptible, pero de manera cifrada y codificada, ya que lo vemos pero no es suficiente para entenderlo, y en esa charada es donde se inspiró la terapia familiar. Los primeros estudios del modelo buscaron conocer la relación existente entre los miembros de la familia psicótica, especialmente su comunicación (WATZLAWICK, BAVELAS, JACKSON, 1965; WEAKLAND, 1974). Sus observaciones se convirtieron en hipótesis, y éstas se complejizaron hasta constituirse en teorías icónicas que volvieron popular al nuevo modo de pensar y lo sostuvieron en el escenario terapéutico. Sobre ellas trabajaremos. En sus inicios los esfuerzos y recursos de la corriente sistémica se encauzaron en la psicosis, volviéndola su marca distintiva, pero con el paso del tiempo sus intereses proliferaron y se diversificaron, lo que produjo que en los últimos años mermaran considerablemente los avances sobre el trastorno psicótico, como si el pasado sistémico dedicado a esta patología fuese parte de una historia que estuviera cerca de cerrarse. Las teorías iniciales podían ser complicadas de aplicar en los despachos de los terapeutas seguidores, y además recibían escasas actualizaciones, lo que produjo “distanciamientos intelectuales” entre el modelo y la patología. Las consecuencias fueron confusiones en torno a los conceptos sistémicos sobre psicosis y su etiología, haciendo que la brecha entre teoría y práctica se alargase, y su aplicación, ya compleja, se volviera más difícil aún. Por estas razones ofreceremos explicaciones sobre algunos puntos de la bibliografía sistémica en psicosis, con el objetivo de facilitar y profundizar su entendimiento, centrándonos en el concepto de Desconfirmación, que es clave para comprender, desde un punto de vista relacional, las psicosis y, más concretamente, la esquizofrenia. 2.1. Los orígenes del concepto de desconfirmación 20 La Desconfirmación nace en la obra de Ronald LAING, afamado psicoanalista y promotor ideológico del movimiento antipsiquiátrico. De todas sus producciones y aportes a la salud mental, resaltamos su trabajo sobre el paciente psicótico y su familia. Se le atribuye a LAING el haber caracterizado y asociado la desconfirmación con la esquizofrenia con la intención de comprender el trastorno psicótico y su génesis. La definición de desconfirmación aparece por primera vez en 1961 (y en su versión castellana en 1974), cuando el autor explica su modo de acción. Para LAING la confirmación y la desconfirmación son variables existentes e ineludibles en los entramados relacionales, solo que la primera tiene una presencia per se en la vida humana, siendo la segunda la variable por defecto en las interacciones sociales. En palabras del autor: Cualquier interacción humana implica alguna medida de confirmación, en último extremo de los cuerpos físicos de los participantes y hasta cuando alguien mata a otro. El más leve signo de que otro nos reconoce, confirma por lo menos nuestra presencia en su mundo. (LAING, 1974, pág. 94) Aunque la confirmación sea propia de la vida social, si la desconfirmación resulta frecuente y estable, en la vida de una persona se produce una desintegración existencial, lo que precipita la construcción del trastorno psicótico (SIMON, STIERLIN y WYNNE, 1988). Explica LAING (1960; 1964) que la mayoría de los hombres construyen su vida alrededor de verdades/afirmaciones que no suelen caer en cuestionamientos, como su nombre, su familia de origen y sus percepciones sensoriales, entre otros elementos básicos. Pero existe otro grupo de personas que no se fían de todo eso, debido a que el modo de experimentarse a sí mismos y a los otros está teñido con insuficiencias de confirmación. Este es el caso de los esquizofrénicos, quienes no cuentan con un sentido común y corriente de unidad y propia delimitación, muchas veces no se reconocen como los actores de sus acciones, y otras tantas pueden vivirse como un “algo” en lugar de un “alguien”. Frente al debate humano entre el ser y el no-ser, el esquizofrénico experimenta lo segundo, lo que se traduce en una inseguridad ontológica. Para LAING la confirmación y la desconfirmación actúan a un nivel existencial sobre lo que un sujeto recibe por parte de otro(s), de ahí la vinculación con los escenarios relacionales. Y ambas variables pueden aparecer de manera total o parcial. LAING elabora un concepto de raíz psicoanalítica-existencial considerando una perspectiva interaccional, sin generar contradicciones con el enfoque intrapsíquico individual. 21 Confirmación y desconfirmación son dos caras de la misma moneda, pares contrapuestos que definen los actos y secuencias de interacción, donde las variaciones posibles son muy amplias, dado que la confirmación puede variar en intensidad, extensión, cualidad y cantidad (LAING, 1960; 1961; 1964). Leyendo la obra de LAING se observa su interés por dejar en claro la característica dinámica de la desconfirmación, marcando intensamente que no se trata de un concepto totalizador y de fácil entendimiento. Por ejemplo, frente a un mismo evento es posible confirmar la misma acción en un nivel y desconfirmarla en otro. En términos comunicacionales esta explicación nos remite, inevitablemente, a relacionarla con los desarrollos sobre el Doble Vínculo y la contradicción de mensajes entre niveles lógicos. (BATESON, JACKSON, HALEY y WEAKLAND, 1956) Las necesidades de confirmación pueden variar según el momento del ciclo vital de la persona, y no solo eso, sino que algunas áreas de la persona pueden requerir más confirmación que otras. Esto dependerá de sus características personales, del contexto y de las situaciones vitales que se atraviesen. Explica LAING (1974): En ocasiones no conseguimos reconocer como agente a una persona. La atribución a los seres humanos de la autoría de sus actos es un modo de distinguir a las personas de las cosas a las que agentes externos hacen mover. Este atributo de que se es humano, por lo que podemos alcanzar la convicción de que somos agentes por derecho propio, no les es confirmado a algunos niños por parte de sus figuras significativas originales. Es esclarecedor equiparar las observaciones hechas sobre la forma en que los padres tratan al niño con los “delirios” que presenta el niño, o el adulto, psicótico. (Pág. 97) La desconfirmación puede expresarse de algunos modos más destructivos que otros, y esto puede variar según el grado de impacto que una persona tenga sobre otra, sus características personales y el contexto donde ocurra. Independientemente del grado de destrucción, a las desconfirmaciones las consideramos interacciones esquizógenas. 2.2. Conceptos similares a la desconfirmación El trabajo de LAING fue replicado y expandido por otros investigadores de la época, quienes afirmaban que los pacientes psicóticos y sus síntomas eran el resultado de interacciones patológicas que impidieron/bloquearon la construcción de un self diferenciado e individual. Muchos investigadores estudiaron los efectos patológicos de la 22 desconfirmación, que pese a no ser una variable sencilla de evidenciar es susceptible de estudio, especialmente en los escenarios de interacción familiar (LAING, 1969; 1982). Algunos autores utilizaron otras denominaciones, o ajustaron su enfoque con diferentes matices, pero hoy podemos decir que todos ellos trabajaron en temáticas similares a la desconfirmación. Por ejemplo Lymann WYNNE, terapeuta abocado al estudio del psicótico y su familia, coincidía frecuentemente con LAING. En la actualidad, se han estudiado numerosas familias en cuyo seno hay escasa confirmación genuina de progenitor a progenitor, así como del hijo por parte de cada uno de ellos, separada o conjuntamente […]. Se encuentran interacciones caracterizadas por una pseudoconfirmación. (LAING, 1974, pág. 96) Mientras que LAING teorizó y estudió la desconfirmación, WYNNE se dedicó a caracterizar y estudiar la pseudomutualidad como variable esclarecedora de las familias psicóticas. Siendo el investigador principal, WYNNE desarrollo este concepto junto con RYCKOFF, DAT y HIRSCH (1958). Ambas variables son afines y complementarias. LAING (1974) menciona en su trabajo la pseudoconfirmación, haciendo referencia a la pseudomutualidad, definiéndola como actos que se hacen pasar por confirmadores, pero en realidad no lo son, resultando ser falsificaciones, simulaciones y fingimientos con apariencia de confirmación. Pseudomutualidad se desprende de mutualidad, concepto de STIERLIN, quien lo construyó basándose en las ideas de HEGEL sobre el diálogo e intercambio como necesidad existencial. En la obra de HEGEL (1807) se resalta el carácter de reciprocidad necesario en la comunicación humana para la construcción del espíritu. La relación humana tiene una tendencia al reconocimiento mutuo de los interactuantes, donde necesitamos constantemente de un otro para poder legitimarnos e identificarnos. Para HEGEL la individuación no ocurre en soledad y aislamiento, sino en una conexión e intercambio fluctuante, donde el individuo se encuentra conectado a los otros, pero con una distancia y una demarcación recíproca de límites. STIERLIN (1973; 1976) se valió del concepto de HEGEL y denominó mutualidad al diálogo retroalimentado entre las partes que interactúan. La cual tiene dos versiones posibles, una negativa y una positiva. La mutualidad negativa ocurre por la falta de cambio y movimiento en los discursos de los participantes, quienes llegan a ignorarse mutuamente y de manera constante. La mutualidad positiva es el fenómeno contrario, ya que se trata del intercambio dialógico entre las partes para la armoniosa construcción 23 de la individualidad. WYNNE et al. (1958) coinciden con STIERLIN sobre la importancia de la mutualidad positiva para la salud mental, y partiendo de esta concepción construyen una teoría de la relacionalidad. En ella se plantea un dilema sobre vivir en sociedad: para que las personas puedan construir su self deben encontrar un balance prudente entre alcanzar un nivel de relacionalidad que les permita la vida en sociedad y a la vez construir un sentido de identidad personal para poder diferenciarse. Una posible solución a este dilema, según los autores, es la construcción de una mutualidad positiva que combine las necesidades social e individual, y que permita que éstas se sostengan recíprocamente. Pero si la mutualidad no es genuina (negativa), acontece la pseudomutualidad, característica de la esquizofrenia. WYNNE (1961, 1970, 1978a, 1978b, 1984) explica que la pseudomutualidad es el conjunto de soluciones fracasadas a ese dilema humano de lograr relacionalidad e identidad de manera simultánea y armoniosa. Cuando este equilibrio no es posible, las personas solo pueden sostener una relacionalidad a expensas de la individualidad (identidad) y viceversa, incluso en momentos vitales del desarrollo. Estas situaciones dicotómicas y mal resueltas son frecuentes en las historias familiares de pacientes psicóticos. Avanzando sobre conceptos análogos nos referiremos a la mistificación. LAING es reconocido principalmente en Terapia Familiar (sistémica y no sistémica) por sus desarrollos sobre mistificación antes que por sus trabajos sobre confirmación y desconfirmación (BERTRANDO y TOFFANETTI, 2004; PEREIRA, 1994; MARTORELL, 1999). Cuando las familias psicóticas se encuentran frente a un acontecimiento que podría resultar desequilibrante, los progenitores determinan qué elementos de esa realidad deben cambiarse para que resulte tolerable. Una vez decidido imponen el cambio al resto de la familia. Pero no solo eso, también determinan cuál es la percepción que deben tener los otros miembros, desacreditando y forzando toda vivencia que no corresponda con las alteraciones de la realidad determinadas por ellos en un principio. Este proceso tendencioso de parcialización y manipulación se denominó mistificación. LAING (1965) observó que, por su dinámica patológica, las familias psicóticas se vuelven rígidas para poder sostener cierto equilibrio. Esto termina convirtiéndose en una característica típica y, en ese contexto, la mistificación resulta ser una de las medidas de control aplicadas para mantener el statu quo. Esta manipulación intenta evitar a toda costa un conflicto, pero al ocultar o negar aspectos de la realidad (que resultan evidentes para todos) los progenitores fuerzan unilateralmente la escena valiéndose de algunas 24 estrategias, como puntuar tendenciosamente la secuencia de hechos y negar toda percepción que los contradiga. Esto crea confusión, dudas e inseguridad sobre lo que realmente está aconteciendo en el sistema y sobre lo que uno de sus miembros (el paciente) siente o percibe o, peor aún, sobre lo que la persona es (LAING, PHILLIPSON y LEE, 1966; BARTLETT, 1976; HOLTE, 1976; HOWELLS, 1978; THOMPSON, 1996; KEEN, 1999; MARTORELL, 2011). La mistificación puede ser explicada a través de un ejemplo. Un niño percibe con total contundencia que sus padres están enojados y que muestran cierta hostilidad; ahora supongamos que los adultos niegan esta situación rotundamente frente a su hijo cuando él la denuncia. Con este mensaje le dicen al niño que está equivocado en cómo percibe el mundo; ya no interesa si se sintió nervioso por los volúmenes altos de voz, si se asustó por un golpe sobre la mesa o su pulso se aceleró por sentirse bajo algún tipo de amenaza. No importa qué tan obvias y palpables sean sus percepciones/sensaciones, los padres no les darán lugar y él deberá hacer lo mismo. El niño se encuentra en el dilema de ser fiel a sus construcciones sobre el mundo que percibe, o adherirse a los mandatos que le imponen sus padres. De elegir lo primero, mantiene un firme contacto con su realidad y consigo mismo, aunque entraría en un conflicto familiar, pero si obedece la versión impuesta por los padres colaborará en no ocasionar un conflicto, aunque para ello deba sacrificar una parte de sí mismo (pseudomutualidad). La mistificación también opera como un doble vínculo. La negación de la realidad lleva a la persona a percibir un mensaje en un nivel analógico (enojo) y recibir un mensaje contrapuesto en el nivel digital (negación del enojo). Otros dos conceptos análogos a la desconfirmación son desviación de la comunicación (SINGER y WYNNE, 1966; WYNNE; 1978b) y descalificación transaccional (SLUZKI, BEAVIN, TARNOPOLSKY y VERÓN; 1966, 1967). Con ellos también se intentaba comprender y conocer los fenómenos relacionales característicos en las familias de transacción psicótica. SLUZKI et al. (1966, 1967) hacen hincapié en la figura del paciente en estos procesos de manipulación de la realidad. Cuando los progenitores de la familia determinan cuál es la percepción correcta y el resto del sistema se acopla a ello, se evitan conflictos y se esquivan crisis, pero los costos son muy altos para la salud mental. Algunas personas pueden atravesar estas situaciones constantes con relativa integridad, pero quienes se encuentran con una predisposición psicótica tendrán un padecimiento más intenso y agravado. La desestima y el descreimiento de las propias percepciones son entendidos como una descalificación sobre uno mismo para sumarse a un movimiento familiar, de ahí la concepción de transaccional (SOJIT, 1969; SOJIT, 1971; WICHSTRØM, HOLTE, HUSBY y WYNNE 1993). 25 Es notable la similitud existente entre todos estos constructos, al punto de que diferenciarlos no es una tarea fácil, muchas veces se confunden entre sí y en más de una ocasión llegan a ser utilizados como sinónimos. Con la intención de esclarecer esta situación ofrecemos en la Figura 2.1 la cronología de los conceptos y la autoría de cada uno. Tiempo después de los desarrollos de la pseudomutualidad, SINGER y WYNNE (1966, 1965a; 1965b) idearon el concepto de Desviación de la Comunicación. Este constructo se terminó utilizando como una categoría bajo la cual podrían agruparse los conceptos que hemos mencionado anteriormente y todos los conceptos adoptados por el modelo sistémico que hacen referencia a patologías de la comunicación, tales como: comunicación amorfa, comunicación fragmentada, referencias ambiguas e incoherentes, observaciones nihilistas, comunicación egocéntrica, entre otras (WYNNE y SINGER 1963a; 1963b, WICHSTRØM y HOLTE, 1992; MOSHER, 1969). Figura 2.1. Orden cronológico de conceptos. En definitiva, se entiende por desviación de la comunicación a las tramas comunicacionales que distraen y confunden a los interlocutores en el momento de compartir información, significados y sensaciones. Las familias a transacción psicótica son un claro ejemplo de ello, su modo de comunicación los lleva a sufrir perturbaciones a la hora de convenir la realidad que atraviesan, produciendo efectos nocivos para el desarrollo de la personalidad. 2.3. Desconfirmación según WATZLAWICK El modelo interaccional-comunicacionalista (que aún no se identificaba como sistémico) se abrió paso entre algunos psicoanalistas y cognitivistas de la mano de la curiosidad de BATESON por las interacciones familiares esquizógenas. Poco después de la aparición del Doble Vínculo surge una obra de indiscutible valor para la construcción y sostén del modelo relacional en terapia familiar: Pragmatic of human comunication: A study of interactional patterns, pathologies 26 and paradoxes (WATZLAWICK et al., 1965), mal traducido y conocido como Teoría de la Comunicación Humana. En el escrito se conservan los postulados del Doble Vínculo, dándoles un carácter sistematizado y esclarecedor. Los autores redefinen e integran diferentes teorías, incluyendo las técnicas y movimientos comunicacionales esquizógenos de LAING, SINGER, STIERLIN, SLUZKI y WYNNE. Todo ello con el objetivo de hacer mucho más amable su transmisión y aplicación a la salud mental (ROIZ, 1989; SIMONETTI y CORTÉS, 1993). De todo el trabajo de WATZLAWICK at al. (1965) prestamos especial atención a la ampliación conceptual que realizan sobre la desconfirmación. Mantuvieron los desarrollos de LAING, pero además adhirieron una óptica interaccional y ubicaron la desconfirmación como una variable central para la comprensión de la pragmática de la comunicación humana. La desconfirmación se expresa con claridad en el segundo axioma de la comunicación. “Toda comunicación tiene una dimensión de contenido y otra de relación, de modo que la segunda clasifica a la primera” (WATZLAWICK et al., 1965, pág. 54). Específicamente la desconfirmación se encuentra en el nivel de relación, en el cual se define la pregunta detrás de todo mensaje: ¿Quién soy yo para ti y quién eres tú para mí? Al interactuar, las personas no solo se ofrecen información en sus mensajes, sino que principalmente se ofrecen una definición de la relación en la que se encuentran, lo que a su vez les permite definirse a sí mismos y en relación al otro. Cuando A comienza una conversación con B, éste tiene tres caminos posibles, confirmar, rechazar o desconfirmar la propuesta de A. Según WATZLAWICK et. al. (1965) estos tres caminos son inherentes a la comunicación humana, y son aplicables mutuamente entre los interlocutores. Confirmar la comunicación y la definición ofrecida es aceptarla. El hacerlo es, según los autores, el factor más influyente en el desarrollo y la estabilidad mental. Confirmar la secuencia comunicacional no significa estar de acuerdo con su contenido, sino que se confirma/acepta al otro como un interlocutor. La necesidad de comunicación no radica en el intercambio de información sino en la conexión. La comunicación con otro es un requisito indispensable para la autopercepción, la captación y el reconocimiento social. El poder ser confirmado relacionalmente permite que la persona tenga un anclaje existencial a la realidad que comparte con otros y a la vez, merma las inseguridades y ansiedades generadas por la incertidumbre de la autodefinición. Otra respuesta posible es el rechazo. Para rechazar se necesita, al menos, un nivel mínimo de confirmación. El rechazo se ubica como una categoría intermedia entre la confirmación y la desconfirmación, pero es válido 27 considerarla mucho más próxima a la confirmación. El rechazar no significa negar la realidad del interlocutor, sino que, a nivel de contenido, existe una disparidad, lo que resulta menos nocivo y de mejor pronóstico. La relación queda definida aunque el escenario será propenso a conflictos y luchas de poder. (HALEY, 1959a; 1959b; 1967). Por último, y el más importante para este libro, es el camino de la desconfirmación, valorado como el de peor pronóstico y mayor impacto psicopatológico (WATZLAWICK, et al., 1965; SELVINI-PALAZZOLI, CIRILLO, SELVINI, y SORRENTINO, 1990; Linares, 1996). WATZLAWICK et al., (1965) definen la desconfirmación como la contrapartida de la confirmación y una variable muy diferente al rechazo. Aquí B bloquea por completo la realidad de A y, en consecuencia, su existencia. B opera a nivel de relación, no de contenido. El no permitir que el interlocutor se confirme lo lleva a una pérdida de mismidad y una imposibilidad de definición. Citando a los autores: “En otras palabras, mientras que el rechazo equivale al mensaje: ‘Estás equivocado’, la desconfirmación afirma de hecho: ‘Tú no existes’” (pág. 50). La desconfirmación, según LAING, posee una visión primariamente intrapsíquica y secundariamente relacional. Con WATZLAWICK et al. (1965) se adopta una concepción interaccional y comunicacional, ubicando la desconfirmación como una variable netamente relacional. La desconfirmación no es un concepto cerrado y totalizador ya que tiene múltiples posibilidades de expresión. No solo se consigue desconfirmar al negar/bloquear la existencia del interlocutor, sino que también se puede desconfirmar al realizar afirmaciones equívocas, sostener contradicciones y/o incongruencias, producir oraciones incompletas, cambiar sustancialmente de tema, tomar por literal una metáfora o tomar metafóricamente una observación literal. El objetivo es impedir la definición de la relación, y de la persona (SIMON, STIERLIN y WYNNE, 1988). La familia a transacción psicótica no transita una realidad relacional que sea recíprocamente válida para todos los miembros, ya que desmiente y contradice las percepciones del paciente, niega su lugar de persona capaz de percibir genuinamente e interactuar independientemente. Lo conduce, pues, a la no existencia relacional. Esto produce que el paciente no tenga espacios de individualidad, debido a que son acaparados por la familia. Como consecuencia se hace patente la indefinición de su identidad y se alteran las categorías lógicas con las que define el mundo que lo rodea. Por ser bloqueado existencialmente no consigue desenvolverse bajo sus propios principios y termina por desintegrarse ontológicamente. 28 2.4. Descalificación y desconfimación En muchos textos cuando se habla de desconfirmación suele aparecer la palabra descalificación en su lugar. Esta confusión se registra desde las primeras traducciones del inglés al castellano y en muchos textos originales sin traducir. En el libro Vocabulario de terapia familiar de SIMON et al. (1988) desconfirmación y descalificación aparecen como sinónimos, además desconfirmación aparece como disconfirmación, sumando elementos a la confusión conceptual. En Paradoja y contraparadoja de SELVINI-PALAZZOLI, BOSCOLO, CECCHIN y PRATA (1986) suele figurar “descalificación” cuando se refieren a “desconfirmación”, por ejemplo: “En el nivel verbal se da una indicación que a continuación, en el segundo nivel casi siempre no verbal, es descalificada” (SELVINI-PALAZZOLI et al., 1986, pág. 42). Hemos notado que esta sustitución de palabras acontece desde la traducción al castellano de Pragmatic of human communication, y como un efecto en cadena, se ha replicado a lo largo de todos los desarrollos siguientes que han citado dicho texto. Con el tiempo, esta sustitución se ha convertido en una confusión conceptual, ya que son términos completamente diferentes y protagonizan desarrollos patológicos diferentes también. En palabras de LINARES (2012, pág. 228): Descalificación: Resultado del bloqueo de la valoración, componente cognitivo del amor complejo. Se halla en la base relacional de los trastornos depresivos. Desconfirmación: Resultado del bloqueo del reconocimiento, componente cognitivo del amor complejo. Se halla en la base relacional de los trastornos psicóticos. La descalificación puede tener muchos matices, puede ser agresiva y presentarse en forma de insulto, puede tomar forma de comedia, puede ser un gesto despectivo o incluso puede disfrazarse de amabilidad. Siempre es claro cuando se descalifica porque ocurre de manera explícita tanto verbal como analógica. Descalificar no es simplemente decirle a alguien que está haciendo algo mal, sino criticar y remarcar falencias con un sentido desvalorizador y con tonos de destrucción. Es un movimiento relacional que no alberga ningún carácter constructivo y ataca al sujeto a un nivel personal negando su valor (LINARES y CAMPO, 2000). La desconfirmación siempre es pasivo-agresiva, es más compleja de llevar a cabo y es difícil acusarla ya que opera como un fantasma que ronda pero no se lo capta con claridad. Quien busca desconfirmar no puede hacerlo de manera explícita, pues la jugada de “no dar existencia” al otro se vería automáticamente anulada (LINARES, 2012). Las familias no realizan el juego absurdo de “hacer de 29 cuenta” que el psicótico no está (SELVINI-PALAZZOLI et al., 1990). Decirle a alguien “tú no existes para mí” no es en absoluto negar su existencia, sino que, en todo caso, es una muestra de enfado. Desconfirmar es un ataque implícito a la existencia, es un movimiento relacional que intenta invalidar por completo las capacidades comunicacionales del otro, negándolo como alguien con una existencia competente para actuar independientemente. Nadie se toma la molestia de explicitarle al paciente sus equívocos, sino que directamente se lo anula y se lo considera un incapacitado para las interacciones comunicacionales, bloqueándolo como interlocutor. Para descalificar a alguien primero se acepta su existencia, se lo confirma, y en un segundo momento se lo desvaloriza/rechaza, por ejemplo: “¡Eres una desgracia!, “No sirves para nada”, “Nunca debí casarme contigo”, “Llegas tarde como siempre”. En todos estos casos primero se indica que la persona “es”, se lo reconoce y confirma, luego se lo descalifica. Dentro del modelo sistémico la desconfirmación es una variable que cobra especial protagonismo en los trastornos psicóticos, aunque está presente, con menor impacto y medida, en la vida de todas las personas. Como si se tratara de personajes de un drama teatral, imaginemos estos conceptos como dos primos hermanos. “Descalificación” es el primo malhumorado y relativamente sencillo de identificar. Todos lo reconocen cuándo entra al salón de la comunicación y se sienta en la mesa, es explícito y comunica marcándoles a los otros sus carencias y fallos sobre lo que hacen o dejan de hacer, pero sobre todo desvaloriza. Por otro lado “desconfirmación” es el primo sombrío, y todos saben lo difícil que es hablar con él, es el “raro” que está en la casa, pero se mantiene distante. Es difícil notarlo cuando entra al salón de la comunicación y por ese motivo también es más difícil defenderse de él, tiene la habilidad de pasar desapercibido y aislar a otro miembro de la familia. Desconfirmación maniobra siendo ambiguo, actúa ignorando/olvidando al que se comunica, pero principalmente no reconoce la existencia del otro como interlocutor competente. La desconfirmación y la descalificación son modos nocivos y patológicos de relación, pero no suelen ser actos voluntarios y planificados de los que se saben las consecuencias. Muchas veces estas situaciones patológicas ocurren de manera incidental, sin ser buscadas, por negligencia o imprudencia, o incluso pueden realizarse cuando se han tenido intenciones de cuidado y protección. Pero sin duda, son más propensas a ocurrir cuando los caminos relacionales de la familia se encuentran minados de sufrimiento. La frase emblemática que se utiliza para explicar la desconfirmación es “tú no existes”, sin embargo esto puede ser difícil de comprender para los “no psicóticos” que no pasaron por esa terrible y compleja experiencia. La 30 desconfirmación puede ser mucho mejor comprendida si reformulamos y ampliamos la frase inicial: Tú existes en un nivel físico muy elemental, pero no existes como una persona “en relación”, por lo que no te incluimos. Veamos un ejemplo. Vanessa es una mujer de 35 años que acaba de salir de un internamiento por un brote psicótico. A la primera sesión de terapia familiar asisten sus padres y sus dos hermanas, pero sin ella. Cuando el terapeuta pregunta por la ausencia de Vanessa, la familia explica que estaban preocupados y no creyeron prudente que la paciente estuviera en la sesión, ya que podría “volver a enloquecer” por revivir los problemas familiares al hablar de ellos. Es decir, que asistieron a terapia para hablar de lo preocupados que estaban por Vanesa, pero sin ella. Un dato interesante de toda esta situación: fue la paciente quien pidió a su familia ir a terapia familiar. Es decir: Tú existes como persona enferma, pero no existes como una persona capaz de hablar de ello sin tener una recaída, por lo que no hay que hablar de eso contigo, ni incluirte en un proceso terapéutico en el que eres protagonista. El paciente ocupa un espacio mínimo en el sistema, vive en una zona gris indefinida del mundo relacional de la familia. Ellos saben que sufre y que enferma, pero no creen que pueda cambiar. La “enfermedad” es una entidad mucho más potente e invisibiliza a la persona. He ahí una de las fórmulas básicas de la desconfirmación. 2.5. Teorías Dentro del modelo sistémico, resaltaremos tres teorías sobre las familias a transacción psicótica. 2.5.1. TEORÍA DEL DOBLE VÍNCULO Con esta teoría, de enorme importancia histórica, se alimenta la perspectiva interaccional frente a la intrapsíquica y se comienza a optar por la idea de experiencias repetidas como principal substrato de los trastornos en lugar de la hipótesis del trauma infantil que proponía el psicoanálisis. El interés de BATESON por la zoología lo llevó a estudiar la comunicación en animales, a la que aplicó la teoría matemática de Russell sobre los niveles lógicos para conocer y clasificar qué tipos de mensajes eran los que intercambiaban entre ellos. Por ejemplo, saber cómo diferencia un animal si está 31 recibiendo mensajes lúdicos o amenazantes. Poco después llevó sus ideas al campo de la antropología psiquiátrica y al estudio de los esquizofrénicos. Su primer equipo de investigación fue conocido como Grupo Bateson, y estudiaron las comunicaciones paradójicas de las familias de esquizofrénicos. Detectaron que los pacientes tienen dificultades para diferenciar y clasificar los mensajes que reciben, generándose comunicaciones incongruentes características del universo psicótico. (RUESCH y BATESON, 1951, BERTRANDO y TOFFANETTI, 2004, HALEY 1985). Las paradojas ocurren cuando el paciente recibe, simultáneamente, dos mensajes incompatibles, uno a nivel digital y otro a nivel analógico, lo que se llamó Doble Mensaje, que, sostenido en el tiempo se convierte en Doble Vínculo. Existen unas condiciones necesarias para que esta situación comunicacional paradójica se consolide (BATESON et al. 1956, 1963; BATESON, 1977; 1985): A. Dos o más personas significativas mutuamente: por ejemplo, padre y paciente, siendo posible muchas otras combinaciones. Escenas repetidas: La experiencia del doble vínculo debe ser recurrente, convirtiéndose en un modo habitual de relación. B. Un primer mensaje que no se puede rechazar o eludir. C. Un segundo mensaje que se contradice con el primero y que, al igual que éste, no puede ser eludido. D. Un mandato familiar, o una coerción sistémica, que prohíbe al paciente resolver el conflicto escapando de la escena y/o metacomunicando. E. Por último, no es necesario que se den todos y cada uno de los componentes cuando el paciente ha aprendido a percibir su universo en pautas doble vinculares: un único elemento puede desencadenar el conjunto. Ejemplo clásico: Un padre abraza fría y distanciadamente a su hija mientras le dice “te quiero” de la manera más convincente que pueda. Si la hija objeta que no es una prueba verdadera de afecto, el padre dirá que sí lo es, pues la está abrazando y diciéndole “te quiero”. Si la hija intenta convencerse de que, efectivamente, es una prueba real de afecto, estará invalidando sus propias percepciones que le indican que no es cierto. Haga lo que haga no puede salir de la situación ilesa, su vivencia no será confirmada y dudará sobre cómo percibe el mundo. Las palabras del padre dicen “te quiero”, pero su abrazo dice “no es cierto”, algo que LINARES (2012) llama “el sí, pero no”. En el paciente se debilitarán las capacidades para diferenciar y clasificar qué tipo de mensaje recibe de los otros, si es metafórico o literal, si es hostil o amistoso, etc. Con el tiempo también tendrá dificultad para hacerlo con sus propios mensajes, pensamientos, sensaciones y percepciones (BATESON, 1977). Cuando el paciente se enfrente a los dos mensajes contrapuestos, sin 32 importar cuál decida que es el “correcto”, padecerá algunas vicisitudes: no conseguirá acertar en la definición de la relación, será castigado por sus progenitores, se le indicará que está equivocado en su percepción, los cimientos de su núcleo identitario se verán afectados, su capacidad de metacomunicar será bloqueada y, finalmente, haga lo que haga no podrá ser reconocido/aceptado, así como tampoco conseguirá construir una identidad sólida y diferenciada. La conducta patológica del paciente es aprender estos patrones y reproducirlos en forma de síntomas: con la autoexclusión, aislamiento y desconexión de su entorno (síntomas negativos) y con el debilitamiento del Yo y sus dificultades para clasificar y comunicar mensajes de diferente orden lógico (síntomas positivos). SIMON et al. (1988) explican que, para la teoría del doble vínculo, la individualidad y la familia pertenecen a órdenes lógicos diferentes, y así como el esquizofrénico no diferencia entre niveles/tipos de mensajes, tampoco diferencia entre tipos lógicos de relación, y como consecuencia no consigue diferenciarse del sistema, convirtiéndose en incompetente para la comunicación. 2.5.2. TEORÍA DE LOS JUEGOS PSICÓTICOS Esta teoría corresponde al Grupo de Milán que, con diferentes integrantes, fue liderado por Mara SELVINI-PALAZZOLI. A fines prácticos mencionaremos dos etapas que resultan pertinentes para el estudio de la psicosis: comunicacionalista y estructural En su etapa comunicacionalista destacaron por sus innovaciones técnicas, a la vez que consideraron que la conducta psicótica del paciente está en conexión directa con la historia de su familia de origen. Para dar cuenta de esta premisa desarrollaron la hipótesis sistémica, que consistía en dar explicaciones circulares a la patología, incluyendo a todos los miembros del sistema. Este aporte metodológico formalizaba la naciente metáfora del Juego Familiar (BOSCOL, CECCHIN, HOFFMAN y PENN, 1987; DIORINOU y TSELIOU, 2014). ¿Cómo sabemos que somos parte de un juego relacional? Porque cada persona es un jugador que debe desarrollar sus movimientos en función de los otros jugadores, porque existen reglas que limitan el modo de actuar, porque existen objetivos a perseguir y porque existen modos de hacer trampa. En las familias psicóticas predominan los modos de hacer trampa, llamadas jugadas desleales o juegos sucios. Las reglas del juego sucio no se definen explícitamente, sino que se generan a partir de una lucha de poder donde cada miembro busca beneficiarse a expensas de los otros. El juego psicótico de la familia no es una reacción 33 espontánea frente a una situación crítica, sino que refleja una historia trigeneracional de rechazos y desconfirmaciones (SELVINI-PALAZZOLI et al., 1986). 1ª Generación: (Abuelos) Para resolver los problemas de la convivencia conyugal, cada parte aplica, unilateralmente, normas rígidas y repetitivas para ganar la lucha por el control y la definición de la pareja. Rechazan mutuamente toda propuesta e intención del otro, ya que confirmar/reconocer al partener se vive como un signo de debilidad y una derrota, el equivalente a perder autoridad y dominio. 2ª Generación: (Padres) Repiten las medidas disfuncionales de sus propios padres y las complejizan, ya que suman el miedo a ser rechazados por su pareja al intentar establecer un control unilateral sobre una relación circular. Cada uno teme fallar en esa empresa, o peor aún, que el otro descubra sus jugadas. Por tanto, además de las peleas explícitas, se tejen tramas implícitas y reglas encriptadas que no todos los miembros conocen. En esta generación el paciente comienza a ser incluido en la disputa conyugal, pero con indefiniciones, ya que solo la pareja conoce el verdadero conflicto y cuál es su rol en todo ello. El dúo no tolera la simetría, aunque es su estado más frecuente, y al mismo tiempo ninguno soporta ocupar una posición de inferioridad. Sostienen una escalada simétrica exacerbada, e intentan ocupar el tan deseado lugar superior de la complementariedad. Esa constante lucha es conocida como hybris (SELVINIPALAZZOLI et al., 1986; MARTORELL, 2011). 3ª Generación: (Paciente) El clima en el que el paciente construye sus parámetros existenciales es de desconfirmaciones, hybris simétrica y reglas ocultas. Es un participante, aparentemente privilegiado, de la contienda conyugal, aunque en realidad es un instrumento y un mensajero entre los dardos de sus padres. Incorporado en la dinámica, el paciente continua el juego familiar, pero a través de los síntomas. Así se forma un juego de apariencias donde nada es lo que parece y donde domina la incongruencia, la ambigüedad y la confusión. Además, las paradojas del doble vínculo forman parte de este mundo. Tanto en la comunicación doble vincular como en los juegos psicóticos es imposible metacomunicar y, en ambos, el nudo patológico es la incongruencia entre los diferentes niveles de comunicación. El mensaje (y juego) esquizofrénico lleva una paradoja imposible de resolver: a nivel de contenido se realizan demandas y pedidos que a nivel relacional son imposibles de cumplir, se pretende que el otro cambie ontológicamente para satisfacer las demandas del sistema. Frente a este panorama, el mítico Milan Team ideó el no menos mítico Milan Approach, con la contraparadoja como intervención emblemática. Se trataba de adoptar el lenguaje psicótico emitiendo dobles vínculos terapéuticos 34 que torpedearan a los síntomas usando su lógica, en una pirueta que fascinó al mundo sistémico. Fue el tiempo de la prescripción del síntoma o del no cambio. Si el síntoma representaba una especie de rebeldía frente a situaciones imposibles de gestionar, prescribirlo debía encaminar esa rebeldía en la dirección de la salud. Solo que la cosa funcionaba a veces, y otras no. Según la autocrítica de la misma SELVINI, porque eran unas intervenciones demasiado centradas en el síntoma, criptoconductuales, por así decir. Como reacción frente a las limitaciones del modelo “paradoja y contraparadoja”, SELVINI y PRATA primero, y su nuevo equipo enseguida, se plantearon un cambio de rumbo radical. En lo que podríamos llamar su etapa estructural, SELVINI-PALAZZOLI consideró que los logros conseguidos en su etapa comunicacionalista eran frágiles, ya que los terapeutas se volvían homeostáticos al caos familiar y terminaban siendo devorados por su complejidad (SELVINIPALAZZOLI y PRATA, 1983; SELVINI-PALAZZOLI et al. 1990; SELVINI, 1990; SELVINI, 1991, 2002). Para resolver estas dificultades, el nuevo equipo de Milán diseñó su “teoría de los juegos psicóticos”, insertando algunos elementos clásicos de la visión sistémica de las psicosis en unas propuestas radicalmente novedosas. A la luz de esta nueva propuesta, se ponen en evidencia fenómenos relacionales como el embrollo y la instigación (BURBATTI y FORMENTI, 1988, SELVINI-PALAZZOLI et al. 1990; SELVINI-PALAZZOLI , 1991), que tienen lugar en un contexto conyugal de bloqueo denominado tablas de pareja, en referencia a lo que ocurre en el ajedrez cuando ninguno de los jugadores tiene la posibilidad de ganar y se produce un empate. La pareja sostiene inquebrantablemente el problema y no consigue una solución, ninguno hace una declaración abierta de su malestar por miedo a que la otra parte se aproveche de ello, pero elaboran expresiones indirectas de su incomodidad, mostrando que su hermetismo es artificial y estratégico. En esta trama pseudo-oculta, la conflictividad es solo una pantalla de humo, en realidad los hijos son testigos de una puesta en escena y desconocen las dimensiones del conflicto subyacente y sus componentes: coaliciones secretas, prohibiciones, engaños sutiles, traiciones, mentiras impúdicas, manipulaciones, trampas, etc. Estas transgresiones son juegos sucios, que serán negados categóricamente en caso de que alguien quiera denunciarlos. Con el tiempo los juegos sucios conyugales se convierten en habituales e involucran a un hijo, que se deja involucrar pero que no es consciente de ser parte de una trama superior. En consecuencia, construye un mundo afectivo y cognitivo sobre el plano de las apariencias que sus progenitores ofrecen, tomándolas por reales. 35 Un hijo/a presenta síntomas solo cundo se ve co-envuelto, y se ha dejado coenvolver totalmente, en el juego de tablas de la pareja parental; cuando ha creído en el embrollo de ser el elegido de una pretendida relación privilegiada con uno de los padres; y cuando silenciosamente se ha puesto de parte de su pretendido aliado, actuando en connivencia con él/ella (SELVINI-PALAZZOLI et al., 1990, pág. 8). El embrollo ocurre cuando uno de los padres aparenta tener una relación privilegiada con el futuro psicótico. El privilegio no es auténtico y el beneficio recibido es en realidad un mensaje para el otro cónyuge, para mostrarle que ha conseguido un aliado con el que tiene una relación imposible en el plano conyugal. El hijo reconoce lo ilícito de su relación, pero la sostiene hasta que descubre que es parte de un engaño y que sus beneficios no eran auténticos. Y cuando es consciente de la estafa, reacciona con síntomas (SELVINI-PALAZZOLI et al., 1990; SELVINI-PALAZZOLI , CIRILLO, SELVINI y SORRENTINO, 1999). En la instigación uno de los padres moviliza al hijo a tomar partido contra el otro. Esta triangulación es común a muchos trastornos, pero en las familias de transacción psicótica se desarrolla implícitamente. El instigador no declara abiertamente la búsqueda de un aliado. El procedimiento es mostrarse impotente, dolido y sufridor ante un hijo que se ve, así, moralmente obligado a entrar en el juego aliándose con el aparente perdedor. Además, arremeterá contra el aparente ganador, sintiéndose definitivamente justiciero y protagonista del sistema. Sin embargo, la coalición no es tan sólida como aparenta. Si el progenitor aliado lo necesita, rechazará la existencia del circuito instigador e incluso defenderá al partener rival. El hijo fracasa en su misión de someter al padre vencedor y es traicionado por su aliado secreto, evidenciando la manipulación y que la causa de su vida solo era una pantalla, ya que el juego relacional responde a reglas más arcaicas que él desconocía y de las que no forma parte. Su compromiso con el conflicto conyugal ocurrió a expensas de su individualidad: solo era un instrumento y en realidad no existe fuera de aquel conflicto. Esa es su desconfirmación, llevar la vivencia de “no existir” fuera del sistema, ni dentro del sistema sin su aliado. Los fundamentos de su mundo cambian y terminan de impulsar la reacción psicótica como medida de respuesta. Como respuesta terapéutica a este panorama relacional, el nuevo equipo de Milán no diseñó intervenciones específicas para cada familia, sino que aplicó la misma fórmula a todas ellas, dando lugar a la prescripción invariable (BOSCOLO et al., 1987). La misma consiste en (a) pedir a los padres que no compartan con nadie, y menos con sus hijos, lo hablado en sesión; (b) que tengan una salida 36 semanal a solas, sin rendir cuentas a nadie y en una atmósfera de misterio para con los hijos, que los excluye; y (c) que individualmente realicen un registro sobre cómo llevan adelante la tarea y cómo lo hace su pareja. La prescripción bloquea las interferencias de los hijos en el sistema parental (o, dicho de otra manera, impide que los hijos se vean involucrados en la dinámica conyugal) y provoca que los padres y, eventualmente, otros miembros de la familia como el hermano prestigioso, exhiban sus estratagemas para preservarse del cambio introducido por los terapeutas. 2.5.3. TEORÍA DE LAS RELACIONES FAMILIARES BÁSICAS La premisa central de nuestra teoría es conocer las bases relacionales de las patologías más emblemáticas para entenderlas, deconstruirlas y, así, poder generar dinámicas de cambio terapéutico (LINARES, 2002, 2006a, 2006b, 2007, 2010; LINARES y CAMPO, 2000; BERTRANDO y TOFFANETTI, 2004). Esta teoría es amplia y profunda, pero en este capítulo solo nos abocaremos a sus desarrollos sobre la desconfirmación en psicosis. Bajo este enfoque, el concepto recibe dos nuevos desarrollos: incorpora la categoría de maltrato psicológico, y se combina con el concepto de triangulación perversa de HALEY, dando lugar a la triangulación desconfirmadora. (LINARES, 1996, 2011, 2012). El término desconfirmación, por sí mismo, se carga de un significado comunicacionalista, que peca de intelectual y no consigue expresar el dolor y la destrucción de la psicosis. Mientras que la triangulación describe a los pacientes como héroes sacrificados al servicio del sistema, lo que no concuerda con la poca relevancia que suelen tener en sus familias antes de generar síntomas (LINARES, 2012). Pero bajo la nueva fórmula, la triangulación brinda un marco organizacional a la familia, mientras que la desconfirmación encarna el núcleo central de sus características relacionales. En las relaciones diádicas, propias del doble vínculo, la desconfirmación es de baja potencia, pero los triángulos relacionales son un vehículo privilegiado para ella. Es mucho más sencillo olvidar y no dar lugar (existencia relacional) a C si A y B se enfrascan entre ellos en relaciones intensamente pasionales, que si A o B, individualmente, establecen con C cualquier relación disfuncional. Esta es una historia frecuente en la vida de los psicóticos: sus padres se encuentran enredados en una trama conflictiva (conyugalidad disarmónica), y por ello no consiguen nutrir relacionalmente a su hijo, dejándolo al margen de “su” mundo (desconfirmación). No es que lo ignoren por completo ni que sea totalmente inexistente en el sistema; lo reconocen como su hijo y como miembro de la familia, incluso pueden manifestar cuidados para con él (parentalidad primariamente conservada), pero todo ello ocurre con un 37 trasfondo tramposo: cuando es incluido en el plano relacional es a través de propuestas de coalición donde el lugar que se le asigna no es auténtico (por sus propios méritos) y la protección vivida no es desinteresada, ya que la intención de cada progenitor solo está centrada en sus propias estrategias, y el hijo solo existe parcialmente y siempre que se supedite a ellas. En los próximos capítulos se desarrollarán ampliamente estas ideas, que constituyen el núcleo teórico de nuestro modelo y, por tanto, de este libro. Esta breve exposición sobre la desconfirmación permite observar que el modelo sistémico ha sido coherente en sus desarrollos sobre las psicosis. Cada propuesta ha captado las bases de las anteriores, profundizándolas y reformulándolas si lo creía oportuno, pero siempre respetando una coherencia epistemológica. La desconfirmación es, ciertamente, el hilo conceptual y conductor ideal para comprender las tres teorías sistémicas que hemos citado. El doble vínculo manifiesta magistralmente su naturaleza comunicacional, los juegos psicóticos se encargan de añadir una sensibilidad estructural (aunque, paradójicamente, SELVINI nunca simpatizó de modo explícito con MINUCHIN), mientras que la triangulación desconfirmadora introduce la lógica del maltrato psicológico y decodifica los complejos movimientos familiares que precipitan el trastorno psicótico, volviéndolos más comprensibles y susceptibles de intervención. Bibliografía BARTLETT, F. H. (1976). Illusion and Reality in R. D. LAING. Family Process, 15(1), 51-64. doi:10.1111/j.1545-5300.1976.00051.x BATESON, G. (1977). Doble vínculo y esquizofrenia. El síndrome y sus factores patogénicos interpersonales. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Carlos Lohlé. — (1985). Pasos hacia una ecología de la mente: una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre. Argentina: Lohlé-Lumen. BATESON, G., JACKSON, D. D., HALEY, J., y WEAKLAND, J. (1956). 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Existe una coalición entre dos personas de diferentes generaciones, contra la tercera. 3. La coalición es oculta o negada. La modalidad más frecuente es la coalición de uno de los progenitores con un hijo contra el otro progenitor MINUCHIN (1974) acuñó el término de triada rígida para denominar configuraciones relacionales padres-hijos en las cuales los hijos son utilizados de 42 forma reiterativa por los padres en la solución o gestión de sus conflictos. El denominador común sería un debilitamiento de los límites entre el subsistema parental y el hijo y, simultáneamente, una rigidificación de los límites en torno a la triada padres-hijo. MINUCHIN describe tres modalidades de triada rígida, a saber: 1. En el primer tipo, o triangulación propiamente dicha, cada progenitor intenta obtener la alianza del hijo en su conflicto con el otro. 2. En el segundo, o coalición estable, el hijo, en conflicto con uno de sus progenitores, obtiene el apoyo del otro de forma permanente. 3. La tercera modalidad, llamada desviación de conflictos, se produce cuando los padres soslayan sus dificultades y se unen para controlar a un hijo definido como “malo” o para proteger a un hijo considerado “enfermo”. Pero ya el psicoanálisis había introducido las referencias triangulares en sus descripciones de las dinámicas psicológicas, puesto que el complejo de Edipo, matriz para FREUD (1915-17) de todo el desarrollo mental, no es sino un triángulo relacional en el que el hijo se alía con un progenitor y se conflictualiza con el otro: metafóricamente, mata a su padre y se casa con su madre. BOWEN (1978), más fiel que otros pioneros de la terapia familiar a sus raíces psicoanalíticas, utiliza el término de triángulo como uno de los ocho elementos fundamentales de su teoría de los sistemas familiares: una configuración emocional compuesta por tres personas. Durante los momentos de estabilidad, el triángulo consiste en un dúo íntimo y un tercer miembro periférico, que hace lo posible por aproximarse. En los períodos de crisis, el “outsider” queda emocionalmente neutralizado, lo cual conduce al reclutamiento de otro que lo sustituye. En la investigación sobre la esquizofrenia desarrollada por BOWEN en el N.I.M.H., estudió el importante papel de los padres periféricos en las familias de estos pacientes. Según ello, los padres reaccionaban con intensidad cuando percibían la ansiedad o la inquietud de las madres. A veces, junto con sus esposas, criticaban a sus hijos esquizofrénicos o se preocupaban por ellos, pero en otras ocasiones se hacían más periféricos aún para huir de la tensión. Lo que nunca hacían era aproximarse a sus hijos esquizofrénicos. BOWEN, al igual que GOLDBETER (2003), confiere a la triangulación un carácter universal, que esta última autora vincula a su concepto de tercero pesante: alguien que ha ocupado un lugar tan importante en la pareja o en la familia, que su ausencia tiende a ser suplida por un nuevo miembro cooptado, eventualmente el terapeuta. En lo que constituye un verdadero manual de triangulación, GUERIN et al. (1996) aportan un ingente material sobre el papel que ha jugado este concepto y otros cercanos en la teoría y en la práctica de la terapia familiar. Así nos enteramos de que para FOGARTY (1979, citado en GUERIN et al., 1996, pág. 31) 43 “…los triángulos son un mecanismo de evitación, cuyo propósito es eludir la incomodidad, tanto si ésta es producida por la intimidad como si lo es por el hecho de tener que enfrentar cuestiones conflictivas.” Y el mismo GUERIN (op. cit., pág. 35) afirma que los triángulos son un subproducto de la lucha “por la primacía de la adhesión y la jerarquía de la influencia.” Para los autores de este libro, la triangulación es la inclusión de los hijos en los juegos relacionales disfuncionales de los padres (LINARES, 2012). Se trata, pues, de una situación negativa, antesala de numerosas patologías, que admite múltiples variantes y que, de ninguna manera constituye una fatalidad o una constante en la organización de las familias. Las más de las veces, los padres pueden invitar a los hijos (o un padre a un hijo) a establecer una relación preferente o de alianza contra el otro y, al igual que estas propuestas no suelen ser deliberadas ni conscientes, también es cierto que los hijos pueden aceptarlas o rechazarlas. Ello dependerá, entre otros factores, de la calidad de la red relacional. Un niño en una familia con figuras poderosas ejerciendo por delegación funciones parentales, y ejerciéndolas bien, tendrá más opciones relacionales alternativas a la coalición que le ofrece uno de sus progenitores, y estará en mejores condiciones para no dejarse prender por ese juego. La modalidad más frecuente, y también la más sencilla, es la que llamamos triangulación manipulatoria: “vente de mi parte, yo te doy más… o yo te amenazo o te castigaré más si no te vienes…” Mensajes de esta naturaleza, cruzados o combinados de mil formas diferentes, constituyen su núcleo central, siendo capaces de generar conflictos de lealtades de múltiples formatos bajo el común denominador de la ansiedad. Por ello conforman parte importante del substrato relacional de los trastornos neuróticos. La que llamamos triangulación equívoca se produce cuando un hijo se sitúa entre dos padres muy distantes que, por eso, no pueden sustraerlo a la tierra de nadie. Cada uno de ellos atribuye al otro sus cuidados, siendo así que, en realidad, ninguno se los dispensa adecuadamente. Corresponde a algún momento del ciclo evolutivo de la constelación relacional del trastorno límite de personalidad. Y, si la mayoría de las triangulaciones se produce entre parejas parentales enzarzadas en relaciones de corte simétrico, también existe la que llamamos triangulación complementaria, característica de algunas modalidades de abuso sexual. En efecto, solo una relación complementaria rígida en la pareja parental puede permitir que el padre abuse sexualmente de la hija, elevándola fraudulentamente a la condición de princesa consorte, y la madre, de alguna forma, más tácita que expresa, lo tolere. Pero, de entre todas las modalidades de triangulación, existe una que nos interesa aquí especialmente y que describiremos más adelante: la triangulación 44 desconfirmadora. 3.2. Desconfirmación La desconfirmación es, como hemos dicho, un concepto de origen comunicacionalista, propuesto por WATZLAWICK et al. (1967) en la biblia pragmática de esa corriente que es Teoría de la comunicación humana (imaginativa traducción del original inglés “Pragmatics of Human Communication”). Y hablar de desconfirmación es hacerlo también de descalificación, puesto que ambos conceptos aparecen tan asociados en la epistemología comunicacionalista que el diccionario “Vocabulario de Terapia Familiar”, de SIMON, STIERLIN y WYNNE (1984), los incluyen juntos en la misma voz: “Disconfirmación/Descalificación” (sic). Luego, todo el contenido se centra en la descalificación, que viene definida como una modalidad de comunicación que priva a las afirmaciones propias, o a las de una parte interactuante, de todo significado claro. Según ello, el objetivo de mantener la comunicación en el campo de la indefinición se lograría mediante el uso de afirmaciones y compromisos equívocos y contradictorios, lo cual impediría dar respuestas precisas a preguntas como ¿quién de nosotros está dominando?, ¿me amas?, o ¿quién está más cerca de papá y mamá? De acuerdo con esta versión, se recurriría a la descalificación cuando se quiere evitar definir una relación, por ejemplo un matrimonio en el que uno de los cónyuges, o ambos, temen establecer demasiada distancia o demasiada cercanía. Para WATZLAWICK et al (1967, op. cit., pág. 76), “Las descalificaciones abarcan una amplia gama de fenómenos comunicacionales, tales como autocontradicciones, incongruencias, cambios de tema, tangencializaciones, oraciones incompletas, malentendidos, estilo oscuro o manierismos idiomáticos, interpretaciones literales de las metáforas e interpretaciones metafóricas de las expresiones literales, etc.” En definitiva, la descalificación representa, desde la perspectiva comunicacionalista, una tercera vía, adaptativa pero disfuncional, frente a la aceptación o el rechazo de la comunicación. De forma similar, cuando lo que está en juego es la definición de alguien como persona, caben tres opciones o posibles respuestas: 1. La confirmación, o aceptación de la definición que el otro da de sí mismo. Probablemente es el movimiento relacional más útil para el desarrollo y la estabilidad mentales. 2. El rechazo es la negación explícita de la definición que el otro hace de sí mismo. Aunque duro, el rechazo implica un cierto reconocimiento del otro y de la imagen que éste tiene de sí mismo. 3. La definición de desconfirmación en WATZLAWICK hunde sus raíces en ideas 45 de Laing y hasta de William James, quien afirma que no existe una situación imaginable peor que hacer que alguien pase totalmente desapercibido en un determinado contexto relacional. Y, para WATZLAWICK et al. (1967, pág. 87), “Tal como la observamos en la comunicación patológica, la desconfirmación ya no se refiere a la verdad o falsedad —si existen tales criterios—de la definición que alguien da de sí mismo, sino que más bien niega la realidad de ese alguien como fuente de tal definición. En otras palabras, mientras el rechazo equivale al mensaje estás equivocado, la desconfirmación afirma de hecho: Tú no existes. O, para expresarlo en términos más rigurosos, si en lógica formal se identificaran la confirmación y el rechazo del self del otro con los conceptos de verdad y falsedad, respectivamente, entonces la desconfirmación correspondería al concepto de indeterminación, que, como se sabe, pertenece a un orden lógico distinto.” Combinando estos conceptos con la conocida tipología de la cismogénesis, WATZLAWICK establece una vinculación entre la relación simétrica disfuncional y el rechazo. En cambio, en la patología de las relaciones complementarias, más grave, es la desconfirmación lo que impera. En definitiva, las propuestas de los autores de Palo Alto son, como de costumbre, de una gran brillantez. El problema es que, más allá de sus ingeniosas descripciones, el comunicacionalismo adolece de cierta abstracción, que termina por presentarnos a los fenómenos que define como curiosos, extraños, pero, a fin de cuentas, más propios de otra galaxia que de la condición humana. Además, o quizás también por eso mismo, las diferencias entre descalificación y desconfirmación acaban diluyéndose, facilitándose en la práctica la confusión entre ambos conceptos. Sin gravitar específicamente sobre los conceptos de triangulación y desconfirmación, SELVINI et al. (1988) realizan una brillante propuesta de “teoría de los juegos psicóticos en la familia”, que los incluye de forma implícita. La psicosis sería el resultado de una situación comunicacional compleja, en la que los padres establecen una relación de hibris simétrica, competencia desmesurada y a la vez negada en la que ninguno gana y ninguno pierde. Es el “stallo” o “tablas” de pareja. Sin embargo, en el devenir de la encarnizada lucha, sí que puede haber momentos en los que parece que uno de ellos vaya a inclinar la balanza a su favor. El perdedor aparente, entonces, pide ayuda a uno de los hijos, quien se deja engañar en lo que SELVINI llama el “embrollo”. Porque cuando el hijo, futuro psicótico, cree haber establecido una sólida coalición contra el supuesto ganador, se ve traicionado por el supuesto perdedor, que lo abandona, negando cualquier relación privilegiada, para regresar al juego sin fin con su pareja. La conceptualización de la desconfirmación que sigue, es inseparable de 46 nuestra propuesta del amor complejo/nutrición relacional como motor para la construcción de la personalidad (LINARES, 2012). El Cuadro 3.1., referido a la familia de origen, nos muestra al amor como un fenómeno relacional complejo que, a los componentes emocionales, incorpora elementos cognitivos y pragmáticos. Existen, pues, un pensar, un sentir y un hacer amorosos que, dirigidos hacia la persona objeto de los mismos, deben ser percibidos por ésta como tales. Al resultado de este proceso lo llamamos nutrición relacional, que no es sino la conciencia de ser complejamente amado. Se trata de un fenómeno subjetivo, por lo que importa poco que alguien asegure amar si el objeto de ese amor no alcanza a percibirlo. Además, el hecho de ser un fenómeno complejo exige que se manifieste en todos sus componentes, de modo que un bloqueo o interferencia parcial cancela la efectividad del conjunto, aunque de forma distinta según cuales sean los componentes bloqueados. Amor complejo Componentes cognitivos Componentes emocionales Componentes pragmáticos (Sociabilización) Nutrición Relacional Reconocimiento Valoración Aceptación Ternura Normatividad Protección Interferencia o bloqueo Desconfirmación Descalificación Rechazo Irritación Defecto / Exceso Cuadro 3.1. El reconocimiento es un componente cognitivo de la nutrición relacional, consistente en la aceptación de la existencia del otro. Parece una banalidad, pero dista de serlo, ya que aceptar la existencia del otro implica en cierto modo limitar la propia. La valoración es también un componente cognitivo del amor, consistente en apreciar las cualidades del otro aunque sean distintas de las propias. Tampoco es despreciable su trascendencia, puesto que aceptar el valor del otro puede poner en peligro el valor propio. En cuanto a la aceptación, se trata de un componente emocional de la nutrición relacional, mediante el cual se expresa una consideración favorable del otro como persona: “me gustas”, vendría a significar. Y de ahí a “te quiero” no hay más que un paso. Pues bien, el rechazo es la falta de aceptación, el “no me gustas”, mientras que la descalificación es la ausencia de valoración: “no vales gran cosa”, o “no sabes hacer eso…” o “no eres adecuado para esa función…” Ambos son movimientos relacionales duros, no exentos de consecuencias patológicas, pero, en cuanto a lo que aquí nos ocupa, los dos implican un reconocimiento primario del otro. No así la desconfirmación. La falta de reconocimiento, cuando se estabiliza en una pauta relacional permanente, provoca desconfirmación, que es la percepción de la no existencia 47 propia en términos relacionales. El reconocimiento implica la percepción de las necesidades del otro, a diferencia de lo que ocurre en la desconfirmación, en la que éstas quedan supeditadas a las propias. Y por cierto que todo el proceso se desarrolla de forma implícita, lo cual dificulta aún más la comprensión del fenómeno. Si una persona le dice a su interlocutor “tú no existes para mí”, está expresando rechazo, pero ciertamente no lo está desconfirmando sino todo lo contrario, reconociéndolo como antagonista. Dos grandes interrogantes definen la singular complejidad de la desconfirmación. La primera es ¿cómo puedo sentir que no existo ante la evidencia sensorial de mi existencia? Y, efectivamente, aunque muchos delirios y dinámicas alucinatorias, especialmente las cenestopáticas, nos llevan hasta las puertas de la vivencia de desintegración física, la no existencia a que hacemos referencia es un fenómeno metafórico, psicológico y relacional, que nada tiene que ver con la física. Siento que no existo porque no soy importante para aquellas figuras de las que dependo y que, ellas sí, lo son todo para mí. Y esta experiencia de no ser importante reviste cualidades doblevinculares, inscritas en una lógica del “sí pero no”. En definitiva, “existo, pero no existo”, “parece que cuentan conmigo, pero luego se olvidan de mí…” La segunda pregunta es ¿cómo puedo ignorar a quien he llevado dentro nueve meses, he parido con dolor y he amamantado y cuidado día y noche de bebé?; ¿o a quien he llevado a inscribir con mi nombre en el registro civil, dándole existencia social? Y de nuevo aquí es preciso recordar la naturaleza metafórica y compleja de los procesos de desconfirmación. A pesar de que hay padres que, de hecho, ignoran a alguno de sus hijos en circunstancias dramáticas (v.g., olvidado por un rato entre los muros derruidos o humeantes de la casa tras un terremoto o un incendio), las más de las veces no se producen esos olvidos reales, sino otros simbólicos o metafóricos, en la misma atmósfera doblevincular ya descrita. V.g., “el ruido de la llave que anuncia la llegada de alguien a casa hace que el padre, desde su estudio, diga ¿Jesús? Pero resulta que no es Jesús, sino Juan, y el error del padre se repite igual día tras día.” Aunque sean relacionales los procesos desconfirmadores de que nos vamos a ocupar en este libro, no podemos descartar la existencia de otros de distinta naturaleza. Por ejemplo, la deprivación sensorial, que puede provocar la irrupción de síntomas psicóticos en un sujeto ingresado en una unidad de cuidados intensivos, sobre todo si, por causa de una edad avanzada, su receptividad sensorial se halla ya bastante disminuida. O, posiblemente, los bloqueos neurosensoriales subyacentes a ciertos procesos autistas, cuya gravedad sintomática va mucho más allá de la disfuncionalidad relacional que se pueda observar en su familia o en su entorno. 48 3.3. La triangulación desconfirmadora Llegamos así al concepto clave de nuestra propuesta sobre las bases relacionales de los trastornos psicóticos, que es la triangulación desconfirmadora. Ese fenómeno huidizo y difícil de aprehender, que es la desconfirmación, toma cuerpo y se hace más comprensible asociado a la triangulación, que le sirve de vehículo preferente. Ya se ha dicho que se trata de la inclusión del hijo en los juegos relacionales disfuncionales de los padres, o de las figuras fundamentales de sus sistemas de pertenencia. Pero ¿de qué forma? Imaginemos una estancia en la que dos sujetos, A y B, están interactuando aislados del resto del mundo. Podrán amarse, odiarse, aburrirse, o experimentar muchas otras vivencias, pero difícilmente podrán ignorarse u olvidarse cada uno de la presencia del otro. Sin embargo, si se abre la puerta e ingresa C, una tercera persona, la situación cambiará cualitativamente. Puede ocurrir que A quede prendido en la relación con C, su nuevo interlocutor, vinculándose con él o con ella de una manera tan intensa que B desaparezca de su campo perceptivo, es decir, que quien hasta ese momento polarizaba su atención, se desdibuje y quede, en la práctica relegado al olvido. Probablemente B experimentará la triangulación desconfirmadora, o, dicho con más propiedad, experimentará la desconfirmación, vehiculizada por la triangulación en la que está participando. La hipótesis es que B tendrá condiciones relacionales favorables para desarrollar una psicosis. Silvia era una linda chica de 21 años, diagnosticada de esquizofrenia paranoide desde hacía casi dos, cuando acudió a terapia familiar, junto con su padre, Ernesto, su madre, Marta, y su hermano, Enrique, dos años mayor que ella. Bueno, en realidad, Ernesto vino y no vino a terapia, porque en la primera sesión anunció que no volvería: —“Vengo hoy para que no se diga que no me intereso por mi hija, pero ya no volveré, porque estoy muy ocupado y, además, yo no creo mucho en estas cosas de psicología.” Era una pequeña joya doble vincular, anticipo de lo que pronto se vería como el lenguaje natural de la familia. El terapeuta, negociando laboriosamente, logró de Ernesto que asistiera a una sesión más y, al menos, se pudo así contar con él para construir los primeros capítulos de la historia de Silvia. Ernesto y Marta habían vivido un noviazgo de apasionado enamoramiento, fruto del cual Marta había resultado embarazada y la pareja había debido casarse precipitadamente. De esas fechas en torno a la boda arrancaba un primer y trascendental desencuentro entre los novios, porque Marta no se 49 había sentido apoyada por Ernesto frente a la familia de éste, que, según ella, la había mirado desde entones con ojos críticos. Vino al mundo Enrique y, como fruta madura, cayó en las redes de Marta como aliado incondicional. Era “su” niño, y siempre lo sería. Ernesto sabía a lo que atenerse con su hijo, y entre los dos hubo siempre antagonismo sobre un fondo de cariño y respeto. Pero un par de años más tarde nació Silvia, y con ella las cosas no estuvieron nunca tan claras. Ernesto contó cómo, desde el principio, él sintió que la niña era terreno prohibido: —“Si me acercaba a ella era como si estuviera electrificada. Una especie de presencia extraña se interponía entre mi hija y yo.” En realidad, la presencia no era tan extraña. Marta no estaba dispuesta a que Silvia se convirtiera para Ernesto en lo que Enrique era para ella. ¡Su marido no se lo merecía, porque era de los que te dicen que te quieren mucho, pero luego te traicionan! Así que no le iba a permitir disfrutar de tan consoladora compañía. ¡La niña nuca sería “de él”! La pena era que ella ya no necesitaba más aliados. ¡Con “su” Enrique tenía más que suficiente! Además, no podía imponerle al maravilloso niño alguien con quien compartir su privilegiada condición. ¡Podía sentirse traicionado él también! Así que Silvia creció en tierra de nadie, no necesitada por la madre pero aislada sutilmente del padre, quien, más interesado en última instancia en conservar su conflictiva pero siempre apasionada relación con su esposa, tampoco presentó batalla en toda regla para “conquistar” a su hija. Y en ese contexto relacional, definido por intensos sentimientos de rivalidad, vivencias de traición y revancha, inalienables derechos de propiedad sobre vidas y haciendas y, al mismo tiempo, por deseos imperiosos de no romper el juego de la seducción y el erotismo, se fraguó la primera triangulación desconfirmadora que preparó el terreno para el desarrollo de la psicosis de Silvia. Un escenario propio de Shakespeare, para un drama privado de dolor y locura. Pero hubo más. La relación entre el niño brillante e hipersociable que era Enrique y su hermana solitaria e introvertida nunca fue muy fluida. Enrique había sido el responsable de la demanda de terapia familiar, pero muy pronto, comenzada ésta, se puso de manifiesto que jamás había salido con su hermana, ni solo ni en grupo de amigos: ni invitarla al cine, ni tomar un café juntos ni llevarla a una fiesta… nada. Como hermano prestigioso, Enrique se sentía obligado a cuidar de su hermana procurándole el mejor tratamiento posible, pero, a la vez, nunca estuvo muy dispuesto a invertir demasiado en 50 ella, celoso de conservar su relación privilegiada con sus padres. Tampoco éstos insistieron nunca en que el chico se ocupara de Silvia, ni siquiera lo que habría sido lo normal entre hermanos de edades parecidas. También ésta fue una triangulación desconfirmadora, en la que los vértices del triángulo estuvieron ocupados por Silvia, Enrique, en su condición de hermano prestigioso, y la pareja parental. Y todavía hubo más. En el piso de encima de la familia de Silvia, vivía la tía María, hermana de Marta y soltera. En el curso de la terapia se supo que María también había estado, de joven y a la vez que su hermana, enamorada de Ernesto. Aunque fue Marta la vencedora, María no había mostrado rencor aparente hacia su hermana, consagrando su vida a ayudarle en la crianza de sus hijos y, especialmente, desarrollando una estrecha relación protectora con Silvia. Cuando ésta rechazaba una comida, la tía María, atenta desde su puesto de escucha a lo que pasaba en el piso de abajo, llegaba con unos providenciales espaguetis, el plato preferido de su sobrina. Y si Silvia y su madre discutían porque la chica tenía su habitación desordenada, la tía María bajaba y, discretamente, sin apenas ser vista, se lo ordenaba. Esta actividad abnegada de María resolvía muchos conflictos concretos, pero no debe pasar desapercibido que cerraba una tercera triangulación desconfirmadora. Sin negar su buena intención para con “esa pobrecita niña”, sus actos tenían un segundo significado, o doble mensaje dirigido a su hermana y su cuñado: “yo habría podido ser una mucho mejor esposa y madre.” Bajo el signo de la triangulación, y aún más de la desconfirmadora, la atmósfera en las familias se hace pesadamente política. Todo el mundo, en mayor o menor medida, está pendiente del juego de coaliciones y de las partidas de poder, mirando de reojo a los demás para saber a qué atenerse. Como se verá más adelante, en tales circunstancias la jerarquía enloquece, confiriendo un poder desmesurado a algunos miembros en detrimento de otros. 3.4. Tipos de triangulación desconfirmadora La terrible historia relacional de Silvia es un verdadero muestrario de los tres tipos fundamentales de triangulación desconfirmadora, a saber: 1. Pareja parental bloqueada. Coincide con la situación más conocida y estudiada en la literatura, desde la simetría encubierta o negada, hasta la hibris simétrica y las tablas de pareja. Padre y madre enzarzados en una relación intensa, donde las grandes pasiones de amor y odio pueden combinarse de formas diversas, con el común denominador de una pérdida de visibilidad por 51 parte del hijo. Un paciente decía: —“Cuando mis padres discuten yo dejo de existir.” Y era una afirmación desgarradora, realizada desde territorio delirante, más allá de la simple metáfora. A veces, paradójicamente, es una reconciliación de los padres, que pone de manifiesto definitivamente lo engañoso de la situación, lo que acaba desencadenando la psicosis del hijo triangulado. David era el hijo mayor de una pareja de brillantes intelectuales, Jorge y Catalina. En contraste con su hermano Iñaki, que siempre había tenido una relación fluida con sus dos progenitores, David no se había entendido nunca con su padre, a quien, años después, reprochaba amargamente haberlo maltratado de pequeño: —“Jugar contigo era terrible. No me tratabas como a un niño y yo terminaba llorando siempre…” Lo cual era corroborado por Jorge: —“En parte es cierto. Yo no podía disfrutar jugar con él, como sí disfrutaba con Iñaki. Se envalentonaba, me desafiaba y tenía que acabar poniéndole límites.” Y es que David se había sentido siempre el aliado de Catalina, en un contexto relacional en el que la pareja discutía continuamente. Pero lo peor para él llegó cuando los padres, tras atravesar un período de separación y sentir que tocaban fondo, decidieron refundar su relación. David se sintió traicionado y experimentó la sensación de perder lo que hasta entonces había creído tener, una vinculación especial con su madre, sin ganar nada a cambio. Poco después aparecieron los primeros síntomas psicóticos. Con una reconciliación que acabe rompiendo la triangulación pero sin cancelar sus efectos, o sin ella, la constante es la precariedad de unas coaliciones que no ocultan su carácter instrumental. Otra cosa bien distinta es cuando la triangulación se acaba, sustituida por una red relacional que reconoce a todos por igual. Pero ello es más bien un efecto típico de la terapia. 2. Agravios comparativos entre hermanos. Es una modalidad de triangulación en la que los padres suelen ocupar juntos uno de los vértices, el paciente otro, y un hermano, cuyo perfil coincide con el del “hermano prestigioso” descrito por SELVINI (1985), el tercero. Es una regla bastante extendida que, junto a un hermano especializado en papeles de “desastroso” (psicótico, en los casos que aquí nos ocupan) haya otro que acapare el rol de “prestigioso”. Ambos son, generalmente, parte de otras triangulaciones, además de ésta que les enfrenta entre sí, pero resulta evidente que es el psicótico quien lleva la peor parte. El prestigioso, por regla general, se siente seguro en su coalición, que suele ser clara y estable. En el peor de los casos participa de una triangulación 52 manipulatoria, capaz de inducirle ansiedad y, eventualmente, síntomas de la constelación neurótica, pero su desarrollo mental no se verá gravemente interferido. No es el caso del hermano psicótico. Se llamaba Lucía pero la llamaban Lulú, y era una chica de 20 años, menudita y de aspecto infantil. Y no es que Anastasia, su hermana de 22, fuera de mucho mayor tamaño, pero su aspecto transmitía fuerza y capacidad. Lulú había iniciado una psicosis a raíz de la muerte de su madre, una muerte, por otra parte, prevista, puesto que tenía un cáncer terminal. Lulú estaba estudiando en una ciudad lejana del domicilio familiar y sus padres y hermana habían acordado no llamarla cuando el final de la madre era inminente, “para ahorrarle malos ratos.” El hecho fue que, mientras Anastasia estuvo junto a su madre ayudándola en la agonía, Lulú no pudo ni siquiera despedirse de ella. Ahí empezaron los síntomas, pero, además, el padre y Anastasia estaban esperando a que Lulú mejorara para dejarla un día en casa mientras ellos dos llevaban al pueblo las cenizas de la madre para aventarlas de acuerdo con la voluntad de ésta. ¡De nuevo la chica iba a ser mantenida al margen, so pretexto de protegerla, en un momento crucial para la familia! Afortunadamente, la terapia pudo evitar el segundo desafuero y, además, el terapeuta sentó las bases de un cambio mediante una intervención con las hermanas en presencia del padre: —“Queridas Anastasia y Lulú, siento comunicaros que yo no me siento cómodo con vuestros nombres. Tú, Lulú, tienes nombre de perrito faldero, chiquito, chiquito… mientras que tu nombre, Anastasia, es de gran duquesa rusa. Uno te puede imaginar restallando el látigo al bajar del trineo en medio de la tormenta de nieve… en fin… Yo, con vuestro permiso, voy a llamar a Lulú con su nombre original, Lucía, que es bonito y sonoro, y que sugiere luz. Esa luz que desprenden tus ojos cuando consiguen atravesar el actual empañamiento que padecen. Por otra parte, Anastasia, yo quiero pedirte algo muy importante, y es que, aunque durante la terapia pueda parecerlo en algunos momentos, no te vayas a creer que yo estoy de parte de Lucía y contra ti. Es cierto que tendré que estar junto a tu hermana, pero eso no supondrá nunca estar contra ti. Al contrario, si todo va bien, tú serás, junto con tu padre, la primera beneficiaria de la recuperación de Lucía.” Anastasia se mostró de acuerdo, y la terapia fue bien, aunque más adelante se supo que la hermana mayor tenía algunos síntomas fóbicos, relacionados 53 con la triangulación manipulatoria de que había formado parte. Pero esa es otra historia. 3. Figuras pseudoparentales en la familia extensa. A veces, como hemos visto en el caso de la tía María y su relación con Silvia, algún miembro relevante de la familia extensa puede jugar un rol equívoco, capaz de generar una triangulación desconfirmadora. Aunque el género no es determinante, se trata con más frecuencia de figuras femeninas, como abuelas o tías, puesto que las mujeres, por razones culturales, siguen desempeñando roles más importantes en la familia, tanto funcionales como disfuncionales. Y es relativamente frecuente que se trate de juegos trigeneracionales. La psicosis de Marjorie se había fraguado en un contexto relacional dominado por la inmensa figura de su abuela Josefa. Y, sin embargo, la madre de Marjorie, Rosario, no era una mujer débil y, de hecho, había desafiado a Josefa casándose con el hombre que ésta consideraba inadecuado. Eso bastó para que, desde ese momento, una de las misiones de Josefa en su vida (y casi alcanzó los cien años) fuera demostrarle al mundo lo incapaz y lo mala madre que era su pobre hija. “¡Claro, con semejante hombre al lado!” Josefa se apropió de Marjorie desde la más tierna infancia de ésta, aprovechando su poder económico y las dificultades que atravesaron los padres de la niña. “¡Claro, con ese hombre…!” Con la vista puesta en demostrar lo que ella consideraba el inevitable fracaso de su hija, Josefa puso todo su empeño en provocar el fracaso de su nieta, negándole por una parte el pan y la sal pero, por otra, financiándole sus más absurdos caprichos. Hasta que el fracaso acabó llegando, en forma de psicosis. “¡Claro, con ese padre!” Estas son, como se ha dicho, las modalidades más importantes de triangulación desconfirmadora, pero no necesariamente las únicas. Las figuras que ejercen funciones parentales, de las que el paciente depende de una forma u otra, pueden ser también externas a la familia. Un caso de un joven psicótico con síntomas delirantes muy graves, mostraba una configuración trianguladora compuesta por él mismo, su madre y el director espiritual de ésta, que ejercía una influencia enorme sobre todo el sistema familiar. La triangulación desconfirmadora es la situación relacional más característica y frecuente que hemos encontrado en el substrato de los trastornos psicóticos. Pero no es, ni mucho menos, una constante. En el contexto de complejidad en que se inscriben estos fenómenos no existen leyes absolutas, pudiéndose dar perfectamente el caso de que graves síntomas psicóticos coexistan con una atmósfera relacional razonablemente funcional. Ello es más fácil que ocurra 54 cuando el consumo de ciertos tóxicos, como el cannabis, juega un papel importante en el desencadenamiento y desarrollo de la psicosis. Y conviene recordar que, según algunas estadísticas, la mitad de los jóvenes que inician un proceso psicótico lo hacen en relación con el consumo de esta substancia. Bibliografía BOWEN, M. (1978). Family Therapy in Clinical Practice. Nueva York: Jason Aronson. Ed. Esp.: La terapia familiar en la práctica clínica (1989). Bilbao: Desclée de Brower. FOGARTY, T. F. (1979). Citado en GUERIN et al: Working with Relationship Triangles. Nueva York y Londres: The Guilford Press. FREUD, S. (1915-17). Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse. Leipzig: Heller. Ed. Esp.: Obras Completas (1976). Buenos Aires, Amorrortu. GOLDBETER, E. (2003). Le deuil impossible. Familles et tiers pessants. Bruselas: De Boeck. Ed. Esp: El duelo imposible. La familia y la presencia de los ausentes (2003). Barcelona: Herder. GUERIN et al (1996). Working with Relationship Triangles. The One-Two-Three of Psychotherapy. Nueva York y Londres: The Guilford Press. HALEY, J. (1967). Towards a theory of pathological systems. En: Zuk, J.H. y Boszormenyi-Nagy, I. (Eds.): Family Therapy and Disturbed Families. Palo Alto: Science and Behavior Books. LINARES, J. L. (2012). Terapia familiar ultramoderna. La inteligencia terapéutica. Barcelona: Herder. MINUCHIN, S. et al. (1974) Families and Family Therapy. Cambridge, Mass.: Harvard College. Ed. Esp.: Familias y terapia familiar (1977). Barcelona: Gedisa. SELVINI, M. et al (1988). I giochi psicotici nella familia. Milán: Raffaello Cortina. Ed. Esp: Los juegos psicóticos en la familia (1995). Barcelona: Paidós. SELVINI PALAZZOLI, M. (1985) Il problema dell’inviante. Quando e’ un fratello a chiedere la terapia. Ecologia della mente, 3, págs. 84-103. SIMON, F. B., H. STIERLIN, L. WYNNE (1985): The Language of Family Therapy. A Systemic Vocabulary and Sourcebook. Nueva York Family Process Press. WATZLAWICK et al. (1967). Pragmatics of human communication. Nueva York: Norton. Ed. Esp: Teoría de la comunicación humana (1981). Barcelona, Herder. 55 Desde una perspectiva sistémica, la personalidad en general (y la del psicótico no puede ser una excepción) debe ser definida en referencia a los sistemas relacionales de pertenencia y, muy especialmente, a la familia de origen. De este modo, es posible proceder a una definición en tres pasos. 4.1. La experiencia relacional Es difícil rechazar la idea de que la experiencia relacional, de un modo necesariamente complejo, influye decisivamente en la construcción de la personalidad. Desde estas coordenadas, hemos definido la personalidad en otro lugar (LINARES, 2012) como “la dimensión individual de la experiencia relacional acumulada, en diálogo entre pasado y presente y doblemente contextualizada por un substrato biológico y un marco cultural.” El diálogo entre pasado y presente hace referencia al hecho de que, aún siendo seres históricos, los humanos escapamos a la condición de esclavos del pasado, gracias a nuestra capacidad de reformularlo desde el presente. La construcción de la personalidad es un proceso que dura prácticamente toda la vida, en el cual se produce continuamente esta recursividad entre pasado vivido y presente reformulado. Gracias a ello los cambios psico-relacionales son posibles, incluido el terapéutico, sin necesidad de revivir realmente lo ya experimentado en el pasado: basta con encontrarle nuevos significados. Ello vale también para el psicótico, aunque con la peculiaridad de que, al ser tan intensamente destructiva la experiencia relacional presidida por la desconfirmación, su ulterior reformulación resulta especialmente laboriosa y difícil. La experiencia relacional que acumula el futuro psicótico en su familia de 56 origen está regida por la triangulación desconfirmadora. La desconfirmación impacta sobre la identidad y la desintegra, generando una dinámica psicológica negativa que se traduce en una especie de vivencia de no existencia: “Si no existo o no soy importante para las personas que lo son todo para mí, es que no soy nadie.” Sobre estas vivencias se desarrollarán en su momento los llamados síntomas negativos de la esquizofrenia: pobreza de pensamiento, retraimiento social con lenguaje y comportamiento desorganizados, afectividad inapropiada, etc. La viva imagen de esta situación terrible es la del paciente esquizofrénico mirándose al espejo y riendo. “Risas inmotivadas”, anotará en su historial el explorador de turno. Pero, si se molesta en intentar comprenderlo, se dará cuenta de que son risas sardónicas, muy dolorosas, llenas de desprecio por sí mismo ante el penoso espectáculo de la propia destrucción. Pero como no se puede vivir “no siendo nadie”, si la destrucción de la identidad no alcanza el aniquilamiento, de los cascotes de sus ruinas el sujeto intentará obtener material para un proceso de reconstrucción. Se trata de un proceso positivo, de búsqueda de una identidad alternativa, que, eso sí, deberá cumplir con el requisito de ser inmune a la desconfirmación. “Como no puedo soportar no existir, seré alguien único, a quien no se pueda ignorar otra vez. ¡Seré… Napoleón!” De este proceso surgirán los síntomas positivos, delirantes y alucinatorios, tan característicos de la esquizofrenia paranoide. No en vano la figura de Napoleón ha inspirado durante casi dos siglos en el mundo occidental a los chistes de locos. Un pequeño cabo que, salido de la nada, conquista el mundo y se proclama su emperador. No cabe una metáfora más adecuada para el anhelo del psicótico, que no es otro que garantizar para siempre su reconocimiento. Y si no es Napoleón, no faltan figuras suministradoras de una incuestionable identidad: Jesucristo, la Virgen María, Monseñor Escrivá de Balaguer, Leonel Messi, etc. E incluso no es imprescindible encarnar un personaje concreto. Basta con vivir una situación única, “que solo me puede ocurrir a mí, como que los marcianos me secuestren o los vecinos interfieran mis conversaciones, o mis pensamientos aparezcan en televisión.” La lógica del delirio es siempre exclusivista: “Los marcianos no abducen a los de mi pueblo, sino a mí y nada más que a mí.” Se trata, no lo olvidemos, de blindar una identidad contra la desconfirmación, aunque la cruel paradoja del psicótico es que, mientras más reconocido sea como Napoleón, más se alejará la posibilidad de ser reconocido como el ciudadano de a pie que es. Así, entre sueños imposibles de una identidad singular plenamente reconocida, se acaba sellando la marginación social del loco. 4.2. Narrativa e identidad 57 A la luz de lo dicho, la psicosis puede ser entendida como el trastorno identitario por excelencia, puesto que la identidad se ve seriamente afectada por partida doble, en su destrucción y en su reconstrucción, constituyendo un problema tanto la una como la otra. ¿Pero qué se está entendiendo por identidad? Para entender el concepto de identidad, vale la pena definir primero la narrativa, que es el proceso de atribuir significado a la actividad relacional. Desde que ésta existe, es decir, prácticamente desde el inicio de la vida individual, el sujeto construye historias, siempre de complejidad creciente, confiriéndole un significado a lo que le ocurre y, por tanto, atribuyéndole también un sentido a su existencia en ese contexto relacional. Desde esta perspectiva, la narrativa es la base de la actividad psíquica, algo así como el magma fundamental con el que se construye la personalidad. Es obvio que la narrativa del lactante se centra sobre todo en su relación con el pecho materno, como la del feto nonato lo hace en los estímulos sonoros, lumínicos y olfativos que le llegan a través del líquido amniótico en que flota: “me gusta que suene esa voz grave que, cuando aparece, hace que esta otra voz aguda a la que estoy más acostumbrado se vuelva más suave y tranquilizadora.” O, por el contrario: “Esa voz grave me incomoda, porque la voz aguda que me estimula habitualmente, se crispa cuando suena.” Posteriormente, las voces irán tomando cuerpo y sus relaciones se irán complejificando hasta constituir la narrativa adulta. Simultáneamente a la construcción de la narrativa, y también estrechamente ligado a la actividad relacional, se produce un segundo proceso de selección de material narrativo para construir la identidad. Se trata de aquella parte de la narrativa donde el sujeto decide definirse a sí mismo: “de todas estas historias que llevo construidas, con ésta, con ésta y con ésta me identifico yo. Éste soy yo, y, por tanto, con estas narraciones no admito transacciones ni negociaciones.” La palabra identidad procede del latín “Idem”, que significa “lo mismo”, es decir, lo que no cambia. Y de esta relativa inmutabilidad se siguen algunas consecuencias. Por una parte, está claro que la identidad (también la llamaremos “narrativa identitaria”) no puede ocupar un espacio demasiado grande de la narrativa, sino justo el suficiente para servir de anclaje a la “narrativa no identitaria”, que, ella sí, debe ser extensa, rica y variada para garantizar una personalidad sana y equilibrada. La narrativa y la identidad se generan en el individuo, en estrecha vinculación con sus sistemas de pertenencia y, especialmente, con la familia de origen. Y en éstos, como sistemas relacionales, destacan dos instancias fundamentales: la organización y la mitología (Cuadro 4.1.). La organización de un sistema relacional equivale a una dimensión longitudinal 58 de su estructura, la proyección de ésta a lo largo del ciclo vital. Si la estructura es visualizable en un corte sincrónico o transversal, la organización se percibe en un corte diacrónico o longitudinal. La estructura cambia en las diferentes etapas del ciclo vital, haciéndose, por ejemplo, más cohesionada en algunas de ellas (v.g., el cortejo de la pareja o el nacimiento de los hijos) y menos en otras (v.g., la adolescencia de los hijos). Pero, en principio, la organización permanecerá sin cambios durante esas etapas. Salvo que se produzcan determinadas modificaciones, por ejemplo en las personas que detentan los roles importantes: muertes, separaciones y divorcios, y nuevas parejas. Esos sí son cambios organizacionales, y, a partir de ellos, cabe afirmar que afrontamos un nuevo sistema. INDIVIDUO SISTEMA IDENTIDAD (Narrativa identitaria) ORGANIZACIÓN NARRATIVA (No identitaria) MITOLOGÍA Cuadro 4.1. En cuanto a la mitología, se trata del espacio propio del sistema en el que convergen las narrativas individuales de sus miembros. O, visto desde otra perspectiva, aquél del que emergen dichas narrativas. Las mitologías son, por tanto, espacios de consenso narrativo, compartidos en mayor o menor medida, y a veces a pesar suyo, por los diferentes miembros del sistema: “María es inteligente y trabajadora, pero va bastante a lo suyo, mientras que Juan es simpático, holgazán y muy generoso.” He ahí una mitología de la que, les guste o no, María y Juan participan y que, inevitablemente, influirá en el desarrollo de sus personalidades. En el psicótico, estas cuatro funciones revisten caracteres particulares, que aparecen representados en el Cuadro 4.2. INDIVIDUO SISTEMA IDENTIDAD (Hipertrófica) ORGANIZACIÓN (Triangulación) NARRATIVA NO IDENTITARIA MITOLOGÍA (Desconfirmación) Cuadro 4.2. 59 La identidad, consecuente con la lógica positiva que podríamos llamar “napoleónica”, está hipertrofiada, invadiendo todos los rincones de la narrativa. Si se es Napoleón, se es a todos los efectos, en todo momento y lugar. La narrativa no identitaria queda reducida a un mínimo insignificante. Es imposible hablar con un psicótico en pleno delirio sin que aparezca la identidad delirante. El clima, por ejemplo, un constructo habitualmente no identitario que permite conversaciones banales y relajadas, en un contexto delirante se convertirá fácilmente en identitario: —“¡Ajá! ¿Así que una bonita mañana, eh? Seguramente el tiempo que estaban ustedes esperando para que puedan zarpar las naves y llevarme a Santa Elena… Ya veremos las consecuencias que ello tiene para la intervención terapéutica. Por lo demás, la organización triangulada y la mitología desconfirmadora definen los sistemas de pertenencia más relevantes y, especialmente, la familia de origen. Por ello la personalidad del psicótico estará marcada por un sesgo de triangulación y de desconfirmación. 4.3. Parentalidad y conyugalidad El tercer paso en la definición de la personalidad del psicótico requerirá, por así decirlo, descorrer las cortinas de la identidad y la narrativa individuales y la organización y la mitología del sistema. Aparecerán así (Figura 4.1.) las dos grandes dimensiones que presiden la atmósfera relacional en la familia de origen: la conyugalidad y la parentalidad. Figura 4.1. La conyugalidad es la manera como se relacionan entre sí las figuras que ejercen las funciones parentales, y se inscribe en un continuum entre dos polos de armonía (C+) y disarmonía (C–). La parentalidad, a su vez, es la manera como se ejercen las funciones parentales, igualmente inscrita entre un polo conservado (P+) y otro primariamente deteriorado (P–) (LINARES, 2012). En la familia de origen del psicótico, ejerciendo una influencia decisiva sobre 60 la construcción de su personalidad, suelen destacar una conyugalidad disarmónica (la famosa simetría encubierta, hibris simétrica, tablas de pareja, etc.) y una parentalidad primariamente conservada, que se deteriora secundariamente ante el impacto de la conyugalidad. Es el denominador común de las triangulaciones: unos padres que, de entrada, se interesan por sus hijos y hacen lo posible por tratarlos bien, pero cuyas buenas intenciones sucumben en el fragor de los conflictos conyugales. Este tercer nivel definitorio de la personalidad, la atmósfera relacional vivida en la familia de origen, definida por la conyugalidad y la parentalidad, enlaza con el primero, siempre bajo el signo de la triangulación desconfirmadora en el caso del psicótico. Es preciso destacar que, desde esta perspectiva, carece de fundamento cualquier separación entre los síntomas psicóticos y la personalidad subyacente. La psicopatología clásica tuvo en el concepto de personalidad premórbida un referente importante, con conocidas formulaciones como la de KRETSCHMER (1947)1, que describió el carácter esquizotímico como variante de la normalidad en cierto sentido predisponente a la esquizofrenia, con un paso intermedio en el carácter esquizoide, ya manifiestamente patológico. El DSM IV estableció el diagnóstico en cinco ejes, de los cuales los dos primeros corresponderían respectivamente a los síntomas y a la personalidad. Aún siendo buena la intención, tendente a introducir en los procesos diagnósticos mayor flexibilidad y riqueza de matices, el resultado ha sido bastante negativo, puesto que, en la práctica, ello ha legitimado la aplicación a la mente humana de una dicotomía inaceptable: es posible diagnosticar los síntomas y la personalidad por separado, como si fueran independientes los unos de la otra. De los tres grupos de trastornos de personalidad que distingue el Eje II del DSM IV, el “A”, que agrupa a los Trastornos Paranoide, Esquizoide y Esquizotípico de Personalidad, es el que claramente se corresponde con las personalidades patológicas de tintes psicóticos. Nosotros, sin entrar en disquisiciones nosológicas sobre si nos parecen justificadas o no esas distinciones (parece que el DSM V va a conservar solo el Esquizotípico, lo cual nos parece tan arbitrario como los tres tipos de la edición anterior), proponemos incluirlas en un mismo gran apartado, junto con los trastornos psicóticos sintomáticos, siempre bajo el denominador común de la triangulación desconfirmadora. Ésta, en definitiva, influiría decisivamente en la configuración de una personalidad, más o menos patológica y con múltiples variantes, predisponente a la psicosis, que se desarrollaría o no dependiendo de la eventual incorporación de muy diversas circunstancias. 61 1 Kretschmer, E (1947). Ed. Española: Constitución y carácter. Barcelona, Labor, 1954. 62 Dedicaremos este capítulo a revisar algunas características de la familia de origen del psicótico, correspondientes a la organización y la mitología. Son datos muy importantes puesto que, como se verá más adelante, constituyen los canales fundamentales por los que discurre la intervención terapéutica. A efectos fundamentalmente didácticos, los relacionaremos con los tres grandes espacios en que se fundamenta el universo psico-relacional humano, a saber, el cognitivo, el emocional y el pragmático, como aparecen en el Cuadro 5.1. ORGANIZACIÓN MITOLOGÍA ESPACIO COGNITIVO Adaptabilidad Valores y creencias ESPACIO EMOCIONAL Cohesión Clima emocional ESPACIO PRAGMÁTICO Jerarquía Rituales Cuadro 5.1. Organización y mitología. 5.1. La organización familiar en la psicosis Las principales características de la organización familiar del psicótico, además de la triangulación, que ya hemos examinado en detalle, tienen que ver 63 igualmente con la estructura, de la cual la organización no es sino la dimensión longitudinal diacrónica. Por ello, en este apartado revisaremos algunos conceptos bien conocidos, procedentes de la terapia estructural, como la cohesión, la adaptabilidad y la jerarquía. La cohesión es descrita tradicionalmente como la distancia relacional (a veces, emocional) entre los miembros de un sistema: a menos distancia, más cohesión. Se la suele considerar como una dimensión inscrita entre dos polos, respectivamente de máxima cohesión (aglutinamiento) y de mínima cohesión (desligamiento), constituyendo la tipología básica de la terapia estructural (MINUCHIN, op.cit.). Es normal en las familias aglutinadas que todos estén informados de lo que les ocurre a los demás, que se compartan muchas actividades y que se participe de los estados de ánimo de los otros. Los límites externos suelen ser muy firmes. Cuando el aglutinamiento alcanza grados extremos, no es raro que se opine por los demás y que no se legitimen más actividades y emociones que las compartidas, lo cual puede comprometer seriamente el proceso de individuación de algún miembro. Las familias desligadas suelen tener límites externos difusos, y en ellas se comparten pocas actividades, emociones y pensamientos. Cuando estos rasgos se extreman, pueden verse comprometidos los sentimientos de pertenencia. Tanto las familias muy aglutinadas como las muy desligadas resultan poco influenciables por factores externos, y en ambos extremos residen importantes disfuncionalidades. Por ello no es de extrañar que también sean más resistentes a cualquier abordaje terapéutico. Las primeras porque, blindadas tras sus impermeables fronteras exteriores, no se dejan alcanzar por influencias extrañas, y las segundas porque, dotadas de un tejido relacional tan laxo, no procesan colectivamente los inputs que reciben. Pues bien, en las familias más características con miembros psicóticos, se da lo que llamamos cohesión ambigua (Cuadro 5.2.), en la que coexisten pautas de desligamiento y pautas de aglutinamiento. Cuando eso ocurre, aumentan las dificultades del trabajo terapéutico y también el mal pronóstico de la patología individual, puesto que se suman los efectos de los obstáculos a la individuación y de la falta de sentimientos de pertenencia. David había comenzado su historia psicótica a raíz de la reconciliación de sus padres, Jorge y Catalina, que había confirmado su mala relación de siempre con el primero a la vez que le hacía perder el sueño imposible de una relación privilegiada con la segunda. Desarraigado y sin un lugar propio bajo el sol, el muchacho pasaba largas temporadas recluido en su habitación, intentando aislarse de los continuos intentos de sus padres por influir en sus 64 planes, que en realidad no existían. Incapaces de respetar el deseo de aislarse de su hijo y de ofrecerle, en todo caso, alternativas basadas en el reconocimiento y la ternura, irrumpían muy a menudo en su lastimada intimidad con propuestas de exigencia y de control, que solo conseguían exasperarlo. Cuando David explotaba en episodios de rabia más o menos contenida (nunca llegaba a la agresión física) Jorge y Catalina lo conminaban a marcharse de casa y, de hecho, lo habían expulsado varias veces. COHESIÓN Ambigua Coexisten patrones aglutinados y desligados ADAPTABILIDAD Contradictoria Superposición de rigidez y caoticidad JERARQUÍA Incongruente Distribución del poder según las coaliciones existentes Cuadro 5.2. La organización familiar (triangulada) en la psicosis. Cualquier combinación de control exacerbado y expulsividad es una de las más frecuentes manifestaciones de la cohesión ambigua típica de algunas familias de psicóticos. La adaptabilidad es la función de la organización de un sistema que mejor representa a lo cognitivo. Consiste en la capacidad del sistema de cambiar en función de los cambios externos, y se inscribe en una dimensión cuyos extremos están ocupados por la rigidez y el caos. Una familia rígida es aquella que experimenta dificultades importantes para transformarse frente a cambios relevantes en el entorno, mientras que una familia caótica es la que desencadena transformaciones radicales ante pequeños cambios ambientales. Es obvio que, de nuevo aquí, los extremos son disfuncionales. Bajo el signo de la psicosis, las familias muestran una adaptabilidad contradictoria, consistente en una superposición de patrones rígidos y caóticos. La rigidez se puede manifestar en la dificultad de adaptarse a nuevas etapas del ciclo vital, especialmente a la adolescencia de los hijos, o de alguno en particular, que sigue siendo tratado como si sus necesidades fundamentales no fueran las relacionadas con la individuación. Pero, a la vez, el caos se muestra en frecuentes e imprevisibles cambios de criterio a la hora de establecer ciertas normas. Cristina era una chica que había sufrido cierto retraso en el desarrollo psicomotor como consecuencia de un parto difícil, antes de iniciar un proceso psicótico alrededor de los veinte años. Aunque sus aprendizajes no eran ejemplares, la muchacha había logrado obtener una titulación de auxiliar de enfermería, que le permitía alcanzar una cierta autonomía económica. Sus 65 padres seguían protegiéndola como si fuera una niña pequeña, pero, de vez cuando, sobre todo cuando Cristina conseguía un trabajo nuevo o se hacía despedir, le planteaban exigencias desmesuradas sin dejar de estar pendientes de sus menores movimientos. El concepto de jerarquía separa significativamente a las dos raíces principales de la terapia familiar sistémica, el comunicacionalismo y la terapia estructural. Y ello porque Bateson, el líder del comunicacionalista equipo de Palo Alto, nunca sintonizó con la idea del poder, al que consideraba un concepto dormitivo. Y es difícil entender jerarquía sin lucha por el poder. En cambio, la tipología cismogenética, distinguiendo entre simetría y complementariedad, consagra un concepto mucho más compatible con la sensibilidad de BATESON (de hecho, es él quien lo acuña): definir la naturaleza de la relación. Una pareja simétrica está igualada en cuanto a las posibilidades por definir la naturaleza de la relación, mientras que, en una pareja complementaria, hay al respecto un interlocutor en posición de superioridad y otro de inferioridad. Ya es conocida la historia de la terapia familiar, en la que Haley actuó como abeja fecundadora para, emigrando de California a Filadelfia, propiciar la convergencia de las dos ramas de la terapia familiar. De todas formas, eso no supuso que la terapia estructural renunciara a sus esencias, sino que, en lo referente a la jerarquía, ocurrió todo lo contrario. Haley, que ya había polemizado con Bateson defendiendo la importancia de la lucha por el poder, reforzó las ideas de MINUCHIN a propósito de la jerarquía, facilitando su entronización como un concepto estructural (y, por ende, estratégico) fundamental. Por jerarquía se puede entender la manera con la que se ejerce el poder en un sistema. Es funcional cuando se muestra coherente con la estratificación de las generaciones, mientras que se hace disfuncional si se salta dicha estratificación mediante coaliciones transgeneracionales o inversiones de roles parentales y filiales. En algunas familias de psicóticos se aprecian las mayores incongruencias jerárquicas posibles, con coaliciones transgeneracionales que sitúan a un hijo en posición de ejercer un poder desproporcionado. José y Francisca eran lo que se llama un matrimonio mal avenido. Ambos más bien cortos de luces, aprovechaban cualquier ocasión para ponerse mutuamente verdes en ausencia del otro. Y, si el otro estaba presente, lo hacían intentando disimular, poniendo caras de mártires, suspirando hondo, subiendo mucho las cejas y señalándose con la barbilla con mal fingido disimulo. Eran patéticos y, además, tenían dos hijos. El mayor, Rodolfo, era psicótico 66 y aliado de su madre, al menos hasta el punto en que un psicótico suele serlo, y de una persona tan inconsistente como Francisca. Dos años menor, Esther era, ella sí indiscutiblemente, aliada del padre. En una atmósfera irrespirable, de odios cruzados, los cuatro vivían bajo el mismo techo. Rodolfo agredía físicamente de vez en cuando a su padre y a su hermana, y éstos le correspondían con continuos golpes bajos, como ingresos no siempre motivados, o sabotajes a algunas tentativas de conseguir trabajo (v.g., una llamada telefónica a un posible empleador advirtiéndole de que se trataba de un esquizofrénico). En fin… Pero lo que hace al caso merecedor de figurar en este apartado ilustrando la jerarquía incongruente es la anécdota que puso fin a la terapia. Esther, que solo había aceptado venir en una ocasión, y acompañada solo por su padre, advirtió al terapeuta de que ella nunca vendría con su madre o su hermano. En vano se la intentó convencer con el argumento de que, al fin y al cabo, vivían juntos en casa; en vano se presionó al padre para que la persuadiera de la conveniencia de aunar esfuerzos por el bien de todos. Esther se mantuvo firme en su decisión y la continuidad de la terapia resultó imposible. 5.2. La mitología familiar en la psicosis Los individuos piensan, sienten y actúan. La ideación, la afectividad y la conducta son funciones del psiquismo individual, que no pueden ser extrapolados mecánicamente a los sistemas relacionales. No podemos imaginar a una familia pensando, sintiendo o comportándose de una determinada manera, salvo que la representemos como un extraño robot colectivo. Sin embargo, en la mitología familiar, que, recordemos, es el territorio de convergencia de las narrativas individuales de los miembros de la familia, están presentes los espacios cognitivo, emocional y pragmático, representados respectivamente por los valores y creencias, el clima emocional y los rituales (Cuadro 5.1.). Desde esta perspectiva, los valores y creencias representan la convergencia de los procesos cognitivos de los miembros de un sistema. Y pueden ser muy diversos, tanto en su contenido como en su forma. Los clubes de fútbol, como sistemas relacionales que son, brindan un ejemplo sencillo de valores y creencias: “el equipo rival es tramposo y marrullero, mientras que nosotros somos nobles y jugamos limpio; sin embargo, los árbitros tienden a favorecer al equipo rival y a perjudicarnos a nosotros.” En la familia, el panorama es más complejo. Pongamos por caso las opiniones políticas, ejemplo de valores y creencias. En algunas familias la unidad en este terreno es total: todos sus 67 miembros son de izquierdas o de derechas; en otras, sin embargo, puede haber subsistemas de una y otra orientación. Según como se construyan, distribuyan y polaricen los valores y creencias, una familia se podrá mostrar más funcional o disfuncional. En la familia del psicótico, los valores y creencias suelen construirse inspirados por la desconfirmación y, entre ellos, vale la pena empezar por unos que, aunque proceden del suprasistema, suelen ser incorporados fácilmente por la mitología familiar. Se trata de la ideología biologicista que hace que la psiquiatría presente a la esquizofrenia, y a las psicosis en general, como “enfermedades físicas de origen genético, en las cuales el cerebro funciona mal, como el páncreas de un diabético.” Esta creencia en el “páncreas cerebral” es claramente falsa, yatrógena, y desconfirmadora. Falsa porque sitúa en el mismo nivel lógico la extraordinaria complejidad del cerebro como hardware y de la psicosis como software, y la relativa simplicidad de los Islotes de Langerhans y de la diabetes como resultado de su mal funcionamiento. Yatrógena porque, con la sola explicación de la pereza mental del psiquiatra y del personal sanitario, brinda al paciente y a su familia un modelo conceptualmente incongruente, e incompatible con cualquier abordaje psicoterapéutico. Y desconfirmadora en cuanto deshumaniza al paciente, despojándolo de su naturaleza relacional. Como se verá más adelante, desmontar el mito del “páncreas cerebral” es uno de los primeros requisitos necesarios para la implementación de un auténtico programa terapéutico. Pero, además, existen otros valores y creencias desconfirmantes, que se suelen suceder a lo largo de las distintas etapas del ciclo vital, a veces superponiéndose y a veces dándose el relevo. Se describirán algunos en términos irónicos, tanto para ser fieles al aspecto caricaturesco que con lamentable frecuencia revisten, como para familiarizar al lector con el componente provocador que impone su manejo. VALORES Y CREENCIAS El “páncreas cerebral” El “buenecito insignificante”; el “raro desastroso”; el “enfermo imprevisible”; el “tiranuelo oportunista” CLIMA EMOCIONAL Contraste entre alta conflictividad por razones banales e indiferencia ante problemas serios. Hipercriticismo y exceso de hostilidad. RITUALES Rituales desconfirmantes: a. Excluyentes (por desligamiento) b. Constrictivos (por aglutinamiento) Cuadro 5.3. La mitología familiar (desconfirmadora) en la psicosis. “El buenecito insignificante.” En numerosas historias clínicas de pacientes psicóticos figuran testimonios familiares sobre su carácter tranquilo, pacífico y 68 solitario. Tendría usted que haber visto, doctor, lo buenecito que era de pequeño. No daba un ruido, se entretenía solo… muy diferente de sus hermanos. Con decirle que a veces nos olvidábamos de que existía… Esta última confesión, hecha con un tono trivial, revela simbólicamente el drama de la desconfirmación: la metáfora se puede convertir en realidad, porque existen reportes de auténticos olvidos de un niño demasiado bueno… futuro psicótico. “El raro desastroso.” La psicopatología clásica ha descrito ampliamente las peculiares características del período que precede a la eclosión de la psicosis. Pródromos, trema, etc., siempre bajo el signo de las conductas extrañas o bizarras, como las llamaron Selvini et al. 1988. Conductas que pueden durar días, meses o años, pero que tienen el denominador común de empezar a anunciar una ruptura con la vida anterior, aunque sin romper plenamente aún con las convenciones sociales. Francisco era el mayor de tres hermanos, hijos de unos padres de extracción social muy humilde y muy limitado nivel de estudios. Sus dos hermanos se habían mantenido fieles a esas características familiares: no habían concluido los estudios primarios y realizaban precarios trabajos sin ninguna especialización. Pero Francisco atesoraba una biblioteca de varios miles de libros y estudiaba matemáticas en la universidad. Además, últimamente había desarrollado un trastorno psicótico. Los padres hablaban de Francisco como de un marciano, y atribuían la psicosis a sus lecturas: “ya decíamos nosotros que tanto leer no podía ser bueno.” La conducta bizarra, en este caso, representa unos hábitos que en otra familia serían lo más natural del mundo, pero que, en ésta, constituyen un desesperado intento por obtener reconocimiento. Obviamente condenado al fracaso y tributario de una valoración de “raro”. “El enfermo imprevisible.” Cuando ya se instaura la enfermedad y, con ella, probablemente, el mito del páncreas cerebral, la psicosis se convierte en un comodín cognitivo que permite explicar cualquier comportamiento del paciente, de forma paradójica, sea éste extraño o normalísimo. Cualquier rareza es previsible, puesto que “está loco”, pero, además, esa misma locura puede dar razón de las actitudes más sanas. ¡Ay, Dios mío! Cuando empieza a querer salir con chicas, es que ya se está poniendo mal… Y lo mismo le pasa cuando dice que quiere estudiar… Dice, 69 claro, porque del dicho al hecho… Y no digamos si le da por buscar trabajo. Eso ya es lo peor. En estos casos, las creencias desconfirmantes encierran al paciente en un callejón sin salida, donde cualquier camino que tome podrá ser utilizado en su contra. “El tiranuelo oportunista”. Cuando se ha instalado la cronicidad y, con ella, la lógica de los beneficios secundarios, se asiste al clásico espectáculo del psicótico incrustado en su familia, exprimiendo a unos padres ancianos y frágiles. Está todo el día encerrado en su habitación fumando y el olor llega a ser insoportable, pero por la noche es peor. Entonces sale a la sala y pone la televisión a todo volumen. ¡No nos deja dormir! Y luego está el tema del dinero. A mediados de mes ya se ha gastado la paga y empieza a torturarnos para que le demos para tabaco y café. ¡Dos cajetillas y siete u ocho cafés al día! Es entonces cuando se generan esas relaciones simbióticas que pueden llegar a ser tremendamente destructivas. Los padres, consumidos por los sentimientos de culpa pero incapaces de disimular su desprecio y su rechazo, hiperprotegen a un hijo que, sintiéndose damnificado por la vida, se cree legitimado para resarcirse explotándolos. La violencia puede hacer irrupción. El clima emocional en un sistema relacional es el resultado de la convergencia de los más significativos afectos de sus miembros. En el caso del club de fútbol, se trata de la euforia unánime “cuando ganamos” y de la rabia y la tristeza “cuando perdemos o… nos hacen perder”. Y, prácticamente, eso es todo. Pero en las familias los matices son infinitamente más ricos. Puede ser que se compartan todas las emociones o que no se comparta ninguna, pasando por toda una gama de opciones intermedias donde se pueden compartir según qué emociones y de ninguna manera otras. Y donde cabe tanto la unanimidad como la distribución por subsistemas. El clima emocional desconfirmante propio de algunas familias con miembros psicóticos muestra una desconcertante coincidencia de altos niveles de conflictividad por razones relativamente banales y una notable indiferencia frente a situaciones que deberían generar reacciones más intensas. Un retraso de treinta minutos en la hora de regreso a casa puede desencadenar una terrible tormenta emocional, mientras que se acepta con naturalidad que el chico o la chica abandonen los estudios o el trabajo. Es frecuente la expresión de emociones hostiles y se aprecian altos grados de criticismo, lo cual ha inducido a autores como LEFF (2.000) construir su modelo de “las emociones expresadas”. Es importante hacer constar que el citado autor, y otros que se han ocupado del tema, destacan la excesiva presencia de las 70 emociones negativas en la comunicación entre los pacientes psicóticos y sus familias, así como la conveniencia de reducirlas mediante programas psicoeducativos. El problema llega cuando, en una institución de salud mental sin sensibilidad psicoterapéutica, se arma un programa psicoeducativo con pacientes psicóticos y sus familias por razones puramente oportunistas. Lo más probable, en tal caso, es que se encargue la coordinación del programa a alguien sin experiencia ni formación, que transmitirá mensajes reduccionistas del tipo “páncreas cerebral”. Los padres de un paciente psicótico asistían sorprendidos a una sesión de terapia familiar en la que el terapeuta los instaba a comunicar intensamente a su hijo cuánto lo querían y cuán importante era para ellos su salud y bienestar. —Se lo han de decir con el corazón en la mano y, eventualmente, lágrimas en los ojos… El padre, manifiestamente confundido, objetó: —Pero, doctor, en las charlas aquellas a las que asistimos en el hospital nos dijeron que no debíamos expresar muchas emociones cuando nos comunicáramos con nuestro hijo… Resulta evidente que tales mensajes, lejos de educar, maleducan y colaboran al desprestigio de los abordajes psicológicos a las psicosis. Como componente pragmático de las mitologías, los rituales resultan de la convergencia de las conductas individuales de los miembros de un sistema. Los hinchas de nuestro club se agrupan con bufandas y pancartas, entonan canciones, hacen la ola y acuden multitudinariamente a un lugar significativo de la ciudad para celebrar los triunfos. De nuevo aquí, las familias muestran panoramas muy variados, desde las que prácticamente carecen de rituales, hasta las que los hipertrofian o rigidifican de forma notoria. En las familias a transacción psicótica, los rituales tienden a constituirse bajo el signo de la desconfirmación, y ello se puede producir en dos grandes modalidades, según se inspiren en patrones de desligamiento o de aglutinamiento, que suelen coexistir en el horizonte relacional de tales familias. Podemos llamar excluyentes a los rituales inspirados por el desligamiento, que beben de forma directa de las dinámicas desconfirmadoras. La familia prescinde del miembro psicótico, que tiende a quedar marginado en la rutina cotidiana o en eventos especialmente significativos. Hay que hacer constar, no obstante, que a veces es el propio paciente quien de forma más visible colabora en su marginación. 71 Antonio, psicótico de 10 años de evolución, permanecía encerrado en su habitación durante casi todo el día y, especialmente, los domingos, cuando la familia de su hermano acudía a comer con los padres en lo que solía constituir una placentera actividad compartida. Mientras los niños jugaban en el patio y los adultos preparaban la barbacoa o hacían la sobremesa, Antonio fumaba y paseaba por su cuarto como león enjaulado. Los rituales inspirados en el aglutinamiento son los constrictivos, que se construyen en torno al control, como una especie de exasperada formación reactiva frente a la desconfirmación. La familia parece obsesionada por controlar los movimientos del paciente, o la ausencia de ellos, creando situaciones de alta tensión en las que, por supuesto, éste colabora provocando ostentosamente. Los padres de Marisa confiesan que no han salido de casa como pareja, sin los hijos, desde tiempo inmemorial, antes de que la chica enfermara. Ella vive en un pequeño estudio situado encima de la vivienda familiar y los padres pasan las horas pendientes de sus salidas o entradas. Últimamente la tarea es facilitada por el perrito de Marisa, al que los padres cuidan, que ladra cuando la chica sale de casa y mueve la cola muy contento cuando regresa. Bibliografía LEFF, J. (2000). Family work for schizophrenia: practical applications. Acta Psychiat. Scandinav. 102, supl. 407, págs. 78-82. 72 6.1. Fundamentos El abordaje de las psicosis es el mayor desafío que puede afrontar cualquier modelo psicoterapéutico, pero la terapia familiar es, de todos ellos, el que mejor pertrechado está para salir razonablemente airoso de la prueba. Ya vimos cómo la identidad delirante se hipertrofia, reduciendo a la narrativa no identitaria a un mínimo irrelevante (Cuadro 4.3.). Para el psicótico en plena actividad sintomática, todo es delirio: si soy Napoleón, lo soy las 24 horas del día, y no puedo ocuparme de banalidades salvo que tengan relación con mi condición imperial. Ello explica la dificultad para abordar terapéuticamente la psicosis desde el individuo que la sufre: si la identidad es casi refractaria a la intervención directa y la narrativa no identitaria es prácticamente inexistente, no existen vías de acceso en ese plano individual (Cuadro 6.1.a). En contraste, la organización y la mitología familiares brindan excelentes oportunidades de intervención (Cuadro 6.1.b). Los cambios organizacionales y mitológicos se influencian mutuamente (Cuadro 6.1.c) y se transmiten a la narrativa individual del paciente (Cuadro 6.1.d), induciendo igualmente modificaciones en ella. Lo que ocurre, básicamente, es que la narrativa no identitaria se expande (Cuadro 6.1.e) considerablemente, haciendo posible, ahora ya si, el abordaje individual (Cuadro 6.1.f). Por fin, sin estar sometida a una confrontación directa, que difícilmente soporta, la identidad tenderá a retraerse por sí misma hasta alcanzar unas dimensiones razonables (Cuadro 6.1.g). Dicho de otra manera, si soy Napoleón, difícilmente podré aceptar que no se me trate como a tal, y rechazaré hablar de temas que excluyan o contradigan mi 73 condición imperial (a). Sin embargo, aceptaré participar en un proceso terapéutico que cuestione el modo en que he sido triangulado y desconfirmado en mi familia (b). Ese proceso generará cambios en el modo de funcionar de mi sistema familiar (c), que hará más difícil que se me siga triangulando y desconfirmando. Ello me relajará (d), permitiéndome ocuparme de otras cosas que de defender con uñas y dientes mi identidad napoleónica (e). Podré hablar del tiempo, de fútbol, de literatura, de filosofía o de política, sin sentir que están en juego las esencias de mi sagrada singularidad, y ello me permitirá aprovechar sesiones de terapia individual que antes rechazaba (f). Por último, como efecto de un proceso que cada vez me exige menos reivindicar una identidad alternativa, me iré sintiendo progresivamente menos Napoleón (g). Cuadro 6.1. El proceso terapéutico en las psicosis. Antes que nada, la terapia familiar de la psicosis consiste en un proceso de reconfirmación, lo cual supone fundamentalmente una intervención sobre la mitología, que deberá dejar de ser desconfirmante para virar a reconfirmante. A la vez, considerando que la triangulación es el más frecuente vehículo de la desconfirmación, resulta útil implementar un proceso de destriangulación, es decir, una intervención sobre la organización para que abandone su condición trianguladora. El primer paso para ayudar a desmantelar un sistema organizado en torno a la triangulación desconfirmadora, consiste en que el terapeuta o el equipo terapéutico deben crear lo que se podría llamar una “triangulación” reconfirmadora. Formarán parte de ella, dependiendo de las triangulaciones presentes, los terapeutas, el paciente y los miembros relacionalmente relevantes del sistema, generalmente los padres, pero también hermanos prestigiosos y miembros significativos de la familia extensa. 74 Figura 6.1. La “triangulación” reconfirmadora. Como muestra la Figura 6.1, la idea es que esa triangulación terapéutica actúe como una especie de cuña desestabilizadora de las triangulaciones patógenas existentes, para convertirlas en una simple red en la que el paciente ocupe un lugar relevante, plenamente reconocido. La base de la triangulación reconfirmadora, y el auténtico motor de todo el proceso terapéutico, será la alianza entre terapeutas y paciente, que deberá ser negociada con y autorizada por los miembros relevantes del sistema. Esta es una fórmula generalizable a todas las terapias operando en casos de mayor gravedad, presididos por relaciones complementarias, donde el paciente ocupa la posición de inferioridad (“one down”), frente a familiares que ocupan la de superioridad (“one up”), con frecuencia los padres (psicosis, algunos trastornos límite) o el cónyuge (alcoholismo o depresión mayor). En las familias de psicóticos también es frecuente la presencia de hermanos prestigiosos ocupando posiciones de superioridad, con los que resulta conveniente negociar la alianza con el paciente. Ésta es imprescindible para que el paciente se muestre receptivo a las propuestas que emanen del proceso terapéutico, pero igualmente importante es la autorización por parte de las figuras influyentes, sin la colaboración de las cuales la terapia es inviable. Una vez consolidada la alianza terapéutica, cabe prever que el terapeuta cuente con la confianza del paciente, habiéndose convertido en incuestionable agente reconfirmador a ojos de éste. No es, obviamente, tarea fácil, pero, cuando se produce, se han sentado las bases para iniciar un proceso que va a discurrir paralelo a la terapia familiar propiamente dicha: sesiones individuales que transcurran en alternancia con las familiares. Si, en cambio, las sesiones individuales se realizan prematuramente, sin haberse cumplido estas condiciones, es fácil que la terapia se arruine. El paciente, que se sentía intrigado “con eso de la terapia familiar” (¡yo siempre dije que los locos erais vosotros!) puede sentirse engañado cuando esperaba un cuestionamiento de la familia y ahora interpreta que la cita individual es “más de lo de siempre”. 75 Como veremos más adelante, también es importante no precipitarse en pedir esfuerzos particulares al paciente si no se cuenta aún con su confianza. Si, por ejemplo, se le pide antes de tiempo que renuncie a los beneficios secundarios del rol de enfermo, especialmente presentes en etapas avanzadas de la psicosis, puede entender que se le exigen sacrificios sin haberle aportado nada, y eso hará que su interés por la terapia decaiga de forma radical. En definitiva, estas peculiaridades en el abordaje individual de las psicosis, en nuestro caso inserto en la terapia familiar, dan algunas claves más sobre lo complejo del tema, y permiten, en parte, comprender las dificultades que experimentan los modelos intrapsíquicos. No andaba tan errado Freud cuando afirmaba que los psicóticos no son analizables. Ciertamente no lo son, pero sí tratables. 6.2. La intervención sobre la organización El trabajo terapéutico sobre la organización debe apuntar, como objetivo principal, a neutralizar la triangulación (a veces serán las triangulaciones) que, de diversos modos, está sirviendo de vehículo a la desconfirmación. Por otra parte, será conveniente plantearse mejorar la cohesión, rebajando la aglutinación y el desligamiento, flexibilizar la adaptabilidad, disminuyendo la rigidez y el caos, y redefinir la jerarquía, haciéndola más clara y funcional. El modo más clásico y popular de destriangular consiste en consolidar los subsistemas, y, especialmente, la pareja y la fratría. Si los padres renuevan y fortalecen su relación de pareja, tendrán menos necesidad de buscar la alianza de los hijos incluyéndolos en sus juegos disfuncionales. Y ello se verá facilitado por un aumento de los vínculos solidarios entre los hermanos, que rompa la tendencia a comportarse de acuerdo con la rígida distribución de roles entre el prestigioso y el desastroso, este último, obviamente, el paciente. Es un trabajo que se puede enfocar desde la óptica sencilla y directa de las prescripciones comportamentales, pidiéndoles a padres y a hermanos que realicen separadamente actividades conjuntas propias de su edad y condición: ir a cenar y a un espectáculo, salir de fiesta con un grupo de amigos, etc. La prescripción invariable, de SELVINI y cols (1988), constituye una ritualización sumamente interesante de estas prácticas destrianguladoras, que dichos autores aplicaron especialmente a familias “a transacción psicótica”. Vale la pena una descripción pormenorizada. El terapeuta convoca a la primera sesión a la familia nuclear, con algún miembro de la familia extensa que esté desempeñando un papel relevante y no muy adecuado. Por lo general, una abuela, tía o tío que ejerce funciones parentales participando en triangulaciones que, de algún modo, involucran al 76 paciente. Al final, se le despide cordialmente, anunciando que, a la segunda sesión, se convoca a “la familia propiamente dicha”. En efecto, acude la familia nuclear y, de nuevo al final, se realiza una potente maniobra estructural despidiendo a los hijos (lo cual incluye en el mismo saco al paciente y al hermano prestigioso). Y se anuncia que, a partir de ese momento, se trabajará solo con los padres. Vienen éstos a la tercera sesión y se les pide con mucho énfasis que anuncien a todos los miembros importantes de la familia, incluyendo hijos, abuelos y demás miembros influyentes, que, en lo sucesivo, todo lo que se trate en las sesiones será secreto entre ellos y el terapeuta. Finalmente, a partir de la cuarta sesión, se trabaja con los padres una prescripción de salidas o desapariciones periódicas minuciosamente detallada. Una vez por semana, ambos deberán desaparecer sin dar explicaciones a nadie, en una atmósfera de sorpresa y misterio dedicada especialmente a los hijos, a los que deberán dejar una nota diciendo algo así: “hemos salido y llegaremos tarde; hay comida en la nevera”. Se trata de que, ante un hecho insólito, cual es que los padres salgan juntos en un contexto lúdico, los hijos no puedan preocuparse legítimamente temiendo que les haya podido ocurrir algo malo. A los padres se les dan instrucciones. “Ustedes pueden hacer lo que quieran en esas salidas, siempre y cuando nadie más lo sepa. Y, al regreso, deben mostrar un aire alegre y satisfecho. Si los chicos les preguntan, su respuesta debe ser, siempre con una sonrisa en los labios, “cosas nuestras, cosas de los padres”. Es importante que no los encuentren ni adivinen dónde han estado, así que eviten ir a cualquier lugar adonde ellos puedan llamar por teléfono.” Al cabo de algún tiempo, si las cosas van saliendo bien, se les prescriben salidas de fin de semana, siempre en la misma atmósfera lúdica, misteriosa y de exclusividad para la pareja parental. Evidentemente, todo ello supeditado a que los hijos tengan una edad y condición que permita que se queden solos, pero con un criterio que vaya más allá de los temores morfostáticos de los padres. La prescripción invariable alcanzó una gran popularidad entre los terapeutas familiares seguidores de la escuela de Milán y, en su período de mayor aplicación conoció grandes éxitos y notables fracasos. Los primeros, cuando se seguían rigurosamente las instrucciones, permitían asistir a la transformación de una familia, puesto que los padres se reencontraban como pareja y los hermanos difuminaban sus diferencias. A este respecto, y entre las resistencias iniciales a su implementación, no era raro escuchar objeciones a dejar fuera de la complicidad en el secreto, no tanto al hijo paciente, sino… al prestigioso. Como cabe imaginar, cuando prevalecen tales actitudes, una terapia apoyada en una única técnica está condenada al fracaso. No obstante, y aunque hayan pasado los tiempos en que la prescripción invariable se aplicaba desde la 77 ortodoxia selviniana, intervenciones inspiradas en ella pueden seguir siendo útiles. Otra manera de destriangular consiste en fomentar, en el sistema familiar, el desarrollo del máximo número posible de relaciones diádicas. En realidad, que todas las combinaciones de a dos de los miembros de la familia sean compatibles con una buena relación. Que el padre pueda entrar en casa acompañado de la hija sin que el hijo o la madre sientan inquietud; que la madre y el hijo puedan ir juntos de compras sin que el padre o la hija se sientan amenazados; que la sombra de la traición no planee sobre el hijo o la hija si los padres salen solos por la noche. Y así sucesivamente. Por último, la redefinición de la familia extensa puede ser también un buen recurso destriangulador. Que esa tía soltera que pasó toda su vida en el apartamento de arriba, haciendo cuanto estaba en su mano para demostrar que ella habría sido mejor esposa y madre que su hermana, encuentre otras ocupaciones. Y que eso permita a la sobrina psicótica liberarse de la ayuda envenenada que le brinda su tía. O que ese abuelo empeñado en demostrar que su hijo, y padre del paciente psicótico, gestiona igual de mal a éste que a la empresa familiar, haga aquel viaje alrededor del mundo que tanto le ilusionaba, en compañía de su flamante esposa. Hemos visto que, en estas familias, el aglutinamiento y el desligamiento se presentan en extraña confusión. La hija psicótica, madre soltera, vive con su hijo en casa de los padres. Ella es considerada un desastre incapaz de hacer nada útil, pero el niño es adorado por los abuelos y entronizado como el rey de la casa. Conseguir que la paciente habite con su hijo en un apartamento vecino, propiedad de los padres, y que ayude en tareas administrativas en la empresa familiar, puede ser de gran ayuda. Es introducir un principio de orden y sensatez en una situación hasta ahora dominada por la confusión. También es frecuente la mezcla de rigidez y caos en una adaptabilidad a todas luces contradictoria. Los padres de Cristina deben comprender que no es necesario que estén pendientes de ella obsesivamente vigilando sus entradas y salidas, y que, al mismo tiempo, deben mantener un criterio claro y firme en lo tocante a la necesidad de que estudie o trabaje, sin legitimar que se quede largos períodos holgazaneando en casa. Una pauta relacional flexible permite integrar adecuadamente cambios ambientales (por ejemplo, no tener la misma actitud frente al trabajo en 78 tiempos de prosperidad que en momentos de crisis cuando abunda el desempleo), manteniendo el sensato criterio de que, sin razón que lo justifique, no se puede estar en casa sin trabajar ni estudiar. La jerarquía incongruente es una característica estructural de los sistemas relacionales triangulados. Se comprende, porque ello está en la lógica de la atmósfera hiperpolítica que preside tales situaciones: un partido pequeño pero imprescindible para gobernar tendrá más poder que el que le correspondería por su tamaño. Lo mismo ocurre con un hijo aliado en una familia triangulada. Y es que no es raro que en la misma familia coexistan una triangulación desconfirmadora, que involucra al hijo psicótico, y otra triangulación de signo muy distinto (nosotros la llamamos manipulatoria), armada con el hijo prestigioso. Ésta reposa sobre una coalición clara y bien definida, mientras que la primera, como hemos dicho, es ambigua y poco firme. El hijo implicado en una triangulación manipulatoria no está exento de ansiedad y, de hecho, no es raro que manifieste síntomas fóbicos. Pero, evidentemente, la peor parte corresponde al que sufre la triangulación desconfirmadora. Es interesante esta cuestión del hermano (eventualmente “prestigioso”, en cualquier caso “normal”) fóbico del psicótico. El fracaso social del psicótico se debe a la profunda alteración de su identidad provocada por la desconfirmación, y a los mecanismos compensatorios de tal alteración que secundariamente se ponen en marcha (¡la solución, el delirio, es el problema!). Pero una familia con claras tendencias trianguladoras puede involucrar a otros miembros en modalidades más ligeras de triangulación, que, sin destruir su identidad, ponen también algún freno a sus habilidades sociales y a su capacidad de autonomización. La fobia que pueda desarrollar ese otro hijo, expresará sus dificultades para integrar las tendencias centrífugas y centrípetas (UGAZIO, 1998), presentes y en conflicto, en las circunstancias que han propiciado su triangulación. Por ejemplo, como aliado de uno de los progenitores y antagonista del otro. Todas las estrategias terapéuticas descritas como útiles frente a la triangulación, lo son también como correctoras de la jerarquía incongruente: consolidación de subsistemas generacionales, fomento de múltiples relaciones diádicas, y reubicación de figuras pseudoparentales procedentes de la familia extensa. 6.3. Intervención sobre la mitología Un primer paso, de enorme trascendencia, es la deconstrucción de los mitos desconfirmadores sociales y yatrógenos (la psicosis como un trastorno exclusivamente biológico y genético), es decir, de lo que simbólica y 79 provocadoramente llamamos “el mito del páncreas cerebral”. No se puede pretender hacer psicoterapia si el escenario está presidido por un cerebro convertido en páncreas por obra y gracia de la prestigiosa medicina y de su sumo sacerdote, el psiquiatra disfrazado de médico. Por eso es tan importante reformular el asunto de forma creíble en términos de complejidad, incertidumbre y multicausalidad. A nadie escapará que la credibilidad de la reformulación no dependerá solo de la habilidad del terapeuta, sino también en gran medida del contexto desde el que se realice. Y los contextos claramente definidos como médicos serán, a tal efecto, más adecuados que otros. Este proceso se ve muy facilitado por la inclusión de la medicación en el espacio psicoterapéutico como un recurso más. Es una pena que la terapia familiar sistémica haya seguido acríticamente el dictado, procedente de otros modelos, de que la medicación y la psicoterapia deben ser independientes. Nada menos cierto, sobre todo tratándose de psicosis y otras patologías graves. Cuando eso ocurre, ambas tienden a establecer una relación simétrica, en la cual la medicación, apoyada en el poder médico, prevalece y descalifica a la psicoterapia, explícita o implícitamente. Si, en cambio, la medicación se incluye en el ámbito psicoterapéutico, la relación será complementaria, lo cual no constituirá un obstáculo para el desarrollo de la terapia, sino todo lo contrario. Si el terapeuta es psiquiatra el problema está resuelto ya de entrada, pero si no es así, habrá que contar con un psiquiatra de orientación sistémica, o al menos no hostil hacia ella, integrado en el equipo o colaborando con él. Existen diversas maneras de concretizar esta integración. Se pueden hacer visitas separadas pero visiblemente coordinadas, o bien incluir ambos procesos en algunas visitas conjuntas. Ambos terapeutas se pueden comunicar por teléfono en presencia de la familia y el paciente, para que éstos escuchen cómo se produce la coordinación. En nuestro caso, además, hemos implementado sesiones grupales con los pacientes, centradas en la medicación, que se describen detalladamente en el Capítulo 9. La medicación es un tema de crucial importancia en el tratamiento de las psicosis. Hoy día es inimaginable no medicar a un psicótico, pero también es necesario valorar adecuadamente el papel que la medicación debe jugar en el conjunto del muy complejo proceso terapéutico. En nuestra experiencia resulta muy útil comunicar al paciente y a su familia que, aunque medicar es imprescindible, no se trata de una condena de por vida. Al igual que unas muletas, los fármacos dejan de ser necesarios cuando, tras un tratamiento adecuado, existen sólidos puntos de apoyo a nivel social, sentimental, laboral, etc. Pero, además, habrá que prestar especial atención a los mitos desconfirmadores que se han generado en la familia, con el objetivo de 80 deconstruir los tres pilares en que se apoyan, a saber, los valores y creencias cognitivos, el clima emocional y los rituales pragmáticos. Para empezar, los valores y las creencias desconfirmadores deben ser sustituidos por otros reconfirmadores. Por ejemplo: Frente al mito del “buenecito insignificante”, se puede desarrollar la idea (al fin y al cabo, creencia) de que el paciente es alguien importante, a quien vale la pena conocer y tratar. No se trata tanto de construir un discurso que, de forma explícita, incida en este tema, sino de actuarlo durante las sesiones y en todos los contactos con el paciente y la familia. Hay que estar atento a las numerosas situaciones en que aparecen valores y creencias desconfirmadores para atajarlos coherentemente. La familia ingresa en el estudio donde va a tener lugar la sesión. En posición un poco retrasada, desde el dintel de la puerta, la madre hace gestos dirigidos al terapeuta señalando grotescamente a su hijo. Al acabar la sesión, el padre se atrasa un poco para, en un aparte, indicarle al terapeuta que tiene algo importante que decirle a propósito de su hijo. En plena sesión, mientras se está hablando de que el hijo mayor se va a retrasar un poco por causa del tráfico, pero llegará, el paciente interrumpe y, entre grandes risotadas, dice: “Los rusos, son los rusos…” Los padres y la hermana menor se ríen mirando al terapeuta, como diciendo: “Ya ve lo que hay.” He aquí tres situaciones que desconfirman al paciente, dos de ellas protagonizadas por un progenitor y la tercera por él mismo. El terapeuta deberá prestar mucha atención para no hacerse cómplice de ellas y, en cambio, neutralizarlas. En el primer caso, el terapeuta podrá mirar fijamente a la madre y, haciéndose el tonto, decir: “¡Ay, señora, disculpe, no alcanzo a entender lo que me quiere comunicar!” En el segundo caso puede ser un poco más explícito y, sonriendo amablemente, decirle al padre: “Mire, disculpe pero su hijo nos está viendo y no va a confiar en mí si siente que usted y yo estamos tramando algo a sus espaldas. Creo que perderíamos más de lo que ganaríamos.” Y en el tercer caso, sin secundar las risas de la familia, el terapeuta se dirigirá al paciente diciéndole algo de este estilo: “No consigo entenderte, pero estoy seguro de que algo quieres decir interrumpiéndonos de ese modo. Y apostaría que no crees que, de verdad, los rusos sean los responsables de que tu hermano se retrase. Espero que me vayas ayudando a entenderte mejor.” 81 Los mitos del “raro desastroso” y el “enfermo imprevisible” pueden ser confrontados con la argumentación de que la conducta del paciente no es necesariamente consecuencia de una enfermedad misteriosa e incomprensible, sino que suele tener un sentido, tanto de protección como de expresión de su espíritu libre, rebeldía y creatividad. Vicente era un hombre de 45 años, casado, con dos hijos y agricultor de profesión. Vivía con su familia, incluyendo a sus padres jubilados. Vicente había relevado a su padre en el cargo de encargado de una finca con plena capacidad en la gestión. Un día nuestro hombre metió a su mujer y a sus hijos en el coche y se dirigió a unos acantilados cercanos a su casa, deteniéndose en el borde con la intención de arrojarse con todos al vacío. Afortunadamente alguien alcanzó a dar la voz de alarma, la policía llegó y pudo reducirlo. Poco después ingresaba en un hospital psiquiátrico en pleno delirio: aseguraba ser el presidente del gobierno y exigía, por tanto, respeto y libertad. El ingreso de Vicente duró tres semanas, durante las cuales fue medicado con neurolépticos. Al ser dado de alta el delirio había remitido y el tratamiento continuó en su localidad de origen con una modalidad de terapia familiar cuyas primeras tres sesiones fueron domiciliarias y ampliadas a la categoría de “red social”. Ello quiere decir que no se convocó solo a la familia, sino también a un grupo de personas significativas del entorno de Vicente: vecinos, pastor, médico, párroco, hasta un total de 20. En esas reuniones, celebradas en el gran comedor de la vieja casa, con la chimenea crepitando y un fuet y un porrón de vino circulando en torno a una gran mesa, se ritualizó la coconstrucción de una historia que arrojaba nueva luz sobre la crisis psicótica de Vicente. Al parecer, su ilusión de joven era ser mecánico de coches, pero, hijo de agricultor, cuando se encontró con novia y queriendo casarse, cedió a la tentación de acomodarse junto al padre. Transcurrieron así unos años sin pena ni gloria en que se limitó a seguir las directrices de su padre mientras ayudaba a criar a sus hijos plácidamente. Pero el padre se jubiló y él heredó el cargo, vislumbrando la posibilidad de desarrollar sus propios proyectos. Solo que la suerte no le acompañó. Sembró kiwis importados de Nueva Zelanda, pero no soportaron los rigores del invierno. Hizo traer ovejas de Shetland, que tampoco sobrevivieron. Y todo ello ante la mirada profundamente crítica del padre. Desesperado, un buen día Vicente se descolgó leyendo unos libros de 82 medicina natural y proponiéndose como curandero entre sus vecinos, que, obviamente, a la vista de la suerte corrida por los anteriores experimentos, no se dejaron tentar. En esas llegó el episodio del coche en los acantilados y la eclosión del delirio. A medida que se iba hilvanando esta historia, algo cambiaba en la atmósfera de las sesiones. Todo el mundo participaba afirmando con la cabeza, como comprendiendo mientras se iban atando cabos, y Vicente aparecía progresivamente más relajado y sintónico. Se hizo claro el calvario que había sido la vida de Vicente, renunciando por imposiciones de la realidad al oficio que le habría gustado ejercer y trabajando siempre junto a su padre, que “él sí que sabe”. Los estrepitosos fracasos de sus últimas tentativas por desarrollar un proyecto propio fueron la gota que colmó el vaso, incluyendo la descabellada idea de hacer de curandero… con las personas que habían visto como se le secaban los kiwis y se le morían las ovejas. La corriente de comprensión solidaria que atravesaba la sala se podía palpar y, de hecho, Vicente la palpó. La terapia continuó, ya solo con la familia, aplicándose algunas medidas muy sencillas que reforzaron los progresos conseguidos. Se le pidió a Vicente que buscara trabajo como mecánico, no tanto con la pretensión de que lo consiguiera, sino con la intención de legitimar su vocación frente al inevitable acomodo que suponía su oficio de agricultor. Y se puso en contacto a los padres con los programas de ocupación y entretenimiento para ancianos, que los deberían alejar un poco del día a día de la finca dando más libertad al hijo. Al cabo de pocos meses, Vicente, totalmente recuperado, pudo dejar la medicación y, en un seguimiento de varios años, no se registraron recaídas. Cuando pasan los años sin que se produzcan cambios significativos en la relación del psicótico con su entorno, cabe afirmar que se ha producido una instalación del proceso en la cronicidad. No existe una fecha fija al respecto, pero suele producirse en unos cuantos años, dependiendo de la gravedad del fenómeno y de las circunstancias concurrentes. En cualquier caso, la consecuencia más ostensible es la convivencia de unos padres ancianos con el hijo psicótico, instalado con ellos en una relación de dependencia y explotación. Una variante aún más típica es la diada formada por el psicótico crónico y la madre anciana y viuda, que dio pie al mito de la relación simbiótica: la pobre ancianita incapaz de sacudirse el yugo del hijo que la explota y tiraniza, sonsacándole para sus vicios (principalmente tabaco y café) los escasos ahorros. A veces incluso salta a la prensa la noticia de un final trágico, con la madre muerta a manos del hijo, que, aunque excepcional estadísticamente, 83 ensombrece aún más en la opinión pública el halo siniestro de la psicosis. El mito del tiranuelo oportunista aparece asociado a la cronicidad, sin que su vigencia aumente precisamente la popularidad de los psicóticos. Y, aunque dotado de un indiscutible componente descalificador, sigue siendo desconfirmante en su esencia, puesto que deshumaniza al paciente, ignora sus sufrimientos subyacentes y lo convierte en una especie de amenaza monstruosa e impersonal. Y, sin embargo, también es necesario neutralizar este mito, si hace acto de presencia en el curso de la terapia, siendo cuidadoso, claro está, de no legitimar los abusos puntuales que el psicótico pueda cometer desde su condición de víctima. A tal efecto, resulta útil sustituir la construcción “víctima”, que comporta semánticamente la existencia de un “verdugo”, por la de “damnificado”, que remite a circunstancias destructivas menos personalizadas. No se trata, por tanto, de un frío explotador, sino de una persona que se siente herida y que, lamentablemente, se ha acostumbrado a una vida lo más fácil y con el menor esfuerzo posible. Ello enlaza con el tema de los beneficios secundarios, que se abordará más adelante. Recordemos que el clima emocional desconfirmador se desarrolla en un contexto aglutinado donde destacan importantes contradicciones entre reacciones desmesuradas frente a estímulos banales y reactividad mínima ante eventos de gran trascendencia. Es importante que la familia se habitúe a modular la intensidad de sus reacciones emocionales de forma proporcionada, lo cual supone un proceso de entrenamiento que puede formar parte de un “mini programa psicoeducativo” integrado en la terapia. También formará parte de dicho programa una disminución de la conflictividad del clima emocional, que deberá hacerse menos hostil y crítico. Simultáneamente, habrá que asegurarse de que se entiende bien el espíritu de la auténtica psicoeducación, que distingue las emociones positivas de las negativas. Es necesario que los familiares usen con naturalidad expresiones como “te quiero más que a nadie en el mundo” o “para nosotros eres la persona más importante que existe”. Y que sean consecuentes con ello demostrándolo en la vida cotidiana. ¿Y qué decir de los rituales desconfirmadores? Pues obviamente deberán ser sustituidos por otros de signo opuesto, es decir, reconfirmadores. Frente a los rituales excluyentes, inspirados en el desligamiento, se deberán armar otros integradores. Por ejemplo prestar atención al paciente contando con él en fiestas y celebraciones familiares: Hijo mío, hasta ahora nos hemos dejado llevar por la rutina permitiendo que te margines del almuerzo familiar los domingos, cuando vienen tus hermanos a comer a casa. Incluso puede que hayamos sido nosotros mismos los que te 84 hayamos discriminado, por temor a las peleas y los conflictos. Pero eso tiene que cambiar, porque nos hemos dado cuenta de que esas actividades no tienen sentido si tú no participas. Así que te rogamos que vengas, aunque sea simbólicamente, un rato. Si luego te hartas, pues te retiras, pero, por favor, ven… Los psicóticos suelen ser poco proclives a la expresión corporal de los afectos y, especialmente, a los besos. Aunque no lo expliciten, desconfían de unas manifestaciones estereotipadas de amor que se contradicen con las descarnadas vivencias de desconfirmación que tanto les han hecho sufrir. Es como si rechazaran unas prácticas que identifican con “el beso de Judas”. Sin embargo, cuando un ritual como el beso de buenas noches viene arropado por una nueva atmósfera relacional reconfirmadora, puede ser aceptado gozosamente y colaborar en el restablecimiento de vínculos nutricios. Existen también rituales desconfirmadores constrictivos, de signo contrario, basados en el aglutinamiento, frente a los cuales habrá que proponer rituales permisivos. La ritualización de la separación entre los subsistemas parental y filial, ilustrada por la “prescripción invariable” (SELVINI y cols. Op. cit.), ya descrita a propósito de las intervenciones destrianguladoras, constituye un buen ejemplo. Al igual que otras estrategias terapéuticas menos ambiciosas pero con similar finalidad: dificultar las enfermizas alianzas intergeneracionales. Intentar que los hijos, cuando residen en casa de los padres y dependen de ellos, colaboren en las tareas domésticas de forma razonable y equitativa es una de las prescripciones de más sentido común y que, sin embargo, más frustraciones genera en terapia familiar. Y más aún si se trata de un hijo psicótico. Pero si se produce en el momento adecuado, cuando el paciente ha empezado a percibir la terapia como lo que debe ser, esto es, como un proceso de reconfirmación, su disposición puede cambiar y los efectos serán apreciados por los padres, sobre todo si el proceso terapéutico les ayuda también a ellos en ese sentido. Ello se enmarca en una necesaria revisión generalizada de los “beneficios secundarios” del rol de enfermo, que, insistiremos, solo deberán ser cuestionados cuando el paciente perciba los “beneficios primarios” de la reconfirmación inherente al proceso terapéutico. Sin que ese cambio de óptica haya tenido lugar, pedirle semejante renuncia es pecar de ingenuidad, que hará discurrir al psicótico aproximadamente de la siguiente manera: “¿Por qué debería esforzarme yo, cuando la vida ha sido y sigue siendo tan cruel e injusta conmigo?” En una etapa avanzada de la terapia, en cambio, la lucha contra los beneficios secundarios puede ser presentada al paciente como una práctica dolorosa pero 85 necesaria de su proceso de maduración y recuperación, que incluye el reforzamiento de su autonomía personal. A veces resulta útil hacerlo de forma explícitamente ritualizada, pidiéndole al propio sujeto por ejemplo que elabore una lista de las ventajas que está obteniendo por el hecho de ser considerado un enfermo. Los resultados pueden ser sorprendentes. Ante una petición de ese tipo por parte del terapeuta, Joaquín elaboró un listado donde, junto a ítems previsibles del tipo “no tener que trabajar para ganar dinero” o “quedarme remoloneando en la cama hasta que me da la gana”, figuraba este otro: “no tener que llamar a chicas para salir con ellas”. El terapeuta se declaró asombrado: “¿Pero eso es una ventaja?” “Sí”, respondió Joaquín, “porque me ahorro que me digan que no”. La terapia puede continuar pidiéndole al paciente que cada sesión traiga algún avance obtenido en ese singular combate contra los beneficios secundarios de la enfermedad. 6.4. Intervención sobre la narrativa individual Consideramos ideal que, a partir de un momento, las sesiones familiares se alternen con otras individuales. Y, por lo general, no hay problema con que ambas series las realice el mismo terapeuta, contra los prejuiciosos lugares comunes que indican lo contrario. Simplemente habrá que tener en cuenta no traicionar burdamente algunas eventuales confidencias, pero a ello ayuda el sentido común, tal y como dictaría el desempeño ante situaciones similares en la vida cotidiana. Ya hemos destacado la importancia de la confianza del paciente en el terapeuta como indicativo para introducir las sesiones individuales, lo cual suele coincidir con la aparición de los primeros cambios significativos en la organización y la mitología familiares y con la expansión de la narrativa no identitaria de aquel. Una fórmula recomendable es ir disminuyendo la frecuencia de las sesiones familiares a la vez que, en paralelo, aumenta la de las individuales, hasta acabar con una serie final solo de éstas. Ello permite que el paciente tenga la sensación de que se apropia de la terapia, lo cual es coherente con el sentido reconfirmador que esta debe tener. Las estrategias a seguir en esta etapa final no difieren mucho de las que guían a toda la terapia: destriangular y reconfirmar. La destriangulación consiste básicamente en enseñar al paciente a no dejarse enredar en juegos de alianzas de los que solía salir malparado. “Cuando sientas que, a raíz de una discusión con tu padre, tu madre te mira con cara de cordero degollado, acuérdate de lo 86 que estamos hablando aquí, ríete y, a continuación, vete sin decir nada. Eres perfectamente capaz de hacerlo, porque eres inteligente y has comprendido lo que ocurre en tu familia. O lo que ocurría, porque ahora ellos se han dado cuenta también y pueden evitarlo. Pero has de estar atento por si se descuidan y vuelven a las andadas…” Ese “tú eres capaz” enlaza con el discurso reconfirmador, que tiene una línea central: enseñar al paciente a creer en sí mismo. Bibliografía SELVINI, M. y cols. (1988). Giochi psicotici nella familia. Milán: Raffaello Cortina. Ed. Esp: Los juegos psicóticos en la familia. Barcelona: Paidós, 1995. UGAZIO, V. (1998). Storie proibite, storie permesse. Polarità semantiche familiari e psicopatología. Milán: Bollati Boringhieri. Ed. Esp.: Historias prohibidas, historias permitidas. Polaridades semánticas familiares y psicopatología. Barcelona: Paidós. 2001. 87 7.1. Diferentes miradas hacia el mundo intrapsíquico del psicótico Fue en la década de 1880 cuando Janet se interesó por primera vez por la vida intrapsíquica de las personas con trastornos mentales. El término “esquizofrenia” sería acuñado por Bleuler en 1908, y éste, junto con Jung, dedicaría gran parte de su vida profesional a adentrarse en el mundo interno de los trastornos mentales y en concreto de la esquizofrenia. Freud se dedicó básicamente al ámbito de las neurosis, llegando a postular que no era posible psicoanalizar a los pacientes psicóticos. Aún así, los psicoanalistas han seguido intentando delimitar con qué tipo de pacientes y en qué circunstancias podían ser de utilidad las técnicas propias de este modelo, y en los últimos años han vuelto a poner la mirada en las aportaciones de Janet rescatando algunos conceptos. En concreto, hacen referencia a algunos de los fundamentos de su psicología general de la acción: “fuerza psicológica y tensiones psicológicas, sus jerarquías de tendencias y niveles de realidad, y su concepción de los sentimientos como reguladores de la acción y su relación con la división social”. (MOSKOWITZ et al., 2011, pág. 113). Fuerza y tensión psicológicas: Janet creía que había una forma de energía 88 mental o psicológica, similar en muchos aspectos a la energía física, cuyas perturbaciones tenían mucha relación con la psicopatología. La enfermedad física y el estrés habitualmente producían una reducción del nivel de fuerza psicológica, lo que haría que la persona fuera más susceptible a determinadas enfermedades mentales. Janet propuso la existencia de otro mecanismo, la tensión psicológica, que hace referencia a la tensión adecuada que permite que una persona aproveche al máximo los recursos psicológicos (fuerza) de que dispone. El objetivo del psicoanalista que se acerca al mundo del psicótico sería indagar, junto con éste, ese mundo intrapsíquico desorganizado, en la búsqueda de explicaciones que pudieran ayudar a entender su comportamiento, que de entrada resulta incomprensible. Conseguir el insight del paciente podría contribuir a que éste pudiera reestructurar su psiquismo de un modo más equilibrado. Paralelamente, junto al movimiento psicoanalista, se encuentran aquellos profesionales que ponen el acento en el área genético-biológica, cuyo principal objetivo es investigar y tratar de dilucidar cuál es la bioquímica subyacente y cómo contrarrestarla a través de la medicación. Este sería el objetivo principal del modelo biologicista, aunque en la actualidad aceptan cada vez más la necesidad de complementar el tratamiento psicofarmacológico con otras aproximaciones psicoterapéuticas. También los profesionales del modelo cognitivo-conductual hacen sus propuestas, que podríamos enmarcar dentro del término “psicoeducación”, dirigidas ya no tanto a entender qué ocurre en el psiquismo del psicótico, sino a ayudar a éste y a su familia a encontrar una convivencia que permita el máximo bienestar para todos, aceptando que el psicótico es un “enfermo” y que el objetivo del tratamiento será que la familia y el paciente afronten constructivamente las dificultades que su enfermedad genera. Una de las aportaciones más importantes desde esta perspectiva ha sido el constructo “Emoción Expresada”, que hace alusión a ciertos aspectos relacionales que, en el caso de estar presentes en la familia de forma elevada, pueden facilitar un mayor número de recaídas. La EE está compuesta por 5 subescalas: Criticismo (CC), Hostilidad (H), Implicación Emocional Excesiva (IEE), Comentarios Positivos (CP) y Calor (C). Las tres primeras son predictoras de la recaída. En todos estos modelos la identidad del psicótico es vista como una identidad enferma, y es con esa identidad psicótica con la que hay que lidiar, ya sea desde la mirada hacia los aspectos intrapsíquicos y/o los aspectos bioquímicos (trabajo dirigido al paciente), ya sea desde la interacción de éste con las personas cercanas, (trabajo dirigido al paciente y su familia). VAN DER HART, NIJENHUIS y STEELE (2008) ofrecen una mirada más compleja, ya 89 que en su investigación han incluido conceptos procedentes de numerosos modelos psicológicos, incluidas la teoría del aprendizaje, la teoría de sistemas, la teoría cognitiva, la teoría de los afectos, la teoría del apego y la teoría de las relaciones objetales. Los citados autores se han centrado en el tratamiento de la disociación estructural y de la traumatización crónica, dado que “una mayoría substancial de personas con una “enfermedad mental grave”, categoría bastante indiferenciada que incluye la esquizofrenia, el trastorno bipolar y los trastornos psicóticos no especificados, refieren haber tenido experiencias traumáticas... las personas crónicamente traumatizadas pueden ser particularmente vulnerables a la psicosis” Además: “La esencia del trauma no es otra que la disociación estructural de la personalidad, que constituye una modalidad particular de organización en la que los diferentes subsistemas psicobiológicos de la personalidad aparecen indebidamente rígidos y cerrados los unos respecto de los otros. Ello conduce a una falta de coherencia y de coordinación dentro de la personalidad de la víctima de traumatización tomada en su totalidad”. (VAN DER HART et al. 2008, pág. 196). 7.2. Modelo sistémico: del individuo a la familia y viceversa Los pioneros del modelo sistémico procedían en su mayoría del psicoanálisis, pero, en la búsqueda de nuevas metodologías para abordar fenómenos tan complejos como la esquizofrenia, se lanzaron a convocar a las familias con el ánimo de entender de qué modo influyen o son influenciadas por el trastorno. García Badaracco fue uno de los primeros en observar la importancia de la familia en el tratamiento de psicóticos, no ya como un conjunto de meros acompañantes, sino como un sistema en tratamiento. Si en este momento reservamos un capítulo para hablar sobre el tratamiento individual, dentro de un marco conceptual dedicado básicamente al sistema relacional en el que está inserto el individuo, es porque en el devenir de los años se ha recorrido un largo camino que ha complejizado la mirada hacia la patología, permitiendo salir de la dicotomía “individuo o sistema” Mirando retrospectivamente, parece claro que los primeros terapeutas de familia se esforzaron por establecer las marcas de identidad del nuevo modelo, intentando ser “puros”, es decir, “trabajar con la familia”. Es en las últimas décadas cuando el modelo sistémico, una vez afianzados sus conocimientos sobre las interacciones en la familia y superados los pruritos de pureza, vuelve a poner la mirada en el individuo. En el caso de la esquizofrenia, después de que como ya se explicó en anteriores capítulos, la mayoría de terapeutas sistémicos se retiraran ante la 90 actitud beligerante de las familias en EE. UU., el equipo de Milán liderado por Mara SELVINI siguió en la brecha, hasta poner a punto su célebre estrategia basada en la “prescripción invariable”. Hasta que se sintieron en un callejón sin salida. Nos hacemos eco de sus reflexiones. “(…) hemos abandonado el presupuesto psicoanalítico básico de la prioridad de la estructura intrapsíquica individual para sustituirlo por un presupuesto, si se quiere igualmente arbitrario, que da prioridad a los procesos relacionales. En otras palabras, se trata de ver las relaciones (el “juego familiar”) como “reguladoras” de las estructuras intrapsíquicas individuales, en el sentido de que seleccionan la aparición de determinadas cualidades (definidas, por ejemplo, como psicosis) en perjuicio de otras cualidades que permanecen, en cambio, en el estado potencial (sumergido). Nuestra esquematización quiere partir del juego para llegar al individuo y volver luego al juego (…) Recuperamos a los individuos como actores/sujetos y nos identificamos con ellos en su esfuerzo para comprender cuáles podrían ser, en esa determinada situación interactiva, las intenciones y sentimientos que los mueven. Pero al mismo tiempo, se mantiene muy firme la convicción de que lo esencial se juega en las inter-realimentaciones. Esa convicción abre la puerta a una visión del devenir, incluso individual, mucho más articulada y compleja” (SELVINI et al., 1990, pag 273). Los profesionales que se acercan al mundo de la psicosis necesitan, metafóricamente hablando, dos instrumentos: un telescopio y un microscopio. El primero servirá para tener una amplia mirada que abarque al sistema en su totalidad, incluyendo las generaciones anteriores y el legado de las mismas, y el segundo permitirá adentrarse en el mundo interno del paciente. Cuanto mejor manejo haga el profesional de ambos instrumentos, más eficaz será su intervención. 7.3. Aspectos a tener en cuenta antes de iniciar el trabajo individual En el trabajo con la familia, el primer objetivo será conseguir una buena acomodación con todos sus miembros, lo que implica que éstos sientan que están en un lugar seguro donde podrán exponer sus preocupaciones. En el caso de las personas diagnosticadas de esquizofrenia, esta vinculación puede presentar algunas dificultades dado que, en general, el paciente será la persona más desdibujada, la más frágil, la más defensiva… y por lo tanto los terapeutas tendrán que ser sensibles a estas dificultades, priorizando la vinculación con el mismo para poder abordar los aspectos más dolorosos y/o inquietantes. Dado que en nuestro contexto sociosanitario la terapia familiar no suele ser el primer tratamiento de elección de la psicosis, es muy probable que el paciente, 91 acostumbrado a la mirada tradicional centrada en el individuo, sienta que, de nuevo, este es un lugar más donde se va a poner el acento en su locura, en lo que tiene que cambiar, en el sufrimiento y preocupación que provoca en los otros. Es por ello que un espacio individual no debe ser propuesto hasta que estén bien asentadas las bases del tratamiento, cuando tanto el paciente como la familia hayan entendido que este proceso va a requerir reconstruir las relaciones familiares desde una mirada nueva. La familia suele presentarse a terapia mostrando un binomio “persona diagnosticada —loca y/o enferma—” y “familia que sufre, está preocupada, desbordada y ya no sabe qué hacer”. El miedo a ser arrastrados hacia la locura está en la base de muchas de las conductas desarrolladas por los familiares, sintiéndose la persona diagnosticada cada vez más sola y más “loca”, retroalimentándose mutuamente. La circularidad de esta interacción dificultará que el terapeuta pueda encontrar su lugar, algo que solo conseguirá si es capaz de metacomunicar, explicitando esta dinámica y favoreciendo que todos sientan que sus opiniones, sentimientos y acciones son tenidos en cuenta. Estas sesiones pueden ser desconcertantes para la familia, no habituada a hablar con claridad sobre los conflictos, tensionada por las críticas cruzadas entre unos y otros y con una actitud defensiva fruto de la culpabilidad y la vergüenza. Incluso teniendo presente la circularidad en las relaciones (entendiendo que en la interacción todos son co-responsables), es difícil no caer en la trampa de responsabilizar o culpabilizar a los que se presentan como más fuertes, “la familia del psicótico”, frente al más frágil, “el paciente”. Será importante no caer en dicotomías “familia sana-paciente enfermo”, “familia dominante-paciente sumiso”, “familia buena-paciente beligerante o malo”, o viceversa. Cuando la familia, pero sobre todo el paciente, se sientan más aceptados y menos cuestionados por los terapeutas, propiciando la exploración de las interacciones, y empiece a perfilarse un futuro más esperanzador, será el momento de proponer las sesiones individuales. Estas sesiones ya no serán interpretadas por unos y otros como “véanlo a él porque es el loco” sino como un espacio ahora necesario para que la persona pueda seguir avanzando y potenciando sus recursos al objeto de obtener una mayor independencia. El objetivo de estas sesiones será devolverle al paciente el protagonismo de su vida y, para ello, antes tiene que sentir que él/ella es alguien valioso, que su visión de la vida puede ser contrastada pero no invalidada, y que es posible reconstruir su vida. La experiencia muestra que, si son los pacientes quienes hacen la demanda, ello ocurre cuando en la familia ha habido movimientos hacia una mayor funcionalidad, contribuyendo a que aquellos se sientan más tranquilos respecto 92 a las relaciones con sus familiares, pudiendo empezar a plantearse cuestiones más relacionadas con sus conflictos y vivencias internas o sus miedos asociados al proceso de desvinculación que se va gestando. Esta petición puede ser interpretada como un primer paso en su proceso de diferenciación. Ofrecer espacios individuales no implica, evidentemente, sustituir los espacios familiares. Ya explicamos en otros capítulos cuál es el formato en el que nos movemos. Generalmente se irán alternando las sesiones familiares y sesiones individuales, pero también podría darse el caso, sobre todo en la etapa final del proceso terapéutico, de que la mayoría de sesiones sean individuales, todo ello dependerá de los objetivos asociados a cada etapa del proceso terapéutico. Respecto a quién y cómo manejar las entrevistas individuales se valorará en función del caso. El hecho de trabajar en paralelo con diferentes modalidades (sesiones individuales, familiares, grupales…) plantea el tema del manejo de la información. La familia sabe que trabajamos en equipo y que la información obtenida en los diferentes espacios es compartida. En general, entienden y aceptan que la información la manejaremos teniendo en cuenta el mayor beneficio para todos ellos. Con familias acostumbradas a triangular, guardar secretos y manipular, es fácil quedar “entrampados”, por lo que es importante que podamos sentirnos libres y aclarar que habrá temas que pertenecerán a la pareja y que será importante no compartir con los hijos, habrá temas que corresponderán al paciente y que nosotros respetaremos y otros que será necesario compartir en aras de solucionar los conflictos o malentendidos que puedan irse generando. 7.4. Terapia individual. Actitud terapéutica Nuestra actitud hacia el paciente será cercana, cálida, transmitiéndole que nosotros, como todos los humanos, también participamos de las incertidumbres de la vida. Nos mostraremos abiertos a entender sus percepciones. Estaremos atentos a “escuchar”, aún cuando él considere que lo que dice no es algo interesante. No cuestionaremos su visión del mundo sino que trataremos de entenderla, de modo que, a medida que compruebe que nuestra implicación es sincera, se sienta más capaz de hablar de aspectos dolorosos, vergonzosos o amenazadores. Si nos acercamos con hipótesis complejas es fácil que se sienta desbordado o que pueda recibirlo como una información ajena a él. Será necesario que nos acerquemos con una actitud curiosa y receptiva para que él se sienta libre de hablar de aquello que le preocupa y sienta que el objetivo de la terapia es “estar juntos”, “pensar juntos”, “buscar soluciones juntos”. Hemos de transmitirle en todo momento que él, como todas las personas, tiene su propia “singularidad” y que es esa singularidad la que nosotros apreciamos. 93 Todo lo que él comparte es importante y no lo minimizaremos ni lo juzgaremos, simplemente lo acompañaremos en la exploración y reflexión de sus percepciones, sus interacciones con los otros, sus miedos, inseguridades, dudas sobre él mismo y la percepción del mundo. Si tenemos presente que la alianza terapéutica tiene una gran relevancia en el resultado final de la psicoterapia, el mayor reto en las sesiones individuales con psicóticos será conseguir una buena vinculación, permitiéndole vivir la relación terapéutica como un lugar seguro donde puede exponerse sin miedo a ser herido. WHITAKER (1988) fue mucho más allá al afirmar que el cambio terapéutico requiere una regresión bilateral: la del esquizofrénico a su infancia y la del psicoterapeuta a un rol nutricio primitivo similar al que se desarrolla entre la madre y el recién nacido. Si se establece un contacto adecuado entre ambos, el paciente, al ver en el terapeuta a una segunda madre, responde en forma infantil: “dime más acerca de quién soy y cómo soy; yo soy parte de ti” “A medida que la simbiosis se intensifica y que el carácter madre/hijo de la unión los compromete a ambos, el paciente restablece el pacto secreto que tenía con su madre: “Yo seré la parte loca (léase hemisferio derecho) de mí mismo, y tú puedes ser la parte sana (léase hemisferio izquierdo)”. “La variable más crítica para formar esta asociación íntima es la tolerancia del terapeuta hacia los aspectos irracionales, impulsivos y primitivos de su personalidad. Los datos de largo plazo indican que este tipo de relación terapeuta-paciente favorecedora del cambio efectivamente tiene lugar en algunos casos” (BERGER, M. 1993, pag 170). El terapeuta ha de estar dispuesto a mostrar sus partes locas, potenciando que el paciente pueda mostrar sus partes sanas, Este tipo de terapia requiere un gran esfuerzo por parte del profesional y, desde nuestro punto de vista, nos parece una apuesta arriesgada. Aún así, hacemos alusión a las palabras de WHITAKER porque sin ver la necesidad de llegar a establecer este tipo de vínculo, sí nos parece importante que el terapeuta pueda mostrar algunos aspectos “locos” de modo que esto permita al paciente normalizar algunas de sus conductas. Dado que el límite entre la locura y la salud mental no es una línea fija, a ellos les tranquiliza el saber que todos podemos traspasarla en situaciones de estrés y, sobre todo, que hay camino de vuelta. Hemos comprobado una y otra vez cómo el hecho de normalizar algunas de sus conductas denominadas “locas” e incluso poder compartir algunos aspectos personales “locos” ha contribuido a que el paciente pueda sentirse aceptado y le ha ayudado a verse a sí mismo como más “normal”, relajándose y sintiéndose esperanzado al tener una visión de sí mismo más aceptable. 7.5. Metodología 94 El tratamiento individual lo podríamos dividir en cuatro fases: Fase 1: Conseguir un buen vínculo terapéutico Fase 2: Explorar el mundo intrapsíquico-relacional Fase 3: En función de su estructura, decidir, de forma conjunta con el paciente, qué recorrido vamos a hacer. Fase 4: Consolidar y reforzar los cambios. Es importante resaltar que, bajo el diagnóstico de “psicosis”, se encuentran personas con grados de gravedad y cronicidad muy variables y, por lo tanto, será preciso contar con diferentes mapas que marquen los caminos en ese recorrido hacia la salud. El proceso y el lugar hasta el que se pueda llegar estarán marcados por diferentes factores: grado de diferenciación de la familia de origen, nivel de desestructuración, recursos personales y capacidad de introspección. GRADO DE DIFERENCIACIÓN DE LA FAMILIA DE ORIGEN En aquellos casos en que, tras haber trabajado con la familia, consideremos que, o bien esta no tiene capacidad o no está dispuesta a hacer movimientos hacia una mayor funcionalidad, o bien, habiéndolo hecho, ha llegado al límite de sus posibilidades, será necesario acompañar a la persona hacia una posición más realista que le permita poner el acento en sí mismo y en el exterior. José Miguel era el menor de dos hermanos. Tenía 45 años y vivía con sus padres, que rondaban los 80. Una pareja que podríamos describir como de otros tiempos. Mientras el padre trabajaba, la relación más estrecha se daba entre José Miguel y su madre, pero, al jubilarse el padre, éste buscó su lugar en la familia compitiendo con José Miguel en las atenciones de la madre. El clima hostil, cargado de criticismo y de juicio, era una constante en todas las direcciones. Los padres tenían una relación simétrica con continuas escaladas que dejaban un poco de paz cuando ambos se aliaban para criticar ácidamente a los políticos a través de las noticias de la TV algo que enervaba a José Miguel. La mirada de los padres hacia el hijo era condescendiente: “pobrecito, ¡lo que nos ha tocado!”. Y él se desesperaba intentando que lo viesen con mejores ojos. El juego era difícil de parar dado que él buscaba, un reconocimiento que no llegaba nunca y, sobre todo, lo reclamaba de forma inadecuada, pretendiendo volver a ser cuidado como un niño pequeño. Algo que alteraba a los padres, empujándolos a irse solos de paseo o a pedirle que se espabilara, zarandeándolo llenos de desesperación. Los nudos eran tan difíciles de deshacer que optamos por decirle a José Miguel que sus padres difícilmente iban a cambiar, que eso que él esperaba de ellos no lo iba a recibir y utilizamos la metáfora de la gasolinera con el objetivo de que él pudiera poner su mirada y esa búsqueda fuera de la familia: “José Miguel, si pensamos en la familia como un lugar del que recibimos combustible o gasolina para ir por la vida, habrá familias que estén bien abastecidas y podrán cargar a los hijos de modo que éstos puedan salir al mundo y recorrerlo, y habrá otras, nos 95 atrevemos a decir que un número importante de familias, que no tienen suficiente o lo que tienen no saben cómo darlo. Cuando esto ocurre, los hijos quedan atrapados esperando algo que no acaba de llegar. Es importante saber que existen otras gasolineras, otros lugares, otras personas que pueden darte eso que tú anhelas. Tus padres, a su manera, te han querido y te han dado suficiente como para que puedas ir a otras gasolineras”. Esta metáfora, aunque de entrada le entristeció, poco a poco le permitió ir aceptando que esto era así, pero evidentemente se sentía perdido respecto a qué camino debía seguir. Nosotros intentamos funcionar con él como una buena estación de combustible, y era fácil hacerlo porque se trataba de una persona muy entrañable y hambrienta de afecto. Seguramente fuimos una gasolinera que le permitió avanzar un poco más, aunque resultara imposible llenarle todo el depósito de modo que lograra llegar a la mayor distancia deseable. En este caso, como en otros, es necesario una amplia red de gasolineras, y de ahí la importancia de la comunidad. PERSONAS MUY DESESTRUCTURADAS, CON POCOS RECURSOS PERSONALES Y POCA CAPACIDAD DE INTROSPECCIÓN Para penetrar en los aspectos intrapsíquicos, es importante contar con diferentes mapas (teorías), ya que estos ayudarán a descubrir diferentes paisajes con los que las personas resonarán con mayor o menor intensidad, de modo que puedan resultar útiles como guías. Es este el espíritu que ha de animar a aquellas personas que se acerquen al mundo de la psicosis, dado que se trata de un mundo complejo en el que será necesario poner en juego la creatividad de los participantes del sistema terapéutico. Hablar de personas es hablar de “identidad”. Partiendo de la definición de LINARES (1996), la identidad se puede considerar como el núcleo duro de la mente, el producto de la decantación de la experiencia donde el ser permanece constante (Idem-Ens). En torno a él se establece la narrativa no identitaria, fruto también de la experiencia relacional, aunque menos fijada, con márgenes más amplios de fluctuación. Cabe imaginar la existencia de un contínuum entre las capas más superficiales de la identidad y las más profundas de la narrativa, a través del cual se asiste a una progresiva rigidificación de la experiencia relacional paralela a la apropiación de la misma. Por la superficie narrativa se produce el contacto con el exterior mediante los procesos comunicacionales que constituyen la relación y, de esa forma, el núcleo de la identidad puede modificarse incorporando nuevos elementos o desprendiéndose de otros. La narrativa mantiene casi inalterada su capacidad de modificarse, sin perder su condición de espacio flexible, abierto a toda clase de transacciones. La madurez del yo no depende tanto de que se apoye en una gran identidad como de la existencia de una narrativa no identitaria rica y extensa. La identidad es el espacio donde el individuo se reconoce a sí mismo y, como tal, es extraordinariamente resistente al cambio. Las narrativas no identitarias, 96 sin embargo, resultan ampliamente negociables. Partiendo de esta concepción, en los casos de psicosis la identidad puede llegar a invadir casi todo el psiquismo. El sujeto es el mismo en cualquier circunstancia, reproduciendo allí donde se encuentra una propuesta relacional idéntica, basada en los síntomas. (LINARES 1996) En ciertos casos, como el de Esteban, algunas sesiones se centraron necesariamente en la sintomatología, dado que ésta, a temporadas, impregnaba todo su psiquismo, siendo difícil sustraerse a ello y buscar partes de él o pequeñas islas más saludables en las que afianzarse. La trayectoria de Esteban había estado marcada por el consumo de todo tipo de drogas, algo que, en principio, y dado que él había abandonado el consumo ya hacía un tiempo, hacía prever que el pronóstico sería más favorable. Aún así, los delirios de Esteban se presentaban con mucha intensidad y por lo tanto cargados de angustia. Estaba convencido de que había un complot entre seres de otros planetas y personas conocidas del mundo de la política, donde él era el centro de sus intrigas. Constantemente recibía mensajes que iban dirigidos a preservarse, a no compartir, a tener cuidado con respecto a quién le explicaba lo que estaba pasando, dado que las personas con quienes lo compartiera correrían un grave peligro. Todo cuanto pasaba a su alrededor tenía que ver con él y, lo que es lo mismo, su identidad estaba totalmente impregnada de estos pensamientos, sensaciones y acciones encaminadas a mantener el peligro a raya. Nuestro interés en llegar a través de todos estos campos minados a una parte de él que pudiera mirarse a sí mismo con un poco de perspectiva, chocaba constantemente con su “verdad”. Por ello optamos por aceptar su visión, porque era la suya, aunque nosotros no lo viéramos igual, y el hecho de que nos lo tomáramos en serio, empatizando con su preocupación y angustia, permitió que cada vez pudiera compartir más cosas con nosotros, de modo que él mismo empezó a poner en cuestión algunos aspectos que no le cuadraban. La actitud de la familia, alentados y orientados por nosotros, fue en la misma dirección: estar a su lado, escucharle sin invalidar su visión, empatizar con su sufrimiento y, en definitiva, intentar que le quedara claro que no estaba solo en su lucha y que todo cuanto le pasaba a él era importante para nosotros y su familia. A medida que la persona siente que es aceptada y que los aspectos que va mostrando de sí mismo no son juzgados sino escuchados con interés y con el deseo de conocerlo mejor, porque él es una persona digna de ser conocida, irá mostrando más su “locura” o aspectos considerados por él como peligrosos o dudosos. Poco a poco irá compartiendo sus miedos, sus voces, sus diferentes partes que suele esconder a los otros, porque ya ha entendido que se trata de aspectos “locos” y podrá aceptar nuestras intervenciones sin sentirse amenazado y por lo tanto sin parapetarse en la rigidez de su identidad delirante, permitiendo ampliar y complejizar su narrativa. Más adelante podremos ayudarle a hablar del sí-mismo en relación con los otros, clarificando la posición que ocupaba, ocupa y le gustaría ocupar en el futuro en las relaciones familiares, descifrar qué sentimientos le genera la interacción con los otros, entender cuál ha sido la dinámica relacional y también de qué modo él ha participado o ha sido un espectador pasivo y qué 97 consecuencias tiene todo ello. Con este diálogo se pretende empoderar a la persona, que deje de sentirse a la deriva, que empiece a dotar de sentido su vida. En este proceso de ir descubriendo junto al terapeuta aspectos de él más escondidos, entendibles o sanos, él podrá narrarse a sí mismo de una forma más amplia, más valorable y más amable. Juan no solía acabar las frases, ya que no encontraba las palabras adecuadas cuando intentaba compartir unas ideas-sensaciones que lo desconcertaban. Durante un tiempo fue útil que el terapeuta, a través de preguntas o sugerencias, le ayudara a clarificar qué le estaba pasando, pero una vez que él sintió que contaba con una mínima base segura (la relación con sus padres había mejorado, tenía un grupo de personas del barrio con las que compartía ideas políticas, estaba interesado en una chica que parecía corresponderle...), cuando aparecían ideas “locas” (ideas autorreferenciales, cuando oía a los vecinos hablar de él o interceptaba miradas que podían ser interpretadas como amenazantes) prefería dejar esos aspectos “encerrados en la botella” y poner el acento en cómo gestionar su vida, sobre todo en cómo relacionarse con esa chica en la que estaba interesado. Fue él mismo quien dejó claro que necesitaba poner la energía en los aspectos cotidianos y mirar con una cierta distancia esas “ideas que tengo en mi cabeza y que, de algún modo, sé que no son reales”. Aprendió a convivir con ellas sin que estuvieran en primer plano. Hablar de los delirios paranoicos, alucinaciones o ideas autorreferenciales como “demonios a los que hay que encerrar en una botella”, es un modo de conseguir que los síntomas no invadan el psiquismo, animando a la persona a que ponga su energía en gestionar su vida, rescatando para ello todos aquellos momentos en los que ha sido capaz de no dejarse arrastrar o paralizar por esos “demonios” y ha podido acercarse a otros, hacer una gestión, mostrar afecto, etc. PERSONAS CON UNA CIERTA ESTRUCTURACIÓN, CON RECURSOS PROPIOS Y CAPACIDAD DE INTROSPECCIÓN Los psicóticos suelen gastar un gran monto de energía en el esfuerzo de poner orden en su desorganizado cerebro para poder entenderse a ellos mismos y entender al mundo con sus complejas relaciones. Suelen estar familiarizados con el hecho de sentirse “divididos”, en luchas constantes entre diferentes instancias mentales y, en muchas ocasiones, en personificar algunas de estas instancias como partes separadas de sí mismo pero que conviven en una lucha sin fin. Cuanto más activadas estén estas partes más dificultad tendrá la persona para sustraerse a ellas. No le será fácil “encerrarlas” y será necesario gestionarlas de otro modo. Por ello tiene pleno sentido la técnica denominada “externalización del problema”, patentada por WHITE y EPSTON: “La externalización es un abordaje 98 terapéutico que insta a las personas a cosificar y, a veces, a personificar, los problemas que las oprimen. En este proceso, el problema se convierte en una entidad separada, externa por tanto a la persona o a la relación a la que se atribuía. Los problemas considerados inherentes y las cualidades relativamente fijas que se atribuyen a personas o relaciones se hacen así menos constantes y restrictivos”. (WHITE y EPSTON, 1993). Acercarse a la psicosis teniendo en cuenta estos conceptos, “externalización del problema” y “cosificación”, permitirá, en algunos casos, ayudar al paciente a “poner orden” y “dotar de un nuevo significado” a los acontecimientos vividos. Estas técnicas son coherentes con el hecho de ampliar la narrativa (relatos alternativos) sin cuestionar explícitamente la identidad rígida e hipertrófica, sino simplemente desmenuzándola, cosificándola y externalizándola de modo que la persona cada vez se sienta menos definida por estos aspectos y empiece a percibirlos ya no como partes que lo atrapan e inmovilizan, sino como aspectos externos a los que puede mirar con distancia y con los que puede combatir. Sería un movimiento de signo contrario a “encerrar los demonios en una botella” y, eventualmente, de carácter complementario. Algunas personas pueden sentirse aliviadas al comprobar que su vida se simplifica al dejar de poner la mirada en aquellos aspectos amenazadores, pero otras querrán y necesitarán explorarlos. Onno VAN DER HART et al. (2008) parten de la idea de que las partes disociativas de la personalidad tomadas conjuntamente constituyen un todo; estas pueden ser conscientes de la presencia de las otras, teniendo un sentido rudimentario de la identidad y por lo general son más complejas que un estado psicobiológico aislado. Dichas partes disociativas estarían mediatizadas por determinados sistemas de acción. Según estos autores, la disociación incluye la coexistencia y la alternancia de las llamadas “personalidad aparentemente normal” PAN y la “personalidad emocional” PE. En la medida en que su vida interior les dé miedo, los pacientes no pueden integrar sus experiencias internas, de manera que prosigue la disociación estructural. Estos términos (PAN y PE) podrían equivaler a lo que BOWEN llamó sí-mismo real y pseudo sí-mismo: “el sí-mismo real está compuesto de creencias claramente definidas, convicciones, opiniones y principios vitales. Cada uno de ellos se incorpora al sí-mismo sobre la base de la experiencia individual, después de un atento razonamiento, ponderando las alternativas y asumiendo la responsabilidad de las propias opciones. Cada creencia y cada principio es coherente con los demás y el sí-mismo asume sus responsabilidades, incluso en situaciones de ansiedad. El pseudo sí-mismo se adquiere bajo los efectos de una presión emocional y puede ser modificado también por un impulso emocional. Está compuesto de creencias y principios irregulares y discrepantes, adquiridos 99 por una exigencia en este sentido o porque es lo que se debe pensar y hacer, o para dar valor a la imagen del sí-mismo en la amalgama social. El sí-mismo real se da cuenta de la incongruencia de estas creencias, mientras que el pseudo símismo la ignora [...]. (BOWEN 1991, pág. 194). En la misma línea, Richard C. SCHWARTZ habla de “los sistemas de la familia interna” como partes o subpersonalidades que interaccionan entre sí del mismo modo que lo hacen los miembros de una familia, pudiendo polarizarse algunas posturas, apareciendo partes protectoras, partes beligerantes, cuya misión puede ser la de proteger a la parte que ha sido dañada, la parte más vulnerable (SCHWARTZ, R.C, 2015). El denominador común de estas aportaciones es que nos permiten adentrarnos en el mundo intrapsíquico de un modo sencillo y con un lenguaje muy simple con el que la mayoría de los humanos estamos familiarizados. Todos, de modo instintivo, hablamos de “nuestras partes” cuando tenemos un conflicto: “una parte de mí quiere, o piensa, o siente... pero otra parte de mí...”. También todos hemos comprobado como establecemos diálogos internos en los que somos capaces de reconocer dos o más “voces”, que no dejan de ser instancias psíquicas que entran en conflicto. El hecho de poder adentrarse en la exploración de esas partes sin que sea leído como “loco” ayuda a la persona a explorar su mundo interno con curiosidad, a la vez que le permite estructurarse de forma más coherente. En aquellos casos donde la identidad, o núcleo narrativo identitario, está más sólido, es más fácil adentrarse en los recovecos del psiquismo para, eventualmente, encontrar respuestas. Darío había sido desde pequeño un niño sensible, frágil, miedoso. Así lo describían sus padres y así era la imagen que él conservaba de sí mismo cuando era pequeño. Mientras se movió en el entorno de su barrio, entre personas con las que se sentía protegido, todo fue más o menos bien. Él tiene muy claro cuál fue el detonante de su nuevo “estado”, un estado que él describe como de constante ansiedad. Siendo adolescente y volviendo de noche a su casa, le siguió un chico mayor, que intentó abusar de él en la escalera del edificio donde vivía. Los padres, alertados por sus gritos, salieron a la escalera y el chico salió corriendo. Como estaba oscuro Darío no pudo saber con seguridad si era alguien del barrio, conocido o desconocido. La actitud de los padres fue adecuada y él pudo compartir con ellos su ansiedad y su miedo a que algo así pudiera volver a ocurrir, pero sentía que sus padres no le podían garantizar que no sucediera otra vez. Ser agredido siempre tiene un impacto, pero en el caso de Darío podríamos decir que “llovió sobre mojado”. Su frágil estabilidad se derrumbó y, a partir de ahí, empezó a poner en marcha mecanismos de protección que cada vez le fueron encerrando más en un mundo oscuro, lleno de miedos y al que sentía que tenía que enfrentarse solo. A pesar de sus dificultades logró acabar la carrera de Informática, lo que le permitió trabajar desde casa, el único lugar donde se sentía a salvo y protegido. Logró mantener un pequeño grupo de amigos y encontrar pareja. Irse a vivir fuera del barrio donde había sido agredido le sirvió de alivio, pero pronto el nuevo escenario se fue poblando de nuevos personajes que se parecían a aquel que le había agredido. Su 100 pareja sabía de estas dificultades y aceptaba llevar, junto a él, algunos rituales de protección (no ir por determinados lugares, mirar en todas las direcciones antes de salir de casa, moverse por otra ciudad...). Darío era una persona muy inteligente y con ganas de conocer todas sus partes. Era especialmente creativo cuando lograba conectar con ellas, y en esa exploración le fuimos acompañando. Él era consciente de esa PAN que a menudo formaba parte de su vida. Sobre todo estaba presente cuando estaba en su casa, con su familia y con amigos en lugares muy alejados de donde transcurría su vida. Y, sobre todo, si estaba en la naturaleza, en lugares donde no hubiera gente, se sentía especialmente tranquilo. Al explorar las diferentes PE, lo primero que surgía era una especie de bola negra-azul oscuro donde se encontraban esos personajes siniestros que podían hacerle daño. Cuando conectaba con esa parte, se sentía especialmente ansioso y en estado de alerta. La parte que se activaba cuando aparecía el miedo la denominamos “el detective”, y era una parte de él que tomaba el mando y observaba todo cuanto ocurría a su alrededor, gestos, miradas, coches que llevaban demasiado tiempo la misma dirección que él, comprobaciones, etc. Para él fue importante ver esta parte y sentir agradecimiento hacia ella, dado que le había permitido, a pesar de su miedo, salir de casa y hacer una vida mínimamente normal. Si no fuera por ella se habría quedado encerrado en casa, era lo que le permitía actuar, a pesar de que le requería un gran monto de energía y después de estos episodios quedaba agotado, rendido y con una sensación de impotencia. Había momentos en los que lograba conectar con una parte que él denominaba “fuerza-valentía”, que se mostraba de forma contundente cuando hacía ejercicio, sentía que su cuerpo estaba en forma y podría responder en caso de ser agredido. Para él fue importante darse cuenta de que su parte miedosa-impotente y su parte fuerte-valiente no estaban en contacto, no se conocían, estaban disociadas. En la medida en que estas partes fueron más conscientes las unas de las otras él pudo sentir con mayor claridad su fortaleza. O, dicho de otro modo, el niño asustado se sintió acompañado y protegido por el adulto capaz de defenderse en caso de que se presentara alguna situación de peligro, ya era un hombre y eso también permitió que su parte “detective” pudiera relajarse. Siempre formaría parte de él, pero entendió que estar siempre activado acababa teniendo efectos secundarios, entre ellos que su organismo, al estar constante mente en estado de alerta, se estaba desgastando creando otros problemas de salud. Para él, haber podido conectar y explorar estas partes y algunas más, de modo que las pudiera ver con perspectiva, le sirvió para conocerse más y mejor y ser capaz de hacer una narración de su vida donde los diferentes personajes tenían su razón de ser y por lo tanto tenían que ser integrados, aunque algunos de ellos antes tuvieran que ser transformados (por ejemplo, fue suficiente con que el detective se relajara un poco). Suscribimos las palabras de Jay HALEY: “[...] tuve que abandonar muchas teorías interesantes sobre la esquizofrenia y la familia [... ]. La simplicidad implica una preocupación por el funcionamiento normal y un menor interés en los detalles de la patología. Una teoría de la terapia parece ser más útil cuando se centra en personas reales con problemas reales en el mundo real y toma en cuenta el contexto social al explicar la conducta humana”. (En: BERGER, M. 1993, pag 93). Un debate planteado a menudo es hasta dónde es necesario explorar los 101 aspectos intrapsíquicos, que no son, a fin de cuentas, sino los interiorizados a través de las relaciones con los otros, y en qué casos y cuándo intentar externalizar el problema y observar los miedos, alucinaciones, voces... como algo situado fuera, o bien encapsularlos para que no invadan al resto de la personalidad. Una posible conclusión es que durante la primera etapa del tratamiento es útil poner la mirada en los recursos y las potencialidades, imprimiendo a nuestra mirada un sesgo validador y reconocedor hasta que el paciente se sienta más seguro consigo mismo, con su familia y con nosotros. Una vez alcanzado este punto, habrá personas que necesiten o quieran explorar esos otros aspectos que los siguen perturbando, pero esta vez con la mayor tranquilidad que produce hacerlo acompañado y con la fortaleza que brinda el saberse otro ante esas partes. También habrá personas que se sentirán lo suficientemente organizadas y seguras como para tener una vida autónoma y que preferirán convivir en armonía con una cierta dosis de miedos, ahora más manejables. Por lo tanto, habrá que respetar hasta dónde quiere o puede llegar el paciente. En la medida en que la persona siente que su mundo interno y externo es un poco más predecible, aumentará la confianza en sí mismo y en los otros y las sesiones irán más dirigidas a aspectos de gestión de su vida cotidiana, que podrían ser enmarcadas como “terapia de apoyo” o “sesiones psicoeducativas”. Equivaldrían a un espacio donde seguir compartiendo las vicisitudes de la vida, poniendo el acento en las capacidades. Tras un largo recorrido, la pregunta que nos hacemos el paciente, la familia y nosotros mismos es ¿hasta dónde podemos llegar en la búsqueda de la autonomía? Nuestra experiencia es que, en general, tanto la familia como el paciente se muestran muy ambivalentes. Se mezclan la ilusión y las ganas de que la vida siga su curso, con el miedo de que no solo no lo consigan, sino que el proceso pueda estar lleno de amenazas y “ser peor el remedio que la enfermedad”. Nuestra tendencia suele ser la de acompañarlos al límite de sus capacidades, hasta que unos y otros digan “hasta aquí hemos llegado”, lo cual, aunque en ocasiones resulte frustrante, habrá que aceptar como un buen momento, dado que es el que ellos han elegido. Una pregunta importante que solemos hacer entonces a los pacientes es “¿la vida que llevas ahora es una buena vida para ti?” Manuel llegó a nuestro servicio en pleno delirio paranoico donde básicamente formaban parte del “complot” sus jefes y sus compañeros de trabajo, muy enfadado con su familia y con el mundo. Afortunadamente era una persona con muchos recursos, inteligente y con ganas de ser acompañado en un proceso introspectivo del que disfrutaba y disfrutábamos, pudiendo ampliar su narrativa. Después de seis años de proceso terapéutico en el que tanto él como su familia hicieron cambios 102 espectaculares, confiábamos en que Manuel fuera más allá y se reincorporara al mundo laboral. En cambio él decidió tramitar una pensión no contributiva hasta poder sentirse en condiciones de volver a trabajar. La crisis económica se sumó a las dificultades que ya de por sí tienen estas personas para afrontar las tensiones laborales y Manuel, a estas alturas, ya no se plantea el trabajo como una meta y su vida se dirige por otros derroteros. Ante la pregunta de si el punto al que ha llegado y la vida que lleva le satisface su respuesta es: “Estoy contento con mi vida. Tengo el día planificado, me ocupo de algunas tareas domésticas (vive con su madre y su hermano), dedico unas horas a escribir (le gusta escribir poesía y relatos breves), dedico un tiempo a leer sobre temas relacionados con la nutrición (para él es importante estar bien alimentado) y sobre temas espirituales que me van dando diferentes visiones de la vida. Cuento con algunos amigos con los que salir y los fines de semana voy a bailar con la expectativa de pasarlo bien y si encuentro a alguna chica mucho mejor”. Manuel transmite tranquilidad, se encuentra bien consigo mismo y con su entorno, dedica su tiempo a actividades que lo enriquecen y por lo tanto, a criterio de él y de su familia, se considera “recuperado”. Es muy importante compartir con ellos una visión de la “normalidad” más amplia, una redefinición de lo que significa estar sano mentalmente. Una visión que les permita proyectarse en el futuro con esperanza. Bibliografía BARBAGELATA, N. (2005). “Nuevos horizontes en la terapia familiar de la psicosis: biología, entorno y desarrollo de la identidad”. Revista Redes nº 15. BERGER, M. M. (comp.) (1993) Más allá del doble vínculo. Comunicación y sistemas familiares. Teorías y técnicas empleadas con esquizofrénicos. Bilbao: Ed. Paidós. BOWEN, M. (1991). De la familia al individuo: La diferenciación del sí mismo en el sistema familiar. Ed. Paidós: Barcelona ESPINA, A. (1991). “Terapia familiar en la esquizofrenia”. Revista de psicoterapia II (8) 13-33. LINARES, J. L. (1996). Identidad y narrativa: la terapia familiar en la práctica clínica. Barcelona: Paidós. — (2012) Terapia familiar ultramoderna. La inteligencia terapéutica. Barcelona: Herder. MOSKOWITZ, A., SCHÄFER I., MARTIN J. DORAHY (Editores) (2011). Psicosis, trauma y disociación. Nuevas perspectivas sobre la psicopatología grave. Madrid: Fundación para la Investigación y el Tratamiento de la Esquizofrenia y Otras Psicosis. SCHWARTZ, R. (2015). Los sistemas de la familia interna. Barcelona: Ed. Elephteria, S.L. SELVINI PALAZZOLI, M., CIRILO, S., SELVINI, M., SORRENTINO, A. M. (1988). I giocchi psicotici nella famiglia. Milán: Raffaello Cortina. Ed. Esp.: Los juegos psicóticos en la familia. Barcelona: Paidós (1995). VAN DER HART, O., NIJENHUIS, ELLERT R. S. y STEELE, K. (2006). Ed. Esp.: El yo atormentado. La disociación estructural y el tratamiento de la traumatización crónica. Bilbao, Desclée de Brouwer (2008). WHITAKER, C. y BUMBERRY, W. M. (1988). Dancing with the family. A Symbolic experiential approach. Nueva York, Brunner Mazel. Ed. Esp.: Bailando con la familia. Un enfoque simbólico-experiencial. Barcelona: Paidós, (1991). WHITE, M., EPSTON, D. (1990). Narrative means to therapeutic ends. Nueva York: Norton. Ed. Esp.: Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona: Paidós (1993). 103 Existe unanimidad a propósito de que la recuperación de la psicosis comporta hoy, entre otros factores destacables, la capacidad de mantener unas adecuadas relaciones sociales. Cuando empezó el programa de investigación con pacientes psicóticos que sirve de inspiración a este libro, teniendo por base el modelo de la reconfirmación de Linares, quisimos que los grupos terapéuticos ocuparan en él un lugar destacado. Reconfirmar a alguien supone, ante todo, validar amorosamente su existencia y ello solo es posible en relación. Aunque cualquier esfera relacional puede mostrarse sumamente relevante para este fin, los grupos terapéuticos son, de por sí, contextos relacionales bastante privilegiados. Así lo demuestran diversas investigaciones con psicóticos, en donde los grupos relacionales se asumen como una herramienta fundamental, potentísima, de cara a la recuperación y estabilización de dichos pacientes. Hablar de “mí” es, inevitablemente, implicar al otro. Sin él sería imposible saber quién soy y qué puedo llegar a ser. Ese mutuo reconocimiento y comprensión es inherente a nuestra condición. Por ello, instintivamente, el ser humano cuando sufre tiende a buscar al otro para sentirse mejor, haciéndole partícipe de su dolor y de sus dificultades, aunque eso muchas veces se manifieste de manera implícita e inconsciente. Como un arma de doble filo, esa tendencia origina algunas veces pautas comunicativas erróneas que podrán, 104 eventualmente también ellas, generar núcleos patológicos en sus interlocutores. La complejidad está servida. El grupo de pares, como ejemplo emblemático, que inicia a lo largo de la niñez y asume su máxima importancia en torno a la adolescencia, representa un sistema relacional muy influyente sobre el desarrollo y la construcción de la personalidad de los individuos. Aprender determinadas reglas de convivencia jugando con los demás, compartir dudas, conflictos y problemas, sentirse reconocido en el contexto al cual se pertenece, son algunos ejemplos de cómo las relaciones humanas se presentan, ante todo, como elementos clave a la hora de construir nuestra identidad. Y precisamente, es en esta etapa del ciclo vital (adolescencia) cuando emergen los primeros síntomas de la psicosis, con, seguramente, un serio obstáculo para que dicho proceso se desarrolle de forma sana. Es común, cuando se trabaja con este tipo de pacientes, sentir y constatar que les cuesta relacionarse con el mundo. Expuesto continuamente a la desconfirmación, el retraimiento social-relacional del psicótico constituye un paradójico mecanismo compensatorio de su frágil identidad. El resultado es el incremento de su empobrecimiento y una contundente atrofia de su narrativa, completándose así el fatídico ciclo. El objetivo de los grupos terapéuticos es, primariamente, enriquecer el espectro relacional de los individuos que los constituyen, construyéndose como base una red micro-social controlada que sostiene, ablanda y diluye paulatinamente sus miedos y angustias. También posibilita una redefinición en los sistemas de pertenecía, permitiendo cambios significativos a nivel de la organización y la mitología. Una gradual y consecuente reconfirmación en estos sistemas origina una narrativa más rica y un relativo desbloqueo de la identidad, con, como resultado de todo ello, el surgir de herramientas más adaptativas. Siendo la terapia familiar la columna vertebral de todo este proceso, desde donde se trabaja y se siembran las semillas más importantes, los grupos terapéuticos son apéndices importantísimos que ayudan, basados en el mismo encuadramiento teórico, a incrementar y solidificar una reconfirmación existencial. Con respecto a los familiares, también tienden a una soledad relacional bastante significativa, presentando un aislamiento social que dificulta una mirada esperanzadora hacia la rehabilitación de sus hijos. Perdidos y desesperanzados, en medio de infinitas incomprensiones y dudas, ambos interlocutores (padres e hijos) con el transcurrir del tiempo tienden a una falsa homeostasis. Esta, en un primer momento anestesia el dolor pero, a posteriori, genera frustración, sentimientos de culpabilidad, rabia y victimismo, facilitando así una eventual cronicidad que se enmascara muchas veces de rechazo y 105 evitación o como una carga exculpatoria que hay que aceptar y aguantar. Se prepara así el terreno para la aparición de beneficios secundarios que entorpecerán cualquier posibilidad de recuperación. Contra lo que se pueda suponer, nuestros grupos terapéuticos no tienen por finalidad cualquier modalidad de intervención psicoeducativa, como sucede muchas veces en este ámbito clínico. Se trata más bien de ampliar el enfoque terapéutico de carácter reconfirmatorio utilizando para ello recursos y estrategias en red que puedan neutralizar más fácilmente miradas constrictivas. Si la terapia familiar pretende abarcar las esferas individual y familiar, los grupos clínicos inciden más en lo social-cultural. La reconfirmación es, como antes señalábamos, el hilo conductor de nuestra investigación, donde el trabajo terapéutico a nivel familiar incide principalmente, sobre la organización (triangulada y trianguladora) y la mitología (desconfirmante) del universo relacional del psicótico. Siendo la familia, como sistema de pertenecía, crucial para un posible cambio narrativo, los grupos terapéuticos de pacientes y de padres asumen, también ellos, el mismo denominador común. Como tendremos oportunidad de ver detalladamente más adelante, aunque, como es lógico, enfocados y trabajados desde la perspectiva grupal, los valores y creencias, el clima emocional, los rituales, la distancia relacional entre los miembros (la cohesión), etcétera, son variables tenidas muy en cuenta en estas sesiones grupales. La idea inicial fue contar con un equipo terapéutico multidisciplinar (terapeutas familiares, psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, etcétera) que redujera al máximo los focos conflictivos y desconfirmatorios a que estos individuos-familias se ven expuestos, para, a renglón seguido, arroparlos fuertemente, tejiendo conjuntamente un colchón de nutrición relacional sólido, resiliente, que los proteja y les permita, en un futuro, desarrollar mecanismos constructivos y sanos, razonablemente adaptados al contexto social-cultural al cual pertenecen. 8.1. Características y dinámicas del funcionamiento grupal El trabajo con grupos terapéuticos supone, en un primer momento, discutir y diseñar su posible formación y sus dinámicas de funcionamiento. Desde un principio quedó claro que no queríamos imponer muchas reglas, ser estrictos y hacer de esta potentísima herramienta terapéutica un laboratorio de conducta humana, corriendo el riego de adulterar fuertemente nuestro propósito. No pretendíamos perdernos en los medios para conseguir llegar a un fin predeterminado, sino simplificarlos, comprendiendo de qué manera evolucionan, 106 cómo se mantienen y qué posibilidades existirían de introducir posibles cambios que nos condujeran al éxito de un proceso, ya de por sí, complejo y de carácter sensible. Inclinados a comprender la tendencia natural de los sistemas, cómo funcionan en determinados momentos y bajo determinadas circunstancias, nuestra filosofía radica en el intento de implementar minuciosamente pequeños elementos de cambio coherentes con la dirección y el modelo terapéutico previamente pensado. Desde el programa de terapia familiar con psicóticos, inserto en un contexto hospitalario, el primer paso fue comunicar, tanto a padres como a pacientes, la existencia de los grupos respectivos y la posibilidad de asistir, explicándoles los beneficios derivados para ambos subsistemas. Los grupos de pacientes se realizaban dos veces al mes. El de familias una sola vez pero de manera intercalada con el anterior. Venir o no a los grupos no interferiría negativamente con el proceso de terapia familiar ya en curso, sino todo lo contrario. Este punto de esclarecimiento es importantísimo para que las familias y los pacientes entiendan que no se les está imponiendo nada y que, a la inversa, venir a las sesiones grupales implica una responsabilidad individual, de carácter libre. Este apelar a la responsabilidad en la búsqueda de un posible cambio terapéutico es una estrategia fundamental para que la recuperación en la psicosis tenga un sentido. No olvidemos que los beneficios secundarios en los trastornos psicóticos, fuertemente enraizados en los sistemas familiares, son potentísimos y altamente dificultadores de cambios significativos para la recuperación, lo que requiere por parte de los terapeutas un manejo inteligente de los recursos disponibles. Como antes mencionábamos, sentir que una determinada familia se encuentra en el momento propicio para que se le pueda ofrecer otra opción terapéutica paralela, exige una sólida relación de confianza previa equipo-familia, construida durante las primeras sesiones de terapia. Deberá existir una alianza terapéutica con el paciente identificado, negociada con la familia y autorizada por ella. Si el paciente no confía en el equipo terapéutico como aliado incondicional, difícilmente aceptará venir y, lo más importante, de ello puede resultar un obstáculo relevante afectando la terapia familiar ya en curso. Aun así, y en el caso de que el paciente identificado acepte venir, para el grupo ya iniciado puede revelarse un elemento perturbador. Estos grupos son extremadamente sensibles a la entrada y salida de nuevos miembros y a eventuales manifestaciones de desconfianza que puedan manifestarse. Por eso las nuevas incorporaciones exigen un alarde de tacto por parte de los terapeutas. 8.2. Los grupos de pacientes 107 Cuando se crearon estos grupos relacionales no hubo una regla específica con respecto a la edad o al género de los participantes, como tampoco con relación al grado de cronicidad o a los síntomas psicóticos que podrían presentar. Quiere esto decir que, después de haber empezado la terapia familiar, cualquier paciente que lo quisiera, siendo adulto (mayor de 18 años), podría incorporar al grupo: hombres y mujeres, independientemente de su edad y del grado evolutivo de su enfermedad. Hay que hacer constar que esta investigación grupal no ha podido contar, desafortunadamente, con la presencia de mujeres. Sea por factores culturales, sociales, psicológicos o, seguramente, por una compleja relación de todo ello, las mujeres no acudieron a las sesiones de grupo, no existiendo así la posibilidad de añadir esta variable a nuestra investigación clínica. Es verdad que a los servicios de urgencias de psiquiatría llegan mujeres con brotes psicóticos (menos frecuentes que hombres), pero ello no ha comportado su disponibilidad para incorporarse a los grupos. En algún que otro caso han aceptado venir a terapia familiar. Sería interesante hacer un estudio acerca de los factores que determinan dicho comportamiento. Por otra parte, se ha formado desde el inicio un grupo farmacológico liderado por un psiquiatra del equipo, con el objetivo de evaluar y acompañar grupalmente a los pacientes interesados. En el capítulo correspondiente se informa con detalle. Los niños y adolescentes también dispusieron de otro grupo específico. El equipo terapéutico debe mantener una actitud espontanea y natural frente a una formación grupal abierta, y ello requiere una adaptación constante y un esfuerzo para conseguir encontrarse cómodos. Los psicóticos son muy especiales en lo que se refiere a la tolerancia de la inestabilidad, intentando rechazar por cualquier medio el menor indicio de una amenaza a su orden preestablecido. Pero cuando confían y se sienten confirmados por el equipo, aceptan negociar y vienen a probar. Entonces se incorporan al grupo y dejan de venir un poco a su aire, primando la flexibilidad y la permeabilidad. Todo ello es supervisado y trabajado por el equipo, dejándose claro que tiene que existir un compromiso individual hacia el cambio, un importante deseo y unas ganas de superar cualquier momento difícil que se presente. Al igual que cualquiera, los psicóticos empiezan por explorar su nuevo territorio, haciendo algunos intentos por tomar posesión de él para, poco a poco, asimilarlo hasta sentirse confortables. Entonces empiezan a creer en esta nueva herramienta terapéutica como instrumento para su recuperación. Los grupos han contado, en su dinámica de funcionamiento, con determinados temas que ocupaban preferentemente las sesiones: el sexo y el aparejamiento, el amor, las mujeres, las artes, la injusticia social, la 108 discriminación social y laboral que afecta a los enfermos mentales, sus inseguridades a nivel emocional y social, temas de la actualidad (como por ejemplo el terrorismo, el deporte, la política, internet y sus múltiples recursos), miedos y fobias en general, etcétera. Todo ello brotaba del grupo espontáneamente, no habiendo un tema guía preparado anticipadamente para la sesión. Eran los mismos pacientes quienes planteaban el tema y diseñaban su evolución. El cómo se pasaba de un tema a otro tenía solamente que ver con las idiosincrasias del propio grupo y de las circunstancias vividas en esos momentos por los diferentes miembros. Otras veces, temas y actividades eran previamente negociados entre todos, incluyendo al terapeuta, y establecidos para sesiones posteriores: se organizaron talleres de poesía o escritura en prosa con temas de interés grupal, como los sentimientos reprimidos, el noviazgo, la masturbación, las amistades, siendo después invitados por el terapeuta y por los compañeros a leer sus escritos en el grupo; si alguno de los individuos tocaba algún instrumento musical, se les motivaba a venir al grupo y tocar libremente lo que les gustaba, existiendo la posibilidad de enseñar a los demás. Este intercambio grupal pasaba con cualquier otro tipo de actividad que los pacientes hacían por ellos mismo en casa: la pintura, el dibujo, la cocina, la jardinería, la fotografía... Quien trabaja diariamente en este terreno psicopatológico sabe que las relaciones de índole libidinal son un “tema parásito” recurrente. Estos pacientes, al encontrarse con bastantes dificultades para relacionarse con el mundo, disponen de pocas oportunidades para entablar relaciones que les puedan proporcionar algún placer de orden físico, amordazando al máximo sus deseos y recalcando in extremis sus impulsos de carácter sexual, lo que genera siempre gran frustración. En todo caso, la evocación de estos temas frente al grupo no solo provoca malestar. Como podremos imaginar, hablar del emparejamiento, del amor o de cualquier tema relacionado, también brinda la posibilidad de ver lucir en sus pupilas un brillo que contagia de felicidad al terapeuta así como a todos los presentes. Más allá de la recompensa subyacente, estos momentos en el grupo son tremendamente terapéuticos, motor de esperanza y de expectativas de futuro. A su vez, el hecho de que no estuviera presente ninguna mujer en las sesiones ha contribuido, seguramente, a que se sintieran menos presionados y avergonzados, pudiendo así expresarse libremente acerca de todos estos temas tabú. Estos y otros temas relacionados fueron, sin lugar a dudas, la tendencia central de estos grupos, habiendo por parte del terapeuta el cuidado de reconducir hábilmente las sesiones a otros asuntos también necesarios, como hacerles pensar que todo este universo afectivo-relacional deficitario parte de un mismo denominador: la acomodada situación de dependencia en que viven con 109 sus familias de origen. Correlacionar esta falta de autonomía con la impotencia para hacer sus vidas y tener relaciones personales más fructíferas; insistir en que la actividad laboral juega un papel fundamental, permitiendo la emergencia de espacios donde, de modo natural, brotan oportunidades de relación. Todo ello, oportunamente interrelacionado, crea la satisfactoria realidad de hacer verosímil que puedan dirigir sus vidas de manera más independiente. Es crucial introducir este nuevo sentir, esta responsabilidad en torno al laberinto en que viven y que les impide llegar a lo que más desean y, a la vez, a lo que más reprimen y les hace sufrir: si no trabajan y viven de las rentas de su paga o de la perversa generosidad familiar, será más difícil conocer a alguien que pueda, verdaderamente, interesarse íntima, afectiva y auténticamente por ellos. Que puedan llegar un día a sentirse arropados amorosamente por alguien, en cierta medida, también depende de ellos, del esfuerzo y del trabajo que hagan para romper dicho ciclo perverso. No hay que olvidar que tener una actividad laboral remunerada, aunque sea de algunas horas al día, constituye otro de los importantes requisitos para avanzar hacia una recuperación de la psicosis. Es importante debatir toda esta dinámica socio-cultural dentro de los grupos. Deconstruir y deshacer las pautas perversas instauradas en los sistema familiares reabre esperanzas en el hacer de sus vidas, posibilitando nuevas lecturas. Los temas, la dinámica y la praxis de estas sesiones de grupos tenían, como comentábamos anteriormente, un claro objetivo: ir al encuentro de la persona de los pacientes. Hacerles sentir que existe un espacio donde pueden SER únicos, gente importante, combatiendo gradualmente el sentimiento de inexistencia que, de entrada, ya poseían. Que sea en el espacio grupal donde puedan expresar todos los deseos frustrados, lo que les interesa, las dudas y angustias, las rutinas y los sueños; y que lo puedan hacer libremente, sintiendo que allí se les valora y se les reconoce. En consecuencia, un sentimiento de valoración personal se instaura paulatinamente, haciendo que la confianza en sí mismos se vaya ganando poco a poco. No solo que se sientan importantes si no que lo que piensan y lo que hacen tiene un sentido y un interés para los demás. El otro en el grupo es, en definitiva, un espejo-espectador cómplice que otorga validez. La experiencia ha demostrado que la paciencia (asociada a la variable tiempo) y la persistencia por parte del equipo; los temas tratados en los grupos y la consecuente motivación instigada por y para ello; el hacer a los pacientes responsables de su proprio proceso terapéutico; todo ello encuadrado en un mensaje de reconfirmación continuo, permite que los grupos puedan fluir y encontrar su proprio dinamismo y equilibrio, desarrollando estrategias y recursos propios para que la motivación de pertenencia, el deseo y la necesidad de 110 compartir sean la base para un futuro nicho relacional solido. 8.3. Los grupos de familiares Cuando se comunicaba a las familias la existencia de estos grupos familiares, quedaba claro que no necesariamente tendrían que acudir los dos progenitores a la vez, aunque esa sería la condición por excelencia. De carácter libre y de responsabilidad individual, podrían alternar y venir el uno o el otro a cada sesión respectivamente. Estas tenían lugar una vez al mes. En el caso de que hubiera algún(os) miembro(s) de la familia extensa (una abuela, un tío, una prima) desempeñando un rol importante, participando significativamente en la dinámica familiar, era también invitado/a al grupo. Sin la presencia de los hijos en este novedoso contexto relacional, la idea de compartir sus vidas con sus iguales es, de por sí, bastante terapéutica. Raras son las veces (para no decir nunca) que estos familiares han tenido antes la oportunidad de expresar libremente lo que sienten, lo que piensan y lo que hacen/hicieron con respecto a este capítulo tan especial de sus vidas. Igual que lo que sucedía con los grupos de pacientes, no disponíamos de ningún guion predefinido para estas sesiones. Lo único que pretendíamos era que el tema de las mismas no girara alrededor de sus hijos y de los problemas con ellos, puesto que para eso ya existía el espacio de terapia familiar. Intentábamos que el contenido de estos encuentros fuera lo personal, que pudieran expresarse íntimamente acerca de sus vidas: como individuos, como padres, como cónyuges, trabajadores, amigos, miembros de alguna comunidad, aficionados a algo, etcétera. En definitiva, se trata de un espacio relacional cuyo objetivo es darse cuenta y valorar su existencia como persona, independientemente de su rol como padres o cuidadores de alguien enfermo; entablar nuevas relaciones y con ello sacar peso de la carga emocional que llevan con respecto a la enfermedad de sus hijos, “refrescando” su pesada y dura monotonía cotidiana; introducir temáticas y abrir debates con asuntos desconocidos o novedosos, lo que sirva de motor para el resurgir de nuevos esquemas y nuevas lecturas, que posibilite un trabajo latente acerca de la mitología y la organización de un sistema familiar del cual forman parte y de un suprasistema en el que inevitablemente se insertan, la sociedad. Es difícil instaurar pautas de comunicación diferentes a las que están de sobras acostumbrados, en las cuales se sienten cómodos y resguardados. Por regla general, cuando hablan de ellos como personas, tienden a meter a sus hijos por medio, no constituyendo estas sesiones una excepción. Para el terapeuta fue muy complicado romper con esta dinámica. Por excusa, 111 incomprensión, mecanismo exculpatorio adquirido, reduccionismo, costumbre, egoísmo o incapacidad, los hijos son siempre el impedimento y el “cáncer” de sus vidas, un virus letal que mina todo. Hablan de ellos con un tono victimista. Acostumbrados a aceptar la carga que les fue impuesta por Dios o por la naturaleza, sienten que no está en sus manos una posible rehabilitación de sus hijos y que esta, posiblemente, no existe. (Estas dos “causas” son generalmente las explicaciones más frecuentes de las familias con pacientes psicóticos. Notemos que la idea de una transmisión hereditaria de la psicosis es también corroborada por la ideología biologicista). Las temáticas eran abiertas y, de entrada, se dejaba al grupo decidir cuál sería el camino a seguir en la sesión. Pero, casi fatalmente, volvían a la carga con sus hijos. El resultado fue tener un terapeuta mucho más intervencionista, haciendo maniobras para redirigir las sesiones hacia una órbita más personal: lo amoroso y el espacio conyugal, las rutinas cotidianas y la división de tareas, el trabajo, las amistades, los intereses y aficiones de cada uno por ejemplo. Otras veces se intentaba profundizar un poco más en temáticas de historia personal, familiar o de pareja. Son momentos que ofrecen posibilidades más catárticas, donde salen frustraciones, traumas y sentimientos más íntimos. Cuando se abordan temáticas más personales en las sesiones grupales, la presencia de los demás amplifica, condensa y dificulta la expresión, llevando a veces a situaciones de incomodidad. Las familias, siendo sistemas homeostáticos por excelencia, tienden a cerrarse como castillos del Medievo. Son océanos donde es necesario navegar con cautela, donde el terapeuta tiene que cuidar a quienes se exponen en demasía, interponiendo fronteras con lo grupal y otorgando al espacio de terapia familiar su función más intimista. Por otra parte, en ciertas ocasiones, se aprovechaba para introducir el tema de los beneficios secundarios, abriendo el debate, provocando cuestionamiento, reflexión y duda. A ser posible, siempre conectábamos este tema con el ámbito laboral de los hijos y la implicación que esto tiene con la independencia y la valoración personal del paciente. Esta temática cuando es trabajada y expuesta en las sesiones, cuestiona a su vez la dependencia que ellos, padres, tienen con relación al paciente, confirmando, por si hubiera dudas, la importante función de la psicosis en la dinámica de estas familias. Recordemos que nuestra intención no era hacer de estas sesiones grupales un espacio de intervención psico-educacional o hablar de las “emociones expresadas” (E.E.). Lo primero significaría aceptar la condición de “enfermo” (instruyendo a familiares y pacientes a reconocer síntomas prodrómicos o a saber actuar dentro del espectro de los síntomas positivos y negativos), lo que es diferente de nuestro modelo de intervención: deconstruir ese elemento conceptual (la enfermedad y sus implicaciones fisiológicas), y redefinirlo desde 112 un otro paradigma más existencial (¡software versus hardware!). Por otra parte, expresar emociones es crucial y conveniente en estas familias. La confirmación y valoración del otro, como hemos repetido muchas veces, es imprescindible en estos procesos. Generalmente estas familias acudían a las sesiones grupales (o al espacio de terapia familiar) totalmente confundidas, con dudas sobre si podrían o no expresar sus emociones. Habían escuchado, o alguien les había dicho, que no era conveniente expresar lo que sienten por sus hijos. La confusión en este terreno obstaculiza nuestro modelo terapéutico —la reconfirmación—, y por ello sentíamos necesario deshacer tamaño malentendido relacional: las emociones positivas y confirmatorias son el elixir del amor. Expresarlas a quien realmente amamos es tan importante como el agua que bebemos. Las relaciones humanas se nutren de la expresión del afecto, por lo que cuando estamos privados de ello, enfermamos. Lo erróneo está en el «cómo» y en el «qué» expresados. A un hijo psicótico deberíamos evitar manifestarle emociones negativas con alto grado de intensidad y de manera descontrolada. Menos aún hacerles sentir desconfirmados o poco valorados por lo que son, por lo que hacen, lo que sienten y lo que piensan. Saber trasmitir (el “cómo”) sentimientos negativos (el “qué”) es fundamental en estos casos. El rechazo, la hostilidad, el criticismo, la rabia, el rencor o la culpa, cuando son trabajadas dentro del sistema familiar (sea dentro del espacio de terapia familiar o en el espacio grupal), asumen una función terapéutica crucial. Es cierto que estos padres-individuos deben sentir y tener otras necesidades. Si pensamos que sus vidas se reducen a la enfermedad de sus hijos, no estamos lejos de entender que los restantes espacios sociales, relacionales y emocionales son escasos y están muy empobrecidos. Y eso no es solo una consecuencia, sino tambien una causa que probablemente instiga a la perpetuación de una relación paternofilial fallida y perversa. Es lógico que, dentro de un océano difícil y sufrido, existen ganancias y beneficios para todos; romperlos a estas alturas dependerá mucho más de la introducción de nuevos constructos relacionales en nuevos espacios y dinámicas que de una simple aproximación psico-educativa. Otros datos curiosos y relevantes de esta investigación con grupos fue verificar que la asistencia de los familiares dependía mucho de cómo evolucionaba el proceso en terapia familiar. A su vez, el género (si se trataba de un padre o de una madre) también pareció jugar un papel importante en la participación y frecuencia presencial en las sesiones grupales. Cuando, por ejemplo, en terapia familiar se cuestionaba mucho a un padre y este salía más “tocado” de la sesión, por regla general, durante un tiempo dejaba de venir a los grupos. Una madre en la misma circunstancia no presentaba el mismo comportamiento. A su vez, una madre más distante y fría en términos relacionales, casi desinteresada de las sesiones grupales, cuando era valorada y 113 contenida en sesión de terapia familiar, acudía al grupo. Un padre, bajo las mismas condiciones, mantendría su ausencia. Estos movimientos típicos han tenido un verdadero impacto en las sesiones grupales, no solo con respecto a la asistencia sino en el trascurrir de la sesión grupal y familiar. Sin lugar a duda, el contenido y el substrato de los diferentes espacios terapéuticos (grupal o familiar) se influían mutuamente. Lo mismo pasaba también con respecto al grupo de pacientes. Una vez más, compete al equipo gestionar y delinear muy bien dónde y cómo abordar todo ello: las temáticas, las ausencias o presencias, etcétera. 8.4. El terapeuta El terapeuta, durante las sesiones de grupo, funciona como catalizador y facilitador de todo el proceso, estando atento a los temas y a las dinámicas que se dan dentro del mismo. Siente cuál es el lenguaje analógico presente, cómo se contextualizan los mensajes circulantes, cómo se dan las relaciones dentro del grupo y cuál es el rol que desempeña cada uno en él. Es importante que todos puedan expresar su opinión dentro de un orden que brota, naturalmente, del grupo, o que por lo menos exista dicha oportunidad. Hay que estar bastante atento a este flujo comunicativo. Tal como un periodista-mediador en un debate abierto, hay que controlar los tiempos de los diferentes intervinientes así como el hilo conductor de los temas en tratados. Lo que prima es la naturalidad de su presencia y la cercanía respetuosa de su rol. Es importante no presentarse, delante de la mirada de los demás, como un experto que controla e impone, que sabe y detenta la razón. No olvidemos, por ejemplo, que en sus familias de origen los pacientes viven una experiencia similar, sufriendo a menudo todo ese poderío aplastante: alguien que los controla y exige en demasía; padres que lo saben todo expresando continuamente mensajes de índole autoritario y poco valorativo; distancia emocional en las relaciones con sus hijos, entre otros. En una sesión de grupo familiar, un descuido del terapeuta puede llevar a una escalada simétrica o a una competición, manifiesta o latente, lo que es bastante desaconsejable. La permeabilidad, flexibilidad y empatía del terapeuta, su curiosidad, interés y accesibilidad como persona, a la vez que su espontánea humildad, crean una imagen más realista, de alguien que, a fin de cuentas, tampoco sabe de todo y, seguramente, tiene también en su vida sus puntos débiles. Esto no quita que, por encima de todo, lo vean como el terapeuta y se deba hacer respectar por ello. Es él quien tiene la última palabra y guía al grupo. Una cosa no invalida la otra aunque, muchas veces, en nuestra profesión exista una dificultad añadida para regular el punto de equilibrio entre estos dos platos de la balanza. En los 114 grupos terapéuticos el manejo de esta variable es sumamente importante a la hora de ganarse al grupo y a sus diferentes miembros. 8.5. El contexto Las sesiones con pacientes psicóticos no siempre tienen que tener lugar en el contexto hospitalario. Descontextualizarlas de un entorno que siempre reitera su rol de enfermo puede ser muy útil. La sociedad y el entorno médico no ayudan a que esto se dé de manera espontanea y natural, por el contrario, generan rótulos y miradas constrictivas. Cuando sea posible, puntualmente, el terapeuta puede hacer este tipo de reuniones en la terraza de un café, en un parquejardín o en cualquier otro tipo de entorno (siempre y cuando se reúnan las condiciones esenciales para que se pueda hablar y escuchar) que conduzca a experimentar por parte de los individuos una normalidad y una integración en circunstancias cotidianas. Es evidente que, para hacer este tipo de sesiones en espacios públicos, el terapeuta ha de construir previamente una relación de confianza con el grupo, donde primen la solidez del vínculo terapéutico; que el grupo se encuentre en un momento propicio a ello, siendo permeable a esta redefinición. Es un proceso laborioso, pero posible con el tiempo. Hablar de cualquier tema que les interesa, en contextos perfectamente comunes, facilita fuertemente la asimilación y la emergencia de una nueva mitología grupal, siendo que la preexistente, previamente trabajada en el protegido entorno hospitalario, regula y despierta mecanismos adaptativos que se encontraban atrofiados. A raíz de ello, es también posible introducir nuevos elementos en la organización, cuya individualización y responsabilidad de cara al cambio de sus vidas representa una realidad muy presente. Sin embargo, las sesiones con los grupos familiaresen contextos similares no son muy aconsejables, y encontraremos además una implícita resistencia. Estos familiares necesitan tener su «espacio de fuga». Acostumbrados a una segregación relacional importante, sintiéndose estigmatizados y marginalizados, se sienten más expuestos si tienen que abordar determinadas temáticas en contextos públicos, donde esa especie de síndrome de «bicho-raro» puede ser reforzado. Por otra parte, necesitan seguramente el sello hospitalario para confirmar su rol de padres-victimas. En términos conclusivos, podemos constatar cómo, progresivamente, los temas abordados en las sesiones, el cómo se trabajan y el contexto donde dicho trabajo tiene lugar, asumen un profundo impacto tanto a nivel de la mitología como en la organización de un sistema más personal. Estos, en permanente diálogo con los supra-sistemas familiares (trabajados en terapia familiar), permiten una modelación propia, de carácter confirmante, haciendo el puente y 115 abriendo camino hacia una intrínseca negociación a nivel de la identidad. Si esta, poco a poco, se va nutriendo en su máximo espectro relacional, el paciente consigue vislumbrar una identidad alternativa más sana abdicando de la otra hipertrofiada. Los familiares consiguen, a su vez, dibujar otras posibilidades de relación con sus hijos, cuestionando y reajustando positivamente su rol. El sentir, el pensar y el hacer son, como siempre hemos reiterado y defendido, el eje central de nuestra condición. Si la patología existe, significa que algo en este eje funciona de manera anómala. Sentir y pensar que somos importantes para alguien, que lo que hacemos tiene un valor y un especial interés para aquellos que amamos es, sin duda alguna, el hilo de nutrición primordial que forja nuestra personalidad madura y sana. 116 9.1. Introducción La medicación antipsicótica ocupa un lugar central en el tratamiento de la esquizofrenia y los trastornos psicóticos en general. Evidencias científicas e históricas avalan su uso, aunque, como es también el caso de la quimioterapia en el tratamiento del cáncer, no pueden ser considerados tratamientos curativos ni están exentos de riesgos. En el transcurso de las últimas décadas, se han puesto en marcha diferentes programas psicoeducativos que complementan las pautas farmacológicas, dirigidos principalmente a las familias de los pacientes, excluyendo a éstos en muchas ocasiones. En este capítulo se propone una aproximación diferente, donde diálogo e intercambio de información se sitúan en primer plano dentro de la prescripción farmacológica. La familia deja de ser la única supervisora del cumplimiento, persiguiéndose la co-responsabilización y el fin del rol pasivo (o incumplidor) del paciente. Las esquizofrenias y los trastornos psicóticos en general constituyen el ámbito de la Psiquiatría donde los psicofármacos ocupan más claramente un lugar preeminente. 117 Si en otros ámbitos psiquiátricos reivindicados por la visión biológica, como puedan ser los trastornos afectivos o los ansiosos (por citar los más prevalentes), la combinación de abordajes psicofarmacológicos y psicoterapéuticos va siendo aceptada, no ocurre tan fácilmente en el caso de los trastornos psicóticos. Existen diversas causas históricas y contemporáneas que lo justifican. Desde KRAEPELIN (1883) y su clasificación de los trastornos mentales hasta la aparición de los primeros psicofármacos (con los antipsicóticos como la clorpromacina en lugar destacado), el mito de la incurabilidad de los trastornos psicóticos se ha mantenido. El descubrimiento de los primeros antipsicóticos (o neurolépticos) supuso un cambio radical en las prácticas psiquiátricas, pasándose del nihilismo terapéutico al uso indiscriminado de estos nuevos agentes terapéuticos, que conllevaban severos efectos secundarios y limitaciones. Ante la evidencia de unas enfermedades de evolución crónica que cursaban en brotes o episodios, surgió rápidamente la necesidad de mantener la administración de estos nuevos fármacos largos períodos de tiempo, cuando no toda la vida del paciente. Con el transcurso de los años se constató que los efectos de estas medicaciones no eran inocuos y aparecen alertas desde la propia industria farmacéutica y la administración sanitaria, referentes al uso de algunos de estos psicofármacos. El mero reconocimiento de la no especificidad de los primeros antipsicóticos, con un bloqueo masivo de receptores dopaminérgicos y la consiguiente neuroleptización del sujeto, ya lo ponía de manifiesto. La respuesta desde la Psicofarmacología fue la aparición de los nuevos antipsicóticos (no neurolépticos), de segunda generación, aparentemente mejor tolerados y que facilitan los discursos psicoeducativos de adherencia a la medicación de forma crónica. Un segundo mito (aceptado por la mayor parte de la comunidad psiquiátrica) en torno al defecto provocado por el brote esquizofrénico y su necesidad de prevenirlo a toda costa, avala estas tesis. La idea de que las recaídas empeoran el pronóstico (aunque sin la certeza de que se vayan a producir) tiene una consecuencia clara como es la indicación de tratamientos indefinidos. No existe unanimidad en las publicaciones científicas sobre la necesidad del tratamiento continuado con antipsicóticos como única forma eficaz de prevención (FENTON, 1987; JABLENSKY, 2008; HARROW, 2012). Es evidente que son necesarias muchas pruebas que avalen este cuestionamiento para que puedan suponer un cambio cualitativo en la praxis psiquiátrica tradicional. Sin embargo, y de forma paulatina, van apareciendo otras investigaciones desde ópticas diferentes que iluminan este oscuro territorio. Los ya clásicos estudios de LEFF (1980, 1981, 1987) sobre la emoción expresada situaban la 118 justificación de las recaídas psicóticas lejos del recurso simplista al abandono o mal cumplimiento de la medicación (sin querer desmerecer la importancia de tales hechos, en ocasiones relacionados con factores externos, no simplemente la falta de conciencia de enfermedad, como clásicamente se postulaba). El criticismo y la hostilidad dentro de la familia se revelan como factores destacados en las recaídas, junto con otros factores ambientales que difícilmente podemos manejar con psicofármacos. Numerosas revisiones y metaanálisis avalan hoy día esta asociación (KAVANAGH, 1992; BEBBINGTON, 1994; BUTZLAFF, 1998; PHAROAH, 2003). Parece evidente que el control de la expresividad emocional y los fármacos tendrían efectos independientes pero sinérgicos en la prevención de recidivas (BEBBINGTON, 1994) Posteriormente, en territorios del norte de Europa algo recónditos (la Laponia finlandesa) se pusieron en marcha programas de atención integral precoz en situaciones de riesgo prepsicótico, obteniéndose unos resultados espectaculares. SEIKKULA y cols. (2003) han sido capaces de mostrar cómo intervenciones psicosociales intensivas pueden sustituir a nuestro arsenal de antipsicóticos de primera y segunda generación, aunque para muchos psiquiatras pueda ser un sacrilegio. Es cierto que estos resultados pueden englobarse en una especie de estudio-piloto, difícilmente extrapolable a otros lugares hiperpoblados del mundo, con muchos menos recursos que el estado finés, pero progresivamente se incrementa el interés por estas situaciones de riesgo en edades tempranas y por la implementación de programas de prevención. Una propuesta también interesante y cercana a nuestros postulados es la de HOGARTY (2002) y su terapia personal en la esquizofrenia, que pretende ser no solo una psicoterapia individual (con alguna actividad grupal) sino que integra la farmacoterapia y tiene un componente de case management o gestión de caso centrado en las necesidades básicas del sujeto. HOGARTY plantea un tratamiento a largo plazo (como también es nuestro caso) con varios requisitos de partida: la integración de tratamientos psicosociales y farmacológicos; la necesidad de abordar de forma simultánea necesidades psicológicas y materiales y, por último, el establecimiento de una alianza terapéutica basada en la colaboración. Con todos estos mimbres nos pareció oportuno diseñar un cesto diferente donde tuvieran cabida la medicación y otras “cosas” en el trabajo cotidiano con personas afectadas por un trastorno psicótico. Puede parecer psicoeducación, pero pensamos que va más allá. Compartir en grupo los diferentes tratamientos, sus efectos secundarios, las formas de afrontarlos, criticarlos, rechazarlos, entenderlos, justificarlos y valorarlos, son todos actos que permiten al sujeto situarse como algo más que elemento pasivo receptor de los efectos de unos medicamentos. 119 9.2. El modelo del Hospital de San Pablo “La medicación como muleta o elemento auxiliar que ayuda a volver a caminar”. Esta es una frase que hemos repetido innumerables veces a nuestros pacientes y a sus familias. La imagen de la muleta siempre nos ha parecido facilitadora e inclusiva, aunque deja abierto el momento en que se pueda volver a caminar sin ella. Curiosamente, ésta no ha sido una pregunta que nos hayamos encontrado con frecuencia. Puede ser que el discurso psiquiátrico convencional haya dejado una huella demasiado profunda y la posible retirada o supresión de la medicación antipsicótica no despierta excesivo interés salvo en casos concretos. ¿Qué medicación es ésta de la que hablamos con nuestros pacientes? Realmente no es lo mismo si estamos hablando del uso puntual de fármacos ansiolíticos, del uso algo más prolongado de antidepresivos o del uso/abuso indefinido de fármacos antipsicóticos. Tampoco dentro de este último grupo resultan comparables los antipsicóticos de primera generación (también llamados neurolépticos por sus efectos a nivel neurológico, indeseados pero a veces buscados) con los atípicos o de segunda generación (mucho mejor tolerados aunque más caros). En realidad pertenecerían a dos categorías diversas: ansiolíticos y antidepresivos tienen un significado propio en la mitología de nuestros pacientes, mientras que los antipsicóticos se sitúan muy alejados y con unas connotaciones muy diferentes. Los primeros (ansiolíticos y antidepresivos) son fácilmente aceptados por varios motivos: en primer lugar, la ausencia de efectos secundarios destacables, combinada con un cierto efecto “placentero” que algunas personas pueden sentir o buscar con ellos; por otro lado, la popularización de su uso y consumo (se sitúan entre los fármacos más consumidos a nivel mundial, junto a protectores gástricos y analgésicos varios) los “humaniza” y permite al paciente psicótico sentirse uno más. No ocurre lo mismo con los antipsicóticos, mucho menos consumidos, con inevitables efectos secundarios y una vinculación estrecha con la clásica y temida imagen de la locura. Desmontar algunos de estos mitos (muchos de ellos literarios o cinematográficos) forma parte de nuestro modelo de intervención. Hemos hablado de ellos y de sus mecanismos de acción a un nivel que fuera entendible y que incluso pudiera despertar curiosidad en los pacientes. Pensamos que éste es un primer paso en el intento de establecer una relación funcional con la medicación: “sentir curiosidad por aquello que estamos tomando o que nos han recetado”. No pretendemos que se conviertan en 120 especialistas o expertos en psicofarmacología a través de internet, sino que se aproximen a los psicofármacos sin prejuicios o falsas informaciones. 9.3. Manejo individual de la medicación antipsicótica Realizamos entrevistas individuales, coordinadas de una manera u otra con la terapia familiar. Siempre que se podía se citaba al paciente para una entrevista de control de la medicación antes o después de su asistencia a una sesión de terapia familiar. Una primera reflexión sobre este punto sería la progresiva menor necesidad de supervisión farmacológica individual, facilitada claramente por el abordaje grupal que se describirá a continuación. Realmente quedan pocos aspectos que no se puedan abordar en grupo. En todos los casos se procuró trabajar la derivación y las correspondientes relaciones con otros dispositivos asistenciales. Las situaciones en principio más «fáciles» fueron las de aquellas personas que no estaban siguiendo controles en otros centros o con otros profesionales por motivos diversos y que habían sido derivadas desde los espacios familiares, integrando el manejo de la medicación como un elemento más del tratamiento. Sin embargo en algunas ocasiones esos motivos diversos tenían que ver con problemas relativos a la medicación, si no directamente con el rechazo de la misma. En aquellos casos donde existían otros profesionales o centros interviniendo, mantuvimos una actitud respetuosa ofreciendo a las familias y a las personas afectadas la posibilidad de una valoración o seguimiento individual de la medicación, aunque la última palabra fuera de ellos. Intentamos coordinarnos con los profesionales implicados cuando el paciente decidió cambiar. Revisando nuestra casuística, se constata una mejor evolución de los pacientes integrados en el programa completo de atención (incluidos grupos de medicación), frente a otros pacientes únicamente en atención familiar o en grupo de medicación (poco frecuente pero que se ha podido dar cuando algún paciente ha rechazado ser atendido con su familia de forma inflexible). Intentamos (y recomendamos) no caer en reduccionismos simplistas de rebajar las dosis a toda costa. El diálogo abierto con el paciente resulta imprescindible a la hora de tomar decisiones en un sentido u otro. Es cierto que el concepto de “dosis mínima necesaria” es una variable que hemos manejado y que pensamos debe encabezar cualquier plan terapéutico psicofarmacológico a largo plazo. En casi todas las situaciones, la determinación de esta dosis mínima necesaria suele responder a pautas de uso establecidas por consenso o por la experiencia clínica y no basadas en evidencias científicas. Esta realidad debe guiar la búsqueda de dicha dosis mínima, que permita reducir al máximo los 121 potenciales efectos adversos a largo plazo. La opción del rechazo a tomar la medicación fue poco frecuente, pero cuando se dio, fue aceptada por el equipo terapéutico que intentó mantener una buena relación y un trabajo activo con la familia, para dejar abierta la posibilidad de reconsiderar esa decisión si en el futuro aparecían dificultades. El engaño o la mentira respecto al cumplimiento con la medicación solo aparecieron en uno de nuestros pacientes, que se analiza en el apartado individual y, aunque pueda considerarse anecdótico, no deja de reflejar un cierto fracaso del programa en este caso. Probablemente aspectos narcisistas del paciente jugaron un papel determinante. 9.4. Grupos centrados en la medicación Como complemento de un programa de abordaje psicoterapéutico de las psicosis, centrado fundamentalmente en la terapia familiar, se crearon unos espacios grupales de frecuencia semanal y con diferentes funcionamientos y objetivos. En los cuatro grupos que correspondían a un mes, la situación era la siguiente: Semanas A y C, grupos relacionales de pacientes; semana B, grupo de familiares (sin pacientes); semana D, grupo de pacientes centrado en la medicación. Este último es el que se aborda en este capítulo. Los pacientes eran invitados a asistir y participar en el grupo centrado en la medicación para plantear cualquier problema que tuvieran relacionado con dicho tema y escuchar las explicaciones que el psiquiatra monitor del grupo (y, por supuesto, miembro del equipo responsable del programa psicoterapéutico) les diera, en una atmósfera de diálogo permanente. El diseño de los grupos centrados en la medicación era abierto, con entrada y salida de participantes aunque se mantuvo un elevado índice de fidelidad por parte de un grupo de 7 personas que prorrogaron su asistencia más de 2 años. Hemos querido dividir el contenido de los temas tratados en el grupo en diferentes apartados, aunque no se hayan realizado sesiones dedicadas en exclusiva a ellos, habiendo sido tratados de forma aleatoria y en función del interés de los participantes. 1. PSICOEDUCACIÓN CIRCULAR Y “EMOCIONAL” Nuestra propuesta incorpora algunas sesiones dedicadas al conocimiento de los fármacos antipsicóticos, sus mecanismos de acción, sus efectos deseados e indeseados, los riesgos asociados a su toma, sus dosificaciones y equivalencias e incluso su justificación histórica. Ahora bien, toda esta información se pretende que “circule” dentro del grupo de pacientes, que pueda despertar inquietudes y 122 curiosidad generando algo nuevo frente al rol pasivo de receptores de medicamentos (o su versión rebelde de rechazo abierto y frontal a cualquier psicofármaco). Ese algo nuevo debe contemplar aspectos emocionales, cómo se sienten o cómo se dejan de sentir tomando la medicación, legitimando su dolor por lo vivido y por las limitaciones del futuro (o de la medicación), transmitiendo confianza. Un punto muy delicado ha sido el de las posibles limitaciones futuras mediadas por la medicación. Hemos preferido centrarnos en el aquí y el ahora, por lo que escuchamos atentamente aquellas quejas que hacían referencia al tratamiento, transmitiendo seguridad y confianza en que no tendrían que tomar antipsicóticos siempre. En este sentido, fue útil la metáfora de las muletas, como decíamos antes: podrían dejar de usarlas cuando tuvieran otros puntos apoyo: pareja, trabajo, etc. 2. ADHERENCIA/CUMPLIMIENTO Aunque puedan considerarse parte nuclear de cualquier psicoeducación, preferimos separarla no solo a nivel teórico sino también dentro de los grupos de medicación. En realidad remiten a la relación terapéutica y al grado de confianza en el terapeuta/psiquiatra prescriptor. Sabemos que, en general, las cifras de mal cumplimiento son muy elevadas, y una primera pregunta que nos hacemos y les hacemos es: ¿realmente tomáis de manera regular estos medicamentos con todos los efectos secundarios que aparecen en sus prospectos? Las respuestas suelen ser variadas, en diferentes direcciones y con tonalidades de sinceridad también diversas. Puede resultar gracioso asistir a las disquisiciones de un grupo de terapeutas valorando la falta de respuesta a un medicamento, cuando la primera y más frecuente razón sería que el paciente, por diversos motivos, no se lo tomaba. Después es fácil adoptar la actitud policial-persecutoria, “debemos conseguir y asegurar que se lo tome”. Pero poco a poco se va aceptando la realidad y cambiando algunas de las preguntas: ¿qué tendríamos que hacer o decir para que el sujeto confíe en nuestros conocimientos y acabe tomándose lo que le prescribimos? 3. SOCIABILIDAD Relaciones sociales y medicación psicotrópica nunca han sido una buena pareja de baile. Los nuevos antipsicóticos han cambiado un poco la situación, aunque tampoco son los mejores facilitadores de contactos sociales, como la industria farmacéutica ha querido vender (a base de comparaciones con fármacos algo más antiguos y potentes inhibidores de cualquier iniciativa de 123 interacción social). La sintomatología negativa (abulia, alogia, apatía) presente en muchos pacientes, puede quedar sobredimensionada por situaciones de aislamiento, rechazo, hipermedicación, falta de estímulos, etc. El caso de uno de los participantes en el programa, que pudo disfrutar de una pasión soñada, como es el vuelo con ultraligeros, en gran medida gracias a la medicación, sería paradigmático. 4. SEXUALIDAD Este es un tema especialmente sensible y que aparece de forma recurrente en las sesiones grupales, preferentemente en forma de queja. ¿Cómo abordarlo sin que se produzca una revolución o un mar de protestas en contra de la medicación? Pues directamente y sin rodeos, preguntándoles por su vida sexual (o su novida sexual) y las dificultades que presentan. Requiere de todo un proceso previo donde la confianza mutua haya crecido si no queremos encontrarnos con las diferentes tonalidades de (in)sinceridad de las que ya hablamos en el caso de la adherencia. Curiosamente las respuestas no suelen ir en la línea de la descalificación de la medicación sino en las dificultades personales para encontrar pareja (lo que nos remite al apartado anterior de la sociabilidad). Estamos ante personas (mayoritariamente hombres) frágiles e inseguras, que desearían encontrar a alguien pero no tienen ni la más remota idea del camino a seguir. Se tratará de elaborar estrategias, utilizar ejemplos y proponer alternativas frente al fracaso o el rechazo. 5. FUNCIONAMIENTO COGNITIVO La dimensión cognitiva ha vuelto a considerarse en los últimos años como un aspecto central o nuclear de los trastornos psicóticos, algo ya presente en las primeras definiciones de KRAEPELIN o BLEULER. Hoy día encontramos autores que defienden que la esquizofrenia es un trastorno esencialmente cognitivo, con especial énfasis en mejorar dichos aspectos cognitivos mediante rehabilitación y los nuevos antipsicóticos (que supuestamente tendrían efectos beneficiosos a este nivel). Mientras que clásicamente se ha señalado que las áreas más afectadas eran la atención, la memoria y las funciones ejecutivas (FLASHMAN LA et al., 2004; BILDER RM et al., 2000; HEINRICHS RW. et al, 2005; HILL SK et al., 2002) numerosos estudios evidencian también alteraciones en otros dominios cognitivos, habiendo incluso autores que han propuesto hasta 4 subtipos de 124 perfiles neurocognitivos en pacientes con esquizofrenia (RANGEL A. et al., 2015). Nuestra propuesta en este ámbito ha sido la de facilitar la discusión crítica de temas diversos, combinada con el manejo cuidadoso de la medicación fomentando esas áreas centrales que son presas fáciles del aislamiento y la (auto)marginación. ¿Existe realmente la anosognosia en estos cuadros? Posiblemente no, pero a la mayoría de los pacientes le gustaría tenerla. Realmente no hablamos de la esquizofrenia o la psicosis como eje central de ninguna sesión, ¿hacía falta? Ellos no lo pidieron, aunque el mensaje explícito cuando se comenzaron los grupos fue que se podía hablar de todo, sin cortapisas. Pensamos que se puede abordar el manejo de la medicación sin necesidad de ponerle un nombre al trastorno o enfermedad subyacente, algo así como centrarse en el manejo de la insulina y las glucemias sin necesidad de hablar de la diabetes. En muchos pacientes jóvenes diabéticos hay un rechazo explícito a la enfermedad y sus limitaciones sin que la psicoeducación pura y dura logre mejorar el cumplimiento. 6. DROGAS Alternativa al déficit hedónico. Tema recurrente, sobre todo en personas más jóvenes, que llegan a defender de forma vigorosa sus virtudes, principalmente en el caso del cannabis o hachís. No suele ocurrir igual con el resto de tóxicos, exceptuando quizás la cocaína o el alcohol, aunque la defensa o argumentación que dan sea bastante más débil. Nuestra posición en este punto no puede dejar de contemplar los riesgos de potenciales interacciones fármacos-drogas, informando de las mismas de la manera más clara posible. Resulta tentador el uso dramático de estos riesgos para conseguir la abstinencia de tóxicos, pero el riesgo más evidente es que la balanza se decante hacia el lado del incumplimiento farmacológico. Siguiendo criterios economicistas nos parece más rentable negociar la reducción (o marcar unas líneas rojas que no se deben traspasar) del consumo de tóxicos que enarbolar la bandera de la abstinencia radical. Si realmente pudiéramos o supiéramos paliarles ese déficit en el disfrute y capacidad de experimentar sensaciones, entonces nuestro margen de maniobra en las negociaciones sería mucho mayor. 7. RECAÍDAS Eje central de nuestras intervenciones y aparente factor clave en el pronóstico. Hablar en torno a esta posibilidad parece necesario en un grupo 125 relacional de medicación. No fue, sin embargo, un tema que apareciera de forma rápida ni que despertara gran curiosidad, algo lógico por otra parte. Se planteó de forma hipotética buscando conocer estilos de afrontamiento y recursos disponibles, con respuestas de amplio espectro, desde la seguridad en poder controlarla, la búsqueda de ayuda, o el bloqueo. Se introdujo el posible papel de la medicación en estas situaciones recurriendo a nuestra ya conocida metáfora de la “muleta”. Una buena pregunta sería si nuestro programa se podría definir como de prevención de recaídas. ¿Es este nuestro foco? La respuesta lineal sería no, la circular diría que tal vez. Existen hoy día programas acreditados y reconocidos de prevención de recaídas en esquizofrenia (MCFARLANE, 2016; HOGARTY, 1991; GOLDSTEIN, 1996; FALLOON, 2002), programas que pueden incluir o no a la familia y al paciente, en principio todos ellos con resultados que les avalan. Las últimas revisiones (SIN, 2013) sobre la psicoeducación para familiares de personas con esquizofrenia arrojan resultados contradictorios, mejorando por un lado conocimientos y habilidades de estos familiares pero sin tanto éxito en la mejoría de morbilidades psicológicas, carga subjetiva y emoción expresada. Nuestra propuesta evidentemente aboga por la inclusión de la familia sin olvidarnos de la dimensión individual, como se ha intentado reflejar en estas páginas. 9.5. Participantes Las características sociodemográficas de nuestra muestra aparece detallada en otro de los capítulos de este libro. De forma sintética y destacando aspectos referidos a sus tratamientos: Todos los participantes han sido varones con edades entre 25 y 45 años, predominando tratamientos antipsicóticos de segunda generación, aripripazol, ziprasidona, risperidona y especialmente clozapina, como el antipsicótico más repetido en nuestra muestra. La perfenacina aparece como una reliquia de la primera generación de antipsicóticos. En general, predomina la monoterapia, combinada en ocasiones con algún fármaco ansiolítico o antiimpulsivo. A continuación detallamos algunas características de las personas que han participado más asiduamente en los grupos centrados en la medicación y en el seguimiento farmacológico individual, contribuyendo a la creación de un espacio diferente y particular: JOSEP Y LA BÚSQUEDA DE AMISTADES 126 Uno de los participantes más asiduos, con el que se logró establecer un sólido vínculo terapéutico aunque su posición oscila entre la descalificación de la medicación y la valoración objetiva de la misma, manteniendo un buen cumplimiento. Los tóxicos, la sexualidad y la persistencia de alucinaciones ocasionales han sido tema centrales en sus intervenciones. Esta presencia de alucinaciones residuales supone un punto interesante en el que detenerse. Joan hace referencia a puntos negros que aparecen en su campo visual y que pueden aumentar de tamaño, evocándole situaciones de crisis pasadas. Podrían ser un fenómeno visual sensorial típico, pero el valor asignado por Joan es otro. Los tóxicos, en especial el hachís, han estado muy presentes en su discurso, con defensa acalorada de sus bondades aunque respetando otras posiciones o puntos de vista. Sus dificultades (explicitadas) en el ámbito sexual podían justificar esa relación tan especial con las sustancias. La explicitación del deseo de tener pareja o amigos fue una constante reivindicación con mejoría a lo largo del proceso terapéutico. MARIUS, EL ENFERMO IMAGINARIO Persona sensible y preocupada por su futuro, tuvo un primer período de participación intensiva (no solo visitas individuales, grupales y familiares, sino muy frecuentador del servicio de urgencias, no tanto por síntomas psicóticos como por somatizaciones y preocupaciones obsesivas). En un lento proceso de cambio y crecimiento se produjo el abandono progresivo del grupo (y de las visitas urgentes), con estabilización de su tratamiento farmacológico. Faceta artística y emocional destacada con extraordinaria preocupación por la sexualidad y la posibilidad de crear una familia propia. JUAN MANUEL, LA SENSIBILIDAD POÉTICA CON ESTÉTICA UNDERGROUND Posiblemente se trate del participante más comprometido y, al mismo tiempo, más escéptico con los tratamientos farmacológicos. ¿Cómo se conjugan polos tan opuestos? Una posible respuesta sería que a través del miedo, el miedo a la recaída y a verse falto de libertad, una situación particularmente odiosa para él. Resultaba curioso observar sus diatribas (con fundamentos más o menos científicos) contra la medicación en paralelo a un correcto cumplimiento de la misma. Había un cierto componente paradójico en sus planteamientos. Su afición por movimientos artísticos alternativos no impidió que pudiera establecer una relación de pareja inicialmente sólida, aunque no duradera. 127 MARIO O LA LUCHA POR ESCAPAR DEL PARANOIDISMO La situación con Mario fue muy diferente a la del resto. En general, todos llegaban ya medicados o polimedicados, con mayor o menor grado de satisfacción. Sergio no había tomado prácticamente medicación, pero presentaba un cuadro de gran angustia en relación con el contacto físico con extraños en cualquier lugar. Se le incluyó en el grupo de medicación y se le explicó el tipo de fármaco que pensábamos recetarle (aripripazol) con ciertas reticencias que fueron superándose poco a poco, en paralelo al descenso de sus conductas más paranoides e inadecuadas. Pudo finalmente aceptar el contacto físico, ocular e integrarse en el grupo. El paso del tiempo permitió descubrir una persona amable e incluso delicada, capaz de dedicarnos sonrisas sinceras y agradecidas. DANIEL, LA FANTASÍA SIN FIN Este fue uno de los pocos casos donde aparece el engaño o la tergiversación referida al buen cumplimiento con la medicación. Su historia de desencuentros con psiquiatras anteriores auguraba posibles complicaciones, aunque su encaje en el programa fue inicialmente bueno. Posteriormente su negativa a seguir participando en los espacios familiar y relacional hizo que una mínima coordinación fuera imposible. Continuó acudiendo al grupo de medicación y a las visitas individuales con un discurso marcadamente egocéntrico, incapaz de atender otras propuestas que no fueran las suyas. Estos aspectos narcisistas influyeron en una evolución muy poco satisfactoria. MATEO, EL IMPERIO DE LA RAZÓN FRENTE A LA DICTADURA DE LA LOCURA La viva imagen de la razón, algo rechoncho, ensimismado, juicioso, reflexivo, pero incapaz de gobernar sus pensamientos y emociones de forma intermitente y con muchas dudas respecto a la medicación. Experiencias previas bastante complicadas de ingresos y dosis altas de medicación dificultaron inicialmente su integración en el grupo, pero se consiguió un vínculo aceptable y una relación menos traumática con los fármacos. JORDI, TRADICIÓN Y FAMILIA Uno de los participantes más afables, colaborador y complaciente con el terapeuta, asegurando la toma de cualquier medicación prescrita sin queja. Posiblemente su vinculación laboral al cuidado de personas mayores facilitó su 128 elevada adherencia a la medicación, así como un elevado respeto por las tradiciones familiares. SEBAS, EL SUEÑO ALCANZADO Encontrar la motivación para seguir avanzando, o para levantarse cada día. Este es un dilema al que se enfrentaban (y se enfrentan) estas personas. Sebas era un buen ejemplo de este auténtico calvario que puede llegar a suponer la vida. Disponer de una afición fuera de lo normal (vuelo con ultraligero) ayudó sobremanera a conseguir un mejor ajuste familiar y social. Fue un buen ejemplo de la importancia de un manejo cuidadoso de la medicación para conseguir minimizar sus efectos cognitivos perjudiciales y ayudarle a “despertar” intereses dormidos. 9.6. Conclusiones El rol de la medicación en la vida del paciente afecto de un trastorno psicótico merece una reflexión sosegada por la trascendencia que puede tener. Su inserción dentro de un plan terapéutico diseñado de forma individualizada (aunque pueda responder a protocolos establecidos sobre fármacos de primera elección, con menores efectos adversos o incluso con mejor tolerancia según estudios de farmacogenómica que se están comenzando a realizar) ayuda de forma indudable a un mejor manejo de las dificultades que presentan estas personas. Nuestra propuesta de combinar el manejo sistémico y relacional de la medicación con las terapias individuales, familiares y grupales que configuran un abordaje integral de la psicosis puede suponer una alternativa al uso obligado de antipsicóticos de liberación retardada en situaciones de mal cumplimiento y facilitar una relación terapéutica colaborativa. La necesidad de tratamientos a largo plazo y la búsqueda de las dosis mínimas necesarias son dos variables que merecen ser investigadas y clarificadas, incluyendo diseños de intervenciones psicosociales. Bibliografía BEBBINGTON, P, KUIPERS L. (1994). “The predictive utility of expressed emotion in schizophrenia: an aggregate analysis”. Psychol Med, 24(3): 707-718 BILDER, R. M., GOLDMAN, R. S., ROBINSON, D., REITER, G., BELL, L., BATES, J. A., et al. (2000): “Neuropsychology of first-episode schizophrenia: Initial characterization and clinical correlates”. Am J Psychiatry, 157: 549-559 BUTZLAFF, R. L., HOOLEY, J. M. (1998). “Expressed emotion and psychiatric relapse: A meta-analysis”. Arch. Gen. Psych, 55(6): 547-552 129 FALLOON, I., BOYD, J., MCGILL, C., JAVAD RAZANI, M., MOSS, H. y GILDERMAN, A. (1982) “Family Management in the Prevention of Exacerbations of Schizophrenia: A Controlled Study” N Engl J Med. 306:1437-1440 FENTON, W. S., MCGLASHAN, T. H. (1987). “Sustained remission in drug-free schizophrenic patients”. Am J Psychiatry; 144: 1306-1309 FLASHMAN, L. A., GREEN, M. F. (2004). “Review of cognition and brain structure in schizophrenia: profiles, longitudinal course, and effects of treatment”. Psychiatr Clin N Am. 27: 1-18 GOLDSTEIN, M. J. (1987). “Psycho-education and family treatment related to the phase of a psychotic disorder”. International Clinical Psychopharmacology 1996 HARROW, M., JOBE, T. H., FAULL, R. N. (2012). “Do all schizophrenia patients need antipsychotic treatment continuously throughout their lifetime? A 20-year longitudinal study”. Psychol Med. 42: 2145-2155 HEINRICHS, R. W. (2005). “The primacy of cognition in schizophrenia”. Am Psychol., 60: 229-242. HILL, S. K., RAGLAND, J. D., GUR, R. C., GUR, R. E. (2002). “Neuropsychological profiles delineate distinct profiles of schizophrenia, an interaction between memory and executive function, and uneven distribution of clinical subtypes”. J Clin Exp Neuropsychol., 24: 765-780 HOGARTY, G. E. (2002). Personal therapy for schizophrenia and related disorders: A guide to individualized treatment. Nueva York: The Guilford Press JABLENSKY, A, SARTORIUS, N. (2008). “What did the WHO studies really find?” Schizophr. Bull., 34: 253255 KAVANAGH, D. J. (1992). “Recent developments in expressed emotion and schizophrenia”. British Journal of Psychiatry, 160: 601-620 KRAEPELIN, E. (1883). Compendium der Psychiatrie zum Gebrauche für Studirende und Aerzte. Leipzig: Abel Verlag. KUIPERS, L., BIRCHWOOD, M., y MCCREADIE, R. G. (1992). “Psychosocial family intervention in schizophrenia: a review of empirical studies”. BJP, 160:272-5. MCFARLANE, W. (2016). “Family Interventions for Schizophrenia and the Psychoses: A Review”. Fam Proc, 55(3): 460-482 RANGEL, A., MUÑOS, C., OCAMPO, M. V., QUINTERO, C., ESCOBAR, M., BOTERO, S, et al. (2015): “Subtipos neurocognitivos de esquizofrénia. Actas” Esp Psiquiatr. 43:80-90. SZMUKLER, G. I., BERKOWITZ, R., EISLER, I., LEFF, J. y DARE, C. (1987). “Expressed emotion in individual and family settings: a comparative study”. BJP, 151:174-178. SEIKKULA, J., OLSON, M. (2003). “The Open Dialogue Approach to Acute Psychosis: Its Poetics and Micropolitics”. Fam Proc 42:403-118. SIN, J., NORMAN, I. (2013). “Psychoeducational interventions for family members of people with schizophrenia: a mixed-method systematic review”. J. Clin. Psychiatry. 74(12): 1145-62. 130 Esta historia es, en realidad, la suma de tres historias, porque recoge mi experiencia terapéutica con los tres personajes más ilustres del cristianismo y, por ende, de la cultura occidental: Jesús, María y José. En efecto, hace ya algunos años tuve el raro privilegio de tenerlos simultáneamente en terapia, encarnados en los delirios de otros tantos pacientes: Ignacio, Isabel y Marcelino. Se trataba, desde luego, de tres pacientes, tres familias y tres terapias diferentes, pero la extraordinaria coincidencia me causó un hondo impacto y me hizo reflexionar y aprender mucho sobre los procesos relacionales subyacentes a la psicosis.1 10.1. Ignacio como Jesús Ignacio, un muchacho de veinte años, fue traído por su familia a un servicio de urgencias médicas con el cuerpo cubierto de rasguños y heridas, afortunadamente leves, y en pleno delirio místico: desde hacía varios días tenía la convicción de ser Jesucristo. Precisamente para ponerse a prueba, se había arrojado por un terraplén de un parque público, convencido de levitar. Pero no había levitado, y el resultado del fallo eran sus heridas y magulladuras. Él no entendía muy bien lo que había pasado, pero seguía firme en sus convicciones acerca de la divinidad de su persona y pensaba volverlo a intentar, esta vez seguramente con éxito. La aceptación negociada de una medicación y la posibilidad de armar una contención domiciliaria libraron a Ignacio de ser hospitalizado durante el período más agudo de su psicosis. Y, además, se puso en marcha una terapia familiar que permitió, entre otras cosas, consensuar la siguiente historia. 131 Ignacio era un guapo muchacho, alto, rubio y de ojos azules, segundo hijo de una familia de gente guapa, pero recia, morena y de ojos negros. La otra rubia era la madre, pero estaba claro por dónde iban sus gustos, porque Domingo, el hijo mayor (23 años), que era una fiel copia del padre, era sin duda su favorito. Decir favorito es simplificar mucho. Domingo había sido, desde pequeño, el fiel aliado de la madre, en quien ésta se refugiaba y con quien hallaba consuelo cuando discutía con su marido, cosa que ocurría con lastimosa frecuencia. Ambos se habían sido infieles varias veces, y ello provocaba crisis tormentosas y períodos de distanciamiento, pero siempre se reconciliaban apasionadamente. El padre compensaba la coalición de la madre y Domingo con una relación privilegiada con Laura, la tercera hija del matrimonio, apenas un año menor que Ignacio. La última crisis familiar había sido provocada por la marcha de Domingo, que se había ido a vivir con una mujer mucho mayor que él, divorciada y con dos hijos. La madre estaba fuera de sí, triste y furiosa a la vez, lamentando la pérdida de “su” hijo y, aún más, bramando contra aquella mujer, en la que no disimulaba su percepción de una rival. Pero lo más interesante fueron los cambios que se produjeron en cuestiones aparentemente triviales de la dinámica hogareña, y el efecto, desproporcionado en opinión de los padres, que tuvieron sobre Ignacio. Éste compartía habitación con Alberto, de 17 años, el menor de los hermanos y, como Domingo y el padre, hermoso ejemplar de raza mediterránea. Pues bien, no fue Ignacio quien pasó a ocupar la cotizadísima habitación que Domingo dejó libre al marchar, sino Alberto. ¿Por qué, con qué permiso, por iniciativa de quién? No fue fácil encontrar respuestas. El hecho es que, de forma totalmente implícita, Alberto se sintió autorizado o incitado a ocupar la plaza de Domingo en el dormitorio. Y algo parecido ocurrió en la sala de estar, frente a la televisión. Allí fue Laura la que ocupó la butaca donde solía sentarse Domingo. Cuando Ignacio se dio cuenta, entró en un estado como de shock y guardó silencio durante un par de semanas. “Una reacción totalmente exagerada e incomprensible”, insistían los padres. Las primeras palabras que, con aire tímido y medio ausente, pronunció Ignacio al acabar su personalísima huelga de silencio, fueron: “Creo que soy Jesucristo”. 10.2. Isabel como María Isabel era una mujer de treinta años, con varios de carrera psicótica que incluían algunos ingresos psiquiátricos, cuando fue llevada a urgencias por sus padres a raíz de una nueva agudización de su trastorno delirante. Según ella, la gente la insultaba por la calle llamándola puta, siendo así que ella no era ni más 132 ni menos que la Virgen María. Furiosa por los insultos, no era raro que contraatacara agrediendo físicamente a sus perseguidores, lo cual solía acabar provocando altercados y la intervención de la policía. En esta ocasión, el consultor psiquiátrico derivó el caso a terapia familiar, lo cual hizo posible construir consensuadamente la siguiente historia. Isabel era la mayor de dos hermanas, hijas de un matrimonio formado por Matías y Encarna. Matías seguía la profesión de su padre, que, de albañil, se había convertido en maestro de obras y pequeño empresario de la construcción. Los dos Matías, puesto que así se llamaba también el abuelo, compartieron durante muchos años negocio y vivienda. Y no fue una convivencia fácil. El abuelo era un hombre autoritario y dominante, que no aceptaba la menor disidencia, por lo que Matías hijo, Encarna, Isabel y Rosa, que así se llamaba la pequeña, dos años menor que la primera, vivieron lo que la familia definiría más tarde como “un infierno”. Las discusiones entre los dos hombres eran continuas, y a veces alcanzaban una gran violencia, sobre todo porque el abuelo era incapaz de controlarse. Pero había una peculiaridad en la manera que había desarrollado la familia de resolver los conflictos. Isabel, que figuraba como la favorita de su abuelo, se había especializado en calmarlo, consolando también de camino a su padre. Desde muy pequeña, la niña había aprendido a deslizarse sobre las rodillas de los dos hombres, ronroneando primero en las del abuelo y luego, cuando éste parecía tranquilo, pasando a las del padre para repetir la operación. Los ronroneos de Isabel se habían convertido, pues, en un importante factor de equilibrio familiar. Pero un buen día, cuando las chicas habían pasado ya de los veinte años, las cosas alcanzaron un punto crítico. Matías hijo estaba cargando el coche para salir de fin de semana cuando el abuelo, furioso y descontrolado, le dijo que no podían irse mientras no arreglaran un asunto pendiente, una banalidad que podía esperar sin problemas unos días. Así lo argumentó el padre de Isabel, pero el abuelo no atendía a razones y, blandiendo un enorme cuchillo, aseguró que nadie saldría vivo de aquella casa. Fue la gota que colmó el vaso. El hijo cedió, pero esa misma noche se fue con su familia, rompiendo definitivamente toda relación con su padre. Pocos días después la abuela también abandonó a su marido, yéndose a vivir con la familia de su hijo. Y, unos días más tarde, en una atmósfera apocalíptica con escenografía cinematográfica, el abuelo se instaló en una residencia tras prenderle fuego a su casa... “para que esos ingratos no puedan llevarse nada”. Una nueva etapa dio comienzo en la vida de Isabel. Durante un tiempo, la chica mostró un cambio de carácter importante, retrayéndose y cerrándose para toda la familia, mientras que, por otra parte, salía mucho y frecuentaba 133 compañías masculinas de forma compulsiva. Hasta que, inesperadamente, anunció que se casaba y les presentó al novio: un muchacho gordo y de aspecto descuidado, que no fue considerado por los padres el mejor candidato posible. Pero la decisión estaba tomada, e Isabel no se mostró dispuesta a cambiarla, ni siquiera a pesar de los malos augurios que se desencadenaron la víspera de la boda: en medio de una espantosa pesadilla, Isabel se levantó por la noche y echó abajo la puerta de su dormitorio. Luego diría que había soñado que una enorme máquina conducida por hombres malos la aplastaba. La boda se celebró y, en una secuencia imparable de acontecimientos, Isabel quedó embarazada, dio a luz y se separó de su marido, regresando a vivir a casa de sus padres con su bebé, un lindo niño al que pusieron de nombre Matías. Todo ello en apenas nueve meses. Pero, simultáneamente, empezó el delirio: ¿cómo podía la gente ser tan malvada? ¡La llamaban puta, siendo así que ella era la Virgen María en persona! 10.3. Marcelino como José Si los delirios inspirados en Jesús y en María son relativamente frecuentes, la identificación con José como motivo delirante constituye una auténtica rareza. Por eso fue una sorpresa recibir la derivación del caso desde un centro de salud mental, donde Marcelino, un hombre de cuarenta y cinco años, llevaba mucho tiempo en tratamiento. Psicótico de toda una vida, Marcelino se había alcoholizado y había padecido una pancreatitis, además de la cirrosis hepática que sufría en la actualidad. Así que la intención de los derivantes no era que se curara con terapia familiar, sino que les ayudáramos a superar la crisis que se había desencadenado últimamente. Tras dejar uno de los trabajos precarios que de vez en cuando hacía, Marcelino se había recluido en su casa, con sus ancianos padres, entregándose a un ritual intrigante y más que chocante. Él, que había sido siempre un hombre discreto y puritano, ahora era capaz de conductas capaces de escandalizar a un libertino. Cada mañana, cuando su madre se levantaba para preparar el desayuno de los tres, Marcelino se deslizaba sigilosamente en el lecho conyugal y, manoseando los genitales de su padre, se le ofrecía provocadoramente para que lo sodomizara. La resistencia y el rechazo del padre le provocaban grandes carcajadas, con las que solía terminar la secuencia. Así que no daba golpe y se comportaba como un guarro redomado, pero se declaraba San José, paradigma del trabajo honesto y de la castidad. La terapia se planteó con los modestos objetivos que explicitaba la derivación. El muy deteriorado estado físico de Marcelino, así como la duración de sus 134 trastornos, hacían pensar que la psicosis formaba ya, inevitablemente, la parte más importante de su identidad. Por ello se optó, de entrada, por una intervención provocadora de cariz paradójico: “Usted, Marcelino, tiene todo el derecho del mundo de ser santo, pero creemos que ha ido demasiado lejos proponiéndose como San José, que era un gran trabajador, es más, para la Iglesia Católica, el santo patrono del trabajo. Nosotros le sugerimos, de acuerdo con su situación laboral, que se identifique con San Luis Gonzaga, que era un principito que vivía de sus padres y que nunca se ensució las manos trabajando, aunque era buenísimo también.” No le gustó la idea e insistió en que se trataba de San José, pero con menos convicción. Probablemente, la intervención, claramente provocadora en clave paradójica, sirvió para centrar la atención de Marcelino y despertar su interés por una terapia que, dados su deterioro y su cronicidad, no figuraba entre sus prioridades. Marcelino y sus padres eran oriundos de Cuenca, una región del interior de España famosa por, entre otras especialidades gastronómicas, los “zarajos”, una especie de ovillo de tripa de cordero enrollada a un trozo de sarmiento y frita. Al igual que otras especialidades regionales, los zarajos son preparados por numerosos bares de su mismo origen, diseminados por toda Barcelona, la ciudad de residencia de la familia. Como tanto Marcelino como su padre eran aficionados al buen comer, y tenían tarjeta gratis de transporte público, les pedimos a los dos que, cada día, hicieran juntos una excursión por un barrio distinto, informándose sobre los bares adecuados, probando las especialidades de su región y escribiendo entre los dos una especie de guía de las mismas. Nuestra expectativa era que esa actividad conjunta generara un espacio de reconocimiento y reconfirmación. La cosa funcionó. Cesaron las conductas provocadoras y, pocas semanas después, Marcelino volvió a trabajar ayudando a uno de sus hermanos en su pequeña empresa de transportes. 10.4. La búsqueda de reconocimiento Los tres casos que acabo de describir, de los que me ocupé terapéuticamente de forma simultánea, me hicieron pensar mucho sobre las psicosis y, en particular, sobre uno de sus aspectos, que se me impuso como especialmente importante: la búsqueda del reconocimiento por parte de personas relevantes (los padres, generalmente, en primer lugar, pero luego, progresivamente, el mundo entero) a través del delirio. En el caso de Marcelino, la cosa adquiría tintes grotescos, pero era obvia. No investigamos a fondo la historia de la familia, ni, por tanto, de la desconfirmación de Marcelino. Dos ancianos y un enfermo casi terminal se merecían que los dejáramos tranquilos. Pero la provocación del hijo a su padre 135 dejaba poco margen de duda: “lo he probado todo para que me reconozcas, sin conseguirlo, así que solo me queda que me sodomices. ¡Si no me reconoces así... es que la cosa ya no tiene remedio!” El hecho de que la prescripción de una actividad conjunta para ambos, a la vez creativa y gratificante, acabara con la conducta sintomática, parece confirmar lo verosímil de la hipótesis. Y lo más admirable era la metáfora delirante, mensaje complejo encargado de dar cobertura ética a tan desvergonzado comportamiento: “que nadie piense que soy libidinoso; aunque me vea obligado a recurrir a estas actitudes, soy casto y honesto como San José.” Ignacio encontró en su identificación con Jesús un recurso contra la irrelevancia. Él siempre había sentido que sus hermanos ocupaban, respecto de sus padres, lugares de privilegio que le estaban negados a él. Cuando su madre acusó el impacto del abandono de Domingo, él creyó llegada su oportunidad, pero precisamente por eso la decepción fue mucho más fuerte. Tanto como para resultar indigerible. La cama y la butaca que ocuparon respectivamente Alberto y Laura lo convencieron de que, en aquella familia, él nunca sería nadie. Mas, como no siendo nadie no se puede vivir, el delirio místico le brindó una nueva identidad ¿Quién puede dudar de que Jesús es alguien? Además, la pureza absoluta de Jesús es una garantía complementaria contra las alianzas lujuriosas. Los delirios místicos encierran muy a menudo este mensaje reivindicador de una castidad amenazada, negada por los hechos o simplemente idealizada frente a supuestos contubernios lujuriosos. En la familia de Ignacio no había incestos reales, pero la pareja de sus padres rezumaba erotismo y, además, ello le hacía percibir como incestuosas las relaciones entre sus padres y hermanos que le privaban de un reconocimiento adecuado. En cuanto a Isabel, su papel en su familia de origen había consistido en calmar y tranquilizar a los hombres, siendo reconocida por ello, especialmente por el abuelo. Cuando esa actividad dejó de tener sentido con la marcha de la familia, el mundo de Isabel se derrumbó. Se dio cuenta de que su abuelo, hundido definitivamente en su rabia, dejaba de necesitarla y de buscarla, mientras que su padre, identificándola con aquella época de humillación y sufrimiento, la ignoraba volviendo sus ojos hacia su hermana Rosa. Ella sintió que el reconocimiento que había tenido de ellos en el pasado había sido solo instrumental, vinculado al hecho de que la utilizaban para no pelearse. Probablemente siempre se lo había temido, pero ahora tenía la certeza: había sido la putita de su padre y de su abuelo. Y en su mente empezó a abrirse camino la idea de protegerse de ese horror identificándose con el mayor ejemplo de castidad imaginable. La Virgen María. Además, María fue reconocida universalmente por ser madre de Dios, e Isabel sabía la ilusión que tenía su padre por un niño varón. Decidió probar suerte y, cuando regresó al hogar 136 paterno con un bebé, tras abandonar al marido que solo había significado para ella un suministrador de semen, se consumó su ruptura psicótica. Sus padres se apropiaron del niño sin que por eso aumentara significativamente su reconocimiento, pero, al menos, disponía de una excelente defensa contra las acusaciones de prostitución que alucinaba: ¿pues no era ella la siempre casta Virgen María? Bibliografía LINARES, J. L. y RAMOS, R. (1991). “Jesús, María y José: El delirio místico como metáfora interaccional”. Revista de Psicoterapia, 2, 8, 73-80. — (2007). “Cases That Taught Me a Lot”. Clinical Child Psychology and Psychiatry, 12, 3, 349-360. Ed. Española: LINARES, J. L. (2008). “Casos que me han enseñado mucho”. Redes. Revista de Psicoterapia Relacional e Intervenciones Sociales, 20, 43-55. 1 Parte de este texto apareció, en co-autoría con Ricardo RAMOS en la Revista de Psicoterapia (LINARES y RAMOS, 1991). También es parte de un artículo publicado en inglés en Clinical Child Psychology and Psychiatry (LINARES, 2007) y en español (2008) en Redes, Revista de Psicoterapia Relacional e Intervenciones Sociales. Además, los casos han sido descritos por el autor en forma de viñetas clínicas en algunos de sus libros. 137 En el Programa de Trastornos Psicóticos de la Unidad de Psicoterapia (Escuela de Terapia Familiar) del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau se trataron, entre los años 2005 y 2016, 55 familias con un miembro diagnosticado de trastorno psicótico. En los primeros años del programa no se recogió información cuantitativa, pero sí observacional. Por ello, para la realización de éste capítulo y con objeto de efectuar análisis estadísticos, se han usado los datos de 45 familias tratadas entre el 2009 y el 2016. Así pues, se presentan los resultados de 11 años de trabajo con trastornos psicóticos desde el modelo de la reconfirmación. Se trataron un total de 187 personas, de las cuales 45 eran pacientes diagnosticados de un trastorno psicótico, 80 eran padres y 60 hermanos. En relación a la nacionalidad, todas las familias eran españolas, excepto dos colombianas y una argentina. Se trata de familias que utilizaron las redes habituales en el hospital. Se les pedía la derivación por un médico de cabecera y todos los informes previos de los miembros con algún diagnóstico psiquiátrico. La mayoría de las familias fueron derivadas por algún psiquiatra, psicólogo o trabajador social. La familia, en un primer contacto con la unidad de terapia familiar, debe rellenar una ficha de solicitud (que contiene la demanda, motivo de consulta e información sobre tratamientos previos) y posteriormente se le asigna hora para una primera visita de evaluación. Tratándose de un servicio de la red de salud pública, se ha priorizado como criterio la gravedad de los trastornos y se ha intentado, en la medida de lo posible, que el tiempo de espera no supere los cuatro meses. En la visita de evaluación se hace una primera toma de contacto, se realizan algunos tests psicométricos (sobre sintomatología y variables familiares), tanto al paciente como a los familiares. Posteriormente se asigna una hora para iniciar 138 la terapia familiar. Todas las familias de la muestra habían pasado previamente como mínimo por dos servicios de salud mental de la red pública (centro de salud mental, hospital de día, centro de día, etc.). El 93% había tenido contacto con algún psicólogo (de las redes pública y privada) y casi ninguna (excepto 3) había realizado terapia familiar previamente. El 85% de los pacientes tomaba medicación antes de iniciar la terapia familiar y ese mismo porcentaje tenía un psiquiatra asignado en un centro de salud mental. Había una media de dos ingresos previos en alguna unidad de agudos. Para conocer mejor las características de las familias tratadas, se analizaron diferentes variables, tales como la sintomatología del paciente con la entrevista y la Escala de Observación de Síntomas Positivos y Negativos (PANSS), las escalas de síntomas positivos, negativos y sintomatología general (KAY, FISZBEIN, OPLER, 1987) (Adaptación PERALTA y CUESTA, 1994). La gravedad de la sintomatología se evaluó con la Escala de Evaluación de la Actividad Global (EEAG del DSM-IV R)), y las características de personalidad, creencias acerca del trastorno y variables familiares (variables observacionales), con el cuestionario Family Adaptability and Cohesion Evaluation FACES II (versión abreviada, OLSON, PORTNER y LAVEE, 1985, adaptada a muestras españolas por MARTÍNEZ y cols. 2005), Parental Bonding Instrument (PBI de PARKER, TUPLING y BROWN, 1979, adaptación catalana), IRQ Influential relationships Questionnaire (BAKER, HELMES y KAZARIAN, 1984)). A continuación se presenta el análisis de las diferentes variables, tanto de los pacientes como de los padres y hermanos, así como de las variables relacionales en su conjunto. 11.1. Variables sociodemográficas 11.1.1. PACIENTES IDENTIFICADOS El 88% de los pacientes tratados fueron hombres, habiendo únicamente un 12% de mujeres. Este porcentaje tan bajo de mujeres no corresponde a la incidencia de los trastornos psicóticos, ya que si bien esta es más baja en las mujeres, no hay una disparidad tan grande entre ambos géneros. Se han propuesto diferentes hipótesis del porqué las mujeres diagnosticadas de un trastorno psicótico no llegan derivadas a nuestro servicio de terapia familiar. Es posible que las mujeres se reincorporen a otro tipo de servicios, como por ejemplo centros de día, servicios de ayuda comunitarios o de reinserción social o laboral. También es posible que tengan una red social más amplia o recursos relacionales que dan un mayor soporte y por eso no lleguen a pedir ayuda a 139 este tipo de servicio. Los pacientes tenían una media de edad de 28 años, en un rango de entre 12 y 55 años. Se puede observar que es un rango de edad muy amplio. Antes de iniciar la terapia familiar, el 90% de los pacientes eran solteros, un 8% tenían pareja y un 2% estaban divorciados. En relación al nivel de estudios, el 74% había finalizado estudios secundarios, un 9% había realizado formación profesional y un 17% había iniciado estudios universitarios. Se puede observar, que casi todos los pacientes dejaron los estudios en la secundaria, pero hay un 26% que iniciaron Formación Profesional o Universidad. Un 90% de los pacientes no trabajaba y solo un 10% realizaba alguna actividad de voluntariado o trabajo antes del tratamiento. El 16% de los pacientes eran hijos únicos, mientras el 84% tenían hermanos. El 80% de los pacientes vivía con sus padres, o padres y hermanos, el 15% vivían con su madre y solo un 5% vivía en pareja. 11.1.2. PROGENITORES La media de edad de los padres fue de 58,5 años (ds=9,4) y la de las madres de 55 años (ds=10). El 65% de los padres estaban casados, el 25% divorciados y el 10% viudos, por lo que se observa una estructura familiar predominantemente tradicional. En relación con el nivel de estudios, un 67,9 % de los padres tenía estudios de bachillerato, formación profesional o universitarios, mientras el 66,7% de las madres tenía estudios primarios, secundarios y /o bachillerato. Se puede observar que quienes muestran un nivel de estudios más alto son los padres (Ver tabla 11.1). PADRE MADRE PRIMARIOS 17,8% 26,0% SECUNDARIOS 14,3% 22,2% BACHILLERATO 14,3% 18,5% FP 10,7% 14,8% UNIVERSIDAD 42,9% 18,5% Tabla 11.1. Nivel socio-educativo de los padres. En relación con la ocupación, un 42% de los padres estaban jubilados, un 140 35% eran empleados por cuenta ajena, un 19% empleados por cuenta propia y un 4% estaban en paro. En cuanto a las madres un 45% se dedicaban al hogar y al cuidado de los hijos, un 33% eran empleadas por cuenta ajena, un 11% empleadas por cuenta propia, un 7% estaban jubiladas y un 4% en paro. Se observa una configuración familiar donde un 52% de las madres se ocupan del hogar y la familia y un 46% de los padres están jubilados o en paro. Hay que destacar el hecho de que si los pacientes no tenían actividad y sus progenitores tampoco, unos y otros pasaban muchas horas juntos, lo que contribuía a que los conflictos habituales de la convivencia adquirieran mayores dimensiones, siendo fácil que quedaran atrapados en los mutuos reproches, dificultando la apertura al mundo y la transición en el proceso de diferenciación e individuación. 11.1.3. HERMANOS El 16% de los pacientes eran hijos únicos. El 84% tenían hermanos. La media de hermanos es de uno (habiendo un rango de 0 a 6 hermanos). El 43% tenían un hermano, el 30% tenían dos hermanos, el 3% tenían tres hermanos y el 8% tenían cinco hermanos. En cuanto a la posición según el nacimiento, el 35% ocupaban el lugar de hermanos mayores, el 34% eran intermedios y el 15% los pequeños. Respecto al género, se puede observar que la mayoría de los hermanos mayores eran mujeres (el 70%). La media de edad era de 30 años (ds= 10). El 60% de las hermanas mayores estaban solteras, mientras el 40% tenían pareja (el 20% estaban casadas). Los hermanos medianos o pequeños tenían una media de 23 años (ds=10), en un rango de edad entre 6 y 56 años. En relación al género, la proporción de hombres y mujeres era equitativa. Entre los hermanos medianos o pequeños había un 80% de solteros y un 20% que tenían pareja. Estos datos tienen relación con el ciclo vital de cada uno de ellos, dado que las hermanas mayores estaban en una etapa de consolidación del proyecto profesional y de pareja, mientras que los hermanos medianos o pequeños estaban en etapa de estudios o formación de proyectos. El 30% de los hermanos y hermanas vivían con sus padres y el paciente identificado, mientras que el 70% vivían independientes de la familia de origen. A pesar de que el 40% de las hermanas mayores y el 20% de los hermanos pequeños o medianos tenían pareja, solo el 16% de las hermanas y los hermanos tenían hijos. Esto podría tener que ver con el retraso de la parentalidad en países industrializados, pero también con una experiencia compleja como hijos, que podría dificultad el deseo de ser padres. Así como el posible miedo de que se reproduzcan las situaciones en relación al trastorno. 141 En relación a los estudios, el 60% de los hermanos tenían estudios universitarios, el 40% tenían estudios de bachillerato y formación profesional. Cabe destacar, sobre todo entre las hermanas mayores, la frecuencia de una carrera universitaria finalizada. El 95% de los hermanos tenían trabajo o estudiaban, mientras que el 5% estaban en paro. Se observó que un 25% de los hermanos eran psicólogos y ha llamado la atención el porcentaje elevado de dicha profesión. Se ha considerado que cuando detona un trastorno psicótico, automáticamente posiciona a la persona afectada en el rol de “enfermo” y a los familiares “como cuidadores”. Es posible que los hermanos tengan roles de ayuda o mediadores, lo cual definiría el tipo de profesión que eligen en la vida adulta. 11.2. Sintomatología 11.2.1. PACIENTES IDENTIFICADOS En cuanto al diagnóstico de los pacientes identificados, un 61% tenían diagnóstico de Esquizofrenia (el 21% Esquizofrenia Simple, el 40% Esquizofrenia Paranoide), el 13% de Episodio Psicótico Breve, el 8% de “Psicosis no Orgánica”, un 8% de Trastorno Esquizoide de Personalidad, el 5% de Psicosis Injertada, el 3% de Trastorno Límite de Personalidad con síntomas psicóticos y un 2% de autismo. La mayoría de los pacientes identificados tenían diagnóstico de Esquizofrenia, aunque también se puede observar la diversidad de los diagnósticos del espectro psicótico. (Véase Gráfico 11.1). El tiempo medio de evolución del trastorno era de más de 10 años. El desencadenamiento del primer episodio psicótico o de la sintomatología psicótica se había producido en la adolescencia. Los pacientes tenían un promedio de dos ingresos psiquiátricos previos al inicio de la terapia. En relación a la gravedad del trastorno, un 40% de los pacientes eran categorizados como gravemente trastornados y en un 46% aparecían referencias a una cierta gravedad. Un 12% eran definidos como dudosamente trastornados. En definitiva, y en coherencia con la severidad intrínseca del diagnóstico de psicosis, en un 86% había referencias explícitas a su gravedad. El 60% de los pacientes mostraban una sintomatología definida como subtipo negativo (evaluado con PANNS). El principal síntoma negativo en un 60% de los pacientes identificados fue el aislamiento social. Un 40% de los pacientes identificados mostraron más síntomas positivos que negativos en el momento previo a la terapia familiar. La ideación delirante fue el síntoma más característico. El tipo de delirio más frecuente, en un 78% de la muestra, fue persecutorio, en un 10% de los pacientes megalómano, un 9% mostraron delirios de tipo somáticos y un 3% mesiánicos. 142 Gráfico 11.1. Diagnóstico del Paciente Identificado. Tipo de Trastorno Psicótico. El 85% de los pacientes tomaban medicación antipsicótica antes de iniciar la terapia familiar. Es posible que esto también influyera, al igual que el tiempo de evolución del trastorno (entre 10 y 20 años de evolución), para que la clínica sintomatológica fuera más de subtipo negativo. La actitud hacia la medicación era buena en un 36% de los pacientes, regular en un 10%, el 23% se resignaba a tomarla aunque no estuviera de acuerdo y un 31% tenía una mala actitud hacia la medicación. En relación al cociente intelectual, el 82 % de la muestra tenían una inteligencia normal, un 10% de los pacientes mostraba un retraso mental leve o moderado, el 8% de los pacientes mostraban una inteligencia superior a la normalidad. Es importante destacar que con aquellos pacientes con retraso mental leve o moderado la intervención fue básicamente psicoeducativa. Respecto al consumo de tóxicos y otras adicciones, un 60% de la muestra tenía antecedentes de consumo de drogas, mientras un 40% no había consumido ningún tipo de droga, ni tenía otras adicciones. De ese 60% de personas que habían consumido drogas, el 85% habían sido consumidores de marihuana, un 5% mostraba dependencia al alcohol, un 5% habían hecho consumo de drogas sintéticas y marihuana, un 5%, además del consumo de alcohol, tenía problemas de adicción al juego (ludopatía). En el momento previo a iniciar la terapia familiar, un 60% de los pacientes abusaba del alcohol, un 20% mostraban dependencia al tabaco, un 10 % mostró dependencia a la marihuana, y un 10% consumían alcohol y marihuana. Se puede observar un porcentaje alto de consumo o dependencia al alcohol y al tabaco; dado que estas son las drogas legales en nuestra cultura lo podemos interpretar como un intento de paliar el aislamiento social o de reconstruir una vida truncada por los síntomas. Considerando las investigaciones sobre trauma y psicosis, se exploró si los pacientes habían tenido durante su infancia alguna situación traumática o violenta. Y se encontró que el 10% de los pacientes habían sufrido violencia 143 física, un 10% habían sufrido abuso sexual. Un 30% de los pacientes mostraban signos de haber sufrido algún tipo de negligencia, y el 95% habían vivido experiencias de violencia psicológica, específicamente desconfirmación. En relación a los beneficios secundarios previos a la terapia familiar, el 47% de los pacientes mostraron beneficios secundarios institucionales. Específicamente un 36% de los pacientes no trabajaban porque tenían una ayuda económica del estado por incapacidad o invalidez. Dicha ayuda económica no permite a quien la recibe trabajar, y se pierde en su totalidad si se detecta algún trabajo, aspecto que dificulta la inserción social de los pacientes. El 53% no tenían beneficios secundarios institucionales previos a la terapia. El 60% de los pacientes mostraron algún tipo de beneficio secundario relacional en su familia una vez había aparecido el diagnóstico. Los beneficios secundarios relacionales observados fueron básicamente dos, un 42% de los familiares tenían actitudes de sobreprotección y conciliación con el familiar diagnosticado para que el paciente no tuviera una crisis, y un 18% de las familias no ponían ningún tipo de límite al familiar diagnosticado para no estresarlo. 11.2.2. PROGENITORES En relación al diagnóstico de las madres y los padres antes de iniciar la terapia familiar se observa que el 23% de los padres estaban diagnosticados de depresión y un 12% de ansiedad. Respecto a las madres, el 37% habían sido diagnosticadas previamente de depresión, un 10% de un trastorno afectivo mixto (ansiedad y depresión) y un 5% de ansiedad. Por tanto, el 35% de los padres y el 52% de las madres mostraban un diagnóstico de trastorno afectivo antes de iniciar la terapia. El 9% de las madres tomaba medicación psiquiátrica (antidepresivos) y el 5% de los padres tomaba ansiolíticos antes de iniciar la terapia. El 2,4% de los progenitores había tenido un diagnóstico de trastorno psicótico a lo largo de su vida, aunque ninguno tenía antecedentes de ingresos psiquiátricos previos. El 21,95% de los progenitores había pedido ayuda psicológica, siendo el motivo de consulta en el 11% de los casos la problemática del hijo. Obsérvese el porcentaje tan elevado de trastornos afectivos en los progenitores. Esto define un tipo de familias donde no solo el paciente está diagnosticado, sino que toda la familia muestra sufrimiento psicológico. No tenemos la información referente a si los diagnósticos fueron antes o después del diagnóstico del hijo. En todo caso, se puede afirmar que en estas familias ha existido mucho malestar y sufrimiento. 144 11.2.3. HERMANOS El 15 % de los hermanos tenían algún diagnóstico psicológico o psiquiátrico antes de iniciar la terapia. El 8 % de los hermanos tenían un diagnóstico de trastorno psicótico (en 2 familias había más de un hijo con trastorno psicótico y en 4 familias había más de un miembro de la familia nuclear con psicosis), el 4 % estaban diagnosticados de anorexia o bulimia y el 3 % tenían trastornos de ansiedad. Aunque no estaban oficialmente diagnosticados, un 8% de los hermanos decía tener problemas con el alcohol. Un 14% de los hermanos había estado ingresado alguna vez en la vida en una sala de psiquiatría, un 20% tomaba medicación psiquiátrica (antipsicóticos y/o antidepresivos) y un 40% había acudido a pedir ayuda psicológica o psiquiátrica antes de iniciar la terapia familiar. Lo cual habla del sufrimiento, posiblemente menos visible que los síntomas psicóticos, que suele impregnar la vida relacional de los hermanos. Se ha observado que los hermanos tenían dificultades importantes de relación con iguales, situaciones de ansiedad social, trastornos evitativos varios, así como dificultades muy importantes en la relación de pareja o en la construcción de una familia. El hecho de vivir en un ambiente familiar donde prevalece, tal y como detallaremos más adelante, un clima familiar hostil, hipercrítico, con un alto nivel de estrés, acaba generando síntomas en la mayoría de sus miembros, si bien, ante el diagnóstico y la magnitud de síntomas que presenta el paciente pueden pasar más desapercibidos e incluso ser minimizados. 11.3. Creencias acerca del trastorno Antes de iniciar la terapia familiar, se preguntó a los pacientes y a sus familiares acerca de las creencias que tenían en relación al trastorno. Este es un aspecto muy importante de conocer, ya que tiene que ver con las creencias desconfirmadoras. Existen investigaciones recientes (LYSAKER y BUCK, 2007) que muestran la importancia de sustituir las ideas catastróficas en relación al trastorno, por unas ideas más esperanzadoras. Esto facilita que disminuya considerablemente el sufrimiento, permitiendo a todos una mejor calidad de vida. En relación a las creencias sobre el origen del trastorno, el 40% de los pacientes pensaba que el trastorno era debido al estrés, un 20% pensaba que la causa de sus problemas tenía que ver con algún acontecimiento traumático vivido, el 12% creía que era por haber consumido drogas, el 12% pensaba que el trastorno tenía que ver con que la sociedad hacía enfermar. Un 8% atribuía el 145 trastorno a causas internas y de personalidad y solo el 8% creía que se trataba de un trastorno orgánico. En definitiva, un 84% de los pacientes consideraba más importantes las causas ambientales o relacionales. Respecto a las creencias sobre el trastorno del hijo, un 25% de los padres decía ignorar sus causas, un 20% las atribuía al consumo de drogas, un 15% pensaba que era un trastorno de origen orgánico, un 10% que era debido a la personalidad del paciente, otro 10% lo atribuía a un acontecimiento traumático, un 15% pensaba que era por estrés y situaciones familiares difíciles, y un 5% lo atribuía a la poca ayuda externa de la familia. En relación a las madres, un 15% pensaba que el trastorno tenía un origen orgánico, un 15% refería que podría tener que ver con un acontecimiento traumático, otro 15% pensaba que el origen era hereditario, un 15% que podía ser debido al estrés, un 15% decía ignorar sus causas, un 9% lo atribuía a la personalidad del paciente, otro 10% al consumo de drogas y un 6% pensaba que era debido a múltiples causas. Respecto a la posible evolución del trastorno, el 33% de los padres creían que su hijo podía recuperarse, el 62% que podía mejorar y un 5% pensaban que su hijo era irrecuperable. Mientras que el 38% de las madres pensaban que su hijo podía recuperarse totalmente, un 47% pensaban que su hijo podía mejorar y un 15% veían a su hijo como irrecuperable. En lo que se refiere a los hermanos, el 70% decían sentir mucha tristeza por la situación de su hermano diagnosticado, un 20% pensaba que era una enfermedad muy grave y para toda la vida y un 10% pensaba que su hermano no tenía voluntad. 11.4. Rasgos de personalidad HALEY (1960), JACKSON (1960), LIDZ (1965) y ZACARÍAS (1995), entre otros autores, han realizado diferentes clasificaciones de los rasgos de personalidad de los padres y madres de personas con Esquizofrenia. En nuestro equipo se realizaron observaciones (un registro observacional de las primeras 10 sesiones) de las características de personalidad, tanto en los pacientes, como en los familiares. A continuación se muestran algunos resultados obtenidos. Entre los rasgos de personalidad de los pacientes, se destaca que son personas respetuosas, cautelosas, sensibles, inseguras e inteligentes. Con rasgos de personalidad presididos por la introversión. Entre los rasgos de personalidad de los padres observados están tendencias narcisistas, con características personales de exigencia, cólera y con los aspectos normativos muy presentes (personas muy responsables y con necesidad de que 146 se cumplan todas las normas). Se podrían resumir como rasgos narcisistas y obsesivos. Entre los rasgos de personalidad de las madres se observa que son personas con un temperamento ansioso-depresivo, con tendencia a la normatividad, muy implicadas y sacrificadas con las personas que quieren, así como con tendencia a preocuparse en exceso. Lo que podría resumirse como rasgos distímicos y de personalidad dependiente. Se pueden observar resultados similares a la tipología de padres encontrada en nuestro estudio en la propuesta de ZACARIAS (1995) de padre dominante y narcisista, así como en la descripción de madres de personas con Esquizofrenia desarrollada por HALEY (1960). JACKSON (ZACARÍAS, 1995) planteaba que el desarrollo de la psicosis del hijo tenía que ver con la estructura de personalidad de los padres. En contraste, los rasgos de personalidad de los hermanos han sido muy poco estudiados (con la excepción de SELVINI, 1988), por lo que este estudio aporta datos novedosos en este terreno. En efecto, en nuestra muestra se distinguen claramente tres tipos de hermanos de pacientes psicóticos: 1. Un tipo de hermano que se podría definir como cariñoso, educado, correcto e hipersociabilizado. 2. Los definidos como exitosos, exigentes, perfeccionistas y evitadores de los conflictos. 3. Hermanos caracterizados por mucha rigidez, hermetismo y que tienden a aislarse socialmente. Las primeras dos modalidades de hermano/a, corresponden a un rol de mediador o cuidador en la familia. Si tenemos en cuenta que los roles y las funciones relacionales se definen en función de la posición relacional de los otros miembros de la familia, se observa que cuando un hermano es diagnosticado, y por lo tanto es abocado a asumir la posición de “enfermo”, el resto de los hermanos, en función de sus rasgos de personalidad y del lugar previo que ocupaban en la familia, también pueden ser abocados a asumir los roles de “cuidadores” y “mediadores”. Estos roles suelen presentarse con bastante rigidez y atrapan en mayor o menor medida a todos los miembros de la familia. Habitualmente estos hermanos suelen manifestar poco su malestar y sus necesidades individuales, priorizando la “urgencia” de su hermano diagnosticado. El tercer tipo de hermano suele tener muchas dificultades de relación personal con iguales, así como dificultades para establecer pareja y rasgos de fobia social. 147 11.5. Actitudes familiares hacia el paciente identificado Respecto a la actitud de los padres para con el paciente identificado se observa que el 31% tiene una actitud de exigencia, un 28% de comprensión, el 19% de los padres estaban ausentes en el cuidado del hijo, un 19% eran muy críticos y el 3% culpabilizaba al hijo del trastorno (sobre todo en las situaciones donde el paciente había consumido drogas). En resumidas cuentas, en los padres predomina una actitud de exigencia, crítica y poca implicación en el cuidado del hijo psicótico. La actitud de las madres se caracteriza por una tendencia hacia la sobreprotección de los hijos diagnosticados en un 50% de los casos, un 22% de las madres mostró actitudes muy ambivalentes (por un lado sentían mucha pena por lo que ocurría con su hijo, pero por otro mostraban mucho rechazo hacia él), el 12% de las madres mostraba claras actitudes de doble vínculo, un 7% de las madres desconfirmaban de forma muy clara al hijo, un 6% mostraba rechazo abierto hacia su hijo y un 3% lo descalificaba. En conjunto, en las madres predominan actitudes de sobreprotección y ambivalencia para con el hijo psicótico, pudiendo generar relaciones de doble vínculo. Como telón de fondo de importantes matices específicos, se aprecia una situación bastante clásica, en la que los padres son más exigentes y críticos, adoptando posturas de distancia, y las madres suelen ser las encargadas del “cuidado”, estableciendo relaciones muy estrechas con el hijo psicótico tendentes a la sobreprotección. Y téngase en cuenta que desde una perspectiva sistémica la sobreprotección es una falsa protección, puesto que se efectúa más en función de las necesidades (a menudo narcisistas) de quien protege que de quien es protegido. Las actitudes de los hermanos respecto al paciente identificado han estado caracterizadas por los siguientes elementos: el 30% muestra actitudes pseudoparentales hacia el hermano psicótico, el 30% intenta ayudarlo y colaborar con él/ella y el 40% tiende a ignorarlo y a rechazarlo de forma abierta. En general, muestran en un 60% actitudes y tendencias a sobreimplicarse y asumir roles más pseudoparentales con el paciente, mientras que en un 40% optan por todo lo contrario y manifiestan rechazo y distanciamiento respecto a la situación de su hermano. Estas dos actitudes se muestran muy polarizadas, pudiendo repartirse los roles entre diferentes hermanos (uno que se sobreinvolucra y otro que se aleja y rechaza) o bien puede presentarse en un único hermano/a oscilando a temporadas entre los roles cuidador-pseudoparental y rechazante. Los padres, pensando en el futuro, tienen la tendencia a reclutar entre los 148 hermanos a aquel o aquellos a los que delegarán el cuidado del hermano psicótico, de tal modo que ambos quedan atrapados, uno por el diagnóstico y otro por la delegación. Es difícil que, planteada la relación en esos términos, pueda darse una relación sana, entre iguales, y la mirada de unos y otros estará teñida de múltiples sentimientos ambivalentes. Para estos hermanos no resulta fácil desvincularse de la familia de origen y crear su propia familia. Al hacerlo cargan con una dosis importante de culpa. Es por ello, entre otras razones, que otros hermanos optan por poner distancia y desentenderse de la vida y la problemática del hermano, manteniendo esta actitud a lo largo del tiempo o bien oscilando entre esta distancia y la sobreinvolucración. 11.6. Características familiares En este apartado se intenta describir las características relacionales de las familias tratadas. Los datos se apoyan en el testimonio de dos observadores externos, terapeutas familiares que presenciaron los procesos terapéuticos “detrás del espejo”. También se muestran datos recabados de los cuestionarios realizados a todos los miembros de la familia antes de la terapia familiar. Estos cuestionarios eran el FACES II (versión reducida) (OLSON, PORTNER y LAVEE, 1985, adaptada a muestra Española por MARTÍNEZ y cols. 2005), que aporta datos de la cohesión y adaptabilidad familiar; el PBI (adaptación catalana de PARKER, TUPLING y BROWN, 1979) (específico para familiares de personas con Esquizofrenia), cuyas variables describen el clima familiar de cuidado y sobreprotección; y el IRQ (BAKER, HELMES y KAZARIAN, 1984), que evalúa la crítica familiar en la Esquizofrenia. 11.6.1. FUNCIONES PARENTALES Respecto a las funciones parentales, un 58% de los padres tenían funciones normativas primordialmente, un 22% mostraban funciones normativas y nutricias de forma equilibrada y un 14 % no tenían ningún tipo de relación con el hijo diagnosticado (no ejerciendo funciones parentales), el 6% de los padres cambiaban las funciones parentales dependiendo de la relación de pareja. En definitiva, la mayoría de los padres tendían a ejercer funciones parentales meramente normativas. El 70% de las madres ejercían funciones nutricias primordialmente, un 20% ejercían funciones nutricias y normativas, un 6% ejercían sus funciones parentales de acuerdo con la relación de pareja de padres y un 4% de las madres no ejercía ninguna función parental. Se puede observar que las funciones normativas y nutricias estaban delegadas 149 y repartidas entre los padres y las madres de forma un tanto disociada, habiendo un porcentaje de padres muy bajo que ejercían ambas modalidades de funciones parentales. En relación al nivel de acuerdo de los padres respecto a la crianza de los hijos. Un 54% de los padres se mostraban en desacuerdo constante, de ese porcentaje un 20% de los padres se definió como polos opuestos respecto a las decisiones en relación a los hijos. El 46% restante estaba de acuerdo en temas importantes. Se observa que la mayor parte de los padres tenían una visión muy distinta de la parentalidad. 11.6.2. RELACIÓN DE PAREJA DE LOS PADRES Un 47,6 % de las parejas de padres tenían una relación simétrica. De ese porcentaje, el 30% mostraba hybris simétrica (la forma más exacerbada de simetría) y el 17,6% mostraba una simetría abierta y/o encubierta. El 42,6% de las parejas tenían una relación complementaria rígida. Únicamente un 9,8% de las parejas tenían una relación equilibrada. Se observó que un 60% de los padres mostraban conflicto permanente, creando un ambiente hostil y un 40% de las parejas mostraban conflicto encubierto y evitaban la confrontación, generando un ambiente de “calma tensa”. En relación a la sobrecarga que pueden llegar a sentir los padres respecto al cuidado del paciente identificado, un 65 % de las parejas parentales se sentían sobrecargados antes de iniciar la terapia. De este porcentaje, el 50% eran las madres las que se sentían sobrecargadas respecto al cuidado del hijo, había un 10% de sobrecarga que se repartía en ambos padres y un 5% de padres que se sentían sobrecargados. Es de destacar el porcentaje tan elevado de madres con sobrecarga y el porcentaje tan bajo de padres. 11.6.3. EL CONFLICTO FAMILIAR Los pacientes identificados y sus padres tenían una relación conflictiva o distante en un 80%, mientras que el 20% tenían una relación no conflictiva. Los pacientes identificados y sus madres no solían tener conflictos abiertos, únicamente el 20% de estos pacientes mostraron una relación abiertamente conflictiva con sus madres. Los pacientes identificados y sus hermanos solían tener una relación conflictiva. Un 73,6 % de los hermanos tenía una relación caracterizada por el conflicto (un 42% tenían conflictos puntuales y llegaban a una negociación y un 150 31,6% tenía una relación permanentemente conflictiva). En un 26,4 % de los casos no había conflicto entre los hermanos. En relación al conflicto, destaca que los pacientes identificados no mostraban conflicto abierto con sus madres y sí con los padres. La pareja de padres, mantenían una relación en continuo conflicto en su mayoría, habiendo un porcentaje muy elevado de conflicto encubierto. 11.7. Estructura familiar 11.7.1. COHESIÓN En relación a las variables familiares que tienen que ver con la estructura familiar, según las observaciones del equipo terapéutico, las familias tratadas han sido predominantemente aglutinadas (un 48%). El 26% eran familias desligadas y un 21,7% eran familias aglutinadas y desligadas a la vez (efecto acordeón). Un 4,3% se podrían definir como familias equilibradas. En la misma dirección, con las puntuaciones del FACES II en la variable cohesión, los pacientes percibían a sus familias como muy cohesionadas (M= 3,3). Se pueden definir como un tipo de familias estructuralmente apegadas. Tanto los padres (M=3,6), como las madres (M=3,9) muestran puntuaciones altas en cohesión. No se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre padres y madres (t=–1,00, p>0,05) en esta variable. La percepción de los padres coincide con la de los hijos, que describen a su familia como familias muy cohesionadas y rígidas. Definiéndose como un tipo de familia rígidamente apegadas. Todas las familias aglutinadas, además de las características propias de la aglutinación, tenían características de ser muy unidas en la situación sintomatológica o problemática, habiendo una escasa diferenciación o individuación. Estas familias tenían tendencia a ver situaciones “normales” o de “individuación” como patológicas en los hijos, dificultando su proceso de individuación en una fase adulta. Ambas situaciones ponían en entredicho que los hijos pudieran asentar bien su sentido de pertenencia, ya que lo definían en base a la situación problemática. Y el sentido de individuación estaba limitado y era “patologizado” en sus intentos de abrirse paso. “Mi hijo está muy raro, ahora sale con chicas” “Mi hijo debe tener una crisis, porque está empezando a cocinar para él”. También se observan casos donde se veía como patológico que alguno de los hermanos hiciera intentos de individuación: “La hermana está muy extraña, ahora que tiene novio”. Muchas crisis psicóticas detonaron cuando los hijos se “emancipaban” de la casa de sus padres, haciéndolos regresar y devolviendo un equilibrio precario a la familia. 151 Las familias desligadas habitualmente suelen preservar el sentido de individuación y en muchas ocasiones ayudan a una emancipación temprana de los hijos. En el caso de las familias tratadas, se observó que contaban con un elevado sentido de individuación, alterado por una gran necesidad de sentir pertenencia familiar. Habitualmente los hijos habían tenido dificultades en la nutrición relacional, lo que no permitía afianzar el sentido de pertenencia. Es como si se sintieran atrapados dentro de la familia, esperando recibir el cariño y la protección que no recibieron en los primeros años de vida. Un “juego de espera” que mantenía a la familia unida y enredada. Las familias aglutinadas y desligadas a la vez, llamadas “familias con efecto acordeón”, han sido caracterizadas por ser aparentemente aglutinadas. Son familias que están muchas horas todos los miembros juntos, que comparten muchos espacios, pero a la vez, todos se sienten muy solos. Comparten poca intimidad y existe un clima de frialdad. Estas familias en apariencia están muy unidas, pero en realidad no se puede generar un sentido de pertenencia (porque no hay metacomunicación ni relación próxima y satisfactoria), y a la vez, hay un sentimiento profundo de soledad y de tener que asumir cada miembro de la familia por su cuenta su vida y problemas. No es raro que se desarrollen mecanismos expulsivos. Las familias definidas como equilibradas son aquellas que han adaptado su cohesión de acuerdo al ciclo vital en que se encuentran, siendo más cohesionadas en los primeros años de los hijos y tendiendo a desligarse en fases de individuación. Dotan a los hijos de un sentido de pertenencia a la vez que facilitan la individuación. Estas familias han sido una rareza entre las tratadas. 11.7.2. ADAPTABILIDAD FAMILIAR Por adaptabilidad se entiende la capacidad de un sistema para cambiar ante los cambios externos. Pues bien, un 82,6 % de las familias estudiadas eran rígidas (cambiaban poco ante cambios externos), un 13,1% tendentes al caos o moderadamente caóticas (cambiaban en exceso en tales situaciones) y un 4,3 % flexibles. Las puntuaciones del FACES II aportan resultados que van en la misma línea: los pacientes percibían a sus familias como rígidas (M= 3). Los padres (M= 3,6) y las madres (M=3,5) mostraban puntuaciones muy elevadas en tendencia a la rigidez. No se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre padres y madres en la variable adaptabilidad (t=0,5, p>0,05). Es decir, que la gran mayoría de las familias mostraban mucha rigidez y la percepción recíproca redundaba en esa línea. Como se ha mencionado con anterioridad, las familias tratadas tenían más de 10 años de evolución del trastorno. Es posible que, como característica previa, 152 las familias estuvieran caracterizadas por una adaptabilidad rígida. Pero también es posible que la rigidez pudiera aumentar o mantenerse debido a los años de evolución del trastorno. Es importante tener en cuenta esta variable a la hora de trabajar con estos casos, ya que esa rigidez que las caracteriza requerirá por parte del equipo un alto grado de tolerancia a la frustración a la hora de respetar sus tiempos. Los cambios se irán dando de forma escalonada y lenta. El equipo tendrá que poner el acento en los pequeños cambios. 11.7.3. JERARQUÍA FAMILIAR En el 60% de las familias había un hijo triangulado entre los cónyuges. De ese 60% se observó que en el 46% de los casos era el paciente identificado el hijo triangulado y en un 14% era el hermano exitoso. También se observó un 18,1% de indefinición jerárquica. El 13,6% de las familias mostraba caos jerárquico, habiendo mucha indefinición entre las líneas generacionales de padres e hijos, frecuentemente definidas más en función de las alianzas intergeneracionales. En el 4,5% de las familias había jerarquía invertida, siendo los hijos psicóticos quienes estaban “jerárquicamente arriba”, en la posición “up”. En un 32,8% de las familias se observó una jerarquía equilibrada. Específicamente, en un 18,7% de las familias se mostraba una jerarquía autoritaria convencional teniendo roles tradicionales y un 14,1% mostró equilibrio jerárquico. Es decir que, en una línea disfuncional, en un porcentaje alto (78,1%) la jerarquía familiar era poco definida y los hijos solían participar de las decisiones que corresponderían a los padres. O bien, la jerarquía se modificaba en función de las alianzas intergeneracionales. 11.7.4. LA TRIANGULACIÓN DESCONFIRMADORA Un 95,5 % de los pacientes tratados tenía la percepción subjetiva de ser triangulados. ¡Un porcentaje altísimo! El 50% se sentían triangulados en medio de los padres y un 45,5% se sentían en medio de los padres y hermanos. Solo en un 4,5% de los pacientes identificados no había conciencia de triangulación. Y en cuanto a la desconfirmación, un 91,3% de los pacientes comunicaban vivencias compatibles con tan complejo fenómeno. En lo que se refiere a las características de la triangulación desconfirmadora, un 37,5% de las familias mostró los rasgos de una pareja parental bloqueada y 153 la figura de un hermano exitoso. En un 31,3% solo existía la pareja parental bloqueada y en un 31,2% solo existía la figura del hermano exitoso. En relación a los valores y creencias desconfirmantes, se encontró que un 70% de las familias los mostraron de forma intensa. El 21% los tenían de forma ligera y en un 9% no se pudieron detectar. En conjunto, pues, un nivel muy alto. Se trata de valores y creencias que se ven retroalimentados por un sistema de atención sanitario meramente biologicista y con diferentes mitos sociales acerca de los trastornos mentales. He aquí algunas de las creencias desconfirmadoras más frecuentes predominantes en el discurso de los padres: el 41% pensaba que su hijo era imprevisible, un 18% que nunca acababa las cosas que empezaba, el 16% que era mentiroso, un 15% de padres creía que su hijo era tonto, el 10% que era miedoso, y únicamente un 9% realizaba comentarios empáticos y positivos considerando que su hijo sufría. Entre los rituales desconfirmadores el 60 % eran excluyentes y el 40% constrictivos. 11.7.5. CLIMA EMOCIONAL FAMILIAR Considerando el clima emocional familiar caracterizado por un ambiente desconfirmador, se observó que antes de iniciar la terapia familiar el 78,3 % de las familias mostraba un ambiente de tales características, moderadamente grave o muy grave (un 43,5% moderado, un 26,1% grave y un 8,7% muy grave). El 17,4 % de las familias mostraba un ambiente desconfirmador ligero y el 4,3 % de las familias no mostraba ambiente desconfirmador. O sea, que un 95,7% de las familias estudiadas, de nuevo un porcentaje muy elevado, ha mostrado (con diferente intensidad) un ambiente desconfirmador. El 80% de las familias tenían actitudes de hostilidad (de las cuales un 40% mostraban hostilidad moderada, un 30% tenían un ambiente muy hostil y un 10% hostilidad baja). Las actitudes de hostilidad, pueden ser de los padres o de los hermanos hacia el hijo psicótico. Pero también se encuentran actitudes de hostilidad del paciente hacia la familia, perpetuándose un circulo vicioso donde todos participan de un ambiente tenso que tolera poco los fallos de los otros. En un 20% de las familias no había un clima de hostilidad. La hostilidad suele ser el mejor predictor de mal pronóstico terapéutico y de evolución negativa en la Esquizofrenia. Dada la elevada presencia de hostilidad en la muestra, cabe pensar la importancia que ha tenido afrontar este tema durante la investigación. Respecto de otra variable del clima emocional (PBI), la sobreprotección, se observó que el 75% de las familias sobreprotegía a los pacientes, haciendo por 154 ellos funciones que corresponderían a hijos pequeños o adolescentes, es decir, funcionando y organizándose como familias de una etapa del ciclo vital anterior a la que correspondería por edad cronológica. Considerando las puntuaciones del cuestionario PBI, se observa que los hijos psicóticos perciben a las madres como cercanas, afectuosas y controladoras, (PBI cuidados M=24), con una tendencia a infantilizar y sobreproteger al hijo (PBI Protección M=15). Por otro lado, los pacientes perciben a los padres como menos afectuosos y más fríos emocionalmente (PBI Protección M=10). Lo que definiría un tipo de vínculo ausente y débil. En relación a la percepción del clima emocional familiar, las madres se perciben a sí mismas como cercanas, afectuosas y controladoras (con una tendencia a infantilizar y sobreproteger al hijo (protección M=14)). Mientras que los padres se perciben a sí mismos como próximos con sus hijos, pero más fríos emocionalmente y poco protectores con ellos (Protección M=9). Se han encontrado diferencias estadísticamente significativas en la variable protección (t=2,08, p=0,05), siendo las madres significativamente más sobreprotectoras que los padres. La percepción de los pacientes coincide con la de los padres, definiendo una relación muy estrecha, cercana y de sobreprotección de las madres y una relación más débil, frágil y fría con los padres. En cuanto a los comentarios críticos que suelen realizar los padres respecto a los hijos psicóticos, un 70% de las familias mostraban una actitud hipercrítica hacia los pacientes identificados. En un 17% la crítica es baja y únicamente en un 13% no hay crítica. Respecto a las puntuaciones de las escalas del cuestionario IRQ en su escala crítica familiar, los pacientes perciben a los progenitores como críticos (IRQ critica padres M=20, IRQ critica madres M=17), aunque ligeramente más críticos a los primeros que a las segundas. Los padres (M=20) y las madres (M=17) se muestran críticos con sus hijos. No se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre las críticas del padre y la madre, siendo ambos muy críticos. Según estudios de LEFF y VAUNGH (1975), los mejores predictores de recaídas en los pacientes con Esquizofrenia son el criticismo, la hostilidad y la sobreprotección familiar. Ello pudo ser confirmado en las familias de nuestra muestra, que, de acuerdo con tal criterio, podrían ser consideradas como de mal pronóstico. En relación al ambiente de control, se observó que en un 70% de las familias había un ambiente impregnado de control de los padres para con el paciente identificado. De dicho porcentaje, un 50% de los padres mostraban mucho control, mientras que en un 20% de las familias habría control de menor cuantía. Este elemento dificulta el paso a la individuación de los hijos psicóticos. 155 Respecto a la comunicación familiar, se ha observado que existían mensajes contradictorios y ambiguos a través de diferentes canales de comunicación (analógico y digital). Un 53% de las familias mostraban mucha ambigüedad en sus mensajes comunicacionales, en un 30% la ambigüedad era moderada, y únicamente en un 17% no se mostraba ambigüedad. Por tanto, hasta un 83% de las familias tenían un clima caracterizado por la ambigüedad y mensajes comunicacionales contradictorios. 11.7.6. EL CICLO VITAL DE LA FAMILIA Como hemos comentado en la introducción de este capítulo, las familias solían contactar con nuestro equipo cuando el proceso psicótico ya se había instaurado y tras haber conectado con otros servicios de salud mental. Ello explica que la mayoría, un 76% de las familias, estuvieran en la fase del ciclo vital con hijos adultos, un 21% en la fase de hijos adolescentes y un 3 % en la de hijos adultos con padres en vejez. En un 80% de los casos se trató al paciente identificado con su familia de origen. Únicamente se trató a 3 pacientes con sus familias creadas. En relación al ciclo vital de los pacientes, todos eran adultos o jóvenes adultos; no obstante, hubo 6 familias de adolescentes entre 12 y 18 años con sintomatología pre-psicótica o primeros brotes. La intervención familiar estuvo basada en el modelo de la reconfirmación, que exponemos detalladamente en este libro, si bien adaptada de acuerdo con el ciclo vital de la familia. Fue interesante constatar que, a pesar de tratarse de familias cuyo ciclo vital correspondería a fases de individuación más avanzadas, su dinámica y funcionamiento se correspondía con las que tienen hijos adolescentes. Eran familias bloqueadas o estancadas en la fase de individuación. Los primeros síntomas psicóticos suelen presentarse en el momento en que el paciente identificado se encuentra en la etapa del ciclo vital de “La familia con hijos adolescentes”. El diagnóstico suele dificultar el tránsito hacia las siguientes etapas y la familia puede quedar atrapada en una dinámica que perpetúa un juego sin fin. El proceso de desvinculación es una de las etapas más difíciles de transitar para los hijos. Para realizar el paso de individuarse e independizarse de la familia de origen, se requiere que la familia haya satisfecho el sentido de pertenencia, que ayuda a estructurar la identidad y proporciona el mínimo de seguridad personal que permite acceder a la necesidad de “ser uno mismo”. El proceso de diferenciarse de la propia familia necesita el “permiso” de ésta, así como un mínimo de seguridad de que se podrá seguir contando con su apoyo. Es una ayuda valiosísima al desarrollo y la maduración de los hijos. Toda la 156 familia necesita tener una mínima flexibilidad para cambiar su organización tras la partida del hijo. Los padres deberán re-estructurar su relación de pareja y se configurarán nuevas normas, reglas y límites familiares. Según CANCRINI (1996) el alejamiento de un miembro no afecta solamente a las relaciones directas del que se va con los otros, tomados de uno en uno, sino que provoca una reacción en cadena de cambios relacionales compensatorios entre los restantes miembros del sistema familiar. Estos consiguen aceptar el abandono en la medida en que son capaces de absorber los patrones de necesidad respecto de los demás “declarados” por cada uno de ellos. Y a la inversa, la pérdida de un hermano, por matrimonio o por muerte, puede “precipitar” la psicosis en uno de los otros hijos, o incluso en uno de los padres, que con anterioridad se encontraban compensados. Estos mecanismos de compensación tienen que ver con la autopoiesis y con fenómenos homeostáticos. Así pues, cuando hablamos del proceso de individuación hemos de tener en cuenta no solo al paciente identificado, sino también al resto de la familia, incluidos los hermanos. Si la psicosis del hijo y las necesidades de la familia de seguir vinculados, aunque sea de modo disfuncional, coinciden, aumentan las posibilidades de que la vida se estanque y de que se pongan las energías en la aceptación de la “enfermedad” y la elaboración de las pérdidas. El hijo psicótico elabora la pérdida de sus proyectos, su vida, su independencia, sintiéndose dependiente y a la vez encadenado a no irse nunca de casa. Su mundo se rodea de pérdidas: “la persona que fue antes”, la que “quería ser”. Su mundo se llena de temores y parálisis, teniendo un miedo continuo a que cualquier cosa intensa de la vida destruya su frágil identidad. Teme tener una crisis, recuerda los momentos de ingresos psiquiátricos e intenta estructurar su vida con mucha rigidez y hermetismo. Poder tener una pareja, vivir solo o construir su independencia se convierten en situaciones de riesgo para él. Por lo que prefiere vivir “protegido” bajo el ala de sus padres, limitando su vida y sus posibilidades relacionales. Sintiéndose muy atrapado. Es habitual que los padres se sientan culpables del trastorno del hijo, muy confundidos respecto a las causas, la evolución, las posibles soluciones, aspectos que podrán irse esclareciendo o confundiendo en mayor o menor medida en función de la información y feed backs que reciban de los profesionales con quienes entren en contacto. El hijo psicótico pasa a ser el centro de su preocupación, aumentando la tensión familiar, cerrando filas respecto al exterior, en parte por el estigma asociado al diagnóstico, dificultando el apoyo que pudieran recibir por parte de la familia extensa o de la red social más amplia. Los hermanos suelen sentir esa misma confusión, dolor, ansiedad, 157 culpabilidad. Es fácil que alguno de ellos quede secuestrado (si no lo estaba ya antes) en una alianza con los padres donde estos demandan que la vida de todos sea sacrificada para “salvar” o “acompañar” al hermano enfermo. Otros pondrán el acento en ser muy responsables, en hacerlo muy bien: el mandato fatídico de “cuida de tu hermano” acecha. En todo caso, al margen del rol que ejerzan los hermanos, un denominador común a todos ellos será el compartir las dificultades para poder desvincularse y crear su propia familia. Incluso, sería más adecuado hablar de “pseudodesvinculación”, dado que, incluso aquellos que consiguen algunos de los objetivos de la individuación, suelen confesar que les acompaña un sentimiento de culpa que no siempre les permite tener éxito en su vida. Es así como suelen presentarse las familias con las que hemos trabajado. En mayor o menor medida la vida parece haberse paralizado, incluso constreñido, sintiendo que su mundo cada vez es más cerrado, más doloroso y más desesperanzado. Se vive el presente como una eternidad, donde el futuro, si es que se perfila, se ve muy desdibujado. 11.8. Cambio En este apartado se muestran los resultados que tiene que ver con el proceso de cambio terapéutico, tal y como se muestra en la sintomatología y en el funcionamiento de los pacientes identificados, así como en las diferentes características familiares. Para ello, se ha comparado la situación de tales variables anterior al inicio de la terapia familiar, con la correspondiente al final de la misma. La duración mínima del tratamiento fue de 2 años y la máxima de 8 años. A esta diferencia entre el pre y el post-tratamiento lo denominamos porcentaje de cambio terapéutico. Podemos anticipar que la terapia familiar produce cambios relevantes, tanto a nivel individual como relacional, en los pacientes y las familias tratadas. También somos conscientes de que estos cambios no tienen por qué ser producto única y exclusivamente de la intervención familiar. Fieles a la consigna que formulamos hace años (LINARES, 1996) (“orgullo psicoterapéutico y modestia ecológica”), hemos de admitir que todos los cambios del contexto ecológico e histórico de las personas inciden en su curso y evolución, tanto a nivel individual como relacional-familiar. No contamos con un grupo control o de comparación, debido a que han sido 11 años de trabajo con familias y nuestro objetivo primordial era clínico: queríamos tratar de forma prioritaria a las familias que llegaban a nuestra Unidad de Psicoterapia con una problemática de la esfera psicótica en uno de sus miembros. El segundo objetivo era implementar el modelo de la reconfirmación, tanto en el plano teórico como en el clínico, realizando unas 158 primeras aproximaciones y obteniendo unos primeros resultados, por qué no, provisionales. Y por fin, el tercer objetivo sería evaluar los posibles efectos de esta intervención. Es importante mencionar que sería fundamental contar con un estudio que ayude a fundamentar la validez empírica de este modelo, considerando un grupo control o de comparación. Creemos que los resultados obtenidos tienen un valor clínicamente significativo, considerando que la investigación se realizó en un contexto clínico real, con pacientes derivados por rutas habituales, tratados por terapeutas expertos y con un diagnóstico heterogéneo, aunque bajo el denominador común de trastorno psicótico. Existen muy pocos estudios longitudinales desde una perspectiva familiar sistémica en el ámbito de la psicosis. Como antecedente ilustre, cabe citar el estudio que realizó SELVINI (1998), con un valor terapéutico y clínico muy importante. En nuestro estudio se ha implementado un modelo diferente de intervención, evaluado con registros observacionales y algunos cuestionarios que valoran variables sintomatológicas y relacionales. 11.9. Los síntomas después de la terapia En un primer apartado de características sintomatológicas de los pacientes, se han utilizado pruebas de contraste estadístico. Se han comparado las puntuaciones del cuestionario PANSS (Síntomas Positivos y Negativos), actualmente uno de los cuestionarios más utilizados para evaluar síntomas psicóticos, y la Escala de Actividad Global (EEAG) del entonces DSM-IV-R (que evalúa gravedad en la sintomatología y funcionamiento del paciente). Para poder conocer el efecto que ha tenido la intervención, se han realizado pruebas no paramétricas de comparación de medianas pretest-posttest. 11.9.1. PACIENTES En relación a la sintomatología de los pacientes, se encontraron diferencias estadísticamente significativas en la Escala de Evaluación de Actividad Global (EEAG) (Z=–3,07, p=0,002) en la variable sintomatología (Pre-mediana =50, Post-mediana=65) (a mayor puntuación mejora de síntomas y funcionamiento). Se constató una mejora significativa después de la terapia familiar en la sintomatología de los pacientes (véase Gráfico 11.2). 159 Gráfico 11.2. EEAG. Gravedad de los Síntomas y Funcionamiento social de los pacientes. También se encontraron diferencias estadísticamente significativas (Z=–3,06, p=0,002) en la variable de la EEAG de funcionamiento social y laboral (pre mediana= 50, seguimiento mediana=70). Existe una mejora clara del funcionamiento social y laboral de los pacientes al finalizar la terapia familiar. En la EEAG total, también se encontraron diferencias estadísticamente significativas (Z=–3,06, p=0,002) (pre-mediana=50, Post-mediana=66), mejorando claramente tanto los síntomas como el funcionamiento social y laboral de los pacientes después de la terapia familiar. En relación a los síntomas positivos y negativos, se puede observar en la escala PANSS que también se encontraron diferencias estadísticamente significativas en los síntomas positivos (Z=–3,06, p=0,02), entre las puntuaciones de antes y las de después de la terapia familiar (pre-mediana=26, seguimiento mediana=11,5), disminuyendo claramente la sintomatología positiva en los pacientes. También se observa una mejora clínicamente relevante, ya que los pacientes puntúan por debajo del centil 50 después de la terapia familiar (véase Gráfico 11.3). Como se mencionó en el apartado sintomatología, la mayoría de los pacientes que llegaron a terapia con sus familias, no se encontraban en fase activa de síntomas positivos (o fase aguda), producto de una evolución más larga del trastorno psicótico. A pesar de que no había puntuaciones muy graves en sintomatología positiva antes de iniciar la intervención, los pacientes con puntuaciones más altas disminuyeron significativamente después de la terapia familiar. En relación a los síntomas negativos, se encontraron diferencias estadísticamente significativas (Z=–2,93, p=0,003), disminuyendo los síntomas negativos considerablemente (pre-mediana= 30, post-mediana=12) (ver Gráfico 11.3). Los síntomas negativos en los pacientes estuvieron muy presentes antes de iniciar la terapia, habiendo sintomatología negativa grave. Después de la terapia familiar, los pacientes pasaron de puntuar por encima del centil 70 en el PANSS a puntuar por debajo del centil 30, con una diferencia clínicamente significativa, además de estadística. En la práctica, esto significa que los 160 pacientes han dejado de tener síntomas negativos al finalizar la intervención. Respecto a la variable de sintomatología general de la escala PANSS, se encontraron diferencias significativas (Z=–3,06, p=0,002), disminuyendo los síntomas generales de los pacientes (pre-mediana=50, seguimiento mediana=27,5) después de la terapia familiar. También ello posee una relevancia clínica, ya que los pacientes puntuaron después de la intervención por debajo del centil 30. (Véase Gráfico 11.3). Resumiendo, cabe afirmar que la terapia familiar ha tenido una influencia significativa en la disminución de los síntomas positivos, una disminución de la gravedad de los síntomas, así como una mejora clínicamente relevante en los síntomas negativos, en la sintomatología general de los pacientes (síntomas afectivos) y una mejora considerable en el funcionamiento social y laboral. Grafico 11.3. Sintomatología del paciente. Escala PANSS. Síntomas Positivos, Negativos y Sintomatología General. No se muestran los resultados del estado de ánimo de los familiares, ya que no es una variable que fuera observada de forma inicial y durante el curso del tratamiento, sino solamente después de realizar este estudio. Sería importante que en estudios futuros se considerara el estado de ánimo de los familiares como una variable a medir y observar para conocer el efecto del tratamiento en ellos. De forma verbal, los familiares manifestaron sentirse más aliviados, menos tristes y desesperanzados al terminar la terapia familiar. Un 90% de estos padres se sentía mucho mejor en contraste con el inicio el tratamiento. 11.9.2. NIVEL DE ACTIVIDAD En relación a la actividad que realizaban los pacientes al finalizar la terapia familiar, un 35% hacía algún curso de formación, un 35% tenía trabajo, el 20% hacía alguna actividad diaria sin remuneración y un 10% no realizaba ninguna actividad. El porcentaje de mejora en el nivel de actividad alcanza a los pacientes en un 90%, mientras que únicamente un 10% sigue sin actividad 161 después del tratamiento. Se puede observar que el 90% de estos pacientes han pasado de no tener ninguna actividad a realizar algún tipo de actividad lúdica, de estudio, práctica, voluntariado o trabajo. Se tiene que considerar la crisis económica en España durante el tiempo de realización de la investigación, habiéndose llegado a contar con un 50% de parados en personas con edades comprendidas entre 25 y 40 años. También hay que tener en cuenta que un porcentaje alto de los pacientes tenían ayudas económicas, aspecto que limitaba sus posibilidades en el mercado del trabajo. Es la clásica paradoja: un trabajo remunerado de pocas horas les proporciona un sustento económico mucho menor que la paga por invalidez. El hecho de recibir una aportación económica que les facilita la vida (en muchas ocasiones, también una necesidad primordial para las familias), se convierte a la vez en una limitación, tanto objetiva como subjetiva, para la posibilidad de trabajar. Únicamente un 35% de los pacientes trabajaron después de la terapia (un 25% más que al inicio), pero no hay que perder de vista que la mejora y la recuperación en los trastornos psicóticos remite fatalmente a los contextos sociales y económicos. 11.9.3. SOCIABILIDAD DEL PACIENTE El 70% de los pacientes muestra cambios importantes y consistentes en la sociabilidad al finalizar la terapia familiar. Esto significa que el paciente ve más frecuentemente a su familia y a personas de otros entornos, por ejemplo, grupo de iguales, y puede ampliar su red social (a un par de personas de confianza) y abrirse a nuevos entornos sociales. El 25% de los pacientes muestra un cambio menor, lo que significa que ven con más frecuencia a su familia de origen y extensa, pero mantienen básicamente el tipo de sociabilidad que tenían antes de la terapia familiar. Únicamente un 5% de los pacientes identificados no muestra cambios. En definitiva, la terapia familiar ha mejorado de manera importante la sociabilidad de las personas diagnosticadas de psicosis en un 95% de los casos. La familia es el núcleo de sociabilización primaria y, sin duda, es un recurso relacional para el paciente. En los problemas llamados “psicóticos” hay una ruptura en la confianza con los “otros” y con “el mundo”, por lo que intervenir con el núcleo emocional más cercano y de mayor confianza para el paciente es fundamental para poder ir ampliando sus redes de relación. BELLACK (2007) realiza una propuesta bastante realista y contextualizada, definiendo la recuperación en las personas con Esquizofrenia. Propone que para hablar de recuperación es necesario que el propio paciente y su entorno tengan la percepción subjetiva de mejora o cambio (si la familia y el paciente se 162 perciben como que “están mejor”). También se habla de recuperación si hay un aumento de la actividad del paciente, de su calidad de vida, así como una mejora de la sintomatología (aunque el autor alude a la dificultad de que los síntomas desaparezcan en su totalidad). Si alguno de estos elementos está presente, se puede definir como mejora y/o recuperación. En función de estos criterios, no hay duda de que los pacientes tratados muestran una recuperación notable. 11.10. El cambio en las familias Se exponen a renglón seguido los resultados obtenidos comparando los porcentajes de las diferentes variables familiares antes de iniciar la terapia familiar y después de su finalización, expresión de un cambio terapéutico familiar. Es el resultado de la aplicación de pruebas no paramétricas de contraste de medianas antes y después del tratamiento en las puntuaciones de los diferentes cuestionarios que miden características familiares, tales como el FACES II, el PBI y el IRQ. 11.10.1. RELACIÓN DE LA PAREJA DE PADRES En referencia a la pareja de padres, el 40,7% no presentan cambios en su jerarquía interna. Un 59,3% sí muestran cambios, y, de ellas, un 24,3% se vuelven menos simétricas. El 24,3% son complementarias, pero disminuye la rigidez, y las relaciones equilibradas aumentan en el 10,7% de las parejas. Hay, pues, cambios moderados en la jerarquía interna de la pareja. Se observa una cierta mejora de la hybris simétrica, de la simetría inestable y de la complementariedad rígida. Es posible que estas características relacionales, o “las reglas de juego”, estén mejor definidas. También es posible que la relación de pareja quede un poco más clara o mejor dibujada, afectando menos a los hijos. No obstante, las parejas muestran menos flexibilidad para el cambio en su dinámica relacional de lo que cabría esperar. 11.10.2. SOBRECARGA EN EL CUIDADO DEL HIJO La sobrecarga respecto al cuidado del hijo psicótico disminuye en un 52,83%, lo cual significa que los progenitores pasan de estar sobrecargados a no estarlo. La sobrecarga de las madres disminuye en un 70%, pasando de estar muy sobrecargadas a no sentir sobrecarga. Respecto a los padres, partiendo de un porcentaje muy bajo de padres sobrecargados antes del tratamiento (4,5%), al finalizar la terapia acaba no habiendo ninguno. 163 Este cambio en cuanto a la sobrecarga está relacionado con el hecho de que el paciente haya mejorado en su sintomatología, la socialización y una visión de futuro más esperanzadora, así como a los cambios habidos en la relación de pareja de los padres. 11.10.3. SOCIABILIDAD DE LOS PROGENITORES Un denominador común que llamó nuestra atención es el hecho de que eran familias con mucho aislamiento social. Durante el ciclo vital de la familia con niños pequeños, los padres contaron con muy poca ayuda de la familia extensa en la crianza de los hijos. Entre las posibles causas está la emigración (habían emigrado de otros lugares de España a Cataluña) y otras circunstancias tales como muertes o dificultades de relación. Los padres no contaban con una red social de apoyo amplia, soliendo ser familias con pocos amigos y más cerradas hacia el exterior. Otras familias, tenían mayor apertura hacia el exterior, pero tras el diagnóstico del hijo dejaron de tener contactos sociales (en muchas ocasiones por sentirse juzgados y avergonzarse). Eran familias que se sentían poco apoyadas por su familia extensa o por sus amigos y tendían a aislarse socialmente. Después de la terapia familiar, se observó que el 55% de los padres continuaban aislados socialmente. Un 35% empezaron a relacionarse con otras familias que tenían una problemática similar (familias que habían conocido en el grupo de terapia o en otros contextos parecidos, tales como asociaciones de familiares en salud mental), y únicamente un 10% abrían su relación a la familia extensa y a otros entornos. Es decir, que una vez la familia ha podido mejorar en sus relaciones intrafamiliares y en su comunicación, podría beneficiarse de intervenciones que le ayudaran a abrir su red social. La plataforma de sociabilización de estas familias fue el grupo terapéutico para familiares basado en el modelo de la reconfirmación. Todas las familias que asistieron al grupo posteriormente se vincularon entre sí. Debido al grado tan elevado de aislamiento de las familias, sería fundamental continuar un trabajo grupal y de red basado en este modelo, con el objetivo de aumentar la cohesión y el sentimiento de aceptación social, de disminuir sus ansiedades, así como de ayudarles a sentir apoyo y a disminuir la soledad. SEIKKULA (2003) y SLUZKI (1996) han definido la salud mental de las personas en función de la cantidad de relaciones sociales que esa persona tiene. Cuanta más red social de apoyo tiene una persona, más sólida será su salud mental. Es por ello que es fundamental realizar intervenciones que ayuden a los familiares a vincularse a otros entornos sociales y a ampliar su red de apoyo (además de la 164 familia extensa), como una estrategia de soporte frente a las situaciones problemáticas. La intervención desde el modelo de la reconfirmación también tiene como objetivo indirecto incidir en el macrosistema y en las creencias desconfirmadoras que hay en el entorno respecto a las psicosis. 11.11. Estructura familiar 11.11.1. COHESIÓN En cuanto a la cohesión familiar, el 45% del total de las familias tratadas cambiaron el tipo de cohesión al finalizar la terapia familiar, pudiéndose afirmar que ésta ayuda a clarificarla y a definirla mejor. De las familias definidas como aglutinadas, un 65% se mostraron menos aglutinadas al finalizar el tratamiento, dando más espacio a los aspectos individuales y a la relación con el exterior. El 61,3% de las familias desligadas aumentaron su cohesión mostrándose más unidas y dotando de un mayor sentido de pertenencia a los hijos. Las familias aglutinadas y desligadas a la vez (efecto acordeón), cambiaron en un 30% decantándose hacia una mayor cohesión y, por tanto, tendiendo a la aglutinación. Estas familias se sentían más unidas como tales (no solo en función de los síntomas) en comparación con el momento anterior al inicio de la terapia familiar. Las familias que, tras una intervención bastante larga (entre 2 y 5 años), han mostrado más tendencia a modificar su cohesión, han sido las desligadas y las aglutinadas, en contraste con las menos flexibles familias con efecto “acordeón”. En el 55 % de las familias estudiadas no hay cambios en cuanto a la cohesión, lo cual apunta a un mayor arraigo y estabilidad de esta cualidad familiar. 11.11.2. ADAPTABILIDAD Tras la terapia familiar, en un 44,7% de las familias rígidas disminuye la rigidez. En un 50% de las familias aumenta la flexibilidad familiar (antes del tratamiento solo un 4,3% de las familias se definían como flexibles). En la misma línea, las familias que eran caóticas en su funcionamiento o con tendencia a la caoticidad, dejaron de ser caóticas en un 13%, cambiando a un modo de funcionamiento más flexible y organizado. Así pues, la terapia familiar incide de manera clínicamente relevante en la adaptabilidad familiar, ya que se produce cambio en esta variable en el 94,7% de las familias tratadas, con una incidencia favorable en su nivel de adaptación al medio. 165 11.11.3. JERARQUÍA Un 51% de las familias tratadas mejoraron su equilibrio jerárquico al finalizar la terapia familiar, dejando de haber caos jerárquico, así como reestructurándose la jerarquía invertida. En relación a la triangulación transgeneracional, el 80% de los pacientes, dejaron de estar triangulados entre sus padres después de la terapia familiar. Respecto a la triangulación del hermano exitoso, el 22% de estos hermanos dejaron de estar triangulados después de la terapia. La terapia, pues, tiene un efecto muy relevante en el aumento del equilibrio jerárquico, ayudando al paciente a salir del triángulo parental y a los padres a resolver sus propias dificultades. 11.12. La desconfirmación 11.12.1. TRIANGULACIÓN DESCONFIRMADORA La percepción del paciente acerca de ser triangulado mejora en todos los casos. Después de finalizar la terapia familiar, el 63% de los pacientes tenían la percepción de no formar parte de la relación de pareja de los padres. El 67% de los hermanos tuvieron la percepción de ser menos partícipes de la relación entre los padres (triangulación interconyugal). En relación a las características de la triangulación desconfirmadora, las parejas parentales bloqueadas disminuyeron su peculiar dinámica en un 83,3%. Otra característica que se modificó considerablemente fue la figura del hermano exitoso, disminuyendo la importancia de su presencia en un 84,2%. Los valores y creencias desconfirmadores en los familiares mejoraron en un 79%, es decir, dejaron de pensar que el paciente es tonto, que tendrá una enfermedad para toda la vida, o que es peligroso e imprevisible, adquiriendo ideas y creencias más esperanzadoras con respecto al futuro del paciente y de la familia. 11.12.2. CLIMA EMOCIONAL FAMILIAR El característico clima emocional desconfirmador, mejora en el 69,47% de la muestra, cambiando de ser un ambiente grave a moderado. Un 9% más de las familias tratadas muestran un ambiente ligeramente desconfirmador al finalizar la terapia (familias que antes mostraban un clima moderadamente desconfirmador). Y en un 52,8% de las familias deja de haber un ambiente desconfirmador a haber un ambiente familiar de mayor calidez, confianza y reconocimiento. 166 Si consideramos el porcentaje de cambio en el ambiente familiar, se puede concluir que un 65 % de las familias muestran un cambio consistente y grande en la mejora del clima emocional. En el 30% el cambio es de leve a moderado y el 5% no muestran cambios. Estos resultados son muy importantes, ya que hay un porcentaje muy elevado de cambio en el clima emocional como efecto de la intervención basada en la teoría de la reconfirmación. Lo que nosotros llamamos el clima emocional desconfirmador ha sido focalizado por las diversas corrientes psicoeducativas, incluyendo la teoría de las emociones expresadas, como una situación relacional compleja donde predominan las emociones negativas, y concretamente la hostilidad y el exceso de crítica, en un contexto de control exacerbado e hiperprotección. Veamos cómo se comportan estas variables en nuestra investigación. a. Hostilidad El 42,5 % de las familias que inicialmente mostraban una hostilidad moderada hacia los pacientes, dejan de tener hostilidad al finalizar la terapia familiar. Un 30% de las familias, que eran muy hostiles, muestran una hostilidad baja al finalizar la intervención. Esto indica que todas las familias que eran muy hostiles dejan de serlo. En conjunto, el 95% de las familias, que eran hostiles en mayor o menor medida antes de iniciar la terapia, mostraron cambios clínicamente relevantes. Únicamente un 5% de las familias mantuvieron una hostilidad alta después del tratamiento. Se observa que el porcentaje de cambio en la hostilidad es muy alto, por lo que constatamos un efecto clínicamente significativo de la intervención en esta variable del clima emocional, mejorando con ello el pronóstico sintomatológico del hijo psicótico. b. Sobreprotección En lo referente a la sobreprotección de los padres para con los pacientes, se aprecia de entrada que las madres eran significativamente más protectoras con los pacientes que los padres. Los padres se mostraban más fríos y distantes respecto al hijo y su problemática. Después de la terapia familiar, el 50% de las familias dejan de ser sobreprotectoras con el hijo (antes del tratamiento, un 75% lo eran). Específicamente, las madres dejan de sobreproteger al hijo y empiezan a tratarlo de forma más adulta, sin infantilizarlo. En relación a las puntuaciones del PBI, se encontraron diferencias estadísticamente significativas en las de las madres (Z=–2,4, p=0,016), observando una tendencia a disminuir de forma significativa la escala de protección hacia el hijo después del tratamiento (véase Gráfico 11.4). Esto 167 indica que las madres logran hacer un cambio, relacionándose de forma más adulta con los pacientes. Los estudios de LEFF y VAUGHN (1975) hablan de la sobreprotección familiar como un factor relacionado con una mayor gravedad de la sintomatología de los pacientes. Se podría considerar que si la sobreprotección baja, también exista la posibilidad de que esta variable tenga incidencia en la disminución del nivel de gravedad de la sintomatología de los pacientes. Gráfico 11.4. Sobreprotección madre e hijo, antes y después de la terapia. c. Crítica En cuanto a los comentarios críticos que realizan los familiares sobre el paciente, el 30% de las familias que eran consideradas como muy críticas antes de iniciar la terapia familiar, dejan de ser críticos cuando finalizan el tratamiento. Un 33% de las familias, que eran moderadamente críticas, pasan a ser de crítica baja. Únicamente un 7% de las familias no muestran cambios en su nivel de crítica hacia el miembro psicótico. (Véase Gráfico 11.5). Gráfico11.5. Critica familiar antes y después de la terapia familiar. Se puede observar que el 70% de las familias que eran hipercríticas respecto al paciente, dejan de serlo. El 17% de las familias con crítica baja continúan teniendo una baja crítica y el 13% siguieron no siendo críticas respecto a los 168 pacientes. El clima familiar de crítica también muestra un porcentaje muy alto de cambio, habiendo un 43% de las familias que no son críticas al finalizar el tratamiento. Ello se corresponde también con un cambio clínicamente relevante. d. Calidez Al observar el clima emocional después de haber pasado por un proceso de terapia familiar, se observó que el 56,01% de las familias tratadas pasan de ser familias con un clima frío a mostrar calidez. Se podrían definir como familias con calidez alta. Se puede observar en el Gráfico 11.4 el grado de calidez y sus modificaciones después del tratamiento. Gráfico 11.6. Calidez familiar antes y después del tratamiento. En relación a los comentarios positivos que los familiares realizan acerca del paciente, un 38,2% de la muestra los aumentan al finalizar la terapia (se pueden observar los porcentajes del antes y el después en el Gráfico 11.5). Se impone un modelo más reconocedor y de valoración de los padres hacia sus hijos (véase Gráfico 11.7). Gráfico 11.7. Comentarios positivos de los familiares antes y después del tratamiento. 169 e. Control En relación al ambiente de control, se puede observar que el 80% de las familias que ejercían mucho control sobre el paciente, dejan de ejercerlo. El 20% de las familias que tenían poco control dejan de controlar al paciente, y un 30% de las familias donde no había control, continúa no habiéndolo (véase porcentajes específicos en Gráfico 11.8). Gráfico 11.8. Ambiente de control familiar antes y después de la terapia familiar. En un 90% de las familias tratadas no existe un clima de control al finalizar la terapia familiar. f. Ambigüedad En relación a los mensajes comunicacionales contradictorios y al clima de ambigüedad, se ha observado que el 90,5% de las familias que tenían un clima de ambigüedad intensa, pasan a no mostrar signos de ambigüedad o mostrarla de forma muy ligera. Un 43% de las familias que antes del tratamiento mostraban poca ambigüedad pasan a no mostrar signos de ambigüedad después de la terapia familiar. Las familias que no mostraban signos de ambigüedad antes de la terapia, continúan manteniéndose así al finalizar la terapia (el 17% de las familias). Se puede concluir que el 77% de las familias muestran cambios en la ambigüedad, disminuyendo esta característica considerablemente o desapareciendo, mostrando así mensajes más claros y mejorando notablemente la comunicación. 11.13. La terapia familiar La duración promedio de las terapias en su conjunto fue de 2,5 años. Es importante tener presente que este dato abarca tanto a familias con las que se 170 ha trabajado 10 meses como a aquellas con las que se trabajó a lo largo de 6,5 años. Obviamente esta variabilidad responde a la mayor o menor complejidad de los casos. La media de sesiones también ha sido muy variable: un mínimo de 6 y un máximo de 78 sesiones, siendo la media de 27 sesiones (DS= 18). Analizando el modo de finalizar el proceso terapéutico, un 42,5% de las familias fueron dadas de alta, un 22% continuaron realizando sesiones de seguimiento con frecuencia aproximada trimestral, un 21% abandonaron la terapia, un 9,6% después de haber avanzado en algunos objetivos fueron derivadas a otros recursos de la red de salud mental y un 4,9% continúan la terapia en el momento de redactar estas líneas. 11.13.1. LOS ABANDONOS A la hora de hablar de abandonos hay que distinguir entre aquellos casos que no se vincularon con el equipo y que apenas iniciaron el proceso terapéutico (3 casos con los que se realizaron entre 2 y 6 sesiones), de aquellos otros (6 casos con los que se realizaron entre 12 y 25 sesiones) en que sí se produjo una buena adherencia al tratamiento, estableciéndose un vínculo terapéutico y de confianza y siendo acompañados durante un período de tiempo significativo. Analizando los casos que hicieron este proceso terapéutico más largo, se observa que el denominador común a todos ellos fue el hecho de que se llegara a una situación de “impasse” al pretenderse abordar de forma más directa la relación de pareja (padres del paciente) o alguna otra relación bloqueada. Este hecho parece muy significativo, dado que, cuando se habla de los casos de mejor evolución, se constata que los cambios no solo se producen en una mejoría de la sintomatología del paciente, sino que la mejora de las relaciones familiares, incluida la de pareja, es algo que todos ellos destacan como muy positivo. He aquí algunas breves viñetas a modo de ilustración: Vicente Familia compuesta por los padres y dos hermanos. En el momento de conectar con el servicio la hermana mayor estaba casada y vivía con su pareja, y Vicente, el paciente, continuaba en el domicilio familiar. Al explorar la evolución de las relaciones familiares, todos están de acuerdo en que la manera de ejercer la parentalidad ha sido uno de los conflictos importantes en el seno de la pareja. La descripción que hacen los padres de su relación de pareja encaja con el concepto de “hybris” usado por Mara Selvini. El pulso simétrico es una constante en las sesiones terapéuticas. El padre es descrito por la madre como un hombre narcisista, controlador, invasivo, que invalida al hijo y no le deja crecer. Su consigna pareciera ser: “Soy yo quien necesita ser confirmado y para mantener mi lugar necesito que tú sigas ocupando el tuyo de hijo fracasado”. La madre es descrita por el padre como sobreprotectora desde la pena, con una visión del hijo como 171 “desvalido/pobrecito”; no valida ni reconoce las fortalezas del hijo. Quizás la protección ha salido con más fuerza cuando han aparecido los síntomas. Ambos admiten parte de la visión del otro, pero resistiéndose a los cambios que les llevarían a salir de sus posturas polarizadas y encontrar el equilibrio en la relación de pareja y en el ejercicio de la parentalidad. Es un claro ejemplo de triangulación desconfirmadora. La lucha de poder entre los padres se libra a través del hijo. Ambos se mantienen en posiciones rígidas. Después de realizar un número considerable de sesiones con los padres, centrándonos en su relación de pareja y en su forma de ejercer la parentalidad, hubo escasos avances y el hijo seguía sintiendo mucha rabia pidiendo desesperadamente tener su lugar, poder desarrollar sus proyectos sin que estos quedaran invadidos por la exigencia y control del padre, y sintiendo en su propia piel las tensiones que se libraban en la pareja, pero que lo tenían a él como protagonista. Los padres optaron por buscar un recurso donde se dejara de poner la mirada en ellos y se pusiera más en el hijo y en el tratamiento de la sintomatología. Es fácil inferir de ello que no se pudo evitar que se sintieran cuestionados. Enrique Los padres están separados, Enrique y su hermana (2 años mayor) viven con la madre, pero el padre está muy presente en la vida de todos ellos. La hermana fue diagnosticada de esquizofrenia cuatro años antes de que le tocara el turno a Enrique. Ella se siente muy culpable porque piensa que mientras Enrique era adolescente le tocó vivir de cerca su desequilibrio y la consecuente tensión familiar. En la historia de la familia ha habido vicisitudes difíciles de gestionar. El padre tenía un cargo importante en una empresa y fue despedido. Vivió con tanta vergüenza esta situación que durante unos años salía y volvía a casa cumpliendo el horario laboral de modo que los hijos no supieran nada. Los hijos recuerdan esta época con mucha confusión y se enteraron ya siendo mayores de esta mentira. Al inicio del tratamiento el padre presenta secuelas de un ictus sufrido unos años después de ser despedido. La madre se siente muy sobrecargada, ya que, además de convivir con los dos hijos por los que está muy preocupada, se hace cargo de su madre, que tiene 90 años, con demencia senil. Ella es la que durante mucho tiempo ha sostenido económicamente a la familia. Está tomando medicación antidepresiva y ansiolítica. Lo más destacable de esta familia es la ambigüedad en la relación de pareja. Están separados pero se van juntos de vacaciones, parecería que se necesitan para poder compartir la carga familiar y a la vez, cuando pasan unos días juntos ninguno de los dos se siente validado por el otro. Era una familia resistente a hablar de las relaciones familiares y, tanto los padres como los hijos tendían a hablar de los síntomas de estos, de sus dificultades o de la medicación... Los hijos parecían querer proteger a sus padres a través de los síntomas, al punto de que en una sesión en que se estaba hablando de esta ambigüedad en las relaciones Enrique dijo que quería dejar el tratamiento porque no quería someter a su familia a estas sesiones tan dolorosas; según sus palabras, “sacar toda la mierda”. “Quiero un tratamiento basado en la medicación y punto”. ¿Pesó más la lealtad a su familia y evitarles sufrimientos? ¿Captó él la fragilidad de sus padres y prefirió preservarlos? Esteban Padres separados. Dos hermanos diagnosticados. Había un tercero que no presentaba síntomas. 172 Los dos hermanos habían consumido cannabis y seguían consumiendo a pesar de los controles paternos. Los síntomas que presentaban estaban enmarcados como los denominados negativos. La relación entre los padres era distante. Aceptaban venir juntos a los sesiones terapéuticas y eso nos permitía observar el clima familiar que podríamos definir como frío, ambiguo... Era difícil concretar los objetivos, mucha indefinición, mucho caos. No era fácil poner palabras a los aspectos conflictivos ni saber qué esperaban del proceso terapéutico, siendo complicado crear un buen vínculo terapéutico. El equipo valoró que los motivos del abandono fueron, por una parte el hecho de que la escasa gravedad de los síntomas no alertaba suficientemente a la familia, dado que los atribuían exclusivamente al consumo de porros y pensaban que si éste cesaba los problemas se resolverían. Además, nunca llegaron a confiar en el equipo. Arturo Arturo era hijo único. Los padres se presentan abiertamente como una pareja mal avenida, cuya dinámica encajaría con el concepto de “hybris” mencionado anteriormente. El inicio de la relación de pareja estuvo marcado por el trastorno mental, dado que el padre tuvo un episodio psicótico estando en el servicio militar. Tras un ingreso en el hospital militar fue enviado a casa y él se sintió muy agradecido por la actitud de su mujer, con la que hacía poco que habían iniciado la relación. Para él fue muy importante que ella confiara en que había sido un episodio aislado y sentir que le ayudaría y le acompañaría siempre. Las vicisitudes de la vida (conflictos laborales, enfrentamientos con las respectivas familias de origen, la llegada del hijo…) y las formas de encarar estas situaciones les fueron alejando poco a poco hasta llegar a un punto en el que ellos veían muy difícil volver a encontrarse. En ese caso, era el padre el que mantenía una relación más cercana y sobreprotectora con el hijo y la madre la que pensaba que había que marcarlo más y ponerle límites, ya que al trastorno esquizofrénico se unía una ludopatía y consumo de drogas. Estos padres sí eran conscientes de la necesidad de ponerse de acuerdo en algunos aspectos básicos respecto a la relación con el hijo y también eran conscientes de que los conflictos de pareja estaban implicándolo y perjudicándolo, pero se sentían incapaces de hacer los movimientos necesarios para salir de sus posiciones defendidas con rigidez. Ambos llegaron a la conclusión de que lo mejor que podían hacer, tanto pensando en ellos como en su hijo, era separarse, pero en ese momento no se veían con energía para tomar la decisión. Decidieron dejar en ese punto la terapia y probar con algún otro recurso donde se pusiera más el acento en un tratamiento individual, más específico para la ludopatía y el consumo de drogas. Fernando Mención aparte merece una persona joven diagnosticada de esquizofrenia y con una adicción importante al alcohol, con quien necesariamente se hizo un abordaje más individual dado que la familia se negaba a participar. La madre, también con una dependencia al alcohol importante, aceptó venir a una primera sesión, donde intentó mantenerse en un segundo plano no facilitando que se pudiera establecer un mínimo contacto con ella. En algunas sesiones posteriores le acompañó el padre, que también era alcohólico, aunque hacía años que estaba abstinente. En ese momento tenía un diagnóstico de cáncer y murió en el transcurso del proceso terapéutico. 173 Hubo una muy buena vinculación con Fernando, apostando todos por un buen pronóstico, a pesar de observar que estaba muy atrapado en la relación con su madre, con la que vivía. Se sentía muy responsable de ella. Tenía un doble rol en la familia, algo poco habitual: — Un rol de hijo parentalizado, haciéndose cargo de los adultos que lo rodeaban. Así se había comportado desde la infancia, lo que había propiciado que desarrollara importantes recursos relacionales: sensible, empático, responsable, sobreinvolucrado. — Un rol de enfermo, esquizofrenia y alcoholismo, lo que le permitía intermitentemente poder desentenderse de los otros y aislarse en su mundo de síntomas. Fue alguien muy especial para el equipo por tratarse de una persona joven, con muchas ganas de salir adelante, muy atrapado en evidentes juegos disfuncionales, que poco a poco iba tomando conciencia de sus diferentes roles y de la necesidad de llevar a cabo un proceso de individuación. Solo que le resultaba imposible porque sentía que si lo hacía abandonaba a su madre (y a su abuela, con la que también convivía), algo que no se podía permitir en ese momento. Seguramente fue la conciencia de ese impasse lo que le hizo abandonar el tratamiento. El equipo, como a veces ocurre, solo pudo hipotetizar al respecto, esperando que el trabajo realizado surtiera efecto en un futuro más oportuno. Cabría concluir que el abandono del proceso terapéutico se produce en aquellos casos en los que tanto el equipo como la familia consideran que se encuentran en una situación de bloqueo, con dificultades para consensuar la forma de salir de ella. En unos casos la familia y en otros el hijo psicótico parecen decir “queremos estar bien, deshacernos del sufrimiento, pero ni se os ocurra mirar hacia otro lugar que no sea la sintomatología del paciente.” No es fácil en esos casos seguir acompañando a la familia a la espera de que puedan sentirse menos amenazados y permitan abordar aquellos otros temas que obstaculizan el proceso. Y cuando hablamos de proceso, no solo nos referimos al proceso terapéutico, sino que también estamos haciendo referencia al proceso de individuación, dado que éste requiere movimientos por parte de todos los participantes, no solo de la persona (adolescente, joven) que se encuentra en esa etapa, sino también de los miembros relevantes de la familia. Es importante que los padres acepten estos movimientos y, sobre todo, que sean capaces de reconstruir su relación de pareja sin la necesidad de contar con un tercero triangulado (en este caso el hijo sintomático). Dado que éramos conscientes de la fragilidad y complejidad de las dinámicas familiares, siempre intentamos respetar sus ritmos y tener la paciencia suficiente para que, poco a poco, nos permitieran ir más allá e introducir cambios, ya fuera en la relación de pareja de los padres o con y entre los hermanos. Ya comentábamos en el caso de Arturo que, tomando conciencia de la disfuncionalidad de la pareja y de cómo esta disfuncionalidad no favorecía el proceso del hijo, fueron suficientemente honestos como para admitir que, efectivamente, lo más saludable sería separarse y que eso podría simplificar y facilitar la relación con el hijo. Solo que en ese momento no se veían con fuerza para conseguirlo, por lo que no tenía sentido continuar con el tratamiento. Nuestra experiencia parece confirmar lo que otros autores, en la más clásica tradición sistémica, han postulado respecto a la función del síntoma: permite a la familia seguir funcionando con la “ilusión” de estar unida, priorizando esta 174 unión por encima del malestar o la sintomatología de sus integrantes. Como equipo, a menudo nos debatíamos entre la necesidad de respetar el ritmo de la familia o confrontarla, de modo que pudieran seguir avanzando hacia formas de interacción más funcionales. En todo caso, confiamos en que todo lo trabajado a lo largo de las sesiones pudiera dar su fruto en algún otro momento más propicio, tal vez al atravesar la familia alguna nueva crisis. De lo que no hay duda es de que estos casos representan un importante desafío para el necesario control de los sentimientos de omnipotencia de los terapeutas y, al mismo tiempo, un estímulo para el autocuestionamiento y la creatividad en la búsqueda de nuevas fórmulas. 11.13.2. ÉXITOS TERAPÉUTICOS La gran cantidad de tratamientos psicológicos de la Esquizofrenia hace que la evaluación y control de calidad de los mismos sean tareas imprescindibles para la práctica clínica. En el ámbito de la terapia familiar hay muy pocos estudios que evalúen el efecto de la intervención en los trastornos psicóticos. Conocer el efecto de la intervención, así como el tipo de familias y pacientes que pueden obtener mayores beneficios de la terapia es de una gran utilidad clínica. Actualmente, la terapia familiar se reconoce en la American Psychological Association (APA) y en la guía National Institute for Health and Care Excellence (NICE) como uno de los tratamientos eficaces para el tratamiento de la Esquizofrenia. Si bien los tratamientos evaluados hasta la actualidad son de tipo grupal y desde una orientación psicoeducativa; faltan estudios, en el ámbito de la terapia familiar, de tratamientos con una duración mayor de 2 años, en formato familiar y que definan con claridad las técnicas y estrategias terapéuticas (más allá de las orientaciones psicoeducativas). Mara SELVINI y el grupo de Milán realizaron una gran aportación con la publicación de su estudio con 50 familias. Con posterioridad, existen muy pocos estudios que definan con claridad la intervención y su efecto en las familias y los pacientes. Desde el modelo de la reconfirmación, y al analizar los resultados obtenidos en los 11 años de investigación, se ha observado el porcentaje de mejora y de éxito terapéutico del modelo, definido como recuperación. El concepto de recuperación en la esquizofrenia es un constructo multidimensional e integral que va más allá de la mejora. Se trata de un fenómeno que va desde la estabilización de los síntomas como fase inicial, alcanzando un punto intermedio de la mejora sintomatológica, manteniendo esa remisión, pasando por el aumento de autonomía hasta llegar a una mejora en la capacidad funcional, social y familiar. La recuperación es un reflejo transversal del estado funcional y puede alternar 175 con períodos de recaídas (BELLACK, 2007). Es un proceso en el cuál el individuo lucha por superar el hecho de tener un diagnóstico de psicosis y su impacto en el sentido de sí mismo. A menudo la recuperación conlleva recaídas y constantes ajustes de los síntomas, dificultades funcionales y alteraciones de objetivos vitales. La recuperación es una experiencia subjetiva y autodefinida (BELLACK, 2007), por tanto consiste en desarrollar una vida gratificante a pesar de las dificultades que pueda imponer el trastorno (GLYNN, COHEN, DIXON, NIV, 2007). Es la capacidad de sobrellevar dificultades vitales (BELLACK, 2007). La recuperación sería el desarrollo, coherente y orientado a la identidad (LYSAKER y cols, 2003). de un nuevo significado y propósito de la vida, conforme se implementa más allá de los efectos catastróficos del trastorno. A la recuperación también podemos equipararla con el éxito terapéutico. Y se definiría por una mejora sintomatológica y un cambio en la percepción subjetiva de los pacientes, así como un cambio clínicamente relevante en la triangulación desconfirmadora y el clima desconfirmador. Otro indicador de éxito terapéutico sería el grado de individuación del paciente y sus pasos hacia la consecución de una mejor vida social, de alguna ocupación y de una mejora de la relación familiar. A continuación se describen algunos datos del éxito terapéutico de la intervención basada en el modelo de la reconfirmación. Todos los pacientes que fueron tratados desde el modelo de la reconfirmación mostraron mejora. En la mayoría de los tratamientos psicológicos para trastornos psicóticos hay una baja adherencia y un porcentaje de abandonos muy alto. Sin embargo, los pacientes acuden a terapia familiar con más motivación que a otros tratamientos. Un 82% de los pacientes y de los familiares (¡porcentaje muy elevado!) mejoraron después del tratamiento. El 3% de los pacientes, con familias que ya estaban bien (porcentaje muy reducido), mejoraron en sintomatología, y sus familias continuaron estando bien. El 15% de los pacientes mejoraron en sintomatología (positiva y negativa) y sus familias mostraron muy pocos cambios. En estos casos se trabajó más con los pacientes y con la fratría. Se trataba de casos con mucha rigidez familiar, en los que se realizaron intentos de intervención incluyendo a todos los miembros, por lo menos en los primeros 2 años de tratamiento. Cuando los padres no estaban motivados para el cambio o se mostraban muy rígidos y con características de hybris simétrica, desconfirmación o elementos doblevinculares enquistados, se optó por trabajar con el paciente y sus hermanos. En estos casos, el paciente muestra una disminución considerable de su sintomatología y se trabaja con la mirada puesta en su individuación, fomentando su marcha de casa y la incorporación de 176 nuevos contextos sociales y relacionales que resulten más nutricios. Con los padres, se negocia la marcha de casa del hijo y se intenta mejorar el ambiente y clima emocional. El 30% de los pacientes y sus familiares mostraron cambios ligeros. Esto indica que la sintomatología dejó de ser grave y las características de organización y estructura se modificaron en la familia, aunque los cambios no llegaran a ser clínicamente relevantes. En estas familias que mostraron cambios leves, los pacientes habían tenido un mínimo de 3 ingresos psiquiátricos previos al tratamiento familiar y el 85% recibían ayuda económica por enfermedad. Esto nos lleva a insistir en el importante papel que juegan los beneficios secundarios relacionales e institucionales en la evolución de las personas diagnosticadas de psicosis. Supone una paradoja el hecho de que, si el paciente mejora, se le retira la ayuda económica. En un país donde el 50% de los jóvenes de 30 años están en paro, es inevitable que esta situación impregne a las familias, quienes, en muchas ocasiones, viven de la ayuda económica percibida por el paciente, ya sea como “hijo a cargo” o por “incapacidad absoluta”. Mejorar implica dejar a la familia sin ingresos económicos. Lamentablemente, la estructura de ayuda social aún no ha avanzado hacia situaciones de ayuda económica progresiva, donde se pueda facilitar la mejora de las personas, sin dejarlas en situación de desprotección económica o social. Asociar la no mejora a la ayuda económica, genera una situación social homeostática. El 17% de los pacientes y sus familiares mostraron cambios moderados, lo cual implica que los pacientes dejaron de tener sintomatología positiva y negativa y que la estructura familiar se hizo más definida, disminuyendo el clima desconfirmador y las triangulaciones y mejorando la relación entre los hermanos, así como ampliándose el contexto social del paciente. Un 35% de los pacientes y sus familias mostraron cambios importantes. Los pacientes dejaron de tener sintomatología grave, mostrando puntuaciones que no eran clínicamente relevantes (en síntomas positivos, negativos y sintomatología general). Datos importantes a considerar son que, en estos casos, los pacientes habían tenido entre uno y dos ingresos psiquiátricos, así como que el 90% no estaban recibiendo ayudas económicas por enfermedad. Los familiares modificaron el clima desconfirmador que había inicialmente, generando un clima de mayor calidez, comentarios reconfirmadores y reconocedores en relación al paciente, dejando de haber un ambiente de sobreprotección, crítica y hostilidad. Se trataba, ciertamente, de familias con una estructura menos rígida, pudiendo adaptarse mejor al ciclo vital de hijos adultos. Algunos de los pacientes incluso pudieron independizarse, otros lograron tener una actividad diaria (tanto trabajo como alguna actividad no remunerada), otros han podido tener una pareja y convivir con ella. Las relaciones fuera de la 177 familia se han ampliado a grupos de iguales y alguno de los pacientes ha podido recuperar viejas amistades. Se puede concluir, diciendo que el modelo de la reconfirmación ayuda a la mejora sintomatológica, así como a la organización y la mitología familiares, volviéndolas más reconfirmadoras y dotando de más autonomía a los pacientes. 11.13.3. INDICADORES DE BUEN PRONÓSTICO En aquellas familias y pacientes que mostraron mejora y recuperación, se observaron los siguientes indicadores. Pacientes con menor número de ingresos psiquiátricos (máximo de 2 ingresos previos al tratamiento). Pacientes que no recibían ninguna ayuda económica por el trastorno mental. Pacientes con menos de 6 años de evolución desde el diagnóstico de psicosis. Creencias familiares que definen al trastorno psicótico como de posibles causas ambientales o estrés (el 91% de los familiares creían que el trastorno tenía componentes ambientales o por estrés, mientras el 9% restante pensaban que tenía un componente biológico pero también ambiental) Los padres llegaban a acuerdos como tales antes de iniciar la terapia. Visión más esperanzadora de la familia respecto al paciente y su futuro. El 90% de los padres pensaban que su hijo podía mejorar o se podía recuperar. Un tratamiento familiar después del primer ingreso psiquiátrico sería recomendable, así como una visión esperanzadora respecto a la evolución del paciente y unas creencias respecto al origen del trastorno que no sean desconfirmadoras y que den cabida a la evolución positiva y al poder hacer algo como familiares. Todo esto ayuda a la mejora del paciente. Se definen los beneficios secundarios económicos como negativos para la evolución de los pacientes. 11.13.4. PERCEPCIÓN SUBJETIVA DEL CAMBIO Respuestas de los familiares a algunas preguntas planteadas al finalizar el tratamiento: ¿Qué elementos han considerado como de más ayuda a lo largo de la terapia? 1. El sentir que tenían esperanza de mejorar y que no se trataba de una enfermedad para toda la 178 vida. 2. Sentir que había un grupo de profesionales que les apoyaba y que no estaban solos. 3. Los pacientes valoraban haberse sentido tratados como personas y no como “enfermos” 4. Los familiares se sentían vistos por los profesionales como parte importante del tratamiento. ¿Qué pensaban que había cambiado más después de la terapia familiar? Familiares y pacientes coincidieron en sentirse menos solos, con más esperanza, con una mejor relación familiar, con menos tensión familiar y con un clima de poder entenderse y hablar. También referían una mejora en los síntomas del paciente y una disminución de la angustia familiar. Así como una mejora en el trato entre los hermanos. ¿Piensan que estos cambios se habrían dado igualmente sin terapia familiar? Todos los familiares respondieron que consideraban que todos los cambios eran producto de haber sido tratados en terapia familiar. Consideramos que, para evaluar la percepción subjetiva del cambio, ha de corresponder la visión del paciente con la de la familia y la de los profesionales. En este caso todos los elementos coincidían en la percepción de mejora y en el tipo de cambios percibidos. Bibliografía BAKER, B., HELMES, E. y KAZARIAN, S. S. (1984). “Past and present perceived attitudes of schizophrenics in relations to rehospitalisation”. The British Journal of Psychiatry, 144, 263-269. BATESON (1956). “Toward a theory of schizophrenia”. Behavioral Science. 1: 251-264. BELLACK, A. (2007). “Modelos Científicos y de usuarios sobre la recuperación en la esquizofrenia: coincidencias, contrastes e implicaciones”. Schizophrenia Bulletin. 2(3):117-128. BORGOÑOS, E., MORCILLO, L., BARCIA, D. (1995). “Tratamiento farmacológico y calidad de vida en la esquizofrenia”. Revista psiquis. 16(3) Madrid, España. ENDICOTT, J., HARRISON, W., BLUMENTHAL, R. 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Son personas que perdieron incluso su capacidad de decidir por sí mismos y autogobernarse; todos ellos se encontraban incapacitados legalmente. Personas cuya cronicidad, historia de vida y falta de apoyos terminaron por recluirlos en centros de enfermos mentales, con escasas posibilidades de recuperación y reinserción. Nuestro trabajo se construyó en base a dos pilares: por una parte la teoría de los fenómenos psicóticos vistos desde la perspectiva sistémico-relacional de Linares, y por otra la intervención grupal. En el modelo de Linares, la triangulación desconfirmadora deviene elemento central para entender las psicosis. En su abordaje, el autor parte de cuatro elementos que son, a nivel individual, la identidad y la narrativa, que se corresponderían con la organización y la mitología de la familia y, eventualmente, de otros sistemas de pertenencia. Considera el modelo que, si la nutrición relacional de los padres al niño se resiente por una desconfirmación 181 vehiculizada desde una organización triangular, esto, junto a otros factores relacionales, es un elemento de riesgo para la precipitación de una psicosis. Por otra parte, fueron sobre todo las características deficitarias a nivel familiar las que nos hicieron pensar en una intervención grupal que, en cierta medida, pudiera sustituir mediante el encuentro con el otro la carencia de nutrición relacional en sus familias de origen, a la vez que ir tejiendo, mediante el empleo de narrativas no identitarias, un vínculo grupal. El grupo como microcosmos social y recreación de la familia primaria, tal como lo definió Yalom. Con base en lo anterior, planteamos la siguiente hipótesis: El trabajo en grupo con técnicas reconfirmatorias resulta de utilidad para mejorar la percepción del sujeto sobre sí mismo, proporcionando diferencias significativas entre las puntuaciones medias pre y post test, obtenidas mediante el pase de una prueba que mide el autoconcepto. 12.1. Método El presente trabajo se enmarca en un diseño de investigación-acción, operativizado en un proyecto que recoge los recursos de los agentes intervinientes para movilizar los recursos del objeto a intervenir. A partir de esta premisa básica del diseño, construimos un programa de intervención grupal dirigido a una muestra específica, ubicada en un contexto institucional. 12.1.1. CONTEXTO Y MUESTRA El trabajo de campo se llevó a cabo en el Centro Específico de Enfermos Mentales (en adelante CEEM) ASIGER Vistabella, situado en la urb. De CalicantoChiva (Valencia). Es un centro de creación y gestión privada. En el CEEM ASIGER-VISTABELLA, en torno al 60% de los residentes se encuentran incapacitados legalmente (lo que significa que han perdido la capacidad de decidir y gobernarse por sí mismos), siendo la mayoría tutelados por Generalitat Valenciana (lo que significa que ninguno de sus familiares se encuentra en disposición de hacerse cargo de su tutela). A nivel reglamentario, las normas que regulan el funcionamiento de estos centros en la Comunidad Valenciana* definen el CEEM como un “servicio residencial comunitario abierto y flexible destinado a enfermos mentales crónicos que no requieren hospitalización. La residencia trabajará siempre desde una perspectiva de rehabilitación enfocando su actuación en la mejora de la autonomía personal y social de los residentes y apoyando su normalización e integración comunitaria”. 182 Para la consecución de este precepto legal, así como del resto de objetivos marcados por normativa en función del tipo de estancia de los residentes (cortatransitoria-indefinida), la reglamentación referida establece una metodología y unos programas de intervención mínimos: “Entrenamiento en habilidades de autocuidado”. “Entrenamiento en habilidades de la vida diaria”. “Psicoeducación y promoción de estilos de vida saludables”. “Actividades de ocio y tiempo libre”. “Intervención familiar”. No obstante, la práctica diaria indica que sin un adecuado soporte socio familiar que acompañe y apoye el proceso de rehabilitación e integración de la persona, resulta extremadamente complicado alcanzar los objetivos de normalización e integración comunitaria prevista en la misma definición del dispositivo que figura en la normativa vigente. La muestra elegida para participar en el proyecto se compuso de 11 varones, en edades comprendidas entre los 28 y los 55 años. 5 residentes del total de la muestra eran solteros sin hijos, 4 separados con un hijo/a con el/la que no mantenían relación desde la separación, 1 separado sin hijos y 1 con pareja estable fuera del centro, con la cual, desde su ingreso en junio de 2013, solo había mantenido una visita. En cuanto a criterios de inclusión, observamos los siguientes: Residentes de larga estancia en el centro. Tipología de estancia “indefinida” según Orden de 3 de febrero de 1997, de la Consellería de Trabajo y Asuntos Sociales de la Comunidad Valenciana. Residentes con diagnóstico, según DSM-IV-TR, del grupo esquizofrenia y otros trastornos psicóticos sin presencia de síntomas positivos clínicamente significativos. Incapacitados legalmente. Sistema familiar de origen, o propio, definido como “visitante”, es decir, no incluido en el proceso terapéutico de salida del residente del centro. El total de la muestra estaba ingresado en el CEEM con Orden judicial de Internamiento involuntario, con una estancia mínima semestral revisable, e incapacitados legalmente, siendo los tutores de ocho de ellos la Unidad Técnica de Tutelas de Valencia, de uno la Unidad Técnica de Tutelas de Castellón y de dos de ellos, miembros del sistema familiar de origen, en concreto una madre y un hermano. Los diagnósticos de la muestra se agrupaban de la siguiente manera: 5 esquizofrenia tipo residual de curso continuo; 2 trastorno psicótico no especificado; 2 esquizofrenia tipo indiferenciado, episódico con síntomas 183 residuales interepisódicos; 2 esquizofrenia tipo paranoide, episódico con síntomas residuales interepisódicos. El Equipo Técnico del CEEM, a través del servicio de atención psicológica, había trabajado con la muestra en sesiones individuales, previo al desarrollo de la presente investigación. Resultado de ese trabajo se elaboraron genogramas, cronogramas y mapas relacionales, objetivándose que siete residentes del total de la muestra habían presentado en su familia de origen pautas relacionales desconfirmadoras. Pongamos un ejemplo: Roberto, el residente psicótico más joven de la muestra, ingresa en el CEEM tras ser dado de alta el pasado abril de 2013 de la unidad de psiquiatría, donde había ingresado tras presentar alteraciones comportamentales, llegando a la agresividad, secundarias a ideación delirante de perjuicio. Siendo el único varón y más pequeño en la fratría y teniendo un hijo al que apenas conoce, se crió con unos padres exigentes, con una relación entre ellos de cierto amor y odio, donde el trabajo era el lema y virtud familiar, cumpliendo Roberto con esa expectativa al máximo, sin apenas reconocimiento ni “mirada” alguna de sus padres, “quemados” por tanto trabajar. Más vinculado a su padre que a su madre, poseedor aquél, como varón y cabeza de familia, del “derecho” de otorgar reconocimiento laboral y familiar, Roberto llega a reconocer haber sufrido agresiones físicas por parte de su padre. Con 18 años sufre su primer brote y durante los 10 años posteriores requiere de múltiples ingresos en psiquiatría por agresiones en el ámbito familiar de él hacia sus padres. En el centro se muestra totalmente adaptado, sin clínica psicótica relevante ni alteración comportamental alguna. No obstante, siempre que se han producido salidas al domicilio familiar de más de un día ha habido problemas de conducta. En consulta, al abordar la problemática anterior, Roberto verbaliza que “(…) en mi casa no me preguntan cómo me encuentro, cómo estoy en el centro, qué planes tengo de futuro, me siento vacío, un cero a la izquierda. Mis padres piensan que, por mi enfermedad, solo debo tomar la medicación y descansar en un cuarto cuando estoy en casa (…) cuarto que no es el mío, porque el mío está lleno de cosas del bar de mi padre”. 12.1.2. DISEÑO Y METODOLOGÍA Para el desarrollo del trabajo de campo, diseñamos el correspondiente programa de sesiones de intervención grupal, junto con los instrumentos y técnicas a utilizar, todas ellas con un marcado carácter apreciativo, reconfirmatorio y validante. Realizamos una programación de 10 sesiones, con el siguiente contenido básico: Sesión 1: ¡Viajeros al tren! El objetivo fundamental de esta sesión fue presentar el trabajo al grupo y que este lo aceptara y se sintiera motivado para participar en él. Invitarlos a 184 acompañarnos en el “viaje” que les proponíamos, y que la propuesta les resultara atractiva y motivadora, tratando de construir un vínculo terapéutico de calidad y, al mismo tiempo, generar cohesión y sentido de pertenencia al grupo. Sesión 2: Así es como te vemos El eje principal del programa de sesiones radica en tratar de devolver a cada individuo una mirada apreciativa del grupo en particular y del sistema residencial en general, sobre sí mismo. En esta línea, el objetivo principal de la sesión 2 fue validar y reconocer a través del grupo y del personal laboral del centro aquellas cualidades positivas que el sujeto posee, relacionadas con el desempeño de tareas y talleres programados del centro, en su día a día. Sesión 3: Abre tus ojos, así es como te vemos En la sesión 3 tratamos de anclar la mirada apreciativa del grupo sobre cada uno de los miembros, trabajada en la sesión anterior, promoviendo cohesión, confianza y apoyo mutuo, de forma que generase un contexto grupal adecuado para la expresión de emociones, y facilitador de cambios. Sesión 4: No estás solo, cuenta conmigo El objetivo fundamental de esta sesión fue valorar la importancia de las relaciones sociales positivas, y de la red social de apoyo. De manera indirecta, continuamos promoviendo sentido de cohesión grupal, y favoreciendo un contexto de confianza, facilitador de cambios. Sesión 5: Tienes capacidad y valía; tú puedes hacerlo En la sesión 5 tratamos de corresponsabilizar a cada sujeto en su propia historia como parte activa de la misma, con capacidad para generar cambios positivos en su entorno, y con las personas significativas para cada uno de ellos. Sesión 6: Es imposible no comunicar... ¡aprovéchalo! En línea con la sesión anterior, en esta ocasión trabajamos la expresión y percepción de emociones, favoreciendo y estimulando sus habilidades para metacomunicar. Sesión 7: Tu aspecto es importante Considerando que, en general, las personas que sufren esquizofrenia suelen presentar déficit en el área de la higiene personal y del autocuidado, esta sesión la dedicamos a resaltar la importancia de este aspecto para el establecimiento y 185 mantenimiento de relaciones interpersonales y sociales satisfactorias. Sesión 8: Buscando puntos de luz en una historia familiar oscura El objetivo principal de esta sesión era facilitar que cada participante pudiera encontrar en el presente la parte positiva o los beneficios obtenidos de los errores o injusticias que cometieron con ellos sus padres/familias en el pasado, de forma que permitiera promover sentimientos de perdón y/o de reparación del daño. Sesión 9: familia, tesoros y buenos recuerdos En línea con la anterior, en esta sesión tratamos de redefinir la relación del sujeto con su sistema familiar, a través de recuerdos del pasado que ofrecieran una mirada más positiva del rol desempeñado, con el objetivo de anclar los contenidos trabajados en la sesión anterior, referidos al cambio de mirada sobre su historia familiar. Sesión 10: Final de trayecto, el viaje continúa Con el objetivo de anclar los contenidos trabajados durante todo el programa de sesiones, intentamos promover que, tanto el grupo como el sistema residencial, pudieran devolver a cada miembro de la muestra una mirada apreciativa y reconfirmadora de sí mismo, dejando a su vez la puerta abierta para que cada sujeto pudiera continuar el “viaje” iniciado en este programa, a través y con la ayuda del servicio de psicología del propio centro. El Eje vertebrador del programa de sesiones fue la Narrativa “El Niño Invisible y El Espejo Mágico”, narrativa secuenciada a lo largo de las diez sesiones, según la cual, un Espejo Mágico devolvía al niño invisible una imagen apreciativa de sí mismo que no había observado hasta el momento. El propósito de ésta técnica fue generar un hilo conductor para todo el programa, que sirviera a su vez para introducir los objetivos a trabajar en cada sesión, y/o anclar lo trabajado, en su caso. Se contó con la colaboración de todo el personal laboral del centro, incluyendo de esta forma al sistema residencial en el proceso terapéutico. El Equipo Terapéutico estaba compuesto por terapeuta y coterapeuta en sala, y un observador externo. El observador externo visualizaba la sesión utilizando cámara web y ordenador portátil, situándose en una sala diferente a la del grupo. 12.1.3. INSTRUMENTOS DE MEDICIÓN 186 La recogida de información se realizó en tres fases (antes, durante, y después de la intervención) y se instrumentalizó a través de las herramientas que a continuación se exponen: A. Medidas previas a la intervención Pase de prueba de autoconcepto (Pretest), mediante el Cuestionario Autoconcepto Forma 5 (AF5). GARCÍA, F., y MUSITU,G. (1999). Universitat de València. Este instrumento evalúa 5 dimensiones de autoconcepto (académico/laboral, social, emocional, familiar, físico), con 6 ítems cada una de ellas. Con el objetivo de aproximar el cuestionario a la realidad diaria de la muestra del CEEM se adaptaron 13 ítems de los originales del cuestionario AF5. Presentación del instrumento de recogida de información cualitativa “silla vacía”: Durante todas las sesiones se contó con una silla de más en la sala, que simbolizaba al grupo y sobre la cual se colocó, de manera sistemática, un espejo (el “espejo mágico”), como representación simbólica del sistema terapéutico. El “Espejo Mágico” se configuró como una metáfora del propio grupo, planteando el sistema terapéutico como un instrumento de ayuda mutua: — Para los participantes, el objetivo era que el “Espejo Mágico” (el grupo), al igual que ocurría en la narrativa utilizada en las sesiones, devolviera a cada uno una mirada más positiva sobre sí mismo y sobre su historia de vida, que permitiera aumentar autoconfianza y autoestima, iniciando de esta forma un proceso de reconfirmación que pudiera ser continuado tras la finalización del trabajo a través del Servicio de Psicología del CEEM. — Para los Terapeutas, el “Espejo Mágico” devolvería cada semana información cualitativa sobre la evolución del grupo en relación con el objetivo propuesto, a través de las preguntas guía que se realizaron semanalmente, al finalizar cada sesión (feedback). De esta forma, pretendimos trasmitir también la idea de que todos los integrantes del grupo formaban parte activa del trabajo de investigación-acción que desarrollamos, y que jugaban un papel importante en el desarrollo del mismo, introduciendo una parte flexible del trabajo que permitía ir moldeándolo y adaptándolo, en función de las observaciones del propio grupo. En la primera sesión solo se presentó el instrumento. B. Medidas durante la fase de intervención Registro de información “detrás del espejo”: Mientras se realizaban las 187 sesiones, un tercer miembro del equipo observaba en directo las mismas, registrando información sobre sucesos significativos, narrativas, clima emocional, procesos reconfirmatorios y técnicas utilizadas para ello. Registro de información de la “Silla Vacía”; preguntas guía: Como ya hemos explicado en el apartado A, estas preguntas se hacían al grupo al finalizar cada sesión, con el objetivo de obtener información (feedback) sobre la evolución del grupo en relación con el objetivo propuesto. Eran las siguientes: ¿Cómo te has sentido al realizar la actividad propuesta? ¿Cómo te has sentido con el grupo? ¿Cómo crees que ha recibido el grupo la sesión? ¿Qué cosas os han parecido de utilidad, y cuáles otras cambiaríais? Registro de evaluación de las sesiones por equipo de investigación: Al finalizar cada sesión, terapeuta, coterapeuta y observador revisaron la grabación de la misma con la finalidad de recoger impresiones y resonancias afectivas vivenciadas. C. Medidas posteriores a la intervención Pase de prueba de autoconcepto (Post-test), mediante el Cuestionario Autoconcepto Forma 5 (AF5). GARCÍA, F., y MUSITU,G. (1999). Universitat de València, con el objetivo de poder valorar posibles cambios posteriores a la intervención con el grupo. En la última sesión, y con el objetivo de obtener una valoración final cualitativa del grupo sobre su evolución y posibles cambios posteriores a la intervención, a través del instrumento “silla vacía” planteamos a los sujetos de la muestra las siguientes cuestiones: ¿Qué te ha aportado el grupo, y este programa de sesiones? ¿Qué cosas cambiarías del programa de sesiones? 12.2. Resultados 12.2.1. RESULTADOS CUANTITATIVOS Desde un punto de vista cuantitativo, se pudo demostrar una mejora significativa del “autoconcepto familiar”. Ello parece indicar que, tras la intervención grupal con técnicas reconfirmadoras, los miembros del grupo tienen una mejor percepción de su implicación, participación e integración en el medio familiar. Pero los resultados más jugosos, dadas las características de la investigación y 188 lo reducido de la muestra, se obtuvieron desde un punto de vista cualitativo. 12.2.2. RESULTADOS CUALITATIVOS Para poder realizar un análisis más estructurado y comparativo del proceso de intervención dividimos éste en tres fases generales: a. Fase inicial de la intervención: sesiones 1, 2 y 3 Durante esta fase inicial observamos al grupo participativo desde un primer momento, pero con una perspectiva de expectación y curiosidad por la intervención. Trabajamos con una muestra de residentes que ya se conocían previamente, que eran compañeros del CEEM y tenían experiencia de trabajo en grupo. Esto permitió, desde un principio, contar con un clima en sala de colaboración y respeto mutuo, gracias al cual, y añadiendo la narrativa del “El Espejo Mágico”, se pudo generar un caldo de cultivo para que, de forma gradual, el grupo se fuera concentrando en una matriz única de intervención, generando cohesión y pertenencia. Al finalizar la tercera sesión, todos los componentes del grupo decían “sentirse como el niño del cuento” y mostraban curiosidad por ver cómo continuaba. Miguel, al finalizar esta sesión, ya comentaba: “Somos como una familia”. A nivel de estructura grupal se observó que Adrián y Alejandro estaban poco integrados con sus compañeros, aspecto que progresivamente corrigió el propio grupo. Finalmente, desde la percepción de sí mismo (autoconcepto) que tenían los diferentes componentes del grupo, observamos en la primera sesión afirmaciones poco apreciativas como la de Pedro: “Yo me siento como si el mundo fuera un circo y yo fuera el payaso”, que, transcurridas dos sesiones, fueron mostrando una tendencia más validante y funcional. En la segunda sesión, Pedro decía: “Nos estáis alegrando el día hoy, más que en todos los días” y en la tercera añadía: “Cada sesión que pasa va siendo más útil”. b. Fase intermedia de la intervención: sesiones 4, 5, 6 y 7 Son tres “cortes” cualitativos los que definen la fase intermedia. El valor del GRUPO como elemento apreciativo. Es durante la cuarta sesión cuando el grupo permite intuir al equipo terapéutico cierta tendencia apreciativa entre sus miembros. Entre ellos hablan de compañerismo, de existencia de grupo y de apoyo mutuo. En este sentido Andrés dice: “Estando aquí siento la mano amiga y es 189 suficiente y necesaria”, Roberto añade: “(…) Cuando he encontrado a alguien he cambiado a positivo”. La “UTILIDAD” de la intervención. Durante la quinta sesión se percibe en el grupo un alta expectativa respecto a la utilidad de la intervención. Un claro ejemplo de ello son las palabras de Paco, cuando dice: “Vuestra presencia es un cable al que poder agarrarme para salir de aquí”. El “CAMBIO”. Es durante la sexta sesión cuando, tras la narrativa de “El Espejo Mágico”, el grupo por primera vez habla de “cambio”. A la pregunta de la Terapeuta ¿Qué creéis que quería decirle el Espejo Mágico al niño invisible?, de forma espontánea, Miguel contesta “Cambio. Piensa que va bien. Cambio de actitud. Cambio de chip”. Posteriormente Iván dice “El niño tiene que madurar”, a lo que Alejandro añade “Cambio de perspectiva”. c. Fase final de la intervención: sesiones 8, 9 y 10 Congruentemente con los datos cuantitativos, son las sesiones octava y novena las que parecen lograr mayor insight en el grupo. Paco, al finalizar la octava sesión, comenta en el grupo: “Me he sentido positivo, he descubierto algo bueno (en mi familia)”. Son varios los ejemplos que nos hacen pensar que los componentes del grupo pudieron llegar a vivenciar cierto perdón en sus narrativas familiares durante las últimas sesiones, facilitando, quizá, de esta forma una mejor sensación en ellos. Por ejemplo Miguel nos decía: “Agradezco a mi madre que me calentaba el vaso de leche antes de ir a trabajar (…) Me hacía sentir importante para ella, y cuidado”. Iván: “Cuando mi hermano Adolfo robó a mi madre pensaba que fui yo, y luego me pidió disculpas”, o Paco: “Cuando mi padre me compró mi primer coche, un Ford Fiesta (…). Me sentí recompensado, y que mi padre reconocía mi esfuerzo trabajando”. En la última sesión, a la pregunta “¿Qué te ha aportado el grupo y este programa de sesiones?”, los distintos componentes de la muestra respondieron lo siguiente: Roberto: “Más sabiduría, menos miedo. Recuerdos buenos y malos”. Andrés: “El conocerme a mí mismo”. Iván: “El no sentirme solo”. Paco: “Una oportunidad a la paz”. Adrián: “Nada, yo ya me conocía”. Óscar: “Los ejercicios me han hecho sentir mejor”. 190 Rubén: “Confianza, amistad”. Alejandro: “Confianza y seguridad”. Ricardo: “Este grupo y las sesiones me han aportado mucho porque me he conocido a mí mismo y a mis compañeros un poco más y nos ha ayudado a querernos”. Miguel: “Fuerza en mí mismo”. Pedro: “Confianza con ellos”. 12.3. Conclusiones Después de analizar la información cuantitativa y cualitativa recogida durante todo el proceso de intervención, observamos en el conjunto de los integrantes de la muestra que, tras la intervención grupal realizada en las 10 sesiones propuestas, se produce una leve tendencia hacia la mejora de su percepción en las cinco dimensiones evaluadas, siendo estadísticamente significativa la mejoría en la dimensión de autoconcepto familiar. Los resultados obtenidos parecen indicar, por una parte, que las técnicas de reconfirmación resultan una herramienta útil no solo en contextos clásicos de terapia familiar, sino también en contextos grupales institucionales. Y, por otra parte, nos inducen a pensar que el trabajo en grupo con técnicas apreciativas, validantes y reconfirmadoras resulta de utilidad para este tipo de pacientes, en aras de conseguir mejor percepción de sí mismos, y generar mayor bienestar en su día a día. En este sentido, entendemos que este tipo de intervención grupal puede configurarse como una alternativa de tratamiento válida para ser incorporada dentro de los programas para rehabilitación psicóticos a desarrollar a largo plazo, tanto en residencias como en centros de día. Pensamos que este tipo de programas puede favorecer que los participantes construyan nuevas narrativas personales más validantes y funcionales, y generar en ellos mayor bienestar, consigo mismo y con su entorno social y familiar más próximo. No queremos perder de vista lo limitado de nuestro trabajo y, con ello, lo limitado de nuestros resultados, pero pensamos que tenemos la obligación profesional de dar alguna respuesta a este tipo de pacientes. Ya lo hemos expuesto con anterioridad, pero nos parece importante repetirlo: existe un tipo de pacientes que, por multitud de circunstancias, tienen muy limitada la oportunidad de sentirse partícipes de la sociedad, y que viven, generalmente, con la única expectativa, en muchos casos irreal, de que el juez revise su Orden de Internamiento y los “saque de allí”. Pensamos que a este colectivo hay que tenerlo presente, e intentar ofrecerle bienestar para su día a día. Y este tipo de 191 intervención parece ayudar en ese sentido; tal y como decía Pedro, “nos estáis ayudando a encontrarnos bien con nosotros mismos y con los demás”. Bibliografía ÁLVAREZ, P. (1985). Psicodrama y esquizofrenia crónica. Un estudio clínico y sociométrico. Tesis licenciatura. Departamento de psiquiatría de la facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. BADILLA, Y. (2012). Elementos relacionales en esquizofrenia. UAB: Tesis doctoral. BOU, J. 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Haciendo un somero “examen de conciencia”, ello se ha debido a un cierto afán perfeccionista, reflejado en la voluntad de que se incluyesen aspectos cuantitativos de la investigación que sirvió de marco a la experiencia terapéutica. Se ha conseguido, y el capítulo 11 es buena prueba de ello. Por su parte, el capítulo 12 ilustra de modo muy expresivo la posibilidad de aplicar los principios básicos del modelo de la reconfirmación al trabajo con psicóticos en contextos distintos de la terapia familiar reglada, en diversos dispositivos de una red de salud mental. Un grupo terapéutico reconfirmador, como demuestra el capítulo 8, puede ser un excelente complemento de la terapia familiar cuando las familias permanecen cercanas y abordables, pero puede constituir una alternativa legítima cuando el paso del tiempo y la cronificación han cambiado radicalmente ese panorama, alejando o incluso haciendo desaparecer las familias. El ecosistema es siempre una presencia fundamental en la salud mental, pero aún más si de psicosis se trata. La evolución de un proceso psicótico dependerá en gran medida de si el ecosistema se muestra avaro, o incluso cruel, o si, por el contrario, despliega su potencial generosidad. Y ello es especialmente notorio en un tema tan delicado como importante cual es la construcción de una relación de pareja. Quedaron atrás los tiempos en que los psicóticos, precozmente internados en manicomios, simplemente no se emparejaban, y ello sobre todo en lo que se 193 refiere a los hombres, cuyas expectativas sociales de un rol más activo en el matrimonio constituían un obstáculo difícilmente salvable. Las mujeres, en cambio, conformadas socialmente con un rol más pasivo, podían compatibilizar con más facilidad los roles de esposa y de psicótica. LINARES e HIDALGO (1977) encontraron que el estado civil de la población de hombres psicóticos crónicos internados en un hospital psiquiátrico era de solteros en casi el 100%, mientras que el 50% de las mujeres estaban casadas. Pero con las reformas psiquiátricas y la apertura de nuevos dispositivos y circuitos de atención a la salud mental, la situación ha cambiado sustancialmente. Ahora los psicóticos de ambos sexos se frecuentan en centros y hospitales de día y hasta conviven en residencias protegidas y en salas de hospitalización, lo cual facilita que se constituyan parejas, eso sí, fuertemente definidas por la común filiación psicopatológica. Se trata por lo general de parejas frágiles que, si no encuentran oportunamente una ayuda psicoterapéutica, arrastran sus carencias relacionales infligiéndose recíproco maltrato. Solo existe, en nuestra experiencia, una excepción significativa, que es cuando la pareja reviste características parentales, susceptibles de generar relaciones protectoras de corte complementario: personas de más edad o con alguna inferioridad física o social, que compensan con abnegada protección las ventajas que la relación les aporta. No habrá pasado desapercibido que no abordamos de forma específica el tema de las psicosis infantiles. Ello se debe a varias razones, entre las cuales quizás la más importante es que, habiéndose desempeñado siempre nuestro trabajo en un servicio de psiquiatría de adultos, no tenemos una experiencia importante con pacientes psicóticos niños, que tienen sus propios circuitos de paidopsiquiatría. Más aún si se trata de trastornos autistas, que, por otra parte, no guardan proporción en su gravedad con el grado de disfuncionalidad relacional observable en las familias, lo cual hace pensar de modo inequívoco en la importancia de los factores neurosensoriales subyacentes. Y todo ello sin menoscabo de una crítica a la banalización que comporta el énfasis en los “trastornos del espectro autista” propiciado por el DSM V, rendido a fenómenos de moda como el “síndrome de Asperger”. Por lo demás, en nuestra limitada experiencia con trastornos psicóticos infantiles del círculo paranoide, retenemos vigente nuestra propuesta de la triangulación desconfirmadora como modelo útil para orientar el tratamiento, preferentemente sin duda alguna terapia familiar. El diagnóstico es más fácil y el pronóstico mejor. En el extremo opuesto del ciclo vital, ya hemos hecho referencia a los fenómenos psicóticos que se producen cuando los ancianos se ven sometidos a situaciones de deprivación sensorial, como cuando ingresan en unidades de cuidados intensivos, definidas por espacios uniformemente blancos con 194 zumbidos de fondo igualmente monótonos. Es interesante para entender la naturaleza profunda de la desconfirmación, tener en cuenta que, en tales circunstancias, el anciano, ya limitado sensorialmente, recibe mensajes de no existir enmarcados en esa uniformidad, rayana en la carencia de estímulos. Afortunadamente, el abordaje reconfirmador en la mayoría de tales casos, es sencillo, consistiendo básicamente en comunicarse con el sujeto reconociéndolo como interlocutor. Claro que, a veces, el ciclo vital juega malas pasadas, amparándose en lo que podríamos llamar el efecto acumulativo. Un sujeto que acumule en su “mochila relacional” un pesado historial desconfirmador, que hasta el momento haya sido capaz de resistir, puede sucumbir ahora ante estímulos de la misma naturaleza, que en otras circunstancias serían inocuos, y desarrollar un auténtico trastorno psicótico. Todo esto para llegar al punto más importante de esta conclusión y, probablemente, también de este libro. Los psicóticos se curan. Freud tenía razón al afirmar que los psicóticos no son analizables. En efecto, póngase usted detrás de un psicótico tumbado en un diván, diciendo hummmmm de vez en cuando, y verá lo que tarda el susodicho en dar un salto y desaparecer. Pero esa no es la única manera de tratar a un psicótico. De entrada, ante el anuncio de una terapia familiar, los psicóticos suelen mostrarse interesados (¡Pues claro! ¿No es eso lo que yo decía? ¡Los locos sois vosotros!). Casi de lo que se trata es de no hacerles perder ese interés inicial, cosa fácil de conseguir si el terapeuta comete los errores habituales: apostarlo todo a la medicación, aliarse incondicionalmente con los padres, etc. Luego, evidentemente, viene ganarse su confianza, cosa que ocurre cuando empieza a darse cuenta de que la reconfirmación está en marcha, siendo el terapeuta su decidido agente. Y luego, por fin, llega un momento en que cualquier observador, y hasta el mismo terapeuta, se pregunta, ¿pero éste es de verdad un psicótico? Y es que, en efecto, muy probablemente ya no lo es. En los últimos tiempos se ha consagrado el término recuperación como alternativa, si se trata de psicóticos, al más clásico y ambicioso de curación. No tenemos inconveniente en usar el primero, pero sin deslindarlo radicalmente del segundo, del que podría constituir una variante. Y aquí viene cuando introducimos un neologismo para aludir a la condición de quien ha padecido una psicosis, habiéndose recuperado de ella: postpsicótico. La psicosis puede ser equiparada metafóricamente con un viaje al infierno. Tan monstruosa es la naturaleza de las criaturas que la pueblan y tan intenso el sufrimiento que la envuelve. No en vano se trata de una exasperada búsqueda de la identidad perdida, o, lo que es lo mismo, del derecho a existir. De un viaje de esas características no se regresa de rositas, sino con múltiples heridas y 195 cicatrices. Tal es la condición del postpsicótico, alguien que, mientras se lame las magulladuras, puede reivindicar orgullosamente la recuperación de su existencia relacional. Al finalizar el proceso terapéutico con un paciente postpsicótico nosotros le comunicamos estas reflexiones, a la vez que negociamos explícitamente con él su ingreso en esta nueva categoría. Y a veces hemos tenido la gratificante experiencia de que, en una sesión de terapia de grupo, los propios pacientes han bromeado con estos conceptos. Por ejemplo: “¡Eh, Enrique! No te pongas tan presumido, que yo también soy postpsicótico” No existe mejor garantía de que la terapia ha sido exitosa. Bibliografía LINARES, J. L. y HIDALGO, M. (1977). “Estudio de algunas altas producidas en un centro de psicóticos crónicos”. Inf. Psiquiátr. 66, 73-80. 196 197 198 Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida Bowlby, John 9788471128010 176 Páginas Cómpralo y empieza a leer La teoría del apego explica cómo el ser huma no desde su nacimiento necesita desarrollar una relación con al menos un cuidador principal con el objetivo de que su desarrollo social y emocional se produzca con normalidad. El establecimiento de este primer vínculo fun damenta la seguridad del niño pero también marca la futura seguridad del adulto.La teoría del apego se centra en la interacción entre, principalmente, madre e hijo, o cualquier mayor colocado en el lugar de protector. No solo es la necesidad del bebé sino la de los adultos que se ubican en ese lugar, son adultos sensibles y receptivos a las relaciones sociales y permanecen como cuidadores consistentes. Cuando el bebé comienza a gatear y caminar, empieza a utilizar las figuras conocidas como una relación de confianza y seguridad. La reacción de los padres lleva al desarrollo de patrones de apego y conduce a la construcción de modelos internos que guiarán las percepciones individuales, emociones y pensamientos del niño.Bowlby fue un creador y un investigador clínico que supo incluir en su formulación teórica conceptos interaccionales en un tiempo en que las conductas se analizaban de manera intrapsíquica y lineal. Su teoría del apego constituye la base de la seguridad y de la futura valoración personal que asegura en cierta manera lograr 199 reproducir en nosotros mismos esos patrones positivos internalizados.Es una gran suerte que Editorial Morata vuelva a publicar este material que recoge investigaciones y conferencias del autor y para mí es un honor ser invitado a escribir su prólogo a la sexta edición. Todos los textos de cada capítulo son inspiradores e invitan a reflexionar la clínica. Este libro es un legado y como tal nunca muere. Cómpralo y empieza a leer 200 201 El Diseño Universal para el Aprendizaje Pastor, Carmen Alba 9788471128300 124 Páginas Cómpralo y empieza a leer Una de las paradojas más evidentes respecto al nuevo campo científico llamado Diseño Universal para el Aprendizaje, DUA (Universal Design for Learning, UDL), es que de ningún modo ha alcanzado ese carácter universal. El DUA nació como un experimento educativo en el contexto del sistema escolar norteamericano y cobró cuerpo como movimiento para abordar las barreras a que se enfrentan los escolares en los Estados Unidos para acceder al aprendizaje. Sin embargo, los principios y prácticas del DUA tendrían que ser realmente universales y globales, porque proporcionar educación asequible y eficaz para cualquier alumno y alumna es una necesidad humana que transciende límites nacionales, culturales, políticos, lingüísticos o étnicos. Este nuevo libro de la profesora de la Universidad Complutense de Madrid Carmen Alba Pastor constituye sin duda una excelente introducción al DUA para el extenso mundo hispanohablante. El DUA trasciende lenguas y culturas, porque donde quiera que haya quien intente aprender, puede encontrarse con barreras para hacerlo. Nuestra tarea como educadores es limitar o eliminar tantas de esas barreras como resulte posible. Vamos comprobando que el DUA es una vía eficaz para lograrlo. Cómpralo y empieza a leer 202 203 El análisis de datos cualitativos en Investigación Cualitativa Gibbs, Graham 9788471126757 200 Páginas Cómpralo y empieza a leer En ocasiones el análisis de datos es considerado como la parte principal de la investigación cualitativa, en general mientras que la recogida de datos es el paso previo para prepararlo. Existen distintos enfoques a la hora de analizar los datos en la investigación cuantitativa, algunos más generales, otros más específicos para cierto tipo de datos. Todos ellos tienen en común que se basan en el análisis textual, por ello cualquier tipo de material tiene que estar preparado para poder ser analizado de esa forma. En algunos casos, la estructura interna del texto, por ejemplo como narración, es más importante para el análisis que en otros, como ocurre en las entrevistas semiestructuradas. En otros el contenido es lo principal, incluso lo único; mientras que por ejemplo en los grupos de discusión la interacción también resulta relevante o podría ser el foco central del análisis como ocurre en el análisis de conversaciones. Esta obra analiza con gran detalle las estrategias básicas utilizadas en análisis de datos cualitativos. Primero se centra en la categorización de los datos, después en las narrativas y biografías y por último habla del uso de los ordenadores en estos campos. Se le presta una atención considerable al análisis comparativo, a la calidad y a la ética específica del análisis de datos. Ofrece las bases para analizar 204 todo tipo de datos verbales obtenidos en una investigación cualitativa como las declaraciones y las historias. Cómpralo y empieza a leer 205 206 Psicología del niño (ed. renovada) Piaget, Jean 9788471128041 166 Páginas Cómpralo y empieza a leer Piaget e Inhelder, escribieron numerosos libros, pero éste es probablemente el único en el que se resumen sus concepciones sobre todos los aspectos del desarrollo que estudiaron y que incluyen los estudios sobre el nacimiento de la inteligencia, la construcción de lo real, la formación temprana de las primeras categorías del pensamiento, el surgimiento de las capacidades de representación, las operaciones concretas, las operaciones formales, pero también sus estudios sobre la percepción y la inteligencia, sobre el juicio moral, y además se ocupan también de los aspectos afectivos y sociales del desarrollo, discutiendo las opiniones de psicoanalistas (incluyendo a Freud) y de otros autores. No se descuida ninguno de los aspectos que se estudiaron en Ginebra a lo largo de muchos años. El lector tiene en sus manos un resumen bastante completo de los trabajos de Piaget y sus colaboradores hasta la fecha en que fue publicado, que proporciona una perspectiva comprensiva del enfoque piagetiano y de sus orientaciones teóricas. Por ello sigue siendo una obra de mucha utilidad para el estudioso del desarrollo humano. En esta nueva edición se ha realizado una nueva traducción, se ha completado la bibliografía, se han añadido ilustraciones sobre las pruebas de Piaget, así como un índice de autores y de materias, precedido por un prólogo de Juan Delval, que estudió con 207 Piaget en Ginebra. Cómpralo y empieza a leer 208 209 Las entrevistas en investigación cualitativa Kvale, Steinar 9788471126887 200 Páginas Cómpralo y empieza a leer Las entrevistas son uno de los principales enfoques en la recogida de datos en la investigación cualitativa. Conocemos una variedad de formas de hacer entrevistas con objetivos y principios diferentes. Al mismo tiempo, la entrevista se presenta con varias ventajas, prácticas y problemas diversos comunes a todas las opciones de su realización. Podemos estudiar la realización de entrevistas en niveles diferentes: teórico, epistemológico, ético y práctico. Una vez que la entrevista se ha realizado, le siguen varios pasos: las formas específicas de documentar lo que ha ocurrido en la entrevista individual llevan a necesidades y reglas para la transcripción. Los datos obtenidos demandan formas específicas de realización del análisis cualitativo. La realización de entrevistas trae consigo necesidades específicas de aumentar la calidad de la entrevista en general y su validez en particular, y finalmente de informar de lo que se dijo y cómo se analizó. Este libro trata muy detalladamente todas estas cuestiones de la realización de entrevistas y se basa en la larga experiencia del autor en la realización de entrevistas y en escribir sobre ellas y su realización. Este libro es una parte de la colección de investigación cualitativa que dirijo y tiene un sólido enfoque en la recogida de datos, pero también en cuestiones específicas sobre el análisis y la evaluación de esta forma específica de datos. Por 210 consiguiente, algunos de los otros libros de la colección deberían ser útiles para complementar lo que se dice en esta obra. En particular, los volúmenes de GIBBS (2007) sobre análisis de datos cualitativos y de RAPLEY (2007a) sobre análisis de discurso y de conversación dan más información sobre cómo analizar los datos cualitativos procedentes de entrevistas (y de otras fuentes). El libro de FLICK (2007a) entra más en los detalles de la planificación y el diseño de la investigación cualitativa (y de la realización de entrevistas) en general. Cómpralo y empieza a leer 211 Índice Primera portadilla 2 Segunda portadilla 3 Créditos 4 Nota de la editorial 5 Contenido 6 Prólogo. Por Roberto PEREIRA 8 CAPÍTULO 1. Introducción. Por Juan Luis LINARES 11 CAPÍTULO 2. Historia de las ideas sistémicas sobre las psicosis. 19 Por Adrián HINOJOSA y Juan Luis LINARES CAPÍTULO 3. La triangulación desconfirmadora. Por Juan Luis 42 LINARES y Adrián HINOJOSA CAPÍTULO 4. La personalidad del psicótico. Por Juan Luis 56 LINARES CAPÍTULO 5. La organización y la mitología familiares del 63 psicótico. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 6. La terapia familiar en las psicosis. Por Juan Luis 73 LINARES CAPÍTULO 7. El abordaje individual en la terapia familiar de las 88 psicosis. Por Dora ORTIZ CAPÍTULO 8. Grupos terapéuticos con psicóticos: Redes 104 reconfirmadoras. Por Vitor SILVA CAPÍTULO 9. Manejo sistémico de la medicación en los trastornos 117 psicóticos. Por José A. SORIANO CAPÍTULO 10. Jesús, María y José. El delirio místico como 131 metáfora relacional. Por Juan Luis LINARES CAPÍTULO 11. Datos de una investigación. Por Dora ORTIZ, 138 Virginia RANGEL y Juan Luis LINARES CAPÍTULO 12. El niño invisible y el espejo mágico. Intervención grupal en esquizofrenia. Por J. BUENO ÁLVAREZ, J. M. HIGÓN 181 SANCHO y E. MARTÍNEZ SAPENA 212 CAPÍTULO 13. Reflexiones finales. Por Juan Luis LINARES Contraportada 213 193 197