Subido por Guillermo Pérez Flórez

Un tiempo nuevo en las Américas

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Entre Washington,
La Habana
y Bogotá
Guillermo Pérez Flórez
icen que los americanos (los yanquis) siempre hacen lo
correcto… después de haber hecho todo lo demás. A juzgar por la
política que Washington implementa ahora en Colombia y Cuba,
después de 50 años, la frase no podría ser más cierta. Es cierto
que este cambio es posible porque estamos en la posguerra fría, y tanto el
embargo cubano como el combate contra las guerrillas colombianas son
subproductos de ese periodo, marcado por el enfrentamiento entre los dos
modelos de sociedad y Estado en que quedó dividido el mundo en 1945,
tras la Segunda Guerra mundial.
En Estados Unidos están pasando cosas. Se abre paso un tiempo nuevo
que podría dar lugar al surgimiento de unas relaciones hemisféricas diferentes. El presidente Barack Obama, a quien se ha acusado de carecer de
política para América Latina, está tomando decisiones de honda repercusión. Reforma migratoria, apertura con Cuba y la posibilidad de la paz en
Colombia, entre otros asuntos, forman parte de lo que parecería ser una
partitura nunca tocada para las Américas, que si bien no ha sido formulada
explícitamente –e incluso hay quienes no creen que exista–, tiene capacidad
para ilusionar.
D
Guillermo Pérez Flórez es analista político y director de Grupo Civis, consultora en riesgos sociopolíticos.
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ESTUDIOS
La reforma migratoria, la apuesta por la normalización
de relaciones con Cuba y el apoyo a las negociaciones
de paz en Colombia modifican la política de EE UU
hacia sus vecinos americanos. ¿Cuál será el impacto de
lo que se percibe como una relación más horizontal?
Las relaciones entre Washington y el resto de pueblos al sur del río Grande
han sido tradicionalmente conflictivas. Es una historia con más desencuentros que encuentros. EE UU siempre ha tenido dificultades para entender y
relacionarse con el resto de culturas americanas, producto quizá de la negación de una parte de su propia identidad: su lado hispánico, el cual, como
recuerda el historiador Felipe Fernández-Armesto, es más antiguo que el
anglosajón, que terminó imponiéndose como mito fundacional y creando un
perfil diferente a lo que es en realidad toda América: un mundo nuevo,
diverso y plural, y no una sociedad homogénea y trasplantada, como se ha
pensado desde el relato blanco. Por ello, no es casual que la modificación de
la política en asuntos tan sensibles como inmigración, Cuba o Colombia, se
dé cuando está al frente de sus destinos una persona mestiza, más parecida a
los hombres del Caribe que al prototipo que ha encarnado el inquilino de la
Casa Blanca. Obama es el primer presidente realmente americano, en tanto
que se parece más a lo que es América.
Los desencuentros han sido múltiples, y conforman una larga y amarga
crónica con decenas de capítulos que se inician antes de 1823, cuando el presidente John Quincy Adams y su secretario de Estado, James Monroe, instruyeron a su embajador en España sobre su visión respecto a Cuba y Puerto Rico,
a las que consideraban apéndices naturales del continente norteamericano.
“Una de ellas –dicen en el mensaje– casi visible desde nuestras costas, se ha
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convertido, desde múltiples consideraciones, en un objeto de trascendental
importancia para los intereses comerciales y políticos de la Unión”.
Desde esas calendas, México, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Cuba,
Panamá, Colombia, Chile, Granada, Uruguay, Argentina, Bolivia y Venezuela,
por citar solo algunos países, han escrito tormentosas páginas sobre su relación
con Washington. La famosa Doctrina Monroe, sintetizada en el aforismo
“América para los americanos”, con el que EE UU quiso marcar fronteras al
colonialismo europeo en tierras americanas, terminó siendo casi un designio
continental. Todos los pueblos iberoamericanos han sentido –y padecido– en
menor o mayor proporción, el poderío militar, económico y político de sus
hermanos del norte, que siempre han visto la región (con pocas excepciones)
como su patio trasero. Algunas acciones y frases estadounidenses han quedado
esculpidas para siempre en los corazones latinoamericanos (entre ellas, “I took
Panama”, de Theodore Roosevelt en 1903, luego de cercenarle un brazo a
Colombia) y marcado generaciones enteras que se han debatido entre el amor
y el odio hacia ese país.
Pero las cosas parecen estar cambiando. El presidente Obama, tal vez sin
proponérselo, está poniendo las primeras piedras de unas nuevas relaciones
continentales (más necesarias hoy que nunca), al tocar asuntos claves para los
pueblos americanos.
La cuestión migratoria
Trascendental para los pueblos latinos, en particular para México, ya que 32
millones de personas de origen mexicano viven en EE UU. Integradas en el
colectivo hispano que suma ya más de 60 millones de personas, el 16,35 por
cien del total de la población estadounidense. Si los hispanos residentes en la
Unión fuesen un país, serían el tercero más grande de América, después de
Brasil (200 millones) y México (122 millones). Además, el 80 por cien del crecimiento demográfico de EE UU de la última década se debe a los latinos. Florida,
California y Tejas, los tres Estados más poblados, albergan al mismo tiempo la
mayor cantidad de hispanos.
Los latinos o hispanos ganan espacio en la vida diaria. De hecho, las elecciones de 2012 mostraron una nueva realidad política: la importancia de su
voto. Florida, Nevada, Colorado y Nuevo México fueron determinantes para la
victoria de Obama, quien según los expertos habría obtenido el 71 por cien de
los votos latinos. Mike Murphy, portavoz del Partido Republicano, afirmó el día
de las elecciones: “Tenemos un problema latino que acaba de costarnos unas
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elecciones nacionales”. Esta nueva realidad política y social tendrá que ser
observada por los republicanos si aspiran a reconquistar el poder. De ahí, la
relevancia de la cuestión migratoria, desde la perspectiva política y electoral.
La regularización de la inmigración decretada por Obama, que ha sido recurrida por 26 Estados gobernados por republicanos y bloqueada por el juez
Andrew S. Hanen, de la Corte del Distrito Federal en Brownsville (Tejas), se
orienta a normalizar la situación de cinco millones de inmigrantes, de los
cuales cuatro millones son de origen latino. Con su acción ejecutiva, Obama
avanzó en la dirección correcta
Los latinos de EE UU,
para solucionar un problema crítico
y de derechos humanos, aunque
como la población negra,
solo fuese de manera parcial, pues
los “sin papeles” podrían ascender,
han sido objeto de
según la Oficina del Censo, a 11,5
maltrato, discriminación
millones. Un número demasiado
grande para ser ignorado, y que al
social, laboral, política y
parecer es una de las claves de la
productividad de la economía esta- judicial durante décadas
dounidense: mano de obra que
trabaja por menos de la mitad de lo
que gana un ciudadano en situación legal. No es un secreto que los latinos
reciben peor salario que la población negra y otros blancos europeos, lo cual
mina los propios cimientos axiológicos de la sociedad estadounidense.
En la recta final de su segundo y último mandato el hombre mestizo de la
Casa Blanca transmite la impresión de querer ejercer un liderazgo similar al
de Lyndon B. Johnson en los años sesenta del siglo XX, en la lucha por los
derechos civiles, haciendo que el pueblo estadounidense se enfrente a sus
propios dilemas. EE UU es más que una tierra de blancos. Creer lo contrario,
les ha causado problemas de cohesión social graves. Los latinos, como la
población negra, han sido objeto de maltrato, discriminación social, laboral,
política y judicial durante décadas. Se les ha tratado como foráneos, cuando
en realidad su presencia es anterior a la anglófona y está ligada a la construcción del país, en particular, el pueblo mexicano, que durante décadas ha ido
a buscar oportunidades o ha sido invitado a aceptarlas en tierras que antes le
pertenecieron legítimamente.
La discriminación de los hispanos es atávica. Ya en la segunda década del
siglo XX el gobierno federal aprobó restricciones legales para la inmigración
mexicana porque, a decir del presidente Calvin Coolidge, había que “mantener
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América americana”, tomando para los estadounidenses blancos, anglosajones
y protestantes (WASP, en inglés) un vocablo que en realidad significa mestizaje,
y que pertenece a todo el continente, como reconoció Obama el 17 de
diciembre de 2014, cuando anunció el restablecimiento de relaciones con
Cuba al afirmar en un claro español: “Todos somos americanos”.
La regularización es imprescindible para que los migrantes puedan
adquirir ciudadanía, el pasaporte hacia los derechos y la integración plena.
Actualmente, solo la mitad de los adolescentes latinos termina estudios
secundarios, y un escaso 16 por cien ingresa a la universidad, debido a los
costes de la educación terciaria. Así, “sin papeles” y sin educación, los latinos
han sido incluso percibidos como una amenaza contra la identidad americana, tal como expuso el profesor Samuel Huntington, quien veía un peligro
dividir el país en dos pueblos, dos culturas, dos lenguajes. Tener una política
migratoria integradora de todos los pueblos americanos es indispensable si se
quieren unas relaciones hemisféricas armónicas, como lo demuestra la experiencia de la Unión Europea.
La cuestión cubana
Otro giro importante es la política hacia Cuba. El restablecimiento de relaciones significa el final de una larga, prolongada e inútil desavenencia, no
únicamente con la isla sino con el subcontinente. De una u otra manera, el
bloqueo a Cuba ha marcado la relación política entre Washington y América
Latina. Desde que Cuba fue expulsada de la Organización de Estados
Americanos (OEA) en la cumbre de Punta del Este (Uruguay) en 1962, con
una resolución que apenas tuvo un voto en contra (el de México), además del
cubano, había sido imposible una foto completa de la familia americana.
Fidel Castro supo hacer de ese bloqueo una causa no solo nacional sino
regional y, de esta forma, la proximidad o distancia con La Habana se
convirtió en un factor determinante de la relación de Latinoamérica con
Washington durante medio siglo.
Los Castro maximizaron al valor geopolítico de la isla, y la convirtieron en
una plataforma para contestar al poder político estadounidense durante la
guerra fría, gracias a Moscú. Luego surgió la “petrolizada” Venezuela, con el
presidente Hugo Chávez.
El contencioso cubano no está resuelto, es verdad. Los republicanos tienen
suficientes herramientas políticas para bloquear el proceso (gracias a la
mayoría en el Senado y la Cámara de Representes). Sin embargo, detener o
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mover hacia atrás las manecillas del reloj podría salirles caro. Los argumentos
opositores –como los esgrimidos por el republicano Marco Rubio– no suenan
convincentes ante la evidencia real reconocida por Obama: “Estos 50 años de
aislamiento no han funcionado, es momento de cambiar de postura (…) No
creo que debamos hacer lo mismo durante otras cinco décadas y esperar un
resultado distinto”. Imposible decirlo más claro y contundente.
La Casa Blanca sigue adelante. Está poniendo las bases de lo que será el
legado de Obama en este lado del mundo. Su determinación marca un antes y
un después, como lo hizo la fracasada invasión a Bahía Cochinos Las negociaciones entre
(Cuba), en 1961, una de las peores
Cuba y EE UU no son
chapuzas de la CIA en toda la
historia, que contribuyó a atornifáciles: Guantánamo y
llar en el poder a Fidel Castro, al
las respectivas
darle una victoria temprana a su
revolución.
indemnizaciones serán
Más temprano que tarde, la
los puntos calientes
normalización de las relaciones
será una realidad irreversible, así lo
han entendido en el mundo económico. Netflix, Airbnb, MasterCard, American Express e IDT, entre otras
empresas han empezado a operar en la isla. La expectativas de inversión son
grandes. Hay sectores prometedores: la construcción, el turismo, la hostelería,
el transporte marino, la agricultura y las telecomunicaciones, donde ya ha
habido avances y que tendrá un efecto inmenso, abaratando el contacto entre
los casi dos millones de emigrados cubanos y la isla. Un mercado que representa un tráfico de entre 40 y 50 millones de minutos al mes. A finales de
marzo, Washington retiró 45 compañías, individuos y embarcaciones cubanas
sancionadas por apoyar el terrorismo o el narcotráfico, ahora tendrán acceso al
sistema financiero estadounidense. Obama ya ha solicitado al Congreso la retirada de Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.
El diálogo entre Washington y La Habana no es fácil. Hay ámbitos espinosos,
el de los derechos humanos es uno. En palabras de Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental y jefa de la delegación en las negociaciones entre Washington y La Habana, el “más difícil, pero el
más importante”. En el campo de los derechos humanos, como subraya
Josefina Vidal, directora general para EE UU en el ministerio de Relaciones
Exteriores de Cuba, y quien lidera la delegación cubana en estas conversaMAYO / JUNIO 2015
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ciones, se tienen diferentes concepciones. Para EE UU son singularmente
importantes la libertad de expresión y de reunión de todos los cubanos,
incluidos los opositores al régimen. Cuba, por su parte, pone el acento en otros
aspectos, como el acceso a la salud o la educación. Aquí se librará lo que queda
de la batalla ideológica, pues La Habana reconoce de manera pragmática y
discreta la derrota de la utopía comunista, al permitir pequeñas expresiones de
iniciativa privada.
Adicionalmente, hay dos puntos cardinales cuya solución precisará mucha
creatividad. Uno es la base militar de Guantánamo, donde Cuba tiene interés.
El otro, las indemnizaciones a las empresas y ciudadanos estadounidenses por
las expropiaciones del gobierno cubano en 1959. A la fecha, casi 6.000 corporaciones mantienen sus demandas y cifran en más de 7.000 millones de dólares
las indemnizaciones. A su vez, Cuba reclama una indemnización de 100.000
millones de dólares, en lo que tasa los costes del embargo al que ha sido sometida durante medio siglo.
Pero la política es el arte de hacer posible lo imposible. Y, como dijo Albert
Einstein: “En tiempos de crisis solo la imaginación es más importante que el
conocimiento”.
La paz en Colombia
Además del diferendo con Cuba, posiblemente no existe en el continente
ningún otro asunto que revista tanto interés geopolítico para Washington como
el conflicto armado en Colombia. Guerra en la cual, valga decirlo, Washington
está implicado de una u otra forma, desde hace medio siglo también. Colombia
pertenece al “Mediterráneo americano”, expresión acuñada en 1942 por el
profesor y experto en geopolítica Nicholas J. Spykman. Una zona que incluye
México y su Golfo, América Central, Colombia, Venezuela y las islas caribeñas
comprendidas entre Trinidad, Puerto Rico y Cuba. Spykman en su libro
Estados Unidos frente al mundo, afirmó que ello significaba “para México,
Colombia y Venezuela una situación de absoluta dependencia con respecto a
EE UU, de libertad meramente nominal.” Conforme a esto, Washington ha
librado allí la batalla más larga de la guerra fría, y entregado a Bogotá, casi ininterrumpidamente, asistencia militar, policial, política y económica; desde el
Plan LASO (Latin American Security Operation) en los años sesenta, hasta el
Plan Colombia, a finales de los noventa. Este último fue militarmente reforzado
por George W. Bush, con un coste cercano a 9.000 millones de dólares, y que
pasó de ser una estrategia antidrogas a una estrategia antiterrorista. Así,
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Colombia en la primera década de este siglo llegó a ser el tercer receptor de
ayuda militar estadounidense.
Pero ahora parece que los colombianos han encontrado la ruta hacia la paz,
y Obama está dispuesto a acompañarlos, ya que las circunstancias políticas lo
facilitan y aconsejan. Este proceso ha recibido su bendición con la designación
de un enviado especial, el diplomático Bernard Aronson, quien se ha reunido
con el presidente Juan Manuel Santos en Bogotá y con los negociadores de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en La Habana. Esto
último era impensable hace unos
Apoyar el esfuerzo de
años, pues las guerrillas están en la
lista de organizaciones terroristas.
paz colombiano significa
Un gesto que no consiguió el fracasado proceso de paz de la adminisdesmantelar la única
tración de Andrés Pastrana (1998guerrilla antiimperialista
2002) también con las FARC en
1999, que al igual que el actual fue
que queda en el
apoyado por la UE.
continente americano
¿Por qué Washington respalda
esta negociaciones de una forma
tan decidida? Existen muchas
razones. Una es que considera (como cree el gobierno colombiano) que este es
el momento de negociar, dado que las guerrillas están debilitadas (aunque no
vencidas). Quizá piense que es mejor terminar de extinguir un fuego, que si
bien ya no tiene capacidad para expandirse al vecindario, en cualquier
momento si cambian las circunstancias podría resurgir y tornarse más
complejo. Adicionalmente, apoyar los esfuerzos de paz colombianos significa
desmantelar el único aparato militar irregular de naturaleza antiimperialista
que queda en el hemisferio. Lo cual es un triunfo. Otra razón es que este
respaldo resulta estratégico cuando las tensiones con Caracas se han agudizado, hasta el punto de considerar a Venezuela como una “extraordinaria
amenaza a la seguridad nacional y la política exterior de EE UU”, lo que es sin
duda una valoración tan desproporcionada como afirmar que Washington
prepara una intervención militar en Venezuela.
Para Washington sería una derrota que la paz en Colombia se debiera a
La Habana y a Caracas, ya que EE UU quedaría dentro del lado de la guerra.
Al avalar este proceso, EE UU juega a tres bandas: se incluye entre los
amigos de la paz y, de paso, debilita la retórica bolivariana antiimperialista,
lo cual no es poco.
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El futuro americano
La VII Cumbre de las Américas (Panamá, 10-11 de abril) se celebró en un
contexto inédito: la presencia de Cuba y una atmosfera de distensión, reclamada desde la primera cumbre en Miami en 1994. En Panamá quedó claro que,
si bien aún queda camino por recorrer, es posible un continente en paz.
Deviene ahora la impostergable tarea de construir o reconstruir organismos
hemisféricos e instancias subregionales bajo la perspectiva de “todos somos
americanos”. Comenzando por la propia OEA, durante años excesivamente
funcional a los intereses norteamericanos; siguiendo con la Celac (Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur), que forman parte de una arquitectura perfilada por
Chávez en clave de contrapoder.
Para todo esto, Washington deberá seguir dialogando y buscando acuerdos
(como con Cuba e Irán), en vez de dar órdenes e intervenir en asuntos
internos de unos países americanos que hace tiempo han alcanzado una
mayoría de edad política y económica. ¿Está EE UU dispuesto a desarrollar
una relación horizontal con sus vecinos del continente? Este parece ser el
primer interrogante.
La monumental asimetría económica, militar, científica, tecnológica y
empresarial entre el norte, centro y sur de América constituye una dificultad
superlativa a la hora de relacionarse. Washington a menudo subestima este
factor de desequilibrio. Hoy parecen convenientes el respeto y la humildad
ante un mundo multipolar, en el que otros pretenden a América Latina, China
en primer lugar.
La capacidad de EE UU para mantener una relación horizontal con el resto
de países americanos dependerá también de la vigencia que tenga el pensamiento de Obama, una vez deje la Casa Blanca en 2016. El engranaje político
de EE UU no se mueve por los caprichos ni los estados de ánimo de sus gobernantes, pero el pensamiento presidencial determina la orientación de esa
maquinaria. El proceso electoral interno estadounidense para 2016 será trascendental. Por ello, sería deseable avanzar cuanto más se pueda en lo que
resta de la administración Obama en su aproximación a América Latina.
¿Son conscientes de esto los líderes latinoamericanos? Ojalá no estemos en
presencia de una valiosa oportunidad perdida, y finalmente se abra un
tiempo nuevo en las Américas que ofrezca mayor prosperidad y seguridad
para sus ciudadanos.
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