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García Badaracco J - Concepto de cambio psíquico. Aporte clínico (1991)

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CONCEPTOS DE CAMBIO PSÍQUICO: APORTE CLÍNICO [*] [**]
por el Dr. Jorge E. García Badaracco [***]
El trabajo aborda el tema desde la perspectiva de las dificultades para el cambio. Se comienza con un breve
panorama histórico y con un planteo del problema. Se presenta «el paciente difícil como especialista del
no-cambio» describiendo las características clínicas de estos pacientes más allá de los diagnósticos
psicopatológicos. Se aportan algunas viñetas clínicas con el objeto de hacer más accesibles las ideas
teóricas. Luego se aborda la naturaleza de los cambios que se estudia mejor en el campo de la
transferencia-contratransferencia. Finalmente se teoriza el cambio como un proceso de cambio, se presenta
la hipótesis de la existencia de diferencias cualitativas de los funcionamientos mentales relacionadas con los
«traumas» en los vínculos narcisistas. Estas diferencias se actualizan en los contenidos mentales. Se
describen la articulación entre interpretación, insight, angustia y cambio. Se aborda la naturaleza de la
reacción terapéutica negativa. Se desarrolla la noción de déficit subyacente de desarrollo de recursos yoicos
genuinos para elaborar el cambio psíquico.
«Sabemos bastante sobre cómo cura el psicoanálisis,
sabemos poco sobre por qué no cura.»
Sigmund Freud
La tarea psicoanalítica nos plantea permanentemente la problemática del cambio psíquico, la manera de
reconocer sus manifestaciones o expresiones, la forma de instrumentar recursos psicoanalíticos para
producirlos y la naturaleza íntima de los mecanismos en juego y su conceptualización teórica. Cuanto mejor
comprendamos la naturaleza de los cambios psíquicos que se producen a lo largo de la vida, los cambios que
condicionan lo que llamamos enfermedad mental en sus diferentes tipos y manifestaciones, los cambios que
podemos producir con nuestros recursos terapéuticos (agentes de cambio) y los mecanismos a través de los
cuales algunos pacientes logran anular nuestros esfuerzos terapéuticos (curativos), mejor equipados nos
sentiremos para abordar la tarea psicoanalítica propiamente dicha.
El tema «cambio psíquico» es de difícil tratamiento porque requiere articular variados aspectos del
psicoanálisis que no todos los psicoanalistas integramos de la misma manera. Para exponerlo, dado que
abarca varias dimensiones, me encontré con la necesidad de presentarlo bajo distintos aspectos
complementarios. Aunque las formas de entender el tema de cambio psíquico han ido cambiando a través del
tiempo es posible percibir un hilo conductor que da coherencia al camino recorrido en nuestro conocimiento.
Es un tema que ha sido tratado poco explícitamente, pero que está presente en todo lo que tenga que ver con
psicoanálisis.
Los cambios psíquicos característicos de la infancia y la adolescencia se inscriben dentro de lo que
genéricamente llamamos crecimiento psicológico. Éste se describe en gran parte como el producto de procesos
de interiorización, incorporación, introyección e identificación. A medida que tienen lugar estos procesos, se
va construyendo un mundo interno. Los cambios van acompañados de angustias de separación y pérdida
(Freud), de ansiedades especificas esquizo-paranoides y depresivas (M. Klein), de resolución de conflictos
específicos (la ambivalencia, el conflicto edípico, etc.), de reestructuración de las partes del aparato psíquico y
de constitución de instancias definitivas (Freud). La actividad mental, movida por pulsiones instintivas en el
campo de las relaciones objetales, es conflictiva por naturaleza. La resolución y la superación de los conflictos
inherentes a las distintas etapas del crecimiento psicológico van acompañadas de cambios en el sentido de la
aparición de capacidades nuevas.
Siguiendo la idea de ciclo vital, después de la etapa anterior, el crecimiento psicológico implica nuevos
cambios que se centran en los llamados procesos de individuación, de desarrollo o logro de una identidad
propia que supere las identificaciones que han servido de componentes para la estructuración y ordenamiento
del mundo pulsional primitivo, y de adquisición de mayor autonomía. Cuando el ser humano se constituye
como un ser que se vivencia con una identidad propia, la vida relacional y la vida íntima personal tienden a
realizarse con grados crecientes de plenitud y con la sensación de ser más «auténticas».
*
Presentado en el 37º Congreso de la International Psychoanalytical Association, Buenos Aires, julio-agosto de 1991.
**
NOTA: Los números que aparecen entre corchetes refieren a la Bibliografía al final del trabajo.
*** Dirección postal : Libertad 1370, piso 13º «B», 1016 Ciudad de Buenos Aires, República Argentina.
Correo electrónico : garciab@fibertel.com.ar
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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Breve panorama histórico
El estudio de la obra de Freud permite comprender cómo la teoría del cambio psíquico se desarrolla paso
a paso en relación con la práctica del psicoanálisis. La observación de que en algunas pacientes histéricas el
síntoma desaparece cuando se consigue hacer consciente el recuerdo del acontecimiento traumático y dar
expresión verbal a la emoción, conduce a Freud a su primera concepción de cambio. Pensaba que los recuerdos
traumáticos tienen tendencia a no desgastarse y que las pacientes histéricas sufrían de reminiscencias.
Cuando abandona la concepción traumática de la histeria las nociones de representación y fantasía
cobran una importancia creciente en la investigación psicoanalítica. La teoría del investimiento pulsional de
la fantasía es la que permite explicar la fuerza de la representación y hace comprender al síntoma como la
expresión disfrazada de la realización del deseo inconsciente. Los síntomas, como los sueños, son realizaciones
de deseos inconscientes y deben ser descifrados como los sueños.
El rechazo patógeno y las resistencias al cambio surgen del carácter conflictivo del deseo con el resto de la
personalidad. El objetivo del tratamiento es ahora la toma de conciencia de la representación inconsciente del
deseo. Sabemos que este descubrimiento clínico está muy ligado al autoanálisis de Freud y al papel que en éste
jugó la interpretación de los sueños.
El descubrimiento de la transferencia la hace aparecer primero como un obstáculo al cambio y luego
también como palanca para el cambio, porque la actualización de los conflictos en la transferencia facilita su
conocimiento y resolución. Cuando el desplazamiento sobre la relación analítica de lo que se vivía en el
síntoma estructura la neurosis de transferencia y hace desaparecer el síntoma, ésta permite al paciente tomar
conciencia del conflicto intrapsíquico y del goce inconsciente que él está reeditando. La tarea del tratamiento
consiste entonces en desprender la libido de la realidad psíquica a la cual está fijada. Se trata de un modelo
libidinal que da cuenta, entonces, del cambio psíquico.
Freud conocía bien las dificultades del abordaje psicoanalítico de muchos pacientes con patología mental
grave, que presentan máximas resistencias al cambio psíquico. La introducción del concepto de narcisismo
está consustancialmente ligada a esta problemática.
A partir de los años 20 se comprueba en Freud un espíritu crítico todavía más agudizado y un relativo
pesimismo. Pone el acento de una manera más explícita sobre los límites de los procesos de cambio. Este
período se caracteriza por las ideas sobre la tendencia a la repetición y la compulsión a la repetición, que
Freud relaciona con la naturaleza de la pulsión. La tendencia repetitiva de la pulsión se relaciona con la
viscosidad de la fijación pulsional a los objetos reales o imaginarios, a los objetos-recuerdos o a los objetos
fantasmáticos, que hacen muy difícil el desplazamiento transferencial y el trabajo de removilización de las
fijaciones transferenciales. Se trata de las resistencias del «Eso». El cambio psíquico en Freud, dice Widlöcher,
tiene lugar siempre en el contexto de una tendencia al no cambio. Se trata en última instancia de la
existencia de la pulsión de muerte.
La resistencia al cambio se relaciona también con las resistencias del Yo: de los mecanismos de defensa
del Yo, el beneficio secundario de la enfermedad y la tendencia del Yo a una síntesis que hace que tanto el
síntoma como la transferencia sean vividos y defendidos a veces por el paciente como partes de sí mismo. La
última resistencia que Freud estudia es la R.T.N., que relaciona con el sentimiento inconsciente de
culpabilidad y el masoquismo moral, que toman su fuerza de las pulsiones autodestructivas.
Según Widlöcher [67], en el desarrollo del pensamiento freudiano el concepto de Yo surge del estudio de
las resistencias al cambio. También la diferenciación de las instancias. Ello, Yo y Superyó aparecen
estrechamente ligados al estudio de las resistencias al cambio.
Recordemos que Freud había establecido que el Yo tiene la función de enfrentar las tres relaciones de
dependencia o de vasallaje: de la realidad, del Ello y del Superyó. Siguiendo esta concepción, el cambio
psíquico surgiría de cambios en las relaciones inter-sistémicas, y a su vez las resistencias al cambio pueden ser
expresadas en estos términos. Aquí conviene recordar la fórmula freudiana de 1933: «Wo Es war, soll Ich
werden.» [«Donde ‘eso’ reinaba, Yo debo advenir.»]
Siguiendo esta línea, en el trabajo analítico el analista puede ser considerado como un aliado del Yo
porque permite a las mociones pulsionales integrarse al sistema del Yo y desprenderse de las ligaduras a los
objetos del pasado. Al mismo tiempo el psicoanalista es un sustituto del Superyó. El Superyó patológicamente
severo puede ser reemplazado por un Superyó menos severo representado por el psicoanalista.
En uno de sus últimos trabajos, «Análisis terminable e interminable.», Freud considera una última vez el
problema del cambio psíquico: las dificultades principales son: la viscosidad de la libido, la compulsión a la
repetición, las deformaciones del Yo, la envidia del pene en la mujer y la protesta viril en el hombre. Reitera la
importancia dada al dualismo pulsional en la fijación del conflicto intrapsíquico, es decir, de su tendencia al
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no cambio. Las exigencias pulsionales constituyen el obstáculo mayor al cambio. La fuerza de ligazón al objeto
limita la amplitud de los cambios en la relación de objeto.
En síntesis, Freud define el cambio psíquico propio del psicoanálisis como la toma de conciencia, es decir
hacer consciente lo inconsciente. A lo largo de su obra parecería que Freud mantiene la idea de que lo
fundamental de su método analítico es la ampliación del conocimiento y en particular la búsqueda de la
verdad sobre uno mismo. En la fórmula fundamental de hacer consciente lo inconsciente, Freud investiga el
cambio psíquico, que se pone en evidencia en el pasaje de un modo de funcionamiento mental a otro, de
proceso primario a proceso secundario.
Relacionó insight con elaboración, sobre todo en lo que llamaba elaborar la resistencia: «[…] hasta que
llegue el momento en que la pulsión, que se había señalado y que el paciente intelectualmente aceptó, se
imponga en su conciencia.» Para ello había que superar las resistencias, levantar la amnesia infantil y la
represión, y recuperar los recuerdos. Cambio y mejoría, para Freud, estaban relacionados con ideas tales como
ampliación del Yo, evolución psicosexual hacia la etapa genital adulta, disminución de los conflictos
intrapsíquicos y con la realidad externa, inclusión más realista, plástica y adaptada a la cultura, y desarrollo
creciente de capacidades sublimatorias para el trabajo y la creatividad.
Después de Freud, muchos psicoanalistas se dedicaron a investigar las características de los procesos
mentales que conducen al insight, las condiciones necesarias para que tenga lugar, si el insight es un acto
psíquico único, si hay un solo tipo o hay varios tipos de insight, qué relación existe entre interpretación,
insight, elaboración y cambio. No podemos aquí ocuparnos in extenso de los valiosos aportes al tema de
autores tales como M. Klein, Fairbairn, Mahler, Bion, Winnicott, H. Rosenfeld, Lacan y Otto Kernberg, entre
otros, pero deseamos dejar constancia de que están presentes en lo que se describe a continuación.
Revisando la literatura psicoanalítica, vemos que los aportes sobre cambio psíquico siguen diferentes
orientaciones. Poniendo el acento sobre los mecanismos de interiorización y siguiendo el modelo freudiano de
las instancias del aparato psíquico, se pueden pensar las transformaciones como cambios en los sistemas del
Ello, del Yo y del Superyó. Para Alexander la tarea de toda terapia psicoanalítica era la disolución del Superyó
y su sustitución por el Yo. Para Strachey se trataba más bien de una modificación cualitativa de las
características del Superyó.
Para la escuela kleiniana, el cambio psíquico, para ser durable, debe implicar cambios en profundidad en
las relaciones de objeto, tanto externas como internas. El proceso analítico debe disminuir el clivage y la
proyección en los objetos que producen las distorsiones en las relaciones de objeto. A medida que se atenúa la
distorsión, objetos más benévolos y más acordes con la realidad pueden ser introyectados en el Yo y el
Superyó, conduciendo a un Superyó menos severo y menos idealizado, rígido y perseguidor (B. Joseph, 1975).
M. Klein concibió el cambio psíquico como el pasaje de la posición paranoide-esquizoide a la posición
depresiva, para su posterior elaboración. Ubicó el insight y la integración en el centro de la elaboración
depresiva, cuando surge el dolor por la toma de conciencia del daño al objeto. La elaboración implica entonces
un trabajo de duelo, requiere tiempo, y se relaciona con el logro y superación de la posición depresiva.
M. Klein desarrolló el concepto de que vivimos simultáneamente en dos mundos: el mundo interno y el
mundo externo. En la transferencia se externaliza lo infantil y primitivo del mundo interno en la relación con
el analista. Según la escuela kleiniana los procesos de cambio se relacionan con integración de aspectos
disociados, creciente responsabilidad por deseos y fantasías, el logro del respeto por el otro, la adaptación a la
realidad en equilibrio con la vida interior, la capacidad de manejar las emociones conflictivas y la modulación
de la ansiedad. El factor que más se opone al cambio evolutivo es la envidia primaria.
Pasando ahora al pensamiento de Bion [08], la idea de cambio psíquico está ligada a la de crecimiento o
decrecimiento mental. El crecimiento mental sería un proceso de «ser-devenir». Se trataría de conocer
aspectos no conocidos de la propia realidad y elaborarlos con mayor capacidad de abstracción, sin perder el
contacto con su origen emocional. Para esto será necesario pasar por y tolerar momentos de «cambios
catastróficos» (Bion, 1970), donde se superan «cesuras» (Bion, 1977) con elaboraciones post-catastróficas
que, en caso positivo, permitirán pensar acerca de lo ocurrido.
Para Bion el proceso de elaboración comprende entre otras cosas: reintroyectar lo proyectado, tolerar la
frustración implícita en el pensar, recuperar funciones yoicas atacadas y evacuadas, tolerar el crecimiento con
sus inevitables sufrimientos, etc.
En cuanto a la técnica, Bion propone una actitud sin memoria y sin deseo de parte del analista. (Es algo
interesante en lo que no podemos detenernos por falta de tiempo pero volveremos a referirnos más adelante.)
La interpretación y la construcción son los instrumentos fundamentales para trabajar psicoanalíticamente. El
crecimiento mental implica mayor tolerancia a las oscilaciones entre Ps-D. La ganancia de significados a
partir del vínculo simbiótico permitirá pensar creativamente acerca de lo que está ocurriendo en el presente
(en particular en la transferencia).
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Para Bion el decrecimiento mental depende también de factores emocionales: piensa que la envidia y la
voracidad tienden a despojar de significados a los contenidos mentales, transformándolos en «cosas en sí
mismas». La intolerancia a la frustración y el predominio de emociones anti-desarrollo atentan contra el
objeto promotor del crecimiento (sea éste interno o externo). Los ataques a la función de vincular impiden la
discriminación entre verdad, falsedad y mentira.
D. Meltzer, siguiendo a Freud, M. Klein y Bion, planteó, en sus primeros trabajos, que el cambio deseable
estaba relacionado con el creciente esclarecimiento de confusiones geográficas y zonales, una renuncia al
narcisismo a favor de la dependencia de objetos buenos que hacen posible el predominio de procesos
introyectivos en la realidad psíquica, y el abandono de la utilización masiva del mecanismo de identificación
proyectiva, etc. Meltzer habla de la necesidad de dotar de un equipo nuevo a los objetos internos, de procesos
de asimilación de los objetos internos y del logro de mayor libertad de acción de los mismos dentro del
psiquismo.
El trabajo analítico es la investigación que nos ha permitido avanzar más en el conocimiento de lo que
podemos llamar cambio psíquico. Sintéticamente podemos decir que la mayoría de los analistas piensa que el
mecanismo válido de cambio psíquico es el insight promovido por la interpretación. Se sabe que el insight y la
elaboración son dos aspectos inseparables de un mismo proceso, siendo el insight un momento específico del
proceso de elaboración que, a su vez, puede ser definido como la resultante dinámica de movimientos de
progresión y regresión.
Podríamos decir que el aspecto progresivo de esta dialéctica surge de la superación de las defensas
reiterativas y estereotipadas y del paulatino abandono de la compulsión a repetir modelos arcaicos de
descarga instintiva. Para Kris y Blum el insight se despliega en un proceso circular (Pichon-Rivière hubiera
dicho «en espiral») y consideran que «sin los cambios dinámicos y estructurales el insight nunca se podría
dar; pero que recíprocamente, una vez instalado, el insight promueve cambios en la estructura de la mente».
La repetición transferencial es un momento privilegiado para trabajar psicoanalíticamente y producir insight
pero al mismo tiempo el insight, se produce sólo cuando el paciente puede discriminar. Ya Strachey, en 1934,
pensaba que la segunda etapa de la interpretación mutativa se malogra si el paciente no tiene insight y no
puede discriminar entre lo que está pasando con el analista y lo que viene del pasado.
Todo cambio implica, en cierto modo, crisis. Cuando un insight es muy insólito y disruptivo puede
provocar una crisis estructural interna muy grande. Las dificultades en la elaboración de la crisis pueden
hacer que el sujeto pueda hacer sólo un pseudo-cambio consistente en la aceptación aparente y adaptativa de
lo nuevo. Por otra parte, ante la imposibilidad de tolerar la crisis el sujeto puede verse obligado a la
destrucción incontrolable de lo nuevo.
Un problema interesante para plantearnos es el de si lo que llamamos insight es inherente e indispensable
al cambio psíquico. En el trabajo psicoanalítico consideramos habitualmente que el insight es el punto de
partida para el cambio psíquico. Pero en la vida de un ser humano se producen muchos cambios psíquicos, y
no está claro todavía si algo semejante al insight debe estar siempre presente y si es indispensable. De igual
manera, también en el trabajo psicoanalítico nos estamos preguntando cada vez más si no hay otros agentes
de cambio que actúan sin pasar por el insight.
Los psicoanalistas, por consenso, visualizamos el funcionamiento mental en términos de conflicto
psíquico y el cambio como algo inherente a la solución de un conflicto. Pero lo que solemos llamar
clínicamente solución de un conflicto no ha eliminado en realidad el conflicto, porque esto es imposible. La
vida psíquica normal implica conflicto. Parecería que nos vamos orientando cada vez más a plantearnos el
problema de la naturaleza del funcionamiento mental patógeno que mantiene la vigencia del conflicto sin
poder recordar la situación de origen, el cual se reactiva en la actuación del conflicto.
Planteo del problema
Después de intentar varias formas de presentación de este trabajo, pensé que sería útil adelantar algunas
consideraciones sobre algunos temas que pueden hacer más accesible la comprensión de mis ideas.
Para comenzar puedo decir que, en mi experiencia clínica, muchas veces el cambio psíquico debe
comenzar por el analista. Sabemos que trabajar analíticamente sobre la base de aplicar los conocimientos
psicoanalíticos puede conducir a un fracaso, porque si el aporte del analista se centra en interpretar desde
este lugar o perspectiva, se reduce y estrecha el campo interrelacional, cuando una de las funciones específicas
del análisis es abrirlo y ampliarlo.
Pienso que la transferencia-contratransferencia sigue siendo el hecho clínico crucial del proceso analítico. Pero
considero que es un fenómeno complejo, del que todavía no hemos alcanzado un conocimiento acabado. Los
pacientes en los que tanto la tendencia repetitiva del síntoma como la compulsión a la repetición en la
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transferencia hacen pensar en la viscosidad de la fijación pulsional a los objetos y en la pulsión de muerte,
presentan también otras características, en particular en la relación transferencial-contratransferencial, que
permiten estudiar mejor la naturaleza de la transferencia.
Desde la contratransferencia percibimos siempre las dificultades del Yo en su relación con los otros, en
este caso con el analista. La actividad psíquica aparece muy referida a «un otro» y tiene poca autonomía (por
lo que la asociación libre es una consigna que será muy difícil de cumplir). Por lo tanto, en los pacientes
mentales difíciles, es el análisis de la relación interpersonal entre paciente y analista lo que permitirá
profundizar en la naturaleza de la dinámica intrapsíquica. El paciente parece necesitar actualizar
constantemente una trama relacional interna (Sandler [61]) dentro de la cual el analista se siente como
arrastrado.
El «otro», por lo general, adquiere las características de una instancia superyoica parental excesivamente
idealizada y al mismo tiempo amenazante y persecutoria. Los llamados objetos internos o mejor las relaciones
con esos objetos internos se hacen presentes de una manera muy exigente en la relación con el analista. A
través de este tipo de transferencia percibimos que se reactivan vínculos primitivos de interdependencia
patológica y patógena que el sujeto vive con los otros como si fueran figuras parentales endiosadas, hirientes,
sometedoras, culpabilizantes y/o enloquecedoras.
En estos casos el análisis nos permite descubrir que el Yo de los pacientes se encuentra tironeado por
tendencias imperiosas y contradictorias que tienen su correlato y se expresan siempre como necesidades
propias del Yo. Tanto las pulsiones del Ello como las exigencias superyoicas son vividas como amenazantes. Es
como si las dependencias o vasallajes del Yo fueran más fuertes que nunca, y como si el Yo reclamara
asistencia. Se trata siempre de la reactivación de climas emocionales traumáticos vividos en la infancia que se
reactivan ahora en forma muy similar a lo que fue en otra época.
En todos los casos es como si el sí-mismo se encontrara sumergido y sin defensa, como en una situación
traumática severa en la que los recursos yoicos han sido sobrepasados y el paciente se vivencia en una
condición de «solitariedad» tipo pesadilla que le impide recibir asistencia. Pero encontramos siempre que, de
una manera secreta y subyacente, el paciente tiene necesidad de nosotros mucho más de lo que parece. Se
trata de una tendencia fusional que muchas veces percibimos como la necesidad de posesión absoluta.
Recordemos aquí lo que Freud dice con respecto a la fijación al trauma en la 18ª conferencia de 1916:
Las dos pacientes nos hacen la impresión de estar fijadas a un fragmento determinado de su pasado;
no se las arreglan para emanciparse de él y por ende están enajenadas del presente y del futuro.
Están metidas ahí, dentro de su enfermedad, como antaño era costumbre retirarse a un claustro
para sobrellevar un aciago destino […]. La analogía más inmediata con esta conducta de nuestros
neuróticos la ofrecen enfermedades como las que la guerra provoca ahora con particular frecuencia:
las llamadas neurosis traumáticas […]. Estas últimas dan claros indicios de que tienen en su base
una fijación al momento del accidente traumático […]; estos enfermos repiten regularmente en sus
sueños la situación traumática; cuando se presentan ataques histéricos, que admiten un análisis, se
averigua que el ataque responde a un traslado total [del paciente] a esa situación […]; es como si no
hubieran podido acabar con la situación traumática, como si ella se les enfrentara todavía a modo
de una tarea actual insoslayable […], y nosotros tomamos esta concepción al pie de la letra: nos
enseña el camino hacia una consideración económica de los procesos anímicos.
La «fijación a un fragmento del pasado con enajenamiento de presente y futuro» es un fenómeno
complejo que comprende fijación pulsional y compulsión a la repetición pero que también puede articularse
bien con la descripción que hicimos antes, y que remite a la idea de que el paciente parece necesitar actualizar
constantemente una trama relacional interna que tiende a involucrar al analista contratransferencialmente.
Recordemos que Freud, a lo largo de su obra, mantuvo simultáneamente varias líneas de pensamiento
que no siempre parecían integrarse fácilmente entre sí. La teoría traumática por ejemplo fue aparentemente
abandonada en un momento dado, pero sin embargo persistió a través de los recuerdos patógenos
(traumáticos) y de la compulsión a la repetición. En este sentido pensé que sería útil intentar articular la
noción de trauma con la de conflicto psíquico y teoría libidinal del conflicto para poder abordar mejor la
problemática del cambio psíquico.
Cuando se pierde la idea freudiana de la fijación al trauma y se pone el acento exclusivamente en la
fantasía inconsciente, las nuevas formas de pensar el trabajo de elaboración psicoanalítica no toman en
cuenta suficientemente, a mi entender, el sufrimiento psíquico inherente a los traumas vividos en los vínculos
narcisistas de las relaciones de objeto primitivas, ni la estructuración de formas de funcionamiento mental
organizadas para neutralizar ese sufrimiento. Así, la concepción kleiniana de la elaboración de la posición
depresiva, la idea sobre los procesos de desidealización de Winnicott y la desimbiotización de Mahler, entre
otros, se podrían enriquecer integrándolos con las clásicas observaciones de Freud sobre la naturaleza
patógena de las reminiscencias.
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Considero que los llamados por Freud recuerdos traumáticos y reminiscencias son funcionamientos
patógenos de la mente con tendencia a repetirse sin desgastarse. La repetición, que caracteriza también a la
transferencia, es lo que hace que se presente como resistencia, en particular cuando el acto sustituye al
recuerdo. El acto, si bien funciona como memoria al actualizar el pasado, sirve para no recordar (es una
forma de memoria amnésica), y es en esto en lo que vemos el aspecto más resistencial de la transferencia. Este
aspecto, como sabemos, presenta las características más tenaces en la llamada compulsión a la repetición.
Recuerdo esta secuencia porque pienso que estas ideas van a aparecer a lo largo de todo el trabajo y
muestra claramente que la tendencia a repetirse sin desgastarse del recuerdo traumático es una característica
o un aspecto en común entre el recuerdo patógeno y el fenómeno de la compulsión a la repetición en la
transferencia. Y que la tendencia a la repetición en ambos casos será entonces mayor cuanto más traumática
sea la condición de la conflictiva que repite.
Por mi parte, cuando hablo de situaciones traumáticas me estoy refiriendo a traumas psíquicos que se
producen en los vínculos narcisistas primitivos [28]. La experiencia clínica me ha conducido a pensar que en
las situaciones traumáticas severas el sujeto se ve obligado a identificarse con el objeto parental que
interviene en la situación traumática y, en particular, con los mecanismos de defensa que utiliza el objeto en
el vínculo con el sujeto. Estas identificaciones primitivas tienden a configurar una cierta alienación en el
sentido de que, muy precozmente, el sí-mismo cae en una trampa. La identificación será patógena porque el
sí-mismo no podrá desarrollar recursos yoicos propios genuinos y se vivenciará habitado y hasta poseído por
otros sin poder llegar a ser sí-mismo. Es, entonces, desde este lugar alienado desde donde se va a establecer la
relación transferencial-contratransferencial con el analista.
La «fijación a un fragmento del pasado» es entonces un tipo de actividad mental fantasmática que
actualiza la situación traumática en forma de acto [acting] en el mundo interno. Se reproducen
intrapsíquicamente los vínculos patógenos primitivos pero ahora se actúa activamente lo que el sujeto sufriera
pasivamente en el vínculo traumático primitivo, como si intentara, como dice Freud, hacerse dueño de la
situación.
Estos modelos vinculares arcaicos de descarga instintiva tienen un poder patógeno porque tienen el poder
de generar, en la relación de objeto con el objeto externo, relaciones de interdependencia patológica y
patógena semejantes a las existentes en los vínculos con los objetos internos. Considero que la utilización
masiva de mecanismos de identificación proyectiva es un aspecto parcial de esta forma de funcionamiento en
términos de relaciones de interdependencia patógena.
En realidad es una forma de intentar reproducir y actualizar la trama relacional de la situación
traumática que, como dice Freud, necesita repetirse, como si no hubiera podido acabar con la situación
traumática, como si ella se les enfrentara todavía a modo de una tarea insoslayable. No es que se repite
solamente en los sueños o en las crisis histéricas, por ejemplo; sino que son formas de funcionamiento que
están incluidas, y subyace en todas las relaciones de objeto. De tal manera, las relaciones de objeto actuales se
deforman y se distorsionan por la presencia subyacente de estas formas subterráneas de relación de objeto
arcaicas que infiltran todas las relaciones, dándoles a éstas un tono emocional particular a través de climas
que reactivan viejos climas conflictivos familiares.
Entiendo que la tarea insoslayable a la que Freud se refería son los reproches vengativos y los
reclamos que constituyen la escena traumática, que se repite compulsivamente en la forma de un conflicto
dilemático que busca infructuosamente solución. Cuando estas formas de funcionamiento mental adquieren
mucha fuerza pulsional, el decrecimiento mental de que habla Bion, que tiende a transformar los contenidos
mentales en cosas en sí mismas, se produce porque, al intensificarse los reproches y los reclamos
característicos del funcionamiento del vínculo enloquecedor, obtura los espacios mentales y la capacidad para
pensar. Los ataques a la función vincular de que habla Bion se producen como consecuencia de la puesta en
funcionamiento de vínculos de interdependencia patológica y patógena que arrastran la posible relación
actual a una forma arcaica de relación que obtura el presente y el futuro.
Estas formas arcaicas de relación de objeto interno obligan necesariamente a clivages y a la
proyección en los objetos de estas relaciones de objeto internos; distorsionan la realidad externa porque el
poder patógeno de estos vínculos de interdependencia patológica y patógena imponen su ley
omnipotentemente con una fuerza similar a la de la convicción delirante, llegando hasta hacer desaparecer la
realidad; entre otras, la realidad del analista, como veremos al hablar de la transferencia.
Es en estos vínculos en donde Freud vio el Superyó patológicamente severo, que aparece como un objeto
persecutorio; pero al mismo tiempo se presenta como un objeto necesitado indispensable, que es vivido y
defendido por el paciente, tanto en el síntoma como en la transferencia, como parte de sí mismo. Se entiende
entonces mejor que Freud hablara de que el cambio psíquico surgiría de cambios en las relaciones
intersistémicas, y también de que las resistencias al cambio se relacionan con las resistencias del Yo, como los
mecanismos de defensa del Yo, el beneficio secundario de la enfermedad y la tendencia del Yo a una síntesis.
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Pienso que estos aspectos se entienden mejor si, en las dificultades o patología para lograr cambio
psíquico, se piensa en las relaciones intersistémicas como relaciones de interdependencia patológica y
patógena, entre las instancias del aparato psíquico que reproducen los vínculos patógenos arcaicos, que en
realidad han impedido la constitución de verdaderas instancias psíquicas como las que describiera Freud.
Estas últimas se constituyen después de la superación o destrucción del complejo de Edipo.
Es sabido que la persistencia de funcionamientos preedípicos impide la elaboración y superación del
Edipo propiamente dicho. Igualmente el sentimiento inconsciente de culpabilidad y el masoquismo moral, si
bien toman su fuerza de las pulsiones autodestructivas, son la expresión de vínculos de interdependencia
patológica y patógena que, cuando tienen mucha vigencia, pueden arrastrar al aparato psíquico a una
reacción terapéutica negativa.
En los pacientes difíciles las situaciones traumáticas que se actualizan en forma de acto —es decir, en
forma de memoria amnésica—, son entonces los traumas vividos en los vínculos narcisistas de la relación
primitiva de objeto, de los cuales nunca se pudo tener conciencia, pero que han dejado heridas narcisistas y
huellas a veces aparentemente indelebles y difíciles de curar, y han condicionado la persistencia de vínculos de
interdependencia patológica y patógena entre las identificaciones y los objetos internos.
Si bien en la relación transferencial-contratransferencial podemos comprobar, como pensaba Freud, que
la reactivación del síntoma en la neurosis de transferencia implica la actualización del conflicto y del goce
inconsciente ligado al mismo, también descubrimos que se trata de la actualización de un vínculo con un
objeto necesitado y en muchos casos indispensable. De tal manera la persistencia del conflicto como
resistencia se explica mejor pensando que sirve para mantener la vigencia, dentro del mundo interno, de la
posesión absoluta del objeto indispensable. Como dijimos antes, su presencia exigente se percibe a través de la
contratransferencia. Plantea la necesidad de estudiar las distintas modalidades de funcionamiento mental.
Freud supo comprender que la vida psíquica es una actividad en gran medida destinada a «elaborar»
conflictos. Pero la capacidad de elaborar conflictos a través de nuestra actividad psíquica dependerá en gran
medida de las características del funcionamiento mental puesto en acción para procesar esos conflictos, y
estas características a su vez dependerán de las características del funcionamiento mental de los objetos
parentales que incorporamos por identificación. Cuando estas identificaciones han sido enfermantes, se
mantienen en términos de vínculos intrapsíquicos de interdependencia patológica y patógena.
El trabajo analítico nos hace descubrir que el clima emocional en el que estas identificaciones tuvieron
lugar sigue jugando un papel muy importante en la vida psíquica íntima de cada sujeto. Constatamos
entonces que estas identificaciones están relacionadas con situaciones particularmente traumáticas vividas en
los vínculos narcisistas primitivos. Es necesario, entonces, introducir la hipótesis de que existen diferencias
cualitativas entre diferentes actividades mentales fantasmáticas, y que los llamados objetos internos
presentan diferencias cualitativas importantes, significativas para comprender la patología mental.
Mientras que la actividad fantasmática normal conduce al desgaste de ciertos recuerdos traumáticos
(Freud), en especial cuando, por la actividad terapéutica del psicoanalista, se han hecho conscientes; en otros
casos, no solamente los recuerdos parecen no haber sufrido ningún desgaste a través de los años, sino que
parecen conservar el poder de despertar los afectos intensos de la situación original y las ansiedades que
tuvieron lugar en aquella época, sin que la toma de conciencia parezca ejercer efecto alguno.
La patología más difícil se estructura entonces en los primeros años de la vida en los vínculos narcisistas,
en donde no hay diferenciación entre el sí-mismo y el objeto. En realidad el sí-mismo no «es» todavía, está
sostenido desde un otro. Es la etapa del desarrollo en que se juegan las relaciones especulares entre el Yo ideal
y el Ideal del Yo. El Yo ideal necesita ser sostenido desde un otro como depositario del Ideal del Yo, pero
también el niño percibe a veces que él debe sostener al otro y ser depositario del Ideal del Yo del otro,
distorsionándose así desde muy temprana edad la función estructurante de las relaciones objetales primitivas.
En esta etapa intervienen en forma directa los climas familiares, y varias generaciones están incluidas en
las relaciones actuales. Sutilmente tendremos que detectar aquí la participación de por lo menos tres
generaciones. De lo que ocurre no queda un registro mnémico rescatable como recuerdo. Pero el delicado juego
de relaciones especulares es fundante del sujeto y tiene consecuencias decisivas, para toda la vida, tanto en la
salud como en la enfermedad.
Es aquí en donde situamos las identificaciones patógenas producidas en los traumas narcisistas de que
hablamos antes. Las llamadas heridas narcisistas, que tanto trabajo nos dan en nuestra tarea analítica,
tienen lugar en esta etapa. El trabajo analítico sobre ellas nos ha obligado como analistas a ampliar nuestro
espectro de recursos terapéuticos: el analista como continente de angustias primitivas directas, u ofreciendo
una nueva oportunidad para reparar el daño psíquico desde un vínculo transformador o búsqueda del rescate
del sí-mismo verdadero [70] a través de procesos de desidentificación que permitan la emergencia de la
espontaneidad. Pensar en la patología del narcisismo familiar nos permite comprender mejor esta dimensión
de la patología individual y en particular las dificultades que encontramos en relación con cambios psíquicos.
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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El paciente difícil como especialista del no-cambio
Los funcionamientos mentales patológicos (organizados para neutralizar el sufrimiento psíquico) atrapan
los conflictos en una forma dilemática y a partir de allí tienden a repetirse compulsiva y estereotipadamente.
Son enfermantes y empobrecedores porque tienen el poder de impedir y anular las experiencias enriquecedoras,
haciendo de situaciones potencialmente nuevas, repetición (transferencial) de viejas experiencias traumáticas
(núcleos autistas). Es en este sentido que podemos decir que el paciente difícil es un especialista del nocambio. Y también que la problemática del insight y del cambio psíquico debe ser estudiada entonces en el
contexto de una tendencia al no-cambio.
La propuesta de Freud de asociar libremente para levantar la amnesia infantil fue al mismo tiempo una
genial invitación a la libertad interior, al juego, a la creatividad, y por ende al cambio psíquico. Pero el
paciente difícil, en análisis no puede asociar libremente. Su pasado parece tener una actualidad y una
vigencia tales que determina patológicamente su conducta.
Recordemos a Freud cuando decía que «la enfermedad del paciente no es un acontecimiento del pasado
sino que tiene una fuerza actualmente actuante». La transferencia se presenta como una fuerte resistencia
porque los conflictos y los vínculos que se actualizan son en general intensamente traumáticos. Nos sentimos
puestos a prueba aunque no sepamos de qué se trata. Percibimos siempre una profunda desconfianza y una
tendencia del paciente a actuar sobre nosotros [42/43]; parece intentar inconscientemente capturar al
analista en relaciones que corresponden a una escena del pasado de la que no conocemos los protagonistas ni
podemos precisar la naturaleza de los vínculos.
La repetición de los conflictos infantiles muchas veces parece estar al servicio de la necesidad de reactivar
una trama relacional que conserva la existencia de recuerdos y vivencias traumáticas, que tienen tendencia a
perpetuarse en formas particulares de funcionamiento mental y a no desgastarse. Las arcaicas relaciones de
objeto internas se actualizan en la transferencia con un poder de generar vínculos de interdependencia
patológica y patógena con el analista, que repiten vínculos de la misma naturaleza entre identificaciones
patógenas y objetos internos que dejaron al sí-mismo excluido e imposibilitado de crecimiento psicológico. En
estas condiciones las identificaciones patógenas y los objetos internos patógenos son fuertemente necesitados y
en alguna medida indispensables para el sí-mismo [28]. El clima de violencia existente en el mundo interno
del paciente generalmente está mantenido por vínculos de sometimiento entre objetos internos superyoicos
patológicos sometedores y amenazantes y un sí-mismo sometido, paralizado y aterrado.
Los pacientes difíciles viven recurriendo a variadas formas de pseudo-identidad y con montos precarios de
autoestima. Han dependido siempre de situaciones que funcionaron como un reaseguramiento externo del
llamado equilibrio narcisista. Ciertos objetos idealizados formaron, por identificación, parte integrante del
self. El sí-mismo no alcanzó nunca un grado suficiente de autonomía [44]. De tal manera, la pérdida de ese
objeto representante del objeto interno indispensable, conduce a una situación de derrumbe del Yo [68/69].
El trabajo analítico, ante la evidencia de la vulnerabilidad subyacente de ese Yo precario, tendrá que incluir,
además de la labor interpretativa dirigida al rescate del sí-mismo por desidentificación, una segura función
analítica de «asistencia» (continencia) [6] que permita un proceso de desarrollo de recursos yoicos propios
más genuinos [20/22].
Para producir cambio en estos pacientes, la función analítica debe tener muy en cuenta que las
dificultades del Yo en su relación con los otros y, en particular, con el analista, surgen de que se encuentra
atrapado en un mundo interno de vínculos de interdependencia patológica y patógena con los objetos
internos, organizado desde identificaciones patógenas. Las dificultades para asociar libremente y para pensar
se comprenden mejor cuando comprobamos que la actividad psíquica aparece siempre muy referida a un otro
externo o interno y tiene poca autonomía [28].
Los mecanismos de toma de conciencia y de inconcientización toman la forma de una lucha. La
experiencia nos ha enseñado que hay diferentes formas de inconcientización y por lo tanto diferentes caminos
para poder tomar conciencia. Cuando la estructuración patógena fue anterior a toda posibilidad de conciencia
y las cualidades del funcionamiento mental que mantienen las estructuras nunca fueron conscientes, el
trabajo analítico tendrá que recurrir a la búsqueda de nuevos recursos analíticos, en particular recursos
interpretativos que tomen en cuenta qué hace el paciente con las interpretaciones del analista para poder
producir cambio [39//63/61]. Haydée Faimberg habla «de la escucha de la escucha» [10]. Se tratará más
bien de creación de capacidad de conciencia; es decir, un cambio particular, en el sentido de creación de
espacio mental, tendrá que producirse antes, y lo que llamamos insight podrá lograrse recién después.
En los pacientes mentales graves los síntomas a veces son construcciones compactas, a la manera de
condensaciones patológicas y patógenas, (por ejemplo, la neo-sexualidad del perverso [26/40]), defendidas
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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por el narcisismo destructivo o tanático [60], como describimos más adelante en el caso Felipe. En estos casos,
el trabajo analítico, para producir cambio, tendrá que recorrer un camino inverso al de su
construcción [19/23]. Será un camino de creación de reversibilidad que implica procesos que podríamos
llamar de des-fobización, des-fetichización y/o des-obsesivación, que en forma genérica hemos desarrollado en
términos de procesos de des-identificación [28].
En estas condiciones, el trabajo analítico centrado en interpretar los conflictos no resueltos aparece como
insuficiente a la luz de estos nuevos elementos. La persistencia del conflicto como resistencia se explica mejor
pensando que sirve para mantener la vigencia, dentro del mundo interno, de la posesión absoluta del objeto
indispensable, o sea de un vínculo con el objeto interno donde el sí-mismo forma una unidad no discriminada
con él porque este último sostiene al sí-mismo, que lo necesita desde la indefensión y mantiene con él un
vínculo narcisista [28/30/44], en el que no hay posibilidad de discriminar entre el sí-mismo y el
objeto [28/29/44], ni entre objeto interno e identificación patógena. Muchas veces la problemática descrita
subyace a una conflictiva aparentemente edípica, haciendo que esta última tome características de un
conflicto dilemático [25/28/30] y condicionando su tendencia a expresarse en formas de actuaciones
compulsivas.
Sabemos que el análisis sirve para elaborar conflictos. Lo que no es tan claro es por qué hay tantas
dificultades para elaborar ciertos conflictos. Hay síntomas que parecerían formar parte de la identidad de una
persona y el paciente parece aferrarse a ellos. En muchos casos ciertos síntomas persisten durante años y sólo
aparecen realmente cuestionados muy al final de un tratamiento. No es suficiente darse cuenta y tomar
conciencia. Ciertos pacientes, para elaborar un conflicto, tienen que realizar previamente procesos de
desidentificación de ciertas identificaciones patógenas.
Al funcionar como imprescindibles, las identificaciones patógenas conducen necesariamente a la
repetición compulsiva o a la recreación de la misma situación traumática donde se produjo esa identificación.
El analista, contratransferencialmente, puede sentir que el paciente lo pone a prueba reiteradamente hasta
lograr la confianza suficiente en su capacidad de liberarlo de esas identificaciones patógenas, pero al mismo
tiempo percibe que el paciente se aferra a ellas como si fueran lo más preciado de sí mismo.
Los procesos de desidentificación se presentan siempre como algo doloroso y son vividos como peligrosos.
Al estar la pseudo-identidad muy ligada a la identificación, se pueden experimentar vivencias de
desorganización y despersonalización, angustias sin nombre, estados confusionales y temor a la locura y a la
muerte. A veces la vivencia de indefensión o desamparo puede resultarle intolerable. Diferentes formas de
patología pueden presentar distintos tipos de situaciones.
Por ejemplo, muchos homosexuales que llegan a renunciar a las actuaciones homosexuales, que han sido
conductas actuadas desde identificaciones patógenas, sienten que al dejar de ser homosexuales no son nada o
no son nadie. Pierden todo interés sexual, se sienten des-libidinizados y no pueden construir su sexualidad
desde el sí-mismo. Observamos un fenómeno semejante en los pacientes delirantes, en los que los delirios
expresan aspectos vitales de las identificaciones patógenas. Cuando en el proceso terapéutico dejan de delirar,
sienten que sin delirios están vacíos, que no son nada y han perdido lo más valioso de sí mismos. En todos
estos casos vemos que las dificultades para realizar cambios tienen que ver con que las estructuras mentales
subyacentes son deficitarias en términos de recursos yoicos genuinos.
Voy a presentar ahora dos viñetas clínicas:
Felipe era un hombre simpático, capaz de animar una reunión social y crear un clima de excitación y
alegría colectivas. Su madre alcohólica, de personalidad histérica narcisista, que había sido adorada
y admirada por él cuando era niño, se suicidó cuando el paciente tenía 15 años. Su padre,
caracterópata también alcoholista, era propenso a escenas de violencia. Desapareció de su vida
muriendo en un accidente. Felipe tenía episodios de actuaciones homosexuales descubriendo
partenaires por la calle con los que terminaba en una cama realizando una masturbación recíproca.
Después de consumado este ritual no toleraba a su compañero de orgía y tenía que echarlo o alejarse
rápidamente.
En análisis, poco a poco sus comportamientos comenzaron a presentar rasgos cada vez más
parecidos a los de su madre. Actuaba su seducción identificado con su madre y era desde allí donde
él ejercía su omnipotencia y su poder, atrapando al otro en un vínculo fusional y confusional en el
cual sólo podían compartir dos desamparos. El partenaire, un desconocido total (ésa era la condición
necesaria para convertirse en un posible partenaire), era un joven bello, como él, generalmente
mucho más ingenuo, sobre quien él ejercía una superioridad apabullante. En las sesiones
comenzamos a descubrir que, de una manera secreta y autista, él también intentaba ejercer su
seducción y su superioridad apabullante sobre mí. Era un despliegue secreto de su objeto
enloquecedor.
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en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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A medida que fuimos descubriendo que yo tenía ante mí, más que a un sí-mismo auténtico a una
réplica narcisista de su madre, pude comenzar a trabajar los necesarios procesos de
desidentificación. El objeto necesitado, que primitivamente fue la madre, había pasado luego a ser él
mismo. Siendo niño, Felipe se sintió alternativamente muy necesitado por su madre, y luego
rechazado y abandonado. Ahora él encontraba al objeto necesitado en un doble de sí mismo, y
repetía desde una identificación con la madre seductora el ritual de una conquista sexual
acompañada de goce perverso, que neutralizaba el sufrimiento psíquico de dos desamparos.
Podemos ubicar lo más importante de su proceso de cambio como la emergencia del sí-mismo de un
Felipe más auténtico, un niño solitario y abandonado por la madre y por el padre, que se había
sostenido apoyándose sólo en identificaciones alienantes y que quizá por primera vez en su vida
podía contar con alguien, un otro real exterior. Yo fui investido ahora como una figura paterna que
podía poner límites, que él buscaba y aceptaba, y que no había tenido nunca. Se podía comenzar a
estructurar así una triangulación. A medida que se fueron produciendo las transformaciones
identificatorias, Felipe fue sintiéndose cada vez más tranquilo. Sus actuaciones homosexuales
prácticamente desaparecieron. Su análisis de este período fue adquiriendo las características de las
neurosis transferenciales.
Gustavo (60 años) había tenido mucho éxito como empresario. A partir de una dificultad en la
empresa entra en un cuadro depresivo-melancólico. En estas condiciones viene a verme. No nos
ocuparemos de los tres primeros años del tratamiento por falta de espacio. Después del tercer año
comenzó a tener una actitud manifiestamente querellante y paranoide. Se sentía cada vez peor y me
reprochaba abiertamente mi inoperancia. Su habitual actitud hipercrítica comenzó a dirigirse a mis
interpretaciones. Su lógica implacable lograba demoler el razonamiento del «adversario». Ahora
conmigo, este «triunfo» lo dejaba más solo que nunca. Fue esclarecedor comprender que su actitud
hipercrítica se había desarrollado en él desde una identificación con su padre severo. Desde esa
identificación patógena me ponía a prueba reiteradamente, en el sentido de si sería capaz de
enfrentar a esa figura parental. Poco a poco, su actitud superyoica y paranoide fue cediendo.
Comenzamos a tener sesiones distintas a las de los períodos anteriores. Gustavo comenzó a sentirse
como un niño asustado. No se animaba a enfrentar ninguna situación. Sentía rabia e impotencia.
Se veía obligado a beber excesivamente porque era lo único que lo calmaba.
La función analítica consistió fundamentalmente, durante un cierto tiempo, en tener muy presente
su vulnerabilidad actual enraizada en una vulnerabilidad narcisista de vieja data, totalmente
negada por una estructura caracteropática alrededor de la cual se organizó el cuadro melancólico
grave. Éste se mantuvo hasta que pudieron ser trabajadas y transformadas por el análisis las
identificaciones patógenas que sostenían la caracteropatía, y que luego alimentaron su cuadro
melancólico y su transferencia perversa.
El análisis fue haciéndose cada vez más parecido al análisis de una clásica neurosis de transferencia.
El material se centró entonces en su dificultad de tolerar y aceptar el duelo por la pérdida de la
juventud y el paso del tiempo. Surgía claramente que Gustavo había vivido su vida mental sostenida
secretamente por una idealización de sí mismo. La función analítica durante este período, sobre la
base de un vínculo de confianza [24], pudo producir cambios estructurales, centrándose en el
desarrollo de nuevos recursos yoicos [20/22] para poder hacer los duelos que no había podido hacer
antes en su vida.
Las viñetas clínicas aportadas sirven para ejemplificar un tipo de cambio psíquico. Las traigo a
consideración porque pienso que el tema es mucho más universal de lo que parece. Tanto Felipe como Gustavo
se comunicaban con el mundo exterior identificados con aspectos patológicos de las figuras parentales,
incluidos centralmente en su ser de tal manera que habían quedado alienados por estas identificaciones,
alrededor de las cuales se estructuraron verdaderas caracteropatías. Y desde ese ser central alienado se
organizaron los síntomas de estas patologías diferentes. Felipe organizó sus actuaciones homosexuales desde
una identificación con su madre histérica narcisista. Gustavo organizó su depresión melancólica desde una
caracteropatía de lógico implacable, armada como defensa alrededor de una identificación con un padre
severo y violento. En el análisis, y de una manera sumamente esquemática, cuando Felipe pudo dejar de ser
conmigo el calco de la madre histérica narcisista, yo dejé de ser un peligro para él. Cuando Gustavo dejó de
ser conmigo el lógico implacable confundido con el padre severo, yo dejé de ser un perseguidor y pude empezar
a ayudarlo.
Es decir que hasta que no fue posible por medio de procesos de desidentificación transformar esos
núcleos, no fue tampoco posible obtener cambio psíquico significativo. Cuando se pudieron lograr cambios
importantes en estos núcleos centrales, la relación paciente-analista cambió sustancialmente y se pudo
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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entonces trabajar en un proceso de resignificación de muchos aspectos importantes de la vida de cada uno de
ellos.
La transferencia o el caldero del diablo
Los pacientes difíciles actualizan vínculos del pasado intensamente transferenciales donde el analista
puede llegar a no ser más que un objeto de la identificación proyectiva del paciente [71]. En la relación que se
establece se actualizan vínculos en los que intervienen identificaciones patógenas y objetos internos
patógenos, ambos igualmente necesitados.
En el caso de Felipe, sus actuaciones homosexuales ponían en evidencia la tendencia a establecer vínculos
patógenos desde una identificación con su madre histérica narcisista. En el caso de Gustavo, en su depresión
melancólica, se exacerbaba la tendencia a establecer vínculos patógenos desde una identificación con un padre
severo, confusamente articulada con la defensa organizada para neutralizarlo a través de una lógica
implacable.
En estas condiciones, el analista se siente incluido en un campo perverso en el que el paciente tiene
dificultades en la discriminación entre pasado y presente, Yo-no Yo, y el otro. En estos casos nos enfrentamos
con el mantenimiento tenaz de funcionamientos mentales y de vínculos, que condicionan la confusión entre
ese pasado patógeno y un presente obturado por ese pasado.
Son precisamente los fenómenos transicionales [71] los que aparecen severamente interferidos para poder
hacer de la transferencia ese «campo de juego» [playground] de que hablaba Freud. Cuando los traumas
narcisistas han sido severos, el paciente repite compulsivamente, identificado con el objeto sádico fantaseado
y/o incorporado por identificación, la relación sadomasoquista consigo mismo, y de este modo queda
sometido. Puede también inconscientemente incitar en el analista una respuesta sádica como búsqueda de
castigo para encontrar un depositario de su propio sadismo, en la medida en que no lo tolera dentro de sí.
Esto tiende a configurar la llamada simbiosis patológica o relación narcisista patológica con el analista, en la
que existen componentes sadomasoquistas.
Este vínculo presenta aspectos francamente contradictorios. Le exigen al terapeuta como se exigen a sí
mismos, y uno puede sentir que el paciente exige imposibles. Tomamos conciencia entonces de lo que el
paciente vive en su mundo interno. Esta relación sadomasoquista parece mala porque hace sufrir, pero
también aparece como necesaria porque llena un vacío y da seguridad. Construida como una neoformación,
permite excluir el contacto emocional verdadero con el otro, que se hace intolerable cuando no se está
preparado, por la carencia de desarrollo de recursos yoicos genuinos. El concepto de objeto enloquecedor [28]
permite al analista pensar en estos fenómenos y rescatarse, en el momento de la transferencia invasora e
intrusiva, que tiende a configurar un vínculo perverso de naturaleza fusional y confusionante. Ésta es la
estructura vincular que condiciona el impasse en análisis [3/60].
Es necesario saber que en los momentos en que se produce la tendencia a la simbiotización y se reactivan
las situaciones traumáticas, se presenta también simultáneamente la necesidad del otro, que incluye siempre
una necesidad genuina, y que es lo que hace que la compulsión a la repetición sea también una necesidad y
búsqueda de cambio. En los componentes sadomasoquistas tendremos que ver también la puesta a prueba, a
través de reproches vengativos y reclamos, ambos igualmente compulsivos [28], de la capacidad del analista
de reparar viejos daños y heridas narcisistas.
Así, las actuaciones psicopáticas son muchas veces formas de poner a prueba al terapeuta actuando
desde una identificación patógena con alguna de las figuras parentales [30]. Pone a prueba entonces en el
terapeuta la capacidad de enfrentarse con esas figuras parentales, persecutorias y enloquecedoras, para
rescatar desde ese lugar al sí-mismo, que quedó atrapado y sin crecimiento. A veces, las conductas
psicopáticas deben ser entendidas también como un actuar necesidades primitivas sanas. Esto hace más
comprensible estas conductas como formas de buscar, a través de conductas infantiles, la manera de retomar
un crecimiento yoico que había quedado detenido [27]. Entonces, este actuar no es siempre patológico.
Puede haber una etapa en el proceso terapéutico de ciertos pacientes en la que esta forma de expresión es
una necesidad inherente al proceso de cambio. Son conductas que corresponden a una etapa de salida del
narcisismo, del autismo y de la posición paranoide-esquizoide, hacia una relación objetal primitiva más sana.
Esto puede ser también uno de los momentos más difíciles del proceso terapéutico. Pueden presentarse crisis
de desbordes emocionales, y generalmente se necesita bastante tiempo para comprender el sentido y la
necesidad subyacente de muchas de estas expresiones aparentemente psicopáticas en la transferencia. Son
generalmente formas de intentar salir de identificaciones rígidas y exigentes que no pueden fácilmente
cambiar.
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El paciente puede no lograr hacer, durante mucho tiempo, experiencias verdaderas de contacto con la
interpretación de su analista. Al utilizar aún predominantemente identificaciones proyectivas, se establecen
inconscientemente relaciones sadomasoquistas en las que queda siempre sometido al otro, a través de
someterlo sin poder establecer la relación de dependencia sana que permite el crecimiento personal que busca.
La relación sadomasoquista aparece como la réplica de aquella que funcionó como una
«complicidad» [30] con los objetos internos parentales. Estas complicidades representan también «fidelidades
secretas y ocultas». Ante estos fenómenos, el analista que intenta introducir la realidad del tercero se siente
rechazado como si fuera un intruso que pretende entrar en un lugar sagrado. Esto se pone también en
evidencia en la relación del paciente con sus familiares.
Ciertas complicidades entre unos y otros funcionan en forma de impedimento manifiesto al cambio
psíquico. Esto propicia en el paciente la defensa de su mundo interno de fantasía omnipotente, y le permite
evitar, durante mucho tiempo, la necesidad de hacer confrontaciones y discriminaciones entre mundo interno
y realidad exterior. Siendo las confrontaciones dolorosas, porque reactivan los sufrimientos, negados y no
asistidos, son sistemáticamente evitadas hasta que el paciente siente que se ha fortalecido internamente como
para poder abordar el sufrimiento y el conflicto de una manera nueva.
Es entonces, en el campo de la transferencia-contratransferencia, donde tendrá que desgastarse el poder
patógeno de las identificaciones y de los recuerdos traumáticos. La puesta a prueba del analista, las
actuaciones psicopáticas y psicóticas sobre el mismo, van abriendo los núcleos autistas, que tienen el poder de
generar vínculos perversos [3/28].
El cambio implica desgaste y transformaciones de los funcionamientos mentales, que mantienen vigente
la naturaleza patógena de los contenidos mentales. El carácter arcaico omnipotente (como en los núcleos
psicóticos) de los contenidos mentales que se actualizan parece cambiar por la inclusión de emociones
genuinas que, a pesar de la compulsión a la repetición, pueden sentirse por momentos.
Podemos decir que sólo la emoción genuina, obligadamente espontánea, puede atravesar la barrera
autista que levanta, entre el paciente y el analista, la compulsión a la repetición. Las emociones son los
factores que pueden producir cambios más verdaderos. Muchos funcionamientos mentales sirven para
controlar y canalizar de forma conocida las emociones. Es como si esa persona tuviera mucho miedo de
emocionarse. Viven el emocionarse como un peligro. El analista debe saber que la función analítica incluye
que el paciente descubra que puede emocionarse sin correr los peligros que él suponía. Las emociones requieren
convalidación. Una de las mayores dificultades de los pacientes difíciles es la de poder compartir emociones. El
paciente puede aprender entonces que ciertas emociones pueden producir cambios positivos. El llorar alivia.
La ternura ablanda y puede entristecer. El ilusionarse da ganas de vivir. El enamoramiento produce cambios
profundos. El amor tiene virtudes curativas. Freud ya había señalado que tal vez es el amor lo que cura.
La transformación se va produciendo poco a poco, a medida que la identificación patógena, desde la cual
el sí-mismo vive la repetición transferencial se desgasta, en un proceso de desidentificación o transformación
identificatoria. Son los recursos yoicos que el analista presta al paciente en los momentos de la reactivación
de las vivencias transferenciales insoportables, los que hacen que el paciente pueda comenzar a tolerarlas. La
función de «asistencia» al sí-mismo aterrorizado, que ahora puede empezar a percibirla por la entrega de
naturaleza fusional que se ha atrevido finalmente a hacer, es la que le permite descubrir sus propios recursos
yoicos potenciales, lo que naturalmente va a producir el crecimiento psicológico.
El analista debe saber que en el trabajo analítico es importante abrir espacios mentales. Esto requiere que
sepa rescatarse del englobamiento o recubrimiento narcisista con que es investido por el paciente y pueda
emerger como tercero facilitando el surgimiento de las triangulaciones edípicas. Esto constituirá
simultáneamente la apertura de un espacio mental y la inclusión de la función paterna. Al mismo tiempo,
cuando esto ya se logra, discriminación y des-alienación, el paciente descubre más directamente la dimensión
de la realidad exterior y el objeto externo separado.
En la medida en que lo descubre y puede empezar a creer que puede contar con él, disminuirá la
necesidad imperiosa y acuciante de asegurarse de la posesión omnipotente del objeto interno patógeno,
supuestamente asistente y protector, que señalamos a lo largo de este trabajo. A medida que el paciente
avanza en el descubrimiento del otro como un objeto externo real comenzará a descubrir simultáneamente su
sí-mismo como más real (efecto de la discriminación) y no como una mera representación sin consistencia
propia, lo que le hizo sentir siempre este estado de vulnerabilidad, característica específica de los pacientes
difíciles, que podemos llamar vulnerabilidad narcisista.
Todos estos son momentos importantes desde el punto de vista terapéutico, porque a través de ellos
pueden producirse los procesos de cambio y el desarrollo de recursos yoicos nuevos, lográndose entonces
cambios estructurales. Cuando esto se logra, la tendencia a establecer relaciones de interdependencia
patológica y patógena puede comenzar a ceder. Los brotes de características psicóticas y/o psicopáticas
pierden violencia y la estructuración caracteropática va perdiendo ese carácter de fijeza o robotización, por la
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inclusión de mayores proporciones del sí-mismo verdadero. Así es como disminuyen también las situaciones
incestuosas de sexualidad polimorfa, bastante características de ciertos tipos de borderline, a medida que se
estabiliza una posibilidad de vínculos más estables y satisfactorios, donde la sexualidad puede alcanzarse e
integrarse desde una identidad más consolidada. Todo lo cual va generando la posibilidad para el paciente de
alcanzar una organización más neurótica.
Cambio o proceso de cambio
Desde hace muchos años la experiencia clínica [23] me ha enseñado que es necesario introducir la
hipótesis de la existencia de diferentes formas de funcionamiento mental, para dar cuenta de las diferencias
vivenciales cualitativas entre diferentes producciones mentales que debemos tomar en cuenta para producir
cambio psíquico; por ejemplo, entre las fantasías en los sueños y las vivencias en los delirios, entre los objetos
internos subyacentes al pensamiento simbólico y los objetos internos precursores del Superyó de los pacientes
obsesivos, fóbicos o delirantes, entre la relación de objeto interno en la realización del deseo en los sueños y lo
que podemos llamar un deseo masoquista en la relación de objeto entre el Yo y un Superyó sádico.
Estas diferencias cualitativas son manifiestas en algunos casos, por ejemplo entre los sueños y las
pesadillas y entre lo absurdo de los sueños y los contenidos delirantes. Sin embargo, dentro de la mente
parecen existir diferencias más sutiles de evaluar, pero no por eso menos importantes. Lo que creo que no se
ha tomado suficientemente en cuenta es que las diferencias se deben fundamentalmente al «monto» del
«trauma» en los vínculos narcisistas, que se actualiza en cada contenido mental, que a su vez se expresa,
precisamente, en diferencias cualitativas de los funcionamientos mentales observables en la clínica.
Éstos mantienen vigente la naturaleza conflictiva y patógena de los vínculos intrapsíquicos, al mismo
tiempo que la dificultad de elaborar ciertos conflictos. La capacidad de elaborar conflictos o no a través de
nuestra actividad psíquica dependerá en gran medida de las características del funcionamiento mental puesto
en acción para procesar esos conflictos. De tal manera, la tendencia que caracteriza a la enfermedad mental
de generar relaciones de objeto patológicas y patógenas [28] surgiría principalmente de las cualidades
específicas de ciertas formas de funcionamiento mental estructuradas sobre la base de ciertas identificaciones
e introyectos, que mantienen vigentes y actualizan historias particulares de situaciones traumáticas
específicas, vividas en los vínculos narcisistas [30].
Además, consideramos que el clima emocional en el que estas identificaciones tuvieron lugar, y el clima
emocional en el que siguieron jugando un papel en la vida psíquica íntima de cada uno, tienen una
importancia fundamental para comprender las diferencias cualitativas de la actividad fantasmática; es decir,
las diferentes formas de funcionamiento mental que los seres humanos tenemos la posibilidad de desarrollar y
que además condicionan diferentes modalidades psicopatológicas. Es a través de los fantasmas de
identificación que se repiten compulsivamente, como si el tiempo no pasara, sin cambios, que se mantienen
vivas las identificaciones patógenas, que son aquellas que se han producido en las llamadas situaciones
traumáticas.
Como sabemos, cuanto más traumática es la vivencia que tiende a actualizarse en un contenido mental
determinado, más despierta la defensa del Yo que hace desaparecer el recuerdo del curso asociativo. Pero este
último conservará su poder patógeno determinando con su reaparición, después de un período de latencia, la
neurosis o la psicosis [17].
En análisis, en estos casos, el levantamiento de la represión o la vuelta de lo escindido no conduce
necesariamente al insight. Por el contrario, el paciente puede utilizar mecanismos de negación, renegación o
forclusión para anular el insight. Esto caracteriza ciertos análisis de pacientes borderline y psicóticos. Los
recuerdos surgen fragmentarios y fragmentados, y pueden ser rechazados y destruidos después de haberse
producido un insight aparentemente penetrante. En estos casos, el analista a veces tiene que ser depositario de
los momentos de insight del paciente, hasta que este último pueda hacerse cargo de los mismos.
Pienso que la actividad que tiende a la destrucción del insight se realiza desde un sí-mismo deficitario, es
decir incapaz de poder enfrentar y elaborar la reactivación transferencial de las vivencias que incluyen este
tipo de situaciones traumáticas. Otras veces la destrucción del insight se refuerza desde una identificación
patógena, que actúa intrapsíquicamente como un mandato de no pensar por sí mismo con espontaneidad
ideo-afectiva.
En el insight, entonces, debemos considerar por lo menos dos factores: la naturaleza del funcionamiento
mental de los componentes que intervienen en el conflicto, y los recursos yoicos con que el sí-mismo cuenta
para abordarlo, procesarlo y elaborarlo. La rememoración puede no valer gran cosa mientras el sí-mismo no
tenga recursos genuinos [22] para desgastar el poder patógeno del recuerdo [23] de la situación traumática y
poder integrarlo al curso asociativo. Sólo después podrá elaborar y resolver el conflicto.
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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Si no se dan estas condiciones, el insight podrá ser penetrante [57] pero no valedero en cuanto capaz de
producir cambio permanente. También de esta manera podemos entender mejor la aparente paradoja que
presentan los pacientes que parecen tener mucho insight pero que no pueden cambiar. En estos casos, las
interpretaciones y el insight no son utilizables para elaborar el conflicto, y sirven más para el desarrollo de
mecanismos de defensa que anulan la toma de conciencia. Así, ciertos pacientes parecen tener el poder de
neutralizar las interpretaciones, anular el insight y aun utilizar las interpretaciones para producir más
síntomas. En el caso de pacientes psicóticos, éstos a veces parecen especialistas en producir más delirios.
El cambio está asociado indisolublemente con el insight. Pero el insight no es exclusivamente un acto
psíquico del que surge el cambio, sino que más bien hay complejos procesos de los que puede surgir el insight.
Por otra parte, si llamamos insight a la capacidad de ver algo nuevo que no había sido visto antes, este hecho
psíquico debe poder sostenerse.
Hay casos en que ciertas enfermedades mentales o estados mentales parecen aparecer a consecuencia de
haber tomado conciencia de algo intolerable [7]. Podemos preguntarnos entonces si esto no es siempre así, y
si el brote psicótico no es siempre desencadenado por un momento en que se produce un insight con una
angustia intolerable, que llamamos psicótica, y que produce desorganización por falta de recursos del Yo para
«ligar» y evitar así el trauma. El paciente puede sentir mucho miedo al cambio y confundirlo con más
enfermedad. Si el analista se asusta de lo que le pasa al paciente, esta reacción contratransferencial puede
hacer difícil el cambio, porque el paciente no podrá contar con él para transitar juntos la experiencia de
cambio.
El cambio psíquico incluye el «desprendimiento» de los objetos internos patógenos y de las
identificaciones patógenas. En ciertos aspectos de la mente estos dos componentes no se diferencian
acabadamente y no se pueden discriminar con precisión. En este trabajo se describe el cambio como una
reestructuración identificatoria en el aparato psíquico. La desidentificación y el desprendimiento o separación
del objeto patógeno necesitado condicionan la evidencia del estado «separado» (castrado) que va acompañado
de la vivencia de vulnerabilidad del sí-mismo.
Dado que los síntomas representan un vínculo estructurado para mantener la posesión omnipotente del
objeto necesitado desde una identificación patógena, el desprendimiento del síntoma produce una vivencia de
un vacío que gatilla una angustia que puede ser intolerable, tanto por la separación del objeto como por la
desidentificación.
El objeto fobígeno, por ejemplo, es muy necesitado por el sí-mismo que, si bien puede soslayar la angustia
fóbica por evitamiento del objeto, al que al mismo tiempo controla, no puede sin embargo evitar el pánico y la
angustia catastrófica [30] que surge ante la pérdida, aunque sea momentánea, del objeto fobígeno [30/51].
De la misma manera, pienso que en el paciente obsesivo la compulsión está movida por la necesidad de
reconstruir, en el mundo interno, la vivencia de posesión omnipotente del objeto, aunque en esta
reconstrucción el vínculo con el objeto sea vivido como angustiante y penoso.
Hay una articulación y simultaneidad entre cambio psíquico, angustia e insight. Un cambio es el que
hace posible el surgimiento del insight y la angustia surge de la autopercepción del déficit de recursos yoicos
para elaborar el cambio. Cambio e insight son dos momentos de un proceso dialéctico que se suceden en
espiral [9/55]. Un cambio permite un insight, y el insight puede condicionar un nuevo cambio. Llamamos
crecimiento psicológico a la resultante de este proceso. La angustia puede detenerlo.
En este punto, la función analítica debe ser una función de complementariedad que se realiza a través de
la interpretación, que promueve el insight y la asistencia al sí-mismo, en donde el analista presta recursos
yoicos que el paciente aún no tiene. Las resistencias son la expresión de la incapacidad de utilizar el insight
que la interpretación podría producir.
La tendencia al no cambio que caracteriza al paciente difícil, y que surge del tipo de funcionamiento
mental estructurado para neutralizar el sufrimiento psíquico, hace que el momento de cambio pueda ser visto
como una lucha [30]. Será necesario que un desgaste de la fuerza patógena de los funcionamientos mentales,
que mantienen la vigencia de la situación traumática, se dé en un vínculo de confiabilidad. Es importante
entonces que el analista sepa visualizar (evaluar, ponderar) que para cierto cambio psíquico se necesita un
clima emocional en el que se vaya condicionando el desgaste de las situaciones traumáticas, y que prepare así
el terreno para que la interpretación pueda ser utilizada por el sí-mismo asistido por el analista.
Creo que esta manera de pensar permite comprender mejor el curioso fenómeno que hemos visto muy
frecuentemente en los pacientes mentales severos, cuando a través del trabajo analítico logramos que
abandonen los delirios y las alucinaciones, las fobias, las obsesiones y/o las perversiones. Cuando esto ocurre,
estos pacientes, muy a menudo, nos reprochan haberlos liberado de estos síntomas, porque ahora la liberación
se presenta como algo peor, como depresión profunda, como vivencia de falta de vida, como desilusión
insuperable. Esta situación a veces precipita una R.T.N. Otras veces, una R.T.N. enmascara la situación
descrita. Estas vivencias que aparecen como consecuencia del cambio psíquico, son las que nos llevaron a
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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descubrir que la vivencia de desvalimiento o desamparo [Hilflosigkeit] está relacionada con una condición de
déficit de desarrollo de recursos yoicos que subyace a toda patología mental.
En las distintas patologías, la angustia del cambio se presenta de diferentes maneras. Pero lo que aparece
como más difícil de cambiar es la estructura profunda de la personalidad, que cuando van desapareciendo los
síntomas se presenta siempre como una caracteropatía [28]. En este nivel de la mente pienso que para que
haya cambios psíquicos significativos tendrán que producirse procesos de reestructuración identificatoria que
van acompañados necesariamente de ansiedades psicóticas, y es por esto que son tan resistidos.
En todas estas situaciones, el Yo se percibe sin recursos para enfrentar y resolver el conflicto. En relación
con el conflicto edípico, por ejemplo, el analista visualiza una escena primitiva en la que se percibe el
sí-mismo en relación con los objetos parentales de la infancia, con las dificultades estructurantes diádicas
todavía no resueltas que le complican mucho el acceso a las relaciones triangulares edípicas [25/32]
Muchos análisis fracasan porque trabajan como si el paciente hubiera alcanzado un desarrollo
post-edípico, cuando en realidad el material aparentemente edípico está impregnado de referencias
pre-edípicas en las que no se han superado todavía las relaciones diádicas patógenas, atrapantes y
enloquecedoras [28]. Recién cuando el análisis de estas situaciones haga posible en el paciente el surgimiento
de una escena mental nueva, que incluya al tercero y dé cabida a la función paterna, el conflicto edípico
podrá dejar de ser dilemático. El trabajo analítico tendrá que realizarse como una alternancia entre
pre-edípico y edípico, como un juego de conocimiento y desconocimiento, que va produciendo la elaboración.
De lo que venimos exponiendo se desprende que lo que podemos llamar cambio psíquico en psicoanálisis
no es un cambio simple en el sentido de un cambio único. Se trata más bien de cambios que tienen una
dirección y un sentido que ya hemos conceptualizado como crecimiento psicoemocional. Los cambios deberán
incluir nociones tales como cambios de estructura, modificaciones de equilibrios, desestructuración y
reestructuración, procesos de desidentificación, formas de re-escribir la historia, reformulación, incremento de
la función analítica de la personalidad, desarrollo y aparición de capacidades nuevas [22]. En relación con el
proceso psicoanalítico pensamos que, en lugar de cambio psíquico, será mejor hablar de proceso de cambio.
El proceso analítico consistirá en que el paciente pueda recorrer con nosotros las etapas que nunca pudo
cumplir. Se trata entonces de experiencias faltantes, las que aparecen como deteniendo o distorsionando el
desarrollo normal. Los aspectos detenidos parecen quedar escindidos del Yo. Pero permanecen con capacidad
potencial para ser rescatados a través del trabajo analítico. Las capacidades potenciales tendrán que
desarrollarse desde la espontaneidad del sí-mismo en un contexto de seguridad psicológica que provee el
vínculo estructurante con el analista [27/30].
Será necesario incluir la dimensión lúdica auténtica con despliegue de una libertad interior; es decir,
poder recrear áreas o espacios transicionales [66/71] para la promoción del crecimiento psíquico y de la
curación analítica. A favor de estos desarrollos y simultáneamente con los mismos, se irán desarmando y
disolviendo los funcionamientos patológicos y patógenos de la mente, y el sujeto podrá así adquirir mayor
autonomía.
Partiendo de una concepción que considera el cambio psíquico como producido por la interpretación que
conduce al insight, hemos ido llegando a una concepción mucho más compleja de la intervención del analista,
que empieza por un cambio psíquico de él mismo, que le permita, identificándose con el paciente, visualizar el
cambio psíquico que éste necesita, y lo que necesita de él para poder realizarlo.
Así como el sujeto psíquico se descubre a sí mismo identificándose con un otro y va tomando conciencia
de sí mismo alienándose, por así decir, en el otro, podemos decir que el cambio psíquico genuino tiene lugar
en el vínculo con el otro. Se trata de un progreso recíproco, del paciente y del analista, de la capacidad de
compartir experiencias vitales de des-alienación y de crecimiento psicológico, como las descritas en este
trabajo.
García Badaracco, Jorge [1991a]: «Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico»,
en Revista de Psicoanálisis, 1991, XLVIII :2, págs. 213-242.
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