Ensayo acerca de la expulsión de los judíos de los territorios de Castilla y Aragón en 1492. Se trata aquí de realizar una serie de consideraciones acerca de la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos en 1492, en un momento histórico -el actual- en el que casualmente está en la prensa diaria la problemática creada en Oriente Próximo a finales del año pasado 2023, primero por un ataque terrorista en territorio israelí y posteriormente por la reacción del Estado israelí a dichos actos terroristas. Evidentemente, lo sucedido en Europa durante -especialmente- la Baja Edad Media no tiene nada que ver con lo que sucede en la actualidad, los tiempos han evolucionado y asimismo los que antes eran unos emigrantes establecidos en muchos territorios europeos actualmente conforman un Estado fuerte con un peso considerable tanto en su propia zona como a nivel global. Pero al margen de cuestiones de geopolítica contemporánea que teóricamente no tienen nada que ver con el título y el contenido de lo que escribiré a continuación, al tratarse de un ensayo he considerado oportuno mencionar esa casualidad o coincidencia en una temática que, ciertamente, tanto en la Edad Media como en la actualidad genera estados de opinión diversos bajo todos los puntos de vista posibles. Hoy en día vemos a diario opiniones tanto a favor como en contra de lo que sucede en esa zona del mundo, opiniones éstas más o menos radicalizadas en función de los intereses políticos que representen y quizá se haya generado a nivel popular y sin intereses políticos de por medio, que un acto deleznable de secuestro de personas civiles ha tenido una reacción que ha generado una opinión, generalizada, de que se han cometido excesos generando a su vez sentimientos de rechazo en los observadores ajenos al conflicto. Salvando las inmensas distancias tanto temporales como de contexto histórico, a la vista de los estudios y artículos que he utilizado para realizar este ensayo, me doy cuenta de que la percepción general sobre los judíos en la población europea fue inicialmente de relativa convivencia más o menos pacífica empeorando la relación entre comunidades a partir del surgimiento de problemas económicos muy especialmente a partir del siglo XIV, pero no por eso hay que pensar que hasta ese siglo todo se limitó a algún que otro roce: ya desde la llegada de los visigodos a Hispania -si nos referimos a la península Ibéricase produjeron actos claramente antijudíos desde la propia monarquía visigoda. No olvidemos que -insisto que en general, ya que en todas las épocas se dieron puntualmente problemas- los judíos eran vistos como deicidas por la población cristiana pero esa consideración no se debía a un mero estado de opinión, sino que tiene su origen prácticamente en el mismo inicio de la Iglesia de Roma, cuando el judaísmo comienza a ser definido como una doctrina superada por el cristianismo, además de ser considerada errónea, inferior e incluso diabólica. A partir de ese momento, en los siglos III y IV, y sobre todo a partir de este último, se comienza a perseguir en los territorios europeos o bajo la influencia del Imperio Romano, es decir en época tardo-imperial, a todos los enemigos de la Iglesia, sean herejes o tengan otras creencias, como enemigos de la cristiandad. Obviamente los judíos están incluidos en esas persecuciones o acosos, en mayor o menor medida según el momento y la posible tolerancia que hubiera en cada momento histórico. A lo largo de toda la Edad Media se siguen sintiendo las consecuencias de toda la “propaganda” antijudía realizada ya en Edad Antigua, recordemos en ese sentido que los mayores alegatos contra los judíos comienzan precisamente con la patrística de los primeros Padres de la Iglesia entre los siglos II al V (Tertuliano, San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, etc.). Pero no quedó ahí ese estado de opinión creado o azuzado por las autoridades de la Iglesia, en los siglos inmediatamente posteriores otros Padres de la Iglesia continuaron en la misma línea antijudía (Gregorio de Tours, San Isidoro, Juan de Toledo, Beda el Venerable, etc.). En otras palabras, el estado de opinión estaba claramente contra los judíos desde los inicios de la Iglesia, persistiendo en las críticas a lo largo de los siglos hasta entrar plenamente en la Alta Edad Media. Era la lucha entre el bien, representado por las verdades de la Iglesia frente a la maldad del judaísmo. Y no se trataba de simples comentarios más o menos puntuales, sino que en algunos de los casos de los autores que he mencionado se trataba de todo un tratado al respecto. En cualquier caso, a medida que el desplazamiento de la culpabilidad en el deicidio se iba decantando hacia los judíos en vez de hacia los romanos, como se había establecido inicialmente, se añadían más autores que desde sus posiciones de autoridad intelectual acrecentaban esa fama de malas personas hacia los que emigraron a tierras cristianas. Eso, al margen de cuestiones de doctrina oficial de la Iglesia, no impedía tampoco que en general, durante los siglos de la Alta Edad Media se conviviera en Europa de una forma que podemos definir como civilizada entre ambas culturas, quizá debido a que la Iglesia fue pasando a posiciones algo más tolerantes que las expresadas inicialmente. Hay que considerar que los judíos se dedicaban a actividades comerciales y que además no influían en las comunidades cristianas en cuanto a creencias. Pero la situación cambia radicalmente a partir del siglo XI con verdaderas persecuciones y pogromos por toda Europa, desde Maguncia hasta Roma pasando por Orleans o Limoges. En ese momento fueron quizá reacciones a las persecuciones y violencias contra los cristianos en Tierra Santa, pero es el verdadero inicio de acciones de carácter realmente violento contra los judíos en territorio europeo que, a medida que transcurre el siglo, devienen a finales de ese siglo y con el inicio de la primera Cruzada en matanzas generalizadas, especialmente en ciudades ubicadas en el valle del Rin, sin que la Península Ibérica quedara completamente a salvo. Es a partir de ese siglo cuando queda establecido de una forma ya completamente sobreentendida y generalizada que el judío no entra en los planes de las actividades de las ciudades y se dedica necesariamente en primer lugar al comercio y finalmente al préstamo, por lo que en cierta forma también estaba relativamente protegido por el poder político civil. Es probablemente a partir del siglo XIII cuando se complica la situación todavía más si consideramos que es un momento histórico en el que la Iglesia persigue de forma sistemática las herejías y las desviaciones de la fe y entiende, a la sombra del poder que ha adquirido y consolidado que, dado que es una creencia falsa, debe de intentarse la conversión al cristianismo de esa población, según se establece en el IV Concilio de Letrán en 1215, decretando la segregación incluso por medios humillantes como la distinción en el vestir para conseguir, mediante medidas humillantes y disuasorias, la conversión a la fe verdadera. La Baja Edad Media trae finalmente expulsiones en masa de varios reinos, como Inglaterra o Francia, en 1290 y 1306 respectivamente, casi siempre -en el fondo real del problema- por motivos de ambición real al ser financieros de varios reyes, pero el siglo XIV viene con nuevas acusaciones, como los envenenamientos de pozos o el haber traído las pestes y plagas a territorios cristianos. No olvidemos que es uno de los peores siglos a nivel de desgracias generalizadas en la historia europea y había que encontrar un culpable al que acusar de todos los males posibles. Fue el siglo de la gran epidemia de 1348 y las posteriores, de crisis económicas generalizadas en toda Europa, de conflictividad social, de hambrunas, de hundimiento de la demografía, etc. Centrándonos en la Península Ibérica, el proceso fue muy similar al del resto de Europa explicado sucintamente más arriba. Ya desde el Concilio de Elvira alrededor del año 300 se advierte a los cristianos del peligro que representan los judíos. En época visigoda, tras la conversión de Recaredo al catolicismo en 589 se comienzan a dictar normas contra esa comunidad y se inician los deseos de las autoridades para conseguir su conversión al cristianismo, con mayor o menor insistencia y rotundidad según el momento histórico y el gobernante al mando del poder político. Por el contrario, posteriormente en época islámica, los gobernantes árabes permitían que las comunidades judías mantuvieran su fe, considerándoles dimmíes -Gente del Librocomo al resto de habitantes cristianos. Probablemente los siglos de dominación musulmana fueron los tiempos en los que tuvieron menos problemas, como comunidad, excepto el período dominado por los almorávides y posteriormente por los almohades, cuando sobresalió el fanatismo religioso islámico. En los reinos cristianos, a medida que éstos controlaban cada vez más territorio de Al Andalus, estuvieron bien considerados por el poder real dado que fueron muy eficaces colaboradores de la realeza en el gobierno de unos reinos que no cesaban de ampliar territorios, si bien la sociedad medieval al margen del poder iba acrecentando su animadversión hacia las comunidades judías, que fueron siendo obligadas a vivir en guetos dentro de las ciudades y que progresivamente sentirían una presión sobre ellas cada vez más intensa. No olvidemos que las profesiones u oficios que practicaban tenían que ver -generalizando- con los alquileres, los préstamos, en suma, el sector “financiero” de la época, etc., lo que servía para incrementar fácilmente el odio de los simples ciudadanos de a pie, tanto en el campo como en las ciudades. Ese empeoramiento en las relaciones cristalizó definitivamente en el siglo XIV en los reinos cristianos peninsulares, primero en el reino de Aragón y posteriormente en Castilla, donde debemos mencionar que se produce el momento culminante de 1391 cuando a instancias de Ferrán Martínez, arcediano de Écija, tras la muerte del arzobispo de Sevilla -que defendía a los judíos- y en contra de la voluntad y de reiterados avisos al arcediano incluso del propio rey Enrique II realizados desde muchos años antes (Enrique II falleció en 1379…) o del rey Juan I, instó a la población a acabar con los judíos comenzando una verdadera matanza, primero en Sevilla y Córdoba, extendiéndose a continuación por el resto de reinos cristianos. Este verdadero pogromo, aprovechando la minoría de edad del rey Enrique III, nos lo describe magistralmente el cronista Pedro López de Ayala, además de tener constancia literal de un discurso que pronunció Martínez ante el Tribunal del Alcázar de Sevilla tres años antes. En la monarquía castellana, durante el siglo XIV, el rey Pedro I llevó adelante una política de tolerancia y de acercamiento hacia los judíos, acercamiento probablemente interesado dado el peso que tenía esa comunidad desde el punto de vista financiero para sostener y ayudar al propio rey, pero la actitud de su hermanastro, futuro Enrique II, durante la guerra civil que sacudió a Castilla fue de absoluta hostilidad hacia la población judía, buscando seguramente un mayor crecimiento de la base demográfica que le apoyaba en su lucha contra Pedro I. Así como durante la guerra fue enemigo acérrimo de esas comunidades, posteriormente fue relajando el discurso de odio pensando que seguramente tendría necesidad de su concurso una vez fuera rey, por lo que fue suavizando sus críticas, aunque en cualquier caso la difamación y el mal ya habían sido hechos. La comunidad judía, en el fondo, era en el caso de la lucha fratricida un peón más entre todos los peones que participaron en la contienda, ya que la nobleza que apoyaba a uno u otro, y los habitantes de las ciudades también aportaron su grano de arena a la dinámica antijudía del momento, estuvieran a favor del rey Pedro I o a favor del futuro Enrique II. En este sentido, el Trastámara, cesó su hostilidad manifiesta antes incluso de su coronación ya que en su propia corte y en las casas nobiliarias que apoyaron a Enrique durante la guerra civil se nombró a judíos para cargos de importancia en las finanzas reales y de esas casas nobiliarias. Anteriormente he comentado que durante el reinado de Enrique II se produjeron diversas advertencias dirigidas a Ferrán Martínez en el sentido de cesar en sus ataques contra la comunidad judía, pero al margen de que el propio Martínez no cumpliera precisamente con las instrucciones reales, la sociedad civil, los habitantes de las ciudades e incluso el propio Papa Gregorio XI aumentaron el discurso de odio contra esa comunidad. Tampoco ayudaron para apaciguar los ánimos las acciones de los conversos, ya que en muchas ocasiones estas acciones iban dirigidas contra la propia comunidad judía. No olvidemos que en esos años el ser cristiano viejo era algo imprescindible en la vida de la gente y los cristianos nuevos -conversos- se encontraban en un punto intermedio en el que tenían la necesidad de demostrar que la conversión era real y no por simple interés. Durante el reinado de su sucesor, Juan I, siguió enrareciéndose la convivencia entre comunidades a pesar de los intentos de la realeza de seguir contando con la comunidad hebraica si bien fue, junto a nobles de su entorno, promotor de la idea de la “solución” de la conversión para acabar con el problema de raíz. Al igual que su predecesor también tuvo enfrentamientos con Ferrán Martínez. Siguiendo la dinastía Trastámara, el siguiente rey, Enrique III, mantuvo un tono de tolerancia en conjunto, pero nuevamente las ciudades se oponían a esa tolerancia hasta el punto de que en las Cortes de Valladolid de 1405 se tomaron nuevas medidas contra la comunidad judía, en esta ocasión de extrema dureza legislativa. Simultáneamente, en la Corona de Aragón se dio la denominada Disputa, o Controversia, de Tortosa, en 1413, auspiciada por el Papado e instituida como un debate entre religiones que supuso el definitivo declive de las comunidades judías en los territorios de la Corona de Aragón, aunque sin duda tuvo también sus consecuencias en la de Castilla. Fue dirigida por parte cristiana precisamente por un converso, Jerónimo de Santa Fe, y sin duda la finalidad última era la conversión de la totalidad de la población judía, hecho que obviamente no se produjo, aunque ciertamente hubo conversiones. Es cierto que los hechos indicados de 1391 tuvieron repercusión en toda la Península Ibérica y provocaron conversiones para eludir el peligro inminente en que se encontraba esa población, pero también es cierto que cuanto más al norte se viviera, más a salvo se sentían las comunidades, ya que las consecuencias de las matanzas de ese año no llegaron, por ejemplo, a León o Asturias. Sin embargo, azuzó el ritmo de conversiones con lo que en cierta forma se podía crear otro problema si consideramos que en cierto modo eran forzadas, eran una necesidad para sobrevivir y no un convencimiento sincero. Efectivamente, si las conversiones hubieran sido por convencimiento lo más probable es que la diferenciación práctica entre cristiano viejo y cristiano nuevo sería imperceptible, pero la realidad fue que dentro de los conversos había muchas variedades: los que lo hicieron por miedo, los verdaderos convertidos, los que seguían practicando su religión anterior, etc. y eso implicaba que el cristianismo se viviera a su vez de múltiples formas. De igual manera, ante tanto converso, el cristiano viejo tenía su prevención pudiendo pensar que esos nuevos cristianos podían fracturar la religión verdadera. Por añadidura, el hecho de ser converso implicaba el acceso a una vida normal sin inconvenientes ni trabas para el ejercicio de cualquier profesión, el acercamiento a la realeza o a los nobles, la posibilidad de matrimonios con otros cristianos, en suma, alcanzar una estabilidad definitiva y poder pertenecer a una oligarquía ciudadana o incluso nobiliaria frente a la problemática establecida anteriormente, lo cual también trajo sentimientos de recelo y de envidias entre la población cristiana vieja. Ese ascenso social de los conversos y su estabilidad como parte de la sociedad incluidas las capas más altas de ella duró hasta mediados del siglo XV, cuando se vuelve a radicalizar la situación con acusaciones entre todos los grupos. A las tradicionales de profanaciones o de asesinatos de niños de forma ritual se añadieron las acusaciones de los propios judíos contra los conversos y viceversa. La dinámica de esos años centrales del siglo XV hay que verla siempre bajo el influjo de las guerras de poder que se sucedían constantemente entre la realeza, más los nobles que la sustentaban contra otros nobles que pretendían restar poder al rey, es decir, los que querían un rey fuerte contra los que pretendían que el rey fuera dócil con ellos. Y evidentemente, esto afectó también sobre todo a los conversos que habían escalado a posiciones privilegiadas dentro de la corte. En uno de esos momentos, tras una revuelta en Toledo en 1449, una revuelta que realmente era contra el poder del rey y contra la imposición de un nuevo impuesto, que se consideró que era consecuencia de decisiones de conversos, se recrudece nuevamente el antisemitismo, pero en esta ocasión más contra los conversos, hasta el punto de que pocos años más tarde se les prohíbe el acceso a cargos públicos en el reino de Castilla. El reinado de Enrique IV de Castilla, al igual que el de su predecesor, tuvo también una idea básica de protección sobre esa comunidad, aunque por lo que comenté anteriormente la nobleza que se oponía a lo que ellos consideraban exceso de poder del rey era radicalmente antijudía, sobre todo para perjudicar o debilitar la imagen del rey. Y así llegamos al momento en el que Isabel es coronada reina de Castilla y a su vez es reina consorte de Aragón. Los Reyes Católicos inicialmente tienen una tolerancia absoluta con la comunidad judía en la Península. Además, su posición es de una fortaleza evidente ante la nobleza con lo cual nuevamente volvemos a ver judíos en la corte dirigiendo áreas de la administración y las finanzas del reino. La consecuencia de esa fortaleza erga omnes es que se restablece una convivencia pacífica entre las dos comunidades, si bien no deja de estar latente entre los cristianos viejos esa animadversión ancestral. Pero debemos plantearnos entonces lo siguiente: si se había anulado prácticamente toda la violencia antijudía de otras épocas, ¿por qué entonces el edicto de expulsión? Pueden ser varias las respuestas, pero quizá el profesor Miguel Ángel Motis nos da una aproximación dándonos la pista de que el proceso antijudío hispano no deja de ser una imagen del espejo que es el resto de Europa. Son procesos similares, en algunos casos idénticos, si bien en el caso hispano hay un componente de búsqueda de homogeneidad que no se da en otros países. Estamos en el inicio, a nivel global, de la formación de Estados fuertes con monarquías poderosas y el caso de España, con el fin de la guerra de Granada de fondo, exige que exista una homogeneidad en todo el territorio -salvando los posibles fueros territoriales, por supuesto- pero que englobe algo tan importante en aquel momento como la religión. De igual manera, es evidente que esa monarquía fuerte debe sustentarse también en el respeto de la población, sea noble o no, y dados los antecedentes históricos la expulsión de esa comunidad podía servir para que los monarcas ganaran popularidad “escuchando” al pueblo. No sirvió esa expulsión para incrementar el tesoro real, dado que el peso contributivo de la comunidad judía en Castilla era mínimo. Realmente se hace difícil encontrar una sola causa para justificar la expulsión si a eso le añadimos que los Reyes Católicos no tenían ninguna animadversión especial hacia la comunidad judía. Coincide casi en el tiempo con la instauración de la Inquisición, primero en Castilla y posteriormente en Aragón, pocos años antes del decreto de expulsión. Recordemos en este sentido que la Inquisición en esos primeros tiempos desde su instauración tenía puesta su atención especialmente en los conversos (sólo podían juzgar a cristianos). Por las lecturas que he utilizado para este breve ensayo parece ser que la decisión de la expulsión provino más de Fernando que de Isabel, y por lo comentado anteriormente entiendo que lo más probable es que se tratara de una medida tendente a homogeneizar el Reino bajo una misma fe, al igual que había sucedido en otros lugares europeos donde previamente ya habían sido expulsados los judíos. De hecho, los reinos de Castilla y Aragón son de los últimos reinos europeos en tomar esa decisión. No cabe duda de que al margen de que la finalidad fuera unificar la fe de todos los ciudadanos, quizá un temprano precedente -por varias décadas- del principio cuius regio, eius religio de la Paz de Augsburgo entre el Emperador Carlos y la Liga de Esmalcalda, sin duda se dieron presiones provenientes del Papado para esa unificación de la fe. Y ese principio refuerza a la monarquía, refuerza a la autoridad, homogeniza a los súbditos y los territorios bajo el poder de un rey y además permite que un rey se identifique con un pueblo que a su vez practica una sola religión. A esas consideraciones hay que añadir la presión popular, más los intereses de las oligarquías burguesas de las ciudades y parte de la nobleza señorial más la labor de órdenes mendicantes en contra de otras religiones. Si bien el decreto de expulsión tuvo aplicación en los territorios de los reinos de Castilla y de Aragón hay que diferenciar las dificultades de su acatamiento entre ambos reinos, ya que en Castilla fue, por el número de habitantes de religión judía, más complicada la salida, dirigiéndose la población judía bien hacia el reino de Navarra, Portugal o el Imperio Otomano en su mayoría mientras que en Aragón los destinos prioritarios fueron, además de Navarra, Italia y también Portugal. No mencionaré el número de afectados por el decreto porque es complicado al tratarse de una época donde todavía nos faltan datos suficientemente objetivos para saber la realidad. En cualquier caso, dado que los afectados tenían apenas cuatro meses escasos para vender sus propiedades y marchar hubo también una cadena de conversiones que evitó la expulsión de muchos. Curiosamente, la versión del decreto que llegó a Aragón hablaba también de la usura como una de las prácticas detestables que practicaba la comunidad judía, si bien en la versión para las ciudades y villas del reino de Castilla tan solo se hacía mención del aspecto religioso, ninguna referencia a la usura. Pero por otro lado ¿qué consecuencias tuvo la expulsión? Dado que su impacto en la fiscalidad, al ser muy poca la población que marchó, era mínimo no supuso un quebranto especial para las arcas estatales. De hecho, la historiografía al respecto ha ido cambiando a lo largo del tiempo pasando de la tesis de que fue una pérdida irreparable a que quizá sirvió para cohesionar a la población del país e ir poniendo parte de las bases de un Estado mucho más moderno dejando atrás los tiempos medievales. Hay que tener en cuenta también que parte de los que marcharon regresaron años después, al haber sido maltratados en las zonas a donde se dirigieron inicialmente, como sucedió con personas que habían ido hacia el actual Marruecos. Esas personas que regresaron volvían como conversos, es decir, cristianos, pudiendo recomprar lo que había vendido al partir al mismo precio por el que vendieron. Esto fue regulado en 1493, apenas un año después del decreto de expulsión. Finalizaré este breve ensayo volviendo al momento presente. Hemos visto que a lo largo de la historia, hasta el final de la Edad Media, la comunidad judía repartida por el mundo europeo ha vivido momentos de esplendor pero a la vez ha habido muchos más momentos de zozobra, de persecución, de violencia contra ella e incluso de racismo. Sabemos que, en conjunto, todo ello ha sido debido no solamente a la práctica de otra fe o a otros hechos puramente objetivos sino también a causas, falsas o no, provocadas por la suma de sentimientos contrarios de la población mayoritaria junto a la que convivía. Hoy en día, como dije al inicio, salvando las inmensas distancias temporales y coyunturales entre los tiempos antiguos y el presente, sigue habiendo en una parte sustancial de la sociedad occidental una sensación o sentimiento de rechazo a lo judío, con el peligro que supone una generalización tan amplia, sin que -afortunadamente- se tenga en cuenta el aspecto religioso de la diferencia de creencias. Esa generalización es mala porque la tendencia del hombre es meter en el mismo saco a toda una sociedad sin tener en cuenta consideraciones particulares y de hecho en la propia sociedad israelí actual también hay rechazo ante actitudes y comportamientos de sus autoridades que arrastran a todo el Estado implicando a toda la población. Pero hemos ganado -todos, con el tipo de sociedad contemporánea en la que vivimos- que se superaron los prejuicios que causaron en su momento aspectos diferenciales entre cristianos y judíos ya superados por completo en su totalidad. Bibliografía CANTERA MONTENEGRO, Enrique. “La imagen del judío en la España medieval”. En Espacio, Tiempo y Forma, Serie III Historia Medieval nº 11. Págs. 11-38. 1998. CORRAL SÁNCHEZ, Nuria. “El pogromo de 1391 en las Crónicas de Pero López de Ayala”. En Ab initio, nº 10. Págs. 61-75. 2014. HINOJOSA MONTALVO, José. “La sociedad y la economía de los judíos en Castilla y la Corona de Aragón durante la Baja Edad Media”. En II Semana de estudios medievales: Nájera, 5 al 9 de agosto de 1991. Págs. 79-110. 1992. MOTIS DOLADER, Miguel Ángel. “La expulsión de los judíos de Calatayud en el contexto hispánico”. En Los judíos en la Historia de España. Actas del curso celebrado en la UNED de Calatayud en mayo de 2002. 2003. MOTIS DOLADER, Miguel Ángel. “La expulsión de los judíos de la Corona de Aragón y el fin de la tolerancia confesional a finales de la Edad Media”. https://www.academia.edu/42829043/La_expulsi%C3%B3n_de_los_jud%C3%ADos_d e_la_Corona_de_Arag%C3%B3n_y_el_fin_de_la_tolerancia_confesional_a_fines_de_l a_Edad_Media SOIFER IRISH, Maya. “Discurso de Ferrán Martínez en el Tribunal del Alcázar de Sevilla, 19 de febrero de 1388”. En la base de datos Open Iberia/América. Universidad de Rice, Houston. Open Iberia/América | Online, Open Access Teaching Anthology of Premodern Iberian and Latin American Texts (hcommons.org) VALDEÓN BARUQUE, Julio. Las juderías castellanas en el siglo XV. Entre el pogrom y la expulsión. En El chivo expiatorio. Judíos, revueltas y vida cotidiana en la Edad Media. Valladolid. Editorial Ámbito. 2000. VIDAL SIERRA, Álvaro. “La persecución de los judíos en la Europa medieval: la península ibérica desde los pogromos de 1391 hasta el decreto de expulsión de 1492”. Universidad de Alicante. https://alicante.academia.edu/%C3%81lvaroVS Comentarios sobre las páginas 12 a 14 del libro de Peter Frankopan “Las nuevas rutas de la seda. Presente y futuro del mundo. Editorial Planeta, Barcelona, 2019. Debo aclarar inicialmente que el libro en cuestión lo encontré fácilmente en una biblioteca de mi ciudad, Barcelona, y que lo leí en su integridad, aunque en estos comentarios me referiré casi en su totalidad a las dos páginas que, posteriormente, se nos indicó que había que comentar, en lugar del libro entero. Por ese motivo no tiene sentido seguir el guion propuesto en el plan de actividades prácticas, ya que se refiere a otra cosa. Sinceramente, me sorprendió mucho su lectura por cuanto en su conjunto me pareció más un manual sobre geopolítica o geoeconomía que un libro sobre temas históricos. En realidad, se trata de una llamada a Occidente en su conjunto advirtiendo de que el centro de gravedad del comercio y la economía se ha estado trasladando hacia Asia en las últimas décadas de forma que estará definitivamente instalado en ese continente a lo largo del presente siglo. Es una crítica también hacia las nuevas -en el sentido puramente temporal, porque realmente no lo son- políticas de Occidente, desde Estados Unidos hasta Europa, que pretenden en cierta medida continuar con una posición predominante en el mundo posición que apenas mantienen hoy en día- a costa de terceros países, que además constituyen las economías denominadas emergentes, y que en opinión del Profesor Frankopan -y personalmente comparto su criterio- conseguirán el predominio total en el comercio internacional, hecho que les reportará consecuencias positivas para ellas al estar en posiciones económicamente fuertes en un futuro no demasiado lejano. Independientemente del contenido y contexto del libro en su conjunto, ciñéndome ahora a las dos páginas objeto de análisis, el autor nos describe en tan breve espacio una serie de métodos de investigación histórica que hace apenas cincuenta años eran prácticamente impensables. Al margen de fuentes escritas o tradicionales -que sin ninguna duda pueden ayudarnos igualmente- nos habla de métodos de investigación por observación fotográfica desde satélite que nos permiten, por ejemplo, intuir y también “ver” cómo era el paisaje en una región de China en el siglo IV y que a su vez nos facilita ver el sistema de irrigación y como consecuencia la forma en que se cultivaba en esa zona en concreto que refiere el autor. Otro ejemplo que propone Frankopan es el del mismo tipo de método, el satelital, más el uso de drones, en zonas de Afganistán conflictivas actualmente por causa de la inestabilidad provocada por el gobierno talibán, donde se pueden estudiar sin temor a equivocarse rutas comerciales de cientos de años atrás que pueden dibujarnos un mapa del recorrido de las antiguas rutas caravaneras del camino de la seda desde China hacia Europa. Y digo sin temor a equivocación porque las fotografías aéreas satelitales son datos objetivos que nos devuelven una imagen, que habrá que interpretar, pero prácticamente exacta a la del momento de la antigüedad acerca de cómo era esa ruta. Otra línea de investigación es el análisis de isótopos de carbono y nitrógeno en restos de cadáveres de cientos de años de antigüedad. Ese análisis permite saber el tipo de alimentación e incluso si la persona era sedentaria y vivía en el lugar del enterramiento o si era alguien que era nómada y acompañaba en rutas comerciales, al inferir mediante esa analítica sus hábitos alimentarios. En ese sentido también se sabe que estos últimos tenían dietas más variadas. Nos habla también de la genética y de la etnolingüística como métodos de investigación histórica por cuanto los caravaneros dejaban rastros genéticos a lo largo de las rutas comerciales asiáticas plantando según qué tipo de plantas a lo largo de sus rutas, es lo que el autor denomina “corredores genéticos, tanto para seres humanos como para flora y fauna”. De la etnolingüística, en cuanto al uso del yidis como lengua segura para transacciones comerciales en tiempos medievales, igual que actualmente se buscan lenguajes o tecnologías informáticas seguras, tipo blockchain. En suma, Frankopan nos está indicando que, con los medios tecnológicos existentes hoy en día, más las mejoras que sin duda irán sucediéndose en ellos en el futuro inmediato, tenemos la posibilidad de estudiar unos campos concretos, sea del momento histórico que sea, imposibles de investigar hace apenas unas décadas. Ni que decir tiene que eso no implica en absoluto renunciar a los métodos de investigación más tradicionales, pero sí es cierto que abre una serie de posibilidades a nuevas temáticas de investigación impensables hace pocos años. En nuestro caso, nos referimos a la Edad Media, pero en realidad ese tipo de nuevos métodos sirve para cualquier período histórico. En este sentido, recuerdo haber visto documentales de televisión donde la Profesora Sarah Parcak, mediante el uso de satélites comerciales y de la NASA, localizaba posibles lugares de interés arqueológico en sitios tan dispares como Egipto -con dataciones sobre el 2500 a.C.- de Túnez, Rumanía o la misma Roma, en este último caso en relación con la ciudad de Portus, en época del emperador Claudio. Evidentemente sabíamos que en esa época el puerto de Ostia era prácticamente inservible por acumulación de detritos para barcos de gran calado, por lo que se construyó un nuevo puerto, Portus. Eso lo podemos saber por información de las fuentes escritas o por alguna fuente epigráfica, pero encontrar la ubicación exacta era un problema, hasta que se pudo detectar satelitalmente la localización exacta. Es sólo un ejemplo, que en este caso no viene del Profesor Frankopan, pero que es explicativo en relación con los casos que él menciona en esas páginas de su libro. El libro en cuestión tiene como subtítulo “presente y futuro del mundo” y así es, no ya en cuanto al contenido global de la publicación, al presentarnos un futuro con el centro de gravedad de la economía -y del poder, en realidad- en Asia, sino que también nos muestra, especialmente en esas dos páginas unos ejemplos del presente de los nuevos métodos de investigación histórica y nos deja abierta la puerta a imaginar lo que nos puede deparar el futuro en ese sentido, tanto en cuanto a métodos de investigación como en cuanto a temas para investigar. Y hay algo que no debe de pasar desapercibido. Si lo usual era acudir e investigar las fuentes de forma física, hoy en día y mediante internet -o mediante esos satélites o drones- podemos investigar esas fuentes físicas sin tener siquiera que desplazarnos. El libro ha sido una lectura placentera, aunque insisto, en mi opinión más de geoeconomía que de historia, pero interesante en el sentido de que son temas que estamos viviendo en el presente, son temas actuales que vemos en los medios de comunicación a diario y que nos demuestran que todo ha cambiado sin apenas darnos cuenta pero creo que de forma irremediable. Barcelona, 6 junio 2024