MANUAL DE PSICOLOGÍA DE LA MEMORIA 2 Consulte nuestra página web: www.sintesis.com En ella encontrará el PROYECTO catálogo EDITORIAL completo y comentado 3 4 MANUAL DE PSICOLOGÍA DE LA MEMORIA JOSÉ MARÍA RUIZ-VARGAS 5 6 Diseño de cubierta: Verónica Rubio Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previstos en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A. © José María Ruiz-Vargas © EDITORIAL SÍNTESIS, S. A. Vallehermoso, 34. 28015 Madrid Teléfono 91 593 20 98 www.sintesis.com ISBN: 978-84-995842-1-8 7 A mi familia, A mis amigos, A mis alumnos. Ellos animan mi memoria. 8 Índice Prólogo 1. Introducción: ¿Qué es la memoria? 1.1. El valor de la memoria 1.2. Definición de memoria 1.3. La memoria es asombrosa y desconcertante 1.4. ¿Cuántas memorias hay? 1.5. La función de la memoria 1.6. Los límites de la memoria 1.7. Recuerdos falsos 1.8. La memoria no es perfecta, pero sí fiable 1.9. Comentario final PRIMERA PARTE MARCO TEÓRICO 2. El estudio científico de la memoria 2.1. Introducción 2.2. Las grandes tradiciones en el estudio de la memoria: Ebbinghaus y Bartlett 2.2.1. El trabajo pionero de Hermann Ebbinghaus, 2.2.2. El enfoque de Frederic Bartlett 2.3. Marcos teóricos en la investigación de la memoria 2.3.1. Asociacionismo, 2.3.2. Psicología Cognitiva, 2.3.3. Neurociencia Cognitiva 2.4. Niveles de análisis 2.5. Metáforas de la memoria 2.6. Psicología cognitiva de la memoria 9 3. Arquitectura de la memoria 3.1. La arquitectura funcional de la memoria: perspectiva cognitiva 3.1.1. El modelo modal: la arquitectura de la memoria según Atkinson y Shiffrin, 3.1.2. Un enfoque funcional: El marco de los niveles de procesamiento, 3.1.3. Evaluación del modelo de memoria de Atkinson y Shiffrin 3.2. Naturaleza unitaria versus múltiple de la memoria 3.2.1. La “doctrina unitarista” de la memoria, 3.2.2. El enfoque de sistemas múltiples, 3.2.3. Discrepancias entre ambos grupos de teóricos: Un experimento sencillo 3.3. Disociaciones de memoria 3.3.1. Las disociaciones y su lógica, 3.3.2. Tipos de disociaciones 3.3.3. ¿Cuál es el significado teórico de las disociaciones? 3.4. La arquitectura de la memoria: perspectiva neurocognitiva 3.4.1. Historia de la investigación moderna sobre sistemas de memoria, 3.4.2. Definición de sistema de memoria y criterios para su establecimiento, 3.4.3. Sistemas cerebrales de memoria 3.5. Sistemas de memoria: conclusión SEGUNDA PARTE LA MEMORIA EN EL LABORATORIO 4. Las memorias sensoriales Introducción I. LA MEMORIA ICÓNICA 4.1. Amplitud de aprehensión 4.1.1. La técnica de informe total, 4.1.2. La técnica de informe parcial 4.2. Características básicas de la memoria icónica 4.2.1. Capacidad de la memoria icónica, 4.2.2. Duración de la memoria icónica, 4.2.3. Contenido de la memoria icónica 4.3. El lugar de la memoria icónica 4.4. Memoria icónica y percepción 4.5. Evolución del concepto de memoria icónica 10 II. LA MEMORIA ECOICA 4.6. Paradigmas experimentales 4.6.1. La técnica de informe parcial, 4.6.2. La técnica de enmascaramiento, 4.6.3. La técnica del sufijo 4.7. Estudios electrofisiológicos 4.8. Características básicas de la memoria ecoica 4.8.1. Duración de la memoria ecoica, 4.8.2. Contenido de la memoria ecoica Conclusión general 5. La memoria a corto plazo 5.1. Introducción 5.1.1. El motor de la cognición, 5.1.2. ¿Diferentes términos para el mismo sistema?, 5.1.3. La memoria a corto y a largo plazo: ¿dos sistemas separados o un único sistema? 5.2. La estructura de la memoria a corto plazo 5.2.1. La MCP es una memoria de trabajo, 5.2.2. El método de la tarea secundaria, 5.2.3. El modelo de memoria operativa de Baddeley 5.3. Los límites de la MCP 5.3.1. Límites temporales: El olvido a corto plazo, 5.3.2. Los límites de capacidad de la MCP 5.4. Procesos básicos en MCP 5.4.1. Codificación, 5.4.2. Almacenamiento, 5.4.3. Recuperación 5.5. Recapitulación final 6. La memoria a largo plazo (I): Codificación, organización y consolidación 6.1. Introducción: la memoria a largo plazo 6.1.1. MLP tras intervalos de retención extraordinariamente largos, 6.1.2. La lógica de la memoria: Codificación, almacenamiento y recuperación 6.2. Procesos de codificación 6.2.1. Niveles de procesamiento, 6.2.2. Repaso de mantenimiento y repaso elaborativo, 6.2.3. Aprendizaje incidental versus aprendizaje intencional, 6.2.4. Códigos estructurales, códigos semánticos e intencionalidad, 6.2.5. La búsqueda de una medida independiente de profundidad, 6.2.6. Elaboración, congruencia y distintividad, 6.2.7. 11 Profundidad de procesamiento versus procesamiento apropiado para la transferencia, 6.3. Organización de la MLP 6.3.1. Organización impuesta por el experimentador: asociativa y categorial, 6.3.2. Organización subjetiva, 6.3.3. Organización y distintividad: Una paradoja aparente 6.4. Procesos de consolidación 6.4.1. Diferentes tipos de consolidación, 6.4.2. El modelo estándar, 6.4.3. La teoría de huellas múltiples, una alternativa al modelo estándar, 6.4.4. Reconsolidación, 6.4.5. Consolidación/reconsolidación, recuperación y dinámica de la memoria: Una perspectiva cognitiva 7. La memoria a largo plazo (II): Recuperación 7.1. Introducción 7.2. Disponibilidad y accesibilidad 7.2.1. Sabemos más de lo que podemos recordar, 7.2.2. El fenómeno de la punta de la lengua, 7.2.3. Información disponible e información accesible 7.3. El proceso de recuperación: principios básicos 7.3.1. El paradigma de codificación/recuperación, 7.3.2. El principio de la especificidad de la codificación, 7.3.3. Estrategias de recuperación, 7.3.4. El “modo recuperación”, 7.3.5. La experiencia de la recuperación 7.4. Formas de recuperación: explícita versus implícita 7.4.1. Tareas de memoria, 7.4.2. Tareas de memoria explícita, 7.4.3. Relaciones entre recuerdo y reconocimiento, 7.4.4. Tareas de memoria implícita, 7.4.5. Criterios operativos para la distinción entre tareas 7.5. Contexto y recuperación 7.5.1. Memoria y contexto externo, 7.5.2. Memoria y contexto interno, 7.5.3. Memoria dependiente del contexto: Conclusión 7.6. Procesos básicos de la MLP: a modo de resumen 8. Olvido 8.1. Introducción 8.2. Definición de olvido 8.3. Tipos de olvido 8.4. Olvido incidental 8.4.1. La teoría del decaimiento o los efectos del paso del tiempo sobre 12 la memoria, 8.4.2. Teorías clásicas de la interferencia, 8.4.3. Paradigmas experimentales y tipos de interferencia, 8.4.4. Otros fenómenos de interferencia, 8.4.5. Mecanismos subyacentes a la interferencia ¿Cómo se produce el olvido?, 8.4.6. La inhibición como un mecanismo adaptativo 8.5. Olvido motivado 8.5.1. La necesidad de olvidar, 8.5.2. Olvido dirigido: Métodos y explicaciones, 8.5.3. Represión, 8.5.4. Olvido y recuerdo en situaciones de estrés emocional 9. Memorias falsas 9.1. Introducción 9.2. Errores y distorsiones de memoria: breve revisión histórica 9.2.1. Orígenes de la investigación sobre memorias falsas, 9.2.2. El trabajo de Bartlett sobre distorsión de la memoria, 9.2.3. El trabajo de Allport y Postman, 9.2.4. La era moderna en el estudio de las memorias falsas 9.3. El control de las fuentes de la memoria: distinguiendo entre realidad y fantasía 9.4. La generación de memorias falsas: paradigmas y mecanismos 9.4.1. El paradigma Deese-Roediger-McDermott, 9.4.2. Creación de memorias falsas de eventos complejos 9.5. La base funcional de la memoria constructiva 9.6. Los siete pecados de la memoria: un marco integrador de los errores de la memoria TERCERA PARTE LA MEMORIA EN EL MUNDO REAL 10. El recuerdo del pasado personal: La memoria autobiográfica 10.1. Introducción 10.2. Conceptos y definiciones 10.2.1. Memoria episódica, memoria semántica y memoria autobiográfica, 10.2.2. Recuerdos autobiográficos versus hechos autobiográficos, 10.2.3. Componentes de la memoria autobiográfica 10.3. Métodos de estudio 13 10.3.1. La técnica de las palabras clave, 10.3.2. El método de los diarios, 10.3.3. Los cuestionarios de memoria 10.4. Estructura y organización de la memoria autobiográfica 10.4.1. El sistema de memoria del yo, 10.4.2. Organización de la memoria autobiográfica, 10.4.3. La memoria episódica, 10.4.4. La construcción de los recuerdos autobiográficos, 10.4.5. Los recuerdos autobiográficos involuntarios 10.5. Accesibilidad de los recuerdos autobiográficos: la curva de recuperación del ciclo vital 10.5.1. La amnesia infantil, 10.5.2. El fenómeno de la reminiscencia 10.6. Los recuerdos que nos definen 10.7. La búsqueda de la coherencia o cómo el yo interpreta el pasado 10.8. La función de la memoria autobiográfica 10.8.1. La función relativa al yo, 10.8.2. La función social o comunicativa, 10.8.3. La función directiva 11. Estrés, trauma y memoria 11.1. Introducción 11.2. Estrés y trauma: ideas básicas 11.3. Emoción, estrés y memoria 11.3.1. ¿Cómo influye la emoción en la memoria?, 11.3.2. El impacto de las emociones negativas sobre la memoria 11.4. La memoria del trauma 11.4.1. Trastorno de estrés postraumático, 11.4.2. El impacto del trauma sobre la memoria: TEPT y memoria 11.5. Explicando la memoria traumática 11.5.1. La ley de Yerkes-Dobson, 11.5.2. La hipótesis de Easterbrook, 11.5.3. Teorías cognitivas del trastorno de estrés postraumático 11.6. Controversias sobre memoria y trauma: situación actual 12. Amnesias 12.1. Introducción 12.2. La amnesia: definición y clasificación 12.3. El síndrome amnésico 12.3.1. El paciente amnésico HM, 12.3.2. Tipos de amnesia, 12.3.3. Características definitorias del síndrome amnésico, 12.3.4. La 14 memoria de los pacientes amnésicos: ¿qué está alterado y qué está preservado?, 12.3.5. Teorías explicativas de la amnesia 12.4. Amnesia retrógrada focal o aislada 12.4.1. Neuropatología de la amnesia retrógrada focal, 12.4.2. Perfil neuropsicológico de la ARF, 12.4.3. Teorías explicativas de la ARF 12.5. Amnesia funcional 12.5.1. Clasificación de las amnesias funcionales, 12.5.2. La amnesia retrógrada funcional, 12.5.3. Perfil neuropsicológico de la amnesia retrógrada funcional, 12.5.4. Amnesias retrógradas orgánicas y funcionales: ¿Dos caras de la misma moneda?, 12.5.5. Una explicación de la amnesia retrógrada funcional: El síndrome de bloqueo mnésico Notas Referencias bibliográficas 15 Prólogo Cuando acepté la invitación de Editorial Síntesis de escribir un Manual de psicología de la memoria, sabía que me enfrentaba a un reto formidable. La investigación de la memoria ha experimentado un desarrollo sin precedentes en las dos últimas décadas y esa conquista de conocimiento tenía que aparecer reflejada en el nuevo texto. Si bien mi experiencia en la elaboración de este tipo de libros no era escasa, desde la publicación de mi primer texto sobre la psicología de la memoria, allá por el año 1991, el panorama científico en este campo ha cambiado tanto que la nueva obra no podía limitarse a una simple puesta al día de mis trabajos anteriores. El nuevo objetivo, por tanto, exigía planteamientos muy renovados respecto a la organización interna o a la estructura del Manual, respecto a sus contenidos concretos y, cómo no, respecto al estilo empleado en su redacción. Se trataba, en definitiva, y así me lo planteé, de preparar un “manual de memoria” actualizado, riguroso y acorde con los objetivos docentes actuales. Una tarea así conlleva exigencias y también limitaciones. Respecto a las primeras, lo primordial es configurar una estructura coherente, sólida y bien fundamentada teóricamente, esto es, un índice que refleje el estado actual de la investigación y el conocimiento relevante sobre la memoria humana. Respecto a las limitaciones, resulta obvio decir que la construcción de la estructura que organiza los contenidos de un Manual pasa por una ineludible selección: no es posible incluir y tratar todos los asuntos de cuyo interés nadie duda en un espacio necesariamente limitado. Esta última cuestión depende de una toma de decisión nada fácil en la que el autor tiene que evitar por todos los medios un conflicto de intereses entre sus preferencias y sesgos personales y los que la comunidad científica ha ido consensuando bajo la forma de textos o manuales estándar. Ahora bien, los manuales de psicología de la memoria han experimentado, a su vez, una transformación sustancial a lo largo de las tres últimas décadas. Las razones han sido múltiples y diversas, aunque, en mi opinión, la evolución del contenido de estos libros de texto ha estado determinada primordialmente por los dos desarrollos responsables del espectacular cambio que ha experimentado en los últimos años todo el enfoque científico de la memoria. Dichos desarrollos están definidos por el enfoque de los sistemas múltiples de memoria, de naturaleza teórica, y por el enfoque ecológico o del estudio de la memoria cotidiana, de naturaleza metodológica. La asunción de tales presupuestos permite definir, básicamente, las líneas sobre las 16 que se vertebra el contenido general, pero, en modo alguno, restringe los márgenes que permiten al autor imprimir un estilo y una orientación personal a toda la obra. Por consiguiente, y con la experiencia de más de treinta años en el estudio, investigación y docencia de la psicología de la memoria, consideré que un manual moderno de psicología de la memoria debía organizarse a partir de tres ejes: uno que definiera con claridad el marco teórico y de trabajo en cuyo seno ha tenido y está teniendo lugar la investigación relevante sobre la memoria; otro que permitiera organizar los hallazgos experimentales y el conocimiento derivado acerca de las estructuras y los procesos básicos de memoria, y un tercero que reflejara el incalculable valor del conocimiento conquistado a través del estudio de determinados fenómenos y condiciones de memoria desde la perspectiva naturalista. El resultado de ese planteamiento es el presente Manual de psicología de la memoria, cuyo contenido lo integran 12 capítulos organizados en una introducción (Capítulo 1: Introducción: ¿Qué es la memoria?) y tres partes: marco teórico, la memoria en el laboratorio y la memoria en el mundo real, que recogen mi personal modo de sintetizar el actual estado de la cuestión en la ciencia de la memoria. La memoria es un fenómeno de una extraordinaria complejidad que requiere para su comprensión la convergencia de teorías, métodos y datos de diferentes niveles de análisis. Desde tal compromiso epistemológico, la adopción de un enfoque multi-nivel, en el que se da un predominio claro de los datos conductuales, cognitivos y neurocognitivos (en ese orden), me ha permitido trazar las coordenadas del marco conceptual y de trabajo. Así, la Primera Parte, el Marco teórico, define y configura el contexto teórico y metodológico en el que se justifica científicamente el resto de la obra. Esta primera parte la forman dos capítulos, uno sobre las grandes tradiciones y enfoques en el estudio de la memoria (Capítulo 2: El estudio científico de la memoria), y otro en el que se describen los modelos y teorías de la memoria más influyentes, especialmente los desarrollados en el ámbito de la Psicología Cognitiva y en el de la Neurociencia Cognitiva (Capítulo 3: Arquitectura de la memoria). Esto no significa que todos los fenómenos de memoria de los restantes capítulos hayan sido analizados por igual desde ambas perspectivas teóricas ni se apoyen siempre en datos provenientes de ambos niveles de análisis. En ningún momento he pretendido que éste fuera un manual de neurociencia cognitiva de la memoria sino de psicología de la memoria, razón por la cual los análisis se han basado primordialmente en datos conductuales y cognitivos, y, cuando se ha considerado oportuno y justificado, en datos neurocognitivos. La organización de los nueve capítulos restantes en dos partes metodológicamente diferentes marca explícitamente la trascendencia de las dos grandes corrientes metodológicas en el estudio de la memoria humana: la investigación de laboratorio (de naturaleza cuantitativa) y la investigación naturalista o de la vida real (interesada por la exactitud o fidelidad de la memoria). Dos enfoques con una historia de enfrentamientos y debates pero con un happy end en el que se ha reconocido la necesidad y la complementariedad de ambas metodologías. En concreto, la Segunda Parte (La memoria en el laboratorio) incluye seis capítulos 17 en los que se analizan, siguiendo el esquema clásico de estructuras y procesos, las memorias sensoriales (Capítulo 4), la memoria a corto plazo (Capítulo 5) y la memoria a largo plazo. La complejidad y extensión de los estudios sobre memoria a largo plazo aconsejó tratarlos en cuatro capítulos distintos que, en realidad, constituyen dos unidades temáticas, desdobladas por razones puramente prácticas en dos capítulos cada una. La primera de tales unidades temáticas está dedicada a los procesos básicos (Capítulo 6: Codificación, organización y consolidación; y Capítulo 7: Recuperación) y la segunda a los fallos o errores de la memoria (Capítulo 8: Olvido; y Capítulo 9: Memorias falsas). Los avances conseguidos en la investigación de laboratorio durante los últimos 10 ó 15 años han sido espectaculares en todos los frentes analizados en esta segunda parte, una circunstancia que ha hecho necesario revisar a fondo innumerables líneas de investigación muy novedosas y de un extraordinario interés teórico y metodológico. Creo modestamente que estos seis capítulos ofrecen un panorama actualizado, riguroso y exhaustivo de los grandes logros de la investigación experimental de la memoria. Finalmente, la Tercera Parte (La memoria en el mundo real) recoge, a lo largo de tres capítulos, los últimos avances en asuntos de tanta relevancia personal y social, y por supuesto teórica, como la memoria autobiográfica (Capítulo 10), las relaciones entre estrés, trauma y memoria (Capítulo 11) y las amnesias (Capítulo 12). Los estudios sobre memoria autobiográfica, a pesar de encontrarse todavía en una fase muy incipiente, están configurando un panorama teórico muy interesante y sugerente que, con toda probabilidad, acabará modificando de un modo sustancial la “doctrina” dominante sobre el sistema de memoria episódica. Por otra parte, las investigaciones y teorías sobre las relaciones entre estrés traumático y memoria están acaparando cada vez más el interés de los científicos, que ven en este campo de estudio una vía muy apropiada para abordar el espinoso problema de las relaciones entre emoción y memoria, así como el de las consecuencias psicológicas, clínicas y sociales de las situaciones de estrés extremo o traumático sobre el cerebro y la memoria. Por último, la investigación de la amnesia, cuyas aportaciones teóricas a la ciencia de la memoria son evidentes desde hace varias décadas, me ha permitido abordar los estudios sobre tres condiciones especialmente destacadas de memoria patológica (el síndrome amnésico, la amnesia retrógrada focal y la amnesia funcional) que, asumiendo etiologías diferentes, coinciden en dejar de manifiesto la complejidad sin límites de la memoria como fenómeno psicológico y como producto cerebral. Naturalmente, otros muchos temas de innegable interés merecerían haberse incluido en esta última parte dedicada a la investigación de la memoria en contextos naturales. La única razón de no haberlo hecho ha sido puramente pragmática: un texto como éste, destinado fundamentalmente a estudiantes universitarios, debe tener una extensión limitada. Una alternativa habría sido aumentar el número de temas tratados a cambio de acortar su de-sarrollo. Resulta evidente que mi opción, como universitario y académico, pasa por no renunciar al desarrollo profundo de aquello que se decide estudiar. Durante el tiempo que he dedicado a la escritura de este Manual, he contado con el apoyo y el ánimo de muchos colegas y amigos, y, por supuesto, de mi familia, quienes, 18 además, han mostrado una infinita paciencia y tolerancia ante mi “retiro” físico y mental y, a veces, también, mi humor inapropiado (mi mujer y mi hija saben mejor que nadie a lo que me refiero). Mercedes, además, leyó todo el manuscrito e hizo sugerencias que ayudaron a mejorarlo. A todos ellos dedico este libro como muestra de mi profundo agradecimiento. Quiero, por último, agradecer a Editorial Síntesis el haberme confiado la elaboración de esta obra, que espero contribuya a conocer mejor el fascinante universo de la memoria humana. Madrid, enero de 2010 19 1 Introducción: ¿Qué es la memoria? Todo en la vida es memoria, salvo el delgado filo del presente. Michael Gazzaniga 1.1. El valor de la memoria La memoria, como la salud, y como tantas otras cosas en la vida, parece que sólo se valora cuando se pierde o, más exactamente, cuando nos asalta la inquietante sospecha de que tal vez estamos empezando a perderla. Aunque las cosas parecen estar cambiando, todavía predomina la idea, entre la gente en general, de que la memoria tiene poca importancia para la vida; de que, a lo sumo, la memoria sirve para aprender cosas al pie de la letra, como un número de teléfono, la letra de una canción o la lista de la compra. Qué poco le cuesta a la gente confesar públicamente que tienen “una memoria malísima” y con qué frecuencia se presentan a sí mismos en cualquier tipo de ambiente público o social como “un desastre total” en asuntos de memoria. Ante tal comportamiento, uno se siente tentado a pensar que tras esas estrambóticas confesiones públicas se esconden, al menos, dos creencias falsas: por un lado, que la memoria vale realmente para muy poco, y, por otro, que la atribución de tener “una memoria fatal” les confiere un aire o un interés especial, convencidos quizás de que eso de tener una mala memoria les equipara al estereotipo de sabio despistado: una persona muy inteligente y genial, pero un desastre en el terreno social, al que se le olvida siempre dónde deja las gafas o cómo se llama la persona que acaban de presentarle. Aunque en los últimos años se empieza a notar cierto cambio de actitud frente a esa valoración negativa de la memoria, aún se sigue considerando mayoritariamente que para lograr el triunfo en los estudios, en el trabajo o en la vida en general, lo que importa es la inteligencia, que, por cierto, se asume –y ésta es otra idea errónea muy extendida– que poco o nada tiene ver con la memoria. Sin embargo, la incidencia cada vez mayor de enfermedades neurodegenerativas en la sociedad actual y el conocimiento empírico y ampliamente extendido de que muchas de tales enfermedades comienzan manifestándose a través de fallos de memoria, está 20 haciendo caer en la cuenta a mucha gente de que eso de “la memoria” parece ser más importante de lo que se pensaba. Es un hecho probado que la devastadora enfermedad de Alzheimer es diagnosticada, en la mayor parte de los casos, porque los familiares de la persona afectada empiezan a sospechar y a alarmarse de tal posibilidad al observar fallos de memoria “más frecuentes de lo habitual” en el día a día de esa persona, y entienden que lo que procede es acudir a la consulta del médico. No hay duda de que la asociación que el ciudadano de a pie ha establecido, de un tiempo a esta parte, entre olvidos y posibles disfunciones cerebrales, atribuidas habitualmente a una probable enfermedad de Alzheimer más que al proceso natural de envejecimiento, está en el origen de una cada vez mayor toma de conciencia de que la memoria juega un papel clave en la existencia humana. En el primer capítulo de su obra autobiográfica Mi último suspiro, el genial director de cine Luis Buñuel nos ofrece un magnífico ejemplo de lo que estamos diciendo, cuando con evidente pesar confiesa: “Pero, a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace más y más preciosa […] Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida”. Y es que la memoria, en efecto, constituye una parte esencial de nuestra vida. La memoria es el elemento indispensable y básico para la realización de cualquiera de las numerosas actividades que integran nuestro quehacer cotidiano. Todo lo que hacemos, incluso lo que pensamos hacer y luego no hacemos, exige la participación de nuestra memoria. Desde el preciso instante en que despertamos cada mañana, nuestra memoria entra en acción (sin contar el papel que puede llegar a desempeñar durante el sueño) y, gracias a la participación del conocimiento y de la experiencia acumulados en ella, podemos interpretar y entender la alarma del despertador que interrumpe abruptamente nuestro sueño, reconocer de inmediato el lugar en el que nos encontramos y todos los muebles y objetos que nos rodean, recordar si es un día laborable o festivo y qué es lo que tenemos que hacer a continuación, así como dónde está el cuarto de baño, cómo asearnos y vestirnos, cómo preparar el desayuno y qué tipo de alimentos son los más apropiados para esa primera comida del día. Sin la intervención de la memoria en el preciso instante en que nuestro cerebro pasa del sueño a la vigilia, no entenderíamos absolutamente nada de lo que ocurre a nuestro alrededor y, en consecuencia, ni sabríamos qué hacer ni podríamos actuar de una manera eficaz o adaptativa. Esa función de guía de nuestra conducta la está cumpliendo la memoria permanentemente, de la mañana a la noche, en cada momento del día, todos los días de nuestra vida. En ocasiones, somos conscientes del servicio que nos presta, como cuando decidimos llamar por teléfono a nuestros padres o a nuestra hija y, con un mínimo esfuerzo, recordamos con toda precisión y en el orden correcto las nueve cifras de su número telefónico. Del mismo modo que, cuando nos cruzamos en el trabajo con un compañero y nos pregunta cómo nos fue la reunión con el jefe, recordamos al instante y sin dificultad dicho encuentro y le hacemos un relato detallado de lo sucedido. En otros momentos del día, por el contrario, no nos percatamos de que nuestro comportamiento 21 también está siendo guiado sabiamente por nuestra memoria. Saber quiénes somos, quiénes son las personas que nos rodean, dónde estamos o qué son los múltiples objetos con los que nos relacionamos en todo momento serían algunos de los interminables ejemplos en los que el trabajo de la memoria pasa desapercibido, y, sin embargo, nada de ello sería ni remotamente posible si nuestra memoria no interviniese. Como tampoco sería posible escribir, leer, hablar, caminar, conducir, ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, etcétera, si de repente nos quedásemos sin memoria. De hecho, el trabajo no consciente de nuestra memoria supera habitualmente al trabajo consciente y, tal vez por ello, porque frecuentemente la gente ni sospecha que lo que está haciendo es posible gracias a su memoria, abunda la creencia de que la memoria sólo sirve en contadas ocasiones. Ese desconocimiento casi general acerca del imprescindible papel de la memoria en todas y cada una de las actividades humanas (y animales, en general), se encuentra, sin duda, en la base de esa actitud o de esa tendencia, tan extendida en nuestra sociedad, a infravalorar e incluso negar el valor de la memoria. 1.2. Definición de memoria Si la memoria es algo sin lo cual no podemos hacer nada, ¿qué es la memoria y cómo definirla? A decir verdad, todavía no es posible dar una respuesta totalmente satisfactoria a esa pregunta, pero los científicos dedicados a su estudio llevan años descubriendo aspectos muy interesantes de la memoria. Así, actualmente disponemos de potentes y elegantes teorías que nos hablan de las estructuras y de los procesos básicos, así como de los mecanismos que intervienen en el trabajo de la memoria; de ciertas reglas que rigen su funcionamiento; de las regiones y estructuras cerebrales que parecen desempeñar un papel clave en dicho funcionamiento, o de que lo apropiado es hablar de diferentes memorias o sistemas y no de la memoria, porque la memoria, como se verá más adelante, no es una sola cosa. Hoy día, el conocimiento acumulado acerca de la memoria es abundante y sólido, lo que permite, asimismo, establecer predicciones sobre qué ocurrirá o cómo funcionará nuestra memoria bajo los efectos de determinados factores, inocuos unos y nocivos otros. Sin embargo, al mismo tiempo, el estudio científico de la memoria, que ya hace años sobrepasó un siglo de investigación, y que no deja de revelar sus infinitos secretos, desvela que ésta es un fenómeno de una complejidad extraordinaria; tanto, que –como ha señalado recientemente el gran teórico Endel Tulving1–, el grado de complejidad de la memoria excede con creces lo que cualquier científico podría imaginar. Steven Rose, neurobiólogo británico y autor de The making of memory, escribió en el Prólogo de ese libro: “Durante la mayor parte de mi vida como investigador, he contemplado a la memoria como uno de los más desafiantes fenómenos biológicos y humanos”. Richard Thompson y Stephen Madigan, dos psicólogos estadounidenses de 22 reconocido prestigio por sus abundantes y brillantes aportaciones en este campo, abren su reciente obra Memory: The key to consciousness subrayando esa misma idea con estas palabras: “La memoria es el fenómeno más extraordinario del mundo natural”. Y en línea con todo ello, el destacado investigador de los mecanismos moleculares de la memoria Gary Lynch, asegura que la memoria es el mayor misterio de toda la biología y de toda la psicología2. Todo el mundo queda fascinado y perplejo cuando se acerca intelectualmente al fenómeno de la memoria, cuando intenta entender los entresijos de esa capacidad para adquirir información nueva, lo que supone beneficiarse de la experiencia y, de esa manera, aumentar sus probabilidades de supervivencia. Porque ésa es, en el fondo, la gran contribución de la memoria: permitirnos sacar provecho de todo lo vivido. La memoria está diseñada para adquirir, guardar y retener, y devolvernos puntualmente registros de informaciones y de experiencias pasadas que nos ayudarán a resolver con éxito los problemas actuales. Por todo ello, la memoria podría definirse como la capacidad (de los animales) para adquirir, almacenar y recuperar diferentes tipos de conocimiento y habilidades. 1.3. La memoria es asombrosa y desconcertante La memoria es increíble, asombrosa. Piénselo un momento o, mejor, sígame y lo comprobará. En este instante, si usted quiere, puede recordar sus días de escuela: su primer maestro, su compañero de pupitre, el patio de recreo y un montón de anécdotas más de aquellos años de la niñez, aunque hayan transcurrido muchos años. Asimismo, si lo desea, puede recordar su primer amor, aquella primera vez en que se sintió locamente enamorado de aquella jovencita a la que nunca se atrevió a hablar directamente. También puede recordar a voluntad su primera cita o su primer baile en público. ¿Y qué me dice del primer día de universidad o de aquella primera mañana en que acudió a su primer trabajo? Estoy seguro de que en cuanto ha ido leyendo las frases anteriores han ido apareciendo en su conciencia montones de imágenes, una verdadera avalancha de imágenes del niño o de la niña que fue, del adolescente apasionado y desconcertado ante la vida que se le abría de par en par, o de la jovencita que entraba en la universidad cargada de proyectos e ilusiones. No obstante, ahí no se acaba el fascinante trabajo de su memoria, porque al evocar todo eso también habrá comprobado que, al mismo tiempo, se sentía transportado a aquellos escenarios y a su ambiente, y volvía a experimentar las sensaciones, las luces y los sonidos, el color de aquellos días, incluso los olores y, con una intensidad especial, las emociones y los sentimientos que envolvieron aquellas experiencias. Hace años que Tulving nos dijo que “recordar” es sinónimo de “viajar hacia atrás en el tiempo”. Y es que, en efecto, cada vez que evocamos un episodio de nuestro 23 pasado, emprendemos, literalmente, un viaje mental a través del tiempo subjetivo que nos transporta desde el momento presente a un punto concreto de nuestra vida pasada. Ese milagro, esa proeza de nuestra memoria, nos permite, cada vez que lo deseamos, reexperimentar, volver a vivir y volver a sentir, acontecimientos ya vividos. La memoria es sorprendente, sin duda. Pero es que, además, al permitirnos revivir episodios de nuestro pasado, está rompiendo el principio inamovible de algo tan solemne como la irreversibilidad del flujo del tiempo. Esta genial observación se la debemos, como tantos otros descubrimientos acerca de la memoria, a la profunda perspicacia del profesor Tulving3. Si en este momento pensamos en lo que hicimos ayer, inmediatamente nuestra memoria tuerce “la flecha del tiempo”, que es recta por definición, y la convierte en un bucle apuntando hacia atrás. Esto significa que, cada vez que recordamos un suceso de nuestro pasado, estamos quebrantando una de las leyes fundamentales de la naturaleza, la de la unidireccionalidad del tiempo. Naturalmente, tal hazaña no tiene lugar en la realidad física, sino en la realidad mental; aunque, como se sabe, la realidad mental es tan importante para los seres humanos como la realidad física. Cuando se cae en la cuenta de esa peripecia, cuando se toma conciencia de ello, resulta muy difícil no sentirse maravillado, abrumado, atónito, ante el fenómeno de la memoria, porque no sólo nos revela que ésta es de naturaleza excepcional, sino porque esa portentosa vuelta atrás en el tiempo es algo que estamos realizando casi permanentemente en nuestra vida cotidiana. Asombrado y hechizado por el “milagro” de la memoria, a la que califica de verdadero regalo de la naturaleza, no es de extrañar que Tulving haya escrito pasajes tan hermosos y conmovedores como el siguiente: Cuando la Madre Naturaleza contempla cómo sus criaturas favoritas dan la vuelta, dentro de sus cabezas, a una de sus leyes inmutables, debe de sentirse orgullosa de su propia creatividad (Tulving, 2002, p. 2). ¿Cómo hace girar la flecha del tiempo?, ¿cómo se las arregla nuestra memoria para transformar una experiencia de apenas un minuto en un recuerdo que puede durar toda la vida?, ¿cómo organiza todo lo que guarda para no agotar jamás su capacidad de almacenamiento?, ¿cómo es posible que en milésimas de segundo recupere y nos traiga a la conciencia justamente la información que necesitamos? Éstas y un sinfín más de cuestiones relacionadas, para las que apenas existen hoy respuestas científicas satisfactorias, ilustran el carácter asombroso y enigmático de la memoria. Mas la memoria resulta a la vez desconcertante, porque ¿cómo se explica que la misma experiencia pasada, el mismo recuerdo, nos venga hoy a la mente espontáneamente, sin contar con nuestra intención o nuestro deseo, cuando estamos pensando en otra cosa, y en cambio ayer eludió todos nuestros esfuerzos y los muchos intentos que hicimos por recuperarlo?, ¿por qué algunas experiencias sucumben al paso del tiempo o a otros factores y, aparentemente al menos, desaparecen de nuestra memoria y otras, por el contrario, persisten hasta el punto de convertirse en recuerdos 24 perturbadores que nos persiguen durante años?, ¿por qué algunas vivencias se olvidan fácilmente y otras, que desearíamos olvidar, se convierten en una pesadilla?, ¿por qué algunos recuerdos se distorsionan y deforman, a veces hasta límites irreconocibles, y otros, sin embargo, se conservan con una fidelidad asombrosa a lo largo de la vida?, ¿por qué el funcionamiento de la memoria parece a veces perfecto y otras frustrantemente imperfecto? Todas las preguntas formuladas, las del primer grupo y las del segundo, y muchas más, sirven para poner de manifiesto varias cosas. En primer lugar, que la memoria es un proceso cognitivo, o una facultad mental como tradicionalmente se la ha denominado, que asombra, fascina y desconcierta a todo aquel que decide entrar en su territorio con curiosidad de científico, y, en segundo lugar, que las preguntas planteadas sirven para alertarnos sobre la extraordinaria complejidad, ya mencionada, de nuestro objeto de estudio. Naturalmente, a lo largo de este libro, trataremos de dar respuesta a todas y cada una de ellas. 1.4. ¿Cuántas memorias hay? Parece razonable pensar que, ante la gran variedad de información que llega o puede llegar a nuestro cerebro, y los diferentes tipos de conocimiento a que tal información dará lugar, nuestra memoria esté constituida no por un único sistema, que tendría que hacer frente a todo tipo de información, sino por distintos sistemas, cada uno de ellos especializado y preparado para el procesamiento de un tipo concreto de información. No es fácil imaginarse a la memoria reducida a un único sistema que tuviera que procesar, almacenar y recuperar información tan diversa como, por ejemplo, la relativa a que si el cielo está cubierto de negras nubes probablemente lloverá, la relativa a la agradable experiencia que vivimos el día del nacimiento de nuestra hija o, por citar un tercer tipo, la información relativa a cómo montar en bicicleta. Repárese en que estos tres tipos de información no sólo son diferentes sino que intrínsecamente resultan incompatibles entre ellos. En concreto, la primera información es de naturaleza genérica; es decir, no se refiere a nada concreto, sino que se refiere a una invarianza de la naturaleza, por lo que se trataría de una información aplicable a múltiples situaciones y, en consecuencia, exigiría para su mantenimiento la existencia de un sistema capaz de registrar principios generales (e.g., si está nublado puede llover, si toco un enchufe eléctrico puedo sufrir una descarga, si suelto el vaso que tengo en la mano se caerá, etcétera). Por el contrario, la segunda se refiere a un episodio concreto y específico ocurrido en un contexto determinado (la fecha, el lugar y muchas cosas más relacionadas con el momento del nacimiento de nuestra hija); esto es, se trataría de una “varianza”, que requeriría, en consecuencia, la existencia de un sistema de memoria diseñado para registrar acontecimientos particulares, episodios concretos, contextos 25 determinados (el día que nació mi hija, la tarde que conocí a mi buen amigo Juan, el olivo concreto donde encontré un nido de tórtolas cuando era niño, o la playa donde disfruté las pasadas vacaciones de verano). El tercer caso, por último, hace referencia al conjunto de procedimientos aprendidos que nos permiten montar adecuadamente en bicicleta, y demandaría la existencia de un sistema de memoria preparado para representar cómo se hacen cosas tales como montar en bicicleta, conducir un automóvil, tocar el piano, tejer un jersey, jugar al fútbol o hacer un exquisito pastel, sin tener que dar cuenta ni de significados ni de contextos. Los ejemplos anteriores son una prueba de que vivimos en un mundo muy heterogéneo y muy complejo, donde la supervivencia exige estar afrontando continuamente problemas de muy distinta naturaleza y, en muchos casos, mutuamente incompatibles. De ahí que, contar con múltiples sistemas de memoria, especializados en la recogida, retención y recuperación de diferentes tipos de información, conocimiento y habilidades, sea una garantía para afrontar con éxito la diversidad y la complejidad de este mundo. Esta es una cuestión de la máxima relevancia en el panorama de la investigación de la memoria y será desarrollada extensamente en el Capítulo 3. 1.5. La función de la memoria Tradicionalmente, el objetivo de los psicólogos de la memoria ha sido identificar las estructuras y los procesos básicos de la memoria con el fin de entender y explicar cómo funciona esta capacidad cognitiva. Esa limitación de objetivos ha significado ignorar o eludir la investigación relativa a qué función o funciones cumple la memoria. En otras palabras, la psicología de la memoria no se ha planteado, o lo ha hecho tímidamente, cuestiones del tipo ¿por qué y para qué tenemos memoria los animales?, ¿para qué sirve la memoria? o ¿qué función cumple la memoria dentro de la globalidad y complejidad de la mente humana? En los últimos años, no obstante, parece que esa tendencia está cambiando y es un hecho que en la actualidad existen varias propuestas sobre la función de la memoria. Hace unos años, manifesté que la “función de la memoria es proporcionar al ser humano [y a los animales] una base de conocimiento para ser utilizado” (Ruiz-Vargas, 1994, p. 95). Cuando entonces abordé, por primera vez, estas cuestiones desde los presupuestos de la moderna teoría darwinista de la evolución, llegué a la conclusión de que la selección natural ha tenido que equipar al sistema cognitivo humano con un poderoso sistema que le permita adquirir, retener y recuperar información sobre el mundo, para poder alcanzar los niveles óptimos de adaptación que frecuentemente alcanza. O lo que es lo mismo, el hecho incuestionable de la extraordinaria capacidad de adaptación de la especie humana a los ambientes más heterogéneos y cambiantes no sería posible sin la existencia de un complejísimo conjunto de sistemas de memoria. 26 Como he señalado en trabajos previos4, si viviésemos en un mundo invariable, es decir, en un mundo donde nunca cambiase nada, donde nunca se produjese ninguna novedad, donde todo, absolutamente todo, fuese fijo, inamovible y previsible, no necesitaríamos sistemas de aprendizaje y memoria como los que tenemos. Si, en efecto, nuestro mundo fuese un medio estático e inmutable, bastaría con que la información necesaria para sobrevivir estuviese codificada a nivel de genes en una memoria de información filogenética. Dicha memoria sería común a toda la especie y contendría un repertorio de respuestas lo suficientemente amplio y diverso, aunque finito, como para reaccionar adecuadamente ante cualquier situación posible dentro de un rango, por definición, también finito. Sin embargo, las cosas no son así, porque el hecho incuestionable es que este mundo está regido por el cambio, la variedad y la transformación permanentes. Naturalmente, en un ambiente tan propenso a la novedad, a la renovación, incluso a la alteración y a la perturbación de todo lo existente, sus criaturas tienen necesariamente que estar equipadas de las capacidades que les permitan ajustar sus conductas a cualquier variación de los patrones establecidos para poder mantenerse y no ser eliminadas; esto es, tienen que estar preparadas para sobrevivir. Pues bien, esa adaptación o renovación continua en la que viven inmersos los seres vivos es el origen y el motor de todas las adaptaciones, desde las más elementales a las más altamente especializadas, como, por ejemplo, los sistemas de memoria. Lo que trato de señalar con todo ello es que los sistemas de memoria son la respuesta biológica, la solución evolucionista, a las exigencias adaptativas de un medio extraordinariamente variable e imprevisible. En definitiva, y porque el cambio es lo que mejor caracteriza a la vida sobre la tierra, tenemos memoria nosotros y el resto de los animales. ¿Cuál es, entonces, la función de la memoria? Como ya señalé en mi trabajo citado, la función primaria de la memoria humana –y la de los animales, en general– es “dotar a los individuos del conocimiento necesario para guiar su conducta adaptativa con independencia de la complejidad de las situaciones” (ibidem, p. 94). Si tenemos en cuenta que los elementos causales de cualquier conducta humana se concretan en una amplia variedad de procesos y operaciones mentales –que incluirían la definición de un objetivo, un plan para alcanzarlo, una evaluación de los recursos disponibles y de los costes-beneficios, procesos de juicio, razonamiento y solución de problemas– y que todos ellos utilizan grandes cantidades de conocimiento almacenado en memoria, se hace patente, no sólo la trascendencia de la memoria para la supervivencia, sino también el papel crucial que juega dentro de la globalidad y complejidad de la mente humana. De todo ello, me interesa destacar la función directiva atribuida a la memoria; es decir, el papel de “guía” que la memoria cumple en los animales dotados de capacidad real de aprendizaje, en general, y en los seres humanos en particular. La idea básica es que, gracias a nuestra capacidad de memoria, nuestro cerebro utiliza la experiencia para dotarse de una base de conocimiento de donde recuperar la respuesta adecuada a cada situación concreta. Y ése es el punto de partida de nuestro comportamiento adaptativo, ya que “El ser humano puede hacer frente con éxito a una extraordinaria diversidad y 27 complejidad de situaciones porque cuenta con una base de conocimiento recuperable que tiene una capacidad virtualmente ilimitada y la propiedad de reorganizarse continuamente” (Ruiz-Vargas, 2002, pp. 76-77). Resulta reconfortante comprobar que, recientemente, Jeff Hawkins (2004) no sólo asume esa misma idea, sino que la considera de tal relevancia como para postular que, en realidad, “el cerebro no computa las respuestas a los problemas, sino que las recupera de la memoria” (p. 86). Esta es la tesis central de su sugerente obra On intelligence, donde argumenta que el cerebro no es un ordenador sino un sistema de memoria que almacena las experiencias para poder hacer constantemente predicciones sobre lo que percibimos. “Cuando miro a mi alrededor –escribe Hawkins (p. 106)– mi cerebro está utilizando recuerdos para formar predicciones sobre lo que espera experimentar antes de que suceda”. El poder directivo de la memoria resulta, por tanto, determinante para la vida: sobre ese sistema de “memoria-predicción” gira todo el comportamiento inteligente. Esta concepción funcional de la memoria está cada vez más presente también entre los neurocientíficos. Marcus Raichle, de la Universidad de Washington, y uno de los más reputados teóricos en el ámbito de la neuroimagen funcional, ha destacado en fechas recientes el papel crucial de la memoria en la generación de predicciones, la función primordial del cerebro. El cerebro funciona como un motor de inferencias –escribe Raichle (2006, p. 1250)– diseñado para generar predicciones sobre el futuro. A partir de un conjunto de predicciones ‘a modo de anticipo’ en el momento del nacimiento (genes), el cerebro es después esculpido por la experiencia para representar intrínsecamente la ‘mejor suposición’ sobre el ambiente y, en el caso de los seres humanos, para hacer predicciones sobre el futuro. La memoria, por tanto, es una “adaptación” biológica cuyo diseño proporciona a los animales una base de conocimiento que sirve para guiar su conducta de forma eficaz e inteligente. Lo cual no significa negar a la memoria propiedades con las que tradicionalmente se le ha caracterizado, como, por ejemplo, recordar los días de colegio o la fiesta de fin de curso del pasado año; así como recordar los nombres de nuestros familiares y amigos, reconocer sus caras, recordar los números de teléfono o qué camino seguir para ir desde casa al trabajo. Está fuera de toda duda que gracias a la memoria las personas recordamos excelentemente todas esas informaciones y muchísimas más, así como que sin memoria no podríamos desempeñar prácticamente ninguna actividad. Sin embargo, la evolución no parece haber incluido en el diseño humano uno o varios sistemas de memoria únicamente para eso, sino para construir una base de experiencia y conocimiento que permita al animal humano disponer de un repertorio conductual extraordinariamente flexible a fin de poder desplegar en todo momento la conducta más ajustada a la situación concreta. Esa sería su función básica; todas las demás deberían considerarse, en mi opinión, subproductos de la memoria, algo secundario o derivado de la función primaria. Esta idea es compartida por otros autores5, de modo que se asume que muy pocas de las funciones actuales de la memoria humana pueden considerarse 28 como “adaptaciones genuinas”6. 1.6. Los límites de la memoria Como todo sistema evolucionado, la memoria está sometida a una serie de restricciones biológicas y funcionales cuyo objetivo es garantizar su buen funcionamiento, lo que significa que existen diversos mecanismos y procesos encargados de velar por la adecuada conservación de los sistemas de memoria. Básicamente, el papel de esos “guardianes” es el de impedir que los sistemas se sobrecargen de información, para lo cual o bien actúan como filtros que seleccionan lo relevante y significativo y descartan lo irrelevante, o bien eliminan lo superfluo que con frecuencia entra en nuestra memoria. Cada vez sabemos más acerca de tales procesos protectores de nuestra memoria, entre los que destacan los procesos de consolidación y diferentes mecanismos a su servicio como la fase de sueño REM, entre otros. No obstante, ahora no nos detendremos en su descripción y análisis, eso es algo que reservamos para más adelante. Resulta lógico suponer que si nuestros sistemas de memoria se sobrecargasen de información (algo que ocurriría, por ejemplo, si todo lo que vemos, oímos o tocamos a lo largo del día, independientemente de que fuese relevante o no, quedara retenido en nuestra memoria), dichos sistemas no podrían funcionar adecuadamente. Nuestra memoria, en general, es un sistema muy delicado que acusa, inmediatamente, los efectos de la sobrecarga de información y la de muchos otros factores. Si, tras una semana de mucho trabajo, el viernes por la tarde usted se encuentra al borde del agotamiento, sabrá por experiencia que existe una alta probabilidad de que no recuerde e incluso confunda el nombre de algunos de sus compañeros o de que olvide que tenía que pasar por el mercado y comprar unos yogures de camino a casa. Si usted está pasando por una época de mucho estrés, habrá comprobado que se le olvidan más cosas de lo habitual. Si alguien sufre un traumatismo craneal, no es extraño que tenga lapsos o pérdidas significativas de memoria, aunque sólo sea por un período corto de tiempo. Si una persona sufre una intervención quirúrgica en la que se le extirpan determinadas porciones cerebrales de sus lóbulos temporales, es altamente probable que sufra, a partir de la operación, una amnesia grave. Todos estos ejemplos nos sirven para poner de manifiesto los límites de nuestra memoria o, como dice el profesor Daniel Schacter, de la Universidad de Harvard, el “frágil poder” de la memoria humana, así como el hecho de la especial sensibilidad de la memoria a los efectos perturbadores o disfuncionales de factores de naturaleza psicológica (e.g., falta de atención, una preocupación, etc.) y de naturaleza biológica (e.g., un golpe en la cabeza, un tumor cerebral, etc.). No obstante, no se sabe si los límites de nuestra memoria vienen determinados por un problema de capacidad de los propios sistemas de almacenamiento, por un problema en el momento del registro, por un problema en el momento del recuerdo o por todo ello. 29 Los psicólogos estadounidenses Elizabeth y Robert Bjork (1988) han llamado la atención sobre este particular y han puesto de manifiesto que la tendencia dominante es a considerar a la memoria humana como un mecanismo espectacular de almacenamiento pero como un mecanismo nada fiable de recuperación. En pocas palabras, esto significaría que, en condiciones de normalidad y de buena salud, nuestra memoria no tiene, o apenas tiene, limitaciones para registrar información pero, por el contrario, presenta muchas limitaciones a la hora de recuperar lo almacenado. A nivel de la vida cotidiana, cualquiera puede comprobar que “sus problemas de memoria”, en realidad, se reducen a los momentos en que quiere o debe recordar algo, pero no al hecho de aprender cosas. Por otro lado, si los problemas a la hora de recordar se deben a que la información que necesitamos se ha desvanecido de la memoria o, por el contrario, sigue estando retenida pero no la encontramos, es una cuestión que trataremos en otro capítulo más avanzado. Sin embargo, cuando se profundiza en estas cuestiones relativas a los límites de la memoria el panorama se complica. Por ejemplo, existe abundante evidencia experimental de que, gracias a la práctica, personas con una memoria normal pueden llegar a superar a los “expertos” en memoria e incluso a los individuos con una memoria prodigiosa. Desde la década de 19807, se han venido realizando estudios experimentales en los que se ha demostrado cómo grupos de estudiantes llegaban a memorizar, tras un tiempo adecuado de práctica, listas de más de cien dígitos en un orden determinado. Lo interesante de estos estudios es que han permitido establecer cómo, mediante el uso adecuado de estrategias de codificación, recodificación y organización de la información, cualquier persona “normal” puede llegar a adquirir un nivel de experto en el uso de su memoria e incluso llegar a superar en su rendimiento a algunos individuos considerados como “memorizadores excepcionales”. El tema de la memoria excepcional o prodigiosa, a su vez, sigue siendo un misterio para los investigadores, que discrepan a la hora de explicar las proezas de memoria que algunos individuos realizan8. En cualquier caso, todas estas condiciones excepcionales plantean una pregunta para la que todavía no hay una respuesta unívoca; a saber, ¿cuál es el límite superior –si es que existe– de la memoria humana? El asunto de los límites de la memoria es complejo y muy sorprendente, aunque, en concreto, el límite inferior está nítidamente definido por la amnesia profunda, un déficit gravísimo de memoria debido, generalmente, a daños cerebrales en regiones involucradas de manera crítica en el funcionamiento de la memoria (e.g., el hipocampo y otras estructuras del lóbulo temporal), y que se caracteriza por la imposibilidad para formar recuerdos nuevos a partir del momento de la lesión y, en muchos casos, además, para recuperar las experiencias del pasado. Entre ambos límites, superior e inferior, podría establecerse un continuo con los niveles de normalidad en la parte central, aunque la realidad nos muestra que dicho continuo tiene unas fronteras difusas, tal y como lo demuestran algunos casos particulares recogidos en la literatura científica, ya sea de pacientes con alguna forma de amnesia, ya sea de individuos con memorias excepcionales y, en algunas ocasiones, dotados de una memoria que más que de 30 excepcional habría que calificar de extraña. A continuación, se presentan seis historias que ilustran, cada una a su manera, la complejidad de la memoria humana y sus límites. Todos y cada uno de estos casos serán retomados, en mayor o menor medida, en diferentes capítulos más avanzados. • HM, un hombre sin memoria El paciente HM es, sin duda alguna, el caso más famoso de amnesia. Su historia clínica comienza poco antes de que cumpliese los 10 años, el día que fue atropellado por una bicicleta, cayó al suelo y se golpeó en la cabeza. Aunque aquel accidente, aparentemente al menos, no tuvo más consecuencias, un año después comenzó a sufrir pequeñas crisis epilépticas (llamadas petit mal) y, justo el día que cumplió 16 años, tuvo su primer ataque de grand mal. El problema de HM es que su epilepsia resultó ser bastante refractaria al tratamiento medicamentoso, razón por la cual los médicos aconsejaron un tipo de intervención quirúrgica que, en la década de 1950, gozó de gran consenso para el tratamiento de la epilepsia entre los neurólogos y neurocirujanos: la extirpación bilateral de la parte interna del lóbulo temporal. El 1 de septiembre de 1953, cuando HM contaba 27 años de edad, fue sometido a tal operación de neurocirugía, que le reportó una notable mejoría de los síntomas epilépticos pero que, sin embargo, le produjo la pérdida de su capacidad para formar memorias a largo plazo. Desde entonces, este hombre padece lo que se llama una amnesia anterógrada, una condición que no le permite registrar absolutamente ninguna experiencia nueva en su memoria. HM puede mantener una conversación, aparentemente normal, con cualquiera, pero, pasados unos minutos, no recordará nada de lo hablado ni con quién estuvo conversando, ni siquiera que mantuvo una conversación. HM no reconoce a nadie con quien se haya encontrado o visto desde 1953. Su memoria es sólo del momento presente, lo que significa que puede repetir, por ejemplo, cinco o seis dígitos en el mismo orden en el que se le dicen, pero, en cuanto deja de repetirlos o se distrae con otra cosa, todo desaparece de su memoria. HM ha mantenido intacta su memoria a corto plazo, al igual que sus memorias para el aprendizaje de habilidades. Por ejemplo, este paciente puede aprender a dibujar en espejo, a jugar al tenis o a cualquier otro juego, con la particularidad de que cada vez que reanude una cualquiera de dichas actividades dirá que él no conoce al profesor, que él no ha dibujado nunca en aquel aparato, o que él no ha aprendido nunca a jugar al tenis. Su amnesia anterógrada le impide recordar justamente los llamados episodios de aprendizaje y, en consecuencia, su vida se reduce al momento presente. El caso de HM, que será analizado en profundidad en el capítulo sobre las amnesias, ilustra con claridad varias cuestiones básicas sobre la memoria, entre las que cabe destacar, por un lado, la distinción entre las memorias a corto y a largo plazo, y, por otro, que el concepto de memoria a largo plazo implica diferentes sistemas cerebrales que, 31 como tales, están implementados en regiones cerebrales distintas y, en consecuencia, no se ven afectados del mismo modo por lesiones o daños cerebrales localizados. • Una vida sin recuerdos El 30 de Octubre de 1981, un hombre de 30 años, natural de Toronto, a quien nos referiremos con las siglas KC, sufrió un accidente de motocicleta que le produjo lesiones cerebrales muy graves. En concreto, los daños afectaron a la región medial de sus lóbulos temporales, incluyendo la lesión casi completa de ambos hipocampos. Desde entonces, KC es un amnésico profundo con unas características verdaderamente peculiares y excepcionales incluso en el propio ámbito de la amnesia. Por ejemplo, sus capacidades intelectuales, su inteligencia y su lenguaje son normales, y lee y escribe con fluidez; su memoria a corto plazo es normal; su conocimiento de las matemáticas, la historia, la geografía y cualquier otra materia escolar es similar al de las personas de su nivel educativo; sus procesos de pensamiento son normales; toca el órgano, juega al ajedrez y a diferentes juegos de cartas; sus modales son ejemplares, y tiene un buen sentido del humor. Podría decirse, por tanto, que la memoria de KC es normal en términos generales; sin embargo, sus lesiones cerebrales afectaron dramáticamente al sistema de memoria encargado de registrar, retener y recuperar su pasado personal, esto es, a su memoria autobiográfica. En consecuencia, KC es incapaz de recordar nada de su pasado personal, aunque, eso sí, sabe y conoce muchas cosas acerca del mundo, lo que le permite acceder a hechos autobiográficos que podrían llevarnos a pensar que su memoria es normal. Por ejemplo, cuando se le preguntó “¿Cuál ha sido el momento más triste de su vida?”, KC respondió con un episodio específico: “Cuando murió mi hermano Roger”. No obstante, aunque esa respuesta dé la impresión de que recuerda la muerte de su hermano, no es así, ya que, según se pudo comprobar en exploraciones ulteriores, KC no puede evocar absolutamente nada de lo que hiciera o sintiera durante la ocurrencia de aquélla o de cualquier otra experiencia de su pasado personal. De modo que este paciente, que es capaz de responder con toda rapidez a cuestiones sobre aspectos semánticos de su conocimiento autobiográfico (es decir, aspectos objetivos, públicos o compartidos) como, por ejemplo, su fecha de nacimiento, la dirección de la casa en la que vivió hasta los 9 años, el nombre de los colegios a los que asistió o la casita de campo que poseen sus padres, es incapaz, sin embargo, de recordar o de evocar ni una sola experiencia de su vida pasada. Así, KC sabe que su familia es dueña de una casita de campo, sabe dónde se encuentra, puede localizarla en un mapa de Ontario, sabe a qué distancia está de su casa de Toronto, cuál es el camino más corto e incluso lo que se tarda en llegar en coche con el tráfico de los fines de semana y, por supuesto, sabe que él ha pasado allí mucho tiempo; sin embargo, no puede recordar ni una sola ocasión en la 32 que él haya estado allí ni nada de lo que allí le ha sucedido. KC juega con frecuencia al ajedrez, juego que conoce desde antes del accidente, pero no tiene ningún recuerdo de haber jugado alguna vez con alguien. KC sabe que tiene un coche y conoce la marca, el modelo y el color, pero no puede recordar ni un solo viaje realizado en su coche. En resumen, este paciente posee mucho conocimiento sobre sí mismo y sobre su pasado, pero es incapaz de evocar un solo episodio de su vida en el que se vea a sí mismo. Su conocimiento es un tipo de conocimiento impersonal, objetivo, público, similar al que posee sobre las demás personas de su entorno. En otras palabras, es un conocimiento de la propia vida desde el punto de vista de un observador y no desde el punto de vista del propio yo; es un conocimiento, en suma, semejante al que cualquiera tiene de los amigos o de los familiares. El daño cerebral convirtió la vida de KC en una vida sin recuerdos. • Prisionero de un “ahora” perpetuo En marzo de 1985, Clive Wearing9, un excepcional músico británico, productor de música antigua para la emisora de música clásica de la BBC, maestro de coro de la London Sinfonietta, director de una extensa agrupación de música renacentista, y una de las mayores autoridades mundiales sobre el compositor del siglo XVI Orlando Lasso, fue víctima de una encefalitis herpética que le afectó especialmente a ambos lóbulos temporales así como a las regiones inferiores y posteriores de los lóbulos frontales. Gracias al tratamiento rápido con medicación antiviral, Clive salvó su vida, pero las graves lesiones cerebrales anularon virtualmente todo el funcionamiento de su memoria autobiográfica. Una vez superada la fase crítica de la enfermedad, Wearing estaba confuso y desorientado, y presentaba un comportamiento errático y desordenado. Su capacidad de comprensión sufrió una merma muy significativa, su habla no tenía sentido, repetía frases carentes de significado y era incapaz de responder a preguntas muy sencillas, del tipo “¿Qué es un árbol: algo que se come, una prenda de vestir o algo que da frutos?”. Transcurridos los dos primeros meses, se comprobó también que tenía dificultades para comprender el material escrito: podía leer palabras pero no podía definirlas, y se quejaba de que las palabras habían cambiado sus significados. Su esposa Deborah se dio cuenta, además, de algo muy extraño, y es que Clive articulaba y deletreaba palabras hacia atrás, y lo hacía a tal velocidad que la gente no podía descifrarlas. Por ejemplo, a ella la llamaba “Harobed”. Respecto a su memoria, en aquellos primeros meses ya se observó que Clive era incapaz de retener nada, más allá de un brevísimo momento, lo que producía en él la sensación de que el entorno estaba en un constante estado de flujo. Ese permanente estado cambiante de las cosas le llevaba a preguntar una y otra vez, “¿Cómo lo hacen?”. Un día, para someter a prueba ese fenómeno, hizo lo siguiente: se puso un 33 bombón en una mano y lo tapaba y destapaba repetidamente con la otra. Lo dramático de aquel “experimento” fue que, si bien se daba cuenta de que el bombón no se movía, cada vez que lo destapaba le parecía que era un bombón distinto. Clive Wearing había quedado atrapado en un ahora perpetuo, eterno, atenazador. En un cuaderno en el que escribía lo que sentía, en un intento por detener, por fijar su ambiente permanentemente cambiante, este hombre había escrito: “3.15 pm: Acabo de recuperar la conciencia”, y a continuación aparecía tachado “3.15” y sustituido por “3.20”, “3.25”, y así sucesivamente. En los nueve “Diarios” que este paciente había completado hasta octubre de 1993, prácticamente sólo aparece la misma observación una y otra vez, cientos, miles de veces, siempre precedida por la hora del día y con intervalos de minutos: “Now I am awake”, que refleja su preocupación permanente por aprehender lo que no pasaba de ser más que una sensación tan repetitiva como fugaz de “Acabo de despertar”. Como consecuencia de las graves lesiones cerebrales producidas por la infección vírica, la mente de Clive quedó incapacitada para conectar, unir, pegar nada, y su yo imposibilitado para sentir la continuidad de la vida, porque la sensación de tiempo había desaparecido. Según sus propias palabras, su vida era “el infierno en la tierra; es como estar muerto”. En unas declaraciones a la BBC, su esposa Deborah Wearing hizo la siguiente descripción del “infierno” de Clive: El mundo actual de Clive consiste en un momento, sin pasado en el que anclarlo y sin futuro al que mirar. Cada momento es como un parpadeo. Él ve lo que tiene enfrente, pero en cuanto esa información llega a su cerebro, se esfuma. Nada queda registrado. Todo entra perfectamente bien… él percibe su mundo como usted o como yo, pero en cuanto lo ha percibido y mira a otro lado, desaparece. Por tanto, es algo así como una conciencia de momentos… vacía de tiempo. • Hombre blanco no identificado El 2 de Julio de 2003, alrededor de las 7 de la mañana, Douglas Bruce, un hombre de treinta y cinco años de edad, toma conciencia de que está en un vagón del Metro de Nueva York. No sabe adónde va ni de dónde viene, ni tampoco sabe quién es. Éste es un caso real de amnesia retrógrada, el caso real de un hombre que pierde todo el contenido de su memoria autobiográfica, el caso real de una persona que se ha quedado sin pasado. La desorientación, el vértigo, el terror, que probablemente genera una experiencia tan terrible, quedan reflejados con toda crudeza en las palabras del protagonista, justo una semana después de haber perdido todo su pasado10: Lo primero que veo [desde el vagón de metro en el que toma conciencia de sí mismo] es un lugar en el que no recordaba haber estado nunca en absoluto, ¡jamás!… Lo que veo son unos bloques de pisos modestos, unos antiguos y deteriorados edificios de hormigón y… apenas si había gente en el metro. Lo cual también me produjo gran desasosiego. Además, no sabía adónde iba; de modo que, de repente, pensé: ‘¿De dónde he salido?’. Estás en un lugar donde no puedes 34 orientarte, no conoces nada. ¡Es aterrador! Es sencillamente aterrador. […] Intentas recordar qué puedes haber estado haciendo o dónde cenaste la noche anterior o qué estabas haciendo o qué… ¡y no te acuerdas de nada! Tratas de aferrarte a algo. Es un poco como estar a oscuras e ir a tientas, guiándote por el tacto, e intentar encontrar algo a lo que agarrarte pero sin conseguirlo. En aquella situación de total desorientación respecto a sí mismo y al ambiente, de pronto, Doug se da cuenta de que lleva algo sobre los hombros: la mochila. Registra su contenido, pero nada de lo que contiene le da ninguna pista acerca de quién es él. Y acude a la policía. “Me dicen –continúa relatando Doug–, ‘¿Qué, podemos ayudarle?’, y respondo: Sí, sí. No sé quién soy”. Pero la policía fracasa en su intento por identificarlo, por lo que decide trasladarlo al servicio de urgencias del hospital de Coney Island. Tras las preguntas de rigor y las exploraciones oportunas para completar su historia clínica, y, ante la falta absoluta de información acerca de aquel hombre, el médico de guardia rellena el apartado sobre identificación con la denominación “Hombre blanco no identificado”. De allí es trasladado al servicio de psiquiatría, donde es sometido a más pruebas médicas. En un momento determinado, continúa relatando Doug, …me dicen, ‘¿Puede firmar esto?’ y cojo el boli y… es como si algo hiciese así (mueve con rapidez la mano con la que escribe) y empiezo… y digo ‘Joder, si puedo. ¡Soy alguien! ¡Tengo una firma!’ y… la cosa es complicada, porque mi firma consiste en poco más que un garabato, es bastante ilegible, pero me doy cuenta de que la primera letra es una D, y ¡llevan todo el día llamándome Johnny! Me preguntaron ‘¿Cómo quiere que lo llamemos, quiere que lo llamemos John?’, y dije ‘Sí, vale, está bien’, y, de pronto, ¡me di cuenta!, y dije ‘Miren, ¡soy alguien!’. En ese angustioso trance se encuentra este hombre cuando, tras mirar, buscar y explorar con verdadera ansia todos y cada uno de los rincones de su mochila y de su ropa, encuentra en el bolsillo de atrás de su pantalón un papelito en el que sólo figura un número de teléfono; no hay nombres, sólo nueve dígitos. La llamada telefónica a ese número va a suponer el inicio de su conexión con el mundo de quienes acabarán identificándolo. La historia es larga y rocambolesca pero tendrá un final feliz; al menos, en lo que se refiere a su identificación, porque Doug Bruce continúa todavía hoy sin recordar absolutamente nada de lo vivido desde su nacimiento hasta el momento en que se descubre a sí mismo en el Metro de Nueva York. Con la ayuda de amigos y conocidos, acabará reencontrándose con su padre y con sus dos hermanas, quienes relatan algunos hechos significativos en la vida de Bruce. Al mismo tiempo, este hombre acude a varios especialistas médicos que le realizan diversas exploraciones neurológicas. El resultado es siempre negativo: no hay ningún signo visible de que en su cerebro haya ocurrido nada que pueda explicar su pérdida de memoria retrógrada. Tanto los miembros de su familia como diversos especialistas en psicología y psiquiatría, con los que entró en contacto Bruce, han coincidido en señalar, como una hipotética explicación de la amnesia de este hombre, la muerte de la madre, dos años antes, tras una terrible enfermedad. Según el testimonio del padre y de las hermanas, 35 Bruce había mantenido siempre una relación muy estrecha con su madre, para quien siempre fue su hijo favorito, y la muerte de ésta había producido en él un profundo impacto emocional. Los casos de amnesia por estrés traumático son conocidos en la literatura científica desde antiguo y serán analizados más adelante. • El hombre que no sabía olvidar El neuropsicólogo soviético Alexander R. Luria nos ha legado el extraordinario testimonio de Salomón Shereshevsky11 (abreviadamente referido como S), “un hombre cuya prodigiosa memoria figura entre las más potentes jamás descritas” y que tuvo que enfrentarse a su excepcional aptitud buscando desesperadamente el modo de olvidar. La historia de S comienza en los años veinte del pasado siglo, el día en que se presentó en el laboratorio de Luria y pidió que evaluasen su memoria. S trabajaba entonces como periodista y el redactor de su sección, a la vista de su extraño comportamiento, había sido quien lo había animado a presentarse en el laboratorio. El problema salió a la luz de la siguiente manera: todas las mañanas, el jefe de la sección distribuía el trabajo entre sus colaboradores y les leía una lista de los lugares adonde deberían ir y lo que debían averiguar. Mientras todos sus compañeros tomaban abundantes notas, S no escribía nada en su bloc. Naturalmente, al redactor-jefe le sorprendió el comportamiento de S y estuvo a punto de llamarle la atención, pero su sorpresa fue aún mayor cuando, al pedirle a S que repitiese lo que les había dicho, éste recordó con toda precisión todo cuanto les había encargado. Ante la perplejidad creciente del redactor, que continuó haciéndole preguntas acerca de su memoria, S se mostró extrañado y manifestó que nunca había pensado que fuese poseedor de una memoria excepcional, ni siquiera de que su memoria fuese distinta de la de los demás. Luria inició con S una relación que duraría más de treinta años “llenos de experimentos, charlas y correspondencia”. Los primeros experimentos consistieron en la presentación de listas de palabras, series de números o series de letras, que el experimentador le leía despacio o bien le daba por escrito. S lo recordaba todo en el orden exacto en que se le había presentado. Así describe el propio Luria parte de aquella aventura: Aumenté el número de elementos en cada serie, le presentaba 30, 50 ó 70 palabras o dígitos sin que esto supusiese dificultad alguna para él. S no tenía que aprenderlas de memoria; le leía la lista de palabras o de dígitos despacio, me escuchaba con atención, a veces pedía que me parase o que le repitiese la última palabra dicha cuando dudaba de haberla oído bien. Habitualmente, cerraba los ojos durante el experimento o miraba a un punto fijo. Una vez terminada la presentación, pedía que hiciéramos una pausa, comprobaba mentalmente lo retenido y, a continuación, reproducía toda la serie sin errores ni titubeos. 36 Los experimentos demostraron que era capaz de reproducir una lista larga con la misma facilidad en orden inverso, desde el final al principio; no le costaba ningún esfuerzo decir qué palabra seguía o cuál precedía a una palabra mencionada […] Le era indiferente que las palabras, los números, las sílabas o los sonidos tuviesen o no algún significado; que se le presentasen de forma oral o por escrito; tan sólo necesitaba que cada elemento de la serie estuviese separado del otro por una pausa de 2 ó 3 segundos. Como experimentador, no tardé en sentirme cada vez más confuso. El aumento de las listas no suponía para S ningún esfuerzo mayor, y tuve que admitir que la amplitud de su memoria no tenía límites definidos. Me sentí incapaz de resolver el problema más sencillo para un psicólogo: medir la capacidad de la memoria de un individuo. Cité a S una segunda y una tercera vez. Después, estas citas fueron sucediéndose a lo largo de muchos años. Entre algunas transcurrieron días y semanas; entre otras, años […] Llegué a la conclusión de que la memoria de S no tenía límites definidos ni respecto a su capacidad ni respecto a la duración de las huellas retenidas. Los experimentos demostraron que podía reproducir, sin esfuerzo visible, cualquier lista larga de palabras que se le hubiese presentado originalmente una semana, un mes, un año o muchos años antes. Algunos de tales experimentos, que siempre finalizaban con óptimos resultados, tuvieron lugar 15 ó 16 años (!) después de la prueba de memorización y sin que se le hubiese avisado previamente. En estos casos, S tomaba asiento, cerraba los ojos, hacía una pausa y decía: ‘Sí, sí… eso ocurrió en su antigua casa… Usted estaba sentado ante la mesa y yo en la mecedora… Llevaba usted un traje gris y me miraba fijamente… Pues bien, veo lo que me decía…’ y seguidamente repetía sin error la lista de palabras que le había leído años atrás (Luria, 1973; pp. 20-23). La excepcional memoria de S se combinaba, además, con una compleja actividad sinestésica, lo que significa que cada sonido le provocaba espontáneamente sensaciones de luz y color o de gusto y tacto. Cuando escuchaba con atención a alguien, S experimentaba reacciones sinestésicas: “¡Qué voz tan amarilla y desmenuzable tiene usted!”, dijo en cierta ocasión a L.S. Vigotski, durante una conversación. “Hay gente, sin embargo, que habla polifónicamente, por decirlo así; hacen pensar en una composición, en un ramo de flores”, dijo en otra ocasión. “Hasta la fecha –confesó una vez a Luria– no he podido liberarme de ver el color de lo que oigo… Primero se me aparece el color de la voz, luego se aleja, porque interfiere… Si alguien dice una palabra, yo la veo, pero si de pronto resuena alguna voz extraña, aparecen manchas, irrumpen otras sílabas y acabo por no enterarme…” (p. 33). Tras varios años de trabajo en el periódico, S desempeñó otras profesiones hasta acabar trabajando como mnemonista profesional en un teatro, donde se ganaba la vida asombrando al público con su capacidad para recordar cantidades ilimitadas de información. Fue entonces cuando S comprobó que su excepcional memoria era también la causa de su principal problema: su incapacidad para olvidar. En efecto, el gran problema de este hombre era que no sabía cómo olvidar la información de cada una de las sesiones previas de su espectáculo. Como había días en que tenía hasta tres sesiones seguidas, S comprobó aterrorizado que, cuando llegaba el momento de demostrar al público su capacidad para recordar la pizarra de letras y números que le acababan de mostrar, en su memoria aparecían la información de esa pizarra más la información de todas las pizarras de las sesiones anteriores, con la consiguiente dificultad que suponía distinguir y separar lo que correspondía a cada sesión. S no sabía cómo borrar de su memoria las imágenes y la información que ya no le eran necesarias. El problema de no 37 poder olvidar se convirtió, según palabras del propio Luria, en “uno de los más dolorosos para S”, y lo obligaría a poner en práctica toda una larga serie de técnicas, trucos y procedimientos para aprender “el arte –desconocido y dificilísimo para S– de olvidar”. Volveremos sobre este caso en el capítulo sobre el olvido. • La mujer que lo recuerda todo En la todavía escasa literatura sobre la llamada “memoria superior” –escasa, sobre todo, si la comparamos con la abundante información existente sobre el síndrome amnésico y otros trastornos de la memoria–, es frecuente encontrar individuos con capacidades prodigiosas para recordar interminables listas de palabras, letras, números o cualquier otro elemento. El caso S descrito por Luria es un buen ejemplo, aunque hay muchos más. Como VP, un hombre que podía jugar 60 partidas simultáneas de ajedrez sin tomar ninguna nota, que a los 5 años de edad había memorizado el callejero de Riga, su ciudad natal de 500.000 habitantes, que, después de leer sólo dos veces “La guerra de los fantasmas” de Bartlett, fue capaz de reproducirla casi al pie de la letra y la volvió a recordar, con la misma exactitud un año después y sin previo aviso. Por otro lado, en 1981, Rajan Srinivasan Mahadevan recitó correctamente los 31.811 primeros dígitos del número π (pi) en 3 horas y 49 minutos; aunque, esa hazaña absolutamente asombrosa, fue superada en 1987 por Hideaki Tomoyori, quien fue capaz de recordar sin el más mínimo error los 40.000 primeros dígitos de pi, empleando 17 horas y 21 minutos. Anécdotas de proezas extraordinarias de memoria realizadas por expertos en campos concretos como el ajedrez, la música o los decimales del número pi son numerosas. Sin embargo, es interesante señalar que en ninguno de los casos conocidos de memoria superior se ha observado una “memoria autobiográfica” superior, en el sentido de que tales personas se sientan permanentemente invadidas por recuerdos de sus experiencias personales. De hecho, se tiene constancia, como en el caso concreto del sujeto S o de VP, de que no tenían ninguna conciencia de ser poseedores de una memoria extraordinaria. Hasta que, en 2000, el profesor James L. McGaugh, experto neurobiólogo de la memoria, recibió por correo electrónico el siguiente mensaje: Querido Dr. McGaugh, Mientras pienso por dónde empezar a explicarle el motivo por el que les escribo a Vd. y a su colega (Larry Cahill), lo único que deseo es que me puedan ustedes ayudar. Tengo 34 años y desde que tenía 11 he tenido una capacidad increíble para recordar mi pasado. Mis primeros recuerdos son de cuando estaba en la cuna (alrededor de 1967); sin embargo, puedo coger una fecha, entre 1974 y hoy, y decirle en qué día cayó, qué hice ese día y, si ocurrió algo de gran importancia en esa fecha ( e.g., la explosión del Challenger, Martes, 28 de Enero de 1986), se lo puedo describir también. No necesito mirar previamente el calendario ni consultar el diario que escribo desde hace veinticuatro años. En cuanto veo aparecer una fecha 38 en la televisión (o en cualquier otro lugar) automáticamente me voy a ese día y recuerdo dónde estaba, qué estaba haciendo, qué día de la semana era, etc., etc., etc. Es algo imparable, incontrolable y totalmente agotador. Algunas personas me llaman “el calendario humano” mientras otros salen corriendo asustados, pero la reacción común a todos los que descubren este “don” es de asombro total. Entonces, empiezan a decirme fechas con el fin de pillarme… No me han pillado jamás. La mayoría lo llaman “un regalo”, pero yo lo llamo “una carga”. Cada día recorro mentalmente mi vida entera y ¡¡¡me vuelvo loca!!!… El grupo de McGaugh ha entrevistado y evaluado la memoria de esta mujer (AJ) durante cinco años12; le han administrado pruebas estandarizadas y nuevas de memoria, incluyendo desde tests sencillos de recuerdo de listas de palabras a pruebas neuropsicológicas específicas; han escuchado el relato de sus experiencias personales, y han probado su memoria para numerosas fechas y eventos públicos. La conclusión ha sido muy clara: AJ es poseedora de una memoria superior distinta de los casos hasta ahora conocidos, en el sentido de que no está dotada para codificar y recuperar listas interminables de números o dígitos pero, sin embargo, tiene una memoria autobiográfica superior que se manifiesta en una portentosa capacidad para recordar todo aquello de su pasado personal que despertara su interés. En palabras de la propia AJ, “Mi memoria gobierna mi vida. Es como mi sexto sentido. Siempre estoy pensando en mi pasado… es como una película que pasa sin parar… Estamos aquí sentados y yo le estoy hablando a Vd., pero en mi cabeza estoy pensando en algo que me ocurrió en Diciembre de 1982, el 17 de Diciembre de 1982, que era viernes, y fue el día en que comencé a trabajar en los almacenes Gs… Estoy todo el tiempo pensando en fechas. En cuanto oigo una fecha, la veo; el día, el mes, el año… Puedo retornar a cualquier fecha desde 1980…” AJ nació en 1966 y cuando contaba 8 años de edad su familia se trasladó de la costa este a la oeste de los EE.UU. Según explica AJ, “aquel traslado me traumatizó” y, después del mismo, comenzó a “organizar su memoria”, elaborando listas de sus amigos del este, mirando fotografías de su antigua casa y pensando “un montón” en el pasado. Tras el cambio de residencia, sus recuerdos se volvieron “más claros”. Cuando cumplió los 10 años, en 1976, empezó a escribir un diario (que ha mantenido hasta los 34 años de edad) y, según la protagonista, fue a partir de los 12 años cuando empezó a tomar conciencia de su minuciosa memoria, que, desde los 14 años en adelante, se ha vuelto “automática”: “Dígame un día y lo veré. En cuanto me dice un día, vuelvo a ese día y lo veo y lo que estaba haciendo”. Por ejemplo, cuando se le dijo: “27 de Abril de 1997”, respondió inmediatamente: “Era miércoles. Es muy fácil; sé dónde estaba exactamente. Estaba en Florida. Me habían llamado para que fuese a dar el último adiós a mi abuela porque pensaban que se moría, aunque luego se recuperó. Mi papá y mi mamá fueron a Nueva York a una boda. Después, mi mamá se fue a Baltimore a ver a su familia. Yo llegué a Florida el día 25, que era lunes. Ese fue también el fin de semana que falleció Nixon. Después, yo regresé a casa y mi papá se fue a Baltimore con mi mamá”. Sin embargo, esta extraordinaria memoria para los acontecimientos personales no parece que le fuese muy útil en la escuela, donde su rendimiento fue muy normal (en su 39 libro escolar abundan los Aprobados, con algunos Notables y algún que otro Sobresaliente). “Mi memoria no sirve para eso –dice AJ–; tuve que estudiar mucho. No soy un genio”, y añade que tuvo problemas para memorizar las fechas históricas, la aritmética o las lenguas extranjeras. AJ afirma que tiene que estar interesada por algo para poder recordarlo. AJ insiste en que el traslado de residencia de la costa este a la oeste supuso para ella un verdadero trauma y que fue ese trauma el que cambió su memoria. James McGaugh y su equipo llevan décadas estudiando los efectos de las hormonas del estrés y de las emociones sobre la memoria y, de hecho, su primera hipótesis sobre la espectacular memoria autobiográfica de AJ fue que los recuerdos de esta mujer contenían tanta carga emocional que no podían ser olvidados. Sin embargo, dicha hipótesis ha sido descartada a la vista de que “la mujer que lo recuerda todo” incluye en sus recuerdos tanto eventos importantes como detalles triviales. “Se trata de una mujer –ha señalado recientemente McGaugh– que tiene recuerdos muy fuertes, pero tiene recuerdos muy fuertes de cosas de las que yo no recuerdo nada en absoluto”. Como cuando ella le dijo que al día siguiente de una de las entrevistas que mantuvieron hace varios años, él había volado a Alemania. “¿Yo le dije a Vd. que al día siguiente viajaría a Alemania? ¡Pero si ni yo mismo me acuerdo de qué año hice ese viaje a Alemania!”. Como señala el equipo de McGaugh que ha evaluado a AJ, este caso es el primero del que existen informes científicos acerca de una persona con esta forma de memoria autobiográfica superior. 1.7. Recuerdos falsos Los casos comentados y nuestras propias experiencias nos ayudan a vislumbrar la extraordinaria amplitud pero también la indefinición de los límites de la memoria humana. Nuestra capacidad para registrar y recuperar lo vivido se vuelve sorprendente tanto en casos de dramáticas pérdidas como en casos de insospechadas hazañas. Pero la sorpresa no se agota con los déficits y con los “excesos”, porque la memoria, como ya se ha comentado, es una fuente permanente de admiración. Nuestra memoria es extraordinaria, y lo es por muchas razones: por las ya expuestas y también por su especial vulnerabilidad a los errores. Nuestra memoria es extraordinaria, pero no es perfecta. La memoria, como iremos viendo con detalle a lo largo de esta obra, es constructiva por naturaleza. No guarda copias exactas de lo que ocurre a nuestro alrededor ni nos devuelve copias exactas de lo que originalmente guardó. El contenido de nuestra memoria no es algo estático e inalterable, sino que está sometido a una dinámica permanente que lo cambia, lo modifica o lo deforma hasta niveles que lo pueden hacer irreconocible. Más aún, nuestra memoria puede en ocasiones ser la depositaria de “recuerdos” de acontecimientos que nunca llegamos a experimentar; en cuyo caso se trataría de recuerdos personales de algo que nunca llegó a ocurrir. 40 Aunque resulte extraño, este fenómeno es mucho más frecuente de lo que a primera vista pudiera parecer. En la literatura científica, probablemente el caso más conocido de recuerdo falso sea el referido por el eminente psicólogo Jean Piaget. En su libro La formación del símbolo en el niño, Piaget rememora un episodio personal falso que ilustra cómo, a veces, cualquier persona puede llegar a creer y a recordar que vivió acontecimientos que nunca ocurrieron en realidad. Está además –escribe Piaget (op. cit., p. 257)– la cuestión de los recuerdos que dependen de otras personas. Por ejemplo, uno de mis más antiguos recuerdos se remontaría, si fuera cierto, a mi segundo año de vida. Veo todavía, en efecto, con una gran precisión visual, la escena siguiente en la que he creído hasta alrededor de los 15 años: iba sentado en un cochecito de niño empujado por mi niñera por los Campos Elíseos (cerca del Grand Palais), cuando un individuo quiso raptarme. La correa de cuero ajustada a la altura de mis caderas me retuvo mientras la niñera trataba valerosamente de interponerse entre el hombre y yo (hasta recibió algunos arañazos que aún puedo recordar vagamente en su frente). Se formó una aglomeración y un agente de policía, con capa corta y un bastón blanco, se acercó, lo que hizo huir al individuo. Veo todavía toda la escena y hasta la localizo cerca de la estación del Metro. Cuando tenía unos 15 años, mis padres recibieron una carta de mi antigua niñera en la que les anunciaba su conversión al Ejército de Salvación. Deseaba confesar sus antiguas faltas y, en particular, devolver el reloj recibido como recompensa de esta historia, totalmente inventada por ella (incluyendo el detalle de los arañazos). He debido, pues, de escuchar de niño el relato de los hechos en los que mis padres creyeron y lo proyecté en el pasado bajo la forma de un recuerdo visual que es, por tanto, falso. Muchos recuerdos son, sin duda, del mismo tipo. Este elocuente caso de recuerdo falso saca a la luz no sólo el carácter constructivo de la memoria sino su fragilidad y maleabilidad, esto es, su sensibilidad y vulnerabilidad al cambio, a la transformación e incluso a la implantación de recuerdos sin correspondencia alguna con la realidad vivida. La memoria humana trabaja siempre bajo los efectos de una gran diversidad de factores que hacen que lo que se codifica, o lo que se guarda, sólo sea una versión personal de lo ocurrido; y eso significa que en el momento de la codificación lo que la memoria registra es el resultado de filtrar lo ocurrido a través de un tamiz formado por nuestro conocimiento acerca del mundo, nuestras expectativas y prejuicios, nuestros convencionalismos culturales, actitudes y estereotipos, nuestras metas, valores y creencias, nuestro estado de ánimo y, cómo no, nuestras motivaciones, emociones y sentimientos. Todos estos factores y muchos otros no dejan de influir en lo que finalmente queda almacenado, de modo que el contenido de la memoria va a estar permanentemente sometido a los efectos cambiantes o deformantes de esas variables. Pero aún hay más, porque la historia de cualquier huella de memoria pasa generalmente por otro momento crucial, aquél en el que la evocamos y narramos la historia que contiene. Es el momento de la recuperación, es el momento del recuerdo, y entonces, de nuevo, nuestra memoria tiene que volver a construir o, mejor, reconstruir el relato de lo sucedido en un pasado concreto. Como veremos más adelante, se dispone de abundante evidencia empírica que demuestra que, en ese proceso cognitivo de reconstrucción de un episodio de nuestro pasado personal que supone todo acto de 41 recordar, volverán a estar presentes ejerciendo sus efectos esa multitud de variables señaladas, variables que provienen de diferentes esferas o dominios personales (e.g., la propia memoria, la personalidad o las emociones) y del complejo y variado dominio social. 1.8. La memoria no es perfecta, pero sí fiable El carácter creativo de la memoria plantea de inmediato la posibilidad de que ésta contenga errores, distorsiones, transformaciones e incluso, como acabamos de ver, recuerdos totalmente falsos. La memoria no es perfecta, ya lo hemos dicho. Sin embargo, tal cualidad no invalida ni su contenido ni su función sino que se convierte en una fuente muy valiosa de información para los científicos interesados en su estudio. El hecho de que la memoria sea propensa a los errores sirve para apoyar la idea de que la memoria (especialmente, la memoria personal o autobiográfica) no guarda copias literales de los sucesos ni, por tanto, recupera o reconstruye el pasado tal y como lo reproduciría una grabadora de vídeo. La siguiente historia real nos ofrece un buen ejemplo. Mariano A. fue acusado de asesinato y encarcelado tras ser identificado erróneamente por siete testigos como autor de los hechos. Al parecer, los testigos se basaron en que tenía “la cara picada de viruela” como la del auténtico asesino, quien fue capturado por la policía cuando Mariano A. llevaba ya tres meses en prisión. Actualmente, se asume que este error sería el resultado de combinar y unir trozos exactos de recuerdos de dos episodios diferentes (“las picaduras de viruela” de la cara del asesino y “las picaduras de viruela” del acusado) en un solo recuerdo erróneo. Como la investigación científica está demostrando, lo que nuestra memoria autobiográfica guarda y recupera se parece más a una construcción resultante de unir porciones de información de fuentes diferentes que a una fotografía en la que la realidad pasada queda fijada con toda precisión. ¿Por qué nuestros recuerdos están formados por trozos de información en lugar de contener reproducciones del pasado similares a las de una grabadora de vídeo? Preguntas como ésta han constituido desde siempre un auténtico enigma para los investigadores de la memoria; sin embargo, como se verá, estudios muy recientes están empezando a proporcionar las primeras pistas para entender por qué la memoria funciona de este modo. Ahora bien, ¿un sistema tan creativo como la memoria humana puede ser un sistema fiable? Este es un asunto complejo. Por el momento, valga con señalar que la investigación experimental y el análisis de casos ponen de manifiesto que los recuerdos tienden a contener inexactitudes y errores respecto a los detalles periféricos de la experiencia que se evoca, pero, sin embargo, son extraordinariamente precisos y fiables en lo tocante a la esencia de lo ocurrido. La memoria humana es un sistema muy poderoso y muy frágil al mismo tiempo, que ha resuelto el problema de la fiabilidad 42 rellenando sus historias con detalles inexactos porque estos últimos cumplen una función muy clara: aumentar la confianza tanto del sujeto que recuerda como la de su interlocutor en la historia que se evoca y se comparte. La memoria no es perfecta en tanto en cuanto no guarda copias literales de lo vivido, pero, como la investigación y la propia vida nos enseñan, es un sistema altamente fiable. 1.9. Comentario final En 2010 se han cumplido 125 años de la publicación del primer estudio científico sobre la memoria. Desde entonces, decenas de psicólogos y otros hombres de ciencia no han cejado en su empeño por desentrañar, comprender y explicar muchos de los innumerables interrogantes que la memoria suscita. A partir del siguiente capítulo entramos en el estudio científico de esta sorprendente capacidad neurocognitiva para analizar, a lo largo del resto de este volumen, los grandes planteamientos teóricos y conceptuales, los métodos y paradigmas experimentales más eficaces, y los hallazgos más reveladores sobre la estructura y el funcionamiento de la memoria humana que la investigación ha ido conquistando a lo largo de su siglo y cuarto de historia. 43 PRIMERA PARTE Marco teórico 44 2 El estudio científico de la memoria ¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso! Miguel de Cervantes 2.1. Introducción La memoria, como la percepción, el pensamiento o cualquier otro proceso cognitivo, es inobservable. La memoria no es algo que pueda verse u oírse. La memoria es una abstracción conductual. Su existencia y todas sus características y funciones son algo que debe inferirse a partir de lo que hacen las personas en las llamadas tareas de memoria. Por eso, los investigadores de la memoria deben sugerir o proponer tareas y medidas del rendimiento en dichas tareas que reflejen el trabajo de la memoria. O lo que es lo mismo, el estudio científico de la memoria exige definir a ésta operativamente. Una definición operativa, en general, supone definir una variable en términos de procedimientos objetivos, precisos y evaluables que permitan a otros investigadores replicar los hallazgos obtenidos. En el caso concreto de la memoria, una definición operativa –sencilla pero muy útil para el investigador– sería considerarla como la cantidad de palabras que un sujeto puede recordar o reconocer a partir de una lista presentada previamente. Naturalmente, la cantidad o la calidad de lo que debería recordar el sujeto que participa en la prueba es algo que ha sido previsto por el investigador, así como las condiciones bajo las que se llevará a cabo la presentación del material y la prueba de memoria final. En otras palabras, toda investigación de memoria exige la elaboración de un diseño experimental. Ahora bien, para diseñar un experimento uno debe contar con alguna idea previa acerca de la memoria y de los procesos que intervienen en una tarea concreta. O lo que es lo mismo, todo investigador parte de alguna teoría (explícita o implícita) acerca de la naturaleza de la memoria antes de iniciar cualquier investigación. Por ejemplo, una de las teorías más extendidas y compartidas por los investigadores de la memoria es la que considera a ésta como un almacén o conjunto de almacenes en los que la información aprendida es retenida y desde donde se recupera mediante procesos de búsqueda. La 45 aceptación de esta metáfora, que podríamos denominar del almacén/búsqueda, conlleva asumir dos ideas básicas: (1) que la memoria implica una serie de fases (codificación, retención, recuperación) y (2) que existen entidades discretas (denominadas “huellas de memoria”, “engramas”, etcétera) que representan experiencias de eventos pasados y constituyen la base de la memoria. Con independencia de lo adecuado o inadecuado de esta metáfora, lo que es innegable es que como punto de partida ha resultado extraordinariamente fructífera para ir desentrañando la naturaleza de la memoria humana. Como otras muchas metáforas, algunas de las cuales serán descritas con cierto detalle en este capítulo, su valor estriba básicamente en que permite generar modelos sobre el hipotético funcionamiento de la memoria humana, el primer paso clave en toda metodología experimental. La historia de la investigación experimental de la memoria, que apenas si abarca un siglo y cuarto de existencia, pone de manifiesto, entre otras cosas, la trascendencia de la aplicación del método científico. Como veremos con cierto detalle a continuación, desde el momento en que el filósofo alemán Hermann Ebbinghaus publica su trabajo Sobre la memoria, considerado como el primer estudio experimental sobre esta capacidad mental, el estudio de la memoria dejaría de ser considerado como una mera especulación filosófica y pasaría a formar parte del ámbito de las ciencias empíricas. Desde entonces, el progreso teórico y metodológico ha sido constante. 2.2. Las grandes tradiciones en el estudio de la Memoria: Ebbinghaus y Bartlett 2.2.1. El trabajo pionero de Hermann Ebbinghaus Hermann Ebbinghaus (1850-1909) estudió filosofía en las universidades de Bonn y de Berlín, y comenzó su carrera como profesor universitario, con un curso sobre “Psicología sensorial”, precisamente en la Universidad de Berlín. Defensor a ultranza de la aplicación del método científico a los problemas psicológicos, en su opinión, la verdadera historia de una ciencia no comienza hasta que no aplica a su objeto de estudio los procedimientos estándar de la ciencia natural. Muy impresionado por la lectura de la obra magna de Fechner Elementos de Psicofísica (publicada en 1860), y por la aplicación que en dicho trabajo se hacía de los métodos experimentales al estudio de la sensación, Ebbinghaus consideró oportuno aplicar tales métodos al estudio de la memoria. Entre los años 1879 y 1884, llevó a cabo dos series de estudios (1879/1880, primero y 1883/1884, después) en los que él mismo actuó como experimentador y como sujeto experimental. Los resultados de aquellos 46 centenares de experimentos –calificados de trabajo “heroico” por William James– vieron la luz en 1885 en una monografía titulada Über das Gedächtnis (Sobre la memoria), el primer trabajo experimental sobre la memoria humana. Con una sólida formación en la tradición asociacionista, Ebbinghaus eligió deliberadamente concentrarse en el estudio de la memoria en su forma «pura». Dado que para el asociacionismo la memoria no era más que un complejo tejido de asociaciones, se propuso objetivar y medir la unidad básica de la memoria en una situación experimental. Tal empresa suponía, no obstante, enfrentarse a dos obstáculos fundamentales: por un lado, la influencia de las asociaciones preexistentes del lenguaje natural y, por otro, la ausencia de una herramienta para medir la retención. El primero lo solucionó utilizando como materiales de aprendizaje ítems que minimizaran al máximo los efectos del conocimiento previo: sus famosas sílabas sin sentido (una combinación no significativa de consonante-vocal-consonante como, por ejemplo, VUT, NOF, REB) y, además, siendo él mismo su propio y único sujeto experimental. El material sin sentido –señala Ebbinghaus en su monografía– ofrece muchas ventajas, en parte por su falta de significado. Ante todo, es relativamente simple y homogéneo. En el caso del material más común, en especial la poesía o la prosa, el contenido tiene un estilo narrativo, descriptivo o crítico; aquí contiene una frase conmovedora, allí una graciosa; sus metáforas son a veces hermosas y a veces crueles; su ritmo es a veces lento y a veces entrecortado. De este modo se pone en juego una multiplicidad de influencias que cambian sin regularidad y son, en consecuencia, perturbadoras. Todo ello son asociaciones que despiertan aquí y allí diferentes grados de interés, estrofas que se recuerdan por su belleza o por su sorprendente calidad, etcétera. Todo esto se evita con nuestras sílabas (Ebbinghaus, 1885; p. 23 de la edición inglesa). A pesar de todo, Ebbinghaus no quedó completamente satisfecho con sus sílabas sin sentido. En concreto, no llegó a entender por qué se producía una variación tan sustancial en cuanto a la facilidad/dificultad para aprender las distintas sílabas. Estudios muy recientes han puesto de manifiesto que el nivel de falta de significado de las sílabas sin sentido puede predecirse por el grado en el que éstas transgreden las reglas fonéticas y ortográficas de la lengua del sujeto que tiene que aprenderlas. En consecuencia, lo que se deriva de estos hallazgos es claramente favorable al riguroso control experimental de Ebbinghaus, ya que –como ha escrito posteriormente Jenkins (1985, pp. 459-460)– “tales sílabas equiparan a los sujetos en su conocimiento previo, que no es otro que el conocimiento de las reglas lingüísticas y ortográficas que comparten en tanto que hablantes del mismo idioma”. Movido por su extremado celo por establecer unas condiciones experimentales lo más constantes posibles, Ebbinghaus construyó también una gran cantidad de sílabas sin sentido, que agrupó en listas de diferentes tamaños y que leía y recitaba a una tasa constante de 150 sílabas por minuto. Asimismo, realizaba las pruebas siempre a la misma hora del día, paraba cuando se sentía fatigado y antes de reanudar cada sesión se sometía previamente a un “precalentamiento” con el fin de situarse al mismo nivel de rendimiento 47 que en la sesión anterior. Por último, evitó deliberadamente el uso de trucos mnemotécnicos, de asociaciones con significado y de cualquier técnica facilitadora del aprendizaje. Según sus propias palabras, se interesó por el estudio del aprendizaje y la memoria “bajo la influencia exclusiva de las repeticiones sobre la memoria natural” (Ebbinghaus, ibid., p. 25). El segundo problema mencionado anteriormente (la carencia de medidas objetivas de la retención) lo solventó con la que se puede considerar como su mayor invención: el método de los ahorros, que le permitió estudiar la retención y el olvido. El método de los ahorros es un paradigma basado en el tiempo necesario para el primer aprendizaje y el tiempo necesario para el reaprendizaje del mismo material, con un intervalo de retención variable entre ambos (desde 1 hora a 1 mes). Para calcular los ahorros, Ebbinghaus restaba el tiempo que había necesitado para reaprenderse una lista del tiempo empleado en el aprendizaje original y expresaba la diferencia como un porcentaje del tiempo de aprendizaje original (el criterio de aprendizaje de una lista eran dos repeticiones consecutivas de tal lista sin cometer ningún error). Por ejemplo, si en el primer aprendizaje de la lista A había necesitado 1.071 segundos y en el reaprendizaje de esa misma lista A sólo había empleado 382 segundos, entonces el ahorro había sido de 689 segundos, lo que equivalía a una puntuación del 64,3%. Con este procedimiento estableció la tasa de olvido que, gráficamente, dio lugar a su famosa curva de olvido, que muestra cómo el olvido o la pérdida de la información aprendida es relativamente rápida tras el aprendizaje y después se enlentece (ver Figura 2.1). Por ejemplo, comprobó que el olvido era muy pronunciado tras demoras de entre 1 y 8 horas y, sin embargo, tras intervalos de 2 ó 5 días e incluso de un mes, el olvido se había desacelerado. El hallazgo de que el olvido se enlentece con el paso del tiempo ha sido corroborado por muchos investigadores posteriores. 48 Figura 2.1. Curva de olvido de Ebbinghaus. Aunque no suele reconocerse, en opinión de Endel Tulving (1991), la mayor aportación de Ebbinghaus no fueron las sílabas sin sentido, sino su metodología, y, muy especialmente, el paradigma estudio/test. Para Tulving, el paradigma estudio/ test constituye el fundamento de todo experimento de memoria y sigue siendo considerado el modelo de cómo debe llevarse a cabo un experimento de memoria. Dicho paradigma incluye tres momentos: la fase de estudio, durante la que los sujetos experimentales estudian una lista de unidades discretas (sílabas, palabras, dígitos, etc.) o aprenden una tarea; un intervalo de retención, de duración variable, y la fase de test, en la que se evalúa la retención de la información o la habilidad adquirida con la tarea. Mediante este procedimiento, Ebbinghaus llegó a su otra gran aportación metodológica, el ya mencionado “método de los ahorros”, un método que ha resultado de particular interés en años muy recientes por tratarse, como veremos, de una medida de memoria implícita. Además de estas aportaciones metodológicas, Ebbinghaus legó una amplia agenda experimental en la que se incluían problemas tales como los efectos de la repetición, de las asociaciones remotas o de la práctica masiva versus distribuida. No obstante, como 49 coinciden en señalar los grandes teóricos de la memoria, su trabajo resultó trascendental no sólo por sus descubrimientos y aportaciones metodológicas sino, de una manera muy especial, porque puso de manifiesto la validez del método experimental para estudiar algo tan complejo como la memoria; aunque su celo excesivo por las cuestiones experimentales lo llevó a la despreocupación casi absoluta por los aspectos teóricos de la memoria humana. Una evaluación, quizás especialmente dura, pero muy significativa en ese sentido, es la de Walter Kintsch (1985) cuando resume así la aportación del trabajo de Ebbinghaus: No se interesó por la descripción de los procesos psicológicos que operan sobre el contenido de la memoria ni por el análisis de su estructura, que en mi opinión constituyen el punto central del trabajo actual sobre la memoria. Ebbinghaus restringió su investigación a las relaciones funcionales entre variables independientes (como, por ejemplo, el número de presentaciones, la posición serial, etc.) y variables dependientes (e.g., las puntuaciones en ahorros) […] Ebbinghaus colocó el nuevo estudio de la memoria en unas direcciones que, en los años que siguieron a su muerte, acabaron en caminos estériles (pp. 461-462). Esta crítica de Kintsch bien podría pensarse que va dirigida a un psicólogo conductista más que a un filósofo asociacionista. Sin embargo, si se analiza en profundidad el trabajo de Ebbinghaus, la postura de Kintsch parece razonable, ya que quizás no resulte nada aventurado pensar que en Ebbinghaus encontramos a uno de los más claros precursores de lo que posteriormente sería el conductismo. Y en ese sentido, resulta justificado pensar que ésta fuera la razón fundamental por la que la obra de Ebbinghaus tuvo una acogida y una influencia tan marcadas en los psicólogos norteamericanos. 2.2.2. El enfoque de Frederic Bartlett El psicólogo británico Frederic Bartlett (1886-1969) comenzó su trabajo experimental estudiando los procesos perceptivos; sin embargo, enseguida comprobaría que el estudio de éstos le llevaba directa e inevitablemente al estudio de las imágenes mentales y del recuerdo. Para investigar los procesos de recordar, siguió el camino trazado originalmente por Ebbinghaus en sus estudios sobre la memoria, pero pronto comprobó lo inadecuado que era: Mucho antes de esto, Ebbinghaus había introducido los ‘métodos exactos’ de las sílabas sin sentido en el laboratorio de memoria. Como era obligado, seguí su ejemplo y trabajé durante algún tiempo con material sin sentido. El resultado fue la decepción y una insatisfacción cada vez mayor […] no obstante, decidí tratar de conservar las ventajas del enfoque experimental, con sus situaciones relativamente controladas, y mantener mi estudio tan realista como fuera posible. Para 50 ello, construí o seleccioné material que supuse sería interesante y del tipo del que cualquier individuo normal trata constantemente en sus actividades cotidianas (Bartlett, 1932, p. v). En su obra Remembering (1932), Bartlett expuso su trabajo y sus críticas al de Ebbinghaus, al que consideró como el resultado del aprendizaje en situaciones artificiales y simplificadas que apenas si tienen relevancia para el funcionamiento de la memoria en la vida cotidiana. Criticó también el trabajo de Ebbinghaus por haberse limitado demasiado al estímulo, por no haber tenido en cuenta las actitudes y el conocimiento previo del sujeto y por haber supuesto que un estímulo pobre produciría una situación de aprendizaje sencilla. Bartlett seleccionó y utilizó precisamente el tipo de material que Ebbinghaus había rechazado: historias, pasajes de prosa y dibujos. Con ello intentó demostrar que, a pesar de su complejidad, el material con significado también podía ser estudiado en el labora torio. Bartlett utilizó dos métodos: 1) Reproducción serial, en el que una persona cuenta una historia o describe un acontecimiento del que ha sido testigo a otra persona; esta segunda persona relata el material a una tercera, quien lo cuenta a una cuarta, y así sucesivamente. El proceso termina comparando la última versión de la historia con la versión original. 2) Reproducción repetida, que consiste en que la misma persona lee una historia y después debe recordarla en sucesivas ocasiones. Con ambos métodos, observó exactamente las mismas características en el recuerdo de los sujetos, características que le revelaron la naturaleza del recuerdo y los tipos de transformaciones que la gente hace cuando intenta recordar historias o pasajes en prosa. Lo anterior queda espléndidamente ilustrado con uno de los ejemplos utilizados por el propio Bartlett con el método de “reproducción repetida” y el cuento popular norteamericano titulado “La guerra de los fantasmas”. El procedimiento exigía que el sujeto leyese el cuento dos veces y en silencio y, tras un intervalo variable, se le pedía que lo recordase. La guerra de los fantasmas (relato original) Una noche, dos jóvenes de Egulac bajaron al río a cazar focas y estando allí se vieron envueltos en la niebla y el silencio. Oyeron entonces gritos de guerra y pensaron: “Parece que se preparan para la guerra”. Volvieron a la orilla y se escondieron detrás de un tronco. Vieron aparecer varias canoas, oyeron el ruido de remos y comprobaron que una venía hacia ellos. Los cinco hombres que venían en ella les dijeron: “Vamos a remontar el río para luchar contra la gente y queremos que vengáis, ¿qué os parece?”. Uno de los jóvenes dijo: “Yo no tengo flechas”. Los otros contestaron: “En la canoa hay flechas”. “Yo no iré, podrían matarme. Mi familia no sabe a dónde he ido. Pero tú –dijo volviéndose hacia el otro– puedes ir con ellos”. Así, uno de los jóvenes partió, mientras el otro regresó a casa. Y los guerreros remontaron el río hasta un poblado al otro lado de Kalama. Sus habitantes bajaron hasta la orilla y comenzaron a luchar y muchos resultaron muertos. Pero en aquel momento el joven oyó que uno de los guerreros decía: “Rápido, volvamos a casa, este indio ha sido alcanzado”. Entonces pensó: “Oh, son fantasmas”. No se sentía mal, pero decían que le habían alcanzado. Entonces, las canoas regresaron a Egulac 51 y el joven desembarcó, fue a su casa y encendió un fuego. Y le dijo a todo el mundo: “Escuchad, acompañé a los fantasmas y fuimos a luchar. Muchos de los nuestros murieron y muchos de los que nos atacaron también. Dijeron que me habían herido pero yo no me sentía mal”. Se lo contó a todos y después permaneció en silencio. Cuando salió el sol, se desmayó. Algo negro salió de su boca. Su cara se deformó. La gente saltaba y gritaba. Había muerto (Bartlett, op. cit., p. 65). A continuación, aparecen los recuerdos de esta historia tras diferentes intervalos temporales: 15 minutos, 6 meses, y 2 años y medio. Recuerdo tras un intervalo de 15 minutos: Dos jóvenes de Egulac fueron a cazar focas. Pensaron que habían oído gritos de guerra y poco después oyeron el ruido de los remos de canoas. Una de estas canoas, donde había cinco nativos, llegó hasta donde estaban. Uno de los nativos gritó: “Venid con nosotros, vamos a luchar contra algunos nativos de la parte alta del río”. Los dos jóvenes respondieron: “No tenemos flechas”. “En nuestras canoas hay flechas”, fue la respuesta. Uno de los dos jóvenes dijo entonces: “Mi gente no sabrá a dónde he ido”, pero, volviéndose hacia el otro, dijo: “Pero tú podrías ir”. De este modo, uno regresó mientras el otro acompañó a los nativos. El grupo se fue río arriba, hasta una ciudad al otro lado de Kalama, donde desembarcaron. Los nativos de aquel lugar bajaron hasta el río a encontrarse con ellos. Hubo una gran pelea y murieron muchos de ambos bandos. Entonces, uno de los nativos que hizo la expedición río arriba gritó: “Regresemos, el indio ha caído”. Entonces procuraron convencer al joven para que regresara, diciéndole que estaba herido, pero él no se sentía como si lo estuviese. Entonces pensó que veía fantasmas a su alrededor. Cuando regresaron, el joven contó a todos sus amigos lo que había sucedido. Describió cuántos habían caído en ambos bandos. Era casi el amanecer cuando el joven cayó grave; y a la salida del sol, brotó una sustancia negra de su boca y los nativos se dijeron unos a otros: “Ha muerto” (ibid., p. 70). Recuerdo tras un intervalo de 6 meses: Cuatro hombres se dirigieron a la orilla. Se les dijo que montaran en una barca y que llevaran sus armas. Preguntaron: “¿Qué armas?” y les respondieron: “Armas para luchar”. Cuando llegaron al campo de batalla oyeron un gran ruido y gritos, y una voz dijo: “El hombre negro ha muerto”. Y lo llevaron al sitio donde estaban y lo pusieron en el suelo. Y echó espuma por la boca (ibid., pp. 71-72). Recuerdo tras un intervalo de 2 años y 6 meses: Unos guerreros fueron a librar una guerra contra los fantasmas. Lucharon todo el día y uno de ellos fue herido. Volvieron a casa al atardecer transportando a su compañero herido. Cuando el día tocaba a su fin, se puso peor y los habitantes de la aldea se colocaron a su alrededor. A la puesta del sol suspiró: algo negro salió de su boca. Había muerto (ibid., p. 75). El análisis de múltiples relatos permitió a Bartlett observar que el cambio más 52 evidente que se producía con el paso del tiempo consistía en que las reproducciones eran cada vez más breves, así como que se omitían detalles o determinados elementos que no encajaban en las expectativas de los sujetos. Además, se producían transformaciones de palabras o nombres por otros más familiares, se cambiaba el orden de los acontecimientos y, lo más relevante, el contenido de la historia se distorsionaba hasta hacerlo cada vez más compatible con las experiencias culturales de los sujetos. Bartlett llegó a la conclusión de que el recuerdo es un proceso esquemático; es decir, la gente interpreta los estímulos por medio de un conjunto de esquemas que están basados en la experiencia vivida. Bartlett tomó el concepto de esquema del neurólogo británico Henry Head y lo definió como “… una organización activa de reacciones previas, o de experiencias pasadas, que supuestamente siempre está operando en toda respuesta orgánica bien adaptada” (op. cit., p. 201). La idea básica de Bartlett es que la información nueva que entra activa un bloque relevante de conocimiento y de experiencia pasada (un esquema) y se codifica en términos de la información contenida en el esquema. Posteriormente, cuando se active el mismo esquema, el recuerdo de un episodio pasado consistirá en la combinación de información específica almacenada sobre dicho episodio con información general contenida en el esquema. De ahí que, cuando alguien intenta aprender algo nuevo, se sirva de los esquemas ya existentes sobre lo que desea aprender. Cuando el material que se presenta a un sujeto no es consistente con sus esquemas, se interpreta en función de éstos. Por tanto, lo que se retiene en la memoria es una versión esquematizada, sesgada o distorsionada del material original. Bartlett insistió también en que al recordar una historia lo primero que hace la gente es recordar su propia actitud hacia dicha historia, es decir, sus expectativas y su conocimiento general respecto a lo que debería o podría haber sucedido; de ahí que el recuerdo sea una construcción basada en gran parte en esa actitud y en su propia justificación. “El recuerdo –escribió Bartlett– es más una cuestión de construcción que una cuestión de mera reproducción” (p. 273). La influencia del trabajo de Bartlett fue muy escasa en su tiempo; sin embargo, desde mediados de la década de 1970, aproximadamente, la presencia y la aceptación de sus ideas entre los investigadores interesados por el funcionamiento de la memoria en contextos cotidianos no ha dejado de crecer. El énfasis de Bartlett en el carácter constructivo de los recuerdos, en la tendencia ineludible de las personas por imponer significado a lo que observan y a lo que recuerdan de sus experiencias, así como en la consiguiente vulnerabilidad de la memoria a los errores y a las deformaciones, forma parte integral de los planteamientos teóricos de los actuales investigadores de la memoria. Volveremos sobre estas últimas ideas en el Capítulo 9, dedicado al análisis de los errores, distorsiones y falsificaciones de la memoria. 2.3. Marcos teóricos en la investigación de la memoria 53 La filosofía de la ciencia dominante en cada momento juega un papel crucial en el impacto y repercusión de los productos científicos. No es difícil predecir el futuro de las investigaciones en función de su adecuación o ajuste con el paradigma teórico dominante. Los casos de Ebbinghaus y Bartlett resultan modélicos en este sentido. ¿Por qué el trabajo de Ebbinghaus gozó de una extraordinaria aceptación desde su aparición y el de Bartlett, por el contrario, tuvo que esperar casi cinco décadas para ser reconocido y valorado? La respuesta es muy simple: el primero compartía los presupuestos teóricos de la doctrina del asociacionismo, dominante en la psicología desde sus inicios como ciencia hasta bien entrada la década de 1960, mientras que el segundo no. El trabajo de Ebbinghaus tuvo una acogida y una influencia inmediata, destacable y muy prolongada precisamente porque, en el fondo, lo que indagaba era la formación de asociaciones como base de nuestra memoria y de nuestro conocimiento acerca del mundo. El trabajo de Bartlett, por el contrario, pasó prácticamente desapercibido y se mantuvo en el olvido casi absoluto durante aproximadamente medio siglo porque criticaba abiertamente la concepción mecanicista/asociacionista de la memoria humana al tiempo que propugnaba una visión constructivista de la mente, en general, y de la memoria, en particular. El trabajo de Bartlett se adelantó, en realidad, varias décadas a la revolución cognitiva de la década de los sesenta del pasado siglo. A lo largo del siglo XX –que es poco menos que el período que abarca la historia de la investigación experimental de la memoria– surgieron y predominaron diferentes enfoques teóricos que sirvieron de marco a la psicología de la memoria. Tales enfoques se han caracterizado y distinguido por hacer hincapié en diferentes aspectos y características de la capacidad mental que llamamos memoria, así como por sus ideas acerca de lo que debe ser explicado, lo que es relevante y lo que no lo es, y las técnicas y tareas más útiles para responder cuestiones acerca de la naturaleza y funciones de este proceso cognitivo. Aunque las fronteras entre tales enfoques no siempre son fáciles de establecer, desde una perspectiva teórica puede decirse que la investigación psicológica de la memoria se ha desarrollado dentro de, al menos, dos grandes marcos teóricos: el asociacionismo y el cognitivismo. 2.3.1. Asociacionismo Aristóteles fue el primero en articular las leyes de la asociación; sin embargo, fueron los filósofos empiristas ingleses los que desarrollaron y elaboraron esas ideas dentro de una concepción amplia de la naturaleza humana. El dogma básico del empirismo sostiene que las experiencias sensoriales son la fuente última del conocimiento acerca del mundo. En este sentido, se asume que las ideas que la gente tiene acerca del mundo provienen de las impresiones sensoriales, ya sea como simples copias de éstas o bien como resultado de combinar ideas elementales. La sentencia “todo lo que está en mi mente estuvo antes en 54 mis sentidos” recopilaría la esencia de esta doctrina filosófica. Por tanto, la cuestión clave de cómo adquirimos el conocimiento acerca del mundo, es decir, la cuestión del aprendizaje, los empiristas la resuelven apelando a las sensaciones, a las ideas elementales derivadas de aquéllas y a sus conexiones y combinaciones. Los objetos de nuestro entorno (las casas, los árboles, los coches, mi perro o mi mesa de trabajo) serían constelaciones de múltiples cualidades sensoriales, tales como la forma, el color, el tamaño, la textura, etcétera. Ahora bien, el programa empirista tenía que explicar cómo se aprenden esas constelaciones, para lo que introdujeron la teoría fundamental de la asociación por contigüidad: dos sucesos llegan a asociarse si se producen juntos en el tiempo. Por ejemplo, MESA y SILLA se convierten en asociados porque frecuentemente aparecen juntos (uno tras otro) en nuestra experiencia. Por otro lado, la propiedad más importante de una asociación es su fuerza. Cuanto mayor es la frecuencia con la que dos elementos aparecen juntos, más fuerte será la asociación entre ellos. Además, las asociaciones más fuertes tienden a dominar y a interferir con las más débiles. Así, por ejemplo, es muy difícil decir el alfabeto en cualquier orden distinto al familiar. La razón estaría en que la interferencia de las asociaciones más fuertes inhibe los intentos por recitar el alfabeto en un orden distinto del establecido. Por tanto, para los asociacionistas, la contigüidad es la condición necesaria para la formación de asociaciones, y la interferencia es la causa principal del olvido. A) La tradición del aprendizaje verbal Aunque en las primeras décadas del siglo XX surgieron propuestas alternativas y con un carácter más pragmático o teórico que la de Ebbinghaus, como, por ejemplo, la de algunos psicólogos de la Gestalt o la del biólogo alemán Richard Semon, además de la ya expuesta de Frederic Bartlett, la influencia de Ebbinghaus fue la predominante hasta los años setenta. Los numerosos estudios sobre lo que, a principios del pasado siglo, Meumann llamó “aprendizaje verbal” constituyen la mejor prueba de la fortísima y duradera influencia de Ebbinghaus. Como veremos a continuación, los estudios sobre “aprendizaje verbal” resultan cruciales para entender el cambio paradigmático del conductismo asociacionista al cognitivismo. El aprendizaje verbal (AV), o la versión conductista de la herencia ebbinghausiana, llegó a convertirse, durante la etapa neoconductista, en una subdisciplina psicológica claramente definida y con muchos investigadores muy productivos, a pesar de que su objeto de estudio fuese el aprendizaje humano de materiales verbales y no el aprendizaje animal. Los psicólogos del AV coincidieron en que el aprendizaje era el problema psicológico central, y el propio nombre de “aprendizaje verbal” reflejaba su creencia de que lo más interesante sobre los materiales verbales era cómo son aprendidos. De hecho, 55 algunos consideraron al AV como un caso especial de condicionamiento. Sin embargo, los psicólogos del AV fueron, a pesar de su antimentalismo, más propensos que los psicólogos conductistas que trabajaban con animales a tolerar pequeñas y ocasionales incursiones en el mentalismo, probablemente porque trabajaban con sujetos humanos. De hecho, el componente antimentalista del neoconductismo nunca fue una característica definitoria del AV. Por todo ello, a gran parte de los psicólogos del AV les resultó fácil convertirse posteriormente en psicólogos cognitivos del procesamiento de información. Las características definitorias del AV fueron los problemas estudiados, los métodos utilizados y las variables manipuladas. En opinión de Lachman, Lachman y Butterfield (1979), tales características quedan recogidas en la siguiente cita de J. Jung: “El aprendizaje verbal trata de la adquisición, retención y transferencia de asociaciones de unidades verbales formadas bajo condiciones controladas de laboratorio”. Claramente, los psicólogos del AV estuvieron interesados por el aprendizaje, la retención y las asociaciones, y se consideraron científicos de laboratorio. Las unidades verbales que estudiaron (sílabas sin sentido, pseudopalabras y palabras) también definieron su campo. Utilizaron dos tareas de laboratorio: el aprendizaje serial (inventado por Ebbinghaus) y el aprendizaje de pares asociados (ideado por la psicóloga norteamericana Mary Calkins en 1894). En una tarea de aprendizaje serial, un sujeto aprende una serie de ítems (e.g., letras, sílabas sin sentido, palabras, dibujos, etc.) y en la fase de test se le pide que recuerde tanto los ítems como su orden en la serie. La serie de letras del alfabeto constituye un excelente ejemplo de aprendizaje serial. Por otra parte, en una tarea de aprendizaje de pares asociados, un sujeto estudia una lista de pares de ítems (e.g., PERRO–BOTELLA) y en la fase de test se le presenta el primer miembro de la pareja, llamado “estímulo” (PERRO–), y se le pide que recuerde el miembro específico del par, llamado “respuesta” (BOTELLA). Estas tareas ofrecían numerosas posibilidades de variación: la longitud de las listas y la longitud del intervalo de recuerdo; la similitud, significatividad o pronunciabilidad de las sílabas sin sentido; la frecuencia de uso de las palabras; la recombinación de estas variaciones, etcétera. En cuanto a las medidas de retención, utilizaron tres: el recuerdo (serial y libre), el reconocimiento y los ahorros. Todas estas cuestiones y la forma en que interpretaron sus observaciones reflejaban su fuerte orientación E-R. Otras dos cuestiones que les interesaron fueron la curva de posición serial 1 y el fenómeno del olvido. Ambas continuaron siendo significativas en el aprendizaje verbal de orientación cognitivista, aunque las teorías subyacentes fueron bastante diferentes. El advenimiento, en la década de 1960, de la “psicología cognitiva del procesamiento de la información” proporcionaría a los psicólogos del AV el marco teórico necesario para pensar en términos de diferentes memorias (por ejemplo, a corto y a largo plazo) con mecanismos de transferencia de información entre ellas, así como la posibilidad de construir teorías de memoria de sabor mentalista. Todo ello, unido a su especial interés por el estudio de la memoria y a su buena formación experimental, hará que este campo experimente un desarrollo extraordinario en aquellos años. Como han señalado destacados teóricos (e.g., Lachman et al., 1979), la aportación capital del aprendizaje 56 verbal a la psicología cognitiva fueron las personas. Téngase en cuenta que los grandes pioneros en la investigación cognitiva de la memoria eran psicólogos con una rigurosa formación experimental, adquirida en una época en la que el neoconductismo era aún el paradigma dominante en Norteamérica; razón por la cual, muchos de ellos eran destacados psicólogos del aprendizaje verbal desde la década de los cincuenta, como, por ejemplo, Endel Tulving, Fergus Craik, Richard Atkinson, Robert Crowder, Bennet Murdock o Murray Glanzer, entre otros. Como señalaron Tulving y Madigan (1970), en una excelente revisión titulada precisamente “Memory and verbal learning”, en la que analizaron los pormenores de la transición del paradigma del AV al de la psicología cognitiva de la memoria, la consecuencia lógica durante los primeros años de cambio paradigmático fue la coexistencia de dos subculturas en el ámbito de la psicología experimental del aprendizaje y la memoria humanos: “la subcultura del aprendizaje verbal” (asociacionista) y “la subcultura de la memoria” (cognitivista). Aunque ambas compartían un objetivo común, durante algunos años se plantearon cuestiones distintas, utilizaron métodos distintos y hablaron un lenguaje distinto. Resulta muy ilustrativo y anecdótico lo que, a ese respecto, confiesa Tulving (1999a, p. 23) en un trabajo relativamente reciente: “Yo recogí mis primeros datos de un experimento de aprendizaje en 1957. […] El término ‘memoria’ seguía siendo tabú en aquella época y los principiantes jóvenes del área no nos atrevíamos a utilizarlo”. Esta situación se mantendría, aunque con una fuerza cada vez menor, durante toda la década de 1960, de tal manera que, hasta entrada la siguiente década, no se pudo certificar –como señala Claxton (1978)– la defunción de “los pares asociados”, de “la teoría de la interferencia” y de “la tradición del aprendizaje verbal” en su conjunto. 2.3.2. Psicología Cognitiva La Psicología Cognitiva, como paradigma teórico, emergió de la confluencia de una serie de acontecimientos sociales, científicos y tecnológicos, y del progreso de programas de investigación experimental en determinadas áreas de la psicología. Su objetivo es comprender la naturaleza y el funcionamiento de la mente humana. Los psicólogos cognitivos asumen que los patrones de conducta observable, junto con las experiencias subjetivas privadas, dependen de sucesos mentales inobservables que implican, a su vez, mecanismos y procesos mentales. De ahí que su objeto de estudio sean procesos cognitivos tales como la percepción, la memoria, la solución de problemas, el razonamiento o el lenguaje. La enumeración de estos tópicos lleva a pensar, no obstante, que la psicología cognitiva no parece un enfoque o una escuela de pensamiento nueva, y mucho menos un paradigma nuevo de la psicología. Los filósofos y pensadores de todos los tiempos, desde 57 hace más de dos mil años, se han ocupado del tema de la cognición humana; sin embargo, y esto es importante, sólo desde hace poco más de cien años se está estudiando la mente científicamente, y, concretamente, desde la década de 1960, se considera que la psicología cognitiva aparece como un paradigma dominante. La psicología cognitiva no debe considerarse, por lo tanto, ni como una teoría nueva ni como una disciplina que tiene por objeto de estudio algo que no ha sido estudiado previamente. La psicología cognitiva actual considera, como los primeros psicólogos mentalistas, que la conducta externa es explicable en términos de elementos causales internos. ¿Por qué se habla, entonces, de “revolución cognitiva” y de “cambio de paradigma”2 para referirse a la emergencia del cognitivismo? Básicamente, porque se produjo un cambio de rumbo así como un cambio de énfasis en las cuestiones que se planteaban los psicólogos y en las explicaciones que empezaron a ofrecer. El siguiente extracto de la entrevista realizada, en 1986, por el psicólogo Bernard J. Baars a George A. Miller – Profesor de Psicología de la Universidad de Princeton y considerado como uno de los “padres fundadores” de la psicología cognitiva–, sobre las circunstancias que propiciaron el cambio del conductismo al cognitivismo, resulta muy esclarecedor: En mi opinión –dice Miller–, lo que nos unía a la mayoría de nosotros era la oposición al conductismo, no una idea clara de que existiera una teoría alternativa correcta. Lo único que sabíamos era que por aquel camino [el conductista] no íbamos a entender aquello en lo que estábamos interesados. Diferentes personas siguieron diferentes caminos, y si hubo algo “común” fue el viejo “sentido común” acerca de cómo son las personas, cómo funciona la mente, que hay una mente; que la memoria, las expectativas, las creencias, las emociones, son palabras que se refieren a algo real, y que nuestro trabajo como psicólogos era descubrir lo que significan (Baars, 1986, p. 210). La psicología cognitiva moderna supuso, sin duda, el resurgimiento de la psicología mentalista. Pero, a diferencia de los psicólogos mentalistas de finales del siglo XIX, los modernos psicólogos cognitivos están interesados no tanto por “el contenido de la conciencia” cuanto por los procesos cognitivos conscientes y no conscientes, y por el modo como unos y otros actúan sobre las representaciones mentales, de modo que la organización y la forma de tales representaciones internas constituyen su genuino objeto de estudio. Actualmente, disponemos de abundantes estudios en los que se explicitan con toda claridad los factores que determinaron de un modo decisivo el proceso de recesión de la psicología conductista y el ascenso simultáneo de la psicología cognitiva. En la década de 1950, tras la Segunda Guerra Mundial, se produjo una convergencia de cambios de actitud, de método y de elaboración de teorías en diferentes campos del saber que transformaría no sólo el clima intelectual de las ciencias, sino también la propia naturaleza de la sociedad occidental. Diversos acontecimientos sociales, científicos y tecnológicos tuvieron un fuerte impacto sobre la psicología experimental de la época. Los 58 investigadores reaccionaron activamente incorporando y adaptando las influencias de una serie de desarrollos –unos internos y otros externos a la propia psicología– que les llevaría a la configuración de una psicología que difería sensiblemente del conductismo, aunque todavía reflejaba algunos de sus compromisos más fundamentales. Las contribuciones internas procedían de una variedad de fuentes, incluyendo aquellas procedentes de psicologías con un sello indiscutiblemente norteamericano (e.g., el neoconductismo de Hull y Spence; el funcionalismo clásico de Woodworth y Boring, o el funcionalismo del aprendizaje verbal) y las procedentes de desarrollos estrictamente europeos, representados por “escuelas”, como la psicología de la Gestalt, con figuras como Wertheimer, Köhler y Koffka, la escuela de Moscú, con autores de la talla de Vygotski, la escuela de Ginebra, con Jean Piaget, y la psicología experimental británica, en la que destacan Frederic Bartlett, Kenneth Craik y Donald Broadbent. Entre las influencias externas a la psicología que deberían considerarse como los factores decisivos del cambio y del desarrollo consiguiente de la psicología cognitiva destacan especialmente tres: la teoría de la información, la lingüística generativotransformacional de Chomsky y la ciencia de los ordenadores3. La confluencia e interacción de esta amplia y diversa gama de circunstancias propició, hacia mediados del siglo XX, un cambio sustancial en el entramado epistémico de la ciencia psicológica. En efecto, la visión cambiante de la naturaleza de la ciencia, el fracaso del conductismo para ofrecer una explicación adecuada de la actuación humana y el fuerte impacto de diferentes desarrollos, especialmente la aparición de los modernos ordenadores digitales, llevaron a un grupo creciente de psicólogos a circunscribir y tematizar un nuevo saber –una nueva epistéme– como objeto de la psicología: la mente humana. Este nuevo objeto de estudio llevó consigo el abandono del “sistema presuposicional” conductista y la construcción del “sistema presuposicional cognitivista” –según palabras de Lachman y Lachman (1986)–, desempeñando el marco teórico del procesamiento de la información4 un papel crucial tanto en dicha construcción como en la rapidez con que se llevó a cabo. Respecto a la memoria, los psicólogos cognitivos se marcaron como objetivo prioritario definir su arquitectura funcional, que se ha concretado –como se verá en la Segunda Parte de este Manual– en el estudio exhaustivo de las estructuras y los procesos básicos de memoria. A) Presupuestos básicos de la Psicología Cognitiva La psicología cognitiva, como cualquier ciencia, se fundamenta sobre un conjunto de presuposiciones o metapostulados generales no demostrados acerca de su objeto de estudio. Aunque hayan surgido diferencias o matizaciones a través de su todavía corta historia, puede decirse que la mayoría de los psicólogos cognitivos comparten los cuatro siguientes: 59 1. 2. 3. 4. El presupuesto mentalista, que asume que la actividad humana no puede ser entendida ni explicada científicamente sin apelar a constructos internos (mentales). En otras palabras, los psicólogos cognitivos consideran a los constructos mentales como los antecedentes causales del comportamiento. El presupuesto funcionalista, que entiende que la mente no es una sustancia ni idéntica ni distinta del cerebro, sino el resultado de la organización peculiar de éste, que le confiere determinadas propiedades funcionales. El presupuesto computacional, que supone que “una forma válida de describir los fenómenos mentales con fines explicativos consiste en concebirlos como procesos de cómputo” (Adarraga, 1991, p. 51). Este presupuesto implica las dos siguientes proposiciones: a) los humanos son seres autónomos e intencionales que procesan información para interactuar con el mundo externo, y b) la mente es un sistema de propósito general que procesa símbolos. Respecto a este presupuesto computacional, tradicionalmente se han distinguido dos posiciones o versiones, una fuerte que admite una equivalencia funcional entre el funcionamiento de un ordenador y el de la mente humana, y una versión suave que acepta el lenguaje y los conceptos de las ciencias del cómputo pero sin admitir la equivalencia entre el funcionamiento de los sistemas artificiales y el sistema humano de procesamiento de información. El presupuesto restrictivo, que considera que el procesamiento de la información está gobernado por constricciones internas. Este supuesto se ha explicitado tradicionalmente afirmando que la mente es un procesador de capacidad limitada, tanto a nivel estructural como de recursos, así como que depende de un sustrato neurológico, aunque no está totalmente constreñida por él. Estos presupuestos constituyen el núcleo original o clásico de la psicología cognitiva del procesamiento de la información (PI), también llamado paradigma simbólico. No obstante, a lo largo de su desarrollo se han ido haciendo evidentes ciertas discrepancias en el seno de la psicología cognitiva, de modo que, después de casi cinco décadas de andadura, puede decirse que la psicología cognitiva del PI se caracteriza por su diversidad en términos de metas y de enfoques. Son muchos los autores que se han hecho eco de esta variedad esencialmente teórica y metodológica y, aunque no coincidan totalmente en sus categorizaciones, sus puntos de vista son perfectamente integrables bajo la bandera de la ciencia cognitiva. B) Conexionismo 60 A mediados de la década de 1980, surgió un nuevo paradigma cognitivo que, frente a la idea central del paradigma simbólico de que la mente es un sistema que procesa símbolos físicos significativos, considera que la cognición no implica la manipulación de símbolos con significado. Este nuevo paradigma, llamado conexionismo o de procesamiento distribuido paralelo o de redes neurales (Rumelhart y McClelland, 1986), postula que la información que hay en memoria se encuentra distribuida a través de una red constituida por un gran número de unidades simples de procesamiento densamente interconectadas. Cada una de tales unidades tiene un grado de activación que permite excitar o inhibir al resto, con lo que la red constituye un sistema dinámico que propaga activaciones entre sus unidades, según determinadas reglas de aprendizaje, hasta que se alcanza un estado estable o un patrón de conexiones modificado. El significado en estos modelos no reside en las unidades de procesamiento, que son muy elementales, sino que está distribuido en la configuración del patrón de conexiones. Los modelos conexionistas de memoria han demostrado algunas ventajas sobre los modelos representacionales a la hora de explicar ciertos fenómenos, como la interferencia entre memorias de eventos similares o cómo distintas huellas pueden llegar a combinarse para formar un compuesto nuevo (cf. Metcalfe, 1990). Sin embargo, estos modelos resultan fuertemente limitados a la hora de establecer predicciones a priori sobre los efectos de distintos factores sobre la ejecución mnemónica. Esta dificultad se convierte en un gran inconveniente en el ámbito aplicado, donde a los investigadores les resulta muy difícil utilizar la metáfora conexionista para diseñar programas de rehabilitación de la memoria o para llevar a cabo cualquier otra aplicación en el mundo real. 2.3.3. Neurociencia Cognitiva Tradicionalmente, la investigación del cerebro y la investigación de la mente han corrido por caminos separados y desconectados; sin embargo, en las últimas décadas, estamos asistiendo al surgimiento y configuración de una nueva disciplina, la Neurociencia cognitiva, que se interesa por el estudio conjunto de cerebro y cognición. Las razones que eventualmente se han dado para explicar e incluso justificar esa desvinculación histórica tan marcada entre psicólogos y neurobiólogos apuntan, por un lado, al hecho de que los psicólogos cognitivos han considerado que la evidencia neural es innecesaria para sus teorías y explicaciones, y, por otro, a que a los neurocientíficos sólo les ha interesado conocer cómo funciona el cerebro y no han prestado atención a cómo funciona la mente. En el caso concreto de la investigación de la memoria, el resultado más sobresaliente de esa injustificada situación ha sido que las teorías cognitivas de la memoria y las teorías neurobiológicas de la memoria se han desarrollado y evolucionado desvinculadas las unas de las otras. Pero, como decimos, en años recientes, investigadores destacados del nivel cognitivo 61 y del nivel neurobiológico, convencidos de que una comprensión completa de la memoria exige explicaciones provenientes de todos los niveles de análisis, han iniciado el establecimiento de puentes de unión entre ambos enfoques. El resultado actualmente visible de ese movimiento ha sido la puesta en marcha de una nueva aventura científica más interactiva e interdisciplinar cuyo objetivo básico es integrar el conocimiento sobre el cerebro con el conocimiento sobre los aspectos funcionales de la cognición. Los investigadores coinciden en señalar que este cambio ha estado propiciado de un modo especialmente decisivo, aunque no exclusivo como veremos, por la aparición de las nuevas técnicas de neuroimagen funcional, que, según palabras de Fergus Craik (1999), “han revolucionado literalmente el estudio de los correlatos neurales de la percepción, la memoria, el lenguaje y el pensamiento, al permitir a los científicos cognitivos y del cerebro trabajar dentro de un marco común”. Ese marco común de investigación es el definido por la Neurociencia cognitiva, una disciplina nueva que combina la psicología cognitiva, la neuropsicología, la neurología conductual, la neuroanatomía, la neurofisiología, la genética, la psicofarmacología y el modelado computacional; aunque, como coinciden en señalar investigadores de prestigio, la neurociencia cognitiva surge, básicamente, de la fusión de la Psicología cognitiva y la Neurobiología de sistemas. Si bien la historia de la Neurociencia cognitiva tiene unos antecedentes bastante remotos5, su genuino pasado es tan breve que, en realidad, se trata de una disciplina científica que “aún está haciéndose”; aunque también podría asumirse que su historia no es tan corta, en la medida en que puede ser considerada –en opinión de Kandel y Squire (1992)– como la versión actual y evolucionada de los planteamientos cognitivos de la neuropsicología tradicional. En consecuencia, el nombre de “neurociencia cognitiva – escriben estos autores (op. cit., p. 144)– puede ser considerado, sencillamente, como un término nuevo para el mismo objeto de estudio que originalmente estuvo cubierto por el término neuropsicología”. En una revisión de Cowan, Harter y Kandel (2000), sobre la historia de esta disciplina, se destacan tres momentos clave en la génesis y conformación de la Neurociencia Cognitiva; a saber, (1) El que incluye las décadas de 1950 y 1960, años en los que se considera que surge una “neurociencia coherente”, queriendo significar con ello que disciplinas hasta entonces independientes, como la neuroanatomía, neurofisiología, neurofarmacología, neuroquímica y conducta, van fusionándose hasta configurar un campo unificado al que se denominará “Neurociencia”. (2) El segundo momento se sitúa a principios de la década de 1980, cuando se produce una integración de la Neurociencia con otras áreas de la Biología; en especial, con la Biología Molecular y la Genética Molecular. (3) El tercero y último se data a mediados de la década de 1980, por entender que es entonces cuando propiamente aparece la Neurociencia Cognitiva, como resultado –según se ha dicho– de la fusión de la Neurobiología de sistemas, que concurre con su interés por comprender la estructura y la función de los sistemas sensoriales y motores del cerebro, y la Psicología Cognitiva, que aporta una rigurosa metodología para el análisis de la cognición6. En lo concerniente a la memoria, la Neurociencia Cognitiva tiene planteados dos 62 grandes retos: el problema de la base molecular de la memoria y el problema de los sistemas de memoria. Para nuestros propósitos, la cuestión relevante tiene que ver con el segundo, es decir, cuáles son los sistemas cerebrales involucrados en la codificación, almacenamiento y recuperación de conocimiento y experiencia. Por consiguiente, podemos afirmar que el objetivo fundamental de la neurociencia cognitiva de la memoria es comprender la organización o la arquitectura cognitiva y neural de la memoria humana. Actualmente, la abundante y diversa evidencia disponible parece indicar inequívocamente que la memoria humana no es una entidad unitaria sino un conjunto de sistemas independientes e interactuantes, que difieren entre sí respecto a sus dominios conductual, cognitivo y cerebral así como en lo concerniente a sus reglas de funcionamiento. En esta aventura interdisciplinar de la neurociencia cognitiva de la memoria destacan dos hechos fundamentales: por un lado, que investigadores procedentes de niveles epistemológicos diferentes están compartiendo, por primera vez, marcos teóricos y paradigmas experimentales comunes, y, por otro, el hecho de que la evidencia procede de estudios con personas sanas, con pacientes con diversos daños cerebrales, y con animales de diferentes especies sanos y lesionados. Hasta hace pocos años, el método principal para determinar qué estructuras cerebrales dan soporte físico a la memoria era observar cómo realizan los pacientes con daño cerebral diversas tareas de memoria. Sin duda alguna, este método, y todo el enfoque de la Neuropsicología Cognitiva, ha hecho contribuciones de un valor incalculable; sin embargo –como apunta Cabeza (2000)–, dicho método presenta una serie de limitaciones, como, por ejemplo, no permitir diferenciar con claridad si los déficits observados tienen su origen en fallos en la codificación o en la recuperación, cuál es la localización precisa de lesiones críticas, o cómo generalizar los hallazgos a la función cerebral normal. En la actualidad, estos y otros problemas están siendo abordados con éxito por las técnicas de neuroimagen funcional, entre las que destacan la tomografía por emisión de positrones (PET), la resonancia magnética funcional (RMf) y la magnetoencefalografía (MEG), entre otras7. La incorporación de las nuevas técnicas de neuroimagen con fines investigadores está produciendo una auténtica revolución al ofrecer la oportunidad sin precedentes de observar in vivo cómo el cerebro aprende y recuerda. Todo el enriquecimiento teórico y metodológico aportado por la Neurociencia cognitiva de la memoria está haciendo realidad algo que hace tan sólo unos pocos años resultaba prácticamente utópico. Nos referimos al hecho de que en la actualidad existan distintos frentes visibles de investigación con el objetivo común de dilucidar las mismas cuestiones acerca de la naturaleza de la memoria; a saber, (1) cuáles son los distintos sistemas de memoria en los seres humanos y en los animales, (2) cuáles son sus características funcionales y (3) cuáles son los sistemas cerebrales en los que están implementados. 63 2.4. Niveles de análisis Una explicación completa de la memoria pasa por tener en cuenta un rango amplio de niveles, dado el hecho ineludible de que el término “memoria” no sólo se refiere a un proceso cognitivo, sino también a una conducta o actuación (en cuanto “acto de memoria”) de un sujeto concreto bien adaptado, así como a los componentes y funciones de los distintos niveles de organización del sistema nervioso implicados. Esta idea no es nueva ni en psicología ni en la investigación de la memoria. Desde hace ya varias décadas, reputados teóricos de la memoria vienen insistiendo en que la memoria debe ser estudiada en diferentes niveles de análisis porque la información obtenida en un determinado nivel puede resultar muy útil para el desarrollo teórico en otro nivel (e.g., Schacter, 1984). Por ejemplo, si evidencia obtenida en estudios neurobiológicos o neuropsicológicos sugiere la necesidad de distinguir formas diferentes de memoria, los teóricos cognitivos deben tener en cuenta esa evidencia. Y a la inversa, los modelos téoricos o las teorías de la memoria derivados de la investigación experimental cognitiva deben estar presentes en la formulación de hipótesis y en los diseños de los neurobiólogos y de los neuropsicólogos. Este tipo de relación “convergente” entre teóricos e investigadores de niveles de análisis diferentes se ha hecho especialmente patente en los planteamientos metodológicos de la actual Neurociencia Cognitiva de la Memoria. David Marr ha sido el teórico que más claramente ha insistido en la idea de que son necesarias diferentes explicaciones en diferentes niveles de análisis para comprender un sistema de procesamiento de información. En su obra póstuma de 1982, Visión, distinguió tres niveles de análisis: el Nivel 1, ó de la teoría computacional (como otros autores, lo denominaremos nivel intencional o experiencial), que define el objetivo y la lógica de la computación, y especifica qué hace el sistema y por qué; el Nivel 2, ó de la representación y el algoritmo, que define la representación del input y del output así como el algoritmo, es decir, la serie de pasos computacionales para la transformación de uno en otro, y especifica el cómo, y el Nivel 3, ó de la implementación, que define el soporte o sustrato en el que se realiza físicamente el proceso. En el caso concreto de la memoria, el Nivel 1, intencional o experiencial, debe especificar qué función cumple y para qué sirve la memoria. El Nivel 2, algorítmico o representacional, se encargará de definir el algoritmo que transforma la representación del input en la representación del output; o, lo que es lo mismo, deberá identificar las distintas estructuras y procesos de memoria, y especificar cómo funcionan, para determinar el curso y el resultado de un acto de memoria. El Nivel 3, implementacional o fisiológico, se refiere a la neurobiología de la memoria. Tradicionalmente, el nivel 1 apenas ha sido explorado; el nivel 2 ha sido competencia exclusiva de los psicólogos, y el nivel 3 ha sido explorado por los neurobiólogos. El enfoque multidisciplinar de la Neurociencia Cognitiva pretende abordar y aborda, por razones epistemológicas, el estudio de la memoria en los tres niveles. 64 2.5. Metáforas de la memoria Como ya se ha dicho, el cambio paradigmático que supuso la emergencia de la Psicología cognitiva se concretó, en el ámbito de la investigación de la memoria, en la sustitución, entre las décadas de 1960 y 1970, de “la subcultura del aprendizaje verbal” por “la subcultura de la memoria” –según la expresión de Tulving y Madigan (1970)–. Sin embargo, dicho cambio no supuso la extinción de la tradición ebbinghausiana; muy al contrario, ésta siguió y sigue influyendo sobre la investigación de la memoria y sobre la propia concepción de la memoria de un modo mucho más fuerte de lo que aparentemente pudiera parecer. Dicha influencia se ha concretado, clarísimamente, en el hecho de que el enfoque predominante en la investigación de la memoria ha seguido utilizando –como lo hiciera Ebbinghaus– experimentos altamente controlados que intentan cuantificar el contenido de la memoria. Este enfoque dominante de orientación cuantitativa ha tenido que hacer frente, no obstante, a fuertes críticas procedentes de los partidarios del llamado “enfoque ecológico” (heredero directo de la tradición de Bartlett), quienes, en lugar de enfatizar la cantidad, se han interesado por la exactitud de la memoria8. Esta dualidad de enfoques, que se corresponde con dos formas de abordar el estudio de la memoria: la investigación de “laboratorio” versus la investigación “naturalista” o de “la vida real”, ha traído consigo –durante buena parte de las décadas de 1980 y 1990– encendidos debates así como claros esfuerzos por llegar a una reconciliación o a una integración. En síntesis, la historia de la controversia laboratorio/vida real giraría en torno a dos eventos; uno que la popularizó y otro que, cuando parecía extinguida, la reavivó. El primero de tales eventos fue la conferencia con la que el psicólogo Ulric Neisser, de la Universidad de Cornell (EE.UU.), abrió el Congreso sobre “Aplicaciones prácticas de la memoria”, celebrado en Gran Bretaña en 1976. Los planteamientos de Neisser en aquella charla –titulada “Memory: What are the important questions?” (publicada en 1978)– no fueron, de hecho, algo nuevo, pero fueron tan radicales y su crítica a la investigación de laboratorio tan exacerbada (en concreto, rechazó y despreció los hallazgos de cien años de investigación de laboratorio por inútiles, estériles y obvios), que produjeron, incluso allí, una auténtica conmoción; tanto, que, más de diez años después, sus acusaciones siguieron siendo consideradas como “incendiarias”9. El segundo evento se produjo exactamente once años después, cuando Mahzarin Banaji y Robert Crowder, de la Universidad de Yale, arremetieron contra la provocación de Neisser, y contra el enfoque ecológico de la memoria, en un artículo con un título no menos provocador: “The bankruptcy of everyday memory”. En opinión de Banaji y Crowder (1989), los métodos ecológicamente válidos no garantizan la generalización de los resultados porque carecen de control experimental. Como dos claros representantes del enfoque experimental de laboratorio, defendieron el estudio de la memoria en el ambiente controlado del laboratorio y denunciaron la “insolvencia” del 65 enfoque naturalista de la memoria tan ardientemente defendido por Neisser, y por muchos otros autores, durante más de una década (desde la citada conferencia). Para Banaji y Crowder, el enfoque ecológico de la memoria había resultado ser “claramente insolvente”, y la prueba estaba en que “no había producido ninguna teoría con verdadero poder explicativo, no había descubierto ningún principio nuevo de memoria, ni había desarrollado métodos de recogida de datos que añadieran sofisticación o precisión”, con el agravante añadido de que tal enfoque “conlleva el peligro potencial de comprometer los auténticos logros de nuestra joven empresa” (op. cit., p. 1185). Por todo ello, concluyeron que “no debería permitirse que el oropel de los métodos cotidianos [la observación naturalista] reemplace a la búsqueda de principios verdaderamente generalizables” (p. 1192). Los enfrentamientos y debates entre los partidarios de uno y otro enfoque alcanzaron su punto álgido en la década de 1980, y continuaron a lo largo de los 90 aunque cada vez con menos fuerza. A la larga, aquel conflicto tuvo unas consecuencias positivas, que se concretaron, por un lado, en la revisión que unos y otros hicieron de sus planteamientos teóricos y metodológicos y, por otro, en el acercamiento mutuo que se inició poco después y que acabaría con el reconocimiento de la necesidad y la complementariedad de los dos enfoques. En una reciente revisión de aquella controversia, Kvavilashvili y Ellis (2004) concluyen que, en realidad, ambos enfoques pretenden lo mismo, esto es, comprender y explicar el funcionamiento de los procesos de memoria que se expresan a través de la conducta humana. Según estas autoras, la investigación actual de la memoria se desarrolla a lo largo de un continuo metodológico del que sólo sus extremos corresponderían a los enfoques ecológico y tradicional en sus formas ‘puras’ o estereotipadas (representadas por las posturas de Neisser y Banaji y Crowder, respectivamente), dado que la mayor parte de la investigación tiende a situarse en los lugares medios de dicho continuo, lo que pone de manifiesto que la controversia laboratorio/vida real se ha resuelto en favor de la coexistencia pacífica y el enriquecimiento mutuo. No obstante, la controversia “laboratorio versus vida real” esconde un problema de bastante enjundia, ya que en el origen de sus diferencias lo que subyace implícitamente es una diferencia entre las metáforas de la memoria asumidas por cada enfoque; a saber, la metáfora del almacén y la metáfora de la correspondencia, respectivamente. Si bien es cierto que cuando el científico se enfrenta con un fenómeno que no entiende surge un impulso natural a relacionarlo con algo que sí entiende, no es menos cierto que las metáforas o las analogías adoptadas pueden ejercer una decisiva influencia sobre el modo de conceptualizar y de evaluar dicho fenómeno. Así, “la metáfora del almacén”, que considera a la memoria como una especie de depósito de elementos, asume que lo que hay que evaluar es el número de elementos que se encuentran en el almacén; mientras que “la metáfora de la correspondencia”, al considerar a la memoria como una descripción del pasado, implica que lo que hay que evaluar es la exactitud o la fidelidad de tal descripción. Estas diferentes metáforas predeterminan, por tanto, que sus respectivos enfoques estén orientados uno cuantitativamente y otro cualitativamente, una 66 diferencia que ha ejercido y sigue ejerciendo una considerable influencia sobre la investigación y la teoría de la memoria10. A grandes rasgos, la metáfora del almacén –cuyos orígenes se remontan a Platón y adquiere una especial relevancia a partir de las ideas de los filósofos empiristas británicos– considera la memoria como un depósito de unidades elementales discretas que garantiza su retención para una eventual recuperación posterior. Consecuentemente, esta metáfora entiende que la evaluación de la memoria debe incluir la utilización de estímulos elementales y discretos, como las sílabas o las palabras, que permitan medir la efectividad de la memoria a partir de la cantidad o el número de ítems recuperados. La nítida orientación cuantitativa de este enfoque ha determinado que lo importante sea cuántos ítems se recuerdan, con independencia de cuáles se recuerdan o no se recuerdan. Esta concepción cuantitativa por excelencia de la memoria ha configurado, lógicamente, los modos de pensar acerca de cuáles deben ser los aspectos relevantes de la memoria (e.g., la arquitectura del almacén, la capacidad de almacenamiento, el tiempo de retención, la transferencia de información entre almacenes, la pérdida de información u olvido, etc.), los paradigmas experimentales y, cómo no, los tipos de fenómenos que deben ser estudiados. Resulta oportuno señalar que esta metáfora, a pesar de estar firmemente enraizada en la tradición del AV, encajó rápida y fácilmente en el paradigma cognitivo del procesamiento de la información y tiene en el “modelo modal” de almacenes múltiples de Atkinson y Shiffrin (que será descrito en el capítulo siguiente) uno de sus ejemplos paradigmáticos. Desde la década de 1980, aproximadamente, ha ido en aumento, no obstante, el número de investigadores que consideran que la metáfora del almacén resulta insuficiente o incluso inadecuada para tratar muchos de los fenómenos de la memoria cotidiana, como, por ejemplo, el recuerdo de las experiencias personales, el recuerdo de una conversación, o el relato de un suceso del que hemos sido testigos. El resultado de ese cambio de actitudes se ha reflejado en un nuevo modo de pensar sobre la memoria, de tal manera que la idea de que la cualidad intrínseca de la memoria es su capacidad de almacenamiento ha sido sustituida por su poder para representar fielmente los acontecimientos pasados. En opinión de Koriat y Goldsmith (1996), no es fácil encontrar una metáfora para esta alternativa conceptual, pero, dado que su característica básica, frente al enfoque cuantitativo de la metáfora del almacén, es evaluar la correspondencia entre lo que las personas recuerdan y lo que sucedió realmente, parece adecuado asumir que el enfoque ecológico o de la vida real se ajusta a la que podría ser denominada metáfora de la correspondencia11. Siguiendo a estos autores, dicha metáfora se caracteriza por los siguientes atributos: 1. La memoria versa sobre episodios pasados, de modo que se concibe como una representación o una descripción de dichos episodios. En consecuencia, los informes de memoria son considerados como proposiciones que tienen valor de verdad y, por consiguiente, pueden ser juzgados como correctos o 67 2. 3. 4. 5. equivocados. La característica esencial de la memoria es su capacidad para representar fielmente el pasado, razón por la cual su evaluación debe llevarse a cabo en términos de exactitud y no en función del número de ítems recordados. Por la misma razón, el olvido no se concibe en términos de pérdida de información, sino como pérdida de correspondencia entre lo que se recuerda y lo que sucedió realmente o, con otras palabras, como desviación de la verdad. Todo ello explicaría la especial implicación de este enfoque en el estudio de las “distorsiones cualitativas de la memoria”, como, por ejemplo, la deformación, simplificación y creación de recuerdos, la fabulación, las memorias ilusorias, los recuerdos falsos, etcétera. La correspondencia mnemónica está cargada de contenido, por lo que esta metáfora implica un interés especial por la calidad de la memoria o, lo que es lo mismo, por lo que se recuerda. La evaluación de la correspondencia mnemónica está intrínsecamente unida al output, esto es, la exactitud viene definida sólo por lo que una persona recuerda, no por lo que omite. La memoria se concibe al estilo de la percepción, es decir, en términos de correspondencia: entre lo percibido y lo real, o entre lo recordado y lo sucedido, respectivamente. De hecho, al igual que la percepción ha sido considerada como una construcción activa de la realidad, la memoria se considera como una reconstrucción activa de los eventos pasados. Dentro de este enfoque orientado a la exactitud de la memoria, se han desarrollado diferentes líneas de investigación en los últimos años que, con un grado diferente de consolidación, están generando un corpus de conocimiento cada vez más amplio acerca de cuestiones tales como la memoria autobiográfica, la memoria de los testigos, la memoria prospectiva, los recuerdos-fotográficos, la memoria emocional, etcétera. ¿Cuál es el panorama actual respecto a la dominancia de cada una de estas metáforas? ¿Qué tipo de relación existe entre ambas? Como ya se ha dicho, la controversia laboratorio/vida real se ha resuelto en los últimos años, de modo que, en la actualidad, predomina una metodología plural o ecléctica en la que tienen cabida los dos enfoques y donde, por consiguiente, el viejo conflicto ha sido prácticamente superado. No obstante, como ha argumentado Bruce (1996), el destino de cada uno de tales enfoques parece que se resuelve al margen de las metáforas subyacentes. En efecto, se dispone de abundante evidencia que deja bien claro que el panorama actual de la investigación de la memoria, en el que se incluyen con el mismo derecho la investigación de laboratorio y la investigación de la memoria en la vida real, parece estar configurándose con independencia de las metáforas descritas. Tanto es así, que muchos de los fenómenos de memoria más atractivos actualmente están siendo investigados con diseños que implican tanto a la metáfora del almacén como a la metáfora de la correspondencia. Diferentes meta-análisis de estudios de ambas orientaciones han 68 confirmado esta situación12, que implica, por otra parte, una interesante paradoja, y es que aunque muchos investigadores recomiendan la necesidad de utilizar métodos naturalistas, en realidad, la mayor parte de la investigación de ambos enfoques se sigue realizando en el laboratorio. 2.6. Psicología cognitiva de la memoria El estudio científico de la memoria comenzó, como hemos visto, con los trabajos experimentales de Herman Ebbinghaus sobre el aprendizaje, el olvido y el reaprendizaje de un tipo de información muy particular: las sílabas sin sentido. Su influencia en el plano metodológico fue tan profunda que, de hecho, aún sigue vigente en gran parte de la investigación de laboratorio. Sin embargo, el verdadero núcleo generador de ideas, teorías y métodos para el estudio de la memoria es un producto genuino de la psicología cognitiva de la memoria. Como resulta fácil constatar a través de la historia de la psicología experimental, desde los primeros años del paradigma cognitivo, allá por la década de 1960, los psicólogos experimentales se sintieron especialmente interesados por el estudio de la memoria. Este interés se tradujo en una producción científica hasta entonces insólita, con el consiguiente enriquecimiento teórico y metodológico. Aquel avance extraordinario parece que estuvo propiciado por la combinación de dos circunstancias especialmente coyunturales. Por un lado, una actitud más ecléctica de los investigadores de “la memoria” frente a los investigadores del “aprendizaje verbal” a la hora de elegir los métodos y paradigmas experimentales, y, por otro, la insatisfacción generada por la dificultad de los métodos tradicionales del AV para especificar el “estímulo” al que la “respuesta” estaba conectada. Esta particular interacción creó las condiciones idóneas en la mente de muchos investigadores de la época para abordar una amplia variedad de problemas nuevos, plantear cuestiones ignoradas hasta entonces, adoptar enfoques teóricos originales y generar métodos nuevos y creativos13. Las razones concretas de aquella auténtica eclosión teórica y metodológica fueron muchas, aunque pueden concretarse en cambios tan relevantes como los siguientes: 1. 2. La sustitución de marcos teóricos de escaso poder teórico (como el aprendizaje verbal) por otros marcos y paradigmas con muchas más posibilidades teóricas y metodológicas (e.g., el paradigma cognitivo del procesamiento de información). El abandono de conceptos muy limitados (como el de asociación) en favor de otros conceptos más ricos y fecundos (por ejemplo, los procesos de codificación, organización, almacenamiento y recuperación; la idea de niveles de procesamiento, de codificación específica, etc.). 69 3. 4. La sustitución de procedimientos experimentales muy restrictivos (como los pares asociados o el aprendizaje serial) por nuevos procedimientos y paradigmas más productivos (como las tareas de reconocimiento con juicios “recordar/saber”, recuerdo libre y recuerdo con claves, el paradigma de Brown-Peterson o el paradigma de práctica de recuperación de Anderson, por citar sólo algunos). La sustitución progresiva de unidades de análisis de escasas posibilidades (como las sílabas o las mismas palabras) por otras unidades de análisis mucho más ricas y fértiles (como los eventos o las historias)14. El resultado global de todo ello ha sido la expansión extraordinaria del dominio epistemológico de la memoria, cuyos límites se han visto ampliados no sólo horizontalmente sino verticalmente también. La prueba más sugerente y atractiva de esa expansión “vertical” la encontramos en la alianza que se produce en la década de los ochenta entre la Psicología Cognitiva y la Neuropsicología, que, al arrojar un balance tan positivo, marcará el camino para otra convergencia, la de la Psicología Cognitiva y la Neurociencia, que, en los últimos años, y como ya hemos visto, ha dado lugar al nacimiento de la Neurociencia Cognitiva. El asentamiento de la “neurociencia cognitiva de la memoria” se está produciendo con rapidez en el panorama científico y su aceptación entre psicólogos y neurocientíficos está creciendo a pasos agigantados. Una prueba palpable de todo ello es que, como ha escrito John Gabrieli, de la Universidad de Stanford, “actualmente resulta habitual encontrar investigadores de la memoria implicados en programas integrados de investigación que incluyen pruebas conductuales con sujetos sanos, análisis neuropsicológicos de pacientes, y estudios de neuroimágenes funcionales” (1999, p. 205). Simultáneamente, el progreso de los últimos años se está concretando en la expansión “horizontal” con la apertura de nuevas áreas de investigación. Por ejemplo, a lo largo de la última década no ha dejado de crecer el interés por la investigación de los errores de memoria (distorsiones, confusiones, memorias falsas), y por el problema subyacente de la naturaleza constructiva de la memoria, que ha puesto de manifiesto la especial vulnerabilidad de la memoria humana a los efectos de múltiples factores individuales y sociales. Asimismo, el auge del enfoque ecológico está dando lugar a una producción considerable de estudios sobre el funcionamiento de la memoria en la vida cotidiana, destacando los avances teóricos y metodológicos en el área de la memoria autobiográfica, la memoria de los testigos o la memoria emocional. Un ejemplo de especial relevancia teórica y aplicada de los últimos años es el interés por los efectos del estrés sobre la cognición en general y la memoria en particular, que está produciendo un avance muy considerable en el conocimiento sobre las complejas relaciones entre emoción y memoria, así como la generación de teorías que permiten entender y abordar terapéuticamente síndromes derivados de situaciones de estrés traumático o crónico. Paralelamente, la acumulación de estudios de casos y de grupos de pacientes amnésicos, 70 la validación de un modelo animal de amnesia humana y el empleo sistemático con fines experimentales de las nuevas técnicas de neuroimagen están arrojando luz sobre la enigmática naturaleza del síndrome amnésico, y han consolidado distinciones teóricas que hace sólo unos pocos años eran discutidas, tales como la diferenciación entre recuperación intencional y consciente (explícita) versus automática e inconsciente (implícita), o la idea de que la memoria no es una entidad unitaria sino un conjunto de sistemas de extraordinaria complejidad. Por último, cabe mencionar el trabajo sobre problemas aplicados de gran interés como la rehabilitación de la memoria en pacientes con daño cerebral, o el desarrollo de programas de mejora de la memoria en personas de edad avanzada y para la población en general. En resumen, los avances sin precedentes en la investigación de la memoria, como consecuencia de los nuevos planteamientos epistemológicos y metodológicos, se están produciendo, por primera vez, en dos frentes: uno antiguo, de naturaleza teórica, que se concreta en la búsqueda de principios generales sobre el funcionamiento de la memoria, y otro nuevo, de naturaleza aplicada, que se traduce en la búsqueda de soluciones para problemas del mundo real. La segunda y tercera parte de este Manual se harán eco de lo más relevante de ambos frentes. 71 3 Arquitectura de la memoria La memoria no se parece a una cámara, un ordenador o cualquier otro sistema de almacenamiento. Es más inquieta, creativa y no es para nada una sola. Diane Ackerman 3.1. La arquitectura funcional de la memoria: perspectiva cognitiva Desde el trabajo pionero de Ebbinghaus, han sucedido muchas cosas en la investigación de la memoria, aunque, sin duda alguna, la más general y globalizadora es que los problemas actuales son muy distintos a los de hace un siglo. Este cambio ha venido propiciado, sobre todo, por el espectacular avance en el terreno metodológico y por la creciente elaboración y sofisticación de las teorías recientes de la memoria. Por supuesto que algunos de tales cambios tuvieron lugar en los primeros años del siglo XX, pero no existe la menor duda de que el gran progreso se ha producido en los últimos cincuenta años. En concreto, sería a partir de finales de la década de 1950 –coincidiendo con el resurgimiento del cognitivismo– cuando se inicia el gran avance en el estudio científico de la memoria, que se va a caracterizar por el planteamiento de nuevos interrogantes acerca del funcionamiento de la memoria y, muy concretamente, por el deseo explícito de desvelar sus elementos componentes, esto es, sus estructuras y procesos. La emergencia del enfoque del procesamiento de la información trajo consigo, como ya se vio, el desarrollo de una nueva clase de teorías psicológicas que hicieron que la conceptualización y las explicaciones de la memoria resulten radicalmente diferentes de las explicaciones anteriores. El nuevo enfoque consideró a la memoria, no como un sistema pasivo que acepta estímulos y produce automáticamente cadenas E-R (estímulorespuesta) –tal y como habían mantenido durante décadas los psicólogos asociacionistas–, sino como un sistema complejo de procesamiento de información con múltiples fases interrelacionadas. De esta manera, la cuestión de la arquitectura de la memoria se convirtió, a partir de entonces, en la “estrella polar” de la investigación de la mayor parte de los psicólogos cognitivos de la memoria. En el seno de la Ciencia Cognitiva, se habla de arquitectura para hacer referencia a 72 los componentes básicos del diseño de un sistema de procesamiento de información, con la salvedad de que tales componentes representan las estructuras físicas subyacentes sólo a un nivel abstracto (Simon y Kaplan, 1989). En este sentido, se postula que para desempeñar adecuadamente sus funciones, la memoria cuenta con una arquitectura funcional en la que están especificados los componentes básicos de toda arquitectura cognitiva; a saber, una estructura organizativa (i.e., los componentes invariantes o sistemas de memoria), unos procesos que operan en ella (i.e., codificación, almacenamiento y recuperación) y un sistema de control. Resulta oportuno señalar que aunque el objetivo primordial de los psicólogos de la memoria haya sido siempre comprender cómo trabaja la memoria, los intentos sistemáticos y rigurosos por definir su arquitectura, esto es, por especificar sus componentes básicos, forman parte de la historia moderna del estudio científico de la memoria. De hecho, y como ya se ha insinuado, una de las características más genuinas de la investigación de la memoria humana desde los primeros años de la era cognitiva fue, sin lugar a dudas, la elaboración de modelos –claramente influenciados por la analogía del ordenador– en los que se explicitaban arquitecturas básicas de memoria. Como ha señalado en años recientes el profesor William K. Estes (1999), de la Universidad de Harvard, a comienzos de la década de 1960 se inició una ola de actividad en la formulación de modelos de memoria que alcanzaría su cresta máxima en 1970 con la aparición de Models of human memory, una obra de gran impacto compilada por Donald Norman, de la Universidad de California en San Diego. En el origen de aquella corriente hay que situar el trabajo del psicólogo británico Donald Broadbent (1958), de la Universidad de Oxford, que sería el primero en describir la memoria (en interacción con la percepción y la atención) mediante un modelo cuya característica central era la división de la memoria en distintas fases de procesamiento o “almacenes”. La influencia del modelo de Broadbent fue de tal calibre que prácticamente todos los modelos sobre aprendizaje y memoria verbal aparecidos en las décadas de 1960 y 1970 podrían considerarse como desarrollos del mismo. Unos años más tarde, Bennet Murdock (1967), de la Universidad de Toronto, describiría las características esenciales de gran parte de aquellos primeros modelos mediante el llamado modelo modal de cómo trabaja la memoria, esto es, un modelo-resumen de todos ellos, y entre los que destacan el de Waugh y Norman (1965) y, muy especialmente, el de Atkinson y Shiffrin (1968), en cuya exposición nos detendremos en el siguiente apartado. Como ilustra la Figura 3.1, el “modelo modal” es un reflejo claro de la tradición de los modelos de procesamiento de información, que postulan una serie de fases, almacenes o sistemas organizados secuencialmente a través de los cuales fluye la información. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la idea de que la memoria puede descomponerse en diferentes sistemas es antigua en psicología, teniendo en cuenta que William James, en su influyente obra Principios de Psicología, publicada en 1890, ya propuso distinguir entre una “memoria primaria” y una “memoria secundaria” (lo que hoy entendemos por memoria a corto y a largo plazo, respectivamente). La misma idea sería planteada por Donald Hebb en 1949, quien consideró necesario distinguir entre una 73 “memoria a corto plazo” y una “memoria a largo plazo” en su teoría de memoria de la “doble huella”. Sin embargo, esta distinción, muy popular entre los psicólogos de la memoria desde finales de la década de 1950, no sería ampliamente aceptada hasta los primeros años de la década de 1970. Desde entonces, la evidencia experimental ha aconsejado fragmentar, a su vez, tanto el sistema de memoria a corto plazo (ver más adelante el modelo de memoria operativa) como el sistema de memoria a largo plazo (ver también sistemas de memoria). Figura 3.1. Modelo modal de memoria. 3.1.1. El modelo modal: la arquitectura de la memoria según Atkinson y Shiffrin Sin duda alguna, el prototipo más influyente de la categoría “modal” ha sido el modelo propuesto en 1968 por Richard Atkinson y Richard Shiffrin, de la Universidad de Stanford. En esencia, dicho modelo distingue dos dimensiones fundamentales: las características estructurales y los procesos de control. Las características estructurales hacen referencia a los componentes invariantes y permanentes del sistema de memoria, y se concretan en tres almacenes diferentes: los registros sensoriales, el almacén a corto plazo (ACP) y el almacén a largo plazo (ALP) (ver Figura 3.2). Los procesos de control, por su parte, se refieren a las actividades de carácter eventual o transitorio a las que recurre el sujeto para controlar el flujo de información, esto es, para operar sobre la memoria y controlarla; por ejemplo, los procesos de atención selectiva, repaso, rastreo, búsqueda, codificación, selección de claves para la recuperación a largo plazo, reglas de decisión, etcétera. En síntesis, la dinámica de este modelo implica que la información del ambiente entra en el sistema de procesamiento a través de los almacenes sensoriales, donde se 74 produce un registro inmediato del input en la dimensión sensorial correspondiente. Estos almacenes de memoria son, en efecto, de modalidad específica, por lo que existen tantos registros sensoriales separados como modalidades sensoriales hay (visión, audición, olfato, etc.). Una vez que la información ha entrado en el registro sensorial, se produce una exploración o barrido (scanning) de esa información, bajo el control del sujeto, al tiempo que se lleva a cabo un proceso de búsqueda de asociaciones en el ALP. La información seleccionada, como resultado de la exploración y la búsqueda, es transferida al ACP. La información no seleccionada se pierde rápidamente por un proceso de decaimiento. Así, el contenido de los registros sensoriales está sujeto a un decaimiento rapidísimo, del orden de milisegundos, a menos que sea transferido al ACP. Figura 3.2. El modelo multialmacén de Atkinson y Shiffrin. Los registros sensoriales tienen tres características básicas: son memorias sensoriales específicas de la modalidad sensorial (si el input es visual, el contenido será de naturaleza visual; si auditiva, de naturaleza auditiva, etc.), su capacidad es virtualmente ilimitada y su tiempo de retención de la información es extremadamente corto (entre 0,5 y 4-5 segundos, según las modalidades). Una vez en el almacén a corto plazo o ACP –el segundo componente básico del sistema– la información recibe atención y el suficiente procesamiento como para ser 75 categorizada y reconocida. Este segundo componente es considerado como la “memoria de trabajo” (working memory) del sujeto, cuya característica más destacada es su limitada capacidad. Se asume que toda la información que entra en el ACP desaparece rápidamente por un proceso de desplazamiento, a menos que el sujeto la someta a un proceso de repaso. No obstante, la tasa de olvido del ACP es sensiblemente menor que la del registro sensorial. Aunque es difícil de estimar, el olvido se supone que ocurre en un período de tiempo comprendido entre los 15 y los 30 segundos. Esta pérdida de información depende claramente de los procesos de control del sujeto. En este almacén, el control es ejercido fundamentalmente mediante el repaso de la información. Cuando el sujeto decide repasar determinada información, crea un buffer o “retén de repaso” –una especie de bucle de repetición–, que no es un componente estructural más sino un proceso. Los ítems que entran en este buffer o retén, pueden permanecer allí más tiempo del habitual, con la peculiaridad de que cuanto más tiempo permanezcan mayores probabilidades tendrán de ser transferidos al ALP. De hecho, la transferencia de información desde el ACP al ALP sólo se puede producir mientras los ítems están en el retén de repaso, con la salvedad de que dicha transferencia no altera su mantenimiento en el ACP. Lo cual significa que, inmediatamente después de que la información ha entrado en el sistema de memoria, el recuerdo o el reconocimiento de dicha información se puede llevar a cabo a partir de su representación en el ACP o de su representación en el ALP. Respecto a la naturaleza de la información retenida en el ACP, ésta no depende necesariamente de la forma del input sensorial. De modo que, por ejemplo, información presentada visualmente (como letras, dígitos, palabras, etc.) puede ser codificada y almacenada en el ACP en un formato fonológico o auditivo-verbal-lingüístico. El ACP estaría definido, por tanto, por las siguientes características: memoria de capacidad muy limitada, tiempo de retención breve (entre 15 y 30 segundos) y codificación preferentemente de naturaleza fonológica o “auditivo-verbal-lingüística”. Por último, la información que entra en el almacén a largo plazo (ALP) se considera como relativamente permanente, a pesar de que, en determinados momentos, esté inaccesible. La capacidad de este almacén, frente a la gran limitación del ACP, no tiene límite conocido y la información es codificada, básicamente, en términos de sus características semánticas. En opinión de sus proponentes, la función del ALP sería explorar (o rastrear) la información que entra en los registros sensoriales y proporcionar almacenamiento a la información proveniente del ACP. Como se puede observar en la Figura 3.2, también está representada la posibilidad de una transferencia directa desde el registro sensorial al ALP, aunque, como señalaron los autores, “no sabemos si dicha transferencia se produce”. Por último, en dicho modelo se admite la transferencia de información, desde el almacén a largo plazo al almacén a corto plazo, bajo el control del sujeto, para representar lo que ocurre, por ejemplo, en procesos como la solución de problemas, la comprobación de hipótesis o el “pensamiento”, en general. Creo relevante, finalmente, recoger la matización que Atkinson y Shiffrin hacen 76 respecto a lo que ellos entienden por “flujo de información” o “transferencia entre almacenes”. Ambos términos se refieren al mismo proceso, que consiste en “el copiado de información seleccionada de un almacén en el siguiente. Dicho copiado –continúan diciendo– tiene lugar sin que la información transferida sea retirada de su almacén original, ya que ésta se mantiene en el almacén desde el que es transferida y se pierde de acuerdo con las características de decaimiento de ese almacén” (p. 94). En mi opinión, estas observaciones ayudan a entender mejor algunas cuestiones mencionadas. Por ejemplo, por qué cuando se hace referencia a los contenidos informativos de los registros sensoriales, por un lado, y del almacén a corto plazo, por otro, se dice que la información que entra en cualquiera de esos almacenes se pierde rápidamente (en cuestión de milisegundos en los primeros, en pocos segundos en el ACP) si el sujeto no recurre a un proceso de control concreto (transferencia en el primer caso, repaso en el segundo). O por qué –y esta otra observación me parece más interesante aún– la transferencia desde el ACP al ALP a través del repaso no altera el contenido del ACP y, consecuentemente, el recuerdo o el reconocimiento pueden estar mediatizados por las representaciones del ACP o del ALP. La predominancia de los atributos estructurales básicos de este y de otros modelos de la época dio lugar a que términos tales como modelo de dos almacenes, modelo multialmacén o modelo de almacenes separados fuesen aplicados a todos los modelos de la categoría “modal”. En resumen, el modelo de memoria de Atkinson y Shiffrin es de naturaleza esencialmente estructural ya que, si bien incluye aspectos funcionales como los procesos de control, éstos tienen un carácter claramente subsidiario con respecto a las estructuras subyacentes. Es cierto, no obstante, que, tres años más tarde, estos mismos autores pro pusieron un nuevo modelo en el que los procesos de control pasaban a un primer plano, pero esto sucede en un momento en el que los investigadores de la memoria habían ido acumulando evidencia en contra del “modelo modal” y, además, estaban cada vez más convencidos de que la simplicidad y artificialidad de este tipo de modelos representaban un freno en su intento por entender y explicar la arquitectura funcional del sistema humano de memoria. Corren los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo y aquel ambiente de insatisfacción creciente no sólo va a frenar la continuidad del punto de vista estructural, sino que va a ser especialmente receptivo con una propuesta que, enfatizando el papel de los procesos y minimizando el de las estructuras, va a introducir un cambio relevante en la concepción de la memoria: tal propuesta fue presentada por Craik y Lockhart, y será analizada a continuación. 3.1.2. Un enfoque funcional: El marco de los niveles de procesamiento En 1972, Fergus Craik y Robert Lockhart, de la Universidad de Toronto, publicaron un 77 trabajo, con el título de “Niveles de procesamiento: Un marco para la investigación de la memoria”, que supuso, en aquellos años, la alternativa más sólida al enfoque estructural. Estos autores propusieron que la memoria debía ser considerada como el producto de los distintos análisis o procesos a los que es sometida la información que nos llega del medio. Los procesos atencionales y perceptivos que tienen lugar en el momento del aprendizaje determinan qué información será almacenada en la memoria a largo plazo. Por tanto, este enfoque se va a centrar, básicamente, en los procesos de codificación que se llevan a cabo en el momento de la entrada de la información. La suposición central de esta propuesta teórica es que la entrada de un estímulo inicia una serie o jerarquía de fases de procesamiento que pueden graduarse a lo largo de un continuo de pro fundidad, cuyos extremos vendrían definidos por el análisis sensorial, en el nivel más superficial, y la elaboración semántico-cognitiva, en el nivel más profundo. Como señaló Craik (1973, p. 48) en un trabajo posterior, “la profundidad se define en términos del grado de significación extraída del estímulo y no en términos del número de análisis a los que se le somete”. En la propuesta de Craik y Lockhart (1972) encontramos cuatro grandes supues tos sobre la memoria: 1. Las huellas de memoria son el resultado del análisis perceptivo, que implica una jerarquía de niveles o fases de procesamiento. El nivel de procesamiento más superficial incluye el análisis de las características físicas o sensoriales de un estímulo, como las líneas, los ángulos, el brillo, el tono, etc., mientras que el nivel de procesamiento más profundo implica el análisis semántico o cognitivo. Por lo tanto, la memoria es considerada como un continuo de procesamiento «que va de los productos transitorios de los análisis sensoriales a los muy duraderos de las operaciones semántico-asociativas» (op. cit., p. 676). 2. A mayor profundidad de procesamiento, mayor duración de las huellas de memoria y, en consecuencia, mayor retención. En palabras de los autores: «la persistencia de la huella es una función de la profundidad del análisis, y los niveles más profundos de análisis se asocian con huellas más elaboradas, más duraderas y más fuertes» (ibidem, p. 675). El procesamiento más profundo corresponde a la elaboración mental que supone entrelazar o integrar en una relación sistemática un elemento con otros elementos de la memoria, ya que, como se desprende del trabajo experimental (e.g., Hyde y Jenkins, 1973), la elaboración mental identificada con los niveles más profundos de procesamiento no debería entenderse en términos de relaciones asociativas sino de organización semántica. 3. Un mejor rendimiento de memoria sólo se relaciona con un nivel más pro fundo de análisis y no con la repetición de análisis ya realizados. Este postulado está ligado a la distinción que Craik y Lockhart establecen entre dos tipos de pro cesamiento: el procesamiento Tipo I, que corresponde al mantenimiento de la información en un nivel concreto de procesamiento, y el 78 4. procesamiento Tipo II, que se refiere al que da como resultado un análisis cada vez más profundo del material. Estos dos tipos de procesamiento también se conocen como repaso de man tenimiento y repaso elaborativo, respectivamente. Analizaremos con más detalle esta cuestión en el Capítulo 6. El último supuesto hace referencia al modo como debe ser investigada la memoria. Como ya hemos señalado, estos autores subrayaron claramente la naturaleza del procesamiento y los tipos de actividades mentales asociadas con dicho procesamiento. Por esta razón, sugirieron que la memoria debería ser estudiada mediante un paradigma de aprendizaje incidental: “…lo interesante es estudiar sis temáticamente la retención subsiguiente a diferentes tareas de orientación en la condición incidental, más que comparar el aprendizaje incidental con el intencional. Bajo condiciones incidentales, el experimentador tiene control sobre el procesamiento que el sujeto aplica al material, cosa que no ocurre cuando el sujeto es simple mente instruido para que aprenda, y éste utiliza una estrategia de codificación des conocida” (ibid., p. 677). Las características típicas del aprendizaje incidental e intencional, así como sus diferencias, serán expuestas en el Capítulo 6. Aunque retomaremos esta teoría de los niveles de procesamiento en ese Capítulo 6, donde aprovecharemos para analizar con cierto detalle su fuerza y su debilidad, no resulta inoportuno señalar ahora que este enfoque, considerado en su momento como la propuesta teórica alternativa al modelo modal, fracasó como modelo general de memoria al quedar patente que, en esencia, se trata de un modelo de codificación. 3.1.3. Evaluación del modelo de memoria de Atkinson y Shiffrin En el ámbito de la investigación experimental de la memoria, puede decirse que existe un acuerdo general en cuanto a que el modelo de Atkinson y Shiffrin ha sido el modelo de memoria más influyente de la historia y, aunque en la actualidad el extraordinario desarrollo del enfoque ecológico, por un lado, y del enfoque neurocognitivo, por otro, hayan restado predominancia e interés a la investigación cognitiva básica, dicho modelo – como han señalado Brown y Craik (2000)– sigue estando en uso 40 años después de su aparición. En diferentes revisiones relativamente recientes1, se han destacado sus grandes aportaciones y también sus evidentes limitaciones. Las aportaciones más claras del modelo de Atkinson y Shiffrin podrían resumirse en las siguientes: (1) introdujo una forma completamente nueva de conceptualizar la memoria al distinguir entre las estructuras permanentes y los procesos de control del sistema de memoria; (2) su referencia explícita a procesos bajo el control del sujeto 79 significó una ruptura radical con la concepción asociacionista de la memoria como un receptáculo pasivo: la memoria sería considerada desde entonces como un sistema activo que transforma la información; (3) la fragmentación de la memoria en componentes separados ha sido una idea clave en el desarrollo reciente de la clasificación de la memoria en sistemas y subsistemas; (4) consideró al almacén a corto plazo como un tipo de memoria de trabajo con distintas funciones, y (5) asumió que la información retenida en el almacén a largo plazo es permanente, sus atributos componentes son de naturaleza múltiple y está sometida a diferentes tipos de olvido2. Al mismo tiempo, este modelo ha sido objeto de profundos e interminables debates, sobre todo en lo referente a su validez y, más concretamente, a la necesidad de distinguir tres almacenes separados de memoria3. En la primera mitad de la década de 1970, fue rechazado alegándose en su contra una serie de inconsistencias teóricas y un insuficiente poder explicativo. Dos propuestas teóricas alternativas acapararían el interés de los teóricos e investigadores y todo el campo de la investigación de la memoria experimentó un cambio de perspectiva. La primera de tales propuestas fue la de los niveles de procesamiento de Craik y Lockhart, que supuso una crítica general al modo de entender la memoria, como ya hemos visto. La segunda, formulada por Baddeley y Hitch (1974), se centró en el almacén a corto plazo y presentó como alternativa un modelo de memoria operativa (que será expuesto en el Capítulo 5) con capacidad para explicar muchos de los datos que resultaban inconsistentes con el modelo modal. La profunda influencia del modelo de Atkinson y Shiffrin –reivindicado en la última década por un nutrido grupo de investigadores (ver Izawa, 1996)– queda patente en el hecho incuestionable de haberse convertido en un poderosísimo marco de referencia teórico y de trabajo que ha guiado el grueso de la investigación sobre memoria desde su aparición. A pesar de las críticas que recibió, el modelo de Atkinson y Shiffrin ha seguido ejerciendo una gran influencia en modelos de memoria posteriores, entre los que destacaría el “modelo de Cruz de Malta” de Broadbent (1984) y el modelo de Cowan (1988)4, cuyos autores coinciden en señalar que aquél no era un modelo erróneo sino incompleto. Un modelo, en suma, que necesitaba ser revisado y actualizado y, de hecho, así ha ocurrido a través de “las nuevas ampliaciones” del modelo modal5. Las correcciones introducidas por los modelos más recientes han supuesto, básicamente, romper con las viejas ideas de linealidad exclusiva del procesamiento, la relativa rigidez y unidireccionalidad (abajo-arriba) del mismo, y la separación literal de los almacenes de memoria del modelo modal. No obstante, conviene tener presente igualmente que, en esencia, estos últimos modelos siguen construyéndose sobre la idea de que todo modelo explicativo de memoria debe incluir alguna forma de retención de la información por determinados períodos de tiempo. Los enfoques planteados exclusivamente en términos de procesos, como el de los niveles de procesamiento, han demostrado su insuficiencia como modelos generales de memoria, probablemente porque –como indicó Broadbent (1984)– han ignorado “el problema evidente del almacenamiento” de la información. 80 Asimismo, resulta imprescindible añadir que la arquitectura funcional de la memoria se ha visto completada con la identificación de un sistema de control que, si bien durante las décadas de 1960-1970 tendió a relacionarse con la memoria a corto plazo, en propuestas teóricas posteriores ha sido identificado con un “sistema de procesamiento”, un “sistema atencional supervisor”, un “ejecutivo central” o, volviendo a la vieja idea inicial, con el sistema de memoria operativa, entre cuyas funciones destacarían el control, la regulación y el mantenimiento activo de la información relevante en cada momento, así como el procesamiento y transferencia de información de una forma de almacenamiento a otra bajo el control voluntario del sujeto. La introducción de las voliciones del sujeto ha llevado a distinguir, a su vez, entre un procesamiento consciente, deliberado o intencional de los ítems de memoria, que estaría bajo el control del ejecutivo central, y un procesamiento inconsciente o automático que estaría controlado por esquemas. En definitiva, el extraordinario valor heurístico del modelo de Atkinson y Shiffrin, tal y como evidencian los grandes avances teóricos y metodológicos de las últimas décadas, permiten considerar a este modelo como uno de los auténticos motores del gran progreso experimentado en el campo de la investigación de la memoria, en general, y de su arquitectura, en particular, dentro del paradigma cognitivo6. 3.2. Naturaleza unitaria versus múltiple de la memoria La psicología cognitiva de la memoria ha tenido siempre entre sus objetivos básicos identificar y definir la organización funcional de la memoria humana. Sin embargo, llama la atención la actitud reticente y el desacuerdo imperantes entre los psicólogos cognitivos de todas las épocas acerca de cómo debería ser descompuesto o fragmentado el concepto global de memoria. Las primeras propuestas explícitas al respecto surgieron, como estamos viendo, en la década de 1960 en forma de modelos cuya identidad estuvo determinada precisamente por la distinción de diferentes “sistemas” (memoria primaria versus secundaria, en el modelo de Waugh y Norman, que toman los términos de William James) o diferentes “almacenes” (registros sensoriales, almacén a corto plazo y almacén a largo plazo, en el modelo de Atkinson y Shiffrin) que representan la estructura general de la memoria. Sin embargo, tales descripciones sólo consideraron la estructura múltiple de la memoria desde planteamientos formales; es decir, los primeros psicólogos cognitivos de la memoria estaban más interesados en desarrollar modelos abstractos de memoria (y de la cognición en general), que sirviesen de marco para generar hipótesis y explicar sus datos, que en diferenciar sistemas de memoria que reflejasen la organización biológica de la memoria humana. Lo que, expresado en términos de niveles de análisis, significa que su interés se redujo a describir la organización de la memoria en términos algorítmicos o representacionales, al tiempo que se ignoró deliberadamente su organización a nivel 81 implementacional. No obstante, ello no fue óbice para que en la década de los sesenta ya surgiese algún debate sobre la naturaleza unitaria versus múltiple de la memoria, en el que destacó la postura explícitamente unitarista de Melton (1963) –quien defendió que las memorias a corto y a largo plazo son manifestaciones del mismo sistema subyacente de memoria–, frente a los que entendían que los datos experimentales sólo encontraban una explicación adecuada asumiendo la existencia de dos almacenes o sistemas de memoria (e.g., Peterson y Peterson, 1959). Esta última postura a favor de la llamada “hipótesis dúplex”, que distinguía una memoria a corto plazo y una memoria a largo plazo, acabó imponiéndose entre los científicos, pero más con un carácter pragmático o heurístico que con un estatus ontológico real. De hecho, todavía hoy un número considerable de psicólogos cognitivos de la memoria sigue asumiendo, implícita o explícitamente, que la memoria es una facultad o un proceso cognitivo indivisible. 3.2.1. La “doctrina unitarista” de la memoria Como ha declarado recientemente Tulving (1999b), en el seno de la investigación cognitiva de la memoria existe un auténtico conflicto, una controversia real, entre los que defienden una visión unitaria de la memoria y aquellos otros que consideran que el concepto de memoria representa de hecho un conjunto de diferentes sistemas. Siguiendo el trabajo de este autor, veamos lo más relevante de esa historia. La “doctrina unitarista”, o simplemente el unitarismo de la memoria, hace referencia a un marco u orientación preteórica que sostiene que la memoria es una entidad compleja indivisible: la memoria es una facultad, o una capacidad mental, o un único sistema. Con una larga e ilustre historia tras de sí, el unitarismo ha regido el pensamiento oficial desde el comienzo del estudio experimental de la memoria y no ha encontrado resistencia teórica alguna hasta los últimos años. Sus orígenes podrían encontrarse en el hecho de que en la mayor parte de las lenguas no existe más que un término para el concepto de memoria y un solo término para el concepto de aprendizaje; pero, fuese por la razón que fuese, el “dogma” tácito del aprendizaje unitario o de la memoria unitaria ha sido tan predominante que ni ha sido nunca concretado ni definido, ni siquiera, como suele ocurrir con lo ubicuo e indiferenciado, se le ha puesto un nombre. Como señala Tulving, da la impresión de que es algo que se ha ido transmitiendo silenciosamente de generación a generación de estudiosos de la memoria por un proceso de “ósmosis mental”. El presupuesto básico del unitarismo gozó siempre de una amplia aceptación, apenas si ha sido discutido y prácticamente nunca ha sido cuestionado. Resulta sorprendente cómo un planteamiento preteórico y una idea no contrastada se han mantenido durante tanto tiempo intocables y que incluso en los momentos de cambio paradigmático hayan resultado inmunes. Éste fue el caso cuando en la década de 1960 se produjo la 82 “transmutación” del “paradigma del aprendizaje verbal” al “paradigma cognitivo de la memoria”. Aquel cambio, que trajo consigo la transformación de prácticas, procedimientos y principios, no afectó, sin embargo, a la doctrina preteórica del unitarismo, que continuó incuestionable hasta casi el momento actual. La idea de que la memoria (a largo plazo) es una entidad unitaria ha perdido protagonismo, como veremos a continuación, pero no ha desaparecido del panorama científico. 3.2.2. El enfoque de sistemas múltiples La idea de que el concepto de memoria se ajusta más a una diversidad de sistemas de memoria que a una única entidad se ha ido asentando en la comunidad científica de un modo lento y casi imperceptible. Si bien a lo largo del siglo XIX aparecen opiniones favorables a tal planteamiento, el verdadero movimiento científico en el que se propugna y se justifica empíricamente la existencia de múltiples sistemas de memoria tiene una historia que, como veremos en el último apartado de este capítulo, se circunscribe a poco más de las tres últimas décadas. La idea básica de los defensores de este enfoque es que la memoria está compuesta por diferentes sistemas especializados en el procesamiento de los diferentes tipos de información que comporta un evento. Dichos sistemas son independientes aunque funcionan siempre de manera coordinada e interactiva, y difieren entre sí respecto a sus reglas de funcionamiento y a las áreas o regiones cerebrales en las que están implementados. 3.2.3. Discrepancias entre ambos grupos de teóricos: Un experimento sencillo Imaginemos una situación experimental de laboratorio en la que un investigador de la memoria presenta a un sujeto, a través de la pantalla de un ordenador, una serie de frases y más tarde evalúa su “memoria” de dichas frases con diferentes tipos de tests. Una de tales frases es ésta: “LAS ABEJAS FABRICAN MIEL”7. ¿Cómo podríamos describir lo sucedido en el laboratorio de memoria? Una descripción general y teóricamente neutral sería que, en primer lugar, un sujeto experimental es testigo de un evento, la aparición de la frase; en segundo lugar, que la información sobre el evento es codificada y almacenada en su memoria, y que, más tarde, en el momento del test, el sujeto utilizará dicha información, en combinación con la información proporcionada en el momento de la recuperación, para responder al test de memoria. Naturalmente, a partir de esta descripción, pueden plantearse toda una serie de 83 cuestiones básicas. Por ejemplo, ¿se puede decir algo más concreto acerca de la ‘información codificada’? o ¿Cuál es la información sobre el evento? Incluso un evento tan simple como la aparición de una frase relativa al trabajo de unos insectos como las abejas contiene muchos elementos. ¿Qué es lo que se afirmaba (cuáles eran las palabras exactas, qué significa la oración)? ¿Qué apariencia tenía la frase (con qué tipo de letra estaba escrita, de qué color eran las letras, sobre qué fondo aparecía)? ¿Dónde apareció (en qué parte del mundo, en qué continente, en qué país, en qué ciudad, en qué edificio, con qué aparato se presentó, en qué parte de la pantalla del ordenador apareció)? ¿Cuándo apareció (qué día de la semana era, era por la mañana o por la tarde, la frase de LAS ABEJAS apareció al principio o al final de la serie)? Etcétera. Las preguntas podrían ser muchas más. Lo importante es señalar que, inmediatamente después de la presentación, el sujeto puede responder a todas esas cuestiones, lo que significa que tiene disponible y accesible en su memoria un elevado número de aspectos del acontecimiento. Con otras palabras, el sujeto tiene muchísima información relacionada con el evento codificada y almacenada en su memoria y, presumiblemente, podrá responder a las preguntas planteadas no sólo inmediatamente después de la presentación sino tras un intervalo variable de retención gracias a su memoria a largo plazo. Hasta aquí, con este tipo de descripción, el acuerdo entre “unitaristas” y defensores de “sistemas múltiples” sería total. Ahora bien, el desacuerdo probablemente aparecería cuando se plantease la siguiente cuestión, aparentemente inocente: ¿Dónde está almacenada la información sobre el evento de LAS ABEJAS? Los unitaristas dirían algo parecido a “La información está almacenada, como una representación del evento, en el almacén de memoria”. Por su parte, los teóricos de los sistemas responderían, “Depende totalmente del atributo del evento de LAS ABEJAS del que estemos hablando”. ¿Por qué difieren tanto en sus respuestas unos teóricos y otros? Para entenderlo, debemos considerar varios aspectos de extraordinaria relevancia teórica. Por un lado, qué es lo que asumen ambos grupos de teóricos que ocurre durante la recuperación, y, por otro, cómo entienden unos y otros que están representados los eventos en la memoria. Según los unitaristas, la recuperación de información sobre un evento cualquiera puede tomar diferentes formas dependiendo de las instrucciones y de las cuestiones que se planteen en el momento de la recuperación. La razón de ello estriba en que instrucciones diferentes movilizarán procesos diferentes, que producirán la salida del almacén de memoria de información diferente sobre el evento. Así, el sujeto de nuestro experimento podría, por ejemplo, ‘recordar conscientemente’ el hecho de haber visto en la pantalla del ordenador la oración LAS ABEJAS FABRICAN MIEL, o podría sencillamente recordar una parte de la frase; lo mismo que podría ‘reconocerla’ como familiar o responder a la pregunta ‘¿Qué fabrican las abejas?’ (incluso en el caso de que no lo supiera antes del experimento); el sujeto podría asimismo incluir la palabra ‘abejas’ en una prueba en la que se le pidiera que dijese nombres de insectos, o podría completar con éxito la palabra fragmentada _B_JA con ‘abeja’ (incluso en el caso de que no hubiese sido capaz de completarla antes del experimento). Para los teóricos unitaristas, todas 84 estas “medidas de memoria” y algunas más reflejarían la memoria del episodio de haber visto la frase de LAS ABEJAS. La razón de fondo de tal planteamiento es que los unitaristas asumen que sólo existe una única representación del evento (de LAS ABEJAS) en un único y gran sistema de memoria, y entienden que lo que se recupera en las diferentes tareas o tests de memoria son las diferentes características de una misma y única representación del evento en el almacén de memoria. Más aún, estos teóricos defienden que incluso cuando no se puede recuperar explícitamente un evento concreto, es posible recuperar ese mismo evento implícitamente. Por último, las disociaciones (sobre las que hablaremos más adelante) que a veces se producen entre el rendimiento de diferentes tests surgen porque las diferentes instrucciones que se dan en el momento de la recuperación abren el acceso a diferentes características de la misma y única representación que hay en la memoria. Por otro lado, ¿por qué los teóricos de los sistemas múltiples, a la pregunta sobre ‘Dónde está almacenada la información’, respondieron “Depende totalmente del atributo del evento de LAS ABEJAS del que estemos hablando”? Básicamente, porque asumen que no existe un único engrama, o una única huella, o una única representación del evento. En su opinión, el evento percibido es “ensamblado” por muchos sistemas cerebrales que interactúan entre sí, de modo que los diferentes tipos de información que contiene el evento son almacenados en diferentes sistemas y subsistemas de memoria. “No hay nada en ningún lugar del cerebro –afirma Tulving con contundencia– que se parezca a una ‘única representación’ (engrama o huella) del evento” de LAS ABEJAS FABRICAN MIEL. Para estos teóricos, el cerebro está equipado con diferentes sistemas de memoria que han evolucionado para prestar funciones específicas y propias, en el sentido de que ningún sistema se solapa con otros ni es redundante en sus operaciones sobre el tipo de información que procesa respecto a los demás sistemas. Por ejemplo, inmediatamente después de que el sujeto experimental ve la frase “LAS ABEJAS FABRICAN MIEL”, su sistema de memoria operativa o a corto plazo crea un ‘esbozo’ neurocognitivo del evento percibido, que le permite al sujeto acceder conscientemente y de forma inmediata a la información que contiene y utilizarla en la actividad mental en la que esté involucrado en ese momento. Mientras eso ocurre, otros sistemas de memoria a largo plazo entran en funcionamiento. Así, el sistema de representación perceptiva codifica y almacena la información correspondiente a las características visuales de las letras que constituyen la serie LAS ABEJAS FABRICAN MIEL; el sistema de memoria semántica codifica y almacena información proposicional sobre los hábitos de trabajo de unos insectos llamados abejas, y el sistema de memoria episódica integra, codifica, localiza espacialmente y data temporalmente la experiencia del sujeto de estar presente y de ser testigo de la aparición y desaparición de la frase LAS ABEJAS FABRICAN MIEL en la pantalla del ordenador. Por todo ello, para los teóricos de los sistemas resulta esencial diferenciar entre “recordar”, “conocer o saber” y “facilitar la identificación de un objeto”. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente, que las salidas o los productos de cada sistema, aunque 85 procedan del mismo evento, son distintos y su manifestación o recuperación sólo se produce de un modo explícito o implícito, pero nunca bajo las dos formas, como asumen los unitaristas. Así, sólo se puede decir que un sujeto “recuerda” o que “recupera explícitamente” el evento de LAS ABEJAS cuando dicho sujeto evoca su experiencia personal de haber participado, en dicho experimento de memoria, un día concreto, en un lugar concreto, etc. Por tanto, la recuperación explícita sólo es atribuible a la memoria episódica. Naturalmente, un sujeto puede, además, recuperar implícitamente otros tipos de información que fueran codificados y almacenados durante aquel mismo experimento. Por ejemplo, puede mostrar un aumento de su rapidez para responder a preguntas como ‘¿Podría decirme algo sobre los hábitos de trabajo de las abejas?’, porque conoce o sabe (gracias a su memoria semántica) que las abejas se dedican a producir miel. Puede, asimismo, mostrar una capacidad mejorada para identificar cualquiera de las palabras que formaban la frase de LAS ABEJAS, gracias al efecto del llamado priming8 perceptivo, considerado como una expresión del sistema de representación perceptiva. En resumen, para los teóricos de los sistemas múltiples de memoria, en ninguna parte del cerebro existe una única representación de los eventos vividos, sino que los diferentes tipos de información contenidos en cualquier evento están almacenados en diferentes sistemas y subsistemas de memoria, cuyo contenido se manifestará cuando proceda. Por tanto, lo que se recupera en las diferentes tareas o tests de memoria son las diferentes representaciones, correspondientes a los diferentes tipos de información de un evento, que cada sistema por separado y de forma interactiva ha codificado y almacenado. En cuanto a las disociaciones, éstas se producen porque a la información almacenada en cada sistema de memoria se accede por vías independientes. Esta disparidad de planteamientos respecto a la naturaleza unitaria versus múltiple de la memoria se puso especialmente de manifiesto hace aproximadamente dos décadas, a raíz, precisamente, de la investigación exhaustiva del fenómeno de las disociaciones y de su ineludible interpretación teórica. 3.3. Disociaciones de memoria El fenómeno de las disociaciones de memoria ha definido hace pocos años un nuevo campo de investigación asociado básicamente a la distinción entre memoria explícita y memoria implícita. No obstante, conviene tener presente que los psicólogos experimentales de la memoria habían descubierto el fenómeno de las disociaciones experimentales mucho antes de que se estableciese la distinción entre memoria explícita y memoria implícita. Pero, como decimos, hablar actualmente de disociaciones de memoria es hablar de los efectos diferenciales de determinadas variables sobre las expresiones explícitas e implícitas de la memoria. En la década de 1980, se iniciaron una serie de investigaciones encaminadas a 86 demostrar, explorar y explicar este tipo de disociaciones. Tales disociaciones se han encontrado sistemáticamente en estudios con pacientes amnésicos, en estudios con animales de laboratorio mediante el establecimiento de un “modelo animal de amnesia humana” y en estudios con poblaciones de sujetos normales mediante la manipulación experimental de variables específicas. En general, el término disociación se aplica a toda situación en la que una única variable tiene efectos diferenciales sobre dos o más medidas de memoria. 3.3.1. Las disociaciones y su lógica Elizabeth Warrington y Lawrence Weiskrantz (1970, experimento 2) evaluaron la memoria, después de una condición constante de aprendizaje, de cuatro pacientes con amnesia (uno por lobotomía temporal y tres por psicosis alcohólica de Korsakoff) y ocho pacientes de control (con enfermedad neurológica extra-cerebral). Durante la fase de estudio, todos los participantes leyeron en voz alta e individualmente una lista de ocho palabras tres veces. Las condiciones de retención fueron cuatro: 1) recuerdo libre; 2) reconocimiento; 3) información parcial-palabras fragmentadas: tarea consistente en identificar palabras cuyas letras habían sido degradadas, y 4) información parcial-letras iniciales de palabras: los sujetos debían completar las palabras a partir de las tres primeras letras. La cuestión que se plantearon los investigadores fue comprobar, mediante los métodos de información parcial, si el material que se presentaba originalmente, en la fase de estudio, había sido retenido. En otras palabras, se trataba de medir los efectos del priming de repetición, o los efectos beneficiosos de la fase de estudio sobre la tarea de identificar palabras en las dos últimas tareas. Los resultados aparecen en la Figura 3.3. Como es frecuente comprobar, los pacientes amnésicos tuvieron un rendimiento significativamente peor que sus controles en las pruebas de recuerdo y de reconocimiento; sin embargo, y he aquí la observación más interesante, no apareció ninguna diferencia significativa entre ambos grupos de sujetos en las dos pruebas de información parcial. Esto es, los pacientes amnésicos identifica ron y completaron las palabras tan bien como los controles (la pequeña diferencia a favor de los controles que se observa en la tarea de completar palabras no fue significativa). El experimento de Warrington y Weiskrantz, así como innumerables ex perimentos más con pacientes amnésicos, se considera que revela una disociación producida por una variable de sujeto (amnésico o no) en diferentes pruebas de memoria. Resultados similares han sido encontrados muchas veces desde entonces con otras poblaciones de pacientes, así como con sujetos sanos, mediante el uso de una gran diversidad de tareas9. Es precisamente el hecho de que las disociaciones se produzcan en una variedad de situaciones experimentales y con poblaciones muy distintas lo que confiere al fenómeno 87 un gran interés teórico. Como señalara Tulving (1983), la lógica de las disociaciones implica que se manipule una sola variable y que sus efectos sean observados y comparados en dos tareas diferentes; entonces, si las ejecuciones respectivas no correlacionan positivamente, se asume que las dos tareas están disociadas. En el estudio comentado de Warrington y Weiskrantz, el recuerdo y el reconocimiento (considerados pruebas de memoria explícita) de los pacientes amnésicos presentaron unos niveles deficitarios, mientras que el rendimiento de estos mismos pacientes en las otras dos tareas (consideradas de memoria implícita) arrojó unos niveles comparables a los del grupo de control. Esta falta de “correlación positiva” entre los rendimientos en ambos grupos de tareas es precisamente la que indica que la variable de sujeto (amnésico-no amnésico) ha producido una disociación entre los dos grupos de tareas. Tests de memoria explícita Tests de memoria implícita 88 Figura 3.3. Disociación de memoria de los pacientes amnésicos entre tests de memoria explícita (rendimiento pobre y significativamente inferior al de los sujetos de control) y tests de memoria implícita (rendimiento bueno y similar al de los controles). Adaptado de Warrington y Weiskrantz (1970). 3.3.2. Tipos de disociaciones Se distinguen diferentes tipos de disociaciones: (1) En términos generales, se dice que se ha producido una disociación funcional, si se comprueba que la variable manipulada ha afectado a la ejecución en una tarea pero no en la otra, o que ha afectado a la ejecución en ambas tareas pero en direcciones diferentes. (2) Se habla de disociación evolutiva cuando, por ejemplo, la variable edad produce efectos diferenciales entre un grupo de niños y un grupo de adultos o entre un grupo de adultos jóvenes y otro de adultos mayores en diferentes tareas. (3) Si la diferencia en la ejecución de dos tareas se debe a los efectos de una determinada droga, se trata de una disociación farmacológica. (4) Cuando la variable daño cerebral es la responsable de la ejecución diferencial entre dos grupos de sujetos, por ejemplo, entre un grupo de pacientes amnésicos y un grupo de control, se habla de disociación neuropsicológica. (5) Por último, cuando se compara una sola población de sujetos en dos tests sucesivos con el mismo conjunto de ítems y los resultados no correlacionan, se dice que se ha producido una disociación contingente o estocástica entre los tests. A) Disociaciones funcionales En uno de sus trabajos más conocidos, Jacoby (1983) llevó a cabo una serie de experimentos con el siguiente procedimiento general. En la fase de estudio, se decía a los sujetos que se trataba de un experimento sobre los efectos del contexto en la velocidad de lectura. Dicha fase incluía tres condiciones experimentales: (a) Condición de NoContexto, en la que aparecían en la pantalla de un taquistoscopio una serie de X que, a continuación, eran reemplazadas por una palabra (e.g., XXX – FRÍO): los sujetos debían leer la palabra en voz alta y lo más rápidamente posible. (b) Condición de Contexto, en la que se presentaba una palabra que era reemplazada inmediatamente por su antónimo (e.g., CALIENTE – FRÍO): los sujetos debían leer la segunda palabra en voz alta y rápidamente. (c) Condición de Generar, en la que aparecía en la pantalla una palabra que era inmediatamente reemplazada por signos de interrogación (e.g., CALIENTE – ???): los sujetos debían decir en voz alta el antónimo en cuanto viesen aparecer las interrogaciones. En las tres condiciones, como se ve, los sujetos tenían que decir la palabra diana en 89 voz alta (FRÍO), pero la respuesta se llevaba a cabo por diferentes medios. En concreto, “procesando los datos” en la condición de no-contexto, “procesando el significado” de la palabra en la condición de generar y, presumiblemente, por una mezcla de estos dos procesos en la condición de contexto10. En todos los casos, las palabras diana eran antónimos de las palabras del contexto. En la fase de test, la mitad de los sujetos realizó una prueba de identificación perceptiva (memoria implícita); esto es, se les presentó taquistoscópicamente una lista de palabras, de una en una, durante un breve espacio de tiempo (e.g., FRÍO, durante 35 milisegundos) y seguidas por una máscara (e.g., ???, durante 1 segundo), con la instrucción de que fuesen diciendo en voz alta cada palabra en cuanto apareciese en la pantalla del taquistoscopio. La otra mitad realizó una prueba típica de reconocimiento (memoria explícita), en la que se proporcionaron las palabras estudiadas mezcladas con palabras nuevas y la tarea de los sujetos consistió en señalar aquellas que habían aparecido en la fase de estudio. La Figura 3.4 muestra la representación gráfica de los resultados obtenidos. Éstos pusieron de manifiesto que las palabras generadas (condición c) se habían reconocido mejor que las que habían sido leídas en un contexto semántico relevante (condición b) y mejor que las que habían sido leídas sin un contexto (condición a). Al mismo tiempo, se comprobó que en la prueba de identificación perceptiva el patrón de resultados de la prueba de reconocimiento aparecía invertido; esto es, el mejor rendimiento había sido el correspondiente a las palabras leídas en la condición de no-contexto y el peor el resultante de la condición de generar. Estos dos patrones de resultados totalmente contrapuestos encuentran su explicación en los efectos de priming producidos, en la fase de estudio, sobre el test de identificación perceptiva, y nos ofrecen –en opinión de Roediger, Weldon y Challis (1989)– “la forma más fuerte de disociación funcional”, además de poner de manifiesto que las disociaciones pueden producirse también en sujetos sanos. 90 Figura 3.4. Disociación funcional entre pruebas de memoria explícita e implícita en sujetos sanos (Adaptado de Jacoby, 1983). Un elevado número de experimentos han producido disociaciones similares manipulando otras variables. Por ejemplo, la variable ‘niveles de procesamiento’, la variable relación (cambio/no cambio) entre el formato físico del material de la fase de estudio y el de las claves de la fase de test (e.g., el cambio de modalidad entre estudio y test, el cambio de tipografía, el cambio del tipo de material –palabras por dibujos o 91 viceversa– o el cambio de lengua entre estudio y test), la variable intervalo temporal entre estudio y test, etc. En resumen, se dispone de abundante evidencia experimental que demuestra que mediante la manipulación adecuada de determinadas variables experimentales se producen “disociaciones funcionales” entre priming y memoria explícita en sujetos sanos. B) Disociaciones evolutivas El estudio de las disociaciones evolutivas ha aportado abundantes datos experimentales que muestran claras disociaciones, tanto cuando se comparan niños con adultos jóvenes y adultos jóvenes con adultos mayores, como cuando la comparación se hace entre los rendimientos del mismo grupo de sujetos (niños, jóvenes o ancianos) en tests de memoria implícita y tests de memoria explícita. Mitchell (1989) comparó el rendimiento de un grupo de adultos jóvenes (de edades comprendidas entre 19 y 32 años) con el de un grupo de adultos mayores (de entre 63 y 80 años), en varias tareas de memoria episódica (tests de recuerdo y de reconocimiento) y en diferentes tareas de memoria semántica (latencias en la denominación de dibujos y vocabulario), y encontró que los adultos más viejos presentaban niveles significativamente inferiores en los tests de recuerdo y de reconocimiento (memoria explícita) pero ninguna diferencia respecto a los jóvenes en los tests de memoria semántica (memoria implícita). Digiulio et al. (1994) compararon el rendimiento de dos grupos de niños, de 8 y 12 años de edad, en dos tareas de recuerdo (recuerdo de figuras y recuerdo de palabras) y dos tareas de priming (figuras de Gollin, y test de completar palabras degradadas), y comprobaron que, mientras los efectos de priming eran de la misma magnitud en ambos grupos, los niveles de recuerdo eran significativamente superiores en los niños mayores. Los dos estudios mencionados forman parte de la abundante literatura que confirma que la variable edad tiene efectos diferenciales tanto sobre el rendimiento de grupos de edades diferentes como sobre diferentes pruebas de memoria (ver Craik, 2000). C) Disociaciones farmacológicas Durante las últimas décadas, se ha avanzado extraordinariamente en la psicofarmacología de la memoria humana; esto es, en el conocimiento de los efectos que sobre la memoria ejercen determinadas “drogas psicoactivas”11. El hallazgo general es que un buen número de drogas psicoactivas afectan a la memoria aunque de un modo diferencial o disociativo, en el sentido de que algunos sistemas de memoria resultan 92 alterados mientras otros se mantienen preservados. Si bien los estudios sobre psicofarmacología de la memoria se han centrado, básicamente, en la investigación de dos clases de drogas, los colinérgicos y las benzodiacepinas12, existen también abundantes estudios acerca de los efectos sobre la memoria de otras drogas psicoactivas no terapéuticas, como el alcohol, y, especialmente, en los últimos años, se ha despertado un interés extraordinario por investigar los efectos de la anestesia general sobre la memoria. Comenzaremos por exponer algunos hallazgos sobre disociaciones producidas por las variables “anestesia general” y “alcohol”. Un número considerable de estudios ha examinado la cuestión de si se da o no memoria de los eventos que ocurren durante la anestesia general (cf. Andrade, 1996). Los resultados han sido inequívocos: la respuesta depende del tipo de prueba con la que se evalúe la memoria. Por ejemplo, Roorda-Hrdlicková et al. (1990) presentaron a un grupo de pacientes quirúrgicos (grupo experimental, N=43), durante el estado de anestesia general, 4 palabras (2 nombres de frutas: pera y plátano; y 2 nombres de colores: amarillo y verde), y al grupo de control (N=38) sonidos marinos. Tres horas después de la operación, se pidió a cada uno de los pacientes que recordara lo que había ocurrido durante la anestesia. Poco después, se les pidió que dijesen “los tres primeros vegetales que les viniesen a la cabeza” (como ejemplo de control), a continuación, “los tres primeros nombres de frutas que se les ocurrieran”, y, por último, “los tres primeros nombres de colores”. Como era de esperar, ningún paciente recordó haber oído o experimentado nada durante la anestesia (recuerdo nulo). Sin embargo, en el test de generar ejemplares de una categoría (test de memoria implícita), el grupo experimental puntuó tres veces más que el grupo de control al generar los ejemplares presentados de las categorías “frutas” y “colores” (2.35 versus 0.79, respectivamente; puntuación máxima = 4). Además, se comprobó que no había diferencias con respecto a los ejemplares generados para la categoría no experimental “vegetales”. Hastroudi et al. (1984) analizaron la vulnerabilidad diferencial de varias tareas de memoria a los efectos del alcohol. Dos grupos de sujetos normales (intoxicados y sobrios) leyeron, en la fase de estudio, 29 palabras. Tras un intervalo de retención en el que realizaron varias tareas distractoras, se evaluó su memoria con una prueba de recuerdo libre (memoria explícita) y con una prueba de identificación de palabras degradadas (memoria implícita). Los resultados revelaron que el efecto del alcohol sobre la memoria dependía claramente del tipo de test; a saber, los sujetos intoxicados se vieron sensiblemente afectados en el test de memoria explícita pero, por el contrario, en el test de memoria implícita su rendimiento fue comparable al de los sujetos sobrios. Disociaciones similares a las encontradas bajo los efectos de la anestesia general y del alcohol han sido observadas por otros investigadores con el empleo de otras drogas. Por ejemplo, Nissen, Knopman y Schacter (1987) compararon el rendimiento de un grupo de sujetos a los que se había administrado una droga anticolinérgica (escopolamina) con el de un grupo de control en una amplia variedad de pruebas. Los resultados mostraron que la escopolamina había alterado sustancialmente la ejecución en tests de recuerdo libre, recuerdo con claves y reconocimiento (memoria explícita) y no 93 había afectado al aprendizaje específico de secuencias en una tarea de tiempo de reacción serial (memoria implícita). Por lo que respecta a las benzodiacepinas, los efectos amnésicos y, por consiguiente, disociativos de esta clase de drogas están siendo profusamente analizados. En general, los investigadores coinciden en señalar que las benzodiacepinas producen sobre la memoria humana unos efectos similares a las drogas anticolinérgicas, es decir, una fuerte disociación entre la memoria explícita, que resulta claramente alterada, y la memoria implícita, que no se ve afectada (ver Curran, 2000). D) Disociaciones neuropsicológicas Los estudios pioneros sobre disociaciones neuropsicológicas entre memoria explícita e implícita fueron llevados a cabo por Warrington y Weiskrantz, en diferentes estudios realizados alrededor de 1970. Estos investigadores pusieron de manifiesto, tal y como ha sido expuesto un poco más arriba, que los pacientes amnésicos muestran una buena retención cuando ésta se evalúa con tests de memoria implícita (e.g., completar palabras degradadas), a pesar de su incapacidad para recuperar explícitamente el episodio en el que se presentaron tales palabras. Este patrón disociativo característico del síndrome amnésico humano ha sido replicado sistemáticamente desde entonces y será analizado con detenimiento en el Capítulo 12. E) Disociaciones estocásticas Un procedimiento para demostrar que dos tests están midiendo procesos independientes es pasar al mismo grupo de sujetos dos tests sucesivos (por ejemplo, uno explícito de reconocimiento y otro implícito de completar palabras) y averiguar la correlación entre ambas ejecuciones respecto a los mismos ítems. Esto fue lo que hicieron Tulving, Schacter y Stark (1982), y comprobaron que la correlación entre las palabras que habían sido reconocidas en el primer test y las que habían sido completadas en el segundo test era virtualmente cero. Esta independencia o disociación estocástica entre un test explícito y un test implícito ha sido encontrada por otros investigadores y ha sido considerada como un criterio convincente de recuperación incidental sin recolección consciente en sujetos normales, así como una prueba de que a cada uno de los dos tests subyacen las operaciones de dos sistemas de memoria distintos13. 94 3.3.3. ¿Cuál es el significado teórico de las disociaciones? La copiosa literatura científica sobre disociaciones entre pruebas de memoria explícita y de memoria implícita ha dado lugar, hace unos años, a un acalorado y prolongado debate entre grupos de teóricos que disienten a la hora de interpretar el significado de tales disociaciones. Dos han sido los frentes tras los que se han alineado los teóricos de la memoria: el que considera que las disociaciones reflejan la existencia y las operaciones de diferentes sistemas de memoria, y el que ha interpretado las disociaciones en términos de diferentes procesos que operan dentro de un único sistema de memoria. El enfrentamiento ha sido lo suficientemente vigoroso como para dar lugar a situaciones que, cuando menos, podrían ser calificadas de curiosas, como lo pone de manifiesto el hecho de que los investigadores de una y otra perspectiva teórica hayan publicado, generalmente, en revistas distintas e incluso hayan creado foros de encuentro y debate en contextos académicos separados (ver Foster y Jelicic, 1999a). A) Propuestas explicativas En términos generales, las disociaciones entre pruebas implícitas y explícitas parecen indicar que ambos tipos de pruebas activan o implican formas diferentes de retención (inconsciente versus consciente, escribió Roediger, 1990) o sistemas diferentes de memoria (Tulving y Schacter, 1990). El presupuesto teórico del que se parte en la explicación de las disociaciones se ajustaría a la lógica siguiente: si las dos pruebas que se comparan representan las operaciones de un único conjunto o de un conjunto altamente correlacionado de procesos, entonces la comparación de dichas pruebas no debería producir disociación alguna; pero si tal comparación revela una disociación, entonces los procesos implicados tienen que ser diferentes. Como he destacado en varios trabajos anteriores14, para unos teóricos (cuyo representante más visible sería Henry Roediger), los procesos diferentes se refieren a “diferentes tipos de procesamiento”, mientras que para otros (representados por Endel Tulving y Daniel Schacter) estarían reflejando, además de procesos diferentes, la existencia de “diferentes sistemas de memoria”. Para los proponentes del enfoque de sistemas, las disociaciones entre medidas de memoria son el reflejo de las operaciones de diferentes sistemas cerebrales de memoria. Si bien la idea de la existencia en el cerebro de sistemas separados de memoria se remonta a autores del siglo XIX e incluso anteriores, fueron, sin duda, los trabajos pioneros de Endel Tulving sobre “memoria episódica y memoria semántica” o su posterior teoría monojerárquica de la memoria, en la que distinguió entre memoria procedimental, memoria semántica y memoria episódica, los que significaron el auténtico comienzo del desarrollo del nuevo enfoque en el estudio de la memoria conocido 95 genéricamente como “clasificación de la memoria”15. Desde entonces, se ha acumulado un cuerpo sustancial de datos experimentales y de material teórico en apoyo de la existencia de diferentes sistemas de memoria (en los que nos detendremos en el siguiente apartado). Los datos provenientes de estudios con sujetos normales, pacientes amnésicos, animales experimentales, y la nueva tecnología de las neuroimágenes, han proporcionado evidencia de disociaciones convergentes que permiten afirmar, no sólo la realidad biológica de múltiples sistemas de memoria, sino también la realidad cognitiva de diferentes formas y expresiones de aprendizaje y memoria. Por otra parte, el enfoque de procesamiento explica las disociaciones entre pruebas de memoria apelando a la naturaleza y a las relaciones entre los procesos de codificación y recuperación. Dicho de otra manera, en opinión de estos teóricos las disociaciones podrían reflejar la operación de los distintos procedimientos cognitivos requeridos por los tests de memoria (Roediger et al., 1989; Roediger, 1990a). En consecuencia, asumen que tanto la expresión explícita como la expresión implícita de la memoria están basadas en representaciones episódicas de nueva creación dentro de un sistema unitario de memoria. Por lo tanto, ni es necesario postular sistemas separados para explicar las disociaciones, ni la estrategia de identificar una tarea con un sistema concreto ayuda a esclarecer la naturaleza del fenómeno16. Aunque el enfoque de procesamiento permite explicar diversos hallazgos, se enfrenta con un problema fundamental al no poder ofrecer una explicación satisfactoria del hecho repetidamente comprobado de que la memoria implícita se mantiene preservada en los pacientes amnésicos. Este problema, como señalara Schacter (1990a) y reconociera explícitamente el propio Roediger (1990a), es particularmente importante porque el hecho que encierra constituye probablemente la base más sólida para la distinción entre memoria implícita y explícita. Una posible explicación –desde el punto de vista de los teóricos del procesamiento– podría ser que los pacientes amnésicos son incapaces de llevar a cabo un procesamiento guiado conceptualmente como requieren los tests de memoria explícita, pero no hay ninguna prueba de que esto ocurra. B) Hacia la resolución de un debate mal planteado Sin duda alguna, la interpretación teórica de las disociaciones de memoria es una cuestión lo suficientemente relevante como para despertar el enorme interés que despertó; no obstante, el enconamiento de algunos teóricos, sobre todo del bando unitarista, sólo puede ser entendido si se reconoce que, en realidad, el debate planteado no se ha entendido ni difundido en sus justos términos. La situación de desacuerdo se presentó –y así se ha mantenido generalmente– en términos de “sistemas versus procesos” o, personalizando, “teóricos de los sistemas versus teóricos del procesamiento”; dando a entender que los primeros consideran las 96 disociaciones como el reflejo exclusivo de la acción de diferentes sistemas de memoria al tiempo que –en contra de la tesis de los teóricos del procesamiento– ignoran o niegan la importancia de los procesos. Naturalmente, esta idea y, consiguientemente, todo el debate han resultado ser una falacia, porque los teóricos de los sistemas no han minusvalorado jamás el papel crucial de los distintos procesos de memoria, sino todo lo contrario. No hay más que revisar algunos de los trabajos de Schacter o Tulving sobre el tema17 y se comprobará cómo el binomio proceso-sistema está siempre presente; y lo está porque se asume algo tan básico como que los sistemas de memoria operan en términos de procesos. Hace pocos años, Tulving escribió al respecto: “la idea de oposición entre ‘procesos’ y ‘sistemas’ es una creencia falsa” (1999b, p. 12). Y lo es porque, para los teóricos de los sistemas, los diferentes sistemas de memoria difieren entre sí respecto a sus reglas de operación y respecto a sus procesos componentes18. Como lo prueba esta otra declaración de Nyberg y Tulving (1996, p. 165): “el enfoque de sistemas es compatible con la idea de que las disociaciones reflejan procesos diferentes, [aunque] el enfoque de sistemas va más allá que el enfoque del procesamiento al postular una estructura de memoria que ayuda a entender los diferentes procesos”. Pero ésta no es, sin embargo, la versión que ha trascendido de ese debate. Un debate que es real, pero cuyas discrepancias –y hay que insistir en ello– no han estado nunca determinadas por la cuestión “¿sistemas o procesos?”, sino por esta otra: “¿un único sistema o múltiples sistemas de memoria?”. Éste es el meollo de la cuestión. Entonces, ¿qué sentido tiene seguir hablando del debate “procesos versus sistemas”? Ninguno. De ahí que en los últimos años hayan ido apareciendo argumentos de representantes de ambas tendencias a favor de la integración, así como de plantear como objetivo común “descubrir la arquitectura neural funcional de la memoria humana en sujetos sanos y cómo el daño de esa arquitectura da como resultado los variados patrones de pérdida de memoria observados en los pacientes” (Gabrieli, 1995, p. 117) . En definitiva, la solución que plantea Gabriela es el establecimiento de un marco en términos de sistemas en el que un sistema de memoria sea definido como “una red neural específica que mediatiza un proceso de memoria específico”, y en el que se asigne la misma importancia al objetivo de identificar los sistemas cerebrales que al objetivo de definir los procesos. En resumen, no ha existido nunca ninguna controversia real respecto a “sistemas versus procesos”, sino respecto a la cuestión “un sistema unitario de memoria versus múltiples sistemas de memoria”. Éste es el nudo gordiano que la ciencia de la memoria debe deshacer: si la memoria es una entidad unitaria o un complejo de múltiples sistemas independientes e interactuantes. En la monografía editada por Foster y Jelicic (1999b), dedicada al análisis de este enfrentamiento y a su evolución actual, se observa una clara coincidencia entre autores alineados históricamente en uno y otro enfoque en lo concerniente a la superación de aquel debate. Valgan como muestra, por un lado, la opinión reciente de Roediger, el representante más distinguido del enfoque de procesamiento, cuando insinúa que 97 “muchos descubrimientos recientes quizás han reducido el debate de la década de 1980 a polvo del pasado”, y, por otro, la posición de Tulving, proponente por excelencia del enfoque de sistemas, cuando insiste en que el “enfoque cognitivo” (u orientado a los procesos) y el “enfoque neurocognitivo” (u orientado a los sistemas) son dos perspectivas “complementarias y necesarias para una comprensión más completa de la memoria”, porque, como muy sabiamente señala en ese mismo trabajo, “los procesos y los sistemas constituyen la urdimbre y la trama del tejido de la memoria”19. 3.4. La arquitectura de la memoria: perspectiva neurocognitiva A lo largo de los últimos veinte años, se han producido importantes desarrollos teóricos, metodológicos y tecnológicos en el campo de la memoria; pero el que sin duda ha producido un mayor impacto ha sido el reconocimiento explícito de que existe más de una clase de memoria. La idea general de que la memoria no es una entidad unitaria ha surgido en contextos disciplinares distintos (neuroconductuales, neuropsicológicos, cognitivos y neurocognitivos) que han compartido un hallazgo común, a saber, el hecho de que lesiones cerebrales específicas (accidentales en humanos y provocadas en animales), o determinadas manipulaciones experimentales, tienen efectos disociativos sobre distintos tipos de memoria, en el sentido de que alteran o eliminan algunos de ellos mientras dejan intactos otros. La idea de que la memoria está formada por distintos sistemas tiene una historia larga e interesante que hunde sus raíces en escritos de filósofos y psicólogos del siglo XIX. Por ejemplo, el filósofo francés Maine de Biran publicó en 1804 una monografía titulada La influencia del hábito en la facultad de pensar, en la que distinguió tres tipos separados de memoria: una memoria mecánica, que sería la responsable de la adquisición de hábitos motores y verbales, y actuaría a nivel inconsciente; una memoria sensitiva, implicada en la adquisición inconsciente de sentimientos, afectos e imágenes, y una memoria representacional, responsable de la recuperación consciente de ideas y eventos20. En el campo de la psicología, el mejor ejemplo fue William James, quien, en su monumental e influyente obra Principios de Psicología, publicada en 1890, dedicó un capítulo a “la memoria” y otro capítulo separado al “hábito”. Precisamente esa dicotomía entre memoria y hábito ha sido utilizada modernamente por distintos investigadores para referirse a dos sistemas distintos cuya manifestación conductual difiere en términos de memoria consciente (o explícita) versus memoria inconsciente (o implícita), respectivamente. Tal y como recoge el Cuadro 3.1, otras muchas dicotomías entre sistemas de memoria, similares o idénticas a la anterior, han sido propuestas desde mediados del pasado siglo. Su procedencia es diversa, ya que unas provienen de la filosofía y otras de estudios experimentales con personas adultas sanas, con niños, con pacientes amnésicos y con animales de laboratorio. 98 Cuadro 3.1. Variedad de términos utilizados para describir dos tipos de memoria. Si bien no todas las dicotomías son idénticas, comparten la idea de distinguir en la memoria a largo plazo dos o más sistemas (según Squire, 1987 y Ruiz-Vargas, 1994) Saber qué Memoria episódica Asociación vertical Elaboración Memoria autobiográfica Mediación cognitiva Recolección consciente Memoria declarativa Memoria representacional Sistema II Memoria declarativa Memoria explícita Saber cómo Memoria semántica Asociación horizontal Integración Memoria perceptiva Memoria semántica Habilidades Memoria procedimental Memoria disposicional Sistema I Memoria no declarativa Memoria implícita No obstante, como subraya Squire (2004), el inicio real de la historia sobre los sistemas de memoria se sitúa en el momento en que Brenda Milner demuestra que el paciente amnésico HM era capaz de aprender una tarea de coordinación mano-ojo (dibujar en espejo) en ausencia de cualquier recuerdo de haber realizado antes aquella tarea. 3.4.1. Historia de la investigación moderna sobre sistemas de memoria Según Gabrieli (1999), la historia moderna de la investigación sobre sistemas de memoria ha pasado por tres “generaciones de preguntas”. La primera generación se caracterizó por la pregunta ¿es unitaria la memoria?, y toda ella estuvo marcada por los estudios realizados con el paciente amnésico HM (una primera descripción de este caso aparece en el Capítulo 1, y una descripción más detallada se ofrecerá en el Capítulo 12). La severidad de la amnesia anterógrada de HM fue tal que, desde 1953, año en que sufrió la operación cerebral, su memoria quedó como “congelada” en el tiempo: desde entonces no ha podido recordar nada de lo acontecido ni ha podido aprender hecho alguno, incluyendo guerras, asesinatos, la llegada del hombre a la Luna, la muerte de sus padres, lo que toma para desayunar o el trayecto que va desde el comedor a su habitación en el hospital; como tampoco ha sido capaz de reconocer las caras del personal de enfermería 99 que le ha atendido y cuidado durante años y años. Como ha señalado hace relativamente poco Brenda Milner, la psicóloga a la que se encargó la evaluación de la memoria de HM, “es como si, desde la operación, su vida no le estuviese aportando nada a su almacén de conocimiento” (ver Milner et al., 1998, p. 447). A lo sumo, HM puede mantener impresiones inmediatas, pero tan pronto como su atención se desvía las pierde, lo que significa, como diferentes investigadores han comprobado, que la memoria a corto plazo de HM se ha mantenido intacta, al igual que sus habilidades perceptivas, cognitivas y motoras y la capacidad para adquirir otras nuevas. La importancia de este caso estriba en que permitió demostrar, por primera vez, que las regiones extirpadas del lóbulo temporal resultaban esenciales para la memoria de conocimientos y eventos, pero dichas regiones no parecían necesarias para la memoria a corto plazo ni para muchos aspectos de la percepción, el pensamiento y la acción. En efecto, Milner comprobaría que HM podía adquirir y retener nuevas habilidades motoras (por ejemplo, dibujar en espejo), así como otras formas de aprendizaje y memoria (por ejemplo, la facilitación en la identificación de dibujos incompletos como consecuencia del priming de repetición), a pesar de no poder recordar absolutamente nada acerca de las sesiones diarias de aprendizaje. Por aquellos mismos años, Warrington y Weiskrantz aportarían datos a favor de tales hallazgos al demostrar –como ya ha sido expuesto– que los pacientes amnésicos eran capaces de establecer también buenos aprendizajes de material verbal (en tareas, por tanto, que no requerían habilidades motoras) si se les proporcionaban fragmentos de palabras que habían leído previamente. Pero aunque tales estudios parecían indicar con claridad que la memoria no es una entidad unitaria, ni psicológica ni neuroanatómicamente, así como que la amnesia implica un déficit selectivo de memoria, se adujeron razones de diversa índole para rechazar la idea de diferentes sistemas de memoria. De hecho, hasta prácticamente finales de los setenta, se pensó que la amnesia alteraba la memoria en su totalidad, con la excepción de las habilidades motoras. Por entonces, la mayoría de los investigadores de la memoria estaban convencidos de que el aprendizaje motor era diferente del resto de las memorias y no dieron importancia a aquellos hallazgos. La segunda generación de preguntas se planteó responder a la siguiente, ¿qué tipos de memoria están alterados y cuáles están intactos en la amnesia? Naturalmente, ello suponía establecer un marco teórico que permitiese caracterizar las distintas representaciones y procesos que se supone están mediatizados por distintos sistemas cerebrales de memoria. Durante esta segunda generación, dicho marco estaría definido por planteamientos dicotómicos de la memoria, del tipo de los recogidos en el Cuadro 3.1. Dada su gran influencia, merecen ser mencionados los tres siguientes. Por un lado, la propuesta de Cohen y Squire (1980) de que la amnesia reflejaba una disociación entre los sistemas cerebrales que dan soporte a los procesos de memoria declarativa (que resulta alterada) y de memoria procedimental (que está preservada). Pocos años después, Schacter y Tulving (1982) propondrían que la amnesia refleja una disociación 100 entre la memoria episódica (alterada) y la memoria semántica (preservada). En 1985, Graf y Schacter introdujeron la distinción entre memoria explícita (que resulta alterada en la amnesia) y memoria implícita (que se mantiene intacta en la amnesia). Respecto a esta última dicotomía es muy importante tener presente, para evitar confusiones y errores, que los términos explícita/implícita no hacen referencia a dos sistemas de memoria, sino que son términos descriptivos generales que dan cobertura a distintos fenómenos (e.g., instrucciones, procesos de recuperación o diversos sistemas y subsistemas). Por último, la pregunta que surgió fue, ¿Cuáles son los sistemas de memoria? Las respuestas aparecieron, por un lado, cuando los investigadores identificaron las muchas formas disociables de memoria declarativa y de memoria no declarativa, y, por otro, cuando se refinaron cuestiones relativas a la definición de sistema de memoria, se establecieron unos criterios para su identificación y se formuló una clasificación general de la memoria en sistemas y subsistemas. 3.4.2. Definición de sistema de memoria y criterios para su establecimiento Lo fundamental es dejar claro que los “sistemas de memoria” no son “formas de memoria” ni “procesos de memoria” ni “tareas de memoria” ni “expresiones de memoria”, a pesar de que todos estos términos estén relacionados e incluso se intercambien –aunque erróneamente– con una relativa frecuencia. Desde 1979, cuando Elizabeth Warrington introduce por primera vez el término “sistema de memoria”, éste ha ido sufriendo modificaciones dentro de su permanente vaguedad conceptual. En 1994, Schacter y Tulving advirtieron: “el concepto de sistema de memoria se encuentra todavía en una fase de formación y, sin duda, sufrirá alteraciones y modificaciones a medida que la investigación avance” (p. 14). No obstante, a lo largo de las dos últimas décadas, han surgido definiciones con un nivel de conceptualización lo suficientemente amplio y riguroso como para incluir términos que actualmente se consideran apropiados para integrar los mecanismos neurales y cognitivos de todo sistema. Éste fue el caso de Tulving (1985a), quien definió el sistema de memoria como una estructura organizada de componentes operativos elementales, donde todo “componente operativo” consta de un sustrato neural y de sus correlatos conductuales y cognitivos. Asimismo, Tulving estableció que los diferentes sistemas de memoria se distinguen entre sí respecto al tipo de información que procesan y representan, los principios que rigen sus operaciones, las estructuras neurales subyacentes y su desarrollo filogenético y ontogenético. En el momento actual, se observa en los investigadores una tendencia a fijar lo más posible el concepto de sistema de memoria en el terreno biológico, por entenderse que la idea de “sistema de memoria” está considerablemente ligada a la idea de “sistema 101 cerebral”. Éste es el caso de Squire (2007), para quien un sistema de memoria es “un sistema cerebral con un papel significativo, aunque no necesariamente exclusivo, en funciones de memoria” (p. 342). Y en la misma línea se ha manifestado Buckner (2007), quien define un sistema de memoria como “una colección de áreas cerebrales interactuantes que intervienen en funciones de memoria y pueden ser disociadas de otros sistemas que participan en distintas formas de memoria” (p. 361). Como se ve, resulta evidente el énfasis que actualmente se está poniendo tanto en el nivel de análisis neural como cognitivo y conductual. Schacter y Tulving señalaron los tres criterios que deben ser aplicados con todo rigor a la hora de decidir qué es un sistema y qué no es un sistema de memoria. En este sentido, los tres criterios que debe satisfacer todo sistema de memoria son: 1. 2. 3. Operaciones de inclusión de clase: todo sistema de memoria debe permitir ejecutar una gran variedad de tareas o funciones dentro de una clase o dominio concreto, con independencia del tipo de información específico de las tareas. Cuando un sistema está intacto, opera dentro de una clase exclusivamente, esto es, puede procesar cualquier input de dicha clase. Por ejemplo, la memoria episódica opera en el dominio de las experiencias personales y permite recuperar eventos pasados que generalmente involucran muchos tipos de información, como caras, lugares, objetos, palabras, etcétera. Por otra parte, la memoria semántica permite a las personas adquirir conocimiento genérico acerca del mundo que no está ligado a experiencia personal alguna, como palabras, hechos, reglas, etcétera. Por tanto, cuando se produzca algún daño cerebral, se alterará selectivamente la ejecución dentro del dominio de un sistema concreto, pero, sin embargo, tendrá un efecto mínimo o nulo fuera de dicho dominio. Propiedades y relaciones: un sistema de memoria debe ser descrito mediante la enumeración de sus propiedades fundamentales, esto es, de las características que permiten identificarlo y relacionarlo con otros sistemas (valgan como ejemplo las características de la memoria episódica y semántica, a las que se ha aludido en el apartado anterior). Las propiedades de un sistema se refieren a las “reglas de operación” que rigen su funcionamiento, el “tipo de información” correspondiente a su dominio, los “sustratos neurales” y la función o “para lo que sirve” dicho sistema21. Disociaciones convergentes: un principio establecido es que las disociaciones entre tareas constituyen una condición necesaria para postular la existencia de sistemas de memoria. Ahora bien, un solo tipo de disociación no es suficiente para postular nada; de hecho, y como advirtieron Nyberg y Tulving (1996), el fenómeno de “las disociaciones como tal no es inconsistente lógicamente con una visión unitaria de la memoria” (p. 164). Las disociaciones se consideran una prueba de la existencia de diferentes sistemas de memoria cuando 102 “diferentes clases [de disociaciones] convergen en el mismo y único conjunto de sistemas” (op. cit., p. 165). En este sentido, la hipótesis de los sistemas de memoria ha recibido el apoyo empírico fundamental de numerosas disociaciones convergentes de diferentes tipos (e.g., funcionales, evolutivas, farmacológicas y neuropsicológicas; véase el apartado 3.2 de este mismo capítulo), con tareas diferentes (e.g., recuerdo, reconocimiento, completar fragmentos de palabras, etcétera), con diferentes poblaciones (e.g., sujetos sanos, pacientes amnésicos, animales de diferentes especies) y utilizando técnicas diferentes (e.g., lesiones cerebrales, neuroimágenes obtenidas mediante el uso de técnicas como los potenciales evocados, PET, RMf, etcétera). Una última cuestión terminológica y conceptual: la distinción entre sistema de memoria y subsistema de memoria. Aunque algunos autores utilizan ambos términos indistintamente, otros los han distinguido en el contexto de una organización jerárquica de la memoria en la que los subsistemas mantendrían una relación subordinada respecto a los sistemas. Asumiendo esta concepción jerárquica, Schacter y Tulving han sugerido la utilidad de establecer una distinción entre ambos conceptos apelando, básicamente, a que lo que caracteriza a los sistemas son las reglas de operación, mientras que los subsistemas se caracterizan por procesar diferentes tipos de información (los subsistemas comparten con el sistema las reglas de operación pero difieren entre ellos respecto a los tipos de información que procesa cada uno) y por estar implementados en diferentes lugares del cerebro (los subsistemas están siempre instanciados en la misma circuitería neural del sistema superordinal pero pueden ocupar distintos lugares dentro de la red neural de memoria). Establecidas estas distinciones, estos autores han propuesto considerar la “organización global de la memoria” como una jerarquía de sistemas y subsistemas identificables a diferentes niveles. 3.4.3. Sistemas cerebrales de memoria Los intentos por sistematizar el conocimiento sobre los hipotéticos sistemas de memoria comenzaron de un modo claro a mediados de la década de 1980, un momento marcado por la tendencia a colocar los trabajos sobre la clasificación de la memoria en un marco neurobiológico22. De entre las diferentes propuestas sobre la división de la memoria en sistemas y subsistemas, destacan, por un lado, la de Larry Squire, que parte de la distinción entre memoria declarativa y memoria no declarativa, y, por otro, la de Endel Tulving y Daniel Schacter, que toman como punto de arranque la distinción entre memoria explícita y memoria implícita. 103 A) Memoria declarativa y memoria no declarativa; memoria explícita y memoria implícita Larry Squire, de la Universidad de California en San Diego, establece una distinción, dentro de la memoria a largo plazo, entre una memoria declarativa, que se define como la capacidad para adquirir, retener y recuperar consciente e intencionadamente eventos y conocimiento sobre el mundo, y que depende de las regiones temporo-mediales (incluido el hipocampo), y la memoria no-declarativa, un término paraguas bajo el que se incluye un conjunto heterogéneo de capacidades de aprendizaje y memoria que se expresan a través de la acción, que no permiten el acceso a ningún contenido consciente de memoria y que dependen de regiones distintas a las del lóbulo temporal medial (ver Squire y Zola, 1996). Por su parte, el descubrimiento crucial que dio origen a la distinción entre memoria explícita y memoria implícita fue que las experiencias previas pueden expresarse o manifestarse acompañadas de experiencia consciente o no. Graf y Schacter (1985) definieron la memoria explícita como el tipo de recuperación que se revela “cuando la ejecución de una tarea exige la recolección consciente de experiencias previas”, mientras que la memoria implícita es aquélla que se revela “cuando la ejecución de una tarea se ve facilitada en ausencia de recolección consciente” (p. 501). La distinción explícita/implícita ha tenido una historia bastante irregular si se tiene en cuenta que durante años gozó de una gran aceptación pero, sin embargo, después ha sufrido, como reconoce John Gardiner (2008), cierto descrédito a causa de la confusión conceptual que los términos engendraron entre los teóricos. La razón fundamental para la confusión estriba en la dificultad para establecer qué condiciones de recuperación son puramente explícitas y cuáles puramente implícitas. Por ejemplo, la gente se da cuenta con frecuencia de que en los tests implícitos están recuperando los ítems estudiados, incluso cuando no han tenido intención de hacerlo. Por otro lado, el criterio explícita/implícita para diferenciar sistemas como la memoria episódica y la memoria semántica tampoco ha resultado muy convincente, si se asume que los dos sistemas se pueden considerar explícitos en el sentido de que ambos están abiertos a la conciencia. En consecuencia, se ha sugerido que el factor crítico en la comparación entre tests de memoria explícita y tests de memoria implícita no es la “recolección consciente”, sino la intención de la recuperación23. Así, y teniendo muy presente que la distinción explícita-implícita hace referencia al tipo de recuperación, el término “memoria explícita” debe considerarse sinónimo de recuperación intencional y deliberada, y el de “memoria implícita” sinónimo de recuperación no intencional y automática. B) Clasificación de la memoria 104 La taxonomía de la memoria propuesta por Squire24 parte de la división de la memoria a largo plazo en dos grandes apartados: la memoria declarativa, que es explícita e incluye un subsistema de memoria para eventos (la memoria episódica) y otro para conocimiento general (la memoria semántica); y las memorias no-declarativas, que son implícitas e incluyen la memoria procedimental (una serie de fenómenos asociativos de memoria como las habilidades motoras y cognitivas), el priming y el aprendizaje perceptivo (aprendizaje implícito), el condicionamiento clásico (en el que se distinguen las respuestas emocionales condicionadas y las respuestas esqueléticas) y el aprendizaje no-asociativo. En la Figura 3.5 aparece esta taxonomía con las correspondientes estructuras cerebrales que se consideran especialmente importantes para cada forma de memoria declarativa y no-declarativa. Frente a esta distinción taxonómica entre memoria declarativa y memoria nodeclarativa, cuyo origen es fundamentalmente neuroanatómico al partir de la dependencia o no dependencia del hipocampo, respectivamente, la clasificación de la memoria derivada de la distinción entre memoria explícita y memoria implícita tiene un origen algorítmico/representacional, aunque sus proponentes más destacados, Tulving y Schacter, sean dos representantes paradigmáticos del enfoque neurocognitivo. A partir de los numerosos y exhaustivos estudios sobre disociaciones entre memoria explícita y memoria implícita, estos autores han distinguido cinco grandes sistemas de memoria humana; a saber, cuatro sistemas a largo plazo: la memoria procedimental, el sistema de representación perceptiva, la memoria semántica y la memoria episódica, y un sistema a corto plazo: la memoria operativa. 105 Figura 3.5. Taxonomía de los sistemas y subsistemas de memoria a largo plazo junto con las estructuras encefálicas involucradas en cada uno de ellos. A partir de Squire (2004). Estas cinco memorias se asume que son los sistemas cerebrales subyacentes a las operaciones implicadas en la recuperación explícita e implícita. La evidencia a favor de esta última idea proviene de abundantes estudios sobre disociaciones neuroanatómicas con técnicas de neuroimagen (PET, IRMf y potenciales evocados) llevados a cabo por los equipos de investigación respectivos de Endel Tulving en el Rotman Research Institute (North York, Canadá) y de Daniel Schacter en la Universidad de Harvard, así como por otros muchos investigadores. Con este dato se pretende destacar el hecho de que estos mismos autores, que en 1994 propusieron los cinco sistemas de memoria mencionados sobre la base de evidencia cognitiva y neuropsicológica, no han dejado de aportar desde entonces otro tipo de evidencia, la neuroanatómica funcional, que viene a confirmar y a ampliar nuestro conocimiento sobre la clasificación de la memoria humana 106 (ver Schacter et al., 2000). En un trabajo relativamente reciente, Fergus Craik (2000), de la Universidad de Toronto, hace una observación muy pertinente, y es que la clasificación de la memoria humana de Schacter y Tulving en cinco grandes sistemas podría considerarse como una versión ampliada y modificada del ya clásico e influyente esquema tripartito de la memoria de Atkinson y Shiffrin (registros sensoriales, memoria a corto plazo y memoria a largo plazo) que, desde la década de 1960, ha tenido tanta influencia en la psicología cognitiva de la memoria. Para Craik, el sistema de representación perceptiva se correspondería grosso modo con los “registros sensoriales”, la memoria operativa con la “memoria a corto plazo”, y los sistemas episódico y semántico conformarían conjuntamente la “memoria a largo plazo” (la memoria procedimental, también a largo plazo, sería el único sistema realmente nuevo). C) Los grandes sistemas de la memoria humana En el Cuadro 3.2, se resume el estado actual de nuestro conocimiento sobre los cinco grandes sistemas de memoria humana. Este esquema es el resultado de la evolución gradual de las clasificaciones de la memoria de los grandes grupos de investigación a los que venimos haciendo referencia; por tanto, debe ser considerado como una síntesis resultante de la combinación de los aspectos más destacados de las respectivas taxonomías. Cuadro 3.2. Sistemas y subsistemas de la memoria humana 107 * Para explicación general y detalles sobre el locus cerebral, véase texto. Resulta pertinente señalar que el orden en el que aparecen los cinco sistemas en el Cuadro 3.2 corresponde a su presunta secuencia evolutiva, tanto respecto a su desarrollo filogenético como ontogenético, cuyos extremos estarían fijados por la memoria procedimental (en el polo más antiguo) y la memoria episódica (en el polo más nuevo). Esta jerarquización –cuya representación gráfica muestra la Figura 3.6– organiza asimismo el carácter implícito y explícito de cada uno de los sistemas, de modo que entre ellos se da un continuo que va desde lo implícito (marcado por el polo procedimental) a lo explícito (marcado por el polo episódico); es decir, que los sistemas más antiguos, o los que emergen antes filogenética y ontogenéticamente, se expresan de un modo implícito, mientras que los sistemas que aparecen más tarde tienen una expresión explícita. Además, el orden jerárquico de los sistemas reflejaría también las relaciones entre ellos, 108 en el sentido de que mientras muchas de las operaciones de un sistema concreto dependen de y se apoyan en las operaciones de los sistemas más antiguos, cualquier sistema puede actuar independientemente de los más nuevos o, con otras palabras, de aquellos a los que ha precedido en el desarrollo filo y ontogenético (ver Tulving, 1985a). Figura 3.6. Sistemas de la memoria humana. La disposición piramidal indica la secuencia evolutiva (filo y ontogenética), la relación de dependencia y el carácter implícito/explícito de los distintos sistemas, así como la correspondencia con la dimensión memoria declarativa/memoria no declarativa (Ruiz-Vargas, 2002). A continuación, se expondrán las características básicas de cada uno de los sistemas de memoria. Con independencia de su orden evolutivo de aparición, y con el fin de establecer un corte claro entre memoria a corto y a largo plazo, comenzaremos por la memoria operativa para, a continuación, describir los grandes sistemas de memoria a largo plazo. 1. La memoria operativa La memoria operativa (MO) es el sistema que permite mantener activada y accesible una cantidad limitada de información, durante un corto espacio de tiempo, mientras se manipula mentalmente esa u otra información. El concepto de memoria operativa –considerada ésta como una definición operacional de la memoria a corto plazo– es un producto de la investigación experimental cognitiva e incluye cuatro componentes: el ejecutivo central, que tiene funciones de control, el lazo fonológico y la agenda visoespacial, con funciones de almacenamiento y repaso, y el retén episódico, considerado el componente de almacenamiento del 109 ejecutivo central, con capacidad para integrar la información de los dos componentes anteriores en representaciones episódicas. La estructura múltiple y las funciones de la memoria operativa serán analizadas en profundidad, desde una perspectiva cognitiva, en el Capítulo 5. Durante la última década, se ha investigado extensamente la neuroanatomía funcional de la MO humana a través de diferentes metodologías, tales como los estudios de localización de lesiones en pacientes y los estudios con neuroimágenes funcionales en sujetos sanos. Aunque los diferentes estudios no han obtenido resultados coincidentes, ciertos hallazgos parecen cada vez más sólidos al haber sido apoyados por evidencia convergente procedente de estudios conductuales, neuropsicológicos y de neuroimágenes funcionales. En concreto, destacan los siguientes hallazgos básicos: 1. 2. 3. 4. 5. 6. La MO verbal y la MO visoespacial están representadas en el cerebro humano por diferentes redes corticales de dominio específico que son disociables. Tanto la MO verbal como la visoespacial disponen de una arquitectura dual que incluye dos sistemas disociables: un sistema pasivo para el mantenimiento y un sistema activo para el repaso de la información. La arquitectura dual de la MO verbal está representada por dos sistemas disociables: una red bilateral que incluye regiones del córtex parietal inferior y del córtex prefrontal anterior para el mantenimiento de la información verbal (el componente pasivo del lazo fonológico), y una red temporo-parietal izquierda para el repaso subvocal articulatorio (el componente activo del lazo fonológico), integrada por las áreas cerebrales necesarias para la producción del habla (i.e., el área de Broca, el área motora suplementaria del hemisferio izquierdo y posiblemente el cerebelo). Los estudios de lesión sugieren la existencia de una arquitectura dual de la MO visoespacial, con una corriente ventral desde el córtex occipital al temporal que subyace al reconocimiento de objetos, y una corriente dorsal, que conecta el córtex occipital con el córtex parietal y que da soporte a las operaciones espaciales. Respecto al “retén episódico”, y dada su reciente incorporación como “el cuarto componente” del modelo de MO (Baddeley, 2000), sólo algún estudio ha sugerido posibles correlatos neurales. Dentro de la provisionalidad exigida, parece que la activación del giro frontal medio y del área motora suplementaria del hemisferio izquierdo, así como la activación bilateral del córtex opercular frontal y de las partes anterior y media del sulcus intraparietal podrían atribuirse al hipotético buffer episódico. Cada vez son más los estudios, tanto neuropsicológicos como de neuroimágenes funcionales, que coinciden en señalar la falta de evidencia a favor de la existencia de una región cerebral involucrada en las funciones atribuidas a “un ejecutivo central”. Como explícitamente señalan Müller y 110 Knight (2006), a pesar de que “el córtex prefrontal ha sido denominado el sustrato neural de la memoria operativa” (…) “los estudios de lesión junto con los estudios de célula única y de neuroimágenes funcionales no apuntan a un rol mnemónico del córtex prefrontal, sino al control atencional del procesamiento sensorial, la integración de la información procedente de diferentes dominios, la selección estimular y la monitorización de la información retenida” (pp. 51 y 53). De los abundantes estudios sobre las bases neuroanatómicas de un ejecutivo central sólo se puede concluir que, hasta la fecha, no existen resultados concluyentes25. 2. La memoria procedimental La memoria procedimental se refiere a los sistemas involucrados en la adquisición, mantenimiento y uso de habilidades motoras y cognitivas. Montar en bicicleta o ejecutar con virtuosismo una pieza de piano son dos ejemplos de tareas que dependen del sistema de memoria procedimental. La memoria procedimental y sus numerosos subsistemas son, por tanto, memorias de acción conductual o cognitiva, frente a los restantes sistemas que son memorias de representación cognitiva. Esto significa que las operaciones de esta memoria se expresan en forma de procedimientos conductuales y cognitivos altamente cualificados que son independientes de la experiencia consciente del sujeto. El sistema procedimental se caracteriza por el aprendizaje gradual y creciente (la adquisición de cualquier habilidad requiere mucha práctica) y no se ve afectado por lesiones en las estructuras del lóbulo temporal medial, razón por la cual se le considera distinto de los sistemas episódico y semántico. Asimismo, esta memoria se caracteriza porque no almacena representaciones de los estados externos del mundo y porque opera a un nivel más automático que controlado conscientemente. En consecuencia, los cambios que resultan del aprendizaje procedimental no hay posibilidad de traducirlos a proposiciones verbales ni a ninguna otra forma simbólica, razón por la cual sus producciones no tienen valor de verdad. La evidencia neurocognitiva en favor de la existencia de una memoria procedimental es muy abundante e incluye un conjunto heterogéneo de subsistemas: • El aprendizaje de habilidades motoras, en el que se incluyen las múltiples destrezas adquiridas de tipo motor y visomotor (e.g., montar en bicicleta, conducir un automóvil, dibujar en espejo, etc.). Observaciones neuropsicológicas han relacionado estos aprendizajes con los ganglios basales, a partir del descubrimiento de que los pacientes con enfermedad de Huntington (un mal asociado a lesiones en dicha estructura cerebral) presentan déficits severos en ese tipo de aprendizajes. 111 • • • • • El aprendizaje de habilidades cognitivas, en el que se incluye toda destreza mental adquirida, como el cálculo mental, la habilidad para resolver problemas de determinado tipo (e.g., la torre de Hanoi), la habilidad para generar palabras (e.g., decir el verbo correspondiente a cada uno de los nombres que se van presentando), etc. Estudios de neuroimágenes han observado una actividad incrementada durante las primeras fases de estos aprendizajes en el córtex prefrontal, el cíngulo anterior y el cerebelo lateral derecho; en cambio, tras numerosos ensayos de práctica, se han observado fuertes reducciones de la activación en dichas áreas junto con activaciones concurrentes en la corteza bilateral silviana y el córtex extraestriado; es decir, se ha observado un cambio a vías alternativas tras la adquisición de la habilidad. La memoria de hábitos, referida al conjunto de disposiciones o tendencias adquiridas de un modo gradual, que son específicas de un conjunto de estímulos y guían la conducta. Los datos señalan que dependería del córtex motor, del cerebelo y del estriado. El aprendizaje emocional, en el que se incluyen el desarrollo de las fobias y las respuestas condicionadas de miedo, depende de la activación de la amígdala. El condicionamiento clásico simple, una forma básica de aprendizaje asociativo, se forma y se almacena en el cerebelo. Por último, otras formas de memoria no declarativa como, por ejemplo, la gama de aprendizajes pre-asociativos del tipo de la habituación o la sensibilización, que son filogenéticamente muy antiguas y que se encuentran bien desarrolladas en muchas especies de animales invertebrados, dependen de las vías reflejas26. 3. El sistema de representación perceptiva El sistema de representación perceptiva o PRS (según la denominación en inglés) comprende un conjunto de subsistemas específicos de dominio cuya función es mejorar la identificación de palabras y objetos mediante el procesamiento y la representación de la información relativa a la forma y la estructura, no al significado ni a ninguna propiedad asociativa. El PRS es un sistema presemántico que está involucrado habitualmente en expresiones de memoria no conscientes o implícitas como el priming perceptivo. La evidencia procedente de estudios cognitivos, neuropsicológicos y neuroanatómicos permite distinguir tres subsistemas del PRS: (1) el subsistema de la forma visual de las palabras, que computa la información ortográfica y cuyo locus cerebral es el córtex occipital extraestriado; (2) el subsistema de la forma auditiva de las palabras, que procesa la información fonológico/acústica y cuyos loci cerebrales son regiones del córtex perisilviano (el giro angular y el giro supramarginal) y (3) el 112 subsistema de descripción estructural, que computa las relaciones entre las partes de los objetos, y cuyos loci cerebrales son las regiones temporales inferiores y el giro fusiforme. Algunos investigadores han sugerido la existencia de un cuarto subsistema para la identificación facial27. Estos tres subsistemas difieren entre sí respecto al tipo de información perceptiva que computan, pero comparten las siguientes características: operan en un nivel presemántico, están involucrados en expresiones no conscientes de la memoria, están preservados en los pacientes amnésicos y dependen de mecanismos corticales28. 4. La memoria semántica La memoria semántica es el sistema encargado de la adquisición, retención y utilización de conocimiento acerca del mundo en el sentido más amplio, esto es, hechos, ideas, creencias y conceptos; un conocimiento desligado de las circunstancias espaciales y temporales de su adquisición (Tulving, 1972). Por ejemplo, saber que el gato es un mamífero, que las cosas se caen si se me escapan de las manos, que África es un continente o que el terrorismo es una amenaza real para cualquier ciudadano serían ejemplos de memoria semántica. Las representaciones semánticas constituyen, pues, el conocimiento general de los individuos sobre el mundo. Gracias a este sistema, las personas podemos representar estados, objetos y relaciones entre unos y otros sin necesidad de que estén presentes físicamente. Por eso, Tulving (1991) señala que la representación estructurada de ese conocimiento semántico tiene como función principal el modelado cognitivo del mundo. La memoria semántica no hace referencia al Yo (algo específico de la memoria episódica, como veremos a continuación), ni se acompaña, precisamente por ello, de conciencia de pasado. Por todo lo cual, la recuperación de información semántica (e.g., que París es la capital de Francia o que si introduzco los dedos en un enchufe recibiré una descarga eléctrica) sólo implica conciencia de saber, pero no de revivir ni de reexperimentar. El conocimiento relativo a la organización cortical de la memoria semántica sigue siendo relativamente escaso. La compleja estructura de la memoria semántica, con sus innumerables subsistemas, se ha convertido en un obstáculo importante a la hora de localizar su arquitectura neural. Hace poco más de veinte años, Fodor señalaba que la memoria semántica podría ser el resultado emergente de “una conectividad universal” del cerebro, por lo que no dispondría de una arquitectura neural estable. Sin embargo, esta hipótesis se hizo insostenible a partir del conocimiento de que lesiones cerebrales específicas producen alteraciones selectivas de la memoria semántica. Esto no ha significado que la identificación de la neuroanatomía funcional de este sistema de memoria esté resultando una tarea fácil, sino todo lo contrario. De hecho, algún investigador ha llegado a decir que “La búsqueda del locus neuroanatómico de la memoria semántica nos está llevando simultáneamente a ningún lugar y a todas partes” 113 (Thompson-Schill, 2003, p. 288). Según las dos revisiones más recientes sobre el tema (Martin, 2007; Patterson et al., 2007), la posición teórica dominante en la actualidad asume que gran parte del contenido de nuestra memoria semántica se relaciona con la percepción y la acción, y está representada en regiones cerebrales que se solapan, o posiblemente incluso se corresponden, con las regiones responsables de percibir y actuar. Esta perspectiva supone un compromiso con la idea de que el conocimiento conceptual está representado en una red neural ampliamente distribuida. Ahora bien ¿estas regiones cerebrales distribuidas son toda la base neural de la memoria semántica? La evidencia neuropsicológica y la procedente de los más recientes estudios con neuroimágenes funcionales apuntan a que las propiedades de los objetos están almacenadas por todo el cerebro, con información específica sensorial y motora almacenada en sus correspondientes sistemas sensoriales y motores. Los datos sugieren, asimismo, la posibilidad de una circuitería neural especializada en percibir y conocer lo relativo a objetos animados, por un lado, y utensilios comunes, por otro. La circuitería para los objetos animados incluye, a su vez, dos regiones del córtex temporal posterior: la porción lateral del giro fusiforme, para representar la forma visual, y la parte posterior del surco temporal superior, para el movimiento. Por su parte, la circuitería neural para los utensilios comunes incluye la porción medial del giro fusiforme junto con el giro temporal medio de la región posterior, el surco intraparietal y el córtex premotor ventral, todos en el hemisferio izquierdo, que representan las formas visuales y las propiedades de acción (el movimiento y la manipulación de tales objetos). Los investigadores han informado de otros muchos hallazgos y se han planteado muchas cuestiones que aún esperan respuesta. La neuroanatomía funcional de la memoria semántica aún necesita mucha más evidencia consistente para completar un cuadro coherente. Por último, señalar que un fenómeno dependiente de la memoria semántica es el priming conceptual o semántico, que resulta afectado por las operaciones de codificación semántica pero no es sensible al procesamiento perceptivo. Según trabajos recientes con neuroimágenes, el giro frontal inferior, el giro temporal medio y el giro temporal inferior serían las estructuras cerebrales que están al servicio de dicho tipo de memoria conceptual (cf. Blaxton, 1999). Estos hallazgos son compatibles con los obtenidos, al respecto, en las investigaciones neurocognitivas sobre el priming perceptivo29. 5. La memoria episódica La memoria episódica es la memoria para los sucesos vividos personalmente. Gracias a este sistema podemos recuperar, de un modo deliberado y consciente, las experiencias de nuestro pasado personal que ocurrieron en un momento y en un lugar específicos. Esto significa que la evocación de cualquier experiencia pasada de nuestra 114 vida supone revivir o reexperimentar un episodio del pasado con la conciencia clara de que dicho episodio fue vivido por el mismo sujeto que ahora lo está evocando. A esa experiencia fenoménica de que el suceso que revive el sujeto es algo que le sucedió a él, Tulving (1985b) la ha llamado conciencia autonoética. Todo acto de memoria episódica supone, por tanto, viajar mentalmente hacia atrás a través del tiempo subjetivo y revivir, mediante la conciencia autonoética, experiencias ya vividas, así como proyectar experiencias similares sobre el futuro personal. El sistema de memoria episódica ha recibido otras denominaciones, como “memoria personal” o “memoria autobiográfica”30, y se corresponde con el significado del término “memoria” en el uso general y cotidiano del ciudadano de a pie. Dedicaremos el Capítulo 10 completo al análisis en profundidad de las características y funciones de este sistema de memoria. Los estudios sobre las bases neurales de la memoria episódica se han centrado de un modo especial en el examen de la actividad cerebral durante la codificación y la recuperación. Numerosos datos de neuroimágenes funcionales indican que durante la codificación episódica se observa una actividad aumentada en regiones del córtex prefrontal izquierdo, regiones izquierdas temporo/fusiformes y regiones del cíngulo anterior, además de en regiones vecinas a la formación hipocampal. Respecto al papel del hipocampo, se ha especificado que una de las funciones del hipocampo izquierdo en la codificación episódica es registrar la novedad del material. Por otra parte, existe evidencia que demuestra que durante la recuperación de información episódica se activan el córtex prefrontal anterior derecho, regiones temporo-mediales (incluyendo el hipocampo), el córtex parietal medial posterior (el precuneus), el cíngulo anterior, el cerebelo y posiblemente también el córtex bilateral frontoopercular31. 3.5. Sistemas de memoria: conclusión La investigación neurocognitiva sobre sistemas de memoria ha acaparado gran parte de los estudios realizados durante la última década. Un resultado claro de tal aventura científica ha sido la aceptación amplia y consensuada actualmente respecto a la existencia de sistemas de memoria que son funcional y biológicamente disociables. Entre los objetivos prioritarios de tales estudios, ha destacado descubrir el número de sistemas existentes e identificar sus propiedades. Dos influyentes clasificaciones han permitido elaborar un cuadro bastante preciso acerca de la arquitectura cerebral de la memoria humana; sin embargo, sigue siendo difícil especificar con precisión cuántos sistemas de memoria existen. Algunos de los grandes expertos en el asunto (e.g., Squire, 2007) han coincidido recientemente en señalar que, con independencia del número exacto, el conocimiento cada vez más profundo sobre los sistemas cerebrales, en general, hace pensar que el número de sistemas de memoria probablemente se mueva entre un mínimo 115 de dos o cuatro y un máximo de diez. Sin que el número final sea una cuestión conceptual importante, la aceptación de su existencia sí es una idea clave para los teóricos de la memoria a la hora de construir una estructura organizativa que dé cobertura teórica a los datos procedentes de diferentes niveles de análisis. 116 SEGUNDA PARTE La memoria en el laboratorio 117 4 Las memorias sensoriales Y todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Blade Runner Introducción Un principio psicológico sólidamente establecido es que la percepción no es el resultado inmediato de la estimulación, sino que dicho proceso requiere tiempo. La construcción de un percepto es el resultado final de una serie de fases de procesamiento que se inician con la detección de una señal sensorial y termina con la interpretación del producto sensorial en el contexto de nuestro conocimiento previo. Por tanto, si la experiencia sensorial terminara antes de que se completase el proceso perceptivo, no podríamos saber lo que ocurre fuera de nosotros. Por otro lado, el mundo que nos rodea está formado básicamente por objetos que persisten físicamente en el tiempo, lo cual debería facilitar el proceso de la percepción. El libro que tengo en mis manos, las letras impresas de sus páginas, los muebles que hay en mi cuarto de estudio, los árboles o los edificios que veo a través de la ventana, son algunos ejemplos de objetos que aparecen ante mí de un modo continuado. Existen, no obstante, muchos otros objetos a nuestro alrededor que, contemplados desde nuestra experiencia como observadores, parece que sólo tienen una existencia extremadamente corta, fugaz. Son lo que podríamos llamar objetos fenomenológicamente transitorios, y, sin embargo, su percepción puede ser –y de hecho lo es– igualmente necesaria. En una actividad tan cotidiana como el conducir las pruebas son abundantes. Por ejemplo, seguro que alguna vez, mientras conducía o iba en coche por una autopista, ha dejado atrás a toda velocidad una señal de tráfico informativa y, justo en el preciso momento en que desaparecía de su campo visual, ha caído en la cuenta de que probablemente aquella información era muy útil para usted. ¿Qué ocurre en casos así? ¿se resigna a perder tal información o dispone de algún recurso para recuperarla? Estará de acuerdo en que en tales ocasiones solemos echar mano a toda velocidad de esa especie de “vídeo mental” que hay en nuestra cabeza porque sabemos por experiencia que, aunque la señal haya desaparecido en fracción de segundos de nuestra vista, si “miramos” inmediatamente en 118 nuestra mente podremos encontrar toda o gran parte de la información contenida en la señal de la carretera. Hay innumerables casos como éste que ilustran de un modo sencillo la presencia fugaz de algunos objetos que forman parte de nuestro ambiente circundante. Lo sorprendente es que respondemos y actuamos con el mismo nivel de adaptación, con la misma eficacia, ante objetos que llamaríamos “persistentes” o permanentes y ante objetos que llamaremos “transitorios” o fugaces. Existe, a este respecto, una larga historia de investigación que demuestra que las personas estamos capacitadas para percibir y recordar estímulos visuales extremadamente breves1. Pero, si la percepción consume tiempo, ¿cómo podemos responder adaptativamente ante objetos o situaciones que son tan fugaces que su percepción no puede producirse en su presencia? ¿Cómo es posible que respondamos eficazmente ante estímulos que duran menos que el propio proceso de su percepción? La naturaleza ha resuelto este enigma equipándonos con los llamados registros sensoriales, o memorias sensoriales, unos almacenes de información que preservan el input más allá de la propia existencia del estímulo generador, permitiendo así la formación de perceptos y la toma de decisiones adaptativas incluso a partir de presentaciones muy breves de los eventos. Nuestro conocimiento, nuestra intuición o nuestra experiencia cotidiana confirman la existencia de dichas memorias. Si nos encontramos en una habitación oscura con alguien que esté fumando, podremos observar que el cigarrillo deja un rastro de luz tras de sí, y si el fumador mueve el cigarrillo con rapidez, es posible percibir formas en el aire. Si cierro los ojos de repente, puedo seguir viendo el desorden de mi cuarto de trabajo; o si de pronto se apaga la luz, puedo seguir viendo a las personas con quienes comparto la cena y multitud de objetos que nos rodean. Lo interesante de estos ejemplos, como el anterior de la señal de tráfico, es que no sólo nos ayudan a comprobar que los estímulos visuales se mantienen visibles durante algún tiempo tras su desaparición física, sino que la información sobre sus características también persiste, lo que nos permite extraer dicha información tras un breve período de tiempo del mismo modo que la extraemos cuando el estímulo está físicamente presente. Max Coltheart (1980) llamó a la primera propiedad persistencia visible y a la segunda persistencia informativa. Esta distinción nos resultará muy útil un poco más adelante. Consideremos otro conjunto de ejemplos. Si la melodía que estoy escuchando cesa, puedo seguir oyéndola; si retiro mi mano de una superficie áspera, continúo sintiéndola. Una experiencia mucho más frecuente en nuestra vida cotidiana es lo que podríamos llamar el fenómeno “¿Qué? …Ah, sí”. Si en el transcurso de una conversación nos damos cuenta de que hemos perdido parte de la misma y pedimos a nuestro interlocutor que repita lo último que ha dicho (“¿Qué?”), con frecuencia se comprueba que, apenas iniciada la repetición, no es necesario que continúe porque nosotros mismos hemos reconstruido la sentencia (“… Ah, sí”). Tomados en conjunto, los ejemplos comentados comparten varias características: por un lado, reflejan la existencia de unas memorias que mantienen los inputs sensoriales más allá de la propia existencia física de los estímulos generadores, y, por otro, se trata de “recuerdos” que se desvanecen muy rápidamente y, por lo general, desaparecen y se 119 olvidan por completo. Se asume que cada modalidad sensorial dispone de una memoria de este tipo, aunque las investigaciones han estado especialmente centradas en desvelar la naturaleza de dos de tales memorias, la visual y la auditiva. I. LA MEMORIA ICÓNICA La memoria sensorial correspondiente a la visión ha sido la más estudiada y, en consecuencia, la que mejor se conoce. Aunque en los primeros años de estudio recibió diferentes nombres, el que mejor la identifica es el de memoria icónica, un término acuñado por Neisser en 1967. Es un hecho que las primeras concepciones de la memoria icónica han ido cambiando a partir, sobre todo, de la década de 1980, como respuesta a la aparición de algunos resultados experimentales aparentemente contradictorios con alguno de los supuestos básicos sobre su naturaleza (ver Massaro y Loftus, 1996). Aunque haremos alusión a los nuevos planteamientos en el último apartado de esta primera sección dedicada a la memoria icónica, el objetivo fundamental del presente capítulo será exponer los paradigmas experimentales y los hallazgos básicos que tradicionalmente han caracterizado la investigación sobre las memorias sensoriales. 4.1. Amplitud de aprehensión ¿Qué experiencia se puede extraer de un encuentro breve con un estímulo? ¿Cuánta información podemos obtener en una exposición visual breve? He aquí una vieja cuestión que los primeros psicólogos trataron de responder y que hace alusión al fenómeno llamado amplitud de aprehensión o amplitud de memoria inmediata. Durante años, el estudio de este fenómeno no pudo librarse de grandes dosis de confusión, básicamente porque no se supo discriminar entre dos hipotéticas estructuras: la memoria sensorial y la memoria inmediata o memoria a corto plazo. 4.1.1. La técnica de informe total El origen de las investigaciones que darían lugar al descubrimiento experimental de la memoria sensorial visual o memoria icónica se remonta siglo y medio atrás, cuando algunos pensadores trataron de resolver, como escribieron Robert Woodworth y Harold 120 Schlosberg en su monumental Psicología Experimental, publicada originalmente en 1954, “el problema filosófico de si la mente era capaz de aprehender más de un objeto a la vez” (ed. cast., 1964, p. 89). El primer “experimento” al que se suele hacer referencia es al de Sir William Hamilton, un filósofo del siglo XIX, quien comprobó, en repetidas ocasiones, que si se arroja un puñado de bolas sobre una superficie plana no es fácil ver, de un solo vistazo, más de seis o siete. Naturalmente, aquello no fue un experimento, sino una simple e imprecisa demostración empírica; sin embargo, sirvió como punto de arranque. Pocos años después –en aquel mismo siglo–, Jevons, considerado como lógico y economista, refinó el procedimiento y, con un grado de control no óptimo pero sí aceptable, trató de resolver el problema experimentalmente. La tarea consistía en “estimar sin la menor dubitación” la cantidad de semillas negras que caían en una bandeja inmediatamente después de su lanzamiento y tan pronto como se paraban. Llevó a cabo más de mil ensayos y comprobó que la estimación media era correcta hasta llegar, más o menos, a ocho o nueve. A partir de esa cantidad, el error aumentaba gradualmente. El desarrollo del taquistoscopio (un aparato que permite hacer presentaciones de estímulos visuales durante cortos períodos de tiempo con una precisión altísima) supondría un avance metodológico extraordinario para abordar el problema de la amplitud de atención (otra denominación para el fenómeno que venimos tratando). Una vez que los psicólogos dispusieron de este aparato, el control de las variables fue cada vez mayor y las investigaciones adquirieron el carácter de auténticos experimentos. En el año 1883, en el laboratorio de Psicología de Wilhelm Wundt en Leipzig (Alemania), el psicólogo norteamericano James Mckeen Cattell llevó a cabo una serie de experimentos con el taquistoscopio en los que, tras presentar a los sujetos experimentales conjuntos de letras o de palabras, les pedía que informasen de todos los ítems que recordasen. Esto es, instruyó a sus sujetos para que dieran un informe total del estímulo presentado. Los resultados de tales experimentos, así como los obtenidos por otros investigadores de la época, fueron prácticamente idénticos. Así, cuando el estímulo contenía hasta cuatro ítems, los sujetos no cometían ningún error; sin embargo, cuando el número aumentaba, los errores comenzaban a aparecer, estableciéndose el promedio correcto entre cuatro y cinco ítems. A esa cantidad de información correctamente identificada y recordada, tras una ex posición visual breve, es a lo que se llama amplitud de aprehensión. Resulta interesante señalar que los hallazgos obtenidos por otros investigadores muchos años después, ya en pleno siglo XX, haciendo uso de la misma técnica de informe total, vinieron a confirmar, como veremos a continuación, los resultados aportados por estos primeros psicólogos experimentales. 4.1.2. La técnica de informe parcial 121 A) El trabajo de Sperling En 1960, George Sperling publicó un trabajo basado en su tesis doctoral en el que, ante todo y por primera vez, aportaba evidencia experimental en favor de la existencia de la memoria sensorial visual, un tipo de memoria cuyas características básicas diferían sustancialmente de las propias de la memoria a corto plazo y a largo plazo. El punto de partida de Sperling fue la misma pregunta que se habían hecho algunos pensadores y psicólogos experimentales del siglo XIX: “¿Cuántos objetos puede captar el ojo humano en un solo golpe de vista?” o, como la reformularía el propio Sperling en su laboratorio, “¿Cuánto puede verse en una única presentación breve?”. Éste es un problema importante –continuaba diciendo Sperling– porque nuestro modo normal de ver se parece mucho a una secuencia de presentaciones breves. […] Sin embargo, el problema […] sigue sin resolverse. La dificultad estriba en que el simple hecho de pedir a la persona a la que se le hace una única presentación breve que diga lo que acaba de ver es inadecuado. Cuando se presentan taquistoscópicamente estímulos complejos formados por varias letras, los observadores insisten inexplicablemente en haber visto más de lo que pueden recordar después. La pregunta aparentemente simple “¿Qué ha visto usted?” requiere que el observador informe tanto de lo que recuerda como de lo que ha olvidado (Sperling, 1960, p. 1). En este extracto, con el que se abre su trabajo, Sperling identifica los dos problemas fundamentales que definen la situación: (1) que, tras una presentación visual breve, todo observador ve más información que la que puede decir a continuación, y (2) que el informe del observador sólo contiene la información recordada, no toda la que ha visto. ¿Cómo explicar este hecho? Según Sperling, la insistencia de los sujetos en que se ve más de lo que se recuerda implica dos cosas: por un lado, una limitación de la memoria, y, por otro, que los sujetos tienen más información disponible sobre el estímulo presentado que la que pueden proporcionar. Con el fin de encontrar respuesta a la pregunta inicial y de someter a prueba estas dos últimas hipótesis, realizó una serie amplia de experimentos, empezando por replicar los hallazgos de Cattell. En su primer experimento, Sperling confirmó que, en efecto, la amplitud de aprehensión media de los sujetos, en una tarea de informe total, se situaba alrededor de 4,5 letras. Tras esta constatación, entendió que el objetivo inmediato debía ser encontrar una explicación a esa limitación tan dramática (4,5 ítems) de la capacidad de la memoria inmediata humana, un hecho conocido desde el siglo XIX pero no explicado. Con ese fin, descompuso los procesos básicos involucrados en la tarea de amplitud siguiendo la siguiente lógica: Para informar con exactitud los ítems presentados, el sujeto tiene primero que identificarlos y, a continuación, recordar dichos ítems (las letras, en este caso). En consecuencia, pueden plantearse dos hipótesis alternativas: Primera, si se tiene en cuenta que el tiempo de exposición empleado es muy corto (50 milisegundos/ms), es posible que los sujetos no puedan decir más de 4 ó 5 letras porque, en realidad, no tienen tiempo para ver e identificar más. Segunda, es posible que los 122 sujetos sí tengan tiempo suficiente para ver e identificar todas las letras, pero en el momento de dar el informe son incapaces de recordar más de cuatro o cinco. La primera hipótesis suponía imputar la limitación al sistema visual, mientras que la segunda significaba imputarla al sistema de memoria. Para someter a prueba ambas hipótesis, Sperling realizó dos experimentos más. En el primero de ellos, la variable independiente fue la duración de la exposición taquistoscópica. Se trataba, de nuevo, de una tarea de amplitud de aprehensión con informe total en la que el tiempo de exposición fue variando desde 15 a 500 ms. Los resultados, sin embargo, no variaron respecto a los experimentos anteriores: los sujetos seguían siendo incapaces de recordar más de 4 ó 5 letras. Es decir, el aumento del tiempo que las letras estaban expuestas no tenía ningún efecto significativo sobre la cantidad que los sujetos podían recordar correctamente. Repárese en que este resultado es muy sorprendente si se tiene en cuenta que el tiempo que tenían los sujetos para ver e identificar las letras en la condición de 500 ms era treinta y tres veces el tiempo de que disponían en la condición de 15 ms y, sin embargo, el resultado fue el mismo. En consecuencia, la limitación no era imputable al sistema visual. A continuación, había que comprobar si, en efecto, los sujetos disponían en su sistema de memoria de más información de la que podían dar en el momento del informe. Sperling sometió a prueba esta hipótesis realizando varios experimentos que introducían una novedad respecto a los anteriores. En concreto, a partir de ahora pediría a los sujetos que diesen informes parciales y no informes totales; es decir, que tras cada presentación informasen sólo de una parte del estímulo. Una situación de informe parcial incluye presentar un estímulo compuesto de un número elevado de letras (e.g., 9, 12, 16, etc.) y pedir un informe de cuatro letras o menos. El tamaño del informe parcial debe estar siempre por debajo de la amplitud de memoria inmediata del sujeto (4-5 ítems) para garantizar que el sistema de memoria no impone restricciones en esta situación. Pero, ¿cómo indicaba la parte del estímulo que había que informar en cada ensayo? El procedimiento general seguido por Sperling fue como sigue: 1. 2. En cada ensayo presentaba durante 50 ms una tarjeta que contenía, por ejemplo, 12 letras consonantes organizadas en tres filas de cuatro letras cada una. Cada presentación iba seguida por un sonido de alguna de estas tres frecuencias: 2.500, 650 ó 250 Hz, que indicaba a los sujetos que recordaran sólo las letras de la fila superior, media o inferior, respectivamente. En la Figura 4.1, se representa toda la secuencia. 123 Figura 4.1. Procedimiento de informe parcial. 3. Si bien el sonido aparecía siempre después de la presentación de las letras, el intervalo entre desaparición de las letras y aparición del sonido constituía la variable independiente; de esta manera, Sperling manipuló el siguiente rango de intervalos de demora: 0, 150, 300, 500 y 1.000 ms. El análisis de los informes parciales indicó la cantidad de información que tenían disponible los sujetos tras la desaparición del estímulo. Como muestra la Figura 4.2, en la condición de demora 0 ms, esto es, inmediatamente después de la desaparición del estímulo, los sujetos tenían disponibles un promedio de 9,1 letras (el 76%, aproximadamente), una cantidad dos veces mayor que la amplitud de memoria inmediata (4,5 letras) y que confirmaba la insistencia de los sujetos de que veían más de lo que podían recordar. Además, Sperling comprobó que, a medida que aumentaba la demora de la señal auditiva, se producía un declive creciente en la cantidad y exactitud del recuerdo de los sujetos, lo que significaba que la información disponible se perdía progresiva y rápidamente en función del tiempo transcurrido. En este sentido, resulta muy ilustrativo observar que cuando el intervalo pasó de los 500 ó 600 ms, la información disponible había caído drásticamente desde el 76% (9,1 letras) al 38% (4,6 letras) y aparecía una asíntota respecto al nivel del informe total, lo que significaba que la cantidad de información disponible se igualaba prácticamente con la amplitud de memoria inmediata obtenida con informe total. 124 Figura 4.2. Letras disponibles en la condición de informe parcial. La línea horizontal entre los valores 4 y 5 representa la amplitud promedia de memoria inmediata obtenida con la técnica del informe total. El área gris entre los niveles de rendimiento con ambas técnicas refleja la llamada “superioridad del informe parcial”. Adaptado de Sperling (1960). Estos resultados permitieron establecer varias conclusiones, a saber: a) b) c) Toda la información presentada queda a disposición del sujeto durante más tiempo que el que dura el estímulo físico2. Sperling demostraría con claridad que los sujetos tienen disponible la información correspondiente a un estímulo más tiempo que lo que dura el propio estímulo físico, gracias a la existencia de unos almacenes de memoria cuya función básica se ha dicho que es “alargar la vida de los estímulos” (Ruiz-Vargas, 1980). La información se mantiene disponible por un espacio de tiempo muy corto (alrededor de 500 ms para la modalidad visual) y su cantidad decae como una función de la demora de la señal. El decremento en el rendimiento del sujeto como una función de la demora de 125 d) B) la señal es la prueba clave de la existencia de un almacén de memoria sensorial (llamada memoria icónica para la modalidad visual). La discrepancia entre los valores de los informes parciales y los del informe total (denominada superioridad del informe parcial; ver Figura 4.2) pone de manifiesto la intervención de dos sistemas distintos de memoria en estas situaciones: uno de gran capacidad y de muy corta duración, llamado registro sensorial visual o memoria icónica, y otro de capacidad muy limitada y de una duración significativamente superior, llamado memoria inmediata o a corto plazo. Estas interpretaciones son consistentes, además, con las declaraciones de los sujetos experimentales de que habían visto todas las letras pero que se desvanecían poco a poco, no repentinamente. El trabajo de Averbach y Coriell En 1961, Averbach y Coriell publicaron un trabajo sobre memoria icónica que, si bien tenía en cuenta el de Sperling, había sido concebido independientemente de aquél. El objetivo global de la investigación fue poner de manifiesto algunas de las propiedades funcionales del registro sensorial visual. La técnica empleada (experimento 1) sólo presentaba una diferencia esencial con la del informe parcial de Sperling: en lugar de utilizar un tono para indicar la parte del estímulo presentado que el sujeto tenía que informar, usaron un marcador visual (una pequeña barra). En concreto, Averbach y Coriell presentaron tarjetas con 16 letras, colocadas en dos filas de ocho letras cada una, durante 50 milisegundos. A continuación aparece un ejemplo de los presentados por estos autores: Tras una demora variable (de 0 a 500 ms), presentaban durante 50 ms una tarjeta blanca en la que aparecía una barrita vertical en una posición cercana a cualquiera de las dieciséis posiciones ocupadas por las letras de la exposición anterior. La tarea del sujeto era decir la letra que había ocupado el lugar señalado por la barra. Al ir variando el intervalo entre la terminación de la exposición de las letras y la aparición del marcador visual, comprobaron que la exactitud de los informes de los sujetos se deterioraba. Así, cuando la barra aparecía inmediatamente después de las letras, los informes indicaban que los sujetos tenían disponibles alrededor de 12 letras (un 75%); sin embargo, cuando el marcador se demoraba 300 ms o más, las letras disponibles se reducían a 4 ó 5 (entre un 25-35%). Este último rendimiento –similar al encontrado por Sperling con la técnica 126 de informe total– se mantenía constante aunque la demora aumentara hasta 500 ms. Los resultados de Averbach y Coriell son extraordinariamente consistentes con los aportados por Sperling y evidencian, asimismo, la existencia de esa forma de memoria, de gran capacidad y decaimiento muy rápido (entre 300-500 ms), que llamamos memoria icónica. C) Consideraciones generales sobre la técnica de informe parcial La técnica de informe parcial es, sin lugar a dudas, la más conocida y la que se considera el procedimiento clásico para la demostración empírica de la existencia del registro sensorial visual o memoria icónica. En líneas generales, lo que caracteriza a esta técnica es que la presentación de los ítems va seguida de algún tipo de señal (acústica o visual) que indica al sujeto qué parte del conjunto de ítems ha de ser recordada. En el paradigma de Sperling, la señal es un tono que indica la fila de letras que hay que recordar, mientras que en el paradigma de Averbach y Coriell, la señal es una barra vertical que indica la letra que hay que recordar. La diferencia fundamental entre los dos paradigmas estriba en que en el de Averbach y Coriell el objetivo (el conjunto de letras) y la señal (la barra) son de naturaleza visual, mientras que en el de Sperling el objetivo es visual y la señal es auditiva. ¿Qué consecuencias tiene esta diferencia? ¿Implica esto que un paradigma es más eficaz que otro? Cuando tanto el objetivo como la señal son de naturaleza visual, parece demostrado que se producirá una interferencia entre ambos estímulos con el consiguiente detrimento en el rendimiento del sujeto; sin embargo, cuando la señal es auditiva no parece existir interferencia en ningún nivel del procesamiento. No obstante, los dos procedimientos experimentales producen resultados muy similares. La crítica más frecuente que ha recibido la técnica de informe parcial, en general, es que subestima el rendimiento del sujeto, tanto si la señal es de una modalidad sensorial diferente (un tono) como si es de la misma modalidad (una barra). Analicemos primero el caso en el que la señal es un tono. Lo primero que debe hacer el sujeto es identificarlo, y tal identificación requiere tiempo, por lo que algunos de los ítems disponibles en el momento de la aparición del tono pueden haberse perdido en el momento en el que el sujeto está preparado para responder. En consecuencia, el informe parcial subestimará la capacidad real de la memoria icónica. Cuando la señal es de naturaleza visual, está justificado suponer que se producirá cierta interferencia de naturaleza enmascarante (más adelante se analizará este fenómeno) que podría producir, a su vez, cierto detrimento en el rendimiento del sujeto. Por tanto, y como advirtiera el propio Sperling (1960), la técnica de informe parcial probablemente sólo nos ofrece una estimación del límite inferior tanto de la capacidad como de la duración de la memoria 127 icónica. No obstante, no hay que olvidar que, a pesar de todo, la medida del límite inferior de la información disponible es significativamente superior a la amplitud de aprehensión cuando se mide con la técnica de informe total. La cuestión básica de la técnica de informe parcial no es que un procedimiento produzca un rendimiento mayor o menor que el otro, en términos absolutos, sino que beneficie el rendimiento del sujeto –en contraste con la técnica de informe total– al eliminar las limitaciones de la amplitud de la memoria; presumiblemente porque permite muestrear la información disponible. Aunque algún investigador haya argumentado que la superioridad del informe parcial puede explicarse porque éste reduce la llamada “interferencia de salida” (output interference)3 o porque el sujeto se anticipa a la señal (porque adivina la fila que se la va a pedir) y, por tanto, no prueba la existencia de ningún almacén de memoria sensorial, tales argumentaciones no han resistido la evidencia experimental ni la crítica teórica4. Como ya se ha señalado, la prueba fundamental a favor de la existencia de la memoria icónica es el decremento que se observa en el rendimiento como una función de la demora de la señal del informe parcial (ver Figura 4.2). El alto nivel del rendimiento de los sujetos cuando la señal es inmediata o la demora relativa mente corta parece indicar que la disponibilidad de la información es virtualmente ilimitada. En otras palabras, la superioridad del informe parcial sobre el informe total sugiere que el sujeto tiene disponible una mayor cantidad de información que la que puede almacenar en su memoria a corto plazo. Por otro lado, el declive que se produce cuando aumenta la demora de la señal refleja el rápido decaimiento de la información visual en el almacén icónico; la asíntota inferior que se produce respecto al rendimiento con el informe total reflejaría el momento en el que el sujeto ya no tiene información disponible en su memoria icónica y empieza a recuperar información de su memoria a corto plazo para responder. 4.2. Características básicas de la memoria icónica A partir de la abundante evidencia experimental acumulada, los teóricos han señalado tradicionalmente que la memoria icónica tiene tres características definitorias o básicas: una gran capacidad, un tiempo de retención extremadamente corto y un contenido sensorial. 4.2.1. Capacidad de la memoria icónica 128 El registro sensorial visual parece ser una memoria con una capacidad de almacenamiento ilimitada que retiene brevemente información visual en un formato muy similar al original con un grado muy alto de detalle. Al tratarse de un tipo de memoria bastante primitivo, en el sentido de que la información que contiene está aún poco elaborada, parece depender sobremanera de las condiciones físicas circundantes. En este sentido, se pensó que sus contenidos podrían resultar fuertemente afectados por variables tales como la iluminación que precede y sigue a la presentación visual. Si volvemos por un momento a los primeros experimentos ya comentados de Sperling, podremos comprobar la gran diferencia encontrada entre los rendimientos de los sujetos cuando se compara el informe total con el informe parcial. Con la utilización del primero, el promedio del recuerdo generalmente no excedía de 4,5 letras; sin embargo, la utilización del informe parcial cambió completamente los resultados. En su experimento 3, Sperling encontró que el número de letras disponibles tras la presentación aumentaba de forma constante con el número total presentado. Si se observa la Figura 4.3, se podrá comprobar que si bien el nivel del rendimiento no llega a alcanzar el cien por cien, la función del informe parcial corre paralela y cercana a la línea del máximo posible. Figura 4.3. Comparación de los rendimientos en el informe de letras utilizando la técnica de informe total y la 129 técnica de informe parcial (adaptado de Sperling, 1960). En 1961, Averbach y Sperling presentaron a los sujetos tarjetas con 18 letras durante 50 ms con campos pre y post-estimulares iluminados en unas condiciones, y campos pre y post-estimulares oscuros en otras, lo que implicaba, en el segundo caso, un nivel muy alto de intensidad y contraste con el fondo. La demora de la señal fue aumentando desde 0 a 5 segundos. Los resultados pusieron de manifiesto que, inmediatamente después de la presentación, los sujetos tenían disponibles de 14 a 18 letras, con independencia de si los campos pre y post-estimulares habían sido oscuros o iluminados. No obstante, a medida que aumentaba la demora, la información disponible disminuía drásticamente, especial mente cuando los campos anterior y posterior al estímulo estaban iluminados. Estudios posteriores de otros investigadores pondrían de manifiesto que las condiciones lumínicas pre y postestimulares constituyen una variable que afecta a la persistencia visible (enmascarándola) pero no tiene efectos significativos sobre la persistencia informativa (como se verá, ésta es inmune al enmascaramiento). Ahora bien, con las técnicas descritas debe quedar muy claro que resulta muy difícil cuantificar de manera absoluta la capacidad de la memoria icónica. Fundamentalmente, porque la técnica de informe parcial ha recurrido a una serie de sencillas operaciones matemáticas para estimar la información disponible. Sperling estimaba la cantidad de letras que los sujetos tenían disponible en el momento en que sonaba la señal, multiplicando el número promedio de letras correctamente recordadas de cada fila por el número de filas. Por ejemplo, si los estímulos habían estado formados por conjuntos de 12 letras organizadas en 3 filas y, tras un número elevado de presentaciones, el promedio recordado por un sujeto era de 3,2 letras, la cantidad de letras disponibles sería el resultado de multiplicar 3,2 por 3, es decir, 9,6 letras disponibles. Con este procedimiento, la cantidad estimada, además de corresponder –como ya se dijo– al mínimo número de letras disponibles, es siempre un número relativo a la cantidad total de ítems presentados. Por tanto, se recomienda que cuando se hable de la capacidad de la memoria icónica no se utilicen cifras absolutas, puesto que su interpretación puede ser engañosa. Si se utilizan cifras concretas, hágase en términos relativos, ya que la memoria icónica no tiene una capacidad de 9, 10, 12 ó 18 ítems, sino virtualmente de todo el material presentado, sea cual sea su cantidad. 4.2.2. Duración de la memoria icónica Un argumento antiguo en este ámbito de estudio era que si la duración de la memoria icónica no tuviera un límite superior, la persistencia continua de las imágenes visuales produciría un solapamiento y, por tanto, un caos entre la información contenida en las sucesivas imágenes. Como todos sabemos, esto no ocurre en la visión ordinaria y 130 respecto a la memoria icónica tampoco, por la sencilla razón de que esta última (en cuanto persistencia informativa) no es visible, la “visibilidad” es una característica de la persistencia visible. No obstante, como la distinción entre ambos tipos de persistencia no se conocía en las décadas de los 60 y los 70, los investigadores de la época adujeran otras razones para justificar el rol de la memoria icónica en el procesamiento visual. Por ejemplo, se asumió (sin base empírica alguna) que no era probable que el contenido de la memoria icónica perdurase más allá del intervalo normal entre dos fijaciones oculares. Y así, en concordancia con dicha suposición, Haber y Hershenson (1973) consideraron que la duración de la memoria icónica sería de aproximadamente 250 milisegundos, la duración media de una fijación ocular. Desde los trabajos pioneros sobre memoria icónica en la década de 1960, han aparecido diferentes técnicas para medir la duración del icón5. Sin ánimo de entrar en una revisión profunda de las mismas, presentaremos algunos ejemplos con el objetivo fundamental de mostrar la falta de coincidencia entre los resultados obtenidos con las diferentes tareas así como una posible explicación de dicha discrepancia. 1. Empezando por la primera técnica utilizada, la de informe parcial, hemos visto que, tanto Sperling como Averbach y Coriell, comprobaron que cuando la señal se demoraba entre 500 ms y 1 segundo, el rendimiento del sujeto no discrepaba del obtenido con la técnica de informe total. Lo que permitió concluir que la duración del icón se situaba en torno a los 500 ms. Dos estudios bastante posteriores, en los que se ha utilizado una metodología muy refinada de informe parcial, han precisado mucho más dicha duración. Por un lado, Yang (1999), con un procedimiento de informe parcial modificado que implicaba además una práctica muy intensa (los sujetos realizaban alrededor de 10.000 ensayos), concluyó que la duración promedia de la memoria icónica es de 250 ms. Por otro, Zhong-Lin Lu y su equipo (2005), haciendo uso también de la técnica de informe parcial, han observado que la duración de la memoria icónica estaría entre los 300 y 340 ms. Este último trabajo resulta especialmente interesante porque ha analizado los efectos del envejecimiento sobre la duración de la memoria icónica y ha encontrado diferencias significativas en el decaimiento de esta memoria en función de la edad. En concreto, este grupo de investigadores ha comprobado que la memoria icónica decae más rápidamente en los sujetos de edad avanzada (edad promedio: 81,9 años; duración estimada: 300 ms) que en los sujetos jóvenes (edad promedio: 20,4 años; duración estimada: 340 ms). Al mismo tiempo, en este estudio se analizó el rendimiento de un tercer grupo de adultos mayores diagnosticados de “Deterioro cognitivo leve” (una condición clínica considerada como un precursor frecuente de la enfermedad manifiesta de Alzheimer), concluyéndose que la memoria icónica de este grupo (edad promedio: 84,8 años; duración estimada: 70 ms) decaía más rápidamente que la de sus controles sanos. Aunque este último resultado se aleja de nuestros objetivos básicos, resulta pertinente su comentario por entender –siguiendo a estos investigadores– que el decaimiento rápido de la memoria icónica podría ser un posible precursor de la enfermedad de Alzheimer, aunque todavía sea pronto para establecer una conclusión así. 131 2. Un segundo procedimiento que permite calcular la duración de la memoria icónica es el del enmascaramiento retroactivo. Como hemos señalado en otro trabajo (RuizVargas, 1980), por enmascara miento se entiende la interacción o interferencia destructiva que se produce entre dos estímulos cuando afectan a un receptor en estrecha contigüidad espacial o temporal. Cuando la máscara (o estímulo enmascarante) sigue al objetivo (o estímulo crítico) se habla de enmascarmiento retroactivo; cuando la máscara precede al objetivo la situación es de enmascaramiento proactivo. En el trabajo ya mencionado de Averbach y Coriell, encontramos un segundo experimento que reveló otra importante característica del procesamiento icónico. El procedimiento utilizado fue como sigue: durante 50 ms se presentaba una tarjeta con 16 letras y, tras un intervalo variable, se presentaba, durante 50 ms también, la tarjeta con la señal, pero no con una barrita vertical, como en el experimento 1, sino con un círculo en una de las dieciséis posiciones ocupadas por las letras. El círculo era ligeramente mayor que la letra a fin de que, si se “superponían”, el sujeto viera la letra rodeada por el círculo. La tarea del sujeto era recordar dicha letra. En la Figura 4.4 se representa la comparación entre el rendimiento cuando la señal era una barra (experimento 1) y cuando era un círculo (experimento 2). Cuando el círculo aparecía inmediatamente después de las letras, el rendimiento era similar al alcanzado en el primer experimento. Sin embargo, cuando la aparición del círculo se demoraba unos 100 ms, la diferencia entre los rendimientos era sensiblemente grande. Después, cuando el intervalo se acercaba a los 300 ms, el rendimiento con la señal circular alcanzaba va lores similares a los obtenidos en el experimento de la barra. Ambas curvas –como explícitamente señalan Averbach y Coriell– empezaban juntas y terminaban juntas, pero con un rendimiento en el experimento del círculo significativamente peor cuan do los valores de la demora eran intermedios. 132 Figura 4.4. Comparación de los rendimientos en el recuerdo de letras utilizando como señal una barra y un círculo (adaptado de Averbach y Coriell, 1961). Estos resultados intrigantes como consecuencia del uso del círculo como señal sugieren la siguiente interpretación: 1) cuando el círculo aparecía con un intervalo cero, los sujetos veían la letra dentro del círculo, lo que significa que la memoria sensorial procesa los dos estímulos como una sola imagen y no se produce interferencia; 2) cuando la señal aparecía en intervalos comprendidos entre 0 y 300 ms, el círculo enmascaraba o borraba la letra de la imagen sensorial. El resultado era que los sujetos decían ver un círculo vacío, lo que significa que el proceso de reconocimiento de la letra, aún sin completar, era interrumpido por la aparición del círculo o, lo que es lo mismo, la máscara circular producía la destrucción prematura del icón. A este efecto se le llama enmascaramiento retroactivo porque el segundo estímulo (o máscara) opera temporalmente hacia atrás interfiriendo con la imagen del primer estímulo (la letra); 3) con intervalos superiores a los 300 ms, volvía a no producirse interferencia, presumiblemente porque ya se había completado el proceso de reconocimiento de la 133 letra, al haber sido transferida del registro sensorial al almacén a corto plazo. Estos resultados de Averbach y Coriell, como los de otros investigadores que han utilizado el mismo método, permiten estimar que la duración máxima de la memoria icónica ronda los 500 ms. 3. Una técnica diferente para estimar la duración de la memoria icónica es la de integración temporal o de campos sucesivos. Esta técnica fue introducida por Ericksen y Collins (1967), cuyo procedimiento básico consistía en presentar dos patrones de puntos aparentemente aleatorios separados por un intervalo variable de tiempo entre la desaparición del primer estímulo (E1) y la aparición del segundo (E2); este lapso de tiempo se denomina “intervalo interestimular” o ISI (según la expresión en inglés). Ambos patrones estaban construidos de tal manera que si E1 y E2 se superponían podía identificarse una sílaba sin sentido (e.g., NEB). La lógica del experimento implicaba que si el ISI era más corto que la duración del icón del E1, el E2 se superpondría y la sílaba sin sentido sería identificable, mientras que si era más largo el observador no podría identificar la sílaba. Por consiguiente, el ISI máximo en el que la sílaba sin sentido fuera identificable marcaría la duración máxima del icón. Ericksen y Collins encontraron que la integración entre ambos estímulos se producía eficazmente cuando el ISI estaba entre 100 y 300 ms. 4. Otra técnica es la de juicios de sincronía, introducida por Sperling (1967). Esta técnica, también llamada de duración del estímulo, implica un procedimiento de dos partes: primero, el sujeto juzga si un evento auditivo (un clic) precede o sigue al comienzo de un evento visual (e.g., la terminación de una luz), y, a continuación, ajusta el intervalo entre ambos eventos hasta que, o bien el comienzo de ambos parezca simultáneo o bien el comienzo del estímulo auditivo coincida con la terminación del estímulo visual. Dicho intervalo define la duración de la memoria icónica. Con este paradigma, Weichselgartner y Sperling (1985) estimaron que la memoria icónica dura entre 200 y 500 ms. 5. Otro procedimiento basado en la aparición fenoménica del estímulo es el de la continuidad fenoménica o de la persistencia de la forma, utilizado por primera vez por Haber y Standing (1969). El procedimiento de estos autores implicaba la presentación alternante de un círculo negro y de un campo blanco (ambos estímulos eran de igual luminosidad). Haber y Standing comprobaron que los sujetos decían que el círculo estaba continuamente presente (lo que implicaba la continuidad fenoménica del círculo o la duración de su icón) cuando la duración del campo blanco estaba alrededor de los 250300 ms. A partir de los resultados comentados, resulta evidente que las estimaciones sobre la duración de la memoria icónica obtenidas con diferentes procedimientos experimentales presentan un cuadro bastante desigual. Las duraciones típicas se encuentran dentro de un rango relativamente amplio que iría de los 100 a los 500 ms. Durante las dos primeras décadas de investigación, se apeló a factores tales como los diferentes requerimientos de las diversas tareas y a variables como la intensidad estimular o la duración de los estímulos, entre otras, para explicar la falta de confirmación de los resultados (ver Long, 134 1980). Sin embargo, la confusa situación no empezó a aclararse hasta la introducción de ciertas clasificaciones que permitieron ordenar los datos. El trabajo citado de Coltheart (1980) resultó crucial en este sentido al establecer, por un lado, que las técnicas utilizadas para estudiar la memoria icónica pertenecían, en realidad, a dos categorías (la de medidas directas y la de medidas indirectas), y, por otro, que ambos tipos de medidas informan de fenómenos distintos (la persistencia visible y la persistencia informativa, respectivamente). Las llamadas medidas directas son aquellas técnicas que dependen de informes fenomenológicos de los sujetos acerca de la “visibilidad de la exposición”, como, por ejemplo, las técnicas comentadas de integración temporal, juicios de sincronía o continuidad fenoménica. Estas técnicas, como ya se ha indicado, son indicadores de la persistencia visible y, como explícitamente señaló Coltheart, no proporcionan ninguna información sobre la memoria icónica. Por su parte, las medidas indirectas son las que dependen de la recuperación de información visual relativa a una presentación visual, como, por ejemplo, la técnica de informe parcial y la de enmascaramiento. Estas dos técnicas son los únicos procedimientos experimentales que permiten estudiar y medir la memoria icónica. Durante mucho tiempo se pensó que la persistencia visible y la persistencia informativa reflejaban el mismo y único proceso: una huella visual evanescente que se caracteriza por ser similar a un post-efecto visual, ser visible y ser la fuente de la información visual en los experimentos sobre memoria icónica. Sin embargo, durante los últimos 25 años, más o menos, se ha demostrado que dicha suposición era incorrecta al tiempo que se ha ido consolidando la idea de Coltheart de que la persistencia visible y la persistencia informativa reflejan aspectos relacionados pero diferentes de la memoria sensorial visual. En pocas palabras, la persistencia visible tiene dos propiedades fundamentales: (1) el efecto de duración inversa, esto es, que cuanto más dura un estímulo más corta es su persistencia tras la terminación física de dicho estímulo, y (2) el efecto de intensidad inversa, es decir, que cuanto más intenso es el estímulo más breve es su persistencia. Por el contrario, la persistencia informativa no resulta afectada ni por la duración ni por la intensidad de los estímulos. Por consiguiente, la persistencia informativa o memoria icónica no puede identificarse con la persistencia visible puesto que ambos fenómenos tienen propiedades esencialmente diferentes. Estas últimas matizaciones resultan fundamentales para entender la disparidad de resultados presentados sobre la duración de la memoria icónica. Las medidas indirectas (e.g., el informe parcial) permiten recuperar la identidad y la localización de los ítems (como veremos en el siguiente apartado), atributos que no necesitan ser de naturaleza visual, mientras que las medidas directas requieren la presencia de huellas visibles del estímulo. Por tanto, la gran variabilidad de la duración estimada con los dos tipos de técnicas probablemente se deba al hecho de que ambos tipos de tareas miden atributos diferentes del estímulo registrado. Entonces, y a modo de conclusión, teniendo en cuenta que la técnica de informe 135 parcial (que, por cierto, parece producir las estimaciones más largas) y la del enmascaramiento son los únicos procedimientos experimentales válidos para medir la duración de la memoria icónica, se puede concluir (provisionalmente) que dicha duración estaría entre los 250-500 ms. 4.2.3. Contenido de la memoria icónica La esencia del concepto de registro sensorial o de memoria sensorial está determinada por la suposición de que es un almacén precategorial o, simplemente, sensorial; es decir, que la información que contiene se encuentra en un nivel crudo de análisis, en el sentido de que sólo estará formada por características físicas porque todavía no ha entrado en contacto con ninguna de las categorías contenidas en la memoria a largo plazo. Por ejemplo, tras la presentación de estímulos formados por letras o dígitos, la memoria icónica no contiene letras ni dígitos sino patrones de luz a la espera de ser analizados. Esta interpretación descansa en el hecho demostrado de que la superioridad del informe parcial sólo se produce cuando la señal indica la selección de características físicas, tales como la localización espacial (e.g., en el trabajo de Sperling se pide una fila, y en el de Averball y Coriell una posición), el color, la forma, el tamaño y la brillantez o la dirección del movimiento6; esto es, información precategorial. Si la señal indicase una categoría semántica, la previsión sería que dicha señal resultaría ineficaz. Precisamente esto fue lo que encontró Sperling (1960) en su experimento 6. En aquella ocasión, presentó a sus sujetos experimentales tarjetas con 8 ítems (4 letras y 4 dígitos) colocados aleatoriamente en dos filas de cuatro. Un sonido corto (50 ms) o un sonido largo (500 ms) indicaba al sujeto que informara, no de la fila superior o inferior como había ocurrido en experimentos anteriores, sino de los dígitos o las letras, respectivamente. Los resultados mostraron que las puntuaciones de los informes parciales eran prácticamente iguales a las de los informes totales, lo que indicaba que los sujetos no podían extraer dicha información con una exactitud superior al límite de la memoria inmediata (unos 4,5 ítems). Por consiguiente, Sperling concluyó que la información del almacén icónico se encontraba sin categorizar o, lo que es lo mismo, a un nivel de características físicas o de análisis pre-perceptivo. Aunque esos resultados serían confirmados unos años después por otros investigadores (e.g., von Wright, 1968), existe alguna evidencia de que, bajo determinadas circunstancias, la memoria icónica parece implicar información categorial. Phil Merikle (1980) presentó a sus sujetos tarjetas que contenían 4 letras y 4 dígitos colocados aleatoriamente en círculo. Tras una demora que oscilaba entre 0 y 900 ms, una voz grabada decía el número uno, dos o tres. Los sujetos habían sido instruidos para informar, al escuchar el número 1, sólo las letras, al escuchar el número 2, sólo los 136 dígitos, y al escuchar el número 3, todos los ítems. Por tanto, si escuchaban el 1 ó el 2 tendrían que dar un informe parcial, mientras que si escuchaban el 3 tendrían que dar un informe total. En contra de lo que veinte años antes había encontrado Sperling, en este experimento se observó una clara superioridad de los informes parciales sobre el informe total, y, además, que a medida que aumentaba la demora de la señal disminuía dicha superioridad; de manera que, cuando el intervalo se acercaba a 900 ms, se igualaban los rendimientos en los informes parcial y total. Como ha sugerido Robert Green (1992), un investigador escéptico podría aducir que en el experimento de Merikle los sujetos también utilizaron dimensiones físicas para seleccionar entre letras y dígitos. De hecho, las líneas curvas son más frecuentes en los dígitos que en las letras, mientras que las líneas rectas son más frecuentes en las letras que en los dígitos. Si los sujetos hubiesen seleccionado los miembros de una categoría u otra a partir de su apariencia física (abundancia de líneas curvas para los dígitos y predominio de líneas rectas para las letras), entonces los resultados de Merikle no serían incompatibles con la idea de que el informe parcial implica seleccionar a partir de una memoria icónica precategorial. Sin embargo, en 1983, John Duncan invalidó tal posibilidad al demostrar que, reduciendo al máximo las diferencias físicas entre letras y dígitos, sus resultados confirmaban el hallazgo de Merikle. Por tanto, la superioridad del informe parcial a partir de categorías semánticas no puede atribuirse a un artefacto experimental. Resumiendo, la mayoría de los teóricos han asumido, a partir del trabajo de Sperling, que la técnica de informe parcial es una medida de las dimensiones físicas de la memoria icónica, un almacén que sólo contendría información cruda, sin categorizar; un almacén, por tanto, sensorial o pre-percetivo. Esto significa que los sujetos podrán seleccionar porciones de información de este almacén a partir de dimensiones físicas (e.g., la localización) pero no a partir del significado (e.g., letras o dígitos). Sin embargo, no debe olvidarse que esta idea ha sido cuestionada en diversas ocasiones, aunque los modernos estudios electrofisiológicos apoyan el carácter sensorial de estas memorias (e.g., Yang, 1999; ver además más adelante los estudios electrofisiológicos sobre memoria ecoica). Retomaremos esta cuestión en el último apartado de esta sección sobre la memoria icónica, cuando revisemos la evolución que ha experimentado durante las últimas dos o tres décadas el concepto de memoria icónica. 4.3. El lugar de la memoria icónica ¿En qué lugar del sistema visual tiene lugar la memoria icónica? ¿Se genera en el ojo (concretamente, en la retina) o en un lugar más profundo del sistema nervioso? La cuestión de si la memoria icónica es un fenómeno periférico o central resulta de gran relevancia ya que ello implica plantearse si la memoria icónica juega un papel funcional o 137 no en el proceso perceptivo. Para el teórico de la percepción existen dos factores principales que determinan el valor de la memoria icónica; a saber, el lugar y su papel funcional en la percepción. Ambos factores son independientes, ya que la memoria icónica puede ser funcional sea retiniana o central, aunque existe una tendencia a concluir que la memoria icónica tendrá más probabilidades de ser funcional si es central. Las opiniones sobre el lugar y el papel funcional de la memoria icónica se han agrupado en torno a dos posiciones. Por un lado, la de los teóricos que afirman que la memoria icónica juega un papel funcional en el proceso perceptivo, argumentando que ésta puede almacenar la información de una fijación ocular durante el movimiento sacádico siguiente permitiendo, así, que el procesamiento de la información obtenida durante la fijación pueda continuar incluso durante el movimiento sacádico. Frente a esta opinión, está la de aquellos otros que no consideran la memoria icónica como un constructo teórico de la percepción, por entender que el icón es la encarnación interna de «instantáneas» estáticas, siguiendo la metáfora que considera al ojo como una cámara fotográfica. Consecuentemente, entienden que la memoria icónica resulta innecesaria y externa a la secuencia del procesamiento visual normal. Sin embargo, esta última posición resultó debilitada cuando el grupo de investigación de Ana Treisman demostró que la memoria icónica para el movimiento se conduce de la misma manera que la memoria icónica para las formas estáticas. Por tanto, la metáfora del ojo como una máquina fotográfica junto con la idea de un icón estático en el mosaico retiniano resultaron inadecuados para dar cabida a una memoria icónica que puede retener la información del movimiento7. La cuestión del lugar de la memoria icónica, aunque de un modo un tanto implícito, apareció ya en los primeros trabajos de Sperling; no obstante, sería Barbara Sakitt quien planteara abiertamente el problema. Sperling se limitó a sugerir que la persistencia de la imagen visual podría ser un fenómeno periférico. Sakitt, tras un interesante trabajo experimental8, argumentó que la memoria icónica está localizada básicamente en la retina y, más concretamente, en los bastones. Sin embargo, Banks y Barber (1977) presentaron pruebas en contra de la hipótesis de los bastones al demostrar experimentalmente que los sujetos podían dar informes parciales cuando se les pedía que seleccionasen los ítems a partir del color. Teniendo en cuenta que los bastones no responden al color sino sólo a la brillantez de un estímulo, la propuesta de Sakitt no podía explicar cómo la información cromática también es almacenada en el icón. No obstante, aquí no terminó la disputa sobre el tipo de fotorreceptores involucrados en el almacenamiento icónico. En nuevos estudios cuyo objetivo fue analizar las contribuciones relativas de los bastones y los conos al almacenamiento icónico, Sakitt y su equipo concluyeron que puede haber o no un almacenamiento icónico adicional en otras fases del sistema visual, pero una parte sustancial (o quizá toda) del almacenamiento icónico tiene lugar en los fotorreceptores –específicamente en los bastones–, aunque es probable que también exista un icón de conos, pero muy breve. Otros investigadores se han opuesto de una manera más frontal a Sakitt, al presentar 138 evidencia de que el almacenamiento icónico no es periférico sino que depende de elementos neurales post-receptores. Así, un experimento de McCloskey y Watkins (1978), en el que se utilizó la ilusión visual llamada “se ve más de lo que hay”, aportó pruebas a favor de un locus central del icón. En dicho experimento, los sujetos veían a través de una ranura una figura negra que se mueve rápidamente de derecha a izquierda. La figura es más ancha que la ranura, por lo que no es posible verla completa cuando está quieta; sin embargo, cuando oscilaba a una tasa de 64 ciclos por minuto los sujetos podían verla completa y reproducirla en un papel. Estos autores sugirieron que la ilusión se produce gracias a la memoria icónica, ya que los sujetos percibían simultáneamente partes de la figura que nunca podían verse juntas, lo que significa que la información parcial se va almacenando en la memoria icónica hasta que llega la información restante y se integra con la primera. Como este efecto de integración no podría explicarse por la simple estimulación de los fotorreceptores, se asume que la ilusión y el icón correspondiente están localizados a nivel central y no periférico. Por último, en una reciente y exhaustiva investigación, Yang (1999) exploró, entre otras cuestiones, las bases neurales de la memoria icónica. Mediante el uso de la técnica de potenciales evocados visuales, este investigador ha proporcionado la primera evidencia fisiológica directa de una fuente cortical de la memoria icónica. En concreto, los finos y rigurosos análisis electrofisiológicos de Yang le han permitido concluir que la huella de activación del área cortical V1, en el córtex visual primario, es el mecanismo neural de la memoria icónica. 4.4. Memoria icónica y percepción ¿Qué relevancia puede tener la representación icónica en la experiencia visual ordinaria si tal fenómeno sólo se produce (aparentemente) con exposiciones visuales breves? Este interrogante se apoya en la creencia intuitiva y errónea de que la percepción visual normal se basa en fijaciones prolongadas. Precisamente, tal creencia parece estar en el origen de la crítica feroz de Ralph Haber (1983) contra la relevancia de la memoria icónica en la percepción normal. La cuestión ya había sido planteada –aunque en unos términos menos vehementes– por otros teóricos. El planteamiento de Haber se concretó en que considerar el icón como una imagen estática que persiste tras la desaparición del estímulo no puede ser útil en ninguna tarea de procesamiento de la información visual, excepto –señaló irónicamente– cuando intentamos “leer a la luz de los relámpagos en una noche de tormenta”. Es cierto, admite Haber, que el almacenamiento icónico puede ser útil en el laboratorio cuando el individuo recibe flashes taquistoscópicos de estímulos, pero “la percepción normal no se compone de flashes discretos y breves […], por tanto, la persistencia (visual) y los icones son irrelevantes” (p. 3). En la visión normal –continuó argumentando–, el icón formado a 139 partir de una fijación ocular sería rápidamente enmascarado por la siguiente fijación, por lo que no tendría ninguna utilidad para la percepción. Para Haber, la memoria icónica sería una especie de “instantánea congela da” que no sólo resulta irrelevante para la percepción, sino que su “visibilidad” interferiría con la percepción normal. En consecuencia –concluyó este autor–, todo lo relativo a la memoria icónica debería ser eliminado de las teorías y manuales sobre percepción. Sorprende que esta crítica tan mordaz fuese formulada por un autor que dedicó casi dos décadas de su carrera a investigar y teorizar sobre la memoria icónica, sin cuestionar su valor funcional. Y, por la misma razón, llama también la atención que incurriese en, al menos, tres errores fundamentales. Errores de concepto que se concretan en los siguientes presupuestos erróneos: 1) la percepción normal se basa en fijaciones continuas y prolongadas; 2) la memoria icónica es exclusivamente un postefecto estático y retinotópico, y 3) el icón se forma a la terminación de un estímulo visual. Analicemos brevemente la inadecuación de estos tres presupuestos teóricos. En cuanto al primero, existe suficiente evidencia de que nuestro modo cotidiano de mirar se asemeja mucho a una secuencia de exposiciones discretas muy breves. Consideremos el caso de mirar un dibujo, una fotografía o una película, así como el acto de leer. Yarbus (1967) comprobó, mediante registros de los movimientos oculares, que cuando miramos, por ejemplo, una fotografía, nuestros ojos no se mueven de un modo lento y continuo, sino que, en realidad, están saltando a gran velocidad de un detalle a otro de la imagen. Otro ejemplo de inputs discretos se produce cuando vemos una película. Como se sabe, una película se compone de una secuencia de fotogramas discretos que, presentados a una velocidad determinada, producen la ilusión de continuidad y movimiento. Pues bien, dicha continuidad es el resultado del trabajo de la memoria icónica, que –como señalara Richard Gregory (1973)– hace de puente entre un fotograma y otro. El caso de la lectura posiblemente sea el mejor ejemplo de que nuestra percepción normal no se basa en fijaciones continuas y prolongadas. Registros realizados durante la lectura demuestran que los ojos exploran en la dirección izquierda-derecha, se detienen varias veces, vuelven atrás, saltan adelante y se fijan en distintos puntos de la línea. La duración de tales fijaciones puede oscilar entre 200-250 milisegundos y durante las mismas se produce el input visual (ver Rayner, 1978). Así pues, “cuando leemos – escribe Coltheart (1983, p. 18)– los mecanismos cognitivos que identifican los estímulos visuales no están operando directamente sobre el ambiente […]. Tales mecanismos están operando sobre una representación almacenada del ambiente visual, esté o no esté presente este último”. Dicha representación es la imagen icónica o, como la llamó David Marr (1982), el “esbozo original” (primal sketch). En resumen, la percepción normal se basa en fijaciones discretas y breves, que ya el propio Sperling consideró semejantes a las utilizadas en su laboratorio y que, posteriormente, otro destacado investigador de la percepción visual, Bruno Breitmeyer (1983), apoyó con toda claridad al afirmar: “Yo interpreto la visión sacádica como una simulación de la presentación taquistoscópica de estímulos” (p. 15). 140 El segundo error de Haber partió del supuesto de que la memoria icónica es exclusivamente un postefecto retiniano estático. Si éste fuera el caso, la opinión de Haber de que la memoria icónica no cumple ninguna función en la percepción sería acertada. Sin embargo, diversos investigadores han aportado pruebas de la existencia de diferentes tipos de persistencia. Así, volviendo al trabajo de Coltheart (1980), en realidad, este autor distinguió no dos formas (como hasta ahora hemos visto) sino tres formas cualitativamente diferentes de persistencia: la persistencia neural, o actividad residual evocada en el sistema visual por el estímulo; la persistencia visible, o la impresión fenoménica de que el estímulo está todavía visiblemente presente, y la persistencia informativa, o el conocimiento sobre las propiedades visuales del estímulo que se mantiene tras la desaparición física de este último. En la misma línea, Breitmeyer (1984) comprobó experimentalmente la existencia de dos formas de memoria icónica: una retinotópica o estática, que es periférica, y otra espaciotópica o dinámica, que es central9. A la luz de estas distinciones, la inmensa mayoría de los investigadores que formaron parte con sus comentarios del artículo global de Haber (1983, pp. 1-54)10 coincidieron en señalar que los datos experimentales aportados por éste en su crítica a la validez ecológica de la memoria icónica no eran datos referidos a la persistencia informativa o memoria icónica sino atribuibles a la persistencia visible, neural y retinotópica, lo que invalidaba sus argumentos contra la memoria icónica. En definitiva, Haber anunció “el fallecimiento inminente del icón” (The impending demise of the icon, éste fue el título de su artículo) ignorando la existencia de –y son palabras de George Sperling (1983, p. 37)– “diferentes niveles de almacenamiento de la memoria icónica”, a pesar de que en su “Respuesta” final reconocía que existe evidencia de persistencia icónica en todos los niveles del sistema visual. Por último, Haber incurrió en un tercer error: asumir que el icón se forma tras la terminación del estímulo visual, lo que significa que la visión implica fijaciones largas y sacádicos breves. Si esto es así, continuaba argumentando Haber, “no necesitamos inventar ninguna persistencia de los receptores, ninguna persistencia neural, ni ningún otro mecanismo para mantener breve mente el estímulo. El estímulo se mantiene por sí mismo” (op. cit., p. 4). Contra este argumento, Coltheart (1983), muy oportunamente, apeló al segundo experimento de Sperling, que ya ha sido analizado. Como se recordará, en aquella ocasión Sperling presentó a los sujetos tarjetas con 6 letras y pidió un informe total, con diferentes tiempos de exposición (desde 15 a 500 ms). Los resultados fueron prácticamente los mismos en las distintas condiciones experimentales: un promedio de 4,5 letras tanto con 15 ms como con 500 ms de exposición. Como advirtió Coltheart, esto significaba que, aunque el estímulo seguía estando a disposición del sujeto por un período muy largo (en la condición de 500 ms), el sujeto no hacía uso de ese tiempo extra, es decir, que “los últimos 485 ms de la exposición no aportaron nada al rendimiento” (p. 17). De lo que se deduce, como ya se ha dicho, que los mecanismos responsables de la percepción visual no actúan sobre el ambiente visual como tal, sino sobre la representación icónica. Hace años, Michael Eysenck (1984, p. 85) escribió, en contra también de la opinión 141 de Haber, que “el almacén icónico es una parte integral de la percepción visual y no una curiosidad de laboratorio”. Desde entonces, el descubrimiento básico de Sperling de un sistema de memoria fugaz, con una capacidad virtualmente ilimitada, que tiene como función fundamental alargar la vida de los estímulos, ha pasado a formar parte ineludible de cualquier explicación científica del ciclo perceptivo. Y ello ha sido así a pesar de que el concepto clásico de memoria icónica ha experimentado una evolución sustancial y el interés por su estudio ha pasado a un segundo plano, quizás porque los investigadores – como advirtiera Cowan (1995)– están más interesados últimamente por averiguar cómo están organizados los sistemas de memoria semántica y episódica. 4.5. Evolución del concepto de memoria icónica Durante años, tanto los modelos de procesamiento de la información visual como los modelos de memoria asumieron la existencia de una “memoria visual a muy corto plazo”, llamada memoria icónica, responsable del almacenamiento temprano de los contenidos de las presentaciones visuales. A partir de los resultados de numerosos estudios, se definieron y consensuaron sus características básicas, que se concretaron en que es una memoria unitaria, visible, de alta capacidad, de naturaleza precategorial y que decae rápidamente, cuya función es registrar la información visual y retenerla para su ulterior procesamiento por otros componentes del sistema perceptual-cognitivo (Dick, 1974). Esta concepción de la memoria icónica fue ampliamente aceptada por los teóricos e investigadores de la memoria, así como por los autores de textos y manuales de memoria, que dedicaron capítulos a su exposición. Tal concepción se mantuvo inalterable hasta aproximadamente mediados de la década de 1980, cuando algunos artículos de especial influencia (e.g., Coltheart, 1980; Haber, 1983) arrojaron dudas sobre algunas de sus características básicas y aquella visión tradicional (e incorrecta) de la memoria icónica comenzó a cambiar. Sin duda alguna, el motor del cambio fue el trabajo de Coltheart (1980) sobre “memoria icónica y persistencia visible” donde, al distinguir los tres tipos de persistencia ya comentados, cuestionó la naturaleza unitaria de la memoria icónica así como su carácter precategorial. Desde entonces, la evidencia experimental a favor de las tesis de Coltheart no ha dejado de crecer y el consiguiente cambio conceptual no se ha hecho esperar. Como recientemente han señalado Irwin y Thomas (2008), la propuesta de Coltheart es el modelo dominante en la actualidad sobre la naturaleza de la memoria icónica. Dicha visión o concepción de la memoria icónica podría resumirse en los siguientes puntos: a) La “memoria sensorial visual” no es, como se asumió, un sistema unitario sino que incluye dos fenómenos con propiedades muy diferentes: la 142 b) persistencia visible y la memoria icónica. El modelo de dos fases de memoria sensorial visual de Di Lollo (1980) es una de las propuestas que mejor recogen esta idea. Según Di Lollo, la información presentada visualmente activa una primera fase de almacenamiento que se caracteriza por estar organizada retinotópicamente y ser sensible a la intensidad estimular y al enmascaramiento. Durante esta primera fase, se extraen las características físicas del estímulo y se mantienen en un formato precategorial. Esta fase se corresponde con la persistencia visible. La segunda fase comienza aproximadamente a los 100-150 ms después de la entrada del estímulo y durante la misma se identifican los ítems y se almacenan en un formato postcategorial que no es visible ni vulnerable al enmascaramiento. Esta información no visible es la que se mide con la técnica de informe parcial y se corresponde con la persistencia informativa o memoria icónica. En un trabajo posterior, Di Lollo y Dixon (1988) analizaron y definieron la relación entre persistencia visible y persistencia informativa y el papel que cada una juega en las tareas de memoria visual. En su opinión, la persistencia visible se caracteriza por ser una copia visible y primitiva del estímulo que contiene una representación espacial muy exacta, comienza con la aparición del estímulo, tiene una duración muy limitada y decae siguiendo una distribución normal acumulativa; por el contrario, la persistencia informativa no es visible, por lo que tiene una codificación espacial muy pobre, comienza con la desaparición física del estímulo y decae según una función exponencial. En las tareas de memoria visual, el rendimiento del sujeto está determinado por la acción conjunta de ambos tipos de persistencia. La memoria icónica es de naturaleza post-categorial. Actualmente, se asume que el sistema visual funciona como un “filtro temporal de paso bajo” (esto es, que sólo permite el paso de las frecuencias más bajas y atenúa las frecuencias más altas) que ante la presentación de un estímulo visual discreto genera una respuesta sensorial que se extiende en el tiempo. Desde esta perspectiva, la persistencia visible es sencillamente la porción de la respuesta sensorial que queda tras la desaparición física del estímulo, mientras que la persistencia informativa o la memoria icónica se refiere a la información no visible que también persiste pero bajo dos formas: la representación de un análogo visual y los códigos visuales de identidad. La representación analógica visual difiere de la persistencia visible en que la primera comienza a la terminación del estímulo y la última lo hace con el comienzo del estímulo. Por su parte, los códigos visuales de identidad son información resultante de la transformación de la información cruda (la persistencia visible) en una representación abstracta o postcategorial que es inmune al enmascaramiento y preserva las posiciones espaciales de los ítems que conforman el estímulo visual. Esta información 143 post-categorial se asume que se almacena en un “buffer de caracteres” (Mewhort et al., 1984), de donde serán seleccionados los ítems cuando se den las condiciones de informe parcial. Respecto a los sustratos neurales de estas tres formas de memoria sensorial visual, su conocimiento está empezando a ser un hecho aunque nadie duda de la imperiosa necesidad de mucha más investigación experimental. En resumen, la visión tradicional de la memoria icónica ha experimentado una transformación radical durante las dos últimas décadas. Los estudios de esta segunda época han permitido configurar un nuevo cuadro conceptual de la memoria icónica, que la define como un sistema de memoria visual no unitario sino integrado por diferentes formas de representación precategorial y postcategorial, con una gran capacidad de almacenamiento y que, aunque decae rápidamente, persiste en varios niveles del sistema perceptual-cognitivo el tiempo suficiente (su duración se estima entre 150-300 ms) como para constituir una fase imprescindible del ciclo perceptivo. II. LA MEMORIA ECOICA Como se recordará, este capítulo se abría apelando al hecho incuestionable de que todo acto perceptivo requiere tiempo, e insistiendo en que dicho proceso se ve facilitado por la presencia de la memoria icónica. Sin embargo, la estrecha dependencia entre memorias sensoriales y percepción posiblemente sea más fácilmente demostrable, incluso desde la mera introspección, en el caso de la audición. Para cualquier observador sagaz, la necesidad de una huella breve de memoria resulta incluso más obvia en el caso de la audición que en el de la visión. La razón básica es que entre la estimulación visual y la auditiva existe una diferencia esencial que conviene tener en cuenta: los estímulos visuales se extienden en el espacio, mientras que los estímulos auditivos se extienden en el tiempo. Esta afirmación se hace evidente si comparamos el leer con el escuchar. Cuando leemos, las palabras están impresas en la página, podemos volver atrás y adelante cuantas veces consideremos necesario, etc. Por el contrario, cuando escuchamos lo que otra persona nos dice, la información nos llega secuencialmente, poco a poco, de manera que sólo podemos comprender el mensaje cuando determinadas unida des –superiores a las sílabas, por supuesto– han sido procesadas. La estimulación auditiva se presenta de un modo secuencial y evanescente. Consecuentemente, se hace necesaria la existencia de una memoria que pueda mantener los primeros segmentos del estímulo auditivo hasta que el oyente recibe la suficiente porción de señal y puede integrar y comprender el significado de lo que oye. Se ha sugerido que tal integración es posible gracias a la existencia de un registro sensorial auditivo, con unas características similares a las del 144 registro sensorial visual, que Neisser (1967) llamó memoria ecoica. Aquí utilizaremos indistintamente ambos términos. 4.6. Paradigmas experimentales 4.6.1. La técnica de informe parcial Moray, Bates y Barnett (1965) fueron los primeros que utilizaron en audición el paradigma de informe parcial. Este grupo de investigadores realizó su estudio en una situación que llamaron “el hombre de cuatro oídos”. Los sujetos experimentales recibían simultáneamente cuatro mensajes localizados, gracias al sistema cuadrafónico, en cuatro posiciones diferentes (izquierda, derecha, delante y detrás). Cada mensaje estaba formado por una o varias letras (de una a cuatro). En el mismo momento en que acababa la presentación auditiva, se encendía una de las cuatro luces colocadas en un tablero frente al sujeto, cuya posición correspondía al canal auditivo que había que informar. En otra condición experimental, al sujeto se le pedía que recordara todas las letras posibles de las que había oído por los cuatro canales. Al comparar los resultados de la primera condición (informe parcial) con los de la segunda (informe total), Moray y su equipo encontraron una superioridad del informe parcial, es decir, comprobaron que los sujetos disponían en su memoria de una mayor cantidad de letras que las que podían recordar en la condición de informe total. Unos años después, Darwin, Turvey y Crowder (1972) realizaron un experimento similar al anterior, pero introduciendo una condición experimental que subsanaba lo que para ellos suponía un fallo del experimento del grupo de Moray. En efecto, en aquel primer diseño no se habían incluido las condiciones necesarias para poder inferir la existencia de un registro sensorial auditivo puesto que no se había manipulado la variable “demora de la señal” (la luz). Por tanto, la superioridad del informe parcial encontrada por el grupo de Moray podía atribuirse a una reducción de la interferencia de salida. En concreto, Darwin y su equipo presentaron a sus sujetos tres mensajes simultáneos a cada una de estas tres localizaciones espaciales: oído izquierdo, centro de la cabeza y oído derecho. Cada mensaje contenía 3 ítems (letras y dígitos) y duraba 1 segundo. Es decir, que en 1 segundo el sujeto oía 3 listas de 3 ítems cada una. La tarea del sujeto consistía en informar uno de los tres mensajes, según que la barra, que aparecía en una pantalla enfrente de los sujetos, estuviese a la izquierda, en el centro o a la derecha. Las demoras entre la terminación de los mensajes y la aparición de la barra fueron de 0, 1, 2 y 4 segundos. También se dio la condición de informe total. Estos investigadores comprobaron que el in forme parcial aventajaba al informe total y que dicha superioridad declinaba en función de la demora de la señal, lo que indicaba que la superioridad del informe parcial podía atribuirse a la existencia de un registro sensorial y 145 no a la reducción de la interferencia de salida (ver Figura 4.5). Figura 4.5. Comparación de los rendimientos en el recuerdo de ítems utilizando la técnica de informe parcial versus la técnica de informe total (adaptado de Darwin et al., 1972). 4.6.2. La técnica de enmascaramiento Una de las técnicas más directas y más simples para medir la memoria ecoica es la de enmascaramiento. Dentro de este paradigma se han desarrollado dos líneas de investigación, una que utiliza estímulos tonales y otra que utiliza estímulos verba les. Dominic Massaro (1970) estudió los efectos de un tono enmascarante sobre la identificación de otro tono previo (el objetivo). Los objetivos eran dos posibles tonos (870 ó 770 Hz) que eran designados como alto y bajo, respectivamente. La máscara o tono enmascarante tenía una frecuencia de 820 Hz. La duración del objetivo y de la 146 máscara era de 20 ms. El procedimiento consistía en presentar un objetivo seguido de la máscara. La variable independiente era el intervalo entre ambos, con un rango de 0 a 500 ms, y la tarea del sujeto era decir, una vez que había sonado el tono enmascarante, si el objetivo era el tono alto o el tono bajo. Massaro comprobó que el reconocimiento correcto era sólo ligeramente superior al azar con intervalos inferiores a los 40 ms; sin embargo, a medida que el intervalo iba siendo mayor, el rendimiento iba mejorando hasta alcanzar la asíntota hacia los 250 ms. Según este investigador, estos hallazgos son suficientes para inferir la existencia de la memoria ecoica. En un trabajo posterior, Massaro (1972) presentó a los sujetos durante 20 ms los sonidos de dos posibles vocales seguidos por un sonido enmascarante de la misma intensidad. De nuevo el intervalo osciló entre 0 y 500 ms. La tarea del sujeto era identificar, una vez oída la máscara, la vocal que había sido previamente presentada. Los resultados de este experimento fueron prácticamente idénticos a los del anterior: la identificación de las vocales era una función directa de la demora de la máscara, con las mismas características del experimento anterior. Es decir, con intervalos muy cortos la ejecución apenas fue significativa, pero fue mejorando gradualmente a medida que aumentaron los intervalos, hasta alcanzar la asíntota hacia los 250 ms, intervalo por encima del cual el rendimiento no mejoraba. A partir de estos datos, Massaro concluyó que la duración de la memoria ecoica es de un cuarto de segundo, aproximadamente. 4.6.3. La técnica del sufijo Una tercera fuente de evidencia para la memoria ecoica es la que proporcionan los estudios sobre el efecto sufijo. Estos trabajos tienen su origen en el efecto de posición serial, que es bien conocido en los estudios sobre memoria. Cuando al sujeto se le presentan listas de materiales no relacionados para que los aprenda (e.g., palabras, dígitos, etc.), generalmente se encuentra que los ítems mejor recordados son los del principio y, sobre todo, los del final de la lista (el “efecto de posición serial” y la curva del mismo nombre serán analizados en detalle en el Capítulo 5). Ahora bien, cuando esto sucede, es fácil comprobar que la modalidad de presentación (visual o auditiva) tiene una notable influencia sobre dicho efecto. Se ha sugerido que esta influencia tiene una relación directa con la existencia de la memoria ecoica. Así, por ejemplo, cuando se presenta visualmente una lista de dígitos, pueden obtenerse dos cuadros de datos diferentes según lo que el sujeto haya estado haciendo durante la presentación. En unos casos, los sujetos son instruidos para permanecer en silencio hasta la prueba de recuerdo; en otros, se les instruye para que vayan diciendo en voz alta cada dígito a medida que van apareciendo. Con este procedimiento, Conrad y Hull (1968) encontraron un efecto realmente sorprendente sobre las curvas de posición serial. Si bien los primeros ítems de la lista no eran afectados por ninguna condición, los 147 últimos ítems mostraban una clara desventaja en la condición de silencio, de modo que la condición en la que el sujeto decía en voz alta el dígito mejoraba significativamente el recuerdo de los últimos ítems de la lista. Una interpretación de estos resultados es que la presentación no-silenciosa deja una huella ecoica de los últimos ítems de la lista, que permite al sujeto continuar extrayendo respuestas correctas, aunque la presentación de la lista haya terminado. En consecuencia, si asumimos que el recuerdo superior de los últimos ítems de una lista “auditiva” se debe a la presencia de una huella de memoria ecoica, entonces la adición al final de la lista de un estímulo auditivo irrelevante –un sufijo– alterará la huella ecoica y disminuirá el nivel de recuerdo del último ítem. Siguiendo esta argumentación, Robert Crowder realizó una serie de experimentos con el fin de estudiar la naturaleza y la duración de la memoria ecoica. En uno de sus experimentos, Crowder (1971) presentó auditivamente a los sujetos una lista de 9 dígitos a una tasa de 4 por segundo. Después del último ítem, el sujeto podía oír un tono o el dígito “cero” a la misma tasa que los ítems precedentes. Los sujetos estaban instruidos para que, en cuanto oyeran el sufijo (el tono o el “cero”), comenzasen a decir, en el orden correcto, los nueve ítems presentados. Crowder comprobó que la presentación del sufijo “cero” tenía un efecto pernicioso sobre el último ítem, algo que no ocurría cuando el sufijo era un tono. A la perturbación producida por el “cero” se le llama efecto sufijo y ha sido examinada con precisión en un trabajo de Morton, Crowder y Prussin (1971). De tal estudio se desprenden las siguientes observaciones: 1) cuanto menor es el intervalo temporal entre el sufijo y el último ítem, mayor es la perturbación que se produce en el recuerdo de éste; 2) la semejanza física entre el sufijo y los ítems de la lista es de la máxima importancia, y 3) el significado del sufijo es irrelevante. ¿Cuál es el significado de estos hallazgos? Primero, el sufijo actúa como una máscara auditiva y perturba la huella ecoica del último ítem. Al igual que en el enmascaramiento visual, los efectos del enmascaramiento auditivo guardan una dependencia temporal; esto es, si transcurre suficiente tiempo entre la presentación del último ítem y el sufijo, no se produce alteración alguna. Segundo, la importancia de la semejanza física entre sufijo y último ítem está en consonancia con la opinión de Crowder y Morton (1969) de que la memoria ecoica es un almacén auditivo precategorial. Esto significa que la información contenida en tal registro sólo ha sido analizada a nivel de sus características físicas, razón por la cual tal información será especialmente sensible a los aspectos físicos de la estimulación subsiguiente. Tercero, por tal razón, los sufijos físicamente distintos pero de idéntico significado tendrán unos efectos mínimos sobre el recuerdo. Resulta oportuno comentar, antes de finalizar este apartado sobre el efecto sufijo, un estudio que demuestra la validez ecológica de dicho efecto. Schilling y Weaver (1983) simularon una interacción entre los operadores de una compañía telefónica y los usuarios de los servicios de información para analizar el efecto de la política de una determinada compañía que exigió a sus operadores decir “Have a nice day” (“Que tenga Vd. un buen 148 día”) al final de cada servicio. Tal y como se esperaba, los investigadores comprobaron que cada vez que los números de un teléfono iban seguidos por la frase “Have a nice day” se producía una reducción significativa en la capacidad de los clientes para recordar exactamente el número que habían solicitado. En resumen, los hallazgos obtenidos con las tres técnicas presentadas parecen apoyar la existencia de una memoria ecoica que se correspondería, en muchos aspectos, con la memoria icónica. No obstante, ¿existen suficientes datos que permitan establecer un paralelismo puntual entre ambos registros sensoriales? 4.7. Estudios electrofisiológicos Durante la última década han proliferado los estudios electrofisiológicos sobre la memoria ecoica. Si bien su objetivo básico ha sido investigar el curso temporal de esta memoria sensorial auditiva, tales estudios han sido y siguen siendo, además, una fuente de evidencia sólida a favor de la existencia de la memoria ecoica. La persistencia de la huella de la memoria ecoica ha sido estudiada frecuentemente mediante el registro de una respuesta del cerebro humano conocida como “potencial de disparidad” (mismatch negativity - MMN). La MMN es un componente preatencional del potencial evocado auditivo que se genera cuando la repetición de un estímulo “estándar” –por ejemplo, un tono de 1.000 Hz– es ocasionalmente reemplazado por un estímulo “discrepante” o extraño –por ejemplo, un tono de 1200 Hz–. Los sonidos discrepantes pueden diferir del sonido estándar en frecuencia, intensidad, duración, localización espacial o estructura fonética. Sin embargo, un estímulo infrecuente que aparece solo, es decir, sin el contexto de los estímulos estándar, no genera ninguna respuesta del tipo MMN, lo que significa que la generación de MMN depende de la presencia en el sistema auditivo de una huella de memoria formada por el estímulo estándar cuando se presenta el estímulo discrepante, y proporciona, por tanto, una medida directa y no invasiva de memoria sensorial auditiva en el cerebro humano. En resumen, y como señaló Risto Näätänen (1992), la MMN refleja la operación de la memoria ecoica. La MMN tiene una latencia de entre 100 y 250 ms, se asume que refleja una respuesta neural automática al cambio estimular y parece ser relativamente insensible a la atención. De hecho, aparece generalmente cuando el sujeto se encuentra en situaciones que implican la ignorancia de los estímulos experimentales, como, por ejemplo, mientras lee un libro o mira un vídeo. Por otro lado, las investigaciones relativas al sustrato neural de la MMN sugieren que la memoria ecoica parece depender de una red neocortical distribuida en regiones temporo-prefrontales (Alain et al., 1998). Se han llevado a cabo numerosos estudios con el fin de estimar la duración de la memoria ecoica. El procedimiento básico consiste en variar el ISI entre los estímulos 149 estándar y el estímulo discrepante. De esta manera, se ha comprobado que la MMN es generada por el estímulo discrepante con un ISI de hasta 9-10 segundos. Después de 10 segundos, la amplitud de la MMN declina hasta un punto en el que no es distinguible del ruido, por lo que se asume que la huella ecoica decae alrededor de los 10 segundos. Esta estimación electrofisiológica de la duración de la memoria ecoica es similar a la obtenida en estudios conductuales y se considera suficientemente probada11. 4.8. Características básicas de la memoria ecoica En este apartado vamos a analizar la duración y el contenido de la memoria ecoica. Es posible que tal análisis nos permita responder a la cuestión planteada anteriormente sobre si se puede establecer un paralelismo entre la memoria icónica y la ecoica. 4.8.1. Duración de la memoria ecoica En el trabajo comentado de Darwin, Turvey y Crowder, los investigadores observaron que la superioridad del informe parcial sobre el informe total se producía cuando la señal se demoraba 0, 1 y 2 segundos, pero no cuando la demora aumentaba a 4 segundos (ver Figura 4.5). Este hallazgo sugirió, por tanto, que cuando se utiliza la técnica de informe parcial la memoria ecoica parece tener una duración aproximada de entre 2 y 3 segundos. Por otro lado, los experimentos sobre enmascaramiento, como los llevados a cabo por Massaro, sólo permiten establecer una duración de unos 250 milisegundos a la memoria ecoica. Estos estudios representarían el rango más bajo sobre la estimación de la duración de esta memoria sensorial, pues los estudios sobre el efecto sufijo permiten atribuir a la memoria ecoica una duración de entre 5 y 10 segundos. Por último, los estudios electrofisiológicos coinciden en señalar que la duración de la memoria ecoica está alrededor de los 10 segundos. ¿Cómo explicar la fuerte discrepancia entre las estimaciones de entre 5-10 segundos, obtenidas con la mayor parte de las metodologías, y los 250 milisegundos estimados con la técnica de enmascaramiento? Una respuesta provisional podría encontrarse en el estudio de Loveless y su equipo (1996). Estos investigadores han aportado evidencia electromagnética que permite sugerir la existencia de dos procesos distintos en la memoria sensorial auditiva que parecen guardar un extraordinario paralelismo con lo establecido para la memoria icónica. En concreto, han distinguido entre un proceso de integración temporal que persiste durante 200-300 ms tras la desaparición del estímulo y una huella de memoria que puede retener la información procesada unos 10 segundos. Ante tal hallazgo, cabe plantearse si las estimaciones de Massaro con la técnica de 150 enmascaramiento corresponden al proceso de integración, cuya duración oscila entre 200-300 ms, y el resto de las medidas se refieren a la persistencia de la huella ecoica, cuya duración parece llegar hasta los 10 segundos. Volveremos sobre este paralelismo un poco más adelante. 4.8.2. Contenido de la memoria ecoica Regresemos de nuevo al trabajo de Darwin, Turvey y Crowder de 1972. Una vez que comprobaron que sus resultados (ya comentados) permitían inferir la existencia de un almacén auditivo, trataron de averiguar –como había hecho Sperling– el contenido de tal almacén. Para ello realizaron dos experimentos más. En uno de ellos (Experimento II), presentaron los mismos mensajes que en el experimento ya comentado, pero la señal indicadora del informe parcial sólo podía aparecer a la izquierda o a la derecha de la pantalla. Los sujetos fueron instruidos para que cuando apareciese la barra a la izquierda recordasen sólo los números y cuando apareciese a la derecha sólo las letras. Además, se les pidió que escribieran los ítems en su lugar correcto, es decir, en el mismo orden en que los habían oído. En la condición de informe total, sin embargo, los sujetos podían recordar los ítems en el orden que quisieran. Los resultados fueron algo sorprendentes, ya que el informe parcial resultó ser inferior al informe total. Es decir, no sólo no se había producido superioridad del informe parcial, sino todo lo contrario: la superioridad fue del informe total. Darwin y su equipo consideraron que la razón por la cual el informe parcial había sido peor que el informe total quizá no fuese el hecho de que las categorías no estuviesen disponibles en el almacén ecoico, sino que en la condición de informe parcial se había producido una sobrecarga cognitiva al pedir a los sujetos dos atributos de cada ítem (localización y categoría). Si hubiese sido por esta razón –pensaron estos autores– y la información categorial sí estuviese disponible en la memoria ecoica, el informe parcial aventajaría al informe total cuando al sujeto se le pidiera que recordase sólo las posibles categorías, con independencia de la localización exacta de los ítems. Para contrastar tal hipótesis, realizaron el Experimento III, idéntico en todo al anterior excepto en que en este caso la señal indicaba al sujeto que informara los dígitos o las letras sin necesidad de precisar su localización. Los resultados se ajustaron –en parte– a lo esperado: el informe parcial fue significativamente superior al informe total en las condiciones de 0 y 1 segundos de demora, pero no en las de 2 y 4 segundos. ¿Significa esto que la memoria ecoica contiene la información categorial necesaria para distinguir entre números y letras? Los resultados de estudios posteriores al de Darwin y sus colaboradores han confirmado la naturaleza post-categorial de la memoria ecoica dentro de un modelo de varias fases con representaciones múltiples (ver Cowan, 1984, 1988). Ésta es una idea ampliamente aceptada en el marco actual del 151 procesamiento de la información, donde se dispone de abundante evidencia de que la información puede mantenerse en la memoria en muchos niveles y en muchos formatos. Actualmente, existe evidencia bien documentada que demuestra la existencia de un gran paralelismo entre la memoria icónica y la memoria ecoica (ver Massaro y Loftus, 1996). Así, se distingue, por lado, la persistencia auditiva para referirse (como la persistencia visible) a una primera representación periférica del estímulo auditivo que se caracteriza por formarse con el inicio del estímulo, contener información cruda y precategorial, y decaer rápidamente (su duración máxima se cifra en torno a los 250-300 ms), y, por otro, la existencia de una representación auditiva post-categorial resultante del procesamiento de la anterior que contiene una representación perceptiva y abstracta. Esta segunda forma de memoria sensorial auditiva se genera tras la desaparición física del estímulo, es central y mantiene la información por un tiempo superior incluso a los 10 segundos, el tiempo necesario para que se complete el reconocimiento perceptivo. 4.9. Conclusión general En el contexto actual de investigación de la memoria, donde predomina la idea de que ésta no es un fenómeno unitario sino una asamblea de sistemas, se asume la existencia de unas memorias transitorias, distintas de la memoria a corto plazo, que se caracterizan por ser sistemas no unitarios sino de múltiples componentes, tener una gran capacidad de almacenamiento, una duración corta o muy corta (dentro de su brevedad, existen diferencias notables entre el tiempo de retención de la memoria icónica –en torno a los 300 ms– y el de la memoria ecoica –hasta 10 segundos o incluso más–), ser de naturaleza postcategorial y ser memorias específicas de dominio localizadas corticalmente. En este último sentido, se postula la existencia de una memoria sensorial para todas y cada una de las modalidades sensoriales aunque la investigación experimental no ha tratado aún la totalidad de estas memorias. Una cuestión pendiente y a la que, en mi opinión, se debería otorgar una prioridad máxima es la de dilucidar dónde y cómo integrar las memorias sensoriales en el esquema general de la actual clasificación de los sistemas de memoria. Hasta el momento presente, no se conoce ningún intento por asimilar las memorias sensoriales a dicho esquema, salvo la sugerencia de Craik (2000) –comentada en el Capítulo 3– de que “los registros sensoriales” se corresponden grosso modo con “el sistema de representación perceptiva” o PRS. La idea de tal correspondencia no sólo resulta sugerente sino que parece tener cierto fundamento, aunque, por ahora, parece más intuitivo que real. Valga esta observación final simplemente para llamar la atención sobre una cuestión de una extraordinaria relevancia teórica que los estudiosos de la memoria no deberían seguir ignorando. 152 153 5 La memoria a corto plazo El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos. Henry F. Amiel 5.1. Introducción Aunque todos los estímulos que activan nuestros sentidos dejan algún tipo de “impresión” o huella en nuestro cerebro, no todas esas impresiones acaban convirtiéndose en representaciones permanentes de nuestra memoria. De hecho, la mayor parte de la información que entra en nuestro sistema de procesamiento no pasa de ser un evento transitorio que no alcanzará jamás el estatus de una memoria a largo plazo. Esto no quiere decir que mucha de esa información transitoria no sea aprovechada; todo lo contrario, su carácter transitorio resulta ser una ventaja, porque nuestro sistema extrae lo que le interesa de tal información en un corto espacio de tiempo y, a continuación, se deshace de ella. Imagine que el último recibo del gas que ha recibido refleja un gasto y un importe que le parecen desmesurados y decide ponerse en contacto telefónico con la compañía para que le expliquen las cantidades que a usted le resultan excesivas o equivocadas. Busca el número de teléfono de “atención al cliente” en la guía telefónica y llama a su compañía del gas. Habitualmente, esa sencilla operación implicará varios pasos: en primer lugar, uno mira el número de teléfono; a continuación, y ante el hecho comprobable de que resulta muy difícil o imposible retener las nueve cifras, decide fijarse en las tres primeras cifras y retenerlas en el orden correcto hasta que las marca; acto seguido, vuelve a mirar el número y hace idéntica operación con las tres siguientes, y, por último, repite lo mismo con las tres últimas cifras. Aunque el hecho de fijarse en tres cifras y retenerlas en el orden correcto en nuestra memoria durante el breve período de tiempo que exige marcarlas en el teléfono nos pueda parecer una operación muy sencilla, dicha tarea requiere para su realización la existencia de un sistema de memoria capaz de retener una pequeña porción de información durante un corto espacio de tiempo. Existe un tipo de paciente neuropsicológico que, debido a daños cerebrales en el lóbulo parietal 154 izquierdo, es incapaz de repetir más de dos dígitos seguidos, de modo que este paciente no podría llevar a cabo esa sencilla operación de retener tres cifras ni siquiera durante la breve fracción de tiempo que exige marcarlas en el teléfono. Pero el ejemplo resulta interesante por más razones. Todos sabemos por experiencia que una operación como la descrita no da como resultado que el número de teléfono marcado quede registrado en nuestra memoria a largo plazo. Miramos el número, retenemos tres cifras hasta que las marcamos, miramos las tres siguientes al tiempo que las tres primeras abandonan nuestra memoria y así sucesivamente. Es decir, que el sistema de memoria con el que llevamos a cabo esa operación sólo retiene la información mientras la estamos utilizando y poco después la olvida. Por otro lado, resulta fácil comprobar que dicho sistema tiene una capacidad muy limitada: es muy difícil o casi imposible retener las nueve cifras del número que acabamos de mirar, pero podemos mantener tres o cuatro cifras sin dificultad. No obstante, si durante la operación alguien nos interrumpiese incluso con una pregunta tan trivial como “¿qué hora es?”, correríamos el riesgo de perder alguna de las tres o cuatro cifras y tendríamos que mirar el número de nuevo. A dicho sistema se le denomina memoria a corto plazo, un sistema muy limitado en su capacidad y en el tiempo que puede retener la información. La memoria humana está compuesta por diferentes sistemas, de los cuales unos guardan y retienen las experiencias y el conocimiento durante prácticamente toda la vida, y otros, por el contrario, sólo retienen la información durante el breve tiempo que exige su uso. Tanto unos como otros cumplen una función básica en nuestra vida. 5.1.1. El motor de la cognición Según el modelo de memoria de Atkinson y Shiffrin (ver Capítulo 3), una vez que la información procedente de los sentidos ha sido procesada a cierto nivel en las memorias sensoriales, y antes de su eventual entrada en el sistema de memoria a largo plazo (MLP), dicha información es transferida al sistema de memoria a corto plazo (MCP). Desde la aparición de los primeros modelos de memoria, la MCP fue considerada, básicamente, como un sistema para retener la información procedente del exterior. Aunque Atkinson y Shiffrin señalaron explícitamente que la memoria a corto plazo podía considerarse como la “memoria operativa” del sujeto, es decir, el sistema con el que trabaja toda la memoria, e incluso asumieron una conexión bidireccional con la MLP, los investigadores de la época pusieron un especial interés en estudiar sólo cómo eran tratados los inputs procedentes del mundo externo. En consecuencia, la MCP fue considerada durante mucho tiempo como un sistema relativamente simple. La investigación sobre la MCP se inicia —con independencia de ciertas incursiones aisladas llevadas a cabo a finales del siglo XIX y comienzos del XX— con los trabajos de 155 Broadbent (1958) y Brown (1958), en Inglaterra, y de Peterson y Peterson (1959), en Estados Unidos. Como se partía de la idea de que la MCP era un almacén muy elemental que simplemente reciclaba la información y hacía de intermediario entre las memorias sensoriales y la memoria permanente, los primeros estudios experimentales se limitaron a investigar las cuestiones básicas de todo sistema de memoria; a saber, su capacidad, el tiempo de retención de la información, los procesos de codificación y recuperación y poco más. Sin embargo, a medida que avanzaban las investigaciones, tanto en número como en calidad, los investigadores fueron disponiendo de datos que iban configurando un cuadro cada vez más complejo de la MCP. De modo que el sistema sencillo de MCP se fue convirtiendo para los investigadores y teóricos de la memoria en un sistema de una extraordinaria complejidad y de una relevancia crucial en la cognición. La memoria a corto plazo no podía seguir siendo considerada solamente como un almacén para los inputs externos, sino como un sistema en el que convergen los inputs precategoriales procedentes de las memorias sensoriales y los inputs altamente elaborados procedentes de la MLP, y donde tienen lugar todas las operaciones cognitivas conscientes. La MCP es, en efecto, una memoria operativa (working memory) o la memoria con la que trabajamos cognitivamente. Más aún, se trata de un sistema que –como han señalado recientemente Andrew Conway et al. (2007)– es más que memoria, porque es memoria trabajando al servicio de la cognición compleja. Todo proceso cognitivo de orden superior, sea planificar una acción para la consecución de un objetivo, sea razonar, comprender un texto escrito, producir y comprender lenguaje, calcular mentalmente cuánto es 137 × 6, etcétera, es posible gracias a nuestro sistema de MCP. La capacidad que tenemos los seres humanos para mantener mentalmente activada una determinada cantidad de información en un estado permanentemente accesible (e.g., “Ana es mayor que Elena” y “María es mayor que Ana”) y al mismo tiempo realizar una tarea, por ejemplo, de razonamiento, con esa o con otra información (e.g., “¿Cuál es la mayor de las tres?”), es una hazaña posible gracias al trabajo de la MCP. 5.1.2. ¿Diferentes términos para el mismo sistema? Quizás por todo lo anterior, no sea obra del azar ni del capricho de los psicólogos el hecho de que encontremos tres términos diferentes, a saber, “memoria primaria”, “memoria a corto plazo” y “memoria operativa”, para referirse a lo que posiblemente sea el mismo sistema de memoria. William James (1890) distinguió entre “memoria prima ria” y “memoria secundaria”. Para James, la memoria primaria era cualitativamente diferente de la memoria secundaria, y se refiere a la información que está recibiendo atención y que constituye el 156 presente psicológico del sujeto. En la década de 1960, y bajo la influencia de trabajos tan prestigiosos como los de Hebb (1949) o Broadbent (1958), los psicólogos comienzan a utilizar el término memoria a corto plazo para referirse a un sistema que retiene la información procedente del exterior por un espacio de tiempo muy breve y bajo un formato especial mientras se transfiere a un sistema estable y permanente. Posteriormente, en la década de 1970, cuando algunos investigadores empiezan a reconocer la gran complejidad e importancia de este sistema de memoria, Baddeley y Hitch (1974) introducen el término memoria operativa (working memory) para referirse, precisamente, a un sis tema capaz de retener y manipular temporalmente la información mientras participa en tareas cognitivas tales como la lectura, la comprensión o el razonamiento. En una primera comparación, se observa que cada uno de los tres términos ha ido acompañado de un cambio de énfasis. Así, “memoria primaria” (MP) significó poner un énfasis especial en el papel de la atención y la conciencia; “memoria a corto plazo” (MCP) suponía centrarse, sobre todo, en el tiempo de retención de la información en dicha memoria, y “memoria operativa” (MO) supuso destacar el papel de la memoria como sistema de control del procesamiento de la información. Ante tal estado de cosas, surge la duda razonable de si estos tres términos se están refiriendo al mismo y único sistema de memoria o a diferentes sistemas de memoria. Durante las tres últimas décadas, se han planteado todas las posibles relaciones entre tales constructos y, sobre todo, entre los dos últimos. Así, para algunos teóricos, la MCP y la MO son constructos similares; para otros, la MCP es un subconjunto de la MO, y, según otros, la MO es un subconjunto de la MCP. El debate no ha terminado, sobre todo en el ámbito de la investigación idiográfica o de las diferencias individuales, donde se distingue entre tareas de amplitud de MCP (o tareas de amplitud simple) y tareas de amplitud de MO (o tareas de amplitud compleja) por entender que responden a constructos teóricos diferentes1. Sin embargo, los extraordinarios avances en la investigación psicológica básica (de naturaleza nomotética) y en la investigación neurocognitiva de la última década, que están significando “un cambio casi revolucionario en las teorías psicológicas sobre la memoria a corto plazo” –según palabras de Jonides et al. (2008)–, nos llevan a plantear y a asumir en este capítulo la idea de que la memoria a corto plazo y la memoria operativa se refieren al mismo sistema de memoria, que, a su vez, sería el mismo sistema en el que “el momento inmediatamente presente” de James se encuentra en la conciencia. Así pues –y siguiendo la sólida y bien argumentada revisión del grupo de trabajo de Jonides (op. cit.)–, consideramos que los tres términos referidos hacen referencia al mismo y único sistema de memoria a corto plazo; un sistema cuya función es mantener, durante un corto espacio de tiempo, una porción limitada de información mientras se manipula o se utiliza para realizar operaciones cognitivas complejas, y al que nos referiremos con la expresión clásica de “memoria a corto plazo”. 157 5.1.3. La memoria a corto y a largo plazo: ¿dos sistemas separados o un único sistema? El psicólogo canadiense Donald Hebb, en su influyente obra La organización de la conducta (1949), planteó la necesidad de asumir la existencia de dos sistemas de memoria separables: uno a corto plazo, cuya base fisiológica estaría en la actividad de los llamados “circuitos reverberatorios”, y otro a largo plazo, que implicaría un cambio estructural permanente en el sistema nervioso. Dado que el cambio estructural requiere un tiempo considerable para producirse, planteó la necesidad de un sistema de memoria a corto plazo responsable de mantener mientras tanto la información. Esta propuesta de Hebb no tuvo apenas eco hasta una década después, cuando, tras el desarrollo de diferentes paradigmas experimentales de memoria a corto plazo, se reavivó la cuestión de si la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo implicaban dos sistemas separados de memoria o, por el contrario, representaban aspectos diferentes de un único sistema. El trabajo de Peterson y Peterson sobre olvido a corto plazo (que será comentado más adelante), publicado en 1959, supuso el pistoletazo de salida a una controversia que, si bien alcanzó su punto álgido en la década de 1960, sigue planteada todavía. En pocas palabras, los dos frentes originales del debate están representados, por un lado, por los defensores de una teoría unitaria de la memoria (sólo existe un sistema: la memoria a largo plazo) y por la explicación del olvido en términos de interferencia, y, por otro, por investigadores que consideran que sus resultados exigen asumir la existencia de dos sistemas separados de memoria (uno a corto y otro a largo plazo) en los que el olvido y otros efectos se rigen por principios o leyes distintas. Aunque los argumentos utilizados por unos y otros no son exactamente los mismos en la actualidad, la controversia entre modelos que diferencian la memoria a corto plazo de la memoria a largo plazo (llamados “modelos multialmacén” o “modelos de doble almacén”) y modelos que rechazan dicha diferencia (llamados “modelos de almacén único”) sigue estando vigente. A) Evidencia cognitiva Un fenómeno bien conocido en psicología de la memoria es que cuando a un grupo de sujetos se les presenta una lista de palabras para que las retengan en su memoria e, inmediatamente después, se les pide que las recuerden en el orden que quieran (tarea de recuerdo libre), la probabilidad de recuerdo de cada palabra está en función del orden que ocupaba en la lista, y cuya representación gráfica adquiere forma de U (ver Figura 5.1). 158 Figura 5.1. Curva típica de posición serial. Esta representación gráfica, conocida con el nombre de curva de posición serial, muestra que los sujetos recuerdan bien las palabras del principio de la lista, regular o mal las de la parte central y especialmente bien las de las posiciones finales de la lista. Según los modelos de doble almacén, el buen recuerdo de las palabras de las primeras posiciones se debe al llamado efecto de primacía, que es explicado apelando a una mayor repetición o repaso de tales palabras y al hecho de que éstas son protegidas en la MLP de posibles efectos de interferencia, mientras que el excelente recuerdo de las palabras de las últimas posiciones de la lista se debe al llamado efecto de recencia, que se explica porque tales palabras son recuperadas directamente de la MCP. En resumen, el efecto de primacía representaría el trabajo de la MLP mientras que el efecto de recencia representaría el de la MCP. Frente a esta interpretación, los modelos de almacén único explican estos efectos apelando a la diferente discriminabilidad de los ítems retenidos en la memoria (los últimos son más fácilmente discriminables que los primeros). Postular que las porciones de primacía y de recencia dependen de sistemas distintos de memoria se ve apoyado por la evidencia de que determinadas variables las afectan de forma diferente. Por ejemplo, Glanzer y Cunitz (1966) comprobaron que la tasa a la que se presentan las palabras afecta al recuerdo de las palabras de la porción de primacía (con presentaciones lentas mejora el recuerdo, con presentaciones rápidas empeora), pero no a las de la porción de recencia. Por el contrario, la introducción de una actividad distractora al final de la lista reduce drásticamente el recuerdo de las palabras del final de la lista, dando lugar a la desaparición del efecto de recencia, y no tiene efecto alguno 159 sobre las del principio de la lista, es decir, no afecta al efecto de primacía. Para manipular la variable “intervalo de retención”, Glanzer y Cunitz (1966, experimento 2) se ajustaron al siguiente procedimiento: interpolaron una tarea distractora (contar en voz alta) entre el final de la presentación de la lista de palabras y el comienzo de la prueba de recuerdo. El intervalo de retención tuvo tres valores: 0, 10 y 30 segundos. Es decir, con unas listas, los sujetos realizaban la prueba de recuerdo inmediatamente después de la presentación (condición 0 segundos); con otras, la realizaban 10 segundos después, y, con otras, después de 30 segundos. Como se puede ver en la Figura 5.2, cuando no se demoraba el recuerdo, aparecía un efecto de recencia claro, que disminuía sensiblemente cuando se interpolaba una tarea distractora durante 10 segundos y que desaparecía cuando ésta duraba 30 segundos. El efecto de primacía, por el contrario, no se veía afectado en ninguna de las tres condiciones experimentales. En el trabajo de Glanzer y Cunitz encontramos, pues, dos disociaciones entre MCP y MLP. Por un lado, la tasa a la que se presentan las palabras afecta al efecto de primacía pero no al de recencia, y, por otro, el intervalo de actividad distractora afecta drásticamente al efecto de recencia pero no tiene ningún efecto sobre el de primacía. Analizados conjuntamente, estos resultados ofrecen una “disociación funcional cruzada” que difícilmente podría explicarse sin postular la existencia de un sistema de memoria a corto plazo y otro de memoria a largo plazo. Figura 5.2. Curvas de posición serial con intervalos de retención de 0, 10 y 30 segundos y sus efectos respectivos sobre la porción de recencia de cada curva. 160 B) Evidencia neuropsicológica Otra fuente de evidencia a favor de la distinción MCP-MLP proviene de pacientes con daños cerebrales. Los numerosos estudios con el paciente amnésico HM, quien sufrió la extirpación bilateral de gran parte del lóbulo temporal medial para aliviarlo de sus síntomas epilépticos, han puesto de manifiesto que este paciente muestra una MLP gravemente dañada pero mantiene preservada su MCP. Los pacientes amnésicos por daños en el lóbulo temporal medial, en general, tienen un rendimiento normal en tareas de “amplitud de memoria”, muestran un efecto de recencia intacto y realizan igualmente bien otras tareas de MCP (e.g., la tarea de Brown-Peterson, que será descrita más adelante). Asimismo, estos pacientes pueden mantener una conversación aparentemente normal con cualquiera, aunque, si el interlocutor abandona temporalmente la habitación y vuelve un instante después el paciente se comportará como si no hubiese hablado jamás con él. Esto fue lo que le ocurrió al psicólogo Wayne Wickelgren cuando estaba estudiando al paciente NA, un hombre amnésico a consecuencia de una herida en el lóbulo temporal medial. He aquí la anécdota tal y como la cuenta el propio Wickelgren2: Me presentaron a NA en una pequeña sala de estar del Departamento de Psicología del Instituto Tecnológico de Massachusetts. NA oyó mi nombre y dijo: – “Wickelgren, ése es un apellido alemán, ¿no?” – Yo dije: “No”. – “¿Irlandés?” – “No”. – “¿Escandinavo?” – “Sí, es escandinavo”. Después de unos cinco minutos de conversación con NA, me fui a mi despacho, donde permanecí otros cinco minutos, aproximadamente. Cuando regresé, me miró como si jamás me hubiese visto en su vida, y nos presentaron de nuevo. Entonces me dijo: – “Wickelgren, ése es un apellido alemán, ¿no?” – Yo dije: “No” – “¿Irlandés?” – “No”. – “¿Escandinavo?” – “Sí, es escandinavo”. Los pacientes amnésicos por daños en el lóbulo temporal medial presentan, pues, una disociación entre su MCP, que no ha resultado afectada por la lesión cerebral, y su MLP, que ha quedado seriamente dañada. Por último, hay otro tipo de pacientes, aquellos que han sufrido daños en regiones frontoparietales, que presentan el patrón inverso. En tareas de recuerdo libre, estos pacientes presentan un recuerdo normal de la porción inicial (efecto de primacía) y media de la curva de posición serial, pero un efecto de recencia claramente alterado que, 161 generalmente, se limita al último ítem de la lista. Además, su amplitud de memoria aparece seriamente limitada ya que son incapaces de repetir más de uno o dos dígitos. En resumen, el daño cerebral de estos pacientes se refleja en una MCP seriamente dañada frente a una MLP intacta. Considerados conjuntamente, los estudios con pacientes con daño cerebral ponen de manifiesto una “doble disociación” entre la MCP y la MLP (MCP intacta y MLP deficitaria o viceversa) que es considerada como evidencia sólida a favor de la existencia de dos sistemas separados de memoria. C) Estudios con neuroimágenes: evidencia neurocognitiva Los datos de estudios de neuroimagen con personas sanas ofrecen unos resultados relativamente claros. A pesar de que la distinción entre MCP y MLP está ampliamente aceptada, no siempre es fácil de demostrar en este tipo de investigaciones; sobre todo, porque, como han señalado recientemente Talmi et al. (2005), ambas memorias están entremezcladas en cualquier acto de retención y de recuperación. Hasta la fecha, son muy escasos los estudios que han comparado directamente la MCP y la MLP en los mismos sujetos; no obstante, todos han encontrado regiones cerebrales selectivas para cada uno de estos dos sistemas de memoria. De estos estudios hay uno, el del grupo de Talmi (2005), que ha encontrado, además, que el lóbulo temporal medial (LTM) únicamente se activa para la MLP. El estudio de Talmi analizó, mediante resonancia magnética funcional (RMf), las activaciones cerebrales que acompañan a la recuperación de información de la MCP y de la MLP en sujetos sanos. Partiendo de las interpretaciones que los dos tipos de modelos asumen sobre la curva de posición serial, estos investigadores hicieron las siguientes predicciones: 1) Si las diferencias en el recuerdo de los ítems que aparecen al principio y al final de la lista se deben –como postulan los defensores del modelo de almacén único– al grado diferente de discriminabilidad de los ítems, entonces tanto con el recuerdo de los ítems del principio como con los del final deberán activarse las mismas regiones, aunque diferirán en el grado de activación; y 2) si, por el contrario, el recuerdo diferencial de los ítems del principio y del final de la lista se debe al trabajo de la MLP y de la MCP, respectivamente –como predicen los modelos de doble almacén–, entonces la recuperación de los primeros y de los últimos ítems de la lista deberá activar regiones cerebrales diferentes. El área crucial en este estudio fue la más claramente asociada con los procesos de memoria a largo plazo, esto es, el sistema de memoria hipocampal o del lóbulo temporal medial. Los modelos de almacén único predicen que tanto la recuperación de los ítems del principio como la de los del final de la lista activarán el lóbulo temporal medial, aunque diferirán cuantitativamente, es decir, respecto al grado de activación de esta 162 región. Los modelos de doble almacén, por su parte, predicen que sólo la recuperación de los ítems del principio de la lista activará el lóbulo temporal medial. Los resultados del grupo de Talmi apoyaron las predicciones de los modelos de doble almacén al demostrar que sólo la recuperación de las palabras del principio de la lista activaba las áreas cerebrales tradicionalmente asociadas con la MLP. Además, ninguna de estas áreas del lóbulo temporal medial se activó con la recuperación de los ítems del final de la lista, que sí activaron áreas de la corteza frontal y parietal asociadas con la MCP. En conjunto, los datos presentados de naturaleza cognitiva, neuropsicológica y neurocognitiva constituyen evidencia convincente a favor de la distinción entre MCP y MLP. 5.2. La estructura de la memoria a corto plazo Décadas de investigación sobre la estructura y la función de la MCP han permitido conceptualizar este sistema como un conjunto de procesos que permiten el almacenamiento temporal de la información necesaria para realizar cualquier actividad cognitiva compleja. Como ya se ha dicho, Atkinson y Shiffrin fueron los primeros en señalar que la MCP es, en realidad, una memoria de trabajo3, es decir, el sistema de memoria del que nos valemos para mantener activada una cantidad limitada de información mientras llevamos a cabo una tarea cognitiva, ya sea leer esta página, calcular mentalmente la cuarta parte de 160 o decidir cuál es el camino más corto para ir, en Madrid, desde la Puerta de Alcalá al Congreso de los Diputados. Tareas así requieren la participación de la atención, de diversos componentes estructurales como la memoria a corto y a largo plazo, de diferentes procesos como la recuperación y el repaso, de cálculos o cómputos sobre las representaciones activadas, y de la planificación y la toma de decisiones para lograr el objetivo deseado. Por ello, resulta muy interesante comprobar cómo la investigación sobre la MCP ha cambiado radicalmente la idea de los teóricos de la memoria sobre la naturaleza, la estructura y las funciones de este sistema, que, en pocos años, ha dejado de ser un sistema muy elemental de memoria para ser considerado el eje central de la cognición, o, según palabras de Patricia Goldman-Rakic (1992, p. 111), “el logro probablemente más significativo de la evolución mental humana”. 5.2.1. La MCP es una memoria de trabajo Existe una amplia variedad de modelos sobre la arquitectura de la MCP, pero, sin lugar a 163 dudas, el más conocido e influyente de todos es el modelo multicomponente de Alan Baddeley. En 1974, Baddeley y Hitch pusieron de manifiesto las limitaciones del concepto de MCP derivado del modelo de Atkinson y Shiffrin. Como se recordará, en dicho modelo se asumía que la MCP era un sistema de capacidad limitada cuya función básica es repasar la información para impedir su pérdida u olvido y para, al mismo tiempo, transferirla al almacén a largo plazo. Sin embargo, una concepción tan limitada de la MCP era incompatible con la idea, cada vez más fuerte en aquella época, de que la MCP es el sistema en el que entran en contacto los inputs procedentes del mundo exterior con las representaciones provenientes de la MLP. Durante la realización de cualquier tarea cognitiva compleja, el individuo necesita disponer de muchos tipos de información, en un nivel muy alto de activación, para poder acceder a ellos con rapidez. Baddeley y Hitch plantearon que la MCP es, en realidad, una “memoria de trabajo central” cuya función es precisamente mantener activada la información (externa e interna) mientras participa en la realización de un rango amplio de tareas. Para apoyar su propuesta, realizaron diversos experimentos diseñados todos ellos con el fin de probar su hipótesis general. Dicha hipótesis reza así: si un sistema común de capacidad limitada es necesario para realizar diversas tareas cognitivas, entonces el hecho de que una tarea secundaria concurrente absorba una cantidad importante de su capacidad tendrá un efecto nocivo sobre la realización de dichas tareas, incluso cuando éstas no tengan un componente obvio de memoria a corto plazo. 5.2.2. El método de la tarea secundaria Baddeley y Hitch decidieron, en consecuencia, estudiar la capacidad de los sujetos para realizar tareas que se supone dependen de la MCP, mientras simultáneamente mantenían en su memoria secuencias de dígitos. Esta metodología de la tarea dual suponía concretar la hipótesis general en los siguientes términos: si la MCP se utiliza para la amplitud de memoria inmediata y la MCP es esencial para el razonamiento, la comprensión y el aprendizaje, entonces la realización de la tarea secundaria de amplitud de dígitos consumirá gran parte o casi toda la capacidad disponible de la MCP, y, por consiguiente, alterará significativamente la capacidad para razonar, comprender y aprender. La técnica de la tarea secundaria o de la tarea dual tuvo por tanto como objetivo demostrar experimentalmente que el viejo concepto unitario de MCP era inadecuado y debía ser reemplazado por otro más complejo: un modelo múltiple de memoria operativa. Para ello, realizaron diez ex perimentos en los que se presentaban a los sujetos secuencias de dígitos para su recuerdo inmediato mientras estaban ejecutando una tarea de razonamiento, comprensión o aprendizaje. La cuestión crítica era que para mantener los dígitos en el “retén de repaso” se necesitaba una cierta cantidad de procesamiento. Si 164 la MCP se sobrecarga con un número elevado de ítems (e.g., seis dígitos), el mantenimiento de éstos consumirá los suficientes recursos mentales (atencionales) como para deteriorar la realización de otra tarea. Como es sabido, en cualquier situación de doble tarea, se puede producir una independencia total, una dependencia total o un nivel intermedio de dependencia entre las dos tareas. Cuando ninguna tarea interfiere con la otra, se infiere que las dos tareas dependen de mecanismos o depósitos de recursos separados; cuando una tarea perturba la otra, se infiere que ambas están de mandando los mismos recursos atencionales. En los experimentos sobre “memoria operativa y razonamiento”, Baddeley y Hitch pedían a los sujetos que verificasen oraciones de distinta complejidad sintáctica al tiempo que debían mantener en su MCP una determinada carga de dígitos (de 0 a 9). Cada oración describía el orden de dos letras, A y B, y la tarea de los sujetos consistía en decidir, lo más rápidamente posible, si la oración describía correctamente el orden en el que se presentaban las letras. Las oraciones podían ser declarativas, activas y simples, como A sigue a B — BA, donde la respuesta correcta era “verdadero”; pasivas, como B es seguida por A — AB, donde la respuesta correcta es “falso”, o mucho más complejas, como A no está precedida por B — BA, donde la respuesta correcta es “falso”. Los resultados de los experimentos sobre razonamiento aparecen en la Figura 5.3. En ella destaca la tendencia del tiempo de verificación a aumentar sistemáticamente en función de la carga concurrente de dígitos, lo cual es consistente con la idea de que, en la realización de la tarea de amplitud de memoria y en la de razonamiento, está implicado el mismo sistema de capacidad limitada. Una segunda cuestión parecía también clara, y es que, aunque los efectos de la tarea de amplitud de memoria resultaban evidentes, no llegaron a ser catastróficos. Como puede observarse en la Figura 5.3, en el caso de máxima carga (9 dígitos) la latencia aumentó sólo un 30%. Por último, con respecto a los errores en la tarea de verificación, se observa que los sujetos podían mantener una tasa de error constante de aproximadamente un 5% con independencia de la carga de dígitos. En opinión de Baddeley (1986; Baddeley y Hitch, 1974), estos resultados son claramente incompatibles con el concepto unitario de MCP, puesto que una carga de 9 dígitos es más que suficiente para ocupar toda su capacidad y para impedir, por tanto, la realización de la tarea de razonamiento. La compensación (trade-off) entre la velocidad de razonamiento y la carga concurrente del almacén a corto plazo sugiere que la interferencia se produce en un “lugar de trabajo” de capacidad limitada que puede ser utilizado flexiblemente para almacenamiento o para procesamiento. Los datos de los restantes experimentos sobre comprensión y aprendizaje pro porcionaron a Baddeley y Hitch un cuadro similar: la tarea concurrente de amplitud de dígitos producía un decremento, que no llegaba nunca a ser catastrófico, en las tareas primarias de comprensión y aprendizaje. Por ejemplo, en los experimentos sobre comprensión, en los que se estudió el nivel de comprensión de pasajes de prosa mientras había que retener secuencias de 0, 3 ó 6 dígitos, la carga concurrente de 6 dígitos alteró significativamente el nivel de comprensión, pero no lo hizo la carga de 3 dígitos. Por último, en los experimentos de aprendizaje, en los que se estudió el recuerdo libre de 165 listas de 16 palabras no relacionadas bajo condiciones de 0, 3 ó 6 dígitos de carga, el recuerdo en la porción de primacía de la curva de posición serial se alteró sólo con la carga de 6 dígitos. Sin embargo, la magnitud del efecto de recencia no se vio alterada ni siquiera bajo la condición de 6 dígitos, lo que se interpretó como que el efecto de recencia y la amplitud de dígitos podrían reflejar la operación de diferentes componentes o sistemas de memoria. Figura 5.3. Tiempo y exactitud del razonamiento como una función de la carga concurrente de dígitos (según Baddeley, 1986). 5.2.3. El modelo de memoria operativa de Baddeley4 166 Baddeley y Hitch demostraron experimentalmente que el rendimiento en las tareas de razonamiento verbal, comprensión y aprendizaje dependía de la capacidad de un sistema de MCP de recursos limitados. Cuando la carga de memoria era de 1 ó 2 dígitos, no se producía ninguna perturbación en dicho sistema, lo que les llevó a pensar que el mantenimiento de estos ítems dependía probable mente de un componente específico del sistema de MCP. Por otro lado, ese componente encargado de la amplitud de memoria se sobrecargaba con 6 dígitos, y esa sobrecarga hacía que dicho componente consumiera la casi totalidad de los recursos del sistema de MCP. Estas interpretaciones implicaban abandonar la idea de que la MCP era un sistema unitario. Sus resultados encajaban en un sistema multicomponente de memoria a corto plazo al que denominaron “memoria operativa” o memoria de trabajo. Desde 1974, cuando Baddeley y Hitch publican la primera versión de dicho modelo, la MCP es considerada como un sistema de memoria operativa, en el sentido de que es el hipotético sistema cognitivo que trabaja al servicio de la cognición compleja. El modelo inicial proponía la existencia de tres componentes funcionales de memoria operativa: un ejecutivo central, al que se considera como un sistema de control de capacidad atencional limitada, que es responsable de la manipulación de la información y del control de dos sistemas subsidiarios de almacenamiento. Dichos sistemas subsidiarios son: el lazo fonológico, cuya función es el almacenamiento y el mantenimiento de la información en un formato fonológico, y la agenda visoespacial, dedicada al almacenamiento y al mantenimiento de la información visual y espacial. Hace pocos años, Baddeley (2000) añadió un cuarto componente, el buffer episódico, un almacén de capacidad limitada que utiliza un código multidimensional. Así pues, en su formulación más reciente (ver Figura 5.4), este modelo incluye tres buffers (un “buffer” es un almacén para la retención temporal de la información) para diferentes formas de información (el lazo fonológico, la agenda visoespacial y el buffer episódico), y un ejecutivo central para organizar las relaciones entre los “buffers” y la memoria a largo plazo. 167 Figura 5.4. Representación actualizada del modelo multicomponente de memoria operativa de Baddeley. A) El lazo fonológico El lazo fonológico incluye dos componentes: un almacén fonológico, que puede mantener pasivamente en un formato acústico o fonológico las huellas de memoria durante unos segundos antes de que se desvanezcan, y un proceso activo de repaso articulatorio que es análogo al habla subvocal. La función del repaso articulatorio es recuperar y rearticular la información retenida en el almacén fonológico para refrescar la huella de memoria. Se asume que el lazo fonológico es un sistema temporal de almacenamiento que se ha desarrollado a partir de los mecanismos de percepción y producción del habla, por lo que resulta básico para la adquisición del lenguaje y para el mantenimiento de la información verbal. Es un sistema específico de dominio en el que los inputs verbales entran automáticamente, y, además, puede recodificar los estímulos presentados 168 visualmente en un formato fonológico a través de un proceso de articulación subvocal. Precisamente porque dicho proceso de articulación tiene lugar en tiempo real, la memoria inmediata tiene una amplitud limitada (piénsese, por ejemplo, en la tarea de amplitud de dígitos). La explicación de esta limitación estriba en que, cuando el número de ítems repasados aumenta, se llega a un punto en el que el primer ítem se habrá desvanecido antes de que pueda ser repetido. Estos supuestos, incluida la existencia del lazo fonológico y sus dos componentes, se ven apoyados por los siguientes hallazgos empíricos. a) b) c) Amplitud limitada. El hallazgo básico relacionado con el almacén fonológico o verbal es la cantidad limitada de información que cualquier sujeto puede retener. Si se presenta un pequeño conjunto de dígitos, letras o palabras no relacionadas y se instruye a los sujetos para un recuerdo serial inmediato, es decir, para que repitan los ítems que se les presentan en el mismo orden en que los oyen, resulta fácil comprobar que cuando el conjunto es pequeño (e.g., 2, 3, 4 ó 5 ítems) generalmente los sujetos no tienen ningún problema para realizar correctamente la tarea; sin embargo, cuando la serie alcanza los 6, 7 u 8 ítems, un número considerable de sujetos presenta dificultades para repetirlos correctamente. En definitiva, con estos tests de amplitud de memoria inmediata se comprueba que existe una amplitud limitada en nuestra MCP que se sitúa alrededor de los 6-8 ítems. El efecto de similitud fonológica. Conrad y Hull (1964) demostraron que la amplitud de memoria se veía afectada por la similitud fonológica de las letras. Por ejemplo, observaron que secuencias de letras tales como B P D T C (fonológicamente muy parecidas entre sí) se recordaban peor que secuencias tales como L V R Y G (fonológicamente diferentes). Desde entonces, este hallazgo ha sido replicado muchas veces y los investigadores (e.g., Baddeley, 1966a) han podido comprobar además que si bien la similitud fonológica de las palabras afecta a la cantidad recordada, la similitud semántica tiene un efecto mínimo. El efecto del habla no atendida. Existe evidencia experimental de que el recuerdo serial inmediato de palabras presentadas visualmente se deteriora si durante la presentación el sujeto es expuesto también a material hablado irrelevante. Se ha comprobado que dicho efecto se produce tanto si el material está en el idioma de los participantes (e.g., inglés) como si no (e.g., español o árabe), lo que sugiere que el proceso de recuerdo opera en el nivel del sonido y no del significado. Además, el efecto no puede atribuirse a la distracción porque se ha demostrado que el ruido sin más no altera la memoria, incluso cuando se presenta a un volumen muy elevado. Durante la última década, se han propuesto diferentes explicaciones del efecto del habla no atendida; sin embargo, como señalan Repovs y Baddeley (2006), el mecanismo exacto de este efecto sigue sin conocerse. No 169 d) e) obstante, la evidencia sugiere que el habla irrelevante accede al almacén fonológico y altera el proceso de recuerdo de las palabras presentadas visualmente. El ruido, por el contrario, no tiene efecto alguno porque se mantiene fuera del almacén fonológico por la acción de un filtro que distingue entre ruido y habla. El efecto de la longitud de las palabras. Baddeley, Thomson y Buchanan (1975) comprobaron que la amplitud de memoria disminuía a medida que aumentaba la longitud de las palabras. Por ejemplo, al comparar el recuerdo de la secuencia Chad, Burma, Grecia, Cuba, Malta, con el de Checoslovaquia, Somalia, Nica ragua, Afganistán, Yugoslavia, encontraron que los sujetos podían recordar correctamente un promedio de 4,17 palabras cortas frente a 2,80 palabras largas. En un estudio posterior, comprobaron que el efecto no depende del número de sílabas sino del tiempo necesario para decir la palabra. En un estudio diferente, Ellis y Hennelly (1980) reafirmaron esta idea al descubrir por qué las puntuaciones normales de la amplitud de dígitos en la versión galesa del WISC eran consistentemente más bajas que en la versión inglesa: los dígitos necesitan más tiempo para articularse en galés que en inglés; cuando eliminaron este factor, por supresión articulatoria (ver más adelante), desaparecieron las diferencias. Así pues, se ha asumido que el efecto de la longitud de las palabras refleja el proceso activo del repaso articulatorio. La amplitud de memoria se considera, por tanto, como una función conjunta del tiempo que tarda en desvanecerse una huella de memoria en el almacén fonológico y de la velocidad con la que puede restablecerse por el repaso. Como las palabras cortas pueden repetirse más rápidamente que las largas, la amplitud de memoria aumenta con las palabras cortas y disminuye con las palabras largas. El efecto de la supresión articulatoria. Murray (1968) demostró que si a los sujetos se les impide el repaso subvocal pidiéndoles que articulen repetidamente alguna palabra irrelevante, como el artículo the, la amplitud de memoria se reduce significativamente. Cuando el material se presenta visualmente, la supresión articulatoria elimina los efectos de la similitud fonológica, del habla no atendida y de la longitud de las palabras. Esto ocurre, presumiblemente, porque la supresión impide al sujeto traducir el material visual a un código fonológico. Cuando la presentación es auditiva, la supresión articulatoria no elimina los efectos de la similitud fonológica ni los del habla no atendida porque los estímulos hablados “tienen un acceso automático y privilegiado al almacén fonológico, puenteando el proceso de repaso articulatorio” (Repovs y Baddeley, op. cit., p. 8); sin embargo, sí altera los efectos de la longitud de las palabras, porque se supone que éstos dependen del mismo proceso de control articulatorio que interviene en la tarea de supresión articulatoria. 170 B) La agenda visoespacial Si alguien le preguntara “¿Cuántas ventanas hay en su casa?”, es muy probable que, para responder correctamente, Vd. procediese de la siguiente manera: en primer lugar, crearía una imagen mental de su domicilio y, a continuación, iría recorriendo mentalmente las distintas estancias y contando las ventanas que se fuera encontrando. Éste no es el único recurso mental del que dispone para responder a la pregunta de las ventanas, pero sí es uno de los más utilizados y de los más eficaces. Todos formamos imágenes mentales, con frecuencia y con facilidad, de multitud de personas, objetos o escenarios. Unas veces lo hacemos por puro entretenimiento, como cuando nos recreamos en nuestro recuerdo de la playa paradisíaca en la que pasamos unos días de vacaciones el verano pasado, y otras por necesidad o como ayuda para nuestra memoria, como cuando preguntamos cómo llegar a un lugar determinado en una ciudad que no conocemos. La agenda visoespacial es el sistema de la MCP que se asume tiene como función mantener y manipular la información visual y espacial, dos procesos que resultan esenciales para llevar a cabo muchas tareas cognitivas. Asimismo, se postula que este sistema funciona independientemente del lazo fonológico; es decir, que la codificación visual-espacial y la codificación fonológica no interfieren entre sí. Brooks (1967) demostró experimentalmente esa falta de interferencia. Para ello manipuló el modo de presentación de la tarea (visual o verbal) y el modo de la respuesta (visual o verbal) y comprobó que los sujetos tenían muchas dificultades cuando la tarea y la respuesta eran de la misma modalidad (ambas visuales –porque ambas exigían la implicación de la agenda visoespacial– o ambas verbales –porque ambas exigían la implicación del lazo fonológico–) y, por el contrario, realizaban la tarea sin dificultad si la presentación y la respuesta eran de diferente modalidad. Estudios como éste sugieren que la agenda visoespacial y el lazo fonológico pueden funcionar simultáneamente con eficacia. Durante los últimos años se han realizado abundantes estudios que demuestran la conveniencia de fraccionar este sistema tanto a nivel de dominio como a nivel de procesos. Respecto al dominio, parece suficientemente probado que la agenda visoespacial no es un sistema unitario sino que puede dividirse en un subsistema visual y un subsistema espacial con procesos de almacenamiento, mantenimiento y manipulación independientes. Respecto a los procesos, Logie (1995) ha propuesto un fraccionamiento de la agenda visoespacial análogo al del lazo fonológico. En concreto, dentro de este sistema distingue un componente pasivo de almacenamiento visual, llamado almacén visual, y un proceso dinámico de recuperación y repaso espacial, llamado el escriba interno. La función del “almacén visual” sería la retención de la información visual que no ha sido modificada por la codificación, mientras que la del “escriba interno” es el procesamiento activo que permite la transformación, manipulación o integración de la información espacial 171 almacenada. La existencia de estos dos subcomponentes separados se apoya en el establecimiento de disociaciones funcionales y disociaciones dobles con pacientes neuropsicológicos. C) El ejecutivo central Desde 1974, cuando Baddeley y Hitch presentaron el primer modelo de memoria operativa, el ejecutivo central ha sido considerado el componente más importante pero el menos conocido. Aunque algunos estudios recientes han pretendido clarificar sus posibles roles, es justo reconocer –como hacen muchos investigadores, incluido el propio Baddeley5– que el concepto mismo y la descripción actual del ejecutivo central siguen siendo vagos e imprecisos. En la primera versión del modelo de memoria operativa, el ejecutivo central fue considerado como un depósito de recursos generales de procesamiento al que se le asignaron todas las cuestiones complejas que no estaban directa ni específicamente relacionadas con los dos subsistemas restantes. En esencia, fue considerado como el centro de control de la memoria a corto plazo, con dos sistemas esclavos a su servicio (el lazo fonológico y la agenda visoespacial), cuya función básica era organizar los recursos atencionales. Cuando una tarea concreta exige el trabajo del lazo fonológico o de la agenda visoespacial, el ejecutivo central despliega los recursos necesarios. Este modelo ha experimentado una evolución extraordinaria durante los últimos treinta años, sobre todo en lo referente al ejecutivo central, que ha pasado a ser considerado un “controlador atencional” más que un sistema de memoria. El ejecutivo central dirige el funcionamiento de la MCP y lo hace según el modo de “control atencional” propuesto, en 1986, por Norman y Shallice. El modelo de control de la acción de Norman y Shallice establece que las acciones pueden realizarse bajo uno de los tres siguientes modos de control: 1) de un modo totalmente automático, 2) sin dirección consciente o de un modo parcialmente automático y 3) de un modo consciente y deliberado. En cada nivel, el control es ejercido por un mecanismo distinto. Las acciones totalmente automáticas son controladas por esquemas y hábitos que utilizan claves ambientales. Por ejemplo, aunque conducir un automóvil sea una actividad muy compleja, cualquier conductor avezado tiene la experiencia de llegar a veces a casa de vuelta del trabajo y caer en la cuenta de que no recuerda prácticamente nada de lo que ha hecho en los distintos cruces, semáforos o plazas por los que ha pasado, aunque tiene la seguridad absoluta de que no ha infringido ninguna norma de tráfico. La falta de memoria de gran parte del trayecto se debe a que su acción de conducir ha estado controlada automáticamente, guiada por esquemas y hábitos bien aprendidos y sin la participación de la atención. 172 Por otro lado, las acciones parcialmente automáticas se desarrollan bajo el control de un mecanismo de contención (Norman y Shallice lo llamaron contention scheduling), una especie de programa de “resolución de conflictos” que entra en acción cuando, en un momento determinado durante la realización de una acción, diferentes claves se contradicen entre sí y, lógicamente, entran en conflicto. Por ejemplo, si vamos conduciendo por una vía con poco tráfico y sin ningún problema aparente, nuestra atención y nuestro pensamiento pueden estar centrados en la cena que compartimos anoche con un grupo de amigos. Ahora bien, si de repente otro coche invade nuestro carril, podemos entrar en conflicto entre acelerar y pasar a un carril distinto o frenar y cederle el paso al otro conductor. En ocasiones, dicho conflicto puede ser resuelto automáticamente o con poca atención gracias a la intervención del mecanismo de resolución de conflictos; sin embargo, otras veces no será posible resolver el conflicto sin la intervención de la atención. Cuando sucede esto último o cuando surge una situación nueva, por ejemplo, si giramos en una esquina y nos encontramos con un accidente, entonces, cortamos inmediatamente nuestros pensamientos de la cena y toda nuestra atención es asignada a la tarea de conducir y a la resolución del problema que acabamos de encontrar. En situaciones así, nuestras acciones pasan a ser controladas por un “sistema atencional supervisor” (SAS), lo que supone realizarlas de un modo deliberado, atencional y consciente. El SAS es un sistema de control de orden superior que actúa añadiendo un nivel extra de activación a los esquemas apropiados (por ejemplo, frenar al ver el accidente) o un nivel extra de inhibición a los esquemas inapropiados (por ejemplo, acelerar) con el fin de orientar al mecanismo de resolución de conflictos en su búsqueda de soluciones alternativas6. Desde hace años, Baddeley considera que el modelo de Norman y Shallice, y muy especialmente el SAS, ofrecen una base teórica potencialmente muy rica para conceptualizar y desentrañar la naturaleza del ejecutivo central. Aunque la adopción del SAS como un modelo del ejecutivo central no elimina el problema del homunculus (ya que supondría considerar al ejecutivo como una especie de “hombrecillo” que desde nuestro cerebro/mente controlaría nuestras acciones y tomaría todas las decisiones relevantes)7, sí parece proporcionar un marco de trabajo adecuado para especificar las capacidades y los procesos propios de un controlador atencional. En 1996, Baddeley postuló cuatro capacidades básicas del ejecutivo central: (a) la capacidad para focalizar la atención, que ha sido explorada utilizando como tarea concurrente la generación aleatoria de dígitos por entender que implica fuertes demandas sobre el ejecutivo central; (b) la capacidad para dividir la atención, que ha sido investigada con pacientes con enfermedad de Alzheimer, quienes generalmente presentan, además de un déficit grave de memoria episódica, importantes déficits atencionales y, por tanto, previsiblemente sufren una alteración del ejecutivo central; (c) la capacidad para cambiar la atención, un proceso particularmente sensible a daños en los lóbulos frontales, y (d) la capacidad para vincular la memoria operativa con la MLP, esto es, para relacionar el contenido de los subsistemas componentes de la memoria operativa con la memoria a largo plazo. 173 Tomados conjuntamente, los resultados experimentales apoyan las dos primeras suposiciones, es decir, que focalizar y dividir la atención representan capacidades separables del ejecutivo central. Respecto al cambio de atención, los hallazgos experimentales aconsejan considerarlo como el resultado de diferentes procesos atencionales (unos automáticos y otros con demandas de atención) y no como un proceso ejecutivo único. En concreto, se asume que en el cambio de atención intervienen al menos dos procesos: el mantenimiento de un programa de cambio de tarea y la capacidad para ejecutar o activar la tarea apropiada. El ejecutivo central estaría involucrado en el último, mientras que el lazo fonológico desempeñaría un importante papel de control en el primero. En cuanto a la capacidad para conectar la MCP y la MLP, Baddeley la atribuye al nuevo componente del modelo, el buffer episódico. D) El buffer episódico Hace pocos años, Baddeley (2000) añadió un cuarto componente al modelo de memoria operativa: el buffer episódico. La adición de este nuevo componente surgió de la necesidad de resolver o de subsanar algunas inconsistencias o fallos del modelo original de tres componentes. Uno de los problemas fundamentales del primer modelo era explicar cómo interactúan la memoria operativa y la memoria a largo plazo. Este problema se pone claramente de manifiesto cuando se compara la amplitud de memoria inmediata de palabras no relacionadas, que suele ser de unas 5 palabras, con la amplitud de memoria de palabras relacionadas (mediante el uso de oraciones), que puede llegar hasta 16. El modelo de tres componentes no puede explicar este hecho, sencillamente porque 16 palabras es una cantidad que sobrepasa con creces la capacidad del lazo fonológico. Por otro lado, el modelo tampoco puede explicar que la amplitud de memoria inmediata de palabras sea inferior con listas de pares de palabras (sustantivo-adjetivo) cuyos sustantivos están semánticamente relacionados (e.g., sacerdote-pío, vicario-santo) que con listas donde no se da tal relación semántica (e.g., sacerdote-pío, manzanadeliciosa). La imposibilidad del modelo original para explicar este hallazgo deriva del supuesto de que la información verbal es almacenada en el lazo fonológico en un código puramente fonológico. El modelo de tres componentes, al asumir que los dos subsistemas esclavos son almacenes separados e independientes, tampoco puede explicar cómo y dónde se combina e integra la información de ambos subsistemas. La tarea de amplitud de dígitos nos muestra que la amplitud promedia de la población general se sitúa alrededor de 7 dígitos. Ahora bien, si en el lazo fonológico sólo pueden almacenarse dos o tres dígitos, ¿dónde se retienen los otros cuatro o cinco? Si la respuesta es “en la agenda visoespacial”, habría que preguntarse cómo y dónde se combinan los dígitos del almacén 174 visual con los del almacén fonológico. Para responder a estas y otras cuestiones relacionadas, Baddeley propuso la existencia del buffer episódico, un sistema separado de almacenamiento que puede retener alrededor de cuatro ítems de información (o chunks –más adelante se define este término–) en un código multidimensional. Esta capacidad para almacenar información con diferentes códigos le permite actuar como vínculo de unión entre los subsistemas fonológico y visoespacial y la memoria a largo plazo. Se considera un “buffer” porque actúa como un interfaz de capacidad limitada entre sistemas que utilizan códigos diferentes, y se considera “ episódico” porque forma escenas y episodios integrando la información procedente de los subsistemas de la propia memoria operativa, de la MLP y de la percepción. El buffer episódico está controlado atencionalmente por el ejecutivo central y es accesible a través de la experiencia consciente. El ejecutivo central se considera un sistema puramente atencional cuya función trasciende los límites de la memoria, pero el buffer episódico tiene un carácter puramente mnemónico. Baddeley lo consideró inicialmente como un sistema activo y necesario para integrar, por ejemplo, las palabras de una oración en porciones significativas, o las características perceptivas como la forma y el color en objetos percibidos. Sin embargo, evidencia empírica reciente sugiere abandonar esta idea y considerarlo más bien como un sistema pasivo en el proceso de ligamiento. Respecto a su acceso, inicialmente se asumió que sólo se podía realizar a través del ejecutivo central; sin embargo, datos recientes señalan que la información puede acceder al buffer episódico directamente desde el lazo fonológico, desde la agenda visoespacial (en la Figura 5.4, las flechas d y e) y desde la MLP. Por último, este buffer parece desempeñar también un papel clave en el modo como la emoción influye en la memoria a corto plazo. 5.3. Los límites de la MCP La experiencia diaria nos enseña que nuestra “memoria” puede guardar sin esfuerzo aparente durante años, o incluso durante toda la vida, innumerables recuerdos de episodios personales y, sin embargo, se muestra especialmente frágil y vulnerable para mantener, por ejemplo, un número de teléfono. Esta discrepancia resulta, como sabemos, de que en el primer caso es la memoria a largo plazo la responsable, mientras que en el segundo depende de la memoria a corto plazo. Como estamos viendo, la MCP es de una complejidad extraordinaria y desempeña un papel crucial en la cognición, pero, como vamos a comprobar, se trata de un sistema muy limitado, tanto en el tiempo como respecto a la cantidad de información que puede mantener. Cada vez que Vd. tiene que telefonear a un número desconocido, se ponen de 175 manifiesto ambos límites, ya que, por un lado, usted comprueba la dificultad que supone retener los nueve dígitos del número de teléfono, y, por otro, lo fácil que es olvidar algunos de tales dígitos si, en el breve intervalo que media entre mirar el número en la agenda y marcarlo, alguien o algo le distrae. El sistema de MCP se caracteriza precisamente por su limitado tiempo de retención (como veremos a continuación, la información retenida se pierde en pocos segundos) y por su limitada capacidad, tan limitada que, como veremos después, apenas puede sobrepasar las cuatro unidades de información. 5.3.1. Límites temporales: El olvido a corto plazo Como dicen Jonides y sus colaboradores (2008), el olvido de la memoria a corto plazo es un problema engorroso, porque, ¿cómo explicar que alguien no pueda recuperar algo que acaba de codificar hace sólo unos segundos? Para responder a esta pregunta, los psicólogos experimentales han diseñado tareas ingeniosas y han elaborado teorías con un gran poder explicativo, aunque, como veremos, la explicación del olvido a corto plazo sigue abierta a distintas interpretaciones. A) La tarea distractora de Brown-Peterson Como señalaron los psicólogos estadounidenses Eugene Zechmeister y Stanley Nyberg (1982), existen pocos experimentos en la historia de la investigación de la memoria que hayan provocado un impacto tan grande como los realizados por John Brown (1958) en Inglaterra y por Lloyd y Margaret Peterson (1959) en EE.UU. Sus experimentos respectivos, realizados independientemente pero sorprendentemente muy similares, fueron de una gran sencillez y su procedimiento se conoce con el nombre de paradigma o tarea de Brown-Peterson. Valiéndose de la técnica distractora ideada por Brown, los norteamericanos Peterson y Peterson aplicaron el siguiente procedimiento: cada ensayo comienza con la presentación de tres consonantes (por ejemplo, KBM) y un número de tres cifras (por ejemplo, 347), e inmediatamente el sujeto inicia una tarea distractora que puede durar de 0 a 18 segundos. El sujeto ha sido instruido previamente para que empiece a contar en voz alta y hacia atrás desde dicho número, generalmente de tres en tres o de cuatro en cuatro. Esta tarea de contar hacia atrás es una tarea difícil y tiene como fin impedir que el sujeto atienda y repase el trigrama de consonantes, por lo que recibe el calificativo de distractora. Con este procedimiento, el experimentador trata de determinar con qué rapidez olvida el sujeto los tres ítems una vez que su atención ha sido asignada a la tarea 176 distractora. Para ello, el experimentador interrumpirá el contar hacia atrás del sujeto, tras períodos variables de tiempo (generalmente, entre 0 y 18 segundos), y le pedirá que recuerde las tres consonantes. Tras cada interrupción, comienza un nuevo ensayo con un nuevo trigrama y un nuevo número de tres cifras. Peterson y Peterson comprobaron que el trigrama de consonantes se olvidaba casi por completo después de 18 segundos si al sujeto no se le permitía repasarlo. Como se puede observar en la Figura 5.5, el recuerdo de las tres letras era sólo ligeramente superior al 70% después de 3 segundos de contar hacia atrás, y de apenas un 10% tras 18 segundos de tarea distractora. Resulta obvio que el ingrediente esencial de este hallazgo era la tarea distractora. Como explícitamente señalaron Peterson y Peterson: Se consideró que la actividad verbal continua (contar en voz alta), durante el tiempo comprendido entre la presentación y la señal de recordar, era aconsejable para minimizar la conducta de repaso. Los materiales habían sido seleccionados para que fuesen categorialmente diferentes y, por tanto, provocaran la mínima interferencia (1959, p. 194). Aunque uno no haya participado nunca en una tarea de este tipo, es fácil imaginar que la tarea de contar hacia atrás de tres en tres necesita una gran cantidad de atención, y que, por tanto, es incompatible con el repaso del trigrama de consonantes dado que dicho repaso necesita tanta atención como contar hacia atrás. No obstante, en el experimento de los Peterson resultó sorprendente que las letras se olvidaran tan rápidamente (después de sólo 3 segundos ya se había perdido un 30%) teniendo en cuenta que la MCP nunca estaba sobrecargada. ¿Cuál era, entonces, la causa del olvido? 177 Figura 5.5. Resultados de una tarea típica de Brown-Peterson sobre el olvido en la memoria a corto plazo, que demuestran que la cantidad de recuerdo decae como una función del intervalo de retención. Adaptado de Peterson y Peterson (1959). B) ¿Decaimiento o interferencia? El estudio de Peterson y Peterson fue acogido con gran interés porque presentaba una técnica muy sencilla para estudiar el olvido a corto plazo. Pero, sobre todo, sus resultados tuvieron un gran impacto porque fueron interpretados en términos de decaimiento. En efecto, estos investigadores atribuyeron el olvido a corto plazo a un proceso de decaimiento de las huellas de memoria, que tiene lugar como resultado del desvanecimiento o de la erosión de las huellas por el simple paso del tiempo y es independiente de la naturaleza del material distractor. La explicación del olvido en términos de decaimiento tuvo un impacto tremendo en el seno de la psicología del aprendizaje verbal, que vio tambalearse todo el campo al ser amenazado su presupuesto fundamental, esto es, que el aprendizaje verbal es el producto de la formación de asociaciones entre ítems y que el olvido es el resultado de la interferencia entre las nuevas y las viejas asociaciones. En un sentido amplio, la interferencia puede ser de dos tipos: proactiva y retroactiva. Se habla de interferencia 178 proactiva cuando una información antigua perturba el aprendizaje y la retención de información nueva, y de interferencia retroactiva cuando la información nueva ejerce efectos negativos sobre la recuperación de información antigua. En el Capítulo 8, se analizan teórica y experimentalmente ambos tipos de interferencia. En el contexto téorico de finales de los años cincuenta del siglo pasado, los resultados del matrimonio Peterson eran difíciles de explicar porque, según la teoría de la interferencia, no hay razón para que los dígitos de la tarea distractora interfieran tan drásticamente con las letras que hay que recordar al pertenecer a categorías distintas. En consecuencia, el olvido encontrado podía ser atribuido al simple paso del tiempo. Si el olvido a largo plazo encontraba una explicación adecuada en los principios de interferencia, entonces los resultados de Peterson y Peterson parecían sugerir la necesidad de postular dos sistemas de memoria separados: un sistema de MCP, en el que el olvido es el resultado del decaimiento, y un sistema de MLP, en el que el olvido se produce por interferencia. Como era previsible, las réplicas por parte de los teóricos de la interferencia no se hicieron esperar. En los primeros años de la década de 1960 aparecieron distintos trabajos experimentales que aportaban datos a favor de la tesis de que en la tarea de Brown-Peterson el olvido es el resultado de la interferencia proactiva y no del decaimiento. Éste fue el caso de Keppel y Underwood (1962), quienes partieron de la hipótesis de que si la interferencia proactiva contribuye al olvido en dicha tarea, entonces el recuerdo deberá empeorar a medida que los sujetos realicen más ensayos de aprendizaje. Estos autores demostraron que si sólo se considera el primer ensayo de la tarea de Brown-Peterson, la ejecución es casi perfecta con independencia de la amplitud del intervalo de distracción, mientras que en el segundo y tercer ensayo la curva de olvido se va pareciendo cada vez más a la encontrada por Peterson y Peterson, que es una curva promediada sobre un gran número de ensayos. Keppel y Underwood concluyeron, por tanto, que el olvido observado en los estudios de Peterson y Peterson se debía a la interferencia, que iba aumentando con el número de ensayos, y no al decaimiento. Las implicaciones teóricas de este hallazgo serían sacadas a la luz un año después, esto es, en 1963, en un influyente artículo de Arthur Melton en el que defendió una visión monista de la memoria: si la interferencia se produce tanto en la retención a corto plazo como a largo plazo –argumentó Melton–, entonces no hay necesidad de apelar a dos sistemas de memoria sepa rados. Frente a la hipótesis dúplex de la memoria que distingue un sistema de MCP separado de un sistema de MLP, Melton afirmó que los resultados de los experimentos sobre MCP podían ser reinterpretados y mostrar con precisión que las leyes subyacentes a los mismos eran leyes clásicas del aprendizaje y la memoria establecidas en los laboratorios de aprendizaje verbal. A pesar de su gran influencia, el trabajo de Melton, que ha sido tratado con gran respeto desde su publicación, se considera desde hace tiempo –como señalara Crowder (1982)– como el último argumento de una causa perdida. Otros muchos investigadores continuaron contrastando la hipótesis de la 179 interferencia con la hipótesis del decaimiento, pero sus resultados no siempre han sido coincidentes. En suma, la cuestión “interferencia versus decaimiento” como explicación del olvido a corto plazo parece que, a pesar de las numerosas investigaciones de que ha sido objeto, continúa abierta. En 1982, Zechmeister y Nyberg escribían: Nos gustaría poder decir que la cuestión ‘decaimiento versus interferencia’ como explicaciones del olvido en la memoria primaria ha sido finalmente resuelta y que, más de 20 años después de la introducción de la tarea de Brown-Peterson, se ha obtenido con este paradigma evidencia concluyente sobre la naturaleza del olvido. Desafortunadamente, la cuestión no está completamente resuelta (p. 42). En el momento actual, la explicación del olvido a corto plazo sigue sin resolverse definitivamente a pesar de que se ha avanzado extraordinariamente en el análisis de los procesos cognitivos y neurales subyacentes tanto al decaimiento como a la interferencia. En la revisión ya citada de Jonides et al. (2008), se analizan pormenorizadamente ambos procesos y se sugiere la plausibilidad tanto del decaimiento como de la interferencia por entender que los dos procesos podrían estar implicados en el olvido a corto plazo. Desde una perspectiva neurocognitiva, estos autores consideran que el olvido a corto plazo puede producirse por dos razones: 1) cuando los ítems quedan fuera del foco atencional y tienen que competir con otros ítems por entrar en el foco (en cuyo caso, el olvido se deberá a la interferencia), y 2) cuando la fidelidad de las representaciones se desvanece con el tiempo a causa de la variabilidad en los patrones de disparo neuronal (en cuyo caso, se deberá al decaimiento). Estos dos procesos no implican dos hipótesis alternativas sino un patrón de procesamiento en el que la interferencia y el decaimiento están presentes. Más aún, incluso cuando no se produce interferencia, el paso del tiempo hace que diferentes procesos bioquímicos den lugar al decaimiento de la activación neural a corto plazo y con ello a la pérdida gradual de la huella de memoria. En resumen, las más recientes interpretaciones neurocognitivas de la vieja polémica ‘decaimiento versus interferencia’ parecen dar la razón a los psicólogos cognitivos que hace años concluyeron que el olvido a corto plazo en unos experimentos probablemente se debía al decaimiento y en otros probablemente se debía a la interferencia, convencidos de que ambos procesos son una realidad causal (véase Ruiz-Vargas, 1991, p. 125). C) Liberación de la interferencia proactiva Como ocurre habitualmente en ciencia, el debate ‘decaimiento versus interferencia’ ha traído consigo, además de sustanciales avances en el conocimiento de ambos procesos, el descubrimiento de otros fenómenos de interés. 180 Según hemos visto, el trabajo de Keppel y Underwood (1962) supuso un claro desafío para la interpretación del olvido a corto plazo en términos de decaimiento. Estos autores demostraron que, en el primer ensayo, el recuerdo de las tres letras era virtualmente perfecto, mientras que la tasa tan rápida de olvido encontrada por los Peterson sólo se producía después de que los sujetos hubieran recibido varios ensayos. Keppel y Underwood explicaron este hallazgo de la siguiente manera: a medida que el sujeto va realizando sucesivos ensayos en la tarea de Brown-Peterson, recordar el trigrama de letras es cada vez más difícil porque los ensayos previos están generando interferencia proactiva (IP). Lo que significa que la MCP pierde información rápidamente (en unos 15-20 segundos) porque en cada nuevo ensayo se presenta y evalúa material similar al ya presentado. En trabajos posteriores, tal y como veremos a continuación, otros investigadores confirmaron que, en efecto, la cantidad de interferencia, en general, depende de la similitud de los materiales empleados. Esta última propuesta generó una nueva línea de investigación que partió del supuesto de que si la interferencia depende de la similitud, entonces será posible deshacerse de ella cambiando la naturaleza del material de memoria después de los primeros ensayos. Como veremos a continuación, si tras varios ensayos se cambia la clase de los ítems (por ejemplo, de consonantes a dígitos) la ejecución aumenta espectacularmen te. A ese incremento de la ejecución se le ha llamado liberación de la interferencia proactiva. Wickens, Born y Alien (1963) argumentaron que, dado que la similitud entre los materiales que hay que recordar es un factor crítico para producir interferencia en la MLP, la interferencia en la tarea de Brown-Peterson también debería depender del grado de similitud entre los sucesivos ítems que hay que recordar. Estos autores predijeron que la IP aumentaría cuando los sucesivos ítems o conjuntos de ítems que hay que recordar fueran todos de la misma clase (e.g., trigramas de consonantes) mientras que el cambio de la clase de ítems (e.g., de trigramas de consonantes a trigramas de dígitos) reduciría el efecto de la interferencia. Wickens y sus colaboradores administraron la tarea de Brown-Peterson a un grupo experimental y a uno de control. El procedimiento general fue como sigue: 1) el experimentador leía el trigrama que había que recordar; 2) se encendía una luz verde que indicaba al sujeto que comenzara a nombrar colores que iban apareciendo en un tambor giratorio; esta tarea duraba hasta que 3) se encendía una luz roja que indicaba al sujeto que recordara el trigrama. Emplearon como tarea distractora nombrar colores, en lugar de contar hacia atrás, para eliminar la potencial interferencia entre contar números y recordar trigramas de números. El grupo de control fue evaluado en cuatro ensayos sucesivos con la misma clase de material (trigramas de consonantes). El grupo experimental realizó tres ensayos con trigramas de números y en el cuarto se les cambió a consonantes. El cuarto ensayo fue, por tanto, el ensayo crítico: ambos grupos recibieron el mismo material (un trigrama de consonantes) bajo las mismas condiciones y ambos grupos habían realizado tres ensayos previos en la misma tarea. Sin embargo, el grupo control había empleado la misma clase de material en los cuatro ensayos, mientras 181 que el grupo experimental tenía una experiencia previa con una clase distinta de ítems. Los resultados aparecen en la Figura 5.6. El rendimiento de ambos grupos fue prácticamente idéntico en los tres primeros ensayos: en el primer ensayo, la exactitud del recuerdo fue de casi el 90%, pero, en el tercer ensayo, había caído por debajo del 30%. En el cuarto ensayo, como puede verse, el cambio de clase de material provocó un cambio espectacular en el grupo experimental, que tuvo una recuperación hasta un nivel cercano al inicial. La interpretación de la interferencia en este experimento es muy clara: la ejecución se va deteriorando a lo largo de los ensayos porque se va generando IP. Si el material que hay que recordar cambia, como le ocurrió al grupo experimental, los sujetos son “liberados” de la interferencia y, de nuevo, su nivel de recuerdo es cercano al 90%. Figura 5.6. Resultados típicos obtenidos en un experimento sobre “liberación de la interferencia proactiva” o IP. (A partir de Wickens et al. 1963). La liberación de la IP es un fenómeno muy consistente y se ha comprobado que se produce cuando se cambia de una clase verbal a otra (e.g., de consonantes a números) o de una categoría semántica a otra (e.g., de nombres de animales a nombres de vegetales). Una “liberación” más pequeña se observa cuando el cambio es de una clase connotativa 182 de palabras a otra, como, por ejemplo, de palabras “buenas” (e.g. madre, sabio, prudente) a palabras “malas” (e.g., matar, fuego, odio). Por último, una escasa o nula liberación se produce con cambios de clases gramaticales, como de verbos a nombres. En resumen, la liberación de la IP se produce con cambios en una amplia variedad de características, pero, como se ñaló Wickens (1970), parece claro que los cambios semánticos son los más eficaces, un hallazgo que revela que la MCP es también sensible al significado. 5.3.2. Límites de capacidad de la MCP Como hemos visto en el Capítulo 4, uno de los primeros problemas que se plantearon los psicólogos del siglo XIX fue el de la “amplitud de aprehensión” o “amplitud de memoria inmediata”. Aunque, en realidad, no se trataba del mismo fenómeno, durante mucho tiempo se pensó lo contrario, más o menos hasta que se pudo discriminar entre la memoria sensorial y la memoria a corto plazo. Por otra parte, existe una diferencia metodológica entre las tareas de amplitud de aprehensión y las de amplitud de memoria inmediata, y es que en las primeras se trata de “amplitud numérica para objetos vistos simultáneamente”, dado que el observador debe estimar en un solo golpe de vista cuántos objetos se han presentado a la vez, mientras que en las tareas de amplitud de memoria inmediata, por lo general, se trata de “amplitud numérica para estímulos sucesivos”8, ya que supone determinar la cantidad de una secuencia determinada de material (letras, dígitos, palabras) que puede ser reproducida perfectamente tras una sola presentación. El primer trabajo experimental sobre lo que se conoce como “amplitud de dígitos” fue realizado por el británico John Jacobs en 1887, quien leía a sus alumnos secuencias de dígitos y les pedía que los repitiesen en el mismo orden. El procedimiento implica ir aumentando la longitud de la secuencia mientras el sujeto no comete ningún fallo hasta un punto en el que ya no es capaz de repetirla correctamente. La secuencia más larga en la que el sujeto no comete ningún error se define como su amplitud de dígitos. Durante más de cien años, se han realizado experimentos de este tipo utilizando puntos, sílabas sin sentido, dígitos, palabras y letras con resultados muy consistentes: la capacidad de la memoria inmediata o a corto plazo parece estar limitada alrededor de los siete ítems. A) Estimación de la capacidad de la MCP La estimación de la capacidad de la MCP ha resultado ser un problema difícil y complejo. Tradicionalmente, ha habido dos formas de medirla, a través de las tareas de 183 amplitud y a partir del efecto de recencia en el recuerdo libre. Sin embargo, las estimaciones con uno y otro método no sólo no coinciden sino que resultan sorprendentemente dispares. George Miller (1956), en su más célebre e influyente trabajo “El mágico número siete, más o menos dos”, escribió: “Todos sabemos que existe una amplitud finita de memoria inmediata y que para un sinfin de tipos diferentes de materiales de test esta amplitud es de unos siete ítems” (p. 91). Después de una exhaustiva revisión de la literatura sobre amplitud de memoria, Miller concluyó que la capacidad de la memoria inmediata parecía ser un valor fijo alrededor de siete (7 ± 2), con independencia de que los estímulos fuesen números, palabras o tonos musicales. Abundantes estudios posteriores sobre amplitud de memoria han confirmado lo que Miller propuso originalmente, esto es, que existe un límite fundamental en nuestra capacidad para mantener activa la información entrante y que dicho límite es de aproximadamente siete unidades. Por otro lado, sin embargo, mediante la aplicación de diferentes métodos matemáticos que permiten calcular la capacidad de la MCP teniendo en cuenta las palabras pertenecientes a la porción de recencia de la curva de posición serial, se ha comprobado que dicha capacidad es muy inferior al “mágico número siete”. Dichos métodos –entre los que destacan el de Waugh y Norman, el de Raymond, el de Murdock, y el de Tulving y Colotla9– han adoptado la palabra como unidad de análisis y han puesto de manifiesto que los límites de capacidad de la MCP se sitúan entre 2 y 3 palabras. Como se puede apreciar, los valores obtenidos con estos últimos métodos no suponen ni la mitad de la capacidad atribuida a la MCP a partir de estudios con tareas de amplitud de memoria, en los que los valores típicos obtenidos se sitúan entre 7 y 8 ítems. ¿Cómo se explica una discrepancia tan fuerte entre ambos grupos de valores? La opinión mayoritaria durante bastantes años ha sido que dicha discrepancia es el reflejo de la contribución de la MLP en las tareas de amplitud de memoria. El descubrimiento del llamado “efecto de recencia negativa” pone de manifiesto la estrecha relación entre MCP y MLP. Craik (1970) pre sentó a sus sujetos experimentales 10 listas diferentes de 15 palabras cada una. Tras cada presentación, los sujetos realizaban un test de recuerdo libre. Una vez que habían recordado los ítems de la décima y última lista, Craik les pidió que trataran de recordar tantas palabras como pudieran de todas las listas presentadas. Tras el recuerdo individual de cada lista, Craik elaboró las correspondientes curvas de posición serial y encontró los efectos típicos de primacía y recencia; sin embargo, al establecer la curva de posición serial con el recuerdo final de las diez listas comprobó que el efecto de primacía se mantenía pero, por el contrario, el efecto de recencia había desaparecido, porque las palabras correspondientes a esta porción eran las que peor se recordaban. Craik llamó al recuerdo relativamente malo de las palabras del final de cada lista efecto de recencia negativa. Este efecto demuestra, por un lado, que la contribución de la MLP no es idéntica en todas las porciones de la curva de posición serial, y, por otro lado, que cuando esta 184 posibilidad es tenida en cuenta, los cálculos indican que la capacidad de la MCP es sólo de unas tres unidades. El problema del establecimiento de los límites de capacidad de la MCP está demostrando ser mucho más complejo de lo que se creía. En 1975, Donald Broadbent, en un trabajo titulado «El mágico número siete quince años después», apela a la intervención de la MCP y de la MLP en las tareas de amplitud de memoria y argumenta que, si la MCP tiene una capacidad limitada, dicho límite parece ser de 3 y no de 7 ítems como había propuesto Miller, ya que “el siete tradicional surge de la ocasión concreta que supone la tarea de amplitud de memoria para recuperar información de diferentes formas de procesamiento” (p. 35). En un trabajo mucho más reciente, Nelson Cowan (2001) constata la gran controversia que sigue existiendo todavía respecto a este problema, que continúa abierto a considerables diferencias de opinión y de interpretación. Tras una exhaustiva revisión de esta área de investigación, Cowan concluye que un elevado número de estudios, en los que se ha utilizado una amplia variedad de procedimientos experimentales, coinciden en señalar, primero y ante todo, que la MCP tiene efectivamente una capacidad muy limitada (y que ésta se debe a la capacidad limitada del foco de atención); en segundo lugar, que dicho límite en las personas adultas se acerca a las “4 más o menos 1” unidades de información (o “chunks”; más adelante se define este término), y tercero, que dicho límite sólo será observable en condiciones rigurosamente controladas por estar sujeto a los efectos de variables tan complejas como las estrategias de procesamiento o la capacidad del foco atencional. En resumen, la opinión actual respecto al límite de capacidad de la MCP es que dicho límite no parece estar relacionado con el “mágico número 7” sino con un “mágico número 4” ya que la capacidad de la MCP se situaría entre 3 y 5 ítems. Ahora bien, ¿qué significa o qué constituye exactamente un ítem? B) MCP y recodificación La gran aportación del artículo de Miller “El mágico número 7”, no fue precisamente la relativa a la capacidad de la MCP, como parece desprenderse de lo comentado aquí y de gran parte de la literatura sobre capacidad de la MCP. El artículo de Miller, centrado básicamente en las limitaciones de capacidad en tareas de juicios absolutos y la relación de tales limitaciones con la teoría de la información de Shannon, ha ejercido una extraordinaria influencia en la psicología cognitiva del procesamiento de la información porque, por encima de todo, demostró que la capacidad de la MCP es independiente de la cantidad de información contenida en los ítems. Eso quiere decir que, por ejemplo, si la amplitud promedia de un adulto es de n ítems, dicha amplitud es independiente de que tales ítems sean dígitos, letras, palabras u 185 oraciones, ya que los “ítems” se refieren a unidades subjetivas basadas en el conocimiento previo. Para apoyar esta idea de insensibilidad entre capacidad de memoria y cantidad de información por ítem, Miller apeló al concepto de recodificación (que él llamó chunking). Por “recodificación” se entiende el proceso de agrupamiento de los ítems en unidades de orden superior. Cuando los materiales que hay que retener pueden agruparse, como ocurre con las letras en palabras, o las palabras en oraciones, la amplitud de memoria debe medirse en términos de esas unidades mayores. Miller llamó chunks (literalmente, “pedazos”, “trozos”) a tales unidades de orden superior. En opinión de Cowan (2001), un “chunk” debe definirse con respecto a las asociaciones entre los conceptos de la MLP, ya que se trata de “una colección de conceptos con fuertes asociaciones entre sí y con asociaciones mucho más débiles con otros chunks familiares” (p. 89). En otras palabras, un “chunk” se refiere a una unidad de información que se define subjetivamente y que se organiza de acuerdo con una regla o algún patrón familiar. Por ejemplo, una secuencia de 4 letras puede ser representada como 4 “chunks” (e.g., E-R-T-N) o como 1 “chunk” (e.g., TREN), según se pueda recodificar como una palabra o no. Esto significa que mientras la capacidad de la MCP se mantiene relativamente constante, podemos incrementar funcionalmente dicha capacidad gracias al uso eficaz de las estrategias de recodificación. La gran aportación de Miller fue, por tanto, demostrar que aunque el número de “chunks” que pueden ser almacenados en la MCP es fijo o está limitado, la complejidad o cantidad de información contenida en tales unidades no tiene límite alguno. Resulta lo mismo de fácil (o de difícil) retener 4 letras no relacionadas que 4 palabras (lo que supondría un gran número de letras) que 4 frases (equivalentes a un elevadísimo número de letras). Por esta razón, desde pequeños aprendemos que la agrupación de los ítems en unidades de orden superior (los chunks) es una estrategia de memoria muy eficaz. Ese proceso de recodificación o chunking puede establecerse, al tratarse de unidades subjetivas, por el simple agrupamiento. Por ejemplo, es muy difícil recordar correctamente la serie de dígitos 9-3-1-8-6-4-1-7-3; sin embargo, tal dificultad desaparecerá si agrupamos los dígitos de esta manera 93 186 41 73, que es lo que hacemos con cualquier teléfono de Barcelona. La entonación resulta igualmente eficaz para recordar grandes cantidades de ítems. Un ejemplo muy ilustrativo de esto último lo encontramos en el modo como los niños aprenden el abecedario. Si observamos cómo un grupo de niños recita las letras del alfabeto, o si recordamos cómo lo hacíamos nosotros, comprobaremos que las 28 letras son segmentadas, gracias a una cancioncilla (con su ritmo y su melodía), en tres o cuatro “chunks”. Las pausas intencionadas introducidas en el habla, junto con cualquier otro aspecto rítmico o prosódico empleado al hablar, son también factores que permiten recodificar la información en un número de “chunks” que puede ser retenido en nuestra MCP. Así pues, gracias al proceso de recodificación podemos salvar los límites de la capacidad de almacenamiento de nuestra MCP. En resumen, la capacidad extraordinariamente limitada del sistema de MCP, que según los datos más recientes sería de “4 ± 1 chunks”, convierte a esta memoria en un 186 auténtico “cuello de botella” del sistema cognitivo humano o de procesamiento de información, ya que, como señaló Miller (op. cit., p. 95), “impone serias limitaciones a la cantidad de información que podemos recibir, procesar y recordar”. Sin embargo, dicha restricción puede ser superada recurriendo a la estrategia o proceso de control llamado recodificación, lo que convierte a este proceso en un mecanismo adaptativo cuya función sería romper el cuello de botella que representa la MCP para la capacidad humana de almacenar y procesar información. 5.4. Procesos básicos en MCP 5.4.1. Codificación En el capítulo anterior hemos visto que la información almacenada en la memoria icónica se basa en un código visual y que la información almacenada en la memoria ecoica se basa en un código sonoro, razón por la cual las memorias sensoriales se consideran memorias de modalidad específica. La pregunta que ahora procede plantearse es ¿cuál es el código o el formato de la información almacenada en la MCP? Un código de memoria es la forma que toma un evento externo para ser representado en la memoria. En su investigación original sobre memoria icónica, Sperling (1960) hizo una serie de observaciones sobre los errores que cometían los sujetos que resulta muy reveladora para el asunto que nos ocupa. En concreto, Sperling observó que los sujetos tendían a confundir unas letras con otras y que la mayor parte de tales confusiones se ajustaban a una regla: tenían un sonido parecido. Este hecho llamó su atención y le llevó a sospechar que quizás los sujetos almacenaban en su MCP los sonidos de las letras que veían en el taquistoscopio. Pocos años después, el psicólogo británico R. Conrad (1964) estudió sistemáticamente este hallazgo y corroboró experimentalmente la sospecha de Sperling. Conrad presentó visualmente a los sujetos conjuntos de letras que tenían sonidos parecidos (e.g., B,P,D,T o F,S,L,M,N), registró sus errores en una prueba de recuerdo inmediato y comprobó que, efectiva mente, cuando los sujetos cometían errores se trataba de confusiones entre letras que sonaban de un modo parecido (e.g., B en lugar de P o F en lugar de S). Por el contrario, las confusiones visuales (e.g., F en lugar de E) eran muy escasas. Conrad interpretó este hallazgo como una prueba en favor de que la MCP utiliza un código sonoro: las letras, a pesar de que se presentaban visualmente, eran almacenadas en la MCP en un formato fonológico. Por la misma época, en un trabajo realizado con Hull (citado anteriormente), confirmaron los hallazgos anteriores al demostrar que la amplitud de memoria se veía afectada por la similitud fonológica de las letras. Siguiendo una lógica parecida, Baddeley (1966a) presentó a los sujetos secuencias 187 de cinco palabras que podían ser fonológicamente similares (e.g., MAN, MAD, CAP, MAP, CAN) o disimilares (e.g., COW, DAY, BAR, SUP, PEN) y corroboró los hallazgos de Conrad al comprobar que el recuerdo de los ítems similares era marcadamente más bajo que el de los ítems disimilares (9,6% frente a 82,1%, respectivamente). En el mismo estudio, presentó secuencias de adjetivos con un significado similar (e.g., LONG, HUGE, WIDE, TALL, BIG) o disimilar (e.g., OLD, LATE, THIN, WET, FOUL) y comprobó que la variable “significado” tenía un pequeñísimo efecto sobre la ejecución (64,7% frente a 71,0%, respectivamente). De todo ello, Baddeley concluyó que la MCP era susceptible a la dimensión acústica pero no a la dimensión semántica. En un trabajo diferente, Baddeley (1966b) analizó los efectos de la similitud fonológica y semántica en una tarea de MLP. Para ello, presentó secuencias de 10 palabras, seguidas de una tarea de relleno que impedía el uso de la MCP y, final mente, una prueba de recuerdo. En tales condiciones, la variable similitud fonológica dejó de tener efecto mientras que la variable similitud de significado se convirtió en el factor crítico. Analizados en conjunto, los resultados de los estudios presentados sugerían que el código de la MCP era fonológico y el de la MLP semántico. La asociación MCP-código acústico y MLP-código semántico es la que encontramos en el modelo de Atkinson y Shiffrin, prototipo del “modelo modal”. De hecho, durante toda la década de 1960 se mantuvo este planteamiento que, además, fue utilizado por los teóricos como otra prueba en favor de la existencia de dos sistemas separados de memoria. Aunque investigaciones posteriores no cuestionaron aquellos primeros hallazgos, sí demostraron que la posición contenida en el “modelo modal” representaba una visión extremadamente simplificada del problema. Como ha señalado Nairne (1996), resulta fácil encontrar razones de por qué el código preferido de la MCP podría ser un código fonológico. Si se asume que la MCP juega un papel básico en la producción y comprensión del habla, resulta muy adaptativo mantener los contenidos activos de la mente en un código básicamente fonológico. Ahora bien, ¿es el formato fonológico el único en el que la información puede ser representada en la MCP? La simple introspección nos dice que la manipulación de la información a corto plazo no se limita a un tipo de repaso fonológico o acústico. Cierre un momento los ojos y piense en lo que hace cada día para trasladarse desde su casa a la Facultad de Psicología. Seguro que no está diciéndose “Salgo de casa, tomo el ascensor, camino hasta la parada del autobús, etc.”, sino que lo que estará haciendo, probablemente, es visualizando el recorrido completo, es decir, recorriendo su mapa mental que va desde el lugar donde vive hasta la puerta de su Facultad. Éste es un ejemplo sencillo de que su MCP utiliza con frecuencia la codificación visual. En psicología de la percepción son bien conocidos los trabajos sobre rotación mental, una tarea en la que participa nuestra MCP y en la que juega un papel clave la agenda visoespacial. En un experimento de Shepard y Metzler (1971), considerado como un clásico en esta área de investigación, se midió el tiempo que los sujetos necesitaban para decidir si dos dibujos bidimensionales de objetos tridimensionales, que podían diferir 188 en la forma y/ o en la orientación, eran el mismo o diferente objeto. En cada ensayo se presentaba un par de dibujos, y la tarea del sujeto exigía, primero, rotar mentalmente uno o los dos objetos representados y, a continuación, comprobar si eran idénticos o no. Los resultados pusieron de manifiesto, al menos, dos hallazgos interesantes para nuestros objetivos: primero, la capacidad de los sujetos para manipular mentalmente imágenes visuales, y segundo, que el tiempo de discriminación era una función lineal de la diferencia angular entre los objetos de cada par, lo que indicaba que los sujetos habían recurrido a la rotación mental. Si bien los investigadores de esta área no han relacionado sus tareas con el trabajo de la MCP, parece que la codificación visual y la participación de la agenda visoespacial (y probablemente del buffer episódico) se hacen imprescindibles para llevarlas a cabo. En los últimos años, se han realizado algunos estudios en los que se confirma la hipótesis de que la imaginería visual refleja las operaciones de la agenda visoespacial del mismo modo que la imaginería auditiva refleja el trabajo del lazo fonológico (Baddeley y Andrade, 2000). Ello permite establecer la existencia de una variedad de códigos representacionales en la MCP. Por lo tanto, no existe, como se pensó, un tipo particular de código (e.g., el auditivo) que sea el preferido o el predilecto de la MCP; la evidencia experimental disponible indica que, dependiendo de las demandas de la tarea o de la situación, este sistema de memoria utiliza códigos fonológicos, códigos visuales e incluso códigos semánticos. 5.4.2. Almacenamiento La experiencia cotidiana nos enseña que para no olvidar o para retener cualquier información durante unos segundos resulta muy útil repetir silenciosamente dicha información. Imaginemos la siguiente escena: Una tarde, después de resolver unos asuntos en una dependencia municipal de su ciudad, usted se dirige al lugar donde dejó aparcado su automóvil con la intención de volver a casa; pero, al llegar a dicho lugar, comprueba asombrado que su coche no está donde usted lo dejó. Alguien le dice que la grúa municipal se lo ha llevado. Como Vd. desconoce la ubicación de los garajes municipales, llama a Información telefónica y pide el número de teléfono. Imagine que se da la circunstancia de que en ese momento no tiene ni papel ni lápiz para anotar dicho número telefónico. Sin dudarlo ni un momento, concentra toda su atención en el número de nueve cifras que le dicen por teléfono e inmediatamente comienza a repetirlo, subvocalmente o en voz baja, porque está convencido de que, si no pone en marcha esa operación de repaso, no será capaz de recordar todas las cifras exactamente por muy breve que sea el intervalo temporal entre el momento en que lo escucha y el acto de marcarlo usted mismo. El éxito de su operación se deberá a que presta toda su atención al número de teléfono o, como diríamos en términos científicos, coloca, mediante la 189 repetición, la secuencia correcta del número telefónico en el foco de la atención y, de esa manera, garantiza su recuerdo. A la repetición silenciosa se le llama repaso mental o simplemente repaso, y tradicionalmente se ha asumido que su función es mantener activa la información de la MCP mediante la asignación de atención. Como se recordará, el influyente modelo de Atkinson y Shiffrin postuló que toda la información que entra en la MCP procedente de los registros sensoriales se olvida rápidamente si el sujeto no la repasa. En la misma línea, el modelo actual de memoria operativa de Baddeley postula la existencia, tanto en el lazo fonológico como en la agenda visoespacial, de sendos mecanismos para mantener temporalmente la información mediante procesos activos de repaso. Peterson y Peterson demostraron experimentalmente, mediante la aplicación de la tarea distractora, que cuando los sujetos no pueden asignar atención a la información retenida en su MCP, ésta se desvanece en cuestión de segundos. Por tanto, parece incuestionable que para almacenar información a corto plazo dicha información debe estar dentro del foco de la atención. No obstante, conviene tener presente que el tiempo de retención a corto plazo no se reduce a cero en ausencia de atención. Desde el trabajo de los Peterson, está de sobra confirmado que el sistema de MCP puede almacenar temporalmente la información incluso en ausencia de repaso y de atención. Es cierto que sólo durante un intervalo breve de tiempo, entre 15-30 segundos, pero incluso esos pocos segundos constituyen un tiempo considerable de retención o almacenamiento de información activada y, por tanto, accesible. Este hecho implica la que, para muchos neurocientíficos, constituye la cuestión central de la MCP, esto es, ¿cómo se mantiene activada la información en la mente una vez que queda fuera del foco de la atención? Durante las tres últimas décadas, se ha producido una auténtica explosión de la investigación sobre la neurociencia cognitiva de la MCP en primates humanos y no humanos. Fruto de todo ello es que en la actualidad se dispone de abundante evidencia en favor de la existencia de un proceso de mantenimiento activo que conserva las representaciones vivas y las protege de los estímulos irrelevantes y de los pensamientos intrusos, con la salvedad –como advierten Jonides et al. (2008)– de que dicho proceso de “mantenimiento” ni es lo mismo que el “repaso” ni depende de éste. Abundantes estudios de electroencefalografía y de RMf en seres humanos y, sobre todo, de registros de célula única en primates apoyan la existencia de un conjunto de circuitos prefrontales/posteriores responsables del mantenimiento activo. Probablemente, la evidencia más sorprendente sea la procedente de experimentos sobre el comportamiento de neuronas individuales en la corteza prefrontal en tareas de respuesta demorada. Desde los primeros estudios de Joaquín Fuster con esta metodología, en la década de 1970, se ha constatado la existencia en el córtex prefrontal dorsolateral de grupos de neuronas que se disparan selectivamente durante el período de demora y se mantienen activadas hasta el final de dicho período, cuando el animal emite la respuesta. Resulta muy oportuno señalar que las primeras interpretaciones de estas activaciones frontales las vincularon directamente con representaciones de MCP, como en el caso de 190 Patricia Goldman-Rakic (1987); sin embargo, teorías muy recientes las consideran como el correlato neural de un mecanismo responsable del mantenimiento activo a corto plazo de la información, precisamente porque, como escribe Funahashi (2006, p. 251), “esta actividad persiste durante todo el período de demora y correlaciona con las respuestas conductuales correctas”10. Estudios recientes con potenciales evocados y diferentes técnicas de neuroimagen en sujetos humanos han corroborado que tales activaciones prefrontales forman parte de un circuito para el mantenimiento activo de la información a corto plazo. Un circuito que depende de la coactivación sostenida de los mismos sistemas corticales prefrontal y posterior que participan en la percepción y comprensión inicial de la información retenida, y que mantiene las representaciones a corto plazo en almacenes asociados con los sistemas posteriores de procesamiento. En resumen, existe actualmente abundante evidencia experimental acerca de las bases neurales del mantenimiento activo a corto plazo que indica que los mecanismos de almacenamiento de la MCP dependen de circuitos fronto-posteriores11. 5.4.3. Recuperación Uno de los supuestos básicos de gran parte de los modelos actuales de MCP es que, de la información retenida en dicho sistema de memoria, sólo la que está recibiendo atención y está siendo procesada, es decir, la que está dentro del foco de atención, se encuentra disponible en nuestra conciencia y puede ser recordada. No obstante, también se asume que los ítems que están fuera del foco pueden ser introducidos en el mismo por un proceso de cambio del foco atencional a tales ítems. Dicho proceso constituye la esencia de lo que empíricamente se llama recuperación de información de la MCP. El estudio de la naturaleza de la recuperación a corto plazo es un tema clásico en la investigación experimental de la memoria, y gran parte del conocimiento actual sobre dicho proceso proviene de estudios que han utilizado la tarea de reconocimiento de Sternberg. Saul Sternberg (1969) introdujo su paradigma básico para analizar cómo recuperamos información de la MCP. Su modelo operativiza la variable dependiente (reconoci miento) utilizando el tiempo de reacción (TR) como un indicador de una serie jerarquizada de procesos subyacentes. Así, en una tarea de reconocimiento a corto plazo, el modelo de Sternberg postula la existencia de cuatro fases de procesamiento: codificación estimular, comparación serial, decisión binaria y organización de la res puesta (ver Figura 5.7). Asimismo, dicho modelo especifica las variables independientes que afectan de manera exclusiva a cada una de ellas; a saber, la calidad del estímulo a la fase 1, el tamaño del conjunto positivo a la fase 2, el tipo de respuesta (SI-NO) a la fase 3 y la frecuencia relativa del tipo de respuesta a la fase 4. 191 Figura 5.7. Fases de procesamiento según el modelo exhaustivo serial de Sternberg. El procedimiento de una tarea típica de Sternberg es como sigue: en primer lugar, se presenta al sujeto un conjunto de dígitos –llamado conjunto positivo (e.g., 4-9-1)– durante 1 segundo (el conjunto positivo suele constar de 1 a 6 dígitos); a continuación, se presenta un único dígito –llamado dígito test (e.g., 4)–, y, finalmente, el sujeto tiene que responder SÍ o NO dicho dígito estaba incluido o formaba parte del conjunto positivo. El sujeto ha sido instruido para responder lo más rápidamente posible y se registra su latencia de respuesta o TR, es decir, el tiempo que transcurre desde la aparición del dígito test hasta la emisión de la respuesta. En el Cuadro 5.1, se presentan ejemplos de cuatro posible ensayos, con conjuntos positivos diferentes, las respuestas de los sujetos ante los cuatro correspondientes dígitos-tests y los TR reales obtenidos por Sternberg. Cuadro 5.1. Cuatro ensayos de la tarea de Sternberg desde la perspectiva del participante A partir de sus resultados, Sternberg concluyó que en estas situaciones los sujetos realizan, al menos, tres operaciones básicas desde el momento en que se les presenta el dígito test. Primero, deben identificar el dígito; segundo, deben explorar el conjunto positivo representado en su MCP para comprobar si dicho dígito estaba incluido o no, y, por último, deben seleccionar la respuesta apropiada y responder (generalmente, los 192 sujetos tienen delante dos teclas: una para el “SÍ” y otra para el “NO”). Sternberg obtuvo tres hallazgos fundamentales: (a) el TR aumenta a medida que aumenta el tamaño del conjunto positivo; (b) el TR es una función lineal del tamaño del conjunto positivo, y (c) el TR es independiente del tipo de respuesta (SÍ/NO). Este investigador explicó sus resultados apelando a un proceso de búsqueda exhaustiva (y no autofinalizada) en la MCP, durante el cual el sujeto compara, de forma serial (uno a uno) y muy rápidamente (a una tasa aproximada de 25-30 ítems por segundo), la representación mental del dígito test con las representaciones de cada uno de los dígitos del conjunto positivo. Intuitivamente, sin embargo, parecería más probable que el proceso de búsqueda fuese “autofinalizado” en lugar de exhaustivo, es decir, que una vez que se comprueba que, por ejemplo, el dígito test 2 sí forma parte del conjunto positivo 2-7-4 (ver el ensayo 3 del Cuadro 5.1), el sujeto diese por finalizado el proceso de búsqueda y apretase la tecla del “SÍ”. Sin embargo, los resultados de Sternberg le llevaron a concluir que dicho proceso es siempre exhaustivo: el sujeto explora y compara todos y cada uno de los dígitos del conjunto positivo con el dígito test; tal vez –señaló Sternberg– porque la alta velocidad del proceso de exploración no permite parar dicho proceso en un punto intermedio. La tarea de Sternberg despertó tanto interés entre los investigadores que dio origen a una fortísima línea de investigación que se ha enfrentado con cuestiones tan fundamentales como si la recuperación en una tarea de reconocimiento se lleva a cabo a través de un proceso de búsqueda serial o en paralelo, y si dicho proceso es exhaustivo o autofinalizado. Como era previsible, a la conclusión de Sternberg de que el reconocimiento se lleva a cabo a través de un proceso de búsqueda serial y exhaustiva le han surgido diversas explicaciones alternativas. Por un lado, aparecieron teorías que para explicar el reconocimiento eliminaron el concepto global de búsqueda y lo sustituyeron por el concepto de fuerza de las huellas; por otro, surgieron modelos de búsqueda serial pero autofinalizada; además, aparecieron otros modelos que asumen un proceso de búsqueda en paralelo, y también se han formulado modelos de procesos mixtos que combinan un proceso de búsqueda serial con el concepto de fuerza de la huella. No obstante, en los últimos años se ha acumulado evidencia, procedente sobre todo de modelos matemáticos de datos conductuales, que indica que la recuperación de información de la MCP es un proceso rápido de búsqueda en paralelo12. En conclusión, lo que empezó siendo una cuestión sobre los procesos de recuperación en MCP acabó desembocando en el complejo problema de los procesos de recuperación en general. 5.5. Recapitulación final La investigación experimental de la memoria a corto plazo comenzó, estrictamente 193 hablando, hace sólo cincuenta años, con los trabajos de Brown en Inglaterra y de Peterson y Peterson en Estados Unidos a finales de la década de 1950. Desde entonces, el progreso ha sido tan extraordinario que actualmente se habla de “un cambio revolucionario” en las teorías psicológicas sobre este sistema de memoria. A lo largo de esos años, se han producido profundos cambios conceptuales, relevantes aportaciones metodológicas y teorías y modelos de gran calado y poder explicativo. Respecto a los primeros –los cambios conceptuales–, destaca la evolución del concepto mismo de memoria a corto plazo, que ha pasado de ser considerada como un sistema simple con funciones muy elementales de almacenamiento a un sistema complejo integrado por múltiples componentes que desempeñan funciones básicas en el control, almacenamiento y procesamiento de la información. En el plano metodológico, han desempeñado un papel crucial en esta historia de progreso, por un lado, la creación de sólidos paradigmas experimentales a cargo de destacados psicólogos cognitivos, y, por otro, la incorporación de las modernas técnicas de neuroimagen. Todo ello ha traído consigo un espectacular avance teórico respecto a la arquitectura psicológica y neural de la MCP y de sus propiedades básicas, que se ha concretado en el desarrollo de modelos de complejidad creciente y de un considerable poder explicativo. Problemas tan complejos como los límites temporales y de capacidad, los procesos subyacentes a la codificación, el almacenamiento y la recuperación, o la explicación del olvido a corto plazo, entre otras cuestiones, están siendo abordados en los últimos años desde perspectivas renovadas y, en algunos casos, reinterpretados a la luz de nuevos datos conductuales y neurocognitivos. Como resultado de todo ello, y con independencia del debate teórico que inevitablemente subyace a todo lo relativo al sistema de memoria a corto plazo, los teóricos e investigadores de la memoria asumen, mayoritariamente, la existencia de un sistema de MCP independiente de la memoria a largo plazo, con una arquitectura funcional de extraordinaria complejidad que permite la convergencia del mundo externo (representado por los inputs precategoriales procedentes de las memorias sensoriales) y del mundo interno (representado por los inputs categorizados y altamente elaborados procedentes de la MLP), una operación ineludible para llevar a cabo toda tarea cognitiva consciente. En definitiva, el rol de la memoria a corto plazo en el funcionamiento mental ha demostrado ser de tanta relevancia que este sistema es considerado como el auténtico motor de la cognición. 194 6 La memoria a largo plazo (I): Codificación, organización y consolidación Algo desconocido está haciendo no sabemos qué. Arthur Eddington 6.1. Introducción: la memoria a largo plazo Parece razonable suponer que, por ejemplo, cuando buscamos en la guía telefónica un número, lo recordamos mientras lo marcamos e inmediata mente después lo olvidamos, estamos usando un sistema de memoria distinto de cuando recordamos el número de nuestro propio teléfono. En el primer caso la información está siendo mantenida en el sistema de memoria a corto plazo –cuyas propiedades y características han sido estudiadas en el capítulo anterior–, mientras que en el segundo caso la información es extraída de un sistema de memoria a largo plazo. Cuando a alguien se le pregunta ¿qué es la memoria? o cuando las personas, en general, hablan de la memoria, se están refiriendo a lo que los psicólogos llamamos memoria a largo plazo (MLP). La idea de que la experiencia se va acumulando en alguna forma de almacén permanente ha estado siempre presente en el pensamiento humano; sin embargo, el estudio riguroso y sistemático de la estructura y los procesos que rigen esa memoria a largo plazo no ha sido una realidad hasta hace relativamente pocas décadas. La memoria a largo plazo es extraordinariamente compleja. Para hacerse una idea de su complejidad, basta con caer en la cuenta de que lo almacenado en sus diferentes sistemas es todo lo que sabemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Como se decía en el Capítulo 1, cualquiera de nuestras actividades o conductas exige la intervención de la memo ria. Gracias a los contenidos de la MLP podemos escribir y leer páginas como ésta, reconocer a nuestros vecinos, las calles de nuestra ciudad o la casa donde vivimos; podemos entender lo que los demás nos dicen y conversar con ellos; montar en bicicleta, nadar, coser o tocar la guitarra; saber que Colón descubrió América, 195 que Cervantes escribió El Quijote, que el Kilimanjaro está en África, que el área de un rectángulo se obtiene multiplicando la base por la altura o que la jirafa es un mamífero; gracias a la MLP sabemos cuál es nuestro nombre, podemos recordar lo que hicimos el pasado domingo por la tarde, con quiénes cenamos la última Noche Vieja, dónde veraneamos hace cinco años, quién fue nuestro primer maestro y cómo nos divertíamos con nuestros amigos de aquella primera escuela, o qué hemos desayunado esta mañana. Pero nuestra idea de complejidad se hace aún mayor si tenemos en cuenta que, a diferencia de los registros sensoriales y de la memoria a corto plazo, lo que la MLP almacena dura virtualmente toda la vida. En efecto, el proceso de almacenar información encuentra su verdadero sentido en el nivel de la MLP. Como hemos podido comprobar en los dos capítulos anteriores, tanto en la memoria sensorial como en la MCP el almacena miento es una característica incidental o subsidiaria, algo temporal mientras ocurren otras cosas. La permanencia de lo almacenado, sin embargo, es una propiedad exclusiva de la MLP. Ahora bien, conviene señalar que la idea de que la duración de lo almacenado en la MLP es ilimitada tiene una base más empírica que experimental. Experiencias cotidianas como la de encontrarnos con alguien que conocemos y no poder recordar en ese preciso instante su nombre, pero un tiempo después recordarlo espontáneamente, han llevado a suponer que la información de la MLP no se pierde jamás y que el olvido en general podría explicarse como un fallo para recuperar una determinada información en un determinado momento. Es cierto que la investigación experimental sobre la duración de la MLP es abundante, pero es igualmente cierto que casi todas esas investigaciones han dejado espacios de tiempo relativamente cortos (del orden de minutos, horas, días, semanas o, como mucho y excepcionalmente, un año) entre el momento del aprendizaje del material (la fase de estudio) y la prueba de memoria (la fase de test). 6.1.1. MLP tras intervalos de retención extraordinariamente largos Existen, no obstante, estudios experimentales en los que el intervalo de retención ha sido superior incluso a los cincuenta años. Uno de los estudios pioneros de este tipo fue el realizado por Bahrick, Bahrick y Wittlinger (1975), considerado hace años como un modelo de investigación sobre retención a muy largo plazo. Estos investigadores evaluaron la memoria para nombres y caras de 392 graduados a partir de la presentación de fotografías de personas que habían sido sus compañeros de clase. El intervalo de retención desde la graduación varió desde 2 semanas a 57 años, lo que permitió formar 9 intervalos y asignar a cada uno de ellos unos 50 sujetos. En primer lugar, se les pidió una prueba de recuerdo libre, ya que debían confeccionar una lista con todos los nombres que recordaran de sus antiguos compañeros de curso. A continuación, fueron sometidos a una tarea de reconocimiento en la que, a partir de una selección de 196 fotografías del “libro de promoción” mezcladas aleatoriamente con otras fotografías de personas desconocidas, debían identificar a sus antiguos compañeros. La tercera tarea – también de reconocimiento– consistió en identificar nombres. La cuarta y la quinta exigían emparejar fotografías con nombres y nombres con fotografías, respectivamente. Por último, los sujetos debían recordar el nombre de sus compañeros a partir de sus fotografías. Los resultados pusieron de manifiesto que el nivel de reconocimiento para las caras de los antiguos compañeros de clase era sorprendentemente alto (casi un 94% después de 34 años), mientras que el reconocimiento de nombres y el empareja miento de nombres declinaban después de 15 años. La capacidad para emparejar nombres con caras y el reconocimiento de fotografías se mantenía casi invariable durante un período muy largo (casi un 90% hasta el intervalo de 34 años). Estos datos del grupo de Bahrick confirman la idea de la sorprendente longevidad de la memoria a largo plazo al tiempo que demuestran que, en concreto, la memoria de reconocimiento es extremadamente fiel tras larguísimos períodos de tiempo. 6.1.2. La lógica de la memoria: Codificación, almacenamiento y recuperación Asumiendo, pues, el hecho comprobable de que en nuestra MLP podemos almacenar cantidades ilimitadas de información que puede permanecer re tenida por tiempo indefinido y que puede ser utilizada cuando convenga, nos encontramos de inmediato con la necesidad de postular la existencia de diferentes procesos que hagan posibles tales operaciones. Melton (1963) sugirió que el funcionamiento de la memoria dependía de al menos tres fases: la codificación, el almacenamiento y la recuperación. La codificación se refiere al procesamiento de la información entrante para que pueda ser almacenada. El proceso de codificación incluye, a su vez, dos procesos separados: la adquisición y la consolidación. La adquisición implica registrar los inputs de las memorias sensoriales y someter dicha información a diferentes análisis; la consolidación, por su parte, consiste en un proceso de creación de representaciones o de “huellas de memoria” cada vez más fuertes. El resultado de la adquisición y la consolidación es el almacenamiento, que supone mantener o retener a través del tiempo un registro permanente de tales huellas. En sentido estricto, el término “almacenamiento” no describe realmente ningún proceso, sino que se refiere sencillamente al estado de la información que ha sido codificada. Por último, la recuperación es el proceso que permite extraer información almacenada para utilizarla en el momento actual. Cualquier sistema de memoria, sea biológico o artificial, necesita hacer bien tales operaciones para funcionar eficazmente. En efecto, para que algo pueda ser almacenado en la memoria resulta imprescindible transformar previamente los estímulos sensoriales en representaciones asimilables por los sistemas de memoria. Es decir, los inputs 197 estimulares tienen que ser codificados para poder ser almacenados. Pero, además, para que la in formación almacenada pueda ser recuperada en cualquier momento posterior, resulta absolutamente necesario que el almacenamiento se ajuste a determinadas re glas de organización. No tendría ningún sentido guardar la información sin orden ni concierto y que cada vez que necesitáramos recuperar algo tuviésemos que revisar una por una todas las huellas almacenadas. Además de antieconómica, dicha situación no nos garantizaría nunca de antemano que el proceso de recuperación fuera a tener éxito. Sin embargo, como la propia vida cotidiana nos demuestra continuamente, resultan excepcionales las ocasiones en que tenemos dificultad para recordar algo. Sólo en contadas ocasiones una persona sana dice “No me acuerdo, se me ha olvidado”. Lo habitual –y tal vez por ello no le damos la importancia que se merece– es recuperar la información que necesitamos en cualquier momento del día con sorprendente facilidad y rapidez. Todo lo cual nos sugiere que la recuperación no es un proceso ni fortuito ni incontrolado y que la MLP es un sistema de memoria altamente organizado. El funcionamiento adecuado de la memoria depende, pues, de diferentes procesos – los señalados son sólo los básicos–. No obstante, aunque todos ellos resultan necesarios, los investigadores no dudan en destacar la importancia crucial de la codificación y de la recuperación, haciendo especial hincapié en la interacción entre ambos. Como veremos en el próximo capítulo (donde serán tratados en profundidad los procesos de recuperación), una vez que los investigadores crearon las condiciones para estudiar directamente la recuperación, se impuso la idea de que tales procesos están inextricablemente unidos a los de codificación. Por razones puramente organizativas, nosotros analizaremos los procesos de codificación y de recuperación separadamente, aunque su ineludible relación estará presente con frecuencia. Este capítulo lo dedicaremos a exponer, en primer lugar, las ideas básicas sobre los procesos de codificación, para hacer lo mismo a continuación con procesos igualmente fundamentales como la organización y la consolidación. 6.2. Procesos de codificación La experiencia nos enseña que nuestra capacidad para recordar algo depende de lo que hayamos hecho cuando nos llegó la información correspondiente. En otras palabras, nuestros procesos de recuperación actuales tendrán éxito si, en su momento, codificamos adecuadamente lo que ahora queremos recordar. Estamos hablando de “recordar” y, como veremos más adelante, ese tipo de recuperación implica un esfuerzo consciente y explícito por evocar algo del pasado. Esta observación resulta muy oportuna en estos momentos porque la investigación que será discutida en esta sección sobre “procesos de codificación” será investigación realizada exclusivamente con tests o pruebas de memoria explícita. La razón no es otra que el hecho de que tradicionalmente la codificación ha 198 sido abordada experimentalmente con diseños y tareas que requieren una recuperación explícita. Hacemos esta observación porque, como tendremos oportunidad de discutir cuando estudiemos los procesos de recuperación, las pruebas de memoria implícita podrían regirse por reglas diferentes a las de memoria explícita. La memoria explícita llena gran parte de nuestra vida cotidiana. Cada vez que nos encontramos con algún conocido se establece de inmediato entre nosotros una relación especial gracias a lo que nos contamos o, más exactamente, gracias a que compartimos nuestros recuerdos. Las relaciones personales dependen sobremanera de nuestra tendencia a compartir con los otros nuestras experiencias pasadas, algo que hacemos contando historias de nuestra vida. Historias que incluyen desde eventos de enorme trascendencia, como haber encontrado un buen trabajo o sufrir una desgracia, a eventos de una importancia relativa o poco trascendente, como dónde hemos estado veraneando o si asistimos ayer a clase de Psicología de la memoria. Esta mañana, me encontré con mi amigo Luis y, tras saludarnos, me preguntó por las vacaciones. “Excelentes”, le he dicho. “He pasado la mayor parte de ellas en la playa”. Al hacer referencia a “la playa”, he recordado con toda claridad el lugar exacto donde estuve, el color y la textura de la arena, el aspecto del mar, sus movimientos y su sonido; el sol brillante de las mañanas y abrasador de las tardes; los movimientos y el ruido de la gente, la policromía de sus bañadores y el olor de los bronceadores; la sed de algunos momentos y el placer de saborear una cerveza bien fría; la habitación del hotel donde me hospedaba, las caras de los empleados y un montón de cosas más. ¿Qué condiciones han hecho posible esos recuerdos? Cuando me encontraba de vacaciones, debieron de tener lugar en mi memoria ciertos cambios: la codificación y el almacenamiento de los sucesos que he recordado. Cuando me encontraba en la playa, los recuerdos fueron retenidos y ahora, cuando mi amigo me ha preguntado por mis vacaciones, ha sucedido algo que me ha llevado a recuperar tales recuerdos. Ya hemos insistido en la interconexión existente entre codificación, alma cenamiento y recuperación, aunque ahora lo que quizás interesa resaltar es la idea de que la codificación es una condición imprescindible para el almacenamiento y el recuerdo. Como ya se ha dicho, la función de la codificación es almacenar información para su uso posterior. Ahora bien, en el momento en el que se produce la codificación no pueden predecirse completamente las circunstancias en las que tendrá que producirse la recuperación. ¿Cómo es posible, entonces, encontrar la información necesaria para responder a la pregunta de mi amigo si tal pregunta no estaba prevista cuando se registró la información sobre mis vacaciones? Parece lógico suponer que el sistema humano de memoria ha evolucionado para poder codificar una amplia gama de características de un suceso, cualquiera de las cuales nos puede llevar a recuperar un recuerdo. Por ejemplo, el sonido del mar, el calor del sol, el olor de una crema solar o la presencia de un bañador podrían –lo mismo que ocurrió con la palabra “playa”– recordarme mis vacaciones junto al mar. Durante mis vacaciones en la playa, la codificación de mis experiencias tuvo que haber sido llevada a cabo de tal modo que la recuperación pudiera tener éxito siguiendo las rutas que marcarán todas o cada una de las claves mencionadas. Resulta, pues, 199 incuestionable que la codificación es vital para el recuerdo futuro. Pero, ¿cómo se produce la codificación? 6.2.1. Niveles de procesamiento Para cualquier estudioso de la memoria, resulta fácil comprobar que gran parte de la investigación sobre los procesos de codificación se ha realizado bajo la influencia de la hipótesis de los niveles de procesamiento de Craik y Lockhart. Como se expuso en el Capítulo 3, estos autores argumentaron que la memoria depende de las actividades de procesamiento que se aplican a la información entrante. En otras palabras, que la calidad de lo recordado dependerá de cómo se haya procesado la información en el momento de la codificación. Como se recordará, Craik y Lockhart formularon cuatro supuestos básicos. Primero, las huellas de memoria son el resultado de una serie de análisis de la información que llega, con la particularidad de que tales análisis están jerarquizados en diferentes niveles de procesamiento de modo que cada uno es más profundo que el anterior. Segundo, cuanto más profundo sea el procesamiento, más duraderas serán las huellas de memoria y, en consecuencia, habrá mayor retención. Tercero, el buen rendimiento de la memoria no depende de repetir una y otra vez la información, sino que está determinado por la mayor profundidad de los análisis, de lo que se deriva que el repaso es relativamente importante. El cuarto y último supuesto es de naturaleza metodológica y tiene que ver con el modo como debe ser estudiada la memoria; en concreto, estos autores argumentaron que la memoria debería ser investigada en condiciones de aprendizaje incidental. Para los propósitos de este capítulo sobre codificación, resultan especialmente relevantes las ideas contenidas en el tercer y cuarto supuesto; en consecuencia, analizaremos algunas cuestiones relativas al papel del repaso en la codificación así como la pertinencia del paradigma de aprendizaje incidental para el análisis de ese proceso. 6.2.2. Repaso de mantenimiento y repaso elaborativo La experiencia nos enseña que la práctica mental que supone repasar algo mejora el recuerdo posterior de ese algo. En el contexto de la psicología de la memoria, el concepto de repaso debe diferenciarse de otro concepto estrechamente relacionado, la repetición. Aunque es frecuente utilizarlos de un modo intercambiable, se recomienda diferenciarlos porque, en sentido estricto, significan cosas diferentes. La repetición se refiere al hecho de que un ítem aparezca o se experimente más de una vez, mientras que el repaso se 200 refiere al proceso de pensar o trabajar mentalmente con un ítem. Para argumentar que el rendimiento de la memoria no depende de la cantidad de repaso sino del nivel de profundidad al que se analice un ítem, Craik y Lockhart distinguieron dos tipos de procesamiento: procesamiento Tipo I o repaso de mantenimiento, y procesamiento Tipo II o repaso elaborativo. El repaso de mantenimiento (procesamiento Tipo I) es un tipo superficial y repetitivo de reciclaje de la información. Es el tipo de repaso al que generalmente recurrimos para retener un número de teléfono durante el intervalo que va desde que lo miramos en la guía telefónica hasta que lo marcamos. Lo esencial aquí es que, una vez que dejamos de repasar tal información, se pierde sin dejar un rastro permanente en la memoria. El repaso elaborativo (procesamiento Tipo II), por el contrario, es un tipo más complejo de repaso que toma como base el significado de la información para procesarla más profundamente cada vez, hasta un nivel en el que entra en contacto con otros significados ya almacenados en la memoria. En consecuencia, este material más elaborado será mejor recordado. El repaso elaborativo es el que llevamos a cabo, por ejemplo, cuando tratamos de construir frases con las palabras de una lista que queremos aprender, o cuando intentamos aprendernos un número de teléfono asociando cada cifra o cada par de cifras con fechas históricas o números que nos son familiares, porque sabemos que de esa manera estamos garantizando el recuerdo posterior de esas informaciones. Lo controvertido de este supuesto es que implica que existe un tipo de repaso (el Tipo I o de mantenimiento) que no mejora la retención a largo plazo. Aunque existen datos que apoyan esta opinión, otros demuestran que el repaso de mantenimiento sí tiene efectos beneficiosos sobre la MLP 1. Por tanto, parece más apropiado hablar de un continuo entre ambos tipos de repaso que de una dicotomía; aunque no hay que olvidar que el repaso de mantenimiento mejora mucho menos la retención a largo plazo que el repaso elaborativo. Así pues –y, hasta cierto punto, en línea con la idea de Craik y Lockhart–, puede resultar útil mantener cierta distinción entre estos dos tipos de repaso. 6.2.3. Aprendizaje incidental versus aprendizaje intencional En condiciones de aprendizaje incidental el sujeto no sabe que el material que está procesando será evaluado más tarde, por lo que se limita a procesarlo siguiendo las sugerencias del experimentador. Craik y Lockhart recomendaron investigar la memoria con procedimientos de aprendizaje incidental precisamente porque en tales condiciones el experimentador tiene control sobre el procesamiento que el sujeto aplica al material, algo que no se produce en condiciones de aprendizaje intencional, donde el sujeto es instruido para que aprenda una determinada información y éste utiliza una estrategia de codificación desconocida. 201 Por tanto, lo que distingue básicamente el aprendizaje incidental del aprendizaje intencional es la naturaleza de las instrucciones que se dan a los sujetos. Cuando no se les informa que tras la presentación del material se les administrará un test de memoria, se trata de una condición de aprendizaje incidental; cuando sí se les informa previamente, se trata de una condición de aprendizaje intencional. Por ejemplo, en una tarea típica de aprendizaje intencional, el experimentador dirá a los sujetos algo así: “Esto es una prueba de memoria. A continuación os voy a leer una lista de palabras. Es muy importante que prestéis atención ya que después deberéis recordar el mayor número posible de estas palabras”. Una vez presentada la lista, y tras el correspondiente intervalo de retención, se pasa a la prueba de recuerdo o de reconocimiento anunciada. Por otra parte, en una tarea de aprendizaje incidental las instrucciones recibidas por los sujetos podrían ser éstas: “Esto es un experimento sobre vuestro juicio acerca de una serie de palabras. En concreto, se trata de que, a medida que os vaya leyendo la lista de palabras que tengo aquí, vayáis juzgando si cada una de ellas os resulta agradable o desagradable. Si una palabra tiene un significado agradable para vosotros, debéis poner una A en vuestra hoja de respuestas, y si tiene un significado desagradable, debéis poner una D. Por favor, prestad atención a cada palabra”. Terminada esta tarea, se les administra una prueba de retención (recuerdo o reconocimiento) de las palabras presentadas y juzgadas. Así pues, en condiciones de aprendizaje incidental, se presenta a los sujetos el material relevante pero no se les dan instrucciones para aprender. Esto implica que los sujetos deben realizar algún tipo de tarea de orientación que les llevará a dirigir su atención al material presentado y que más tarde será objeto del test acerca del cual no se les ha dado ninguna información. De este modo, el experimentador tiene un cierto control sobre la naturaleza del procesamiento de la información realizado por el sujeto, lo que permite comparar la retención subsiguiente a diferentes tipos de tareas de orientación, así como entre condiciones de aprendizaje incidental y aprendizaje intencional. En general, la investigación experimental ha puesto de manifiesto la ausencia de diferencias en memoria entre condiciones de aprendizaje incidental e intencional, lo que sugiere que la intención de aprender no es necesariamente una variable relevante en la investigación de la memoria. Postman (1964) señaló con toda claridad que la variable crítica que determina lo que se aprende y lo que se recuerda no es la intención de aprender per se, sino “las respuestas” que da el sujeto en la situación de aprendizaje. Sin embargo, esta “teoría de la respuesta” de Postman –con fuertes reminiscencias conductistas– tropieza con un problema extremadamente difícil: identificar las hipotéticas respuestas producidas por una tarea de orientación determinada. Sin embargo, desde un planteamiento cognitivo, la explicación del hecho repetidamente comprobado de que, generalmente, no hay diferencias en memoria entre grupos de aprendizaje incidental e intencional cuando ambos grupos realizan la misma tarea de orientación, permite concluir –como hiciera Michael Eysenck (1982a)– que el rendimiento mnemónico no está determinado por la intención de aprender sino por la naturaleza de las actividades de codificación realizadas por el sujeto. 202 En suma, la investigación demuestra que la memoria (tanto de recuerdo como de reconocimiento) está determinada por el modo como los sujetos codifican el input, mientras que la intención de aprender parece tener una mínima importancia (a lo sumo, un efecto marginal sobre el recuerdo y un mínimo o nulo efecto sobre el reconocimiento). A continuación veremos cómo en condiciones de aprendizaje incidental un experimentador puede producir, con una tarea concreta de orientación, un rendimiento de memoria similar al que obtiene un grupo de sujetos en condiciones de aprendizaje intencional. 6.2.4. Códigos estructurales, códigos semánticos e intencionalidad James Jenkins y su grupo de investigación realizaron los primeros experimentos que parecían apoyar muchos de los postulados de la propuesta teórica de los niveles de procesamiento, incluyendo que todos los códigos no son igual de útiles, o la importancia relativa de la intencionalidad. En uno de tales experimentos, Hyde y Jenkins (1969) presentaron la misma lista de 24 palabras a 7 grupos de sujetos. Las condiciones experimentales de cada grupo diferían en cuanto a las instrucciones recibidas: tres grupos realizaron la prueba en condiciones de aprendizaje incidental, otros tres en condiciones de aprendizaje intencional y el séptimo grupo fue de control. Cada uno de los grupos tanto de aprendizaje incidental como de aprendizaje intencional realizó una de las siguientes tareas de orientación: 1) juzgar las palabras como agradables-desagradables, 2) detectar qué palabras contenían la letra “E” y 3) estimar el número de letras de cada palabra. En la fase de test, y sin previo aviso, a los tres grupos de aprendizaje incidental se les pidió que recordasen las palabras que habían estudiado. A los grupos de aprendizaje intencional se les dijo al inicio de la prueba que al final se les pasaría una prueba de recuerdo. Al grupo de control se le pasó una prueba típica de recuerdo libre: presentación de las palabras (sin tarea de orientación) y recuerdo posterior. Según Hyde y Jenkins, parece correcto suponer que la tarea agradable-desagradable exige extraer el significado de las palabras o, lo que es lo mismo, codificar semánticamente tales palabras, mientras que las otras dos tareas sólo exigen procesar las características estructurales de las palabras. En el Cuadro 6.1, aparece el rendimiento de los siete grupos, que refleja una clara discontinuidad entre el nivel de recuerdo subsiguiente a la tarea de orientación semántica y el subsiguiente a las dos tareas de orientación estructural (no semánticas). En resumen, los resultados de los seis grupos experimentales sugieren al menos dos cosas. Primero, que cuando la tarea de orientación requiere codificar el significado de las palabras, el recuerdo es mucho mejor que cuando la tarea sólo implica codificar la estructura de las mismas; y, segundo, que la intención explícita de aprender apenas produce diferencias (sólo apareció una ligera ventaja de la 203 intencionalidad en la tarea “número de letras”). Parece, por tanto, que es la naturaleza de la tarea de orientación la que determina la forma del código que se retiene en la memoria y que cuanto más se acerca dicho código al nivel semántico mejor será el recuerdo. En cuanto al grupo de control, hacer notar que su rendimiento fue equivalente al de los dos grupos que realizaron la tarea de codificación semántica. Cuadro 6.1. Recuerdo promedio como una función del grupo de aprendizaje y de la tarea de orientación (adaptado de Hyde y Jenkins, 1969, exp. 1) Grupo APRENDIZAJE INCIDENTAL 1. Tarea agradable-desagradable 2. Tarea detección de “E” 3. Tarea número de letras APRENDIZAJE INTENCIONAL 1. Tarea agradable-desagradable 2. Tarea detección de “E” 3. Tarea número de letras Recuerdo sin tarea de orientación (grupo de control) Palabras recordadas (máximo 24) 16,3 9,4 9,9 16,6 10,4 12,4 16,1 En trabajos posteriores, Hyde y Jenkins (1973) corroboraron estos resultados, que han sido considerados por bastantes autores como una prueba clara en apoyo de la idea central de la propuesta de los niveles de procesamiento de que cuanto más profundos son los análisis más duraderas y recuperables son las huellas de memoria. Sin embargo, el propio Jenkins (1974, p. 17) expresó ciertas dudas al respecto cuando escribió: “Soy afín a su suposición (la de Craik y Lockhart), pero me cuesta creer que las cosas sean tan simples como ellos postulan”. Y es que, si bien en los trabajos de Jenkins y sus colaboradores se asume que una tarea de orientación semántica produce un buen recuerdo porque produce información sobre el significado de la palabra que se activa, esta explicación deja sin contestar muchas cuestiones. Por ejemplo, no dice nada sobre lo que sucede cuando se “activa” en la memoria la información sobre el significado de una palabra, ni cómo todo eso termina en un buen recuerdo. Es un hecho denunciado por muchos investigadores que la propuesta de los niveles resultó vaga e imprecisa desde el principio. Por ejemplo, está comprobado empíricamente que la palabra tiburón se recuerda mejor cuando se presenta con la 204 pregunta “¿La siguiente palabra es un animal?” que cuando se presenta con la pregunta “¿Rima la siguiente palabra con camión?”. Pero, ¿por qué ocurre esto, cuál es la explicación de este resultado? La respuesta típica ha sido ésta: porque la primera condición implica un nivel más profundo de procesamiento. Sin embargo, dicha respuesta plantea esta otra cuestión ¿cómo sabemos que la primera condición lleva a un procesamiento más profundo que la segunda? Y aquí no parece haber más que una respuesta: “Porque la primera condición produce un mejor recuerdo”. En resumen, si el recuerdo (o el reconocimiento) es bueno, la tarea habrá requerido un procesamiento profundo, y, si el recuerdo es malo es porque el ítem sólo ha sido procesado a un nivel superficial. Una argumentación así, donde la profundidad de los análisis es inseparable del rendimiento de la memoria, puso de manifiesto algo tan preocupante como que la propuesta de Craik y Lockhart carecía de una medida objetiva de la “profundidad del procesamiento”. El hecho de utilizar la mejor retención para estimar la profundidad de procesamiento y al mismo tiempo utilizar la profundidad del procesamiento para explicar la mejor retención ponía de manifiesto que la definición de “profundidad” no sólo era vaga sino, por encima de todo, circular. Y una definición circular no es una definición en absoluto. Esta circularidad fue criticada por diferentes investigadores a finales de la década de 1970 y reconocida por los propios Lockhart y Craik (1978) “como algo inherente al enfoque de los niveles de procesamiento”. 6.2.5. La búsqueda de una medida independiente de profundidad El problema de la falta de una definición científicamente aceptable de los niveles de procesamiento, justo es reconocerlo, ya había sido advertido unos años antes por sus proponentes. En 1975, Craik y Tulving publicaron un extenso trabajo experimental en cuyos objetivos se incluía producir una definición de “pro fundidad” independiente de sus efectos sobre la retención. Este trabajo, además, ha sido considerado como la primera prueba diseñada especialmente para evaluar de forma experimental el enfoque de los niveles de procesamiento. El procedimiento general fue el siguiente: a los sujetos se les decía que iban a hacer unos experimentos sobre percepción y velocidad de reacción. En cada ensayo se hacía una pregunta y, a continuación, se presentaba una palabra durante 200 milisegundos. Las preguntas, a las que había que responder SÍ o NO, estaban diseñadas, como en cualquier tarea de orientación, para inducir al sujeto a procesar la palabra a un determinado nivel de análisis. En el Cuadro 6.2, se presentan los tipos de preguntas y el nivel de procesamiento que producirían. Así, pues, desde la perspectiva del sujeto, el procedimiento consistía en escuchar una pregunta, ver una palabra y responder, lo más rápidamente posible, apretando el botón de “sí” o el botón de “no”. Este procedimiento 205 permitía al experimentador medir tanto la exactitud como la latencia de las respuestas. Después de un elevado número de ensayos, y sin previo aviso (aprendizaje incidental), se pasaba a los sujetos una prueba de retención (en unos casos era una prueba de reconocimiento y en otros de recuerdo) sobre las palabras procesadas en la fase de estudio. Cuadro 6.2. Ejemplos de preguntas y respuestas utilizadas en diferentes niveles de procesamiento (adaptado de Craik y Tulving, 1975) La predicción general era que las preguntas de los niveles más profundos exigirían más tiempo para responderse, pero producirían una huella de memoria más elaborada que, a su vez, daría lugar a un rendimiento superior tanto en reconocimiento como en recuerdo. Los cuatro primeros experimentos de Craik y Tulving confirma ron claramente dicha predicción y llevaron a los autores a considerar el tiempo emplea do en el procesamiento como un criterio objetivo de la profundidad (ver Figura 6.1). Sin embargo, también encontraron en los resultados de esos primeros experimentos algunos aspectos inconsistentes con la formulación en términos de profundidad de procesamiento. En concreto, comprobaron que las palabras a las que se había dado una respuesta afirmativa se reconocían y recordaban mejor que aquellas a las que se había dado una respuesta negativa, aunque los tiempos de reacción de unas y otras eran idénticos. Ante tal hallazgo, plantearon dos hipótesis: o el tiempo de reacción no constituye un índice adecuado de la profundidad de pro cesamiento, o la profundidad no predice bien la retención posterior. 206 Figura 6.1. Resultados típicos obtenidos en el Trabajo de Craik y Tulving (1975). Para contrastarlas, llevaron a cabo un nuevo experimento en el que administraron a los sujetos dos tareas: una superficial pero difícil y que requería mucho tiempo, como decidir si una palabra se ajustaba a un patrón determinado de vocales (V) y consonantes (C) (e.g., “¿Se ajusta la siguiente palabra a la configuración CVCCV?” – PRIMO), y una semántica fácil que requería poco tiempo (e.g., “¿Encaja la siguiente palabra en esta oración?: El hombre lanzó el balón al …” – NIÑO). Los resultados fueron muy claros: la tarea superficial (no semántica), a pesar de que consumía más tiempo, daba lugar a un reconocimiento inferior. Por tanto, el tiempo empleado en realizar la tarea de orientación no ofrecía un índice directo de la profundidad, y se confirmaba que era la profundidad del procesamiento lo que determinaba el rendimiento de la memoria. 6.2.6. Elaboración, congruencia y distintividad La búsqueda de una medida directa de la profundidad de procesamiento llevó a Craik y Tulving al descubrimiento de fenómenos no previstos que llegaron a significar nuevos 207 problemas para la propuesta original de los niveles, aunque, al mismo tiempo, propiciaron el de -sarrollo de nuevas ideas y, en definitiva, el enriquecimiento de dicha propuesta teórica. En concreto, el Experimento 7 arrojó unos resultados difícilmente conciliables con la idea original de la existencia de un continuo de profundidad entre los diferentes niveles. En dicho experimento todas las tareas implicaban un nivel semántico de procesamiento, dado que todas ellas consistían en decidir si una palabra encajaba en un marco oracional, con la particularidad de que el diseño incluía tres niveles de complejidad para los marcos oracionales. He aquí algunos ejemplos: – – – Complejidad baja: “Ella cocinó…”; “La… está rota”. Complejidad media: “El… asustó a los niños”; “La… madura estaba deliciosa”. Complejidad alta: “El gran pájaro descendió en picado y se llevó al combativo…”; “La pequeña dama cogió airadamente la… roja”. Los resultados pusieron de manifiesto un incremento sistemático del recuerdo en función de la complejidad del marco oracional. En concreto, y considerando solamente el recuerdo de las palabras a las que se había respondido SÍ, la proporción de palabras recordadas que encajaban en oraciones complejas fue el doble de las obtenidas con las palabras que encajaban en oraciones simples. Craik y Tulving entendieron que estos resultados reflejaban los efectos del grado de elaboración de los marcos oracionales. Sin embargo, no era fácil interpretar tales resultados a la luz de la propuesta de los niveles de procesamiento, por una razón muy clara: en este experimento, todas las palabras habían sido analizadas en el mismo nivel (semántico). Craik y Tulving llegaron a la conclusión de que los resultados de este experimento eran compatibles con los obtenidos en los cuatro primeros experimentos si se admitía la acción de dos mecanismos: las tareas de orientación con diferentes niveles de análisis afectarían a la naturaleza cualitativa de la huella de memoria (como habían predicho Craik y Lockhart, 1972), mientras que las diferencias producidas en el mismo nivel de pro cesamiento (Experimento 7) se deberían a diferencias en la elaboración de la huella de memoria. Este planteamiento supuso introducir una modificación en la hipótesis de 1972, que, a partir de ahora, debería tener en cuenta que una vez que se alcanza un determinado nivel de procesamiento, la retención es una función del grado de elaboración del estímulo, entendiendo por elaboración la riqueza o amplitud de la codificación dentro de un dominio específico. En efecto, el grupo de investigadores relacionado directamente tanto con la propuesta teórica de los niveles como con su contrastación experimental2 reconoció la dificultad para interpretar los nuevos datos dentro de dicho marco teórico, modificó algunas de las ideas originales y propuso que sería más apropiado referirse a dominios de codificación que a un continuo entre niveles de profundidad. En palabras de algunos de estos investigadores, “los dominios podrían considerarse como una organización jerárquica que iría desde los dominios superficiales y estructurales a los dominios profundos y semánticos” (Lockhart et al., 1976, p. 78). En tal sentido, los 208 estímulos podrían ser analizados o elaborados mediante operaciones adicionales dentro de un continuo cualitativamente coherente. No obstante, el concepto de “profundidad” no desapareció por completo en esta reformulación, ya que se siguió manteniendo la idea de que para que comience un procesamiento semántico es necesario algún procesa miento previo en el dominio estructural. Por otra parte, se señaló que el grado de elaboración parece depender del nivel de congruencia entre el marco oracional y la palabra. Como se ha indicado un poco más arriba, el incremento del recuerdo en función de la complejidad del marco oracional sólo se produjo con las palabras a las que se había respondido afirmativamente. De hecho, el hallazgo de que las palabras a las que se había respondido “sí” se reconocían y recordaban significativamente mejor que aquéllas a las que se había respondido “no”, se había producido sistemáticamente en todos los experimentos anteriores. Éste era también un hallazgo imprevisto en el enfoque de los niveles de procesamiento, de modo que Craik y Tulving recurrieron al concepto de congruencia de Schulman (1971) para interpretar las diferencias entre respuestas positivas y negativas. Esta idea de congruencia se refiere a que en los casos en que se responde afirmativamente, la palabra y el marco oracional (o la pregunta, en general) son semánticamente congruentes, lo que permite que los contextos de codificación creados por ambas se combinen y formen una única huella de memoria coherente y elaborada que, consecuentemente, será mejor recordada. Sin embargo, aquí no se acababan los problemas teóricos, ya que, dentro de un dominio específico de procesamiento, la noción de elaboración no es suficiente para comprender el rendimiento de la memoria. Es decir, el hecho de que una huella contenga más información que otra no basta para que se recuerde mejor. Como demostraron Jacoby y Craik (1979), un mayor grado de elaboración del estímulo garantiza una mejor retención no porque se produzca un cambio cuantitativo en la codificación, sino porque ese proceso de añadir más información permitirá la formación de una huella más distintiva y, por tanto, más fácil de discriminar. Así pues, se sugirió que la distintividad es el factor crucial subyacente al efecto de la elaboración. O, como señaló Winograd (1981), existe una correlación inherente entre elaboración y distintividad, en el sentido de que la elaboración sólo será eficaz si produce una codificación distintiva. Eysenck (1979), por su parte, definió como distintiva aquella huella que comparte con otras un número relativamente pequeño de características. En realidad, la distintividad es el factor que subyace al efecto Von Restorff. Desde la publicación de los experimentos de este psicólogo de la Gestalt (von Restorff, 1933; ver más adelante apartado sobre “Organización”), se sabe que los elementos no similares o incongruentes de un conjunto se recuerdan mejor que los elementos similares. Por tanto, parece claro que el grado de distintividad depende del contexto en el que se procesa el estímulo. Por ejemplo, el apellido “García” en la lista “Jiménez, Gómez, Pérez, García, Rodríguez, Martínez, Sánchez” se recordará peor que en la lista “Newman, Smith, Robinson, García, Jones, Brown, Thompson”. En la primera lista, “García” no es distintivo; sin embargo, en la segunda, lo es cierta mente. En el marco de los niveles, esto significa que una huella puede ser distintiva en un 209 dominio de procesamiento (e.g., fonológico), porque comparte pocas características con otras huellas de ese contexto, pero no ser distintiva en un dominio diferente (e.g., semántico), por compartir muchos atributos de codificación con otras huellas. Esta relatividad de la distintividad es la característica que mejor la distingue de la elaboración. Así, si la elaboración implica añadir información a la huella o enriquecerla, la distintividad supone, por encima de todo, contraste de la información. En general, los teóricos asumen que nuestra memoria tiende a aumentar lo diferente de cada información (es decir, a aumentar su contraste) y por ello las huellas resultan distintivas y fáciles de recuperar. 6.2.7. Profundidad de procesamiento versus procesamiento apropiado para la transferencia En 1977, Morris, Bransford y Franks demostraron que la naturaleza del test de retención determina la magnitud del efecto de los niveles de procesamiento. Estos autores pusieron en entredicho el supuesto, hasta entonces fuertemente apoyado, de que un procesamiento profundo y significativo produce una mejor retención que un procesamiento superficial y poco significativo. En su opinión, tal aseveración podía deberse, en gran parte, a un sesgo inherente a la forma como se mide la memoria. Por tanto, antes de aceptar como definitivo ese supuesto, “es necesario considerar no sólo los niveles de procesamiento sugeridos por las tareas de adquisición, sino también los niveles de procesamiento inducidos por la forma del test de memoria” (Morris et al., 1977, p. 521). Este grupo de investigadores realizó una serie de experimentos en los que los sujetos fueron instruidos para que codificaran las palabras atendiendo a su estructura fonémica (juzgar SÍ o NO una palabra rimaba con otra) o a su estructura semántica (juzgar SÍ o NO una palabra encajaba en un marco oracional). Las tareas de orientación eran de naturaleza semántica, como “El … tenía una máquina plateada”, seguida de una de estas dos palabras TREN (sí)/CABAL (no), o de naturaleza fonémica, como “¿… rima con legal?”, seguida de CABAL (sí)/TREN (no). Como puede observarse, cada sujeto recibía las mismas palabras en las distintas tareas. El factor “tarea de orientación” fue cruzado con el factor “tipo de test”, de tal manera que, tras la tarea de codificación, la mitad de los sujetos recibía un test de reconocimiento en el que las palabras que debían reconocer eran las palabras originales de la fase de estudio, mientras que a la otra mitad se le administraba un test de reconocimiento de rimas. En este segundo caso, a los sujetos se les dijo que deberían reconocer qué palabras, de las incluidas en el test, rimaban con las palabras presentadas en la fase de estudio. Los investigadores asumieron que los sujetos del primer grupo realizarían la tarea de 210 reconocimiento apelando al significado de las palabras del test y, por lo tanto, esperaban que se produjera un mejor rendimiento con las palabras codificadas semánticamente. Como puede verse en la columna de la izquierda del Cuadro 6.3, dicha predicción se cumplió. Cuadro 6.3. Interacción entre las condiciones de codificación y de recuperación (Datos tomados de Morris et al., 1977, exp. 1) En el test de reconocimiento de rimas, por su parte, se invirtieron los niveles típicos del procesamiento, de tal manera que la codificación fonológica produjo mejor rendimiento que la codificación semántica (columna de la derecha del Cuadro 6.3), incluso demorando el test de reconocimiento hasta 24 horas (experimento 2). Parece claro, entonces, que la eficacia de los diferentes niveles de procesamiento depende de cómo se mide la memoria. Estos hallazgos fueron corroborados por otros investigadores y llevaron a Bransford, Franks, Morris y Stein (1979) a la conclusión de que los tests de recuerdo libre y reconocimiento utilizados para validar el enfoque de los niveles de procesamiento han estado claramente sesgados en favor del procesamiento semántico. Este grupo de investigadores han propuesto sustituir la noción de niveles de procesamiento por la de procesamiento apropiado para la transferencia. Dentro de esta propuesta, se considera que cuando los tests utilizados para medir la memoria son apropiados para transferir el conocimiento obtenido durante la fase de codificación no está justificado asumir –como se hace en el enfoque de los niveles– que las huellas de determinados ítems son más o menos duraderas o adecuadas que otras sólo porque hayan sido procesadas a un nivel más o menos profundo. Todo lo cual permite asumir que ninguna forma de codificación es invariablemente mejor que otra, sino que el mejor código es el que es más compatible con el test utilizado para medir la memoria. Las implicaciones prácticas de estas ideas para cualquier estudiante parecen claras: cuando esté estudiando para un examen, asegúrese de formar huellas de memoria que sean apropiadas para el tipo de examen que tendrá que realizar. En otras palabras, el modo de estudiar una materia debería depender del modo como será usted evaluado. 211 La noción de procesamiento apropiado para la transferencia reflejaba los aires cambiantes dentro de la investigación de la memoria, que empezaba a distanciarse del análisis de las variables de codificación para concentrarse cada vez más en la interacción entre codificación y recuperación. 6.3. Organización de la MLP Como ya ha sido expuesto, el enfoque de los niveles de procesamiento asumió la idea de que cuanto más distintiva es una huella de memoria, más diferente es del resto y, por tanto, más fácil es su recuperación. Al mismo tiempo, un número extenso de investigaciones ha demostrado hace tiempo que la organización mejora la memoria. Pero, si se tiene en cuenta que cuando se organiza una información lo relevante son las similitudes, surge de inmediato una paradoja que Hunt y McDaniel (1993, p. 42) expresaron así: “¿Cómo es posible que la similitud (organización) y la diferencia (distintividad) puedan ser al mismo tiempo beneficiosas para la memoria?”. Trataremos de responder esta cuestión al final de este apartado. Para los investigadores de la memoria, el término organización puede referirse a las relaciones entre la información que hay que recordar (por ejemplo, el modo como está estructurada la información que llega), o bien a las estrategias que el sujeto pone en marcha en el momento de la codificación, esto es, a la estructuración o reestructuración que el propio sujeto impone para hacer más recuperable la información que le llega. Los primeros que trataron de estudiar de manera sistemática la organización de la memoria fueron los psicólogos de la Gestalt, al generalizar los principios organizativos de la percepción a la memoria humana. Los gestaltistas comprobaron que los grupos de ítems tienden a percibirse como unidades, lo que les hizo sospechar que el sujeto, valiéndose de factores tales como la similitud, la proximidad y la continuidad, organiza los grupos de ítems en todos unificados. No obstante, su influencia, que se limitó al estudio de la memoria de la forma, no aportó hipótesis válidas ni consistentes. Quizá merezca la pena destacar la demostración ya mencionada de Von Restorff (1933) de que un ítem heterogéneo dentro de una lista homogénea se recordará mejor que un ítem homogéneo. Por ejemplo, un número de tres dígitos se aprenderá mejor si aparece en una lista de sílabas sin sentido (de tres letras) que si lo hace en una lista de números. El efecto Von Restorff fue interpretado por su descubridor en términos del efecto figurafondo: el número aislado forma una huella que se destaca del fondo de sílabas, por lo que existe poca probabilidad de que sea asimilado por el fondo. Más recientemente, dicho efecto ha sido interpretado en términos atencionales, considerándose como factor crucial el valor sorpresa del ítem aislado más que su aislamiento como tal. Desde aquella primera incursión de los psicólogos de la Gestalt en el campo de la organización hasta mediados del pasado siglo, el estudio de la organización de la memoria 212 estuvo prácticamente ignorado. La razón fue que el estudio del aprendizaje y la memoria humana estuvo domina do por el asociacionismo, que pretendió estudiar tales procesos en las situaciones más simples y artificiales de laboratorio. Durante décadas, el material de estudio fueron sílabas sin sentido y el procedimiento de recuerdo serial, lo que minimizaba al máximo cualquier posibilidad de organización. El cambio conceptual y metodológico que se produjo a mediados del pasado siglo con la introducción de las palabras como material y la utilización de las tareas de recuerdo libre hicieron resurgir el interés por el estudio de la organización. Como se sabe, en una prueba de recuerdo serial las palabras deben recordarse en el mismo orden de presentación, mientras que en el recuerdo libre los sujetos tienen libertad para recordar los ítems en el orden que deseen, por lo que esta técnica se convierte en el medio más idóneo para investigar las estrategias que adoptan los sujetos para organizar los ítems en su memoria. Tulving (1968) distinguió dos tipos de organización: primaria y secundaria. La organización primaria describe estrategias tales como ordenación y agrupamiento de los ítems sin tener en cuenta su significado. Por ejemplo, está suficientemente comprobado que el recuerdo mejora cuando se agrupan y repiten los ítems en unidades de tres o cuatro. La organización secundaria es la que se produce cuando el orden de los ítems está determinado por factores semánticos o fonológicos. Supongamos que se presentan a un sujeto ocho palabras para su recuerdo libre en el siguiente orden: coche, león, gato, avión, caballo, tren, barco, tigre, y que las recuerda en este otro orden: coche, tren, avión, barco, caballo, gato, león, tigre. ¿Qué nos indica esto? Probablemente toda la memoria está organizada, pero no es casualidad que la teoría sobre la organización se haya elaborado básicamente a partir del paradigma de recuerdo libre. La razón es que la mayoría de las ideas sobre la organización no han surgido del recuerdo per se, sino del estudio del orden en que los ítems son recordados. Si volvemos al ejemplo presentado, se observa que las palabras han sido recordadas atendiendo a dos categorías: medios de transporte y animales. Podemos pensar que el sujeto se dio cuenta durante la codificación de las relaciones categoriales entre las palabras y las utilizó durante la recuperación. Pero es que, además, los “medios de transporte” han sido subdivididos atendiendo a su utilización en la ciudad o sobre el suelo (coche, tren) y fuera de la ciudad o sobre otros elementos distintos del suelo firme (avión, barco), y los animales agrupados en domésticos (caballo, gato) y salvajes (león, tigre). ¿Por qué surgieron estos subgrupos? Pudo ser, como ya se ha apuntado, porque el sujeto descubrió, durante la codificación, tales relaciones categoriales o porque, durante la recuperación, recordó uno de los ítems de cada par y generó el otro que, tal vez, estaba asociado en su mente. Como puede verse, este ejemplo no nos permite contestar tales cuestiones, ni otras semejantes; por ejemplo, también es posible que el sujeto recordara las categorías (e.g., animales) y las utilizara para generar miembros de las mismas. La investigación tradicional sobre tales cuestiones puede agruparse en torno a dos enfoques teórico-metodológicos diferentes. El primero incluye aquellos estudios en los que la organización ha sido “impuesta por el experimentador” (e.g., listas de palabras pertenecientes a un pequeño número de categorías, como en el ejemplo comentado). El 213 segundo incluye los estudios sobre la llamada “orga nización subjetiva”, en los que las listas han sido elaboradas al azar para eliminar las relaciones semánticas o fonológicas entre las palabras. Este último enfoque trata de averiguar si los sujetos son capa ces de descubrir, o inventar, relaciones entre los ítems basadas en el significado. 6.3.1. Organización impuesta por el experimentador: asociativa y categorial La organización impuesta por el experimentador se subdivide, a su vez, en asociativa y categorial. La organización asociativa se analiza utilizando listas de palabras que pertenecen a pares asociados (e.g., arriba-abajo) o a redes asociativas, donde todas las palabras de la lista son asociados comunes de una palabra que no se incluye. Las primeras investigaciones sobre “agrupamientos asociativos” en el recuerdo (associative clustering) fueron realizadas por Jenkins y Russell (1952). Estos investigadores estudiaron el recuerdo libre de 48 palabras pertenecientes a 24 parejas con un valor asociativo muy elevado (como hombre-mujer, mesasilla, blanco-negro, arriba-abajo, etc.), y comprobaron que los sujetos tendían a recordar tales palabras juntas, a pesar de que se les habían presentado sepa radas y mezcladas aleatoriamente. Unos años después, Jenkins, Mink y Russell (1958) llevaron a cabo un experimento similar, pero variando el grado de asociación entre las parejas, y comprobaron que cuanto más fuerte era la asociación entre las parejas de palabras tanto más fácil era su recuerdo. Así, pues, parecía demostrado que los sujetos agrupan u organizan la lista de tal manera que les permite beneficiarse de las relaciones asociativas entre los ítems. James Deese (1959) modificó esta técnica y en lugar de pares de asociados presentó listas de 15 ítems formadas por asociados semánticos (e.g., tela, insecto, animal, patas, bicho, mosca…) de una misma palabra (araña), que no se presentaba3. Las listas diferían en cuanto al nivel de frecuencia de los asociados, que podían ser todos ellos de alta, baja o nula frecuencia. Tal y como predijo, Deese comprobó que el recuerdo de las listas de alta frecuencia era superior (7,35 palabras correctas) al de las listas de baja frecuencia (6,08 pala bras correctas) y de frecuencia nula (5,50 palabras); es decir, que el nivel de recuerdo de tales listas estaba relacionado directamente con su fuerza de asociación. Asimismo, comprobó que el recuerdo de listas de asociados de alto nivel era significativamente superior (49%) al recuerdo de listas de palabras no relacionadas (37%). Por otra parte, la organización categorial se estudia con listas de palabras pertenecientes a categorías taxonómicas tales como animales, frutas, profesiones, muebles, etc. Los estudios sobre “agrupamiento categorial” (category clustering) fueron iniciados por Bousfield hacia mediados de la década de 1940. En uno de sus trabajos más conocidos, Bousfield (1953) utilizó cuatro categorías para construir la lista (animales, nombres de pila, profesiones y vegetales). De cada una eligió 15 palabras, lo 214 que dio un total de 60 palabras por lista. Bousfield comprobó que los sujetos tendían a recordar juntos los miembros de la misma categoría, a pesar de que se habían presentado mezclados aleatoriamente. Este hallazgo, como puede observarse, es bastante parecido al de Jenkins y Rusell de que los miembros de las parejas de palabras altamente asociadas se recordaban juntos. ¿Qué mecanismos subyacen a uno y otro tipo de organización? O, en otros términos, ¿la organización asociativa es distinta o no de la organización categorial? La evidencia experimental indica que los efectos de las relaciones categoriales son diferentes de los efectos de las relaciones asociativas. En este sentido, Bousfield y Puff (1964) demostraron que el agrupamiento categorial se producía incluso cuando las palabras de una categoría habían sido elegidas especialmente por la baja fuerza de asociación entre ellas. En resumen, se asume que el agrupamiento categorial y el asociativo son tipos independientes de organización. Estudios posteriores han ayudado a clarificar los mecanismos subyacentes a la organización categorial. Como señaló Bower (1972), el recuerdo de listas categorizadas implica, al menos, tres procesos básicos: 1) descubrir las categorías representadas por las palabras de la lista; 2) asociar los nombres de las categorías con los elementos de la lista; es decir, el sujeto tiene que aprenderse los miembros de cada categoría presentes en la lista, y 3) recordar los nombres de las categorías. Los diferentes estudios comentados demuestran que los sujetos son capaces de beneficiarse de la organización ofrecida por el experimentador, lo que, en cierto modo, ayuda a entender cómo trabaja la organización. Parece, en efecto, que el aprendizaje de listas categorizadas es un proceso complejo en el que las unidades simples se organizan en unidades mayores que después pueden descodificarse en los inputs originales. Sin embargo, también se puede observar que los datos presentados no implican necesariamente una organización activa por parte del sujeto, por lo cual son totalmente consistentes con un enfoque asociacionista de la memoria. No obstante, en el siguiente apartado expondremos la evidencia que muestra cómo el sujeto impone su propia organización a materiales seleccionados al azar, un fenómeno que una teoría asociacionista pasiva tendría dificultad para explicar. 6.3.2. Organización subjetiva Como procesadores de información, los seres humanos somos tan ingeniosos que siempre que tenemos que aprender algo recurrimos a la organización, incluso en ausencia de materiales sin una estructura obvia. El primer experimento que demostró que, incluso cuando el material que se presenta no está organizado por el experimentador, el sujeto impone su propia organización para aprenderlo y recordarlo, fue realizado por Tulving (1962). 215 Tulving definió la organización subjetiva como la tendencia a recordar palabras en el mismo orden durante sucesivos ensayos de aprendizaje, aunque no existan dependencias secuenciales manipuladas experimentalmente entre las palabras de una lista. En su experimento utilizó una lista de 16 pala bras (sustantivos bisílabos) sin ninguna relación entre sí. El procedimiento implicaba presentar las mismas palabras a lo largo de 16 ensayos pero cambiando en cada ensayo el orden de las palabras de la lista. Tras cada presentación siempre había una prueba de recuerdo libre. Tulving razonó que puesto que los ítems no se mantenían juntos en el input (en cada presentación cambiaban el orden), si aparecían consistentemente juntos en el output, habría que considerarlos como miembros de una unidad subjetiva única. Es decir, si dos ítems se recuerdan juntos en ensayos sucesivos, a pesar de que se han presentado separados, probablemente hayan sido organizados juntos por el sujeto. Para medir la consistencia del orden del recuerdo, Tulving propuso como medida la frecuencia de parejas, que es igual al número observado de parejas de ítems recordados juntos (sin tener en cuenta las inversiones del orden dentro de la pareja) en ensayos sucesivos menos el número de repeticiones de tales parejas que se esperan por azar. Tulving comprobó que el número de palabras recordadas y el grado de organización subjetiva aumentaban tras sucesivos ensayos de presentación y recuerdo. Asimismo, observó que el incremento en el índice de organización subjetiva –que caracterizaba el rendimiento de los sujetos– significaba que el orden del re cuerdo se hacía cada vez más estereotipado, lo que resultó finalmente en una alta correlación entre la organización subjetiva y las puntuaciones totales del recuerdo. En opinión de Kintsch (1970, p. 255), esa alta correlación entre organización subjetiva y recuerdo “sugiere que la organización no es un simple epifenómeno del aprendizaje del recuerdo, sino que indica la existencia de una auténtica relación causal entre el aprendizaje del recuerdo y la organización subjetiva”. Por supuesto que, para demostrar que uno aprende a recordar porque el material está organizado subjetivamente, se necesita más de un análisis correlacional. Diferentes autores4 han aportado datos experimentales que apoyan la importancia de la organización subjetiva para el recuerdo, pero para no extendernos excesivamente comentaremos sólo uno de tales trabajos. Bower, Lesgold y Tieman (1969) comprobaron que si a los sujetos no se les permitía realizar una organización estable aprendían muy poco de las presentaciones sucesivas. Bower y sus colaboradores elaboraron una lista de 24 sustantivos, elegidos aleatoriamente, que se presentaban en 6 bloques de 4 palabras cada uno. Por ejemplo, en la primera presentación un bloque de palabras era perro, bicicleta, cigarro, sombrero. Cada uno de los bloques de 4 palabras se presentaba durante 12 segundos y se decía a los sujetos que las integraran en una escena imaginaria en la que los objetos designados estuvieran interactuando. Un ejemplo podía ser “Un perro con sombrero y fumándose un puro mientras monta en bicicleta”. Los sujetos fueron divididos en dos grupos. A un grupo se le presentaron los mismos bloques de palabras en cada una de las presentaciones, mientras que al otro grupo la composición de los bloques se alteraba de ensayo en ensayo, de tal manera que las mismas dos palabras no aparecían en el mismo 216 bloque más de una vez. Los resultados coincidieron totalmente con las expectativas basa das en la teoría que subraya los factores organizativos en el recuerdo libre. Cuando a los sujetos no se les permitió formar organizaciones estables, apenas mejoró su recuerdo de ensayo a ensayo, y a la inversa. Así, el primer grupo, que tuvo la posibilidad de establecer organizaciones consistentes, mejoró su rendimiento de un 70% de palabras recordadas en la primera presentación a casi un 96% en la tercera, mientras que los sujetos a los que no se les permitió organizar, varia ron sólo ligeramente su rendimiento (69% en la primera presentación, 75% en la tercera). Este experimento puso de manifiesto, en primer lugar, que la interferencia de la organización subjetiva anula los efectos del aprendizaje, y en segundo lugar, que el número de ensayos de aprendizaje no es la cuestión básica para el recuerdo libre, sino el nivel de organización que se alcance en tales ensayos. El estudio de la organización de la memoria pone de manifiesto una serie de cuestiones básicas sobre los procesos mnemónicos en general. Se trata, así, de un excelente medio para conocer algunas de las formas de codificación utilizadas por los sujetos cuando aprenden un material. Se ha comprobado que la codificación más eficaz es la que organiza los ítems en unidades de orden superior. Como se recordará, la formación de tales unidades en la memoria a corto plazo recibe el nombre de recodificación o chunking, y lo que forma un chunk o trozo de información en la MCP parece estar determinado por principios de agrupamiento y organización perceptiva. Como se recordará, Miller (1956) observó que la amplitud de memoria aparecía limitada no por la naturaleza del material que debía recordarse, sino por el número de chunks; por lo tanto, cualquier técnica —como la recodificación o chunking— que pudiera agrupar la información de muchos ítems en unos pocos incrementaría la cantidad total de información retenida en la MCP. Mandler (1967) considera que un proceso similar a la recodificación tiene lugar en los experimentos de recuerdo libre cuando el sujeto encuentra una base para su propia organización. Por ejemplo, las palabras norte, sur, este, oeste pueden recodificarse en una unidad de orden superior como direcciones o puntos cardinales, lo que comprimiría cuatro unidades de información en el espacio de una. Parece que el mismo proceso es el que subyace cuando el sujeto recuerda los ítems por categorías, porque en realidad lo que hace es formar un chunk con cada categoría. Evidente mente, los procesos de organización en la memoria a largo plazo son más variados y complejos que en la memoria a corto plazo, pero parece claro, como dice Kintsch (1977), que si algo se tiene que recordar bien debe organizarse y, a la inversa, que la organización garantiza el recuerdo. 6.3.3. Organización y distintividad: Una paradoja aparente Un poco más arriba decíamos que las huellas de memoria distintivas o diferentes de otras 217 huellas se recuerdan más fácilmente y mejor. A continuación, hemos visto cómo las similitudes de la información facilitan su organización durante la codificación y así se garantiza su recuerdo. En definitiva, la distintividad y la organización ayudan a la memoria. Pero surgió la pregunta: ¿cómo es posible que una cosa y su contraria, lo distintivo y lo similar, sirvan de ayuda a la memoria? La resolución de esta paradoja, que, como veremos, es más aparente que real, la encontramos en la noción, propuesta por McDaniel y Einstein (2005), de procesamiento apropiado para el material. El origen de esta idea se encuentra en el llamado “marco relacional-distintivo” propuesto originalmente por Humphreys (1978) y contrastado empíricamente por Hunt y Einstein en diferentes trabajos5. El supuesto básico del marco relacional-distintivo establece que “la memoria de un elemento concreto de un episodio depende tanto de las relaciones entre los elementos del episodio como de los atributos distintivos y únicos de dicho elemento” (Marschark y Hunt, 1989, p. 711). Según las demandas de la tarea, el sujeto puede llevar a cabo un procesamiento relacional o un procesamiento distintivo o específico del ítem. El procesamiento relacional supone procesar los ítems en términos de sus interrelaciones (de cómo encajan unos y otros, de sus semejanzas, de lo que tienen en común, etc.) y se ve propiciado por el grado en que la información permite la organización. El procesamiento específico del ítem, por su parte, implica procesar los ítems en términos de sus características individuales y se ve favorecido por condiciones que llevan a un procesamiento distintivo. Teniendo en cuenta estas distinciones, el enfoque del procesamiento apropiado para el material establece que el tipo de procesamiento que se debe poner en marcha cuando se estudia un material para su posterior recuerdo depende de la naturaleza de dicho material. En concreto, cuando el material que queremos aprender está bien estructurado u organizado, el tipo más eficaz de procesamiento será el procesamiento específico del ítem o distintivo; mientras que si el material está poco estructurado, entonces deberemos recurrir a un procesamiento relacional. En resumen, tanto la similitud como la diferencia ayudan a la memoria y son de especial relevancia porque ambas reflejan tipos concretos de procesamiento. Un tipo de procesamiento enfatiza una característica y el otro enfatiza la otra, pero está demostrado experimentalmente que el mejor rendimiento de la memoria se obtiene cuando ambos procesos ocurren juntos. 6.4. Procesos de consolidación La idea de que lo que se aprende necesita un tiempo para fijarse o consolidarse es, verdaderamente, muy antigua; sin embargo, el uso del término consolidación de la memoria en contextos científicos es relativamente nuevo. El término “consolidación” fue introducido en psicología por los psicólogos alemanes Georg Elias Müller y Alfons 218 Pilzecker en 19006, para referirse al proceso, dependiente del tiempo, mediante el cual una experiencia se asimila y se almacena de forma permanente en la memoria y se hace inmune a la destrucción. No obstante, el psicólogo francés Théodule Ribot ya había apelado, dos décadas antes (exactamente, en 1881, en su monografía Les maladies de la mémoire), a la idea de consolidación para explicar el “gradiente temporal” observado en algunos de sus pacientes con “amnesia retrógrada” (AR)7. A finales del XIX también, William James asumió la idea de que las memorias nuevas tienen que estabilizarse o consolidarse para poder persistir. En su monumental obra Principios de Psicología, publicada en 1890, propuso que los recuerdos se almacenan primero de modo temporal (la memoria primaria o a corto plazo) y se van estabilizando con el tiempo hasta convertirse en memorias persistentes (la memoria secundaria o a largo plazo). Lo más destacado de la monografía de Müller y Pilzecker fue precisamente aportar evidencia experimental de que la memoria temporal o a corto plazo es la precursora de la memoria persistente o a largo plazo. Por tanto, como ha señalado recientemente LeDoux (2007), el concepto de consolidación está íntimamente conectado con los conceptos de MCP y MLP. De hecho, la opinión dominante actualmente entre los teóricos es que la MCP es temporal, inestable y propensa a la destrucción, mientras que la MLP, una vez consolidada, es persistente e inalterable. Ahora bien, el proceso de consolidación no es algo que se pueda experimentar u observar, sino que es algo que se infiere a partir de los efectos de las manipulaciones experimentales (como, por ejemplo, un shock electroconvulsivo) que impiden que las memorias recién formadas o a corto plazo se conviertan en memorias a largo plazo. Este planteamiento, sin embargo, coloca la idea de consolidación en una lógica circular, ya que, por un lado, la propia consolidación se define en términos de MCP y, a su vez, la MCP es definida como el tiempo durante el que una memoria puede ser destruida o se puede impedir que llegue a consolidarse. A este problema de definición hay que añadir otra dificultad, y es que, a pesar de tener ya más de cien años, el término “consolidación” significa diferentes cosas entre los científicos actuales. Porque, más allá de que la consolidación de la memoria se refiere a diversos eventos que ocurren después del aprendizaje, el hecho es que para los distintos investigadores ni significa lo mismo ni implica los mismos procesos. 6.4.1. Diferentes tipos de consolidación Los diferentes fenómenos a los que se ha aplicado el término consolidación se manifiestan en diferentes niveles de análisis y en múltiples ventanas temporales. Una primera distinción básica y muy relevante para nuestros objetivos es la que se establece entre la consolidación a nivel neurobiológico y la consolidación a nivel cognitivo. En el plano neurobiológico, los investigadores distinguen entre consolidación celular 219 y consolidación de sistemas (Dudai, 1996). La consolidación celular o molecular se refiere a los procesos que se producen localmente en los nodos individuales de los circuitos neuronales, es decir, las sinapsis y las neuronas, durante las primeras horas siguientes al aprendizaje. A este nivel, el término consolidación se refiere a las cascadas moleculares y a los cambios morfológicos gracias a los cuales las modificaciones sinápticas se estabilizan gradualmente. Los estudios sobre consolidación celular/ molecular han demostrado que la estimulación eléctrica del cerebro o determinados tratamientos químicos (especialmente con inhibidores de la síntesis de proteínas) alteran o impiden la conversión de la MCP en MLP. Este tipo de estudios, al utilizar procedimientos invasivos, sólo se realizan con animales, pero, como señala LeDoux (2007), en pacientes sometidos a terapia electroconvulsiva se producen efectos similares en su memoria. Actualmente se asume que la síntesis de proteínas es un proceso clave para la consolidación de la MCP en MLP y se supone que dura varias horas. La consolidación de sistemas hace referencia a los procesos que ocurren en el nivel de los circuitos e implica la conversión de una memoria inestable en una memoria permanente, con la salvedad de que ambas memorias son a largo plazo. Este proceso parece que ocurre en el lóbulo temporal medial e implica que la memoria consolidada se va haciendo con el tiempo (que puede abarcar de meses a años) menos dependiente de este lóbulo e incluso llega a independizarse del mismo. De ahí que, cualquier daño en el hipocampo en un momento cercano al aprendizaje producirá una pérdida de la MLP y, sin embargo, la misma lesión en un momento posterior no tendrá ningún efecto nocivo. Los defensores de esta “visión estándar” (e.g., Squire y Alvarez, 1995), que será expuesta un poco más adelante, utilizan precisamente el término consolidación para referirse al proceso de reorganización gradual en el almacenamiento de la memoria a largo plazo por el que las memorias se independizan del hipocampo y pasan a depender del neocórtex. En el plano cognitivo, la consolidación hace referencia a procesos más abstractos que tienen lugar tras la presentación de un estímulo. El origen de los estudios sobre consolidación cognitiva se remonta justamente a los trabajos de Müller y Pilzecker, y a innumerables estudios posteriores en el campo del aprendizaje verbal, donde la consolidación se infiere fundamentalmente a partir de los efectos de la interferencia retroactiva. Müller y Pilzecker (1900) realizaron una serie de experimentos en los que manipularon la actividad de los sujetos durante el intervalo entre la fase de estudio y la fase de test, y comprobaron que el rendimiento de la memoria dependía de la realización o no de una actividad interpolada. Por ejemplo, los sujetos que realizaban una tarea nueva tras la fase de aprendizaje tenían un peor rendimiento en la prueba de memoria que los sujetos que no hacían nada entre estudio y test. A partir de sus resultados, Müller y Pilzecker propusieron que la actividad fisiológica subyacente a las memorias nuevas se mantiene durante unos cuantos minutos en un estado modificable y después de ese tiempo se consolida en un estado permanente. Al año siguiente de aquella publicación, el 220 psicólogo británico William McDougall señaló que este hallazgo “arroja luz sobre el hecho, experimentado por algunas personas, de que lo que se aprende inmediatamente antes de irse a dormir se recuerda con frecuencia con una precisión excepcional”. También por aquellos años, el psicólogo norteamericano William Burnham estableció, a partir de la evidencia obtenida con pacientes que sufrían AR, que “la característica esencial de estos casos de amnesia retrógrada es que la memoria se ha perdido porque nunca llegó a estar completamente organizada” (1903, p. 129). Burnham consideró que la consolidación implicaba dos procesos: uno fisiológico o bioquímico, que da lugar a la formación y almacenamiento de la huella de memoria, y otro psicológico, consistente en la integración de la memoria recién adquirida en el cuerpo de conocimiento existente. Estos planteamientos le colocaron frente a uno de los temas más controvertidos sobre la consolidación; a saber, si éste es un proceso activo o pasivo. En su opinión, la consolidación no implica solamente un proceso de repetición, sino que incluye también la formación de asociaciones a lo largo del tiempo. Burnham explicó la AR en términos de déficits en los procesos de consolidación, y reconoció que su teoría era similar a la de Ribot. Asimismo, valoró la contribución de Ebbinghaus acerca de la mayor efectividad de la “práctica distribuida” frente a la “práctica masiva” en el aprendizaje, como una clara aportación a favor de la idea de consolidación. Pero aquel primer período realmente fructífero para la teoría de la consolidación se vio ensombrecido y, en última instancia, paralizado por los excesivos estudios sobre “interferencia retroactiva” realizados por los psicólogos conductistas, quienes encontraron en el concepto abstracto de consolidación la vía para medir la fuerza de las asociaciones y para explicar el olvido en términos de interferencia. En la década de los cuarenta, se produciría, no obstante, un resurgimiento de las investigaciones sobre los procesos de consolidación de la memoria con el estudio de los psicopatólogos norteamericanos Zubin y Barrera (1941). Estos investigadores demostraron que los efectos negativos de un shock electroconvulsivo sobre el aprendizaje de pares asociados dependían del intervalo entre el aprendizaje y el shock, en el sentido de que cuanto más breve fuera dicho intervalo más adversos serían los efectos del shock sobre la memoria. Este estudio resultó de gran importancia por varias razones: primero, porque proporcionó un método experimental (el del shock electroconvulsivo) que permitía interrumpir de un modo controlado los procesos de consolidación; segundo, porque produjo un análogo experimental de la AR, y, tercero, porque despertó el interés de los psicólogos que trabajaban con animales por investigar de un modo sistemático los procesos de consolidación en diferentes especies. A propósito de la AR, resulta oportuno señalar que este fenómeno es considerado por los investigadores como una de las fuentes básicas de evidencia en apoyo de la idea de consolidación de la memoria porque permite inferir que lo que se ha aprendido no se convierte instantáneamente en una memoria permanente. Durante la segunda mitad del pasado siglo, se producirían importantes desarrollos pero, sin duda alguna, ninguno tendría tanta trascendencia como el trabajo publicado por Scoville y Milner (1957) sobre los efectos de la recesión bilateral del lóbulo temporal 221 medial sobre la memoria del paciente HM. Aunque, como ya se ha comentado, dicha intervención mejoró la epilepsia, tuvo unas consecuencias dramáticas y no previstas sobre la memoria de HM, que quedó convertido en un amnésico profundo con una amnesia anterógrada (AA) gravísima y una AR considerable8. A la luz de este y otros casos en los que intervenciones parecidas acabaron produciendo déficits similares de memoria (ver Penfield y Milner, 1958), se consideró que el hipocampo y las estructuras relacionadas del lóbulo temporal medial9 jugaban un papel crucial en la memoria a largo plazo, pero, sin embargo, no estaban involucradas ni en la MCP ni en el almacenamiento de las memorias remotas. Las estructuras de la región temporal medial, se pensó entonces, juegan un papel clave en la codificación y consolidación de la memoria, y de ellas dependen el almacenamiento y la recuperación de los recuerdos hasta que termina la consolidación (Zola-Morgan y Squire, 1990). En realidad –y así lo han reconocido más recientemente Milner, Squire y Kandel (1998)– el llamado “modelo estándar” de consolidación se basó en aquellas observaciones iniciales y desde entonces dicho modelo apenas ha sufrido modificaciones. A partir de entonces, y durante bastantes décadas, los investigadores han concentrado sus esfuerzos en diversos aspectos fundamentales de los procesos de consolidación, tales como el período temporal necesario para que se produzca la consolidación, qué regiones cerebrales están involucradas, o cuáles son los tipos de información implicados. Sin embargo, con el surgimiento de la psicología cognitiva se produjo un desinterés por estos temas. En efecto, la psicología cognitiva de la memoria ignoró durante mucho tiempo el problema de la consolidación, interesándose sobre todo por los procesos que ocurren en el momento de la adquisición de información y en el momento de la recuperación. Este desinterés de los psicólogos cognitivos de la memoria por los procesos que pueden ocurrir durante el intervalo de retención ha perdurado hasta hace relativamente pocos años, cuando los estudios en neuropsicología y neurociencia cognitivas de las últimas décadas reavivaron el interés por los procesos de consolidación de la memoria. Retomaremos y analizaremos en profundidad los diversos aspectos de la consolidación a nivel cognitivo al final de este apartado. 6.4.2. El modelo estándar A partir de la propuesta de Scoville, Milner y Penfield, entre otros, acerca de la función de la región del lóbulo temporal medial, Larry Squire y sus colegas10 han desarrollado un modelo de consolidación de la memoria que goza desde hace tiempo de un gran reconocimiento. En opinión de estos investigadores, la región temporal medial juega un papel crucial en el almacenamiento y la recuperación, pero sólo durante un período limitado tras el aprendizaje y respecto a una clase concreta de información (“saber qué” o conocimiento declarativo). Durante ese período, dicha región mantiene la coherencia de 222 la memoria y permite su recuperación mientras dura el proceso de consolidación. Después, cuando la consolidación se ha completado, la región temporal medial deja de intervenir en el almacenamiento y en la recuperación. Si esta región medial del lóbulo temporal sufre algún daño, no es posible mantener la coherencia de las memorias relativamente nuevas y todavía no consolidadas y, en consecuencia, dichas memorias se perderán. Éste sería el caso de la AR. Al mismo tiempo, cuando dichas regiones están dañadas, no se pueden formar nuevas memorias porque el sistema encargado de mantener la organización de la información recién adquirida y de permitir su recuperación y reorganización está dañado. Éste sería el caso de la AA. Como la adquisición de “saber cómo” o conocimiento procedimental no depende de la región temporal medial, este dominio de conocimiento no se ve afectado en la amnesia. La región temporal medial juega, por tanto, un papel decisivo en la consolidación de la llamada memoria declarativa, aunque los procesos de consolidación son el resultado, como vamos a ver, de la interacción entre la región temporal medial y el neocórtex. Básicamente, este modelo distingue dos fases en el proceso de consolidación. Una primera fase, o de consolidación a corto plazo, durante la cual, la información que ha sido registrada inicialmente en áreas corticales, es “ligada” o integrada en una sola huella de memoria por el hipocampo y las estructuras relacionadas de los lóbulos temporales y el diencéfalo. Este ligamiento inicial se supone que se lleva a cabo en unos segundos o, como mucho, en unos pocos minutos. Y una segunda fase, o de consolidación a largo plazo, durante la cual la huella inicial se irá transfiriendo progresivamente desde el hipocampo a las regiones especializadas del neocórtex (posiblemente durante el sueño11) para su almacenamiento definitivo. La duración de esta segunda fase es bastante larga, del orden de años e incluso décadas a nivel humano, y se ha estimado a partir de la extensión de la AR producida por lesiones en el lóbulo temporal medial y el diencéfalo, o por la administración de “bloqueadores de la consolidación” en animales. Como ya se ha señalado, durante la primera fase, tanto el almacenamiento como la recuperación de una huella determinada de memoria dependerán del hipocampo, cuyo papel en ambos procesos irá disminuyendo a medida que vaya completándose el proceso de consolidación. Esta propuesta implica, pues, que el hipocampo y las estructuras relacionadas son necesarios temporalmente, y que dejan de serlo cuando el sistema de almacenamiento de memoria del neocórtex puede por sí solo mantener la coherencia de la huella permanente de memoria e intervenir en su recuperación. Por tanto, una vez finalizada la consolidación, el almacenamiento y la recuperación de una huella de memoria dependerán exclusivamente del neocórtex. En resumen, esta concepción de la consolidación, considerada como “el modelo estándar”, asume la existencia de dos procesos: uno de consolidación rápida o consolidación molecular, y otro proceso de consolidación prolongada o consolidación de sistemas. La consolidación rápida depende del sistema de memoria hipocampal, que es un sistema de aprendizaje rápido, mientras que la consolidación prolongada depende de un sistema de memoria neocortical en el que las representaciones son construidas lenta y gradualmente. Esta distinción es congruente con la idea de que la formación 223 hipocampal y las estructuras neocorticales utilizan estrategias computacionales diferentes para almacenar información12. En el caso concreto de las redes neocorticales, McClelland et al. (1995) han señalado que los cambios en esas redes han de ser lentos para permitir la integración del conocimiento preexistente o viejo con el conocimiento nuevo y evitar así una “interferencia catastrófica”. El modelo estándar de consolidación de sistemas ha sido adoptado desde sus primeras formulaciones por muchos investigadores. No obstante, durante la última década, Lynn Nadel y Morris Moscovitch han puesto de manifiesto algunas inconsistencias del mismo y han propuesto una teoría alternativa. 6.4.3. La teoría de huellas múltiples, una alternativa al modelo estándar En 1997, Nadel y Moscovitch presentaron una propuesta alternativa a la teoría estándar de la consolidación, la llamada “teoría de huellas múltiples”, cuyo dogma central es que el complejo hipocampal –que incluye la formación hipocampal y las estructuras circundantes del lóbulo temporal medial– no tiene una función limitada temporalmente, como postula el modelo tradicional de consolidación, sino que es necesario siempre para el almacenamiento y la recuperación de las memorias episódicas, por muy antiguas o remotas que éstas sean. “La recolección de los episodios autobiográficos dependerá siempre del hipocampo”, han subrayado recientemente Moscovitch et al. (2005). Siguiendo a sus proponentes, la teoría de huellas múltiples asume la existencia de los siguientes procesos: a) b) c) El complejo hipocampal (y posiblemente el diencéfalo) codifica rápida e inevitablemente toda la información a la que se presta atención, y liga (binds) o integra en una huella de memoria aquellas neuronas (fundamentalmente, neocorticales) que están representando la experiencia consciente a la que se ha atendido. Esa información se codifica en una red distribuida de neuronas del complejo hipocampal que actúan como punteros de las neuronas que representan la información atendida. Por tanto, la huella de memoria de un episodio consiste en un conjunto integrado (o una asamblea) de neuronas neocorticales e hipocampales (y posiblemente diencefálicas también) que representan el recuerdo del evento que se ha experimentado conscientemente. La formación y consolidación de esta huella es un proceso rápido; se produce en un período de segundos o como máximo de días (consolidación rápida). La existencia de un proceso de consolidación rápida no ha sido objeto de debate en ningún momento; por tanto, los tres procesos anteriores son compartidos con el modelo estándar. Sin embargo, y en contra del modelo 224 tradicional, la nueva teoría rechaza la idea de un proceso de consolidación prolongada. d) No existe una consolidación prolongada que va fortaleciendo lentamente el componente neocortical de la huella de memoria hasta que se hace independiente del hipocampo, sino que, cada vez que se recupera un viejo recuerdo, se crea una nueva huella del mismo en el hipocampo y se fortalece la vieja. Esto significa que los viejos recuerdos están representados cada vez por huellas más fuertes y más numerosas, lo que hace que los viejos recuerdos sean más resistentes que los nuevos ante posibles daños cerebrales. Esto explicaría la existencia de gradientes temporales en la AR. e) Aunque cada memoria autobiográfica es única, la creación de múltiples huellas relacionadas facilita la extracción de la información común a todas ellas, que será integrada en el conocimiento preexistente y dará lugar a la formación neocortical de memorias semánticas que sí pueden existir independientemente del hipocampo. Por tanto, los hechos acerca del mundo, la gente y los eventos públicos (e.g., que el Vaticano está en Roma, que hay que ser respetuoso con los demás o que en Marzo de 2004 hubo un atentado terrorista en Madrid) que, por supuesto, se adquieren siempre en el contexto de un episodio específico, pueden separarse de dicho episodio y ser almacenados aparte del mismo. Este proceso por el que algunas memorias originalmente episódicas se convierten gradualmente en semánticas podría dar la impresión –según señalan Moscovitch et al. (2005)– de que existe una consolidación prolongada. f) La información sobre el contexto espacio-temporal que caracteriza a toda memoria episódica depende, no obstante, de la implicación continua del complejo hipocampal (que representa el contexto espacial) y del córtex frontal (que representa el contexto temporal). La teoría de huellas múltiples plantea que la memoria episódica y la memoria semántica deben ser consideradas separadamente –en contra de lo que hace el modelo estándar, que da el mismo tratamiento a ambos sistemas de memoria–. En la nueva teoría se argumenta que el modelo tradicional es correcto respecto a la consolidación de la memoria semántica pero es erróneo respecto a la memoria episódica. No existe, según esta teoría, un proceso de consolidación a largo plazo, sino que el complejo hipocampal y el neocórtex interactúan a lo largo del tiempo y determinan el contenido o el tipo de conocimiento de la memoria episódica y de la memoria semántica, pero –y he aquí la reivindicación básica de esta teoría– la recuperación de las memorias episódicas siempre depende del complejo hipocampal, que proporciona la información contextual. Esta idea central de la teoría de huellas múltiples ha sido confirmada rigurosamente en diferentes estudios con neuroimágenes, en los que se demuestra que la recuperación de memorias episódicas remotas implica siempre la activación del hipocampo13. 225 6.4.4. Reconsolidación Con el último cambio de siglo, coincidiendo curiosamente (o irónicamente) con la celebración del primer centenario de la introducción del término consolidación, se publicaron unos datos que supusieron un desafío serio al propio concepto de consolidación. En efecto, Nader et al. (2000) demostraron que si una memoria consolidada se reactiva, se vuelve inestable y vulnerable a los efectos de los bloqueadores de la consolidación, por lo que, tras cada recuperación, las memorias tienen que ser “reconsolidadas”. En otras palabras, el recuerdo de un episodio remoto, y, por tanto, bien consolidado, devuelve a la correspondiente huella de memoria a un estado de fragilidad que hace necesaria, una vez más, la consolidación o “reconsolidación” de dicha memoria. Por tanto, la reconsolidación es un proceso que se pone en marcha con la recuperación. La reaparición del fenómeno de la reconsolidación14 está suponiendo un verdadero impulso tanto de la neurociencia cognitiva como de la psicología cognitiva de la memoria al haber obligado a revisar el propio concepto de consolidación y sus relaciones con procesos básicos como la codificación y la recuperación. En ese sentido, reconsolidación suena a recodificación –como observa Nadel (2007)–, y todo ello, a su vez, recuerda algunas ideas contenidas en la teoría de huellas múltiples; en concreto, que la reactivación de una huella de memoria trae consigo la creación de una nueva huella del mismo episodio que es codificada, representada y distribuida en una red hipocampal. 6.4.5. Consolidación/reconsolidación, recuperación y dinámica de la memoria: Una perspectiva cognitiva Una de las ideas especialmente interesantes que se deriva de ‘la hipótesis de la reconsolidación’ es la posibilidad de que la consolidación de una huella de memoria sea un proceso que ocurre más de una vez. Dicha posibilidad no es compatible con la idea de que las huellas de memoria son elementos fijos y únicos, como se asume en el modelo estándar, sino que destaca la importancia de que cualquier huella de memoria, sea nueva o vieja, esté siempre abierta o sea susceptible a la modificación, como asume la teoría de huellas múltiples. El hecho de que para esta última teoría todo acto de recuperación implique un proceso de ‘multiplicación’ de la huella recuperada significa asumir que las huellas de memoria no sólo están sometidas a procesos pasivos, como el decaimiento subyacente al olvido, y a procesos activos aunque indirectos, como la interferencia retroactiva, sino que también están sujetas a procesos de transformación significativa, como ocurre cada vez que una experiencia nueva se integra y modifica el conocimiento 226 preexistente. La inestabilidad que el proceso de recuperación produce en las huellas de memoria consolidadas y la necesidad subsiguiente de recodificar o reconsolidar tales huellas es una prueba de la capacidad transformadora de la memoria. Por eso, cuando la teoría de huellas múltiples pone el acento en los procesos de recuperación, está asumiendo una dinámica de la memoria similar a la propugnada por Bartlett (1932), para quien la memoria es el resultado de procesos constructivos y reconstructivos, y está en perfecta consonancia también con las ideas de Tulving (1983) sobre la interacción ineludible entre codificación y recuperación. El enfoque constructivista de la moderna psicología de la memoria asume que los procesos de formación y consolidación de las memorias imprimen un carácter dinámico a los sistemas de memoria. Ante cada nuevo aprendizaje, una buena parte de las memorias experimentan cambios: las memorias nuevas, por los procesos mismos de consolidación ya comentados, y las preexistentes que están relacionadas con las nuevas, porque asimilan éstas y se reorganizan. Esta idea ya se encuentra, en cierto modo, en la obra de Frederic Bartlett Remembering, publicada en 1932, donde el investigador británico insistió en los procesos constructivos y reconstructivos de la memoria y en cómo, a medida que pasa el tiempo, los recuerdos cambian. Bartlett comprobó que el transcurso del tiempo hace que se olviden detalles o se cambien por otros que encajan mejor en nuestros esquemas o modelos del mundo, de modo que lo que se retiene es una versión esquematizada y con frecuencia distorsionada del evento original. En el momento de la recuperación, señaló este autor, se reconstruye el evento en función del esquema o modelo. En consecuencia, el proceso de recordar se convierte en una fuente permanente de transformación y reorganización de las memorias, que es básicamente lo mismo que se deriva de la idea de reconsolidación. En 1982, Tulving introdujo el concepto de “ecforia sinergística” para hacer hincapié en que el resultado de un acto de recuperación depende tanto de la información representada en la huella de memoria como de la información proporcionada por el contexto de recuperación. De esta manera, Tulving destacaba la idea de que la recuperación, al estar regulada por una fuente de información derivada del pasado y otra del presente, consiste en realidad en la formación de nuevas memorias a partir de una experiencia previa. Que es en esencia lo que plantea la teoría de huellas múltiples. Esta interdependencia entre el pasado y el presente, en el sentido de que es la memoria del pasado la que organiza y da significado a las experiencias presentes es una idea clave para entender la dinámica de la memoria, en general, y del proceso de recuperación, en particular. Es interesante subrayar que esta idea, surgida en el seno de la psicología cognitiva de la memoria, actualmente es compartida por neurobiólogos interesados en encontrar una explicación funcional para procesos como la consolidación y la reconsolidación. Un ejemplo excelente de lo que estamos diciendo lo encontramos en Susan J. Sara (2007, p. 188), experta en reconsolidación, cuando escribe: “Cada vez que una memoria es recuperada, se integra en las experiencias perceptivas y emocionales del momento presente y pasa a formar parte de una nueva memoria”. Desde una perspectiva 227 teórica de corte constructivista, Sara (2000) considera el proceso de reconsolidación como un mecanismo de puesta al día de la memoria, o de adaptación de la memoria reactivada a las circunstancias presentes, que permite a los animales organizar adaptativamente su conducta. En mi opinión, planteamientos y sugerencias como éstas resultan especialmente interesantes porque vienen a poner de manifiesto, entre otras cosas, la precisión con la que encajan las teorías psicológicas sobre la dinámica de la memoria con las más recientes hipótesis neurobiológicas sobre dicha dinámica, además de suponer una prueba a favor de la plausibilidad biológica de las teorías psicológicas. La investigación sobre los procesos de consolidación está rompiendo actualmente las fronteras epistemológicas que tradicionalmente han impedido el trasvase de resultados y el progreso subsiguiente entre los investigadores de la memoria del nivel cognitivo y del nivel implementacional o neurobiológico. La íntima relación, o tal vez sea más apropiado decir solapamiento, que se postula entre consolidación, recuperación y reconsolidación –cuyas fronteras conceptuales algunos destacados psicobiólogos (e.g., Sara, 2007) sugieren eliminar– nos permite destacar, en este punto final del capítulo, el papel fundamental que los procesos de recuperación (que serán analizados en el próximo capítulo) juegan en la dinámica interna y externa de los sistemas de memoria. 228 7 La memoria a largo plazo (II): Recuperación Y de pronto el recuerdo surge. Marcel Proust 7.1. Introducción William James (1890, p. 524) escribió: “La única prueba de que hay retención es que se produzca realmente el recuerdo”. De esta manera, James subrayó la necesidad de apelar a la recuperación para constatar la existencia de memoria. La codificación de un evento es un prerrequisito ineludible para su recuerdo posterior; por tanto, el proceso de codificación, como hemos visto en el capítulo anterior, es una fase crucial en el funcionamiento de la memoria. Del mismo modo, la consolidación y el almacenamiento de tal información resultan también cruciales para su evocación posterior. Sin embargo, los procesos de codificación, consolidación y almacenamiento, de cuya necesidad nadie duda, no resultan suficientes para garantizar el posterior recuerdo de ninguna información. El proceso que permite “acceder al residuo de la experiencia pasada y (en ciertos casos) convertirla en experiencia consciente”, según palabras de Roediger (2000, p. 57), es la recuperación. Tulving no duda en considerar la recuperación como “el proceso clave de la memoria”, y, en esa línea, afirma: El almacenamiento o el engrama solos, en ausencia de recuperación, no suponen ninguna ventaja frente a la no existencia de almacenamiento o de engrama. Si usted conoce algo, o si ha almacenado información sobre un evento del pasado lejano, pero nunca utiliza esa información o nunca piensa en ella, entonces su cerebro es funcionalmente equivalente a otro cerebro supuestamente idéntico pero que no ‘contiene’ esa información. Y esto no es más que un pequeño paso de esta idea de equivalencia funcional a la idea de equivalencia estructural: Un engrama no existe independientemente de la recuperación, es decir, un cerebro que ‘contenga’ un engrama no-recuperado es estructuralmente equivalente a un cerebro supuestamente idéntico que 229 no ‘contenga’ ese engrama concreto1. Por tanto, la codificación, la consolidación y el almacenamiento o la retención son procesos necesarios pero no suficientes para recordar. El factor crucial para convertir los engramas o las huellas latentes en experiencias mentales y conscientes del pasado es el proceso de recuperación. No obstante, y como se dijo en el capítulo anterior, los procesos de recuperación están inextricablemente unidos a los demás procesos, aunque de una manera muy especial a los procesos de codificación. Sin embargo, resulta curioso constatar que hasta la década de 1970 los investigadores de la memoria prácticamente no prestaron atención a los procesos de recuperación. Más aún, durante muchas décadas, implícita o explícitamente, los investigadores de la memoria minimizaron e incluso rechazaron la importancia de los procesos de recuperación2. Sería a partir de la década de los setenta cuando la memoria deja de ser sinónimo de almacenar y, lo que es más importante, cuando se llega al convencimiento de que los procesos de codificación y almacenamiento –por muy fundamentales que sean– no son suficientes para comprender la memoria. Como ha señalado Roediger (2000), probablemente nadie ha hecho más por destacar la importancia de los procesos de recuperación en el estudio de la memoria que Endel Tulving. No obstante, como el propio Tulving (1983) reconoce en su influyente monografía Elements of episodic memory, su trabajo sobre recuperación siempre estuvo muy inspirado en las ideas de Richard Semon (1859-1918), un biólogo alemán que se adelantó al pensamiento de su época al atribuir un papel crucial a los procesos de recuperación en la comprensión de la memoria. En 1904, Semon publicó Die Mneme, una monografía en la que integró el análisis biológico de la herencia con el análisis psicológico y fisiológico de la memoria en un intento por comprender la memoria cotidiana y la memoria de la herencia. La Mneme (apócope de Mnemosine, la diosa griega de la memoria), o el proceso de memoria, sería, en su opinión, una especie de elasticidad elemental del tejido vivo cuya función es mantener los efectos de la experiencia a través del tiempo. Ésta comprende tres fases: engrafía o codificación, engrama o cambio permanente en el sistema nervioso que mantiene los efectos de la experiencia, y ecforia o proceso de recuperación, que, según sus propias palabras, se refiere a “las influencias que despiertan la huella mnémica o engrama de su estado latente y lo transforman en actividad manifiesta”3. Lo interesante de esta historia es que, a pesar de que desde muy pronto (el año 1904, cuando Semon publica la obra citada), se insistió en la importancia de los procesos de recuperación, hubo que esperar seis décadas (hasta el año 1966, cuando Tulving y Pearlstone llevaron a cabo el primer trabajo experimental centrado en la recuperación) para que el estudio de tales procesos se convirtiera en una cuestión explícita. Y es que, como Tulving (1991) ha señalado, desde el trabajo de Ebbinghaus hasta finales de la década de los sesenta del pasado siglo, el estudio de la memoria estuvo dominado por un fuerte “sesgo de almacenamiento”, de modo que estudiar la memoria significaba estudiar 230 el almacenamiento. En el contexto del aprendizaje verbal de orientación asociacionista, esto significó el estudio de la adquisición y pérdida de asociaciones, el fortalecimiento y debilitamiento de las asociaciones, y la transferencia e interferencia de las asociaciones, por lo que el rendimiento mnemónico fue considerado como un mero recurso para medir los cambios producidos en el almacenamiento. El “sesgo de almacenamiento” dio lugar a que los investigadores identificasen el proceso de recuperación con lo que el individuo ha aprendido o con el output del sistema de memoria. Incluso en los primeros modelos cognitivos de memoria (e.g., Atkinson y Shiffrin, 1968), uno de los supuestos básicos era el de la relación uno-a-uno entre lo que ha sido almacenado y lo que puede ser recordado. Esto es, se asumía –como dice Tulving– que la recuperación era un test no destructivo de lo que ha sido almacenado, por entenderse que la recuperación equivalía a la “activación del engrama”. Como “antídoto” contra el “sesgo de almacenamiento”, Tulving (1982) introdujo el concepto de “ecforia sinergística”, para –según sus propias palabras– “expresar y enfatizar la idea de que el resultado de un acto de memoria depende de un modo crucial no sólo de la información contenida en el engrama sino también de la información proporcionada por el ambiente de recuperación o las claves de recuperación” (Tulving, 1991, p. 7). Este autor recalcaba así la idea de que el proceso de recuperación está regulado por dos fuentes de información, una derivada del pasado (la información codificada y almacenada) y otra que representa el presente (las claves o el contexto de recuperación). El objetivo de este capítulo es exponer el conocimiento más relevante acerca de los procesos de recuperación y considerar qué factores influyen para que dichos procesos resulten eficaces. 7.2. Disponibilidad y accesibilidad En el seno de la psicología cognitiva de la memoria, se ha sugerido que una de las mayores limitaciones de la memoria humana está determinada no por la capacidad para almacenar la información, sino por la eventual incapacidad para recuperarla. Tal opinión contiene implícitamente otra sugerencia, y es que probable mente no se olvida nada una vez que ha ingresado en la memoria a largo plazo. Es muy posible que cuando uno no puede recordar algo lo que ocurre es que es incapaz de acceder a tal información en ese preciso momento. A nadie le resulta extraña la situación en la que no puede recordar algo y, más tarde, sin información adicional alguna, lo recuerda. Todos conocemos personalmente la experiencia de habernos encontrado alguna vez con una persona conocida y no recordar su nombre y, a los pocos segundos o minutos, o al rato, o después de varias horas, o al día siguiente, recordarlo. 231 Parece razonable pensar que tal información no se había perdido de la memoria sino que, simplemente, no se pudo recuperar en el momento en el que la necesitábamos. En este sentido, la memoria a largo plazo (MLP) se ha comparado con un enorme almacén en el que están retenidas todo tipo de cosas pero no todas resultan igualmente accesibles, de modo que no siempre es fácil recuperar porciones concretas de información. Cualquier estudiante sabe que, en ocasiones, a pesar de haber estudiado intensamente una materia, en el momento del examen es incapaz de recordarla. ¿Por qué nuestra memoria nos gasta esas malas pasadas? ¿Por qué los estudiantes se quejan con tanta frecuencia de que sabían bastante más que lo que han demostrado en el examen? Nadie duda de que, en general, en nuestra memoria hay más información almacenada que la que habitualmente podemos recuperar. Por tanto, los fallos ocasionales de nuestra memoria no deben atribuirse siempre a déficits de codificación (e.g., a que el material no fue procesado a suficiente profundidad) y/o de almacenamiento (e.g., el material se ha perdido por efectos de la interferencia), como se pensaba tradicionalmente, sino que hay que tener muy presente qué ocurre en el momento de la recuperación. 7.2.1. Sabemos más de lo que podemos recordar Parece fuera de toda duda que, como se acaba de señalar, conocemos mucho más que lo que podemos recordar. La evidencia en apoyo de tal afirmación procede del análisis de diferentes fenómenos cotidianos así como de experimentos diversos. Entre estos últimos, destacan aquellos que han comparado el rendimiento entre recuerdo y reconocimiento. Mandler, Pearlstone y Koopmans (1969) presentaron a sus sujetos una lista de 100 palabras durante cinco ensayos sucesivos y, tras un intervalo de retención, midieron la memoria de las palabras con una prueba de recuerdo libre y otra de reconocimiento. En la prueba de recuerdo libre, el rendimiento promedio fue del 38% de palabras recordadas. Sin embargo, cuando la tarea de los sujetos fue reconocer las 100 palabras estudiadas mezcladas con otras 100 nuevas, el rendimiento promedio fue del 96%, lo que ponía de manifiesto que los sujetos no habían olvidado el 62% de las palabras que no habían podido recordar, sino que la mayor parte de ellas estaban almacenadas en su memoria. En 1923, el psicólogo norteamericano Warner Brown advertía que “ítems del tipo de los nombres o las fechas, que escapan al recuerdo en un momento dado, pueden recordarse en un momento posterior”; en consecuencia, se preguntó: ¿Hasta qué punto una sola prueba de recuerdo permite medir la memoria?4 Para abordar experimentalmente esta cuestión, diseñó dos experimentos de recuerdo libre partiendo de una hipótesis fundamental: “un test de recuerdo no proporciona una medida exhaustiva de todos los ítems retenidos”. El procedimiento general fue como sigue: en la fase de estudio, los participantes oían en cuatro ocasiones sucesivas una lista de 48 palabras y, a 232 continuación, realizaban dos tests de recuerdo, el primero inmediatamente después del aprendizaje y el segundo tras un intervalo de 30 minutos durante el que los participantes leían un pasaje de prosa no relacionado. Los resultados de dicho experimento aparecen resumidos en el Cuadro 7.1. Las dos primeras filas recogen el número promedio de palabras recordadas en los dos tests de recuerdo y, en la tercera fila, aparece la diferencia entre ellos. Como se puede ver, los sujetos recordaron más palabras en el segundo test que en el primero. Al incremento entre ambos tests de recuerdo se le ha llamado posteriormente hipermnesia (Erdelyi y Becker, 1974) y, en cierto modo, supone una sorpresa ya que lo esperable sería justamente lo contrario, es decir, un recuerdo peor después de 30 minutos. Brown especificó, además, el olvido y la recuperación entre ambos tests (cuarta y quinta fila, respectivamente), lo que le permitió comprobar que, aunque el recuerdo global era superior en el segundo test, algunas palabras se olvidaban entre ambos tests. En concreto, algunas palabras (exactamente, 3,04) que habían sido recordadas en el primer test se olvidaban en el segundo. Por otro lado, palabras no recordadas en el primer test eran recordadas en el segundo (exactamente, 4,33); no obstante, la recuperación que se producía entre los tests superaba al olvido. A dicha recuperación la había llamado Ballard (1913) reminiscencia5. Cuadro 7.1. Resultados del experimento de Brown utilizando recuerdo repetido Los resultados de Brown han sido replicados muchas veces, lo que ha permitido ofrecer explicaciones cada vez más elaboradas sobre los mecanismos involucrados en la recuperación (ver el trabajo de Tulving de 1967, un poco más adelante). Además, tales resultados pusieron muy pronto de manifiesto al menos dos hechos: 1) que un único test de memoria es un indicador imperfecto del conocimiento almacenado, y 2) que nuestra memoria contiene más información de la que podemos recuperar. 233 7.2.2. El fenómeno de la punta de la lengua Otra línea de estudio que pone de manifiesto que nuestra memoria contiene información a la que no podemos acceder es la del conocido fenómeno de “la punta de la lengua”, esa experiencia familiar para cualquiera en la que se nos plantea una pregunta de la que estamos seguros de que conocemos la respuesta, pero no podemos encontrarla en ese preciso instante y tenemos la sensación clara e intensa de que la tenemos “en la punta de la lengua”. En el estudio pionero y considerado actualmente como un clásico sobre este tema, Roger Brown y David McNeill (1966) decidieron averiguar si esa sensación tenía una base real o era una mera ilusión. Para crear una situación de “la punta de la lengua”, leían a sus sujetos experimentales la definición de una palabra (inglesa) poco usual, y a continuación les pedían que dijeran el objeto que había sido definido. Com probaron que en numerosas ocasiones los sujetos decían que tenían la palabra en “la punta de la lengua”, es decir, que estaban convencidos de que la conocían pero eran incapaces de producirla. En tales casos, se les invitaba a que adivinasen el número de sílabas de dicha palabra y a que dijesen cualquier otra información relacionada. De este modo, comprobaron que en tales situaciones los sujetos sabían el número de sílabas de cada palabra, las vocales, la letra inicial, etc. Por ejemplo, al intentar recordar la palabra sampan (palabra referente a una especie de barcaza parecida al junco), un sujeto dijo que tenía dos sílabas, que la primera contenía la letra “a”, o que empezaba por “s”; de tal manera, que una vez que se le sugirió, la reconoció inmediatamente con una sensación de completa certeza. Otros estudios posteriores, además de confirmar estos datos, han demostrado que cuando se proporciona a los sujetos la primera letra tienden a decir la palabra correcta. En general, como propone Anderson (2009a), la sensación de que conocemos algo suele ser un buen indicador de que lo conocemos. 7.2.3. Información disponible e información accesible En opinión de Tulving (1968), los fallos en el momento de la recuperación pueden deberse a dos razones: a) la información que se requiere no está en la memoria, o (b) dicha información está almacenada en la memoria pero no puede recuperarse. Respecto a la segunda condición, este autor ha propuesto la necesidad de distinguir entre la disponibilidad de la información en la memoria y su accesibilidad. Esta distinción viene avalada por una serie de hallazgos experimentales que demuestran que la misma información que no puede recordarse en un momento determinado podría ser recordada en un momento posterior bien sin ayuda o bien con la ayuda de claves. El primer caso, la recuperación sin ayuda de información previamente no recordada, 234 fue demostrado por Tulving (1967) en un experimento de recuerdo libre en el que, tras una única presentación de la lista de pala bras, pidió a los sujetos tres ensayos sucesivos de recuerdo. Con dicho procedimiento, Tulving comprobó que, a pesar de que el número de palabras variaba ligeramente en cada uno de los recuerdos sucesivos, sólo el 50% aproximadamente de dichas palabras se repetía en las tres pruebas de recuerdo. Es decir, que algunas palabras que no habían sido recordadas en el primer test eran recordadas en los tests siguientes, mientras que otras que habían sido recordadas en el primer ensayo no eran recordadas posteriormente (una situación similar a la encontrada por Brown en 1923). Así, pues, si se consideraban los tres ensayos en conjunto, era evidente que los sujetos tenían almacenadas bastantes más palabras que las que podían recordar en un único ensayo. Por tanto, los ítems que no se recordaban en un ensayo pero eran recordados en otro no reflejaban la pérdida de tal información del almacenamiento, sino sólo su inaccesibilidad. Tales ítems tenían que estar necesariamente disponibles (i.e., almacenados, aprendidos) en la memoria pero, en el momento preciso del recuerdo, no estaban accesibles (i.e., recuperables). Esta distinción entre información disponible y accesible fue ilustrada de un modo aún más evidente por Tulving y Pearlstone (1966) en un estudio en el que, además, analizaron por primera vez los efectos de las claves de recuperación sobre el recuerdo. Una “clave de recuperación” es cualquier información que permite acceder a la huella de memoria que se busca. En dicho experimento, los sujetos tenían que aprender listas categorizadas, es decir, listas formadas por palabras pertenecientes a categorías naturales, como animales, profesiones, armas, etcétera. Las listas diferían en longitud (12, 24 ó 48 palabras) y en el número de palabras por categoría (1, 2 ó 4). Los ítems de cada categoría aparecían agrupados y precedidos por el nombre de su categoría (e.g., Animales: vaca, rata; Profesiones: ingeniero, abogado, médico, economista; Armas: bomba, cañón). En una primera prueba de recuerdo, los sujetos fueron divididos en dos grupos: uno recibió los nombres de las categorías como claves para recordar (e.g., Animales, Profesiones, Armas), mientras el otro grupo no recibió ninguna información adicional. Los resultados fueron muy claros: las claves facilitaron enormemente el recuerdo. Por ejemplo, en el recuerdo de las listas de 48 palabras, los sujetos a los que se proporcionaron claves (condición de recuerdo con claves) recordaron una media de 35,9 palabras, mientras que los sujetos sin claves (condición de recuerdo libre) recordaron una media de 19,3 palabras. Frente a estos resultados, cabe hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, ¿qué sucedió en el grupo de recuerdo libre con las otras casi 29 palabras de la lista?, ¿no las habían adquirido, no las habían almacenado, las habían olvidado o todo se debía a un fallo en la recuperación? A la vista de los resultados de ambos grupos, todo parecía indicar que gran parte del olvido del grupo sin claves se debió a dificultades en el momento de la recuperación. Teniendo en cuenta que las condiciones de codificación y de almacenamiento habían sido idénticas para ambos grupos y, sin embargo, las condiciones de recuperación sí habían cambiado de un grupo a otro, la gran diferencia en el número de palabras recordadas (35,9 frente a 19,3) estaría determinada por la 235 presencia de las claves de recuperación. La confirmación de dicha conclusión se obtuvo cuando, en una segunda prueba de recuerdo, se proporcionaron claves a ambos grupos de sujetos y se observó que el recuerdo de los sujetos que no las habían recibido la primera vez subió hasta un promedio de 31,6 palabras recordadas. La diferencia entre la condición sin claves y con claves de este segundo grupo (casi 13 ítems) indica que esa información no recordada en la condición de recuerdo libre no se había olvidado sino que estaba disponible en su memoria (i.e. almacenada) pero no estuvo accesible (i.e., recuperable) en el momento del recuerdo libre. Claramente, estos sujetos habían codificado y almacenado adecuadamente la información, pero en la condición de recuerdo libre habían tenido un problema de accesibilidad o un fallo de recuperación; sin embargo, cuando se les proporcionaron las claves correctas pudieron acceder y recuperar con éxito la mayor parte de la información. Estos resultados permiten predecir que con claves “adecuadas” podría recordarse la totalidad de los ítems de la lista. A partir de estos hallazgos, el olvido empezó a ser considerado como un fallo de la recuperación por un problema de adecuación de las claves. Todos tenemos grandes cantidades de información almacenadas en nuestra memoria que están potencialmente disponibles en cualquier momento, pero, por lo general, sólo podemos acceder a una pequeña porción de dicha información en un momento dado. Como veremos a continuación, el éxito de la recuperación dependerá tanto de la cantidad de claves disponibles como de la adecuación y eficacia de las mismas. 7.3. El proceso de recuperación: principios básicos Los estudios comentados anteriormente revelan que la distinción entre información disponible en memoria e información accesible resulta fundamental, y que lo que se recupera en un momento dado puede que sólo refleje una parte de lo que hay almacenado. Como demostraron Tulving y Pearlstone, cuando los sujetos disponían de claves adecuadas, recordaban casi el doble de lo que recordaban en condiciones sin claves, lo que ponía de manifiesto que el recuerdo libre difícilmente apura el contenido del almacén de memoria. No obstante, el recuerdo con claves tampoco lo hace siempre, es decir, que este procedimiento también podría subestimar lo que un sujeto podría recordar en otras condiciones en las que contase con claves de recuperación más eficaces. Todo ello nos lleva a considerar que lo que acontece en el momento de la codificación es igualmente importante. Tulving ha insistido en la idea de que para poder recordar bien, el sujeto debe establecer las reglas para la codificación de los ítems durante la fase de almacenamiento de los mismos y debe reaplicar tales reglas en el momento de la recuperación. Es decir, que una clave de recuperación sólo resultará eficaz si el material se organizó, en el 236 momento del almacenamiento, de acuerdo con un plan que incluía dicha clave. Tulving y Osler (1968) realizaron el siguiente experimento para ex plorar el rol de las claves de recuperación. La tarea de los sujetos consistió en recordar listas de 24 palabras no relacionadas presentadas de una en una e impresas en letras mayúsculas. A un grupo de sujetos se le presentaron también palabras-clave (de bajo nivel asociativo) impresas en letras minúsculas (p. ej., la clave para CIUDAD fue aldea, y para SALUD, cuerpo); al segundo grupo no se le presentaron palabras adicionales. En el momento del recuerdo, los sujetos del primer grupo fueron divididos en tres subgrupos: a uno de ellos se le proporcionaron las claves, a otro no se le dieron y al tercero se le presentaron claves distintas de las originales; por ejemplo, en lugar de cuerpo para SALUD, se le dio vigor (ligeramente asociada con SALUD). Los sujetos del segundo grupo no recibieron claves de recuperación o recibieron las utilizadas con el primer grupo. Los resultados (ver Cuadro 7.2) pusieron de manifiesto que las claves de recuperación mejoraban el recuerdo si y sólo si se presentaban tanto en el momento de la codificación como en el momento de la recuperación. Las claves que se dieron sólo en el momento de la codificación o sólo durante la recuperación no mejoraron el rendimiento, y si tuvieron algún efecto, éste fue negativo. Esto supone una fuerte evidencia en favor de la idea de que durante la recuperación es necesario aplicar el mismo plan que se utilizó durante la codificación para que la recuperación de los ítems resulte eficaz. Como se puede comprobar, los peores rendimientos se produjeron cuando la clave estuvo presente en el recuerdo pero, o era diferente de la que se dio durante la presentación, o era el caso en el que no se había dado clave alguna en la codificación. Estos resultados, además, refutan la idea, difundida por algunos autores, de que las claves sólo actúan en el momento de la recuperación. Cuadro 7.2. Número medio de palabras recordadas en cada condición experimental (adaptado de Tulving y Osler, 1968) 237 7.3.1. El paradigma de codificación/recuperación El experimento de Tulving y Osler se ajusta a lo que posteriormente Tulving (1983) llamaría paradigma de codificación/recuperación. Dicho paradigma se caracteriza porque tanto la condición de codificación como la de recuperación se manipulan experimentalmente mientras las variables de sujeto y las de material se mantienen constantes. La idea básica aparece representada en la Figura 7.1, donde dos condiciones de codificación (A y B) se cruzan con dos condiciones de recuperación (a y b). Figura 7.1. Representación esquemática del paradigma de codificación/recuperación. Las condiciones de codificación A y B se cruzan con las condiciones de recuperación a y b. Cada fila representa un experimento de recuperación y cada columna un experimento de codificación. Cada celda constituye un test de memoria. Adaptado de Tulving (1983). Si nos fijamos en una sola columna (por ejemplo, la columna b), tenemos un experimento de codificación, ya que las condiciones de codificación se manipulan mientras que las condiciones de recuperación se mantienen constantes. Como apunta Roediger (2000), en la historia de la psicología experimental de la memoria probablemente el 80% de los experimentos realizados son experimentos puros de codificación (se manipula una o más variables y se analizan sus efectos en una prueba de 238 memoria). Si, por el contrario, nos fijamos en una sola fila (por ejemplo, la fila A), tenemos un experimento de recuperación, ya que las condiciones de codificación se mantienen constantes mientras se varían las condiciones de recuperación. El estudio de Tulving y Pearlstone, donde se comparó el recuerdo libre con el recuerdo con claves, representa un experimento de recuperación. Siguiendo con la opinión de Roediger, probablemente menos del 5% de los experimentos de memoria son experimentos puros de recuperación. Una situación experimental en la que se mantienen constantes tanto las condiciones de codificación como las de recuperación representaría un test de memoria en el sentido psicométrico. Los tests psicométricos de memoria no se utilizan para estudiar la memoria en el seno de la psicología experimental. Como señaló Tulving (1983), los experimentos puros de codificación y los experimentos puros de recuperación no tienen interés teórico alguno, dado que no permiten discriminar entre las múltiples explicaciones alternativas a las que dan lugar. Para los téoricos de la memoria, resulta obvio que el experimento de memoria más interesante es aquel que emplea el diseño completo de codificación/recuperación. En resumen, un experimento mínimo de codificación/recuperación consta de dos experimentos de codificación y dos experimentos de recuperación realizados todos ellos simultáneamente, ya que las condiciones de codificación se manipulan simultáneamente con las condiciones de recuperación. Este tipo de experimento resulta crucial en psicología de la memoria porque permite analizar las interacciones entre los procesos de codificación y recuperación. 7.3.2. El principio de la especificidad de la codificación Está fuera de toda duda que las claves de recuperación resultan cruciales para recordar; sin embargo, ¿qué tipo de claves son las más eficaces? Como reconoce el propio Tulving (1983), fue precisamente el afrontamiento del problema de la efectividad de las claves el que le condujo hasta la idea de la especificidad de la codificación, el principio que establece que para que una clave de recuperación sea eficaz tuvo que estar presente en la codificación y ser codificada con la huella que se desea recuperar. En 1970, Thomson y Tulving emplearon el paradigma de codificación/recuperación para demostrar la validez teórica del principio de la especificidad de la codificación, al tiempo que analizaron las condiciones en las que las claves de recuperación resultan más eficaces. La hipótesis de partida era que sólo las claves que son codificadas como parte del episodio de presentación resultarían eficaces para recuperar dicho episodio, lo que significaba que ni siquiera las claves que son los asociados normativos más fuertes de las palabras de la lista serían eficaces si no habían formado parte del input. De hecho, en tales circunstancias tales claves deberían tener un efecto negativo sobre el rendimiento 239 porque dirigirían la recuperación hacia la parte equivocada de la huella episódica. Para poner a prueba estas predicciones, Thomson y Tulving (experimento 2) presentaron listas de 24 palabras en 2 condiciones de codificación: (1) a un grupo de sujetos les presentaron las palabras solas o sin contexto (e.g., NEGRO), y (2) a otro grupo les presentaron cada palabra en el contexto de un asociado débil (e.g., tren – NEGRO). Se dijo a los sujetos que su tarea consistía en recordar las palabras en mayúsculas, aunque deberían fijarse también en las escritas en minúsculas porque podrían serles útiles en el momento del recuerdo. Estas 2 condiciones de codificación fueron cruzadas con 3 condiciones de recuperación: (a) recuerdo sin claves o recuerdo libre, (b) recuerdo con claves en presencia de los asociados débiles y (c) recuerdo con claves en presencia de asociados fuertes. Según las predicciones del principio de la especificidad de la codificación, el mejor recuerdo debería producirse cuando se proporcionasen las claves que formaron parte de la huella codificada, es decir, en la condición de recuperación con las claves débiles. Intuitivamente, ¿qué clave cree Vd. que resultará más eficaz, tren (un asociado débil) o blanco (un asociado fuerte), para recordar la palabra NEGRO? A primera vista, parece que blanco sería más eficaz que tren para recordar NEGRO; ¿no cree? Sin embargo, no ocurrió así, sino todo lo contrario: las claves débiles, por haber formado parte de la huella codificada, fueron las más eficaces, tal y como se predijo. Como muestran los datos de el Cuadro 7.3, el nivel más alto de recuerdo (19,8 palabras de media) apareció en la condición de recuerdo con claves cuando éstas eran los asociados débiles (e.g., tren) de las palabras que había que recordar. Además, como se puede ver, en la condición de recuerdo con claves cuando éstas eran los asociados fuertes (e.g., blanco), el recuerdo no sólo fue malo sino que arrojó el peor nivel (5,52 palabras), siendo incluso más bajo que en la condición de recuerdo libre. Cuadro 7.3. Número medio de palabras recordadas en las nueve condiciones experimentales (adaptado de Thomson y Tulving, 1970) Estos resultados, junto con los del experimento de Tulving y Osler, constituyen una prueba sólida a favor de la idea de la especificidad de la codificación que, si bien surgió 240 como “una respuesta relativa a la efectividad de las claves de recuperación”, llegó con los años a alcanzar la categoría de “una teoría sobre las relaciones necesarias entre las condiciones de codificación y recuperación” para que el recuerdo sea posible. Siguiendo con las palabras de Tulving (1983, p. 223), “la recolección de un evento, o de determinado aspecto del mismo, será posible si y sólo si las propiedades de la huella del evento son suficientemente similares a las propiedades de la información disponible durante la recuperación”. Probablemente, el lector habrá comprobado que la idea básica de la especificidad de la codificación es similar o parecida a la de procesamiento apropiado para la transferencia, discutido en el Capítulo 6. Estos dos principios, en efecto, son muy similares dado que ambos consideran que el factor clave del recuerdo es el solapamiento entre la codificación y la recuperación, aunque cada uno de ellos pone el énfasis en un proceso. El principio de la especificidad de la codificación se centra en la recuperación y subraya que la mejor clave de recuperación es aquella que reactiva o restaura el contexto de la codificación original, mientras que el principio de procesamiento apropiado para la transferencia se centra en la codificación y subraya que estos procesos deben ser apropiados para el modo como sea evaluada posteriormente la memoria. 7.3.3. Estrategias de recuperación Existen abundantes datos que demuestran que la recuperación resulta influida por la estrategia que adopte el sujeto. Por ejemplo, si volvemos un momento a lo expuesto sobre organización en el capítulo anterior, es fácil comprobar que cuando los materiales están organizados durante la codificación la mejor estrategia durante la recuperación es seguir dicha organización. Otro ejemplo sería cuando, en el momento del recuerdo de una lista de palabras, uno decide adoptar como estrategia el orden en el que aparecieron los ítems, que se puede concretar en empezar por el principio o por el final de la lista. En otras ocasiones, la estrategia podría ser tratar de recordar las palabras estudiadas siguiendo las letras del alfabeto. Esta estrategia suele dar buen resultado, por ejemplo, para recordar nombres de personas. Mi experiencia personal, en este sentido, es que se trata de una estrategia bastante eficaz, de modo que, cuando no recuerde el nombre de una persona, comience por la A, siga con la B, etcétera y vaya generando nombres con las distintas letras; seguro que cuando llegue a la letra inicial del nombre que busca éste aparecerá en su mente. Richard Anderson y James Pichert (1978) realizaron un estudio en el que demostraron cómo la estrategia de recuperación adoptada tenía unos efectos claros sobre lo recordado. El experimento consistió en leer a los participantes una historia acerca de dos chicos que en lugar de ir al colegio se escondían en la casa de uno de ellos. La historia incluía una descripción detallada del interior de la casa y de todos los muebles y 241 objetos que contenía. A los participantes se les dijo que durante la lectura adoptasen una de dos perspectivas: la de un ladrón o la de una persona interesada en comprar la casa. En una primera prueba de recuerdo, la cantidad de ítems recordados fue muy parecida en ambos grupos, aunque los ítems recordados por cada grupo estaban claramente determinados por las correspondientes perspectivas. Tras un intervalo, se les pidió que recordasen de nuevo la historia pero adoptando la misma perspectiva o cambiando de perspectiva. Como era de esperar, los que adoptaron la misma perspectiva recordaron los mismos ítems otra vez; sin embargo, los que adoptaron una perspectiva diferente (e.g., la perspectiva de una persona interesada en comprar la casa; cuando inicialmente habían codificado y recuperado la historia como un ladrón) recordaron significativamente más ítems relevantes para la segunda perspectiva (ítems que no habían recordado en el primer test de recuerdo) y menos ítems relevantes para la primera perspectiva (ítems que sí habían recordado en el primer recuerdo). Así, pues, un simple cambio en la estrategia de recuperación produjo una mejora en la recuperación. Como ha señalado recientemente Michael C. Anderson (2009a), la adopción de una perspectiva determinada da lugar a la creación de un esquema que guía la recuperación, en el sentido de que restringe el recuerdo a las cosas relevantes para el esquema. En consecuencia, una manera de optimizar el recuerdo en cualquier situación sería recordar desde diferentes perspectivas. Resulta oportuno señalar que, desde finales del XIX, disponemos de estudios en los que se constata que las personas podemos evocar nuestro pasado personal desde dos perspectivas o puntos de vista diferentes: la perspectiva del participante y la del observador6. En 1983, Nigro y Neisser investigaron lo que ellos llamaron “recuerdos de campo” y “recuerdos de observador”. Los recuerdos de campo preservan la perspectiva original de la persona que recuerda. Por ejemplo, una persona puede evocar sus últimas vacaciones en la playa y recordarse tumbado en una hamaca, mirando al mar desde la orilla, sintiendo el calor sobre su espalda, etcétera; es decir, que la persona que recuerda experimenta su punto de vista original (ésta sería la llamada perspectiva del participante). Por el contrario, los recuerdos de observador no preservan la perspectiva original sino que la persona que recuerda se ve a sí misma involucrada en un episodio tal y como lo vería un observador ajeno. Estos investigadores encontraron una tendencia a evocar los recuerdos recientes desde la perspectiva del participante y los recuerdos antiguos desde la perspectiva del observador, aunque existe evidencia más reciente de que cualquier persona puede cambiar con facilidad de una perspectiva a otra cuando evoca su pasado personal. Por último, Nigro y Neisser comprobaron que cuando los sujetos se concentraban en sus “sentimientos” aumentaban los recuerdos de campo (o la perspectiva del participante), mientras que cuando se concentraban en el “contexto físico” aumentaban los recuerdos de observador. Como ha advertido posteriormente Robinson (1996), este hallazgo tiene una importante implicación, y es que alterando la perspectiva del recuerdo se puede alterar el contenido emocional de la recuperación. 242 7.3.4. El “modo recuperación” En 1983, en su gran obra teórica Elements of episodic memory, Tulving estableció las dos condiciones necesarias para que se produzca la recuperación episódica: primera, que el sistema se encuentre en el “modo recuperación” (de momento, digamos, que el ‘modo recuperación’ se refiere a los procesos relacionados con “viajar hacia atrás en el tiempo subjetivo”), y segunda, que una clave de recuperación esté presente. “No sabemos casi nada sobre el ‘modo recuperación’ –escribió Tulving entonces–, excepto que constituye una condición necesaria para la recuperación” (p. 169). Vivimos rodeados de objetos y de estímulos en general que tienen asociaciones fuertes con nuestro pasado y, sin embargo, tales objetos y estímulos no actúan habitualmente como claves de recuperación. La prueba más evidente de lo que decimos es que no estamos siendo bombardeados continuamente por recuerdos de nuestro pasado personal. En nuestra vida cotidiana nos estamos relacionando permanentemente con objetos y personas que no nos evocan, por lo general, los innumerables recuerdos a los que están vinculados. La razón fundamental es que nuestra mente y nuestro cerebro no se encuentran habitualmente en ese “estado particular” que hace que cualquier cambio en el ambiente actúe como una clave eficaz de recuperación de información episódica almacenada. Veamos un ejemplo. Esta mañana, como cualquier otro día, Vd. ha tomado su coche para ir al trabajo y, sin embargo, cuando se ha acercado a su automóvil probablemente no ha recordado el episodio del día que lo compró, a pesar de que su coche es una clave eficaz para recordar aquel evento. Tan eficaz, que si en ese momento alguien le hubiese preguntado, “¿Se acuerda del día que lo compró?”, habría respondido sin dudar: “Por supuesto que me acuerdo, hasta de los más pequeños detalles”. No deja de ser sorprendente, por tanto, que, a pesar de la abundancia de claves de recuperación entre la que nos movemos a diario, éstas no estén siempre actuando como “recordatorios” de nuestro pasado. La razón fundamental, como advirtió Tulving, es que, para recordar nuestro pasado, nuestra mente (y, como veremos, también nuestro cerebro) tiene que encontrarse en un estado o marco especial, o, como decíamos antes, nuestra mente tiene que estar en “modo recuperación”. Es una cuestión de ON/OFF, como le ocurre a nuestro equipo de música respecto al sonido (Modo: estereofónico/monoaural) o a nuestro televisor respecto a muchas funciones. La investigación reciente sobre el “modo recuperación” está demostrando lo que Tulving predijo, esto es, que para que la recuperación sea eficaz no basta con disponer de claves, sino que es necesario que nuestro sistema neurocognitivo adopte una “disposición mental” que garantice que los eventos estimulares serán procesados como claves para los episodios almacenados. El avance en el conocimiento de este proceso ha permitido definirlo cada vez de una manera más precisa y más clara. En este sentido, en un trabajo reciente del grupo de Tulving7, el modo recuperación se define como “un estado o disposición neurocognitiva 243 que permite mantener en el foco de la atención un segmento del propio pasado personal, tratar la información entrante como ‘claves de recuperación’ de eventos concretos del pasado, evitar el procesamiento de estímulos irrelevantes, y tomar conciencia de que el producto de la ecforia (si ésta ocurriera) es un evento recordado”. De esta definición se desprende la necesidad de distinguir entre el ‘modo recuperación’, que podría entenderse como los intentos de recuperación, y la ‘ecforia’, que implica la recuperación real de la información almacenada. Naturalmente, ambos procesos están íntimamente relacionados, hasta el punto de que el segundo no sería posible sin el primero. Más aún, el ‘modo recuperación’ guía la ecforia. En definitiva, el ‘modo recuperación’ se considera como una condición necesaria y fundamental para recordar los eventos pasados. En la investigación experimental de la memoria, tanto explícita como implícita, el ‘modo recuperación’ (es decir, la ‘disposición cognitiva’ y el correspondiente ‘estado cerebral’) se establecen a través de las instrucciones del experimentador. En los tests de memoria explícita, dicho estado se genera en los participantes en el momento en que el experimentador los instruye para que traten de recordar o de reconocer, por ejemplo, las palabras que han estudiado unos minutos antes. En los tests de memoria implícita, las instrucciones orientan a los participantes a un modo diferente de responder, en concreto, a un modo automático o incluso inconsciente de respuesta. En cualquier caso, resulta claro que –como escribió Tulving (1983, p. 170)– “las instrucciones experimentales siempre tienen el efecto de colocar al sistema de memoria en el modo recuperación”. En los últimos años, se han realizado diferentes trabajos con el fin de identificar las regiones cerebrales involucradas en el ‘modo recuperación’. Nyberg, Tulving, Habib et al. (1995) utilizaron la técnica de neuroimagen funcional PET (Tomografía por emisión de positrones, en español) para identificar las regiones cerebrales subyacentes, tanto al ‘modo recuperación’ como a la ecforia. En la fase de estudio, realizada 10 minutos antes de que comenzara el registro PET, los participantes codificaron dos listas de 80 palabras cada una (todas eran sustantivos concretos). En cada lista, la mitad de las palabras eran leídas por una voz femenina y la otra mitad por una voz masculina; además, la mitad de las palabras se referían a seres vivos y la otra mitad a seres no vivos. Hubo, por tanto, dos condiciones de codificación: una en la que los participantes categorizaban las palabras en términos del género de la voz (codificación superficial), y otra en la que hacían juicios vivo/no-vivo sobre cada palabra (codificación del significado). La fase de test incluyó distintas pruebas de reconocimiento y una condición de lectura silenciosa de palabras no estudiadas, mientras se realizaban registros PET. La lógica del diseño fue la siguiente. En primer lugar, aunque se esperaba que el grado de ecforia variaría en las distintas condiciones de reconocimiento (alta en la condición de significado, baja en la condición de voz y nula ante las palabras nuevas), se predijo que las regiones cerebrales asociadas al ‘modo recuperación’ se activarían más (en términos de flujo sanguíneo cerebral regional) durante el reconocimiento que durante la condición de lectura puesto que todas las condiciones de reconocimiento implicaban “viajar hacia atrás en el tiempo y en el espacio”. Por otro lado, las regiones cerebrales 244 asociadas a la ecforia se identificaron comparando (en realidad, sustrayendo) las condiciones de reconocimiento de significado y voz con la condición de palabras nuevas, con lo que se eliminó cualquier activación relacionada con el ‘modo recuperación’; las activaciones que se mantuvieran deberían significar recuperación de información previamente codificada. Los resultados pusieron de manifiesto que el reconocimiento de las palabras estudiadas (independientemente de cómo habían sido codificadas), y también el de las no estudiadas, aparecía asociado a incrementos significativos de la activación en regiones del córtex prefrontal derecho, el cíngulo anterior izquierdo y el cerebelo. Teniendo en cuenta que otros estudios han confirmado que la implicación del córtex prefrontal derecho en la recuperación episódica se relaciona más con el intento de recuperar que con una recuperación real de información, los autores de la presente investigación concluyeron que las activaciones encontradas reflejan el ‘modo recuperación’ más que el éxito de la recuperación. En efecto, el reconocimiento subsiguiente a la codificación del significado, es decir, la ecforia, apareció específicamente asociado a incrementos en la activación del córtex temporal izquierdo. Diferentes estudios posteriores de neuroimágenes funcionales8 han confirmado la existencia de un patrón de activación neural en el córtex prefrontal derecho –un área involucrada en el control atencional– que se manifiesta cuando las personas se “preparan” para recuperar información episódica. En conclusión, para acceder conscientemente al pasado no basta con haber vivido una experiencia relevante y disponer de claves para su recuperación, es necesario además entrar antes en el ‘modo recuperación’. 7.3.5. La experiencia de la recuperación Como acabamos de ver, el ‘modo recuperación’ afecta a la experiencia de la recuperación; sin embargo, incluso cuando el individuo se encuentra en el ‘modo recuperación’ episódico, la recuperación de su pasado implica diferentes tipos de experiencia. Como Tulving (1985b) argumentó, a nuestro pasado podemos acceder de dos maneras: a través de los recuerdos y a través del conocimiento. La primera implica viajar mentalmente hacia atrás a través del tiempo subjetivo y reexperimentar una experiencia pasada en su contexto espacio-temporal. Esto es lo que hacemos cada vez que recordamos un episodio de nuestro pasado personal. Si usted es capaz de recordar ahora mismo su primer día de universidad, con los múltiples detalles, personas y emociones que le acompañaron aquel día, es porque usted ha realizado un viaje mental hacia atrás que le ha llevado hasta aquella experiencia. Ese viaje mental produce en la persona que recuerda un tipo especial de experiencia fenoménica que Tulving ha llamado “conciencia 245 autonoética” (ver Capítulo 3). Sabemos que algunas personas que han sufrido daños en determinadas regiones cerebrales son incapaces de realizar ese viaje hacia atrás. Se trata, por lo general, de pacientes diagnosticados de amnesia, una de cuyas características es su incapacidad para recordar. Sin embargo, conviene tener presente que cualquier persona sana también se siente a veces incapaz de recordar eventos que, por lo demás, sabe que vivió. Por ejemplo, yo sé con absoluta certeza que he estado en el restaurante X de Barcelona, un establecimiento de moda desde hace unos años y al que fui a cenar acompañado de dos amigos muy queridos; sin embargo, no tengo en este momento ningún recuerdo de aquella cena. En este último caso, yo puedo acceder a una parte de mi pasado sólo a través de mi conocimiento (sé que he estado allí), no a través de mi recuerdo. Cuando ocurre esto, la recuperación del pasado no va acompañada de conciencia autonoética sino sólo de la sensación de saber, esto es, de “conciencia noética”. Muchos pacientes amnésicos presentan esa misma disociación: no recuerdan su pasado (no poseen conciencia autonoética) pero saben muchísimas cosas sobre él (conservan la conciencia noética), como en el caso del paciente KC descrito en el Capítulo 1. Cada vez que ocurre eso, se trate de un paciente amnésico o de una persona sana, se asume que se accede al pasado personal a través del sistema de memoria semántica (saber o conocer) pero no a través del sistema de memoria episódica (recordar). En 1985, Tulving introdujo el paradigma recordar/saber en un intento por estudiar experimentalmente el estado de conciencia que acompaña al modo de acceder al pasado personal. Dicho paradigma permite estudiar la experiencia subjetiva de la recolección a través de dos tipos de respuesta: recordar y saber. Una respuesta “recordar” o “R” significa que, por ejemplo, el reconocimiento de un ítem (e.g., una palabra) va acompañado de recolección consciente de la ocurrencia de ese ítem en la fase de estudio; es decir, que el sujeto, además de reconocer una palabra determinada, recuerda algo que experimentó en el momento en que estudió esa palabras, como, por ejemplo, lo que sintió o lo que pensó o con lo que asoció dicha palabra cuando la oyó. “Recordar” está asociado a la conciencia autonoética. Por otro lado, una respuesta “saber” o “S” indica que la recuperación no produce tal recolección sino sólo una sensación de familiaridad o de que un ítem resulta conocido; es decir, el sujeto reconoce la palabra porque le resulta familiar en el momento del test pero no puede recordar nada más. “Saber” está asociado a la conciencia noética. Tulving utilizó tres tipos de tests para analizar las respuestas o juicios R y S; a saber, recuerdo libre, recuerdo con claves y reconocimiento; sin embargo, ha sido el test de reconocimiento el que se ha convertido en el test más comúnmente utilizado en el paradigma recordar/saber. Además, estudios posteriores han descubierto que los juicios recordar y saber son independientes y, por tanto, susceptibles de disociación. Los abundantes datos aportados por el psicólogo británico John Gardiner, el investigador que ha continuado de un modo sistemático el desarrollo del paradigma recordar/saber, demuestran que, en efecto, algunas variables independientes afectan a “recordar” pero no a “saber” (por ejemplo, los 246 niveles de procesamiento), otras variables afectan a “saber” pero no a “recordar” (por ejemplo, la manipulación de la modalidad estudio/test) y otras, por último, tienen efectos antagónicos o efectos paralelos sobre ambos tipos de juicios (por ejemplo, el número de ensayos de estudio). De todo ello se desprende –como ha señalado Gardiner (2002)– que estos dos estados subjetivos de conciencia son funcionalmente independientes. A modo de ejemplo, veamos uno de los primeros trabajos de Gardiner con el paradigma recordar/saber que ilustra excelentemente lo que se acaba de señalar. Gardiner (1988) pidió a sus sujetos que realizasen, durante la fase de estudio, dos tareas de orientación distintas: una fonética y otra semántica respecto a las palabras de una lista. A continuación, les administró un test de reconocimiento, con la particularidad añadida de que a cada palabra reconocida los sujetos debían añadir un juicio R o bien un juicio S. De acuerdo con lo esperado, el procesamiento semántico produjo mejor reconocimiento que el procesamiento fonético; sin embargo, esta superioridad sólo se produjo con las palabras que habían recibido juicios R, porque los niveles de reconocimiento fueron básicamente idénticos para las palabras que habían recibido juicios S. Estos hallazgos, que han sido repetidamente replicados, indican que, además de que la variable “niveles de procesamiento” tiene efectos diferenciales sobre ambos tipos de respuesta (i.e., incrementa las respuestas R pero no afecta a las respuestas S), los sujetos no tienen necesariamente experiencia consciente de recolección de las palabras que reconocen en el test; de hecho, los sujetos sólo tienen experiencia consciente de las palabras reconocidas y juzgadas como “recordar”. Según Tulving, el sujeto tiene conciencia autonoética de las palabras juzgadas como R, que reflejarían recuperación del sistema de memoria episódica, y conciencia noética de las palabras juzgadas como S, que reflejarían recuperación del sistema de memoria semántica. Esta identidad establecida por Tulving entre los estados de conciencia asociados a las respuestas R y S y los sistemas de memoria episódica y semántica, respectivamente, ha demostrado ser consistente con los datos obtenidos en investigaciones recientes, y, aunque hayan surgido otras propuestas teóricas alternativas en estos últimos años9, la teoría de los sistemas de memoria de Tulving parece ser –a juicio de Gardiner y Richardson-Klavehn (2000)– la más completa. La idea central de esta teoría de que los juicios recordar resultan de la activación del sistema episódico, mientras que los juicios saber se apoyan en información proveniente del sistema semántico, implicaría lógicamente la existencia de dos tipos de reconocimiento: un “reconocimiento episódico” y un “reconocimiento semántico”. 7.4. Formas de recuperación: explícita versus implícita La dicotomía memoria explícita/memoria implícita no hace referencia a dos sistemas de memoria, uno explícito y otro implícito, sino a dos formas de recuperación; es decir, a 247 las formas que los diferentes sistemas de memoria tienen de expresar sus contenidos. El descubrimiento crucial que dio origen a la distinción entre memoria explícita y memoria implícita fue que las experiencias previas pueden expresarse o manifestarse acompañadas de experiencia consciente o no. Naturalmente, este descubrimiento sólo se pudo empezar a constatar empíricamente cuando los investigadores comenzaron a utilizar medidas de memoria diferentes a las que habían estado utilizando tradicionalmente. Imaginemos dos situaciones experimentales: 1. 2. A un grupo de sujetos se les presenta una lista de 20 palabras familiares y se les instruye para que atiendan a cada una de ellas porque después, tras un intervalo variable de tiempo, se les pedirá que recuerden el mayor número posible de tales palabras. A un grupo de sujetos se les presenta una lista de 20 palabras familiares y se les instruye para que a medida que van apareciendo vayan decidiendo si les resultan agradables o desagradables. Tras un intervalo, durante el que realizarán alguna actividad no relacionada con la fase de estudio de las palabras, se les pedirá que digan la primera palabra que les venga a la mente ante la presentación de un conjunto de palabras incompletas (bien porque sólo se presentan las tres primeras letras o bien porque las palabras aparecen degradadas); naturalmente, algunas de las palabras incompletas corresponden a las palabras presentadas en la fase de estudio y otras no. La primera situación experimental reflejaría uno de los distintos procedimientos utilizados tradicionalmente por los psicólogos para medir la memoria. En concreto, correspondería a una tarea de recuerdo libre. Los tests de recuerdo libre, al igual que los de recuerdo con claves o los de reconocimiento, tienen en común el que las instrucciones que se dan a los sujetos hacen referencia explícita a un episodio concreto de aprendizaje, durante el que se les presentó una determinada información (e.g., las 20 palabras de la situación descrita), que deben recuperar total o parcialmente de un modo consciente. La medida de la memoria que se obtiene con estos tests se dice que refleja la memoria explícita o consciente de la información aprendida durante la fase de estudio. En la segunda situación, lo que se observa generalmente es que los sujetos manifiestan una tendencia mayor a completar correctamente los fragmentos de palabras correspondientes a las palabras presentadas en la fase de estudio que los fragmentos “nuevos”. Este fenómeno recibe el nombre de priming perceptivo o priming de repetición, y se asume que refleja la memoria implícita de la información adquirida en la fase de estudio porque no involucra recuperación consciente ni explícita de dicho episodio de estudio. Para distinguir entre lo que Tulving (2000a) llama “los productos de la recuperación” que se miden con los tests tradicionales de recuerdo y de reconocimiento, y los que se expresan en los tests de priming, se han utilizado diferentes términos, pero, sin duda 248 alguna, los más usuales son los de memoria explícita y memoria implícita, respectivamente. Estos términos fueron introducidos en 1985 por Peter Graf y Daniel Schacter con fines descriptivos y no, como algunos teóricos asumen, para designar dos sistemas de memoria. Como señaló expresamente Schacter (1987, p. 501), “memoria explícita” y “memoria implícita” son términos “… relacionados básicamente con la experiencia psicológica de una persona en el momento de la recuperación […] (Éstos) no se refieren ni implican la existencia de dos sistemas de memoria independientes o separados”. De acuerdo con esta última observación, y siguiendo a Graf y Schacter (1985, p. 501), la memoria explícita se define como el tipo de recuperación que se revela “cuando la realización de una tarea exige la recolección10 consciente de experiencias previas”, mientras que la memoria implícita es aquella que se revela “cuando la realización de una tarea se ve facilitada en ausencia de recolección consciente”. El gran descubrimiento del uso combinado de pruebas de memoria explícita y de memoria implícita ha sido el efecto diferencial o disociativo que ciertas variables tienen sobre ambas expresiones de memoria. Tal y como quedó demostrado en el Capítulo 3, la investigación sobre priming ha puesto de manifiesto que la memoria explícita y la memoria implícita pueden ser nítidamente disociadas. Esto significa, por ejemplo, que distintas variables experimentales afectan a estas dos manifestaciones de memoria de un modo diferente o que poblaciones de sujetos que demuestran tener una memoria explícita alterada presentan una memoria implícita intacta. 7.4.1. Tareas de memoria Gran parte de las investigaciones cognitivas contemporáneas sobre memoria explícita e implícita están enraizadas en el trabajo experimental de Hermann Ebbinghaus (1885). Entre sus múltiples contribuciones, algunas de las cuales ya han sido comentadas en el Capítulo 2, Ebbinghaus nos legó también una concepción de la memoria más amplia que la mantenida por sus contemporáneos. En este sentido, resulta muy ilustrativa la comparación con el propio William James. Así, mientras para James la memoria sólo involucraba la recuperación consciente de un evento acompañada por la experiencia consciente de su ocurrencia previa, para Ebbinghaus el concepto de memoria incluía, además de la recuperación consciente, las influencias que sobre la ejecución del test ejercen eventos anteriores en ausencia de la experiencia consciente correspondiente. La concepción de la memoria de Ebbinghaus, que implicaría la distinción actual entre memoria explícita y memoria implícita, se vio reflejada también en la metodología que nos legó. En efecto, su original método de los ahorros fue diseñado para recoger no sólo lo que puede recuperarse conscientemente sino también lo que no está a disposición de la conciencia. Dicho método es considerado actualmente, con todo derecho, un test de 249 memoria implícita. El desarrollo experimentado en la evaluación o medida de la memoria, desde los estudios pioneros de Ebbinghaus, ha sido tan espectacular que, como han señalado Richardson- Klavehn y Bjork (1988), durante los más de cien años transcurridos, no sólo se ha producido un extraordinario avance en la investigación empírica de la memoria, sino que se ha asistido a una auténtica revolución en el modo de medir e interpretar la influencia de los eventos pasados sobre la experiencia y conducta presentes. Si nos ceñimos especialmente a las cinco últimas décadas, puede observarse que el desarrollo metodológico –caracterizado por la gran producción de técnicas, procedimientos o paradigmas experimentales de una gran originalidad– no sólo ha sido excepcional, sino que ha tenido una evolución rapidísima. El resultado palpable de todo ello ha sido la puesta a disposición de los investigadores y evaluadores de la memoria de una metodología cada vez más refinada y específica para el abordaje de problemas muy concretos. Una vez asumido el hecho de que los contenidos de la memoria se recuperan o se expresan bien de una manera explícita bien de una manera implícita, surgió la necesidad de distinguir entre las medidas de un tipo y otro de recuperación de memoria. Las medidas, tareas o tests de recuperación explícita e implícita han sido llamadas, respectivamente, medidas explícitas y medidas implícitas, por algunos autores, mientras que otros consideran más adecuado llamarlas medidas directas y medidas indirectas, respectivamente. Si bien con frecuencia se utilizan ambas terminologías de un modo intercambiable, esto es, explícitas o directas versus implícitas o indirectas, no todos los autores consideran adecuado establecer una equivalencia total entre cada pareja de términos. Por ello, considero oportuno exponer las razones básicas para la elección de una terminología u otra. Por ejemplo, Schacter (1987) utiliza la distinción “memoria explícita y memoria implícita” para referirse tanto a las pruebas de memoria como a las expresiones de la memoria (pero no para referirse a sistemas diferentes de memoria, como ya se ha dicho), mientras que Richarson-Klavehn y Bjork (1988) plantean que es preferible utilizar la distinción “directo/indirecto” para describir las dos clases de medidas o tests de memoria y reservar los términos “implícito/explícito” para distinguir formas de memoria. Entre las distintas razones aducidas por Richardson-Klavehn y Bjork, resulta especialmente relevante tener en cuenta que, en efecto, no siempre hay seguridad de que un test implícito se ejecute basándose exclusivamente en la memoria implícita. Estos autores se refieren, concretamente, al hecho de que un test nominalmente implícito puede no ser siempre un test funcionalmente implícito. Sin embargo, comparto la idea de Schacter (1990b) cuando responde a tal argumentación señalando que se puede hacer la misma observación sobre la distinción directo/indirecto; es decir, que durante la realización de un test nominalmente “indirecto” como, por ejemplo, completar palabras fragmentadas, aunque a los sujetos no se les exija que piensen en el episodio de estudio, cabe siempre la posibilidad de que algunos descubran la naturaleza de la tarea y adopten estrategias de recuperación intencionales y explícitas, y, consecuentemente, transformen 250 el test “indirecto” en un test “directo”. Schacter, Bowers y Booker (1989) propusieron, para evitar tales situaciones, un “criterio de intencionalidad de recuperación” basándose en datos empíricos. Sin embargo, la cuestión clave para cualquiera de las dos terminologías (explícito/implícito y directo/indirecto) es que –como señala Schacter– la caracterización nominal de la tarea no puede describir siempre con exactitud el tratamiento real que le dará el sujeto. Por ello, a juicio de este autor resulta más simple y menos problemático utilizar los términos explícito/implícito para referirse tanto a los tests como a las expresiones de la memoria. No quisiera alargar más esta cuestión, aunque sí me parece oportuno dejar constancia de que Roediger (1990b) es igualmente partidario de la distinción explícito/implícito para referirse tanto a los tests como a los tipos de recuperación. De las razones teóricas y pragmáticas que esgrime en favor de su postura, me parece especialmente relevante la observación de que la distinción explícito/implícito refleja mejor la idea de diferentes “modos de recuperación” o diferentes “formas de memoria”, al tiempo que implica que el acceso a la memoria se lleva a cabo de un modo diferente en cada caso. La distinción directo/indirecto parece significar que se está accediendo al mismo conocimiento o forma de memoria, pero directamente en un test e indirectamente en el otro. Si fuese así, continúa argumentando Roediger, no cabría esperar las claras disociaciones que frecuentemente se producen entre los tests implícitos y explícitos. En consonancia con los argumentos utilizados tanto por Schacter como por Roediger, yo también entiendo que resulta más adecuado utilizar (y así lo haré en este libro) la distinción explícito/implícito para referirse tanto a las tareas como a las expresiones de la memoria. 7.4.2. Tareas de memoria explícita Siguiendo la opinión más generalizada, las tareas de memoria explícita serían aquellas que exigen “expresiones conscientes de memoria”. Se trataría, por tanto, de tareas en las que las instrucciones que se dan a los sujetos en el momento del test hacen referencia a un evento o eventos de su historia personal. En el contexto experimental, los tests de memoria explícita son tareas que requieren que un sujeto recupere conscientemente el material que se le presentó durante la fase de estudio. Una situación típica de medida de memoria explícita sería cualquier situación similar a la descrita anteriormente en la “condición experimental 1”; es decir, aquélla en la que, en un primer momento o fase de estudio, se presenta a los sujetos una lista de palabras que deberán recordar o reconocer después en la llamada fase de test. Las tareas o tests de memoria explícita coinciden con las tareas tradicionales de recuerdo serial, recuerdo libre, recuerdo con claves y reconocimiento. En los tests de recuerdo libre en general, a los sujetos se les pide que reproduzcan en el orden que 251 consideren oportuno (de ahí el apelativo de “libre”) el material que se les ha presentado previamente, ya sean palabras, dibujos, oraciones o historias (o cualquier evento de su vida pasada si estamos evaluando su memoria de recuerdo en un contexto no experimental). El test de recuerdo libre, a su vez, puede ir acompañado o no de claves de recuperación, lo que permite hablar de recuerdo con claves o de recuerdo libre, respectivamente11. Tradicionalmente, sin embargo, se llegó a utilizar mucho, sobre todo en el contexto del “aprendizaje verbal”, el método del recuerdo serial, que es el nombre que recibe la prueba de recuerdo en la que los sujetos deben recuperar la información en el mismo orden en que fue presentada. El recuerdo serial fue precisamente el método utilizado por Ebbinghaus, tal y como se vio en el Capítulo 2. Como es sabido, Ebbinghaus leía una y otra vez sus listas de sílabas sin sentido hasta que consideraba que las había aprendido. El criterio de aprendizaje era la reproducción completa, dos veces seguidas, de todas las sílabas en el orden exacto en que las había estudiado. Si, por ejemplo, cometía algún error de orden, comenzaba de nuevo el ciclo de estudio hasta que las reproducía correctamente. El procedimiento de recuerdo serial fue utilizado durante varias décadas por los psicólogos conductistas. No obstante, desde la década de 1950, aproximadamente, el recuerdo serial entró en desuso por considerarse un método que poco o nada podía aportar al estudio de la organización y estructura de la memoria. Con el paso de los años, sin embargo, ha sido reconsiderado y se le ha reconocido – con independencia de su indiscutible limitación para el estudio de los procesos de organización– su gran valor para estudiar un tipo de memoria muy concreto, como es la memoria del orden o la memoria temporal, de especial relevancia, por ejemplo, en la percepción y comprensión del lenguaje, habida cuenta de que el orden de las palabras y sintagmas de una oración es un factor crucial para la comprensión de su significado. Por ejemplo, si oímos la noticia “El policía disparó al ladrón”, el recuerdo serial de los elementos de esta oración es fundamental para comprender dicha información y, sobre todo, para recuperarla adecuadamente en un futuro, ya que si el recuerdo no sigue el orden correcto podríamos decir que “El ladrón disparó al policía”, lo que significaría, en este caso concreto, un fallo de memoria de consecuencias sociales imprevisibles. El recuerdo serial es también el procedimiento utilizado en la conocida tarea de memoria a corto plazo “amplitud de dígitos”, que consiste en presentar secuencialmente series de dígitos de longitud creciente (e.g., 3-7; 5-8-2; 9-1-7-4; y así sucesivamente) que los sujetos deben ir recordando en el mismo orden. Por otra parte, en un test de reconocimiento, a los sujetos se les pide que identifiquen los ítems (palabras, oraciones, dibujos, etc.) que se presentaron durante la fase de estudio de entre un grupo de ítems formado por los primeros más otros no presentados a los que se denomina distractores. En resumen, los tests de memoria explícita incluyen las pruebas de recuerdo y de reconocimiento. El recuerdo puede ser serial o libre, y el recuerdo libre, a su vez, puede ser con o sin claves. Las pruebas de reconocimiento, por su parte, también incluyen distintas versiones (e.g., elección libre, elección forzosa, etc.). Siendo exhaustivos, no 252 podemos pasar por alto que los juicios de frecuencia, recencia y modalidad, así como los juicios de “sensación de saber” (feeling-of-knowing) también son tareas de memoria explícita, ya que en tales tareas se pide a los sujetos que tomen una decisión explícita sobre un estímulo presentado previamente. 7.4.3. Relaciones entre recuerdo y reconocimiento Una cuestión que ha recibido un tratamiento especial por parte de los psicólogos cognitivos de la memoria ha sido la relativa a las relaciones entre recuerdo y reconocimiento. El abordaje de esta cuestión surgió, fundamentalmente, del interés por encontrar una explicación a uno de los hechos más obvios sobre la memoria; en concreto, por qué el reconocimiento es generalmente superior al recuerdo. La pregunta de partida planteada por los investigadores fue si al recuerdo y al reconocimiento subyacen los mismos o distintos procesos. Entre las diferentes propuestas planteadas, destacan las dos siguientes: (1) las teorías de proceso único, que plantean que el recuerdo y el reconocimiento serían manifestaciones diferentes del mismo proceso de memoria, donde el reconocimiento sería una medida más sensible de la huella subyacente que el recuerdo, y (2) las teorías de dos fases o dos procesos, que, básicamente, lo que plantean es que el recuerdo implica dos fases, una de búsqueda o recuperación y otra de decisión o reconocimiento, mientras que el reconocimiento sólo implica la segunda de esas dos fases12. Entre los diferentes modelos de esta segunda categoría, me parece especialmente representativo el de Gillund y Shiffrin (1984), que propone que el recuerdo y el reconocimiento dependen de procesos separados de recuperación que actúan sobre un sistema común de almacenamiento, con la particularidad de que el reconocimiento operaría como un proceso rápido y paralelo de activación de memoria que produce la sensación de familiaridad, mientras que el recuerdo operaría como un proceso lento y secuencial de búsqueda. Como una alternativa tanto a las teorías de proceso único como a las teorías de doble fase, Tulving (1976) propuso el “enfoque programático” de la ecforia episódica. Como se señaló más arriba, el término “ecforia episódica” de Tulving es una adaptación del concepto de “ecforia” de Semon para referirse a la “activación de un engrama latente”. Por ecforia episódica, Tulving entiende “el proceso por el que la información almacenada en una huella específica de memoria es utilizada por el sistema para producir memoria consciente de determinados aspectos del evento original” (p. 40). Dentro de este enfoque, la distinción ente recuerdo y reconocimiento deja de tener interés, porque la ecforia episódica depende de un gran número de factores relacionados con las propiedades de la información almacenada en las huellas, con la información ecfórica 253 disponible en el sistema en un momento dado y con la interacción de la información disponible en todas estas fuentes. En realidad, Tulving ha mantenido, desde la formulación, unos años antes, de su principio de la especificidad de la codificación, que entre el recuerdo y el reconocimiento no hay diferencias. Sin embargo, a la vista de los resultados obtenidos mediante el uso del paradigma recordar/saber, este autor ha reconocido la necesidad de cambiar su punto de vista al respecto (Tulving, 1999b), pero no por los argumentos esgrimidos en décadas pasadas por los defensores de “procesos múltiples” subyacentes al recuerdo y al reconocimiento, sino por la nueva evidencia sobre los “juicios de la experiencia subjetiva de la recolección” que pone de manifiesto, como hemos visto, que el reconocimiento puede estar determinado, bien por la recuperación del contexto episódico (las respuestas recordar) o bien por la sensación de familiaridad (las respuestas saber), mientras que el recuerdo implica siempre recolección del contexto episódico. 7.4.4. Tareas de memoria implícita Las tareas de memoria implícita son las implicadas en todos aquellos tests de memoria que no requieren una manifestación consciente o intencional de recuperación. En otras palabras, se trata de pruebas que exigen al sujeto involucrarse en una actividad cognitiva o motora a partir de unas instrucciones que hacen referencia a la tarea presente y no a acontecimientos anteriores. Por ejemplo, tal y como se señaló al establecer la distinción entre memoria explícita y memoria implícita, los sujetos tienen mayores probabilidades de identificar una determinada palabra que se presenta degradada, o de completarla a partir de las tres primeras letras, si dicha palabra fue presentada durante la fase de estudio, que si no fue presentada. Actualmente se dispone de abundante evidencia experimental (obtenida, sobre todo, con pacientes amnésicos) como para admitir que existe una diferencia fundamental entre la información mnemónica medida con tests de memoria explícita y la medida con tests de memoria implícita. En este sentido, es interesante saber que, bajo ciertas condiciones, los sujetos sanos pueden mostrar “memoria” de determinada información en tests de memoria implícita al tiempo que son incapaces de recordar o de reconocer esa misma información, tal y como muestra el siguiente estudio. Graf, Mandler y Haden (1982) realizaron el siguiente experimento con 24 estudiantes de psicología. Un grupo de 12 sujetos realizó una tarea consistente en valorar –en una escala de 7 puntos– lo agradable que le resultaban 20 palabras de una lista. Esta tarea fue considerada de “procesamiento elaborativo”, dado que juzgar el nivel de agrado que cada palabra contenía para cada sujeto implicaba el análisis semántico de las palabras. Un segundo grupo de otros 12 sujetos realizó una tarea que les permitía construir una representación integrada de las palabras pero les impedía un procesamiento 254 elaborativo. En concreto, la tarea consistía en decidir si cada una de las 20 palabras de la mencionada lista compartía alguna de sus vocales con otra palabra que se le presentaba inmediatamente antes. Esta tarea había que realizarla a gran velocidad para que los sujetos sólo pudieran ver brevemente cada palabra e ignoraran su componente semántico. Después de trabajar con la lista de 20 palabras, a cada uno de los 24 sujetos se le administró, en primer lugar, un test de completar palabras a partir de las tres primeras letras de cada una de las palabras de la lista (tarea de memoria implícita) y, en segundo lugar, un test de recuerdo libre (tarea de memoria explícita). En el test de completar palabras, los dos grupos tuvieron un rendimiento promedio similar (31% y 28%, respectivamente). Por el contrario, el test de recuerdo libre puso de manifiesto grandes diferencias entre ambos grupos. En concreto, el primer grupo recordó un 30%, mientras que el segundo sólo recordó un 8% de las palabras presentadas. Este grupo de investigadores comprobó con este estudio que sus hallazgos con sujetos sanos presentaban un patrón de resultados equiparable al obtenido por otros investigadores con pacientes amnésicos. Es decir, los sujetos del segundo grupo apenas dieron muestras de haber visto las palabras (sólo recordaron un 8%) que, sin embargo, habían completado con éxito (28%) en el test de completar palabras. Hacia 1970, los neuropsicólogos británicos Elizabeth Warrington y Lawrence Weiskantz habían comprobado, efectivamente, que los pacientes amnésicos no podían recordar una lista de palabras que, sin embargo, completaban tan bien o mejor que los sujetos normales de control cuando se les proporcionaban las tres primeras letras de cada palabra (este experimento aparece descrito en el Capítulo 3). En la literatura sobre medidas de memoria, encontramos, además, otros muchos trabajos experimentales que demuestran la incapacidad de las personas sanas para recordar o reconocer una información concreta (e.g., una palabra) presentada en una situación muy específica –por ejemplo, mientras la persona está bajo los efectos del alcohol, de una droga anticolinérgica como la escopolamina o de la anestesia general– que, sin embargo, pueden recuperar cuando se les administran tests que no requieren un acto deliberado o consciente de memoria; es decir, cuando se utilizan tests de memoria implícita (ver el apartado “Disociaciones de memoria” en el Capítulo 3). La abundante evidencia que muestra que los pacientes amnésicos presentan un funcionamiento de memoria significativamente distinto cuando se les evalúa con tests de memoria explícita frente a tests de memoria implícita, junto con las investigaciones que demuestran que la mayoría de las personas sanas se comportan como amnésicos profundos cuando tratan de recuperar determinada información (e.g., presentada bajo los efectos de la anestesia o de otras drogas, en condiciones no atendidas, etc.) con tests de recuerdo o de reconocimiento mientras que tales efectos desaparecen cuando se utilizan pruebas que no exigen una expresión consciente de recuerdo, justifican sobradamente la pertinencia, adecuación y necesidad del uso de medidas de memoria implícita. A pesar de que el gran desarrollo de las medidas de memoria implícita no tuvo lugar hasta finales de la década de 1980, la diversidad de tareas encontradas en la literatura es realmente sorprendente. De hecho, actualmente no sólo disponemos de muchos tests de 255 memoria implícita sino que cada año aparecen tests nuevos. Jeffrey Toth (2000) ha propuesto una clasificación general que incluye la mayor parte de los tests conocidos de memoria implícita. Siguiendo dicho clasificación, que aparece resumida en el Cuadro 7.4, los tests de memoria implícita pueden organizarse en dos grandes categorías: tests verbales y tests no-verbales, que, a su vez, se subdividirían en tres subclases: (1) tests perceptivos (e.g., identificación perceptiva, completar raíces de palabras, identificación de dibujos fragmentados, denominación de dibujos, etc.); (2) tests conceptuales (e.g., asociación de palabras, generación de ejemplares de categorías, atribuciones persona/rasgo, categorización de objetos, etc.), y (3) tests procedimentales (e.g., lectura de textos en espejo, aprendizaje de gramáticas artificiales, seguimiento motor en el rotor de persecución, torre de Hanoi, etc.). En términos generales, los tests perceptivos involucran al sistema de representación perceptiva, los tests conceptuales al sistema de memoria semántica y los tests procedimentales al sistema de memoria procedimental. Cuadro 7.4. Algunos Tests de Memoria Implícita Tests Verbales Perceptivos Identificación (perceptiva) de palabras Completar raíces de palabras Completar fragmentos de palabras Decisión léxica Solución de anagramas Conceptuales Asociación de palabras Generación de ejemplares de categorías Juicios de fama Procedimentales Lectura de textos normales Lectura alterada (textos en espejo) Aprendizaje de gramáticas artificiales Juicios de probabilidad Cuadro resumido a partir de Toth, 2000. 256 Tests No-Verbales Perceptivos Identificación de dibujos fragmentados Denominación de dibujos Decisión de objetos Decisión de objetos posibles e imposibles Juicios de preferencia estética Conceptuales Atribuciones persona/rasgo Categorización de objetos Decisiones de uso común de objetos Procedimentales Tiempo de reacción serial Seguimiento motor (rotor de persecución) Dibujar en espejo Torre de Hanoi 7.4.5. Criterios operativos para la distinción entre tareas Como han señalado Roediger y McDermott (1993), para demostrar que un test es implícito, los psicólogos experimentales generalmente diseñan experimentos que permiten disociarlo de un test explícito. En efecto, uno de los hallazgos más valiosos generado por el uso combinado de tareas de memoria explícita e implícita ha sido la constatación de que, aunque algunas variables producen efectos paralelos en los dos tipos de tests, un número considerable de factores producen disociaciones entre ellos, un tema que se encuentra ampliamente desarrollado en el Capítulo 3. Un caso particularmente interesante de una variable de codificación que produce una disociación funcional entre pruebas de memoria implícita y explícita es el “nivel de procesamiento” de las palabras. Por ejemplo, Graf y Mandler (1984, Exp. 1) utilizaron varias tareas de orientación semántica (e.g., evaluar en una escala de 5 puntos lo agradable/desagradable que resultaban las palabras de una lista) y varias tareas de orientación no semántica (e.g., decidir si dos palabras consecutivas compartían alguna vocal). Inmediatamente después, administraron a los sujetos experimentales un test de completar palabras a partir de las tres primeras letras (test de memoria implícita), un test de recuerdo libre y un test de reconocimiento (ambos tests de memoria explícita). Graf y Mandler comprobaron que los efectos del priming en el test de completar palabras eran similares tras la tarea semántica y tras la tarea no semántica; sin embargo, el recuerdo y el reconocimiento eran significativamente más altos tras la tarea semántica que tras la tarea no semántica. Con otras palabras, la variable “niveles de procesamiento” tenía unos efectos claros sobre los tests de recuerdo y de reconocimiento, pero no tenía efecto alguno sobre el test de completar palabras13. Este patrón de resultados refuerza la idea de que los tests de memoria explícita y los tests de memoria implícita involucran procesos de recuperación diferentes, además de que los primeros se acompañan de recolección consciente y los últimos no, tal y como se recoge en las definiciones de Graf y Schacter de memoria explícita y memoria implícita, respectivamente. Sin embargo, la determinación del estatus fenomenológico de los tests implícitos –esto es, que no se acompañan de experiencia consciente– se complica especialmente cuando se trabaja con sujetos sanos. Cuando se trabaja con pacientes amnésicos, no surge este problema debido a que estos pacientes son incapaces de recuperar conscientemente el episodio de aprendizaje. Supongamos que se aplica a un grupo de sujetos sanos el test de completar palabras a partir de las tres primeras letras, y que éstos caen en la cuenta, una vez completados los dos o tres primeros fragmentos, de que éstos pertenecen a las palabras presentadas en la fase de estudio. A partir de este descubrimiento, es altamente probable que los sujetos piensen que pueden mejorar su rendimiento pensando en la lista de estudio –algo que pueden hacer sin problemas– y entonces decidan cambiar su estrategia recurriendo a procesos de recuperación intencionales. Evidentemente, a partir del momento en que los sujetos comienzan a recuperar intencionadamente el episodio de estudio, el test de 257 completar palabras deja de ser un test de memoria implícita; es decir, nos encontraríamos ante un caso en el que un test nominalmente implícito se convierte en un test funcionalmente explícito. Éste es un problema real y complejo, porque debe tenerse presente que el criterio operativo que distingue a los tests de memoria explícita y de memoria implícita son las instrucciones que el experimentador da a los sujetos en el momento del test. En los tests de memoria explícita se les dice, básicamente, que recolecten el material presentado en un episodio anterior, y en los tests de memoria implícita se les dice que realicen una determinada tarea, sin hacer mención alguna a episodios previos de aprendizaje. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la manipulación de las instrucciones no es suficiente y, en consecuencia, la distinción explícito/implícito se desdibuja. Por tanto, si los experimentadores se limitan al criterio de las instrucciones, no pueden en modo alguno –como advierten Schacter et al. (1989, pp. 52-53)– determinar a priori si están tratando con una forma implícita o explícita de memoria sobre un test supuestamente implícito, a menos que puedan distinguir convincentemente entre recuperación intencional y no intencional de la información adquirida durante un episodio de estudio. A partir de esta argumentación, Schacter y sus colegas han sugerido que es preferible distinguir la memoria explícita de la implícita en términos de procesos intencionales y no intencionales de recuperación, respectivamente, más que en términos de presencia o ausencia de experiencia consciente de recolección de un episodio previo; fundamentalmente, porque es posible desarrollar criterios rigurosos para distinguir entre procesos intencionales y no intencionales de recuperación, pero resulta muy difícil establecer la distinción “presencia versus ausencia” de conciencia de recolección. A partir de estas propuestas, la opinión actual más consensuada es la que asume que, básicamente, las pruebas de memoria explícita demandan una recuperación intencional y las de memoria implícita una recuperación no intencional o incidental. 7.5. Contexto y recuperación En apartados anteriores hemos visto que la naturaleza de las claves de recuperación determina de un modo fundamental la recuperación de la memoria. Si recordamos que una “clave de recuperación” es cualquier información que guía los procesos de búsqueda y permite acceder a la huella de memoria, resulta fácil suponer que existen diferentes tipos de claves. En la investigación experimental de la memoria se ha distinguido tradicionalmente entre “claves intra-lista” y “claves extra-lista”. Las primeras son las que forman parte de la lista de ítems que se presenta en la fase de estudio, como en el experimento de Tulving y Pearlstone, donde la clave era el nombre de la categoría que precedía a los miembros 258 de dicha categoría. Las segundas o “extra-lista” se refieren a aquellas que son extraídas de una categoría de la lista pero no se presentan durante la codificación sino sólo en el momento de la recuperación. Los psicólogos experimentales se han referido también a claves “fuertes” y a claves “débiles”, a claves “específicas” y a claves “inespecíficas”, etcétera. Existen otros tipos de claves que han demostrado ser especialmente eficaces: las llamadas “claves contextuales” o simplemente “el contexto”. Resulta oportuno señalar que el contexto no se utiliza de modo intencional como una clave de recuperación; sin embargo, está suficientemente demostrado que actúa como una poderosa clave. Aunque no es fácil encontrar una definición consensuada del término contexto, aquí lo definiremos –siguiendo a Roediger (2007)– como “la situación o las circunstancias en las que tiene lugar un evento”. Está comprobado que el contexto puede tener una profunda influencia sobre la memoria, de ahí que su estudio exija establecer ciertas distinciones. En concreto, dentro de la variedad de contextos que pueden influir en la memoria, se distinguen tres tipos básicos: el contexto verbal, el contexto externo o ambiental y el contexto interno. El principio de la especificidad de la codificación pone de manifiesto, precisamente, la relevancia del contexto cuando postula que el éxito de la recuperación depende de que ésta se lleve a cabo en el mismo contexto en el que fue codificada la información. Pero ese contexto puede ser, como acabamos de señalar, de muy distinta naturaleza (verbal, externo o interno). Lo que parece demostrado es que el principio de la especificidad de la codificación es bastante fiable. Los abundantes estudios que han manipulado el contexto externo (e.g., presencia o ausencia de música) y el contexto interno (e.g., ingesta de drogas o de alcohol, y estado de ánimo), tanto durante la codificación como durante la recuperación, han encontrado todos ellos los efectos de la dependencia del contexto. Es decir, dado un contexto de codificación concreto, la memoria (sobre todo, el recuerdo) es mejor cuando la recuperación reinstaura ese contexto. Como demostró Smith (1979), dicho principio se cumple tanto cuando un determinado contexto está realmente presente como cuando el sujeto lo imagina o piensa en él. Como los efectos del contexto verbal ya han sido expuestos al comentar los diferentes trabajos de Tulving y sus colaboradores, el resto de esta sección lo dedicaremos a analizar los efectos del contexto externo o físico y del contexto interno sobre la memoria. 7.5.1. Memoria y contexto externo Existe abundante evidencia naturalista o de la vida cotidiana que pone de manifiesto cómo el contexto ambiental o físico tiene el poder de reactivar infinidad de viejos 259 recuerdos. Algunos de los ejemplos más comúnmente citados para ilustrar los impresionantes efectos del contexto sobre la reactivación de viejos recuerdos son los que suponen la vuelta, después de muchos años, a la vieja escuela de nuestra niñez, al internado en el que pasamos la mayor parte de nuestra adolescencia o a la ciudad de nuestra infancia. La vuelta a cualquiera de esos escenarios produce literalmente en nuestra conciencia una auténtica avalancha de recuerdos que llegan a estremecernos y nos hacen caer en la cuenta de que una multitud de experiencias de las que ya no teníamos el más mínimo recuerdo no sólo no se han perdido sino que siguen estando disponibles y accesibles en nuestra memoria. Otras experiencias, como la visita de los excombatientes a los viejos frentes de guerra o la de las víctimas supervivientes de los campos de exterminio nazis a tales escenarios infernales, son ejemplos igualmente convincentes de que los lugares físicos sirven como poderosas claves de recuperación de eventos del pasado personal más remoto. En opinión de Steven Smith (1988), uno de los grandes estudiosos de la memoria dependiente del contexto ambiental, el estudio de estos fenómenos de la vida real podría ayudar a los científicos a comprender otros fenómenos de interés clínico, como la amnesia infantil (que, tal vez, podría aliviarse trasladándose al hogar de la infancia), el olvido típico de la vejez o los trastornos disociativos. En cualquier caso, lo que parece innegable es que el análisis de estos fenómenos de la vida real sirve de guía a las investigaciones de laboratorio de la memoria dependiente del contexto externo. Son muchos los experimentos realizados en los que los participantes aprenden un material en uno de dos contextos físicos distintos y después se evalúa su memoria en el mismo o en diferente contexto. En 1940, el psicólogo norteamericano E.M. Abernathy demostró que los estudiantes que eran examinados en la misma aula en la que habían recibido la docencia tenían mejor rendimiento que los estudiantes que eran evaluados en un aula diferente. Sin embargo, este resultado no ha podido confirmarse en estudios posteriores en los que el control experimental ha sido superior. Smith ha revisado esos estudios y ha concluido que, en contra de la creencia popular, no existe evidencia que apoye la idea de que los estudiantes rinden menos cuando realizan los exámenes en un aula diferente a la suya habitual. Fuera del contexto educativo, uno de los experimentos más famosos en el que se manipuló el contexto físico fue el realizado por Godden y Baddeley en 1975. Los participantes fueron 16 buzos profesionales a los que se presentó una lista de 40 palabras con la advertencia de que después deberían recordarlas. El aprendizaje de la lista tuvo lugar en uno de dos contextos diferentes: en la orilla o a diez pies bajo el agua. El test de recuerdo posterior lo realizaron bien en el mismo contexto de aprendizaje o en el alternativo. Tanto durante el aprendizaje como durante el recuerdo, los participantes estuvieron vestidos con el traje de buzo. Los resultados aparecen en el Cuadro 7.5, donde se observa que lo que se aprende bajo el agua se recuerda mejor bajo el agua y viceversa. Es decir, que los buzos tuvieron dificultades en el recuerdo cuando tuvieron que recordar las palabras en un contexto físico diferente, pero no cuando las tuvieron que recordar en el mismo lugar en el que se había producido el aprendizaje. 260 Cuadro 7.5. Resultados del estudio de Godden y Baddeley (1975) Sin embargo, esa dependencia de la memoria del contexto físico sólo fue evidente para el recuerdo, no para el reconocimiento. Un experimento posterior de estos mismos investigadores, en el que todas las condiciones fueron idénticas salvo que, en lugar de recuerdo libre, utilizaron una prueba de reconocimiento, no reflejó ningún efecto de dependencia del contexto. Un segundo grupo de experimentos muy conocidos en los que se observó la dependencia del contexto fue realizado por Smith, Glenberg y Bjork (1978). El procedimiento general implicó que los sujetos estudiasen una lista de 80 palabras pertenecientes a 10 categorías (8 ítems por categoría) en una de dos estancias diferentes: un aula o un almacén. La diferencia entre ambos recintos fue remarcada por varios factores, como el tamaño de la sala, el equipo experimentador, el olor ambiental, el momento del día en que se realizaron las pruebas, etc. La memoria fue evaluada con una prueba de recuerdo libre 24 horas después del aprendizaje. Los resultados arrojaron diferencias significativas en función del mismo/diferente habitáculo. En concreto, los sujetos que fueron evaluados en la misma estancia tuvieron un recuerdo promedio de unas 49 palabras, mientras que los que fueron evaluados en una estancia diferente recordaron una media de 35 palabras. Estos resultados volvían a poner de manifiesto que cuando se produce un emparejamiento entre el contexto de codificación y el contexto de recuperación la memoria resulta beneficiada. No obstante, los efectos del contexto externo sobre la memoria, observados sobre todo en la década de 1970, han sido difíciles de replicar. En diferentes estudios, en los que se han utilizado contextos y materiales similares, algunos investigadores han encontrado dependencia del contexto mientras que una mayoría ha fracasado. Fernández y Glenberg (1985) analizaron la dependencia del contexto a través de 8 experimentos en los que manipularon variables tales como la estancia, el experimentador, el tipo de material o el nivel de dificultad de la tarea; sin embargo, en ningún experimento encontraron efectos de dependencia del contexto. Ante un panorama tan confuso respecto a los efectos del contexto ambiental o externo sobre la memoria, los teóricos se han planteado dos grandes cuestiones. Por un lado, por qué es tan difícil conseguir en el laboratorio algo que resulta tan convincente en los contextos naturales; y, por otro, por qué unos investigadores han obtenido efectos 261 positivos del contexto y otros no. Respecto a la primera cuestión, Smith (1988) ha apuntado como posibles razones la existencia de algunas diferencias importantes entre los casos de la vida real y los experimentos de laboratorio. Probablemente la más destacable sea que, mientras los ejemplos más llamativos de nuestra vida se producen tras intervalos de retención muy largos (generalmente, cuando volvemos a un lugar tras muchos años de ausencia), los investigadores suelen utilizar en sus estudios de laboratorio intervalos de retención muy cortos (de minutos a horas). Además, Smith ha señalado que variables relacionadas con los sujetos, los materiales de aprendizaje y las tareas experimentales podrían explicar el tamaño de los efectos observados en el laboratorio. Respecto a las variables de sujeto que podrían jugar un papel relevante, podrían ser especialmente relevantes la capacidad de los sujetos para generar imágenes mentales, sus habilidades de memoria espacial y la edad. En cuanto a los materiales utilizados, el nivel de significación, la imaginabilidad o la complejidad de los materiales podrían afectar a la memoria dependiente del contexto. Por último, entre las variables de tarea, se recomienda tener en cuenta factores cuyos efectos hasta ahora siguen resultando bastante desconocidos, tales como el momento de la presentación y el intervalo de retención, el nivel de procesamiento y la modalidad sensorial de la presentación, entre otros. Roediger y Guynn (1996) también han analizado en profundidad las dos cuestiones planteadas y, aun admitiendo la plausibilidad de los factores apuntados por Smith, insisten en la ausencia de explicación de la segunda gran cuestión, la incapacidad de los investigadores para replicar los hallazgos de laboratorio. Una posible explicación, según estos autores, podría estar relacionada con el papel desempeñado por factores sutiles y poco conocidos pero que podrían desempeñar un papel relevante a la hora de que los ítems estudiados se asocien o no con las características del lugar del estudio. En este sentido, Roediger y Guynn plantean que para que el contexto ambiental (la habitación) actúe como una clave eficaz de recuperación, tal vez los sujetos necesiten recurrir a estrategias conscientes para que los ítems estudiados lleguen a asociarse con las características físicas de la habitación. Y en línea con lo anterior, resulta lógico suponer que el hecho de que algunos experimentadores animen a los sujetos a codificar los ítems en relación con los atributos físicos del contexto mientras otros no lo hacen podría ayudar a entender la discordancia de resultados. Si se asume que el fenómeno de la memoria dependiente del contexto físico ocurre porque la información estudiada y la información contextual se asocian y quedan integradas en una misma huella de memoria y, en el momento del recuerdo, los ambientes actúan como claves de recuperación, parece lógico predecir que el mantenimiento del mismo contexto entre codificación y recuperación afectará positivamente al rendimiento, mientras que los cambios a un contexto diferente eliminarán los efectos de la dependencia. Por tanto, la cuestión de fondo que los investigadores tienen que resolver es por qué en unas condiciones se produce la integración entre la información que hay que aprender y la información contextual, y en 262 otras condiciones no. Eric Eich (2007) ha sugerido que tal vez el fenómeno de la dependencia del contexto ambiental está fuertemente determinado no tanto por la similitud entre el contexto de codificación y el de recuperación, sino más bien por cómo de similares los “sientan” los sujetos. En su explicación, Eich apela a la llamada hipótesis de la mediación del humor que, básicamente, lo que plantea es que los perjuicios causados a la memoria por el cambio de un contexto físico a otro contexto diferente son el resultado de alteraciones en el afecto o el humor. Eich (1995) demostró experimentalmente que incluso cuando los participantes codificaban y recuperaban la información en el mismo lugar (e.g., en un jardín soleado), su memoria se resentía si el estado de ánimo experimentado durante la recuperación era diferente del experimentado durante la codificación. Y a la inversa, un cambio de lugar (e.g., del jardín soleado a un despacho gris y sin ventanas) no producía un detrimento de la memoria si el humor de los participantes durante la codificación coincidía con el de la recuperación. Por tanto, se puede concluir que la memoria dependiente del contexto ambiental está mediatizada por alteraciones en el afecto o el humor, y, en consecuencia, los datos que demuestran la dependencia del contexto físico lo que estarían indicando, en realidad, es la dependencia del estado de ánimo. 7.5.2. Memoria y contexto interno El contexto interno se refiere al ambiente interior de la persona, e incluye tanto el estado fisiológico o farmacológico como el estado emocional o afectivo. Como veremos, estos estados internos, al igual que el contexto externo, pueden tener una profunda influencia sobre la memoria. A) Recuperación dependiente del estado farmacológico La evidencia clínica y experimental demuestra que algunas cosas se recuerdan mejor cuando, durante la recuperación, las personas se encuentran en el mismo o similar estado farmacológico que en el que se encontraban durante el aprendizaje. La investigación de la recuperación dependiente del estado farmacológico tiene su origen en las observaciones clínicas de psicólogos y psiquiatras que trabajan con alcohólicos. El psiquiatra Donald Goodwin (1995), que ha analizado en profundidad el “aprendizaje dependiente del estado” en alcohólicos, relata que, con frecuencia, estos pacientes dicen haber escondido dinero o alcohol mientras están bebidos, lo olvidan cuando están sobrios, y lo vuelven a recordar cuando están otra vez ebrios. El caso siguiente ilustra magistralmente este fenómeno: 263 Un ama de casa de 47 años escribía cartas cuando estaba bebida. A veces, tomaba notas para una carta y comenzaba a escribirla pero no la terminaba. Al día siguiente, una vez sobria, era incapaz de descifrar las notas. Después, comenzaba a beber de nuevo, y, tras unos cuantos tragos, las notas recobraban su significado y ella reanudaba la escritura de la carta. “Era como recuperar el lápiz allí donde lo había perdido”, decía. (Goodwin, 1995, p. 317). En 1969, Goodwin y sus colegas llevaron a cabo un estudio en el que 48 estudiantes de medicina aprendían diferentes tipos de información mientras estaban bajo los efectos del alcohol (Grupo A) o sobrios (Grupo B). Cada grupo fue evaluado 24 horas después bajo las mismas o diferentes condiciones en cuatro tests de memoria. Los resultados pusieron de manifiesto un claro efecto de dependencia del estado: el recuerdo fue mejor cuando el sujeto estaba intoxicado (o sobrio) durante la codificación y la recuperación que cuando estaba intoxicado (o sobrio) sólo durante la sesión de aprendizaje o sólo durante la sesión de recuerdo. Estos efectos, no obstante, sólo se encontraron en el test de recuerdo, no en el test de reconocimiento. Según una revisión de Eich (1980), los efectos de la dependencia del estado sólo se observan cuando la memoria se mide con pruebas de recuerdo. Resultados similares a los de Goodwin han sido encontrados por otros investigadores utilizando diversas drogas como, por ejemplo, óxido nitroso (un anestésico), metilfenidato (un psicoestimulante, Ritalina es el nombre comercial), mariguana, nicotina o cafeína. Los efectos de la memoria dependiente del estado también se han observado con cambios del estado fisiológico que se producen de un modo natural, tal y como lo demuestra un estudio de Miles y Hardman (1998). Los participantes (6 hombres y 18 mujeres) aprendieron una lista de 36 palabras bien mientras realizaban un ejercicio aeróbico (pedaleando en una bicicleta estática) o bien en estado de reposo (sentados en la bicicleta pero sin pedalear). Tras un intervalo de retención de 5 minutos, realizaron una prueba de recuerdo libre en la misma condición de aprendizaje o en la condición alternativa. Los resultados pusieron de manifiesto unos efectos claros de la memoria dependiente del estado fisiológico, es decir, que las palabras aprendidas durante el ejercicio aeróbico eran mejor recordadas durante el ejercicio aeróbico y viceversa. ¿Por qué se produce el fenómeno de la dependencia del estado farmacológico? ¿Cuál sería su explicación? En línea con el principio de la especificidad de la codificación, determinados aspectos del estado farmacológico del individuo serían codificados incidentalmente como parte de la experiencia episódica y la reinstauración de dicho estado durante la recuperación actuaría como una clave de recuperación. B) Recuperación dependiente del estado de ánimo El efecto de la memoria dependiente del humor o del estado emocional se refiere al 264 hecho de que lo que se ha aprendido bajo un determinado estado de ánimo se recuerda mejor si durante la recuperación la persona retorna a ese mismo estado de ánimo. Este efecto es independiente de que la valencia afectiva del material sea placentera, displacentera o neutral. Para nuestros propósitos, la cuestión de importancia que subyace a este efecto es que el estado de ánimo presente durante la fase de codificación parece servir subsiguientemente como una clave de recuperación durante el recuerdo. El procedimiento generalmente utilizado en estos estudios es el siguiente: los sujetos aprenden una o dos listas de palabras en un estado emocional concreto (e.g., feliz o triste) y el recuerdo se lleva a cabo en el mismo o en diferente estado. Cuando el diseño implica el uso de dos listas, una de ellas se aprende en un estado y la otra en otro (e.g., Bower et al., 1978), y en la fase de recuperación se pide a los sujetos que recuerden una de las dos listas. La predicción de la hipótesis de la dependencia del estado afectivo es que la recuperación se verá facilitada cuando el estado afectivo en el que se produjo la codificación sea el mismo que el que prevalezca en la recuperación. Blaney (1986) revisó la literatura al respecto y comprobó que, frente a unos pocos estudios en los que se ha confirmado la dependencia del estado emocional, el grueso de la literatura muestra la incapacidad de los investigadores para encontrar evidencia en favor de dicho efecto. En consecuencia, Blaney concluyó que la memoria dependiente del estado de ánimo no es un efecto robusto. En una revisión posterior, Eich (1995) reconoce que, si bien la historia de la investigación sobre la memoria dependiente del estado de ánimo se ha caracterizado por la sucesión de resultados positivos y negativos donde el concepto pasó en menos de una década de ser un “fenómeno genuino” a ser considerado como un “evento aleatorio y nada fiable”, muy pocos investigadores, sin embargo, han estado dispuestos a abandonarlo o a concluir que la memoria dependiente del estado de ánimo no es un concepto fiable. La opinión dominante en los últimos años es que el problema de la falta de fiabilidad de la investigación sobre la memoria dependiente del estado de ánimo no depende del fenómeno mismo sino de los métodos que se han utilizado para analizarlo. Como el propio Eich (2007) acaba de señalar, investigaciones recientes están demostrando que se puede obtener evidencia clara y consistente de la dependencia del estado de ánimo si concurren las siguientes condiciones: (1) los participantes experimentan afectos fuertes, estables y sinceros; (2) éstos juegan un papel activo en la generación de los eventos que deben recordar, y (3) la recuperación está mediada por claves “invisibles” producidas por el propio sujeto en lugar de por claves “observables” proporcionadas por el experimentador. Eich considera que las condiciones de codificación que favorezcan la elaboración o la construcción activa de información nueva y no se limiten, como tradicionalmente se ha venido haciendo, a la conservación pasiva de la información dada, tendrán más posibilidades de demostrar la dependencia del estado afectivo. En conclusión, Eich entiende que hay razones para el optimismo ya que, como los nuevos estudios están demostrando, la memoria dependiente del estado de ánimo no es un “fuego fatuo” sino una clave contextual eficaz para el recuerdo. 265 C) Recuperación congruente con el estado de ánimo La experiencia de la vida cotidiana, la observación clínica y los hallazgos de la investigación científica ponen de manifiesto que las personas tendemos a percibirnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea de modo congruente con el estado de ánimo del momento presente. Así, las personas felices suelen contar historias felices, los recuerdos de su pasado personal suelen ser agradables y tienden a ver su futuro con optimismo. Por el contrario, las personas tristes y, sobre todo, las personas deprimidas tienden a contar historias tristes y sus recuerdos personales suelen ser negativos, no porque evoquen más recuerdos tristes que las personas no deprimidas sino porque tienen menos recuerdos positivos. Lloyd y Lishman (1975) comprobaron que, cuando pedían a sujetos con distintos grados de depresión que produjesen recuerdos autobiográficos en respuesta a palabras neutrales, la velocidad y la cantidad de recuerdo de experiencias desagradables o tristes aumentaba en función de la severidad de la depresión. Resultados parecidos se obtienen con participantes sanos mediante la técnica Velten, consistente en inducir un humor alegre o triste mediante la lectura y evaluación de un conjunto de oraciones con un contenido feliz o triste. Teasdale y Fogarty (1979) demostraron con dicha técnica que, por ejemplo, cuando los participantes se encontraban en un estado emocional triste eran más lentos para evocar recuerdos positivos. Los ejemplos anteriores ofrecen evidencia del fenómeno de recuperación congruente con el estado de ánimo, que se concreta en una mayor facilidad para evocar recuerdos con un tono emocional similar al estado de ánimo del momento presente de la persona. De modo que, cuando uno está feliz tiende a evocar recuerdos felices, y cuando se encuentra triste recuerdos tristes. La evidencia empírica permite inferir que las personas codificamos y recuperamos más fácilmente la información cuya valencia afectiva es congruente con nuestro estado emocional actual que la información que resulta incongruente. En contraste con la dependencia del estado, la consistencia emocional entre codificación y recuperación es irrelevante para el fenómeno de la congruencia; aquí lo pertinente es la valencia afectiva de la información que hay que codificar y/ o recuperar. El procedimiento usual en la investigación experimental consiste, en primer lugar, en inducir en los participantes un estado emocional concreto (e.g., alegría, tristeza, etc.); a continuación, estudian una lista de palabras o leen una historia que contiene material emocionalmente alegre o triste, y, finalmente, y una vez que los sujetos han vuelto a su estado emocional de base, se les evalúa la memoria. La predicción de la hipótesis de la congruencia con el estado emocional es que el estado emocional durante la fase de codificación o de recuperación facilitará el aprendizaje o el recuerdo del material emocionalmente congruente con tal estado emocional. Cuando experimentalmente se ha inducido en los sujetos tristeza o alegría –por ejemplo, mediante hipnosis–, se ha comprobado repetidamente que la recuperación del material presentado durante la fase 266 de estudio es sesgado en función del grado de congruencia entre el estado emocional del sujeto y la connotación emocional del material. Aunque las revisiones de la literatura sobre memoria congruente con el estado de ánimo demuestran que se trata de un fenómeno robusto y fiable (e.g., Blaney, 1986), cada vez se acumula más evidencia de que no se trata de un fenómeno universal. Como advierte Eich (2007), en muchas circunstancias, el estado de ánimo no sólo no tiene efecto alguno sino que puede llegar a tener un efecto incongruente sobre la memoria. 7.5.3. Memoria dependiente del contexto: Conclusión La evidencia empírica sugiere que los efectos del humor, del estado de ánimo, de las emociones o de los afectos sobre la cognición, en general, y sobre la memoria, en particular, son muy sutiles y de una complejidad extraordinaria. La experiencia, por su parte, nos habla de la ubicuidad del estado de ánimo (o del estado afectivo) en la globalidad de la conducta, porque no es una obviedad subrayar que siempre estamos de algún humor. Por tanto, todo contexto, sea externo o interno, es una constelación de elementos obligatoriamente enredados en el estado de ánimo del individuo. Eich ha recogido esta idea en su hipótesis de la mediación del humor (a la que aludimos anteriormente), por entender que los efectos del contexto en general sobre la memoria están siempre mediados por el estado afectivo del sujeto. Los teóricos de la memoria –ha escrito recientemente este autor– llevan décadas batallando con el problema de cómo los contextos (farmacológicos, ambientales, emocionales, etc.) afectan al aprendizaje y a la memoria, y los resultados han sido muy desiguales. ¿No radicará el problema en que se está tratando como tres problemas distintos –la memoria dependiente del estado interno, la dependiente del lugar y la dependiente del estado de ánimo– lo que en realidad es un único problema? 7.6. Procesos básicos de la MLP: a modo de resumen “Memoria a largo plazo” o MLP es la expresión que utilizamos para referirnos a un conjunto de sistemas de extraordinaria complejidad. La MLP se caracteriza, básicamente, por su capacidad ilimitada para almacenar información muy diversa, para retenerla durante períodos de tiempo tan largos como la propia vida, bajo códigos o formatos representacionales de muy distinta naturaleza, y por su extraordinaria capacidad también para recuperar porciones de dicha información con toda facilidad y rapidez. Estas funciones dependen del trabajo correcto y coordinado de una serie de procesos, entre los que destacan la codificación, la organización, la consolidación y la recuperación. 267 A lo largo del anterior y del presente capítulo se han analizado tales procesos y las correspondientes teorías o marcos de trabajo que nos ayudan a entenderlos. El Capítulo 6 y el Capítulo 7 constituyen, por tanto, una unidad funcional. La codificación se refiere a las transformaciones que se imponen a la información entrante para que pueda ser representada en los sistemas de memoria. El marco de los niveles de procesamiento de Craik y Lockhart predice que cuanto más profundo es el procesamiento mejor será la memoria. Esta propuesta ha recibido un amplio apoyo experimental y permite explicar por qué unos códigos son más eficaces que otros. La organización implica la puesta en marcha de una serie de estrategias de estructuración o de reestructuración para hacer más recuperable la información que entra en el sistema. En ocasiones, la organización viene predeterminada (bien por el experimentador, bien por las circunstancias); en caso contrario, el individuo impone su propia organización. Siempre que entra información en la MLP, se impone algún tipo de organización; de lo contrario, no podría recuperarse. La consolidación es el proceso que transforma una huella inestable en una huella permanente de memoria o, lo que es lo mismo, una memoria a corto plazo en una memoria a largo plazo. Durante las últimas décadas, se ha producido un extraordinario avance en la comprensión de los procesos de consolidación tanto a nivel neurobiológico como cognitivo. En el plano neurobiológico, destaca el modelo de Larry Squire y sus colaboradores que, en esencia, asume la existencia de dos procesos: uno de consolidación rápida o consolidación molecular (dependiente del hipocampo) y otro de consolidación prolongada o consolidación de sistemas (dependiente del neocórtex). El postulado central y controvertido de este “modelo estándar” es que el papel del hipocampo es temporal. La alternativa más poderosa a dicho modelo es “la teoría de huellas múltiples”, propuesta por Nadel y Moscovitch, que rechaza el postulado central del anterior modelo y propugna, en su lugar, que el complejo hipocampal no tiene una función limitada temporalmente, sino que es necesario siempre para el almacenamiento y la recuperación de las memorias episódicas. En los últimos años, una nueva idea está ocupando un destacado lugar en el escenario de la consolidación: la reconsolidación. El postulado básico es que la recuperación de una memoria consolidada desestabiliza dicha memoria y la vuelve vulnerable a los efectos de los bloqueadores de la consolidación, razón por la cual después de cada recuperación las memorias tienen necesariamente que ser reconsolidadas. La recuperación es el proceso que permite acceder a las huellas de la experiencia pasada y (en ciertos casos) convertirlas en experiencias conscientes. Éste es el proceso fundamental de la memoria. Para que la recuperación resulte eficaz, el sujeto tiene que disponer de claves de recuperación apropiadas; de lo contrario, no podrá acceder a la memoria deseada. El principio de la especificidad de la codificación, formulado por Tulving y Thomson, postula que para que una clave de recuperación sea eficaz tuvo que estar presente en la codificación y ser codificada con la huella que se desea recuperar. Este principio –apoyado extensamente por la investigación experimental– subraya la 268 inextricable relación entre codificación y recuperación o, en otras palabras, el papel clave que juega el contexto. Existen dos formas básicas de recuperación: una explícita o intencional y otra implícita o automática. El contexto, o las circunstancias (externas o internas) en las que ocurre un evento, no se utiliza de modo intencional como una clave de recuperación; sin embargo, está suficientemente demostrado que actúa como una poderosa clave. Por último, no siempre tiene éxito la recuperación, bien porque las claves no resultan adecuadas, bien porque la información que se busca no está accesible o bien por otras razones. En tales casos, se habla de olvido, el tema del próximo capítulo. 269 8 Olvido El olvido no es la ausencia de recuerdos sino el mejor aliado de la memoria. Diane Ackerman 8.1. Introducción Recordar no tiene importancia, al menos para la gente corriente; sólo el olvido llama la atención. Como profesor de psicología de la memoria, cada año, cuando explico a mis alumnos el proceso de recuperación, pongo un énfasis especial en hacerles caer en la cuenta de que nuestra memoria está permanentemente trayendo a nuestra conciencia lo que necesitamos, es decir, está recuperando con éxito todo el conocimiento y la información que vamos necesitando, y, sin embargo, no nos damos cuenta de ello o apenas si lo valoramos. Sin embargo, en cuanto notamos que algo resulta difícil o prácticamente imposible de recordar en el momento justo en que lo necesitamos, no dudamos en quejarnos de nuestra memoria, aunque ese “olvido” o cualquier otro sean algo aislado y nada frecuente. En cualquier persona joven y sana, las situaciones cotidianas de olvido son excepcionales. Son muy pocas las veces que su memoria falla a lo largo del día y, entre otras cosas, eso significa, aunque tienda a pasar desapercibido, que mientras tanto su memoria está recuperando eficazmente todo lo que busca. No deja de ser curioso que prestemos más atención a olvidar que a recordar, a pesar de que lo primero sea la excepción y no la regla. Pero parece inevitable que el valor de la memoria y la función básica que cumple en nuestras vidas se ponga especialmente de manifiesto y atraiga nuestra atención justamente cuando comprobamos que nos falla. De ahí que cuando la gente habla de la memoria, generalmente es para referirse al olvido. “Me había estudiado justo el tema que me han preguntado, pero cuando me puse a desarrollarlo no me acordaba de casi nada”, decía un estudiante con claros signos de enfado a un compañero suyo inmediatamente después de salir del examen. “Cada día se me olvidan más cosas. Pero, ahora, lo que más me preocupa es que se me olvidan los nombres de la gente… pero de gente conocida”, me confesaba malhumorada, hace unos días, una tía mía de 82 años de edad. 270 “Oye, ¿cómo se llamaba aquel profesor que nos daba Matemáticas en primero?”, me preguntó hace poco un compañero de colegio en una cena de antiguos alumnos. “¿Que nos daba Matemáticas en primero…? No me acuerdo –le respondí–. Se me ha olvidado”. ¿Se acuerda Vd. de la matrícula del coche que tuvo durante seis años y que vendió hace ya 13 años? Si me hicieran a mí esa pregunta en este momento, mi respuesta sería contundente: “¡Ni idea! ¡Se me ha olvidado completamente! No recuerdo ni un solo número ni una sola letra de aquella matrícula”. ¿Por qué se produce el olvido? ¿Por qué la gente olvida información que en otro tiempo era recordable? ¿Por qué a veces nos resulta imposible recordar algo que estamos convencidos de que sabemos? En general, porque el acceso a la información que hay en nuestra memoria sufre la interferencia de otra información que también está en la memoria pero compite con la que deseamos recuperar. Analizaremos en detalle estas ideas a lo largo de este capítulo, aunque antes se hace necesario introducir algunas cuestiones conceptuales. 8.2. Definición de olvido Para responder a las preguntas planteadas y a otras parecidas, resulta necesario aclarar qué entendemos por olvido. Aunque se puede distinguir entre olvido a corto y a largo plazo, este capítulo estará dedicado exclusivamente al olvido a largo plazo. El olvido a corto plazo, esto es, cuando la información se encuentra en la MCP, ya se trató en el Capítulo 5. Es un hecho comprobado que no todo el mundo ni todos los investigadores utilizan el término “olvido” para referirse a lo mismo. Entre los estudiosos de la memoria, la palabra “olvido” tiene, básicamente, dos acepciones: (1) “el borrado completo” de la huella de memoria que no puede recordarse, o, alternativamente, (2) un “fallo de recuperación” que sería subsanable con claves adecuadas. El problema de la primera acepción, llamada “la forma fuerte de olvido”, es que para demostrarla habría que examinar un circuito neural extremadamente sencillo y comprobar que todos los eventos celulares y moleculares que tuvieron lugar cuando se formó una memoria (por ejemplo, la formación de una nueva sinapsis) han retornado a su estado original, es decir, que se ha perdido dicha sinapsis. Como advierte Davis (2007), en ningún organismo se puede llevar a cabo hoy este tipo de medida, por lo que resulta imposible afirmar que se ha producido olvido en este sentido. En consecuencia, el concepto de olvido en su “forma fuerte” resulta estéril científicamente y, por tanto, debe ser descartado. La consideración del olvido en términos de “fallos en el proceso de recuperación” es, sin duda, la más extendida entre los investigadores, y ello es así no sólo porque permite explicar innumerables datos sino porque, además, abre la posibilidad de apelar a 271 diferentes procesos, fenómenos o circunstancias que explicarían múltiples formas o versiones de olvido, como la ausencia total de recuerdo, el recuerdo incompleto de un evento, el recuerdo inexacto de un evento e incluso el recuerdo falso de un evento que nunca ocurrió. En 1980, los psicólogos estadounidenses Elizabeth y George Loftus comprobaron, mediante una encuesta, que la inmensa mayoría de los psicólogos consultados (el 84%) consideraba el olvido no como una pérdida real de información en los sistemas de almacenamiento sino como un fallo de recuperación, mientras que una minoría (sólo un 14%) opinaba que algunas veces la información que hemos aprendido se pierde definitivamente de la memoria. Esta diferenciación nos lleva de inmediato a la distinción establecida por Tulving, expuesta en el Capítulo 7, entre “disponibilidad” de una memoria en el sistema cognitivo, esto es, si está almacenada o no, y su “accesibilidad” o recuperación eficaz en un momento determinado. Lo cual plantea otro interrogante: ¿a qué se refiere el olvido, entonces, a falta de accesibilidad o a falta de disponibilidad? Si el olvido lo consideramos como falta de disponibilidad, volvemos al problema de imposible solución planteado por Davis. Además, la evidencia tan familiar para cualquiera de que una información determinada que en un momento concreto no podemos recuperar y en otro momento posterior puede ser recuperada con éxito (por ejemplo, el nombre del vecino con el que nos acabamos de encontrar en el supermercado) abunda en la idea que venimos subrayando de que el olvido no es una cuestión de todo o nada, sino de falta de accesibilidad. De ahí que, ante un fracaso para recordar algo, nunca se pueda decir que se ha olvidado completamente ni que ese algo estuvo almacenado en nuestra memoria y ya no está; a lo sumo, lo que procede decir es que en ese momento no lo podemos recordar con las claves que tenemos, ya que, como la vida y la ciencia nos enseñan, y así lo hemos visto en el capítulo anterior, la efectividad de las claves puede cambiar, permitiendo, en otro momento posterior, recordar lo que ahora parece olvidado. Por todo ello, entendemos que el olvido a largo plazo se refiere a una falta de accesibilidad. No obstante, una definición rigurosa de olvido exige una importante matización. En concreto, como señala Wixted (2007b), para poder hablar de olvido de una información determinada debemos tener constancia de que dicha información fue una vez (tiempo 1) recuperada de la MLP pero ahora (tiempo 2) no es recuperable, a pesar de utilizarse las mismas claves de recuperación en ambos casos. Hace años, insistí en que no siempre que se habla de olvido se trata necesariamente de olvido (Ruiz-Vargas, 1997, p. 148), ya que puede tratarse simplemente de que la información que se quiere recuperar no fue codificada adecuadamente y, en consecuencia, no está disponible en la memoria porque nunca fue almacenada. Tulving (1974) había tenido muy presentes estas advertencias cuando definió el olvido como “la incapacidad para recordar en este momento algo que sí pudo recordarse en una ocasión anterior”. Si, por la razón que sea, alguien no recuerda en este momento el nombre de su vecino, con quien ha compartido muchos ratos de ocio y a quien ha llamado por su nombre infinidad de veces, puede decir, con toda razón, “se me ha olvidado su nombre”. 272 8.3. Tipos de olvido Aunque la queja más frecuente acerca de la memoria sea el olvido, es justo reconocer que hay ocasiones en las que somos conscientes de la necesidad de olvidar. Por ejemplo, si cambiamos de coche, debemos olvidar la vieja matrícula para evitar equivocaciones cuando tengamos que recordar la del coche nuevo; si cambiamos de teléfono, debemos olvidar el viejo número; si hemos sufrido una ofensa, intentaremos olvidarla lo antes posible para evitar sufrimiento y dolor. En estos casos, resulta evidente que el olvido no sólo no es “malo” sino deseable y, de hecho, hacemos un esfuerzo deliberado por producirlo. Por tanto, el estudio del olvido nos obliga a establecer una distinción entre olvido incidental (espontáneo, no deseado) y olvido motivado (voluntario, intencional o deseado). La investigación actual de la memoria está interesada en el estudio de ambos tipos de olvido. El olvido incidental es el que se produce en ausencia de intención de olvidar, como, por ejemplo, olvidar dónde guardamos las escrituras de nuestra vivienda, cómo se llama la persona conocida con la que acabamos de encontrarnos o cómo era la letra de aquella canción que tanto nos gustaba. El olvido motivado es el que se produce como resultado de procesos o conductas intencionadas con el fin de disminuir la accesibilidad de determinados contenidos de memoria. La primera parte de este capítulo estará dedicada al olvido incidental; después, analizaremos el olvido motivado. 8.4. Olvido incidental Tradicionalmente, el olvido incidental se ha explicado desde dos perspectivas diferentes. Una ha argumentado que la memoria se desvanece o decae por el simple paso del tiempo; la otra considera que el olvido se produce porque las huellas de memoria son dañadas, debilitadas, obscurecidas o enmascaradas por otras huellas. La primera perspectiva asume que el olvido es un proceso pasivo, y está representada por la teoría del decaimiento; la segunda considera al olvido como un proceso activo, y está representada por la teoría de la interferencia. Resulta oportuno señalar que la investigación sobre la interferencia y el olvido, que ocupó un lugar central en la agenda de los psicólogos experimentales desde los inicios del siglo XX, desapareció durante dos décadas (1970-1990) del foco de interés de los psicólogos cognitivos, aunque ha vuelto a resurgir con fuerza en los últimos años. 8.4.1. La teoría del decaimiento o los efectos del paso del tiempo sobre la 273 memoria La curva de olvido de Ebbinghaus (1885), como se recordará, establecía una relación cuantitativa entre memoria y tiempo, con la salvedad de que dicha relación no es lineal sino logarítmica, es decir, que el olvido es muy rápido tras el aprendizaje y después se enlentece (ver Capítulo 2). Esta curva de olvido, también llamada función de retención, fue ampliamente aceptada entre los investigadores de la época y pasó a formar parte de la teoría dominante del olvido durante varias décadas, la llamada teoría del decaimiento, que postulaba que los recuerdos no utilizados se desvanecen con el paso del tiempo. En 1914, Thorndike enunció su ley del desuso que, en esencia, postula que los hábitos y, por extensión, los recuerdos que se usan repetidamente se fortalecen, mientras que los que no se usan se debilitan y desaparecen. La teoría del decaimiento –inspirada en la curva del olvido de Ebbinghaus– y la ley del desuso de Thorndike, que, en esencia, postula lo mismo, esto es, que el simple paso del tiempo acaba borrando los recuerdos, dominaron durante las primeras décadas del siglo XX el estudio y la explicación del olvido. No obstante, casi al mismo tiempo que los investigadores empezaban a considerar que la curva de olvido de Ebbinghaus reflejaba el decaimiento de la memoria por el paso del tiempo, comenzaban a germinar las primeras ideas de una explicación alternativa del olvido. El psicólogo alemán Hugo Münsterberg (1863-1916), un discípulo de Wundt en Leipzig, y posteriormente director del laboratorio de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los primeros en prever los principios fundamentales de la teoría de la interferencia mediante observaciones de sus propios hábitos motores. Según relata McGeoch (1942), Münsterberg contaba que, desde el día en que cambió su reloj del bolsillo habitual al contrario, cada vez que alguien le preguntaba la hora se hacía un lío, titubeaba y tardaba más de lo habitual en encontrar el reloj y responder. Este tipo de experiencias resultan muy familiares para mucha gente, teniendo en cuenta que los cambios de hábitos o de rutinas habitualmente nos colocan en situaciones de conflicto generadas entre los hábitos nuevos y los viejos. El principio básico de la teoría de la interferencia es precisamente que los hábitos nuevos entran en conflicto con los viejos. En 1900, Müller y Pilzecker publicaron la que se considera la primera demostración experimental (que se expone más adelante) de que el olvido se debe a la interferencia. En medio de aquella tesitura teórica de si el olvido se produce porque los recuerdos decaen naturalmente o porque sucumben a las fuerzas de la interferencia, un trabajo de Jenkins y Dallenbach, publicado en 1924, inclinó la balanza a favor de la teoría de la interferencia al demostrar que los sujetos recordaban más si dormían antes del test de memoria que si continuaban sus actividades en estado de vigilia. Pero el golpe definitivo a la teoría del decaimiento lo asestó John McGeoch, en 1932, con su artículo “Forgetting and the law of disuse”, donde rechazó la idea de que el tiempo per se explique nada en la naturaleza. Del mismo modo, argumentó McGeoch, que no es el paso del tiempo el que produce la oxidación del metal sino una serie de reacciones químicas que ocurren en el tiempo, así 274 la pérdida de los recuerdos no se produce por el simple paso del tiempo sino por algo que ocurre a medida que el tiempo pasa. Y eso que ocurre, sugirió McGeoch, es la interferencia de lo que se experimenta tras el aprendizaje de la información que hay que recordar. La teoría del decaimiento perdió pronto adeptos y, aunque no sería exacto decir que desapareció por completo, su influencia fue cada vez menor en la explicación del olvido a largo plazo1. La historia de la investigación del olvido considera que la teoría de la interferencia pasó a ser la teoría dominante prácticamente con el comienzo del siglo XX a raíz de la publicación del trabajo de Müller y Pilzecker, y mantuvo su influencia en su formulación clásica hasta 19702. En décadas recientes, sin embargo, la idea de que el decaimiento podría jugar un cierto papel en la producción de olvido ha sido reconsiderada desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, Robert Bjork ha elaborado una “nueva teoría del desuso” en la que, desde una perspectiva funcional, considera que el olvido es el resultado necesario de la puesta al día del sistema de memoria que inhibe lo que no se usa y fortalece lo que se repite. Volveremos sobre esta nueva propuesta más adelante. Por otro lado, Schacter (1999) ha señalado que las memorias que no se recuperan ni se repasan podrían ir disipándose (olvidándose) a consecuencia de la pérdida de conectividad sináptica, y, aunque no existe evidencia directa de tal fenómeno en sujetos humanos, sí se ha informado de pérdida de conectividad sináptica en invertebrados. Aunque el decaimiento parezca inevitable, como dice Michael C. Anderson (2009b), los psicólogos experimentales se muestran escépticos al respecto dada la imposibilidad de obtener evidencia conductual sobre el mismo, incluso en el caso de que existiera. Téngase en cuenta que para demostrar a nivel conductual la existencia del decaimiento habría que probar que el olvido aumenta con el paso del tiempo pero en ausencia de cualquier otra actividad, lo que equivaldría a mantener la mente literalmente en blanco, es decir, una mente vacía de contenido y desprovista de repaso, pensamientos y experiencias a fin de evitar la contaminación de la memoria. Sólo en una situación parecida podría analizarse en rigor el curso del olvido a través del tiempo. Una situación, por lo demás, imposible e inimaginable. En consecuencia, los psicólogos experimentales actuales –en línea con el pensamiento de los psicólogos de las primeras décadas del pasado siglo– consideran que el tiempo no explica nada, simplemente correlaciona con otros factores que sí causan olvido. 8.4.2. Teorías clásicas de la interferencia Durante la primera mitad del siglo XX, la interferencia fue considerada desde dos planteamientos diferentes. Una primera visión consideró que la interferencia consistía en 275 el efecto degradante que las nuevas memorias tienen sobre las memorias previamente establecidas pero que todavía no han sido consolidadas. Tal planteamiento implica que para que se produzca interferencia resulta irrelevante que las nuevas memorias y las viejas que resultan afectadas sean similares o no, ya que el factor interfiriente es la formación de las nuevas memorias. En este contexto teórico se sitúan, entre otros, los trabajos citados de Müller y Pilzecker, y de Jenkins y Dallenbach, en los que ahora nos detendremos. Una segunda teoría estableció que la interferencia es el resultado de la llamada sobrecarga de las claves. Dicha “sobrecarga” se refiere a que una misma clave de recuperación acaba asociándose a diferentes memorias entre el momento del aprendizaje y el momento del recuerdo. Desde esta perspectiva, la similitud del material interfiriente resulta fundamental dado que los elementos similares tienden a asociarse a la misma clave de recuperación. El fenómeno de la sobrecarga de las claves ha sido estudiado tradicionalmente con el paradigma de pares asociados A-B, A-C, que será descrito más abajo. Así pues, mientras la primera propuesta contempla la interferencia como un proceso de degradación de la huella de memoria, lo que supone que el olvido se debe a problemas de almacenamiento, la segunda propuesta considera a la interferencia como un fenómeno de competición en el momento de la recuperación. A) La interferencia como degradación de la memoria En su trabajo clásico, comentado en el Capítulo 6, Müller y Pilzecker demostraron que la probabilidad de recordar un material recién aprendido disminuía si durante el intervalo de retención (el intervalo entre estudio y test) los sujetos realizaban otra actividad. El procedimiento básico incluía el aprendizaje de una lista de sílabas sin sentido, un intervalo de retención de 6 minutos durante los cuales los sujetos descansaban o bien realizaban una intensa actividad mental, y una prueba de recuerdo. Los resultados pusieron de manifiesto que el nivel de recuerdo era significativamente mejor después del descanso. Estos autores explicaron dichos resultados apelando a lo que denominaron inhibición retroactiva, consistente en un efecto interfiriente o degradante que el almacenamiento de las nuevas experiencias produce sobre las memorias codificadas previamente. En su opinión, dicha perturbación de las memorias previas ocurre porque el proceso de almacenamiento de las nuevas memorias interrumpe el proceso de consolidación de las primeras. En este punto, resulta oportuno señalar que Ebbinghaus ya había constatado que el olvido se retrasaba con el sueño o, más concretamente, que la tasa de olvido se enlentecía cuando entre la fase de estudio y la fase de test había un período de sueño. En 1924, Jenkins y Dallenbach realizaron una investigación bastante sistemática con el fin de 276 replicar los hallazgos de Müller y Pilzecker, así como las ideas acerca de los efectos del sueño sobre la memoria y el olvido. Para ello, pidieron a dos estudiantes de la Universidad de Cornell que vivieran durante el tiempo que duró la investigación en el propio laboratorio de memoria. Los sujetos aprendían listas de 10 sílabas sin sentido, bien durante la mañana o justo antes de irse a dormir, y realizaban un test de recuerdo 1, 2, 4 u 8 horas después de la actividad diaria normal o después del sueño, respectivamente. Esto implicaba que, cuando el aprendizaje se producía por la mañana, los sujetos realizaban las diferentes pruebas de recuerdo a lo largo del día, pero, cuando el aprendizaje de las listas se producía antes de irse a dormir, había que despertarlos varias veces a lo largo de la noche. Los resultados pusieron claramente de manifiesto que el recuerdo era superior tras un período de sueño que tras un período de vigilia o, al contrario, que la tasa de olvido era mayor cuando los sujetos permanecían despiertos durante el intervalo de retención que cuando estaban dormidos. Teniendo en cuenta que el tiempo se había mantenido constante, el olvido fue atribuido a la interferencia que las actividades realizadas durante el estado de vigilia producían sobre el aprendizaje original. Lo que había que averiguar a continuación era qué ocurría realmente en la memoria durante el estado de vigilia y durante el sueño que explicase los resultados obtenidos. Durante los últimos años, se ha ido acumulando conocimiento sobre los pormenores de los procesos de consolidación a nivel cerebral, por un lado, así como sobre el papel clave que determinadas fases del sueño juegan en la fijación o consolidación de lo aprendido durante el estado de vigilia. Hoy día hay razones para afirmar que el sueño juega un papel fundamental en la memoria, aunque los argumentos actuales son muy diferentes a los de hace décadas3. B) Interferencia por sobrecarga de las claves Casi al mismo tiempo que se desarrollaba la teoría de la consolidación, se produjo también el desarrollo de otra teoría alternativa sobre el olvido. McGeoch jugó un papel central en dicha empresa científica, no sólo por sus críticas acerca de la falta de validez científica de las teorías del olvido basadas en el tiempo (como ya se ha visto), sino, sobre todo, por sus nuevas ideas acerca de las causas de la interferencia. Ardiente defensor de la idea de inhibición retroactiva postulada por Müller y Pilzecker, en 1942, McGeoch dio un paso adelante al proponer como mecanismo subyacente a la inhibición retroactiva lo que llamó “competición de respuestas”. La idea central de la teoría de competición de respuestas es que durante el intervalo de retención las claves de recuperación asociadas al material recién aprendido se asocian con otras respuestas, lo que da lugar a que, en el momento del test, dichas respuestas entren en competición ante la presencia de dicha clave y dificulten el recuerdo de los ítems correctos. 277 En términos más modernos, esta generalización se conoce como el principio de sobrecarga de las claves (Watkins y Watkins, 1975). Las teorías tradicionales del olvido asumen que el olvido cotidiano es un fenómeno de sobrecarga de las claves. Por ejemplo, cualquiera puede recordar muy bien la experiencia relativa al desayuno de esta mañana porque la clave de recuperación “el desayuno de esta mañana” sólo está vinculada, en estos momentos, a lo relativo a esa experiencia; de modo que si alguien nos pregunta “¿qué tal el desayuno de esta mañana?”, probablemente no tendremos ningún problema para evocar y contar dicho episodio. Sin embargo, esa misma clave resultará ineficaz dentro de una semana o de un mes porque desde entonces se habrá ido vinculando a las experiencias correspondientes a cada uno de los desayunos de los días que han transcurrido desde entonces. En consecuencia, si pasado un tiempo alguien volviera a preguntarnos “¿Qué tal el desayuno de hace una semana (o de hace un mes)?”, comprobaríamos que el episodio concreto del desayuno de ese día se nos ha olvidado. Como demuestran los numerosos experimentos realizados con el procedimiento de pares asociados A-B, A-C, cuando una clave determinada se vincula a varios ítems, tales ítems compiten con el ítem correcto por acceder a la conciencia. El resultado de esa competición es el olvido por interferencia. 8.4.3. Paradigmas experimentales y tipos de interferencia Durante décadas, el método más utilizado para estudiar la interferencia ha sido la tarea de aprendizaje de pares asociados. En esencia, esta tarea consiste en estudiar una lista de pares de palabras no relacionadas (e.g., pera-lápiz; lluvia-cuadro; roca-nube) que después han de ser recordadas. Cada par está compuesto de una palabra estímulo (la primera del par) y de una palabra respuesta (la segunda del par), de modo que en el momento del test se presentan las palabras estímulo como claves de recuperación (e.g., pera-, lluvia-, roca-) y los participantes deben recordar las correspondientes palabras respuesta (e.g., lápiz, cuadro, nube). Lo habitual es que los sujetos estudien la lista hasta que alcanzan un criterio establecido de aprendizaje. Se asume que con esta tarea se induce la codificación de varias asociaciones entre las palabras, incluyendo asociaciones hacia delante o proactivas que vinculan los estímulos con las respuestas (e.g., la asociación que vincula pera a lápiz), asociaciones hacia atrás o retroactivas que vinculan las respuestas con sus estímulos (e.g., la asociación que vincula lápiz a pera) y asociaciones contextuales que vinculan cada ítem a la representación general del contexto de la lista. En el Cuadro 8.1 aparecen dos ejemplos de listas de pares asociados, la Lista A-B y la Lista A-C. Como se puede observar, ambas listas tienen en común las palabras estímulo (A) y difieren en las palabras respuesta (B y C). 278 Cuadro 8.1. Ejemplos de listas de pares asociados. En ambas listas, las palabras estímulos (A) son las mismas LISTA A-B Pera-Lápiz Lluvia-Cuadro Roca-Nube Mesa-Perro Gorra-Árbol Tela-Agua Pared-Cielo Libro-Seda Fresa-Balón Pato-Trueno Losa-Mano Sombra-Coche A) LISTA A-C Roca-Pino Libro-Vaca Sombra-Disco Gorra-León Pato-Clavo Mesa-Humo Pera-Gafas Losa-Atún Tela-Melón Fresa-Papel Lluvia-Radio Pared-Fiesta Interferencia retroactiva La interferencia retroactiva o hacia atrás se refiere al olvido de viejas memorias producido por el aprendizaje posterior de información similar. Supongamos que durante la semana que su coche ha estado en el taller, usted ha estado conduciendo el coche que le ha prestado un amigo. Se da la circunstancia de que, en este coche de su amigo, la marcha atrás se pone moviendo la palanca de cambios hacia la izquierda y hacia delante, al contrario que en el suyo, que exigía mover la palanca hacia la derecha y hacia atrás. Aunque al principio dicho cambio le supuso alguna dificultad, al día siguiente usted cambiaba de marchas con toda soltura y rapidez. Es decir, que al segundo o tercer día usted realizaba la secuencia de movimientos de la marcha atrás sin necesidad de atender, es decir, automáticamente. Ha pasado una semana y usted vuelve a tener su coche, y comprueba, no sin cierto fastidio, que, cada vez que tiene que aparcar, ¡no recuerda bien cómo se pone la marcha atrás en su propio coche! De hecho, el primer movimiento que realiza es justo el contrario del que debería. En definitiva, la nueva memoria (cómo se pone la marcha atrás en el coche de su amigo) interfiere retroactivamente sobre la vieja memoria (cómo se pone la marcha atrás en su propio coche) que, de entrada, parece haberse olvidado. Tradicionalmente, la interferencia retroactiva se ha estudiado experimentalmente con tareas de aprendizaje de pares asociados. El diseño implica la participación de dos grupos: experimental y control. Se distinguen tres momentos: (1º) ambos grupos aprenden la misma lista de pares asociados (lista A-B); (2º) el grupo experimental 279 aprende una nueva lista de pares asociados (lista A-C), formada por las mismas palabras estímulo pero emparejadas con nuevas palabras respuesta, mientras el grupo control no aprende ninguna lista sino que realiza mientras tanto una tarea irrelevante de relleno, y (3º) ambos grupos realizan una prueba de recuerdo de la lista A-B (ver Figura 8.1). Figura 8.1. Paradigma básico de interferencia retroactiva. Los hallazgos con este paradigma son muy consistentes y se reducen básicamente a dos. Primero, el aprendizaje por parte del grupo experimental de una segunda lista similar daña la capacidad para recordar los elementos de la primera lista; y, segundo, el estudio continuado de la segunda lista traerá consigo un mejor recuerdo de ésta pero un empeoramiento progresivo del recuerdo de la primera. Un factor clave en la generación de estos efectos es la similitud entre las listas; de hecho, cuando se utilizan dos listas diferentes (e.g., A-B, C-D) la interferencia retroactiva prácticamente no aparece. Por tanto, no todo aprendizaje nuevo altera la memoria previa sino sólo cuando lo nuevo y lo viejo comparten características o elementos comunes o similares. El ejemplo anterior sobre la marcha atrás de dos coches diferentes revela que los mismos efectos de interferencia que se observan en el laboratorio se producen en la vida cotidiana. B) Interferencia proactiva 280 La interferencia proactiva o hacia delante se refiere a la tendencia de los viejos recuerdos a obstaculizar, entorpecer e incluso impedir la recuperación de experiencias o conocimiento recientes. El fenómeno de la interferencia proactiva está muy presente en nuestras actividades cotidianas y, con frecuencia, es una fuente de irritación. Por ejemplo, cada vez que usted cambia la “contraseña” de seguridad de su ordenador (o de su teléfono móvil, o de su tarjeta de crédito, o la de usuario de biblioteca, etcétera), necesita unos días para que la vieja contraseña no se imponga en su conciencia y le impida recordar la nueva; cuando se compra un coche nuevo, la vieja matrícula interfiere con el recuerdo correcto de la nueva; si ese coche nuevo tiene el mando de subida y bajada de cristales en un lugar distinto del viejo coche, durante un período considerable de tiempo usted moverá su brazo y su mano automáticamente hacia el lugar donde lo tenía el coche anterior; si durante unos días la entrada principal de la Facultad donde usted estudia o trabaja está clausurada por obras y el acceso provisional está justo en la parte de atrás del edificio, automáticamente usted se encaminará cada mañana hacia la puerta principal. En fin, los ejemplos serían interminables, lo que nos da una idea de la fuerte presencia del fenómeno de la interferencia proactiva en nuestras vidas y, por consiguiente, del importante papel que juega en la producción de olvido. La interferencia proactiva se ha estudiado experimentalmente con un diseño muy parecido al utilizado para estudiar la interferencia retroactiva. En concreto, el grupo experimental aprende dos listas, la lista A-B y después la lista A-C, mientras que el grupo de control realiza, en primer lugar, una tarea de relleno y después aprende la lista A-C; en el momento del test, ambos grupos deben recordar la lista A-C. El test de memoria, por tanto, no es sobre la lista A-B (como en la interferencia retroactiva), sino sobre la lista AC (ver Figura 8.2). Este diseño permite, pues, explorar cómo la información aprendida previamente (la lista A-B) puede influir sobre nuestra capacidad para recuperar la información nueva (la lista A-C). Los abundantes estudios realizados con este paradigma de interferencia proactiva han puesto de manifiesto que los participantes tienden a olvidar ítems de una lista cuando han estudiado una lista previa; es decir, que el grupo experimental tiene un nivel de recuerdo inferior al grupo de control. Además, se ha encontrado que la magnitud relativa tanto del efecto de la interferencia proactiva como de la interferencia retroactiva varía cuando se incrementa el intervalo de retención (el intervalo entre la lista A-C y el test de memoria), en el sentido de que la interferencia retroactiva es más pronunciada con intervalos de retención cortos mientras que la interferencia proactiva es mayor con intervalos de retención largos. Como se observó con el paradigma de interferencia retroactiva, el efecto de la interferencia proactiva es máximo cuando las dos listas son relativamente similares, esto es, cuando comparten las mismas claves (e.g., A-B, A-C). Por último, el efecto de la interferencia proactiva es mayor con tests de recuerdo que con tests de reconocimiento. 281 Figura 8.2. Paradigma básico de interferencia proactiva. 8.4.4. Otros fenómenos de interferencia A) Inhibición por utilizar partes de un conjunto como claves Un fenómeno extraño y seguro que conocido para la mayoría de nosotros es el que se produce cuando, por ejemplo, no conseguimos recordar el nombre de alguien y las personas con las que nos encontramos tratan de ayudarnos suministrándonos ejemplos de nombres. Si, en esa situación, nuestros amigos tienen suerte y aciertan con uno de los nombres, todo arreglado, pero, si ninguno de sus ejemplos es el nombre que buscamos, parece que todo empeora y la sensación que se genera en nosotros es que cada vez nos sentimos más incapacitados para recordar el nombre que buscamos. Este fenómeno desconcertante es un tipo de inhibición o de interferencia que ocurre cuando se ofrecen partes de un conjunto como claves de recuperación y el efecto que se produce es la alteración para recordar el resto del conjunto. El descubrimiento experimental de este fenómeno se produjo en un estudio de Slamecka (1968). En dicho estudio, los participantes escucharon dos veces una lista de 282 30 palabras (la lista estaba formada por 5 categorías semánticas, del tipo frutas, aves o árboles, cada una con 6 palabras). En el momento del test, los participantes del grupo control recibieron una hoja de papel en blanco y se les pidió que escribiesen todas las palabras que pudiesen; a los del grupo experimental se les dio una hoja que ya contenía una serie de palabras (5, 15 ó 25) y se les pidió que recordasen las que faltaban (25, 15 ó 5, respectivamente). Naturalmente, Slamecka esperaba que las claves proporcionadas ayudarían a recordar el resto de las palabras de la lista; sin embargo, comprobó sorprendido que el grupo experimental, que había recibido parte del conjunto como claves de recuperación, recordó menos ítems que el grupo control. Por ejemplo, el grupo experimental que recibió 15 palabras como claves sólo pudo recordar el 38% de las palabras restantes, frente al 50% que recordó el grupo control. Este fenómeno se conoce con la expresión inglesa part-set cuing inhibition, que podríamos traducir como “inhibición por utilizar partes de un conjunto como claves”, dado que el hecho de proporcionar una parte del conjunto como claves de recuperación inhibe el recuerdo de los elementos restantes de dicho conjunto. Desde el descubrimiento de Slamecka, diferentes investigadores han confirmado la existencia de este fenómeno y han avanzado en su conocimiento. En general, algo que caracteriza a este fenómeno es que cuantas más claves se proporcionan a los participantes más empeora su capacidad para recordar el resto de los ítems. Además, el fenómeno no se limita a los ítems de una misma categoría semántica, sino que también se produce con listas de palabras no categorizadas. Otro hallazgo de interés es que este fenómeno no aparece en pruebas de reconocimiento. No deja de ser sorprendente e irónico que ofrecer pistas o indicios altere la memoria en lugar de mejorarla. De hecho, no resulta fácil encontrar explicación para este fenómeno “enigmático” (así lo califica Nickerson en una revisión sobre el mismo publicada en 1984), aunque se haya apelado a la intervención de diferentes factores. Como entendemos que la complejidad explicativa de este fenómeno excede las expectativas de este capítulo4, sólo nos referiremos a una de las explicaciones que hasta ahora han resultado más convincentes. En concreto, este extraño y contraintuitivo fenómeno de memoria se produciría porque entre las claves proporcionadas y los ítems que hay que recordar se produciría una competición durante la recuperación que llevaría al sujeto a abandonar el proceso de búsqueda en memoria y a la consiguiente incapacidad momentánea para recordar lo que desea. Esta idea de que las claves aumentan la competición es consistente con el hallazgo ya comentado de que cuantas más claves se proporcionan más empeora el recuerdo de los ítems restantes. Una última reflexión sobre este fenómeno nos lleva al ámbito de la llamada “memoria colectiva”. Como recientemente se ha preguntado Anderson (2009b), si la tendencia natural de las personas a ser útiles y a ofrecer ayuda puede resultar perjudicial para la memoria, ¿qué pasaría si un grupo de personas se reuniesen y trataran de recordar entre todos acontecimientos que compartieron en el pasado? ¿Qué efectos tendría sobre la memoria de los otros el relato de una persona? ¿les llevaría a recordar más de lo que habrían hecho cada uno por sí solo o les produciría una alteración, una 283 reducción de su recuerdo, por haber escuchado parte del conjunto que intentan recordar? Existe evidencia empírica reciente de que cuando las personas se reúnen para recordarcomo-grupo material que cada uno ha aprendido por separado recuerdan menos que cuando cada persona recuerda en solitario. Este fenómeno, que Weldon y Bellinger (1997) han llamado inhibición colaboradora, parece ser que está producido por los mismos mecanismos responsables de la inhibición producida cuando se utilizan partes de un conjunto como claves. B) Olvido inducido por la recuperación Hace años que los investigadores de la memoria intentan descubrir las razones básicas de la disparidad que generalmente existe entre la información disponible o almacenada en nuestra memoria y la accesibilidad a tal información, es decir, el hecho frecuente de que se recupere tan poca información de la mucha que hay almacenada. En general, la abundante investigación generada al respecto en las últimas décadas sugiere que el acto de recordar algo produce posteriormente decrementos en el recuerdo de información similar5. La teoría actual de la memoria asume sin ambages que el propio acto de recordar produce olvido, lo cual no significa que la información recordada se haga más susceptible de ser olvidada. No, no es eso (de hecho, aquello que se recuerda aumenta su probabilidad de ser recordado más veces posteriormente). Lo que ocurre es que la información relacionada o asociada a las mismas claves de recuperación que la información recordada corre el riesgo de ser olvidada. Anderson, Bjork y Bjork (1994) llamaron a este fenómeno olvido inducido por la recuperación, y propusieron para su estudio el paradigma de práctica de recuperación. Dicho paradigma incluye tres fases. En la Fase 1, los participantes estudian una serie de categorías, como “Frutas”, “Bebidas”, “Árboles” o “Metales”, cada una con 6 miembros, que se presentan en el formato categoría-ejemplar (e.g., frutas-banana; frutas-naranja; bebidas-tequila; bebidas-ginebra; árboles-palmera; árboles-fresno; metales-cromo; metales-mercurio, etcétera). A continuación, en la Fase 2, los participantes realizan una “práctica dirigida de recuperación” sólo con algunos de los ítems pertenecientes a algunas de las categorías que acaban de estudiar, para lo que han de completar pruebas de recuerdo con claves donde estas últimas están constituidas por el nombre de la categoría y las dos primeras letras de un ejemplar (e.g., frutasna…; bebidas-te…). El objetivo último de la “práctica de recuperación” es analizar el impacto de dicha práctica sobre la retención a largo plazo del resto de los ítems con los que no se ha practicado (e.g., banana, ginebra, palmera, mercurio, etcétera). Cada uno de los ítems seleccionados para practicar la recuperación se utiliza tres veces con cada participante para asegurar que la manipulación de la “práctica de recuperación” es 284 suficientemente fuerte. Tras un intervalo de tarea distractora (unos 20 minutos), se pasa a la Fase 3, consistente en un test de recuerdo con claves de todos los ítems estudiados, donde las claves son los nombres de las categorías (e.g., frutas- , bebidas- , árboles- , metales- ) y a los participantes se les pide que recuerden tantos miembros estudiados de cada categoría como puedan. Repárese en que, con este procedimiento, Anderson y sus colaboradores evaluaron el recuerdo de tres tipos de ejemplares: (1) ejemplares practicados de categorías practicadas (e.g., naranja o tequila, llamados ítems Pr+), (2) ejemplares no practicados de categorías practicadas (e.g., banana o ginebra, llamados ítems Pr–) y (3) ejemplares no practicados de categorías no practicadas (e.g., palmera o mercurio, llamados ítems Npr). Este estudio pionero de Anderson y sus colegas, así como los de decenas de investigadores más, han puesto de manifiesto dos hallazgos especialmente relevantes. Primero, que los ítems con los que se ha practicado (e.g., naranja, tequila, los ítems Pr+) se recuerdan significativamente mejor en el test final que los ítems con los que no se ha practicado (e.g., banana, ginebra, palmera o mercurio; es decir, tanto los ítems Pr– como los ítems Npr), aunque este hallazgo no es particularmente sorprendente dado que la práctica, en general, mejora el rendimiento. Segundo, y éste sí que es de especial interés, la práctica de recuperación altera la retención a largo plazo de los ítems relacionados semánticamente y que no han recibido práctica, como “Banana” o “Ginebra” (los ítems Pr–). Estos últimos ítems son recordados significativamente peor que los ítems de la condición de línea base; esto es, categorías y ejemplares que también han sido estudiados pero ninguno de sus ejemplares ha recibido práctica de recuperación, como, por ejemplo, “Palmera”, “Fresno”, “Cromo” o “Mercurio” (los ítems Npr). En conclusión, el recuerdo repetido de algunos ítems produce olvido de larga duración de los ítems relacionados6; es decir, que, como se indicó antes, el propio acto de recordar puede provocar olvido. En 1999, los psicólogos británicos Neil Macrae y Malcolm MacLeod investigaron el proceso y las consecuencias del olvido inducido por la recuperación en el ámbito de la cognición social. En uno de los tres experimentos realizados, participaron 32 estudiantes (16 mujeres y 16 hombres), que debían aprender 10 ítems de información relativos a cada una de dos islas tropicales ficticias (Tok y Bilu) para un examen posterior de geografía de dichas islas. Los hechos que debían estudiar se referían a lo que se espera que se pregunte en un test de geografía, como, por ejemplo, la lengua oficial, el producto más exportado, el cultivo principal, la comida típica, el mes más lluvioso, etcétera. Cada uno de los hechos que debían estudiar se presentaba por separado en una tarjeta durante 5 segundos (e.g., La principal exportación de Bilu es el cobre o La lengua oficial de Tok es el francés). Los 10 ítems relativos a cada isla se dividieron en dos grupos (cada uno con 5 tarjetas) con el fin de crear un conjunto de ítems para practicar la recuperación y otro conjunto de ítems sin práctica. Tras la fase de estudio, los participantes de la condición experimental pasaron a la fase de “práctica de recuperación”, en la que debían demostrar su recuerdo para la mitad de los ítems de una 285 sola isla. En este caso, cada tarjeta contenía el nombre de la isla junto con una serie de claves de recuperación, del tipo La principal exportación de Bilu es el c… Cada una de las cinco tarjetas de práctica se presentó en tres ocasiones. A continuación, los participantes realizaron una tarea distractora durante 5 minutos (contar hacia atrás de tres en tres a partir de 2.000). Por último, realizaron un test de recuerdo con claves en el que se les presentaba el nombre de las islas y debían escribir todo lo que recordasen. Por tanto, como en el estudio de Anderson et al. (1994), el recuerdo fue evaluado con tres tipos de ejemplares: ítems Pr+, ítems Pr– e ítems Npr. Macrae y MacLeod confirmaron los hallazgos previos al comprobar que practicar la recuperación facilitaba el recuerdo posterior de los hechos con los que se había practicado (ítems Pr+ = 70% de recuerdo) frente a los que no se había practicado (ítems Npr = 38% de recuerdo), pero a expensas de una alteración del recuerdo de los hechos relacionados con los que no se había realizado ninguna práctica (ítems Pr– = 23% de recuerdo). Como ha advertido recientemente Anderson, de estos hallazgos puede extraerse una lección práctica de gran valor para cualquier estudiante. Si, en efecto, la recuperación produce olvido de la información relacionada, se debería ser muy precavido respecto al modo de estudiar la materia de un examen. No es infrecuente preparar algunos exámenes cuando apenas se dispone de tiempo. En estos casos, el estudiante se ve obligado a repasar selectivamente el material, es decir, que dedicará el poco tiempo disponible a estudiar sólo aquellas partes o aquellos temas que considere más importantes. Lo que en términos del contexto teórico e investigador que venimos desarrollando significaría que llevaría a cabo una “práctica de recuperación” de parte del material de examen y no practicaría la recuperación con el resto. Entonces, como la investigación demuestra, lo esperable será que recuerde bien lo que ha estudiado a última hora, pero a costa de un nivel de olvido del material no revisado incluso mayor que el que pudiera tener antes de estudiar el examen. En resumen, los hallazgos obtenidos con diferentes versiones del “paradigma de práctica de recuperación” sugieren que el olvido inducido por la recuperación es una consecuencia de la supresión de los ejemplares que no hay que recordar durante la fase de práctica de recuperación. Es decir, recordar correctamente naranja en respuesta a la clave frutas-na… no sólo exige seleccionar de entre los ítems estudiados la fruta que encaje en “na…”, sino también no-recordar (o suprimir) otros ejemplares estudiados dentro de la categoría frutas, tales como banana. En un estudio diferente, Anderson y Spellman (1995) han argumentado que los procesos de selección y supresión tienen propiedades similares al proceso de atención selectiva, ya que en ambos casos se ponen en marcha mecanismos inhibitorios cuya función es facilitar el acceso al ítem deseado mediante la supresión de la competición procedente de los ítems no deseados o no atendidos. En consecuencia, consideran que el patrón global de resultados sobre olvido inducido por la recuperación pone de manifiesto que la recuperación debería interpretarse como un acto de “atención selectiva focalizada conceptualmente”. En conclusión, la recuperación es un proceso muy complejo que, como se vio en el 286 capítulo anterior y seguimos viendo en éste, configura la dinámica de la memoria. En este sentido, Robert Bjork lleva años considerando el proceso de recuperación como “un modificador de la memoria” por entender que el proceso de recuperación de un ítem modifica el estado de dicho ítem en la memoria. “Un ítem –escribió Bjork (1975, p. 123)– rara vez puede, si es que puede, ser recuperado de la memoria sin modificar de manera significativa la representación de dicho ítem”. El acto de recordar es en sí mismo un evento de aprendizaje, en el sentido de que recordar un ítem en respuesta a una clave determinada lo hace más recordable en el futuro. La experiencia cotidiana y la investigación empírica demuestran que cuanto más se recuerda algo más aumenta su longevidad, aunque, como indican los estudios revisados, cuando la recuperación es parcial o incompleta, los beneficios del recuerdo pueden verse contrarrestados por el olvido de materiales relacionados. En definitiva, la investigación actual nos dice que la recuperación es una fuente de olvido, un descubrimiento de extraordinaria relevancia para la teoría de la memoria, que ha traído consigo, además, nuevos planteamientos y explicaciones acerca de por qué la interferencia es una fuente de olvido. 8.4.5. Mecanismos subyacentes a la interferencia: ¿Cómo se produce el olvido? Los fenómenos de interferencia expuestos describen las diferentes situaciones en las que el olvido puede ocurrir, esto es, describen el cuándo; sin embargo, no nos dicen cómo se produce el olvido. A continuación abordaremos esta cuestión, es decir, intentaremos identificar los mecanismos subyacentes a los procesos de generación de olvido. Tradicionalmente, esto es, durante la “era de la interferencia clásica”, surgieron diferentes teorías del olvido que apelaron a diferentes mecanismos para explicar la interferencia. Sin ánimo de entrar en los pormenores de tales teorías, puede decirse que, en términos generales, los fallos de recuperación se han atribuido a condiciones tales como fallos en las rutas de recuperación, ineficacia de las claves o alteraciones en las huellas que se desean recuperar. En primer lugar, analizaremos los mecanismos a los que apelaron las teorías clásicas para explicar la interferencia y, a continuación, cerraremos este apartado con una de las propuestas más recientes sobre las causas del olvido. A) Teorías clásicas del olvido A veces, los fallos para recuperar una información determinada se acompañan de recuerdos intrusos, similares al ítem que buscamos, que parecen invadir el camino o la ruta que nos llevaría hasta el ítem correcto. En tales situaciones, uno tiene el 287 convencimiento de que, si pudiera deshacerse del recuerdo intruso, accedería sin problemas a la información que busca. Una situación muy clara de este tipo es la experiencia de “la punta de la lengua”, en la que nuestra capacidad para recordar el nombre de una persona o de un objeto parece estar bloqueada por otra palabra que se nos impone a pesar de nuestros esfuerzos por eliminarla. Hace unos días, en medio de una conversación intrascendente con unos amigos, intenté recordar el nombre de la actriz protagonista de la película Nueve semanas y media. A pesar de mi convencimiento absoluto de que conozco perfectamente el nombre de esa actriz, comprobé, no sin cierto fastidio, que, a pesar de mis reiterados intentos por recordarlo, sólo me venía a la mente el nombre de Verónica Lake (una actriz de éxito en el Hollywood de los años 40 y 50). Yo sabía a ciencia cierta que ése no era su nombre y descubrí incluso el porqué ese nombre erróneo se imponía en mi conciencia y bloqueaba el acceso al otro (el personaje interpretado por la actriz cuyo nombre yo buscaba se hacía pasar por Veronica Lake en la película L.A. Confidential). En ese estado de bloqueo pasé un tiempo considerable, consciente de que estaba siendo presa de una fuerte interferencia, hasta que desistí en mi búsqueda. Al día siguiente, mientras desayunaba, recordé el incidente y surgió de inmediato en mi mente el nombre de Kim Basinger. La idea de que ítems similares bloquean la ruta de acceso al ítem deseado es precisamente una de las explicaciones al bloqueo de los ítems B en el paradigma de interferencia retroactiva A-B, A-C. En ese paradigma, la presentación en el momento del test de la clave A (las palabras estímulo de los pares aprendidos en las dos ocasiones) inducirá la activación tanto de B (las palabras respuesta que hay que recordar) como de C (las palabras respuesta que no hay que recordar), que entrarán en competición por acceder a la conciencia. Como ya se vio, los participantes deben recordar los ítems B, pero, si C está fuertemente asociado a A, C podría ganar la competición e impedir la recuperación de B. Éste es el presupuesto básico de la teoría de competición de respuestas de McGeoch (1932, 1942), que asume que los fallos de recuperación se producen porque se recuperan los recuerdos no deseados en lugar de los deseados. Según esta teoría, el aprendizaje de A-C no borra los recuerdos del aprendizaje A-B, ni los recuerdos de A-B decaen o se desvanecen con el tiempo. Para McGeoch, los recuerdos B y C coexisten como respuestas correctas para A. Por tanto, el olvido no se debe a pérdida de información sino que es un problema temporal, un lapso en la recuperación de la información desea da, causado por la “inhibición reproductiva” resultante de la competición; en otras palabras, el recuerdo de B es bloqueado o inhibido por la recuperación de otras respuestas (C) asociadas a la misma clave (A), dado que se asume que la fuerza del vínculo asociativo entre A y B disminuye cuando la fuerza asociativa de los competidores aumenta7. Una versión moderna de la teoría de competición de respuestas es la hipótesis del bloqueo asociativo, que, en esencia, asume el mismo principio explicativo para la interferencia que McGeoch, esto es, que los recuerdos asociados a las mismas claves entrarán en competición por acceder a la conciencia en presencia de tales claves compartidas. De hecho, la idea de que la cantidad de interferencia aumenta cuando la 288 fuerza asociativa entre la clave y un competidor aumenta constituye el fundamento de las explicaciones clásicas y modernas de los fenómenos de interferencia, tanto de naturaleza retroactiva como proactiva. Otra explicación de la interferencia retroactiva fue propuesta por Melton e Irwin (1940), quienes demostraron que la relación entre intrusiones inter-lista (el recuerdo de los ítems C) y el olvido no era tan simple. Estos investigadores utilizaron también la tarea de pares asociados A-B, A-C con el siguiente procedimiento: en un primer momento, el grupo experimental y el grupo de control aprendieron la misma lista A-B a lo largo de 5 ensayos; a continuación, los sujetos del grupo experimental aprendieron una segunda lista A-C a lo largo de 5, 10, 20 ó 40 ensayos, mientras los sujetos de control “descansaban” durante 30 minutos. Por último, todos los grupos realizaron un test de recuerdo de la lista A-B. Si, como pensaba McGeoch, la competición de respuestas era la responsable de todo el olvido, entonces todos los errores de los grupos experimentales deberían ser respuestas C; sin embargo, Melton e Irwin demostraron que no ocurría tal cosa, sino que la diferencia en el recuerdo entre el grupo de control y los grupos experimentales no podía atribuirse solamente a las intrusiones o a la competición de los ítems C. Por tanto, la competición de respuestas no era el único mecanismo responsable del olvido, sino que había que apelar a otro mecanismo adicional que, inicialmente, llamaron el “factor X”, para después identificarlo como un proceso de desaprendizaje de las asociaciones A-B. A partir de entonces, la teoría de la interferencia retroactiva de Melton e Irwin se convirtió en la teoría de los dos factores, al combinar la competición de respuestas y el desaprendizaje8. La idea básica de la hipótesis del desaprendizaje es que los sujetos “desaprenden” la asociación original entre A y B durante el aprendizaje de la lista A-C. En otras palabras, la asociación entre una clave y un recuerdo se irá debilitando cada vez que dicho recuerdo se recupere inadecuadamente. En términos generales, mientras la teoría de competición de respuestas atribuye el olvido a competidores muy fuertes, la hipótesis del desaprendizaje lo atribuye a asociaciones demasiado débiles. Ambas propuestas no son incompatibles; de hecho, la teoría clásica de los dos factores considera necesarios ambos mecanismos. No obstante, conviene advertir que la hipótesis del desaprendizaje se enfrenta al gran problema de la confirmación. Es muy difícil, por no decir imposible, demostrar que algunos recuerdos se olvidan definitivamente, y, por otro lado, es fácil encontrar situaciones en las que información que se suponía completamente olvidada reaparece en un momento determinado. Por su parte, la teoría de competición de respuestas o la hipótesis del bloqueo asociativo tampoco está libre de evidencia en contra, ya que, si bien el olvido aumenta cuando aumenta la fuerza de los competidores, existen razones para dudar de si el hecho aislado de que un competidor aumente su fuerza produce olvido. Ante tal estado de cosas, han surgido nuevas explicaciones alternativas del olvido que apelan a procesos inhibitorios. 289 B) Inhibición y olvido La memoria funciona adecuadamente porque dispone tanto de procesos y mecanismos facilitadores (piénsese, por ejemplo, en los procesos de codificación y de recuperación, y en sus múltiples y variados mecanismos) como de procesos y mecanismos inhibidores. Por ejemplo, para poder recordar adecuadamente dónde he aparcado mi coche esta mañana cuando he llegado a mi trabajo, en este momento mi memoria necesitaría no sólo haber codificado eficazmente el lugar exacto donde aparqué, sino que los recuerdos de dónde dejé el coche todos los días anteriores deben ser “parados”, “desactivados” o “inhibidos” (en una palabra: ¡olvidados!) para que no interfieran con el recuerdo del lugar preciso donde aparqué esta mañana. ¿Se imagina el caos mental y conductual en el que se vería envuelto si cuando fuese hoy a recoger su coche aparecieran en su conciencia todos los recuerdos de dónde lo ha aparcado desde el primer día que empezó a trabajar en su empresa hace cinco años? Los procesos inhibitorios son tan necesarios y fundamentales como los procesos facilitadores para el correcto funcionamiento de la memoria. Siguiendo a Anderson (2007), por inhibición se entiende el mecanismo que actúa sobre una huella de memoria para producir un cambio potencialmente reversible y gradual que la hace menos accesible. Por tanto, la inhibición tiene como función regular la accesibilidad de las huellas de memoria no deseadas. La inhibición tiene cuatro características básicas: 1) implica un mecanismo externo a la huella de memoria que actúa sobre ésta; 2) modifica el estado de excitación de una huella; 3) reduce la actividad hasta hacer la huella menos accesible y, consiguientemente, altera el recuerdo, y 4) los cambios en el estado de activación de una huella son reversibles. Además, la inhibición cumple al menos una de estas dos funciones computacionales: resuelve la competición entre las representaciones activadas, o detiene un proceso. Por ejemplo, cuando una clave activa varias respuestas o cuando es necesario parar un proceso inadecuado, la inhibición reduce la influencia de las huellas no deseadas (recuerde el ejemplo del aparcamiento). La inhibición juega un papel clave en todo proceso de control, ya sea control de la acción o control de la memoria. La propuesta de Anderson es que la teoría de la interferencia debería considerarse en el contexto general de cómo los organismos controlan la dirección de sus pensamientos y acciones. A partir de aquí, la tesis de este investigador es que el proceso de recuperación es un caso especial dentro de una amplia variedad de situaciones que requieren control ejecutivo. En su opinión, es el mecanismo de control ejecutivo –y no la competición como tal– el que resuelve la interferencia que nos produce olvido. En todo momento, estamos sometidos a un flujo constante de información, la que nos llega y codificamos, y la que recuperamos. Aunque tales operaciones las suele llevar a cabo nuestra memoria sin dificultades aparentes, todo ello implica una gran complejidad. Parece lógico suponer que cuanto más material añadamos a nuestra 290 memoria, más difícil resultará recuperar con eficacia la información deseada; sobre todo, si se tiene en cuenta que los contenidos de nuestra memoria están interrelacionados tanto a nivel semántico como episódico. Al mismo tiempo, la investigación ha puesto de manifiesto que almacenar huellas similares y, por consiguiente, competidoras, entorpece la recuperación e incrementa la probabilidad de errores de recuperación. A todo ello hay que añadir que las claves utilizadas para recuperar una información concreta no suelen estar, por lo general, bien especificadas, de modo que cuando deseamos recuperar algo no sólo accedemos a la información requerida sino que también lo hacemos a otras informaciones relacionadas, lo que significa generar situaciones de competición. ¿Cómo nos las arreglamos para resolver la competición que generan las recuperaciones no deseadas? En opinión de Anderson, las personas controlamos los recuerdos no deseados recurriendo a mecanismos inhibitorios semejantes a los utilizados en el control de las acciones motoras. Tales mecanismos de control ejecutivo –dependientes de regiones cerebrales involucradas en la memoria declarativa– permiten detener o anular el proceso de recuperación e impiden que los recuerdos no deseados accedan a la conciencia. Dicho acto cognitivo favorece los fallos posteriores de memoria relativos a las huellas excluidas o, lo que es lo mismo, hace que su recuperación futura sea cada vez más difícil. Ante la presencia de claves de recuerdos no deseados, la activación se propaga desde las claves a las huellas almacenadas en memoria. Si la huella dominante no es deseada en ese momento, bien porque la persona prefiere evitar ese recuerdo o bien porque lo que busca es un recuerdo más débil en términos asociativos, entonces se pone en marcha la inhibición para debilitar la huella dominante, que permitirá el control selectivo de lo que se recupera o sencillamente detendrá la recuperación. A través de diferentes investigaciones, Anderson y sus colaboradores han aportado evidencia a favor de dicho control inhibitorio en dos situaciones que exigen la puesta en marcha del mecanismo de control ejecutivo llamado “anulación de respuestas” (response override): cuando surge la necesidad de recuperar selectivamente un recuerdo, y cuando se desea parar la recuperación. Desde la perspectiva de la anulación de respuestas, las intrusiones de memoria – por ejemplo, recordar la matrícula del coche viejo en lugar de la del recién comprado, llamar a tu novio actual con el nombre de tu anterior pareja, etcétera– disparan mecanismos de control que inhiben las huellas no deseadas. Lo que implica que el propio acto de recordar tiene que producir olvido, un efecto que ha sido demostrado experimentalmente y que conocemos como olvido inducido por la recuperación. Como ya ha sido señalado, el olvido producido por la recuperación es una consecuencia de la inhibición o supresión de los ejemplares que no hay que recordar, lo que significa que gracias a la inhibición se reduce la accesibilidad de los recuerdos no deseados y se supera así la interferencia de tales recuerdos competidores. En resumen, la inhibición selectiva durante la recuperación es una forma de olvido por la que los recuerdos no deseados son activamente inhibidos o suprimidos hasta el punto de reducir o impedir su acceso a la experiencia consciente. 291 El control de la memoria no se limita a seleccionar una respuesta no dominante, sino que a veces implica impedir que un recuerdo llegue a nuestra conciencia. En nuestra vida cotidiana, no resulta infrecuente encontrarse con recordatorios o claves de experiencias desagradables; por ejemplo, pasar por la calle donde una noche se sufrió un asalto, abrir un libro y encontrar una carta de un amor no correspondido, llegar al trabajo y encontrarse con el compañero con el que el día anterior se tuvo una desagradable discusión, etcétera. En situaciones como éstas o parecidas, lo que uno desea es impedir que los recuerdos dolorosos o molestos de tales experiencias invadan nuestra mente. En otras palabras, en casos como los mencionados, lo deseable sería detener el proceso de recuperación de los recuerdos no deseados. ¿Pueden los mecanismos inhibitorios parar la recuperación e impedir así que los recuerdos intrusos accedan a la conciencia? Mediante el paradigma pensar/no-pensar, Anderson y Green (2001) han demostrado tal posibilidad. En su estudio, los participantes pasaron por tres fases. En primer lugar, estudiaron 40 pares de palabras débilmente asociadas (e.g., banderaespada) y a continuación fueron entrenados para responder con la segunda palabra (e.g., espada) cada vez que se les presentara la primera o clave (e.g., bandera). La segunda fase era la del procedimiento pensar/no-pensar, en la que debían ejercer el control sobre la recuperación. En cada ensayo de esta fase, aparecía una clave de uno de los pares y, dependiendo de los casos, a los sujetos se les decía que recordaran y dijeran en voz alta la palabra respuesta (ensayos de respuesta) o que no pensaran en absoluto en la respuesta (ensayos de supresión). En este último caso, los investigadores insistían en que no sólo no debían decir la palabra-respuesta, sino que debían evitar por todos los medios que el recuerdo de dicha palabra accediera siquiera a la conciencia. Si respondían accidentalmente a un ensayo de supresión, sonaba un pitido avisando de un error. Por tanto, los sujetos no sólo tenían que anular la respuesta vocal sino también el acto cognitivo de recuperar. ¿Podrían los sujetos movilizar los mecanismos de control inhibitorio para detener la recuperación e impedir que el recuerdo entrase en la conciencia? Naturalmente, los investigadores no podían medir directamente si los sujetos detenían sus recuerdos para que no entrasen en la conciencia; sin embargo, si los mecanismos inhibitorios se movilizaban y anulaban la recuperación –razonaron Anderson y Green– entonces el recuerdo posterior de las palabras excluidas debería aparecer alterado. En la tercera fase del estudio se analizó dicha predicción. Para ello, los sujetos realizaron un test de recuerdo con claves de todos los pares estudiados en la primera fase. Tal y como se esperaba, se produjo olvido, en el sentido de que el recuerdo de las palabras que los sujetos habían impedido que entraran en su conciencia fue significativamente inferior al de la línea base, es decir, al de las palabras que habían estudiado en la primera fase pero que no habían visto durante la fase de pensar/nopensar. En definitiva, los resultados pusieron de manifiesto que a más ensayos de parada de la recuperación, peor recuerdo de las palabras excluidas. Anderson y Green concluyeron que la exclusión de la conciencia de un recuerdo no deseado lleva a un déficit de memoria de la huella suprimida, y que las propiedades de este déficit son 292 consistentes con la idea de inhibición. Hallazgos recientes mediante el uso de neuroimágenes (Anderson et al., 2004) señalan que el control que supone impedir que los recuerdos no deseados accedan a la conciencia está asociado a un incremento de la activación del córtex prefrontal dorsolateral, a una reducción de la activación hipocampal y a una retención alterada de la huella no deseada, e indican asimismo que la magnitud de la activación del córtex prefrontal predice la supresión de los recuerdos no deseados. En conjunto, los hallazgos comentados sobre control inhibitorio en memoria sugieren que gran parte de nuestras experiencias de olvido (incidental y motivado) se producen por un proceso de inhibición que regula la accesibilidad de las huellas de memoria. Cuando un recuerdo interfiere con la recuperación de otro o se trata de un recuerdo no deseado, se pone en marcha un proceso de inhibición que altera el estado de activación de ese recuerdo y reduce su accesibilidad para el futuro. Como advierte Anderson (2007), estos procesos inhibitorios podrían estar en la base de otros muchos fenómenos conocidos, como la interferencia retroactiva, la alteración producida por utilizar partes de un conjunto como claves, etcétera. En definitiva, nos encontramos ante una nueva concepción del olvido que contrasta claramente con la interpretación pasiva que ha dominado en psicología a lo largo de la historia. 8.4.6. La inhibición como un mecanismo adaptativo Considerar el olvido como resultado de la inhibición permite asumir que ésta cumple una función básica y adaptativa. De hecho, diferentes autores coinciden en señalar que los procesos inhibitorios desempeñan una función adaptativa tanto a nivel cerebral como a nivel cognitivo. Las dos funciones sobre inhibición en memoria analizadas por Anderson –la recuperación selectiva y la parada o anulación de la recuperación– pueden interpretarse como una solución adaptativa al problema de la interferencia y al de la competición entre las respuestas deseadas y no deseadas. No siempre resulta adaptativo que una huella de memoria esté accesible, sino todo lo contrario. En términos generales, el sistema general de memoria debe de tener algunos medios para restringir lo que se recupera ante una clave determinada. La información que ya no sirve porque se encuentra desfasada, o la información inapropiada porque produce malestar o sufrimiento, debe ser suprimida, segregada o debilitada. Si cuando necesitamos recuperar el nombre de nuestro compañero de trabajo acceden a nuestra conciencia otros nombres improcedentes o cuando me dirijo al aparcamiento a recoger mi coche aparecen en mi conciencia los lugares donde lo aparqué la semana pasada, la accesibilidad de tales huellas resulta claramente desadaptativa. Como lo es que alguien rememore el incidente desagradable y doloroso que supuso la tensa discusión que mantuvo hace unos días con un colega, o que reviva el malestar físico y psicológico que 293 le generó el asalto que sufrió el mes pasado. En términos de velocidad y precisión del proceso de recuperación, no es deseable que todo lo que hay en nuestra memoria esté accesible, sobre todo si se tiene en cuenta la capacidad virtualmente ilimitada de la memoria humana. En los ejemplos mencionados, la inhibición de las respuestas competidoras o la no entrada en la conciencia de los recuerdos dolorosos gracias a la inhibición de la recuperación, tiene como función básica facilitar, o hacer más eficaz, la recuperación de la respuesta seleccionada. Por tanto, parece probable que la inhibición y el olvido subyacente tienen una clara función adaptativa. Como advierte Bjork (2007), a diferencia de nuestros ordenadores personales, que, si no se toman las debidas precauciones, cuando almacenan información nueva reemplazan o borran la vieja información, los seres humanos aprendemos y utilizamos nuevas informaciones (como la matrícula del coche nuevo o dónde hemos aparcado el coche hoy) sin destruir las representaciones relacionadas que existen en nuestra memoria. Los seres humanos tenemos la capacidad para olvidar dichas representaciones al ir haciéndolas cada vez menos recordables sin necesidad de borrarlas. Porque las viejas huellas, en efecto, no se borran, como lo demuestra el hecho de que siguen siendo fácilmente reconocibles y rápidas de reaprender si en un futuro volvieran a ser relevantes. No obstante, las huellas de la vieja información son cada vez más difíciles de recuperar o, en otras palabras, cada vez están más olvidadas, porque, cada vez que recuperamos la nueva información que las sustituyó, aumenta su carga inhibitoria y, en consecuencia, se hacen menos accesibles. En definitiva, cuando la accesibilidad de una huella de memoria resulta un inconveniente y gracias a la inhibición se reduce, no sólo aumenta la eficacia de la recuperación de otras huellas sino que también aumenta la probabilidad de olvido de la huella no deseada. Muchos casos de olvido no suponen, por tanto, un fallo ni una debilidad del sistema de memoria sino el resultado adaptativo de reducir la accesibilidad de ciertas huellas por el efecto de los mecanismos de control inhibitorio. 8.5. Olvido motivado Como decíamos al inicio de este capítulo, en asuntos de memoria, la gente, en general, presta más atención a olvidar que a recordar. Más aún, la mayor parte de nosotros asumimos, implícita o explícitamente, una especie de axioma que rezaría así: “Recordar es bueno, olvidar es malo”. Sin embargo, como algunos casos reales ponen de manifiesto, el olvido es mucho más necesario de lo que imaginamos; lo veremos a continuación. Al mismo tiempo, en el contexto de la investigación de la memoria, está muy claro que el olvido es un aspecto necesario y fundamental de un sistema de memoria eficiente y adaptativo. El olvido es exactamente lo que necesita nuestra 294 memoria para funcionar de manera óptima. De ahí que, cuando determinada información almacenada pierde su validez (e.g., la matrícula del coche que ya no tenemos) o cuando determinados recuerdos son una fuente de sufrimiento o malestar (e.g., una experiencia traumática), parece obvio que lo más adecuado sería apartarlos, suprimirlos u olvidarlos. La vida nos enseña que son muchas las razones que nos llevan a desear olvidar y a poner en práctica intencionadamente acciones (mentales y/o conductuales) para “expulsar” de nuestra memoria información, conocimiento o recuerdos concretos. La pregunta que surge de inmediato es obvia: ¿podemos olvidar voluntariamente lo que queremos? En otras palabras, ¿está justificado científicamente hablar de olvido motivado? 8.5.1. La necesidad de olvidar En su más conocida y actualmente muy citada y valorada obra Les maladies de la mémoire, el psicólogo francés Théodule Ribot (1881) reconoció el valor adaptativo y la necesidad del olvido. Según sus propias palabras: …una condición de la memoria es el olvido. Sin el olvido total de un número prodigioso de estados de conciencia y el olvido momentáneo de otro gran número, no podemos recordar. El olvido, salvo en ciertos casos, no es, pues, una enfermedad de la memoria, sino una condición de su salud y de su vida (p. 59, de la edición castellana). Desde una perspectiva evolucionista, teóricos e investigadores coinciden en señalar que sin olvido nuestra memoria no podría funcionar adecuadamente. Un mundo sin olvido, aunque muchas personas lo anhelen, no sería nada deseable. William James (1890) también lo expresó claramente cuando escribió: “en el uso práctico de nuestro intelecto, olvidar es tan importante como recordar”. Con mucha más frecuencia de lo que a primera vista pudiera parecernos, deseamos o necesitamos olvidar. En apartados anteriores, hemos referido diferentes ejemplos y situaciones de la vida cotidiana en las que el olvido se hace necesario y deseable. No obstante, los ejemplos más convincentes son las historias reales de personas que no pueden olvidar. En el Capítulo 1 de este Manual, se describen dos casos en los que se muestra cómo la extraña y sorprendente incapacidad para olvidar puede convertir la vida cotidiana de una persona en un verdadero tormento. Así, AJ, la mujer que recuerda todo su pasado, vive “como una carga” su excepcional memoria autobiográfica y considera que lo que para otros sería un “don” excepcional a ella la está volviendo loca. Lo único que desea AJ es que alguien le pueda ayudar a olvidar. El otro caso, el del sujeto S estudiado por Luria, se refiere a un hombre con una prodigiosa memoria que tuvo que enfrentarse a su excepcional capacidad buscando desesperadamente el modo de olvidar. 295 El neuropsicólogo soviético Alexander R. Luria tuvo la oportunidad de estudiar de un modo sistemático y a lo largo de más de treinta años las excepcionales dotes de memoria de Salomón Shereshevsky (abreviadamente, S). Gracias a aquel minucioso y prolongado estudio, en S encontramos claves muy valiosas para adentrarnos en el conocimiento del olvido motivado. Para ello, nos centraremos en una época muy concreta de la vida de S, cuando, tras fracasar en la música y en el periodismo, se hizo mnemonista profesional, porque es entonces cuando, por extraño que pueda parecer, comprobará que no sabía olvidar. Como se recordará, S se encontró en su trabajo de mnemonista con un terrible problema, ¿qué hacer para aprender a olvidar?, ¿cómo aprender a borrar de su memoria las imágenes que ya no eran necesarias? Siguiendo el relato de Luria, S se vio en la necesidad de aprender “el arte de olvidar”, pero comprobó que no era nada fácil, como muestra el siguiente extracto de los relatos del propio S: Tengo miedo de confundir las diversas sesiones [se refiere a su espectáculo]. Por eso, borro mentalmente la pizarra y la recubro de una película totalmente opaca e impenetrable… Luego separo mentalmente esa película de la pizarra y oigo, incluso, cómo cruje. Cuando termina la sesión, borro todo lo escrito, me aparto de la pizarra y vuelvo a retirar la película… Mientras hablo, siento cómo mis manos la estrujan. Y, sin embargo, tan pronto como me acerco a la pizarra, las cifras pueden aparecer de nuevo. Cualquier asociación, por pequeña que sea, hace que, sin darme cuenta, siga leyendo el cuadro anterior (Luria, 1973, p. 75). Para resolver su problema, S empezó a utilizar distintas técnicas de olvido. Una de ellas llama especialmente la atención por su simpleza y por lo paradójica que puede resultar para cualquier persona normal: La gente –relata S– para acordarse toma notas… Si yo lo hiciese sería ridículo, así que lo resolví a mi modo. El individuo que anota no tiene necesidad de recordar, pero si no tuviera lápiz a mano y no pudiera anotarlo, lo recordaría… Entonces, si yo anoto las cosas, sabré que no tengo necesidad de acordarme de ellas… Empecé a ponerlo en práctica en casos sencillos: números de teléfono, apellidos, encargos diversos. Pero no conseguí nada, veía mentalmente lo anotado… Procuraba anotarlo en papelitos del mismo tipo y escritos con el mismo lápiz, pero de todas formas no conseguía nada… (op. cit., p. 75). A la vista de su fracaso, S empezó a aplicar otras medidas: tirar los papelitos o quemar las notas donde había escrito lo que quería olvidar. Sin embargo, como dice Luria, ni la “magia del fuego” le servía. Un día, tras arrojar al fuego una de sus notas, vio en el papel calcinado las huellas de las cifras que quería olvidar, y se sintió desesperado. Aquello significaba que “ni siquiera el fuego era capaz de borrar los rastros de lo que debía ser destruido”. El problema de no poder olvidar se convirtió en “uno de los más dolorosos para S”. Hasta que un día, de pronto, llegó la solución, cuya naturaleza resultó incomprensible tanto para quienes lo estudiaban como para el propio S, según se desprende de sus palabras: 296 Un día, era el 23 de abril, tuve tres sesiones seguidas. Estaba físicamente cansado y pensaba en la forma de llevar a cabo la cuarta sesión. Temía que se me apareciesen los cuadros de las tres anteriores… Era un problema terrible para mí… ¿Vería o no el primer cuadro?… Tengo miedo de que ocurra… Quiero que no aparezca… Y pensé: el cuadro ya no aparece y sé la razón: ¡yo no quiero que aparezca!… Por consiguiente, si yo no quiero, no aparece… Entonces, todo radica en que tome conciencia de ello (op. cit., pp. 76-77). En efecto, aquel método funcionó y Luria muestra su sorpresa ante el éxito de tal procedimiento, argumentando que quizás hubiese influido en ello “la fijación en ausencia de la imagen, su inhibición, completada por la autosugestión” (p. 77; la cursiva es mía). El caso es que el procedimiento funcionó realmente y S sintió que había resuelto su problema: Me sentí liberado de inmediato. La certeza de que estaba a salvo de los errores me daba mayor seguridad. Hablaba con soltura, me podía permitir el lujo de hacer pausas, sabía que, de acuerdo con mi deseo, la imagen no aparecería y me encontraba perfectamente (op. cit., p. 77). Las palabras del propio S y la argumentación de Luria son muy interesantes porque apuntan dos cuestiones de relevancia probada para producir olvido. Nos referimos, naturalmente, al olvido motivado practicado con éxito por S (“…sabía que, de acuerdo con mi deseo, la imagen no aparecería”, dice S) y al papel atribuido por Luria a la inhibición. A partir de aquí, resultan pertinentes dos observaciones. Primera, la idea de que las personas estamos capacitadas para olvidar intencionada o voluntariamente parece ser que jugó un importante papel en el desarrollo del concepto de represión por parte de Freud. Segunda, desde hace varias décadas, un número reducido, pero a la postre muy solvente, de investigadores ha replicado con éxito el olvido motivado en el laboratorio mediante el paradigma experimental de olvido dirigido. A continuación, analizaremos el paradigma de olvido dirigido y las distintas propuestas teóricas a las que se ha apelado para explicar los hallazgos experimentales. Después, nos detendremos en algunas cuestiones básicas relativas a la represión y sus posibles efectos sobre la memoria. 8.5.2. Olvido dirigido: Métodos y explicaciones Como se ha señalado en un importante volumen colectivo sobre “olvido intencional”, la investigación sobre este tipo de olvido se ha llevado a cabo de diferentes formas y bajo diferentes denominaciones (olvido positivo, voluntario, motivado e intencional) durante las pasadas cuatro décadas9. A pesar de la variedad de métodos y nombres, pronto se generalizó entre los investigadores la etiqueta de olvido dirigido y, con los años, ha 297 quedado demostrado que el paradigma que mejor reproduce el olvido intencional en el laboratorio es el paradigma del mismo nombre, esto es, el paradigma de olvido dirigido. Mediante un procedimiento sencillo de aprendizaje de una lista de palabras, durante el que los participantes reciben instrucciones para olvidar un subconjunto de las palabras que acaban de adquirir, numerosos estudios realizados durante los últimos 40 años, aproximadamente, han demostrado que la información “que hay que olvidar” se olvida fácilmente. En contra de la creencia dominante de que decir a alguien que olvide algo en realidad hará que lo recuerde más, la investigación nos muestra que la información puede olvidarse con éxito siguiendo determinadas instrucciones. A) Variaciones del paradigma de olvido dirigido Existen dos métodos básicos en el paradigma de olvido dirigido, que difieren respecto a cómo se presentan las instrucciones. Con ambos métodos, los participantes son instruidos para que olviden algunos ítems (ítems O) y para que recuerden otros (ítems R). Estos dos métodos son el método de los ítems y el método de la lista. El método de los ítems, también llamado “método palabra-por-palabra”, consiste en dar, tras la presentación de cada palabra, una instrucción explícita sobre qué hacer con dicha palabra (“olvidar” o “recordar”). Por su parte, el método de la lista, también llamado “método de bloques”, implica la presentación de sólo dos instrucciones explícitas, una en la mitad de la lista (generalmente, se da la instrucción de “olvidar” todas las palabras presentadas hasta ese momento) y otra al final de la lista. Tras la fase de estudio con cualquiera de los dos métodos, se pasa a la fase de test (generalmente, una tarea de recuerdo libre), en la que se pide a los participantes que recuerden tanto los ítems O como los ítems R, a pesar de que al principio del estudio se les haya dicho que no serán evaluados sobre los ítems O. En general, ambos métodos del paradigma de olvido dirigido ponen de manifiesto que el recuerdo de los ítems R es significativamente superior al de los ítems O. A la superioridad del recuerdo de los ítems R sobre los ítems O se le llama efecto del olvido dirigido. Respecto a cada método en particular, está demostrado suficientemente que el método de los ítems produce efectos perturbadores tanto sobre el recuerdo libre como sobre el reconocimiento de los ítems O, mientras que el método de la lista sólo tiene efectos perturbadores sobre el recuerdo libre (más adelante se ofrece una explicación de estos efectos diferenciales). B) Propuestas teóricas sobre el efecto del olvido dirigido 298 Según la exhaustiva revisión de Colin MacLeod (1998), si bien el primer experimento sobre olvido dirigido fue realizado por Muther en 1965, sería el trabajo de Bjork, LaBerge y Legrand, publicado tres años después, el que puso en marcha la llamada “era dorada” de la investigación sobre olvido dirigido, que se extendió a través de las décadas de 1960 y 1970. Desde entonces y hasta hace poco más de una década, las explicaciones del efecto del olvido dirigido no han distinguido entre los dos métodos experimentales, sino que los hallazgos con cualquiera de ambos procedimientos han sido explicados desde planteamientos teóricos únicos. Una de las primeras propuestas teóricas del olvido dirigido fue la hipótesis de la represión de Bernard Weiner (1968), que apeló a la “inhibición de la recuperación” de los ítems O para reducir la interferencia con los ítems R. Weiner y Reed (1969) plantearon que los ítems O y R no se aprendían de modo diferente sino que los ítems O eran más difíciles de recuperar porque habían sido inhibidos o reprimidos. Este planteamiento teórico fue, no obstante, rápidamente ignorado y reemplazado por otras dos propuestas, una basada en la codificación (la hipótesis del repaso selectivo) y otra basada en la recuperación (la hipótesis de la búsqueda selectiva). Sin embargo, pocos años después de su rechazo, la hipótesis de Weiner sobre la inhibición o represión sería reconsiderada e incorporada a una de las propuestas teóricas dominantes en los últimos años, la teoría de la inhibición de la recuperación. En pocas palabras, la hipótesis del repaso selectivo lo que plantea es que los ítems R son repasados y, consiguientemente, son mejor codificados que los ítems O. Por su parte, la hipótesis de la búsqueda selectiva propone que, en el momento de la recuperación, los participantes restringen sus procesos de búsqueda al conjunto de ítems R, que han sido segregados de los ítems O durante la fase de estudio. Estas diferentes teorías unificadas del olvido dirigido emergieron y se desarrollaron durante “la era dorada”, contaron con datos a favor y en contra y dieron lugar a debates continuos. El resultado de esa historia fue amplio y diverso y se ha extendido hasta años recientes. Sin embargo, para nuestros objetivos, creo que sólo merecen ser destacados los siguientes datos. Por un lado, la explicación en términos del repaso selectivo se ha mantenido y sigue siendo considerada en la actualidad como una teoría con un elevado poder explicativo. Por otro, la hipótesis de la búsqueda selectiva, al asumir componentes inhibitorios tanto en el proceso de segregación como en el de búsqueda, evolucionó hacia una explicación en términos de inhibición de la recuperación, en la línea propugnada por Weiner. Finalmente, acabó imponiéndose la idea sugerida por Bjork, en 1989, de que a cada uno de los dos métodos experimentales subyacen mecanismos explicativos diferentes. En concreto, al método de los ítems subyace el repaso selectivo y al método de la lista subyace la inhibición de la recuperación. Por tanto, el efecto del olvido dirigido se explica actualmente desde dos teorías: el repaso selectivo y la inhibición de la recuperación, dependiendo del método utilizado. Las instrucciones del método de los ítems permiten a los participantes poner en marcha o demorar selectivamente el proceso de repaso según reciban la clave “recordar” 299 u “olvidar”, respectivamente. Así, cuando el participante recibe la clave “recordar”, repasa el ítem, y cuando recibe la clave “olvidar” no lo repasa, aprovechando, probablemente, el tiempo disponible para seguir repasando los ítems previos que recibieron la clave “recordar”. Los ítems O, al no ser repasados, no serán adecuadamente codificados y, en consecuencia, su recuerdo posterior será inferior al de los ítems R, que sí han recibido repaso. Por otro lado, en condiciones del método de la lista, los participantes no saben cuándo se presentará ni si se presentará la clave “olvidar”, por lo que no se sentirán motivados para demorar o utilizar selectivamente el repaso. Presumiblemente, en tales condiciones, los participantes repasan todos los ítems O hasta que, en la mitad de la lista, reciben la clave “olvidar” y entonces dejan de repasar los ítems O. Por tanto, se supone que en el método de la lista los ítems O son repasados y codificados al mismo nivel que los ítems R. La consecuencia teórica es que el recuerdo superior de R sobre O en el test no puede ser atribuido al repaso selectivo de los ítems R, dado que todos los ítems son igualmente repasados. De ahí que el efecto del olvido dirigido con el método de la lista haya sido atribuido a la inhibición. Como propuso Bjork (1989), la presentación de la clave “olvidar” da lugar a que el conjunto de ítems O sea inhibido y, en consecuencia, en el momento del test su recuperación falle. Esta explicación en términos de inhibición de la recuperación asume que los ítems O fueron codificados y están almacenados en memoria; por lo tanto, prevé que, si se presentan de nuevo los ítems O en el momento de la recuperación –como en el caso de un test de reconocimiento–, éstos serán liberados de la inhibición y serán reconocidos. El hallazgo de que el efecto del olvido dirigido sólo se observa en tests de reconocimiento, cuando se ha empleado el método de los ítems, confirma dicha predicción y representa –en opinión de MacLeod– la mejor prueba de que a los dos métodos del paradigma de olvido dirigido subyacen mecanismos diferentes. C) Los límites del olvido dirigido Los hallazgos experimentales obtenidos con el paradigma de olvido dirigido sirven para demostrar, básicamente, que el olvido motivado es un recurso esencial del sistema humano de memoria para controlar su contenido. Las personas dedicamos mucho tiempo a regular los contenidos de nuestra mente, para lo que recurrimos a diferentes estrategias. Una manera de hacerlo, además del olvido motivado, es atender a determinados aspectos del mundo mientras ignoramos el resto. Está demostrado experimentalmente que la atención afecta significativamente al recuerdo. Otra estrategia es suprimir on line determinados pensamientos de manera deliberada, aunque este tipo de regulación puede resultar exitosa o no dependiendo de que dispongamos de ciertos factores, como un buen distractor o la suficiente atención. La conocida “tarea de Brown-Peterson” (ver Capítulo 300 5) permite demostrar experimentalmente que el sujeto puede olvidar voluntaria y selectivamente la información que entra en su memoria a corto plazo mediante la norepetición de la misma o, lo que es lo mismo, no prestándole atención. Y esto, en realidad, fue lo que puso voluntariamente en práctica el sujeto S de Luria para aprender a olvidar: no prestar atención, no repasar, no darle vueltas a lo quería olvidar. Sin embargo, tanto la atención selectiva como la supresión on line demuestran ser métodos frágiles de control mental. La atención puede ser capturada por estímulos potentes no previstos ni deseados y los intentos por suprimir pensamientos pueden fracasar y producir “el efecto rebote”, esto es, que lo que se desea olvidar se recuerde aún más. Pero cuando ambos métodos resultan especialmente ineficaces es cuando la emoción entra en juego. La investigación sobre atención selectiva demuestra que los estímulos emocionales capturan la atención de forma rápida e involuntaria, y la investigación sobre supresión de pensamientos ha puesto de manifiesto que ésta resulta especialmente difícil cuando se trata de suprimir pensamientos emocionales, lo que apoya la idea de que la emoción parece que limita seriamente la capacidad de las personas para controlar sus contenidos mentales. Pero ¿qué pasa con la otra estrategia de control mental, el olvido motivado o intencional ? Como hemos visto, la investigación experimental sobre olvido dirigido demuestra que las personas pueden olvidar información concreta cuando se sienten motivadas para hacerlo. Sin embargo, dicha investigación se ha realizado utilizando materiales muy elementales. Lo habitual ha sido utilizar listas de palabras neutras, es decir, sin una carga emocional significativa. Por tanto, la pregunta que surge de inmediato es ésta: ¿qué pasaría si lo que hay que olvidar intencionadamente son materiales cargados emocionalmente? Realmente, son muy escasos los estudios que han analizado el olvido motivado en un contexto emocional. En concreto, Power y colaboradores (2000) utilizaron el “método de la lista” del paradigma de olvido dirigido con un grupo de pacientes diagnosticados de trastorno depresivo mayor y un grupo de control, y comprobaron que los pacientes con depresión tenían mejor recuerdo de las palabras negativas O (las que había que olvidar) que de las positivas O. La conclusión fue que la depresión parece producir una alteración del olvido motivado para el material negativo. En otro estudio más reciente (Joormann et al., 2005) sobre olvido intencional de material negativo en la depresión, pero en el que se ha utilizado el paradigma de “pensar/no-pensar”, se ha demostrado, sin embargo, que los pacientes con depresión llegan a olvidar con éxito las palabras negativas si se les entrena eficazmente. Un tercer estudio digno de mención fue el realizado por Myers y colaboradores en 1998 con individuos con un “estilo de afrontamiento represivo” (i.e., con una tendencia a evitar y negar las emociones negativas), y en el que se utilizó también el “método de la lista” del paradigma de olvido dirigido con palabras agradables y desagradables. Los resultados pusieron de manifiesto que el grupo de los “represores” recordaba menos palabras desagradables O que el grupo de los “no represores”. Los autores concluyeron que los individuos “represores” tienen una capacidad aumentada para utilizar la inhibición de la recuperación. 301 Los pocos estudios realizados, incluidos los comentados, han demostrado el efecto del olvido dirigido para palabras agradables, desagradables o relacionadas con una experiencia traumática, lo que sugiere que el olvido intencional de material emocional es mayor que cero. Sin embargo, estos estudios no han explorado la cuestión fundamental sobre emoción y olvido motivado, es decir, no han respondido a la cuestión de si los eventos emocionales dificultan o impiden el olvido motivado. Un reciente estudio de Payne y Corrigan (2007) ha explorado explícitamente esta cuestión al analizar si las personas pueden olvidar intencionadamente los eventos emocionales con la misma facilidad con la que olvidan los eventos triviales. En el experimento participaron 218 estudiantes de psicología (120 mujeres y 98 hombres), a los que se les mostraron tres conjuntos de imágenes (agradables, desagradables y neutras) seleccionadas del conjunto de estímulos estandarizados del IAPS (International Affective Picture System)10. La presentación de imágenes en lugar de palabras (como se ha hecho tradicionalmente) obedece al convencimiento de los autores de que, si bien las palabras con carga emocional (e.g., sexo, muerte) transmiten información emocional, por sí solas producen muy poca emoción; las imágenes, por el contrario, tienen un gran poder para evocar emociones y, en definitiva, cambiar los sentimientos de las personas. Además, con el fin de que los ítems pudieran recordarse verbalmente, cada uno estaba formado por la imagen y por el nombre de la misma impreso en la parte inferior (e.g., la imagen de un hombre alegre con unas niñas era llamada “padre con dos hijas”, y la de un perro muerto se llamaba “perro muerto”). Se utilizó el método de la lista del paradigma de olvido dirigido y los resultados pusieron de manifiesto lo siguiente: 1) cuando la lista que había que olvidar era neutral, los participantes mostraban un claro olvido intencional; sin embargo, 2) cuando la lista que había que olvidar era la emocional, no se producía olvido intencional. Estos resultados demuestran que los recuerdos emocionales son más difíciles de olvidar que los no emocionales, probablemente porque las reacciones emocionales, incluso las relativamente débiles, neutralizan el olvido intencional. Aunque aún resulta necesaria más investigación al respecto, estos hallazgos confirman la evidencia existente de que la emoción limita la capacidad de las personas para controlar los contenidos mentales y de la memoria en particular. En consonancia con las situaciones de la vida real en las que víctimas de experiencias traumáticas o de estrés extremo se ven imposibilitadas para expulsar de su conciencia, impedir la recuperación u olvidar intencionadamente los recuerdos dolorosos de tales situaciones vividas, los resultados obtenidos por Payne y Corrigan sugieren que la emoción dificulta o cortocircuita los intentos por olvidar los episodios del pasado personal que con más ahínco las personas desean borrar de su memoria. 8.5.3. Represión 302 Desde el inicio mismo de la investigación sobre “olvido dirigido”, o, más concretamente, sobre las relaciones entre motivación y memoria –hacia mediados de la década de 1960–, diferentes investigadores mostraron su interés por estudiar experimentalmente la represión o “los efectos inhibitorios de la motivación sobre la memoria”. Como ya se ha dicho, Bernard Weiner mostró desde sus primeras investigaciones sobre “olvido motivado” un gran interés por estudiar la represión. Adelantándose varias décadas a un debate que todavía hoy continúa abierto, Weiner intentó averiguar hasta qué punto el olvido motivado se debía a la supresión (consciente) o a la represión (inconsciente). Como ha señalado Colin MacLeod (1998) en su revisión sobre el olvido dirigido, si se exceptúa la posición de Roediger y Crowder (1972), Weiner se quedó prácticamente solo en su énfasis inicial sobre la represión, que él también llamó inhibición de la recuperación. De hecho, hasta su coautor Reed dejó de utilizar el término represión en posteriores escritos. Sin embargo, la represión volvería en trabajos posteriores de autores tan relevantes en el campo como Geiselman, Bjork y Basden. “La represión ha sido un rompecabezas para la psicología científica”. Con estas palabras, abre Matthew Erdelyi (2006) su reciente trabajo “The unified theory of repression”. Y es que, en efecto, para la corriente oficial de la psicología experimental, la represión ha tenido siempre el aroma de una teoría indemostrable, de resultar demasiado exótica para ser cierta y de estar basada más en anécdotas clínicas que en hechos objetivos y comprobables. El concepto de represión ha resultado controvertido en el seno de la psicología desde hace más de un siglo, y todavía hoy no está claro para una mayoría si la represión debería ser considerada como un hecho obvio de la vida mental o como un mito absoluto, incluso peligroso. Como advierte Anderson (2006), para los psicólogos escépticos de los recuerdos reprimidos, la represión no sólo resulta refractaria al método científico sino que, además, se trataría de un proceso para el que no existe ningún mecanismo psicológico científicamente válido. Una solución propuesta hace décadas para esta polémica ha sido plantear que el concepto de represión tiene, al menos, dos acepciones. Una la considera como un proceso de evitación consciente que impide a una persona pensar, hablar o repasar mentalmente una experiencia amarga, dura o insoportable. (Esta idea de represión podría considerarse claramente como un tipo de olvido motivado o dirigido que reduciría la probabilidad de recordar un evento.) Otra considera la represión como un proceso automático y defensivo por el que se excluyen de la conciencia las experiencias que resultan insoportables. El problema con esta segunda acepción es que cuenta a su favor con escasa evidencia experimental, aunque algunos estudios neuropsicológicos recientes con pacientes que han sufrido daños en el lóbulo parietal derecho sugieren que estos pacientes hacen un uso masivo no sólo de la represión, sino –como ha indicado Ramachandran (1995)– de todo “un arsenal de mecanismos de defensa freudianos” para dar cuenta de sus parálisis. Ahora bien, esta dicotomía conceptual no resuelve la controversia existente fuera del ámbito clínico. De hecho, la tradición psicoanalítica mantiene desde la obra de Sigmund Freud una distinción similar cuando contrapone “supresión” a “represión”. 303 Históricamente, se ha atribuido a Freud la distinción entre supresión, que sería un proceso consciente e intencionado, y represión, que sería un proceso inconsciente y automático. Sin embargo, Erdelyi argumenta que esta distinción no estuvo en el ánimo de Freud, quien utilizó supresión y represión de modo intercambiable desde sus primeros hasta sus últimos escritos. Así lo demuestran, por ejemplo, los siguientes extractos de Estudios sobre la histeria (1895), donde Breuer y Freud escriben: […] al tratarse de cosas que el enfermo quería olvidar, las reprimía del pensamiento consciente y las inhibía y suprimía (p. 45). […] por el análisis de casos análogos sabíamos ya que en los casos de adquisición de la histeria es indispensable la existencia de una previa condición: la de que una representación sea expulsada voluntariamente de la conciencia (reprimida) y excluida de la elaboración asociativa (p. 95, cursivas en el original). […] el verdadero momento traumático es aquel en el cual llega la contradicción al yo y decide éste el extrañamiento de la representación contradictoria, que no es, por este hecho, destruida, sino tan sólo impulsada a lo inconsciente. (…) La disociación de la conciencia en estos casos de histeria adquirida es, por tanto, voluntaria e intencionada… (p. 100). Unos 20 años después, en su trabajo “Represión”, Freud (1915) escribe: “la esencia de la represión consiste exclusivamente en rechazar y mantener alejados de lo consciente a determinados elementos ” (p. 2054, cursivas en el original). Como se ve, en ninguno de los textos expuestos se hace la más mínima mención a que la represión sea un proceso inconsciente. En opinión de Erdelyi, la contraposición histórica entre represión (inconsciente) y supresión (consciente) atribuida a Freud se debe a “una distorsión histórica de su teoría”. Irónicamente –escribe Erdelyi–, fue precisamente su hija, Anna Freud, quien, en su obra El Yo y los mecanismos de defensa (1936), introdujo tal distinción. Para Freud, por tanto, represión y supresión son términos sinónimos que implican un tipo de olvido motivado de ideas y recuerdos con el fin de reducir la ansiedad o el conflicto psicológico. Con la salvedad de que lo reprimido no deja de existir ni de ejercer su influencia sobre la conducta. Erdelyi señala un segundo error conceptual como responsable de la marginación de la represión por parte de la psicología científica. Se trata de haber considerado históricamente la represión como un mecanismo de defensa psicológico, lo que ha impedido a los investigadores distinguir entre el mecanismo cognitivo o proceso básico subyacente a la represión (e.g., la inhibición) y el uso que se le da a dicho mecanismo (e.g., la defensa o cualquier otro). Entonces, si, por un lado, la represión no es un mecanismo de olvido exclusivamente inconsciente, y, por otro, se puede separar el estudio del mecanismo cognitivo de los usos que se le dan, la actual neurociencia cognitiva dispone de las herramientas necesarias para comprender la represión. Ésta es la opinión actual de Anderson, para quien la represión es un problema científicamente abordable. Como se ha puesto de manifiesto a lo largo de este capítulo, de un tiempo 304 relativamente corto a esta parte, Michael C. Anderson viene desarrollando un programa de investigación cuyo objetivo básico es identificar los mecanismos con que los seres humanos controlan deliberadamente el acceso a la conciencia de los recuerdos no deseados. Asumiendo que el control de la memoria, al igual que el control motor, necesita la acción del mecanismo de control ejecutivo de “anulación de respuestas”, la supresión de recuerdos requerirá que el individuo detenga el proceso de recuperación para evitar la recolección consciente. Por otro lado, la investigación sobre las bases neurales del control ejecutivo y de la memoria declarativa (explícita o consciente) revela que el córtex prefrontal lateral y el hipocampo juegan un papel esencial en el control de la memoria. Por tanto, la hipótesis de Anderson es que las personas suprimen la conciencia de los recuerdos indeseados mediante la activación del córtex prefrontal lateral que, a su vez, modula el procesamiento hipocampal responsable de la experiencia subjetiva de la recolección consciente. Esta hipótesis fronto-hipocampal ha sido puesta a prueba recientemente por el grupo de trabajo de Anderson utilizando el paradigma “pensar/no-pensar” (Anderson et al., 2004). En primer lugar, los participantes aprendían una lista de pares de palabras y, a continuación, realizaban una tarea de “pensar/no-pensar” mientras se tomaban registros de resonancia magnética funcional (IRMf). Esta segunda tarea incluía ensayos en los que, si la primera palabra del par aparecía en verde, los participantes deberían pensar en la respuesta correspondiente (condición de responder), y ensayos en los que, si el primer miembro del par aparecía en rojo, deberían impedir que la palabra asociada entrara en la conciencia (condición de supresión). Por último, la memoria de todas las palabrasrespuesta fue evaluada mediante una prueba de recuerdo con claves. Los resultados pusieron de manifiesto un recuerdo significativamente inferior de las palabras de la condición de supresión (i.e., de las respuestas a las palabras en rojo) que de las palabras de la condición de control (i.e., palabras que habían aprendido en la primera fase pero no habían aparecido en la fase de “pensar/no-pensar”). En otras palabras, se demostró que recuperar las palabras asociadas mejoraba su recuerdo posterior, mientras que excluirlas de la conciencia alteraba su memoria, lo que demostraba que se había producido supresión. Así pues, este estudio demostró que cuando las personas no oponen ninguna resistencia, las claves o los recordatorios mejoran la memoria, algo, por lo demás, esperable; sin embargo, cuando los sujetos no desean recordar, los recordatorios no sólo no mejoran la memoria sino que permiten la entrada en acción de procesos que la alteran. Como sostienen en un trabajo posterior Anderson y Levy (2006), esta inversión de los efectos positivos de los recordatorios está producida por mecanismos de control ejecutivo dependientes del córtex prefrontal dorsolateral y de la modulación subsiguiente del hipocampo. En definitiva, estos resultados suponen una prueba de la existencia de mecanismos responsables de la represión. Como ya se ha señalado, Freud subrayó que la función de la represión es “rechazar y mantener algo fuera de la conciencia” y, como nos recuerdan 305 estos autores, eso era precisamente lo que se pedía que hicieran los sujetos del experimento comentado de “pensar/no-pensar”. Por lo tanto, lo razonable es asumir que en estos momentos la ciencia ya dispone de datos que demuestran que la represión puede ocurrir. Estos hallazgos, junto a los obtenidos en las investigaciones sobre olvido inducido por la recuperación y sobre olvido dirigido, sugieren que el modelo de control inhibitorio parece adecuado para explicar cómo se produce el olvido motivado y, en general, para entender cómo las personas controlan y regulan la conciencia de los recuerdos desagradables. Naturalmente, “la ciencia de la represión” está dando todavía sus primeros pasos y las preguntas superan con mucho a las respuestas, pero resulta justo reconocer que se ha dado un paso de gigante al identificar y conceptualizar el mecanismo activo, y los sistemas neurales subyacentes, por el que las personas pueden excluir de la conciencia recuerdos de experiencias pasadas desagradables. Ahora bien, ¿dichos mecanismos resultan eficaces cuando lo que hay que suprimir son recuerdos emocionales complejos o traumáticos? 8.5.4. Olvido y recuerdo en situaciones de estrés emocional Las experiencias traumáticas tienen un impacto impredecible sobre la memoria humana, aunque, generalmente, tiende a ser negativo y perturbador. Existe evidencia experimental y estudios de campo que muestran que los estímulos aversivos y/o traumáticos se suelen recordar de un modo diferente a los estímulos con una carga emocional baja. Las observaciones y estudios con personas que han sido víctimas de experiencias traumáticas, como violaciones, torturas, asaltos, abusos sexuales, guerras, etcétera, nos muestran cómo, con frecuencia, éstas pueden quedar atrapadas por los recuerdos dolorosos de tales experiencias. Se trata de recuerdos persistentes que, en contra de la voluntad de las víctimas y a pesar de sus esfuerzos por deshacerse de ellos, invaden su conciencia como intrusos y alteran dramáticamente sus vidas. Una superviviente del holocausto nazi describía así su lucha permanente con los monstruos usurpadores de su memoria: Siento que mi cabeza está llena de basura: todas esas imágenes, ya sabe, y los sonidos, y mis narices llenas del hedor de la carne quemada. Y es… no puedes quitártelo, es como… como que hay otra piel debajo de esta piel y esa piel se llama Auschwitz, y no puedes mudarla, ya sabe. Es algo que te acompaña constantemente. […] No desaparecerá jamás. […] Le hablo a usted y no estoy sola aquí, porque veo a Mengele [esta mujer vivió en el barracón del que Mengele seleccionaba a las mujeres –incluida su hermana– para sus experimentos] y veo el crematorio y veo todo aquello. Es demasiado; es muy difícil envejecer con esos recuerdos, ya sabe… Es muy duro (Langer, 1991, pp. 53-54). 306 Frente a situaciones como la anterior, resulta que, en otras ocasiones, las víctimas de experiencias de estrés emocional extremo presentan el patrón opuesto. Esto es, sufren un olvido total o parcial del episodio traumático. En tales casos, se habla de amnesia psicógena respecto al trauma, que incapacita a las víctimas para recuperar la experiencia devastadora. El siguiente caso, recogido y analizado por Christianson y Engelberg (1997, p. 232), ilustra dramáticamente esto último: Dos parejas están sentadas en un banco fuera de un restaurante. Una de las mujeres ve cómo tres hombres vienen hacia ellos. Ella percibe su actitud hostil, dirigida principalmente hacia los hombres que las acompañan. Lo siguiente que puede recordar es que está de rodillas junto a su marido que acaba de ser apuñalado hasta morir. Según los testigos presenciales, aquella mujer se acercó a los asesinos e intentó pararlos, éstos la arrojaron al suelo y le pusieron un cuchillo en la garganta, y en esa posición pudo contemplar cómo su marido era asesinado. Como señalan Christianson y Engelberg, la mujer no estaba bajo los efectos del alcohol ni de ninguna otra droga en el momento del suceso; sin embargo, dos años después de aquel terrible y traumático suceso, sigue sin poder recordar la secuencia completa de eventos horribles que transcurrieron entre los asesinos acercándose y ella junto a su marido asesinado, que es lo único que recuerda. Resulta, pues, que las personas que han sufrido experiencias de estrés traumático pueden experimentar distintas situaciones extremas de memoria: en unos casos, un torrente casi permanente de recuerdos dolorosos del evento que no pueden suprimir de su conciencia (hipermnesia) y, en otros, un olvido total o parcial de lo sucedido (amnesia). Esta realidad nos lleva a plantear algunas preguntas. Las primeras, por estar íntimamente relacionadas con el tema que venimos tratando, serían éstas: ¿Son los recuerdos traumáticos sensibles o inmunes al olvido motivado? ¿Es la amnesia traumática el resultado de la represión? Detengámonos, muy brevemente, en estas dos cuestiones antes de seguir planteando otras nuevas. Respecto a la posibilidad de controlar la memoria de los recuerdos traumáticos, no es fácil encontrar una respuesta clara dada la complejidad del fenómeno. Pero veamos algunas de las nociones básicas sobre el impacto del trauma sobre la memoria para entender lo que queremos decir. No obstante, el tratamiento será muy elemental teniendo en cuenta que el Capítulo 11 está dedicado íntegramente al análisis pormenorizado de las relaciones entre estrés emocional y memoria, donde estas cuestiones serán tratadas en profundidad. La evidencia disponible indica que la mayoría de la gente experimentará al menos una situación extremadamente amenazante a lo largo de su vida. Frente a ello, se observa una gran variedad de modos de afrontar tales experiencias altamente estresantes; así, aunque inmediatamente después del evento traumático la mayoría de las personas manifiestan unos niveles elevados de síntomas psicopatológicos, sólo un porcentaje muy 307 bajo (10-12%) desarrolla el síndrome crónico de trastorno de estrés postraumático (TEPT). Los síntomas nucleares de TEPT son, básicamente, estos tres: reexperiencias y recuerdos intrusos (imágenes recurrentes, flashbacks, pesadillas, etc.), evitación de los estímulos asociados al trauma y embotamiento emocional, e hiperactivación (hipervigilancia, respuesta de sobresalto elevada, insomnio, etc.). Los clínicos e investigadores coinciden en que, precisamente, los recuerdos persistentes e intrusos son los desencadenantes del resto de los síntomas del TEPT, porque consideran que lo que está alterado fundamentalmente en este trastorno es la memoria autobiográfica. En consecuencia, se ha prestado una especial atención al estudio de los recuerdos intrusos y, teniendo en cuenta que son una fuente permanente de distrés, a su posible control por parte del paciente. La evidencia clínica e investigadora acerca del control de los recuerdos traumáticos revela varias cosas. La primera, que los pacientes de TEPT generalmente se sienten incapaces de detener y/ o de expulsar de su conciencia los recuerdos de la experiencia traumática. En segundo lugar, que, a pesar de ello, se observan grandes diferencias individuales respecto al éxito o al fracaso en el control de los recuerdos no deseados. En este sentido, resulta interesante la idea sugerida por Klein y Boals (2001) de que un control inhibitorio débil sobre el contenido de la memoria operativa podría ser el responsable de las diferencias individuales en el tratamiento de los recuerdos intrusos. Por último, que, tal y como se vio al analizar los límites del olvido intencional, cuando las experiencias vitales están envueltas en emociones intensas, la capacidad de las personas para controlar los contenidos mentales y de la memoria en particular resulta significativamente limitada. En cuanto a si la causa de la amnesia traumática es el mecanismo de la represión, son muchos los clínicos e investigadores del trauma psicológico que apelan a la represión para explicar el bloqueo del recuerdo de la experiencia traumática en muchas víctimas de violación y otros actos violentos. En el Capítulo 12 se analizarán, con cierta profundidad, las amnesias psicógenas o funcionales y se presentan varias propuestas explicativas. Christianson y Engelberg consideran que el olvido de las experiencias traumáticas, así como el de las experiencias emocionales en general, cumple una función de supervivencia. La tesis mantenida por estos investigadores es que cuando las personas tienen que hacer frente y recordar eventos emocionales se ponen en funcionamiento dos mecanismos: uno cuya función es identificar y reconocer las situaciones amenazantes, y otro cuya función es olvidar las experiencias desagradables. Gracias al primer mecanismo de memoria, la humanidad ha sobrevivido y se ha desarrollado; por otro lado, sin las operaciones del segundo, la vida resultaría insoportable, ya que tendríamos que vivir permanentemente con la experiencia consciente de los recuerdos desagradables. Por tanto, del mismo modo que necesitamos mecanismos para identificar y reconocer los sucesos desagradables, necesitamos mecanismos para olvidarlos. Desde una perspectiva evolucionista, la supervivencia depende en gran medida de un sistema emocional que funciona lo suficientemente rápido como para alertarnos de los estímulos amenazantes, y 308 también de un sistema de memoria equipado con los mecanismos necesarios para inhibir, suprimir o reprimir de la conciencia los recuerdos de experiencias traumáticas. Estos mecanismos representarían un “continuo de evitación cognitiva” proporcional a la cantidad de dolor psicológico que un individuo es capaz de tolerar. El olvido de las experiencias traumáticas también se ha explicado apelando a mecanismos ordinarios de memoria, aunque con un funcionamiento en cierto modo alterado. En concreto, se ha sugerido que estas experiencias no se codifican ni se almacenan de un modo normal, sino que son sometidas a una codificación muy superficial por falta de atención o, más concretamente, porque durante una situación de arousal emocional muy elevado se produce un “estrechamiento de la atención” que imposibilita una codificación normal de todo el evento. Otros teóricos lo que plantean es que, por ejemplo, en el caso concreto de las víctimas de abusos sexuales durante la niñez, estos niños pueden sobrevivir en tales circunstancias porque desarrollan un estilo de “codificación evasiva”, que evita los estímulos amenazantes y dolorosos, y que les permite desenganchar su atención de tales estímulos y dirigirla a cualquier otro lugar u objeto, como, por ejemplo, los pomos de las puertas o los dibujos del papel de las paredes, durante los episodios de abuso. Un estilo de codificación evasiva resultaría, sin duda, adaptativo en circunstancias traumáticas crónicas, como en los casos de abuso sexual en la infancia, y en circunstancias traumáticas prolongadas, como en los casos de guerra. En psicología experimental, se ha distinguido tradicionalmente entre una codificación elaborativa o atencional, que genera huellas duraderas de memoria, y una codificación superficial o automática o con un gasto atencional mínimo, que no garantiza un almacenamiento permanente de la información. Los productos del llamado “estilo de codificación evasiva” compartirían sus características con los de una codificación superficial. Sin embargo, ello no es óbice para que en muchos casos los recuerdos de situaciones traumáticas presenten una persistencia y una intrusividad difíciles de suprimir. La psiquiatra estadounidense Lenore Terr (1990), reconocida experta en el estudio y tratamiento de los traumas infantiles, sostiene que muchas de estas víctimas sufren una “propensión imparable a ver constantemente sus traumas”: Tras la experiencia traumática –escribe Terr (p. 138, cursivas añadidas)–, los niños ‘ven’ repetidamente lo que les sucedió. Esas visiones, exactas o inexactas, aparecen cuando el niño o la niña visita el lugar donde se produjo el suceso, cuando alguien menciona el episodio traumático, cuando algo conectado con el trauma les viene a la mente por asociación, y cuando los olores, la atmósfera y la época del año renuevan la sensación de ‘estar allí’. Es como si la experiencia abrumadora –sostiene esta experta– dejase en la memoria de los niños “impresiones visuales grabadas a fuego” que, además, pueden durar toda la vida. ¿Por qué los recuerdos traumáticos están dotados de esa autonomía intrusiva que los convierte en enemigos de la víctima en la que habitan? o, con otras palabras, ¿por qué 309 los recuerdos traumáticos no se ajustan al principio de la recuperación o evocación deliberada y voluntaria que rige para el resto de los recuerdos autobiográficos? Estamos, sin duda, ante una cuestión que, con independencia del enfoque teórico que se adopte, resulta crucial para nuestra comprensión de la memoria del trauma. El hecho paradójico, y en consecuencia desconcertante, de que las experiencias traumáticas unas veces sean recordadas persistentemente mientras otras resultan imposibles de recordar en absoluto saca a la luz el espinoso problema del impacto real de las emociones sobre la memoria, es decir, si la emoción aumenta o disminuye la fuerza de los recuerdos. Nadie pone en duda que las emociones tienen efectos claros sobre nuestros recuerdos, pero la dirección de tales efectos resulta confusa. Y es que tanto las investigaciones de laboratorio como la observación clínica y, por supuesto, la mera experiencia personal de la propia vida cotidiana nos ofrecen ejemplos de la complicada influencia que sobre nuestra memoria ejercen los afectos, los sentimientos y las emociones en general. Hoy por hoy, la ciencia sigue sin encontrar una respuesta definitiva para explicar por qué razón las experiencias que nos violentan (externa y/ o internamente) y desencadenan en nosotros una cascada de emociones, unas veces dejan en nuestra memoria recuerdos de una viveza y duración sorprendentemente altas y otras veces, sin embargo, parece que borran hasta el más mínimo vestigio de tales experiencias. En los últimos años, investigaciones realizadas en el seno de la neurociencia cognitiva acerca de los efectos del estrés sobre estructuras cerebrales que juegan un papel determinante en el funcionamiento de la memoria están aportando conocimiento que puede resultar crucial para entender las hasta ahora desconcertantes relaciones entre emoción y memoria. En el Capítulo 11, como ya se ha indicado, se ofrecerá una visión integradora de los hallazgos obtenidos sobre las relaciones entre estrés traumático y memoria desde diferentes perspectivas teóricas y diferentes niveles de análisis. 310 9 Memorias falsas Cuando era joven podía recordar cualquier cosa, hubiera sucedido o no. Mark Twain 9.1. Introducción Como han indicado Roediger y McDermott (2000), existen dos errores fundamentales de memoria: olvidar eventos que ocurrieron realmente, como hemos visto en el anterior capítulo, y recordar o reconocer eventos que nunca ocurrieron (o recordarlos de forma distinta a como de hecho ocurrieron). Este último será precisamente el asunto del presente capítulo. Si hace tan sólo 20 años, algún investigador o teórico de la memoria hubiese hablado de memoria “verdadera” o de memoria “falsa” nadie habría entendido tales apelativos. Porque una cosa es asumir que la memoria humana es falible y otra muy distinta que pueda ser falsa. Sin embargo –como señalan Brainerd y Reyna (2005) en su obra The science of false memory–, desde hace algo más de una década, los términos “memoria falsa” y “memoria verdadera” se han hecho necesarios e imprescindibles en el contexto científico. Las razones primarias de tal necesidad han sido, por un lado, una serie de sucesos de enorme trascendencia social y humana donde se ha cuestionado la veracidad de los recuerdos relativos a experiencias horribles acaecidas en la infancia, y, por otro, el surgimiento y desarrollo de un nuevo campo de investigación espoleado por las circunstancias anteriores. Comentemos brevemente cada uno de ellos. Durante la década de 1990, se sucedieron en Estados Unidos una serie de acontecimientos que cambiaron el modo de pensar sobre la memoria, sobre todo, en lo que respecta a su maleabilidad e incluso a la posibilidad de que sus contenidos puedan ser en ocasiones completamente falsos. El primero de tales acontecimientos por su extraordinaria celebridad se produjo el año 1990, cuando un jurado declaró a George Franklin culpable del asesinato, en 1969, de Susan Nason, una niña de 9 años, tomando como única evidencia en su contra los recuerdos, reprimidos durante veinte años y, de 311 repente, recuperados, de Eileen, la hija del propio George Franklin1. Rápidamente, a este caso le siguió un aluvión de denuncias de adultos sometidos a terapia psicológica que, repentinamente, recordaban haber sido objeto de abusos sexuales durante su infancia a manos de sus padres o familiares. Siguiendo la monografía citada de Brainerd y Reyna, se exponen a continuación una serie de eventos íntimamente ligados con estas denuncias y con la posible falsedad de la memoria, que, dada su trascendencia social y humana y la extraordinaria publicidad recibida, impulsaron a muchos investigadores de la memoria a abordar rigurosa y sistemáticamente el estudio de la memoria falsa. a) b) c) d) e) En 1992, tras una serie de casos muy célebres de adultos que, como se acaba de señalar, de un modo prácticamente repentino, recordaban haber sido víctimas de abusos sexuales en su infancia, un grupo de profesionales, y de padres inocentes acusados de tales abusos, formaron la False Memory Syndrome Foundation. El principal objetivo que se marcó dicha Fundación fue estudiar, documentar y denunciar cómo multitud de familias estaban siendo destrozadas cuando los adultos, que de repente recuperaban recuerdos reprimidos sobre abusos sexuales siendo niños, declaraban que los perpetradores habían sido sus propios progenitores. En 1994, basándose en el informe de un comité de expertos, el Tribunal Supremo de Nueva Jersey anuló la condena de un profesor de preescolar a quien un juzgado inferior había considerado culpable de 115 cargos de abuso sexual infantil en las personas de 20 niños. Tomando en consideración los hallazgos científicos sobre el funcionamiento de la memoria de los niños y su alta sugestionabilidad, el informe de los expertos concluía que las alegaciones de abuso contra el profesor probablemente se apoyaban en recuerdos falsos provocados en entrevistas tendenciosas. Desde entonces, no han cesado las revocaciones de condenas similares en otros muchos estados. En 1995, un grupo de pacientes acusó a un psiquiatra de Minneapolis de implantarles mediante procedimientos terapéuticos recuerdos falsos de experiencias infantiles horribles, como abuso sexual incestuoso y participación forzada en ritos satánicos de infanticidio y canibalismo. El jurado lo condenó a indemnizar con sumas millonarias a los demandantes. En 1996, el Ministerio de Justicia hizo público un estudio sobre varios casos de condenas en el que, gracias a los análisis posteriores de muestras de ADN, se mostraba la inocencia y exoneración subsiguientes de los defendidos. En el estudio se concluía que el 90% de las condenas erróneas se habían basado en la presentación, como pruebas de culpabilidad por parte del ministerio fiscal, de informes de recuerdos falsos de los testigos presenciales. En 1998, la compañía de seguros de un psiquiatra de Chicago y el hospital en el que había sido internado un paciente para tratar su “trastorno de 312 personalidad múltiple” llegaron a un acuerdo extrajudicial de pagar al paciente 10,6 millones de dólares a cambio de que éste retirase la acusación de mala práctica profesional al psiquiatra. En la demanda se acusaba al psiquiatra de haber implantado, en el paciente y en sus hijos, recuerdos falsos de personalidades múltiples, de abuso sexual infantil y de participación en un rito intergeneracional. f) Por último, durante la década de 1990, los juzgados del Condado de Cook (Illinois) rechazaron 200 confesiones de asesinato al comprobarse que tales confesiones habían sido inducidas por investigadores policiales mediante métodos de interrogación claramente tendenciosos que habían generado en los acusados informes de memoria muy poco fiables. Elizabeth Loftus (1993), una autoridad en el campo de las memorias falsas, ya advirtió por entonces del peligro que corría la sociedad estadounidense, al dar crédito a los innumerables casos de recuperación repentina por parte de los adultos de recuerdos de abuso sexual en la infancia, de estar creando “una nueva pesadilla colectiva”. En definitiva, lo que los eventos mencionados pusieron sobre la mesa, incluida la advertencia de Loftus, fue la extraordinaria fragilidad de la memoria humana y la necesidad imperiosa de que los expertos analizasen científicamente el fenómeno de la falsificación de los recuerdos. 9.2. Errores y distorsiones de memoria: breve revisión histórica El hecho o, al menos, la sospecha de que la memoria no es exacta probablemente forma parte del conocimiento humano de todos los tiempos. No obstante, el interés por estudiar científicamente los errores de la memoria humana, si bien tiene algunos antecedentes en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del siglo XX –con trabajos aislados realizados entre las décadas de 1920 y 1970–, no comenzará de un modo sistemático hasta épocas recientes. El estudio experimental y sistemático de los errores, las distorsiones o las ilusiones de memoria (hablar de “ilusiones” de memoria equivale a hablar de memorias “falsas”) tiene una historia realmente muy corta, ya que se considera que comienza, como estamos diciendo, hacia mediados de la década de 1990. 9.2.1. Orígenes de la investigación sobre memorias falsas Los primeros estudios controlados sobre errores o distorsiones de memoria fueron 313 realizados por investigadores europeos durante los primeros años del pasado siglo XX. Tales investigadores se interesaron especialmente por la fiabilidad y sugestionabilidad del testimonio de los niños. Por ejemplo, el psicólogo francés Alfred Binet (1900) estudió la memoria de un grupo de niños, de entre 7 y 14 años, relativa a una serie de objetos que les había presentado previamente (e.g., un botón fijado con pegamento en un tablero; cinco líneas que aumentaban en longitud respecto a la anterior más una sexta línea idéntica a la quinta, etc.), y comprobó que la introducción de preguntas engañosas producía distorsiones sistemáticas en sus recuerdos. Unos años después, el psicólogo alemán William Stern (1910) observó el mismo fenómeno al comprobar que el recuerdo de un suceso que había sido previamente escenificado en el aula (e.g., una discusión entre dos estudiantes en la que uno de ellos sacaba un revólver) podía ser distorsionado mediante preguntas engañosas. Stern advirtió de la especial sugestionabilidad de los niños, sobre todo, porque tienden a mezclar ficción y realidad2. Los trabajos de Stern se consideran la fuente de inspiración de la noción moderna de “juicios de control de realidad”, un área de investigación desarrollada en décadas recientes por Marcia Johnson, y que será tratada más adelante. En aquellos años iniciales del siglo veinte, surgieron también algunas propuestas teóricas relevantes en las que se ofrecían explicaciones de los errores de memoria. Este fue el caso de la teoría de la memoria del biólogo alemán Richard Semon (1904). En dicha teoría, Semon se adelantó más de siete décadas al subrayar la importancia de la relación entre los procesos de “engrafía” (codificación) y los procesos de “ecforia” (recuperación). Según este autor, en todo acto de codificación la situación presente activa la recuperación de pensamientos, imágenes y recuerdos previos, razón por la cual el “engrama” recién creado no es una copia literal de la realidad sino una interpretación en la que están incluidas la información nueva y la información recuperada. Esto significa que si lo que entra en la memoria no es una réplica exacta de la realidad, lo que sale tiene que ser necesariamente algo distorsionado. Por tanto, según Semon, las distorsiones de la memoria se producen porque todo acto de ecforia o recuperación constituye un acto de engrafía o codificación; esto es, cada vez que recuperamos un evento pasado, éste se vuelve a codificar en la memoria3. También por aquellos años, Sigmund Freud desarrolló una teoría sobre las distorsiones de los recuerdos basada en el concepto de “represión”, que considera que el recuerdo de las experiencias pasadas tiende a distorsionarse por la influencia de fuerzas dinámicas y de carácter defensivo. La idea freudiana de “recuerdos encubridores”, que plantea que los recuerdos de las experiencias de la primera infancia son, en realidad, distorsiones bajo la forma de “un recuerdo que no debe su valor mnemónico al propio contenido, sino a la relación del mismo con otro contenido reprimido” (Freud, 1899, p. 340), es justamente una de las formas con las que Freud trató de apoyar su teoría sobre la alteración y la falsificación de los recuerdos. No obstante, no llegó a ofrecer una explicación enteramente satisfactoria de las alteraciones de los recuerdos. Un contemporáneo de Freud, el psiquiatra francés Pierre Janet, hizo interesantes observaciones clínicas y teóricas sobre las “ilusiones de memoria” en su obra L’évolution 314 de la mémoire et de la notion du temps (1928). Como se verá con más detalle en el Capítulo 11, Janet había distinguido, en otros trabajos anteriores, entre memoria “traumática” y memoria “narrativa”, y consideraba –al igual que hizo Semon– que las experiencias nuevas son codificadas en función de los conocimientos previos del sujeto e incorporadas a dichas estructuras cognitivas, por lo que la recuperación posterior de los recuerdos correspondientes es siempre una combinación de conocimiento viejo y nuevo. Además, Janet asumió que si bien los recuerdos ordinarios o narrativos tienden a sufrir distorsiones y falsificaciones, por ser siempre el resultado de una reconstrucción, los recuerdos traumáticos se mantienen inalterables durante períodos largos de tiempo. Si bien por aquellos mismos años aparecieron otras observaciones interesantes respecto a las distorsiones de la memoria, sobre todo en el ámbito clínico, como en el caso de los neuropsiquiatras Korsakoff o Bonhoeffer, o en el del neurólogo Pick, dichos trabajos no aportaron –como el resto de los mencionados hasta ahora– evidencia experimental sólida acerca de la naturaleza de las distorsiones de la memoria. Como ha señalado Roediger (1996), en una excelente revisión sobre “ilusiones de memoria”, los intereses de los psicólogos experimentales de la época respecto a la memoria estaban centrados en el curso del olvido y sus causas (e.g., la interferencia retroactiva), y no en los errores, las distorsiones o las ilusiones de memoria. De hecho, hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX no va a empezar a surgir el interés por el estudio experimental de las ilusiones de memoria –los distintos autores que han analizado el tema coinciden en apuntar a la década de 1970 como el período histórico en el que arranca dicho movimiento. Sin embargo, en las décadas de 1920 y 1930 encontramos dos excepciones aisladas del aserto anterior. La primera de ellas estuvo representada por los trabajos experimentales de algunos psicólogos de la Gestalt, que trataron de aportar evidencia empírica en favor de la hipótesis de que los recuerdos cambian con el paso del tiempo siguiendo los principios de las leyes de organización de la forma. En concreto, lo que plantearon aquellos psicólogos fue que los recuerdos van cambiando espontáneamente hacia gestalten cada vez más completas, simétricas, sencillas y perfectas posible (i.e., tal y como postula la “ley de la pregnancia” o de “la buena figura” respecto a las totalidades perceptivas). No obstante, frente a esta propuesta, otros investigadores de la época plantearon que tales resultados eran, en realidad, artefactos experimentales; opinión que ha sido compartida, más modernamente, por otros investigadores4. La segunda y más importante excepción al estudio de las distorsiones de memoria, durante aquellas primeras décadas, está representada por el trabajo de Bartlett sobre el proceso de recordar. 9.2.2. El trabajo de Bartlett sobre distorsión de la memoria 315 La monografía de Bartlett (1932) Remembering, que ya fue comentada ampliamente en el Capítulo 2 de este Manual, constituye, sin duda alguna, la contribución más importante de la primera mitad del pasado siglo al estudio de las distorsiones de la memoria. Como se recordará, Bartlett era un psicólogo interesado básicamente por los procesos de percibir; sin embargo, comprobó que el estudio de éstos le llevaba directa e inevitablemente al estudio de las imágenes mentales y de los procesos de recordar. Precisamente en el segundo capítulo de Remembering, titulado “Experimentos sobre percibir”, escribió: “Todas las personas a las que en algún momento les haya preocupado la naturaleza y validez de las observaciones cotidianas han tenido que darse cuenta de que gran parte de lo que se llama percepción es, en el sentido amplio del término, recuerdo” (p. 63 de la edición castellana), de modo que, cuando a un individuo se le presenta un dibujo o una escena para que la observe y, posteriormente, se le pide que la reproduzca, tiende a informar o a decir mucho más de lo que realmente percibió. En su opinión, el observador “rellena sus lagunas perceptivas con la ayuda de lo que ha experimentado anteriormente en situaciones semejantes o –lo que al final viene a ser lo mismo– describiendo aquello que considera que ‘encaja’ o es pertinente para dicha situación” (ibidem). A partir de sus experimentos sobre percibir y, especialmente, sobre recordar, Bartlett concluyó que tanto percibir como recordar son procesos constructivos. En todos sus experimentos y de un modo muy concreto en los de recordar, el psicólogo británico utilizó precisamente el tipo de materiales que Ebbinghaus había rechazado, esto es, historias y pasajes de prosa (recuérdese la famosa historia de “La guerra de los fantasmas” reproducida en el Capítulo 2). Mediante el empleo de dos métodos, la reproducción serial y la reproducción repetida, Bartlett observó las mismas características en el recuerdo de los sujetos, características que le llevaron a establecer la naturaleza del recordar y los tipos de transformaciones que las personas llevan a cabo cuando intentan recordar cualquier historia. Aunque sus hallazgos básicos están recogidos en nuestro Capítulo 2, no está de más volver sobre los que resultan especialmente relevantes en estos momentos. Así, Bartlett comprobó que la característica que se hacía más evidente cuando el proceso de recordar se demoraba consistía en que los informes eran cada vez más breves: se omitían detalles o determinados elementos que no encajaban en las expectativas de los sujetos, se cambiaban palabras o nombres por otros más familiares, se alteraba el orden de los acontecimientos y, lo más destacable, el contenido de la historia se distorsionaba hasta hacerlo lo más compatible posible con las experiencias culturales de los sujetos. Bartlett llegó a la conclusión de que los recuerdos son reconstrucciones de eventos vividos que están fuertemente influenciadas por estructuras preexistentes de conocimiento o esquemas. El recuerdo es un proceso esquemático, en el sentido de que la gente interpreta los estímulos a través de un conjunto de modelos (o esquemas) que tienen su origen en la experiencia vivida. En consecuencia, cuando el material que se presenta a un sujeto no es consistente con su modelo de mundo o con sus esquemas, éste lo interpreta y modifica en función de éstos. Por tanto, lo que se retiene en la memoria es una versión esquematizada y generalmente distorsionada del material original que, en el momento 316 del recuerdo, se utilizará para reconstruir la experiencia vivida. Según sus propias palabras, “Lo que recordamos es más una cuestión de construcción que una cuestión de mera reproducción”. Bartlett argumentó, además, que el proceso de recordar es una actividad fundamentalmente social, que está inevitablemente distorsionada por las actitudes y necesidades del sujeto que recuerda. Esta última idea sería verificada y ampliada magistralmente, unos años después, por Allport y Postman. 9.2.3. El trabajo de Allport y Postman Gordon Allport y Leo Postman, dos psicólogos de la Universidad de Harvard en la década de los cuarenta, realizaron una serie de experimentos y observaciones con el fin de encontrar el fundamento científico de los rumores. Los resultados de aquellos estudios fueron publicados en 1947 en un interesante y singular libro titulado The psychology of rumor. Mediante la aplicación del método de reproducción serial de Bartlett, el procedimiento utilizado fue como sigue: al primer sujeto de un grupo de seis o siete personas se le proyectaba una diapositiva que contenía, por ejemplo, una escena de un vagón de Metro en el que viajan un grupo de personas, entre las que se encuentran dos hombres de pie, uno negro y otro blanco, y este último lleva en la mano una navaja de afeitar (ver Figura 9.1). El primer sujeto tiene que hacer una descripción de la escena que está viendo y, una vez que termina, se apaga la diapositiva y entra en la sala el segundo sujeto, que escuchará lo que le cuenta el primero, que, no olvidemos, es el único que ve la escena. A continuación, el segundo sujeto contará al tercero lo que recuerda de lo que le ha contado el primero; el tercero, por su parte, contará al cuarto lo que recuerda que le ha contado el anterior, y así sucesivamente. El proceso termina confrontando el recuerdo del último sujeto del grupo con la escena original proyectada en la pantalla. 317 Figura 9.1. Escena del Metro utilizada por Allport y Postman. El contenido de los carteles publicitarios aparece traducido. Allport y Postman comprobaron que todas las escenas utilizadas se iban transformando y desfigurando en el curso de la transmisión de unas personas a otras. La escena del Metro, en concreto, fue recordada y contada así por los sujetos que habían ocupado el último puesto en distintos grupos experimentales: Recuerdo final (Grupo 1) “Esto tiene lugar en la esquina de una calle. Algo está ocurriendo. Hay un negro con una navaja, un hombre sin afeitar, dos mujeres leyendo diarios no muy interesadas en lo que está ocurriendo”. Recuerdo final (Grupo 2) “Éste es un Metro de Nueva York que se dirige a Portland Street. Hay una mujer judía y un muchacho negro que tiene una navaja en la mano. La mujer tiene un niño o un perro. El tren va a Deyer Street, y no sé más”. Recuerdo final (Grupo 3) 318 “Escena típica en un Metro. En la figura hay tres personas de pie. El Metro tiene las características habituales. Hay carteles publicitarios, uno de ellos de McGinnis como candidato a alcalde. Sentados están una mujer y un hombre. Otros dos hombres, uno negro, están discutiendo de las próximas elecciones. El negro está blandiendo una navaja. En otra parte del vagón hay una mujer de pie con un niño en brazos. Eso es también común en el Metro”. La distorsión más frecuente y más llamativa, pero no la única, en este caso de la escena del Metro, fue que la navaja de afeitar pasaba indefectiblemente del hombre blanco al hombre negro. Es decir, que en todos los grupos se producía el mismo error y en la misma dirección. Una distorsión no casual, por tanto, y que parece indicar que cuando recordamos, los procesos de construcción y reconstrucción del evento original no sólo se llevan a cabo a partir de nuestro conocimiento previo, como hemos apuntado hasta ahora, sino a partir también de la movilización de nuestros prejuicios, creencias, actitudes, estereotipos, hábitos, convencionalismos culturales y un sinfín de factores más que, en mayor o en menor medida, influyen eliminando unos detalles, cambiando otros o introduciendo elementos nuevos. El significado de esta dinámica –que se traduce en recuerdos alterados, distorsionados e incluso falsos– es que la memoria humana resulta extremadamente maleable por ser especialmente sensible y vulnerable a los efectos de una multiplicidad de factores internos y externos al propio sujeto. La sensibilidad de la memoria a los efectos de infinidad de factores es tan fuerte que incluso se pueden crear recuerdos de acontecimientos que nunca sucedieron. Probablemente, uno de los casos más citados de recuerdo falso sea el del eminente psicólogo Jean Piaget, reproducido en el Capítulo 1 de esta obra. Un poco más adelante, abordaremos la cuestión de los recuerdos falsos. 9.2.4. La era moderna en el estudio de las memorias falsas En contra de lo esperado, las contribuciones de Bartlett contenidas en su obra Remembering tuvieron un impacto relativamente pequeño sobre la investigación de la memoria de aquel tiempo. De hecho, hasta la década de 1970 no surgió un especial interés por dicho trabajo. La publicación de la influyente monografía de Ulric Neisser, Cognitive psychology, en 1967, hizo resurgir el interés por las ideas de Bartlett acerca de los esquemas y la reconstrucción y distorsión de la memoria, y una serie de experimentos importantes sobre errores en la retención de prosa, realizados a principios de la década de 1970, demostrarían que dicho enfoque era compatible con los análisis experimentales más modernos. Por ejemplo, el psicólogo estadounidense John Bransford y su equipo de la Universidad de Vanderbilt demostraron que cuando las personas oyen o leen oraciones, pasajes o historias construyen significados e inferencias, y son esas construcciones las que almacenan en su memoria a largo plazo y después recuerdan, en lugar de lo que 319 realmente oyeron o leyeron. En un estudio anterior, Jacqueline Sachs (1967) había observado que la forma original de una oración sólo se retiene el tiempo necesario para que se produzca la comprensión, de modo que cuando el sujeto ha extraído el significado, retiene en su memoria sólo la esencia de dicha oración y olvida la forma original o las palabras exactas. También en la década de 1970, el psicólogo Walter Kintsch, de la Universidad de Colorado, llegó a una conclusión similar a partir de sus hallazgos experimentales sobre la memoria de historias: cuando las personas evocan historias que han leído, oído o vivido, lo que recuerdan es la parte central de la historia y reconstruyen los detalles de acuerdo con su conocimiento previo5. Una conclusión importante de estos estudios fue que los procesos constructivos se llevan a cabo durante la codificación y los reconstructivos durante la recuperación. Asimismo, estos y otros estudios sobre la memoria de pasajes de prosa o de historias demostraron que tanto el recuerdo como el reconocimiento de oraciones e historias están fuertemente determinados por el conocimiento previo de los sujetos, tal y como Bartlett había señalado. Aunque, en realidad, tales estudios demostraron que la influencia del conocimiento previo sobre la memoria es mucho más fuerte de lo que el propio Bartlett sugirió. En el presente contexto, considero fundamental destacar la idea de que las distorsiones de la memoria, y los recuerdos falsos también, no son fenómenos raros ni excepcionales, ni en la vida real ni en el laboratorio. La psicóloga estadounidense Elizabeth Loftus inició, en la década de 1970, los primeros estudios en los que demostraba, utilizando el llamado paradigma de desinformación, que la información engañosa proporcionada a los sujetos tras la ocurrencia de un evento altera sistemáticamente –como ya habían observado Binet, Stern y otros investigadores a comienzos del pasado siglo– la retención posterior de dicho evento. Desde entonces, abundantes experimentos realizados con el citado paradigma han demostrado que la información post-evento puede configurar y distorsionar la memoria de dicho evento. Para producir dicho efecto, sólo basta con sugerir determinada información en el intervalo que va de la percepción de un evento a su posterior recuerdo. El procedimiento típico para producir experimentalmente el efecto de la desinformación comprende tres fases: en la primera, los participantes presencian un suceso en una proyección de vídeo (e.g., Pablo cometiendo un pequeño hurto en la librería de la universidad); en la segunda, esos mismos participantes leen un resumen escrito del evento que contiene sugerencias engañosas relativas a los detalles del mismo (e.g., “…y después Pablo escondió una pluma estilográfica en su mochila”, cuando en realidad lo que había sustraído era un pequeño bloc), y, finalmente, se pide a los participantes que cuenten lo que vieron en la película. Los resultados de estos estudios son actualmente bien conocidos: las personas tienden a incorporar al recuerdo del evento original las sugerencias posteriores a tal evento, lo que implica que la información sugerida después de un evento cambia el recuerdo de los testigos. La evidencia disponible al respecto es muy abundante y 320 demuestra que, en estos casos, las personas creen ingenuamente que están recordando algo de lo que han sido testigos cuando, en realidad, lo que están recordando son las sugerencias falsas que se les han hecho con posterioridad a la ocurrencia del evento. Como ha señalado Loftus (1993), la información nueva relativa al evento, pero posterior al mismo, nos invade “como un caballo de Troya” precisamente porque no detectamos su influencia. El efecto de la información engañosa posterior al evento resulta crucial para la consideración y el análisis de la sugestionabilidad de los testigos. Como se muestra en el Capítulo 11, la investigación de la memoria de los testigos indica con claridad que ésta puede ser distorsionada por la influencia de numerosos factores. En definitiva, después de varias décadas de investigación acerca de los efectos que sobre la memoria producen los informes falsos y la información engañosa, los estudiosos del tema no dudan en afirmar que las personas llegamos a creer que hemos visto o experimentado cosas que nunca sucedieron en virtud del llamado efecto de la desinformación6. Como era previsible, estas investigaciones se han centrado de un modo especial en el estudio de la sugestionabilidad de los testigos, y de la gente en general. Aunque de un modo muy breve, me parece oportuno señalar las variables que parecen jugar un papel clave en el grado de sugestión de las personas. En concreto, son éstas: (1) la sugestionabilidad de la memoria se incrementa a medida que aumenta el intervalo entre un suceso y el recuerdo de dicho suceso; (2) la sugestionabilidad es realzada por la autoridad percibida en la persona que hace las sugerencias engañosas; (3) la mera repetición de las sugerencias falsas aumenta sus efectos, y (4) las personas son tanto más sugestionables cuanto más plausibles les resultan las sugerencias. Estas variables permiten explicar tanto los datos generados en el laboratorio como un gran número de casos de recuerdos ilusorios o falsos de la vida real. La maleabilidad de la memoria es tan marcada que la creación de recuerdos falsos parece poseer el don de la ubicuidad. Quiero decir que las distorsiones de memoria o la creación de recuerdos completos sin base real se pueden dar en individuos de cualquier edad (aunque se producen con mayor facilidad en la infancia) y referirse con la misma credibilidad tanto a sucesos triviales o menores (e.g., robar un libro) como a eventos verdaderamente traumáticos (e.g., violaciones, ataques violentos, abusos sexuales en la infancia, etcétera7). Entre las variables determinantes de la distorsión, creación o implantación de recuerdos falsos, juegan un papel determinante también factores tales como la imaginación, las fantasías, los deseos y los sueños. Precisamente, en la segunda mitad de la década de 1970, Marcia Johnson inició una serie de estudios con el fin de descubrir los mecanismos y procesos subyacentes al fenómeno que lleva, a veces, a las personas a confundir los recuerdos generados a partir de eventos imaginados con recuerdos de hechos reales y viceversa. Los hallazgos de Johnson y el marco teórico propuesto me parecen tan relevantes para entender y explicar el fenómeno de las memorias falsas, que dedicaremos el apartado siguiente a su exposición. No obstante, me parece pertinente llamar la atención 321 en este punto sobre esa fuente potencial de los errores de la memoria que es la confusión entre lo imaginado y lo percibido. Porque hay que tener en cuenta que el contenido de lo que imaginamos, soñamos o fantaseamos es siempre almacenado en nuestra memoria; aunque, como veremos a continuación, los recuerdos generados a partir de estas fuentes tienen frecuentemente unas características diferentes de las de los recuerdos generados a partir de la percepción. Quizás el hallazgo más relevante en esta línea de investigación sea el hecho constatado de que el repaso mental de eventos imaginados llega a crear recuerdos de tales imaginaciones con características similares a los recuerdos de eventos reales. Como veremos, repasar, repetir o recrearse mentalmente en sucesos irreales puede convertir tales pensamientos en recuerdos con las características propias de los recuerdos de sucesos reales y acabar produciendo un recuerdo falso. Todas estas aportaciones experimentales y muchas más han colocado el estudio de los errores de memoria en general y de las memorias ilusorias o falsas (recuerdo falso y reconocimiento falso) en particular, en los puestos de vanguardia de la investigación actual de la memoria. Ahora bien, aunque el extraordinario interés que existe actualmente en los laboratorios de psicología experimental por el fenómeno de las memorias falsas tiene su punto de arranque en el trabajo de Henry Roediger y Katleen McDermott (1995) sobre la creación de memorias falsas en contextos experimentales, no debe olvidarse, sin embargo, que, tal y como se ha visto, dicho interés surge, básicamente, por la confluencia de diversos factores sociales y científicos que han acabado produciendo – como han señalado Bruce y Winograd (1998)– un cambio profundo en el zeitgeist de la pasada década. Dada la trascendencia científica del trabajo aludido de Roediger y McDermott y el uso masivo que posteriormente se ha hecho del paradigma experimental utilizado (denominado, de forma abreviada, paradigma DRM), examinaremos con detalle dicha investigación así como los pormenores del paradigma. Antes, no obstante, conviene analizar el trabajo de Marcia Johnson y su marco teórico. 9.3. El control de las fuentes de la memoria: distinguiendo entre realidad y fantasía Es un hecho reconocido por los investigadores actuales que el marco teórico de monitorización de las fuentes, o de control de las fuentes de la memoria, desarrollado por Marcia Johnson8, ha adquirido en los últimos años una importancia extraordinaria dado su gran poder explicativo para un buen número de distorsiones de memoria, como, por ejemplo, el recuerdo y el reconocimiento falsos, los efectos de la desinformación post-evento, la amnesia de la fuente y las fabulaciones. Según esta investigadora, virtualmente todas las distorsiones de memoria implican fallos en los procesos de monitorización de las fuentes de la memoria. Como punto de partida para la exposición de este marco teórico, conviene recalcar 322 dos ideas que son de por sí de capital importancia. La primera es que siempre que recuperamos un recuerdo su contenido sufre algún cambio, por pequeño que sea. La razón estriba en el hecho, ya comentado, de que recuperar conocimiento de la memoria implica la puesta en marcha de procesos constructivos y reconstructivos y tales procesos, como sabemos, están mediatizados por muchas variables de diversa naturaleza. Esto significa, entonces, que cuanto más usemos una información más se deformará. Así, existen datos que prueban que cuantas más veces describe verbalmente un testigo la cara de una persona, más se reduce su capacidad para reconocer posteriormente dicha cara en una fotografía (e.g., Schooler y Engstler-Schooler, 1990). En la vida cotidiana, no resulta difícil comprobar que si alguien cuenta la misma anécdota muchas veces la versión que da en cada ocasión siempre difiere en algo de las otras, bien porque añade algunos detalles, bien porque los omite o bien porque los modifica. La segunda idea relevante es que las fuentes de los recuerdos son esencialmente dos, una externa, la percepción, y otra interna, la imaginación. En otras palabras, los recuerdos se originan, bien a partir de lo que experimentamos en el mundo que nos rodea o bien a partir de los mundos que imaginamos, fantaseamos o soñamos. Por lo general, aunque ambas fuentes generen verdaderos recuerdos, las personas distinguimos con facilidad y rapidez si un recuerdo corresponde a un acontecimiento real o es sólo fruto de nuestra reflexión o fantasía. Marcia Johnson ha llamado “control de realidad” (reality monitoring) a los procesos que nos permiten discriminar los recuerdos y creencias generados por la reflexión de los derivados de la percepción. Por lo general, los procesos de control de realidad funcionan adecuadamente, aunque no es infrecuente que el proceso falle y la persona atribuya a una fuente externa recuerdos generados internamente o viceversa. En 1981, Marcia Johnson y Carol Raye propusieron un modelo que explica cómo los eventos percibidos y los eventos imaginados se discriminan (o se confunden) en la memoria. Según dicho modelo, toda huella de memoria contiene distintos tipos de atributos; a saber, contextuales (e.g., situación, tiempo, lugar), sensoriales (e.g., detalles visuales, colores, sabores), semánticos (e.g., significado del evento, sentimientos) y operaciones cognitivas (e.g., razonamiento, repaso, búsqueda, toma de decisiones, procesos organizativos). Según el origen de las huellas, estos atributos estarán presentes, ausentes o variarán tanto cuantitativa como cualitativamente, es decir, que las huellas de memoria variarán entre sí cuantitativa y cualitativamente según su origen sea externo o interno. Los recuerdos de origen externo son generalmente más vívidos, porque contienen más características sensoriales y contextuales, así como mayor cantidad de detalles semánticos, que los recuerdos de origen interno, que se caracterizan por contener más información sobre operaciones cognitivas. A partir de estos presupuestos, Johnson y Raye consideran que los procesos de control de realidad implican al menos dos tipos de juicio, uno inconsciente o automático y otro consciente. En condiciones normales, en primer lugar, se pone en marcha un proceso automático, inconsciente y no intencionado de toma de decisión sobre la base de la combinación de los pesos resultantes de la comparación de los atributos de cada 323 huella. El resultado de dicha decisión es analizado conscientemente y permitirá al individuo seleccionar una respuesta sobre el origen de la huella. No obstante, no es infrecuente que este primer proceso no tenga éxito, es decir, que el sujeto no sepa, por ejemplo, si lo que recuerda lo vio realmente o simplemente se lo imaginó. Cuando esto sucede, el modelo prevé que el sujeto lleve a cabo una nueva operación, que ahora será un proceso consciente e intencionado de razonamiento, que actuaría tanto sobre las características de las huellas relacionadas con la huella que está enjuiciando (e.g., el sujeto recurriría a los llamados “recuerdos de apoyo”) como sobre diversas suposiciones de metamemoria (i.e., suposiciones sobre el funcionamiento de su propia memoria) con el fin de establecer el origen del recuerdo. El uso de cualquiera de los dos procesos de toma de decisión vendrá caracterizado por una serie de factores tales como el tiempo necesario para tomar una decisión, la información de que disponga el sujeto y sus diferentes tipos y, por supuesto, el coste de los posibles errores9. Por tanto, y ésta es una asunción básica del modelo, la realidad no nos viene dada directamente en el recuerdo sino que es una atribución que hacemos a partir de ciertos procesos de juicio. Resulta interesante comprobar cómo pacientes con daño cerebral, concretamente pacientes con lesiones en los lóbulos frontales, cometen fallos de control de realidad que parecen ser la consecuencia de errores durante el segundo tipo de proceso, es decir, consecuencia de una alteración de los procesos de juicio que están supervisados y controlados por el sistema ejecutivo. Estudios neuropsicológicos han demostrado que, en efecto, determinadas formas de daño cerebral, como, por ejemplo, una combinación de lesiones frontales y temporomediales (ver Johnson y Raye, 1998), pueden provocar profundas confusiones entre las fuentes de los recuerdos que explicarían el fenómeno de la fabulación. Así, pues, sobre la base de los dos procesos descritos, las personas decidimos rápida y automáticamente cuál es el origen del recuerdo en cuestión. La mayor parte de las veces, la atribución del origen es correcta, es decir, los productos de la percepción son identificados como tales y los productos de la imaginación o de los sueños son identificados como “fantasías”. Sin embargo, en ocasiones ocurre que algunas huellas de memoria contienen características que no son típicas de su clase; por ejemplo, una imagen generada mentalmente puede llegar a adquirir, si el sujeto se recrea en ella repetidamente, un elevado número de detalles sensoriales y contextuales que la harán especialmente vívida. Cuando esto se produce, la probabilidad de atribuir un origen externo a dicha imagen y, en consecuencia, de equivocarse es muy alta. ¿Cuántas veces no hemos dudado entre el recuerdo de una acción y el recuerdo de la intención de ejecutar tal acción? No es raro, por tanto, que, a veces, resulte difícil o incluso imposible distinguir estos dos tipos de recuerdos y, entonces, uno suele preguntarse, “¿Lo hice o sólo me imaginé haciéndolo?”. Por ejemplo, ¿quién no ha dudado alguna vez si cerró la puerta, apagó la calefacción, cerró la llave del gas, se tomó la pastilla, echó sal a la comida, etcétera, o resulta que todo se quedó en la intención o el plan imaginados? Ahora bien, como ha señalado posteriormente Johnson (1997), los procesos de 324 control de realidad sólo son un subconjunto de la actividad cognitiva más general referida como monitorización de las fuentes, que supone distinguir entre fuentes externas (e.g., ¿Esa noticia la leí en el periódico, la oí en la radio o la vi en televisión?), entre fuentes internas (e.g., ¿Ir caminando por la Muralla China es algo que imaginé o fue algo que soñé?) y entre fuentes externas e internas (i.e., los procesos concretos de control de realidad ). Por tanto, la monitorización de las fuentes es considerada como una atribución que resulta de procesos de juicio realizados a partir de ciertas características fenoménicas de los recuerdos, de juicios acerca de su plausibilidad y de verificaciones de su consistencia, así como de otras estrategias de recuperación y de razonamiento. En resumidas cuentas, el problema que subyace a estos procesos no es otro que el de la capacidad para distinguir entre lo que ocurrió en nuestra cabeza y lo que sucedió en el mundo; o, lo que es lo mismo, el problema de distinguir los hechos de las fantasías. No resulta extraño, entonces, que los fallos de monitorización de las fuentes sean anormalmente frecuentes en la esquizofrenia, las demencias, los delirios y todos aquellos estados mentales que se caractericen por la presencia de alucinaciones y obsesiones10. En línea con ello, uno de nuestros estudios permitió introducir ciertas matizaciones al respecto. Ruiz-Vargas, López-Frutos y Cuevas (2000) analizaron experimentalmente los procesos de monitorización de las fuentes en pacientes esquizofrénicos alucinadores y no alucinadores. Veinticinco pacientes diagnosticados de esquizofrenia paranoide (divididos en 3 grupos: alucinadores actuales, alucinadores no actuales y no-alucinadores) y un grupo equiparado de controles sanos participaron en dos experimentos. En el Experimento 1, se analizaron los procesos de juicio (automático versus intencional) en una tarea de monitorización de fuentes externas, y en el Experimento 2, en una tarea de control de realidad. Los resultados pusieron de manifiesto los siguientes hallazgos: 1) No parece existir un déficit general en los procesos de monitorización de las fuentes en los pacientes esquizofrénicos, ya que el patrón de ejecución fue similar en todos los grupos en ambas condiciones de procesamiento. 2) Los pacientes esquizofrénicos con alucinaciones actuales son menos eficaces a la hora de establecer el origen de sus recuerdos, con independencia de la estrategia de juicio utilizada. 3) Los pacientes esquizofrénicos con alucinaciones actuales tienden a asignar una fuente externa a las representaciones de origen interno. En conclusión, el proceso alucinatorio, y no la condición de esquizofrenia, parece ser la variable crucial en la alteración de los procesos de monitorización de las fuentes de la memoria. Estos fallos, sin embargo, no son exclusivos de procesos mentales anormales. En la vida cotidiana, los fallos y las imperfecciones en los procesos de monitorización de las fuentes son muy comunes entre las personas normales (los ejemplos de la vida cotidiana mencionados antes sólo son una pequeña muestra) y podrían explicar un gran número de distorsiones de memoria. Si hemos aceptado que recuperar un recuerdo supone siempre añadir o eliminar detalles al mismo, debemos aceptar, consecuentemente, que la mayor parte de nuestros recuerdos –por no decir todos– son una mezcla de información percibida y material autogenerado. 325 Para ilustrar lo que acabamos de decir, nada mejor que un recuerdo de la propia Marcia Johnson donde se aprecia, después de sus comentarios, la integración de información percibida y de material autogenerado en un único recuerdo coherente. Siendo estudiante de primer año de Facultad, llevé a un par de amigos a cenar a casa de mis padres. En un momento de la conversación, salió el tema de las sequías y pensé en un incidente que nos ocurrió cuando yo tenía alrededor de 5 años, y decidí contar la historia: Mi familia [conmigo incluida] iba en coche por el Valle de San Joaquín en California y tuvimos un pinchazo. No teníamos rueda de repuesto, así que mi padre quitó la rueda pinchada e hizo autostop hasta una gasolinera para reparar el pinchazo. Mi madre, mi hermano, mi hermana y yo nos quedamos en el coche. Hacía un calor espantoso, más de 100 ºF, y estábamos sedientos. Finalmente, mi hermana cogió un par de botellas vacías y se fue por la carretera hasta una granja. La dueña de la granja le explicó que en todo el valle estaban sufriendo una fuerte sequía y que sólo le quedaba un poco de agua embotellada. La mujer reservó un vaso de agua para su niño, que estaba a punto de llegar de la escuela, y rellenó las botellas de mi hermana con el resto. Mi hermana regresó al coche y nos la bebimos toda. También recuerdo haberme sentido culpable por no haber guardado nada para mi padre, que probablemente estaría sediento cuando volviese con la rueda reparada (Johnson, 1985, p. 1). Marcia Johnson añade que, cuando terminó de contar la historia, sus padres se rieron y le dijeron que la historia no había sucedido realmente así, sobre todo en lo referente a la segunda parte de la misma, cuando –según recuerda Johnson– su hermana va por agua a una granja. Es decir, que, efectivamente, una vez hicieron aquel viaje por el valle de San Joaquín, que era época de sequía, que pincharon y que el padre tuvo que ir a una gasolinera a reparar el neumático mientras los demás miembros de la familia se quedaron en el coche, y que la hermana de Marcia se quejó mucho del calor que hacía, pero que nadie fue a buscar agua a parte alguna. Johnson argumenta que lo que pasó, entonces, fue que ella imaginó una solución al problema de la sed y dicha solución imaginada se integró en el recuerdo de aquel suceso. ¿En base a qué autogeneramos información? Como ha quedado patente en este y en anteriores apartados, nuestro bagaje de conocimiento, nuestras creencias, actitudes, prejuicios, etcétera, por un lado, y nuestras imaginaciones, deseos y sueños, por otro, además de la información engañosa sugerida por los demás, conforman una poderosa fuente generadora de información que invade de un modo natural nuestra memoria y contamina los recuerdos originales. Como recalcaremos en subsiguientes apartados, especialmente cuando analicemos el poder de la imaginación en la creación de recuerdos falsos, el producto final de esta dinámica permanente es la modificación, distorsión, implantación y creación de recuerdos que, en mayor o en menor grado, son derivaciones de hechos percibidos y hechos sugeridos o imaginados que, generalmente, recuperamos y narramos convencidos de su autenticidad. De ahí que compartamos la opinión de Johnson (1997) de que la mayor parte de las distorsiones de memoria –excepto, quizás, los errores de omisión– son el resultado de fallos en los procesos de monitorización de las fuentes de la memoria. 326 9.4. La generación de memorias falsas: paradigmas y mecanismos Como estamos viendo, los factores o los mecanismos que pueden producir distorsiones de memoria o incluso crear memorias falsas son muchos y diversos. Por razones prácticas, nuestro análisis sobre la generación de memorias falsas lo organizaremos en torno a dos grandes apartados: por un lado, los estudios experimentales realizados con listas de palabras que han tomado como variable independiente crucial la “relación” (generalmente, semántica) entre los ítems, y, por otro, aquellos trabajos que han analizado la generación de memorias falsas relativas a eventos mucho más complejos que una simple palabra, como, por ejemplo, haberse perdido en un centro comercial durante la infancia. 9.4.1. El paradigma Deese-Roediger-McDermott El paradigma Deese-Roediger-McDermott tiene su origen en un viejo estudio del psicólogo estadounidense James Deese (1959). Deese demostró que si a un grupo de sujetos se le presenta una lista de palabras que son asociados semánticos de alto nivel de una palabra crítica que no se incluye en la lista (dicha palabra recibe el nombre de “palabra tema” o “cebo”), en los tests posteriores de recuerdo o de reconocimiento los sujetos tienden a creer erróneamente que dicha palabra había sido presentada en la lista de estudio. Por ejemplo, si a los sujetos experimentales se les presentan las palabras sonido, piano, nota, violín, canción, melodía, baile, alegría, disco, ritmo, sinfonía y concierto, éstos tenderán a informar equivocadamente que música formaba parte de la lista. En 1995, Roediger y McDermott recuperaron y revitalizaron el paradigma de Deese –que desde entonces es denominado con los nombres de los tres investigadores, DeeseRoediger-McDermott o, simplemente, el paradigma DRM11–, replicaron el hallazgo de niveles altos de recuerdo falso y reconocimiento falso de los cebos, y extendieron sus hallazgos en varios frentes. Por ejemplo, demostraron que el reconocimiento falso de los cebos, esto es, la tasa de falsas alarmas (76,5%), se igualaba e incluso superaba en algunas condiciones a la tasa de aciertos (72%). Comprobaron, asimismo, que al aumentar el intervalo entre estudio y test aumentaba tanto el reconocimiento correcto como el reconocimiento falso. Además, aplicaron el paradigma recordar/saber de Tulving (1985) –expuesto en el Capítulo 7– y observaron que la proporción de respuestas “R” y “S” era muy similar para las palabras estudiadas y para los cebos; más aún, y esto resulta muy sorprendente, los sujetos asignaban con frecuencia un juicio “R” a los cebos, es decir, a las palabras no presentadas. Desde entonces, centenares de experimentos con el paradigma DRM han confirmado y ampliado los hallazgos de Roediger y McDermott. Mediante la 327 manipulación de diferentes variables independientes, multitud de investigadores han observado que los cebos parecen actuar como si de hecho hubiesen sido presentados. A) Similitudes y diferencias entre las memorias falsas y las memorias verdaderas Los múltiples hallazgos obtenidos mediante la aplicación del paradigma DRM podrían resumirse considerando las similitudes y las diferencias encontradas en el modo de funcionar de las memorias falsas y las memorias verdaderas12. Las memorias falsas han resultado ser similares a las memorias verdaderas en los siguientes aspectos: a) En el nivel de confianza atribuido: generalmente, los sujetos tienden a asignar al reconocimiento falso de los “cebos” niveles de confianza tan altos como al reconocimiento verdadero de las palabras presentadas. b) En la experiencia de la recolección: es un hecho reiteradamente constatado que los sujetos asignan frecuentemente “respuestas R” a los cebos, lo que significa que pueden revivir mentalmente el episodio concreto de haber estudiado un cebo no presentado en lugar de limitarse a decir que sólo “saben” que apareció en la lista (lo que equivaldría a una respuesta “S”). c) Tanto las memorias verdaderas como las falsas aumentan la probabilidad de recuerdo (verdadero y falso, respectivamente) con presentaciones bloqueadas (i.e., cuando los asociados de la misma palabra tema aparecen agrupados) frente a presentaciones aleatorias (i.e., cuando se presentan mezclados asociados de distintas palabras tema). d) Ambos tipos de memorias son sensibles a los efectos de los niveles de procesamiento, esto es, los niveles profundos de procesamiento (e.g., los juicios de agradabilidad) producen niveles más altos de reconocimiento verdadero y también de reconocimiento falso que los niveles superficiales de procesamiento (e.g., juicios sobre las vocales de una palabra). e) Ambos tipos de memorias son sensibles al “efecto test”, es decir, el acto de recordar (e.g., en un Test 1 de recuerdo libre) aumenta tanto el reconocimiento de los ítems estudiados como el reconocimiento falso de los cebos (e.g., en un Test 2 de reconocimiento). f) Los sujetos no tienen dificultad alguna para asignar una fuente a las palabras cebo, como cuando se les pide que recuerden si las palabras presentadas en la fase de estudio han sido leídas por una voz de hombre o por una voz de mujer. 328 En general, estos hallazgos sugieren que los sujetos creen realmente que están recuperando información de una fuente concreta cuando están juzgando las palabras no presentadas. Al mismo tiempo, las memorias falsas parecen ser diferentes de las memorias verdaderas en distintos aspectos, muchos de los cuales se han interpretado como resultado de variaciones en la distintividad: a) b) A diferencia de las memorias verdaderas, que decrecen cuando aumenta el intervalo de retención, las memorias falsas se mantienen estables en tests de reconocimiento después de 24 horas, e incluso llegan a aumentar con tests de recuerdo libre después de una demora de 2 días. Cuantos más detalles tengan disponibles los sujetos, más probable es que aparezca un patrón opuesto para ambos tipos de memorias, esto es, que aumenten las memorias verdaderas y disminuyan las memorias falsas. Por ejemplo, • • • La repetición del ciclo completo estudio/test (e.g., repetir cinco veces todo el procedimiento desde la fase de estudio a la fase de prueba) aumenta las memorias verdaderas y reduce las memorias falsas. Estos efectos de la repetición estudio/test han sido confirmados tanto para el recuerdo y el reconocimiento verdaderos como para el recuerdo y el reconocimiento falsos. Cuando cada una de las palabras estudiadas se presenta junto con un dibujo, aumentan las memorias verdaderas y disminuyen las memorias falsas. Schacter, Israel y Racine (1999) demostraron que el reconocimiento falso se reducía si los participantes encontraban las condiciones propicias para codificar los detalles perceptivos más distintivos de las palabras, algo que conseguían cuando cada palabra se acompañaba del dibujo correspondiente. Estos investigadores apelaron al “heurístico de la distintividad” para explicar por qué se reducía el reconocimiento falso en tales condiciones. Cuando a los sujetos se les pide que generen imágenes de cada uno de los conceptos a los que hace referencia cada una de las palabras de las listas, aumentan las memorias verdaderas y disminuyen las memorias falsas. Este hallazgo procede de uno de nuestros estudios (RuizVargas, Cuevas y López-Frutos, 2000) en el que, siguiendo la hipótesis del “heurístico de la distintividad”, encontramos que en condiciones de codificación con imágenes se producía un aumento del recuerdo y del reconocimiento verdaderos y una disminución significativa del reconocimiento falso (pero no del recuerdo), respecto a la condición de codificación sin imágenes. 329 c) d) La modalidad de presentación afecta a las memorias falsas pero no tiene efectos significativos sobre las memorias verdaderas. En concreto, la presentación visual reduce drásticamente las memorias falsas. Smith y Hunt (1998) explicaron este efecto reductor de la modalidad apelando a que la presentación visual permite un procesamiento más distintivo o específico del ítem. Por último, en condiciones de atención dividida, las memorias falsas parece que aumentan frente al efecto contrario observado (en estudios clásicos sobre atención dividida y memoria) en las memorias verdaderas. No obstante, no todos los estudios han confirmado este hallazgo. Efectivamente, los resultados acerca de los efectos de la atención dividida sobre las memorias falsas (recuerdo y reconocimiento) presentan un panorama mixto. Por ejemplo, Seamon et al. (1998) encontraron que la división de la atención durante la fase de estudio elevaba los niveles de reconocimiento falso un 30% frente a la condición de atención plena; sin embargo, en un estudio posterior (Seamon et al., 2003), comprobaron que la atención dividida alteraba tanto el recuerdo y el reconocimiento verdaderos como el recuerdo y el reconocimiento falsos. Otros estudios, como el de Dodd y MacLeod (2004), han observado que la atención dividida sólo reduce el reconocimiento verdadero y tiene efectos nulos sobre el reconocimiento falso de los cebos. Por su parte, Pérez-Mata, Read y Diges (2002) encontraron que la atención dividida durante el estudio deterioraba el recuerdo verdadero e incrementaba el recuerdo falso de los cebos. En conclusión, aún no se dispone de una explicación satisfactoria para el hecho de que en unas condiciones la atención dividida reduzca el reconocimiento falso, en otras tenga unos efectos nulos y en otras incremente el recuerdo falso. B) Teorías explicativas de las memorias falsas en el paradigma DRM El uso masivo del paradigma DRM ha producido un espectacular avance en esta área de investigación, aunque el indiscutible progreso empírico no se ha visto acompañado aún por el correspondiente progreso teórico. En concreto, la investigación experimental ha permitido identificar numerosos factores que producen memorias falsas, ha demostrado que las memorias falsas son más persistentes temporalmente que las memorias verdaderas, ha identificado procesos y factores que reducen significativamente la tasa de memorias falsas, ha constatado que las memorias verdaderas y las memorias falsas tienen características cualitativas diferentes y también similares, y ha demostrado, igualmente, que las diferencias individuales (jóvenes, ancianos, pacientes amnésicos, entre otros) juegan un papel relevante en la producción de memorias falsas. Sin embargo, 330 todavía no se ha alcanzado un consenso respecto al marco teórico que mejor explicaría el recuerdo y el reconocimiento falsos en este paradigma. Básicamente, lo que el paradigma DRM ha puesto de manifiesto es que los procesos asociativos pueden generar en las personas “ilusiones de memoria” (que, conviene no olvidar, son ilusiones de naturaleza asociativa), si bien, tradicionalmente, lo que se ha subrayado respecto a la asociación es que produce una retención excelente. Éste es un hallazgo –como reconocen Roediger et al. (1998, p. 233)– que puede resultar, por tanto, sorprendente y contraintuitivo, aunque se han formulado diferentes teorías para explicar estos errores producidos por procesos asociativos. Como entendemos que no procede revisar aquí todas ellas, a continuación se exponen las ideas básicas de aquellas propuestas explicativas que cuentan con mayor consenso entre los teóricos e investigadores de las ilusiones de memoria asociativa generadas con el paradigma DRM. a) b) El marco del procesamiento relacional-distintivo. El efecto de la modalidad, encontrado inicialmente por Smith y Hunt (1998) y confirmado posteriormente en otros muchos estudios, tiene un especial interés teórico por cuanto refuerza la explicación del fenómeno de las memorias falsas en el paradigma DRM en términos de la interacción del procesamiento distintivo y relacional. Tal y como se indicó en el Capítulo 6, el marco relacional-distintivo postula que el rendimiento mnemónico está determinado por el procesamiento de las similitudes y las diferencias de los elementos de un evento. Dado que un evento está definido por la similitud de sus elementos, se asume que, durante la recuperación, las diferencias resultan de capital importancia para discriminar entre tales elementos. Por ejemplo, en el paradigma DRM, las palabras presentadas y las palabras-cebo no presentadas comparten la propiedad de haber sido activadas durante la codificación; por tanto, el procesamiento diferencial de las palabras estudiadas y no estudiadas será determinante para la discriminación en el momento del test y permite predecir que cuanto mayor sea el procesamiento distintivo o diferencial durante la codificación menor será la probabilidad de recuerdo y de reconocimiento falsos. El efecto reductor de la presentación visual sobre las memorias falsas encontrado por Smith y Hunt (1998) o el efecto similar encontrado por Schacter et al. (1999) mediante la presentación de dibujos, así como el encontrado por nosotros (Ruiz-Vargas et al., 2000) mediante el uso de imágenes mentales, son ejemplos congruentes con las predicciones del marco relacional-distintivo. Teoría de la propagación de la activación. Esta teoría tiene su origen en los trabajos y el modelo de Collins y Quillian (1969) sobre representación del conocimiento en redes semánticas y, especialmente, en la versión modificada que del anterior modelo realizaron Collins y Loftus (1975). En aras de la 331 brevedad, los dos supuestos básicos de dicha teoría son (1) el conocimiento humano está representado en una red semántica constituida por un conjunto de nodos (o nudos), etiquetados mediante palabras que representan conceptos, y por una serie de conexiones entre ellos (al modo de una red), y (2) cuando un nodo determinado se activa ante la presentación de una palabra, dicha activación se propaga a todos los nodos adyacentes o que están conectados con el primero por alguna relación (básicamente semántica). Desde esta perspectiva teórica, y en condiciones del paradigma DRM, se asume que la presentación de cada uno de los asociados de la lista de estudio produce una activación del nodo correspondiente, que se propaga automáticamente por toda la red semántica y que, necesariamente, activará el nodo de la palabra cebo tantas veces como asociados contenga la lista (e.g., si la lista de estudio está formada por 15 asociados, el nodo del cebo será activado 15 veces). La consecuencia lógica de dicha activación repetida será el recuerdo y/ o el reconocimiento erróneo del cebo. c) Teoría de la huella borrosa. Esta teoría se ha desarrollado en el contexto de la investigación de la memoria, el razonamiento y el desarrollo cognitivo, y ha alcanzado gran notoriedad en la literatura sobre memorias falsas13. El postulado central de esta teoría establece que toda experiencia deja dos huellas o dos representaciones en la memoria: una representación específica (verbatim), centrada en las características y detalles perceptivos, y una representación genérica (gist), basada en el contenido semántico o el significado del evento. La representación específica está asociada a la experiencia subjetiva de la recolección, mientras que la representación genérica va asociada a la experiencia subjetiva de la familiaridad. Según sus proponentes (Reyna y Brainerd, 1995), las huellas específicas y las huellas genéricas se forman en paralelo durante la codificación, dando lugar a una jerarquía de representaciones independientes con diferentes niveles de precisión. En el momento de la recuperación, y teniendo en cuenta que la huella genérica es superior a la específica en accesibilidad y recuerdo (factores éstos –accesibilidad y memorabilidad– que se incrementan con el paso del tiempo), la persona tiende a elegir, a veces, representaciones genéricas falsas incluso cuando dispone de memorias específicas verdaderas. Esta teoría podría explicar una gran variedad de errores de memoria, como los generados con el paradigma DRM. En concreto, el recuerdo y el reconocimiento falsos creados con este paradigma se explicarían porque el sujeto se basa, en el momento del test, en representaciones genéricas. d) El marco teórico de la monitorización de las fuentes. Como se ha dicho anteriormente, el marco de la monitorización de las fuentes parte del hecho demostrado de que tanto las experiencias perceptivas como determinadas operaciones cognitivas (e.g., pensar, imaginar, soñar, etc.) producen huellas 332 e) de memoria. Las primeras serían de origen externo y las segundas de origen interno. Gracias a los procesos de monitorización de las fuentes podemos identificar la fuente de nuestros recuerdos al discriminar entre fuentes externas, entre fuentes internas, y entre fuentes externas e internas. Este marco ha resultado ser de extraordinaria relevancia para entender cómo se generan las memorias falsas en general y en el paradigma DRM en particular. Así, el recuerdo y el reconocimiento falsos se explicarían en términos de confusiones entre las fuentes. En concreto, tales confusiones surgirían cuando el participante falla al distinguir si la palabra en cuestión (por ejemplo, música, en el ejemplo de la lista de asociados presentada más arriba) fue presentada realmente o sólo fue activada internamente. Teoría de la activación-monitorización. Esta propuesta, resultado de la combinación de la teoría de la propagación de la activación y del marco de la monitorización de las fuentes, considera que el recuerdo y el reconocimiento falsos serían el resultado de la activación repetida de la palabra cebo durante la codificación y de un fallo de monitorización de las fuentes en el momento de la recuperación. Quizás ninguna de las explicaciones propuestas sea suficiente por sí sola para dar cuenta de los múltiples fenómenos relativos a los errores, distorsiones o ilusiones de memoria observados dentro y fuera del contexto experimental del paradigma DRM. Existe la opinión, cada vez más fundamentada, de que tal vez sea necesario recurrir a elementos de diferentes teorías dado que unos pueden explicar la activación de las memorias falsas mientras otros parecen necesarios para explicar las confusiones. En este sentido, cada vez son más abundantes los resultados que avalan las predicciones de la teoría mixta de la activaciónmonitorización, especialmente en el contexto del paradigma DRM. 9.4.2. Creación de memorias falsas de eventos complejos La investigación revisada parece clara respecto a la facilidad con la que se puede manipular la memoria. Los hallazgos comentados demuestran, no sólo que es posible, sino que resulta relativamente fácil hacer que una persona recuerde una palabra que nunca fue presentada y la juzgue como presentada. O que cambie elementos de su recuerdo original e integre elementos falsos en su narración a partir de información engañosa proporcionada por terceros, y crea que todo forma parte de la experiencia vivida. Ahora bien, ¿estos hallazgos permiten suponer que también se pueden crear recuerdos falsos completos de sucesos de la vida real? La investigación disponible nos dice que sí, que es posible implantar, crear o inocular recuerdos de eventos no vividos, 333 esto es, que es posible implantar recuerdos autobiográficos falsos. A) Implantación de recuerdos autobiográficos falsos Actualmente, existe un número considerable de estudios que demuestran consistentemente que la creación o implantación de recuerdos autobiográficos falsos es posible, aunque no sea algo sencillo. El primer estudio en demostrarlo, mediante técnicas de laboratorio, fue realizado por Elizabeth Loftus y Jacqueline Pickrell en 1995. En dicho estudio, el objetivo era implantar en adultos (24 participantes de edades comprendidas entre 18 y 53 años) el recuerdo falso de haberse perdido, siendo niños, en un gran centro comercial. El procedimiento seguido fue éste: en primer lugar, con la ayuda secreta de un miembro cercano de la familia, los investigadores obtenían información detallada de tres experiencias reales de las que, presumiblemente, los participantes tendrían recuerdos auténticos, así como de otra serie de detalles que permitieran construir un recuerdo falso plausible, como, por ejemplo, el centro comercial al que la familia solía ir, el nombre de otros miembros de la familia que podrían haber estado presentes cuando ocurrió el evento falso, etcétera. Para encubrir el propósito del experimento, en segundo lugar, se entrevistaba a los participantes y se les entregaba un bloc en el que aparecían narrados cuatro eventos: tres que les habían ocurrido de verdad durante su infancia y uno falso (la pérdida en un centro comercial a la edad de 5 años), y se les pedía que, una vez leída cada historia, escribiesen, lo más detalladamente posible, todo lo que recordasen sobre cada evento. Entre 1 y 2 semanas después, los participantes eran de nuevo entrevistados y se les pedía que recordasen los detalles de los eventos y, además, que evaluasen cada recuerdo en función de la claridad (1 = nada claro; 10 = clarísimo) y de la confianza (1 = nada fiable; 10 = totalmente fiable). Una tercera entrevista similar se llevaba a cabo durante las dos semanas siguientes. Durante estas entrevistas, los miembros de la familia se ponían de parte de los investigadores y hacían como que ayudaban a recordar detalles de cada uno de los cuatro eventos. Aunque en la primera entrevista la mayoría de los participantes dijo que no recordaba nada del evento falso, 7 de ellos (29%) dijeron que sí recordaban (total o parcialmente) el evento fabricado; en las dos entrevistas siguientes, 6 participantes (25%) continuaron diciendo que recordaban el evento falso. Como señalan Loftus y Pickrell, aparecieron algunas diferencias estadísticas entre las memorias verdaderas y las falsas; en concreto, el nivel de claridad atribuido y la longitud de las descripciones de las memorias verdaderas eran superiores, pero, aun así, las memorias falsas eran muy convincentes. “Si un observador externo –escribieron estas investigadoras (op. cit., p. 72)– hubiese visto cómo describían los eventos nuestros participantes, le habría resultado muy difícil decir si la descripción correspondía a una memoria verdadera o a una falsa”. 334 ¿Es esta investigación un buen ejemplo de que se pueden implantar recuerdos falsos? ¿El hecho de que sólo una cuarta parte de los participantes llegara a crear un recuerdo de que se habían perdido siendo niños en un centro comercial es una prueba de ello? Sin duda alguna, la respuesta a ambas cuestiones es afirmativa, porque, como explícitamente señalan Marsh et al. (2009), la cuestión fundamental es que la tasa de implantación fue superior a cero. En otras palabras, para argumentar que la implantación de recuerdos falsos es un hecho sólo se necesita un caso, aunque, como veremos enseguida, éste es un planteamiento matizable. Utilizando una metodología similar a la del trabajo anterior, Ira Hyman y sus colaboradoras (1995) obtuvieron resultados positivos al implantar en estudiantes universitarios dos recuerdos falsos de eventos ocurridos cuando contaban 5 años de edad, uno de valencia emocional positiva (una fiesta de cumpleaños muy feliz en la que tomaron pizza y les visitó un payaso) y otro de valencia emocional negativa (el ingreso en un hospital por una infección de oídos). Mediante el uso de información engañosa y de entrevistas repetidas, estas investigadoras comprobaron que, si bien en la primera entrevista ninguno de los participantes recordaba el evento falso, en la segunda lo recordaban un 18% y, en la tercera entrevista, el 25% de los participantes dijo que el evento había ocurrido. Otros investigadores han replicado también con éxito la implantación de recuerdos falsos con otros tipos de eventos, como, por ejemplo, recordar haber participado en una ceremonia religiosa, haberse encontrado con Bugs Bunny en Disneylandia, haber montado en un globo aerostático e incluso recordar un móvil de colores colocado sobre su cuna el día siguiente de su nacimiento. Sin embargo, y en contra de la opinión de Loftus (1993) de que la memoria humana es tan maleable que se puede inocular en ella cualquier experiencia por muy traumática que ésta sea, Kathy Pezdek y sus colaboradoras (1997) han demostrado que la implantación de recuerdos falsos tiene sus límites, en el sentido de que sólo parece posible si éstos resultan plausibles para el sujeto. En un primer experimento, el grupo de Pezdek trató de implantar recuerdos falsos en un grupo de estudiantes de secundaria (22 participantes eran judíos y 29 católicos) de haber asistido a una ceremonia judía (el Shabbot) y a una ceremonia católica (la Eucaristía) cuando tenían 8 años. Siguiendo un procedimiento similar al utilizado por Loftus y Pickrell, el grupo de Pezdek comprobó que mientras 7 participantes católicos y ninguno judío acabaron recordando sólo el evento falso católico, 3 judíos y 1 católico recordaron únicamente el evento falso judío y sólo 2 participantes católicos recordaron los dos eventos falsos. Estos resultados confirmaron la hipótesis de que los eventos falsos podrán implantarse en la memoria si se cumplen dos condiciones: una, que en la memoria del sujeto exista previamente conocimiento relevante acerca de los eventos falsos, y dos, que al sujeto le resulten plausibles. En un segundo experimento, en el que los recuerdos falsos a implantar en un grupo de jóvenes fueron “perderse en un centro comercial” (para replicar los hallazgos de Loftus y Pickrell) y “recibir un enema rectal para aliviar el estreñimiento”, cuando los sujetos tenían entre 5 y 6 años, se obtuvo más evidencia a 335 favor de dicha hipótesis, ya que se comprobó que 3 participantes recordaron el evento falso de perderse en un centro comercial (este evento había sido definido como relativamente plausible) pero, por el contrario, en ninguno se pudo implantar el recuerdo de haber recibido un enema (un evento definido como relativamente implausible). En resumen, los estudios comentados muestran que se pueden implantar recuerdos autobiográficos falsos, aunque la probabilidad de conseguirlo parece determinada por la plausibilidad del evento. Lo que equivale a decir que unos eventos son más fáciles de implantar que otros. En este contexto, es importante apuntar que la propia plausibilidad de un evento parece estar influenciada por muchos factores. Por ejemplo, parece demostrado que la consistencia del evento con la propia biografía del sujeto es un factor clave. Resulta poco probable que se pueda implantar, por ejemplo, el recuerdo de que cuando se era niño un participante se perdió en un centro comercial, si esa persona ha vivido toda su vida en una ciudad en la que no existen grandes centros comerciales. La consistencia o la congruencia del evento falso con la propia memoria autobiográfica parece, pues, un factor especialmente relevante para determinar el grado de plausibilidad. Pero que un evento sea más o menos plausible parece depender también de otros factores, como las diferencias individuales en sugestionabilidad, imaginación, capacidad para formar y manipular imágenes mentales, etcétera. El estudio de estos factores podría resultar fundamental para dilucidar uno de los grandes interrogantes planteados en esta área de investigación; a saber, ¿por qué los recuerdos autobiográficos falsos pueden ser implantados en unos participantes y no en otros? B) El poder de la imaginación Un mecanismo psicológico que aumenta la probabilidad de que un evento falso sea implantado en la memoria es la visualización o imaginación. Cuando la gente imagina algo, aunque sepa de antemano que es ficticio o que no le ocurrió jamás, aumenta la probabilidad de creación de un recuerdo falso sobre lo imaginado y aumenta también su confianza en la veracidad del mismo. Las personas tendemos con frecuencia a imaginar historias alternativas a los eventos reales ya vividos. Naturalmente, esto se da en unas circunstancias más que en otras y puede resultar especialmente estresante después de experiencias desagradables o cargadas de culpa. Estas reflexiones mentales, que los psicólogos llaman pensamientos contrafácticos (la creación de escenarios hipotéticos alternativos a lo que podría o debería haber ocurrido, del tipo de “si yo no hubiese dicho…”, “si no hubiese ido a…”, etcétera), pueden tener implicaciones de gran alcance. Para los objetivos de este capítulo, la cuestión relevante es si el pensamiento o la imaginación contrafácticos también afectan 336 a la memoria del pasado. Para explorar esta posibilidad, Loftus y su grupo llevaron a cabo una investigación en la que encontraron que un único acto de imaginación de un hipotético evento ocurrido durante la infancia aumentaba la confianza subjetiva de la persona de que tal evento le había ocurrido cuando era niño (ver Garry et al., 1996). A este fenómeno se le ha llamado inflación de la imaginación. El procedimiento utilizado por estos investigadores incluía tres fases. En la primera, los participantes evaluaban (a través del Inventario de Eventos de la Vida, o LEI) la probabilidad de que una serie de eventos (8 en total) les hubiesen ocurrido a ellos siendo niños; como, por ejemplo, haber sido llevado a urgencias hospitalarias una noche, haber ganado un animal disecado en una feria o haber roto el cristal de una ventana con la mano. En la segunda fase, dos semanas después, se les pedía que imaginasen, durante 20-60 segundos, el escenario de algunos de los eventos (por lo general, sólo de 4) y la acción correspondiente mientras el experimentador leía dos o tres frases sobre cada evento. Por ejemplo, en el caso del cristal roto, el experimentador leía lo siguiente para crear el escenario del suceso: “Imagine que Vd. ya ha regresado del colegio y está jugando en su casa. De repente, oye fuera un ruido extraño y corre hacia la ventana para ver qué pasa. Al correr, sus pies se enganchan en algo, tropieza y cae”. A continuación, los sujetos respondían por escrito a diversas preguntas cortas (e.g., “¿Con qué tropezó?”) cuyo fin era exclusivamente aumentar su confianza. Inmediatamente después, el experimentador seguía leyendo lo sucedido: “Al caerse, extendió sus brazos para sujetarse a algo y su mano atravesó el cristal de la ventana, que se rompió y le produjo algunos cortes y algo de sangre”. Finalizada la fase de imaginación, el experimentador simulaba que había perdido el LEI original y pedía a los participantes que cumplimentasen de nuevo el cuestionario, lo que permitía comparar las valoraciones dadas antes y después de la imaginación. La comparación de las estimaciones pre- y post-imaginación puso de manifiesto un efecto claro de la inflación de la imaginación. Cuando los sujetos evaluaban los eventos por segunda vez, sus puntuaciones eran más elevadas (i.e., aparecían infladas), pero sólo para los eventos imaginados, no para los de control o no imaginados. Estudios posteriores han confirmado el fenómeno de la inflación de la imaginación en el laboratorio y han reforzado la idea de que la imaginación puede producir falsos recuerdos14. El simple hecho de imaginar cómo pudo sucedernos un hecho ficticio debilita nuestra seguridad respecto a que dicho evento no sucedió. El efecto de la inflación de la imaginación demuestra que imaginar un evento, aunque sólo sea una vez, es suficiente, como han señalado algunos teóricos, para plantar la semilla de un recuerdo. Este efecto se ha intentado explicar apelando a que imaginar eventos aumenta la viveza o la claridad perceptiva, una característica fundamental de los recuerdos percibidos o de origen externo, y la familiaridad de tales eventos. El aumento de estas dos características –viveza y familiaridad– produciría una atribución errónea y el consiguiente cambio de creencia de que tales atributos están producidos por la existencia de un recuerdo real de la infancia y no por la sesión de imaginación. En otras palabras, la 337 inflación de la imaginación produciría un fallo en los procesos de monitorización de las fuentes que llevaría a atribuir esa especial claridad y familiaridad a una fuente equivocada. C) Diferencias individuales en la implantación de recuerdos falsos Tradicionalmente, la investigación sobre errores e ilusiones de memoria ha ignorado las diferencias individuales, a pesar de que todos los estudios sobre creación de memorias falsas se caracterizan precisamente por un rango extraordinariamente amplio de la tasa de implantación. Lindsay et al. (2004) revisaron 8 estudios, que habían utilizado el procedimiento de Loftus y Pickrell, y comprobaron que la implantación de recuerdos falsos sólo se había producido en 116 de los 374 participantes (el 31%), con un rango que iba del 0% al 56% de los participantes. No existe ningún estudio en el que se hayan implantado recuerdos falsos en todos los participantes, y los investigadores llevan años tratando de encontrar respuesta al hecho de que sólo algunos individuos creen recuerdos falsos. Los resultados de los que se dispone a este respecto sugieren que determinadas diferencias cognitivas y de personalidad podrían estar relacionadas con cómo de sugestionable es un individuo. Hyman y Billings (1998), en el considerado como el mejor estudio hasta la fecha, analizaron las posibles relaciones existentes entre las tasas de implantación de recuerdos falsos y las puntuaciones en cuatro escalas cognitivas y de personalidad. En la investigación participaron 66 estudiantes del primer año de psicología, de los que 48 completaron también las escalas. Varios hallazgos merecen ser comentados. Primero, el hallazgo, confirmado en estudios previos de otros investigadores, de que aproximadamente el 25% de los participantes creó recuerdos falsos de la infancia; y segundo, y éste es el que merece una especial atención, dos escalas de las cuatro aplicadas, la CIS (the Creative Imagination Scale) y la DES (the Dissociative Experiences Scale), correlacionaron positiva y significativamente con la creación de recuerdos falsos. La CIS es una escala que combina la viveza de las imágenes mentales con la sensibilidad de respuesta a la sugestión, mientras que la DES mide la frecuencia de interrupciones (o de distracciones) de la integración normal de la conciencia, la memoria y la identidad. Las correlaciones encontradas por Hyman y Billings podrían interpretarse, pues, como que la propensión a la creación de recuerdos falsos a partir de sugerencias e información falsa podría estar relacionada con la capacidad diferencial de las personas para crear imágenes y asumir y elaborar las sugerencias, así como con cierta dificultad en los procesos de control de realidad. 338 9.5. La base funcional de la memoria constructiva Décadas de investigación y práctica clínica han dejado claro que los recuerdos se distorsionan, en mayor o en menor medida, por las influencias de tres grupos de factores: (a) el conocimiento y las creencias de la propia persona; (b) los pensamientos y sentimientos producto de su imaginación, deseos y sueños, y (c) las sugerencias, insinuaciones y presiones externas. La memoria es pura construcción, tanto cuando codifica como cuando almacena y recupera, y es esa dinámica permanente la que pone al descubierto innumerables flancos para que las variables que se acaban de mencionar ejerzan sus influencias sobre la memoria. La memoria humana, y esta idea la venimos repitiendo desde el primer capítulo, no guarda copias literales ni isomórficas de los eventos, sino que construye y reconstruye lo experimentado; de ahí que sus contenidos y sus productos recuperados se parezcan más a una construcción, realizada a partir de segmentos de información procedentes de diversas fuentes, que a una copia fiel y casi fotográfica de la realidad vivida. El siguiente ejemplo de la vida real ilustra lo que estamos diciendo. Luis G.A. pasó veinte meses en la cárcel acusado de un delito que no había cometido. El error se debió a que el joyero víctima del atraco identificó a Luis como autor del mismo, y a que posteriormente confirmó su declaración al señalarlo como autor de los hechos en una rueda de identificación. Gracias a las protestas del abogado defensor sobre las deficientes condiciones en que se había llevado a cabo la identificación y a las numerosas e insistentes declaraciones de inocencia por parte del acusado, se procedió a un careo entre denunciante y denunciado, que concluyó con la rectificación del joyero de que Luis G.A. no era el atracador, sino un cliente que “hacía tres años había comprado algo” en su establecimiento y por eso “le sonaba la cara”. La explicación de este error estaría en que el joyero había mezclado trozos exactos de memoria, procedentes de dos episodios diferentes, en un único recuerdo inexacto. La investigación reciente demuestra que nuestra memoria (especialmente, la autobiográfica) funciona así, esto es, que tanto durante la codificación como durante la recuperación lo que queda registrado y lo que se recuerda después, respectivamente, se asemeja más a una construcción resultante de mezclar y unir porciones de información procedentes de diferentes experiencias que a una fotografía en la que queda retenida con toda fidelidad la realidad pasada. ¿Por qué nuestro cerebro crea y almacena sus propias construcciones de la realidad y no copias isomórficas? ¿Por qué nuestros recuerdos son el resultado de unir porciones de información, a modo de collage, en lugar de contener reproducciones del pasado similares a las de una fotografía? Para los científicos de la memoria, preguntas como éstas han supuesto desde siempre un auténtico enigma; sin embargo, las investigaciones de los últimos años acerca de la creación de memorias falsas, así como un conocimiento más profundo del papel de la memoria en la planificación del futuro y de la función del cerebro, están empezando a proporcionar algunas claves para ir entendiendo por qué la memoria funciona de esta manera. 339 La gran novedad al respecto se refiere al cambio de actitud de los teóricos acerca de los errores de la memoria, algo que tradicionalmente ha sido interpretado como el reflejo de fallos del sistema pero que, en los últimos años (y, en el Capítulo anterior, nos hemos hecho eco de ello al analizar el olvido), se considera que revela el funcionamiento de procesos adaptativos. Al mismo tiempo, los investigadores de la memoria están prestando actualmente una especial atención a la función de la memoria en la planificación del futuro. Aunque tal fenómeno mnemónico es tan antiguo como la humanidad, la perspectiva es nueva en ciencia, y lo que plantea es algo tan familiar y cotidiano para todos como el uso que hacemos de las experiencias pasadas y de la introspección para realizar nuestras “excursiones mentales” no sólo al pasado sino también al futuro. Las personas partimos de nuestras experiencias pasadas para imaginar y simular episodios que pueden ocurrir en nuestros futuros personales. Por ejemplo, cuando un estudiante imagina diferentes escenarios e historias sobre lo que sucederá mañana cuando se presente al examen de “Psicología de la memoria”, se está proyectando a sí mismo en el futuro basándose en lo que recuerda de situaciones parecidas del pasado. De hecho, lo que nuestra memoria guarda del pasado será útil sólo en tanto en cuanto nos permita anticipar lo que puede sucedernos en el futuro. Pero, como se suele decir, la historia nunca se repite o, siendo más precisos, los sucesos futuros nunca serán réplicas exactas de sucesos pasados; por tanto, parece lógico suponer que un sistema de memoria que se limitara a almacenar copias literales de los eventos no resultaría muy útil para simular eventos futuros. Por el contrario, una memoria de naturaleza constructiva sí que serviría para tal fin, ya que se trataría de un sistema que, partiendo de lo genérico y de lo específico del pasado, extraería, combinaría y reagruparía todo ello en eventos imaginarios que, por definición, nunca habrían ocurrido de esa misma forma. Resulta ilustrativo reseñar que, en la Edad Media, se consideraba que la función de la memoria no era proporcionar una huella exacta del pasado, sino proporcionar materiales para el pensamiento creativo. Un sistema de memoria constructivo o creativo (frente a un sistema literal) sería, por consiguiente, un sistema propenso a la producción de errores, pero, por otro lado, tendría la importante ventaja adaptativa de permitir simular o imaginar el futuro. La memoria humana parece ser de este tipo: un sistema neurocognitivo que codifica, almacena y recupera la información valiéndose de procesos constructivos y reconstructivos, que, en consecuencia, es proclive a los errores, pero que, gracias a su flexibilidad, nos permite tanto mirar al tiempo pasado como imaginar el tiempo futuro15. 9.6. Los siete pecados de la memoria: un marco integrador de los errores de la memoria Como decíamos al comienzo de este capítulo, siguiendo las observaciones de Roediger y 340 McDermott (2000), existen dos errores fundamentales de memoria: olvidar eventos que han ocurrido, y recordar o reconocer eventos que nunca ocurrieron (o recordarlos de forma distinta a como de hecho ocurrieron). El olvido y las memorias falsas (recuerdo y reconocimiento), aunque hayan sido analizados en dos capítulos separados, podrían considerarse, de hecho, como manifestaciones diferentes del mismo fenómeno, los fallos o los errores de la memoria. La cuestión que queremos subrayar en este apartado, a modo de cierre del análisis de ambas cuestiones, es que cualquiera de estos fallos o errores puede contemplarse desde otra perspectiva. En concreto, la que considera que los olvidos, los errores y los fallos de memoria, en general, no son debilidades del sistema sino fenómenos necesarios para el funcionamiento eficaz y adaptativo de la memoria humana. A lo largo de este y del anterior capítulo, se han destacado importantes hallazgos e ideas. Por un lado, parece probado que el funcionamiento eficaz de la memoria implica la necesidad de suprimir o de olvidar determinadas informaciones o parte de ellas. En concreto, y a tenor de lo expuesto, puede afirmarse que dicha supresión u olvido se produce en situaciones ordinarias de la vida cotidiana de un modo intencional o controlado con una frecuencia superior a la imaginada, aunque es igualmente cierto que otras veces hemos de soportar la experiencia incómoda e incluso frustrante del olvido incidental y no deseado. Mención aparte merecerían los casos, por fortuna menos frecuentes, en los que personas que han sido víctimas de experiencias estresantes o traumáticas presentan una amnesia selectiva del acontecimiento violento o, a la inversa, no pueden olvidarlo. Por otra parte, nuestra memoria resulta ser extraordinariamente sensible a la influencia de numerosos factores que pueden alterar o eliminar su contenido, adulterarlo hasta límites desconocidos e incluso dar lugar a la creación completa de recuerdos totalmente falsos. Resulta pertinente señalar que, con frecuencia, la combinación de todos estos fenómenos ha generado entre muchos expertos y legos una actitud negativa o preocupante hacia la eficacia de la memoria, en el sentido de que los fallos frecuentes que caracterizan nuestra memoria en la vida cotidiana tienden a ser considerados exclusivamente como debilidades del sistema. No obstante, y así lo hemos reivindicado antes, cada vez son más las voces autorizadas que reclaman una función adaptativa para los olvidos y los fallos de memoria, en general. En un intento por “organizar o clasificar sistemáticamente” los fallos de memoria, Daniel Schacter (1999) ha presentado un marco unificado para conceptualizar los diversos modos en que la memoria puede causarnos problemas. En su opinión, las transgresiones de la memoria se pueden agrupar en siete “pecados” básicos: transitoriedad, despistes, bloqueo, atribución errónea, sugestionabilidad, propensión y persistencia. Al igual que “los siete pecados capitales” de la tradición cristiana, los pecados de la memoria ocurren con frecuencia en nuestras vidas y, aunque resultan frustrantes, también parecen útiles e incluso necesarios para sobrevivir. La tesis de Schacter es que tales pecados no deberían ser contemplados como “defectos en el diseño del sistema ni 341 como errores desafortunados cometidos por la Madre Naturaleza durante el curso de la evolución”, sino como “subproductos de características deseables de la memoria humana” (p. 183). En un trabajo posterior, Schacter (2001) agrupó los siete pecados en dos categorías; a saber, pecados de omisión, que incluirían la transitoriedad, los despistes y el bloqueo, y pecados de comisión, formados por la atribución errónea, la sugestionabilidad, la propensión y la persistencia. Desde la primera formulación en 1999, Schacter no ha dejado de presentar evidencias, en apoyo de esta clasificación, procedentes de sectores relevantes de la psicología (cognitiva, social y clínica) así como de estudios neurocognitivos que incluyen a pacientes con daño cerebral o bien utilizan alguna de las actuales técnicas de neuroimagen. A continuación, se presenta un esbozo de cada uno de ellos16. Transitoriedad. Este pecado se refiere a la pérdida creciente de accesibilidad de la información por el paso del tiempo. Si a un alumno se le pregunta sobre qué ha versado la clase de la que acaba de salir, no tendrá ningún problema en recordarlo, pero si se le pregunta de qué trató la clase de esa misma asignatura de hace 1 semana, 1 mes, 6 meses ó 1 año, las probabilidades de recordar van disminuyendo. El paso del tiempo produce un debilitamiento de los recuerdos, produciéndose el olvido más rápido en las horas o días inmediatamente después de adquirir la información y estabilizándose después. Como se sabe, la información retenida en la MCP es, por definición, transitoria; sin embargo, una vez que ha sido transferida a la MLP y consolidada se hace duradera y virtualmente permanente. No existe la menor duda de que los fallos de recuperación juegan un papel fundamental en el olvido; sin embargo, no todo el olvido debe atribuirse a un fallo de acceso. Como sugiere Schacter, parece probable que también se pierda información a través del tiempo, sobre todo si no se usa. Los recuerdos que se evocan con frecuencia pueden mantenerse claros y accesibles durante años y años, mientras que los que no se recuperan parecen desvanecerse hasta el punto de hacerse inaccesibles. Esto es, en esencia, lo que plantea la nueva teoría del desuso de Bjork y Bjork (1992), cuyo presupuesto básico postula que la pérdida de acceso a la recuperación o, lo que es lo mismo, la inhibición de la recuperación, es una consecuencia del desuso. No importa lo bien que se haya aprendido algo; si no se usa, se hará inaccesible. El nombre de un amigo, una canción o un número de teléfono, que hasta ahora podemos recordar sin el menor esfuerzo, serán muy difíciles de recordar si durante un período considerable de tiempo dejan de usarse. Esta nueva teoría del desuso contiene varios supuestos básicos, de entre los que destacaríamos los siguientes: (1) los ítems de la memoria están representados por dos tipos de fuerzas: la fuerza de almacenamiento, que se refiere a cómo está un ítem de relacionado o asociado con otros ítems de la memoria, es decir, cómo de bien aprendido está ese ítem; y la fuerza de recuperación, que se refiere a la facilidad momentánea de acceso. (2) La probabilidad de que un ítem sea recuperado depende totalmente de su fuerza de recuperación y es independiente de su fuerza de almacenamiento. (3) El acto 342 de recuperar un ítem aumenta su fuerza de recuperación, mientras que el acto de estudiarlo aumenta su fuerza de almacenamiento. (4) El desuso de una información afectará a su fuerza de recuperación, pero no tendrá efectos sobre su fuerza de almacenamiento. La teoría del desuso asume que la información que no se recupera se hará progresivamente inaccesible pero no se perderá de la memoria. Sin embargo, Schacter plantea que los recuerdos que no se recuperan ni se repasan podrían disiparse lentamente con el paso del tiempo. No existe evidencia de tal disipación en estudios con seres humanos, aunque estudios neurobiológicos con organismos invertebrados (e.g., el caracol marino Aplysia californica) han informado de pérdida de conectividad sináptica con el paso del tiempo. Despistes. Muchos olvidos son el resultado de una codificación o de una recuperación defectuosas por falta de atención. Estos olvidos generalmente están asociados a lapsos de atención (distracciones) o a los llamados despistes, que suelen ocurrir cuando se tratan de hacer dos cosas a la vez y no se presta a una de ellas la suficiente atención. Ejemplos de despistes cotidianos serían no recordar dónde hemos dejado las gafas, dónde pusimos las llaves del coche, para qué hemos venido a la cocina, etcétera. En cualquiera de estos casos, el olvido se ha producido porque en el momento en el que estábamos poniendo las gafas o soltando las llaves en este o en aquel rincón de nuestra casa, nuestra atención estaba focalizada en otro asunto o porque, justo en el momento en que dejábamos las gafas o las llaves encima de la mesita del recibidor, nuestra atención fue capturada por otro estímulo. Este tipo de distracción probablemente también explicaría por qué, a veces, caemos en la cuenta de que hemos venido a la cocina y no sabemos para qué. A las acciones que pueden llevarse a cabo de forma eficaz con poca o nula atención se las denomina “automáticas”. Los automatismos traen consigo muchas ventajas, como, por ejemplo, poder hacer varias cosas al mismo tiempo; sin embargo, también conllevan unos costes: la ausencia de recuerdo de las actividades realizadas automáticamente. Schacter ha acuñado la expresión “amnesia de lo automático” para referirse a las consecuencias de la falta de atención en las actividades rutinarias. Las distracciones y los despistes están íntimamente relacionados y podrían explicar muchos olvidos cotidianos. Bloqueo. Como ha sido expuesto en el Capítulo 7 sobre “recuperación”, incluso cuando una experiencia ha sido codificada profundamente y no se ha perdido por el paso del tiempo puede, en un momento determinado, resultar inaccesible. A este fallo de la memoria se le llama bloqueo y se refiere, como ya se dijo, a la inaccesibilidad temporal de información que está almacenada en la memoria. El caso de bloqueo más intensamente investigado es el fenómeno de “la punta de la lengua”, esto es, la incapacidad para producir una palabra o un nombre, que se acompaña de la convicción profunda de que está disponible en la memoria. Los bloqueos de memoria son cada vez más frecuentes a medida que se envejece y podrían explicar por qué las personas mayores tienen serias dificultades para recordar los nombres de sus conocidos. 343 Atribución errónea. Este pecado de comisión se produce cuando se atribuye un recuerdo o una idea a una fuente equivocada. Schacter destaca que es importante distinguir tres formas de atribución errónea. Por un lado, estaría el caso en que una persona recuerda correctamente algo pero se equivoca al atribuirle la fuente. Por ejemplo, alguien puede creer que se enteró de una noticia por la radio cuando, en realidad, se la comunicó un amigo. Asimismo, una persona podría asegurar que vio una cara en un lugar concreto cuando, de hecho, la vio en otro distinto. También, a veces, la gente cree que ha percibido algo cuando, en realidad, sólo lo ha imaginado. Estos tipos de errores de la fuente son también particularmente frecuentes en las personas de edad avanzada y, como se ha visto, son la consecuencia de fallos en los procesos de monitorización de las fuentes. Una segunda forma de atribución errónea es la que se caracteriza por la ausencia absoluta de conciencia de recuerdo. A veces, las personas atribuyen erróneamente un pensamiento, una idea o una creación artística a su propia imaginación o creatividad, cuando de hecho lo han recuperado –sin conciencia alguna de haberlo hecho– de una experiencia previa. Un ejemplo de la vida cotidiana es el caso del “plagio involuntario” (relativamente frecuente en el campo de la literatura o de la música moderna), que, en psicología de la memoria, se considera un caso del fenómeno llamado criptomnesia. Por último, la atribución errónea puede ocurrir cuando el individuo recuerda o reconoce falsamente ítems o eventos que nunca experimentó. En el presente capítulo hemos visto cómo las memorias falsas pueden crearse tanto con materiales tan simples como las palabras, como con historias complejas acerca de nuestro pasado. Sugestionabilidad. Este pecado se refiere a la vulnerabilidad de la memoria para ser influenciada por cuestiones o sugerencias hechas por otras personas después del evento que se recuerda. La memoria humana es tan vulnerable a las sugerencias que, como la investigación demuestra, la implantación de recuerdos falsos es algo relativamente sencillo, y, aunque se puede dar en personas de cualquier edad, puede ocurrir de una manera muy especial en los niños. La sugestionabilidad está íntimamente relacionada con la atribución errónea, en el sentido de que la conversión de la sugestión en un recuerdo falso implica una atribución incorrecta, pero no al revés, es decir, que la atribución errónea no necesita para su ocurrencia de la sugestión. Este pecado de la sugestionabilidad está estrechamente vinculado a la controversia existente acerca de la fiabilidad de “las memorias recuperadas”17 por adultos sobre episodios de abuso sexual en la infancia que supuestamente fueron reprimidas. Propensión. Este pecado se refiere a la manera en que nuestro conocimiento y creencias actuales pueden distorsionar nuestra memoria. En otras palabras, el pecado de la propensión o del sesgo hace referencia a la influencia de quiénes somos –nuestras creencias, expectativas y deseos– sobre lo que recordamos. Diferentes estudios han demostrado que lo que sabemos, creemos y sentimos en el momento presente puede influir y distorsionar profundamente nuestro recuerdo del pasado personal. Como he señalado en otro trabajo (Ruiz-Vargas, 2007), las personas reconstruyen e 344 interpretan los sucesos de su pasado a partir de las porciones de información que recuperan de la memoria, al estilo del paleontólogo que reconstruye un dinosaurio partiendo de unos cuantos huesos, pero con la diferencia de que las personas llevan a cabo la reconstrucción y, sobre todo, la interpretación de su pasado, bajo la implacable influencia de su actual conocimiento y comprensión de sí mismas y del contexto social en el que viven. En pocas palabras, “cómo éramos depende de cómo somos”. Profundizaremos en estas cuestiones en el Capítulo 10. Persistencia. El séptimo pecado, la persistencia, es, sin duda alguna, el más discapacitante de todos. La persistencia se refiere al recuerdo patológico, esto es, a la incapacidad para evitar recuerdos dolorosos que la persona desearía olvidar. La persistencia también incluye el rumiar eventos negativos o el recuerdo de miedos y fobias. Tiene, como se verá en el Capítulo 11, un carácter intruso, en el sentido de que recuerdos de experiencias duras o traumáticas se instalan en la conciencia de la persona, a pesar de los esfuerzos de ésta por impedirlo, y la perturban física y psicológicamente. La mayor parte de estos “pecados” ya han sido conceptualizados y analizados a lo largo de este y de otros capítulos anteriores con idénticos o parecidos términos, y el resto serán estudiados en alguno de los capítulos posteriores; no obstante, he considerado pertinente tratarlos aquí –aunque de una manera necesariamente breve– por considerar que el marco integrador de Schacter permite, además de categorizar y clasificar los errores básicos de la memoria humana, contemplarlos como un resultado necesario para el buen funcionamiento de ésta. Porque ésa es la conclusión de este investigador: que los “pecados” de la memoria deberían ser considerados más como “virtudes” que como “vicios”. Schacter argumenta convincentemente que cada uno de estos pecados puede considerarse como un producto secundario de atributos útiles de la memoria que surgieron como adaptaciones o exaptaciones biológicas. Según sus propias palabras: La propia ubicuidad de los fallos de la memoria podría llevar fácilmente a la conclusión de que la Madre Naturaleza cometió un error garrafal al proporcionarnos un sistema tan disfuncional… [Sin embargo] Aunque con frecuencia puedan parecer nuestros enemigos, los siete pecados son una parte integral de la herencia de la mente al estar íntimamente conectados con atributos de la memoria que la hacen funcionar bien (Schacter, 2001, pp. 228 y 252 de la edición castellana). En definitiva, y a modo de cierre del estudio sobre los errores básicos de la memoria (el olvido y las memorias falsas), creo que las ideas de Schacter y de otros muchos psicólogos experimentales pueden condensarse en las juiciosas palabras de Diane Ackerman (2005, p. 110) cuando dice: “Nos quejamos del olvido [o de los errores de la memoria], pero deberíamos agradecer que nuestra memoria no sea mejor de lo que es”. 345 346 TERCERA PARTE La memoria en el mundo real 347 10 El recuerdo del pasado personal: La memoria autobiográfica La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Gabriel García Márquez 10.1. Introducción Desde las primeras páginas de este libro, se ha insistido en la idea de que la memoria, en realidad, no es una sola cosa sino un conjunto de sistemas diferentes preparados evolutivamente para procesar los distintos tipos de información que llegan a nuestro cerebro. No existe una única memoria sino diferentes memorias, tales como la memoria procedimental, la memoria semántica, la memoria episódica, etc. Sin duda alguna, el lector interesado habrá caído en la cuenta de que la llamada memoria episódica parece ser lo mismo que la llamada memoria autobiográfica. De hecho, en el Capítulo 3, decíamos que la “memoria episódica” es la memoria para los sucesos vividos personalmente, que gracias a este sistema podemos recuperar de un modo deliberado y consciente las experiencias de nuestro pasado personal que ocurrieron en un momento y en un lugar específicos, y que dicha memoria es también llamada memoria “autobiográfica” y memoria “personal”. ¿Por qué, entonces, volvemos otra vez sobre la misma memoria e incluso le dedicamos un capítulo completo? Las razones son varias y diversas y confío en que el lector las irá descubriendo sin dificultad a medida que avance en la lectura del presente capítulo. No obstante, quisiera adelantar que cuanto más progresa el conocimiento científico sobre la naturaleza, estructura y funciones de la memoria episódica y de la memoria autobiográfica, más dudas surgen acerca de la conveniencia de considerar ambas memorias como el mismo y único sistema. Volveremos sobre este asunto un poco más adelante y argumentaremos a favor de la distinción entre memoria episódica y memoria autobiográfica. Por tanto, desde este momento asumiremos que la memoria autobiográfica es una memoria “diferente” de la episódica. 348 La memoria autobiográfica es la que guarda las experiencias personales, las vivencias, los recuerdos llenos de significado. La memoria autobiográfica es la que nos permite evocar experiencias tan íntimas y cargadas de emociones y afectos como ir subido sobre los pies de tu padre mientras él camina despacio y agarra tus manos con las suyas desde su imponente altura, o la de aquella tarde que un compañero de juegos te tiró una piedra a la cabeza y te produjo una pequeña herida y sangrabas y llorabas hasta que tu madre te curó, o la de aquella mañana de Reyes que encontraste junto a la cama un enorme caballo de cartón, o la de la tarde que perdiste la primera pluma estilográfica que tuviste. La memoria autobiográfica no es la memoria de los números de teléfono de tus conocidos, como tampoco es la del conocimiento que se aprende en el colegio, en el instituto o en la universidad. La memoria autobiográfica es la memoria del día que tu padre te llevó al internado por primera vez, la de la tarde que te presentaron a aquella chica que resultó ser tu primer amor, la del día de tu graduación, la del momento en que te dijeron que habías sido elegido para ocupar tu primer trabajo, la del día de tu boda, la del momento en que nació tu hija o la del momento en que te enteraste de que el Congreso de los Diputados había sido tomado por la Guardia Civil. La memoria autobiográfica tampoco es la memoria de las listas de palabras o de dibujos que has aprendido en el laboratorio de psicología, ni de dónde has aparcado el coche esta mañana. La memoria autobiográfica hace referencia al recuerdo de los acontecimientos que hemos experimentado personalmente y que resultan significativos y relevantes en nuestra vida, es decir, de las experiencias en que se ve involucrado nuestro Yo. La memoria autobiográfica es la memoria personal, la que hace que nuestro pasado sea único, la que nos permite saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir. La memoria autobiográfica es la que nos hace a cada uno diferente del resto de las personas. Por todo ello, hablar de memoria autobiográfica es hablar de los recuerdos que una persona tiene de su vida o, más exactamente, de las experiencias de su vida. Porque como dice Tulving, “lo que se recuerda no es el suceso, sino la experiencia del suceso”. Ésta es una matización fundamental porque nos coloca frente al atributo esencial, en mi opinión, de la llamada memoria autobiográfica; a saber, el sentido de “yo” o de “mí” que comporta; porque es a través de los recuerdos autobiográficos como percibimos nuestro Yo. Y es que la memoria autobiográfica, a diferencia de las demás memorias, constituye el punto crítico en el que convergen las emociones y los sentimientos, las motivaciones y los deseos, las metas y los logros, los valores, las creencias y los significados de cualquier persona. Como han señalado Singer y Salovey (1993), en cada recuerdo autobiográfico están los elementos esenciales de la emoción, la memoria y la personalidad. Por todo ello, la memoria autobiográfica se constituye en el soporte y el organizador de nuestra biografía, de la historia narrada de nuestras experiencias personales. Una historia que es el resultado de la interacción del yo con el mundo: “Quienes somos está definido básicamente por lo que hacemos”, escribe Fivush (1988, p. 277), porque los seres humanos aprendemos sobre nosotros mismos mientras nuestro yo actúa. En definitiva, 349 gracias a la memoria autobiográfica las personas podemos organizar y combinar armónicamente nuestro conocimiento sobre el mundo y nuestro conocimiento sobre nosotros mismos. Y el resultado esencial de todo ello es la conciencia de identidad personal y la capacidad de toda persona para revivir su pasado, interpretar el presente y planificar su futuro. 10.2. Conceptos y definiciones 10.2.1. Memoria episódica, memoria semántica y memoria autobiográfica Hace casi cuarenta años, Tulving (1972) distinguió por primera vez entre una memoria episódica y una memoria semántica. Como se expone en el Capítulo 3, la memoria semántica es el sistema encargado de la adquisición, retención y utilización de conocimiento acerca del mundo en el sentido más amplio, esto es, hechos y conceptos, mientras que la memoria episódica haría lo propio con la información relativa a los sucesos personales y eventos de nuestro pasado que han ocurrido en un momento y en un lugar específicos. En la memoria episódica, pues, la información está organizada en torno a un episodio vivido y su recuperación implica viajar mentalmente hacia atrás a través del tiempo subjetivo y revivir mediante la conciencia autonoética experiencias ya vividas, así como proyectar experiencias similares sobre el futuro personal. Por el contrario, la memoria semántica, que no representa información alguna ni sobre el espacio ni sobre el tiempo, no hace referencia al yo (aunque a veces pueda contener proposiciones que hagan referencia al mismo, como “Yo vivo en Madrid, aunque soy andaluz”; aunque resulta obvio que esa información es algo que sé en el mismo sentido que sé que el caballo es un animal doméstico) ni se acompaña, precisamente por ello, de conciencia de pasado. Por todo ello, la recuperación de información semántica (e.g., que París es la capital de Francia o que si introduzco los dedos en un enchufe recibiré una descarga eléctrica) sólo implica conciencia de saber (o conciencia noética, según la expresión de Tulving) pero no de revivir ni de reexperimentar. A pesar de sus diferencias, la memoria episódica y la memoria semántica están estrechamente relacionadas. Así, desde una perspectiva evolucionista, el sistema de memoria episódica se ha desarrollado a partir de la memoria semántica; por consiguiente, ambos sistemas comparten muchas propiedades, aunque la memoria episódica, al ser un sistema más evolucionado, trasciende el abanico de capacidades de la memoria semántica. Las siguientes palabras de Tulving reflejan estas y otras ideas acerca de su concepción actual de la memoria episódica: 350 …la memoria episódica se refiere a un sistema que hace posible el “viaje en el tiempo” mental a través del tiempo subjetivo: desde el presente hacia el pasado y hacia el futuro, una proeza que no puede realizar ningún otro sistema de memoria. Al hacerlo, permite al individuo reexperimentar, mediante la conciencia autonoética, las experiencias previas, y proyectar experiencias similares sobre el futuro. La memoria episódica evolucionó más tarde que los demás sistemas, probablemente es exclusiva de los humanos y se desarrolla tarde en la infancia. Sus operaciones dependen de la memoria semántica y de otras formas de memoria. Por tanto, comparte mecanismos neurales y procesos cognitivos con otros sistemas, pero, además, se apoya en mecanismos y procesos específicos que no forman parte de ningún otro sistema (Tulving, 1999a, 13). La hipótesis de Tulving es que estos dos sistemas de memoria difieren esencialmente respecto a la naturaleza de la experiencia consciente que acompaña a sus respectivos procesos de recuperación de información. La conciencia asociada, por ejemplo, al acto de conocimiento subyacente a “yo conozco la fórmula química del agua” o a la de “yo sé que el tabaco es perjudicial para la salud”, que representarían dos casos de recuperación de la memoria semántica, no posee nunca sensación de pasado personal. Los seres humanos, y muchas especies animales también, podemos llegar a saber innumerables cosas o hechos sobre cosas que nos han sucedido –esto es lo que constituye el llamado conocimiento genérico o factual o semántico o, simplemente, conocimiento–, pero a ese conocimiento le falta la sensación consciente de pasado. En una ambiciosa teoría de la memoria episódica en cuyo desarrollo Tulving está especialmente comprometido1, se pone un énfasis especial en la singularidad de este sistema de memoria, que se manifiesta básicamente a través de dos características absolutamente exclusivas; a saber, (1) que es el único sistema de memoria orientado hacia el pasado (todos los demás sistemas de memoria están orientados al presente), y (2) que la evocación o rememoración episódica va acompañada de “conciencia autonoética”, es decir, la experiencia consciente de sí-mismo como una entidad continua a través del tiempo. Experimentar el mundo autonoéticamente consiste, por tanto, en percatarse de que el yo que revive ahora la experiencia es el mismo yo que la vivió originalmente. Como muy sabiamente señalan Tulving y Lepage (2000), gracias a la conciencia autonoética podemos distinguir entre “estar pensando en algo” y “estar rememorando algo”. En definitiva, lo sustancial, lo singular y único de la memoria episódica estaría, por tanto, en esa sensación consciente de pasado, es decir, en el sentimiento subjetivo de que, en la experiencia que se revive en el momento presente, una persona está reexperimentando algo que sucedió anteriormente en su vida. Resulta evidente, por tanto, que la esencia misma de la memoria episódica tiene que ver con el yo-en-el-tiempo: cada acto de recuerdo implica siempre un yo viajando en el tiempo mental desde el momento presente hacia el pasado y/o hacia el futuro. En consecuencia, si este sistema de memoria se pierde o se daña seriamente el individuo queda privado de la capacidad para aprehender el tiempo subjetivamente experimentado. Como en el caso del paciente KC, “condenado a pasar el resto de su vida en un presente 351 permanente”2. Sobre la base de esas dos características exclusivas (pasado y conciencia autonoética), Tulving (1999a, p. 16) considera que la función de la memoria episódica es “la recuperación consciente del pasado personal”. Resulta claro, pues, que la memoria episódica es una memoria autobiográfica, y, de hecho, en la definición de 1972, Tulving ya se refirió explícitamente a dicha propiedad cuando escribió: “Un evento […] es siempre almacenado [en el sistema episódico] en términos de su referencia autobiográfica” (p. 385). Por tanto, siguiendo el pensamiento de este autor, memoria “episódica” y memoria “autobiográfica” hacen referencia al mismo sistema de memoria. Sin embargo, no todos los investigadores consideran que ambas memorias sean equiparables. Por ejemplo, Katherine Nelson (1993) entiende que la memoria autobiográfica debe considerarse como una forma particular de memoria episódica en la que la especificidad del tiempo y el espacio resulta significativa. Para argumentar su posición recurre a un ejemplo muy sencillo: lo que comí ayer para almorzar es hoy parte de mi memoria episódica, pero seguro que no formará parte en ningún momento de mi memoria autobiográfica, por la sencilla razón de que no significa nada para la historia de mi vida. Por el contrario –continúa Nelson–, mi recuerdo de la primera vez que presenté un trabajo en un Congreso sí forma parte de mi memoria autobiográfica: recuerdo muy bien el mes y el año, la ciudad donde se celebró, los participantes más relevantes, la ropa que yo llevaba, así como la ansiedad previa y el alivio posterior, y cómo esa experiencia encaja en el resto de la historia personal de mi vida. Una opinión similar es la de Brewer (1986, p. 33), que definió la memoria autobiográfica como “la memoria para la información relacionada con el Yo”, y considera que el término memoria episódica debería reservarse para los experimentos sobre “memoria despersonalizada” que los psicólogos han realizado tradicionalmente en el laboratorio. Resulta pertinente señalar que si bien el concepto de “memoria episódica” de Tulving incluía el conocimiento relativo a episodios tan diversos como el aprendizaje de una lista de palabras en el laboratorio de memoria, lo que tomamos ayer para cenar o el día de nuestra boda, el propio Tulving ha destacado, en un trabajo reciente, la extraordinaria evolución que el término ha experimentado desde 1972. En dicho trabajo, Tulving (2002, p. 5) reconoce las limitaciones y los errores contenidos en su primera formulación y subraya explícitamente que, a día de hoy, “la esencia de la memoria episódica está en la conjunción de tres conceptos: el yo, la conciencia autonoética y el tiempo subjetivamente experimentado”. Por tanto, el concepto actual de este autor acerca de la memoria episódica hace referencia a la misma capacidad mnemónica que otros investigadores denominan memoria autobiográfica o memoria personal; de ahí que siga considerando sinónimos o intercambiables ambos términos por entender que hacen referencia al mismo sistema cerebral de memoria: “la memoria episódica autonoética” (Tulving, 2005). No obstante, algunos teóricos –entre los que destacarían Katherine Nelson, William Brewer o Robyn Fivush, entre otros– consideran que probablemente resultaría más 352 adecuado considerar la memoria episódica como una categoría supraordinal en la que estaría incluida la memoria autobiográfica (y otros tipos de memoria), lo que significaría que todo recuerdo autobiográfico es episódico pero no todo recuerdo episódico es de naturaleza autobiográfica. Esta posición queda claramente expresada en las siguientes palabras de Kopelman y Kapur (2002): La memoria autobiográfica se refiere, generalmente, a la recolección que una persona hace de incidentes y eventos pasados que ocurrieron en un momento y en un lugar concretos. La memoria episódica es un término algo más amplio, ya que incluye recuerdos autobiográficos así como el rendimiento en ciertas tareas de aprendizaje tales como el recuerdo de una lista de palabras. Sin embargo, los términos ‘autobiográfica’ y ‘episódica’ se suelen utilizar de manera intercambiable (pp. 110-111). Frente a este planteamiento, Martin Conway considera que, en efecto, la memoria episódica es diferente de la memoria autobiográfica, pero no en el sentido propuesto por otros investigadores. Conway ha revisado el concepto de “memoria episódica” a la luz de los hallazgos provenientes de diferentes dominios de investigación (estudios de laboratorio, análisis neuropsicológicos de los trastornos de memoria y estudios neurocognitivos con neuroimágenes) y ha establecido una distinción sustancial y novedosa entre ambas memorias. En concreto, la memoria autobiográfica incluye dos tipos de representaciones de memoria a largo plazo: la memoria episódica, o la memoria para los episodios específicos, y el conocimiento autobiográfico, que se refiere al conocimiento conceptual, genérico y esquemático de nuestras vidas. En todo acto de recordar, estos dos tipos de representación se unen para formar un recuerdo específico. Según este autor, la memoria episódica sería un sistema que retiene detalles sensorio-perceptivos muy específicos de las experiencias recientes durante intervalos cortos de tiempo (minutos y horas), mientras que la memoria autobiográfica sería un sistema que retiene el conocimiento relativo al yo en diferentes niveles de abstracción, y persiste durante semanas, meses, años, décadas o toda la vida. Por tanto, la memoria episódica sería el sistema encargado de representar el conocimiento relativo a las acciones concretas y a los productos de las acciones derivados de la experiencia del momento, mientras que la memoria autobiográfica sería el sistema que proporciona el contexto en el que se integran las memorias episódicas sensorio-perceptivas. Este planteamiento novedoso de Conway forma parte de un modelo de memoria (el sistema de memoria del yo) que será expuesto más adelante. 10.2.2. Recuerdos autobiográficos versus hechos autobiográficos En 1986, Brewer planteó la necesidad de distinguir diferentes tipos de memoria autobiográfica dependiendo de varios factores entre los que destacan, muy 353 especialmente, el grado de implicación del yo y de las imágenes mentales. En concreto, Brewer distinguió entre recuerdo autobiográfico (aunque el término exacto utilizado fue “recuerdo personal”), que implica “revivir” la experiencia fenoménica individual del episodio original, y hecho autobiográfico, que representa el conocimiento relativo al episodio concreto en el que la persona participó, pero carece de cualquier representación personal e imaginística de dicho evento. Esta distinción se pone de manifiesto en situaciones de la vida cotidiana tanto en personas sanas como en pacientes neuropsicológicos que sufren disociaciones de memoria a consecuencia de daños cerebrales. Para entender los propios conceptos de recuerdos y hechos autobiográficos, así como sus diferencias, recurriremos a distintos ejemplos y a el Cuadro 10.1, donde aparecen reflejadas de forma esquemática sus características respectivas. Teniendo en cuenta que toda evocación autobiográfica implica viajar mentalmente hacia atrás a través del tiempo subjetivo y tener la experiencia fenomenológica de que el suceso revivido le sucedió al mismo yo que recuerda, todo acto de memoria autobiográfica implica la activación de diferentes tipos de representaciones. Por ejemplo, mi memoria me permite evocar un recuerdo autobiográfico muy nítido de mi primer día de clase como profesor universitario. Así, la evocación de aquel acontecimiento implica, por un lado, la generación de un estado mental que representa el acontecimiento concreto de dar clase, otra representación mental de aquel evento como algo que me ocurrió a mí en un momento y en un lugar concretos de mi vida pasada, una representación adicional con los detalles periféricos conectados a dicho evento (el contexto espacio-temporal con multitud de imágenes mentales) y una representación más de las emociones y sentimientos que me embargaron aquella “primera vez”. Cuadro 10.1. Características de los recuerdos autobiográficos y hechos autobiográficos 354 Ahora bien, si sólo se diese la primera representación (“el acontecimiento concreto de dar clase”), no se trataría de un recuerdo autobiográfico de mi primer día de clase, sino sólo de un hecho autobiográfico, es decir, algo que sé que ha pasado en mi vida porque lo he inferido de mi propia biografía, puesto que, de aquel evento lejano de mi pasado, no puedo recordar nada. Por tanto, si sólo tuviese la primera representación, yo simplemente sabría que hubo (necesariamente) un primer día de clase, pero no tendría en mi memoria ninguna experiencia ni imagen de mí mismo impartiendo clase por primera vez, en un aula concreta de mi universidad, ni tendría emoción o sentimiento alguno ligado a aquel acontecimiento que me haga revivir ahora como propio lo que experimenté aquel día tan señalado en mi vida. Cuando ocurre esto, lo que resulta frecuente en cualquier persona corriente, se dice que se ha perdido el componente episódico de la memoria autobiográfica (de ese episodio concreto) y que sólo queda el componente semántico. Por ejemplo, yo sé que el viernes previo a la Semana Santa del pasado año (el llamado “Viernes de Dolores” en el santoral católico) viajé en mi coche particular desde Madrid a Doña Mencía, mi pueblo, en la provincia de Córdoba, porque todos los años viajo allí ese día; sin embargo, no recuerdo absolutamente nada de aquel viaje. Por tanto, respecto a aquel viaje, en mi memoria queda el hecho autobiográfico “Yo sé que el viernes de Dolores de 2008 hice un viaje en coche de Madrid a Doña Mencía”, pero no hay accesible ningún recuerdo autobiográfico de aquel evento. William James (1890) se refirió con toda claridad a esta condición necesaria de los recuerdos autobiográficos cuando escribió: 355 La memoria requiere algo más que el simple hecho de fechar un evento en el pasado. Debe ser fechado en mi pasado. En otras palabras, debo creer que yo experimenté directamente su ocurrencia. Debe tener esa ‘calidez e intimidad’ que […] caracteriza a todas las experiencias de las que se ‘apropia’ el pensador como suyas (p. 612). Tulving (1989) exploró y analizó la memoria del paciente amnésico KC (caso descrito en el Capítulo 1), quien, a consecuencia de los daños cerebrales sufridos en un accidente de motocicleta, “no puede recordarse a sí mismo experimentando situaciones ni participando en ningún acontecimiento de su vida pasada” (p. 362); sin embargo, este paciente no perdió todo su conocimiento previo, sino que “sabe muchas cosas sobre el mundo” y, por tanto, puede tener acceso a hechos autobiográficos, como que él ha estado muchas veces en una casa de campo que sus padres poseen en la provincia de Ontario, que él tiene un coche del que sabe la marca, el modelo o el color, que él sabe jugar al ajedrez, etcétera. Sin embargo, KC no tiene ni un solo recuerdo autobiográfico porque es incapaz de recordar ni una sola ocasión de las muchas que ha estado en la casa de campo ni nada de lo que allí le ha sucedido, como tampoco tiene ningún recuerdo relacionado con su coche ni con el ajedrez ni con ninguna otra experiencia de su pasado personal. En una ocasión, cuando se le preguntó “¿Cuál ha sido el momento más triste de su vida?”, KC respondió aludiendo a un episodio específico: “Cuando murió mi hermano Roger”. No obstante, aunque esa respuesta pudiera llevar a pensar que, en efecto, KC tiene un recuerdo autobiográfico de la muerte de su hermano, no es así, ya que, según se pudo comprobar en exploraciones ulteriores, KC es incapaz de recordar absolutamente nada de lo que hiciera o sintiera relacionado con aquel acontecimiento. El caso de KC ilustra dramáticamente el fenómeno de la disociación entre recuerdos autobiográficos y hechos autobiográficos por daño cerebral. Una disociación referida también como disociación entre memoria episódica y memoria semántica, dado que los recuerdos autobiográficos se consideran –siguiendo la terminología tradicional– memoria episódica y, por su parte, los hechos autobiográficos son considerados memoria semántica. 10.2.3. Componentes de la memoria autobiográfica Las disociaciones comentadas entre recuerdos autobiográficos y hechos autobiográficos sugieren que la memoria autobiográfica incluye componentes episódicos y componentes semánticos. Los neuropsicólogos cognitivos (clínicos y experimentales) saben por experiencia que, cuando se evalúa la memoria autobiográfica de pacientes con amnesia retrógrada, los datos tienden a reflejar un patrón mixto de conocimiento autobiográfico alterado y conocimiento autobiográfico preservado que apunta a la existencia de una estructura multicomponente del sistema de memoria autobiográfica o, al menos, de una 356 estructura mucho más compleja de lo que se había pensado. Como ha indicado explícitamente Kapur (1999), la memoria episódica/autobiográfica no sólo contiene información relativa a los eventos experimentados personalmente, como generalmente se asume, sino mucho conocimiento acerca de uno mismo, acerca de su propia personalidad y temperamento, acerca de las personas que uno conoce y ha conocido, etcétera. Esto significa que en nuestra memoria autobiográfica, además del conocimiento sensorial, perceptivo, emocional y afectivo específicos del lugar y del momento en el que experimentamos personalmente un evento, existe otro mucho conocimiento relacionado con nuestro yo que, sin embargo, no tiene un origen experiencial sino que se trata de conocimiento conceptual que hemos aprendido de otros o es el resultado de un conocimiento acumulado de naturaleza genérica y no episódica. Por ejemplo, el conocimiento relativo a la fecha de nuestro nacimiento, a nuestro domicilio, nuestra estatura, nuestro peso, nuestros gustos y aficiones, etc.; el conocimiento acerca de nuestros amigos y conocidos, incluyendo sus nombres, caras, rasgos de personalidad, etc.; el conocimiento relativo a las personas famosas, sus caras, profesiones, etc.; los nombres de nuestros compañeros de colegio, de nuestros profesores, etcétera, serían todos ellos ejemplos de conocimiento autobiográfico, pero no de conocimiento episódico en sentido estricto. Algunos autores han llamado a este tipo de conocimiento “memoria semántica personal” o componente semántico de la memoria autobiográfica, frente a la “memoria episódica/autobiográfica” o componente episódico de la memoria autobiográfica. En realidad, estos dos componentes se corresponden, respectivamente, con los hechos autobiográficos (memoria semántica) y los recuerdos autobiográficos (memoria episódica). Asimismo, dicha distinción es compatible con la idea actual de Conway de que la memoria autobiográfica contiene conocimiento sensorio-perceptivo (los recuerdos episódicos) y conocimiento conceptual (la base de conocimiento autobiográfico). Existe abundante literatura neuropsicológica sobre disociaciones entre ambos componentes en pacientes con amnesias de diferentes tipos (e.g., amnesia retrógrada focal, síndrome amnésico, amnesia global transitoria). Además, los hallazgos confirman la existencia de disociaciones dobles, es decir, que unos pacientes presentan una pérdida desproporcionada del componente episódico junto al mantenimiento preservado del componente semántico y otros, por el contrario, presentan el patrón inverso. La Figura 10.1 muestra, de manera esquemática, las estructura de los dos componentes de la memoria autobiográfica así como las estrechas relaciones entre este sistema y las memorias episódica y semántica. 357 Figura 10.1. Relaciones entre la memoria episódica, la memoria semántica y la memoria autobiográfica. 10.3. Métodos de estudio El estudio de la memoria autobiográfica difiere de los estudios tradicionales de memoria, donde el paradigma estudio/test define su metodología. Ideado por Ebbinghaus, el paradigma estudio/test incluye, como se recordará, tres fases: una fase de estudio, durante la que se presenta algún tipo de material; un intervalo de retención de duración variable, y una fase de test, en la que se evalúa la memoria de la información aprendida. La investigación de la memoria autobiográfica se aparta radicalmente de este modelo básicamente por dos razones. La primera, porque no se presenta ningún evento, sino que los recuerdos que se evalúan se relacionan con acontecimientos que pueden haber ocurrido muchos años antes y siempre fuera del control del investigador. La segunda, porque es muy difícil, o incluso imposible, comprobar la exactitud de los recuerdos autobiográficos. ¿Dónde está o quién posee la respuesta correcta de lo que ocurrió en el 358 pasado? Incluso cuando se intenta corroborar lo que una persona recuerda recurriendo a otras personas que vivieron el mismo acontecimiento, se comprueba que sus recuerdos están igualmente sujetos a todo tipo de interpretaciones y sesgos. No existe ningún método objetivo para controlar lo que otros recuerdan ni para juzgar la exactitud de sus recuerdos, de ahí que los investigadores de la memoria autobiográfica se centren en aspectos que sí pueden ser evaluados. Por ejemplo, la edad de los recuerdos, su vividez y riqueza de detalles o su intensidad emocional. Desde los comienzos del estudio empírico y sistemático de la memoria autobiográfica, que nadie duda en fijar en las investigaciones que sobre sus propios recuerdos realizó Francis Galton a finales del siglo XIX, se han desarrollado una serie de métodos para estudiar el recuerdo del pasado personal. Entre éstos destacan la técnica de las palabras clave o técnica de Crovitz, el método de los diarios y los cuestionarios. 10.3.1. La técnica de las palabras clave La técnica de las palabras clave fue desarrollada originalmente por Galton en un estudio sobre su propia memoria. El procedimiento consistía en presentar una palabra (e.g., miedo) y analizarla hasta que aparecía una asociación; si la asociación generada se refería a un evento recordado de su pasado, a continuación trataba de averiguar la edad de dicho recuerdo. Sin embargo –como ha advertido Brewer (1986)–, el método de Galton no fue un método diseñado expresamente para estudiar los recuerdos personales o autobiográficos sino para tomar muestras de los contenidos de su mente; de ahí que en los informes de Galton no haya apenas ejemplos claros de recuerdos personales. Casi cien años después, Crovitz y Schiffman (1974) modificaron el método de Galton al introducir instrucciones explícitas que llevaran a los sujetos a generar auténticos recuerdos autobiográficos. El estudio de Crovitz y Schiffman incluía la presentación de 20 palabras, con instrucciones claras a los sujetos (N = 98) de que se trataba de “un estudio de sus recuerdos personales” que requería que analizaran todas las palabras, de una en una, y describieran “el recuerdo asociado a cada palabra que primero les viniese a la mente”. Tras la presentación de la lista completa, se pedía a los sujetos que “fecharan cada recuerdo con la mayor precisión posible” (p. 517). El cambio metodológico introducido por estos autores fue de una gran importancia conceptual. Téngase en cuenta que la técnica de Galton consistía, básicamente, en utilizar una palabra a modo de sonda para sacar información de la mente (o de la memoria, en el mejor de los casos), mientras que las modificaciones introducidas por Crovitz y Schiffman permiten que cada palabra actúe como una sonda que busca expresamente recuerdos personales. En un trabajo posterior de Crovitz (1986), las instrucciones que daba al participante (un hombre que sufría una amnesia postraumática a consecuencia de las heridas que sufrió en la cabeza por un accidente de tráfico) eran 359 así de explícitas: “Ahora vamos a utilizar algunas palabras como claves. Estas palabras son como anzuelos de pescar para que los utilice usted y pesque en el estanque de su memoria” (p. 274). En resumen, la técnica de las palabras clave incluye dos fases: una primera, en la que los participantes deben escribir o relatar los recuerdos personales que les va evocando cada una de las palabras presentadas, y una segunda, en la que deben fechar los recuerdos generados. La aplicación y difusión de esta técnica han sido tan extraodinarias que se ha convertido en el método más utilizado actualmente en las investigaciones sobre la memoria autobiográfica. Por todo ello, se ha propuesto denominarla técnica de Crovitz. 10.3.2. El método de los diarios Este método no se refiere a los “diarios” clásicos en los que una persona mantiene un registro permanente de sus experiencias diarias o casi diarias. Cuando los diarios se utilizan como herramienta para el estudio de la memoria autobiográfica, su poseedor registra durante un período más o menos prolongado de tiempo eventos que le resultan significativos, pero ateniéndose a unos criterios o marcadores elegidos a priori, como, por ejemplo, quién fue el protagonista del evento, dónde se encontraba el autor del diario o a través de qué medio se enteró del evento. La estadounidense Marigold Linton fue la primera psicóloga que abordó el estudio de la memoria autobiográfica mediante este método, cuyos primeros resultados publicó en 1975. Durante 6 años, registró diariamente al menos dos eventos específicos de su vida (podía tratarse de un episodio o de una acción), que describía brevemente en su correspondiente tarjeta. El registro conllevaba dos restricciones: la longitud de la descripción (que no podía sobrepasar tres líneas) y la singularidad del evento (cada ítem de memoria debía ser distinguible del resto una vez escrito). La fecha del evento la escribía en el dorso de la tarjeta. Linton reunió 5.500 ítems durante los seis años que duró el estudio. Cada mes, evaluaba su memoria de la siguiente manera: elegía dos tarjetas al azar, las leía y, a continuación, trataba de recordar el orden en el que habían ocurrido los eventos y la fecha de su ocurrencia (día, mes y año). Los ítems olvidados o no distinguibles del resto eran eliminados del archivo. Como las tarjetas las elegía al azar y luego las volvía a colocar en su lugar, en más de una ocasión evaluó su memoria para el mismo incidente varias veces, lo que le permitió observar que cuanto más evaluaba el mismo evento, mejor lo recordaba. Linton comprobó además que, durante el primer año tras su ocurrencia, “virtualmente todos los eventos eran recordados y fechados con gran precisión”. Tanto es así, que durante el primer año el olvido de los ítems fue inferior al 1%. “A los eventos recientes –escribió Linton (1986, pp. 63-65)– se accede fácilmente, con virtualmente 360 cualquier clave”. Sin embargo, tras períodos de tiempo más largos, el olvido era significativamente mayor. En concreto, los eventos menos sobresalientes (en función de su importancia, de su emocionalidad y de la frecuencia con la que habían sido repasados) se perdían completamente y el recuerdo, en general, dependía cada vez más de un rango más pequeño de claves, es decir, que cuanto más antiguo era un recuerdo su evocación exigía más esfuerzo y unas claves cada vez más específicas. Muy influenciado por el estudio de Linton, el psicólogo holandés Willem Wagenaar (1986) llevó a cabo un trabajo parecido durante 6 años. No obstante, Wagenaar introdujo una serie de “mejoras metodológicas” con el fin de superar las “limitaciones” del trabajo de Linton. En concreto, Wagenaar se centró en investigar el modo como la información relativa a quién, qué, dónde y cuándo opera en los procesos de memoria “cuando se utilizan bien como claves para facilitar el recuerdo o bien como aspectos que hay que recordar” (p. 228). Wagenaar registraba los eventos en tarjetas previamente diseñadas en las que, además de los cuatro aspectos señalados, se juzgaban (mediante escalas de tipo Likert) tres dimensiones: saliencia (referida a la frecuencia del evento; la escala iba de 1 = 1/día, a 7 = 1/en toda la vida), implicación emocional (de 1 = nada, a 5 = extrema) y nivel de satisfacción o agrado (de 1 = extremadamente desagradable, a 7 = extremadamente agradable). Por ejemplo, una de las fichas (la nº 3.329) recogía la siguiente información: Quién = Leonardo da Vinci; Qué = Fui a ver su “Última Cena”; Dónde = En una iglesia de Milán; Cuándo = Sábado, 10 de Septiembre de 1983; Saliencia = 3; Implicación emocional = 1; Nivel de satisfacción = 5. Aunque el estudio se realizó durante un período de 6 años, el “estudio principal” duró 4 años, precedido y seguido por sendos años de control (el primer año como pretest y el sexto como post-test). La evaluación de su memoria siempre la llevó a cabo Wagenaar al final de los tres períodos experimentales; por tanto, a diferencia de Linton, cada evento sólo lo tuvo que recordar una vez. Para el recuerdo siempre utilizó como claves los cuatro aspectos registrados combinados de modos diferentes. Por ejemplo, si la clave era Qué, la tarea consistía en recordar Quién, Dónde y Cuándo; si las claves eran Quién y Cuándo, la tarea exigía recordar Qué y Dónde; etcétera. Los resultados mostraron que la probabilidad del recuerdo depende del número de claves disponibles, así como de la naturaleza y la combinación específica de éstas. En concreto, Wagenaar observó que la combinación de dos o tres claves producía un mejor recuerdo que la utilización de una única clave. Además, la retención estaba significativamente relacionada con la saliencia de los eventos, con su nivel de satisfacción y con el grado de implicación emocional. Por último, el olvido fue muy lento y, de hecho, como señala el propio autor, incluso los eventos considerados “olvidados” (cerca del 20%) fueron recuperados con claves adicionales, lo que demostraba que ningún evento concreto se había olvidado completamente. Los trabajos de Linton y Wagenaar son, sin duda, los casos de diarios más conocidos e influyentes, aunque existen otros estudios importantes realizados con esta 361 metodología3. La crítica más frecuente a este método ha sido que sean los propios diaristas quienes elijan los eventos que registran. Para evitar esta fuente de sesgos, Brewer (1988) llevó a cabo un estudio en el que los participantes (entre 8 y 10 estudiantes voluntarios) portaban un pequeño artilugio con una alarma (beeper) que sonaba a intervalos aleatorios, y habían sido instruidos para que escribiesen en una tarjeta “lo que estaban haciendo justo en el momento en que sonaba la alarma”. Además, debían anotar la hora y el día de la semana, dónde estaban, qué estaban pensando y qué emociones experimentaron. Después de un promedio de 13 días de registros, los participantes realizaron diversos tests de memoria en tres intervalos diferentes (inmediatamente después, a los 23 días y a los 46 días). En general, los resultados pusieron de manifiesto que las acciones (lo que estaban haciendo) se recordaban mejor que los pensamientos, y que la originalidad (o la rareza) era el mejor predictor de que una acción sería recordada, mientras que el nivel emocional era el mejor predictor para el buen recuerdo de los pensamientos. 10.3.3. Los cuestionarios de memoria Desde finales de la década de 1970, y como un efecto más del influyente trabajo de Neisser (1978) sobre la falta de validez ecológica de los estudios experimentales sobre la memoria, han ido apareciendo diferentes cuestionarios diseñados para evaluar el funcionamiento de la memoria humana en circunstancias naturales. Como se trata de autoinformes, en realidad, lo que evalúan estos cuestionarios no es el funcionamiento de la memoria de la persona que cumplimenta el cuestionario, sino las creencias de esa persona acerca del funcionamiento de su propia memoria en contextos naturales. Sin pretensiones de exhaustividad, digamos que algunos de los más conocidos cuestionarios de memoria serían éstos: el Inventory of Memory Experiences (IME) de Herrmann y Neisser (1978), que evalúa la frecuencia de los olvidos y la claridad de los recuerdos; el Subjective Memory Questionnaire (SMQ) de Bennett-Levy y Powell (1980), que mide lo que la gente generalmente recuerda y olvida en su vida cotidiana; el Everyday Memory Questionnaire (EMQ) de Sunderland et al. (1983), que analiza la frecuencia con la que se han tenido experiencias de olvido durante los últimos seis meses; etcétera. Se han desarrollado asimismo cuestionarios para su aplicación en contextos clínicos o neuropsicológicos, como, por ejemplo, el Memory Everyday Failures (MEF) de Sunderland et al. (1984), que es una versión reducida del EMQ para la aplicación a pacientes que han sufrido daños cerebrales, o la Autobiographical Memory Interview (AMI) de Kopelman et al. (1990), que se usa preferentemente para evaluar una posible amnesia retrógrada. En 1982, Herrmann revisó un número considerable de cuestionarios y llegó a la 362 conclusión de que pedir a la gente que evalúe su propia memoria es una paradoja, ya que ¿cómo vamos a esperar que personas con un recuerdo pobre o malo puedan recordar sus propios fallos de memoria? Por otro lado, la evidencia disponible indica que los autoinformes sobre la memoria apenas se corresponden con el funcionamiento real de la misma. Así, en un trabajo propio realizado en colaboración con Fernández-Ballesteros, analizamos la validez del Subjective Memory Questionnaire (SMQ)4 utilizando como criterio diferentes pruebas de recuerdo libre. Nuestros resultados pusieron de manifiesto, en primer lugar, la existencia de 8 factores en el SMQ, y, en segundo lugar, que la variable “memoria de laboratorio” (el recuerdo libre) sólo explicaba uno de ellos (Factor V, al que llamamos Nombres; ver Ruiz-Vargas y Fernández-Ballesteros, 1983). Estos hallazgos apuntan a las limitaciones del recuerdo libre como prueba general de memoria, así como a la variedad de tipos de memoria involucrados en el cuestionario. 10.4. Estructura y organización de la memoria autobiográfica 10.4.1. El sistema de memoria del yo Conway y sus colaboradores llevan años desarrollando un modelo de memoria autobiográfica que propone que los recuerdos autobiográficos se generan en el Sistema de Memoria del Yo. Dicho modelo o marco conceptual (the Self-Memory System o SMS5, en inglés) destaca las interconexiones del yo y la memoria, en el sentido de que la memoria se considera la base de datos o el contenido del yo, y el yo –considerado como un conjunto complejo de objetivos activos y de auto-imágenes asociadas que reciben el nombre de “yo operativo” (the working self )– controla el acceso a la memoria6. El SMS consta pues de dos componentes principales, el yo operativo y la base de conocimiento de la memoria autobiográfica. Entre ambos componentes se da una relación recíproca, de modo que el conocimiento autobiográfico restringe lo que el yo es, ha sido y puede llegar a ser, mientras que el yo operativo modula el acceso al conocimiento a largo plazo. Aunque el yo operativo y la base de conocimiento autobiográfico pueden actuar independientemente o por separado, todo acto de recordar exige la interacción de ambos para que se puedan formar los recuerdos autobiográficos. La función principal del yo operativo es mantener la coherencia. Se dispone de abundante conocimiento empírico y teórico que demuestra que los recuerdos pueden ser cambiados, distorsionados e incluso fabricados para apoyar los aspectos actuales del yo, es decir, para mantener la coherencia (también llamada coherencia del yo, sobre la que volveremos en la última parte de este capítulo). La coherencia es una fuerza poderosa de la memoria humana que actúa durante la codificación, durante el acto de recordar y durante la recodificación, siempre con el objetivo del yo de modular (o de controlar) 363 tanto la accesibilidad de los recuerdos como la accesibilidad de sus contenidos. De esta manera, el yo consigue que la memoria sea consistente con los objetivos presentes, con la autoimagen actual del individuo y con sus creencias. Así pues, la memoria y el yo forman un sistema coherente en el que las creencias y el conocimiento sobre uno mismo son confirmados y apoyados por los recuerdos de experiencias personales concretas. Greenwald (1980) habló del “yo totalitario” para referirse precisamente a esta dinámica del yo, y Conway (2005) coincide con esta visión y destaca que el yo operativo está regido por el principio del conservadurismo, cuyo propósito es resistirse al cambio de objetivos. Cualquier cambio de objetivos es siempre costoso en términos cognitivos y afectivos porque, incluso cuando la consecución de un objetivo se lleva a cabo con éxito, dicho cambio tiene consecuencias para muchos otros objetivos, además de que durante los períodos de cambio el yo es mucho más vulnerable a influencias desestabilizadoras y menos capaz de actuar eficazmente sobre el mundo. Recientemente, Conway, Singer y Tagini (2004), en un intento por integrar el modelo SMS con las teorías socio-cognitivas sobre el yo, han ampliado el concepto de yo operativo para incluir el yo conceptual. El yo conceptual se refiere a un conjunto de estructuras conceptuales y sin especificación temporal del yo, tales como los yoes posibles, los guiones personales, los esquemas, las actitudes, los valores o las creencias. El otro componente del SMS, la base de conocimiento de la memoria autobiográfica, contiene dos tipos distintos de representaciones: el conocimiento autobiográfico y la memoria episódica. Como veremos más abajo, el conocimiento autobiográfico está organizado jerárquicamente en tres niveles diferentes de abstracción: “historias de vida”, “períodos de la vida” y “acontecimientos generales”. En la primera formulación del modelo SMS, el conocimiento autobiográfico también incluía el nivel llamado “conocimiento de eventos específicos”; sin embargo, Conway (2005) ha reconocido que este tipo de conocimiento se corresponde con el contenido de la memoria episódica. Por consiguiente, actualmente, los episodios específicos no se incluyen dentro del conocimiento autobiográfico ya que la memoria episódica se considera como un sistema de memoria separado del conocimiento autobiográfico. Según Conway, este concepto de memoria episódica se corresponde con el concepto de memoria episódica de Tulving y, como ya se dijo, contiene los registros esquematizados de los procesamientos sensorio-perceptivos y conceptual-afectivos propios de las experiencias concretas. Por tanto, en la construcción de todo recuerdo intervienen 4 niveles de conocimiento: las historias de vida, los períodos de la vida, los acontecimientos generales y los recuerdos episódicos. 10.4.2. Organización de la memoria autobiográfica La cuestión de la organización de los recuerdos autobiográficos o, lo que es lo mismo, 364 cómo está representado el conocimiento autobiográfico en la memoria a largo plazo, ha sido abordada por diferentes investigadores y todos ellos coinciden en que este tipo de conocimiento está organizado en diferentes niveles de especificidad. Aunque resulte sorprendente, la extraordinaria complejidad, variedad y casi ilimitada cantidad de recuerdos en los que está contenida la historia de cada persona se ajustan siempre a una estructura bien definida. Ahora bien, dicha estructura no contiene ningún tipo específico de conocimiento que pueda ser identificado o considerado como un recuerdo, sino que se asume que los recuerdos son compilaciones, construcciones o composiciones de conocimiento procedentes de diferentes niveles de dicha estructura (Conway y Rubin, 1993). Siguiendo el modelo SMS, y como se acaba de señalar, la memoria autobiográfica incluye cuatro estructuras de conocimiento (las tres del componente conocimiento autobiográfico y la de la memoria episódica). La Figura 10.2 ilustra gráficamente cómo podrían estar representadas dichas estructuras en la memoria a largo plazo. En el nivel más abstracto se situaría una estructura llamada “la historia de la vida”, un esquema de conocimiento de la historia personal incluso más general que los períodos de la vida. Las historias de vida contienen conocimiento general sobre el mundo y conocimiento evaluativo acerca del individuo. En su modelo de identidad, McAdams (2001) ha argumentado que la identidad como tal toma la forma de una historia, con un escenario, escenas, personajes, argumento y tema, hacia el final de la adolescencia y comienzos de la juventud. En esa época de la vida, la gente comienza a reconstruir el pasado personal, percibe el presente y anticipa el futuro en términos de una historia-delyo internalizado y en evolución, esto es, en términos de una narración integradora del yo que proporciona al individuo una vida actual con un mínimo de unidad y propósito psicosocial. En otras palabras, las historias de vida permiten a la gente organizar sus recuerdos y el conocimiento más abstracto de su pasado en una visión biográfica coherente. Como tales, las historias de vida son construcciones psicosociales realizadas por el propio sujeto y el contexto social en el que está inmerso y le da sentido, por lo que reflejan los valores y las normas culturales, incluyendo actitudes y creencias acerca del género, la raza y la clase. Asimismo, contienen imágenes del yo que dividen y separan el yo en diferentes yoes. En resumen, las historias de vida son una integración del pasado reconstruido y del futuro anticipado (representado básicamente por los objetivos) que define, identifica y da significado a toda una vida. 365 Figura 10.2. Estructuras de conocimiento de la memoria autobiográfica. Adaptado de Conway y Williams (2008). Los períodos de la vida representan lugares, personas, actividades, sentimientos y objetivos comunes del período que representan. Se trata de representaciones que encapsulan en la memoria períodos concretos y largos de tiempo que se miden en años o décadas, y permiten el acceso a la memoria autobiográfica de un modo canalizado. Por ejemplo, “cuando iba a la escuela”, “cuando estaba en la universidad”, “cuando vivía en Sevilla” o “cuando trabajaba en la empresa X”. Se ha comprobado que los períodos de la vida contienen conocimiento evaluativo –tanto positivo como negativo– del proceso de consecución de objetivos. Pueden desempeñar un importante papel en las historias de vida al proporcionar conocimiento autobiográfico que permite la generación de temas. Las historias de vida y los períodos de la vida son parte del yo conceptual, donde representan informes resumidos del yo y de su historia, y donde también se usan para iniciar y dirigir búsquedas en la base de conocimiento autobiográfico. Los acontecimientos generales, por su parte, pertenecen más claramente al núcleo mismo de la base de conocimiento y está demostrado que desempeñan un importante papel en la organización del conocimiento personal. Son más específicos que los períodos de la vida pero no tan específicos como los recuerdos episódicos sensorio-perceptivos, 366 que se derivan directamente de la experiencia real. Los acontecimientos generales representan, pues, tipos más específicos y también más heterogéneos de conocimiento autobiográfico, bien sobre acontecimientos únicos (e.g., el día de mi graduación, el primer día que fui a Liverpool, etc.), acontecimientos repetidos (e.g., los paseos diarios con mi perro, o la reunión anual con los viejos compañeros de carrera) o acontecimientos prolongados (e.g., las vacaciones que pasé en Inglaterra, el viaje a las cataratas de Iguazú, etc.). Los acontecimientos generales suelen medirse en días, semanas o meses, y pueden estar organizados de diferentes formas. Por ejemplo, como minihistorias construidas alrededor de recuerdos episódicos detallados y claros sobre el logro de objetivos, como la adquisición de habilidades tales como conducir o hacer amigos en la universidad. En ocasiones, los acontecimientos generales pueden referirse a experiencias de una especial significación para el yo y actuar como puntos de referencia para otros acontecimientos generales (e.g., los llamados por Singer y Salovey “recuerdos definidores del yo”, en los que nos detendremos más adelante). En otros casos, los acontecimientos generales pueden estar agrupados en función de su similitud emocional. En definitiva, los acontecimientos generales representan información muy relevante para la jerarquía de objetivos del yo operativo. 10.4.3. La memoria episódica La cuarta y última estructura de conocimiento de la memoria autobiográfica corresponde a la memoria episódica. Siguiendo a Conway (2009), los recuerdos episódicos son representaciones mentales con unas características y una organización propias, que se manifiestan en circuitos cerebrales concretos. En el Cuadro 10.2, aparecen las propiedades de los recuerdos episódicos que los hacen distintos de otros tipos de representaciones de memoria. A continuación, nos detendremos, siquiera brevemente, en cada una de ellas. Cuadro 10.2. Propiedades de los recuerdos episódicos (a partir de Conway, 2009) 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. Contienen registros esquematizados del procesamiento sensorio-perceptivo-conceptual-afectivo. Retienen patrones de activación/inhibición durante largos períodos. Están representados frecuentemente bajo la forma de imágenes (visuales). Siempre tienen una perspectiva (de campo o del observador). Representan porciones de experiencia de corta duración. Están representados en una dimensión temporal con un cierto orden de ocurrencia. Están sujetos a un olvido rápido. Su recuperación se acompaña de experiencia recolectora (conciencia autonoética). Proporcionan especificidad a los recuerdos autobiográficos. 367 1. 2. 3. El contenido de la memoria episódica está estrechamente relacionado con los eventos y consiste en registros detallados del procesamiento sensorioperceptivo y conceptual-afectivo que caracterizó la experiencia original o predominó durante la misma. Esto significa que dicho contenido está muy próximo a la experiencia y, de hecho, se corresponde con la experiencia vivida; sin embargo, ello no significa que los recuerdos episódicos sean registros literales de la experiencia, aunque existen casos especiales en los que pueden contener fragmentos casi literales del evento experimentado. Por ejemplo, algunas víctimas de experiencias traumáticas conservan en su memoria detalles extraordinariamente específicos como la textura, el color o los olores del escenario del trauma que, cuando acceden a su conciencia, les producen sensaciones tan intensas que les llevan a revivir el trauma sufrido. Detalles tan vívidos como éstos suelen retenerse también de experiencias no necesariamente traumáticas aunque sí con un elevado significado personal y/ o público, como en el caso de los llamados “recuerdos fotográficos” (flashbulb memories; ver Ruiz-Vargas, 1993b). Retomaremos ambas situaciones en el Capítulo 11. No obstante, en general se asume que la información episódica es algo genérico y esquematizado, una representación, y no una copia literal de la experiencia. La segunda propiedad hace referencia a que en todo recuerdo episódico existe un patrón de activación/inhibición de sus contenidos que es el que determina la accesibilidad de los detalles episódicos. Esto significa que los diversos detalles de un recuerdo episódico presentan diferentes niveles de accesibilidad, en el sentido de que unos detalles episódicos pueden ser activados, y, por tanto, serán fáciles de recuperar, y otros pueden inhibirse y su acceso será difícil. Por tanto, el mismo ítem (el mismo recuerdo episódico) puede ser simultáneamente activado e inhibido. Aunque probablemente sean muchos los factores que determinen los niveles de activación/inhibición de los detalles de un recuerdo episódico, se ha sugerido que los objetivos de una experiencia –que son los que guían la atención, la acción y los afectos– juegan un papel crucial durante el proceso de codificación. Las tres siguientes propiedades hacen referencia a la naturaleza de la memoria episódica. Así, se sabe que todo recuerdo episódico, aunque puede contener información de todas las modalidades sensoriales, es de naturaleza predominantemente visual. “La memoria episódica nos permite visitar mentalmente y ‘ver’ el pasado”, nos dicen Tulving y Lepage (2000, p. 213). Una gran diversidad de pruebas apoya el componente imaginístico (visual) de estos recuerdos. Por ejemplo, esa propiedad de “ver” el pasado es considerada por la gente en general como lo definitorio de los recuerdos episódicos. Más aún, cuando alguien rememora un suceso y lo acompaña de comentarios del tipo “es como si lo estuviese viendo”, su relato se hace más creíble y más verídico para sí mismo y para los demás. De hecho, las 368 personas actuamos como si el recuerdo de detalles sensoriales significara que lo que se está evocando es exacto. Este aumento de la credibilidad y de la veracidad de las evocaciones propiciado por las imágenes se pone especialmente de manifiesto en las declaraciones de los testigos presenciales de actos delictivos. Y también, como no podía ser de otra manera, siempre que una persona evoca un episodio personal o lo narra como parte de su biografía cargado de imágenes. Porque, en todos estos casos, las personas no se limitan a decir lo que sucedió, sino que en su narración nos dicen que pueden “ver” la situación, “oír” lo que se dijo o “sentir” lo que sintieron, convencidos de que así avalan y aumentan la exactitud de su recuerdo. Esta relación entre nivel de imágenes (visuales) y credibilidad de los recuerdos ha sido demostrada por Brewer (1988), quien comprobó empíricamente que los sujetos que asignaban niveles altos de confianza a sus recuerdos autobiográficos demostraban tener recuerdos repletos de imágenes visuales, mientras que los sujetos que mostraban poca confianza en sus recuerdos decían tener pocas imágenes visuales de los mismos. Estos hallazgos han sido confirmados recientemente por Rubin y sus colaboradores (ver Rubin, 2005), quienes encontraron que tanto “el sentido de la recolección” (conciencia autonoética) como “la creencia de que los recuerdos son exactos” eran predichos por la vividez de las imágenes visuales que los propios sujetos atribuían a sus recuerdos. El componente visual de los recuerdos episódicos se revela también en los “recuerdos fotográficos” y, de una forma especialmente dramática, en los recuerdos traumáticos. Como se señaló en el capítulo anterior, Lenore Terr (1990) ha observado que las víctimas de traumas psíquicos sufren una “propensión imparable a ‘ver’ sus traumas” casi constantemente. Por último, la naturaleza predominantemente visual de los recuerdos episódicos encuentra apoyo en datos muy interesantes procedentes de la neuropsicología. Greenberg y Rubin (2003) estudiaron a 11 pacientes que sufrían pérdida de memoria visual a resultas de daños en ambos lóbulos occipitales. Estos pacientes se caracterizan porque (a) pueden copiar dibujos lineales, pero (b) son incapaces de reconocer objetos a través de la vista y (c) no pueden dibujar objetos de memoria ni pueden describir sus propiedades. Los 11 pacientes padecían amnesia y se consideró que sufrían un síndrome llamado amnesia por déficit de memoria visual. La hipótesis de estos autores fue la siguiente: Si la memoria visual es central para la memoria autobiográfica, entonces estos pacientes presentarán un déficit general en la memoria autobiográfica porque sin la información visual no es posible acceder a ninguna otra información de la memoria relativa a un objeto. Los hallazgos fueron consistentes con su hipótesis. Los 11 pacientes tenían amnesia que sobrepasaba el ámbito de su memoria visual. La amnesia 369 4. 5. 6. incluía por lo general una pérdida casi total de memoria autobiográfica desde antes del comienzo de la pérdida de memoria visual; de hecho, ni siquiera los recuerdos infantiles estaban preservados. La pérdida de memoria autobiográfica de los eventos que tuvieron lugar después del comienzo de la pérdida de memoria visual era más leve, por lo general. Como se verá en el Capítulo 12, este patrón de síntomas no es típico de la forma más común de amnesia causada por daños en el sistema de memoria explícita; sin embargo, tiene sentido si lo que se perdió en estos pacientes fue el almacén de recuerdos visuales y la capacidad para codificar otros nuevos. El razonamiento de Greenberg y Rubin fue que, tras esa pérdida, los nuevos recuerdos autobiográficos pueden seguir siendo codificados y recuperados pero sin el componente visual, y los viejos recuerdos autobiográficos, incluso los bien codificados y bien consolidados recuerdos infantiles, se pierden porque se ha perdido la información visual relevante, que es una parte clave de la información mnemónica. La particular relevancia de la información visual para la memoria autobiográfica se confirmó al encontrar casos de pacientes con pérdida de memoria auditiva que cumplían los criterios de los de pérdida de memoria visual, pero, tales pacientes, por el contrario, no presentaban amnesia. Continuando con las propiedades de los recuerdos episódicos, éstos siempre se recuperan desde una perspectiva. Como se recordará, en el Capítulo 7 se planteó esta cuestión y se dijo que las personas podemos evocar nuestro pasado personal desde dos perspectivas o puntos de vista diferentes: la perspectiva de campo y la del observador. Como no se trata de repetir lo expuesto en el Capítulo 7, recordaremos que, en esencia, la investigación demuestra que los recuerdos de campo están más fuertemente asociados a la conciencia autonoética que los recuerdos de observador, así como que los recuerdos recientes tienden a recuperarse más desde la perspectiva de campo. Los recuerdos episódicos, especialmente los visuales, representan porciones temporalmente pequeñas de experiencia que están íntimamente relacionadas con la segmentación momento-a-momento de la experiencia del evento. Como advierte Conway (2009), no se sabe cómo ocurre esto ni cuál es la naturaleza de estas porciones temporales, aunque se ha sugerido que su función podría ser proporcionar un registro detallado de cómo se está llevando a cabo la consecución del objetivo actual y permitir así una evaluación precisa de dicho proceso. Los recuerdos episódicos preservan el orden temporal. Gracias a los recuerdos episódicos, los seres humanos tenemos la capacidad para recordar los acontecimientos del día tanto hacia delante como hacia atrás; una habilidad cognitiva que, sin duda, resulta básica para la planificación y consecución de objetivos. Dado que la dimensión temporal de la memoria episódica se extiende tanto hacia delante como hacia atrás en el tiempo, probablemente es 370 7. la responsable también de la sensación de “antes y después”, que permite a los seres humanos no sólo recordar su pasado sino anticipar su futuro. Como señala Conway, resulta interesante comprobar cómo los pacientes con traumatismos craneales y daños cerebrales extensos se quejan de haber perdido esa sensación –que no es otra que la sensación acerca de la dirección del tiempo– y de sentirse desorientados temporalmente. Investigaciones neurocognitivas recientes y observaciones de pacientes amnésicos demuestran que la memoria episódica no sólo permite reexperimentar conscientemente el pasado sino pre-experimentar posibles eventos futuros. Atance y O’Neill (2001) han introducido el término pensamiento episódico futuro para referirse a la capacidad de las personas para verse a sí mismas participando en eventos futuros. Estudios recientes con neuroimágenes funcionales han observado que el hipocampo aparece involucrado tanto en la recuperación del pasado como en la construcción del futuro; en consecuencia, los pacientes con amnesia hipocampal se verán incapacitados no sólo para recordar el pasado sino para imaginar experiencias nuevas7. Cuando Tulving pidió al ya conocido paciente KC que intentase “viajar hacia atrás en el tiempo de su propia mente”, bien por el pasado representado por unos minutos antes o por muchos años atrás, éste dijo que no podía. Y cuando, a continuación, se le pidió que tratase de volver “el ojo de su mente” hacia el pasado, lo único que pudo decir es que “estaba en blanco”, es decir, KC no tiene pasado, porque no puede recordar nada de lo que ha sucedido en su vida, ya sea unos minutos antes, el día anterior o hace varios años. Pero, además, este paciente con amnesia hipocampal tampoco puede pensar en el futuro. Cuando se le pidió que contase lo que iba a hacer después o mañana o en cualquier momento del resto de su vida, fue incapaz de contestar, y cuando se le dijo que describiese el estado de su mente cuando piensa en el futuro, su respuesta fue otra vez la misma: “Está en blanco”. En general, los pacientes con amnesia del lóbulo temporal (KC es un ejemplo de este tipo) están incapacitados tanto para recuperar el pasado como para imaginar el futuro. En resumen, y como señalan Schacter y Addis (2007), la evidencia disponible en el plano cognitivo, neuropsicológico y de neuroimágenes pone de manifiesto la existencia de un considerable solapamiento en los procesos psicológicos y neurales involucrados en recordar el pasado e imaginar el futuro. Todo ello confirma que la memoria episódica no sólo permite “el viaje mental” hacia atrás a través del tiempo subjetivo sino el viaje mental hacia delante a través del “pensamiento episódico futuro”. A pesar de todo, los recuerdos episódicos no se mantienen durante períodos largos en la memoria a largo plazo. Todo el mundo sabe por experiencia que, en cualquier momento del día, podemos recordar prácticamente todo lo que hemos hecho desde que nos levantamos, incluso lo que experimentamos 371 8. 9. el día anterior. Sin embargo, a medida que el intervalo de retención aumenta el acceso a tales recuerdos episódicos se va perdiendo y, por ejemplo, después de una semana, no existe virtualmente ninguno de tales recuerdos. Aunque todavía existe muy poca investigación sobre este proceso rápido de olvido de los recuerdos episódicos relativos a los eventos cotidianos, en el laboratorio de Conway se están llevando a cabo interesantes estudios en los que se demuestra que, si bien los recuerdos episódicos de un día normal se vuelven inaccesibles en períodos muy cortos de tiempo, siguen disponibles en la memoria y pueden ser recuperados si se proporcionan claves eficaces de recuperación. Las dos últimas propiedades atribuidas a los recuerdos episódicos están asociadas a la experiencia de recordar. Como es sabido, Tulving ha llamado a dicha experiencia “conciencia autonoética”, una forma de conciencia de memoria muy estudiada en la última década. La conciencia de memoria en el acto de recordar autobiográfico parece que se activa cuando un recuerdo episódico entra en el proceso de construcción de un recuerdo autobiográfico. En concreto, según Conway (2002), sólo cuando los recuerdos episódicos son incorporados a una memoria autobiográfica durante su construcción, el pasado es experimentado autonoéticamente y se forma un recuerdo específico. La intervención de los recuerdos episódicos en dicho proceso resulta fundamental porque es gracias a su naturaleza sensorioperceptiva como el sujeto que recuerda sabe que la representación mental que está manejando es realmente el recuerdo de una experiencia que vivió y no una fantasía, un sueño, un plan o cualquier otra construcción mental. En ocasiones, se accede al conocimiento autobiográfico sin la intervención de los recuerdos episódicos, pero, cuando esto ocurre, no se produce experiencia recolectora, sino que el acceso sólo se acompaña de la llamada “sensación de saber” (o “conciencia noética”). Como Tulving lleva años insistiendo, la experiencia de la recolección (o la sensación del yo de estar reviviendo el propio pasado) es una propiedad característica, si no definitoria, de la memoria episódica (ver Wheeler, Stuss y Tulving, 1997). Además de producir la experiencia de la recolección, la participación de los recuerdos episódicos en la construcción de un recuerdo autobiográfico proporciona especificidad al recuerdo formado. La especificidad de los recuerdos es una cualidad fundamental porque nos vincula con la experiencia del mundo, una cualidad que puede perderse cuando la persona sufre determinados trastornos afectivos8. Existe evidencia empírica que demuestra que los pacientes con “trastorno depresivo mayor” tienen recuerdos autobiográficos menos específicos que las personas sanas. Según Williams (1996), las personas con depresión tienen un estilo de recuperación sobregeneralizado, es decir, un modo de recuperación que no incluye eventos específicos sino “resúmenes de eventos”. Más que recordar eventos 372 concretos que ocurrieron en un momento y en un lugar determinados, estos pacientes tienden a mezclar muchos eventos y, así, en lugar de recordar, por ejemplo, “un día que fuimos a la playa”, recuerdan “veces que fuimos a la playa”. Esta falta de especificidad, como consecuencia de un déficit en el acceso normal a los recuerdos episódicos específicos, se acompaña también en la depresión de una incapacidad para imaginar futuros concretos, lo que lleva a estos pacientes a proyectar planes y objetivos carentes de especificidad. En resumen, los recuerdos episódicos juegan un papel fundamental en la configuración del sistema de memoria autobiográfica. Como demuestran las propiedades comentadas, los recuerdos episódicos son especialmente importantes porque, por un lado, aportan las pruebas más concretas y específicas sobre el procesamiento de los objetivos actuales (las imágenes sensorio-perceptivas derivadas de la experiencia) y, por otro, porque con su especificidad limitan y encauzan los objetivos futuros. 10.4.4. La construcción de los recuerdos autobiográficos Durante la última década se ha producido un progreso considerable en la comprensión de la estructura y organización de la memoria autobiográfica; sin embargo, como reconoce el propio Conway (2005, p. 620), “comparativamente, se sabe poco sobre la construcción de los recuerdos autobiográficos”. En general, los recuerdos autobiográficos, como cualquier otro contenido de memoria, se pueden recuperar de un modo intencional o planeado o bien de un modo espontáneo o accidental, dando lugar a recuerdos voluntarios o a recuerdos involuntarios, respectivamente. Los recuerdos autobiográficos voluntarios se definen operativamente como aquellos recuerdos que son llamados a la mente de una manera estratégica y dirigida a un objetivo, como, por ejemplo, en respuesta a preguntas tales como “¿Recuerdas dónde guardaste la llave de repuesto del coche?” o “¿Te acuerdas de la primera vez que fuiste a Nueva York?”. Los recuerdos involuntarios, por el contrario, son los que llegan a la mente sin un plan o esfuerzo deliberado por recuperarlos; una canción, una cara, un sabor o un olor pueden actuar como disparadores de este tipo de recuerdos. Según el modelo SMS, los recuerdos autobiográficos, en general, son construcciones mentales transitorias a cargo del yo operativo, de lo que se desprende que todo acto de recuperación de un recuerdo autobiográfico implica un proceso previo de construcción o de formación de dicho recuerdo. Según este modelo, los recuerdos se forman por una de estas dos vías: a través de un proceso de recuperación generativa o por un proceso de recuperación directa. Estos dos modos de recuperación están 373 íntimamente relacionados si se tiene en cuenta que todos los ciclos de la recuperación generativa terminan en una recuperación directa, es decir, cuando la clave accede al conocimiento buscado. La diferencia fundamental entre ambos tipos de recuperación es que la llamada “generativa” es iniciada por el yo operativo mientras que la recuperación “directa” o espontánea es iniciada por una clave. ¿Cómo se construye un recuerdo autobiográfico? En términos generales, la construcción de un recuerdo implica el establecimiento de un patrón estable de activación que incluye representaciones interconectadas de conocimiento autobiográfico y de recuerdos episódicos. Ésta es la condición general clave para la formación de todo recuerdo autobiográfico: que la memoria episódica se conecte con el conocimiento autobiográfico. Este proceso se puede producir de un modo “generativo” o voluntario, bajo el control del yo operativo, o directa o involuntariamente, con una influencia menor del yo. Por tanto, un recuerdo autobiográfico es un patrón de activación en el que están involucrados tres componentes del modelo SMS: el yo operativo, el conocimiento autobiográfico y la memoria episódica. El término recuperación generativa procede de la propuesta de Norman y Bobrow (1979) de que la recuperación es un proceso iterativo de tres fases: búsqueda, evaluación y elaboración. En la adaptación de Conway y sus colaboradores al modelo SMS, la recuperación generativa (i.e., voluntaria o estratégica) comienza siempre con una clave (externa o interna) que activa una parte de la base del conocimiento autobiográfico y la pone a disposición de los procesos de control evaluativo; a continuación, se inicia un proceso de búsqueda que ofrece un resultado, y, finalmente, ese resultado es evaluado o verificado a la luz de unos criterios establecidos de antemano. Si el conocimiento recuperado es consistente con tales criterios, se da por terminado el proceso de recuperación de un recuerdo; de lo contrario, se inicia de nuevo todo el ciclo, con la particularidad de que cada vez se accede con una clave nueva o con la clave anterior modificada. Por tanto, el proceso de construcción de un recuerdo autobiográfico voluntario es un proceso cíclico que implica la localización y recuperación de los recuerdos por “aproximaciones sucesivas”. Por su parte, la recuperación directa (i.e., involuntaria o espontánea) se refiere al recuerdo consciente que se experimenta como surgido espontáneamente. Sin duda alguna, la experiencia de recuperación directa más conocida es el episodio de la magdalena descrito por Marcel Proust en el primer volumen de su obra En busca del tiempo perdido (1919-1927). La belleza de su descripción y la perspicacia introspectiva del propio Proust justifican la exposición del siguiente extracto de dicho pasaje: Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té […] Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas […] Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me 374 estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba […] ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo […] Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto (pp. 60-63 de la edición española). En general, los recuerdos involuntarios tienen lugar fuera del “modo recuperación”, es decir, sin una búsqueda consciente. El proceso de recuperación directa lo inicia una clave lo suficientemente distintiva como para poner en marcha un proceso de construcción automática de una representación mnemónica a través de la propagación de la activación por una red asociativa de memoria autobiográfica. La noción de recuperación directa está estrechamente relacionada con la de especificidad de la codificación de Tulving y Thomson (1973; ver Capítulo 7). De hecho, en una revisión reciente de su modelo, Conway (2005, p. 619) afirma que “el término recuperación directa es sencillamente un sinónimo adecuado de especificidad de la codificación”. Sin embargo, recientemente, Berntsen (2009) ha argumentado que si bien “el principio de la especificidad de la codificación” juega un papel central en la activación de las claves para la construcción de los recuerdos involuntarios, dicho principio es insuficiente por sí solo para ofrecer una explicación de cómo llegan a la mente este tipo de recuerdos. Según la teoría de Conway, a diferencia de lo que ocurre en la recuperación generativa, donde el yo operativo actúa desde la primera fase, en la recuperación directa el yo operativo y sus objetivos entran en acción sólo después de haber tenido lugar la construcción del recuerdo en la base de conocimiento autobiográfico. En concreto, el modelo SMS asume que un recuerdo sólo accederá a la conciencia si concuerda con los objetivos del yo operativo y, por lo tanto, ayuda a optimizar la coherencia del yo, con lo que el yo operativo viene a ser –como señala Berntsen– una especie de “censor” similar al Ego en la teoría psicoanalítica (con la que Conway reconoce su deuda). Sin embargo, en contra de las condiciones exigidas por el modelo SMS, Berntsen aporta datos que demuestran que el contenido de los recuerdos autobiográficos involuntarios no es necesariamente consistente con los objetivos del yo. En definitiva, la teoría de Conway sobre la construcción de los recuerdos autobiográficos involuntarios resulta limitada, sobre todo, porque no explica cómo estos recuerdos llegan a la conciencia. En el trabajo citado de Berntsen, se aportan datos interesantes acerca del papel fundamental que juegan las características de las claves y otra serie de factores tales como determinados sesgos atencionales y motivacionales para que un recuerdo determinado acceda a la conciencia. Sin embargo, como reconoce esta autora, el análisis de tales factores sigue dejando todavía muchas cuestiones sin responder. En conclusión, todavía se sabe poco –como ha señalado recientemente el propio Conway (2005, p. 619)– sobre el modo como el ambiente presente, externo e interno, guía la recuperación directa en la vida cotidiana. 375 10.4.5. Los recuerdos autobiográficos involuntarios Los recuerdos autobiográficos involuntarios, a pesar de constituir una parte importante de los recuerdos que experimentamos cada día, no han sido hasta ahora un tema de mucho interés para los investigadores de la memoria. La razón fundamental de este descuido probablemente sea que, al tratarse de fenómenos involuntarios, ni la persona que recuerda ni el experimentador pueden ejercer ningún control sobre su aparición. Sin embargo, los recuerdos autobiográficos involuntarios son un fenómeno de extraordinario interés en determinados contextos clínicos; en concreto, para aquellas personas que sufren trastorno de estrés postraumático (TEPT), quienes (como se verá en el próximo capítulo) se sienten frecuentemente invadidas por recuerdos involuntarios que, de forma intrusa, entran en su conciencia y les hacen revivir el dolor del trauma. Para el teórico de la memoria, los recuerdos involuntarios resultan de interés por muchas razones. No obstante, y teniendo muy presentes los límites y objetivos de este capítulo, aquí sólo nos detendremos en el análisis somero de sus características típicas9. La psicóloga danesa Dorthe Berntsen lleva más de una década estudiando las características de los recuerdos voluntarios e involuntarios. En uno de sus trabajos, Berntsen (1998) comparó los recuerdos autobiográficos involuntarios registrados en un estudio con diarios con los recuerdos autobiográficos voluntarios obtenidos en el laboratorio mediante la técnica de Crovitz. Para el estudio de diarios, contó con la participación de 14 estudiantes (7 mujeres y 7 hombres, con una edad promedio de 23,4 años), a los que pidió que registrasen en un diario, durante un período variable de tiempo, 50 recuerdos involuntarios, con la condición de que anotasen diariamente un máximo de dos recuerdos. En el estudio de laboratorio participaron 12 estudiantes (7 mujeres y 5 hombres, con una edad promedio de 23,2 años), a los que se pidió que describiesen un recuerdo autobiográfico como respuesta a cada una de las claves verbales presentadas. Se utilizaron 50 claves verbales extraídas precisamente del estudio anterior de diarios, y cada clave podía constar de una o más palabras (e.g., “reloj”, “camisa”, “montar en bicicleta”, “ir al cine”, etc.). Berntsen comparó los recuerdos involuntarios y voluntarios en diversas variables, tales como nivel de especificidad, intensidad emocional, cantidad de repaso y recencia del evento. Los resultados pusieron de manifiesto diferencias significativas entre ambos tipos de recuerdos en las cuatro variables señaladas. En concreto: (a) La diferencia más llamativa apareció en el nivel de especificidad de los recuerdos: un 89% de los recuerdos involuntarios eran de eventos específicos frente a un 63% de los recuerdos voluntarios, lo que fue interpretado como que los recuerdos voluntarios son más proclives que los involuntarios a ser descripciones genéricas de los acontecimientos. (b) Los recuerdos involuntarios tienden a recibir menos repaso que los voluntarios. (c) Si bien la mayor parte de los recuerdos de ambos tipos eran evaluados como emocionalmente positivos o neutros, los recuerdos involuntarios eran más propensos a mostrar un efecto Pollyanna10, con un predominio de recuerdos emocionalmente positivos (una excepción 376 a este hallazgo se encuentra en los casos de TEPT, donde los recuerdos involuntarios tienden a ser negativos). (d) Los recuerdos involuntarios tendían a ser de un origen más reciente que los voluntarios. En un estudio posterior, Berntsen y Hall (2004) analizaron las cualidades fenomenológicas que acompañan a los recuerdos involuntarios, es decir, cómo se sienten estos recuerdos a nivel subjetivo. Dicho análisis reveló que los recuerdos involuntarios, frente a los voluntarios, se acompañan de un “revivir” más intenso de la experiencia original, influyen en el estado de ánimo del sujeto y suelen producir una reacción corporal muy distintiva –el estremecimiento–, lo que indica que los recuerdos autobiográficos involuntarios tienen una capacidad especial para reactivar las emociones y las sensaciones experimentadas originalmente. Todavía es necesaria mucha investigación antes de poder establecer conclusiones definitivas acerca de la naturaleza y los mecanismos subyacentes de los recuerdos autobiográficos involuntarios; no obstante, los hallazgos disponibles resultan lo suficientemente sugerentes como para poder establecer que el conocimiento sobre este tipo de recuerdos deberá ser considerado como una pieza imprescindible en la construcción de una teoría exhaustiva de la memoria autobiográfica. 10.5. Accesibilidad de los recuerdos autobiográficos: la curva de recuperación del ciclo vital La investigación ha puesto de manifiesto que la disponibilidad del pasado personal no presenta una distribución temporal uniforme, aunque esto no implica necesariamente que todo lo más antiguo se recuerde menos. Cuando a los adultos mayores de 35 años se les pide, mediante alguno de los métodos que enseguida comentaremos, que recuperen recuerdos autobiográficos, aparece la llamada curva de recuperación del ciclo vital, en la que se distinguen diferentes períodos correspondientes al desarrollo del yo. Rubin, Wetzler y Nebes (1986) llevaron a cabo un amplio estudio para analizar qué forma toma la función de la memoria a través del ciclo completo de la vida. En el estudio tomaron parte 40 personas con edades comprendidas entre los 20 y los 70 años de edad. Siguiendo la técnica de Crovitz, a los sujetos se les presentaban individualmente 20 palabras, de una en una (e.g., avenida, gato, moneda, algodón, fuego, bandera, flor, amigo, etc.), y se les pedía que contaran un recuerdo autobiográfico específico para cada palabra. Tras la presentación de todas las palabras, los sujetos tenían que poner fecha a cada uno de los recuerdos evocados con la mayor precisión posible. Sobre la cuestión del fechado de los recuerdos, conviene señalar que, siguiendo este mismo procedimiento, distintos investigadores han comprobado empíricamente que la fiabilidad test-retest del fechado es bastante alta y, para el caso concreto de las personas que hacen un diario –en cuyo caso la verificación es posible–, se ha demostrado que el 377 fechado es muy preciso. Sin embargo, la fiabilidad del fechado no significa que los recuerdos autobiográficos contengan representaciones directas del tiempo: los recuerdos autobiográficos contienen información sobre lugares, personas, objetos, acciones, pensamientos y emociones, pero no sobre la fecha exacta de las experiencias. La edad de los recuerdos autobiográficos (que se define como el tiempo transcurrido desde que se produjo el evento hasta la fecha actual del acto de memoria) no se establece –salvo excepciones– sobre criterios intrínsecos a los mismos, sino a partir de inferencias derivadas de elementos externos e internos al propio recuerdo. Volviendo al trabajo del grupo de Rubin, la representación gráfica de los datos reveló la función completa de retención de la memoria que aparece en la Figura 10.3, donde se puede observar el número de recuerdos evocados en cada período de la vida. Figura 10.3. La curva de recuperación del ciclo vital (a partir de Rubin et al., 1986). Estos investigadores comprobaron que la curva resultante ponía de manifiesto tres fenómenos básicos: 1) que hay muy pocos recuerdos de los primeros años de la vida y prácticamente ninguno anterior a los 3 años de edad; 2) que aparece un número desproporcionadamente grande de recuerdos para el período comprendido entre los 10 y los 30 años, y 3) que existe una curva de olvido para la información relativa a los últimos 20 años. 378 Los tres fenómenos básicos identificados por Rubin, Wetzler y Nebes son considerados actualmente como los tres componentes de la curva de recuperación del ciclo vital; a saber, el período de la amnesia infantil (desde el nacimiento hasta aproximadamente los 5 años de edad), el período del pico de la reminiscencia (de los 10 a los 30 años) y el período de recencia (que va declinando desde el momento presente hasta el pico de la reminiscencia). El patrón de la curva de recuperación del ciclo vital ha demostrado ser extremadamente robusto y consistente; tanto, que Rubin lo considera como uno de los fenómenos más fiables en la investigación contemporánea de la memoria. En un estudio reciente11 en el que participaron grupos de personas de cinco países diferentes (Estados Unidos, Reino Unido, Bangladesh, Japón y China), se comprobó que el patrón resultante reflejaba períodos similares de amnesia infantil y del pico de la reminiscencia para los distintos países (el período de recencia no apareció porque los participantes recibieron la instrucción de no incluir recuerdos del año anterior). Estos hallazgos confirman la robustez de la curva de recuperación del ciclo vital y tal vez su universalidad. 10.5.1. La amnesia infantil Un hecho sobradamente constatado es que los adultos de cualquier edad son incapaces de recordar los acontecimientos vividos durante los primeros años de su vida. Freud (1905) fue el primero en identificar este fenómeno, y en llamarlo amnesia infantil, en su obra Tres ensayos para una teoría sexual. Concretamente, en el segundo de tales ensayos, “La sexualidad infantil”, se refirió al mismo como sigue: …un fenómeno psíquico que hasta ahora ha eludido toda explicación… [es] la peculiar amnesia que oculta a los ojos de la mayoría de los hombres, aunque no de todos, los primeros años de su infancia hasta el séptimo o el octavo […] de los que nada hemos retenido en nuestra memoria, fuera de algunos incomprensibles recuerdos fragmentarios. […] ¿Por qué razón permanece tan retrasada nuestra memoria con respecto a nuestras demás actividades anímicas, cuando tenemos fundados motivos para suponer que en ninguna otra época es esta facultad tan apta como en los años de la infancia para recoger las impresiones y reproducirlas luego? […] No puede existir, por tanto, una real desaparición de las impresiones infantiles; debe más bien tratarse de una amnesia análoga a aquella que comprobamos en los neuróticos […] y que consiste en una mera exclusión de la conciencia (represión) (Freud, 1905, p. 1196). Como se puede apreciar, Freud no sólo llamó la atención sobre el fenómeno sino que lo atribuyó a los efectos de la represión. Desde entonces, el fenómeno de la amnesia infantil ha sido un enigma que continúa intrigando a los investigadores. Durante los últimos cien años, se han realizado numerosas investigaciones con una cierta variedad de métodos y, aunque la mayor parte se han llevado a cabo con adultos, todas ellas 379 coinciden en que, en efecto, la inmensa mayoría de los adultos no recuerda nada anterior a su tercer cumpleaños; sin embargo, se han propuesto diferentes explicaciones alternativas a la represión freudiana. En una rigurosa revisión de Pillemer y White (1989), se establece que los adultos situamos el recuerdo más antiguo alrededor de los 3½ años12, lo cual no significa que la llamada amnesia infantil se acabe a esa edad, porque, como han constatado empíricamente estos autores, en realidad, la amnesia infantil abarca dos fases. La primera, que se extendería hasta los 3 años aproximadamente, implica un bloqueo prácticamente total de recuerdos, y la segunda, que iría de los 3 a los 6 años, aunque incluye algunos recuerdos, sigue presentando una escasez muy significativa de recuerdos accesibles respecto a la memoria posterior. Para explicar la amnesia infantil, se han presentado diversas propuestas teóricas: (1) los recuerdos de los primeros años de la vida han sido reprimidos; (2) la amnesia infantil refleja sencillamente la no existencia de memoria en los niños pequeños; (3) los niños pequeños tienen memoria pero el paso del tiempo ha borrado los recuerdos correspondientes a los primeros años; (4) los recuerdos correspondientes al período de la amnesia infantil resultan inaccesibles para los adultos porque los esquemas del adulto no son “receptáculos apropiados” para la reconstrucción de las experiencias infantiles (ésta es la teoría de la discontinuidad cognitiva y social de Schachtel, 1947); (5) la amnesia infantil es el resultado de la ausencia en los primeros años de la vida de un esquema del yo, de una falta de autoconciencia o de conciencia autonoética, que se traduce en la incapacidad de los niños pequeños para codificar los acontecimientos que viven como “experiencias personales” (teoría de la emergencia del yo de Howe y Courage, 1993), y (6) la amnesia infantil se explica en términos de la incapacidad narrativa de los niños pequeños, como consecuencia de la falta de un desarrollo apropiado del lenguaje, para implicarse en conversaciones sobre el pasado guiados por los padres (teoría del origen psicosocial de la memoria autobiográfica de Nelson, 1993). De todas estas propuestas, sólo las dos últimas están recibiendo apoyo empírico; las cuatro primeras han sido invalidadas por los datos disponibles13. Un hallazgo interesante sobre este fenómeno ha sido sugerido por estudios transculturales. En concreto, Wang (2003) ha comparado los recuerdos autobiográficos de poblaciones de Norteamérica y de Asia oriental y ha observado que mientras los mecanismos y factores básicos de la amnesia infantil podrían ser universales, la manera específica como se manifiestan estos mecanismos y factores difiere cualitativamente entre las culturas. 10.5.2. El fenómeno de la reminiscencia La reminiscencia se define como el incremento desproporcionado de recuerdos 380 autobiográficos de la adolescencia y la juventud; esto es, cuando las personas tenían entre 10 y 30 años, y, especialmente, el período de los 15 a los 25 años de edad. El “pico de la reminiscencia” (the reminiscence bump)14 sólo se observa en personas con más de 35 años y algunos hallazgos recientes indican que sólo parece estar presente, o es mucho más sobresaliente, en recuerdos de experiencias positivas. El fenómeno de reminiscencia fue conceptualizado formalmente por primera vez por el psiquiatra Robert Butler (1963) en un trabajo teórico con un título muy sugerente: “The life review: An interpretation of reminiscence in the aged”. Allí escribió: Concibo la revisión de la vida como un proceso mental, que es universal y se produce de un modo natural, caracterizado por el progresivo retorno a la conciencia de las experiencias pasadas y, particularmente, por el resurgimiento de conflictos no resueltos; simultáneamente, y normalmente, estas experiencias y conflictos que se revisan pueden ser analizados e integrados (p. 66). Sin embargo, las investigaciones empíricas de la propuesta de Butler no parecen confirmar sus asertos básicos. En concreto, no está claro que todo el mundo “revise su vida” ni que esa revisión, cuando se produce, conlleve una reorganización de la experiencia. En opinión de Merriam (1993), el problema de la propuesta de Butler es que no puede ser evaluada adecuadamente. Pero esto no invalida en absoluto ni que la reminiscencia sea un hecho ni los muchos hallazgos que sobre su naturaleza se están produciendo en los últimos años en el seno de la psicología de la memoria. Como ha señalado Fitzgerald (1996), el incremento de los recuerdos autobiográficos del comienzo de la edad adulta es actualmente un fenómeno bien replicado, aunque su explicación se mantiene abierta. En este contexto empírico, merecen ser mencionados los siguientes hallazgos: (a) el pico de la reminiscencia aparece, además de en situaciones de recuperación con claves, en las narraciones libres de la vida; (b) no se limita a la memoria episódica, sino que la reminiscencia se produce en todos los ámbitos cognitivos: “lo que se aprende antes de llegar a la adultez es lo que mejor se recuerda”, confiesa Rubin; (c) el período vinculado a la reminiscencia (15-25 años de edad) tiende a ser identificado por los adultos como “su época” y en ella colocan su música favorita, los libros más apreciados o influyentes, las películas favoritas, etc.; (d) investigaciones de corte psicosocial han constatado que las personas tienden a recordar los sucesos políticos nacionales e internacionales que ocurrieron cuando tenían entre 16 y 24 años de edad como “especialmente importantes”, influyentes, significativos y formativos, en el sentido de que consideran tales sucesos como los definidores de una “generación”. En general, los recuerdos del período del pico de la reminiscencia son más exactos, se juzgan como más importantes que los recuerdos de otros períodos y se consideran imprescindibles para incluirlos en una hipotética autobiografía15. El fenómeno de la reminiscencia se ha intentado explicar desde diferentes presupuestos teóricos, de entre los que destacan, por su mayor poder explicativo, las tres hipótesis siguientes: (1) la hipótesis madurativa, que sugiere que el mayor número de 381 recuerdos de la adolescencia y la juventud está producido porque en ese período de la vida las capacidades cognitivas están en su momento álgido; (2) la hipótesis de la formación de la identidad, que asume que durante ese período se forma la identidad adulta individual y social, así como las narraciones adultas que se utilizan para comprender y presentar al yo en los círculos sociales, y (3) la hipótesis del cambio cognitivo, que postula que los sucesos de la adolescencia y la juventud se recuerdan mejor porque se han vivido durante un período de estabilidad cognitiva tras un período de cambio rápido (ver Rubin et al., 1998). 10.6. Los recuerdos que nos definen Los investigadores de la memoria autobiográfica acaban, antes o después, llegando a la misma conclusión; a saber, que todos los recuerdos personales no son en realidad recuerdos “autobiográficos”. Cualquier persona adulta tiene miles de recuerdos de su pasado personal, pero seguro que no todos esos recuerdos merecen ser contados ni mucho menos incluidos en una historia de su vida o en una autobiografía. Si a una persona se le pide que seleccione aquellos recuerdos que no podrían faltar en una historia de su vida, probablemente elegirá sólo aquellos que tienen un especial significado, es decir, aquellos que están fuertemente ligados al yo a través de una profunda significación emocional y motivacional para su propia vida; en definitiva, aquellos recuerdos que le proporcionan una explicación de sus logros y fracasos, de adónde ha llegado, de lo que deseaba y de lo que ha conseguido. Ésos son los auténticos recuerdos autobiográficos, porque ésos son los recuerdos que nos definen, los que nos dicen a nosotros mismos, y dicen a los demás, quiénes somos. La especial vinculación de tales recuerdos con el yo y sus objetivos presentes los convierte en estructuras de conocimiento autobiográfico mucho más accesibles que aquellas otras estructuras menos vinculadas o, en definitiva, menos relevantes para el yo. Jefferson Singer y Peter Salovey (1993) pusieron un nombre muy adecuado a tales recuerdos, self-defining memories, los recuerdos definidores del yo. Y los conceptualizaron como los recuerdos “que dan forma a nuestras vidas al tiempo que son configurados por ellas, son los recuerdos de nuestros más orgullosos éxitos y de nuestros más humillantes fracasos, los recuerdos de los amores ganados y también de los perdidos –recuerdos que continuamente influyen en nuestra manera de relacionarnos con los demás o en nuestra búsqueda de poder–, son los recuerdos que responden a la pregunta de quiénes somos” (p. 10). Recuerdo un día, siendo todavía un niño en edad escolar, que mi maestro estaba explicando los números quebrados a los chicos de segundo curso del Bachillerato Elemental. Había sacado a uno de ellos a la pizarra que, claramente, no sabía qué hacer para sumar unos quebrados de distinto denominador. Yo tendría entonces unos 7-8 años y estaba en aquel preciso momento 382 dedicado a mis deberes en aquella escuela unitaria. Tras repetidos intentos sin éxito alguno por parte del bachiller por sumar los malditos números quebrados y ante la desesperación de mi maestro, éste, en un intento por demostrar al grupo de bachilleres su injustificada ignorancia sobre algo que hasta un niño de primaria era capaz de resolver, levantó la cabeza, miró hacia donde yo estaba, dijo mi nombre en voz alta y añadió: ‘Sal a la pizarra y enséñales a estos gandules cómo se suman quebrados de distinto denominador’. Nervioso, muy nervioso, salí tímidamente y fui a la pizarra. Todavía recuerdo el silencio tenso que se hizo en toda la escuela y me puedo ver a mí mismo, con pantalón corto, de cara a la pizarra y de espaldas a mi maestro y al resto de los alumnos, resolviendo con total decisión el problema. Nada más terminar la operación matemática, mi maestro dijo solemnemente: ‘Ahí tenéis, un niño de 7 años que sabe más que vosotros. ¡Vergüenza os debería dar!’ y siguió elogiando y alabando mi conducta y mi aplicación. Extremadamente emocionado, con una mezcla de profundo orgullo y satisfacción por haber sido el elegido entre todos mis compañeros y por haber resuelto con éxito lo que mi maestro esperaba de mí, volví a mi pupitre y me senté. Aquel episodio fue muy comentado en la escuela y, naturalmente, en mi propia casa, donde conté la anécdota a mi familia con todo detalle. Desde aquel día, el especial cariño de mi maestro hacia mí no dejó de aumentar y su estímulo y ánimo fueron determinantes en muchos momentos decisivos de mi adolescencia. Éste es un recuerdo propio que, a pesar de tener más de cincuenta años, sigue apareciendo en mi conciencia con una extraordinaria claridad, rebosante de detalles y con una carga emocional muy intensa. No es un recuerdo que yo haya contado mucho a otras personas (a lo sumo, dos o tres veces a lo largo de mi vida); sin embargo, sí lo he evocado muchas veces y otras muchas también ha aparecido involuntariamente, y, en ese ámbito inexpugnable de mi intimidad, siempre le he prestado gran atención y he reflexionado mucho sobre lo que significó entonces aquel evento para mí y lo que ha seguido significando prácticamente el resto de mi vida. Se trata, sin duda, de uno de esos recuerdos que no faltarían en una hipotética historia de mi vida, porque el recuerdo de los números quebrados y la confianza absoluta de mi maestro en mí contiene muchas claves acerca del niño que fui. Por todo ello, quedó grabado a fuego en mi memoria como uno de los recuerdos más significativos de mi vida. ¿Cuáles son las características de estos recuerdos tan vívidos y afectivamente tan intensos? Los recuerdos definidores del yo tienen 5 características básicas: vividez, intensidad afectiva, niveles altos de repaso, vinculación con otros recuerdos similares y conexión con un asunto o preocupación permanente o con un conflicto no resuelto de la personalidad. a) Vividez e intensidad afectiva. Estos recuerdos tienen una fuerte cualidad sensorial, generalmente visual, para quien los evoca, de modo que tienden a aparecer en la conciencia con la claridad de una experiencia actual. “Usted siente, más que recuerda, esa experiencia”, dicen Singer y Salovey (op. cit., p. 30). Singer y Blagov (2004) han comprobado que cuando se pide a las personas que valoren la vividez de estos recuerdos en una escala de 0-6 puntos, el valor medio de innumerables casos estudiados es siempre de 4,5 383 para arriba. Las personas –según estos autores– dicen que ven el recuerdo “como si tuvieran una película dentro de la cabeza” o como un sueño poderosamente evocador. Además, la gente dice que estos recuerdos les afectaron mucho emocionalmente en el momento original y les siguen afectando igualmente en el momento actual de la recolección. Las evaluaciones de emociones específicas de felicidad, ira, tristeza y orgullo alcanzan generalmente valores de 5 y 6 puntos. b) Niveles altos de repaso. Siguiendo con las opiniones de Singer y Blagov, la gente vuelve una y otra vez a estos recuerdos como si fuesen talismanes o puntos de referencia en sus vidas. Y lo hacen porque funcionan como fuentes de información acerca de lo que desean y no desean en sus vidas, como guías o como reforzadores en momentos difíciles. He aquí algunos de los comentarios recogidos por estos investigadores cuando la gente les habla de este tipo de recuerdos. “Cada vez que me vengo abajo, pienso en aquel recuerdo de… y me animo”; “Cada vez que intento superar el miedo, recuerdo aquella vez que…”. c) Vinculación con otros recuerdos similares. Los recuerdos definidores del yo, en tanto en cuanto capturan los aspectos característicos y significativos de la autocomprensión de un individuo, tienen una alta probabilidad de conectarse a una red de recuerdos relacionados que comparten objetivos, intereses, logros y respuestas afectivas similares. d) Intereses permanentes o conflictos no resueltos. La intensa y extensa investigación de estos recuerdos en el marco de la psicología cognitiva y de la personalidad ha llevado a Singer y Blagov a la conclusión de que los recuerdos definidores del yo son de una relevancia permanente y de una intensidad afectiva tan fuerte porque reflejan áreas centrales y antiguas de intereses o conflictos de la personalidad. Se trata de recuerdos que generalmente tocan esos temas intemporales y eternos que configuran el sentido único de la identidad de un individuo, como, por ejemplo, los conflictos con los padres, las relaciones amorosas que triunfaron o se perdieron, la rivalidad entre hermanos, los fracasos o los triunfos personales, los momentos de descubrimiento personal, los momentos de conciencia de género, etcétera. La tesis más reciente de Singer es que estos recuerdos son una forma de “procesamiento narrativo” o de “pensamiento historiado” con capacidad para integrar los subsistemas cognitivo, afectivo y motivacional de la personalidad y ponerlos al servicio de objetivos funcionales de la personalidad. Pero los recuerdos definidores del yo son distintos de otras memorias narrativas, y lo que los hace distintos es precisamente su relación con los objetivos que reflejan temas centrales de la propia identidad. McAdams (2004) considera los recuerdos definidores del yo “episodios nucleares” y sus investigaciones le han llevado a la conclusión de que, en efecto, estos recuerdos 384 reflejan aspectos de nuestra identidad, hasta el punto de que llegan a ocupar las posiciones más destacadas dentro de la identidad cuando ésta se configura como una historia de vida. Los prisioneros que resistieron los intentos de lavado de cerebro durante su cautiverio en la China comunista, en la década de 1950, ilustran dramáticamente cómo se conectan la identidad y los recuerdos definidores del yo. En aquellas circunstancias, lo que los captores deseaban destruir realmente era la identidad de los prisioneros, los viejos yoes de “doctor”, “profesor” o “comerciante”. Los que lograron resistir aquellas terribles condiciones, lo hicieron apartándose a algún lugar adonde sus captores no pudieran llegar, un lugar donde ellos pudieran recrearse con los momentos más entrañables de su vida. Un profesor europeo se “aisló” en una esquina de su abarrotada celda y allí se dedicó a dibujar experiencias vividas, delante de un árbol de Navidad, por su ciudad universitaria, dando un paseo romántico con su prometida, mirando a una madre con su bebé. Además, escribió sobre el momento de su vida que representaba cada uno de los dibujos. Lo que dibujó y lo que escribió llegó a convertirse en algo tan preciado para él que decidió sacarlo del campo de concentración, para lo que no dudó en recurrir al contrabando, a sabiendas de que ponía en serio peligro su vida. A Margaret Rathbun, una americana prisionera de guerra en la Guerra del Golfo, no se le permitió tener ni papel ni lápiz durante su cautiverio; sin embargo, se las arregló para evocar los recuerdos más significativos de su vida y recrearse en ellos siempre que podía. Viviendo en los recuerdos de su pasado, estos prisioneros conseguían conectar con quienes eran y de ese modo protegían y reforzaban sus propios yoes, con la esperanza de continuar siendo las personas que habían sido16. Los recuerdos definidores del yo o, lo que es lo mismo, los recuerdos que nos definen, tienen la propiedad de encapsular nuestras historias de vida, nuestros intereses permanentes y nuestros objetivos no alcanzados envueltos en emociones intensas. Cada persona cuenta con una colección única de recuerdos autobiográficos de este tipo a los que vuelve una y otra vez, y analiza, en sus intentos por definirse, por conocerse, por saber quién es, por conocer la materia de la que está hecha. Los recuerdos definidores del yo son esos recuerdos que acabamos contando y recontando una y otra vez porque han acabado formando el núcleo central de nuestra personalidad. Seguro que cuando alguien selecciona sus tres o cuatro recuerdos clave está seleccionando los recuerdos que le van a decir quién es. 10.7. La búsqueda de la coherencia o cómo el yo interpreta el pasado Como se recordará, la premisa básica del modelo SMS es que entre la memoria autobiográfica y el yo existe una relación dinámica y recíproca: la memoria fija al yo en la realidad recordada y lo limita a lo que puede ser, al tiempo que el yo modula los procesos 385 de memoria y mantiene, así, la coherencia. En su búsqueda constante de la coherencia, el yo dirige el modo como los recuerdos personales son codificados, organizados y recuperados en la memoria autobiográfica. Si bien el pasado es inamovible –lo que ocurrió no se puede cambiar–, las personas alteran con frecuencia los recuerdos de su pasado a fin de conectarlos y encajarlos en su presente. El pasado personal es inevitablemente visto o contemplado a través de la lente interpretativa del presente. Las personas reconstruyen e interpretan los sucesos de su pasado a partir de las porciones de información que recuperan de la memoria, al estilo del paleontólogo que reconstruye un dinosaurio partiendo de unos cuantos huesos, pero con la diferencia de que las personas llevan a cabo la reconstrucción y, sobre todo, la interpretación de su pasado bajo la implacable influencia de su actual conocimiento y comprensión de sí mismas y del contexto social en el que viven. Cuando los historiadores actúan de manera similar, se habla de “presentismo”, la tendencia a recrear e interpretar la historia a partir de las ideas y valores actuales en lugar de hacerlo desde el conocimiento y los valores de la época. Por lo general, cuando la gente recupera sus recuerdos autobiográficos no se percata, no sabe o sencillamente no le importa actuar como el más ferviente presentista. Parece una realidad inevitable que los seres humanos construimos nuestros yoes y los episodios pasados desde nuestro conocimiento, motivaciones y valores actuales. Y es así, básicamente, porque necesitamos manejar en el presente narraciones o relatos que justifiquen y fortalezcan nuestro yo actual; por tanto, no debe extrañar el hecho constatado empíricamente de que las personas tiendan a crear identidades que encajen en sus recuerdos y recuerdos que encajen en sus identidades. A partir de interesantes estudios en el ámbito de la psicología social, contamos con evidencia confirmada de que, en la cultura occidental, al menos, la evaluación positiva del propio yo es un aspecto importante de la identidad personal. Este fenómeno se concreta, por ejemplo, en la tendencia generalizada de los individuos a pensar que son mejores que los demás en muchas habilidades y atributos de todo tipo, es decir, que – como señala Baumeister (1998)– existe una motivación a pensar positivamente en el propio yo. En el seno de la psicología de la memoria, Michael Ross lleva años estudiando las relaciones entre las valoraciones que hace la gente de su yo actual y de sus yoes pasados y la memoria autobiográfica. Un primer hallazgo sorprendente es que, a pesar de la tendencia a autovalorarse positivamente, las personas tienden a ser muy críticas con sus yoes pasados, llegando incluso a denigrarlos, tanto más cuanto más distantes se perciban. Este descubrimiento resulta chocante, además, por otra razón, en concreto, porque parece contradecir el argumento de que las personas tendemos a reconstruir nuestro pasado de forma coherente o consistente con la actual visión del propio yo. ¿Por qué las personas son tan críticas con sus yoes pasados? Y, algo más interesante para nuestros objetivos, ¿cómo afecta esa visión desfavorable de los yoes antiguos a la visión actual del propio yo? Estas y otras preguntas relacionadas encuentran respuesta en la teoría de la valoración temporal del yo de Ross, cuyo postulado central establece que 386 las valoraciones que las personas hacen de sus yoes pasados están fuertemente determinadas por la distancia temporal subjetiva (Wilson y Ross, 2001), esto es, por lo lejanos o cercanos que se sientan de tales yoes, de modo que existe una motivación a valorar favorablemente los yoes pasados que se perciben subjetivamente cercanos y a censurar los que se consideran psicológicamente lejanos17. ¿Cómo se explica la tendencia a censurar los yoes del pasado subjetivamente remoto, y cómo encaja dicha tendencia en la proposición de Ross de que las personas se sienten motivadas a evaluar sus yoes pasados de manera que les hagan sentirse bien con sus yoes actuales? La conclusión a la que ha llegado este investigador es que los reproches y críticas a los yoes lejanos hacen que la gente se sienta mejor respecto a su comportamiento actual. En otras palabras, las críticas a los yoes pasados benefician al yo actual, tal y como se demuestra en el siguiente estudio. Wilson y Ross pidieron a estudiantes universitarios que hiciesen por escrito descripciones confidenciales de sí mismos. A un grupo se les pidió que tales descripciones fuesen lo más exactas posibles y a otro grupo se les pidió que fuesen predominantemente elogiosas. El análisis de los datos puso de manifiesto que los que habían hecho descripciones elogiosas eran más propensos a incluir en tales autodescripciones un yo pasado desacreditado. La interpretación de Ross es que las personas suponemos que al contraponer el yo actual a un yo pasado ensombrecido engrandecemos la imagen del yo actual. Parece pues que, en efecto, las personas estamos fuertemente motivadas a encumbrar el yo actual; sin embargo, ¿por qué no lo hacemos exagerando la valoración del yo actual en lugar de rebajar los yoes pasados? En realidad, hacemos ambas cosas, aunque psicológicamente parece tener más ventajas degradar el pasado porque, por un lado, no existe el riesgo de crear imágenes del propio yo actual que resulten inconsistentes y poco plausibles, y, por otro, y sobre todo, porque desacreditando los yoes pasados un individuo puede sentirse satisfecho incluso con una auto-evaluación mediocre. “Mire usted –me comentaba un día la señora que venía a casa a hacer la limpieza–, yo no seré aquí más que una asistenta, pero estoy contenta, porque en mi país no era nada; ¡si allí no tenía ni donde caerme muerta!”. En el mantenimiento de una visión positiva del yo actual juega un papel determinante, como ya se ha mencionado, la distancia temporal subjetiva. Las personas tendemos a sentirnos más alejadas de los fracasos que de los éxitos del pasado aunque tanto los unos como los otros tengan exactamente la misma antigüedad. Ross y Wilson (2002) pidieron a dos grupos de estudiantes universitarios que recordasen la asignatura del curso anterior en la que habían obtenido la mejor o la peor nota, respectivamente. A continuación, se les dijo que indicasen cómo se sentían de distantes de dicha asignatura en una escala de 10 puntos, cuyos extremos eran “Parece que fue ayer” y “Lo veo como muy lejano”. Los resultados indicaron que los participantes que obtuvieron una nota relativamente baja se sentían más lejos de aquella asignatura que los que obtuvieron una nota alta; es decir, que los individuos se sentían mucho más alejados de la experiencia negativa que de la positiva a pesar de que el tiempo transcurrido había sido el mismo en 387 ambos casos. Los estudios comentados y otros relacionados muestran, además de la maleabilidad de los recuerdos autobiográficos, el papel crítico que en ello juega el yo actual. En efecto, parece demostrado que la imagen de sí mismo que un individuo tiene en el momento presente (i.e., su identidad personal actual), unida a las motivaciones personales, tiene unos efectos decisivos sobre la reconstrucción e interpretación de su pasado. El interés de este fenómeno aumenta cuando se comprueba que efectos parecidos se producen asimismo en la otra dirección, esto es, que las experiencias pasadas o, más específicamente, la distancia subjetiva de los episodios autobiográficos, también tiene efectos significativos sobre la valoración del yo actual. En un nuevo estudio, Wilson y Ross (2003) demostraron que las personas evalúan más favorablemente su yo actual cuando un éxito pasado se siente cercano que cuando el mismo evento se siente lejano. En otras palabras, que el pasado recordado tiene efectos claros sobre la opinión que las personas tienen sobre sí mismas en el momento presente, pero cómo se recuerda (más que el qué se recuerda) determina la dirección de la influencia, es decir, que el mismo recuerdo tiene un impacto diferente según se sienta cercano o alejado. En resumen, el yo actual –con sus motivaciones, objetivos y creencias –influye en cómo las personas codifican, representan, organizan y recuperan su pasado, pero, al mismo tiempo, la memoria autobiográfica regula y mantiene una visión favorable del yo. La función directiva del yo sobre la memoria y la función identitaria de la memoria sobre el yo ponen de manifiesto la íntima y recíproca relación entre identidad personal y memoria autobiográfica. En definitiva, el Yo y la memoria autobiográfica se entrelazan para crear la sustancia de la experiencia humana. 10.8. La función de la memoria autobiográfica ¿Para qué tenemos memoria autobiográfica? ¿Cuáles son sus funciones? El actual enfoque funcional de la memoria no está interesado en etiquetar la información recordada como correcta o errónea, real o inventada, como se había venido haciendo hasta hace pocos años. Actualmente, la cuestión de la exactitud de la memoria autobiográfica resulta prácticamente irrelevante. Hoy día, lo que los psicólogos de la memoria intentan entender es cómo funciona la memoria en las relaciones humanas, cómo funciona en las interacciones permanentes que forman parte de la vida humana. Por esa razón, como ha señalado Susan Bluck (2003), lo que interesa es comprender por qué y para qué las personas recuerdan las experiencias de sus vidas, piensan y reflexionan sobre ellas, y las comparten con los demás. A partir de diferentes análisis conceptuales y estudios empíricos sobre la memoria autobiográfica, se han ido identificando sus posibles funciones. Siguiendo la propuesta de 388 David Pillemer (1992), éstas se agruparían en torno a tres categorías fundamentales: una función relativa al yo (específicamente, la continuidad e integridad del yo), una función social o comunicativa y una función directiva. 10.8.1. La función relativa al yo La interconexión entre la memoria autobiográfica y el yo ha sido, con seguridad, la idea más destacada y analizada en profundidad a lo largo de este capítulo. Por tanto, aprovecharemos este apartado simplemente para recalcar, de forma muy breve, algunas ideas de especial relevancia sobre la función de la memoria autobiográfica respecto al yo. La memoria autobiográfica desempeña una función clave respecto al yo, porque la memoria no sólo sirve para organizar nuestro mundo sino, muy especialmente, para organizar el conocimiento sobre nosotros mismos. El conocimiento del yo en el pasado o, más específicamente, de los múltiples yoes pasados, así como su proyección en el futuro personal, es un tipo de conocimiento autobiográfico que resulta crucial para el desarrollo, la integridad, el ajuste y la continuidad del yo. Como ha señalado Robyn Fivush (1988), nuestro sentido del yo y nuestros recuerdos autobiográficos están profundamente entrelazados: “aprendemos sobre nosotros mismos al interactuar con el mundo” (p. 277). Por eso, la memoria autobiográfica no es simplemente el conjunto de recuerdos de lo experimentado anteriormente, sino que es la memoria del yo involucrado en esas experiencias. Y por esta razón, también, es el sentido del yo el que hace que los recuerdos se integren en una historia de vida coherente que recoge y expresa la esencia de quiénes somos y lo que somos. 10.8.2. La función social o comunicativa Los seres humanos nos pasamos la vida entera contándonos unos a otros historias de lo que nos sucede. Los niños empiezan a hablar sobre el pasado, es decir, empiezan a compartir con otros sus experiencias, al poco de empezar a hablar, aproximadamente a los 18 meses de edad. Esto es un hecho empíricamente confirmado18; la cuestión procedente, por tanto, sería: ¿por qué hablamos a los demás de nuestro pasado?, ¿por qué compartimos nuestras experiencias con otros? Katherine Nelson (1993) considera que la función primordial de la memoria autobiográfica es justamente ésa: compartir con otros las experiencias personales. En su opinión, el valor de la memoria autobiográfica no está en que permite imaginar el futuro y sirve de guía en el presente, sino en que “se puede compartir con otros porque cumple una función de solidaridad social”. 389 Nicole Alea y Susan Bluck (2003) han profundizado en esta línea a través de un modelo conceptual en el que se analizan las variables y procesos involucrados cuando las personas comparten sus recuerdos autobiográficos con fines sociales. En opinión de estas investigadoras, las personas usamos la memoria autobiográfica, básicamente, con tres objetivos: 1. 2. 3. Para iniciar, mantener y desarrollar buenas relaciones con nuestros semejantes: sin duda, las conversaciones en las que a diario nos involucramos las personas para fomentar la interacción social se nutren, generalmente, del material pr