Subido por Claudia Estela Castro

El grupo y el sujeto del grupo KaesR

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El grupo y el sujeto del grupo
El grupo y el sujeto del grupo
Elementos para una teoría psicoanalítica del
grupo
RenéKaes
Am.oITOrtu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis,
Jorge Colapinto y David Maldavsky
Le groupe et le sujet du groupe. Eléments pour une théorie
psychanalytique du groupe, René Kaes
© Dunod, París, 1993
Traducción, Mirta Segoviano
Unica edición en castellano autorizada por Dunod, París, y
debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el
depósito que previene la ley nº 11.723. © Tudos los derechos
de la edición castellana reservados por Amorrortu editores
S. A., Paraguay 1225, 7º piso, Buenos Aires.
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de
almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier
utilización debe ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 950-518-552-9
ISBN 2-10-001196-0, París, edición original
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en abril de 1995.
Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.
Indice general
15 Advertencia
17 Primera parte. La cuestión del grupo en el
psicoanálisis
19 Para introducir la cuestión del grupo en el
psicoanálisis
20
22
Pensar el grupo con la hipótesis del inconciente
Cinco problemas para poner a trabajar
27 l. La herencia freudiana. Una afinidad
conflictiva entre grupo y psicoanálisis
28 La matriz grupal del psicoanálisis
28
33
La matriz intersubjetiva e institucional de los primeros
psicoanalistas
La matriz teórica: un modelo grupal de la psique. Una
lectura de Freud
35 La noción freudiana de grupo psíquico
35
37
El «grupo psíquico»
Los grupos de pensamientos clivados y el inconciente
«estructurado como un grupo»
40 La hipótesis de la psique de masa (o alma de grupo)
y los t-res modelos del agrupamiento
42
47
Asesinato del padre y pacto denegativo identificatorio
Los tres modelos del agrupamiento
7
51
Una concepción intersubjetiva del sujeto del
inconciente: la «pSicologú¡, social» de Freud
51
Para introducir el doble estatut.o del sujet.o
La «psicología social» de Freud como teoría del sujet.o del
grupo
54
57
El obstáculo del método: la cura contra los efectos de
grupo
58 La invención de la cura contra los efectos histerógenos del
grupo
60 Las objeciones clásicas a un dispositivo psicoanalítico
pluri-subjetivo
67 Las implicaciones teóricas de la objeción metodológica
73 2. La realidad psíquica de/en el grupo. Los
modelos pos-freudianos
73 Los modelos pos-freudianos: el grupo como entidad
psíquica
74 Londres, 1940
77
82
Algunos aportes de Foulkes y Ezriel: el grupo como matriz
psíquica, la resonancia fantasmática
La tercera invención: París, 1960
96 La cuestión de la realidad psíquica de/en el grupo
96 Sobre la noción de realidad psíquica
99 La noción de realidad psíquica de grupo: principales
conocimient.os adquiridos y problemas teóricos en
suspenso
101 lEn qué sentido formaciones y procesos psíquicos pueden
ser llamados grupales?
104 La realidad psíquica en el grupo: la conjunción de la
realidad psíquica individual y de la realidad psíquica
grupal
107 Los problemas met.odológicos para poner a trabajar
109 Segunda y tercera rupturas epistemológicas
111 3. El inconciente y el grupo. Construcción de los
objetos teóricos
113 Sobre la consistencia del objeto propio del psicoanálisis
8
113
114
117
119
La hipótesis del inconciente
Tópicas del inconciente
Las condiciones de posibilidad del campo teórico propio del
psicoanálisis
Valor epistemológico del concepto de apuntalamiento
121
Los niveks lógicos de la cuestión del grupo:
construcción de 'Los objetos teóricos
121
Las trasferencias-trasmisiones entre los espacios
psíquicos
Pluralidad de los espacios de la realidad psíquica y de las
formas de la subjetividad en los grupos
Sujeto colectivo, sujeto social
'!res niveles lógicos del análisis
122
124
124
139
Heterogeneidad de los espacios psíquicos y
complejidad de los objetos teóricos
139
141
La heterogeneidad
La complejidad
144 Argumentos para introducir una teoría
psicoonalítica del grupo
147
Segunda parte. Elementos para una teoría
psicoanalítica del grupo
149
4. Grupalidad psíquica y grupos internos
155
155
157
La grupalidad psíquica
Asociar, disociar
La grupalidad psíquica, noción originaria del psicoanálisis
158 El concepto de grupo interno
158
161
168
169
180
Definición
La fantasía: paradigma del grupo interno. Análisis
estructural
Algunos grupos internos
La estructura grupal de las identificaciones
La organización grupal del yo
9
186
191
El sistema de las relaciones de objeto
El grupo como objeto: lqué tipo de objeto psíquico es el
grupo?
193
193
Los procesos de la grupalidad ps-{q_uica
195
Los procesos originarios, primarios, secundarios y
terciarios
Algunos procesos primarios de la grupalidad psíquica
202
Los grupos internos en el espacio intraps-{q_uico y en
los procesos del agrupamiento interps-{q_uico
202 El concepto de grupo interno en la clínica psicoanalítica de
204
207
la cura individual
El concepto de grupo interno como organizador del
acoplamiento psíquico del agrupamiento
5. El modelo del aparato psíquico grupal. La
parte del sujeto
207 Primera aproximación
210
210
213
215
215
218
224
El aparato psíquico grupal
Un ejemplo de acoplamiento psíquico grupal
Algunos aspectos del trabajo psíquico en este grupo
Los organizadores ps-{q_uicos incorwientes
Definiciones, hipótesis
Formación y evolución del concepto
Elementos de investigación para una teoría de los
organizadores psíquicos del vínculo
La parte del sujeto en la formación del aparato
psíquico grupal
236 La investidura pulsional del grupo
235
237
238
238
240
240
10
El apuntalamiento en el grupo; el anaclitismo secundario
El cumplimiento imaginario de deseos inconcientes: el
grupo como sueño
La conflictiva intrapsíquica y su espacio grupal
El abandono al grupo de parte de la realidad psíquica del
sujeto
Los depósitos. El marco
241
241
242
243
245
Las funciones continente/contenedor
Puesta en escena y dramatización de los grupos internos
acoplados
LJ:>s emplazamientos identificatorios y la dependencia
vital
El grupo como estructura de convocación y de
emplazamientos psíquicos impuestos
Algunas consecuencias: los encolados imaginarios
249
6. El aparato psíquico grupal. Estructuras,
funcionamientos, trasformaciones
249
Para una metapsicología de los conjuntos
intersubjetiuos
250
252
Un acoplamiento psíquico, religioso y grupal: la Kinship
El grupo, el aparato psíquico grupal y el cuerpo
255
Estructura del aparato psíquico grupal. El punto de
vista tópico
255
Algunas referencias estructurales no psicoanalíticas.
Efectos heurísticos
El punto de vista tópico
La doble polaridad del aparato psíquico grupal: isomorfia,
homomorfia
257
259
264 Génesis y trasformacwn
266
266
267
268
El momento fantasmático
El momento ideológico
El momento figurativo transicional
El momento mitopoético
269
269
270
Ekmentos de economía grupal
272
Ekmentos de dinámica grupal
27 4
Las funciones del aparato psíquico grupal
278
278
Formaciones y procesos intermediarios
El trabajo psíquico del acoplamiento
El trabajo del aparato psíquico grupal
Formaciones intermediarias y {unciones fóricas
11
280
282
Las funciones fórícas
Lo no-representado, lo desconocido, lo 1tliun11do en el
grupo: la intricación de los espacios pMiquico11 y su
desanudamiento
287
7; El inconciente y las alianzas inconcientes.
Investigaciones para una metapsicología de los
conjuntos intersubjetivos
289
289
Formas elementales de la sexualidad en los grupos
296
Lo sexual en el vínculo social y en los grupos. Las tesis
freudianas
Excitación, seducción, traumatismo en los grupos
305
308
310
313
Tres hipótesis
Represión, reprimido y retorno de lo reprimido
Los procesos psíquicos en los grupos
317
317
319
La hipótesis del inconciente en el grupo
Alianzas, pactos y contratos inconcientes
322
324
326
330
334
Contratos, pactos y ley
Especificidad de las alianzas, los pactos y los contratos
inconcientes
El pacto denegativo entre Freud y Fliess a propósito de
Emma Eckstein
La alianza inconciente en Thérese Desqueyroux
La alianza en una institución con los enfermos-ancestros
Contrato narcisista y pacto narcisista
Algunas co-producciones alienantes
Las alianzas inconcientes: tópicas del inconciente
339
8. Sujeto del grupo, sujeto del inconciente
340
Las determinaciones de la sujeción del sujeto del
grupo
342
344
La precedencia del grupo y los emplazamientos del sujeto
Las exigencias de trabajo psíquico impuestas por el grupo
a sus sujetos
La sujeción al grupo como exigencia del sujeto
320
349
12
351
El trabajo de la intersubjetividad en la formación del
aparato psíquU:o
352
356
La noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad
Esbozos para una metapsicología intersubjetiva de la
represión
Algunas condiciones intersubjetivas del retorno de lo
reprimido
366
369
Grupalidad psíquica y división del sujeto del grupo:
un singular plural
369
El sujeto del grupo, sujeto del inconciente versus el sujeto
social
División y clivaje del yo del sujeto del grupo
371
373
Tercera parte. La invención psicoanalítica
del grupo
375
Más aUá de un psicoanálisis aplicado
378
378
379
381
382
Cuatro talleres de la investigación teórica
Conocimiento psicoanalítico de los conjuntos
intersubjetivos
Conocimiento del espacio intrapsíquico
Conocimiento de la intersubjetividad y de la trasmisión
psíquica
Conocimiento de la función del grupo y de la institución en
la formación y en la economía psíquica de los psicoanalistas
386 Contribuciones del abordaje grupal de la psique al
psicoanálisis
387
387
389
Trasformaciones en la concepción de la realidad psíquica
Trasformaciones en la concepción del inconciente
Trasformaciones en la concepción de lo originario
391
Bibliografía
13
Advertencia
La presente obra ofrece una visión de conjunto sobre las
investigaciones que he realizado durante veinticinco años
para la construcción psicoanalítica de la cuestión del grupo:
expone y retoma los elementos de una teoría de la que di
una primera formulación en 1976 en El aparato psíquico
grupal. Construcciones del grupo, trabajo agotado hace ya
algunos años, cuya reedición he demorado con la idea de
reelaborar los principales enunciados. La hipótesis fundamental que organizaba mi investigación no ha sido refutada; al contrario: su puesta a prueba por otros investigadores
la ha beneficiado con algunos perfeccionamientos; pero sobre todo fue enriquecida con proposiciones más precisas
acerca de las formaciones y los procesos intrapsíquicos que
dan testimonio de la grupalidad interna, de las formaciones
y los p:rocesos psíquicos propiamente grupales que se constituyen en los acoplamientos intersubjetivos, y de las formaciones y los procesos intermediarios entre esos espacios
heterogéneos. Algunos resultados de estas investigaciones
han sido publicados, con frecuencia en forma todavía parcial; otros no han sido editados aún o lo serán próximamente. La razón de este libro no es sólo poner a disposición del
público elementos de una teoría en vías de construcción;
una visión de conjunto hace percibir mejor los relieves, los
horizontes, los puntos de fuga y las tierras desconocidas.
15
«La sabiduría no está en agwmerorse sino en la creación y la
natuml'-!Za comunes, en encontrar nuestro número, nuestro
reciprocidad, nuestras diferencias, nuestro pasaje, nuestro
rwrdad, y ese poco de desesperación que es su aguijón y su
ue/,o móvil».
René Char, La parole en archipel
Primera parte. La cuestión del grupo en el
psicoanálisis
Para introducir la cuestión del grupo en el
psicoanálisis
El proyecto de esta obra contiene algunos objetivos limitados, pero articulados entre sí de tal modo que ninguno de
ellos se alcanzará verdaderamente sin considerar los otros.
Debería, pues, ser posible hacer varias lecturas del trabajo
que anima este libro.
El objetivo más manifiesto es proponer los elementos
para una comprensión psicoanalítica de los fenómenos psíquicos que se producen en los pequeños grupos humanos.
Sin embargo, lo que se intenta por la intermediación de este
objetivo contiene otra apuesta: comprender cómo, a través
de los diversos efectos y modalidades de la sujeción de los
seres humanos entre sí en la forma paradigmática del grupo, se constituyen, se trasforman o desaparecen tanto el
sujeto singular como el yo (Je) capaz de pensar su lugar en
los conjuntos intersubjetivos. En sus relaciones con estos
conjuntos, los sujetos son por una parte constituidos como
sujetos del inconciente y, por otra parte, son constituyentes
de la realidad psíquica que allí se produce.
Para alcanzar estos dos objetivos, es necesario introducir
de una manera suficientemente amplia y crítica la cuestión
del grupo en el psicoanálisis. Se tratará entonces en primer
lugar de dar forma, contenido y sentido a investigaciones,
prácticas y teorizaciones que, desde hace cerca de medio
siglo, se han organizado en torno del trabajo psicoanalítico
en los grupos. Admitiremos que esta larga experiencia, que
ha encontrado obstáculos y resistencias en más de una etapa de su desenvolvimiento, y que por lo mismo abrió algunas vías nuevas para la investigación, ha adquirido un valor suficiente en el psicoanálisis, a tal punto que está en
condiciones de examinar al objeto fundador: el inconciente
y las formas de subjetividad que de él derivan. Tal es la
apuesta de esta introducción de la cuestión del grupo en el
psicoanálisis.
19
Pensar el grupo con la hipótesis del inconciente
El mayor problema es establecer cómo es pensable el
concepto de grupo con la hipótesis del inconciente. Su corolario se enuncia así: lcómo se trasforma el concepto de inconciente con la hipótesis del grupo? Esta formulación elemental de las dos caras de un mismo problema se complica
en razón de la polisemia del concepto de grupo.
«Grupo» designará de hecho, en esta obra, la forma y la
estructura paradigmáticas de una organización de vínculos
intersubjetivos, bajo el aspecto en que las relaciones entre
varios sujetos del inconciente producen formaciones y procesos psíquicos específicos. Esta estructura intersubjetiva
de grupo, las funciones que cumple y las trasformaciones
que se manifiestan en ella son localizables en grupos empíricos y contingentes. Los grupos empíricos forman el marco
de nuestras relaciones intersubjetivas organizadas: se destacan sobre el fondo de organizaciones más complejas (grupos socio-históricos, institucionales, familiares) y forman
ellos mismos el fondo de las figuras intersubjetivas de la
pareja, del par, del trío, por oposición a la singularidad del
sujeto. Una teoría restringida del grupo describe al grupo
familiar primario, a un equipo de trabajo, a una banda, etc.;
establece clasificaciones según diferentes variables y distingue sus organizadores específicos y sus efectos de subjetividad propios.
«Grupo» designará también la forma y la estructura de
una organización intropsíquica caracterizada por las ligazones mutuas entre sus elementos constitutivos y por las
funciones que cumple en el aparato psíquico. Según esta
perspectiva, el grupo se especifica como grupo interno y
corresponde a la investigación describir sus estructuras,
funciones y trasformaciones. Estos grupos del adentro no
son la simple proyección antropomórfica de los grupos intersubjetivos, ni la pura introyección de objetos y relaciones
intersubjetivas. En la concepción que propongo, la grupalidad psíquica es una organización de la materia psíquica.
De este modo, hemos definido dos espacios psíquicos a
los cuales se aplica el concepto de grupo. La articulación entre uno y otro de estos dos espacios heterogéneos, de consistencia y lógica distintas, ocupa el centro de esta investigacícín. Estos dos espacios mantienen relaciones de fundación
20
recíprocas. En este sentido, sostengo la proposición de que
el grupo intersubjetivo es uno de los lugares de la formación
del inconciente: correlativamente, supongo que la realidad
psíquica propia del espacio intersubjetiva grupal se apuntala en ciertas formaciones de la grupalidad intrapsíquica.
En un tercer sentido, «grupo» designa un dispositivo de
investigación y tratamiento de los procesos y formaciones
de la realidad psíquica que participa en la reunión de sujetos en un grupo. Las proposiciones iniciales de Freud sobre
lo que él denomina su «psicología social», y que define como
parte integrante del campo psicoanalítico, no fueron puestas a prueba por él en una situación psicoanalítica ad hoc.
La larga experiencia de la práctica del trabajo psicoanalítico
en situación de grupo permitió establecer las condiciones en
que el grupo puede constituir un paradigma metodológico
apropiado para el análisis de los conjuntos intersubjetivos.
Como dispositivo metodológico, el grupo es una construcción, un artificio; se subordina a un objetivo determinado
que no podría alcanzarse con los mismos efectos de otra manera. Este estatuto metodológico del grupo hizo posible la
emergencia de los procesos y formaciones psíquicos como
tales, y permitió poner en suspenso o decantar sus habituales ligaduras con las formaciones y los procesos compuestos
que funcionan en los grupos empíricos: el objeto primero del
análisis no son las formaciones sociales, culturales, políticas, sino sus efectos, y sólo en la medida en que se traducen
en el campo de la realidad psíquica. Aunque desde entonces
se hayan utilizado elementos probados de metodología, la
teorización del grupo como dispositivo metodológico sigue
siendo todavía insuficiente en varios aspectos: son raras
aún hoy las investigaciones bien sustentadas en cuestiones
tan fundamentales como las modalidades de las trasferencias, el enunciado de la regla fundamental, los procesos asociativos y la formación de las cadenas asociativas, los contenidos, los destinatarios y las modalidades de la interpretación. Sin embargo, ciertos puntos de apoyo existen, y su
relativa fragilidad recomienda todavía más el interés de
desarrollar un área de reflexión crítica sobre las relaciones
entre teoría y situación psicoanalíticas. Exponerlo y discutirlo será objeto de otro trabajo.
En este momento puedo precisar el objetivo último de
esta investigación: ubicar los elementos que hacen posible
21
la inteligibilidad del acoplamiento entre estos dos espacios.
Cada uno de esos arreglos es el lugar, el soporte, la matriz y
el efecto de formaciones y de procesos del inconciente. A
partir de esos arreglos distintos, se trata de encontrar en el
psicoanálisis la materia y la razón de una teorúL general del
grupo. Este proyecto implica la construcción de un objeto
teórico que describa el concepto (o el modelo) del aparato
psíquico grupal
A partir de los datos del grupo metodológico, construimos un modelo teórico para comprender los grupos empíricos y sus relaciones con los grupos internos; a cambio, los
grupos empíricos y los dispositivos de acceso a los grupos
internos nos confrontan con la validez de nuestras construcciones.
Cinco problemas para poner a trabajar
Esta puesta en perspectivas recíprocas de la grupalidad
intrapsíquica y del grupo intersubjetivo define cinco categorías de problemas en el campo de la investigación psicoanalítica.
El problema teórico del grupo es la posición del inconciente en los espacios grupales intrapsíquicos e intersubjetivos.
El problema metodnlógico atañe a las condiciones que es
necesario establecer para que se produzcan efectos de conocimiento del inconciente y efectos de análisis: lo esencial de
estas condiciones es la puesta en marcha de los procesos
asociativos en un campo trasfero-contratrasferencial.
El probkma clínico corresponde al encuentro de los sujetos singulares bajo los aspectos que la situación de grupo
privilegia, a saber, que son movilizados en él como sujetos
del inconciente y correlativamente como sujetos del grupo,
porque así es como están constituidos.
El problema institucional tiene como apuesta la trasmisión del psicoanálisis y la formación de los psicoanalistas
a través de los efectos de trasferencia y sus arreglos en las
agrupaciones de psicoanalistas.
El probkma epistemológico no por ser mencionado en
último lugar es el menos importante: se forma y en parte se
22
desprende de los precedentes. Este problema es el de las
trasformaciones inducidas en el campo del conocimiento
psicoanalítico por la metodología, por la clínica y por la teorización psicoanalíticas del grupo. Si, en efecto, el objeto se
construye con el método, según el principio epistemológico
bachelardiano, la construcción del saber sobre el inconcien·
te no puede ser disociada de las condiciones de su elaboración. En esto el campo del conocimiento psicoanalítico se
muestra congruente con las características de su propio objeto: es infinitamente abierto, pero accesible en la proporción del rigor de su metodología.
El debate puede enfocarse desde varias entradas, de las
cuales privilegiaré tres: la primera es la puesta en perspec·
tiva de esta afinidad conflictiva que supongo entre el grupo
y el psicoanálisis sobre el eje de la historia de las ideas y de
la institución del psicoanálisis. En este trabajo deberé limitarme a un bosquejo para indicar algunas direcciones tomadas por el psicoanálisis a partir de su matriz grupal.
La segunda entrada, que también esbozaré apenas, será
objeto de una publicación ulterior: abre el debate sobre el eje
clínico-metodológico, en ese punto crucial donde la situación
psicoanalítica princeps puede oponerse casi término a término a la situación de grupo; plantea la cuestión de lo que
sigue siendo específico en el proceso psicoanalítico más allá
de las variaciones del dispositivo.
La tercera entrada es precisamente la que abre el debate
sobre el estatuto del objeto del conocimiento psicoanalítico
cuando sus condiciones de manifestación cambian significativamente, pero también cuando las premisas o los postulados de la teorización freudiana reciben un principio de
validación.
Existe una cuarta entrada, de hecho la principal, la primera y la última: introduce la cuestión del grupo por la vía
de la contratrasferencia. Esta vía recorta a todas las otras:
nos hace volver permanentemente al análisis de lo que el
grupo, como objeto y como conjunto de objetos psíquicos,
moviliza en cada uno de nosotros, tanto que hay quienes lo
invisten con suficiente energía y expectativas como para
empeñarse en el conocimiento de lo que se anuda a él.
lPor qué introducirse, pues, en el grupo? lCuál es el
enigma por descifrar que, mudo y punzante por largo tiem-
23
po, nos ha llevado a investir, y a veces a contrainvestir esa
zona de experiencia, ese objeto apenas representable, pero
seductor por el hecho mismo de la excitación que provoca y
el pánico que suscita? El grupo nos incita a explorar otras
configuraciones psíquicas del espacio interno: nos vemos
frente a lo múltiple, lo complejo, lo heterogéneo en el combate del caos y del orden, de lo uno y de las partes, o de las
particiones, o de los alumbramientos de lo singular y lo plural. La puesta en perspectiva de lo plural en la pluralidad
abre repentino paso a una insondabilidad, del mismo modo
como las relaciones figura-fondo, unidad-multiplicidad,
continente-contenido hacen vacilar en su reversibilidad las
relaciones de «individuo» y de «grupo»: ¿dónde estar, entonces, y cómo nombrar aquello que se revierte en representaciones que se incluyen? ¿cómo constituir las líneas de
demarcación?
Para sustraernos de la fascinación que ejerce este objeto
y de la violencia pulsíonal que lo inviste, debimos encon·
trar en nosotros y en las cualidades de nuestro entorno las
condiciones que nos permitieran trasformar el enigma del
grupo en fantasía y en teoría sexual infantil, primicias o
premisas de las hipótesis de investigación ulteriores, de los
esbozos de teorías sujetas a debate. Debimos sostener, con·
tra todo tipo de prohibiciones de pensamiento y censuras
inextricablemente enmarañadas, internas y externas, con·
tra angustias de erranza, contra las amenazas odiseanas de
quedar pasmados y no ser ya recorn~idos por nuestros semejantes, posiciones que sabíamos inciertas pero que de·
seábamos seguras, para avanzar por auto-apuntalamiento
cuando las áreas de discusión fallaban. El grupo nos aleccionó sobre la soledad de los pasajes peligrosos en la investigación, pero también sobre el reconocimiento, general·
mente en la resignificación, de que el grupo, por la resisten·
cía que ofrecía a nuestros apuntalamientos, era la condición
de esos pasajes.
En esta exploración de lo que se dispone, se magnetiza,
se repele y empuja y se produce entre más de dos, en esta
curiosidad por los encastres de almas y cuerpos, nadie duda
de que entre todos los lugares fantasmáticos que podemos
ocupar, alternativa o simultáneamente, el lugar del héroe
se acopla con aquel, complemento necesario, de la madre:
frente al padre. De allí esta cuestión tan tardíamente pues·
24
ta en palabras, de la seducción y de las formas elementales
de la sexualidad en los grupos. De allí esta cuestión crucial
para los psicoanalistas que dirigen una parte de su interés
hacia el grupo: ¿hacia cuál objeto por conquistar, por seducir, por originar, orientan su deseo de saber, antes de tras·
formarlo, camino al conocimiento del inconciente, en un sa·
ber sobre el deseo de estar en grupo, sobre el deseo en el
grupo, sobre lo que el grupo objeta al deseo? En el fondo,
interesarse por el grupo, ¿no es también tratar de superar a
los padres, a S. Freud, a M. Klein, a J. Lacan? ¿No es inten·
tar develar su manera de hacer (niños), pero también recogiendo su herencia, trasformarla?
Interesarse en el grupo es también aceptar escuchar el
desafío de nuevos enigmas que ni la tragedia ni la interpre·
tación psicoanalítica, cuando se amputan de Tótem y tabú,
le formulan a Edipo. El retrato que D. Anzieu traza de sí
mismo y de cada uno de nosotros en (Edipe supposé conquérir le groupe no es solamente el de un héroe solitario que
roba el grupo al Padre para instalarlo en él como figura fundadora y representante de la Ley. El héroe no puede cumplir
su destino si no es solidario con los Hermanos y Hermanas:
el grupo inventa a Edipo una fratría; el grupo también co·
loca permanentemente a Edipo en la posición de llegar a ser
el Padre y la Madre, de coincidir con el Antepasado arcaico,
cruel, narcisista: Edipo antes del complejo de Edipo.
Conquistando el grupo, Edipo sólo tomará conocimiento
de su propio deseo si se reconoce como sujeto ambiguo. Sostenido en la sucesión de todos los deseos que lo han precedí·
do, en la sincronía de los vínculos que los actualizan, podrá
encontrar en el grupo y en sus discursos tanto su verdad
como aquello que le dispensará, en nombre del destino que
lo prescribe, asignaciones y auto-asignaciones obligadas,
ignoradas pero consentidas.
Es necesaria una oscilación fundadora para que, correlativamente, el yo (Je) se piense como sujeto del inconciente,
allí donde se ha constituido como sujeto del grupo, y para
que el grupo, en tanto condición intersubjetiva del sujeto,
pueda organizarse sobre !ns apuestas psíquicas de sus asociados.
Como Freud lo destacó en Psicología de las masas y aná·
lisis del yo (y este títuJo.programa se debe entender en la
correlación de sus términos), el yo (Je), para pensar y pen-
25
sarse, debe romper con el grupo del cual procede, que lo precede: tal el poeta-héroe-historiador encarnado por el Dichter. El yo (Je) debe recuperar y pensar en sí mismo su parte
irrealizada, no memorizada de sus exigencias y de sus carencias, para la cual ha hecho del grupo su extensión gestora. Aquello que él ha tomado en préstamo de los objetos,
de más de un otro, del grupo, tendrá que reconocerlo propio,
concesión hecha a lo transicional, y tratarlo como lo que es
en él la marca, el pasaje, la huella de la carencia y de su
propia ausencia de sí mismo.
En cuanto al grupo, para constituirse exige de sus sujetos que le dejen, si no contra su voluntad, al menos por su
interés, esa parte de ellos mismos que no demanda sino
relegarse allí. Es con ese material, trasformado por el trabajo del agrupamiento en el que todos colaboran y del que
cada uno se beneficia en distinto grado, que el grupo adquiere el indicio de realidad psíquica que sostiene las apuestas de sus sujetos, y la consistencia de las formaciones y de
los procesos que le son propios.
Esta oscilación es la trayectoria del sujeto ambiguo: puede pasar de un extremo al otro, para carenciarse allí. Esta
oscilación es también movimiento de separación y de unión,
es metáfora y metonimia del sujeto y del grupo; puede devenir el movimiento de una simbolización primordial, la que
realiza el pensamiento.
26
l. La herencia freudiana
Una afinidad conflictiva entre grupo y
psicoanálisis
La cuestión del grupo ya está introducida en el psicoanálisis: desde su origen, con insistencia, resistencia y aversión.
Una afinidad conflictiva fundamental asocia al psicoanálisis a lo que llamo, en las condiciones que acabo de precisar,
la cuestión del grupo. Esta afinidad, reprimida y resurgente
por el hecho mismo de los conflictos que trae, se deja ver en
muchos lugares del psicoanálisis: en su fundación y su institución, en su práctica, su metodología y su clínica, en su trabajo de teorización. Mi tesis es que el grupo constituyó la
matriz fecunda y traumática de la invención del psicoanálisis, de su institución y de su trasmisión: su teoría y su práctica llevan las huellas de las apuestas apasionadas, a menudo violentas y repetitivamente traumáticas hechas en su
fundación. Estos lugares diferentes se sobredeterminan
unos a otros, y esa imbricación no pensada mantiene al grupo como cuestión indefinidamente suspendida, rechazada e
ignorada. La cuestión adquiere valor de síntoma y mantiene la resistencia epistemológica a trasformar la afinidad
conflictiva en problema en y para el psicoanálisis; sostiene
también y en primer lugar la resistencia epistémica del psicoanalista a reconocerse como sujeto constituido y constituyente de esta cuestión. Sucede como si la mutación, que
Freud mismo describe, desde el régimen psíquico y cultural
de la horda hasta aquel otro, civilizado y creador de pensamiento, del grupo, debiera ser de continuo puesta de nuevo
a trabajar.
27
La matriz grupal del psicoanálisis
La matriz intersubjetiva e institucional de los
primeros psicoanalistas
Esa afinidad conflictiva irresuelta podría ser referida, en
parte, a esta paradoja: la exploración de lo más íntimo, lo
más oculto y lo más singular, al menos lo que se deja representar como tal, y contra lo cual se movilizan los efectos
conjuntos de la censura intrapsíquica y de la censura social,
sólo puede emprenderse en una relación intensa de pequeño
grupo, y a la vez contro algunos efectos de esa relación.
El grupo hará cuestión al menos porque trae a debate el
modo de existencia necesariamente grupal de los psicoanalistas reunidos por la necesidad de comunicarse entre sí y de
simbolizar lo que les impone el comercio asiduo con el inconciente y el necesario modo de existencia solitaria y retirada
que exige su práctica altamente individualizada. La dificultad para pensar al grupo como matriz paradójica del psicoanálisis es la dificultad de pensar esta doble necesidad.
Wilhelm Fliess, y antes otros semejantes a él, desempeñaron para Freud inicialmente esta función de escucha, de
acompañamiento y de simbolización, en la forma de una relación de pareja. Pero tras la ruptura con Fliess, el alter ego,
el doble narcisista homosexual, se inicia con otro Wilhelm,
Stekel, el grupo que Freud convoca y reúne a su alrededor.
Una oposición fundamental, a la que Freud prestará atención mucho después, se manifiesta desde esa época entre la
pareja y el grupo. No se trata aquí de la pareja heterosexuada, sino del par homosexuado. Esta diferencia no debe enmascarar el hecho de que par y pareja introducen, en el lazo
intersubjetivo, la cuestión sexual y el grupo puede constituir una salida para evitar el encuentro sexual. Recíprocamente, la pareja puede ser también una manera de evitar
el encuentro con las formas elementales de la sexualidad.
Merece atención el hecho de que se vuelva necesario más
de un otro-semejante, reunidos en grupo en torno de Freud,
para que se forme el psicoanálisis. 1 El psicoanálisis nace en
1
Además de las biografías (y los textos autobiográficos) clásicos de
Freud y de las historias del movimiento psicoanalítico, una preciosa fuen·
t-0 de información son los epistolarios, y sobre todo las Minutas de la So·
28
estos dos lugares disimétricos y correlativos entre sí por
vías de ligazón todavía oscuras e ignoradas: el espacio sin·
guiar de la situación psicoanalítica de la cura y el del grupo
que constituyen los psicoanalistas que inventan el psicoanálisis.
En estos dos espacios originarios, antagónicos y comple·
mentarios, se experimentan y elaboran los tumultuosos
descubrimientos del inconciente, a través de sus revelado·
nes en la soledad y las vicisitudes del vínculo intersubjetiva.
Por más de una razón, el grupo será la contracara sombreada y sombría del espacio de la cura.
Freud encuentra probablemente en el grupo aquello que
necesita para ser el Schliemann, el Alejandro y el Moisés de
esa Tierra prometida perdida. Encuentra sin duda también
allí aquello que había experimentado en su proto-grupo familiar: será el primero de una nueva fratría, conquistará lo
Desconocido del inconciente y se pondrá a la cabeza de la
nueva tribu, en el lugar del Padre, príncipe heredero que
toma posesión de la Madre querida. Está en la articulación
de dos mundos: al hacerse el primero de los psicoanalistas,
llega a ser para sus semejantes, de los que se separa, el últi·
mo de los psiquiatras de la edad clásica.
En el grupo que funda y que en lo sucesivo lo rodea hasta
llegarle a ser en algún momento insoportable, Freud busca
y encuentra un eco de sus pensamientos. El grupo es su
bebé, él le lleva la palabra que dice las cosas del inconciente,
lo instruye en los procedimientos y las reglas de su conocí·
miento; pero también él es el bebé del grupo que se trasforma entonces en su vocero, que le enseña las cosas del
vínculo de amor y de odio que tejen los hombres reunidos en
tomo de su ideal común, él mismo y el psicoanálisis que les
abre la puerta del «Reino intermedio». El grupo es para él
un filtro para sus emociones, un para-excitaciones auxiliar;
es también el objeto sobre el cual ejerce su dominio. En sus
discípulos experimenta los rehusamientos obstinados que
ciedad Psicoanalítica de Viena. Algunas obras y artículos especializados,
entre ellos los de V. Brome (1967), P. Roazen (1976), M. Grotjahn (1974),
F. Sulloway (1979), son valiosas referencias. Entre los escasos trabajos
franceses, señalamos un artículo de J. Bergeret (1973) y de J. Favez·Boutonier (1983). He puesto en perspectiva algunos de estos datos en un
estudio preliminar sobre el trabajo de la investigación en el grupo de los
primeros psicoanalistas (1990).
29
seguramente le oponen sus resistencias al psicoanálisis,
pero también su alteridad de sujetos diferentes de él, sus
diferencias de sensibilidad y sus desacuerdos de rivales.
La creación del Comité, algunos años después, respon·
derá mejor aún a estos objetivos y, además, al de constituir
al grupo en guardián de los ideales y de la ortodoxia, es
decir, en su función ideológica. El grupo se distinguirá de
este modo como el garante meta-individual del descubrimiento del inconciente.
En esta primera y necesaria invención del grupo por el
psicoanálisis mismo, las instancias del aparato psíquico de
Freud, sus complejos, sus identificaciones histéricas y heroicas, su sistema de relación de objeto (principalmente de
dominio y masoquista) serán los organizadores psíquicos in·
concientes que prevalecerán para acoplar los vínculos ínter·
subjetivos con sus discípulos, sus semejantes, sus herma·
nos. El grupo será el escenario donde su yo heroico des·
plegará sus proyecciones grandiosas, sus dramatizaciones
masoquistas, su fantasía de primacía y sus recriminaciones
de verse abandonado por todos. Esta externalización dramatizada, esta proyección difractada de sus conflictos in·
concientes, que producen para él mismo y para los otros la
representación de estos, y secundariamente su conocimiento, dejan al mismo tiempo su marca estructurante para toda
posición ulterior en el drama del descubrimiento o re-descubrimiento del inconciente. Podríamos seguir con facilidad el
efecto de esto en Londres, en el debate entre A. Freud y
M. Klein, o en el Lacan que funda L'Ecole frail<;aise de psychanalyse, primer patronímico de L'Ecole freudienne de
París.
La escena del primer grupo psicoanalítico será el espacio
donde se despliegue la fantasía de la escena primitiva de la
investigación y del descubrimiento del inconciente. Para los
discípulos de Freud, esencialmente para los hombres atraÍ·
dos por él y que encontrarían en ese argumento su lugar de
sujetos, será la escena de sus fantasías de seducción y de su
castración: escena donde juegan simultánea o sucesivamente todos los avatares de la sexualidad, y especialmente los
de la homosexualidad y de la bisexualidad, escena donde se
dramatizan las apuestas de la rivalidad fraterna y las del
reconocimiento permanentemente reactivado, siempre insatisfecho, de ser para Freud el hijo preferido, el Unico.
30
Esta escena del grupo, que será el lugar de tantas escenas de familia y escenas de pareja, sólo adquirirá todo este
relieve y esta densidad por ser el espacio receptor de las
trasferencias de trasferencias no analizadas o insuficientemente analizadas, principalmente las trasferencias grandiosas y persecutorias, retoños destructores de la ilusión
grupal. Y estos serán los restos investidos, mantenidos, y
anudados entre sí en nuevas configuraciones interpsíquicas, en la economía, la dinámica y la tópica intersubjetiva
del grupo. Allí se encuentran la materia y la energía requeridas, trasformadas e ignoradas, para fundar la institución
del psicoanálisis. El descubrimiento y el análisis del complejo de Edipo en el espacio intrapsíquico no modificará casi
en nada el reconocimiento, el análisis y la resolución de sus
efectos en el campo de las relaciones intersubjetivas de grupo. Todo sucede como si las apuestas edípicas, desplazadas
en el grupo, se volvieran allí equívocas, aun después de que
Freud intentara descubrirlas en una empresa entonces vital para él, para su grupo y para el psicoanálisis. Es probable que el arreglo de la realidad psíquica en los grupos no
siga exactamente las mismas vías y no produzca las mismas
formaciones que en el espacio intrapsíquico. El psicoanálisis debe, pues, ser reinventado en esto si quiere continuar
su proyecto de conocimiento del inconciente, allí donde se
manifiesta, allí donde tal vez se constituye.
A este proyecto se oponen poderosas fuerzas de resistencia, defensas temibles, rechazos inapelables. Posición tanto
más insostenible, salvo si se conciertan costosos compromisos, porque cuanto más el grupo es objeto de una exclusión
del campo teórico y clínico del psicoanálisis, más se afirma
su dominio sobre sus sujetos y se consolida el dominio que
ejercen sobre él y por su intermedio sus más encarnizados
detractores.
A cada tentativa de reinventar la práctica y la teoría del
psicoanálisis, en Viena, en Budapest, en Londres o en París,
o de llevar a cabo una nueva gestión fundadora bajo la cubierta de un retorno a Freud, es decir de un retorno legitimante a los tiempos del origen, el grupo será repetitivamente portador de las mismas apuestas, el objeto de los mismos
exorcismos, el terreno de las mismas luchas por la dominación. No se cuestionarán las relaciones de cada uno con el
grupo, ni la función del grupo en la práctica y la trasmisión
31
del psicoanálisis, ni el abandono de las partes de sí que él
exige para garantizar algunos apuntalamientos necesarios;
será sometido a proceso el grupo en tanto es lo impensado
de esta sujeción irreductible sobre la cual, como en correspondencia con la roca biológica, se funda la psique. Este objeto persecutorio e idealizado permanecerá impensado, por
obra de la herida narcisista inherente a una necesidad: la
de proceder de un conjunto, de una red de deseos y de pensamientos que a cada uno de nosotros nos pFeceda, tener que
reconocerse como uno entre otros y no como el centro y el
origen del grupo, verse precisado a aceptar ciertos renunciamientos en la realización directa y necesariamente egoísta
de las metas pulsionales.
Disponemos de suficientes elementos para suponer que
si el grupo suscitó y suscita aún hoy tales reacciones de
rechazo -no podemos menos que citar las interdicciones
de práctica o de pensamiento proferidas a su respecto por
M. Klein o J. Lacan-, 2 posiblemente ello se deba a las experiencias y las fantasías traumáticas a las que se asocia en el
origen del psicoanálisis.
La violencia ligada a la cuestión del grupo, y que ha surcado la fundación del psicoanálisis, se perpetúa en cada
nueva institución. El desarrollo del movimiento psicoanalítico, a través de sus escisiones y sus conflictos, merecería
ciertamente ser considerado bajo esta luz, a saber: los problemas de formación de los psicoanalistas acaso se articulen
con las apuestas grupales, originarias, a ellos asociadas. La
repetición de las discordias y de las heridas de los orígenes,
y los atolladeros que de ahí se siguen, no se explican solamente por la cuestión límite en la formación de los psicoanalistas: apuestas psíquicas profundas, de dominio, de seduc2 El Lacan del estudio sobre el complejo como organizador de los lazos
familiares (1938) se había mostrado particularmente dotado para com·
prender lo que estaba en juego. J. Lacan conocía los trabajos de W.-R. Bion
sobre los pequeños grupos. En el primer número de L'Evolution Psychiatrique (1947) publica un estudio sobre las tendencias de la psiquiatría inglesa donde los trabajos de Bion figuran en buen lugar. S. Lebovici refiere
que, en 1950, intenta definir con él los factores específicos de la dinámica
de grupos «y de hecho sólo menciona la identificación» (citado por J. FavezBoutonier, 1983, pág. 56). Las raras menciones que J. Lacan hará del
grupo serán en consecuencia todas negativas: cf. en este libro las págs. 837. Falta emprender un estudio sobre las relaciones complejas de Lacan con
la cuestión del grupo.
32
ción, de identificación, de apuntalamiento narcisista, de
filiaciones imaginarias y de proyecciones megalomaníacas
son las operaciones más ordinarias, más cotidianas, más
triviales de la cuestión del grupo. Es que a la vez se pasan
por alto las aportaciones tróficas del grupo, la ayuda que
ofrece para el trabajo de elaboración y creación, las garantías del examen de realidad que él constituye, así que tenga
sustento y perduración en él su función simbolígena, humanizante, civilizadora: así que se cumpla en él el trabajo específico del Edipo, el paso de la horda al grupo, la mutación de
las identificaciones imaginarias megalomaníacas en el orden contractual de la cultura.
Esta desesperante fatalidad que parece ligar entre sí a
los psicoanalistas en los grupos y sus instituciones no es
sino el efecto de lo que, en ellos y sin saberlo, se aliena a los
efectos inconciéntes de grupo. ¿cómo tratar la cuestión de la
formación, es decir, de la trasmisión del psicoanálisis, independientemente de sus sujeciones y desujeciones de grnpo?
Si esos efectos son por lo general denunciados, en lugar de
tomar nota de ellos en un intento de deshacer sus anudamientos, ¿cómo reconocer su valor estructurante si no es
precisamente gracias al análisis? No se trata, pues, de desentenderse de la cuestión del grupo; más bien es preciso
comprender su apuesta y, en primer lugar, las funciones que
esta cumple en la economía, la dinámica y la tópica de los
psicoanalistas, sujetos del inconciente y conjuntamente sujetos del grupo.
En lugar de eso, cada uno permanece atrapado en la repetición de los orígenes del conjunto, y en conjunto la sostiene.
La matriz teórica: un modelo grupal de la psique. Una
lectura de Freud
La afinidad conflictiva del grupo y del psicoanálisis se
inscribe en el centro de la representación de la psique que
Freud inventa con el psicoanálisis: para él, la psique es grupo; es grupalidad porque es asociación/disociación, combinación/ desorganización, ligadura/ desligadura, delegación metafórica/metonímica, condensación/difracción, etc.
Pero Freud afirma también que el grupo es el lugar de una
33
realidad psíquica, y que es uno do loM mocl11loM dtt 111 lntA1lig-ibilidad de la psique. lQué hacer, on ni pMit~ouniílh1l11, mn rn1t11
herencia y sus implicaciones?
Se podría ofrecer una visión de conjunto d11 lm1 pm1kiones de Freud sobre la cuestión del grupo, 1dtu11r HUM ümergencias y anudamientos en la historia del propio Froud, en
la historia de la construcción de la teoría psicoonnlíticn y en
la de la formación del movimiento y de la institucidn pi:;icoanalíticas. En este capítulo y en el curso de este trabajo señalaré algunos jalones que se limitarán a establecer que la
cuestión del grupo se presenta en el pensamiento de Freud
de una manera insistente y polimorfa; esta insistencia nos
resulta valíosa, no como argumento de autoridad, sino como
inscripción de una cuestión dejada en suspenso, aunque sea
coextensiva a toda la construcción freudiana del psicoanálisis.
Si aun aquí, ya introducida en el psicoanálisis, la cuestión del grupo está, si insiste, lo hace sin embargo de un
modo menor y parcial: sus distintos componentes no han
sido señalados, no se articulan unos con otros. La cuestión
del grupo no se retoma ni se piensa como tal, como el objeto
complejo de una teoría particular, ni como un campo suficientemente consistente de la teoría general.
Por eso esta insistencia no siempre es evidente. A me·
nudo se manifiesta como un murmullo, de manera difusa,
en textos de estatutos y miras diferentes; se escande en
tiempos fuertes y en silencios, en reanudaciones y en contradicciones, pero se sitúa en el trasfondo de toda la investigación. Falta también, pues, despejar esta insistencia para hacerla aparecer, volverla evidente, falta que sea elaborada por el trabajo de la lectura y de la interpretación.
Para percibirla, es importante en primer lugar no desconocer la integridad de la herencia freudiana, no aislar del
conjunto del recorrido y de la obra los textos llamados «de
psicoanálisis aplicado». Nuestras relaciones con textos fun·
dadores no pueden conocer un cierre definitivo porque sus
propiedades científicas y poéticas mantienen abierta la
posibilidad de construir con ellos siempre más de una versión. Nos mantenemos, entonces, en una atención fluctuante entre las exigencias que imponen los enunciados del
texto y la toma en consideración del contexto, el movimiento
de nuestro deseo de encontrar allí lo que esperamos y la
34
sorpresa de descubrir lo que tal vez no buscábamos. El lec·
tor de Freud es intérprete de un texto que lo sorprende.
Leemos a Freud necesariamente con una hipótesis de
lectura más o menos flotante, más o menos explícita. Necesariamente investimos «en el trabajo de las expectativas»,
formamos «construcciones auxiliares» o teorías parciales
para organizar las ideas que surgen en nosotros, en el cotejo
del texto y de nuestra experiencia. Las rechazamos cuando
otra hipótesis se nos presenta o cuando nos resistimos a los
descubrimientos que iríamos a hacer, si estos hacen vacilar
nuestras certezas. La lectura de Freud nos sitúa en nuestra
afiliación, nuestros intereses y nuestras preguntas de psicoanalistas. Admitiré pues, sin dificultad, que la insistencia
en la cuestión del grupo que averiguo en el pensamiento de
Freud sólo se me hizo perceptible y consistente cuando me
vi llevado, como otros antes que yo, a buscar y tal vez a encontrar en sus escritos lo que pudiera constituir un fundamento psicoanalítico para mí práctica de psicoanalista cues·
tionado por el grupo, es decir, por los efectos del grupo en la
organización de la psique, por la realidad psíquica que se
forma en los conjuntos intersubjetivos, por los anudamientos entre los sujetos que en él produce el inconciente.
En este recorrido del texto de Freud, no faltan las sor·
presas; ante todo, la de verse frente a esta particularidad de
la insistencia: ella oculta la misma cuestión que intenta
plantear.
La noción freudiana de grupo psíquico
En el pensamiento de Freud, el grupo es en primer lugar
una forma y un proceso de la psique individual: más tardíamente, la noción de grupo se empleará en su acepción intersubjetiva para designar una forma de sociabilidad y un lugar extra-individual de la realidad psíquica.
El «grnpo psÚ]UÍCO>>
La noción de grupo psíquico (der psychische Gruppe)
aparece de manera recurrente en el Proyecto (1895) y en los
35
Estudios sobre la histeria (1895) para especificar el resultado y el funcionamiento de la ligazón de la energía. El grupo psíquico es un conjunto de elementos (neuronas, representaciones, afectos, pulsiones) que, ligados entre sí por investiduras mutuas, forman una cierta masa y funcionan
como atractores de ligazón. El grupo psíquico está dotado de
fuerzas y de principios de organización específiéos, de un
sistema de protección y de representaciones-delegaciones
de sí mismo por una parte de sí mismo; establece relaciones
de tensión con elementos aislados, desligados y, por esta
razón, susceptibles de modificar ciertos equilibrios intrapsíquicos.
La ligazón sólo es posible bajo dos condiciones: primera,
la existencia de barreras de contacto entre las neuronas,
siendo la función de estas barreras la de impedir o limitar el
paso de la energía; segunda, la acción inhibidora ejercida
por un grupo de neuronas, investidas con un nivel constante, sobre los demás procesos que se desarrollan en el aparato. De este modo resulta controlado, encauzado y retardado el movimiento de la energía hacia la descarga; este
control y este retardo contribuyen a la estructuración del
aparato psíquico en sus diversas instancias.
Este grupo o esta masa de neuronas bien ligadas, entre
las cuales se ejercen acciones recíprocas que mantienen sus
investiduras y sus facilitaciones en un nivel constante, de
suerte que el sistema forme un todo, es capaz de producir
sobre otros procesos u otras formaciones efectos de inhibición o de ligazón e inclusión. Este grupo psíquico es la primera definición del yo, caracterizado por su actividad de
ligazón. Se opone a ello la des-ligazón (die Entbindung), es
decir, la brusca liberación de energía como la que sobreviene
en el momento en que se desencadenan el placer/displacer,
la excitación sexual, el afecto, la angustia, o sea, cuando una
brusca aparición de energía libre tiende directa e inmediatamente hacia la descarga. Toda liberación del proceso primario aparecerá así como puesta en jaque de la función de
ligazón de ese grupo psíquico que es el yo y será interpretada por él como una amenaza a su organización.
El modelo de los grupos psíquicos y su función de ligazón
de los aflujos de energía, a condición de que estos grupos estén fuertemente investidos, no será abandonado por Freud
cuando aborde el problema de la repetición del trauma: con-
36
siderará ent.onces modalidades de ligazón sometidas a las
leyes del proceso primario, capaces de ligar la excitación con
independencia del principio de placer; es verdad que la noción de grupo psíquico había permitido ya designar los contenidos del inconciente mismo desde veinte años antes.
Tuda esta orientación del pensamiento freudiano otorga
a las investiduras pulsionales una función preponderante
en la formación y la organización de las instancias del aparato psíquico, es decir, en la génesis y el papel adjudicado a
los grupos psíquicos. La capacidad asociativa de la psique
incumbe en primer lugar a la instancia del yo y cumple
varias funciones: la ligazón intrapsíquica y de protección
del aparat,o psíquico; la memorización, la representación y
la imaginación del objeto ausente o perdido; la identificación con nuevos objet,os; la capacidad de trasferencia. Esa
noción define, por lo tant,o, algunas de las formaciones básicas del aparat,o psíquico.
Los grupos de pensamientos clivados y el inconciente
«estructurodo como un grupo»
La categoría -pero no el término-de la grupalidad psíquica aparece ent.onces muy temprano en la primera tópica,
donde provee una de las metáforas antropomórficas del
aparat,o psíquico; pero sobre t.odo constituye el hilo conductor de la primera definición del inconciente: su contenido
originario estaría constituido por el «grupo de los pensamient.os divados» que ejercen una atracción sobre los pensamient.os preconcientes y sobre los concíentes, y atraen a
los pensamientos de la represión secundaría.
Esta noción de grupos psíquicos clivados o separados
(abgespaltene o separate psychische Gruppen) es la misma
por la que Freud describe, a partir de 1894, su concepción
del inconciente en tanto clivado, por /,a represión, del campo
de /,a conciencia. 3 Los grupos psíquicos clivados son constitutivos del inconciente, de su contenido, y rigen las relacio3 Freud escribe, en Las psiconeurosis de defensa (1894), al referirse a los
trabajos de P. Janet y de J. Breuer: «der Symptomkomplex der Hysterie,
soweit er bis jetzt eín 1krstiindnis zuliisst, die Annahme einer Spaltung
des Bewusstseins mit Bildung separater psychischer Gruppen rechtfertig,
dürfte (. . .) gelangt sein» (GW l, pág. 60).
37
nes con Jos otros aistemns. BM como Ki lu noción de grupo
psíquico fuera necosuriu desdo 0110 mom11nt.o do In invención
del inconciente para explicar In ligt1zón origínuria de los
objetos y de las formas que lo constituyen: insisto una estructura y se diversifican formas.
Propuse la fórmula «el inconcíente estructurado como un
grupo» en 1966, en una época en la que me parecía necesario pensar la grupalidad psíquica en su relación con el inconciente. La lectura ulterior de los textos de Freud a los
cuales hoy me refiero me confirma el interés de trasformar
la fórmula en hipótesis de trabajo. De una manera más general, son las instancias y los sistemas del aparato psíquico
los que deben ser concebidos como grupos psíquicos diferenciados en el interior de los cuales operan desdoblamientos,
difracciones o condensaciones, permutaciones de lugares y
de sentidos: así las identificaciones múltiples o multifacéticas (mehrfache oder vielseitige Identifiziernngen) del yo.
He destacado en muchas ocasiones que la primera formulación que Freud propone de la identificación la define,
en su rasgo esencial, como «la pluralidad de personas psíquicas» (mayo de 1897, a propósito de las identificaciones
histéricas). Utiliza esta hipótesis en La interpretación de /,os
sueños (1900) cuando analiza las identificaciones histéricas
en el trabajo de la formación del sueño (a propósito del sueño llamado «de la carnicera» o del «caviar») 4 o cuando dilucida figuras y procesos del sueño tales como las personas
condensadas, unidas y mezcladas (die Sammel-und mischpersonen), la difracción del yo del soñante en una figuración
grupal «múltiple» de sus objetos y de sus pensamientos, la
dramatización de sus relaciones en una puesta en escena
intrapsíquica, la repetición o la multiplicación de lo seme4
El análisis del sueño llamado «de la carnicera» o «de la cena» o también
«del caviar» es, desde esta óptica, ejemplar: la enferma sueña que ve uno
de sus deseos no cumplidos (dar una cena) para no contribuir a realizar el
deseo de su amiga; expresa sus celos con respecto a ella identificándose
con ella por la creación de un síntoma común: «se podría enunciar este pro·
ceso de la manera siguiente: ella se pone en el lugar de su amiga en el sue·
ño, porque esta se pone en su lugar al lado de su marido, porque ella qui·
siera tomar el lugar de su amiga en la estima de su marido». Tal es el sen·
tido que Freud va a atribuir a las identificaciones histéricas: son apro·
piaciones (Aneignung) del objeto del deseo del otro a causa de una etiología
idéntica; guardan relación con una comunidad que persiste en lo incon·
ciente (GW II·III, pág. 156; trad. fr. págs. 136-7).
38
jante; Freud desarrolla esta hipótesis cuando propone la
noción de comunidad de las fantasías y, en el análisis de
Dora, la de las identificaciones por el síntoma, o también la
concepción de las trasferencias como reproducción sucesiva
o simultánea sobre el psicoanalista de las conexiones entre
los objetos y las personas del deseo infantil inconciente. La
misma hipótesis orientará el análisis sintáctico y grupal de
las fantasías schreberianas, y proveerá ulteriormente el
fundamento del análisis de la fantasía «pegan a un niño»,
modelo estructural del análisis de las fantasías originarias.
La misma concepción sostendrá la representación de la personalidad clivada, desagregada, del Hombre de las Ratas en
sus tres «personalidades»: si el «capitán cruel» está fragmentado como sus demás personajes, el Hombre de las Ratas pondrá sus partes en otros personajes, en sus sueños,
continentes psíquicos de lo que su cuerpo no puede tolerar.
En el marco de la segunda tópica, la segunda teoría de
las identificaciones se refiere aún más a un modelo grupal
(identificaciones multifacéticas, personalidades múltiples o
disociadas), al igual que la teoría del yo y del superyó (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921; El yo y el ello,
1923). Finalmente, las nociones de complejo y de imago ponen en juego la construcción interna de una red intersubjetiva internalizada, en la cual el sujeto se representa. 5
El balance de este primer recorrido se establece así: el
primer esbozo de la definición del yo es el de un grupo psíquico; la primera representación del inconciente es la de
un grupo psíquico clivado de lo conciente. Esta acepción
abstracta y general del concepto de grupo nos ofrece un
modelo de inteligibilidad de la estructuración y del funcionamiento de las formaciones psíquicas: el grupo intersubjetivo provee el modelo y la metáfora de los cuales se sirve
Freud para representarse los grupos psíquicos y el aparato
psíquico mismo. Establezco así una continuidad entre este
modelo y los conceptos pos-freudianos de grupalidad psíquica y de grupos internos que presentaré en el próximo capítulo: estos se encuentran en formación desde los primeros
bosquejos de la teorización; el modelo grupal de la psique
5 Sobre la concepción freudiana de la grupalídad psíquica, cf. R. Kaes,
1974, 1976, 1981, 1982, 1984, 1985, 1986. Está en preparación un trabajo
sobre la cuestión.
39
será recurrente en toda la obra freudiana; será uno de los
más fecundos: organiza de manera coherente la representación de los procesos primarios y de las formaciones de
compromiso, de las identificaciones y del yo, de las fantasías, de los complejos y de las imagos. Pero será también
uno de los más desconocidos.
La hipótesis de la psique de masa (o alma de grupo) y
los tres modelos del agrupamiento
Freud es el primero que propone considerar que el grupo
es el lugar de una realidad psíquica específica cuyo estudio
pertenece de pleno derecho al campo del psicoanálisis. Los
modelos de que disponemos hoy para apuntalar esta hipótesis, ya puesta a prueba en un dispositivo metodológico
apropiado, derivan de los postulados surgidos de la especulación freudiana. ¿Por qué aparece en Freud este interés
sostenido?
La atención explícita que Freud otorga a los conjuntos
intersubjetivos, y de una manera más específica al grupo,
no se puede entender sólo como la elección de un campo de
aplicación privilegiado de algunos conceptos fundamentales
del psicoanálisis. La preocupación de Freud por extender la
competencia de sus descub:imientos a otros niveles de realidad que los de la psique individual explica apenas parcialmente su elección, tanto como su permanente cuidado en
poner a prueba sus construcciones, con todo rigor epistemológico, fuera del dominio donde las ha establecido. La atención que presta a los fenómenos de grupo o de masa no puede, por otra parte, ser considerada solamente a la luz de su
situación personal en su propio grupo, y es verdad que escribe Tótem y tabú (1912) en un notable movimiento de elaboración de la crisis institucional, grupal y personal por la que
atraviesa, y que culmina en su ruptura con Jung. Su desconfianza hacia la Menge, hacia la masa compacta de las
opiniones convenidas, contra las cuales choca como su padre, la tiranía de la mayoría dominante, constituyen sin
duda también poderosos motivos de su interés ambivalente
por las masas, las instituciones y los grupos. Este interés se
especificará después de las catástrofes colectivas y los due-
40
los personales que lo afectarían en el curso de la Primera
Guerra Mundial; aumentará cuando otras catástrofes se
preparen y sean presentidas por él: el ascenso de los fascis·
mos en Europa y la amenaza más cierta del nazismo en Ale·
mania y en Austria. Podríamos apelar todavía a otras razo·
nes para explicar este interés. Estas forman una sinergia
que conducirá a Freud a escribir, con siete años de intervalo,
dos obras sobre esta cuestión, obras que de ninguna manera
se pueden reducir a un simple ejercicio de psicoanálisis apli·
cado.
En efecto, si Freud insiste tanto en preparar los elemen·
tos de una hipótesis sobre las formaciones y los procesos
psíquicos en los grupos humanos, es porque persigue con
ello la elaboración de conceptos y de problemáticas capitales
para la teoría psicoanalítica del inconciente: Tótem y tabú
no puede limitarse a ser leído solamente como una especu·
ladón del psicoanálisis, aplicada a la génesis de las forma·
ciones sociales; Freud revela allí la vertiente paterna del
complejo de Edipo, sus componentes narcisistas y homose·
xuales; sostiene la hipótesis de las formaciones trans-indi·
viduales de la psique, precisa su investigación sobre la trasmisión psíquica y, por consiguiente, sobre el origen y lo originario. Psú::ología de /,as masas y análisis del yo no es un
ensayo de «psicología social» en el sentido en que lo enten·
demos hoy: Freud utiliza en efecto esta noción para intro·
<lucir dentro de la problemática del psicoanálisis la aper·
tura intersubjetiva de los aparatos psíquicos en un lugar
que permita entender conjuntamente la estructura del lazo
libidinal entre varios sujetos, la función de las identifica·
ciones y de los ideales y la formación del yo. El porvenir de
una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1929) y hasta
el último trabajo, Moisés y la religión monoteísta (1939),
completarán esta vía de la investigación y la mantendrán
abierta.
La cuestión del grupo intersubjetívo es, por lo tanto,
para Freud, la ocasión de un nuevo desafío heurístico fundamental. Le abre un eje de investigación sobre el apuntalamiento de la realidad psíquica individual en los conjuntos
intersubjetivos, precisamente en la realidad psíquica que se
forma, circula y se trasforma en los conjuntos y que consti·
tuye uno de los soportes del sujeto del inconciente. Es ese,
desde mí punto de vista, el sentido y el valor teórico del inte-
41
rés de Freud por los grupos y por las diversas formaciones
de los conjuntos intersubjetivos.
Asesinato del padre y pacto denegativo identificatorio
Esta hipótesis insiste en repetidas ocasiones en el pensa·
miento freudiano. Tótem y tabú expone por primera vez
cómo se efectúa el paso de la pluralidad de los individuos
aislados al agrupamiento: el asesinato del Padre Originario
odiado y amado liga en un pacto a los Hermanos asociados
en ese asesinato. Generado por la culpabilidad, este pacto
denegativo e identificatorio instala la doble interdicción del
incesto y asesinato del animal totémico erigido en memoria
del Ancestro devenido fundador del grupo; supone y refuer·
za identificaciones mutuas y comunes. Como consecuencia
de esta trasformación, decisiva en la organización psíquica
y en la organización social, y para explicar la trasmisión de
las formaciones psíquicas adquiridas en el origen por efecto
de esta trasformación, Freud introduce la hipótesis de la
«psique de masa»: «En primer lugar, no habrá escapado a
nadie que tomamos por base sin restricción la hipótesis (die
Annahme) de una psique de masa (einer Massenpsyche) en
la cual los procesos psíquicos se cumplen como en la vida
psíquica de un sujeto singular (eines einzelnen)» (GW IX,
pág. 189).
La hipótesis de la psique de masa es para Freud una es· ·
peculación y lo seguirá siendo hasta tanto se organice algún
dispositivo psicoanalítico para ponerla a prueba. En conse·
cuenda, debemos preguntarnos por las funciones que cum·
ple este postulado en la edificación de la teoría del psico·
análisis, por las vías nuevas que abre a la investigación.
El modelo propuesto por Freud en Tótem y tabú es el de
una trasformación en el orden del agrupamiento: consiste
en el desplazamiento desde las investiduras megaloma·
níacas y las identificaciones con la omnipotencia atribuida
al Padre hacia las investiduras sobre la figura del Hermano
y sobre los valores de la cultura. Este desplazamiento es la
consecuencia de una crisis, de una ruptura y de una supera·
ción que signan el paso del vínculo ahistórico de la horda al
vínculo intersubjetiva, histórico y simbólico del grupo fra·
terno totémico. Crisis, efectivamente, nacida sin duda del
42
pánico consecutivo al asesinato del jefe cruel y protector de
la horda y a la imposibilidad de hacer funcionar repetitivamente su sustitución. Freud nos informa sobre esta repentina desagregación de las identificaciones cuando, en Psicología de las masas y análisis del yo, pone en evidencia lo que
podríamos llamar el efecto Holofemes: el general asirio es
decapitado, y sus soldados pierden la cabeza. Un movimiento de brusca y violenta desidentificación ha podido caracterizar este desorden de la institución de la horda: la alianza
que establecen los Hermanos para consumar el asesinato es
seguida de la imposibilidad de remplazar al Padre. No pue·
den operar este remplazo como no sea efectuando una mu·
tación en el régimen de la culpabilidad y en el régimen de
las identificaciones; sólo podrán romper con la repetición y
renunciar a la rivalidad imaginaria bajo el efecto de la cul·
pabilidad depresiva, y ya no persecutoria, lo que supone
que, al lado del odio, se reconozcan los sentimientos de amor
que el Padre inspiraba a sus súbditos.
fundamentos de la hipótesis de la «psique de mas(])>
La hipótesis de la psique de masa se funda sobre al me·
nos tres consideraciones: la primera se inscribe en la pre·
ocupación freudiana por el problema de la trasmisión psíquica y de su rol en la etiopatogénesis de las neurosis. Freud
sostiene en Tótem y tabú un conjunto de propuestas que
adquieren hoy un relieve particular en el debate sobre las
trasmisiones inter- y trans-generacionales. Después de haber postulado la existencia de la psique de masa, prosigue:
«Admitimos en efecto que un sentimiento de responsabilidad ha persistido durante milenios, trasmitiéndose de
generación en generación y ligándose a una falta tan antigua que en un momento dado los hombres no han debido de
conservar de ella el menor recuerdo» (GWIX, pág. 189; trad.
fr., pág. 180). Un proceso afectivo que se constituyó en una
generación ha podido subsistir en nuevas generaciones que
no han conocido las mismas condiciones que la precedente.
Seguramente Freud admite que sus hipótesis pueden suscitar graves objeciones: cualquier otra explicación le sería
preferible. Sin embargo, la hipótesis osada que propone
le parece, en realidad, capaz de explicar la continuidad y la
43
trasmisión de la vida psíquica: «sin la hipótesis de una
psique de masa, de una continuidad de la vida psíquica
del hombre que permita no ocuparse de las interrupciones
de los actos psíquicos a consecuencia de la desaparición de
las existencias individuales, la psicología colectiva, la psicología de los pueblos no podría existir. Si los procesos psíquicos de una generación no se trasmitieran a otra, no se continuaran en otra, cada una estaría obligada a recomenzar su
aprendizaje de la vida» (ibid., GWIX, pág. 190).
La cuestión resurge cuando se trata de comprender por
qué medios se trasmiten los estados psíquicos de una generación a otra: la trasmisión directa por la tradición no constituye una respuesta satisfactoria porque, para llegar a ser
eficaces, las disposiciones psíquicas heredadas de las generaciones anteriores deben ser «estimuladas por ciertos
acontecimientos de la vida individual». La idea moderna de
la epigénesis es introducida desde 1914 por Freud quien,
por primera vez, cita las palabras que Goethe hace decir a
su Fausto: «lo que has heredado de tus padres, para poseerlo, gánalo». Estamos lejos aquí de todo voluntarismo: lo que
el sujeto reencuentra en el acontecimiento es lo que su es·
tructura le permite reencontrar; el reencuentro manifiesta,
actualiza y trasforma un ya-ahí del lado del sujeto. Pero, del
lado de la historia y del lado del conjunto insisten en trasmitirse «procesos», «actos», «tendencias» que el sujeto hereda, en tanto es el eslabón de la cadena que asegura la continuidad de la vida psíquica: «El problema parecería mucho
más difícil todavía si tuviésemos razones para admitir la
existencia de hechos psíquicos susceptibles de una represión tal que desapareciesen sin dejar rastros. Pero hechos
semejantes no existen. Cualquiera que sea la fuerza de la
represión, una tendencia no desaparecería jamás al punto
de no dejar tras sí algún sustituto que, a su tumo, se con·
vierta en el punto de partida de determinadas reacciones.
Nos vemos forzados entonces a admitir que no hay proceso
psíquico más o menos importante que una generación sea
capaz de sustraer a !.a que !.a sigue» (ibid., GW IX, pág. 191;
trad. fr., pág. 182; las bastardillas son de Freud).
Así funciona la cadena. Freud la analiza en los términos
de su hipótesis principal: en la psique de masa, los procesos
psíquicos se cumplen como los que tienen por sede la psique
individual. Ninguna tendencia desaparece: reprimida, deja
44
un sustituto, una huella, que sigue su camino hasta que
toma cuerpo y significación para un sujeto singular. La
huella insiste, la generación, el conjunto, el grupo no son allí
amos, no más que el sujeto. Lo que se trasmite es pues una
huella, y algo más que una huella: un resto. Nada puede ser
abolido que no aparezca, tarde o temprano, como signo de lo
que no ha sido, o de lo que no pudo ser reconocido y simbolizado por las generaciones precedentes. La huella continúa
sus efectos -de sentido y de no sentido- a través de los
Otros a quienes liga juntos: lo que se trasmite es, para
Freud, la huella del asesinato originario, las formaciones
sustitutivas que de él derivaron, la culpabilidad, pero también los sueños de deseos irrealizados, de donde proceden
los significantes del narcisismo primario: el Niño-Rey, el
Ancestro, el Niño-Ancestro, el Espíritu de cuerpo, la Fami·
lia, el Grupo, la Estirpe.
El aparato de interpretar
La noción de un «Apparat zu deuten», que Freud introduce en las últimas páginas de Tótem y tabú, mantiene
abierta la interrogación sobre este problema de la herencia
filogenética: «El psicoanálisis nos ha mostrado que todo ser
humano posee, en la actividad inconciente de su espíritu,
un aparato que le permite interpretar (einen Apparat zu
deuten) las reacciones de los otros seres humanos, es decir,
corregir las deformaciones que el otro hizo sufrir a la expresión del movimiento de sus sentimientos. Por la vía de
esta comprensión inconciente de las costumbres, de las
ceremonias y de los preceptos que han dejado huella de la
actitud primitiva con respecto al Padre originario, las gene·
raciones posteriores han podido hacerse cargo de esta he·
rencia de sentimientos» (GW IX, pág. 191).
El aparato de interpretar es también un aparato para
producir trasformaciones y significaciones; es una función
de la actividad asociativa, disociativa y significante de la
psique misma: es parte constituyente de la psique de masa,
su retrasmisión en el sujeto singular.
45
Tótem y tabú como «elaboratori0» de la teoría
Al lado de este primer conjunto de preocupaciones que
sostienen la hipótesis de la <<psique de masa», existe un se·
gundo: la inquietud, constante en Freud, de dar al psico·
análisis el fundamento más amplio posible, de proseguir la
elaboración de sus conceptos teóricos básicos. Freud procede de dos maneras complementarias: los pone a prueba
fuera de la situación estrictamente psicoanalítica de la cura
de adultos neuróticos, en el campo de las creaciones individuales o colectivas, en el de la vida social, de la cultura y de
las instituciones; de este modo continúa en Tótem y tabú la
elaboración del complejo de Edipo, las investigaciones sobre
la neurosis obsesiva y sobre el pensamiento mágico. Esta
gestión de validación se completa con la que exige la heurística. Freud encuentra en estos campos ajenos a la situación
de la cura un terreno favorable para la construcción de
nuevos conceptos: la problemática de las identificaciones,
del análisis del yo y de la segunda teoría del aparato psíquico se enunciarán tomando apoyo en objetos que no se
incluyen directamente en la situación psicoanalítica. Freud
los crea en el dominio de la «psicología social». Los textos
llamados «de psicoanálisis aplicado», lejos de tener por
única razón de ser la de extender el campo de competencia o
de pertinencia del psicoanálisis, son textos de creación del
psicoanálisis mismo; conducen a Freud a ese rodeo «de extra-muros» de la situación princeps del psicoanálisis. Un
número importante de ellos -de Tótem y tabú a Moisés y la
religión monoteísta- son también textos en los cuales
Freud hace un trabajo de perlaboracíón de algunas de sus
propias interrogaciones sobre el origen, sobre su lugar de
Ancestro y de hijo, de Padre y de Heredero. Lo he destacado
en muchas ocasiones: Tótem y tabú es también una respuesta de Freud a un problema de trasmisión del psicoanálisis
como tal. El devenir de la institución del psicoanálisis y de
la herencia que rehúsa Jung, el Kronprinz ausente, está en
el centro de la elaboración teórica, que revela la segunda
cara del complejo de Edipo, esta vez del lado del «complejo
paterno» y del narcisismo, del lado del Padre-Freud.
Desde esta perspectiva, la hipótesis de una psique de
masa (Massenpsyche) o de un alma de grupo (Gruppenseele), adelantada por Freud en Tótem y tabú como con-
46
clusión de su estudio, no es la pura y simple trasposición de
una noción tomada en préstamo de la psicología de los pueblos, la etnología o la psicología social de su tiempo. Retoma·
da y elaborada por él en varios pasajes y en tiempos sucesivos de su obra, pasa a ser la organizadora de un nuevo trabajo de investigación para el psicoanálisis: la hipótesis de la
psique de grupo supone que existen formaciones y procesos psíquicos inherentes a los conjuntos intersubjetivos; en
consecuencia, la realidad psíquica no está enteramente localizada en el sujeto considerado en su singularidad. En los
conjuntos, por el hecho del agrupamiento, un cierto arreglo
de la psique se produce, y este acoplamwnto [appareillage],
así lo llamo, define la realidad psíquica que especifica la
psique de grupo. Tres modelos van a intentar dar razón de
los procesos psíquicos del agrupamiento.
El tercer punto de apoyo de la hipótesis de la psique de
masa está en estrecha correlación con los dos primeros; se
explicita en Introducción del narcisismo (1914) y en Psicología de las masas y análisis del yo, desde el momento en
que Freud percibe la doble determinación tópica, económica
y dinámica de la psique, la doble lógica que constituye al
sujeto: ser para sí mismo su propio fin y ser eslabón, here·
dero y beneficiario de la cadena. Freud confiere al conjunto
intersubjetivo un indicio de realidad psíquica: supone for·
maciones y procesos en los cuales la consistencia y la organización dependen del conjunto en cuanto tal. Este es el segundo alerón de su «psicología social».
Los tres modelos del agrupamiento
Freud no se limita a suponer una psique de grupo: de
1912 a 1938, de Tótem y tabú a Moisés y la religión monoteísta, propone modelos teóricos para explicar formaciones y
procesos de la realidad psíquica que intervienen en el paso
cualitativo del individuo a la serie, de la serie al conjunto
intersubjetivo organizado.
Psicología de las masas y análisis del yo es la oportunidad para proponer un segundo modelo del proceso psíquico
de agrupamiento. Se recuerda el primer modelo, que se or·
ganiza sobre la ficción teórico-mítica del asesinato del Padre
de los orígenes y sobre el pacto denegativo identificatorio
47
que conciertan los hermanos al instituir la Interdicción, que
ellos han trasgredido, en Ley organizadora de su estructura
psíquica y de sus vínculos intersubjetivos.
Con el segundo modelo, la identificación es el eje que
ordena la estructura libidinal de los vínculos en los conjuntos. Una de las consecuencias de las identificaciones mutuas, comunes y centrales, por las cuales se efectúa la traslación (y la trasformación) de las formaciones intrapsíquicas sobre una figura común e idealizada es la formación de
lo que Freud designa, en francés, como «l'esprit de corpS».
Notemos que esta trasferencia implica para cada sujeto un
abandono, una cierta pérdida, pero también una ganancia:
«l'esprit de corps» es su premio. Esta noción está ya presente
en Introducción del narcisismo, que precede en siete años al
texto de 1921 y sigue inmediatamente a Tótem y tabú: en «la
cadena» que apuntala el narcisismo primario del Niño-Rey,
se sitúa del lado del sujeto el ideal del yo, heredero de la relación primitiva con el Progenitor narcisista, mientras que
esta misma formación ejerce su función del lado del conjunto: «Desde el ideal del yo -escribe--, una vía importante
conduce a la comprensión de la psicología colectiva. Además
de su vertiente individual, este ideal tiene un lado social, es
también el ideal común de una familia, de una clase, de una
nación» (GWX, pág. 169; trad. fr., 1969, pág. 105).
La idea de la psique de masa adquiere todavía nuevos
contenidos cuando en Psicología de las masas y análisis del
yo Freud define lo que conviene entender por psicología de
las masas. Recordemos que se ha fijado un primer objetivo a
este nuevo espacio de la investigación psicoanalítica: el análisis del sujeto singular en tanto miembro y parte de un conjunto (de diferentes tipos de conjuntos: grupo primario de
los familiares y de los íntimos, multitudes, instituciones).
Se propone entonces una segunda tarea: «La psicología de
las masas, aunque aún está en sus comienzos, engloba una
infinidad de problemas particulares que todavía escapan a
nuestra vista, y pone al investigador ante innumerables tareas que hoy no están bien diferenciadas. La simple clasificación de los diferentes tipos de formación de masa y la descripción de los fenómenos psíquicos que en ella se expresan
requieren un gran esfuerzo en el campo de la observación y
de la exposición, y han dado ya nacimiento a una rica bibliografía» (GWXIII, pág. 75, las bastardillas son mías).
48
La descripción de los fenómenos psíquicos que especifican los diferentes tipos de formación de masa y de grupo
presupone la noción de realidad psíquica propia del conjunto. Las identificaciones constituyen los fundamentos
libidinales de la vida psíquica de los conjuntos; se trata efectivamente de los procesos de la vida psíquica del sujeto singular, pero lo que a Freud le interesa poner en evidencia son
los arreglos de las identificaciones y los productos específicos que caracterizan a la vida de los conjuntos: la figura
principal del conductor, las formaciones del ideal común y
de la idea que los representan; las identificaciones imaginarias, el espíritu de cuerpo, el despliegue del narcisismo de
las pequeñas diferencias, la emergencia del Dichter como
figura del poeta, del héroe y del historiador como prototipo
del desasimiento del yo (Je) de la masa compacta e indiferenciada (die Menge), como nacimiento de la psicología individual; la función de los sujetos intermediarios (der Mittler; der Vermittler) para la economía del conjunto y para
cada sujeto; las funciones de representación, puesta en escena y enunciado fundador que cumple el mito, como el que
Freud, Dichter él mismo, inventa para pensar su relación
con su propia horda, su ruptura con Jung, para explicar los
anudamientos intersubjetivos del inconciente en formaciones específicas que definían con insistencia un nivel de la
realidad psíquica que sería de grupo.
Esta insistencia se afirma nuevamente en El malestar
en la cultura (1929); Freud propone un tercer modelo para
dar razón del paso de la pluralidad al agrupamiento: su
principio es la renuncia mutua a la realización directa de los
fines pulsionales. La comunidad que resulta de ello se define por la protección y las obligaciones, fundadas en el derecho, adquiridas a cambio de la limitación de los «impulsos
instintivos personales». Tal :renuncia hace posible el amor y
el desarrollo de las obras de la civilización. En este texto,
Freud introduce nuevamente el narcisismo en el centro de
las formaciones colectivas: el narcisismo de las «pequeñas
diferencias» deslinda la pertenencia, la identidad y la continuidad del conjunto y distingue a cada grupo de otro; esta
«tercera diferencia», junto a las diferencias de sexo y de
generación, especifica la relación de cada sujeto con la psique de grupo en la que está narcisistamente sostenido y que
él sostiene.
49
Cuando propone la hipótesis de la psique de masa, o del
alma de grupo, Freud construye en el mismo movimiento algunos de los conceptos fundamentales del psicoanálisis;
supone formaciones psíquicas intermediarias y comunes a
la psique del sujeto singular y a los conjuntos de los que este
es parte constitutiva y parte constituida: f amilías, grupos
secundarios, clases, naciones. Describe de este modo el ideal
del yo, las diferentes figuras del mediador (der Mittler) o del
intermediario, el narcisismo de las «pequeñas diferencias»,
las fantasías y sus correlatos míticos, pero también, en un
nivel intersubjetivo, la comunidad de las fantasías y de las
identificaciones. Estas formaciones bifrontes constituyen la
materia misma de la Gruppenseele. Así se inicia, más allá de
su heterogeneidad y su discontinuidad, una articulación
fundamental entre formaciones intrapsíquicas y formaciones ínter· o trans-psíquicas, articulación fundamental que
supera las oposiciones clásicas, introducidas por la psico·
logía y por la sociología, entre el individuo y el grupo.
Este breve repaso de la hipótesis de la psique de masa y
de los tres modelos que Freud propone para explicar el paso
de la serie al agrupamiento deja abiertas varias interrogaciones que se organizan en torno de esta, que Freud formula
así: len qué medida los procesos psíquicos de la psique de
masa se cumplen en los grupos «como en la vida psíquica de
un sujeto singular>>?
lCómo entender esta hipótesis? lHasta qué punto sostener esta proposición desde el momento en que una situación
metodológica de grupo pone en evidencia que existen procesos y formaciones psíquicas que son propias del grupo? lO
significa que podemos contar con encontrar procesos psíquicos en la psique de masa, tal como sucede en la vida psíquica
de un individuo? El hecho de que el paso de la pluralidad (de
la serie) al agrupamiento, pero también del agrupamiento a
la afirmación del yo (Je), se acompañe de actos identificatorios mutuos y de representaciones fantasmáticas comunes y compartidas interroga al estatuto de estos elementos
de la realidad psíquica: lson acaso de naturaleza estrictamente individual, o deben ser considerados por sus determinaciones, su valor y sus efectos psíquicos en el conjunto?
lCómo articular la relación de estas formaciones de la realidad psíquica con los contenidos psíquicos del mito, y hablar
50
de representaciones fantástico-míticas (J.-P. Valabrega)
para designar las dos caras de una misma realidad?
Todas estas cuestiones condensan la de la especificidad
de las formaciones del inconciente en los conjuntos, al mismo tiempo que esta supone la homogeneidad del inconciente en sus diversas manifestaciones. Además, la hipótesis de
la Gruppenseek habilita de hecho una extensión del campo
de los objetos teóricos del psicoanálisis: este, como hemos
precisado, no está constituido por la psique «individual» o
por la Massenpsyche, sino por las formas y los efectos del
inconciente.
Una concepción intersubjetiva del sujeto del
inconciente: la «psicología social» de Freud
La perspectiva delineada en Introducción del narcisismo
hace del sujeto singular, en cuanto es el sujeto del inconciente, el eslabón, el servidor, el beneficiario y el heredero de
la cadena intersubjetiva de la que procede. Sobre esta cadena se apuntala más de una formación de su psique; en su
red circula, se trasmite y se anuda materia psíquica, formaciones comunes al sujeto singular y a los conjuntos de los
cuales él es parte constituyente y parte constituida. Quisiera precisar este punto de vista, que me lleva a considerar al
sujeto del inconciente como sujeto del grupo.
Para introducir el doble estatuto del sujeto
En el debate que instaura Introducción del narcisismo
en 1914, Freud fundamenta sobre dos bases el valor de la
distinción que propone establecer entre una parte de la libido propia del yo y otra que se liga al objeto: una se apoya en
la elaboración clínica de los caracteres íntimos de la neurosis y de la psicosis; a la otra la presenta como la consecuencia inevitable de una primera hipótesis que lo había llevado
a separar las pulsiones sexuales y las pulsiones del yo.
Retomando esta hipótesis, para «sostenerla consecuentemente hasta que vacile o se verifique», Freud despliega
tres argumentos en favor de ella.
51
El primer hecho se funda en el sentido común: la distinción conceptual entre las pulsiones sexuales y las pulsiones del yo corresponde a la diferencia popular entre hambre
y amor.
El segundo argumento propuesto por Freud retendrá
particularmente nuestra atención, no en razón del fundamento biológico que aporta a la distinción entre las pulsiones sexuales y las pulsiones del yo, sino más bien por su
valor de modelo metafórico de las relaciones del sujeto con el
conjunto intersubjetiva del cual procede y del cual es, simultáneamente, miembro, servidor y beneficiario. «En segundo lugar, abogan en su favor consideraciones biológicas. El
individuo (das Individuum) lleva en efec'to una doble existencia: en tanto es para sí mismo su propio fin y en tanto
elemento de una cadena de la cual es servidor, si no contra
su voluntad, en todo caso sin la intervención de ella. El mismo considera la sexualidad como una de sus intenciones,
en tanto otra perspectiva muestra que él es solamente un
apéndice de su plasma germinal, a cuya disposición pone
sus fuerzas a cambio de una prima de placer, que es el portador mortal de una sustancia tal vez inmortal, del mismo
modo como aquel que ocupa el primer lugar en un conjunto
(der Majoratherr) sólo es el detentador provisional de una
institución que le sobrevivirá. La distinción de las pulsiones
sexuales y de las pulsiones del yo expresaría solamente esta
doble función del individuo» (GW X, pág. 143).
El tercer argumento es un postulado que se enuncia en
dos proposiciones: las concepciones provisionales de la psicología deberán asentarse un día en fundamentos orgánicos; es verosímil que sustancias y procesos químicos determinados produzcan los efectos de la sexualidad y permitan
la continuación de la vida del individuo en la de la especie.
Aquí nuevamente, el interés de este último argumento reside sobre todo en la apertura metafórica que opera Freud
en su propia argumentación.
Esta trasformación metafórica ya trabaja en el segundo
argumento cuando se efectúa el paso del nivel de la realidad
biológica (individuo/especie) al de la realidad social: el emplazamiento necesario y provisional del individuo en una
estructura colectiva. El «del mismo modo como» no índica
solamente que el mayorazgo (el primogénito de una familia,
52
el jefe de un ejército, de una Iglesia o de un Estado, el conductor en un grupo) es un emplazamiento institucional determinado por la estructura del conjunto; implica que quien
ocupa ese lugar se hace con ello inconcientemente su servidor -habida cuenta de los beneficios- y así cumple al menos en parte lo que exige su estructura y su propia historia.
El modelo propuesto por Freud en el texto de 1914 es el
de una reciprocidad de servicios vitales que se hacen necesariamente el individuo y la especie, el eslabón y la cadena,
el sujeto y el conjunto. Servicios seguramente desiguales,
anudados en pactos, contratos y alianzas donde el conjunto
aventaja al individuo por su precedencia y sus exigencias.
Esta perspectiva se desarrolla cuando se acomete el análisis
de la posición narcisista del sujeto, más precisamente la
consideración del apuntalamiento del narcisismo primario
del niño en el narcisismo de la generación que lo precede:
«His Majesty the Baby. .. él cumplirá los sueños de deseo
que los padres no han consumado, será un gran hombre, un
héroe, en lugar del padre; ella se casará con un príncipe,
resarcimiento tardío para la madre. El punto más espinoso
del sistema narcisista, esta inmortalidad del yo que la
realidad ataca, ha encontrado un lugar seguro refugiándose
en el niño» (ibid.; trad. fr., pág. 96).
En ninguna otra parte del texto freudiano aparece más
claramente que el sujeto, en tanto es para sí mismo su propio fin, no es sujeto de las formaciones y de los procesos del
inconciente sino en tanto es también sujeto de la cadena de
los «sueños de deseo» irrealizados de las generaciones que lo
precedieron; es parte constituyente de un conjunto y parte
constituida por este conjunto. El concepto de contrato narcisista propuesto por P. Castoriadis-Aulagnier (1975) podría
encontrar en este modelo freudiano su prefiguración. Es
interesante notar que, según la perspectiva de Freud, por la
vía de lo negativo, por lo que es falta en el deseo de los padres -esencialmente de la madre-, el sujeto es sostenido
en la fundación de su narcisismo. El apuntalamiento que
instaura el narcisismo conjuga varios espacios psíquicos y,
en cada uno de ellos, una red de emplazamientos subjetivos:
un héroe para la madre en el lugar del padre -de su padre
o de un hermano...
Siete años después, Psicología de la.s masas y análisis
del yo prolongará y desplegará las premisas de esta teoría
53
del sujeto. Las primeras líneas de este trabajo, tan a menudo citadas, se vuelven aún más incisivas si se las resitúa en
la perspectiva esbozada con Introducción del narcisismo, y
la «psicología social» de Freud aparece como la matriz del
desarrollo de la teoría del sujeto del grupo: «La oposición
entre la psicología individual y la psicología social, o psicología de las masas, que muy a primera vista puede parecernos tan importante, pierde mucho de su agudeza si se la
examina a fondo. Desde luego, la psicología individual tiene
por objeto al hombre aislado y busca conocer las vías por las
que este intenta obtener la satisfacción de sus mociones
pulsionales, pero, en ese empeño, sólo raramente -€n ciertas condiciones excepcionales- está en condiciones de abstraer de las relaciones de este individuo con los otros. En la
vida psíquica del sujeto singular (die Einzelnes), el Otro
interviene muy regularmente como modelo, objeto, auxiliar
y adversario, y de este modo la psicología individual es des·
de un comienzo, y al mismo tiempo, una psicología social, en
sentido amplio, pero plenamente justificado» (GWXIII, pág.
71; trad. fr., 1981, pág. 123).
La «psicología social» de Freud como teoría del sujeto
del grupo
Freud instituye como parte integrante del objeto de la
investigación psicoanalítica aquello que con el léxico de su
tiempo define como una psicología social. Si bien se trata de
admitir que es necesario estudiar las relaciones intersubjetivas que se ordenan en torno del sujeto considerado en su
singularidad, se lo hace sólo para reconstituir esa red en el
interior de la psi,que del sujeto, a partir de los puntos de apoyo y de los procesos de apuntalamiento intersubjetivos. En
el relato de las curas psicoanalíticas conducidas por Freud,
abundan los ejemplos de este procedimiento. Este es el caso
cuando establece cómo se organiza la red intersubjetiva de
los lazos familiares y extra-familiares en torno de Dora: su
finalidad es reconstruir la estructura que por nuestra parte
llamaríamos grupal de las identificaciones de su joven paciente; identificación de Dora con los otros por el rasgo común del síntoma, e identificación que ella hace de unos con
otros por ese rasgo que abre para ella el juego de las susti-
54
tuciones y de las permutaciones de objeto, y que sostiene el
proceso de la condensación, del desplazamiento y de la difracción. En efecto, lo que mantiene a la «psicología social»
en el campo de la investigación psicoanalítica es la noción
flotante de una grupalidad psíquica interna. La continuación del texto de 1921 lo precisa de este modo: «Las relaciones del sujeto singular con sus padres y con sus hermanos y hermanas, con su objeto de amor, con su profesor y con
su médico, en consecuencia todas las relaciones que hasta el
presente han sido el objeto privilegiado de la investigación
psicoanalítica, pueden reclamar ser consideradas fenómenos sociales, y se oponen entonces a ciertos otros procesos
que llamamos narcisistas, en los cuales la satisfacción pulsional se sustrae de la influencia de otras personas o renuncia a ella» (ibid.). Pero una vez establecida, esta «oposición
entre los actos psíquicos sociales y narcisistas» es situada
por Freud en el interior del sujeto, «exactamente en el interior mismo del dominio de la psicología individual, y no obliga a separar esta de una psicología social o de las masas»
(ibid., GW XIII, pág. 74). El objeto teórico del psicoanálisis
es el sujeto del inconciente considerado en su doble estatuto
y en su doble función: es en el espacio psíquico interno donde se oponen los actos psíquicos sociales del sujeto del conjunto intersubjetivo y los actos psíquicos narcisistas por los
cuales «él es para sí mismo su propio fin»; la red de Otros
que intervienen «como modelo, objeto, auxiliar y adversario»
forma el polo complementario y antagónico de la exigencia
narcisista. Esa es una constante del pensamiento de Freud.
Objetivos de la «psicología social.» de Preud
Freud asigna un doble objetivo a lo que llama indistintamente psicología de las masas, psicología social o psicología
de los grupos. El primero de estos objetivos retoma con más
precisión una línea de investigación explorada en Tótem y
tabú y, unos meses después, en Introducción del narcisismo,
el estudio de la realidad psíquica propia de las formaciones
intersubjetivas, trans-individuales y societarias: los grupos
restringidos de familiares, los agregados numerosos e indiferenciados de las masas, las asociaciones y sociedades de
las instituciones. Tal estudio se funda en la hipótesis de una
55
realidad psíquica específica de estas formaciones: el concepto de psique de masa o psique de grupo, propuesto para
explicar este nivel de la realidad psíquica, está destinado
por consiguiente a una diferenciación según la descripción
que hace de estas diversas formaciones.
El segundo objetivo es el estudio del sujeto considerado
en su singularidad, desde el punto de vista de que es parte
constituyente y parte activa de un conjunto o de varios tipos
de conjuntos intersubjetivos, trans-individuales, societarios: «la psicología de las masas trata pues del sujeto humano en su singularidad, en tanto es miembro (Mitglied) de
una estirpe, de un pueblo, de una casta, de una clase, de una
institución, o en tanto es parte constituyente de un agregado humano que se organiza en masa por un tiempo dado,
con un fin determinado». El sujeto aquí considerado es el
sujeto de los conjuntos vastos, en los cuales «la influencia
sobre el sujeto singular es ejercida al mismo tiempo por un
gran número de personas con las que está ligado de alguna
manera, aunque, por otro lado, ellas pueden serle absolutamente extrañas» (GW XIII, pág. 74). De este modo, pasamos
del sujeto del grupo restringido, donde los otros tienen el
estatuto de objetos distintos e investidos como tales, a la
masa, donde pierden sus cualidades y donde se ejercen
otras influencias: «En las relaciones [del sujeto] con los padres y con los hermanos y hermanas, con la amada, con el
amigo, con el profesor y con el médico, el sujeto singular
sufre siempre solamente la influencia de una única persona
o de un número muy restringido de personas, cada una de
las cuales ha adquirido para él una importancia considerable» (ibid.).
La originalidad de la posición freudiana está en que hace
posible articular esos dos objetivos, pensarlos en una reciprocidad de perspectivas: estas relaciones recíprocas entre
aquellos dos espacios psíquicos heterogéneos e indisociables
-puesto que uno es la materia del otro--, las traslaciones
del uno sobre el otro y las traducciones de uno en otro son
las que definen el campo de la investigación psicoanalítica.
En 1920-1921, la «psicología de las masas» aparece como
una de las condiciones de la formación del yo, el trasfondo,
tal vez el zócalo originario desde el cual se forma y se desliga
el sujeto, uno de los objetos de su análisU>. La psicología «in-
56
dividua}» emerge de este fondo de psicología «social», de la
realidad psíquica que se forma y se trasmite en esta red de
más de un otro y más de un semejante unidos entre sí por
sueños, ideales, represiones e ideas que ellos tienen en común, que comparten, pero que tienen también juntos, por
defecto, en lo negativo.
Sin embargo, estas construcciones hipotéticas conservan
un carácter especulativo; funcionan como postulados o como
datos elementales de la teoría: en consecuencia van a permanecer relativamente inertes por no estar dotadas de una
situación metodológica homóloga a la de la cura individual,
es decir, de un dispositivo de trabajo apto para ponerlas a
prueba y para desplegar todas sus consecuencias e implicaciones.
El obstáculo del método: la cura contra los efectos de
grupo
El grupo, desde su origen, hace cuestión en la práctica
del psicoanálisis porque es el contrapunto, el segundo plano
y el contraste de su invención metodológica. La situación
princeps del psicoanálisis, la cura individual, se construye
en parte contra los efectos de ligazón imaginarios, contra
las identificaciones narcisistas y las formaciones histerógenas del cara a cara y de los procesos· de grupo. El recorte clínico y teórico que opera el dispositivo de la cura permite encuadrar del mejor modo, por la suspensión de las interferencias grupales, el campo de la realidad intrapsíquica y la posición que ocupa allí el sujeto, especialmente en la fantasía
inconciente que lo constituye. Sin embargo, bastante pronto
en el registro de la especulación teórica, pero más tardíamente en el de la experiencia, se plantearía la cuestión de
extender la práctica psicoanalítica a una situación plurisubjetiva llamada de grupo, con la condición, incierta durante largo tiempo es verdad, de que fuera conforme a las
exigencias metodológicas y clínicas del psicoanálisis. Freud
adoptará una posición ambivalente hacia este desarrollo: lo
sostendrá en la medida en que pueda aportar una validación a sus hipótesis, o abra una zona más amplia para la
aplicación del psicoanálisis; pero retrocederá ante los des-
57
víos impredecibles de estas prácticas, y defenderá in fine y
con el apoyo del Comité-el grupo de los guardianes de la
ortodoxia- el método único del diván.
La invención de la cura contra los efectos histerógenos
del grupo
Para inventar el dispositivo de la cura psicoanalítica,
será necesario que Freud se sustraiga de la fascinación que
ejercen a la vez el grupo y la histérica.
El grupo -Freud lo había experimentado con Charcotes el goce mutuamente sostenido por los juegos cruzados de
la excitación, del apoderamiento o del apartamiento, de la
dominación, de la sumisión o de la renuncia. Puesta en escena de cada uno por cada uno, el grupo exige la regresión
del tiempo de la palabra al espacio de la mirada y del cuerpo. Al sustituir el espacio espectacular grupal de la histeria6
por el espacio psicoanalítico, Freud descubre la palabra y el
lenguaje de la histeria. A diferencia de Charcot, coloca la
imagen acústica en posición prevalente. R. Major (1973)
analizó en forma notable esta mutación: «La innovación
capital, desde el punto de vista técnico, consiste en sustraer
al terapeuta del campo visual de la histérica para que ella
se haga escuchar y no encuentre ya en el espectador en lo
real la mirada que encarna su deseo. Ella se veía forzada a
reencontrar en su propia palabra su división interna, y en el
espejo, su propia mirada( ... ) Desde ese momento, la histeria, para hacerse escuchar, debía trasformar sus gritos y sus
convulsiones en palabras». Mientras la histérica de Charcot
encontraba en este último y en el espacio grupal espectacular una predilección por la representación visual de la cosa
inconciente, la histérica de Freud deberá convertir hacia el
espacio psíquico su mirada hacia los objetos internos.
Desde este punto de vista, y suponiendo que otras modalidades del análisis sean inoperantes, la invención del
6 He desarrollado esta puesta en perspectiva de la histérica y del grupo
para intentar despejar las oposiciones y las afinidades entre esos dos espacios psíquicos y para introducir el debate sobre las dimensiones propias
de la situación psicoanalítica. Cf. mi artículo de 1985 «L'histérique et le
groupe», publicado en L'Euolution Psychiatrique.
58
dispositivo de la cura, es decir, la mutación capital de la mirada a la palabra, relega todo dispositivo de grupo a una
práctica pre-psicoanalítica. Precisaremos los argumentos
de ello cuando examinemos las formas elementales de la
sexualidad en los grupos, tal como nos lo permiten los modelos de la sugestión, de la hipnosis, de la seducción y del
dominio. Freud inventa el espacio psicoanalítico en el movimiento de una ruptura con el dispositivo habitual de la consulta médica y de la entrevista terapéutica. Lo que habitualmente sostenía el vínculo establecido en el cara a cara
está ahora suspendido: la mirada, la presencia frontal de los
cuerpos, su semiótica postura! y gestual. El dispositivo de la
cura sitúa muy de otro modo el cuerpo y la mirada del psicoanalista y de su paciente. En este otro espacio, donde la visión del primero se sustrae y falta a la mirada del segundo,
estamos también en otro tiempo: en lugar de la consumación de los juegos de seducción y de dominación inherentes
al espacio espectacular de la representación, donde se trata
de dar a ver y a mirar, el dispositivo abre el acceso a la representación endopsíquica, en lo sucesivo convocada por la palabra de la libre asociación, por el renunciamiento y la separación que ella significa. La libre asociación, las resistencias
que moviliza en la trasferencia y en la contratrasferencia
(recordemos que la asociación libre es por largo tiempo reclamada a Freud por sus pacientes mismas), pueden desde
ese momento constituir el método adecuado para la manifestación del orden propio del inconciente.
Dos cuestiones resultan de esto: si, para inventar la cura, es necesario renunciar al grupo, ¿en qué condiciones la
invención de la cura hace posible una invención psicoanalítica del dispositivo de grupo? ¿A qué exigencias puede
corresponder esta invención, puesto que el grupo, que se
querría organizado por los requisitos metodológicos del psicoanálisis (y especialmente el psicodrama), prescribe aquello que la cura pone en suspenso: la prevalencia de lo visual,
el recurso a la representación dramatizada por la puesta en
juego del cuerpo y de la motricidad?
59
Las objeciones clásicas a un dispositivo psicoanalítico
pluri-subjetivo
Cuando S. Freud hace la hipótesis de una comprensión
psicoanalítica de los fenómenos de la realidad psíquica en
los grupos humanos, cuando propone considerar la identificación como la formación libidinal del vínculo intersubjetivo, sin dejar de verla en «la pluralidad de las personas psíquicas» por la cual el yo está principalmente constituido,
finalmente cuando sostiene que el sujeto, en lo que lo singulariza, es él mismo su propio fin y al mismo tiempo el heredero, el servidor, el beneficiario y el eslabón de una cadena a
la cual está sometido y sobre la cual se apuntala su consistencia psíquica, no basa estas proposiciones fundamentales
principalmente en el dispositivo paradigmático del método
psicoanalítico. Algunas de sus hipótesis han sido elaboradas a partir de la cura de sus pacientes; la mayoría son la
expresión de su experiencia personal de la vida de los grupos -particularmente el círculo de los primeros psicoanalistas que él congrega a partir de 1902-; otras, finalmente,
son construcciones especulativas que fueron necesarias
para la elaboración conjunta de la teoría -para hacer existir la clínica- y de su propia posición en este grupo originario.
Freud no establece esos postulados con la idea explícita
de que pudieran trasformarse en hipótesis y de que estas
pudieran ser puestas a prueba conforme a las exigencias del
método psicoanalítico en un dispositivo homólogo al de la
cura. Hasta 1926 por lo menos, fecha en la cual Freud propone que la cura psicoanalítica sea considerada como una
de las aplicaciones del psicoanálisis -seguramente la principal y el pasaje obligado para los futuros psicoanalistas-,
no existe otra situación de la práctica psicoanalítica que la
inventada por él con el diván.
En varios momentos, en 1909 y en 1917 especialmente,
tendrá ocasión de manifestar su oposición a la idea de que el
psicoanálisis pueda practicarse en la reunión de varias personas. Disuadirá a T. Burrow cuando, en el curso del viaje
de 1909 a América del Norte, el psiquiatra americano lo
interrogue sobre la pertinencia de extender el método psicoanalítico a un grupo de enfermos. No parece sin embargo
que Freud haya argumentado en esa ocasión sobre el fun-
60
damento de su posición: solamente expuso ante su inter·
locutor la necesidad elemental de que el iniciador de un
proyecto tal se sometiera previamente a la cura psicoanalí·
tica. Es verdad que Ferenczi lo acompañaba, con C. G. Jung,
en este viaje.
Podrá suponerse sin duda que la desconfianza confesada
por Freud hacia las multitudes y las masas le fue instilada
por la valorización del conformismo y de la adaptación so·
cial que percibió entre los americanos, por su prurito de
eficacia y su inquietud por ganar tiempo. Es posible que el
planteo de Burrow haya sido rechazado de plano por Freud
atendiendo a que, en un contexto tal, una práctica del psico·
análisis en situación de grupo sólo habría podido desarrollar un proceso anti psicoanalítico.
La exclusión del tercero observador de la cura
Si la respuesta manifiesta de Freud a Burrow podía en·
tonces dejar flotar alguna duda sobre una apertura de su
posición, las Conferencias de introducción al psicoanálisis
(1916) serán la ocasión para precisar su concepción de la
práctica del psicoanálisis: es la de la cura individual, con
exclusión de cualquier otro dispositivo y, también, de toda
presencia efectiva de un tercero observador en la relación
psicoanalítica.
Es importante destacar que los argumentos desplegados
por Freud en 1917 no son objeciones directamente dirigidas
a una práctica psicoanalítica en situación de grupo. Muy
probablemente Freud no tenía verdadera noción de ello. Ante todo, él se dirige a médicos para decirles qué es el psicoanálisis, para hablarles de su objeto, su método, sus exigencias específicas. Según el criterio de estos médicos -Freud
también es médico, aunque en cierto modo se separa de
ellos para hacerse psicoanalista-, el modelo de toda relación terapéutica se constituye en la clínica médica hospitalaria, en la cabecera del enfermo, en la escucha del Pro·
fesor en el momento de las visitas y en las conferencias de
anfiteatro. Freud les recuerda que esta formación y esta
orientación de pensamiento aleja del psicoanálisis, que no
podría ser «aprendido» de esta manera, por observación, demostración y de oídas. El impone estar de cuerpo presente,
61
comprometer sus tripas (Leib) y estudiar su propia personalidad. No es posible asistir como oyente a un tratamiento
psicoanalítico. El hecho decisivo es que el enfermo debe
poder hablar al médico (al psicoanalista) de lo más íntimo
de su vida psíquica, con la condición de que experimente
hacia este «una afinidad de sentimientos particular». Le
habla de aquello que debe ocultar a los otros y de todo lo que
no desea reconocerse a sí mismo. El enfermo que fuera expuesto a la presencia intrusiva de un tercero no podría hablar libremente y confiar al psicoanalista las informaciones
que este necesita para conducir el tratamiento. Freud puntúa así su presentación: «Naturalmente, esta notable vía de
acceso [la experiencia psicoanalítica] nunca es practicable
sino por una persona singular, en ningún caso por todo un
anfiteatro (niemals für ein ganzes Kolleg)». 7
La traducción por S. Jankelevich de este pasaje merece
que nos detengamos en ella, en razón de la comprensión de
él que por largo tiempo ha establecido; dice: «de más está
decir que este excelente instrumento no puede ser utilizado
sino por una persona en particular y no se aplica jamás a
una reunión de varios». Lo objetable es la traducción de «ein
ganzes Kolleg>> por «reunión de varios». Un curso de anfiteatro, un seminario en la Universidad o en otro lugar son
evidentemente reuniones de varias personas congregadas
con el objetivo muy particular de un aprendizaje. Ahora
bien, el aserto de Freud precisamente sostiene la imposibilidad de aprender (erlRrnen) el psicoanálisis en un seminario. Pero también define la especificidad de la situación
psicoanalítica de la cura: Freud hace jugar aquí otra oposición entre una persona en particular, distinta de otras, y
la reunión de varios que implica la noción de anfiteatro o de
seminario. Se comprenderá que cada uno, cada persona una
por una, si desea conocer lo que se juega allí, debe comprometerse en el psicoanálisis en tanto particular, en su singularidad. ¿Debe entenderse que en ningún caso el psicoanálisis puede ser propuesto a varias personas a la vez?
De hecho, Kolleg condensa dos ideas: la del grupo y la del
aprendizaje de oídas y observación. La ambigüedad del sentido puede permitir concluir que el psicoanálisis jamás po7 Cf. GWXI, pág. 12: «Dieser ausgezeichnete Weg ist natürlich immer nur
für eine einzelne Person, niemals für ein ganzes Kolleg auf einmal gangbar».
62
dría ser practicable en situación de grupo. El argumento
hizo su camino, en Francia en todo caso, sobre esta ambigüedad de la traducción: validó las objeciones de Freud a un
aprendizaje del psicoanálisis según el modelo de la formación médica y universitaria como objeción de fondo a cualquier tentativa de construir una situación de grupo que se
quisiera organizada por las exigencias metodológicas del
psicoanálisis.
Retomemos ahora los términos de la objeción de Freud
a la presencia efectiva de un tercero en la relación psicoanalítica: seguramente, todo psicoanalista la suscribirá. El argumento es a la vez ético y técnico. El tercero que resulta
imposible incluir es un extraño a la situación, sólo está comprometido en ella para ver y saber, es considerado indiferente, se presenta como oyente y espectador para asistir a
una demostración. Es evidente que tal presencia produciría
-como lo destaca Freud- un efecto de resistencia en el
proceso psicoanalítico. La cuestión fundamental no es esa:
hoy estaríamos atentos a otros aspectos perversos y destructores de la situación psicoanalítica por aniquilamiento
de la función continente, transicional y simbolígena del encuadre: tal intrusión es insostenible porque reificaría las
fantasías persecutorias y las alianzas perversas en las cuales quedarían prendidos el paciente, el analista y el observador-oyente.
Todo dispositivo pluri-personal que se deseara construido
según las exigencias del método psicoanalítico tropezaría
con este punto sensible: está claro que la figura-límite que
naturalmente se impone a Freud es harto disuasiva. ¿Pero
esto impone concluir que los sujetos que demanden un tratamiento psicoanalítico por el instrumento del grupo, o a
los cuales este instrumento les sea propuesto, estarían en la
posición de observadores extraños e indiferentes venidos
para asistir a una demostración? Una situación psicoanalítica de grupo no es una serie de curas individuales que se
verían dificultadas por la presencia extraña de una reunión
de espectadores; tampoco es un seminario de aprendizaje de
psicoanálisis.
Quedan los problemas planteados por Freud: más que
objeciones a la práctica del psicoanálisis en «una reunión de
varios», constituyen los elementos para un debate. Para
sostener su punto de vista, Freud hace jugar la oposición
63
entre el orden de la realidad psíquica y el orden fundado en
lo público, el juicio colectivo y la norma común. Esta oposición sitúa en el centro del debate la culpabilidad individual
y la presión conformista y represiva ejercida por el conjunto
social. 8
El observador mudo se trasforma en la figura de este
superyó arcaico, vengador, cruel y devorador de intimidad.
Con justa razón, Freud destaca que el enfermo que, en el
tratamiento psicoanalítico, sufriera la presencia de un extraño, se vería atacado como «persona social autónoma»:
quedaría expuesto a entregar a los otros sus secretos; y
como «personalidad unificada» (einheitliche Personlichkeit),
tendría que reconocerse a sí mismo aquello que desea mantener oculto. La autonomía social designa aquí la posibilidad de mantener el espacio del secreto personal, el límite
del yo (Je) contra el dominio de lo colectivo. La personalidad
unificada mantendría en sí misma este espacio sin clivarse,
bajo el efecto (o bajo el pretexto, llegado el caso) de la presión
social. Los obstáculos aducidos por Freud, en primer lugar
sólo son objeciones en caso de que los ignorara el psicoanalista que siguiera la vía del grupo. Junto a los problemas
teóricos que plantean por otro lado los postulados de Freud
sobre el grupo y su psique, y en relación con ellos, es posible
entender en estas advertencias el indicio de una doble dificultad metodológica y clínica: lcómo establecer en grupo las
condiciones de una trasferencia positiva, «la afinidad particular de sentimientos» que ella implica, de suerte que se
posibilite la libre asociación, el levantamiento de la represión, todo esto en condiciones que permitan su análisis y
que respeten las defensas vitales de cada uno? lCómo preservar los espacios de secreto necesarios para el pensamiento y para los procesos de individuación, cómo asegurar la
suspensión de los juicios y de las normas, cómo tratar las
presiones conformistas y los efectos de grupo?
Con toda evidencia, estas dificultades no son enunciadas
como tales en 1917 puesto que no se ha concebido la idea
8 Señalemos, sin entrar en otro debate pero para señalar la contingencia
cultural de estos argumentos, que tal oposición sólo podía ser entendida
por los médicos vieneses con los que Freud comparte parcialmente la ideo·
logia liberal de la concepción del individuo. Cf. sobre este punto C.·E.
Schorske, 1979.
64
misma de que se puedan presentar salvo en una inimaginable perversión de la cura.
La resistencia socü:il al psicoanálisis
Es necesario que prosigamos la lectura de esta primera
conferencia para comprender que, al lado de las objeciones
tan claras que Freud acaba de invocar para recusar a todo
tercero real en la cura, otro tipo de dificultad se insinúa desde otro lado: desde el orden social. Ya no se trata de una nue·
va objeción a la presencia de un tercero en la cura, esa razón
está comprendida. Esta vez se trata de la resistencia que
opone al psicoanálisis la sociedad.
Esta resistencia se relaciona con las dos premisas fundamentales del psicoanálisis: por una parte, la afirmación de
que los procesos psíquicos son en sí mismos inconcientes, lo
que constituye una objeción grave al postulado psicológico
de la identidad de lo psíquico y de lo conciente; por otra parte, la preponderancia del rol fundamental jugado por las
pulsiones sexuales en la causalidad de las neurosis, pero
también en las «creaciones del espíritu humano en los campos de la cultura, del arte y de la vida social». La resistencia
más importante al psicoanálisis está ahí; escribe Freud:
«¿Desean ustedes saber cómo explicamos este hecho? Creemos que la cultura ha sido creada bajo la presión de las necesidades vitales y a expensas de la satisfacción de los instintos, y que es siempre recreada en gran parte de la misma
manera porque cada individuo que entra en la sociedad
humana renueva, en provecho del conjunto, el sacrificio de
los instintos(... ) La sociedad no ve amenaza más grave a
su cultura que la que presentaría la liberación de los instintos sexuales y su retorno a sus fines primitivos. Además, la
sociedad no quiere que se le recuerde esa parte escabrosa
(dieses heikle Stück) de los fundamentos sobre los cuales re·
posa; no tiene ningún interés en que la fuerza de los instintos sexuales sea reconocida, y la importancia de la vida se·
xual, revelada a cada uno; más bien ha adoptado un método
de educación que consiste en desviar la atención de este
campo» (GWXI, pág. 16; trad. fr., pág. 13).
Si se acepta el alcance más general de los problemas
planteados hasta este momento por Freud, y especialmente
65
la idea de que el psicoanálisis no puede ser practicable en
una reunión de varios, se hace evidente entonces que la
autonomía social y la unidad de la personalidad del enfermo
no son las únicas afectadas en un dispositivo tal: es también
la sociedad misma la que estaría amenazada en sus fundamentos, puesto que el análisis le recordaría «esa parte escabrosa», es decir, sexual, «de los fundamentos sobre los
cuales reposa»: esa parte debe permanecer oculta, reprimida, desconocida. ¿La sociedad en su conjunto? Bien, pero
también cada parcela de sociedad, cada grupo particular,
y principalmente cada conjunto intersubjetivo constituido
sobre el paradigma del grupo: además, por consiguiente, el
grupo de los psicoanalistas.
El texto de Freud en 1917 contiene los temas más importantes de El makstar en la cultura, esbozados ya en 1908 en
La moral sexual «cultural>> y la nerviosidad moderna. En
efecto, un año antes del viaje a América, Freud había expuesto la idea de que una de las fuentes del sufrimiento psíquico se forma en las exigencias y las modalidades de la
vida en común, en las familias, los grupos, las instituciones,
la sociedad. Retomará esta idea veinte años después, desarrollándola en El malestar en la cultura: para tratar «las
neurosis de civilización>>, le parecerá necesario investigar y
poner en práctica «nuevas propuestas terapéuticas que pUtldan aspirar al derecho de ofrecer un gran interés práctico».
Desde su declaración en el Congreso Internacional de Psicoanálisis de Budapest (1918), se ha fortalecido su convicción
de que llegará a ser necesario mezclar el oro del psicoanálisis con el cobre de los dispositivos técnicos requeridos para
realizar esas propuestas, respecto de las cuales señala el
interés que representan para los enfermos y para el psicoanálisis, pero también sus dificultades y sus obstáculos.
Entre estas nuevas propuestas, nada dice que pudiera
corresponder a una situación psicoanalítica abierta a varias
personas. Por otra parte, nada lo excluye tampoco: desde
¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926), Freud considera a la cura inventada por él como la aplicación principal,
no exclusiva, del psicoanálisis, el modelo de cualquier otra
práctica. La cuestión queda abierta.
El grupo, en sus apuestas psíquicas, podrá por consiguiente seguir siendo una cuestión especulativa, objeto de
hipótesis fuertes, pero que no serán puestas a prueba ni
66
por él ni por sus allegados. El grupo para Freud habrá sido
aquello cuya aventura él ha vivido y cuyas apuestas ha elaborado en 1912-1913, cuando escribía Tótem y tabú, huella
fecunda y dolorosa de los violentos conflictos que desgarraron a ese grupo de los primeros psicoanalistas y que revelaron a Freud los «fundamentos escabrosos» sobre los cuales
reposan los vínculos de grupo. La separación entre la teoría
y el método se revela tal vez aquí al servicio de un anhelo de
desconocimiento. Si bien es verdad que las sociedades y los
grupos «ofrecen resistencia» al psicoanálisis, unas y otros,
sin embargo, sólo extraen su fuerza de resistencia de los
sujetos que establecen entre sí alianzas destinadas a permanecer inconcientes para que se perpetúe la represión que
necesita la formación de vida psíquica individual y colectiva. ¿Qué puede entonces valer un proyecto que propusiera
que allí donde había alianzas inconcientes contra el conocimiento del inconciente, el yo (Je) pueda advenir?
Las implicaciones teóricas de la objeción metodológica
Una práctica psicoanalítica en situación de grupo será
algo, si no inconcebible, al menos improcedente para Freud.
Apelando a él en esto, los que, después de él, se situaron en
posición de fundadores de Escuela serán mucho más netamente hostiles: M. Klein, que se opondrá al empeño de
Bion en este camino,9 rechazará esa orientación, así como
Lacan fustigará inapelablemente los «efectos de grupo», no
sin acierto por otra parte, pero también en la medida de su
aptitud para manipularlos. Además del hecho de que estas
oposiciones e interdicciones son objetables porque emanan
precisamente de fundadores de movimientos y de escuelas
psicoanalíticas, en tanto se atienen a un radicalismo fundamental que no es explicitado en sus posiciones, indican
dos atolladeros para el psicoanálisis mismo.
El primero sería el más grave. Se sostiene en la siguiente
proposición: el psicoanálisis agota el conocimiento de su objeto propio, el inconciente, en la situación única de la cura
9 W.-R. Bion encontrará en J. Rickman una sensibilidad para un abordaje psicoanalítico de los grupos y un estímulo para explorar en esta dirección. Cf. M. Pines, 1986.
67
individual. Aun sin recurrir a los textos freudianos que acabo de citar, me parece que esta posición no es muy sostenible; el psicoanálisis íntegro no se ha constituido como
«comprensión de los fenómenos psíquicos que de otro modo
serían apenas cognoscibles» (S. Freud, 1923) sobre la única
base del método de tipo terapéutico que es la cura psicoana·
lítica: dan testimonio de esto precisamente los descubrimientos, las comprobaciones y las especulaciones ql,le hizo
fuera del campo estricto de la situación, en el psicoanálisis
llamado aplicado. El conocimiento que tenemos del inconciente, si se volvió posible por el método práctico del psicoanálisis, no deja de verse limitado, necesariamente, por él.
El inconciente que podemos conocer es aquel cuyos efectos
se manifiestan en la situación de la cura, en un sujeto singular comprometido en esa situación con un psicoanalista.
Admitimos que sólo podemos tener conocimiento de las formaciones y de los procesos del inconciente a través de un
método apropiado para volver manifiesto el orden que le es
específico. Por construcción, hipótesis y trabajo de la conceptualización, inferimos del compromiso en esta experiencia una comprensión de los procesos y de las formaciones del
inconciente cuya comprobación debe siempre remitir a la
situación paradigmática de la cura: este es un imperativo
del método; efectivamente, la extensión de la validez a los
dominios de la cultura se efectúa de un modo analógico más
o menos controlado y controlable. Pero al proceder así, suponemos también, con Freud, que el campo teórico del psicoanálisis es más amplio que aquel al que da acceso el método
concebido para explorar sus dimensiones a través de un
procedimiento que permite tratar sus dificultades. Para salir de este primer atolladero, conviene pues que establezca·
mos las condiciones psicoanalíticas que constituyen una
situación metodológicamente apropiada al objeto teórico del
psicoanálisis.
El segundo atolladero es un efecto de perspectiva, en
realidad es algo que se podría representar como una «chicana», principalmente en el sentido de que el camino en el
que se ha empeñado sólo se puede proseguir bajo la condición de hacer un alto y efectuar un rodeo antes de retomar
la ruta. Explicitemos esta metáfora: las propuestas de
Freud conservan, en vida de él, un estatuto de postulado en
la medida en que no pueden ser puestas a prueba en una si-
68
tuación psicoanalítica apropiada, por las diversas razones
que he enunciado brevemente. No obstante, si bien todas
las construcciones teóricas contienen postulados e hipótesis
explícitos, incluyen también bolsones de desconocido, a los
que preservan del conocimiento al mismo tiempo que procuran con insistencia conocerlos. Pero no podría haber, en
una teoría, campos definitiva y voluntariamente destinados
a la especulación, fuera de los límites que imponen las con·
diciones del método y las exigencias éticas. La insistencia
epistemológica de la cuestión del grupo en el pensamiento
psicoanalítico de Freud reclamaba la invención psicoanalítica del grupo.
La insuficiencia de /ns objeciones a priori y la infinitud del
psicoanálisis
Es casi imposible tratar los problemas planteados por la
puesta en práctica de una situación adecuada al análisis del
inconciente y de sus efectos subjetivos e intersubjetivos en
los grupos sin tomar en consideración la naturaleza de los
fenómenos psíquicos que en ellos se producen. Por esta ra·
zón, las objeciones formuladas a esa situación a partir de la
única experiencia de la cura individual tienen seguramente
un estatuto de a priori; sólo pueden ser atendibles en la me·
dida en que no cierren la investigación: en tal caso, serán
otros tantos puntos sensibles en el centro de la metodología
general del psicoanálisis.
Introducir una situación tal es introducir un desplazamiento de punto de vista sobre el inconciente y sobre la sub·
jetividad: se esbozan así en el psicoanálisis nuevas configu·
raciones de objetos para el conocimiento del inconciente.
Volveré más precisamente sobre este aspecto que voy a
señalar desde ahora: la invención del dispositivo de grupo
acorde a las exigencias fundamentales de la metodología
psicoanalítica es un momento fecundo en la historia del
psicoanálisis. Esta invención se produce en Londres en el
mes siguiente a la muel.'t:B de Freud, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y como eco de la voluntad formulada
por Freud en Budapest al final de la Primera. Se produce en
el movimiento de duelo por el Ancestro fundador. Estableciendo las primeras bases de este dispositivo, Bion y Foul-
69
kes, y con ellos sus antecesores más balbuceantes, hacen
posible una refutación y de este modo también una fundación de las hipótesis especulativas de Freud. La importancia científica de esta invención merece ser destacada, tanto
como la lentitud de su elaboración. Es como si la resistencia
al conocimiento del inconciente no hubiera hecho sino exacerbarse a medida que los medios metodológicos puestos en
práctica permitían explorar las nuevas terrae incognitae.
En esta mayor lentitud, probablemente no pueden desdeñarse los efectos inhibitorios de la culpabilidad por superar
las prohibiciones, las reticencias y las reservas formuladas
por los jefes de Escuela y por Freud mismo, aunque su posición fue mucho más ambivalente y finalmente más incitante que las posiciones de M. Klein y J. Lacan.
Sin embargo, una vez reconocido este obstáculo en definitiva franqueable sin verdaderos riesgos, persiste un núcleo duro de dificultades. El grupo se presenta como un
objeto sobre el cual parece que se hubiera fijado una resistencia poderosa al pensamiento mismo de los problemas
psicoanalíticos que él plantea al psicoanálisis y a los psicoanalistas. Pero sobre todo quedan numerosas zonas de oscuridad, por falta de interrogaciones que procedan de los
mismos que, entre los psicoanalistas, han desarrollado una
actividad de psicoanalista en una situación de grupo. Por
ejemplo, la interrogación central que examina la contratrasferencía se ha planteado sólo rara vez a partir de la experiencia psicoanalítica de grupo: al poner ellos en este una
parte de sus investiduras, ¿no han desplazado ciertos efectos del inconciente del diván hacia el grupo? Este desplazamiento ¿no tiene en ciertos casos valor de trasferencia de los
«restos inanalizados», como los que he citado antes? Por mi
parte, no veo ninguna objeción a estos «restos», son una parte valiosa de nuestras investiduras y de nuestras contrainvestiduras inconcientes, la materia de nuestras trasferencias sobre el grupo. Bien, pero debemos proseguir el análisis
de esto por el medio más apropiado.
Otra interrogación: si algunos psicoanalistas han mantenido la continuidad de su función de psicoanalista en las
dos situaciones distintas de la cura individual y del grupo,
lqué exigencias expresan con respecto al método, a la clínica y a la teorización del psicoanálisis? Ocurre que estas
interrogaciones fundamentales siguen sin ser formuladas,
70
siguen inexploradas, apenas reconocidas. lQué resistencia
actúa entre los psicoanalistas comprometidos en esta práctica para que permanezca hasta hoy fuera del campo de su
elaboración la triple y solidaria cuestión de la regla funda·
mental que se enuncia, del proceso asociativo que se produce, del inconciente que se manifiesta en esta práctica?
lQué tipo de obstáculos se oponen a la irrupción del incon·
ciente en el grupo, a su reconocimiento?
Este sucinto inventario habrá hecho tal vez más per·
ceptibles la insistencia y el interés de la cuestión del grupo
en el pensamiento de Freud. Leo e interpreto esta triple in·
sistencia como portadora de algunas de las proposiciones
originarias del psicoanálisis: las que permiten sostener la
hipótesis de una organización grupal de la psique indivi·
dual y que, por lo mismo, enuncian una de las condiciones
decisivas de la formación del sujeto; las que sostienen que la
realidad psíquica del grupo precede al sujeto y las que afir·
man al grupo como lugar de una realidad psíquica específica.
Se podría situar con más precisión las determinaciones
de este interés en los anudamientos de la historia de Freud:
su lugar en su estructura e historia familiares, su posición
de ruptura en relación con la cultura dominante y en rela·
ción con su propia cultura, su sensibilidad para los efectos
de la Menge, su posición de fundador de un poderoso moví·
miento de ideas y de una institución constantemente ame·
nazada desde adentro y desde afuera, tanto por la hostilidad social como por las fantasías obsidionales de sus miembros. Sería necesario mostrar cómo la experiencia única que
Freud adquirió del psicoanálisis, íntimamente inscrita en la
red de las relaciones de pareja y de grupo que la acompañaron, lo condujo tan pronto a descubrir en las conexiones y
en las difracciones de las trasferencias las organizaciones
grupales de lo trasferido.
Si nos atenemos únicamente a los enunciados del texto,
se puede comprender mejor aún que si bien el pensamiento
insiste sobre esta cuestión y aunque al;ire direcciones de investigación inéditas, sin embargo no adquiere la evidencia
que le daría una elaboración más manifiesta y no inicia un
verdadero debate. Podemos adelantar algunas razones para ello: seguramente se debe a la complejidad y la heteroge·
neidad de sus dimensiones intrapsíquicas, intersubjetivas,
71
institucionales y societarias. También obedecen -lo he destacado bastante- a la posición ambivalente de Freud con
respecto a esta cuestión y, en consecuencia, a la distancia
entre las elaboraciones teóricas parciales que propone y la
ausencia de un dispositivo metodológíco que correspondiera
a la puesta a prueba de sus construcciones. Todas estas
proposiciones esenciales, pero inconclusas y contradictorias, dan testimonio de una cuestión suficientemente anclada en el texto freudiano para que indique el interés de retomar su debate en el psicoanálisis y con él. La posición a la
vez central y margínal que ocupa no puede disociarse de las
resistencias y de las dificultades que encuentra. En alguna
medida, es y permanece todavía como una parte de lo impensado de y en el psicoanálisis.
En lo negativo de esta insistencia, y por lo tanto en un
movimiento adecuado para revelar su apuesta, el grupo ha
constituido un punto de demarcación en la invención del
dispositivo inaugural y de la práctica prínceps del psicoanálisis: la cura individual es progresivamente puesta a punto
como situación paradigmática del psicoanálisis; principalmente con el análisis de Dora, se establece contra los efectos
histerógenos del grupo: efectos de seducción, de dominación,
de sugestión y de apoderamiento. Tuda situación de grupo
moviliza espontáneamente los núcleos histéricos de sus
miembros: ese es un punto crítico de toda situación de grupo
que se quisiera estructurada por los requisitos fundamen·
tales del método psicoanalítico. La resolución de esta dificultad tropieza con la oposición que Freud manifiesta, al
menos en dos ocasiones, con respecto a la posibilidad misma
de tal situación psicoanalítica de grupo. Las razones que él
expone aclaran desde más de un punto de vista las apuestas
teóricas, prácticas, éticas e institucionales de la cuestión del
grupo en el psicoanálisis.
72
2. La realidad psíquica de/en el grupo
Los modelos pos-freudianos
Las investigaciones psicoanalíticas sobre los grupos
llevadas a cabo después de Freud se organizan en tomo de
la hipótesis de que el grupo, como conjunto intersubjetivo,
es el lugar de una realidad psíquica propia. Esta hipótesis,
inaugurada por Freud, es desarrollada y consolidada por
los trabajos de Bion y de Foulkes, adquiere precisión por las
investigaciones de la escuela francesa de psicoanálisis grupal; implica dos debates fundamentales: el primero, sobre la
noción de realidad psíquica, y el segundo, sobre su extensión en entidades pluri-psíquicas organizadas, como lo es
un grupo.
Los modelos pos-freudianos: el grupo como entidad
ps1qmca
La organización de un dispositivo de grupo capaz de responder a las exigencias del método psicoanalítico permitió
poner a prueba la validez de estos primeros modelos y confirmar su interés clínico y teórico. Las construcciones desarrolladas sobre estas bases se organizaron principalmente en tomo de los modelos propuestos por W.-R. Bíon y por
S.-H. Foulkes en Inglaterra, después en Francia por D.Anzieu y por mí mismo. 'Iras la primera invención psicoanalítica del grupo (Viena 1902, cf. el capítulo 1), la segunda y la
tercera invención se caracterizan en primer lugar por la organización de una situación clínica a.decuada para favorecer la investigación y la práctica terapéutica de un dispositivo de trabajo fundado en los principios metodológicos del
psicoanálisis.
73
Londres, 1940
Suhsisu~ ulgo do inctirtidumhn1 y ele indecisión cuando
fijamos una focha de origen u un movimiento. Antes de
1940, existieron en Londres y en otras partes tentativas de
pensar el grupo como lugar de fenómenos específicos: Slavson, Schilder y otros esbozan fecundas proposiciones, bosquejan dispositivos que servirán de modelo a las investigaciones posteriores. Sin embargo, es justo considerar que la
verdadera invención psicoanalítica del grupo como entidad
pensada con el auxilio de algunos conceptos del psicoanálisis y comprobada en una situación apropiada se produce
en Londres, en 1940.
Merecen ser mencionadas las circunstancias en que esto
sucede: algunas semanas después de la muerte de Freud,
algunos meses después del comienzo de la segunda guerra
mundial, en el mismo hospital de Northfield, situado en las
cercanías de Londres, dos psicoanalistas, que no se tratan,
organizan un dispositivo metodológico de grupo que instituyen según el modelo de la cura, y sientan las bases de una
teoría de los grupos a partir de esta nueva situación psicoanalítica.1
1 De W.·R. Bion, es necesario leer Recherches sur les petits groupes
(1961), pero también las elaboraciones de L'attention et l'interprétation (1970)
y los dos tomos (1977 y 1979) de Une mémoire du futur. Sobre Bion y su
concepción del grupo, los trabajos de referencia son los de (o editados por)
L. Grinberg (1973), M. Pines (1985), C. Neri, A. Correale y P. Fadda (1987),
F. Corrao (1984), J.-C. Rouchy (1986). Una entrega de la Revue de Psycho·
théropie Psychanalytique de Groupe estuvo dedicada a Bion (5-6, 1986).
De S.·H. Foulkes, se leerá principalmente Psychothéropie et analyse de
groupe (1964) y, en colaboración con E.-J. Anthony, Psychothérapie de
groupe, approche psychanalytique (1957). Un artículo de D. Brown (1986)
compara los postulados básicos de Foulkes y de Bion, en tanto que un
estudio de M. Laxenaire (1983) intenta trazar un paralelo entre el estruc·
turalismo de Foulkes y el de Lacan. Bajo la dirección de M. Pines (1983) se
emprendió una excelente actualización de los trabajos que se inscriben en
la corriente del Group-analysis.
En la Argentina, la corriente más activa del psicoanálisis y de la psicoterapia de grupo se constituyó a partir del impulso que le dieron las inves·
tigaciones de E. Pichon·Riviere, J. Bleger, L. Grinberg, M. Langer, E. Rodrigué, I. Berenstein, J. Puget, A. Cuíssard, A. de Quiroga, M. Bernard,
R. Jaitin (cf. bibliografía). Un trabajo reciente de A.M. Fernández (1989)
propone una mirada crítica sobre estas distintas corrientes.
Entre los trabajos e investigaciones realizados en Italia, se destacan por
su vigor los de F. Con·ao, C. Neri, A. Correale, los de D. Napolitani, F. Na-
74
Aspectos del modelo bioniano: cultura y mentalidad de
grupo; los supuestos básicos
W.-R. Bion elaboró en 1961 un robusto modelo teórico
para explicar formacíones y procesos de la vida psíquica en
los grupos; los conceptos por él creados consideran al grupo
como una entidad específica y permiten calificar de grupales a los fenómenos que se producen en él.
Las investigaciones psicoanalíticas de W.-R. Bion hacen
posible distinguir y articular dos modalidades del funcionamiento psíquico en los pequeños grupos, cualesquiera que
sean. La primera define al grupo de trabajo: en él prevalecen los procesos y las exigencias de la lógica secundaria en
la representación del objeto y del objetivo del grupo, en la
organización de la tarea y de los sistemas de comunicación
que permiten su logro. Esta modalidad de funcionamiento, que aspira a una congruencia, en el orden de la lógica secundaria, entre la representación de la tarea, la red de comunicación y el objetivo del grupo, ha sido particularmente
estudiada por los psicosociólogos cognitivistas.2
La segunda modalidad del funcionamiento psíquico es la
del grupo básico, definida por el concepto de mentalidad de
grupo. Todos los grupos, incluso los grupos de investigación,
funcionan con arreglo a estos supuestos básicos y a sus tensiones con el grupo de trabajo.
La cultura de grupo es la estructura adquirida por el
grupo en un momento dado, las tareas que se asigna y la
organización adoptada para su cumplimiento. La mentalidad de grupo es definida como la actividad mental que toma
forma en un grupo a partir de la opinión, la voluntad y los
deseos inconcientes, unánimes y anónimos de sus miembros. Las contribuciones de estos a la mentalidad de grupo,
que constituye el continente, permiten cierta satisfacción de
sus pulsiones y de sus deseos; sin embargo, esas contribuciones deben mantener conformidad con las otras contripolitani, S. de Rísio, L. Ancona, F. Vanni. G.-M. Pauletta d'Anna (1990) ha
dirigido una obra colectiva que hace un balance de las elaboraciones actuales en la corriente foulkesiana, mientras que la obra colectiva dirigida
por C. Neri, A. Correale y P. Fadda (1987) dilucida las orientaciones de la
corriente bioniana.
2 En Francia, lo atestiguan principalmente los trabajos de S. Moscovici,
C. Flament, J.-C. Abric, J.-P. Codo!.
75
buciones del fondo común, y estar sustentadas por él. La
mentalidad de grupo presenta, así, una uniformidad, en
contraste o en oposición con la diversidad de las opiniones,
de los pensamientos y de los deseos propios de los individuos
que contribuyen a formarla. La mentalidad de grupo garantiza el acuerdo de la vida del grupo con los supuestos básicos
(basic assumption) que organizan su discurrir.
El concepto de supuesto básico fue creado por Bion para
considerar los diferentes contenidos posibles de la mentalidad de grupo. Los supuestos básicos están constituidos por
emociones intensas, de origen primitivo, que juegan un papel determinante en la organización de un grupo, la realización de su tarea y la satisfacción de necesidades y deseos de
sus miembros. Son y permanecen inconcientes, subordinados al proceso primario; expresan fantasías inconcientes.
Son utilizados por los miembros del grupo como técnicas
mágicas destinadas a tratar las dificultades que encuentran, y principalmente para evitar la frustración inherente
al aprendizaje por la experiencia. Bion hizo evidente la semejanza de sus características con los fenómenos descritos
por M. Klein en sus teorías sobre los objetos parciales, las
angustias psicóticas y las defensas primarias. Desde este
punto de vista, los supuestos básicos son reacciones grupales defensivas a las angustias psicóticas reactivadas por la
regresión impuesta al individuo en la situación de grupo.
Según Bion, tres supuestos básicos son los representantes de tres estados emocionales específicos pero, si bien
organizan el curso de los fenómenos psíquicos propios del
grupo y satisfacen deseos de sus miembros, no se activan
simultáneamente en el grupo: se alternan y prevalecen en
él durante un cierto tiempo.
Cuando el grupo se organiza según el supuesto básico
Dependencia, se crea y persiste en el grupo la convicción de
que se ha reunido para recibir de alguien (un guía, un maestro, un terapeuta) o de algo (una idea, un ideal, una organización), de los que depende de una manera absoluta, la seguridad y la satisfacción de todas las necesidades y todos los
deseos de sus miembros. El grupo es representado como un
«organismo inmaduro», y una «fantasía colectiva» sostiene
la representación de una dependencia para la «nutrición
psíquica y física» del grupo. La cultura de grupo correspon·
diente a este supuesto se organiza en torno de la búsqueda
76
de un líder más o menos divinizado; se manifiesta por la
pasividad y la pérdida del juicio crítico.
El supuesto básico de Ataque-Fuga reposa en la fantasía
colectiva de atacar o de ser atacado: el grupo está convencido de que existe un objeto malo interno-externo encarnado
por un enemigo. Este enemigo puede ser un miembro del
grupo, o una idea mala, una idea adversa o una idea equivocada. En los grupos terapéuticos, la enfermedad puede representar este objeto al que es necesario atacar y destruir, o
evitarlo y huir de él. En los grupos de investigación, el error
no es lo único que suele ocupar este lugar: la idea nueva es
frecuentemente asimilada a él. El grupo que funciona según
esta hipótesis encuentra su líder entre las personalidades
paranoides aptas para alimentar esta idea, y organiza su
cultura sobre estas bases.
El supuesto básico de Apareamiento se sostiene en la
fantasía colectiva de que un ser o un suceso por venir resolverá todos los problemas del grupo: a menudo una esperanza mesiánica es ubicada en una pareja cuyo hijo, no concebido aún, salvará a este grupo de sus sentimientos de odio,
de destrucción o de desesperanza. La cultura del grupo se
organiza en torno de la pareja-líder, y sobre la idea de que
únicamente el porvenir es portador de las soluciones esperadas; por este motivo, para que el porvenir advenga, la es·
peranza mesiánica no debe realizarse jamás.
La pertinencia de las proposiciones de Bion se ha visto
confirmada tanto en el análisis de los grupos primarios naturales y artificiales como en el análisis de los grupos institucionales. Todos los grupos, incluidos los grupos de investigación, funcionan con arreglo a estos supuestos básicos y
a sus tensiones con el grupo de trabajo. El aparato teórico
desarrollado por el psicoanálisis inglés en sus posteriores
investigaciones sobre el pensamiento y las estructuras de
los vínculos internos e intersubjetivos ha conseguido acrecentar la precisión y la amplitud de estas hipótesis.
Algunos aportes de Foulkes y Ezriel: el grupo como
matríz psíquica, la resonancia fantasmátíca
El aporte fundamental de Bion no ha sido integrado a la
corriente del Group-analysís, formada principalmente por
77
8.-11. Foulkes,J. HickmanyH. Ezriel, sobre bases teóricas y
motodol<Ígicas sensiblemente diferentes.
En sentido amplio, el grupo-análisis es un método de investigación de las formaciones y los procesos psíquicos que
se desarrollan en un grupo; funda sus conceptos y su técnica
en algunos de los datos fundamentales de la teoría y del método psicoanalíticos, y en elaboraciones psicoanalíticas originales exigidas por la consideración del grupo como entidad específica. En un sentido más restringido, el grupo-análisis es una técnica de psicoterapia de grupo y un dispositivo
de experiencia psicoanalítica del inconciente en situación de
grupo. En la base del grupo-análisis foulkesiano hay cinco
ideas principales: la posición de escuchar, de comprender e
interpretar al grupo en tanto totalidad en «el aquí-y-ahora>>;
la consideración de la trasferencia «del grupo» sobre el analista solamente y no de las trasferencias intragrupales o laterales; la noción de resonancia inconciente (Ezriel precisa:
fantasmática) entre los miembros de un grupo; la tensión
común y el denominador común de las fantasías inconcientes del grupo; la noción de grupo como matriz psíquica y
marco de referencia de todas las interacciones.
El primer postulado de Foulkes es que «la naturaleza
social del hombre es un hecho fundamental e irreductible.
El grupo no es el resultado de la interacción entre individuos. Consideramos que toda enfermedad se produce en el
interior de una red compleja de relaciones interpersonales.
La psicoterapia de grupo es una tentativa de tratar la red
entera de las perturbaciones, sea en el punto de origen en el
grupo de origen -primitivo-, sea colocando al individuo
perturbado en condiciones de trasferencia en un grupo
ajeno» (S.-H. Foulkes, 1964; trad. fr., 1970, pág. 108).
De los dos años que Foulkes trabajó con K. Goldstein en
el Instituto de Neurología de Francfort, antes de emprender
su formación psicoanalítica, conservó la idea central del
guestaltismo -la misma que inspiró a K. Lewin- y la apli·
có a su concepción del individuo y del grupo: la totalidad
precede a las partes, es más elemental que ellas, no es la
suma de sus elementos. El individuo y el grupo forman un
conjunto del tipo figura-fondo. El individuo en un grupo es
como el punto nodal en la red de las neuronas. A la noción de
Knotenpunkt, que Freud ya había utilizado a propósito de la
red de las series asociativas en La interpretación de los
78
sueños, Foulkes la descubre con la neurología y con el abordaje estructural del comportamiento, de K. Goldstein.
De esta idea fundamental deriva para Foulkes la de que
el grupo posee propiedades terapéuticas específicas: la práctica del análisis de grupo que elabora en Londres al comenzar la década de 1940 -en el mismo hospital de Northfield
donde Bion, por la misma época, reúne las bases clínicas de
su teoría-, se justifica así: «La idea del grupo como matriz
psíquica, el terreno común de las relaciones de operaciones,
incluidas todas las interacciones de los miembros participantes del grupo, es primordial para la teoría y el proceso
de la terapia. Todas las comunicaciones sobrevienen en el
interior de este marco de referencia. Un fondo de comprensión inconciente, en el cual se producen reacciones y comunicaciones muy complejas, está siempre presente» (ibíd.,
pág. 109).
Los principales factores terapéuticos del grupo son cuatro: el primero es la estimulación a la integración social y el
alivio del aislamiento; Foulkes insiste en «la necesidad fundamental que tiene el individuo de ser comprendido por el
grupo y de estar ligado a él», a pesar de su impulso a retirarse de allí: «El fundamento social -escribe-- prevalece de
manera inmediata».
El segundo factor es la reacción del espejo, que aparece
«de modo característico cuando cierto número de personas
se encuentran y actúan una sobre otra. Un individuo se ve a
sí mismo -a menudo, en la parte reprimida de sí mismo-reflejado en las interacciones de otros miembros del grupo.
Los ve reaccionar de igual manera a como él mismo lo hace,
o en contraste con su propio comportamiento. Aprende a
conocerse a sí mismo -y ese es un proceso fundamental en
el desarrollo del yo- por la acción que ejerce sobre los otros
y por la imagen que ellos se forman de él» (íbid.).
Un tercer factor es el proceso de comunicación: todos los
datos observables, concientes o inconcientes, verbales o no
verbales, son comunicaciones pertinentes, sea de los participantes, sea del grupo considerado como un todo. Foulkes
considera más importante el proceso de la comunicación
que la información suministrada: «El grupo terapéutico establece una zona común en Ja cual todos los miembros pueden comunicar y aprender a comprenderse unos a otros. En
el interior de este proceso, los miembros del grupo comien-
79
znn a entender el lenguaje del síntoma, de los símbolos, de
los sueños, tanto como las comunicaciones verbales. Deben
uprenderlo por la experiencia para que sea significativo y,
en consecuencia, terapéuticamente eficaz ... Este proceso
de comunicación tiene mucho en común con el proceso que
vuelve a hacer conciente lo inconciente» (ibid., págs. 110-1).
La necesidad de recurrir al método de la libre asociación de
las ideas en situación de grupo, que Foulkes esboza rápidamente y que apenas elaborará después, reposa en los conceptos de red y proceso de comunicación.
El cuarto factor es la interdependencia de las modificaciones que sobrevienen en el grupo y en los individuos que lo
componen, «aun si no nos dirigimos a cada uno de ellos en
partícular» (ibid., pág. 156). Si bien el campo de acción del
análisis de grupo es el grupo, su finalidad es para Foulkes
«el grado óptimo de liberación e integración del individuo»
(1948). El campo de acción es precisamente la red de las
interacciones en la matriz psíquica (mental) del grupo.
Estos cuatro factores terapéuticos del grupo definen mejor que las proposiciones teóricas de Foulkes la noción de
que el grupo es una totalidad productiva de formaciones
psíquicas específicas cuya homologación con las del aparato
psíquico quedará por precisar. El concepto de resonancia
inconciente, introducido por Foulkes y precisado por Ezriel
como resonancia fantasmática, merece una atención particular: vuelve a plantear la espinosa cuestión del estatuto
de la fantasía en los grupos.
La referencia metafórica del concepto de resonancia está
tomada de la física. Dos nociones son importantes aquí: la
de vibración excitadora y la de amplitud de esa vibración
cuando esta se aproxima a la frecuencia propia del sistema
del que forma parte. Foulkes (1948) utilizó esta noción para
describir empíricamente un proceso psíquico vrimario de la
intersubjetividad constituido en la relación simbiótica del
niño y la madre: la resonancia inconciente se define como el
conjunto de las respuestas emocionales y conductales inconcientes del individuo a la presencia y a la comunicación de
otro individuo. La vibracic5n excitadora c;lespertaría en ese
caso el mismo universo pulsional y representativo entre los
sujetos, manteniéndolos en una interacción mutua. Esta
resonancia fue especificada por II. Ezriel (1950) como resonancia fantasmática. El campo de aplicación de la noción es
80
tanto el de la cura individual como el del grupo-análisis. En
los grupos, la resonancia fantasmática es un agente de la
tensión común y del común denominador del grupo: la fantasía de un participante despierta y moviliza otras formaciones fantasmáticas en otros miembros del grupo en relación de resonancia con el primero.
Esta noción debería ser opuesta a otra, complementaria:
la de interferencia; si mantenemos la misma referencia física, la interferencia designa el encuentro de dos ondas de
igual dirección que pueden reforzarse o anularse según que
sus crestas se superpongan o la de una encuentre el valle de
la otra. La lógica de la metáfora nos lleva de este modo a
tomar en consideración esos movimientos en que el des·
perlar de una pulsión o de una representación moviliza o un
refuerzo o un antagonismo y una inversión: esto se traduce
en términos de mecanismos de defensa, de represión y de
renegación para luchar contra el exceso de carga o la representación intolerable. Este punto de vista complementario,
que no parece adoptado por Foulkes y Ezriel, es un proceso
fundamental de lo que llamo el acoplamiento psíquico.
El grnpo como entidad psíquica, objeto del análisis
Todos estos modelos de funcionamiento del grupo tienen
como fundamento la hipótesis de que el grupo es una orga·
nización y un lugar de producción de la realidad psíquica,
una entidad relativamente independiente de la de los indi·
viduos que lo forman. Una consecuencia práctica de esta
hipótesis teórica, más allá de la diferencia de tratamiento
que recibe en Bion y en Foulkes, es que el grupo como entidad es el objeto de la investigación y del trabajo psicoanalítico. Los conceptos de mentalidad de grupo, de cultura de
grupo y de supuesto básico, los de red de las comunicaciones
inconcientes, de matriz grupal y de resonancia fantasmática hacen del grupo una entidad generadora de efectos
psíquicos propios. Estos conceptos coristituyen al grupo
como destinatario de la interpretación. Si bien la interpretación se piensa y se da en términos de grupo, evidentemente se dan por supuestos sus efectos en éada individuo, a
través de los vínculos que lo unen a la matriz del grupo o
que lo sitúan en su campo de fuerzas. Pero este vínculo, y lo
81
quo cu<la uno apuesta en él, no será interpretado directa-
mente. Foulkes, como Bion, supone que el inconciente produce efectos específicos en el grupo, pero lo trata más como
una cualidad ligada a los fenómenos producidos que como una instancia o un sistema constitutivo de las formaciones y de los procesos intersubjetivos.
Destaquemos esto: las primeras teorías del grupo, las
propuestas por Lewin (194 7) o por Moreno (1954), pero también por Foulkes o por Bion, son teorías que inscriben al
grupo como entidad específica, en la que las contribuciones
de los sujetos, su estatuto mismo de sujeto singular y de sujeto del grupo, son tratadas como procesos y contenidos
anónimos y desubjetivados. Bajo este aspecto -dicho de
otra manera-, las primeras teorías del grupo, que lo constituyen como objeto epistémico y como espacio psíquico específico, son teorías en las que el sujeto desaparece en aquello
que lo singulariza: su historia, su emplazamiento en la fantasía inconciente, la idiosincrasia de sus pulsiones, de sus
representaciones, de su represión.
Será necesario esperar a que los trabajos de la escuela
francesa restituyan al grupo su valor de objeto psíquico para sus sujetos, para que se inicien investigaciones sobre los
acoplamientos psíquicos del grupo y sobre lo que los organiza, para que se determinen las ilusiones por las que se
establece el vínculo grupal, pero también las modalidades
del trabajo psíquico en los grupos.
La tercera invención: París, 1960
La tercera invención psicoanalítica del grupo es contemporánea de varios movimientos cuyas afinidades, al menos
para dos de ellos, quedarían por establecer; me refiero en
primer lugar a las rupturas y a las creaciones institucionales en el seno del movimiento psicoanalítico francés: 1963,
creación de la Escuela freudiana de París; 1964, creación de
la Asociación Psicoanalítica de Francia. En gran parte, estas creaciones se generan en los conflictos que se organizan
en torno de la posición de J. Lacan antes y después de la escisión que lo lleva a fundar su propia Escuela. El acto de
fundación de esta merece ser recordado porque interesa a
nuestro propósito. Lacan proclama, héroe solitario: «Fundo
82
-tan solo como he estado siempre en relación con la causa
psicoanalítica- la Escuela francesa de psicoanálisis ... ».
Pero sólo por la mediación de los grupos, y únicamente de
los grupos a los que dará el nombre de carteles, se efectuará
la adhesión a la Escuela. Los instrumentos para la realización de los objetivos de la Escuela serán el grupo y el poder
del Más-de-Uno en el cartel y no los sujetos psicoanalistas
en su singularidad. Lo que no impedirá al mismo Lacan,
en un artículo de la revista Scilicet, el único firmado con un
nombre, el suyo, denunciar los efectos de grupo que <<mide
por la obscenidad que agregan a los efectos imaginarios del
discurso». De este modo se repite el dominio del grupo y la
prohibición de pensarlo y, a fortiori, de elaborar una práctica psicoanalítica de él. El clivaje entre el lugar considerable
que es asignado al grupo en la fundación de la institución
psicoanalítica y su rechazo como objeto antipsicoanalítico,
sustraído de la elaboración psicoanalítica, no puede sino
producir uno de esos efectos de retomo en lo real, en forma
de violencia y destrucción de los aparatos para pensarlo. 3
¿Qué es esto, pues, sino un efecto de grupo?
Para dar un sentido psicoanalítico a los «efectos de grupo»
Esta noción aparece en primer lugar en los trabajos de
etología animal que, hacia 1920, emprenden investigaciones de fisiología social. Los trabajos de Uvarov sobre el saltamontes peregrino, retomados y desarrollados en laboratorio por Chauvin, son lo bastante conocidos para que podamos limitar aquí su exposición a lo esencial. Se sabe que
el saltamontes peregrino existe bajo dos formas que difieren
por diversos caracteres morfológicos importantes: una es
solitaria y sedentaria, la otra, gregaria y migratoria. Cuando las condiciones del medio se vuelven favorables, la especie en su forma solitaria comienza a pulular y se produce un
efecto de grupo que modifica la morfología y el comportamiento de los saltamontes; se trasforman sus sistemas nerviosos y endocrinos, lo que impulsa un aumento del metabo3 La obra de F. Roustang (1976) podría ser una referencia. Las historias
del psicoanálisis no toman en cuenta estas investigaciones. El libro de
J. Chemouni (1991) es una valiente excepción.
83
lismo, de la actividad, y un crecimiento del desarrollo en el
curso de cambios sucesivos. Aparece una afinidad social que
acrecienta el agrupamiento en masas cada vez más numerosas y voluminosas; cuando un individuo cualquiera toma
vuelo, una imitación refleja provoca el vuelo de todos. El
efecto de grupo modifica el comportamiento y provoca la afinidad social que sensibiliza a la in.fluencia recíproca de las
estimulaciones sensoriales entre congéneres, influencia que
a su vez acelera los efectos de grupo. R. Chauvin puso en
evidencia, en laboratorio, la reversibilidad del proceso: si la
puesta en grupo de los sedentarios basta para trasformarlos, el aislamiento de los gregarios los devuelve a su morfología de solitario.4
Los trabajos de fisiología social pusieron en evidencia
efectos de grupo en otros animales; mostraron que el agrupamiento puede constituir una protección eficaz contra la
hostilidad del medio, que influye sobre la sexualidad y la ta·
sa de reproducción, que modifica el crecimiento. La imita·
ción refleja que estos efectos inducen ha sido observada en
el pez rojo (se pone frente a frente con su imagen en el espe·
jo), en el cordero y en el hombre (el bostezo «social»).
Seguramente, la trasposición de estos resultados al
hombre plantea los problemas clásicos de las diferencias
entre el animal y el hombre. Los efectos que la prolongada
infancia humana tiene sobre el desarrollo del aprendizaje y
de la cultura, la importancia decisiva del lenguaje articulado, la institución de leyes, reglas y símbolos sociales, la
formación de las identificaciones, diferentes de la imitación
en su génesis y en su funcionamiento, confieren, entre otros
rasgos, una especificidad a la socialidad humana. La parte
de los montajes innatos, instintuales y automáticos está
disminuida a la vez que inscrita en una organización diferente. La hipótesis psicoanalítica del inconciente sostiene
otras hipótesis sobre los efectos de grupo y los procesos psí·
quicos que estos generan y modifican.
Sin embargo, antes de considerar esto, un rodeo por las
investigaciones de la psicología social confirma el interés de
esta noción y le da un primer contenido psíquico. Retomaré
4 Se pueden consultar los trabajos de R. Chauvin en sus obras sobre los
insectos (1956) y sobre el comportamiento social en los animales (1961),
donde expone los efectos de grupo y los efectos de masa.
84
aquí la experiencia princeps de M. Sherif (1935) sobre las
presiones conformistas y la creación de las normas de grupo. En laboratorio, Sherif reúne a una serie de individuos a
quienes coloca en una situación tal que deban emitir un juicio sobre un fenómeno que puede ser apreciado cuantitativamente de diferentes maneras. Sherif utiliza como soporte
técnico de su experiencia el efecto autocinético de un punto
luminoso proyectado sobre el muro de una sala oscura. En
esta situación, el marco de referencia perceptiva desaparece
y el punto luminoso es percibido en movimiento. Sherif estudia la estimación o la amplitud del movimiento percibido
en dos situaciones diferentes: cuando el individuo está aislado (a); cuando está en situación de grupo (g). De hecho, en
la situación experimental se constituyen dos situaciones
de grupo: según que la evaluación se haga primero individualmente y después en grupo (a g), o a la inversa (g a). En
situación de grupo, cada individuo anuncia pública y oralmente su estimación.
Los resultados obtenidos son los siguientes: en las situaciones en que el individuo está aislado (a, ag), las estimaciones resultan muy dispersas en el conjunto de la población,
pero, después de varias experiencias, las variaciones de los
juicios de cada individuo tienden a estabilizarse en torno de
una norma perceptiva propia. En situación de grupo, la dispersión de los juicios individuales se reduce considerablemente y las normas perceptivas individuales son remplazadas por una norma perceptiva de grupo. Las estimaciones
individuales posteriores a los juicios emitidos en grupo (g a)
son influidas por la norma de grupo que se conserva así
interiorizada por los miembros del grupo. La convergencia
entre estimación individual y norma de grupo es sin embargo menos marcada cuando los individuos han sido colocados previamente en situación individual (a g).
El efecto de grupo que produce la norma perceptiva de
grupo depende de la influencia recíproca que ejercen los individuos unos sobre otros cuando, en las condiciones de la
experiencia, están reunidos. La experiencia de Sherif permite suponer que la incertidumbre en cuanto a la estimación del movimiento autocinético se ve reducida por el efecto
normativo del grupo. La conformidad con la norma llega a
ser en ese caso un criterio del examen de realidad. Los fenómenos puestos en evidencia por Sherif se manifiestan en los
85
grupos reunidos para tratar un problema común. Son tanto
más activos cuanto más vinculado a los fines principales y a
la tarea primaria del grupo está el problema por resolver.
Observaciones ulteriores mostraron que las normas son
reforzadas o restablecidas cuando la cohesión del grupo se
ve amenazada y cuando se enuncian en giros de lenguaje
propios del grupo, o en refranes. En ese caso, encuentran en
los efectos de discurso una fuerza de confirmación importante: este punto de vista no es anodino tan pronto como nos
interesemos por los procesos asociativos en los grupos y por
los efectos de discurso que allí se producen; presiones conformistas y normas de grupo aseguran la permanencia del
grupo y desarrollan en sus miembros el sentimiento de pertenencia a él.
Sin embargo, es necesario no perder de vista en ningún
caso que tales experiencias muestran que el efecto de grupo,
para producirse, debe encontrar de una u otra manera en
los miembros del grupo una tendencia o una predisposición
favorable a su constitución. Desde este punto de vista nos
interesan aquí tanto la crítica de Lacan como su debate.
El efecto de grupo como aumento de obscenidad en el efecto
imaginario del discurso
«Mido -€scribe Lacan- el efecto de grupo por la obscenidad que agrega al efecto imaginario del discurso» (1973,
pág. 31). Esta proposición, entre las raras y decisivas que
Lacan enunció sobre el grupo, 5 indica una verdadera cuestión; pero ha tenido como efecto (de grupo) cerrar la investigación para toda una corriente del psicoanálisis, al denunciar los efectos de grupo en lugar de proponerlos para el
análisis.
El interés de Lacan por los efectos de grupo estudiados
por la etología animal se manifiesta cuando pronuncia sus
conferencias en la Escuela Normal Superior de la calle Ulm.
Reproduciendo ante sus oyentes la observación de Uvarov y
de Chauvin, lleva a una de sus conferencias saltamontes
peregrinos aislados en tubos de ensayo y muestra las tras5 Sobre Lacan y la cuestión del grupo, además del artículo de 1971,
podrá leerse la «Lettre de dissolution de l'Ecole freudienne de Paris»
(1980) y el «Acte de fondation de l'Ecole fran~aise de psychanalyse» (1964).
86
1
1
1
formaciones producidas por su gregarización. Si, para Lacan, el efecto de grupo se traslada a lo humano, es porque lo
asocia a lo que produce el efecto imaginario del discurso, al
que refuerza; pero el efecto de grupo se relaciona en primer
lugar con la concepción de Lacan del yo como lugar de las
identificaciones imaginarias del sujeto: el yo es la distancia
que separa al sujeto de su verdad, condensa todos sus ideales, todas las imágenes de lo que quiere o piensa ser; el yo
se objetiva en sus imágenes, y estas son el efecto de lo que le
resulta insoportable en la prueba que hace de su falta de
ser, en su relación con el lenguaje, en su deseo y su verdad:
«Es porque evita ese momento de falta que una imagen
aparece en la posición de soportar todo el peso del deseo:
proyección, función de lo imaginario» (1966, pág. 655). El
acceso al lenguaje, si bien enfrenta con la imposible coincidencia del sujeto de la enunciación y del sujeto del enunciado, no está exento de la recaída en la captura imaginaria
del yo por su reflejo especular: «Al yo del que hablamos -escribe Lacan en la introducción al comentario de Jean Hyppolite- es absolutamente imposible distinguirlo de las captaciones imaginarias que lo constituyen de pies a cabeza, en
su génesis como en su estatuto, en su función como en su
actualidad, por otro y para otro» (1966, pág. 374).
El efecto imaginario del discurso es la forma imaginaria
de su yo que el sujeto impone al otro con el que se identifica.
No es más que el representante de un significado reprimido
cuya referencia está oculta y perdida en la obscenidad de la
imagen o de una palabra que lo representaría por entero. El
efecto de grupo fija, reforzándola, la función esencial de
desconocimiento adherida a las formaciones de lo imaginario, y el grupo se constituye, para él y con su concurso, en
virtud de sus efectos miméticos y alienantes, en el mismo
registro. Pero Lacan nunca ha dicho nada que diera a entender que esto imaginario se pudiera simbolizar, que fuera
el lugar de algo distinto de un aumento de alienación. Se
pasa de una verdadera cuestión a una petición de principio
rebelde a cualquier puesta a prueba. Eppur, si mu.ove. ..
87
/ lerencia y crítica de la dinámica de los grupos lewiniana
El segundo movimiento eficaz, que presumo no está
desvinculado del primero, es el constituido por la crítica que
algunos psicoanalistas, hace poco ligados a Lacan, hacen de
la psicosociología, principalmente de la dinámica de los
grupos y del morenismo, en especial de su imaginario de la
curación social por el psicodrama y la sociometría. Estas
prácticas constituyen, en efecto, las referencias prevalentes
en el ejercicio de una práctica psicoanalítica de grupo, ejercicio que trasgrede así ciertas prohibiciones proferidas por
los ancestros fundadores.
Tal vez no sea inútil recordar los principales postulados
de Lewin: serán objeto de la crítica queJ.-B. Pontalis (195859) y D. Anzieu (1964) dirigirán a la dinámica de los grupos
para fundar, en esa ruptura epistemológica, una aproximación psicoanalítica a la grupalidad. Para Lewin, el grupo forma una totalidad dinámica y estructural diferente y
distinta de la suma de sus elementos constituyentes. Este
punto de vista guestaltista, cercano a la concepción durkheimíana de la sociedad, sostiene que los grupos son irreductibles a los individuos que los componen. A través de una
larga serie de investigaciones precisas, que transitan del laboratorio al terreno social, Lewin utilizará un dispositivo de
tratamiento de la resistencia al cambio, despejará los ejes
teóricos y metodológicos de la dinámica de los grupos, solidaridades, fronteras, relaciones conflictivas y dispositivos
de negociación entre las partes y el conjunto, entre los conjuntos mismos.
A los principios dinámicos revelados por Lewin se agrega un efecto económico de grupo, efecto que no dejarán de
aprovechar todos los que ponen en práctica dispositivos de
cambio individual o colectivo, con fin terapéutico o formativo. Que la modificación de la estructura del conjunto puede,
en ciertas condiciones, cambiar la economía de los elementos constitutivos, y recíprocamente, es una característica
que no es indiferente para el contexto más amplio en el cual
se inscribe en Francia el desarrollo de las ideas lewinianas.
El esfuerzo emprendido por la Francia de posguerra
para reconstruir la organización económica y social afecta·
da por el conflicto, favoreció el ingreso en los medios «psiquistas» de las prácticas y de las teorías grupales. Estas
88
prácticas presentaban dos grandes ventajas: la posibilidad
de ofrecer tratamiento psicológico a un número mayor de sujetos era particularmente congruente con los objetivos de
la Seguridad Social recientemente creada; la participación
de las técnicas de grupo en un proyecto colectivo, ideológico,
de resocialización y de readaptación del yo, se conjuga con
las corrientes surgidas de la Ego psychology en pleno desarrollo en ese momento: estimular la creatividad, mejorar
las «relaciones humanas», reforzar la cohesión social y los
ideales del yo eran los objetivos más o menos explícitos que
podían pretender alcanzar las corrientes grupalistas. Vieja
utopía que encontraba, en los proyectos grandiosos de un
Moreno, un eco y una práctica, y que desarrollaba a escala
social una forma de la ilusión grupal made in USA y cuyas
determinantes serán señaladas por los críticos de la influencia americana en Europa.
La ruptura epistemológica introducida por el psicoanálisis
en la concepción del grupo
Esta ruptura admite al menos un rasgo en común con la
ruptura del psicoanálisis respecto del saber y la práctica de
la medicina, de la filosofía y de la psicología: lo que se modifica es el estatuto del objeto; esencialmente observado y ma·
nipulado este en el accionar de la medicina y· la psicología,
es considerado por el psicoanálisis bajo el aspecto de estar
investido por la pulsión y la fantasía. De este modo, el grupo
ya no es concebido preferentemente como la forma y la estructura de un sistema estabilizado de relaciones interper·
sonales donde operan fuerzas equilibradoras, representa·
ciones productoras de normas y de procesos de influencia,
presiones conformistas, emplazamientos de status y roles.
En el campo psicoanalítico, es preferentemente un objeto de
investiduras pulsionales y de representaciones inconcientes, un sistema de ligazón y desligazón intersubjetivas de
las relaciones de objeto y de las cargas libidinales o mortíferas a ellas asociadas. Introducir la hipótesis del inconciente
cambia el vertex, las perspectivas, los objetivos, aun si la posibilidad de explicar sus efectos se mantiene todavia imprecisa. Los criterios de validez de las proposiciones sobre los
grupos no anulan los de la microsociología, la morfología so-
89
ci11l y la psicología social: corresponden a campos epistémicos diferentes.
Es difícil caracterizar exhaustivamente en unos pocos
párrafos los cambios operados con ocasión de esta ruptura;·
en cierta manera, todavía están en curso; en el interior mismo del abordaje psicoanalítico, algunas acentuaciones privilegian aquello que constituye la ruptura. Si considero la
forma en que tratamos en Francia esta cuestión a comienzos de la década de 1960, veré en las proposiciones siguientes, formuladas por J.-B. Pontalis y por D. Anzieu, lo esencial de lo que en ese momento marcaba la diferencia.
La hipótesis del inconciente: en el seno de los grupos
operan procesos inconcientes. Son de diferentes niveles, regidos por la naturaleza de las identificaciones, de los mecanismos de defensa, de los conflictos psicosexuales. En parte
son edípicos y se organizan en torno de la ambivalencia
hacia la figura del jefe; pero también son preedípicos y
pregenitales y movilizan fantasías, identificaciones, mecanismos de defensa y relaciones de objeto parciales, especialmente las que corresponden a la organización oral de la
libido. Las tensiones conflictivas oscilan entre estos tres
polos de la organización estructural del aparato psíquico:
neurótica, narcisista, psicótica.
El pequeño grupo como objeto: debe ponerse el acento en
las investiduras y las representaciones cuyo objeto es el
grupo. En 1963, Pontalis escribe que «no basta descubrir los
procesos inconcientes que operan en el interior de un grupo,
cualquiera que sea la ingeniosidad que en tal caso se despliegue: no bien se coloca fuera del campo del análisis la
imagen misma del grupo, con las fantasías y los valores que
lleva en sí, se elude de hecho toda cuestión sobre la función
inconciente del grupo». Al destacar la importancia de las
investiduras pulsionales y las representaciones de las que
el grupo es objeto, Pontalis volvía a plantear la cuestión
abierta por Freud, retomada por Slavson, de una pulsión
llamada gregaria o social o de grupo. Se conoce la respuesta
de Freud: «... nos cuesta acordar al factor numérico una
importancia tal que por sí solo pudiera despertar en la vida
psíquica del hombre una pulsión nueva y no activada de ordinario. Nuestros cálculos se orientan de hecho hacia otras
90
dos posibilidades: que la pulsión social pueda no ser originaria ni irreductible y que los comienzos de su formación acaso
se descubran en un círculo más estrecho, por ejemplo el de
la familia» (GWXIII, pág. 74; trad. fr., 1981, pág. 124).
Freud no zanja el fondo de la cuestión. Los recientes trabajos sobre el apego sugieren que, antes de cualquier investidura de objeto, la pulsión originaria de aferramiento encuentra en primer lugar un fundamento en la necesidad
vital de asirse al cuerpo de la madre, de mantener con la superficie de su cuerpo y con la actividad psíquica que acompaña los acercamientos un contacto previo a cualquier
apuntalamiento de la pulsión en la experiencia de satisfacción de las necesidades corporales indispensables para la
vida. Las investigaciones llevadas a cabo con autistas reunidos en grupo permiten sostener la hipótesis de que la pulsión de aferramiento se encuentra en ellos particularmente
activa. Pero una vez más, esto no nos lleva a suponer una
pulsión social originaria, aunque la pulsión de asirse pudiera constituir el comienzo de la formación de una tendencia
secundaria a eslabonarse (social) y a agruparse (grupal).
El grupo como realización de los deseos inconcientes: la
perspectiva abierta en 1963 porJ.-B. Pontalis sobre el estatuto de objeto que adquiere el grupo en la psique de sus
miembros ha precedido en unos pocos años a la tesis decisiva de D. Anzieu: el grupo es, como el sueño, el recurso y el
lugar de la realización imaginaria de los deseos inconcientes infantiles. Según este modelo, que provee un principio
de explicación tomado de la interpretación del sueño, los diversos fenómenos que se presentan en los grupos se asemejan a contenidos manifiestos. Estos derivan de un número
limitado de contenidos latentes. Si el grupo, como el sueño,
es una realización imaginaria de un deseo, entonces los procesos primarios, velados por una fachada de procesos secundarios, son determinantes en él. El grupo, sea que cumpla
eficazmente la tarea que se ha fijado, sea que se vea paralizado, es un debate con una fantasía subyacente: «Los sujetos humanos entran en los grupos de la misma manera
que entran en el sueño mientras duermen». Lugar privilegiado de cumplimiento del deseo inconciente de sus miembros, el grupo moviliza en ellos los mecanismos de defensa
del yo. Como el sueño, como el síntoma, el grupo es la asocia-
91
ción de un deseo que busca su vía de realización imaginaria,
con defensas frente a la angustia suscitada en el yo portales
cumplimientos.
Esta derivación obedece a mecanismos determinados,
los unos generales y propios de cualquier producción del in·
conciente, y los otros específicos de la situación de grupo:
por ejemplo los que D. Anzieu llamó la ilusión grupal, o lo
que yo señalé como la ideología y las alianzas inconcientes.
Resulta de ello que la facilidad o la dificultad de comunica·
ción entre los miembros dependen de la resonancia y de las
oposiciones entre sus respectivas vidas imaginarias inconcientes: se trata aquí de fenómenos sobre los cuales no actúan la mayoría de los métodos de formación y de discusión
que pretenden mejorar las comunicaciones.
Algunas variantes (no ofreceré una presentación exhaustiva de ellas) que afectan la posición teórica del grupo
se acompañan de modificaciones consiguientes en la metodología y en los principios explicativos: la situación metodológica de grupo va a organizarse sobre el enunciado de la
regla de libre asociación o de sus equivalentes en el juego
psicodramático; la constitución de un campo de trasferencias, de resistencias y de contratrasferencias será la condición de trabajo de la interpretación cuyos objetos y objetivos
reflejarán el estado de la teoría: «bloqueos de la vida imaginaria», «nudos paradójicos», «función resistencia! del leadership», «angustias arcaicas»; las interpretaciones estarán
«centradas en el grupo» o, por el contrario, estrictamente
dirigidas a los sujetos insertos en la situación, etcétera.
El aporte de Didier Anzíeu
Quisiera ahora tratar de precisar lo que juzgo la contribución propia de D. Anzieu a la invención psicoanalítica del
grupo. Produce una primera acta sobre el estado de la cues·
tión del grupo cuando enseña en la Universidad de Estrasburgo; el Boletín de la Facultad de Letras publica un primer
balance crítico de la corriente psicosociológica. Estamos en
1964. La etapa inmediatamente posterior nos encamina ha·
cia la afirmación de una realidad psíquica específica del
grupo y, esta vez, se trata de la realidad psíquica inconciente. Esta afirmación se hace --es necesario señalarlo- con
92
relativa independencia respecto de las investigaciones inglesas. La consistencia de esta realidad psíquica se cualifica
en los trabajos que dirige y publica D. Anzieu sobre lo imaginario, sobre la ilusión, sobre las fantasías. En esta época se
confecciona un primer inventario de lo que podríamos llamar los objetos necesariamente parciales del cuerpo grupal:
el grupo como boca, como seno, como vientre, pero también,
en el registro de la fantasmática persecutoria, el grupo como
máquina. Además se hará el inventario de las angustias específicas y los medios de defensa correspondientes a estas
fantasías y a estas angustias. Todos estos elementos culminarán en la consumación del corte epistemológico introducido por el psicoanálisis en la concepción del grupo. Aquí el debate con Lewin -lo veremos en un instante-- es permanente.
Este trabajo, que es permanentemente retocado, es también un trabajo en el cual se despejan y enuncian las reglas
constitutivas del dispositivo de grupo conforme a la metodología psicoanalítica. Didier Anzieu ha tenido el cuidado de
precisar y examinar las reglas de estructuración de la práctica psicoanalítica, y de poner en evidencia el valor heurístico de la contratrasferencia en la situación psicoanalítica.
Sin esta exigencia, llevada a la práctica creativamente, sin
duda yo no habría podido concebir la necesidad y las modalidades del análisis inter-trasferencial: fue ese en primer lugar nuestro debate en el seno del grupo del CEFFRAP. 6 La
contribución de D. Anzieu para el emplazamiento del dispositivo psicoanalítico de grupo no habría podido producirse
sin que se llevara a cabo, paralelamente y en interferencia
con la práctica de la cura, la práctica asidua del grupo, del
grupo de libre palabra y de psicodrama, es cierto, pero también del grupo cuya fundación, co-creación y desarrollo él
aseguró, El principio generador del CEFFRAP es que sólo
un grupo que se da a sí mismo un mínimo de reglas de funcionamiento adecuadas para poner en evidencia las forma6 Círculo de estudios franceses para la investigación y la formación en
psicología dinámica, fundado en 1962 por D. Anzieu y un pequeño grupo de
psicoanalistas y psicosociólogos; D. Anzieu ha escrito un ensayo sobre la
historia de las ideas en el CEFFRAP en su (Edipe supposé conquérir le
groupe (1976); resta aún escribir m;1a historia más amplia sobre el con·
junto de los movimientos que se han constituido en Francia para inscribir
al grupo en una referencia psicoanalítica.
93
ciemos y los procesos del inconciente y, lo destaco, para producir efectos de análisis, solamente un grupo tal puede alcanzar la disposición favorable para hacer la experiencia de
la realidad psíquica grupal y elaborar allí el conocimiento
psicoanalítico. En este principio puesto efectivamente en
práctica, no sin crisis, con ciertas rupturas y ciertas superaciones, hay una suerte de modelo metodológico para explorar las condiciones psicoanalíticas de una institución
psicoanalítica, y, como en todo modelo, hay, naturalmente,
una parte de utopía y de idealización. Pero se trata de una
utopía puntual, lo bastante soñadora para que no arraigue
inmediatamente en los efectos de lo instituido.
Cuando D. Anzieu introduce, a partir de los datos de la
cura, la noción de yo-piel, y después el concepto de envoltura
psíquica, concebirá naturalmente el proyecto de extender
su descubrimiento a otros campos; se conduce aquí como
epistemólogo preciso, heredero de Freud: tiene la preocupación de trabajar sobre la doble frontera (noción esta introducida por A. Green) del campo psíquico; sobre la frontera
interna -la que resulta del clivaje de lo inconciente y de lo
conciente-, y a la vez sobre la frontera externa -la que organiza, separa, articula las relaciones entre el campo intrapsíquico y el campo intersubjetivo, social, cultural.
En esa ocasión, será fiel también en proseguir el debate
con Lewin inaugurado mucho tiempo antes. Cuando establece la noción de envoltura grupal, es muy natural que se
refiera al pionero de la dinámica de los grupos. Señala que
Lewin había esbozado una reflexión sobre «las barreras del
grupo» (1947) y que se trataba esencialmente de las barreras que se oponen a la circulación de la energía y de la información en el interior del grupo; estas barreras deslindan
entonces sub-espacios internos, regidos por variables específicas. El abandono por Lewin de su modelo topológico dejó
en suspenso el desarrollo de esta reflexión; es en este vacío,
en este hiato, donde Didier Anzieu propone su propio modelo: un grupo mantiene con la realidad externa fronteras materiales e intelectuales, fronteras susceptibles de fluctuación, lugares de conflictos y de cambios.
Las investigaciones de Freud sobre las formas elementales del yo proporcionan otro modelo analógico: «'Ibdo grupo
establece con otros grupos barreras de contacto, abiertas o
cerradas a voluntad, que lo protegen y lo contienen; que fun-
94
cionan también como antenas, filtros de expansión posible».
La hipótesis del yo-piel -hipótesis impuesta por la cura
psicoanalítica individual de los estados llamados precisamente «fronterizos»-- le parece que puede extenderse a la
realidad grupal. Es así como presenta el estado de la cuestión en 1983.
Algunos años antes, D. Anzieu precisaba lo siguiente:
«Un grupo es una envoltura que mantiene juntos a los individuos. Mientras esta envoltura no se haya constituido,
puede existir un agregado humano, pero no un grupo. lCuál
es la naturaleza de esta envoltura? Los sociólogos que han
estudiado los grupos, los administradores que los han dirigido, los fundadores que los han creado, ponen el acento en
el entramado de reglas implícitas o explícitas, de costum·
bres establecidas, de ritos, de actos y hechos que tienen valor de jurisprudencia, en las asignaciones de lugares en el
interior del grupo, en las particularidades del lenguaje entre los miembros, que sólo ellos conocen. Esta red, que encierra los pensamientos, las palabras, las acciones, permite
al grupo constituirse como un espacio interno (que procura
un sentimiento de libertad en la eficacia y que garantiza el
mantenimiento de los intercambios dentro del grupo) y una
temporalidad propia (que incluye un pasado en el que establece su origen y un porvenir en el que proyecta cumplir
ciertos fines). Reducida a su trama, la envoltura grupal es
un sistema de reglas, que opera por ejemplo en todo seminario, religioso o psicosociológico. Desde este punto de vista,
toda vida de grupo está capturada en una trama simbólica:
ella lo hace perdurar. Sin embargo, esta es una condición
necesaria pero no suficiente. Un grupo en el que la vida psíquica ha desaparecido puede sobrevivir. La carne viva ha
desaparecido de su envoltura, queda sólo la trama» (1981,
pág. 1).
Quisiera continuar la cita: «No hay otra realidad interior
inconciente que la individual --escribe Anzieu-, pero la
envoltura grupal se constituye en el movimiento mismo de
la proyección que los individuos hacen sobre ella de sus fantasías, de sus imagos, de su tópica subjetiva (es decir, lamanera en que se articula, en los aparatos psíquicos individuales, el funcionamiento de los sub-sistemas de la tópica: ello,
yo, yo ideal, superyó, ideal del yo). Por su cara interna, la
envoltura grupal permite el establecimiento de un estado
95
psíquico transindividual, que propongo llamar un sí-mismo
de grupo: el grupo tiene un sí-mismo propio. Mejor aún, él es
sí-mismo. Este sí-mismo es imaginario. Funda la realidad
imaginaria de los grupos. Es el continente en el interior del
cual se activará una circulación fantasmática e identificatoria entre las personas. Es el que hace vivir al grupo» (ibid.,
págs. 1-2).
He ahí marcada la diferencia con un abordaje psicológico
del grupo. Seguramente convoca al debate, por ejemplo
acerca del postulado de que no hay otra realidad inconciente que la individual. En cuanto a mí, sostendré más bien
que la hipótesis de que la realidad psíquica inconciente es
en parte (¿pero en cuál?) transindividual explica ciertas
condiciones intersubjetivas de la formación del inconciente
del sujeto considerado en su singularidad.
La cuestión de la realidad psíquica de/en el grupo
Después de Freud, de Bion, de Foulkes y de los trabajos
de la escuela francesa, parece que estuviera suficientemente establecida la hipótesis de que el grupo es el lugar de una
realidad psíquica propia y, tal vez -€Sta es mi opción-, el
aparato de la formación de una parte de la realidad psíquica
de sus sujetos.
Siguen en suspenso varias cuestiones que requieren una
mayor precisión. En primer lugar, la noción misma de realidad psíquica: coextensiva del espacio intrapsíquico en la
representación dominante que propone de ella la teoría
psicoanalítica, sin embargo debe conciliarse con nociones
freudianas tales como la comunidad de las fantasías, la psique de grupo, las identificaciones y los ideales comunes y
compartidos, con la idea de que el hombre es un «animal de
horda».
Sobre la noción de realidad psíquica
La realidad psíquica se define en primer lugar por su
consistencia propia: la materia psíquica, el material psíquico, son irreductibles y oponibles a cualquier otro orden
96
de realidad. La consistencia propia de la realidad psíquica
es la de las formaciones, los procesos y las instancias que genera el inconciente; y que generan, en especial, las fantasías
inconcientes y las series conflictivas deseo/defensa, placer/
displacer, realidad interna/realidad externa. Cuando Freud
consume el paso de la teoría de la seducción a la teoría de la
fantasía de seducción, en la formación de síntomas neuróticos sólo contará la realidad psíquica, en razón del valor
específico (exagerado) que habrá adquirido para el sujeto
neurótico. De La interpretación de los sueños (1900) al Esquema del psicoanálisis (1938), la prevalencia acordada
a los deseos inconcientes especifica la realidad psíquica:
«Cuando nos vemos en presencia de deseos inconcientes
llevados a su expresión última y más verdadera, estamos
obligados a decir que la realidad psíquica es una forma de
existencia particular que no debe confundirse con la realidad material» (S. Freud, 1900, GW II-III, pág. 625). El
sueño y las formaciones homólogas cuya estructura es la de
las formaciones de compromiso, el síntoma por ejemplo, son
la vía de acceso al conocimiento de la realidad psíquica. Este
conocimiento supone, para quien se empeñe en él, la aptitud
para reconocerlo en sí mismo y en el otro, para interpretarlo.
La teoría psicoanalítica propuso varios modelos de la formación de la realidad psíquica: el modelo de las formaciones
originarias, efectos de la represión originaria o de las trasmisiones transindividuales, supone un ya-ahí de las formas
organizadoras de la realidad psíquica, mientras que el modelo del apuntalamiento explica una derivación de la realidad psíquica a partir de órdenes de realidad necesarios para
la vida y ocasiones de experiencias generadoras de realidad
propiamente psíquica. Cualquiera que sea la prevalencia de
estos dos modelos en la teoría, uno y otro suponen la precedencia de una realidad psíquica ya constituida y dotada de
una capacidad constituyente.
Por lo tanto, una parte de la realidad psíquica es compartida con otros sujetos: Freud seguirá esta línea de pensamiento en los conceptos de identificación por el síntoma, de
comunidad de la fantasía, de apuntalamiento de las pulsiones del yo en el yo de la madre. Esta perspectiva se precisará en la idea de que la realidad intrapsíquica induce, según
diversas modalidades, formaciones y procesos de la realidad
psíquica de otro sujeto, de un conjunto de otros: así será,
97
como lo he destacado, a propósito de la teoría del yo, del
superyó y de las identificaciones en la segunda tópica.
En razón de estas extensiones, podemos cuestionar los
límites de la realidad psíquica: en principio, no coincide con
el espacio individual y su apuntalamiento corporal. Los
principios que explican la formación y la consistencia de la
realidad psíquica no remiten a una determinación pura·
mente intrapsíquica, sea que consideremos las condiciones
de la represión, los procesos del apuntalamiento o, a fortiori,
la hipótesis filogenética. Hay aquí un primer objeto de debate.
Un segundo objeto de debate se inscribe más precisamente en la extensión de la noción de realidad psíquica en
los conjuntos pluripsíquicos tales como los grupos. Hay que
tener en cuenta que a esta perspectiva se oponen ciertos
obstáculos cuando la experiencia psicoanalítica se funda exclusivamente en la práctica de la cura individual.
Podemos analizar e interpretar sin mayor dificultad las
investiduras pulsionales y las representaciones de las que
el grupo es objeto en la realidad psíquica de sus miembros.
La cura psicoanalítica individual vuelve accesibles al analizando y al analista tales formaciones; sin embargo, no permite seguir sus efectos en el arreglo de la realidad psíquica
que tiene su lugar en el grupo.
Si aceptamos la hipótesis de que la realidad psíquica se
manifiesta en un grupo, no nos será difícil admitir que, en
una parte decisiva, ella consiste en los efectos de los deseos
inconcientes de sus miembros, y que conserva estructuras,
contenidos y funcionamientos propios de cada uno de los
sujetos singulares: la actividad de la represión secundaria,
la fantasía inconciente secundaria, la producción de síntomas, el conflicto psicosexual inconciente, los mecanismos
de defensa, son «en extremo estrictamente individuales»,
como lo destaca Freud. Debemos estar atentos, sin embargo, a la manera como la realidad psíquica se manifiesta, a
los contenidos electivamente movilizados, a las trasformaciones que sufre y a los efectos que produce al ligarse en el
grupo a formaciones idénticas, homólogas o antagonistas de
otros sujetos. No obstante, deberemos admitir también que,
si no experimentamos reticencias con respecto a esta idea,
es porque nuestra concepción del grupo sigue siendo, todavía y por lo general, la de una suma de psiques individuales.
98
De hecho, nos resultará más difícil concebir, analizar e interpretar como perteneciente a un nivel de determinación,
de organización y de funcionamiento grupales, la realidad
psíquica --o, al menos, algunas dimensiones de ella- que
se contituye en los grupos. A esta hipótesis se opone principalmente la dificultad sostenida en la incertidumbre teórica
acerca del modo de producción de esta realidad. Para avanzar en este debate, es necesario enriquecer aún nuestra hipótesis.
La noción de realidad psíquica de grupo: principales
conocimwntos adquiridos y problemas teóricos en
suspenso
Resumamos las principales adquisiciones: en el grupo se
producen formaciones y procesos psíquicos, y estos se rigen
por una lógica de determinación y por instancias propias del
conjunto. Una variante de esta proposición es que el grupo
es el lugar de una realidad psíquica que sólo se produce en
grupo. Podemos decir también que la realidad psíquica del
grupo no se reduce a la suma de los aportes de los miembros
del grupo. En estas formaciones y estos procesos queda por
identificar su modo de constitución, su funcionamiento y
sus efectos.
Estas adquisiciones, notémoslo, podrían calificar por
otra parte los trabajos de la psicología social, y más precisamente, los de la dinámica de los grupos. Lo específico de la
perpectiva psicoanalítica es que considera al grupo como
sistema de formaciones y de procesos psíquicos derivados
del inconciente en su determinación propia de cada sujeto y
en sus determinaciones transindividuales; además define
al grupo como aparato generador de efectos psíquicos relativamente autónomos con relación a los psiquismos singulares que son sus soportes y productos; como aparato de la
realidad psíquica que mantiene en ligazón a las formaciones intrapsíquicas de sus sujetos, trabaja y contíene las formaciones que les son comunes, así como las que son generadas por su agrupamiento. Desde este punto de vista, podemos considerar al grupo, bajo reserva de las representaciones imaginarias que lo objetivarían en una imago, como una
entidad psíquica regida por determinaciones y procesos pro-
99
pios. Estos últimos acreditarían la realidad psíquica de grupo y admitirían la noción de un trabajo psíquico del grupo.
Sostendrían la noción del grupo como entidad específica.
Evidentemente, el problema teórico capital es el del inconciente en el grupo: la hipótesis de la realidad psíquica
de/en el grupo lo presupone, pero no lo resuelve, en tanto no
dispongamos de representaciones suficientemente consistentes y probadas para describir el o los lugares psíquicos,
las energías y los procesos que le son propios, los conflictos
que se engendran con otras instancias y los efectos que allí
se producen.
Si bien los conceptos propuestos por Freud, después por
Bion, Foulkes y sus colaboradores, luego por los psicoanalistas de la escuela francesa, suponen la hipótesis del inconciente en los grupos, sin embargo no explican estas cuestiones.
Debemos pues tratar el siguiente problema: lqué metapsicología puede explicar el inconciente, las formaciones y
los procesos que otorgan a la psique de grupo y a s-µs producciones un estatuto dentro del psicoanálisis? Más precisamente: lcómo acreditar un trabajo psíquico de grupo; una
represión y contenidos reprimidos por o bajo el efecto del
grupo, un retorno de lo reprimido y la formación de síntomas como consecuencia de una subjetividad de grupo?
Para describir la realidad psíquica propia del grupo, es
necesario construir conceptos adecuados. No bastará calificar de grupal al inconciente que produce allí sus efectos, o
a la «mentalidad» que se forma en él. Debemos tomar en
consideración las formaciones y los procesos de la realidad
correspondientes al nivel del grupo bajo el aspecto en que
son producidos, dispuestos y ordenados por el trabajo psíquico propio del grupo.
En la mayoría de las elaboraciones insiste la idea de una
dimensión grupal de los fenómenos psíquicos considerados
determinantes y específicos. «Grupal» califica a una mentalidad, a una forma de la ilusión, a una organización defensiva, a una modalidad de la repetición, a un objeto de la trasferencia, a una dimensión de la resistencia, a un discurso, a
un trabajo psíquico realizado por un «aparato de grupo», homólogo y diferente del aparato psíquico «individual». Pero
en numerosos casos, <<grupal» denota tanto un vínculo que
emerge como una determinación. Finalmente, en la cuasi
100
totalidad de los casos, estos elementos de teorización dejan
de lado proposiciones consistentes sobre la cuestión del
sujeto del inconciente en su relación con el grupo.
iEn qué sentido formaciones y procesos psíquicos
pueden ser llamados grupales?
Lo que se califica como grupal corresponde a niveles de
estructuración y funcionamiento muy diversos, que debemos distinguir. Un primer elemento de discriminación se
funda en formaciones y procesos psíquicos que los miembros del grupo atribuyen al grupo en tanto objeto personificado: decir «el grupo piensa» no es necesariamente describir
un pensamiento o una actividad de pensamiento del nivel
del grupo. Un segundo elemento de diferenciación se basa
en el criterio de que algunas formaciones generales adquieren una especificidad de funcionamiento en la situación de
grupo, sin cuestionar su modo de estructuración, relativamente independiente de la situación de grupo: la ilusión se
declina en sus formas grupal, familiar, de pareja, etc. Un
tercer criterio está constituido por las formaciones y los procesos asociados (estructurados, reorganizados) y calificados
privilegiadamente por sus funciones en la realidad psíquica
del nivel del grupo: no se producirían fuera de una relación
de grupo. Este tercer criterio es el que nos interesa aquí.
Es que partir de este criterio podemos pensar que en los
grupos se forman espacios psíquicos grupales (continentes,
superficies, escenas, depósitos, enclaves, límites, fronteras ... ) producidos por los aportes de los miembros del grupo,
por la ligazón de esos aportes, por aquello que debe crearse
o suscitarse ya en virtud de que el grupo existe con independencia de sus constituyentes singulares; la frontera del grupo y del no-grupo bien puede coincidir, en algún caso, con la
frontera del yo y del no-yo: de todos modos, una frontera del
grupo se crea y se mantiene como formación del grupo. 7
7 Los primeros trabajos sobre la frontera en las grupos se deben al abordaje estructuralista de K. Lewin (1947). Dejaron su huella en las aproximaciones psicoanalíticas de Foulkes, Pichon-Riviere y Anzieu. Entre los
trabajos franceses recientes, señalamos los de D. Anzieu sobre el dispositivo espacial ternario en el psicodrama (1982), de R. Kaes sobre el espacio
corporal y los grupos amplios (1974, 1988), de J.-P. Vida! sobre la grupalidad y las fronteras del yo (1991).
101
Dd mismo modo, se establece un tiempo grupal organizado esencialmente por la ilusión de inmortalidad del grupo
y el mito de origen del grupo. Se constituye una memoria de.
grupo, según principios diferent:es de los de la memoria individual.8
Ya he indicado que, sobre la base de los trabajos de E. Jaques (1955), se identifican algunos mecanismos de defensa
propios del grupo, que los miembros del grupo utilizan para
reforzar sus propias defensas o para suplir con ellos sus defensas faltantes. 9
Las investigaciones de J.-C. Ginoux (1982) destacaron
particularment:e la especificidad grupal de ciertos mecanismos de repetición, y su análisis merece que nos det:engamos
sobre ese punto. Su tesis es la siguient:e: la formación de
una repetición grupal es una de las modalidades que el grupo elige adoptar para preparar la ruptura en caso de transición brutal entre dos cont:extos. Ginoux distingue las repeticiones individuales en grupo y los fenómenos repetitivos
propiament:e grupales. Describe el origen, la función económica, el funcionamiento y la evolución de estos últimos. El
origen de la repetición sería la reactivación repentina de un
pasado olvidado de origen traumatico, reactivación trasferida en la situación de grupo. El origen traumático de la repetición no basta para definirla: igualment:e es actual para
el yo de los participantes, y está ligada desde aquel momento al período inicial de los primeros encuentros entre los
miembros del grupo y el (o los) psicoanalista(s); esos encuentros iniciales entre las representaciones fantasmáticas
de los participantes, el dispositivo de grupo y los analistas
serían vividos bajo el signo de la excitación masiva, del estupor o de la decepción (J.-C. Ginoux, 1982, págs. 36-7).
8 Después de los de E. Minkowski y los de G. Gurvitch, pocos trabajos se
han ocupado de las diversas estructuras de la temporalidad en los conjun·
tos ínter- y trans-subjetivos. Entre las investigaciones recientes de inspi·
ración psicoanalítica grupal, cf. l. Berenstein sobre la estructura psíquica
de la temporalidad familiar (1978) y R. Kaes sobre la pluralidad de los
tiempos y el trabajo de la memoria en los grupos (1985, 1990).
9 Esta cuestión ha sido renovada por los trabajos de R. Roussillon sobre la
paradoja (1991) y los mecanismos metadefensivos en las instituciones
(1988); cf. también las investigaciones de F. André (1986) y F. Aubertel
(1987) sobre los mecanismos de defensa y las defensas paradójicas en las
familias.
102
La función económica de la repetición grupal puede entenderse de dos maneras complementarias: la primera insiste en la reproducción compulsiva de un trauma originario; la segunda, en la restitución abreactiva y progresiva de
una situación pretraumática. En la segunda concepción, Ginoux privilegiará el valor de reacción defensiva de las repeticiones grupales: defensa destinada a aislar a los participantes de un ambiente actual insuficientemente adaptado
a sus necesidades más profundas. Esta perspectiva precisa
el origen de la repetición grupal en una sucesión de fallas en
un ambiente que momentáneamente se ha vuelto incapaz
de ejercer una función de protección y de para-excitaciones.
Ginoux puso a prueba su hipótesis en varias situaciones
clínicas: desde mi punto de vista, sin embargo, un análisis
diferencial mostraría que se valida con precisión tanto mayor si es posible determinar las especificidades de la trasferencia, de la contratrasferencia y de la intertrasferencia. De
hecho, la noción de falla en el ambiente no es objetivable
fuera de la fantasía actualizada por y en la trasferencia
sobre los objetos del ambiente. En mi opinión, numerosos
ejemplos mostrarían más bien que las trasferencias que
constituyen al «ambiente» como lo bastante fiable hacen
posibles la actualización y la perlaboración de los traumas
anteriores. 10
El análisis de Ginoux tiene el mérito de especificar las
condiciones que posibilitan la consideración grupal de la
repetición. La noción clásica propuesta por D. Anzieu de
una forma de la ilusión que sería grupal no define solamente un objeto de la ilusión, sino también una modalidad
de su producción y una función específica en la génesis de la
realidad psíquica de grupo. Las nociones de imaginario grupal y de envoltura psíquica grupal corresponden a esas dimensiones: ni la ilusión grupal, ni el imaginario grupal, ni
la envoltura grupal se cualifican por su estructura grupal,
sino por su función en el proceso grupal y en la posición del
sujeto en el grupo.
En mis propias investigaciones, distinguí otros tipos de
formaciones psíquicas grupales, cuya estructura y cuyos
10 Entre los escasos trabajos sobre la repetición en los grupos, el artículo
de J .. J. Baranes e Y. Gutierrez (1983) merece una particular atención:
analiza la participación repetitiva en grupos de formación y la elaboración
que de esto puede hacerse del lado de la contratrasferencia.
103
efectos son homólogos de las formaciones de compromiso y
de los síntomas; puse en evidencia las formaciones del ideal
propias del grupo y de los conjuntos, principalmente las formaciones del ideal, de la idea omnipotente y del ídolo fetiche
que son las ideologías. Mostré que los procesos asociativos,
a los que contribuyen los procesos primarios de cada sujeto,
se organizan en cadenas asociativas gru]Xlles. Estas se encuentran determinadas doblemente: están constituidas por
los enunciados sucesivos o simultáneos de los miembros del
grupo y determinadas por una lógica gru]Xll cuyos contenidos y organizaciones surgen de un pensamiento grupal. 11
He supuesto-y me he explicado acerca de esta hipótesisque, en el orden de su lógica propia, el grupo sostiene y organiza una parte de la función represora, en tanto los mecanismos de la represión son intrapsíquicos. Finalmente, el
modelo del G]Xlrato psíquico gru]Xll califica a un dispositivo
de ligazón, de formación, de trasforrnación y de trasmisión
de la realidad psíquica correspondiente al nivel del grupo.
Más allá de los criterios de definición de lo grupal, crite·
rios heterogéneos puesto que unas veces se trata de definir
efectos de grupo, otras veces estructuras de grupo o aun
funcionamientos de grupo, en todo caso -y es una adquisición considerable-- estos conceptos designan una zona de
la realidad psíquica que sólo recibe su valor y su consistencia del hecho de estar ligada al agrupamiento de los sujetos
que la constituyen: subsiste por fuera de su singularidad.
Mejor aún: reinstala el debate sobre la articulación de lo
intrapsíquico y lo grupal.
'Tudas estas cuestiones obedecen una vez rriás a la dificultad de pensar la posición del inconciente en el espacio del
sujeto y en el espacio del grupo.
La realidad psíquica en el grupo: la conjunción de la
realidad psíquica individual y de la realidad psíquica
grupal
Para considerar esta articulación, es necesaria una hipótesis más compleja. Mi proposición es que las formaciones y
11 Las investigaciones que he impulsado sobre los procesos asociativos y
el trabajo del pensamiento en los grupos podrían, evidentemente, aclarar
estas cuestiones.
104
los procesos psíquicos que se forman y se manifiestan con
predilección en el espacio pluripsíquico grupal son conjuntamente producidos y regidos por la lógica de las instancias
individuales: sería el arreglo particular de esas formaciones
y procesos lo que constituiría en parte el indicio de realidad
psíquica en el grupo. Podemos decir las cosas de otro modo, y
precisarlas así: la realidad psíquica del nivel del grupo se
apoya y se modela sobre las estructuras de la realidad psíquica individual, principalmente sobre las formaciones de
la grupalidad intrapsíquica; estas son trasformadas, dispuestas y reorganizadas según la lógica del conjunto. Es decir que el agrupamiento mismo impone exigencias de trabajo psíquico comandadas por su organización, su mantenimiento, su lógica propia. De esto resultan formaciones y
procesos psíquicos que pueden ser llamados grupales, en la
medida en que sólo se producen por el agrupamiento. En
consecuencia, el grupo debe ser pensado como el aparato de
esta trasformación de la materia psíquica, el lugar de su
trasmisión. Diremos también que los efectos subjetivos y el
valor de la realidad psíquica del nivel del grupo están constituidos por el aporte de cada uno en el grupo, aporte formado por Jo que pone, inviste, proyecta, rechaza y dispone en el
grupo.
La proposición que postulo sostiene que algunas formaciones psíquicas serían comunes al grupo y a cada uno:
tal comunidad se realiza principalmente por las identificaciones, y se manifiesta en el ideal del yo, al cual Freud
atribuye este estatuto de formación intermediaria intersubjetiva; otras formaciones serían comunes por ser de naturaleza transindividual, es decir, propias de la especie o antropológicas: es el caso de las estructuras de las fantasías originarias y del complejo de Edipo. Sin embargo, para que estas
formaciones adquieran un indicio de realidad psíquica, es
necesario que sean objeto de una apropiación en el grupo y
en los sujetos que lo constituyen.
Me parece que estas proposiciones explican la sobredeterminación de la realidad psíquica supuesta de/en el
grupo: esta aparece compleja, compuesta, intricada, condensada. El análisis deberá, pues, distinguir diversos componentes en la formación, la estructura y el funcionamiento de
la realidad psíquica en los grupos, por más que persista una
imposibilidad de decidir en cuanto a sus relaciones: el grupo
105
está ya-ahí para cada sujeto, el cual no es su causa pero sí,
en parte, su efecto. Las funciones y la estructuración psíquica que, por el hecho de su precedencia, realiza el grupo,
sostienen a cambio las investiduras de cada uno en el grupo.
La realidad psíquica, en el grupo, consiste en aquello que de
los sujetos del grupo corresponde al grupo, y en lo que el
grupo produce y arregla, en su orden de determinación propio y para su propio fin. La parte que corres¡:onde al trabajo
específico del agrupamiento es analizable con el concepto de
aparato psíquico del agrupamiento. En distinto grado, estas
partes permanecen fuera del campo de la conciencia de los
sujetos del grupo y, a fortiori, la relación entre estas partes
sigue siendo inconcier,:.t para ellos.
La hipótesis que sostengo acerca de la complejidad de la
realidad psíquica del nivel del grupo presenta un doble interés: sobre todo, el de no atascarse en ninguna de las cuestiones fundamentales que plantea la hipótesis de la realidad psíquica propia del grupo y, en primer lugar, la del estatuto del inconciente: su tópica, sus modos de constitución,
de funcionamiento y de manifestación. De hecho, mi punto
de vista es que cuando suponemos un nivel específico de la
realidad psíquica cuyo lugar y organización sería el grupo, a
mi juicio gracias al aparato de ligazón, de trasformación y
de diferenciación que ahí opera, no podemos sostener que
este despliegue de los procesos y las formaciones psíquicas
signifique una determinación enteramente autónoma, que
fuera extraña a los sujetos constituyentes del grupo. Este
desarrollo y esta determinación se despliegan por una parte
a través de la intermediación de los sujetos singulares, por
el arreglo complejo de formaciones y de procesos psíquicos
movilizados de preferencia en el sujeto del grupo, y por otra
parte son administrados por el aparato del grupo.
El segundo interés es el de distinguir la realidad psíquica del nivel del grupo de la realidad intrapsíquica en el espacio grupal. Así podemos articular estas dos dimensiones,
por mucho tiempo y aún hoy separadas con frecuencia en la
teoría y la clínica. Los corolarios de estas proposiciones son
que, primero, podremos considerar la formación de la realidad psíquica individual a partir de ciertas exigencias impuestas por el grupo y a partir de ciertas experiencias de la
realidad psíquica de/en el grupo; segundo, deberemos tratar la cuestión del sujeto del inconciente en el grupo.
106
Es muy evident.e que una hipót.esis tal debe ser estable·
cida con precisión y su int.erés teórico debe ser confrontado
con sus efectos en la clínica. Para situar somerament.e la di·
mensión de esta apuesta, bastará preguntarse si el trabajo
psicoanalítico en situación de grupo puede conducir a cierto
desprendimiento del yo (Je) de los vínculos que lo han constituido, cuando est.e trabajo se propone como objetivo el solo
reconocimiento de aquello que corresponde en propiedad a
cada sujeto en los nudos de realidad psíquica de los cuales
se forma el grupo. Admitir que la realidad psíquica en el
grupo no se deja reducir a la suma de las contribuciones psí·
quicas de cada uno de sus miembros considerados aislada·
mente es también admitir que las investiduras y las repre·
sentaciones de cada uno se ligan y se metabolizan en forma·
ciones y procesos psíquicos originales. Si el análisis no los
incluye en su campo, la mayoría de estas formaciones y de
estos procesos serán incognoscibles o permanecerán extra·
ños a cada uno; por el contrario, desde el momento en que el
análisis los toma en consideración, los distingue y los int.er·
preta como efectos de un acoplamiento psíquico de los suje·
tos en el vínculo de grupo, desde el momento en que los reconoce como formaciones y procesos producidos en el grupo
por sus sujetos y sin ellos saberlo, entonces no excluye al
sujeto, por el contrario lo restablece como sujeto, actor y ac·
tuado en est.e acoplamiento. El yo (Je) es entonces estimu·
lado a pensar estas formaciones psíquicas sin sujeto singular exclusivo, estos procesos y estas formaciones que constituyen la part.e int.ersubjetiva de su subjetividad.
Los probkmas metodológicos para poner a trabajar
No era posible avanzar en la formulación de estos problemas sin emprender un nuevo trabajo empírico, y esta fue
sobre todo y esencialmente la obra de los psicoanalistas ingleses: se elaboraron prácticas de grupo que encontraron en
la teoría y en el método psicoanalíticos apoyos, correspon·
dencias, aproximaciones que la crítica y la clínica permitieron adecuar al análisis del grupo.
Pero quisiera formular un punto de vista crítico sobre la
focalización de las int.erpretaciones en el grupo considerado
como entidad y excluyendo la posición del sujeto en el grupo.
107
Los conceptos creados por la escuela inglesa, la de Bion
como la de Foulkes, han despejado las primeras vías que
permitieron precisar la consistencia de las formaciones y de
los procesos psíquicos propios del grupo. Todos estos conceptos han tenido como fundamento la hipótesis de que el
grupo es un sistema, una organización y una unidad de producción específica. La consecuencia práctica de esta hipótesis teórica, más allá de la diferencia de tratamiento que
recibe en Bion y en Foulkes, es que el grupo como entidad es
el objeto de la investigación y del trabajo psicoanalíticos. Si
bien los conceptos de mentalidad de grupo, de cultura de
grupo, de supuesto básico o de red y de matriz grupal son
pertinentes, por ejemplo para plantear el problema de las
trasferencias y del proceso asociativo en los grupos, las
asignaciones de meta y las alternativas técnicas propuestas
por Foulkes para el análisis de grupo plantean cuestiones
delicadas cuando él toma en consideración las reacciones de
espejo bajo el aspecto exclusivo del aprendizaje y del comprender, sin integrar los efectos imaginarios alienantes de
este encuentro. La primacía otorgada a la integración del
individuo en el grupo, al desciframiento de los síntomas y de
los sueños y de los símbolos confirma el poder de la imago
del grupo en este paso de un concepto teórico (el grupo como
totalidad) a una posición que puede ser calificada de ideológica (el grupo como principio explicativo y como figura
unificada). Una perspectiva que insista en el desagrupamiento, en la desligadura de los efectos de grupo, el advenimiento del yo (Je) y no el desarrollo del yo (moi), no es la
de la corriente foulkesiana.
En lo que me concierne, no me parece lo bastante evidente que el proceso de comunicación y el aprendizaje de que es
objeto, uno y otro sostenidos por las intervenciones de los
psicoanalistas (que se llaman a sí mismos líderes) tenga por
resultado hacer «conciente lo inconciente», si tal es a pesar
de todo el fin que se propone el trabajo psicoanalítico. Se su·
pone que el efecto de una interpretación que pesa exclusivamente sobre el grupo repercute en el espacio intrapsíquico
de sus miembros: en efecto, la interpretación no debe afectarlos directamente. Esta posición táctica, en el sentido de
que pone en juego el tacto en la técnica, por pertinente que
sea en los límites que impone la clínica, no puede erigirse
como regla del método. Tampoco puede ser propuesta como
108
un principio teórico en tanto no esté hecha la articulación, lo
más precisamente posible, entre el nivel de la realidad psÍ·
quica (bajo el efecto) del grupo y el nivel correlativo de la
realidad intrapsíquica, incluso transindividual, en los suje·
tos del grupo reunidos en situación de grupo.
La cuestión que hoy se plantea es precisar qué situación
psicoanalítica crearía las condiciones adecuadas para la
manifestación de los efectos propios del grupo y de las po·
siciones subjetivas que de ellos derivan o que los codeterminan.
De hecho, podemos comprobar zonas !acunares en el
trabajo emprendido para definir las condiciones metodoló·
gicas que fundarían una situación psicoanalítica en un dis·
positivo de grupo. Las propuestas hechas, principalmente
en Francia al comienzo de la década de 1970, para precisar
estas condiciones (D. Anzieu, R. Kaes, A. Ruffiot, J.-C. Rou·
chy) posibilitaron una articulación más rigurosa entre la
clínica y la teorización de los procesos de grupo, un abordaje
diferencial de los diferentes dispositivos psicoanalíticos. 12
Sin embargo, sobre cuestiones tan fundamentales como los
procesos asociativos en situación de grupo, las cadenas y las
redes asociativas que ahí se producen y que organizan el
«discurso del grupo», o como aquellas otras, correlativas,
de la contratrasferencia, de la escucha del discurso y de la
interpretación, exceptuadas algunas pocas propuestas, de·
bemos reconocer que la investigación no está sino en sus
comienzos.
Las insuficiencias de la investigación metodológica tie·
nen parte de la responsabilidad en ciertas zonas de impre·
cisión de la elaboración teórica.
Segunda y tercera rupturas epistemológicas
En el momento en que se pueden distinguir y designar
los niveles lógicos de la realidad psíquica y sus interfe·
rencias en la complejidad y la heteroge_neidad del fenómeno
grupal, se produce una segunda ruptura epistemológica en
12 Tenemos numerosas descripciones de dispositivos técnicos de grupo,
pero pocas reflexiones críticas sobre la metodología; cf. los estudios de
D. Anzieu (1973, 1982), A. Bejarano (1972), R. Kaes (1972, 1976, 1991),
J .. c. Rouchy (1983), A. Ruffiot (1981, 1986), E. Granjon (1989).
109
el abordaje psicoanalítico del grupo. Se hace posible entonces proponer un modelo de inteligibilidad, por imperfecto
que sea, para pensarlos en sus articulaciones. Esta segunda
trasformación es necesaria para la elaboración de la explicación psicoanalítica, desde el momento en que la metapsicología del aparato psíquico individual no puede ella sola
dar cuenta de las formaciones y los procesos psíquicos específicos de la dimensión grupal de los efectos del inconciente.
Para que aparezca esta segunda fase, será necesario que
el estatuto de miembro de un grupo deje de ser pensado
como el de un simple elemento de la estructura desprovisto
de toda subjetividad: por el contrario, debe ser establecido
como el de un sujeto del inconciente, cuya conflictiva interna se acopla con la de otros sujetos del inconciente para formar el grupo. En consecuencia, sobre estas bases se podrá
examinar al grupo en cuanto a la función que cumple para
el sujeto del inconciente. Esta perspectiva que yo sostendré
muy particularmente será abierta sólo a comienzos de la
década de 1970. Con el modelo del aparato psíquico grupal,
introduciré una mirada interpretativa de dos caras, centrada en los anudamientos de los efectos de grupo con los efectos del inconciente en el espacio intrapsíquico, principalmente con la fantasía secundaria.
Es previsible una tercera ruptura, ya puesta en marcha:
se inscribe en las trasformaciones introducidas en la teoría
del aparato psíquico, especialmente en la concepción del inconciente, por las construcciones surgidas del abordaje psicoanalítico de los grupos.
110
3. El inconciente y el grupo
Construcción de los objetos teóricos
Los psicoanalistas no son amos de los contenidos y de los
límites que asignan a su objeto. Por definición, por la experiencia de sus efectos en la situación de la cura, por la posición misma del sujeto del conocimiento, el inconciente tendrá que ser conocido y reconocido a través de las situaciones
más aptas para la manifestación de sus efectos. Limitemos
y resumamos nuestra tesis: el recorte teórico y práctico del
objeto del psicoanálisis no puede independizarse enteramente de las condiciones históricas, sociales y culturales en
las que se construye. La invención del psicoanálisis, el de·
bate sobre el inconciente, están determinados en parte por
ese contexto, por formas y lugares de emergencia y com·
prensión del sufrimiento psíquico, por el «malestar en la cul·
tura» y por sus manifestaciones tópicas, por las propuestas
llevadas a la práctica para aliviar algunos de sus efectos.
Por otra parte, este debate está determinado por la búsqueda incesante de invariantes fundamentales.
El uertex que organiza la especificidad de la teoría y del
método psicoanalíticos es que la realidad intrapsíquica está
estructurada por el conflicto psico·sexual inconciente. No es
posible sustituirlo por otro. Sin embargo, el desarrollo del
espacio epistémico del psicoanálisis se ha ido caracterizan·
do progresivamente por la toma en consideración de un con·
junto complejo y heterogéneo de dimensiones de la realidad
extrapsíquica, bajo el aspecto exclusivo en que estas realidades -biológicas, lingüísticas, intersubjetivas, sociales,
culturales- son trascritas, trabajadas y reelaboradas en el
espacio intrapsíquico bajo el efecto de la exigencia de trabajo
ps{quico que imponen a la psique sus· ligazones con estos
órdenes de realidad.
Esta exigencia de trabajo es multiforme puesto que trata
el efecto de la dualidad psíquica inicial placer/displacer, el
efecto de la apertura originaria de la psique a la presencia, a
111
la palabra, al deseo y a lo reprimido de más de un otro, el
efecto de las prohibiciones antropológicas que le son significadas en las versiones que produce de ellas cada conjunto
intersubjetivo, etc. Además, la teoría general del apuntalamiento, cuyo modelo básico se desprende de la teoría restringida que Freud propuso de él en 1905 y que luego amplió, ha sido y sigue siendo una de las construcciones epistemológicas fundamentales de la teoría del psicoanálisis. A
cada una de estas exigencias de trabajo impuestas a la psique corresponden los conceptos específicos de pulsión, representación, identificación, superyó, formaciones del ideal,
sublimación.
Introducir el grupo como concepto teórico en psicoanálisis implica ponerlo a trabajar en su campo epistemológico
propio. El recorrido que propongo, aquí nuevamente muy
breve, comenzará por una interrogación acerca de la consistencia del objeto específico del psicoanálisis. El objetivo de
este recorrido es determinar cómo este objeto puede ser
afectado por la cuestión del grupo, especificar qué enunciados de problemas referidos al inconciente hacen posible o
imposible esta introducción. Este primer conjunto de cuestiones es históricamente segundo, puesto que es consecutivo al corte epistemológico practicado en la concepción psicosociológica del grupo a partir de dispositivos metodológicos relacionados con la situación psicoanalítica. El cambio
de problemática introducido por este corte tuvo como consecuencia la distinción de niveles lógicos en la formulación
de la cuestión del grupo; esta distinción se hizo necesaria
para precisar qué tipo de objetos teóricos deben construirse
para establecer una problemática psicoanalítica del grupo.
Debemos, pues, poner en evidencia la complejidad y la heterogeneidad de los objetos, de los niveles de realidad psíquica
que ellos definen, de las relaciones que mantienen unos con
otros. Sólo en esas condiciones será posible, al final del análisis, descubrir los efectos-retorno que la cuestión del grupo
puede producir en la teoría y la epistemología del psicoanálisis.
.
112
Sobre la consistencia del objeto propio del
psicoanálisis
La hipótesis del ínconciente
El campo del conocimiento y de la práctica propia del
psicoanálisis se específica por un conjunto organizado de
trabajos de investigación y de conceptos referidos a un objeto teórico designado por Freud como «la hipótesis del inconciente»; ve en este objeto teórico lo esencial de su descubrimiento. Destaquemos que tal hipótesis mantiene al
sujeto del conocimiento del inconcíente en una relación ab·
solutamente específica con su «objeto»: este no le es acce·
síble sino en la medida en que acepte dejarse atrapar por
sus efectos, bajo la condición de su trasferencia en otro sujeto que tiene algún interés por recibirlos y reconocerlos
como tales. De este modo, el método del conocimiento del
inconciente se inscribe en la intersubjetividad: la interpretación abre la vía del conocimiento de sus efectos. Más que
cualquier otra, la cuestión del grupo permite examinar la
función de la intersubjetividad en el proceso constitutivo de
los contenidos originarios y secundarios del inconciente, en
la formación de los síntomas y de la simbolización.
Freud despeja progresivamente la hipótesis del inconciente, y la teoría de la represión que es su «pilar de fundación» (1915), a partir de la cura individual de las neurosis;
establece, ensaya y consolida esta hipótesis a partir de la
extensión de los conocimientos teórico-clínicos adquiridos a
otras situaciones que aquella, paradigmática, de la cura, es
decir, a situaciones de la vida cotidiana o de la cultura. De
este modo descubre que ciertos contenidos del psiquismo
permanecen clivados del campo de la conciencia, y que
aquellos que le son accesibles fueron primeramente reprimidos en un lugar psíquico particular que ejerce una atrae·
ción sobre ellos. En tanto sistema diferenciado del aparato
psíquico, el inconciente posee caracttirístícas específicas:
una energía, un proceso, una lógica y unos contenidos pro·
píos, que permanecen inaccesibles a la observación directa;
los procesos y formaciones del inconciente sólo pueden ser
reconocidos por sus efectos en la organización de la vida psíquica, principalmente a través de las formaciones de estruc-
113
tura sintomática producidas por el conflicto psíquico y la
división tópica del aparato psíquico.
La teoría de la represión describe los procesos de constitución del inconciente, sus tiempos lógicos y sus efectos en
la organización diferenciada del aparato psíquico. Las relaciones entre la formación de los sistemas del aparato psíquico, los tiempos lógicos de la represión originaria y secundaria, y el retorno de lo reprimido, se examinan desde el
único punto de vista de la lógica que rige su curso en los
límites del órgano psíquico que los contiene.
En el marco de la primera teoría del aparato psíquico, los
contenidos del inconciente están constituidos por los representantes-representaciones psíquicos de la pulsión, cuyo
destino es permanecer en el «lugar>> del inconciente por la
represión originaria y por las representaciones secundariamente reprimidas bajo el efecto conjugado de la repulsión
fuera de lo conciente y de la atracción ejercida por los «grupos de representaciones» del inconciente. Es fundamental
en el marco de esta teoría la noción de apuntalamiento,
puesto que hace derivar los contenidos propiamente psíquicos más primitivos del apoyo que encuentra la pulsión en
las experiencias de satisfacción de las necesidades vitales
corporales. Se entiende así que la teoría del inconciente y de
la represión se aplique esencialmente en los límites de un
aparato psíquico apuntalado en el órgano corporal y que el
concepto de pulsión alcance aquí una importancia decisiva.
Tópicas del inconciente
Pero en la teoría del espacio intrapsíquico individual
concebido como lugar exclusivo del inconciente se operan
algunas aperturas: se podría decir que a partir del momento
en que la cuestión recurrente de la trasmisión psíquica se
establece no solamente a escala de una o dos generaciones,
sino a escala filogenética, o aun en el vínculo sincrónico de
varios sujetos que forman pareja, familia o grupo, Freud
introduce en este período una tópica «deslocalizada», intersubjetiva; el problema metodológico de las trasferencias
viene a inscribirse en la cuestión teórica de la trasmisión,
conceptos designados en alemán por el mismo término, die
Übertragung: el análisis de Dora lo atestigua de manera
114
ejemplar. La primera teoría de las identificaciones histéricas, la noción de fantasías comunes y complementarias, y
principalmente la idea de la identificación mutua por el síntoma, el tropiezo de la contratrasferencia con la resistencia
a la trasferencia -o más exactamente a lo trasferido del
paciente-, señalan desde esta época una inflexión sensible
en la concepción de la tópica del inconciente. Aparecerá otro
indicador de este cambio cuando la teoría de las pulsiones
incluya la noción de pulsiones del yo apuntaladas en el aparato psíquico de la madre. Esta inflexión se hará más precisa cuando Freud considere, con Tótem y tabú, la noción de
una trasmisión intergeneracional de los contenidos inconcientes arcaicos de la humanidad, la idea de una represión
colectiva de un acto trasgresor cometido en común, la hipótesis de una psique de masa, o también alma de grupo (Ma.ssenpsyche, Gruppenseele) «cuyos contenidos y procesos serían idénticos a los del aparato psíquico individual», y finalmente la noción de un aparato de significar/interpretar (ein
Apparat zu deuten) los contenidos inconcientes de otros
aparatos psíquicos.
Estas aperturas y deslocalizaciones de la tópica «individual» del inconciente hacia una tópica transindividual e
intersubjetiva preceden a los textos de 1915, Lo inconciente
y La represión: es notable que estos textos de fijación didác·
tica no tomen en cuenta estas hipótesis. Sólo serán retomadas y ampliadas en el marco de la segunda teoría del
aparato psíquico; en ese momento serán introducidas nuevas instancias, en las cuales el inconciente de la primera
tópica se deslocaliza en el interior del aparato psíquico: aun
si las características estructurales que lo definían precedentemente son más bien atribuidas al ello, el inconciente
como cualidad de los contenidos psíquicos cualifica tanto al
yo como al superyó y a las formaciones del ideal.
La modificación producida por Freud no hace sino acentuar y precisar la hipótesis de una filiación y de una tras·
misión trans-subjetivas de las formaciones del inconciente
en las tres instancias, sobre todo en el «ello hereditario», en
el yo que deriva de él y que contiene todas las identificaciones, y en el superyó «heredero del complejo de Edipo» y
«herencia del superyó de los padres». La función del inconciente del otro --de más de un otro- en la formación del
aparato psíquico, y particularmente en la constitución del
115
inconciente, se explicita en los textos que desarrollan las hipótesis centrales expuestas en Tótem y tabú (1913), Psico1.ogía de las masas y análisis del yo (1920-1921), El malestar
en la cultura (1929), Moisés y la religi,ón morwteísta (1939).
De este modo se presenta, de una manera que sigue siendo todavía ampliamente especulativa e hipotética, y a través de la lectura de la primera tópica a la luz de la segunda,
una concepción politópica del inconciente, en primer lugar
dentro mismo del aparato psíquico individual, luego en los
conjuntos pluripsíquicos.
Sin duda, estas hipótesis abiertas en el pensamiento de
Freud se han hecho hoy más «legibles» a partir de la experiencia grupal; deben ser puestas a prueba con los datos que
nos aportan la clínica y la teoría contemporáneas de la psicosis y de las patologías intergeneracionales: estas replantean la cuestión freudiana de la trasmisión y de la herencia
psíquicas, traen a debate las correlaciones -pensables hoy
con mayor claridad- entre la estructura de los vínculos
intersubjetivos y la estructura psíquica del sujeto considerado en la singularidad de su historia. Estas cuestiones y
estas hipótesis están formuladas a partir de trabajos de
psicoanalistas cuya práctica es la de curas individuales y
formas modificadas de estas.
A fortiori, los psicoanalistas que trabajan en un dispositivo pluripsíquico (familiar, grupal) se ven llevados a considerar tales hipótesis: algunos contenidos inconcientes
transitan de un sujeto a otro en ciertas formas de vínculo y
según mediaciones que no son cualesquiera. Algunos contenidos del inconciente de otro, o de más de un otro, son depositados, albergados, cifrados, descifrados y trasmitidos,
con trasformaciones de diversas amplitudes. Por otra parte,
las perspectivas introducidas por estas hipótesis exceden
ampliamente los solos contenidos del inconciente: corres·
ponden a los procesos de la formación del inconciente, im·
plican lo que podríamos llamar la función co·represora del
otro, privilegiadamente la de la madre en su función de vocero, tal como la ha descrito y teorizado P. Aulagnier; plantean interrogantes acerca de las condiciones intersubjetivas
del retorno de lo reprimido, la formación de ciertos síntomas
compartidos y mantenidos en común. Tales hipótesis requieren la construcción de una tópica, una economía y una
dinámica intersubjetivas.
116
Desde ahora, las perspectivas entreabiertas confirman
que el objeto teórico del psicoanálisis no está suficientemen·
te definido si se le asigna, globalmente, la vida psíquica del
individuo, o el estudio de su personalidad normal y pato·
lógica. Es cierto que el inconciente se produce en él y en él
manifiesta sus efectos, y el psicoanálisis ha abierto la vía
al conocimiento y tratamiento de «fenómenos psíquicos que
no serían accesibles de otro modo» (Freud, 1923) que por el
método de la cura individual. Pero estas perspectivas sos·
tienen la hipótesis de que el inconciente, objeto privilegiado
del psicoanálisis, no coincide estrictamente en sus procesos
de formación, en sus contenidos y en sus manifestaciones,
con los límítes y la lógica interna del aparato psíquico del
sujeto considerado aisladamente. No habría isotopía perfec·
ta entre el inconciente y su tópica (o sus tópicas) en la psi·
que individual. El apuntalamiento de la pulsión y de sus representantes-representaciones en el organismo corporal no
bastaría para mantener la idea de que el inconciente tiene a
la entidad individual como único soporte y única determina·
ción. Nada, ni en el texto freudiano ni en las investigaciones
posteriores, permite conservar un punto de vista como ese.
Pero si consideramos el punto de vista según el cual la
materia psíquica, sus estructuras y sus funcionamientos
tienen por igual una cualidad, una organización económica
y dinámica, una tópica y un principio de génesis en la intersubjetividad, entonces nos vemos ante algunos problemas
decisivos y complejos que las nociones-encubridoras de inconciente colectivo, grupal o familiar han contribuido ampliamente a ocultar o simplificar.
Las condiciones de posibilidad del campo teórico
propio del psicoanálisis
Empecemos por interrogarnos acerca de las condiciones
de posibilidad del campo teórico propio del psicoanálisis.
El psicoanálisis da cuenta del inconciente, sus formaciones, sus procesos y sus efectos, de las- leyes que los rigen,
dondequiera que se manifieste. Sobre este punto estoy de
acuerdo con lo que escribía D. Anzieu en 1975: «El problema
no es repetir lo que encontró Freud frente a la crisis de la
era victoriana. Es encontrar una respuesta psicoanalítica al
117
malestar del hombre moderno en nuestra cultura presente
(...) Un trabajo de tipo psicoanalítico debe hacerse allí donde surge el inconciente: de pie, sentado o recostado; individualmente, en grupo o en una familia, en todo lugar donde
un sujeto puede dejar hablar sus angustias y sus fantasías
ante alguien de quien supone las escucha y a quien supone
apto para darle razón de ello».
Coincido también con las formulaciones que propuso
M. 'lbrt en 1970 cuando escribía que el psicoanálisis, en tanto
disciplina teórica, «tiene por objeto las posiciones subjetivas
y las formaciones del inconciente que les corresponden,
como tales, con abstracción de los diversos procesos, discursos y prácticas de todo orden que soportan las mencionadas formaciones». En efecto, todas las formaciones del
inconciente sin excepción están soportadas por prácticas y
discursos. Pero -señala M. Tort- el psicoanálisis como
teoría se caracteriza por construir una situación teórica
apta para tomar en consideración las formaciones del inconciente por sí mismas. El soporte de estas formaciones debe
pues ser neutralizado, de tal modo que aparezcan sólo las
formaciones del inconciente y las leyes que las rigen.
Observemos aquí que esta definición no especifica si las
formaciones se manifiestan o incluso se producen sólo en y
por subjetividad individual singular, o si se requiere la in·
tersubjetividad para su constitución, o se la toma en cuenta
para su manifestación. Esta cuestión queda pues abierta.
Consideraré otra proposición de M. Tort: él destaca pertinentemente que la situación teórica del psicoanálisis está
en una relación absolutamente específica con un objetivo no
teórico, al que califica «de tipo terapéutico»: sin embargo, las
condiciones que rigen la construcción de la teoría psicoanalítica, y especialmente esa relación con una situación «de
tipo terapéutico}>, pueden ser explicadas por la teoría psico·
analítica, apoyándose para ello en la naturaleza de los fenó·
menos que son objetos teóricos. La separación teórico-práctica destacada porJ.·L. Donnet (1985) podría encontrar ahí
uno de sus fundamentos, al mismo tiempo que la exigencia
de dar cuenta por la elaboración teórica de toda variación en
la situación y en sus objetivos. Es decir que el territorio de
aplicación del psicoanálisis no se limita a la psicopatología y
a la cura llamadas «individuales», aun cuando esta relación
sea irreductible a todo otro abordaje.
118
Las condiciones formales de posibilidad del campo teórico del psicoanálisis son pues que el inconciente, sus formaciones y sus leyes de constitución sean su objeto, y que este
se manifieste a través de las posiciones subjetivas a las que
corresponden esas formaciones; que la teoría se construya
en una situación específica, apta para neutralizar el soporte
(prácticas y discursos) de las formaciones del inconciente.
En esta medida, y bajo reserva de las condiciones praxiológicas requeridas, el campo teórico del psicoanálisis no se
limita a la cura (a un objetivo «de tipo terapéutico» con manifestación de la psicopatología), aunque sus objetos teóricos estén en una relación particular con esta situación y
con esta manifestación fenoménica.
Lo que importa, en definitiva -y Turt insiste en ello-,
es que sólo la situación psicoanalítica (a la que falta definir)
permite la puesta en evidencia y la adecuada puesta a prueba de las interpretaciones y de las hipótesis teóricas. El mismo dispositivo técnico de la situación psicoanalítica es resultado de una construcción teórica: será pues, por definición, adaptable, modíficable, según las necesidades del
avance de la teorización (aunque empíricamente las modificaciones sean suscitadas sobre todo por la situación clínica).
Este modo de considerar lo que constituye el campo teórico
del psicoanálisis delimita correlativamente el de lo extrapsicoanalítico, específicamente las relaciones con la realidad biológica y la realidad social. Ahora bien, estos dos órdenes de la realidad están en una relación notable con la
constitución de la realidad psíquica misma. Los objetos propios del psicoanálisis son concebidos en su modo de formación inicial derivando a partir del encuentro ineluctable con
los espacios heterogéneos; la teoría freudiana del apuntalamiento da cuenta del apoyo que, para constituirse, toma la
pulsión en la experiencia de la satisfacción de las necesidades corporales indispensables para la vida, de la discontinuidad que se instaura desde ese momento entre el espacio psíquico y aquello a partir de lo cual deriva y se modela.
Valor epistemológico del concepto de apuntalamiento
A partir de los trabajos pioneros de J. La planche (1970)
sobre la teoría del apuntalamiento, y desarrollándolos en el
119
conjunto del corpus freudiano, he explorado la validez y la
extensión de este concepto. 1 Este da efectiva razón de uno
de los procesos rectores de la formación de la realidad
psíquica.
En sus tres dimensiones -la del apoyo, la del modelo y
la de la trascripción derivante-, el apuntalamiento define
las relaciones entre los objetos que pertenecen al campo teórico del psicoanálisis y los objetos de los campos teóricos
respectivos de la biología y de la sociología. La pulsión se
apuntala en la experiencia de la satisfacción de las necesidades corporales indispensables para la vida; el yo del niño
se apuntala en la actividad psíquica del yo materno, y sobre
todo en el narcisismo primario de la madre; las identificaciones y las formaciones del ideal, las vías y los modelos
de la sublimación se apuntalan en exigencias y valores colectivos socialmente organizados.
Un concepto tal constituye la única alternativa -y esa
es su importancia epistemológica- frente a las hipótesis
explicativas fundadas en el reduccionismo, la causalidad
lineal y el epifenomenismo. Define una condición esencial
para que se constituya y funcione el campo teórico del psicoanálisis: para establecer su dominio de objetos, el psicoanálisis debe efectuar una doble ruptura. La primera, con la
perspectiva de la biología, y pasa entonces del cuerpo real
(del cuerpo de la necesidad) al cuerpo «consumado por la
fantasía», según la formulación de F. Ganthéret (1971). Este paso será la consecuencia de la renuncia freudiana a ex·
plicar el síntoma por la realidad del trauma, y esa renuncia
es el precio de la fundación de la realidad psíquica incon·
ciente.
La segunda ruptura, menos franca y proclamada en ra·
zón de su imperfección, concierne a las relaciones con la
sociología y, más globalmente, con las ciencias sociales. Se
produce más tardíamente, con Tótem y tabú, cuando Freud
trasforma los datos de la etnografía social para proponer
dos construcciones: una es el apuntalamiento recíproco que
mantienen la estructura social, el complejo de Edipo y su
superación; la otra se relaciona con el recurso a la ficción
1 Las investigaciones contemporáneas sobre la teoría del apuntalamiento han sido renovadas por las que emprendieron J. Laplanche desde
1970, P. Castoriadis·Aulagnier (1976), J. Guillaumin (1978); mis propios
ensayos datan de 1977.
120
mítica de los orígenes como procedimiento de investigación
teórica en el psicoanálisis. El psicoanálisis no tiene por obje·
to el conocimiento de la realidad social, sino la construcción
de la realidad psíquica sobre la cual se apoya y se modela, a
partir de la cual deriva para constituir su orden propio.
El psicoanálisis no da cuenta de los objetos sociales, sino
solamente de su función de apuntalamiento o de depósito, o
también de marco en la formación de la realidad psíquica:
en esta calidad los interroga también como lugares de ins·
cripción de la psique.
A partir de estas consideraciones, es posible proponer
que para la construcción de los objetos teóricos del psicoanálisis cooperan dos gestiones: una trabaja en el interior
de la situación paradigmática que ha permitido el conocí·
miento de su objeto; la otra opera sobre los bordes consti·
tuyentes de su objeto, en espacios psíquicos plurisubjetivos,
en la interfase de la envoltura psíquica individual. Lo originario no está ni del lado del cuerpo ni del lado colectivo: ¿es
acaso bifocal?
Los niveles lógicos de la cuestión del grupo:
construcción de los objetos teóricos
El análisis del grupo, el trabajo intersubjetivo en situación de grupo nos ponen frente a la pluralidad de las formas,
de los contenidos y de los procesos psíquicos que se conjugan
en el espacio psíquico individual, el espacio psíquico ínter·
individual y el espacio psíquico del grupo. Debemos exami·
nar la articulación de algunos sistemas psíquicos complejos,
regidos por niveles de organización y de funcionamiento
parcialmente heterogéneos. El hecho de que esta heterogeneidad sea parcial hace posibles las continuidades entre las
formaciones y los procesos de un espacio psíquico al otro.
~ tr::isferencias-trasmisiones entre los espacios
psiquu:os
Esta continuidad parcial es la condición necesaria de
toda trasferencia de un espacio en otro. Trasferencia se en-
121
tiende aquí en un sentido amplio, que comprende, además
de la repetición de los grupos de objetos infantiles, diversas
modalidades de desplazamiento, de identificación, de proyección y de depósito. El espacio psíquico del sujeto singular
no puede representarse sino en la trasferencia (la metáfora),
sobre o en otro espacio psíquico, de esos objetos y de los procesos inconcientes asociados a ellos. Las situaciones y los
dispositivos plurisubjetivos -pares, parejas, grupos...presentan la particularidad de atraer y de hacer posibles
las conexiones de trasferencias, es decir, no solamente una
multiplicidad de objetos trasferidos, sino también y sobre
todo sus relaciones. El conocimiento del espacio psíquico es
efecto del análisis de la trasferencw: el espacio de trasferen·
cia y el espacio trasferido pueden ser puestos en relación de
continuidad y de discontinuidad. Este análisis abre al su·
jeto el acceso al conocimiento de aquello que lo constituye
como sujeto del inconciente en sus determinaciones intra·
psíquicas, intersubjetivas y grupales.
Esta actividad de trasferencia y de representación de los
diversos espacios de la realidad psíquica en el aparato psÍ·
quico presenta características distintas según se imponga o
no se imponga la presencia o la ausencia de representantes
del mundo externo. 2 Para tomar un ejemplo relativamente
simple, las trasferencias, la actividad de representación y el
funcionamiento del aparato psíquico son diferentes en el
sueño, en el relato del sueño que hace el analizando en la
cura, y en el grupo del que forma parte, porque la exigencia
de trabajo psíquico y la materia psíquica por tratar no son
las mismas en los tres casos.
Pluralidad de los espacios de la realidad psíquica y de
las formas de la subjetividad en los grupos
Quisiera distinguir y precisar los siguientes conceptos:
Psíquico se refiere al arreglo de la materia psíquica, a la
consistencia de su realidad propia. El análisis describe sus
constituyentes, su organización, su funcionamiento; califica
principalmente a la actividad representativa, auto y alo2 Cf. sobre este punto J. Puget, 1989, pág. 141.
122
representativa que se despliega en el aparato psíquico. Distinguimos niveles de organización intrapsíquica, interpsíquica y tronspsíquica.
Sujeto califica el arreglo singular de realidad psíquica,
en tanto está bajo la dependencia y la constricción de un
orden irreductible que lo constituye. El sujeto psíquico está
sujetado a pesar de él al orden del inconciente y al orden de
la realidad externa, especialmente al orden de la realidad
inconciente ínter- y trans-psíquica. El sujeto se distingue
por la diferencia que introduce entre el lugar que ocupa en
la relación de sumisión al orden que lo constituye y la representación que se da de este lugar y de esta relación. Esa
diferencia expresa los dos componentes, objetivo e interpretativo, del estatuto del sujeto.
Subjetivo califica a lo que se refiere al sujeto según los
dos componentes: la lógica de los lugares ocupados en un
conjunto de objetos psíquicos y la actividad de representación-interpretación que el sujeto realiza en cuanto a su
relación con estos lugares. La subjetividad se constituirá
pues en dos niveles interdependientes: intrasubjetivo e
intersubjetivo; se podría considerar, por defecto, un nivel asubjetivo que es el de la depsiquización, el del hecho (corporal, social, económico) en bruto, fuera de todo proceso de
apuntalamiento y de intersubjetividad. En esta configuración, la sumisión al orden de sujetamiento o de alienación es
máxima, hay completa identidad entre la función y el lugar,
entre el sujeto y su sujetamíento.
Sujetal designará la posición del sujeto en el reconocimiento de su relación singular, intrasubjetiva e intersubjetiva, con aquello que lo constituye, con los órdenes a los
cuales está sometido, especialmente al orden determinado
del inconciente: la pulsión (la necesidad), la fantasía (el deseo), el otro y la realidad externa en cuanto esta no es la realidad psíquica. A-sujetal podría calificar al sujeto cuando
la distancia entre el lugar ocupado y el lugar representado
es abolida, por coincidencia o clivaje, e impide todo reconocimiento de una posición subjetiva. El universo a-sujetal
es el de un espacio psíquico mínimo reificado, objetivado,
sometido a una causa única y tiránica.
Subjetivación define el proceso de reconocimiento sujetal.
123
Sujeto colectivo, sujeto social
Ninguna de estas proposiciones implica la referencia al
concepto de sujeto colectivo, porque con este concepto salimos del campo del psicoanálisis y entramos en el de lo social
(de las relaciones sociales de producción), de lo político (de
los actos de poder) y de lo jurídico (de la institución de las
leyes y su aplicación). Tampoco nos referimos al sujeto social en cuanto se define por su sumisión al orden de los procesos y de las funciones sociales. Solamente nos interesa el
sujeto psíquico, el sujeto del inconciente en tanto tal, lo que
implica la toma en consideración, desde ese lugar, de su
ubicación en los espacios inter- y trans-subjetivos.
Tres niveles lógicos del análisis
Para deslindar con mayor precisión cómo se inscribe la
cuestión del inconciente en la de las relaciones entre el sujeto singular y los conjuntos inter- y trans-subjetivos, me pa·
rece necesario distinguir tres niveles lógicos del problema.
La grupalidad psíquica y el sujeto del grupo
El primer nivel toma como entidad al sujeto singular y
su espacio intrapsíquico; requiere de dos conceptos: en pri·
mer lugar está el de grupalidad psíquica.
He abordado esta noción para reactivar el valor teórico
general de la noción freudiana de grupo psíquico (psychische Gruppe). Menciono que Freud recurre a esta noción para describir la ligazón entre elementos psíquicos investidos
mutuamente con un nivel constante, de suerte que ese sis·
tema forme un todo y ejerza sobre otros elementos psíquicos
una fuerza inhibidora o de atracción, en tanto la orientación
de esta fuerza está determinada por la conservación de la
organización óptima de este grupo psíquico. Antes del Proyecto, y sobre todo a partir del Proyecto (1895), Freud nos
propone una preconcepción estructural del yo en términos
de grupalidad psíquica.
He «reencontrado» esta noción en la obra de Freud después de que mis propias investígaciones me llevaron a cons-
124
truir los conceptos de grupalidad psíquica y de grupo interno: me explicaré sobre este punto con más precisión en el
capítulo 4 de esta obra. Para situar desde ahora la orientación y la apuesta de este concepto, diré que el concepto
teórico de grupo interno designa formaciones y procesos
intrapsíquicos, desde el punto de vista según el cual las re·
laciones entre los elementos que los constituyen están ordenadas por una estructura de grupo que, en última instancia, está sometida al orden propio de las formaciones y de los
procesos inconcientes.
Si bien algunas formaciones y algunos procesos de la
realidad intrapsíquica pueden representarse según el modelo de una grupalidad interna homóloga por su estructura,
su organización y su funcionamiento de la que rige a las
configuraciones grupales de los vínculos intersubjetivos,
siguen siendo distintas de esta por características que dependen de la heterogeneidad lógica de los campos intra- e
ínter-subjetivos.
El segundo concepto es el de sujeto de grupo: consideramos aquí al sujeto desde el punto de vista según el cual, en
tanto sujeto del inconciente, no es solamente «para sí mismo
su propio fin», sino también y correlativamente eslabón,
heredero, servidor y beneficiario de los conjuntos inter- y
trans-subjetivos, conjuntos de los cuales el grupo es un notable paradigma. El acento recae en el trabajo psíquico impuesto por la intersubjetividad en la formación del inconciente.
Este primer nivel lógico define un primer objeto teórico:
¿cómo funcionan las categorías de lo intrapsíquico, lo intra·
subjetivo y lo sujeta!?
Sólo por referencia a una exterioridad psíquica, a una
apertura del espacio psíquico sobre otros espacios psíquicos,
adquieren sentido la noción de un espacio y de una organización intmpsíquicos y el concepto de una actividad intmsubjetiva de representación del sujeto en su propio espacio
psíquico. Pero esta referencia indica que el espacio intmpsíquico está definido por un límite y uná lógica propios: límites del órgano psíquico individual, singularidad del apuntalamiento, especificidad de la economía pulsional, individualización del conflicto psicosexual inconciente, posición
singular del sujeto de la fantasía, tipicidad de las identificaciones, subjetivación en el complejo de Edipo, idiosincrasia
125
de la represión, de los contenidos reprimidos y, por fin, del
retorno de lo reprimido.
Los espacios y las organizaciones ínter- y trans-psíquicos
se hacen representar en el espacio intrapsíquico y en las
representaciones intrasubjetivas. El espacio interno tiende
a reproducirse (a repetirse y a recrearse) en las configuraciones ínter- y trans-psíquicas según modalidades que des·
cribí como isomorfas (coincidencia narcisista e imaginaria
de los espacios) o heteromorfas (distinción de los espacios
reconocidos como heterogéneos).
El grupo como paradigma de los sistemas de vínculos
intersubjetiuos
El segundo nivel lógico corresponde a la especificidad
de la realidad psíquica movilizada y producida en el grupo
en tanto formación ínter- y trans·psíquica, lugar específico
de los efectos subjetivos de grupo: algunos de estos efectos
permanecen inconcientes a sus sujetos, en el sentido de que
son producidos por la represión, la renegación o el rechazo
requeridos por cada sujeto para establecer y mantener la
configuración grupal de sus vínculos intersubjetivos y transsubjetivos así como la de sus relaciones con el objeto-grupo.
Este nivel de análisis incluye una parte del primer nivel,
pero no se confunde con él. Se define por sus relaciones de
oposición y de apuntalamiento con órdenes de realidad no
psíquicos: ecológico, económico, social, cultural.
Este segundo nivel sitúa al grupo como paradigma de los
sistemas de vínculos intersubjetivos. Detengámonos sobre
esta proposición: ocupa una posición clave en el paso del
grupo empírico ----cuyas características permanentes sub·
sume-- al grupo metodológico -cuyas condiciones rige.
El concepto de grupo intersubjetivo designa una confi·
guración de vínculos suficientemente estable, permanente
y significativa entre sujetos singulares. Esta configuración
se constituye a partir de características que contribuyen a
la búsqueda de equilibrio entre su estabilidad y su movimiento: algunos rasgos de similitud entre los sujetos generan identificaciones comunes, representaciones compartidas, procesos utilizables por varios. A su vez, estos rasgos
comunes funcionan como algo que atrae a los sujetos hacia
126
el grupo en tanto representa para ellos sus vínculos y el objeto que tienen en común; refuerzan pues sus vínculos y la
cohesión del grupo. Ciertos rasgos de diferencia o de desemejanza son generadores de antagonismos y de complementariedades, posibilitan los cambios, las permutaciones
de lugar y de investiduras. La combinación de estos dos
tipos de rasgos es necesaria para la organización, la economía y la dinámica de los vínculos y del grupo como tal.
El concepto de grupo intersubjetivo define un campo de
la investigación y de la práctica psicoanalíticas desde el
momento en que está organizado por un dispositivo en cuyo
interior puede desarrollarse una situación tal que permita
caracterizar dos fenómenos: algunos efectos del inconciente
en los conjuntos intersubjetivos; algunos efectos de esos
conjuntos en la organización del aparato psíquico, especialmente en las formaciones y los procesos del inconciente de
los sujetos considerados uno por uno.
Puesto en perspectiva de este modo, el grupo constituye
un paradigma teórico y metodológico adecuado para el
análisis de los vínculos intersubjetivos, por varias razones:
l. El grupo es una forma y una organización de las relaciones intersubjetivas relativamente simple. El tamaño del
conjunto (más de dos y menos de quince individuos) permite
la percepción mutua, la investidura recíproca, las representaciones y las identificaciones comunes entre los sujetos que
lo constituyen.
· No obstante, ni este criterio morfológico ni los procesos
interactivos que produce definen directamente la cualidad
de los fenómenos psíquicos que se desarrollan en el grupo:
por ejemplo, la noción de interacción es demasiado amplia
para explicar las posiciones subjetivas activas-pasivas en
las fantasías de seducción y en las formas elementales de la
sexualidad que se despliegan en los grupos. Debemos pues
establecer cómo los caracteres morfológicos determinan el
régimen específico de las identificaciones, la naturaleza de
las relaciones de objeto, las angustias y los mecanismos de
defensa movilizados en los conflictos intrapsíquicos e intersubjetivos, las representaciones y los significantes comunes
y compartidos.
El psicoanálisis nos lleva naturalmente a considerar un
análisis diferencial de las posiciones subjetivas: el grupo y
127
los miembros del grupo, en tanto son objetos de investiduras pulsionales y de representaciones, pueden ser tratados
por algunos sujetos segÚn el modo de la masa indiferenciada y de los objetos parciales, mientras que otros establecerán con él y con sus miembros relaciones de objeto diferenciadas, segÚn el modo del objeto total y en un registro
estructurado por las apuestas edípicas. En el grupo, cada
sujeto es movilizado en los múltiples aspectos de su grupalidad psíquica, en sus emplazamientos fantasmáticos, en
la red de sus identificaciones, de sus relaciones de objeto,
en su yo dividido, plural, multifacético.
En el grupo, el sujeto se descubre constituido por varios
centros, es decir, por varias instancias; se distribuye en varias investiduras y en varios lugares psíquicos por ser y
permanecer participante de una organización pluripsíquica que incluye varios núcleos, varios subsistemas o varias
instancias. El sujeto se ve de este modo ante múltiples focos
de excitación y movimientos de desligazón respecto de los
cuales se movilizan sistemas de ligazones estabilizadoras,
con fines de para-excitaciones o de gobierno de los objetos,
de dominio sobre ellos. Estos movimientos son ineluctables,
puesto que son inherentes a la condición grupal del sujeto:
se movilizan procesos de identificación, de proyección o de
adhesión masivas, mecanismos de defensa de naturaleza
diversa (clivaje, rechazo, represión, depósito...), los cuales
producen efectos que se inscriben diferenciada, pero correlativamente, en los espacios intrapsíquicos y en los espacios
interpsíquicos.
De este modo, el grupo es lugar de fenómenos suficientemente complejos como para que nos mantengamos a resguardo de una mirada reductora en cuanto a la naturaleza
de los sistemas que se activan en él. En el grupo se intrican
fenómenos de naturaleza y niveles diversos, en razón de la
heterogeneidad misma de los espacios psíquicos que se acoplan en él. Este punto de vista puede iluminar la comprensión de las regresiones tópicas y formales que se producen
en los grupos: una parte de sus funciones es reducir la complejidad a la cual los sujetos se enfrentan; pero sus efectos
pueden ser el aumento de la inestabilidad del sistema
grupal de los vínculos y de las representaciones, en el movimiento mismo en el que se liberan energías y representaciones hasta entonces suprimidas o reprimidas.
128
2. En razón de su morfología, de sus propiedades estructurales, pero sobre todo en razón de los procesos y
formaciones psíquicas que moviliza e impone, el grupo es
una organización intersubjetiva en la que se trasportan y
se trasforman relaciones de objeto, identificaciones, com·
piejos, imagos, fantasías y mecanismos de defensa, ciertos
significantes y ciertas representaciones que se han formado
en cada sujeto en primer lugar a través de los vínculos que
lo unían al grupo familiar primario o a lo que para él ha
tenido ese lugar y esa función.
Cada sujeto trasporta esas conexiones de vínculos ínter·
subjetivos primarios y esos sistemas de ligazones internas
-algunas de las cuales son datos estructurales de la psique-, desde la infancia, a los grupos constituidos secundariamente, en una relación de continuidad o de ruptura con
el grupo (familiar) primario. Por eso todo grupo secundario,
contingente, mantiene para sus sujetos una relación de ho·
mología y de diferenda con el grupo (familiar) primario. Recíprocamente, todo grupo primario mantiene una relación
de proximidad y de diferencia con los grupos secundarios,
contingentes, organizados según los diferentes modos de la
banda, de la horda, del equipo, de la institución o de la multitud indiferenciada.
3. El agrupamiento, en tanto poner-juntos a los sujetos,
corresponde a realizaciones psíquicas para cada uno de sus
sujetos. En cierto modo, no tenemos la entera posibilidad de
Iio ser puestos-juntos eii el agrupamiento, pues así venimos
al mundo; pero es verdad que podemos rehusar esa puesta·
juntos, o que esta puede sernos rehusada, aunque al precio
de una abolición desastrosa del espacio hablante y deseante
(P. Aulagnier) donde «el yo (Je) puede advenir>> (S. Freud).
El grupo es el paradigma del conjunto intersubjetivo en
el cual se constituye esa parte de cada uno que lo hace devenir sujeto de una red de otros; preciso: de más de un otro y
de más de un semejante. El grupo cumple funciones fundamentales en la estructuración de I~ psique y en la posi·
ción subjetiva de cada uno. Nacemos al mundo humano ya
miembros de un grupo, él mismo encastrado y conectado a
otros grupos; nacemos al mundo eslabones, herederos, ser·
vidores y beneficiarios de una cadena de subjetividades que
nos preceden y de la cual pasamos a ser los contemporá-
129
neos: sus discursos, sus sueños, sus represiones que heredamos, a las que servimos y de las que nos servimos, hacen
de cada uno de nosotros los sujetos del inconciente sometidos a esos conjuntos, partes constituidas y partes constituyentes de esos conjuntos.
Bajo esta condición, y en una medida determinada y
variable, podemos o no podemos «ser para nosotros mismos
nuestro propio fin» (S. Freud, 1914). No podemos ser para
nosotros mismos nuestro propio fin y advenir como yo (Je)
sin esa sujeción ineluctable a la cadena del conjunto que el
grupo primario representa y mediatiza, ni sin ese inevitable
trabajo de desprendimiento y de recreación interna que nos
separa del conjunto primario; es necesario el tránsito por
otros grupos para que se invente la salida del complejo de
Edipo. Pero en los otros grupos, la apuesta del complejo
de Edipo se juega nuevamente. La afiliación a un grupo
secundario reestructura las apuestas de la filiación.
Lo que el grupo pone en cuestión podría formularse como
la exigencia de trabajo psíquico que, desde la llegada al
mundo, impone a la psique su necesaria ligazón con lo grupal, y no solamente con lo corporal.
4. Cuando supongo que el grupo, en tanto conjunto intersubjetivo, cumple funciones específicas en el arreglo de la
realidad psíquica de sus sujetos, sitúo esta influencia estructurante en una red de relaciones intersubjetivas donde
cada sujeto ocupa un cierto lugar predispuesto por el conjunto, y donde está en posición de ser, desde el origen, el
semejante de más de un semejante, el otro de más de un
otro.
La interrogación: lpor qué nos agrupamos, qué nos impulsa a agruparnos? ha rec;.ibido ya numerosas respuestas:
el miedo a la soledad y al desamparo, la utilización de mecanismos de defensa comunes, la captación imaginaria de una
unidad supra-individual, la necesidad de la protección que
se encuentra cerca de un ideal (jefe, fe, idea ...), las condiciones de una realización de (los) deseos inconcientes fuera
del dominio del superyó o de los ideales del yo ... 'Tudas estas «razones» tienen una validez comprobada. Me parece
sin embargo que, para responder más precisamente a ese
interrogante, deberíamos ante todo hacer justicia al valor
de la experiencia de la realidad psíquica de la cual el grupo,
130
en tanto conjunto pluripsíquíco e intersubjetívo, ha sido el
lugar y, más fundamentalmente, la condición para cada
sujeto.
Aquello que hace mantener unido a cada uno de los sujetos en el agrupamiento, en sus relaciones intersubjetivas
y en sus relaciones con el grupo debe, de hecho, haber adquirido en primer lugar el val-Or positivo y el peso determinante
de una realidad psíquica que los ha circundado, que los ha
contenido y los ha nutrido, que los ha trabajado a través de
los rehusamientos y las prohibiciones que se les han dirigido. Ciertos contenidos y ciertas modalidades de la represión han adquirido este valor y este peso en razón de la
parte que correponde al inconciente del otro y, más fundamentalmente, al de más de un otro en el grupo familiar
primario. De allí derivan identificaciones comunes, enunciados y discursos compartidos, fundadores para el sujeto y
para aquellos a los que está unido, ideales comunes, sin los
cuales ningún agrupamiento es posible, ni se produciría
ninguna sublimación.
En razón de este valor y este peso, el movimiento que nos
empuja hacia el agrupamiento debe ser considerado también como búsqueda de lo que se habría perdido o de lo que
habría faltado, o de aquello que no podría esperarse que se
produjera: del objeto, o de la experiencia de la pérdida, de la
falla, o de lo negativo no puede hacerse la lista.
5. No bastará analizar las formaciones psíquicas generadas en el arreglo psíquico del conjunto desde el único punto de vista de que contribuyen a organizar la tópica, la economía y la dinámica intrapsíquica, a estructurar la posición
del sujeto. Estas formaciones y estos procesos psíquicos en
el interior del conjunto se rigen por una lógica del conjunto
y, al mismo tiempo, por la lógica de los procesos individuales: así ocurre con lo que llamo las alianzas inconcientes. Tenemos que tomar en consideración sus efectos en las funciones represoras, en la formación de la renegación y de la
denegación. Tenemos que comprender c.ómo todo eso se produce y mantiene su necesidad bajo el efecto conjunto de las
exigencias de la realidad intrapsíquica y, simultáneamente,
de la realidad psíquica del grupo y de los vínculos que en él
se establecen. El grupo resiste junto por el juego de la realidad psíquica, propia de él, que produce, que administra,
131
trasforma o abandona con la participación inconciente de
sus sujetos.
Todas estas razones sostienen la elección del grupo como
forma paradigmática relativamente adecuada para el análisis de los efectos del inconciente en los puntos de anuda·
miento de las relaciones del sujeto singular y de los conjun·
tos intersubjetivos. Una elección tal limita voluntariamente
la problemática de estas relaciones a las solas formaciones y
los solos procesos que se manifiestan en el espacio intrapsí·
quico, en el espacio psíquico del grupo y en sus zonas de
complementación, de oposición, de interferencia. Esta elección pone en suspenso, en consecuencia, justamente a causa
de este recorte limitativo impuesto por la definición de su
objeto, las dimensiones propiamente sociales que co-estructuran a los conjuntos intersubjetivos inscritos, de hecho, en
el orden de la realidad societaria. Esta puesta en suspenso
no equivale a un desconocimiento. Por una parte, es posible
esperar que el centram.iento que realiza pondrá en evidencia sus límites y las articulaciones que se impondrían con el
campo de la realidad social, pero convendrá entonces elaborar hipótesis congruentes con una problemática tal, y la
cuestión es saber si esta es compatible con el objeto teórico
del psicoanálisis. Por otro lado, debemos convenir en que si
la elaboración de hipótesis psicoanalíticas sobre los conjun·
tos intersubjetivos representa ya un esfuerzo teórico considerable, la delimitación de un campo de investigación que
dispusiera de conceptos adecuados para inscribir la dimensión propiamente social en los procesos y las formaciones
psíquicas permanece todavía demasiado incierta por razones de dos tipos: sólo podría basarse en una actividad de
pensamiento esencialmente especulativa, lo que no es decisorio, pero sobre todo, en el estado actual de nuestros conocimientos y de nuestras prácticas, no podría ser adecuada
a un dispositivo meto<lológico que constituyera su puesta a
prueba.
Esta constricción que ejerce el recorte teórico y metodológico se justifica además por las exigencias de una explicación coherente: en todos los casos en que podamos dar cuenta de los fenómenos psíquicos observados en los grupos por
una explicación que mantenga congruencia con la teoría
psicoanalítica, debemos hacerlo y, si no llegamos a eso, de-
132
hemos examinar la teoría, las hipótesis o el método que hemos tomado como referencia, e introducir, en caso necesario, cambios en ellos antes de admitir otra explicación que
haga intervenir otros niveles de la realidad. No ignorar, sino
neutralizar el contexto social de la realidad psíquica, de modo que aparezca en los puntos de anudamiento que privilegiamos, significa que tenemos que construir, con lo que se
haya puesto en suspenso, proposiciones tales que los diferentes niveles de la realidad se ordenen y se articulen unos
en relación con los otros. Pero si no estamos en condiciones
de llegar a eso en el estado actual de las investigaciones,
nuestras y de otros investigadores, debemos conformarnos
con hacer trabajar los conceptos, las hipótesis y el método
sobre un límite ya suficientemente problemático, es decir,
insuficientemente problematizado: el de las relaciones intrapsíquicas e intersubjetivas en un conjunto determinado,
tal como un grupo.
A este segundo nivel de análisis, corresponden preferentemente tres categorías de la realidad psíquica y de la subjetividad: lo interpsíquico, lo intersubjetivo, lo intersujetal.
El nivel de la realidad interpsíquica describe las relaciones y los efectos de las relaciones entre los aparatos psíquicos bajo dos aspectos complementarios: el primero corresponde a la formación de los aparatos psíquicos; el segundo, a
la formación del espacio específico que generan sus relaciones. La intersubjetividad describe e interpreta los emplazamientos correlativos de los sujetos en sus relaciones imaginarias, simbólicas y reales. El espacio originario de la intersubjetividad es el grupo familiar (o, más generalmente, el
grupo primario) en tanto precede al sujeto singular, está
estructurado por una ley constitutiva y sus elementos-sujetos se encuentran en relaciones de diferencia y de complementariedad.
El espacio intersubjetivo estará, pues, constituido por los
siguientes procesos, formaciones y efectos principales, en
sus arreglos familiares, de grupo y de pareja:
el complejo de Edipo ordena en él las relaciones de deseo
y de prohibición; subjetiva las diferencias entre los sexos y
las generaciones;
el espacio y los vínculos intersubjetivos, por el hecho de
su precedencia con relación al espacio y a los lazos intrapsí-
133
quicos, aseguran una función de apuntalamiento mutuo
entre los sujetos, y sobre todo una función de apuntalamien·
to para cada recién llegado, principalmente en las formaciones de su narcisismo originario y de los ideales comunes;
el espacio y los vínculos intersubjetivos forman el lugar
psíquico donde se presentan los enunciados referidos a las
prohibiciones fundamentales y se ponen en marcha las
predisposiciones significantes utilizables por el sujeto en su
actividad de representación; rige en parte las condiciones de
posibilidad de la resignificación. Este lugar psíquico es,
pues, estructurante para la subjetividad de cada sujeto;
en el espacio y los vínculos intersubjetivos se constituyen
los objetos y los vínculos de identificación y, en consecuencia, las estructuras básicas del yo y del superyó. Allí se movilizan relaciones de influencia entre los sujetos, relaciones
de sumisión y de dominación arregladas por formaciones
intrapsíquicas organizadoras de los emplazamientos correlativos de objetos;
los aparatos psíquicos no están siempre en relación directa e inmediata en el espacio interpsíquico: la inmediatez
permanente aboliría las barreras de separación, los límites
singularizantes de cada uno en este espacio, los límites singularizantes de este espacio en relación con otros espacios
psíquicos. Algunas formaciones intermediarias crean un
puente y unB. separación entre las formaciones intrapsíquicas; realizan diversas funciones de ligazón, de desplazamiento, de fijación, de condensación, de para-excitación,
de delegación; a menudo adquieren la estructura y la función de las formaciones de compromiso.
La cualidad intersujetal se liga a la cualidad del conjunto
intersubjetivo que P. Aulagnier designó como «el espacio al
que el yo (Je) puede advenir». Esta cualidad especifica el
reconocimiento que los sujetos están en condiciones de hacer del espacio interpsíquico que ellos forman por sus vínculos de deseo y de palabra y por su posición de sujeto en ese
espacio: este reconocimiento es el de la relación intersubjetiva, del lazo que une y separa a los sujetos, de sus emplazamientos heredados, asignados, apropiados, aceptados o
rehusados. La cualidad intersujetal reconoce aquello que no
se puede hacer solo y aquello que no se puede hacer en conjunto; incluye por eso la capacidad de establecer, de conce-
134
der y de reconocerse mutuamente un campo de la ilusión.
Esta creación es necesaria para las invenciones transicionales y para las experiencias subjetivantes de la desilusión.
El reconocimiento de la alteridad en el encuentro con el
objeto subjetivo introduce al reconocimiento del otro del objeto, a la red de más-de-un-otro.
Lo transpsíquico, lo trans-subjetivo, lo trans-sujetal. El
nivel de la realidad transpsíquica describe formas y procesos psíquicos movilizados y creados en los estados de multitud o de masa, pero también en las organizaciones institucionales.3 Este nivel integra formas psíquicas universales o
transindividuales, constantes psíquicas antropológicas.
Los contenidos transpsíquicos están constituidos por
formaciones y procesos diversos, como formaciones transpsíquicas individuales y formaciones psíquicas antropológicas.
Las formaciones psíquicas transindividuales son formaciones impersonales, trasversales a los sujetos singulares.
En Freud, hay varias nociones que describen tales formaciones del inconciente: sus prototipos son las fantasías originarias, el complejo de Edipo. Freud supone para estas
configuraciones estructurales un origen filogenético que
compone la herencia arcaica de la humanidad y que la cadena de las generaciones sucesivas trasmite, donde cada
sujeto vive por su propia cuenta los efectos de estas configuraciones. La concepción que Lacan propone de lo Simbólico y de lo inconciente toma en consideración tales formaciones y, como lo ha notado J. Laplanche (1988, págs. 89-90),
les imprime una inflexión diferente de la de Freud. Cuando
Lacan escribe que «el inconciente es esa parte de discurso
concreto en tanto trans-individual, que falta a la disposición
del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso
conciente» (1953, pág. 258), no supone que la estructura del
inconciente sea de este origen histórico: para él, es la trasposición de los imperativos inherentes al lenguaje.
Las formaciones psíquicas antropológicas corresponden
a montajes de estructuraciones psíquicas y a esquemas de
representación propios de la especie, trasmitidos de generación en generación y reinventados en la epigénesis: pro3 Sobre este punto expreso mi acuerdo con J. Puget, op. cit.
135
hibiciones fundamentales, esquemas de representación de
los enigmas acerca del engendramiento, de la diferencia de
los sexos, de la sexualidad, de la muerte. Es en estas configuraciones antropológicas invariantes donde arraigan las
variantes y las versiones individuales que forman el anclaje
de cada subjetividad.
El nivel transpsíquico es específicamente aquel donde se
anudan los lazos entre cada uno y el conjunto, en sus valores y sus funciones psíquicas (narcisista, de apuntalamiento, de defensa, de significación, de depósito, de contención).
Estos anudamientos constituyen pues el trasfondo de los
espacios interpsíquicos. El espacio transpsíquico es aquel
donde se efectúan los depósitos de las formaciones de la
psique rechazados por el yo fuera del espacio intrapsíquico;
una forma de continuidad intra/trans y de comunidad en·
tre depositante, depositado y depositario4 se establece en
este espacio que recibe de este modo la función de un en·
cuadre5 o de un metaencuadre.
El juego antagonista de las pulsiones de vida y de las
pulsiones de muerte atraviesa este espacio: Eros «complica
la vida al reunir a la sustancia viviente (...) en unidades
cada vez mayores» (S. Freud, 1923, GWXIII, pág. 269), pero
hasta la abolición de toda diferencia y la negación de to·
da falta. Tánatos trabaja para reducir las tensiones, para
enrasar las diferencias, pero también para desatar las unidades demasiado compactas en las que coinciden y se suturan emplazamiento subjetivo y función en el conjunto.
Los lazos de continuidad entre cada uno y el conjunto,
entre el conjunto y cada uno: los conceptos de contrato nar·
cisista6 y, más en general, de alianzas inconcientes describen las formaciones trans-subjetivas. Estos vínculos de
comunidad de pertenencia, de interpretación, de representación, de creencia, de certeza, están sostenidos por las investiduras psíquicas requeridas a sus sujetos que, a cambio,
encuentran en ellos sus referencias identificatorias, y sobre
4 A propósito de esto, véase J. Bleger, 1967.
5 J. Bleger introdujo el concepto y la problemática psicoanalítica del
encuadre desde 1966.
6 La noción de contrato narcisista es un elemento central de la teórica
psicoanalítica de la intersubjetividad. He integrado esta problemática
desde la publicación de la obra de P. Castoriadis·Aulagnier, 1975.
136
todo las funciones de identificación con lo humano, con la
comunidad de pertenencia a la especie, 7 fundamento del
apuntalamiento narcisista originario.
A la polaridad estructurante del espacio trans-subjetivo
se opone su polaridad regresiva o degradada hacia formas
y procesos psíquicos desdiferenciados: la desaparición del
espacio intersubjetivo, la imposibilidad del acceso sujeta! e
intersujetal, acarrean una desaparición de los límites individuantes, sostienen el régimen de las identificaciones asociadas a la sensación oceánica,8 anulan las mediaciones representacionales que pueden ligar los afectos a grupos de
representación: los pánicos, las manifestaciones de la histeria colectiva, pero también la opinión compacta e indiferenciada (lo que Freud llama die Menge), signan este régimen de vínculo trans-subjetivo; asintótico con el estado
a-subjetivo. Estas formas son continentes débiles por defecto o por exceso, prevalecen cuando los ideales y las ideas se
han vuelto precarios, no fiables y demasiado conflictivos; se
someten entonces a un ídolo cruel, tiránico y arcaico. 9
La cualidad trans-sujetal se manifiesta en la utilización
que se hace de los dispositivos pertenecientes a los espacios
transpsíquicos, para reconocer aquello que en cada sujeto
participa de la comunidad de la herencia, de las identificaciones, de los conflictos y de las exigencias de trabajo psíquico que implica la pertenencia a conjuntos institucionales. La cualidad trans-sujetal se funda esencialmente en
la relación del sujeto con la cultura, en el sentido en que la
describe Winnicott, es decir, como prolongación de la zona
transicional o, según G. Róheim, como zona intermediaria
utilizable por el sujeto en su relación consigo mismo, con los
otros y con la realidad material.
7 Cf. sobre este punto la noción de «idea del yo~ propuesta por P.-C. Racamier (1978) para definir lo que en el objeto «está hecho de la misma
pasta que nosotros( ...) de la arcilla comú~; la idea del yo es el resultado
de una identificación con la especie, sostiene una «representación fundamental de lo humano». Cercana a la noción freudiana de Einfühlung, es
una forma de la identificación primaria; en este' sentido, funda la posibilidad de los vínculos interhumanos.
8 Cf. sobre la noción y la historia de la noción de sensación oceánica la
tesis H. Vermorel (1991) sobre la correspondencia de S. Freud y de Romain
Rolland.
9 Sobre las formas regresivas de la ideología, cf. mi trabajo de 1980, es·
pecialmente los capítulos 3 y 4.
137
Las formaciones intermediarias
El tercer nivel trata acerca de las formaciones y los procesos que se sitúan en los puntos de anudamiento, de pasaje
y de trasformación de la realidad psíquica trabajada por el
inconciente en los dos espacios correlativos definidos en los
dos niveles precedentes. El concepto de formación intermediaria describe principalmente las funciones de representación, de delegación y de mediación que cumplen, sea sujetos singulares, sea formaciones psíquicas cuyos soportes
son varios sujetos. Incluye objetos intermediarios, objetos
comunes o compartidos que aseguran diversas funciones de
ligazón, de no separación, de transicionalidad o de simbolización. Supone también procesos intermediarios, preferentemente movilizados en las representaciones metafóricas
del conjunto y de sus elementos. Este tercer nivel sólo es accesible a partir de un modelo teórico general del funcionamiento de esos objetos teóricos y de sus articulaciones.
He propuesto el modelo del aparato psíquico grupal con
el fin de introducir una comprensión del funcionamiento
psíquico a partir de la hipótesis del inconciente y de sus
efectos en los espacios intra-, ínter- y trans-subjetivos que
el grupo moviliza. Expondré sus principios y su funcionamiento en los capítulos 5 y 6. Quisiera llamar la atención
sobre el hecho de que 'el interés de este modelo no es solamente teórico y heurístico: permite considerar las condiciones metodológicas requeridas para constituir al grupo como
situación psicoanalítica. Recíprocamente, el interés metodológico de la situación psicoanalítica de grupo se evalúa
por lo que esta aporta a la investigación de la realidad psíquica multidimensional y al tratamiento de los trastornos
ligados a sus disfunciones. Las consecuencias metodológicas y clínicas que derivan del modelo del aparato psíquico
grupal serán tratadas en otros trabajos. 10
Una multiplicidad de espacios psíquicos son movilizados
en los vínculos de grupo: los diferentes estados de la subjetividad y de las cualidades sujetales que acabo de exponer
10 Con el fin de comenzar a tratar esta cuestión metodológica y clínica he
llevado a cabo, desde 1983, algunas investigaciones sobre los procesos
asociativos en los grupos. Está próximo a publicarse un trabajo sobre esta
cuestión; contendrá el análisis clínico preciso de cinco secuencias de ca·
denas asociativas,
138
son atraídos, trabajados, articulados unos a otros. Esto se
debe a que sólo una situación de grupo puede constituir el
soporte de todas estas dimensiones y dar cuenta del trabajo
psíquico, subjetivo y sujeta} que se produce allí. La primera
cualidad de tal situación es la de tomar en consideración
esas dimensiones por sí mismas, únicamente ellas, con exclusión de toda otra que se volviera prevalente. Es con esta
condición que es posible hacer justicia a la heterogeneidad
de los espacios psíquicos, a la complejidad de los niveles lógicos y de los objetos teóricos por construir para avanzar en
el análisis.
Heterogeneidad de los espacios psíquicos y
complejidad de los objetos teóricos
La heterogeneidad
Heterogéneo es aquello que no es de la misma sustancia
o de la misma naturaleza que otra cosa. La física distingue
un cuerpo heterogéneo cuando todas sus partes no tienen la
misma densidad. Se trata sin embargo de una entidad individual, tal como una roca es llamada heterogénea cuando
sus partes constituyentes difieren entre ellas por la naturaleza o por el aspecto. En ese caso estamos frente a un nivel
de heterogeneidad «débil». Una heterogeneidad «fuerte»
califica a cuerpos distintos en su estructura y en su compos1c10n.
Una heterogeneidad «débil» afecta a los espacios y los
tiempos psíquicos: intra-, inter- y trans-psíquicos. Esta heterogeneidad supone un cierto continuum de la realidad psíquica entre los espacios y los tiempos en cada uno de esos
niveles y, por otro lado, distingue arreglos y formaciones específicos e irreductibles. Estas distancias y estas diferencias son los soportes de metaforizaciones recíprocas (cf. la
semántica «corporal» del grupo y las metáforas grupales de
la psique).
Tenemos que reconocer una heterogeneidad «fuerte» entre el espacio psíquico, el espacio biológico y el espacio social. El concepto de apuntalamiento trata de la formación y
139
del destino del primero a través de la metabolización parcial
que opera a partir de los otros dos.
La heterogeneidad de los niveles lógicos de la realidad
psíquica y la multiplicidad de los espacios en que se pro·
ducen los efectos del inconciente determina además otros
problemas. Para estos niveles, se pueden suponer estruc·
turas y génesis específicas; se tratará pues de identificar
tópicas, economías y dinámicas propias, de entender los
principios, los movimientos y los efectos de sus articulaciones. Se tratará también de dar cuenta de los procesos por los
que se desplazan de un espacio a otro, delegan represen·
tantes, se difractan o se condensan, establecen su sinergia y
sus encajes.
En definitiva, esas «metapsicologías» ínterferentes dibujan una politopía de las escenas psíquicas y de las inscripciones subjetivas, una economía cruzada, una dinámica
desmultiplicada. ¿con qué conceptos y qué modelos pensar
las puestas en perspectiva recíprocas de esas organizaciones, sus puntos de anudamiento, sus trasformaciones?
lQué representación del inconciente debemos construir
para dar cuenta del atravesamiento continuo de esos espacios psíquicos y de la producción de efectos específicos en
cada uno de ellos?
A esta heterogeneidad relativa de los espacios psíquicos
se agrega la de los tiempos psíquicos y de las formas del pensamiento 11 en los grupos. Debe prestarse una particular
atención no solamente a aquello que especifica los tiempos
intra-, ínter- y trans-psíquicos, sino a aquello que vuelve a
ligarlos unos a otros. Del mismo modo, mutatis mutandis,
en lo que se refiere a las formas y procesos del pensamiento.
En cuanto a lo que los religa, interesa distinguir el tipo de
formaciones intermediarias que se instalan sobre los hiatos
entre los espacios, las temporalidades y las formas de pensamiento. También es necesario someter a un examen crítico los conceptos producidos para representarse las forma·
ciones trasversales a estos espacios psíquicos: he destacado
en más de una ocasión la función de cierre de la heterogeneidad que puede jugar un concepto pantalla como el del in11 Aquí nuevamente, pocos trabajos. Cf. mis propias investigaciones
sobre la ideología, el mito y la utopía; más recientemente, sobre los pro·
cesos asociativos en los grupos (1985, 1991, 1992).
140
!
conciente grupal, si no es puesto a trabajar en una proble·
mática de la complejidad y de la heterogeneidad.
La complejidad
Admitiremos con E. Morin (1990) que la complejidad 12
es un problema y no una solución; podría ser, en ciertas condiciones, una explicación (H. Atlan, 1991).
«¿Qué es la complejidad? -pregunta E. Morin (1990,
pág. 21)-. A primera vista, la complejidad es un tejido
(complejo: lo que está tejido junto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: plantea la paradoja de
lo uno y de lo múltiple. En un segundo momento, la complejidad es efectivamente el tejido de acontecimientos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares,
que constituyen nuestro mundo fenoménico. Pero en ese
caso la complejidad se presenta bajo los rasgos inquietantes
de la confusión, de lo inextricable, del desorden, de la ambigüedad, de la incertidumbre... De allí la necesidad para el
conocimiento de poner orden en los fenómenos reprimiendo
el desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar
los elementos de orden y de certeza, de suprimir la ambigüedad, clarificar, distinguir, jerarquizar... Pero tales operaciones, necesarias para la inteligibilidad, exponen a la ceguera si eliminan los otros caracteres de lo complejo».
La teoría psicoanalítica fue notablemente anticipadora
en su aptitud para pensar el apamto psíquico y su funcionamiento en los términos de un sistema complejo por el hecho
de la especialidad que le imprime la hipótesis freudiana del
ínconciente: Freud describe sus componentes desde el punto de vista de su estructura, de su economía, de su dinámica,
de su génesis y de sus correlaciones. Del mismo modo, la
concepción del determinismo psíquico anticipa las nociones
12 Los trabajos recientes sobre la complejidad permiten especificar sus
dimensiones según los objetos sometidos a estuelio y según los diversos
abordajes teóricos. Entre las obras recientes, cf. la introducción general de
E. Morin y su comentario de La méthode (1990), un artículo de H. Atlan
(1974) sobre la hipercomplejídad y las ciencias del hombre, las actas del
coloquio de Cerisy sobre las teorías de la complejidad (acerca de la obra de
Henri Atlan, 1991), y la obra de G. Nicolis e l. Prigogine (1992), balance de
las investigaciones realizadas sobre la complejidad de la materia.
141
modernas de la complejidad: los conceptos de sobredetern:Íi.·
nación, de resignificación, de reversibilidad de los encadenamientos causales, de desplazamiento, de trasferencia y
de sustitución atestiguan sobre esta aprehensión inmediata
por parte del psicoanálisis de la complejidad del funciona·
miento y de la organización intrapsíquica. Debemos desta·
car, además, que se trata del aparato psíquico de un sujeto
considerado en su singularidad, aun cuando Freud, a todo
lo largo de su obra, funda o esboza las perspectivas de un
abordaje psicoanalítico de las hipercomplejidades intersub·
jetivas y trans-subjetivas.
Es notable sobre todo la manera como el concepto de aparato psíquico permite representar la forma en que la psique
trata la complejidad de la materia de sus percepciones, de
sus pulsiones, de sus representaciones y de sus conflictos: la
actividad psíquica se regula por el principio de placer/displacer y por el principio de realidad. Esta regulación pura·
mente «egoísta» ya no puede funcionar de un modo relativamente simple cuando se toma en consideración lo que se
agrega al valor del otro para otro, es decir, cuando se com·
plejizan los términos y las apuestas de los conflictos. Los
intereses del yo ya no son los únicos en juego desde el mo·
mento en que el objeto psíquico adquiere un estatuto de
sujeto para otro sujeto. La toma en consideración de la realidad psíquica en tanto es la del otro introduce los principios
del funcionamiento psíquico en un nivel de complejidad su·
perior.
El concepto de aparato psíquico grupal describe un sistema complejo, es decir, un sistema que implica un gran número de elementos de naturaleza diferente y sus múltiples
relaciones. Tales sistemas son estudiados desde el punto de
vista de su organización y de su destrucción, de su condición
estable o fluctuante, de su capacidad generadora de subsistemas: se trata de dar cuenta de su ley de composición, de su
principio de trasformación. Estos sistemas se caracterizan
por el hecho de que no pueden ser comprendidos a partir de
una noción de la causalidad que supusiera encadenamientos simples y lineales de una causa y su efecto.
En los grupos, se movilizan varios niveles de complejidad psíquica: he diferenciado y atribuido a los espacios
intra·, ínter- y trans-psíquicos cualidades distintas (subjetiva, sujeta}). Las relaciones entre esos espacios no están
142
ordenadas de manera unívoca, de tal modo que cada uno
puede constituir para el otro o para los otros un trasfondo
sobre el cual se esboza; además, existen trasferencias, o
traslaciones, que trasportan formaciones de un nivel a otro,
desplazan investiduras, utilizan códigos para ligar o significar en un espacio lo que no puede ligarse, inscribirse o
representarse en otro. Esta posibilidad de tránsito tiene
como corolario posibilidades de concentración o de conden·
sación de representaciones y de afectos en un solo espacio.
Todo esto destaca la continuidad de la circulación psíquica, sus trasformaciones y sus encubrimientos, sus repre·
sentaciones-delegaciones de un espacio a otro, pese a su
heterogeneidad. Como resultado de ello, para pensar esta
complejidad es necesario disponer de un modelo de inteligi·
bilidad que no escamotee esta dimensión: me pareció necesario, por ejemplo, poder dar cuenta de sus relaciones de
isomorfismo (o de holomorfismo), de homomorfismo o de heteromorfismo entre los grupos intrapsíquicos y los grupos
de la realidad ínter- y trans-psíquica. La complejidad del
grupo es precisamente la de sus relaciones de encastre de
conjuntos organizados, entre los cuales se producen fenómenos determinados y fenómenos aleatorios.
Se ha objetado la complejidad y la heterogeneidad que
presenta el grupo para excluirlo del campo psicoanalítico.
Así, F. Redl (1942) escribía que «los grupos son fenómenos
compuestos de tantos ingredientes diferentes que una tentativa de reunirlos bajo una fórmula única para la técnica
de exploración psicoanalítica sólo puede ser vana». Esta crítica es interesante por más de un motivo: efectivamente, la
óptica de Redl es la de una comprensión totalizante de los
múltiples factores constitutivos de la vida de los grupos: psicológicos, sociológicos, económicos, culturales. De la misma
manera, Redl piensa que no se puede comprender a una persona sirviéndose únicamente de los métodos del psicoanálisis, dejando de lado su estructura orgánica, por ejemplo.
La complejidad con la cual trata el psicoanálisis no es la
que encuentra cualquier abordaje exhaustivo de una totalidad compuesta de órdenes heterogéneos: en realidad, esta
pretensión de exhaustividad es la de lo imposible. Para el
psicoanálisis, bajo el aspecto en que son reconocibles los
efectos del inconciente, la complejidad es la de los arreglos
entre los espacios psíquicos. Los primeros modelos psico-
143
1
analíticos han procedido a reducciones metodológicas de la
complejidad para centrar la investigación en una sola dimensión del espacio psíquico.
Argumentos para introducir una teoría psicoanalítica
del grupo
En la primera parte de este libro, he desarrollado tres
argumentos para establecer el interés de introducir la cuestión del grupo como un problema para el psicoanálisis:
l. Un argumento histórico-institucional que hace cons-
tar que esta cuestión, ya introducida como condición y obstáculo de la invención, de la institución del psicoanálisis, no
está teorizada como tal. A esta comprobación sucede un
asombro suficientemente cultivado como para mantener
abierta la interrogación sobre la suerte corrida por un modelo prevalente en el pensamiento de Freud, el de la psique
como grupo, el de una psique de grupo. lQué es de esta herencia en la institución, la práctica, la trasmisión y la teoría
del psicoanálisis, cuando se desarrollan, principalmente
después de la muerte de Freud, métodos de investigación y
de tratamiento de fenómenos psíquicos «de otro modo inaccesibles»?13
2. Un argumento, de consecuente importancia metodológico-clínica, que toma en cuenta sobre todo la invención
del método de la cura por el diván como oposición a los
efectos histerógenos de la situación cara a cara grupal. lEn
qué condiciones se puede producir en situación de grupo un
proceso analítico si, no obstante, tal situación se establece
pese a las reticencias, las reservas y las prohibiciones proferidas por S. Freud, M. Klein y J. Lacan: para obtener qué
efectos de análisis, en ese caso oponibles a los efectos de
grupo, pero también distinguibles de los efectos del diván?
3. Un argumento teórico-epistemológico: la pluralidad
de los espacios psíquicos es una hipótesis que pone a tra13 Fórmula de Freud, en 1923, para apreciar el interés del psicoanálisis.
144
bajar la investigación psicoanalítica sobre la tópica, la formación, los efectos específicos del inconciente según los
espacios que este atraviesa y estructura, y cuyos efectos
correlativamente recibe. En el grupo, el inconciente se produce, y las formas de subjetividad que generan su tópica, su
dinámica y su economía se distinguen como espacios psíquicos complejos, heterogéneos y continuos. En consecuencia, conviene orientar la investigación sobre algunas de las
configuraciones intmpsíquicas de formas y de procesos de
tipo grupal, en sus relaciones con configuraciones de vínculos y de formaciones inter- o tmns-psíquicas de las cuales el
grupo es un paradigma notable.
Estos tres argumentos están completamente fundados
en positivo y en negativo en el debate psicoanalítico; resaltan, con una insistencia insuficientemente considerada,
que, si pensar el grupo con el psicoanálisis despierta tanta
aversión, es porque con ello se afrenta la fantasía del autoengendramiento de la psique por su propia imagen unificada.
145
'
:1
Segunda parte. Elementos para una teoría
psicoanalítica del grupo
l
4. Grupalidad psíquica y grupos internos
Introduciré este capítulo con un fragmento de una cura:
al proponer esta situación relativamente compleja, quisiera
poner el acento en los espacios psíquicos donde se manifiestan los grupos internos.
El grupo en el sueño y el psicodroma: fragmento de
análisis
En una fase difícil de su cura, Céline se lamenta de que el análisis comenzado dos años antes conmigo no le ha aportado
nada: según ella, yo no puedo o, peor, no quiero hacer nada por
ella, cuando se encuentra ante la angustia de perder su identidad y sus límites, y se siente estallar por eso en pedazos que
nada consigue reunir.
En el momento de las entrevistas previas, me había hablado
de su miedo pánico en los grupos y ante ciertas figuras terroríficas de madres que encontraba en su vida profesional. Durante los dos primeros años, su estado había mejorado, en una
trasferencia positiva en la que yo aparecía para ella como un
padre que la protegía -lo que su padre no había podido o querido hacer- de sus fantasías de ataque con relación asumadre. En la fase de la cura que se ponía en marcha, la trasferencia estaba cambiando de figura y de signo. Ella comenzaba
a permitirse sentir odio hacía su madre.
Un sueño fue el punto de partida de la representación de su
angustia y abrió una nueva etapa de su cura: yo era el instigador de una reunión secreta de mujeres y hombres, todos vestidos con una larga toga como la de los jueces o la de los abogados. Estas personas querían hacerle un proceso cuyo motivo
ella no conocía. La reunión se mantenía en una habitación inmensa, en la casa de una de estas mujeres, una mujer muy
grande. Todas las personas del sueño llevaban alrededor del
cuello una cadena idéntica, de oro, pero con. una parte estropeada.
149
Las asociaciones sobre el sueño condujeron primero a la soñante a identificar en la «mujer muy grande» una representación de su abuela.• Cuando mi paciente era adolescente, había
recibido de su abuela un anillo que le pertenecía: la abuela se
lo había dado en secreto, y la niña debía guardarlo escondido
sin que la madre lo supiese, mientras la abuela, en ese momento gravemente enferma, viviera. Cuando su abuela murió, poco
después, ella sintió pánico frente a la idea de revelar el secreto,
con una culpabilidad intensa frente a su madre; no sin fundamento, consideraba ahora que su madre había sido doblemente expoliada por su propia madre y por su hija en el pacto que
las unía. Pero en aquella época, evidentemente no podía tener
acceso a esta representación. Descubriría ahora el odio que
sentía por su abuela, pero también por su madre: le reprochaba no haber sabido nada de lo que había pasado entre su propia madre y su hija; la omnisciencia que ella le atribuía no
solamente alimentaba su culpabilidad respecto de ella: que la
madre hubiese sabido algo le hubiera permitido, por otro lado,
ser protegida por ella de la abuela.
Durante todo este período de su vida de jovencita, llevaba el
anillo a escondidas cuando salía a alguna reunión. Esta joya
tenía una gran importancia para ella: se servía de ella como de
un fetiche maléfico para seducir a hombres casados a quienes
abandonaba no bien conquistados. Luego un día perdió esa
joya y reprimió toda esta historia. Salvo en su cuerpo: sin explicación, y especialmente cuando debía volver a ver a sumadre o encontrarse con hombres, sus dedos se hinchaban y sus
articulaciones la hacían sufrir intensamente.
De este síntoma, Céline no había hablado jamás a nadie, pero
ahora que se manifestaba otra vez en la cura, había ido a consultar sin que yo supiem a un médico y a un kinesioterapista,
al mismo tiempo que había emprendido desde hacía ya algún
tiempo, y sin hablarme de ello, varias actividades de grupo: de
relajación, de terapia guestáltica, de rebirth. Por otra parte,
interrumpía muy rápidamente sus compromisos y pasaba de
un grupo a otro.
Si bien el secreto pesaba sobre la joya y lo que para ella representaba como significante de una fantasía de seducción por la
abuela y de una renegación por esta de su propia hija, estaba
desplazado en el sueño sobre la reunión secreta en la que yo
congregaba a diferentes personas que le hacían un proceso. El
secreto reconduce a las trasferencias:
• [En francés, la relación en las palabras se hace evidente: «tres grande
femme~ y «grand·me:re». (N. de la T.)]
150
1
como la madre, yo no debía saber nada del uso que ella hacía
de su poder seductor, que obtenía de la joya usurpada;
las trasferencias laterales que se habían desarrollado sobre
diferentes personajes tenían un rasgo común en la representación del sueño y en la trasferencia: estaban identificadas entre sí por la joya, objeto de la resistencia, y Céline se identificaba con ellas; servían para mantener el secreto, dejando completamente al síntoma el cuidado de levantar el velo y castigarla;
yo mismo, en el sueño, era incluido en la figuración de su resistencia, al mismo tiempo que era ubicado por ella como capaz
de denunciarla. La figura paterna -ausente para ella en toda
esta historia salvo en sus tentativas de seducción de hombres
casados- presidía el proceso gracias al cual se diría la verdad
sobre su deseo. Finalmente, el sueño realizaba su deseo de un
proceso de reunificación de lo que había sido dividido, clivado,
disociado en ella, en el encuentro traumático de su deseo de
atacar a la madre y seducir al padre, y el de la abuela, de expoliar a su hija.
Se prosiguió el análisis sobre el pacto inconcíente que la había
ligado a su abuela; ella intentaba reproducir en la cura sus
elementos.
Un aspecto de este movimiento trasferencia! me pareció importante: la reunión secreta del sueño. En el curso del trabajo
asociativo, otro secreto salió a la luz: me dijo que había participado de un psicodrama, quince años antes, en el marco de
una sesión breve de cu(ltro días. Yo era el psicodramatista y
trabajaba sin co-psicodramatista: en consecuencia, para ella
tuvo importancia el hecho de que estuviese solo, no en pareja.
Jamás me había hablado de todo eso hasta entonces, no le había venido a la mente; ella pensaba que yo debía saberlo. Por
mi parte, había olvidado que ella había hecho conmigo un psicodrama tantos años antes. Le volvió a Ja memoria una sesión:
ella había propuesto como tema de psicodrama representar
una escena que se desarrollaría en una galería de espejos. Espejos deformantes debían representar, desmultiplicados y
deformados, un solo personaje, que se vería aterrorizado por
sus propios reflejos; ella no había precisado, recuerda, si este
personaje sería hombre o mujer. Solamente había fijado como
condición para la interpretación que yo fuera el patrón del
palacio de los espejos, y había previsto para mí un rol preciso
en este guión: debería plegar unos sobre otros los espejos que
reflejarían al personaje difractado y, por un pase de magia,
151
hacer salir de allí un ser nuevo, un animal o un humano, poco
importaba, según le parece.
Ahora bien, yo no había jugado ese rol pues ese tema no había
sido representado, y ella no había dicho nada entonces sobre
ello. Por otra parte, no había dicho nada tampoco del silencio
que siguió a la proposición de su extraño tema de psicodrama.
Cuando se acuerda de aquello y me lo relata en sesión, recuerda cuán decepcionada quedó en primer lugar por este silencio y
porque el tema no había sido tomado en consideración y representado, pero después, por el contrario, se había sentido aliviada.
Yo comprendí al mismo tiempo que ella que su demanda de
análisis se había reinstalado, sin que ella lo supiera ni yo tampoco, sobre esta trasferencia conservada sin trascripción, pero
no sin efectos. Las trasferencias laterales sobre los grupos y los
médicos, después el sueño, realizaban ese deseo frustrado en el
cual se había anudado, en parte, la demanda que la había llevado de nuevo hacia mí varios años más tarde. El sueño retomaba, elaborándolo, aquello que no había podido constituirse
en primer lugar sino como una primera puesta en forma de su
prehistoria.
<.Cuál había sido la función de esta escena no dramatizada? El
palacio de los espejos había sido una primera tentativa de dar
forma a la representación de sí misma clivada y desmultiplicada en su yo y en su imagen especular. Esta representación
había sido también para ella la ocasión de constituir un recuerdo encubridor de la escena traumática fijada en su fantasía de
seducción por la madre arcaica. Yo no había sido, sin saberlo,
solamente el depositario del secreto; ella había depositado en
mí este enigma intratable; así, yo podría conservarlo disponible para su demanda ulterior. El grupo de psicodrama había
sido para ella la ocasión de ubicar un primer eslabón de su
prehistoria y de procurarle la posibilidad de una rehistorización. En el movimiento actual de la cura, le parecía sumamente importante que esta escena no hubiera sido representada,
sino que ella sólo hubiera conseguido proponer el tema: ahora
podía desplegar las apuestas y los actores, representarse allí
como sujeto y desdoblar todo lo que contenía.
El análisis se orienta, efectivamente, hacia la construcción de
su prehistoria, hacia lo que, de su inscripción en el grupo familiar, había fracasado en el deseo de la madre: esta, en efecto,
la dfo a luz después de una tentativa de aborto y la dedicó a la
abuela, quien había exigido de su hija que conservara al niño.
El anillo había tomado este valor de objeto transgeneracional
perverso en ese pacto que había sellado la abuela, pacto que
152
había extraviado a Céline de su filiación materna, y a la madre, de su maternidad. l
Para el psicoanálisis, el grupo no podría ser en primer lugar sino interno: el grupo es la forma, la función y el proceso
que ocupa en el espacio de la realidad psíquica interna. Gru·
palidad psíquica: construí este término desarrollando la intuición formulada por D. Lagache (1960) cuando escribía
que «la vida interior es, desde todo punto de vista, un capÍ·
tulo de la dinámica de los grupos» (1960, pág. 53). J.-B. Pon·
talis propuso esta fórmula: el psicoanálisis debe extenderse
a «aquello que en cada uno de nosotros es grupalidad» (1963),
pero no precisó en qué consistía esa grupalidad. Cuando
1 Este fragmento de análisis fue extraído de un estudio titulado Les re-
venants du transfert [Los aparecidos de la trasferencia] (1989). Llamo a
estos pacientes aparecidos porque, en la cura que emprenden después de
una experiencia de grupo, vuelven a visitar algunos de los lugares psíqui·
cos donde, para ellos, con ocasión del grupo, se ha creado una primera re·
presentación de una escena enigmática, de un vínculo o de un objeto hasta
entonces irrepresentables. Pero sucede que, por diversas razones, lo que se
ha anudado en la trasferencia en esa ocasión no ha podido constituir el
vector de un análisis de la historia singular de tales sujetos. En el caso de
mí paciente, viene a reinstalar su demanda sobre esos significantes depo·
sitados en mí y con los que lo único que yo había podido hacer entonces por
ella fue albergarlos, lo cual en aquel momento fue a la vez necesario y su·
ficiente. Tengo otra razón para llamar a estos pacientes aparecidos: si bien
no todos han sido amenazados de muerte en su prehistoria, un gran número de ellos se ha estructurado en torno de una fantasía de supervivencia
o de una reivindicación de ser reconocidos en la legitimidad de su filiación.
Esas fantasías y esas reivindicaciones encuentran a menudo un punto de
apoyo en la realidad histórica: su nacimiento se ha producido en un contexto familiar o social catastrófico (muerte de un progenitor o de un hijo,
guerra, quebranto económico); son niños de remplazo; una serie de embarazos no llegados a término o un aborto han precedido a su nacimiento; son
uno de los mellizos de un nacimiento gemelar catastrófico.
La trasferencia positiva que se estableció en la situación de grupo y que
sirvió de soporte a la metaforización, por primera vez, de esas vivencias ar·
caicas, es el principal determinante del proyecto de proseguir en el marco
de la cura el trabajo que se puso en marcha en el grupo con el analista.
Desde luego, todas estas cuestiones deberían ser objeto de un análisis
más fino y no he asegurado que todos los casos de ~aparición» tengan una
u otra de estas características; pero es notable que, en los casos que men·
ciono, estos pacientes se viven a sí mismos como aparecidos, y expresan
con ello que su lugar de seres vivos y de sujetos en el conjunto familiar y
genealógico ha sido problemático; y que, para algunos de ellos, su historia
conllevó potencialidades de evolución psicótica.
153
retomé estas proposiciones, pensé que podían designar una
forma de representarse el modo de presencia en la psique de
una pluralidad organizada de otros: modo de presencia determinado esencialmente por las identificaciones, la organización de las relaciones de objeto, por la actividad de fantasmatización. Después, estas proposiciones me parecieron
formulaciones muy freudianas de la psique representada
como grupo y como actividad de agrupamiento/desagrupamiento: efectivamente, desde la época del Proyecto y hasta
el final de su obra -principalmente en el momento de la
construcción de la segunda tópica- esta representación no
dejará de constituir para Freud la base metafórica de uno
de los modelos más constantes del aparato psíquico.
Quedaba por desarrollar este esbozo, precisar sus formas, modalidades y procesos. He trabajado en esta tarea
desde 1966, orientando la investigación en primer lugar
hacia los efectos de la grupalidad psíquica en las representaciones del grupo. Luego pude ampliar la extensión de esta
noción y profundizar el concepto, hasta considerar la grupalidad psíquica y los grupos internos como las formaciones y
los procesos a partir de los cuales la realidad psíquica interna podía ser articulada con la realidad psíquica propia del
grupo, de la cual la grupalidad psíquica y, más directamente
los grupos internos, constituyen los organizadores. El concepto de grupalidad psíquica ha llegado a ser de este modo
un elemento central de la teoría psicoanalítica del grupo
que intento construir. La he elaborado intentando darle una
pertinencia en el campo intrapsíquico y en el campo íntersubjetivo.
En el campo intrapsíquico, el concepto de grupalidad psíquica es más amplio que el de grupo interno: la grupalidad
psíquica describe una organización y un funcionamiento del
aparato psíquico. Los grupos internos se consideran sea
como esquemas de organización y de representación actualizados por la epigénesis, sea como adquisiciones y construcciones obtenidas por la introyección de los objetos perdidos.
El fragmento del análisis de Céline se organiza en tomo
de un sueño de grupo en el cual los personajes representan,
por desplazamiento, difracción y condensación, las imagos y
las instancias de la soñante movilizadas en la figuración de
su conflicto y en la puesta en escena de su culpabilidad per-
154
secutoria. El sueño mismo da a su angustia un contenido y
los límites continentes. La escena del psicodrama de grupo
había constituido una primera representación no dramatizada de su angustia de despersonalización, una suerte de
tiempo previo a la resignificación: el espacio intersubjetivo y
el dispositivo del psicodrama, la movilización de las trasferencias, habían hecho posible ese movimiento, en aquel
momento de su historia.
La grupalidad psíquica
Asociar, disociar
Estos dos verbos pueden describir una actividad fundamental, originaria y constante de la psique: la de asociar
materia psíquica, combinar sus elementos, diferenciarlos,
trasformarlos y organizarlos en conjuntos de complejidad
variable, pero también la de disociarlos o reducirlos en una
masa compacta e indiferenciada, o aún aglomerarlos en formaciones compuestas y heterogéneas.
Esta actividad de asociación/disociación entre elementos
psíquicos o entre grupos de elementos se rige por el proceso
primario: por el desplazamiento, la condensación, la difracción; se sostiene por el juego de las oposiciones y conjunciones que se ejercita en el interior de los principios fundamentales del funcionamiento psíquico, es decir: el antagonismo
y la intricación de las pulsiones de vida y las pulsiones de
muerte; la oposición y la ensambladura del principio de placer/displacer y del principio de realidad; el clivaje y la reunión, el rechazo y la integración. Al fin y al cabo, la actividad
de asociación/disociación es una consecuencia de la dependencia irresuelta del sujeto respecto de su entorno intersubjetivo y de la afirmación imperfecta del yo (Je). De este
modo, se forman ciertas configuraciones psíquicas en las
que se construyen constantes, se facilitan vías de ligazón
automática, insisten repeticiones; en las que juegan también operaciones aleatorias, indeterminadas.
La actividad asociativa/disociativa es la actividad propia
de la psique. Esta actividad se produce bajo el efecto de la
155
dinámica pulsional y del clivaje psíquico impuesto por el
inconcient.e; la historia de Céline podría ilustrar est.e punto
de vista. Al destacar esto, llamo la at.ención sobre el hecho
de que el método asociativo y la regla fundamental son, en
la situación psicoanalítica, las elaboraciones metodológicas
congruentes con esta concepción de la psique. Asociación y
disociación sostienen las operaciones complejas del pensamiento, las ligazones entre los pensamientos, entre las representaciones de cosas, de palabras y de discurso," y los
afectos que se han unido a ellas. La noción de grupalidad
psíquica, la idea de que la psique es asociación sin ser por
ello «social», son constant.es del pensamiento de Freud.
Con que nos detengamos un instant.e en la palabra Bindung en el léxico freudiano, deberemos admitir que designa
la ligazón de las fuerzas pulsionales, las relaciones de objeto
y las representaciones, pero también los lazos intersubjetivos por la mediación de las identificaciones, de las imagos
y de los complejos. La psique en su consist.encia y su actividad, e independientemente de toda necesidad social de la
cual sólo sería el reflejo o la int.eriorización, se revela concebida como arreglo de fuerzas y de formas de la ligazón
(Bindung) y de la desligazón (Entbindung) como trabajo de
la asociación (Verbindung) y de la disociación (Abspaltung)
de las representaciones, de los afectos y de los objetos; aparece como campo en el cual operan los procesos primarios de
condensación y de difracción, de desplazamiento y de sustitución.
• [Représentations de choses, de mots et de parole: R. Kaes utiliza aquí,
además de los conceptos, clásicos en psicoanálisis, de representación de
cosa y representación de palabra (mot), una noción diferente, «représentation de parole'i>. En una entrevista publicada en Buenos Aires en 1992
(Actualidad Psicológica, n 2 193), R. Kaes refería: «El hecho de hablar, el
hecho activo de hablar, tiene un efecto movílizador y de trasformación de
la representación de cosa y de palabra (mot) y entre estas diferencias está
el representarse y el decirlo».
(Según el Diccionario Le Petit Robert -París: Ed. Díctionnaires Le Robert, 1992-, «mot,. alude a las unidades de sentido del lenguaje articu·
lado, en tanto «parolel> connota el «Pensamiento expresado en alta voz», la
«Expresión verbal del pensamiento. Facultad del pensamiento por sistemas de sonídos articulados (...) El hecho de hablarl>.)
A fin de respetar el sentido de la idea del autor, y conservar a la vez la
nomenclatura clásica, hemos traducido «parolel> como «discurso» en este
contexto. (N. de la T.)]
156
La grupalidad psíquica, noción originaria del
psicoanálisis
No carece de fundamento dentro del pensamiento psicoanalítico que la noción de grupalidad psíquica pueda describir la organización de la materia psíquica. Lo que es seelisch
es la actividad de agrupamiento/desagrupamiento de la
psique en la psique: esta actividad trasforma e interpreta
los materiales de la realidad psíquica, suscita alianzas, tensiones y rupturas; engendra compromisos y mediaciones,
fabrica representantes, delegados, representaciones del sujeto y de su propia actividad psíquica.
Se podría sostener que la noción de una sociedad interna
o de una «dramaturgia intrapsíquica» (la expresión pertenece a J. Laplanche y a J.-B. Pontalis, 1967) es una noción
originaria dentro del pensamiento psicoanalítico. Las concepciones pos-freudianas de las identificaciones, del objeto
y, sobre todo, de la relación de objeto, suministraron valiosos elementos de análisis de los que derivaron las nociones
kleinianas de objetos internos, de padres internos y de fa.
milia interna. El tratamiento de las psicosis y el trabajo
psicoanalítico en situación de grupo llegan a constituir una
etapa conjunta y decisiva en la formación de la idea de
grupalidad psíquica. W.-R. Bion, por ejemplo, utiliza para
describir al psicótico la noción de «personalidad-grupo»;
H. Searles escribe que la terapia (individual) del psicótico es
una suerte de terapia de grupo a varias voces: las voces disociadas y los fragmentos psíquicos por religar en una forma,
una organización y un aparato de trasformación internos.
La noción de grupo interno, que no es formulada ni por Bion
ni por Searles, servirá en ese caso esencialmente para describir la disociación del yo y de los objetos en el psicótico.
Las diferentes corrientes del trabajo psicoanalítico en situación de grupo recurrirán, al comienzo de la década de
1970, a la noción de grupo y de familia internas (E. PichonRiviere, S. Resnik, R. Kaes) para precisar la articulación entre ciertas estructuras intrapsíquicas -y los arreglos intersubjetivos que las revelan en los grupos. Sin embargo, este
concepto será distinto en su empleo teórico y en su valor
explicativo según las orientaciones de las investigaciones:
el concepto ocupará una posición bastante central, pero en
una inflexión todavía tributaria de la corriente psicoso-
157
cíológica, en E. Pichon-Riviere, quien piensa en términos de
roles y de status);2 será relativamente lateral y todavía más
marcado por las opciones kleinianas en S. Resnik; tomará
un valor central y estará fundado en bases freudianas en
mis propias investigaciones.
En el estado actual de todas estas exploraciones, es difícil proponer una teoría homogénea de la grupalidad psíquica. Algunas investigaciones en curso deberían hacer posible
discernir entre formas elementales de los grupos psíquicos,
en los que predominan formaciones compuestas y conglomerados, tales como las describen los núcleos aglutinados
de J. Bleger,3 y formas complejas, en las que ya se ha efectuado una mínima discriminación. Lo que ahora describiré
corresponde a estas organizaciones.
El concepto de grupo interno
Definición
He precisado, desde la introducción de este trabajo, lo
que entiendo por el concepto teórico de grupo interno: de2 La noción de grupo inte~o en E. Pichon-Riviere (1971 para la edición,
1967 para la aparición de la noción) es diferente de la que yo propongo. Pi·
chon-Riviere introduce esta noción en un conjunto de proposiciones toma·
das de la psicología social de G. ·H. Mead (los conceptos de rol, interacción,
Otro generalizado), de la fenomenología (las nociones de vínculo (lien) y de
portavoz (porte·voix), y del psicoanálisis (el complejo de Edípo como es·
tructura organizadora). Pichon-Riviere propone el grupo interno para en·
mendar las limitaciones del concepto de Otro generalizado: el grupo
interno no es únicamente el producto de una internalización de los otros;
comprende el mundo interno del sujeto: «Consideramos que la intemaliza·
ción del otro no se efectúa como la de un otro abstracto y aislado, sino que
incluye los objetos inanimados, el hábitat en su totalidad, y que alimenta
fuertemente la construcción del esquema corporab (1977, pág. 28). Rede·
finiendo este concepto, M. Bemard y A. Cuissard (1979) lo han precisado
como wna estructura de status intemalizada, a partir del nacimiento, de
las experiencias intersubjetívas entre el sujeto y sus objetos fundamenta·
les: la madre y el padre. Corresponde a la inserción del sujeto en una ma·
triz triangular, el complejo de Edipo" (op. cit., pág. 27).
3 De esos grupos internos, he analizado su organización en el aparato
psíquico y su función estructurante en las representaciones y los procesos
intersubjetivos de grupo; cf. R. Kaes, 1974, 1976.
158
signa formaciones y procesos intrapsíquicos desde el punto
de vista en que las relaciones entre los elementos que los
constituyen están organizadas por una estructura de grupo.
El abordaje estructural de los grupos internos pone el
acento en el sistema de las relaciones entre elementos defi·
nidos por su valor de posición correlativa, unidos y regidos
por una ley de composición: la separación diferencial entre
los elementos engendra la tensión dinámica de la estructura. Pienso poder incluir dentro de esta definición la noción
freudiana de «grupos psíquicos». Un grupo interno aparece
de este modo como una configuración de vínculos entre «elementos psíquicos»: de las pulsiones y sus representantesrepresentaciones, entre objetos, entre representaciones de
palabras o de cosas, entre instancias, imagos o personajes
internos. En estos grupos, el sujeto mismo se representa
directamente o a través de sus delegados.
El abordaje funcional de los grupos internos pone el
acento en las funciones específicas que se cumplen en el es·
pacio intrapsíquico, en la formación del sujeto y en el espa·
cio de los vínculos intersubjetivos: funciones de ligazón, de
representación (figuración y sintactización) y de trasforma·
ción. Una propiedad funcional de los grupos internos está
sujeta a su disposición sintagmática; se halla particularmente dotada para dramatizar los emplazamientos y los
desplazamientos correlativos del sujeto y de los objetos, sus
permutaciones, su condensación y su difracción, según las
apuestas de la acción psíquica por realizar, según las nece·
sidades de la dinámica y de la economía psíquicas, princi·
palmente bajo el efecto de las censuras por respetar y por
evitar.
La puesta en perspectiva del grupo interno en el análisis
de los procesos del agrupamiento y de la realidad psíquica
que se forma en ellos confiere a este concepto un interés
capital para la inteligibilidad de las ligazones ínter· y trans·
psíquicas. En el arreglo de los vínculos intersubjetivos y de
las formaciones psíquicas grupales, los grupos internos juegan un papel de organizadores psíquicos inconcientes a par·
tir de las propiedades de su estructura y de los procesos de
ligazón/desligazón que prescriben.
El concepto de grupo interno llega así a ser el operador
por el cual las formaciones y los procesos de la realidad in·
trapsíquica y el aparato psíquico del agrupamiento pueden
159
establecer relaciones recíprocas. Ocupa dentro del campo
teórico una posición homóloga a la de pulsión y a la de representación de palabra, en su función articular entre los
niveles de la realidad corporal, del lenguaje y de la realidad
psíquica. En el campo clínico y metodológico, el concepto de
grupo interno es útil para concebir la especificidad de las
trasferencias y de los trasferidos, para proponer una repre·
sentación de los procesos asociativos específicamente mo·
vilizados en la situación de grupo. Un concepto tal permite
principalmente dar cuenta del destino, en los procesos de
agrupamiento, de las representaciones del grupo primario
interno (padres y familia internos) y de las investiduras
pulsionales que afectan al grupo en tanto objeto. El sueño
de Céline y el tema de psicodrama que propuso algunos
años antes lo atestiguan.
Si bien los grupos internos están sometidos al orden
propio de las formaciones y de los procesos psíquicos, y si
bien cumplen allí funciones específicas, no pueden manifestarse sino en sus trasferencias sobre o en el espacio psicoanalítico, es decir, en las formas y las condiciones de las
trasferencias. Esta condición debe ser mencionada para re·
ducir los riesgos de objetivar los grupos internos en observables completamente independientes de las condiciones de
su manifestación.
Finalmente, este sistema está dotado de principios y de
operadores de trasformación que movilizan mecanismos variados: permutación, negación, inversión, difracción, condensación, desplazamiento. Estos principios, operadores y
mecanismos están destinados a asegurar la regulación y la
constancia del sistema grn[XJ interno en diferentes lugares
del aparato psíquico.
A consecuencia de esto, el grupo interno adquiere una
pertinencia clínica decisiva en el trabajo psicoanalítico en
situación de grupo: da cuenta del proceso del anudamiento
y de la desligadura de los nudos imaginarios reificantes o
alienantes que se forman en la coincidencia entre los grupos
internos de cada uno y el grupo formado por el acoplamiento
psíquico de los miembros del grupo, a partir de sus grupos
internos.
El grupo «externo» no es solamente un objeto de investidura, una estructura de apuntalamiento; es también un
espacio de representación, un escenario de realización, un
160
teatro para el cumplimiento del deseo inconciente y de los
complejos defensivos que suscita. El grupo es el «pórtico»,
metáfora que expresa su posición psíquica paradójica, donde el adentro encuentra al afuera en puntos indeterminables. El espacio del agrupamiento intersubjetivo no es, p_i¿es,
una pura exterioridad en relación con la realidad psíquica interna. Porque sobre esos límites, para cada sujeto, el
«afuera» adquiere el valor de una prolongación o de una
extensión de los grupos internos. En este sentido, y a causa
también de las ligazones solidarias entre la realidad psíquica agrupada en el adentro y la red de sus intricaciones
intersubjetivas, lo que «ocurre» en el grupo es también experimentado y, en el mejor de los casos, elaborado, como pertenencia intrasubjetiva.
Se admitirá que, según estos elementos de definición, el
concepto de grupo interno adquiere una extensión mucho
más amplia que la de constituir la matriz de la representación-dramatización del grupo familiar interno o del grupo
en tanto objeto de investidura. Su estructura fundamental
define, en este aspecto, tanto a la fantasía como a los sistemas de relación de objeto, al yo, a la estructura de las identificaciones, a los complejos y las imagos, incluida la de la
psique.
Tal concepto es inteligible en el campo clínico del psicoanálisis; se inscribe en su corpus teórico, tal como lo funda
la práctica de la cura individual, donde en primer lugar se
ha construido, según los bosquejos que he presentado. Su
eficiencia está, de aquí en más, sujeta a una prueba en el
análisis de los sueños, de las identificaciones y de los síntomas, en el análisis de la creación artística y en la organización del proceso asociativo. 4
La fantasía: paradigma del grupo interno. Análisis
estructural
De los grupos internos paradigmáticos, destacaré la
fantasía, por el doble motivo de que su abordaje estructural
describe perfectamente el concepto de grupo interno, y por4 He desarrollado este punto de vista en mi trabajo sobre los procesos
asociativos, la palabra y el inconciente en los grupos (1993).
161
que la relación de objeto adquiere su consistencia por estar
relacionada con la fantasmática. Examinaré pues la fantasía bajo este aspecto, incluyendo su propiedad de poner en
escena diferentes versiones de la relación del sujeto con sus
objetos, con su deseo y con más de un otro.
En psicoanálisis, la noción de fantasía no es unívoca. En
su estudio titulado «Fantasía originaria, fantasía de los orígenes, origen de la fantasía», La.planche y Pontalis proponen una clasificación de las fantasías, distinguiéndolas según su origen: la fantasía originaria (Urphantasi,e) se constituye sobre la base de la represión originaria. Se trata de
un esquema anterior a la experiencia individual. Sus características fundamentales son las de referirse a los orígenes
del sujeto, de la sexualidad y de la diferencia entre los sexos,
y constituir de este modo lo que origina al sujeto. Este tipo
de fantasía es una formación del inconciente del sujeto singular, pero es también, por su frecuencia, su generalidad y
su origen, una formación transindividual del inconciente.
La fantasía secundaria (Phantasi,e) ha devenido inconciente ·
por efecto de la represión secundaria (o posterior) ejercida
sobre el ensueño diurno conciente. Este tipo de fantasía, variable de un sujeto a otro, está más ligado a la historia del
sujeto individual que la fantasía originaria.
Estas modalidades de la fantasía se caracterizan por
otra diferencia, que concierne a la ubicación del sujeto. En el
polo de la ensoñación diurna, escriben La planche y Pontalis
(págs. 1861-2), el argumento está esencialmente en primera
persona, y el lugar del sujeto está marcado y es invariable.
En el otro polo, el de la fantasía originaria, la «ausencia de
subjetivación va unida a la presencia del sujeto en la escena: el niño, por ejemplo, es uno de los personajes, entre
otros, de la fantasía "pegan a un niño"(... ); "un padre seduce a una hija", tal sería la formulación resumida de la
fantasía de seducción. La marca del proceso primario [es]
ese carácter particular de la estructura: es un argumento de
entradas múltiples, en el cual nada dice que el sujeto en·
contrará en principio su lugar en el término hija; es posible
que del mismo modo se fije en "padre" o aun en "seduce"».
La fantasía es una escena en la cual el sujeto se repre·
senta participando en la escena «sin que pueda serle asignado un lugar». Laplanche y Pontalis deducen como consecuencia de ello que, aunque esté siempre presente en la
162
fantasía, el sujeto puede estar allí bajo una forma desubjetivada, es decir, en la sintaxis misma de la secuencia fantasmática.
La «lengua fundamental» de la fantasía
Estamos familiarizados con este abordaje de la organización grupal de la fantasía desde el análisis de la fantasía de
Schreber: «yo (un hombre) lo amo a él (un hombre)». Freud
(1911) desarrolló la idea de una trasformación de la «lengua
fundamental» de un mismo enunciado fantasmático en diferentes organizaciones psicopatológicas surgidas de la paranoia: «Las principales formas conocidas de la paranoia [pueden] todas referirse a formas diversas de contradecir la
proposición única (de la fantasía homosexual); más aún, estas agotan todas las formas posibles de formular esta contradicción» (trad. fr., pág. 308). En el delirio de persecución,
la trasformación sintáctica se obtiene por la negación y
proyección de la intensa percepción insoportable, para llegar al enunciado: «yo no lo amo -yo lo odio-- porque él me
persigue». La erotomanía trasforma otro elemento de la
proposición fundamental: «No es a él a quien amo ... es a
ella a la que amo porque ella me ama»; la proyección trasforma la proposición que no debe llegar a ser conciente en la
consecuencia de una causa percibida en el exterior (es a ella
a quien amo). En el delirio de los celos, más allá de sus características diferentes en el hombre y en la mujer, la trasformación adquiere la siguiente forma: «No soy yo quien
ama (a los hombres, a las mujeres); es él (ella) quien los
ama». Freud muestra entonces que la proposición sintáctica
básica, compuesta de tres términos («yo lo amo») es contradicha por más de tres maneras: «El delirio de los celos contradice al sujeto, el delirio de persecución contradice al verbo, la erotomanía, al objeto(...) una cuarta manera de recusar la proposición es rechazarla enteramente.» El <<no amo a
nadie» equivale al «sólo me amo yo» del delirio de grandeza
(trad. fr., págs. 309-10). De este modo, cada unidad sintáctica del enunciado básico puede ser trasformada por la negación, el desplazamiento y la proyección para dar la fórmula de los emplazamientos correspondientes a las posiciones correlativas del sujeto y del objeto.
163
Cuando Freud analiza en 1919 la fantasía «pegan a un
niño» (ein Kind wirdgeschlagen), examina sus variaciones
según el mismo modelo de trasformación. La estructura
de la fantasía es una estructura de entrada múltiple cuyo
enunciado fundamental es el representante de una serie
de enunciados obtenidos por derivación, sustitución, trasmutación, masoquista o sádica, de cada unidad sintáctica:
el padre pega al niño (al hermano, a la hermana, odiados
por el sujeto); el padre me pega; el padre me ama, es a otro al
que detesta y golpea. Una tercera fase de la fantasía resulta
de la doble sustitución de un niño espectador o indetermi·
nado en el lugar del niño golpeado, y de un maestro (o cualquier superior) en el del padre: «Todos estos niños indeterminados a quienes el maestro golpea son sin embargo solamente sustituciones de la propia persona» (trad. fr., págs.
231-2). La traducción francesa habitual del enunciado de la
fantasía por «on bat un enfant» da cuenta de la indeterminación del actor de la fustigación en la estructura formal de
la fantasía. Para la joven y para el muchacho, y en las versiones edípicas que les son propias, pueden ocupar este lugar el padre o la madre, o cualquier otra figura sustitutiva.
Pero, sobre todo, la fantasía permite los movimientos y las
representaciones pulsionales masculina y femenina para
cada uno de los dos sexos.
Las fantasías originarias, prototipos de /,os grupos internos
Todas estas características estructurales de la fantasía
están asociadas en las fantasías originarias. Las fantasías
originarias son los prototipos de los grupos internos. Por su
contenido y su estructura, cumplen la función organizadora
primordial en el proceso psíquico grupal.
Las fantasías originarias son argumentos inconcientes,
anónimos y transíndividuales, singularizados e individuan·
tes, a través de los cuales se representa el origen y la con·
cepción del sujeto, su nacimiento, la atracción sexual y el
origen de la diferencia entre los sexos. Construidas con posterioridad, constituyen respuestas a los enigmas del niño
acerca del origen, del sujeto y del otro (parental, sexual).
Desde este punto de vista, como lo ha destacado G. Rosolato,
obturan algo de la relación de desconocido.
164
Las fantasías originarias se despliegan, en esta escenarespuesta, según una organización que puede calificarse de
grupal si se considera que distribuyen lugares de objeto,
relaciones configuradas por acciones en las cuales se representan las investiduras pulsionales del sujeto, actor, actuado o espectador de una escena en la cual los diferentes objetos, los personajes y el espacio en el cual se los sitúa, son
correlativos y permutables. No se trata, pues, de interacción
entre actores autónomos, sino de correlaciones entre personajes sobre los cuales juegan los procesos primarios de
desplazamiento, condensación, difracción. 5 La puesta en es·
cena inconciente lleva la firma de un doble director de esce·
na: el inconciente director del arreglo grupal originario de la
«dramaturgia interna» (según la expresión de J.·B. Ponta·
lis, 1963); el sujeto del inconciente, actor en su propia pues·
ta en escena.
A esta perspectiva, que pone el acento sobre la estructura y la organización escénica de la fantasía originaria, los
kleinianos aportan otra dimensión: las fantasías incon·
cientes constituyen una expresión psíquica de las pulsio·
nes, enraizada en la experiencia corporal: J. Riviere (1952)
escribe que la vida fantasmática es la forma en que las sen·
saciones y las experiencias reales, internas o externas, son
interpretadas y representadas por el individuo en su psiquismo, bajo la influencia del principio de placer. Para
M. Klein, el origen de la fantasía reside en la respuesta provista por el niño en estado de tensión a su deseo de suc·
cionar el seno materno. La introyección del seno es el prototipo de la fantasía inconciente. Por consiguiente, aquí el
acento se pone en la pulsión en la cual la fantasía encuentra
un fundamento. La fantasía es definida ante todo como el
corolario mental, el representante psíquico de la pulsión:
para S. Isaacs (1952), no hay pulsión, necesidad ni reacción
pulsional que no sea vivida como fantasía inconciente. Pero
si la fantasía es también aprehendida como una relación
entre un sujeto y un objeto, esto es así porque, para los kleinianos -Laplanche y Pontalis lo señalan muy precisamente-, «la estructura de la pulsión es la de una intencionali5 En la introducción de este libro he insistido en que el abordaje psico·
analítico del grupo no es fundamentalmente un abordaje en términos de
interacción.
165
dad subjetiva inseparable de aquello a lo que aspira» y
porque el conjunto de la dinámica interna del sujeto se expresa en este tipo de organización. La perspectiva kleiniana, al poner el acento en la referencia al cuerpo que expresa
la investidura pulsional del objeto por un sujeto, no desdeña concebir a la fantasía como una estructura de relación
intrapsíquica.
Seguiremos pues de buena gana a D. Meltzer en su ensayo sobre la sexualidad polimorfa infantil (1972) cuando
analiza el argumento sexual básico, la escena primitiva y
sus participantes: «Después de Freud, podemos describir
cinco (deberemos agregar un sexto cuando lleguemos a las
perversiones) miembros de la familia: los dos padres, el hijo,
la hija, el bebé-en-el-interior-de-la-madre. Los estados mentales polimorfos infantiles están dominados por el complejo
de Edipo con sus celos y su competitividad, en la búsqueda
de una solución que no implique ni el abandono de los objetos ni el aplazamiento de la satisfacción. De este modo, bajo
la presión de la excitación suscitada por los indicios sensoriales del coito de los padres, incapaces de <<Volverse contra
la pared» y dormir, las partes-hijo-e-hija o bien intentan
hacer su propio pequeño matrimonio, o bien hacen intrusión, disfrazados como bebés internos, en el coito parental»
(1977, págs. 132-3). Cinco, seis personajes, seguramente
más todavía si se admite, como Freud, las identificaciones o
las fantasías bisexuales de cada uno de esos personajes.
Es posible deducir de estas proposiciones la importancia
para el proceso grupal de la estructura escenarizada de la
fantasía originaria, de su doble pertenencia colectiva e individual, de su organización desde un principio grupal: entradas múltiples, permutabilidad, sustitución, trasmutación
de cada uno de los términos del conjunto.
Manifestaciones de la grupalidad de la fantasía en la cura
En la cura individual, los diferentes componentes de la
organización de la fantasía se despliegan en una secuencia
de sesiones o en el curso de la misma sesión:
María recupera, después de un sentimiento de codicia con respecto a la muñeca de su hija, el recuerdo de que, siendo niña,
hurtaba dinero a su madre. Las asociaciones restituyen otros
166
1
·.
significantes del objeto perdido: las heces, el pene, el bebé, habiéndose ya condensado todos esos significantes en las ganas
que había tenido de robarme una pequeña estatuilla africana
de ébano. En la siguiente sesión, aparece una versión de su
novela familiar: ella es una niña robada, en un circo, a su padre que la ha llevado consigo. Un sueño le vuelve a la mente,
sueño ocurrido entre las dos sesiones e inmediatamente reprimido: un cirujano, rodeado de un grupo del cual ella se pregunta si está compuesto de muchachos o de chicas, y en el cual
reconoce a su madre, la opera de apendicitis. Ella misma opera
a una chica o a un muchacho, después se opera ella misma bajo
la mirada de su madre. El análisis mostrará que el contenido
del sueño está constituido por varias fantasías originarias y
que, por sus aspectos secundarios, adquiere función y sentido
en la trasferencia. En la sesión, el sueño sólo es recordado
después de que las formaciones defensivas del recuerdo encubridor y de la novela familiar han facilitado el acceso al contenido reprimido, revelando una dimensión de la unidad estructural de la fantasía «operan a un niñoi.. Esta fantasía es la que
organiza las posiciones sucesivas de la soñante en su sueño:
ella es operada, opera, se opera, es vista operada, es vista operando. En cada una de estas posiciones correlativas en que ella
se representa en los personajes activos y pasivos, vistos-que
ven, niño-padre, cada una de estas acciones admite las permutaciones de los lugares de sujeto y de los complementos de objetos; estos lugares están definidos por sustituciones de verbos:
operar, hurtar, nacer, ser castrado/castrante. En las asociaciones de la soñante, el grupo desmultiplica la intensidad de la
acción sufrida: las miradas «del grupoi. son reforzadas, en lapotencia intrusiva que ella les atribuye, por los proyectores de
la sala de operaciones; a estas miradas se asocian el deseo y el
miedo de ser madre, después su temor de ser sorprendida por
su hermana cuando hurtaba dinero a su madre.
Este sueño presenta algunos puntos de similitud con el
sueño de Céline, en ambos casos se trata de un sueño de
grupo, uno y otro figuran partes del yo antagonistas y ligadas, por ejemplo en el conflicto organizado por la bisexualidad y por la castración.
Esta secuencia de análisis comprende la mayoría de los
elementos que el análisis freudiano de la fantasía ha permitido descubrir:
l. la fantasía es una representación inconciente dramatizada en un guión en el cual el sujeto está presente en la
puesta en escena de su deseo y de sus defensas;
167
2. los procesos primarios de desplazamiento, de condensación y de difracción organizan la lógica de trasformación
de su estructura;
3. las trasmutaciones pulsionales y los mecanismos de
defensa por denegación, proyección o renegación, rigen las
permutaciones de lugares y de atribuciones;
4. estas trasformaciones resultan necesarias por lo que
se vuelve parcialmente conciente de la fantasía y debe ser
reprimido de nuevo; se hacen posibles por el juego paradigmático y sintagmático de la fantasía.
Algunos grupos internos
El análisis de los grupos intersubjetivos me condujo a
privilegiar, además de la fantasía, algunos otros grupos
internos por su función de organizadores en el proceso de
acopladura psíquica del agrupamiento: la imagen del cuerpo, el yo, las redes identificatorias y los sistemas de relación
de objeto, los complejos y las imagos, el sistema de representación de las instancias y los sistemas del aparato psíquico.
Todas estas formaciones funcionan en el espacio intrapsíquico como grupos psíquicos. Recordemos el modo en que
ello ocurre: lo que constituye la estructura grupal es el principio que coliga sus elementos, más allá de su conflictividad;
este principio asegura al sistema una estabilidad de investidura, una capacidad auto-organizadora y auto-representativa, una fuerza de regulación, de atracción y de inhibición sobre los elementos o procesos generadores de tensión
excesivamente peligrosa para la estructura. Define, por esto mismo, un límite que encierra la solidaridad de los elementos y determina la identidad de la estructura.
La imagen del cuerpo es un grupo interno por al menos
cuatro razones: liga, por la energía libidinal, las diferentes
zonas corporales erógenas; en ella se localizan las investiduras constantes de las «partes» y sus ligazones en el todo
del cual el yo es garante y representante; a través de ella se
representan esas relaciones, su tensión, sus modos de resolución, sus zonas de desequilibrio o de perturbación; en ella
se conserva la huella de las experiencias capitales de desligazón, hasta los traumas todavía en estasis. La imagen del
cuerpo está dotada de propiedades acoplantes de los grupos
168
internos; no solamente se construye con las especificidades
de las relaciones psíquicas familiares, tal como lo han mostrado, cada uno con distinto abordaje, G. Pankow y F. Dolto,
sino que constituye uno de los organizadores más primitivos
del vínculo grupal. La imagen del cuerpo es el primer léxico
de todos los enunciados del vínculo grupal: miembros, cabeza, espíritu de cuerpo, incorporación, rechazo, célula, matriz, frontera, envoltura ... Este léxico es también el que
toma el yo para auto-representarse.
Una breve presentación de otros grupos internos paradigmáticos permitirá precisar algunos de sus otros aspectos.
La estructuro grupal de las identificaciones
El concepto de identificación ocupa un lugar central en
la teoría psicoanalítica, en la articulación misma de la «psicología de las masas» y «el análisis del yo». En ese texto,
como lo he señalado, Freud integra en el campo teórico del
psicoanálisis la investigación de los objetos agrupados que
forman el yo, y el análisis de los procesos y de las formaciones que constituyen la realidad psíquica del agrupamiento: la identificación es el concepto decisivo para articular las dos caras interna/externa de un espacio que podrían
representar, mejor que la banda de Moebius, los vasos de
F. Klein, donde el continente se intemaliza en contenido sin
discontinuidad en las tres dimensiones.
La plumlidad de /m; personas psíquicas
La referencia a una pluralidad de objetos o de personajes
psíquicos para definir la identificación se impone al pensamiento de Freud desde 1897, cuando propone su primera
definición. Seguirá siendo la base constante de sus elaboraciones ulteriores. Esta primera anotación es contemporánea de las investigaciones sobre la histeria, acompaña su
debate con Fliess, principalmente en el momento de la operación de los cometes nasales de Emma Eckstein, servirá
de hilo conductor en el análisis del sueño llamado «de la
inyección a lrma» y en el descubrimiento de las personas
169
reunidas y mezcladas que la condensación forma en ese
sueño (Sammel- und Mischpersonen).
Cito nuevamente este pasaje del manuscrito que acompaña a la carta del 2 de mayo de 1897 a W. Fliess: <<Pluralidad de las personas psíquicas: el hecho de la identificación
autoriza tal vez un uso literal de esta expresión» (trad. fr.,
1969, pág. 176).6 Este manuscrito, se sabe, precisa algunas
adquisiciones teóricas y clínicas de Freud sobre la estructura de la histeria y, principalmente, sobre la importancia de
la identificación y de las fantasías de escena(s) primitiva(s).
Es efectivamente a propósito de los síntomas histéricos
como Freud introduce el concepto de identificación. En varias ocasiones, el síntoma de la agorafobia reaparecerá como el ejemplo de la relación entre el deseo, la fantasía, el
síntoma y la posición del sujeto. En la carta nº 53 del 17 de
diciembre de 1896, escribe a Fliess: «(... ) he visto confirmada una sospecha(... ) referida al mecanismo de agorafobia
en las mujeres. Tú la adivinarás muy bien pensando en las
prostitutas. Es la represión de la compulsión de salir a la
calle a buscar al primero que pase, un sentimiento de envidia hacia las prostitutas y una identificación con ellas.»
(1950, trad. fr., pág. 161.) Más tarde, precisará: «Este elemento común [a las personas referidas] es una fantasía: la
agorafóbica se identifica inconcientemente con una muchacha de la calle y su síntoma es una defensa frente a esa
identificación y el deseo sexual que esta supone».
Sería inexacto tratar el conflicto de las identificaciones
oculto y resuelto por el síntoma como una escena interior
de dos «personajes»: en ella interviene una imago parental
particular y entre las bambalinas de esta escena está el personaje del rufián cuyo papel en las fantasías histéricas de
prostitución ha destacado L. Israel (1980). El juego identificatorio está regulado por el marco interno de la fantasía de
escena primitiva.
El enlace entre la identificación, el sueño y la histeria fue
establecido muy tempranamente por Freud. El análisis del
sueño «de la carnicera» (cf. la nota 4 del capítulo 1) muestra
cómo la identificación une a dos (o varias) personas en una
comunidad (fantasmática) «que persiste en el inconciente».
6 Freud escribe: «Die Mehrheit der psychischen Personen: die Tatsache
der Identifizierung vielleicht sich wortlich zu nehmen» (subrayado por
Freud).
170
t
En el capítulo VI de La interpretación de los sueños (1900), a
propósito del trabajo del sueño, Freud escribe precisamente
acerca del sueño llamado «de la carnicera»: «La identificación es un factor muy importante en el mecanismo de la histeria. Por este medio las enfermas pueden expresar, por sus
manifestaciones mórbidas, los estados interiores de un gran
número de personas y no solamente los propios: pueden padecer, de alguna manera, por una multitud de gentes, y representar por sí solas todos los papeles de un drama».
Hay ahí, en principio, una versión grupal de la identificación, de la fantasía y de la histeria: «Quisiéramos enunciar el proceso de la siguiente manera, diciendo: ella (la carnicera) se pone en el lugar de su amiga porque esta se pone
en su lugar ante su marido, porque ella (la amiga) quisiera
ocupar el lugar de la paciente en la estima del marido».
El grupo-Dora
Efecto de grupo, precisamente. En estos términos se
analizará, a través de la constitución y los avatares del síntoma histérico, el juego identificatorio de Dora. Como la
carnicera, Dora intenta, por la identificación, gozar del objeto del deseo del otro apropiándose de este deseo y de una
parte de la identidad del otro; en este caso, de más de un
otro. El síntoma condensa estos deseos, sus objetos y las defensas que se oponen a su realización; el síntoma mantenido
a la vez por cada uno, hace lazo entre los sujetos y oculta el
acceso al sentido singular que adquiere para cada uno y a la
función que cumple entre ellos.
Como la fantasía, el síntoma está al servicio de las realizaciones del deseo y de las identificaciones múltiples entre
las cuales se juegan -actuando sobre ella- los personajes
de la histérica. A Freud le es familiar este razonamiento, lo
ha empleado, por ejemplo, a propósito de la agorafobia: tal
síntoma disfraza y defiende de la identificación con la prostituta.
Desde este punto de vista, es ejemplar el análisis que
Freud emprende de los síntomas de tos y ronquera en Dora
en un intento de relacionar todas las determinaciones reveladas en la cura. Nota que la irritación orgánica real que
provoca la tos se ofrece para la fijación del síntoma en la
171
medida en que esta región del cuerpo (boca, garganta) ha
conservado, para Dora la chupeteadora, un papel de zona
erógena, y proporciona de esta manera un modo de expre·
sión a la libido despertada. Este despertar y esta fijación del
síntoma reciben un «primer revestimiento psíquico», es·
cribe Freud: la imitación del padre enfermo, por compasión
hacia él, luego las autoacusaciones a causa del catarro.
El mismo grupo de síntomas es más tarde susceptible de
representar las relaciones con el señor K., de permitir el
pesar por su ausencia y el deseo de ser para él una mujer
mejor que la propia; pero cuando la libido de Dora se vuelve
nuevamente hacia su padre, el síntoma adquiere su última
significación y sirve para expresar, por la identificación con
la señora K., las relaciones sexuales con el padre.
Podemos, así, hacer aparecer la red identificatoria, por el
síntoma, del grupo· Dora:
Padre enfermo (punición, autopunición)
Señora K. enferma
Prima
Sr.K
Dora puede, por su síntoma, identificarse con todos estos
personajes y, parcialmente, identificarlos entre sí, pasar del
uno al otro. Freud precisa que la identificación con la señora
K. es ora la consecuencia del refuerzo de la libido dirigida
hacia el mismo sexo, en proporción a la represión de la libido dirigida hacia el otro sexo (su padre), ora la consecuen·
cia de la identificación homosexual histérica Oa señora K.,
la gobernanta, la prima); todas, por otra parte, están, como
la madre, en relación con el objeto del deseo del padre.
Freud pone de este modo en evidencia que las identificaciones de Dora no son solamente identificaciones con las perso·
nas objetos de su deseo o de su culpabilidad, sino también
identificaciones con lo que esas personas representan de su
propio sexo. La bisexualidad sostiene esta doble polaridad
172
de las identificaciones, organiza las redes del grupo interno
de Dora, asegura el fundamento sexual del vínculo con el
semejante.
Volviendo al síntoma, el análisis que hace Freud muestra su triple, y no sólo doble sujeción: somática, psíquica y
grupal, en tanto que la ligazón entre estos tres órdenes se
efectúa a través de formaciones intermediarias entre el
espacio intrapsíquico y el espacio de los vínculos intersubjetivos, que son la fantasía y las identificaciones.
Las identificacwnes múltiples
Freud va todavía más lejos por este camino cuando destaca explícitamente la relación, establecida por la condensación, entre las Sammelpersonen y las identificaciones.
A propósito de los procedimientos de figuración del sueño,
muestra que la semejanza, el acuerdo, el contacto, el «tal
como», constituyen los «primeros fundamentos de toda
construcción del sueño ... » y que «la tendencia a la condensación viene a contribuir a la expresión de la semejanza»
(GW Il-III, pág. 325). Freud precisa que «la semejanza, el
acuerdo, la comunidad son habitualmente representados
en el sueño por el acercamiento, la fusión en una unidad que
acaso se encuentre ya en el material del sueño o que se produce en él» (ibid.).
En el capítulo VII, se establecerá el paralelismo entre el
sueño y el ataque histérico, retomado luego, nueve años
después, en las Consideraciones generales sobre el ataque
histérico (1909): «El ataque histérico requiere( ... ) la misma elaboración interpretativa que aquella a la que procedemos con los sueños nocturnos» (GW VII, pág. 236; trad. fr.,
pág. 161). Freud muestra que el mecanismo principal por el
que procede el ataque es la condensación: es una representación simultánea de varias fantasías cuyos caracteres
comunes for.man, como en el sueño, el nudo de la figuración.
Expone: «La enferma intenta ejecutar: los actos y gestos de
las dos personas que intervienen en la fantasía, o sea, efectúa una identificación múltiple. Recuérdese el ejemplo que
he citado en el artículo "Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad" (... ) en el que la enferma se quita
su vestimenta con una mano (como un hombre) en tanto con
173
la otra (como una mujer) la sostiene apretada contra su
cuerpo» (ibid).
Aquí nuevamente se establece la relación entre la identificación multifacética, plural o múltiple (uielseitige, mehrfache, multiple ldentifizierung) y la fantasía, cuya organización grupal y función de dramatización Freud pone en evidencia. Con esta noción inaugural se relaciona aquella, más
tardía, en la segunda teoría del aparato psíquico, de personalidad múltiple (mehrfache, multip/,e PersonUchkeit), de·
sarrollada en El yo y el eUo (1923). Esta llega a ser el concepto
decisivo de su teoría del yo y de sus objetos internos. Sos·
tiene la noción de un yo-grupo.
La organización grupal de las identificaciones en el
desarroUo psicosexual
Las identificaciones no están organizadas como grupo
interno únicamente por el criterio de la pluralidad de los objetos o de las personas psíquicas; son «grupales» en los
vínculos mismos entre los objetos que las constituyen, en el
conflicto que las anuda unas a otras y en las formaciones
sintomáticas o fantasmáticas que las ponen de manifiesto.
Esta dimensión grupal de las identificaciones se puede reconocer a todo lo largo de las fases del desarrollo psicosexual.
La identificación primaria constituida en la fase oral de
la organización pulsional instala de entrada la cuestión del
apuntalamiento de la pulsión y del objeto en el propio cuer·
poyen el cuerpo libidinal de la madre y su actividad psíqui·
ca -en la organización de sus objetos internos. 7 El análisis
de la identificación primaria propuesto por A. Missenard
(1972) sitúa al seno como objeto común de la demanda del
niño y del deseo de la madre: «par el placer que da, es el so·
porte de un primer proceso identificatorio». Pero es tam·
bién, por la frustración que invariablemente aporta, ocasión
del apuntalamiento y de la actividad fantasmática de la
primera represión secundaria y de las primeras pérdidas de
las que procede la introyección. Más expresamente, Misse·
nard destaca que la primera identificación corresponde a
una fusión, a una unificación del niño y, a la vez, a su alíe·
7 Freud, 1905, 7res ensayos de teoría sexual.
174
nación en el deseo materno: «a pesar de todo, en el momento
más "fusiona!" de la identificación(... ) hay una referencia
fálica a un lugar», en la medida en que se inscribe en la
identificación primaria la referencia al lugar que ocupa
para la madre, en su deseo, el padre del niño o su propio
padre.
La identificación narcisista encuentra su modelo en el
análisis que Freud emprende sobre Leonardo y su amor por
sí mismo en la relación con su madre; el sujeto buscará ulteriormente amar a un objeto con el que pueda amarse a sí
mismo tal como se representa haber sido amado por sumadre: como el niño ideal que ha sido y que es siempre para
ella; él mismo es para sí mismo esta madre que lo ama.
Es importante destacar que esta identificación se establece en el movimiento de una amenaza de pérdida y de
diferenciación entre el yo y el otro. A. Missenard ha indicado
que se hace posible cuando se percibe a la madre que dis·
pensa su amor y demanda al niño un objeto que para ella y
para él sea un objeto valioso, cualquier cosa que sea sin embargo diferente de ella y de él, por ejemplo las heces: «Mer·
ceda esta demanda, se desprende para el niño la posibilidad
de identificarse con un objeto, es decir, de no quedar fusionado con la madre. Se adquiere así un emblema narcisista,
una marca identificatoriM (op. cit., págs. 220-1).
El momento de la identificación especular precisará este
desprendimiento: en el juego de espejos entre la madre y el
niño, y en tanto el espejo mantiene allí tanto su lugar específico como su función intermediaria, «el niño adquiere ante
la madre la función de objeto que ella le asigna(... ) al niño
toca dar a su madre la marca fálica que ella desea; a ella,
aportar la imagen por la cual él unifica su cuerpo, y a ellos,
encontrar en común el objeto que el niño será para responder al deseo materno, al mismo tiempo que se narcisiza»
(íbid., pág. 221).
Esta fase de la identificación se juega, pues, en cuatro
términos agrupados: de hecho, la referencia que la madre
hace al padre, el lugar que él ocupa en su deseo, no deja de
ser constante. Cuatro términos y no tres: el niño, el espejo,
la madre y la referencia al padre; el vínculo que los une se
actualiza por la mediación del espejo, por la palabra sobre la
imagen entre la madre y el niño, por la referencia al hombre
de la madre. En el espejo, el niño descubre que lo que allí ve
175
es él mismo y no otro, pero que hay otro. Ve dos imágenes, se
identifica con la propia e identifica la otra -la de su madre
que lo sostiene y le habla delante del espejo- como diferente de la propia y semejante a su reflejo.
Aquí nuevamente el análisis de Céline nos ilustra sobre
el destino que habrá tenido para ella el fracaso de la identificación especular: capturada en el deseo de la abuela, Céline no puede dar a su madre el objeto-marca que esta podría constituir para ella; ella no puede investirse a sí misma
como objeto de amor. La apuesta de la demanda que me
dirige y que esboza desde la época del psicodrama consiste
en la reparación narcisista.
El análisis de la experiencia del espejo, que Lacan propuso, articula precisamente identificación, funciones del yo,
formación de las instancias ideales, imagen corporal, imago
y relación con el semejante. Para Lacan, la experiencia del
espejo está en el origen del yo: «esa relación erótica en la que
el ser humano se fija a una imagen que lo aliena a sí mismo». 8 Lacan reconoce a esta «organización pasional» un
papel fundamental en la estructuración de la realidad: «Las
funciones del yo(... ) deben pasar en el hombre por esta
alienación fundamental que constituye la imagen reflejada
de sí mismo (la forma original del yo ideal), tanto como de la
relación con el otro que se confunde más o menos con el yo
ideal, según las etapas de la vida. La identificación del segundo narcisismo, es decir con el otro, permite al hombre
situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el
mundo» (ibid.). Este señuelo, experiencia básica de identificación imaginaria del espejo, pasa a ser el punto de apoyo
del yo ideal.
La identificación del primer narcisismo se relaciona con
la imagen corporal: esta imagen «constituye la unidad del
sujeto y la vemos proyectarse de mil formas hasta en lo que
se puede llamar la fuente imaginaria del simbolismo, que es
aquello por lo cual el simbolismo humano se religa al sentimiento que tiene el ser humano de su propio cuerpo» (J. Lacan, 1948). El primer narcisismo sólo es realizable y sólo se
expresa en una identificación del sujeto consigo mismo.
8 Lacan en su estudio sobre la agresividad en psicoanálisis (1948, en
Ecrits, pág. 113); cf. más precisamente la tópica de lo imaginario: los dos
narcisismos.
176
La identificación histérica, la primera descrita por
Freud, nos conduce hacia una organización más compleja y
diferenciada que la identificación narcisista: se trata de
apropiarse por la identificación con el objeto del deseo del
otro, de una parte de su deseo y de su identidad. Esta identificación supone la represión de la sexualidad infantil y, en
sus formas más evolucionadas, implica la identificación con
las posiciones masculinas y femeninas del sujeto. Es por lo
tanto conflictiva e introduce un vínculo de rivalidad con el
otro cuyo objeto es deseado en tanto es amado por él: nos
encontramos aquí con una red de sujetos y objet.os ligados
entre sí por lazos de amor y deseos de exclusión.
La identificación edípica complejiza y supera las organizaciones precedentes. J.-L. Donnet y J.-P. Pinel lo han
indicado de este modo (1968): la identificación edípica es
una identificación con el rival al modo de la identificación
histérica con el deseo del otro, identificación regresiva según
el modelo del objet.o perdido, e identificación progresiva, y
madurante, en la cual coexisten identificación e investidura
en el espacio triangular. Pero es también superación de las
organizaciones precedentes: en el caso del hijo, el deseo sexual del que es portador trasforma su relación con la madre
que, como A. Missenard lo ha destacado, es remitida de
pront.o a su propia posición edípica: «ella no puede aceptar el
objet.o nuevo, el pene que le ofrece el niño. Este debe pues renunciar a sus demandas (...) en lugar de remplazar al padre, identificarse con él» (1972, pág. 221). La identificación
edípica da acceso a la ambivalencia del vínculo social. Freud
lo indica en Psicología de las masas y análisis del yo: el lazo
social es precisamente esta trasformación en las identificaciones, esta coexistencia de un sentimient.o primitivamente
hostil con un afect.o positivo.
Este breve recorrido de las etapas de la formación de la
identificación ha permitido poner en evidencia su modo de
organización y su configuración grupales. Seguramente, no
todas las modalidades de la identificación están dotadas
de una estructura grupal propiamente dicha; pero se en·
cuentran implicadas de una u otra manera, y con frecuencia
simultáneamente, en las fantasías originarias y en todas
las fantasías cuya estructura de entradas múltiples permite
enunciar los lugares sucesivos que el sujeto ocupa en los
177
argumentos del deseo. En los vínculos de grupo, todas las
formas de identificación son movilizadas y permiten ocupar
una pluralidad de lugares. Sólo el trabajo del análisis hace
posible que el sujeto pueda descubrirse en lugar de alienarse en ellos.
La perspectiva que propongo me parece integrar directamente las proposiciones que F:reud expone en Psicowgia
de las masas y análisis del yo, donde define a la identificación según tres puntos de vista: como la más temprana expresión de un enlace emocional con otra persona; como el
sustituto regresivo de una elección de objeto abandonada; y
finalmente, como la localización en el sujeto de un enlace común entre él y el objeto, con ausencia de toda investidura
sexual del otro (del objeto). Cada una de estas dimensiones
es a la vez constituyente de la grupalidad intrapsíquica y
del vínculo intersubjetivo. La primera insiste en la emoción.
M. Klein (1946) será más explícita todavía al hacer de la introyección el proceso primario por el cual el niño establece
un vínculo emocional con sus objetos. Ya no se trata de la expresión de un enlace emocional, sino de preservar tanto el
objeto como la emoción que lo liga a él.
En este sentido, la introyección es la posibilidad de mantener y conservar la relación con el objeto (con el otro) en su
ausencia. Este es el aspecto que destaca la segunda definición freudiana, articulándolo con la formación del yo, y
por allí tenemos acceso a la dimensión grupal de las identificaciones del yo. En cuanto a la tercera definición, atañe al
objeto común que hace posible el vínculo y el espacio intersubjetivo, porque ocupa una región en el espacio intrapsíquico.
La identificación proyectiva de propósito comunicativo
contríbuye a la estructuración grupal de las identificaciones. Por el contrario, la identificación proyectiva de fin
destructivo apunta a hacer desaparecer o a controlar de modo omnipotente los objetos internos y sobre todo sus relaciones, organizadas fantasmáticamente según el modelo de
la escena primitiva. En tant.o mecanismo de defensa ligado
a la posición esquizo-paranoide, es una proyección de partes
de sí en un objet.o. Constituye por lo tanto un dispositivo de
seguridad y de adaptación, pero también de control y de comunicación. De est.o se siguen dos consecuencias: el objeto
es percibido con las características de las partes de sí pro-
178
yectadas en él; el yo se identifica con el objeto (o los objetos)
de su proyección: su reintroyección contribuye a formar la
red de los objetos parciales internos.
Estas perspectivas sobre las identificaciones fortalecen
mi hipótesis sobre el interés de recurrir al concepto de grupalidad psíquica: aquello que es en nosotros grupalidad dependería de la incorporación o la introyección de la red de
los objetos y de sus otros (de sus huéspedes). Admitiremos
que algunos grupos internos pueden formarse sobre un
defecto de la identificación, por fracaso de la introyección y
de la actividad fantasmática que la acompaña. El grupo
fantasma está constituido en ese caso por los objetos incorporados cuyo duelo no ha podido ser llevado a cabo por el yo.
El análisis de Céline me ha confrontado con este estatuto
del grupo interno incorporado.9
Por lo tanto, podríamos hacer distinciones entre los grupos internos según estos criterios: grupos incorporados,
y estaríamos sin duda próximos a los núcleos aglutinados;
grupos internos introyectados como narcisistas, histéricos, edípicos. La identificación es el proceso y el resultado
de esta instalación en cada uno de sí mismo, de lo mismo, de
lo otro y de las relaciones entre estos. De la separación y
de la tensión entre los polos identificatorios obtiene el sujeto
su estatuto de sujeto singular-plural.
Lo grupal en las identificaciones
Hasta el momento, hemos llegado a formular la siguiente hipótesis: el hecho fundamental de la identificación está
constituido por «la pluralidad de las personas psíquicas» y
por la red de los objetos abandonados o perdidos e instalados en el yo. La estructura grupal de las identificaciones
no es sin embargo un rasgo generalizable a todas las identificaciones, por ejemplo a las identificaciones primarias; el
hecho de que ellas sean solicitadas masivamente en la formación del grupo no modifica su estructura. Pero uno de los
puntos esenciales de nuestro análisis es que la estructura
grupal de las identificaciones descubre, más que el objeto de
la identificación, el sistema de las relaciones entre esos ob9 Sobre el estatuto de los incorporos en los grupos, consúltense los traba·
jos pioneros deJ.·C. Rouchy (1980).
179
jetos, sus relaciones de implicación, de exclusión, de subordinación...
Esta proposiciones tienen un interés clínico: cuando
recibimos proyecciones, o cuando somos despertados al
deseo por un objeto, lo que resulta movilizado no es sólo un
objeto, sino la red o el grupo de los objetos, de los afectos y
de las representaciones a que se liga por investiduras que
constituyen, en suma, una memoria. A partir del corpus clínico freudiano, disponemos de diversos modelos de ligazones que constituyen configuraciones de grupos internos:
Dora, el Hombre de las Ratas, el Hombre de los Lobos, son
los más notables.
Algunas de las funciones económicas y dinámicas de las
identificaciones se relacionan con su grupalidad interna:
conservación de la ligazón entre los objetos internos, principalmente por los rasgos comunes, narcisistas, que los unen,
protección frente a las vivencias ulteriores de pérdida y de
abandono, enmascaramiento de ciertos aspectos del sujeto
por la delegación encomendada a ciertos objetos encargados
de representarlo ante otro o ante sí mismo: ante las formaciones ideales, por ejemplo, o para el cumplimiento de deseo
de la puesta en escena espectacular histérica, o en la elaboración del contenido manifiesto del sueño.
Lo que en nosotros es grupalidad se manifiesta como el
grupo interno formado por los objetos amados y perdidos, y
que están organizados entre ellos en una red cuyo representante va a estar constituido por una imago, un significante,
un nombre, un emblema. Desde esta perspectiva, la identificación no es sólo la apropiación de un rasgo propio del
objeto, sino el establecimiento y la reconstrucción psíquicos
de un sistema de relación entre el sujeto y sus objetos, como
la analiza Freud a propósito del «sueño de la carnicera».
La organización grupal del yo
El yo no es solamente una envoltura, una «piel» psíquica
apuntalada en la piel y su función biológica. Por ser «piel»
(cf. D. Anzieu, 1985), el yo es articulación entre los objetos
internos y los objetos externos: es un continente de los objetos internos y una barrera de contacto con los objetos
externos.
180
Por el origen de su apuntalamiento y por la naturaleza
de sus contenidos, formados esencialmente por sus objetos y
sus procesos de identificación, el yo es grupo y, como grupo,
es también frontera, límite, filtro y barrera. A la vez, es to·
dos sus objetos y se hace representar por algunos de ellos,
en su imagen para otro, o para el Otro que en él la mira, la
observa, la admira o la odia. Finalmente, el yo es grupal por
su apuntalamiento en la función primordial de agrupa·
miento de las pulsiones y de los objetos que cumple el yo ma·
temo, primer espejo del infans.
La formación de la idea de yo-grupo a partir de Freud
Prefigumciones en la primera tópica: el núcleo y la frontera del yo. La noción freudiana de grupo psíquico: esta contiene, desde la primera tópica, la primera noción del yo, da
cuenta de su formación y de sus funciones. Estas se caracterizan principalmente por la actividad de ligazón de los elementos psíquicos y por la protección del conjunto del aparato psíquico. La investidura constante y mutua de los elementos agrupados asegura una representación topográfica
de este núcleo y delinea las premisas de la noción de fronteras del yo, noción que implica fluctuaciones sobre las fronteras. Esta dimensión, esbozada desde el Proyecto (1895),
sólo devendrá eficiente con la segunda tópica: el yo es un
ser-frontera (ein Grenzwesen). Freud introduce la topología
del centro y de la periferia para pensar la formación del núcleo del yo: los elementos que lo constituyen han «emigrado»
de la periferia hacia el centro, creando un equilibrio inestable entre la investidura de la frontera externa del yo y la
percepción por este de los objetos internos y externos. De
este modo, el yo tiene que administrar, sobre una frontera
de doble límite, el equilibrio entre sus investiduras y la percepción de los objetos. Como toda estructura de grupo, se va
a determinar por el juicio de pertenencia, que emitirá con
respecto a objetos que reconocerá como sus constituyentes,
y a los que «demandará» una cierta cohesión, a diferencia de
aquellos a los que este reconocimiento no les será acordado.
Este es precisamente el drama de Céline: no puede integrar en su yo el objeto con el cual la abuela la unió a ella contra su madre, objeto que la roba a su madre y testimonia de
181
modo lacerante y persecutorio sobre la voluntad de muerte
de esta con respecto a su hija, «Salvada» por el rapto de la
abuela. En el momento en que se aproxima a la verdad suje·
tal que es el nudo de su drama, experimenta la angustia de
perder sus límites y su identidad. Sólo la fuerza de la trasfe·
rencia le permite soñar. Vuelve a darse a sí misma un continente, contenidos y un límite para representarse.
Al introducir la noción de frontera del yo, Fedem introdujo la representación de sus fluctuaciones según diversos
factores (investiduras, estados vigiles u oníricos, ciclo de
vida ...). Propuso una topología de los objetos incluidos en el
yo, de los objetos rechazados y de los objetos conservados en
la periferia, en una suerte de segundo círculo, zona intermediaria de almacenamiento, de familiarización, de observación.10
La concepción grupal del yo en la segunda tópica. El conjunto de los textos de Freud que se escalonan entre 1917 y
1923 desarrollan, con la segunda tópica, las relaciones entre las identificaciones y la teoría del yo: se afirma una
segunda vez la concepción grupalista del psiquismo en
Freud. Desde Duelo y melancolía hasta El yo y el ello se
consolida esta relación entre las identificaciones del yo con
los objetos abandonados y la formación del yo (lchbildung):
«No es solamente el objeto lo que se ha instalado en el yo, es
el contenido de las relaciones entre el yo y el objeto lo que
se ha desplazado al interior del yo» (trad. fr., pág. 202).
Freud retoma y precisa esta proposición en El yo y el ello:
«Hemos dicho y repetido que en buena parte el yo se forma a
partir de las identificaciones que remplazan a investiduras
abandonadas por el ello» (GWXIII, pág. 227; trad. fr., pág.
262). Notemos que se trata de las identificaciones. Freud
reencuentra aquí la noción, que data ya para él de un buen
lO Los trabajos de P.·M. Turquet (1974) fueron los primeros en poner el
acento en las identificaciones con lo que él llama da piel de mi vecino».
En el mismo registro, y sobre bases teóricas a veces distintas, yo he des·
pejado la noción de identificaciones dérmicas fpelliques] (1974), y D. An·
zieu, al desarrollar la idea de yo-piel (1985), propuso la de envolturas
grupales. Sobre la fluctuación de los límites del yo, principalmente en la
fase inicial de los grupos y en los momentos de separación, cf. los estudios
de A. Correale (1986). J.·P. Vidal (1991) ha realizado investigaciones sobre
las fronteras del yo y del grupo (1991). Véase, como complemento, la nota
7 de la pág. 101.
182
cuarto de siglo, de la pluralidad de las personas psíquicas:
una estructura grupal es inherente a la noción de identificación. Sólo un aspecto alterado de la estructura desvía la
noción de personalidad múltiple hacia una dimensión pa·
tológica: si las identificaciones del yo con objetos «ganan
ventaja» --escribe Freud-, llegan a ser muy numerosas,
intensas e inconciliables entre sí, en ese caso puede preverse un resultado patológico. Este puede llegar hasta un
estallido del yo, en que las diferentes identificaciones se aís·
len unas de otras por resistencias; y tal vez el secreto de los
casos llamados de personalidades múltiples resida en que
las diferentes identificaciones acaparen alternativamente
la conciencia. Aun si las cosas no llegan tan lejos, aparece el
tema de los conflictos entre las diferentes identificaciones
entre las cuales el yo se divide, conflictos que no pueden, en
fin de cuentas, ser totalmente considerados como patológicos» (GWXIII; trad. fr., págs. 198-9).
La concepción freudiana del caudillo que encarna el
ideal del yo de los miembros del grupo adquiere de hecho
nuevas dimensiones si se piensa en la posición particularmente organizada por la polaridad de las formaciones ideales. Esta posición particular hace de él una figura interme·
diaria (Mittelbildung), un mediador (Vermíttler), entre los
grupos del adentro de cada uno y el grupo social construido
por todos: así también el ministro del que trata en Tótem y
tabú, o el chamán, o Moisés, o Cristo...
El yo multifacético, condensado y difractado. Esta propiedad del yo de ser múltiple, multifacético y plural, de
agrupar por condensación sus objetos o de difractarlos, o de
difractarse, o de hacerse representar por una imagen, un
significante o un objeto electivo, todas estas características
se manifiestan particularmente en el sueño y en el síntoma.
He puesto a prueba esta perspectiva a propósito de las identificaciones de Dora, de la organización de su yo-grupo y de
los efectos de esta organización en los vínculos con los protagonistas de su grupo primario, sus familiares y sus íntimos,
entre los que se incluye Freud.
Un texto de Freud sobre el sueño (1923: Observaciones
sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sue·
iios) trae una limitación a la idea de que todas las personas
que aparecen en el sueño son representaciones de partes
183
escindidas del yo. Al confirmar la noción del yo múltiple,
Freud introduce la perspectiva de que las instancias del
aparato psíquico se representan en el sueño: «En ocasiones,
vemos con asombro que el yo del soñante aparece dos o varias veces en el sueño manifiesto, una vez en la propia persona, y, las otras veces, oculto debajo de otras personas. Durante la formación del sueño, la elaboración secundaria ha
pugnado manifiestamente por borrar esta multiplicidad del
yo, que no se presta a ninguna elaboración escénica, pero
que es restituida por el trabajo de interpretación. No es, en
sí, más notable que la aparición múltiple del yo en un pensamiento de vigilia, principalmente cuando el yo se divide
en sujeto y objeto, y se opone, como instancia de observación
y de crítica, a la otra parte de sí mismo, o compara su naturaleza de hoy con la que recuerda en el pasado y que era, en
aquel momento, yo (Ich). Por ejemplo en las frases: "cuando
yo (Ich) pienso que yo (!ch) fui también, alguna vez, un niño". Pero una idea que yo rechazaría, como especulación
inconsistente e injustificada, es la de que todas las personas
que aparezcan en el sueño deban considerarse partes clivadas y representaciones del propio yo. Es suficiente con sostener que en la interpretación del sueño se debe tomar en
consideración la posible separación del yo respecto de una
instancia de observación, de crítica y de punición (ideal del
yo)» (GWXIII; trad. fl"., 1985, págs. 90-1).
La posición de Freud es firme y matizada. No todas las
personas pueden considerarse partes clivadas del yo: la
noción de difracción, que él precisará un año más tarde, introduce por otra parte la idea de un proceso primario inherente a la representación que el sueño utiliza para tratar
con la censura.
El texto de 1919 sobre Lo ominoso constituye sin duda el
calderón en la concepción freudiana del yo múltiple, multifacético, plural; constituye uno de los fundamentos de la noción del yo-grupo. El antiguo y constante interés de Freud
por la telepatía, lo oculto, la trasmisión psíquica, se instrumenta, cuando intenta dar cuenta del «doble», en tomo
del tema de la identificación: «Encontramos allí una persona identificada con otra a tal punto que es perturbada en
su propio yo, o coloca el yo extraño en lugar del propio. O
sea, duplicación del yo, escisión del yo, sustitución del yo;
finalmente, constante retorno de lo semejante, repetición de
184
los mismos rasgos, caracteres, destinos, actos criminales,
incluso de los mismos nombres en varias generaciones sucesivas» (GWXII, pág. 246; trad. fr., pág. 185). Al retomar este
tema inaugurado por O. Rank en 1914, el año en que Freud
publica Introducción del narcisismo, se apoya en las tesis de
su alumno para mostrar la articulación del doble con el narcisismo primario y el esfuerzo para luchar contra la destrucción del yo. Señala su representación en el sueño cuando el sujeto se defiende de la angustia de castración: «La
creación de una duplicación semejante, con la finalidad de
conjurar el aniquilamiento, tiene su correspondiente en un
modo de figuración del lenguaje onírico en el que la castración se expresa por el redoblamiento o la multiplicación del
símbolo genital» (ibid., trad. fr., pág. 186).
El análisis de «la cabeza de Medusa» se basa en el mismo
principio explicativo y en el mismo procedimiento de figuración (multiplicación, duplicación de duplicación). Después, Freud muestra que la idea del doble (y, desde luego,
del múltiple) adquiere nuevos contenidos en el curso del desarrollo del yo: el de una instancia de observación y crítica
del yo, separada del yo, opuesta al yo y encargada del cumplimiento del trabajo de censura psíquica. Pero además
otras formaciones se asimilan al doble: «lo pueden ser también todas las eventualidades no realizadas de nuestro destino y de las cuales la imaginación no quiere desistir, todas
las aspiraciones del yo que no han podido cumplirse a causa
de circunstancias externas, así como todas las decisiones
volitivas suprimidas que han producido la exclusión del
libre albedrío» (ibid., GW XII, pág. 248; trad. fr., pág. 187).
Freud es sensible al desvío psicologizante que admite el
tema de la multiplicación y la duplicación del yo; lo sitúa en
lo vivo y lo nuevo del descubrimiento psicoanalítico: la oposición, la división (Entzweiung), la escisión (Spaltung) entre
el yo y lo reprimido inconciente: «entre lo que la crítica del
yo excluye se encuentran, en primer lugar, los retoños de lo
reprimido» (ibid., nota).
Este es, en primer lugar, un tema antiguo, ya formulado
en 1908 en El creador literario y el fantaseo cuando Freud
retoma este tema del clivaje del yo para explicar la creación
de los personajes de la novela: «En un gran número de las
llamadas novelas psicológicas, me ha extrañado ver que un
solo personaje, siempre el héroe, es descrito desde el inte-
185
rior; es en su alma, de alguna manera, donde se aloja el
autor, y desde ahí considera a los otros personajes, por
decirlo así, desde afuera. La novela psicológica debe su
característica, en suma, a la tendencia del autor moderno a
escindir su yo, por medio de la auto-observación, en "yoparcúiles", lo que lo lleva a personificar en diversos héroes
las corrientes que se contradicen en su vida psíquica» (GW
XII, págs. 220-1; trad. fr., págs. 77-8).
No es pues sólo por obra de las identificaciones como el
yo, que está formado por ellas, adquiere su estructura de
grupo y llega a ser el testigo intrapsíquico de sus relaciones
intersubjetivas; 11 tampoco es sólo por el apuntalamiento en
el yo materno y por la experiencia del espejo como llega a ser
yo-grupo; es también por diferenciación interna, conforme
al clivaje fundamental que lo opone a lo reprimido inconciente, cuyos derivados se representan en relación de separación y de enmascaramiento con el yo mismo. Esta perspectiva, intrapsíquica, abre el camino hacia una comprensión
en términos de grupalidad de las relaciones inter-instanciales e intra-instanciales en el interior del aparato psíquico.
El sistema de las relaciones de objeto
Las proposiciones que hasta ahora he ofrecido pueden
ser interpretadas en el marco de la teoría de la relación de
objeto. Recíprocamente, el concepto de relación de objeto
puede ser puesto en perspectiva a partir de la hipótesis de
los grupos internos. El sistema de relación de objeto es una
de las formas de la grupalidad psíquica. Al utilizar el término sistema, insisto en la red de las relaciones de objeto, en
su interdependencia, en el encastre del objeto y del otro del
objeto (A. Green, 1974). Desde este punto de vista esbozaré
una breve presentación de este concepto.
La planche y Pontalis (1967) proponen una sintética definición de la relación de objeto: designa «el modo de relación
11 El concepto del yo de grupo, propuesto por los etnopsicoanalistas P.
Parin, F. Morgenthaler y G. Parin-Mathey en 1966·1967 ofrece el doble
interés de situar 111 génesis de una formación intrapsíquica como lo es el yo
en una relación de acoplamiento con formas intersubjetivas de agrupa·
miento. Cf. mi estudio sobre su trabajo, R Kaes, 1985.
186
del sujeto con su mundo, relación que es el resultado complejo y total de una cierta organización de la personalidad,
de una aprehensión más o menos fantasmática de los objetos y de unos tipos de defensa predominantes». Esta noción
pos-freudiana ha adquirido una importancia creciente desde 1930, y se inscribe en un movimiento de ideas más amplio: el organismo ya no se considera aislado, sino en una
interacción con el entorno. Este punto de vista había sido
enunciado por Freud a partir de 1905, en los Tres ensayos, y
fue precisado en las notas agregadas en 1915. El objeto es
aquello a lo que se dirige la pulsión, pero se sostiene en una
relación de co-apuntalamiento con los objetos de la madre.
«Relación», entonces, debe tomarse en el sentido de una
interrelación que incluye, como lo precisan Laplanche y
Pontalis, no solamente la forma en que el sujeto constituye
sus objetos, sino también la forma en que estos modelan su
actividad. Esta interrelación entre el sujeto y el objeto
queda significada por el de de la «relación de objeto». Esta
implica la co-constitución del sujeto y del objeto: hablar de
una relación con el objeto significaría la preexistencia del
uno o del otro.
Las teorías de la relación de objeto se distinguen unas de
otras por varios rasgos. Unas·ponen el acento en el objeto
más que en la relación, o inversaqiente. Otras, en la aprehensión «más o menos» fantasmática del objeto; acuerdan
una determinación decisiva, sea al peso del entorno (Spitz,
Balint, Róheim...), sea a la sola realidad psíquica (M. Klein,
Rivi8re... ) y al estatuto puramente fantasmático de los
objetos internos, sea al papel estructurante de las relacio·
nes de objeto mutuas de los sujetos en interrelación (Bion,
Winnicott... ).
Este punto de vista ha sido desarrollado más particularmente por A Green, quien escribe: «Cuando comenzó a
desarrollarse la teoría de las relaciones de objeto, primero
hubo que describir las acciones mutuas (en términos de procesos internos) del yo y del objeto. No se tomó suficientemente en cuenta que, en la expresión relación de objeto, lo
más importante era la palabra relación. Es decir que nuestro interés debería haberse dirigido a lo que está entre los
términos que estas acciones unen o entre los efectos de
las diversas acciones. Dicho de otro modo, el estudio de las
relaciones corresponde a los enlaces más que a los términos
J:
187
unidos por ellos. Es la naturaleza del enlace lo que confiere
al material su característica propiamente psíquica, responsable del desarrollo intelectual» (1974, págs. 240-1). Desde
esta perspectiva desarrolló Bion su teoría del vínculo continente-contenido, y Winnicott, la del objeto transicional.
El aferrami.ento, el agrupami.ento
Las investigaciones realizadas por la escuela húngara
de psicoanálisis insisten en la importancia de la separación
y de la búsqueda del objeto como fin en sí mismo. Después
de los trabajos de Ferenczi sobre la noción de un amor objeta} primario (pasivo, o arcaico), Róheim señaló que un término de la lengua húngara describe perfectamente esta noción: ragaszkodiis, aferrarse, asirse a alguien. Tal es la relación del niño con la madre: organizada por un deseo insaciable de cuidados y de alimento; el asimiento es el atributo
primario del desarrollo de la libido y del yo. Principalmente
I. Hermann y G. Róheim han mostrado que esta primera
investidura objetal contiene el núcleo del vínculo y de la
cultura.
Según G. Róheim, se trata de un rasgo que se hace específico en el hombre, pero que puede descubrirse en los animales que viven en sociedad: «Ellos cuidan a sus pequeños
y, dentro de la especie, estos animales propenden a ser sociables. La disposición social parece ser la continuación modificada de lo que el niño pequeño ha experimentado: la necesidad de la presencia de los padres que lo cuidan; el niño
nace simplemente con una tendencia de apego-a-la-madre,
única fuente de alimento y protección» (1943, pág. 46). Róheim muestra que los ritos de alianza reproducen la situación fundamental madre-hijo, según el esquema fundamental de la separación y de la unión: la unión se basa en una
introyección oral recíproca. Sin embargo, la distinción introducida después por N. Abraham y M. Torok (1972) entre
introyección e incorporación no está hecha todavía en estos
textos, y se trata a veces de una, a veces de la otra.
Apoyándose en los trabajos de Balint, Róheim, Hartman
y Kris, W. Muensterberger (1969) sostuvo que la primera
investidura objeta} contiene el núcleo de la socialización hu·
mana, la necesidad constante de contacto físico y psíquico;
188
precisa: «La necesidad biológica de una dependencia prolongada hace evidente que la angustia de separación es uno de
los elementos fundamentales de nuestra existencia de seres
humanos, de criaturas sociales capaces de cooperación. No
nos atrevemos a abandonar nuestro deseo innato de gratificación materna. Nos apegamos unos a otros como si fuéramos la madre unos para los otros, mientras que cualquier
tercera persona aparece como un perturbador de esta unión
y, en consecuencia, como el blanco de nuestras fantasías
hostiles -a menudo inconcientes-. Esta unión es el gropo
originario en el cual los miembros se identifican uno con
otro en su yo (...) Así se impone al hombre la necesidad de
amar y de ser amado, de vivir como ser social, de buscar
"unirse" a los otros y de estar en busca de seguridad» (trad.
fr., 1976, págs. 100-1).
Los objetos internos
La escuela inglesa de la relación de objeto debe a Melanie Klein el concepto de objeto interno cuyo estatuto es para
ella y para sus discípulos equivalente al de la realidad psíquica. El objeto interno está constituido por la identificación
primitiva (incorporación, introyección, proyección). Los padres internos se construyen a partir de las personas parciales incorporadas y constituyen la base de las instancias
p:,;íquicas (el superyó) o de las ideas. Al prestar atención a
las modalidades de estructuración del sel{ y del yo, la escuela inglesa puso el acento en la trasformación de las investi·
duras narcisistas en investiduras de objeto, a través de la
elaboración de la posición depresiva.
Los trabajos de M. Mahler y cols. (1975) se inscriben en
las elaboraciones de la escuela inglesa. Su orientación considera «el progreso de la relación de objeto a partir del narcisismo, paralelamente a los comienzos del yo en el contexto
de un desarrollo libidinal simultáneo». Su objetivo se centra
esencialmente en la accesión a la conciencia del estar separado, como condición previa a una «Verdadera relación de
objeto». La teoría del yo que adopta M. Mahler en la orientación de su trabajo le permite resistir a dos desvíos: el prime·
ro es la tentación comportamentalista; escribe: «El término
separación o sentimiento de "estar separado" se emplea por
189
referencia a la realización intrapsíquica de un sentimiento
de estar separado de la madre... No al hecho de estar sepa·
rado físicamente de alguien» (págs. 20-1). Por la misma ra·
zón, el término simbiosis designa «Una condición intrapsíquica y no un comportamiento» (ibid., pág. 21). El segundo
desvío sería tomar en consideración el solo nivel de las fan·
tasías inconcientes. La posición de M. Mahler se distingue,
pues, de la de un Spitz o de un Bowlby. Ella escribe: «No hacemos referencia al comportamiento de apegamiento, sino a
un rasgo de la vida primitiva cognitivo-afectiva cuando la
diferenciación entre el sel{ y la madre no se ha cumplido
todavía, o cuando se ha producido una regresión a un estado
indiferenciado self-objeto (característica de la fase simbiótica)» (ibid). Observación doblemente interesante porque
restituye al comportamiento de apegamiento su valor anasémico, como N. Abraham lo ha destacado a propósito de
l. Hermann. M. Mahler precisa: «De hecho, en ese caso la
presencia física de la madre no se requiere necesariamente;
ese estado puede apoyarse en imágenes del "estar unidos"
y/o la escotomización o la renegación de percepciones contrarias» (ibid).
La.planche y Pontalis (op. cit.) han hecho el balance de lo
nuevo que la concepción de la relación de objeto aporta en
relación con la teoría freudiana. En primer lugar, modifica
el equilibrio de la teoría de la pulsión en sus tres puntos fun·
damentales: la fuente, en tanto sustrato orgánico, pasa a un
segundo plano y su valor de prototipo se acentúa; la meta
aparece menos como la satisfacción sexual de una zona erógena determinada: «Lo que llega a ser el centro del interés,
por ejemplo en la relación de objeto oral, son los avatares de
la incorporación y la forma en que esta reaparece como significación y como fantasía prevalente en el interior de todas
las relaciones del sujeto con el mundo» (págs. 406-7).
El objeto ya no es pues contingente y singular; prevalece
la concepción de un objeto típico para cada modo de relación. En segundo lugar, la teoría pone el acento en los meca·
nismos de defensa que corresponden a cada tipo de relación
de objeto, en el grado de desarrollo y en la estructura del yo.
Finalmente, presta atención a la vida relacional del sujeto.
Pero conlleva el riesgo de tomar como principalmente determinantes a las relaciones reales con el entorno: «desviación
que rehusaría todo psicoanalista, porque la relación de obje-
100
to debe ser estudiada esencialmente en el nivel fantasmático, teniendo en cuenta que las fantasías pueden llegar a
modificar la aprehensión de lo real y los actos que se relacionan con esta» (ibid., pág. 407).
En resumen, lo que implica la noción de la relación objeta! respecto de la grupalidad psíquica se puede precisar de
este modo:
la relación objetal se inscribe en formaciones psíquicas
en cuya dimensión grupal se ha insistido: fantasías, complejos, imagos, estructura de las identificaciones y del yo;
la relación objeta} se inscribe en una red intrapsíquica
que comprende las relaciones entre los objetos incluidos en
-subordinados a- o excluidos de la relación de objeto predominante;
la relación objeta} incluye en el objeto la relación con un
Otro del objeto: por ejemplo, la relación de objeto oral «comprende» la relación con un otro-del-seno, el hermano o la
hermana imaginarios, sobre todo el padre en tanto separador;
la relación objeta! incluye las significaciones del Otro en
la introyección del objeto, se inscribe en formaciones intersubjetivas y recibe la marca de la fantasía del Otro (de más
de un otro), de sus mecanismos de defensa y de sus relaciones con la represión.
El grupo como objeto: iqué tipo de objeto psíquico es el
grupo?
Debemos a J.-B. Pontalis el haber recordado enérgicamente a los psicoanalistas, desde 1963, que el grupo debe
ser tomado en consideración, en lo que concierne a la dinámica y a la economía que genera en los sujetos que lo constituyen, como un objew en el sentido psicoanalítico del término, es decir, correlativo de investiduras pulsionales y
representaciones inconcientes: un objeto que recibe una
fantasía inconciente. Esta observación, que libró a la investigación psicoanalítica del campo de la aplicación del psicoanálisis a la psicología social, estuvo para mí en el origen de
las investigaciones que emprendí desde 1965 sobre las representaciones inconcientes del grupo.
191
El a-rchigrupo
He descrito ante todo un estado originario del objetogrupo, que he designado como el archigrupo (1973): se trata
de la forma que adopta el grupo según el modelo de la relación boca-seno, más generalmente y con arreglo a la perspectiva establecida por P. Aulagnier (1975), según el modelo
de la relación objeto-zona complementaria. En ese estado,
las figuraciones pictográficas del grupo están signadas por
los afectos de placer y de displacer asociados a la experiencia de este encuentro: el grupo como masa (cuerpo pleno y
pesado), como vacío (boca voraz), como círculo (ilusión de
unión continua) o como añicos (cuerpo trozado). Organizado
por la imago de la madre arcaica, el archigrupo es una representación del origen y del proceso del grupo: el grupo y
sus miembros se auto-engendran, se contienen mutuamente y son para sí mismos su propio fin.
El grupo recibe las investiduras de la representación de
los objetos corporales constituidos en el apuntalamiento de
la pulsión: seno, boca, garganta, vientre, grupa, ano, contenidos del tubo buco-anal, racimo de los hermanos-y-hermanas, de las heces y del pene, miembros del cuerpo libidinal, cavidad y nudo, envoltura y contenidos heteróclitos.
Corno representante de estos objetos parciales sostenidos y contenidos por relaciones de ligazón y de desligazón, el
grupo es el soporte de las ecuaciones, de las trasposiciones y
de los valores de intercambio que las pulsiones parciales
establecen entre ellas. Conglomerado de objetos parciales,
encastres de objetos incluidos o mutuamente incluidos,
tales son las primeras investiduras de las pulsiones sobre
este objeto notable; varios rasgos lo caracterizan, efectivamente, más allá de la taxonomía de las formas de objeto y de
las relaciones típicas que estas establecen:
el grupo, como objeto, es un representante-rep-resentación
de la pluralidad antagonista de /,as pulsiones; es su lugar de
acción o de inacción privilegiada, en sus modalidades de
unión-desagregación, agrupamiento-desintricación. Desde
este punto de vista, el objeto-grupo está cargado de un valor
excitador potencialmente traumático;
el objeto-grupo es un grupo de objetos internos, es un objeto formado por objetos cuyas relaciones se establecen en
192
términos de continente-contenido, inclusión-exclusión, unidad-desmembramienro, parte-rotalidad. El objero-grupo es
un objeto que contiene objetos: en mis investigaciones de
1965-1966, puse en evidencia esta dimensión del objeto-envoltura, del continente, cavidad materna en la que se hacen
y se deshacen las ligazones, las conexiones, las oposiciones
entre los objetos (hermanos-y-hermanas, pene, heces). El
objeto-grupo es un objeto complejo, compuesro, heterogéneo, que se estructura y se organiza a través de las formas
de la fantasmatización y de la actividad asociativa/disociativa del pensamiento;
el objero-grupo es un objeto en la relación de objero. Por
este motivo, y más precisamente en razón del apuntalamiento pulsional en la experiencia corporal y en la experiencia psíquica de la madre, contiene algo del Otro y del objero del Otro. Incluye una parte de las investiduras y de las
representaciones, de los conflictos y de las modalidades
defensivas de un conjunto de Otros, es decir, también de los
vínculos entre esos Otros.
Los procesos de la grupalidad psíquica
Las formaciones de la grupalidad psíquica, especialmente los grupos internos, cumplen en el apararo psíquico,
del que son sub-conjuntos constituyentes, un trabajo de ligazón, de trasformación y de diferenciación; tienen complejidad y niveles de organización diversos, y los procesos que
allí actúan no son homogéneos.
Los procesos originarios, primarios, secundarios y
terciarios
Los procesos originarios y primarios de la grupalidad
psíquica son los mismos que rigen las formaciones del inconciente y que operan en el trabajo del·sueño, en el arreglo
escénico de la fantasía, en el núcleo organizador de la cadena asociativa.
Los procesos originarios son constitutivos de la grupalidad psíquica: operan para establecer la adopción en sí o el
193
rechazo de sí de los elementos constituyentes, la interatracción entre los elementos, su solidaridad y su asociatividad. Es posible que algunos elementos estén ligados
entre sí por complementariedad, y otros, por contigüidad,
inclusión, contraste o semejanza. La fuerza de ligazón entre
los elementos está dominada esencialmente por la satisfacción de la necesidad, se ejerce con tanta más intensidad
cuanto más la no-satisfacción amenaza la constancia y la
estabilidad del grupo. La conservación de la constancia de
las investiduras de ligazón entre los elementos del grupo,
sobre el grupo como un todo y sobre sus límites, será pues
uno de los procesos capitales de la grupalidad psíquica originaria. La puesta en jaque de estos procesos convoca mecanismos de defensa; el primero de estos es la represión originaria, en el origen de la función del enlace psíquico del
inconciente. Se utilizan otros mecanismos: rechazo, borradura, clivaje del grupo interno, por ejemplo en el caso del
clivaje del yo primitivo, fragmentación o aislamiento de un
elemento, producción de un síntoma somático. Generalmente, se siguen graves perturbaciones en la actividad de
representación y de simbolización.
Los procesos primarios de la grupalidad psíquica rigen
su funcionamiento inconciente y actúan para mantener las
mejores condiciones de la satisfacción psíquica, más allá de
la satisfacción de la necesidad. De ese modo, están organizados por la actividad de representación dramatizada como
fuente de placer y como reproducción de las condiciones de
satisfacción del deseo. Su prototipo es la actividad de fantasmatización, pero también el sueño. Desde este punto de
vista, deben tomarse en consideración las exigencias de la
censura y desencadenar un trabajo psíquico de trasformación. El análisis del sueño puso en evidencia los cuatro procesos princí pales activos en el funcionamiento primario: la
condensación y el desplazamiento, la difracción y la multiplicación de /.o semejante. Estos procesos, en especial los dos
últimos, son preferentemente movilizados en el funcionamiento de la grupalidad psíquica.
Los procesos secundarios de la grupalidad psíquica son
los que rigen las formaciones del pensamiento preconciente
y conciente; se caracterizan por el desplazamiento de cantidades energéticas de escasa intensidad sobre la red de las
representaciones y por una investidura suficientemente
194
fuerte como para mantener la atracción y la identidad de los
pensamientos, y la disponibilidad de los elementos del pensamiento. Este punto de vista, clásico, integra la noción de
que el trabajo del pensamiento no es solamente el circuito
de un grupo de pensamientos; es su trasformación y su invención interpretativa en relación con otro grupo u otros
grupos de pensamientos.
Los procesos terciarios han sido descritos por A. Green y
por E.-R. Dodds desde diferentes perspectivas. A. Green
(1984) postula la existencia de «procesos de relación entre
procesos primarios y procesos secundarios, que circulan en
los dos sentidos»; atribuye estos procesos al preconciente de
la primera tópica y al yo inconciente de la segunda. Una
propiedad notable de los procesos terciarios es establecer el
enlace entre el aparato del lenguaje y el aparato psíquico.
La proposición de E.-R. Dodds (1959) se orienta en otra
dirección: concierne a la elaboración terciaria de los sueños
producidos en un contexto terapéutico de grupo en la Grecia
clásica; toma en cuenta la contribución del conjunto de los
sujetos (el sacerdote y los pacientes) en la elaboración del
relato del sueño. La proposición de Dodds es particularmente interesante cuando se trata de comprender una dimensión específica del relato del sueño, y tal vez de la función
del soñar en los grupos: mientras que la elaboración secundaria es descrita por Freud como la acción producida en
el trabajo del sueño para que pierda su apariencia absurda
e incoherente y se acerque a la estructura de una experiencia inteligible, el trabajo de la elaboración terciaria es dar
eficacia al relato y al contenido del sueño haciéndolo suficientemente acorde a la estructura cultural tradicional:
pone pues el acento en su función transicional y en su papel
en la activación del preconciente.
Algunos procesos primarios de la grupalidad psíquica
La condensación
En varios textos sobre el sueño, de 1900 a 1932, Freud
expone los mecanismos primarios que concurren a la figura-
195
ción agrupada de los objetos del sueño. En La interpretaci.ón
de l.os sueños (1900), pone en evidencia el modo como se forman las personas-conglomerado (Sammel-und Mischpersonen), y muestra que este trabajo de agrupamiento se lleva a
cabo por el mecanismo de la condensación de los objetos del
soñante. De este modo, en el análisis del sueño de la inyección a Irma (GWII-llI, págs. 298-301; trad. fr., págs. 254-5),
Freud muestra que, detrás de la «lrma» de su sueño, se disimulan varias personas conocidas de él: su paciente (Emma), su hija mayor (Anna), su nieta, una niña del hospital,
otra paciente, su mujer, otras personas. El análisis del sueño
despliega lo que el trabajo de condensación ha reunido: «La
"Irma" del sueño(... ) llega a ser de este modo una imagen
genérica, formada con una cantidad de rasgos contradictorios. Irma representa a todas las personas sacrificadas
durante el trabajo de condensación, puesto que le ocurre todo lo que les ha ocurrido a estas» (trad. fr., pág. 254). Diré
que cada una de las figuras de lrma es homomorfa con la figura grupal, genérica, de lrma: llevan en sí rasgos idénticos
y diferentes.
La referencia a las fotografías de familia de Francis Galton va a acompañar la reflexión freudiana sobre estos agrupamientos endopsíquicos refractados: «He obrado como
Galton cuando elaboraba sus imágenes genéricas (sus "retratos de familia")-escribe-. He proyectado las dos imágenes una sobre otra, de modo que los rasgos comunes se
han reforzado y los rasgos que no concordaban se borraron
mutuamente y se volvieron indistintos en la imagen» (trad.
fr., págs. 60-1); y precisa: «El trabajo del sueño se servirá en·
tonces del mismo procedimiento que Francis Galton para
sus fotografías de f amília, superpondrá los elementos, de
modo de hacer resaltar, acentuándolo, el punto central común a todas las imágenes superpuestas, en tanto que los
elementos contradictorios, aislados, se irán atenuando más
o menos».
La elaboración de las «personas reunidas y mezcladas»
aparece como uno de los principales medios del trabajo de
la condensación del sueño; es una afirmación reiterada en
La interpretación de los sueños (GWII-III, págs. 299, 325-9),
y Freud resumirá el mecanismo: se trata esencialmente de
la formación de una figura única a partir de rasgos tomados
de varios; la condensación de varias personas en una sola
196
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l
confiere a todas esas personas una especie de equivalencia, las coloca, desde cierto punto de vista, en un mismo
plano. La construcción de estas figuras sirve para dar importancia, «de manera breve y sorprendente», a la característica común a los diferentes motivos de la combinación. A
propósito del sueño del tío Joseph, Freud había mostrado
que un rasgo se refuerza porque pertenece a dos personas:
hay allí una fuerte intuición de uno de los procesos capitales
del agrupamiento, probablemente una de sus principales
razones de ser, y no se podría fundar mejor las bases de una
concepción grupal del sueño y, más en general, de ciertas
formaciones psíquicas. 12
En Sobre el sueño (1901), Freud muestra que, al contrario de la condensación, un mecanismo de difraccwn hace
posible la figuración de una sola idea del sueño en varios
elementos del contenido, reunidos entre sí según los modos
de la lógica primaria. Precisaré este proceso más adelante.
La multiplicación de lo semejante
Las Nuevas conferencias de introduccwn al psicoanálisis
(1932) ponen en evidencia otro modo de trabajo del sueño: la
multiplicación de los semejantes.
Este mecanismo del sueño se utiliza para la figuración
agrupada, aquí serial, de los objetos del sueño. Freud lo expone para mostrar que, en el sueño, las relaciones temporales se expresan como relaciones espaciales: la multiplicación de los semejantes representa la relación de la frecuencia. Freud refiere y analiza este sueño: «Una joven(...)
penetra en una vasta sala y advierte a una persona sentada
en una silla; luego ve a seis, ocho... personas idénticas, todas a imagen de su padre. Esta visión se explica fácilmente
cuando uno se entera, por algunas circunstancias secundarias, de que la sala representa el vientre materno. El sueño
traduce una fantasía muy conocida, la de la joven que pretende, desde su existencia intrauterina,. haber encontrado a
su padre cuando este penetraba, durante el embarazo, en el
cuerpo materno. No hay nada desconcertante en que la pe12 He intentado una exposición bastante amplia de este proceso en un
estudio de 1985.
197
netración por el padre se haga, durante el sueño, en la persona de la soñante misma; es el resultado de un desplazamiento que, por otra parte, tiene una significación especial.
La multiplicación de la persona del padre demuestra solamente que al hecho en cuestión se lo considera producido
varias veces. A decir verdad, estamos obligados a reconocer
que, al traducir la frecuencia por acumulación, el sueño no
se arroga un derecho exagerado. No ha hecho sino devolver
a la palabra su concepción primitiva, puesto que el término
frecuencia significa hoy repetición en el tiempo, mientras
que antiguamente tenía el sentido de acumulación en el espacio. Pero la elaboración del sueño, dondequiera que se
produzca, trasforma las relaciones temporales en relaciones espaciales y las hace aparecer bajo esta última forma»
(1932, trad. fr., págs. 36-7).
Es posible proponer una interpretación sensiblemente
diferente de este sueño. Frecuencia significa aquí la frecuencia del deseo de la soñante: se podría decir de ella que
ve padres por todas partes. El efecto de serie sería aquí un
efecto de acentuación de lo único, para destacar su ausencia. Pero, lpor qué seis, oclw. .. personas idénticas? Lo que
limita la serie (la frecuencia de las unidades) es lo que da
una forma significante a este grupo interno: pero para interpretarlo no disponemos aquí de las asociaciones de la soñante. La cuestión se plantea al menos desde el sueño del
Hombre de los Lobos: la cifra de la serie de lobos no es arbitraria.
La difracción
Este tercer modo de figuración grupal del sueño es notable: asocia la descondensación, el desplazamiento y la
multiplicación para producir un mecanismo específico, responsable de la figuración múltiple de los aspectos del yo representado por personajes u objetos del soñante que forman
un grupo. En este caso, diferentes elementos del contenido
del sueño representan una sola idea: un objeto, una imagen,
la persona misma del soñante es descompuesta en representantes múltiples, idénticos o no, tal como los diferentes
miembros de un grupo pueden representar, para un sujeto,
diferentes aspectos de su universo interno; se trata ahí, en
198
la grupalidad onírica, de una proyección difractiva en el interior de la escena psíquica, según el modo de dramatización propio de la formación del sueño, un proceso primario,
inverso a la condensación, una des-condensación que se
vale del desplazamiento.
El principio de ligazón entre el yo del soñante y sus
personajes en el sueño, el principio del grupo interno, es la
identificación. Freud lo señala desde La interpretación de
los sueños (GW I-II; trad. fr., pág. 278): «Como el anhelo de
que algo sea común a dos personas se confunde muchas veces con el intercambio de una con otra, esta última relación
es también expresada en el sueño por la identificación. En
el sueño de la inyección a Irma, yo deseo intercambiar a
esta enferma con otra, deseo, pues, que la otra sea mi paciente tal como esta lo es en ese momento; el sueño cumple
este deseo mostrándome una persona que se llama Irma,
pero que es examinada en una posición que únicamente
corresponde a la otra. Un intercambio análogo es el centro
mismo del sueño del tío: yo me identifico con el ministro tra·
tando y juzgando a mis colegas como lo han hecho ellos. Es
la persona misma del soñante la que aparece en cada uno de
los sueños; no he hallado ninguna excepción a esta regla. El
sueño es absolutamente egoísta. Cuando veo surgir en el
sueño no a mi yo, sino a una persona extraña, debo suponer
que mi yo está oculto detrás de esta persona merced a la
identificación. Esto está sobrentendido. Otras veces mi yo
aparece en el sueño y la situación en que se encuentra me
muestra que otra persona se oculta detrás de él merced a la
identificación. En ese caso, es necesario descubrir por la interpretación lo que es común a esta persona y a mí y trasferirlo sobre mí. También hay sueños en los que mi yo aparece
en compañía de otras personas que, cuando se resuelve la
identificación, revelan ser mi yo. Es necesario en ese caso
unir, gracias a esta identificación, representaciones diversas que la censura había vedado. De este modo, puedo representar varias veces a mi yo en un mismo sueño, en primer lugar de manera directa, luego pol" identificación con
otras personas. Con varias identificaciones de este tipo se
puede condensar un material de pensamientos extraordinariamente rico».
Condensar y difractar; la indicación del proceso es dada
más explícitamente por Freud en 1901: «Pero el análisis nos
199
descubre todavía otra particularidad de estos complicados
intercambios entre contenido del sueño e ideas latentes. Al
lado de estos hilos divergentes que parten, cada uno, de los
detalles del sueño, existen otros que parten de las ideas
latentes y van divergiendo hacia el contenido del sueño, de
modo que una sola idea latente puede estar representada por varios elementos, y que entre el contenido manifiesto del sueño y su contenido latente se forma una compleja
red de hilos entrecruzados» (GW II-III, pág. 666; trad. fr.,
págs. 70-1).
El proceso primario de la difracción aparece, más pre·
cisamente, como el de una descomposición de un objeto,
de una imagen o del yo del sujeto en una multiplicidad de
objetos, de imágenes y de yoes parciales, cada uno de los
cuales representa un aspecto del conjunto y mantiene con
los otros relaciones de equivalencia, de analogía, de opo·
sición o de complementariedad, o los momentos de una
acción: de este modo, en el sueño del soltero, el trabajo del
sueño consiste en formar esta representación múltiple
manteniendo al mismo tiempo una red de relaciones entre
los objetos figurados y que forman un grupo. El trabajo de
análisis del sueño consiste en volver a encontrar el pensamiento latente en la cadena asociativa; desagrupár, para
identificarlos, los elementos difractados, e interpretar el
proceso mismo de difracción: «El análisis, al disociar las
imágenes, nos conducirá directamente a la interpretación
del sueño(...) cada detalle del sueño es, hablando con propiedad, la representación en el contenido del sueño de una
especie de grupo de ideas dispares» (GW II-III, pág. 666;
trad. fr., pág. 70).
Este trabajo de la disociación es requerido por lo quepodemos llamar el efecto de grupo endopsíquico, resultado de
la identificación narcisista propia del sueño y de la conden·
sación. Esta tendencia a agruparse, por refracción y difracción, constituye un aspecto fundamental del sueño, de la
identificación y -la segunda tópica lo precisará- de la or·
ganización del yo. La identificación en el sueño es uno de los
principales mecanismos que concurren a la representación
agrupada de las ideas del sueño.
La difracción no recae solamente sobre la representación
de los objetos o del sí-mismo del soñante. El trabajo de este
proceso está evident.emente al servicio de la realización del
200
f.·
deseo inconciente. Al servicio de la censura, la difracción es
una técnica de enmascaramiento por diseminación de los
elementos del rompecabezas, que, reagrupados y dispuestos
en sus encastres mutuos, componen la figura del objeto censurado. La difracción realiza el deseo de la extensión es·
pecular de los objetos, de las figuras y de los límites del yo.
Desde este punto de vista, la difracción es también un
mecanismo que opera en el juego y en el goce histérico, y el
paralelo, frecuente en Freud, entre el sueño y el ataque histérico merece ser recordado: «las histéricas sustituyen a
menudo una crisis por un sueño» escribe en La interpretación de los sueños, (op. cit., pág. 421). En las Apreciaciones
generales sobre el ataque histérico (1909, trad. fr., pág. 161),
precisa que «el ataque histérico requiere(... ) la misma elaboración interpretativa a la que procedemos con los sueños
nocturnos». La histérica lleva a cabo una condensación, es
decir, una figuración simultánea de varias fantasías cuyos
caracteres comunes constituyen, como en el sueño, el núcleo
de la figuración. Pero ahora sabemos que la histérica procede igualmente por difracción, es decir, por figuraciones
sucesivas o múltiples de elementos distintos que la representan enmascarándola. Así en Dora.
El enlace entre los procesos puestos en juego por la histé·
rica en la crisis y en el sueño se ilumina más aún por el concepto de identificación multifacética y, por una generalización hacia una organización más compleja, por el concepto
de personalidad múltiple. Mecanismo del proceso primario
al servicio de la satisfacción del deseo, la difracción es también un procedimiento de repartición económica de las cargas pulsionales sobre varios objetos; es además una defensa
contra el carácter eventualmente peligroso del objeto deseado. En ese caso, la difracción se emparienta con un meca·
nismo de defensa por la disociación, por el fraccionamiento
y la fragmentación del objeto interno o del yo (pero no se reduce a ese mecanismo). Tales mecanismos son utilizados
para proteger al yo y al mundo interno de las mociones o
representaciones intolerables, incontrolables, intrasformables. Fragmentos de objetos o de yo se esparcen en el mundo
externo, pero sin hallar continente. En este preciso sentido,
W.-R. Bion define al psicótico como una personalidad-grupo;
en ese caso, el grupo interno se da como multiplicidad fragmentada, calidoscópica, donde triunfa la desligazón.
201
Los grupos internos en el espacio intrapsíquico y en
los procesos del agrupamiento interpsíquico
Los grupos internos tienen un doble destino: en el espacio intrapsíquico, donde ejercen funciones fundamentales
en la organización y el trabajo del aparato psíquico (he esbozado sus formaciones y sus procesos); en la génesis y el
funcionamiento de las formaciones y de los procesos ínter- y
trans-subjetivos de grupo, donde juegan un papel de organizadores psíquicos para el acoplamiento de los sujetos en
sus vínculos de grupo.
El concepto de grupo interno en la clínica
psicoanalítica de la cura individual
Quisiera volver sobre una cuestión que solamente he esbozado con la presentación de algunos momentos del análisis de Céline, Maria y Dora: en la situación psicoanalítica,
los grupos internos sólo presentan el interés de ser identificados, reconocidos y pensados en la medida en que pueden
ser admitidos como concepto en las representaciones que el
analista se ha formado del funcionamiento y de la actividad
psíquicos. No pueden ser dotados de una significación más
que a través de los enunciados y el discurso asociativo que
sostiene el analizando, en la trasferencia, a partir de sus
sueños, de sus fantasías, de sus ensueños, de sus síntomas.
En la trasferencia, los grupos internos son las representaciones, las puestas en escena y las puestas en sentido que el
sujeto hace de sí mismo, de sus objetos y de sus relaciones.
De este modo, ocupan una posición y cumplen una función
en el espacio propio de la situación psicoanalítica. En tanto
representación imaginaria o simbólica, no se confunden con
los grupos reales; en tanto presentación del sujeto en la
trasferencia, deben ser reconocidos por el analista y por el
analizando como la tentativa de metaforización de los posicionamientos correlativos del sujeto, de sus objetos y de sus
relaciones.
Por otro lado, el grupo interno es la estructura a partir
de la cual el sujeto trasfiere, se enuncia, se interpreta al incluir allí al analista. En la clínica psicoanalítica, el grupo
interno es una figm·ación de los objetos familiares (paren-
202
1
l
1
tales, fraternos, de los abuelos) infantiles. Esta figuración
corresponde de preferencia al grupo familiar interno, a los
vínculos entre los objetos familiares arcaicos o edípicos,
pero también, secundariamente y por referencia a la representación del grupo familiar interno, al grupo de los noíntimos y de los extraños. La representación de estos grupos
en la realidad psíquica toma diferentes formas y diferentes
contenidos en función de la organización estructural, de los
conflictos psicosexuales inconcientes y de la economía pul·
sional de cada sujeto: los grupos internos pueden ser repre·
sentados por él como grupos humanos o no humanos, animados o inanimados, vivos, muertos o destruidos; pueden
estar diferenciados o indiferenciados, organizados en escenas más o menos complejas y móviles, o fijarse en escenas
congeladas y repetitivas.
Este uso del concepto de grupo interno en la clínica psicoanalítica limita su desvío hacia una peligrosa reificación.
Comparto con H. Faimberg (1988) la preocupación por evi·
tar ~ste riesgo, cuando expone, a propósito del concepto de
«padres internos», este posible desvío: «Designo de este mo·
do [por este concepto] un tercer término situado entre lo que
dice el paciente y lo que entiende el analista. Este tercer término reaparece entre lo que el analista cree decir y lo que el
paciente entiende efectivamente. Este tercer término no
coincide, no puede coincidir, con los padres de la realidad
material. Estos padres internos no coinciden tampoco con la
representación que se forman los pacientes de sus padres.
U>s padres que me interesan aquí son los que toman forma
en el decir del paciente, más allá de lo que el paciente cree
que los padres son. Difieren además de los que el analista se
representa a partir de su teoría o de la imagen propuesta
por sus pacientes» (1988, págs. 229-30).
El interés del concepto de grupalidad psíquica y de grupo
interno no es sólo teórico y clínico, se manifiesta también en
la práctica de la interpretación, cuando esta propone reconocer en la condensación y en la difracción efectos del trabajo de la censura y de las defensas. El análisis de los grupos
internos es entonces el de los procesos asociativos/disocia·
tivos por los cuales el sujeto organiza su actividad psíquica y
se la representa para sí mismo y para los otros. Esos «otros»
son representantes de las pulsiones, de las figuraciones, de
los objetos parciales, de las representaciones de cosa y de
203
palabra, del sujeto mismo, de las relaciones entre ellos, bajo
el aspecto en que se representen asociados o disociados en el
proceso de las asociaciones de discurso del analizando.
El concepto de grupo interno como organizador del
acoplamiento psíquico del agrupamiento
En la situación psicoanalítica llamada de grupo, estructurada por una dinámica específica de la trasferencia y por
un régimen particular del proceso asociativo y del decir, el
riesgo de la reificación es tanto mayor si la activación -en
la trasferencia- de los grupos internos de cada sujeto encuentra corre/,atos objetivables, compartibks e i.dentificables
en las representaciones-presentaciones de los grupos internos de los otros miembros del grupo. El proceso de acop/,amknto de los grupos internos sostiene de hecho el proceso
psíquico del agrupamiento, las modalidades de la trasferencia, la organización del decir y de las asociaciones, y estas
son simultáneamente verbales e intersubjetivas. El proceso
del agrupamiento toma apoyo en formaciones psíquicas que
que no son las de la grupalidad interna, pero sin la movilización de esta, el grupo no puede «mantenerse junto».
La hipótesis rectora que organiza la posibilidad de un
trabajo clínico en situación de grupo se precisa de este modo: el grupo «externo» ofrece a la puesta en escena de los
grupos internos una predisposición, una forma en la que
van a jugar los procesos primarios; los objetos internos
podrán allí ser desplazados de un sujeto a otro, condensarse
en una figura de compromiso, difractarse en varios miembros del grupo.
Lo que cada sujeto pone en el grupo pertenece a configuraciones de sus grupos internos. Una parte de estos se comprometen sin que él lo sepa en el proceso del grupo: o se pierden para cualquier retorno en el espacio interno, o le vuelven trasformados y más o menos desconocidos a causa de
haber sido modificados por los efectos de grupo y por el
trabajo del aparato psíquico del grupo; solamente puede
cumplirse este retorno y efectuarse el reconocimiento si se
mantiene una distancia entre los grupos internos que singularizan a cada sujeto y el aparato grupal que se da como
la representación de ellos.
204
La escucha del analista no puede dejar de tomar en consideración ni la realidad intrapsíquica de cada miembro del
grupo ni la realidad psíquica del conjunto. El problema de
la escucha psicoanalítica en situación de grupo, planteado
de este modo en cuanto a su objeto y en cuanto a la disposi·
ción del analista, consiste en discernir los elementos que
funcionan como los nudos de articulación, de los cuales
algunos sujetos se convierten en los portavoces y en los
porta-síntoma.
Un objetivo rector y fundamental del trabajo del análisis, en situación de grupo, es operar este desligamiento,
dejar que se efectúe el «desagrupamiento». Los grupos internos son trasformados por el acoplamiento grupal: el discurso y la escucha de los miembros del grupo los trabajan y
los modifican según modalidades inherentes a los procesos
y a las formaciones psíquicas del nivel del grupo. Recíprocamente, el agrupamiento contribuye a la construcción de
algunos grupos internos.
Los conceptos de grupalidad psíquica y de grupo interno
no agotan su competencia en proveer un eslabón esencial
para una teoría psicoanalítica de los grupos. Designan una
organización de los enlaces intrapsíquicos cuyos efectos son
numerosos y visibles en el conjunto de la actividad psíquica,
principalmente en el trabajo del pensamiento, de la creación artística y científica. Estos desarrollos de la investigación serán expuestos en otro trabajo, que explorará sus
diferentes dimensiones.
205
5. El modelo del aparato psíquico grupal
La parte del sujeto
Primera aproximación
A fines de la década de 1960, intenté articular ciertas
formaciones y ciertos procesos del aparato psíquico individual, principalmente los que me parecían cualificables en
términos de una grupalidad psíquica, con formaciones y
procesos generados en el espacio grupal bajo el efecto de un
trabajo psíquico intersubjetivo. Propuse entonces el modelo
de un «aparato psíquico grupal», 1 modelo construido para
pensar el trabajo psíquico, las forrnaciones y los procesos de
la realidad psíquica en los grupos humanos, en sus conjunciones con la realidad psíquica del sujeto singular. Un concepto tal deberá cumplir varias funciones en la teorización
del objeto del psicoanálisis.
l. Thndrá que explicar la realidad psíquica propia del
grupo y hacer posible la puesta a prueba de la hipótesis según la cual esta realidad corresponde a formaciones y a procesos del inconciente preferentemente movilizados por el
agrupamiento de sujetos singulares; deberá explicar también trabajo de ligazón y de trasformación de los elementos
de la realidad psíquica individual movilizados en la forma1 Debo precisar «aparato psíquico de grupo», o «del agrupamiento», para
no mantener la confusión que induje con la hipótesis de la grupalidad psíquica. Desde el origen, se ha instalado una ambigüedad semántica, que
corresponde al carácter bifronte de este aparato que, así denominado, pue·
de significar lo que es grupal en el aparato psíquico «individual», es decir,
depende de «lo que en nosotros es grupalidad», y lo que en el grupo se
organiza y se desarrolla como realidad psíquica específica (de grupo) a partir de un acoplamiento o de una ensambladura entre las subjetividades
singulares. En un trabajo reciente (1992), R. Roussillon ha sugerido que la
«cubeta~ de Mesmer podría materializar una forma de este aparato. Se
encontrarían en Sade otras combinaciones de acoplamiento.
207
ción de la realidad psíquica de/en el agrupamiento, con oca·
sión del agrupamiento.
En este primer espacio de trabajo, deberemos pues tomar en consideración:
el grupo en tanto objef-0 representante de la pulsión. La
tesis que sostengo es que las investiduras y las representa·
ciones que tienen al grupo por objeto son uno de los elemen·
tos fundamentales del proceso y de la organización grupal.
Se tratará, en consecuencia, de seguir el destino de este oh·
jeto en el proceso grupal mismo;
el grupo en tanto estructura y forma de la realidad intrapsíquica, figurado a través de una organización fantasmática e imaginaria de relaciones, de tensiones, de lugares, de
acciones y de instancias.
Desde este punto de vista, las formaciones de la grupalidad intrapsíquica (en especial los grupos internos: imagen
del cuerpo, fantasías originarias, complejos e imagos familiares, instancias antropomórficas del aparato psíquico subjetivo, sistemas de relación de objeto interno) rigen la repre·
sentación del objeto grupo. Constituyen los organizadores
inconcientes de la realidad psíquica grupal. L>s principales
procesos que sostienen el acoplamiento de las psiques en un
grupo son: las identificaciones, los mecanismos de proyección y de difracción, los fenómenos de resonancia fantasmática, la búsqueda de objetos complementarios.
2. Se tratará seguidamente de explicar los efectos del
agrupamiento (y de los efectos de grupo) sobre la formación
del sujeto singular, como sujeto del inconciente y sujeto del
grupo. Esta investigación corresponde, en un aspecto esencial, a la teoría del vínculo y de la grupalidad psíquica. Una
teoría tal debería describir y explicar el trabajo psíquico de
creación, de mantenimiento y de trasformación de los procesos, de las funciones y de las formaciones psíquicas comu·
nes a los miembros del grupo: ideales, referencias. identificatorias, representaciones compartidas y auto-representaciones del grupo, mecanismos de defensa comunes, pactos,
contratos y alianzas inconcientes, funciones de representación y de delegación, funciones co-represoras y de facilitación del retorno de lo reprimido.
208
3. Finalmente, se tratará de describir y explicar las relaciones de co-apuntalamiento y de estructuración recíproca
del aparato psíquico individual y del aparato psíquico grupal, del pasaje y de los intercambios entre la grupalidad endopsíquica y la realidad psíquica del nivel del grupo.
Desde este punto de vista, he puesto en evidencia dos
tendencias antagonistas en el aparato psíquico grupal: la
fusión imaginaria de los aparatos psíquicos individuales en
el aparato psíquico grupal (isomorfia); la diferenciación (homomorfia) de los dos tipos de aparato.
He supuesto, pues, un empalme, un acoplamiento, una
articulación de dispositivos pulsionales y de fantasías distintas y asimétricas, preferentemente solicitadas en su organización escénica y dramática, donde cada aparato psíquico sirve de mediación a los otros, donde el conjunto forma
para cada sujeto una matriz psíquica, predispuesta en principio por la estructura edípica, pero que es preciso enunciar
cada vez en versiones particulares; de esta matriz se separa
la fantasía personal. El modelo del aparato psíquico grupal
tiene como función, en definitiva, dar cuenta de lo que liga
las psiques de los sujetos de un grupo, de la manera en la
que se efectúan las ligazones y de los efectos de esto sobre
la trasformación del espacio psíquico del grupo. El modelo
que propongo se distingue de los precedentes por la articulación (y por lo tanto, la diferenciación) que procura establecer entre los espacios, las formaciones y los procesos
discontinuos y heterogéneos de lo intra-, de lo ínter- y de lo
trans-psíquico. Por otro lado, pretende integrar estos diferentes niveles en la forma y la estructura de vínculos específicas que es el grupo.
Estas proposiciones requieren la siguiente precisión: el
modelo del aparato psíquico «grupab no corresponde a un
observable concreto más que el aparato psíquico «individual»: tanto en un caso como en otro, se trata de construcciones teóricas, de «ficciones eficaces», cuya función reside, en
lo esencial, en la representación que hacen posible de la organización y del funcionamiento de la realidad psíquica. En
consecuencia, el modelo del aparato psíquico grupal es también un programa de investigación. Parece haber prestado
también algunos servicios, con la condición de que no se lo
haya usado de modo reificante, en la clínica de los grupos y
de las familias. Podría suministrar algunas referencias para
209
el análisis de las formas instituidas de las relaciones intersubjetivas, bajo el aspecto de su realidad psíquica.
El aparato psíquico grupal
El aparato psíquico grupal es la construcción psíquica
común de los miembros de un grupo para constituir un grupo. Su carácter principal es asegurar la mediación y el intercambio de diferencias entre la realidad psíquica en sus componentes intrapsíquicos, intersubjetivos y grupales, y la
realidad grupal en sus aspectos societarios y culturales. Este concepto teórico tiene como función dar cuenta de las trasformaciones psíquicas de las cuales los grupos son los instrumentos, los soportes y los resultados. He querido dar
cuenta de esto: no hay solamente colección de individuos,
sino grupo, con fenómenos específicos, cuando se ha operado entre los individuos constituyentes de ese grupo una
construcción psíquica común que implica un nivel indiferenciado y un nivel diferenciado de relaciones. Estos dos niveles de organización psíquica están siempre implicados en
los grupos. Los grupos internos son siempre movilizados
en las organizaciones psíquicas grupales. Las fantasías
originarias, las imagos, los complejos o los sistemas de relaciones de objeto aseguran la estructura básica del acoplamiento, por proyección, por identificación proyectiva e introyectiva, por identificación adhesiva o incorporación, por
desplazamiento, condensación y difracción. Mi tesis es que
el aparato psíquico grupal está apuntalado positivamente
sobre las formaciones grupales indiferenciadas y diferenciadas del psiquismo de cada uno de los participantes, pero
también negativamente sobre el participante ausente, más
o menos fantasmal, y sobre los representantes idealizados
o perseguidos del Ancestro fundador.
Un ejemplo de acoplamiento psíquico grupal
Quisiera proponer un breve ejemplo del empleo de estos
procesos y de estas formaciones en un psicodrama analítico
de grupo:
210
Somos dos psicodramatistas, un hombre y una mujer. Lo que
voy a mencionar corresponde a dos personas de este grupo, un
hombre y una mujer. Tienen la particularidad de ser oriundos,
uno y otro, de culturas diferentes: esta particularidad evoca a
la vez la extrañeza y la extranjería en el juego del psicodrama
y en el encuentro intersubjetivo ...
Carlo y Oiga han establecido entre ellos enseguida, desde el comienzo de las primeras sesiones, una relación que los lleva a
ejercer una suerte de liderazgo sobre el grupo, a través de un
conjunto de manifestaciones (numerosas propuestas de juegos,
acentuación de sus acuerdos o de sus desacuerdos para jugar o
no jugar...). Lo consiguen coordinando de entrada relaciones
seductoras mutuas, y por lo tanto excitadoras para los participantes: se diría que histerizan al grupo. Todos los temas de
juego propuestos por Cario son aceptados por los participantes. En el pasaje de la sesión que referiré, Carlo, sostenido como
siempre por Oiga, propone representar una familia en que los
padres no hablen la misma lengua, pero se entiendan.
He ahí el tema, he aquí el juego: la madre, Oiga, está primero
sola con sus dos hijas; les reprocha muy violentamente, en alemán, jugar en lugar de hacer sus deberes escolares; las hijas
están confundidas: si bien el tema del juego lo había anunciado, ellas no contaban con oírse interpeladas en alemán. Callan
o cuchichean en francés -pienso-- ante esta madre violenta y
arrebatada (¿importada?).• Cario, que ha querido representar
el papel del padre, intervendrá demasiado tarde, y dejará ere·
cer la tensión. Va a dirigirse en italiano a la madre y a sus dos
hijas; la emprende muy violentamente con su mujer: ipor qué
aúlla como una salvaje -aúlla él mismo--, no se habla así a
los niños! Luego se va a consolar, acariciar, elogiar a sus hijas
por sus vestidos; llega a ser una entre ellas. Cuando llegue a
ser «hija» en el juego, hija entre sus hijas, utilizará a veces el
francés, a veces el alemán, lo más a menudo el italiano. Las
hijas parecen siempre anonadadas. Después, invertirá el sentido de las relaciones, volverá a ser el padre, sostendrá a la
madre y reprenderá a las hijas, lo que la madre no soportará.
Esta escena, bastante babélica ya, se complicará aun más por
las inversiones de posición y de juego entre los padres, entre
los padres y los hijos. Luego los padres s_e calman y, en francés,
ordenan a todos reconciliarse. A esta orden, las hijas oponen
un doble no: uno expresado en alemán y otro en italiano. 2
• [Juego de palabras entre «arrebatada» (emportée) e «importada» (importée). (N. de la T.)]
2 Este análisis se expone en un artículo sobre las relaciones entre la histérica y el grupo (1985).
211
Esta escena evidentemente apabulló por la violencia que
se desplegaba en ella, por la trasmutación de las posiciones
adulto/niño, hombre/mujer, por el recurso a la lengua ex·
tranjera, por las relaciones de seducción especular, por la
sobreestimulación de los núcleos histéricos de los protagonistas, y por el goce que manifiestan Carlo y Oiga tironeando uno del otro y dando(se) en representación en esta esce·
na. Se agreden, se seducen, se hacen seducir y seducen a
sus hijas; hacen el amor por la agresión, se someten uno
a otro, se dominan uno a otro. El análisis que seguirá al jue·
go y que proseguirá durante varias sesiones va a permitir a
Carlo descubrirse en sus identificaciones y en el juego con
su propia extrañeza.
En mi elaboración personal, he trabajado esencialmente
sobre el grupo interno puesto en escena por Cario en el gru·
po y especialmente en esta escena de psicodrama. Requería
de los otros que fueran los personajes participantes de su
propio grupo interno. Era sostenido por Olga por las mis·
mas razones, pero también por la mayor parte de los miembros del grupo, que se identificaban con los diferentes emplazamientos de objeto y de sujeto en esta fantasmática de
seducción-castración. En esta medida, Cario podía representarse para sí mismo y para algunos otros, a veces sucesi·
vamente y a veces simultáneamente, como el marido, el pa·
dre, el hijo, el amo, el histérico: es este polimorfismo lo que
produce el aspecto apabullante de la escena. Destacaría
que, desde de la primera sesión, para Carlo se movilizaron
todas las figuras de la fantasmática originaria, y que estas
están particularmente condensadas en esta escena, y este
es precisamente todo su interés: varias escenas psíquicas se
juegan por el lado de Oiga y de Carlo simultáneamente y, en
eco, o en trascripción, por el lado de las niñas.
Una parte de la elaboración y de las interpretaciones estará dirigida a la forma como Carlo ha difractado sus perso·
najes internos, sus pulsiones, sus objetos y sus relaciones,
no solamente en el grupo, sino en Olga, en sus hijas y en los
psicodramatistas.
El trabajo que efectuaremos después de esta escena (del
lado de los psicodramatistas) nos introducirá a descubrir lo
que se ha movilizado entre nosotros, antes de esta escena y
durante ella, en una f antasmática de seducción. Nuestra
idea era que si Carlo había podido ponerse en escena con
212
esta intensidad, probablemente algo de esta fantasmática
estaba suficientemente disponible en nosotros para que toleráramos su representación y sostuviéramos su elaboración.
Algunos aspectos del trabajo psíquico en este grupo
Destacaré ante todo los vínculos de apuntalamiento y de
identificación, aquí narcisistas e histéricos, entre Cario y
Oiga. Ellos crean una comunidad de representaciones y de
afectos en el interior de una estructura grupal que distribuye los objetos y las correlaciones. Se produce un síntoma
compartido, que encaja como matriz identificatoria para
varios miembros del grupo: necesariamente, esta emergencia de un retorno de lo reprimido facilita la vía a otros contenidos. Esta doble condición previa produce efectos de grupo, condensaciones de representaciones y de afectos, de
sigl).ificaciones y de energías asociadas a otros «complejos»
psíquicos.
El tema propuesto da testimonio de estas condensaciones. El juego tendrá como función operar una descondensación, esta vez contenida en el marco de la escena, es decir,
en el espacio trasfero-contratrasferencial, en nuestra escucha. Para dar una imagen, diría que el trabajo en grupo es
en primer lugar el desagrupamiento de estos «paquetes»
condensados: consiste en la puesta en enlace de lo que, por
un lado, constituye un paquete de afectos y, por el otro, un
paquete de representaciones, pero sin ligazón entre estos
dos «paquetes». El lector recordará sin duda que Céline solamente había podido imaginar este desagrupamiento, sin
poder recuperarse como su sujeto propio.
Un segundo efecto de trabajo psíquico está ligado a la
dramatización del conflicto cuyo testimonio es el síntoma; el
juego ofrece la posibilidad de representar en el espacio interno, pero primero por el rodeo, la proyección y el trabajo
de elaboración en el espacio intersubjetivo, y precisamente
en el espacio intermediario del psicodrama, al sujeto mismo. El se representa allí y se pone en escena en la multipli·
cidad de los personajes y de los objetos psíquicos, en tanto
son parte de una misma fantasía. Esta dramatización y esta
figuración del espacio interno en el espacio intersubjetivo
213
son las condiciones para que el sujeto pueda descubrirse en
su sujetamiento a la posición singular que ocupa en la fantasía.
Un tercer efecto de trabajo psíquico se apoya sobre la
particularidad de la trasferencia en los grupos. Efectivamente, debemos tomar en consideración la simultaneidad y
la multiplicidad de kis trasferencúis en los grupos. Las trasferencias laterales, o llamadas laterales, no tienen el mismo
estatuto meta psicológico que en la cura individual. 3 Podemos apoyarnos en los primeros enunciados de Freud sobre
la trasferencia, a propósito del análisis de Dora. Escribe que
el paciente trasfiere simultáneamente, o sucesivamente, en
la persona del médico, no sólo los objetos sexuales infantiles
vueltos inconcientes, sino la conexión entre esos objetos. En
principio lo que se trasfiere es una conexión de objetos. El
grupo es un dispositivo particularmente adecuado para re·
cibir en su espacio y en sus sujetos estas conexiones de tras·
ferencias simultáneas y sucesivas.
Desde este punto de vista, la crítica según la cual habría
dilución de la trasferencia en los grupos me parece sin verdadero fundamento cuando se enuncia como un principio;
más bien da testimonio de un desconocimiento del funciona·
miento psíquico en situación de grupo. Logramos muy poco
si pensamos en los términos de la dilución de las trasferen·
cías y de la disminución de la energía que las acompaña: por
el contrario, debemos elaborar una comprensión a la vez
económica, tópica y dinámica de las trasferencias. Desde
esta perspectiva, el régimen habitual y particularmente fecundo del trabajo psíquico que opera en los grupos corresponde al concepto de la difracción de un objeto interno -y
generalmente de todo lo que tiene el aspecto de una configuración de objetos- sobre diferentes sujetos en el grupo,
o sobre objetos del grupo (el grupo mismo). Esto significa
3 Es necesari() partir de la especificidad de la situación de grupo: sobre la
cuestión de las trasferencias en los grupos, el trabajo de referencia sigue
siend() el de A. Bejarano (1972); véase también en la Reuue de Psychothé·
rapie Psychanalytique de Groupe, 12, 1989, principalmente las contribu·
cíones de S. Resnik, C. Neri, J. ·C. Rouchy y J. Villier. La particularidad de
La trasferencia en el psicodrama no corresponde especialmente al psicodrama llamado «de grupo~: también debe plantearse la cuestión de las
trasferencias en el equipo de "tos psicodramatistas cuando se trata de
psicodrama llamado «individuab.
214
que un mismo sujeto puede recibir varias cargas trasferenciales de los otros miembros del grupo.
Esta sobredeterminación de cargas trasferenciales es
una característica de los vínculos intersubjetivos: es cierto
que esta particularidad no facilita el trabajo del análisis y
de la interpretación, pero es su motivo y su materia misma,
y para desanudar esos enredos nos sostiene la experiencia
del trabajo de la cura psicoanalítica individual. No obstante, debemos pensar aquello que sobredetermina estas cargas y produce estas complejidades en las situaciones que
permiten descubrirlas allí mismo.
Los organizadores psíquicos inconcientes
Definiciones, hipótesis
Los organizadores psíquicos del grupo son formaciones
inconcientes relativamente complejas que hacen posible,
sostienen y expresan el desarrollo integrado de los vínculos
de agrupamiento. Los organizadores psíquicos del grupo están constituidos por los principios, los procesos y las formas
asociadas de la realidad psíquica inconciente que operan en
la ensambladura, la ligazón, la integración y la trasformación de los elementos componentes de un grupo.
Stricto sensu, se podría distinguir entre organizadores
intrapsíquicos del agrupamiento y organizadores inter- o
trans-psíquicos grupales. Los primeros pertenecen al aparato psíquico del sujeto singular; son impersonales pero individualizados, y aparecen como actualizaciones o activaciones de estructuras psíquicas preexistentes al agrupamiento mismo. La fantasía originaria es uno de los modelos
de este primer tipo de organizador. Los segundos pertenecen al aparato psíquico del agrupamiento: son producciones
(proceso y resultado) del vínculo grupal mismo. Están dotados de realidad psíquica para los sujetos del grupo y de la
capacidad de desviar el curso de los vínculos trans-subjetivos o intersubjetivos del grupo. Impersonales, no individualizados, contribuyen a la formación y a la trasformación
de la psique del sujeto singular, y principalmente de las
formaciones y de los procesos movilizados de preferencia en
215
el vínculo de grupo. Tales organizadores son los supuestos
básicos, la ilusión grupal, o la ideología.
Las relaciones entre estos dos tipos de organizadores
constituyen el objeto de hipótesis que contribuyen a los fundamentos de una teoría psicoanalítica del agrupamiento.
He esbozado una vía para ello en el estudio del apuntalamiento grupal en sus relaciones con la estructuración del
psiquismo (1984).
Creado para explicar los principios y el curso de la realidad psíquica en la organización del agrupamiento de los
sujetos singulares, el concepto de organizador psíquico del
grupo presupone, en su aspecto general, tres enunciados: la
organización de un conjunto de elementos; la organización
de la realidad psíquica; la especificidad de los organizadores
psíquicos del grupo.
El primero de estos elementos corresponde a la existencia de un proceso y de un estado de organización de lo que,
constituido por un mínimo de elementos distintos, forma un
conjunto solidario. Este enunciado implica el concepto de organización, y su significación debe ser confrontada con las
significaciones que toma en diferentes campos disciplinarios, principalmente en los campos que han provisto los
modelos analógicos al análisis de los grupos: la biología y las
ciencias sociales; el paso metafórico del uno al otro señala el
efecto de la fantasía inconciente que opera en estas conceptualizaciones.
La biología está doblemente implicada por esta reflexión
crítica sobre los presupuestos porque, como lo expondré después, provee una de las bases de la teoría psicológica del organizador. En cuanto a las ciencias sociales, de Durkheim a
Radcliffe-Brown y hasta cuando Freud se preocupa por esto
-en El malestar en l.a cultura por ejemplo-, están atravesadas por esta cuestión: ¿cómo pueden una serie, una colección o una pluralidad de individuos constituir un conjunto
social, una institución, un grupo? A esta misma cuestión
han intentado responder, con diferentes conceptualizaciones, Foulkes, Ezriel, Bion, Pichon-Riviere: la teoría de los
organizadores del aparato psíquico grupal, en lo esencial, se
inscribe en esta gestión.
Todas estas teorías atañen a la solidaridad de un conjunto que subordina y coordina elementos distintos en su
216
estructura y sus funciones. Estos elementos no son necesariamente individuos singulares concretos, sino procesos y
formaciones psíquicas que se combinan entre sí y producen
efect.os específicos sobre los sujet.os singulares que son sus
soportes y sus agentes.
Estas consideraciones conducen a distinguir, por un lado, la unidad funcional y estructural del grupo, que se deja
describir como organización, comprobada como un hecho,
analizada en su principio ordenador, en sus procesos, sus
formas, sus efectos y sus causas y, por otro lado, la representación fantasmática, imaginaria o simbólica de la unidad
del grupo como objet.o investido por los miembros del grupo.
Es precisamente esta intimidad de la relación entre la
representación del grupo (como objet.o y como proceso psíquico) y el proceso del agrupamient.o lo que me ha conducido
a efectuar el primer pasaje entre la teoría de los organizadores de la representación del grupo y la teoría de los
organizadores del acopl,amiento del grupo.
El segundo enunciado concierne, pues, a la realidad psíquica del (y en el) agrupamient.o. Desde esta perspectiva, el
organizador organiza el curso de los acontecimient.os psíquicos, y se podría establecer aquí una analogía con las representaciones-meta en la organización y la elaboración del
sueño, o en el proceso asociativo. Según esta vía, el organizador es una estructura y una forma de la realidad psíquica
inconciente, capa¿ de jugar un papel en el arreglo y el desarrollo de los vínculos grupales y en la relación de cada sujeto
con «la unidad» grupal. Los organizadores son pues considerados aquí responsables de la formación particular de la
realidad psíquica para los sujetos que toman parte en ella.
Por esta organiza<;ión forman grupo. Lo imaginario de la
unidad (orgánica, mecánica, psíquica, social, religiosa ... )
del grupo es un efecto psíquico del organizador prevalente
en el grupo, tal como, en la teoría de Bion, un supuesto básico asegura la unidad del grupo: cada organizador tiende a
convertirse en el principio de unificación de las representaciones que los miembros del grupo tienen de sí mismos y del
conjunto que forman.
El tercer enunciado concierne a la especificidad de los
organizadores psíquicos del grupo. Aquí, nuevamente, supo-
217
nemos que, al lado de -o en relación con- organizadores
que pertenecen a otros órdenes de realidad (organizadores
socioculturales, organizadores institucionales y jurídicos
del grupo), los organizadores psíquicos del grupo tienen una
especificidad que los distingue de los organizadores de otras
estructuras (pareja, familia ...) o de otras funciones del
vínculo (cuidado, formación, reproducción...). Esa especifi·
cidad regiría con relación a organizadores todavía más ge·
nerales de todo vínculo.
Formación y evolución del concepto
El concepto de organizador psíquico ha sido introducido
en las investigaciones sobre los grupos que conduje a par·
tir de 1967 y se ha desarrollado, precisándose, en los años
1970-1971. Este concepto ha sido creado en una filiación de
pensamiento y en un contexto de investigaciones que qui·
siera precisar, puesto que estos datos iniciales influyen aún
hoy sobre las teorizaciones del organizador y sobre las utili·
zaciones que se hacen de ellos.
La.can, Spitz y los conceptos de organiza.dores
Entre los trabajos que muy especialmente han constituido las bases para la formación de este concepto, los de La·
can (1938) y los de Spitz (1954) han ocupado un lugar deci·
sivo. El primero, en su estudio sobre la familia, en el capítulo titulado «El complejo, factor concreto de la psicología
familiar», sostiene que los complejos inconcientes «se han
mostrado como jugando un papel de "organizores"• en el de·
sarrollo psíquico» (1938, págs. 840-6). Este papel se entien·
de tanto en cuanto al desarrollo de la personalidad como en
lo que concierne a las relaciones familiares y a la psicología
(la psicopatología) familiar. Así se analizarán como organizores los complejos del destete, de la intrusión y de Edipo,
con las imagos, los sentimientos y las creencias, «en sus
relaciones con la familia y en función del desarrollo psíquico
• [Lacandice aquí organiseur. Utilizamos entonces «organizor» para distinguirlo de «organizador» en los usos de Spitz y de R. Kaes. (N. de la T.)]
218
que ellos organizan, desde el niño criado en la familia hasta
el adulto que lo reproduce» (ibid.). Lacan describe entonces
una sucesión de estructuras, cada una de las cuales se da
como arreglo de las posiciones correlativas del sujeto y del
prójimo. Este texto debe ser recordado por varios motivos:
por ejemplo, porque aporta una primera revolución en el
abordaje psicoanalítico de la familia; porque introduce esta
noción de organizor en la intersección del desarrollo del
sujeto singular y de sus vínculos familiares; porque se trata
de analizar estructuras en trasformación.
Los trabajos de R.-A. Spitz constituyen una segunda línea de inspiración de los trabajos sobre los organizadores
psíquicos del grupo. Spitz mismo reconoce su deuda hacia
los teóricos de la embriología experimental (H. Spemann,
J. Needham). El primero propone el concepto de organizador para definir los agentes y los elementos reguladores de
las fuerzas que operan en el momento del desarrollo em·
brionario e influyen en el desarrollo por venir. Para Needham (1931), el organizador es un enganchador y un factor
relacional del desarrollo al servicio de un eje particular. Por
resonancia y analogía, R.-A. Spitz establece un parentesco
entre estos conceptos dinámicos y algunos de los conceptos
psicoanalíticos con los cuales trabaja: secuencias genéticas,
tendencias sintéticas, paso de lo no organizado y de lo indiferenciado hacia lo organizado y lo estructurado. La significación de las épocas específicas durante las cuales se produce una reorganización de la estructura psíquica lleva a Spitz
a hablar (en 1954) de los factores organizadores, por analogía con la embriología. Articula en principio este concepto
con el proceso de integración: esta «tiene como resultado la
formación de una estructura psíquica nueva en un nivel de
complejidad más elevado. Evidentemente, esta integración
representa un proceso delicado y vulnerable; he llamado
"organizador" al resultado acabado de la integración» (1954,
pág. 33).
Escribirá en 1957: «Los organizadores del psiquismo
(... ) señalan ciertos estados críticos en el desarrollo psicológico y afectivo del niño(...) señalan ciertos niveles esenciales de la integración de la personalidad. En estos puntos
(cruciales), los procesos de maduración y de desarrollo se
combinan uno con otro para formar una aleación. Después
de realizada tal integración, el mecanismo psíquico fun-
219
ciona siguiendo un modo nuevo y diferente. Hemos llamado
al producto de esta integración "un organizador".
»El establecimiento de un organizador del psiquismo se
manifiesta por la aparición de nuevos fenómenos específicos
de comportamiento -por así decir, síntomas de la integración que se ha producido allí-. Por eso hemos llamado "indicadores" a estos esquemas específicos de comportamiento.
El indicador del primer organizador del psiquismo es la
aparición de la reacción de sonrisa» (1957, págs. 107-8).
El pensamiento de J. Lacan y el de R.-A. Spitz ponen el
acento en aspectos diferentes de la organización. Para el
primero, el organizor sostiene el desarrollo de la persona·
lidad y de las relaciones familiares. Hace posible una relatíva integración. Para el segundo, el organizador es el resul·
tado de la integración de los procesos de desarrollo y de ma·
duración. Es el producto de una estructura psíquica nueva
y/o lo que la produce.
Organizadores psíquicos y organizadores socWcu.ltural.es
He comenzado a trabajar con estos conceptos en 19671969, en el marco de una investigación sobre el grupo en
tanto es objeto de representaciones psíquicas inconcientes y
de representaciones sociales.4 Así había distinguido entre
4 Los resultados parciales de esta investigación se integraron a mi tesis
de doctorado (1974) y se publicaron en El aparato psíquico grupal. Construcciones del grupo, París: Dunod. El material estaba constituido por
protocolos clínicos individuales {pruebas proyectivas, entrevistas, otros
tests), protocolos de registro de discursos de grupos, dibujos de grupo
(prueba modificada en 1967), obras estéticas (novelas, cuadros, escultu·
ras, filmes, fotografías) y publicitarias. Esta investigación orientada por el
proyecto de mostrar que el proceso psíquico del grupo está organizado por
tales representaciones se apoyaba más en particular en cuatro líneas de
pensamiento. Una era tributaria de la propuesta formulada porJ.·B. Pon·
talis en 1963 de considerar, en el campo psicoanalítico, al grupo como
un objeto de investiduras y de representaciones. Otra debía su inflexión
a D. Anzieu, a quien yo había propuesto un proyecto de tesis sobre «Lo
imaginario y el grupo~; este proyecto anclaba en las primeras experiencias
de conducción psicoanalítica de grupos breves de formación a los cuales
D. Anzieu me había asociado (1965-1966). La tercera debía a G. Pankow
(1969) el concepto de imagen del cuerpo y de fantasía estructurante. La
cuarta resultaba de la influencia de las investigaciones de S. Moscovici
(1961) sobre mis propios trabajos (yo había trabajado con él sobre las
220
los organizadores psíquicos de la representación del grupo y
los organizadores socioculturales. Escribía en 1976, en El
apamto psíquico grupal: «El análisis de las representaciones del grupo como objeto me ha conducido a distinguir dos
sistemas de organización de aquellas: el primero está constituido por formaciones inconcientes de carácter grupal, o
sea, organizadores psíquicos grupales, que definen relaciones de objeto escenarizadas y articuladas entre sí de una
manera coherente por una meta de satisfacción pulsional.
Estos organizadores, según mis investigaciones, son cuatro:
la imagen del cuerpo, la fantasmática originaria, los complejos familiares e imagoicos, la imagen del aparato psíquico
subjetivo.
»El segundo sistema de organización de la representación del grupo está constituido por organizadores socioculturales. Estos organizadores son el resultado de la trasformación, por el trabajo de lo social y de la cultura, de los
núcleos inconcientes de la representación del grupo. Su función es encodificar de manera normativa la realidad psíquica grupal. La elaboración social y cultural de representaciones (ideológicas, utópicas, míticas o científicas) produce
modelos de grupalidad que se inscriben en las instituciones
que estos organizan: el grupo de los doce apóstoles, la aventura de los Argonautas y de los caballeros de la Tabla Redonda, el Taller falansteriano, el comando guerrero, representan formas sociales idealizadas de agrupamiento que funcionan según diferentes órdenes (jerárquico, igualitario, democrático) y conforme a diferentes funciones especializadas
(religiosa, laboral, militar, heroica): estas formas sociales
encodifican representaciones inconcientes relativas a la
imagen del cuerpo (los doce apóstoles), a la busca del objeto
perdido (los Argonautas, los caballeros de la Tabla Redonda), al trabajo de producción de seres humanos (el Taller
utópico), etcétera.
»El modelo sociocultural de la grupalidad viene a dotar
de un sello de verosimilitud y de legitimidad al modelo psíquico inconciente del objeto-grupo. Esta condición psicolórepresentaciones sociales): esta influencia se manifestaba por la atención
que yo prestaba a la doble organización -psíquica y social- de estas, a los
núcleos organizadores de cada uno de estos niveles y, más en particular, al
núcleo inconciente.
221
gica de una doble referencia plantea el problema de la compatibilidad y de los conflictos entre los organizadores. En los
grupos existe una cierta tensión, por una parte, entre la serie de los organizadores psíquicos y la de los organizadores
socioculturales y, por otra parte, en el interior de cada una
de estas series, entre organizadores principales y organizadores secundarios. Se requiere de una mínima congruencia
para que el proceso grupal se establezca y se desarrolle»
(1976, págs. 190-1). *
En 1969-1970 he aplicado esta diferenciación de dos tipos de organizadores al análisis del proceso grupal mismo.
Distinguí nuevamente entre organizadores intrapsíquicos
y organizadores grupales. Los primeros son más o menos
complejos, van desde formas apenas esbozadas (por ejemplo, núcleo aglutinado) hasta configuraciones muy diferenciadas que correspondengrosso modo a los grupos internos;
de estos, expuse en varias ocasiones (1970, 1972, 1976... )
características, principios, funcionamientos y formaciones.
Los conceptos de grupos internos y de aparato psíquico
grupal están simultánea y lógicamente asociados a esta
perspectiva. Postulé en esa época que los grupos internos
son los organizadores del aparato psíquico grupal: «(...) he
formulado la hipótesis de que el grupo es la puesta en escena y la construcción de un aparato psíquico "grupal", en
razón de que el aparato psíquico "individual" mismo está
construido como la interiorización de una organización
grupal (instancias, fantasmáticas, identificaciones ...)»
(1971, pág. 57).
Estos trabajos fueron expuestos y discutidos en las reuniones del CEFFRAP, principalmente en 1971, año en que
circularon textos (en parte inéditos) de R. Dorey, de R. Kaes
y de A Missenard, textos cuya particularidad era que cada
uno utilizaba, a propósito de la fantasía, el concepto de organizador. Así, R. Dorey escribía: «Se ha postulado la existencia en cada grupo de una o varias fantasías, organizadoras
de este grupo, que le dan su fisonomía propia y su especifici dad estructural» (1971). A. Missenard escribía: «Se puede
formular la hipótesis de que el grupo se organiza en torno
de la fantasía personal dominante en ese momento de las
personalidades que funcionan como líderes. Esta fantasía
• [Ed. en castellano, Gedisa, págs. 258·9. (N. de la T.)]
222
sería, por decirlo así, "puesta en escena" en el grupo, por el
portador de la fantasía y los otros miembros del grupo, o al
menos algunos de ellos» (1970, nota inédita). Por mi lado, yo
escribía: «La fantasmática de los miembros del grupo es
"proyectada" y puesta en escena en la situación grupal»; y
en otro texto: «Las fantasías originarias se organizan según
una estructura de grupo(...) la fantasía de la escena primi·
tiva es su prototipo(...) correlativamente el grupo está
organizado por la fantasmática, es decir, por las relaciones,
eventualmente defensivas, de las fantasías entre sí» (1970,
notas inéditas).
La idea de que las fantasías originarias están dotadas de
una estructura grupal se me impuso en el estudio de las representaciones inconcientes en grupo y puse a prueba inme·
diatamente su pertinencia en el análisis del proceso grupal
(fantasías del «grouple», 5 de la «bestia de diez lomos»).
Como lo he destacado en el capítulo precedente, esta dirección ha encontrado apoyo en el estudio fundamental de
J. Laplanche y J.-B. Pontalis (1964) sobre la fantasía originaria. Al definir a la fantasía originaria como un argumento
de entradas múltiples, en donde nada dice que el sujeto ha
de encontrar en principio su lugar, los autores ofrecen los
elementos fundamentales de lo que he supuesto inherente
a la grupalidad: un emplazamiento de las posiciones correlativas a las que el sujeto puede lanzarse sucesiva o simultáneamente, dramatización, permutabilidad, distributividad,
puestas en juego de la posición y del deseo del sujeto con respecto a la cuestión del deseo, del origen y de la diferencia de
los sexos. He aplicado este modelo estructural al análisis
de otras fantasías («pegan a un niño») y a otros grupos internos.
Los organizadores psíquicos grupales se producen en
el curso del proceso grupal: son, por ejemplo, los supuestos
básicos, la matriz de grupo, las posiciones ideológicas y mitopoéticas, la ilusión grupal, el pacto denegativo grupal, el
contrato narcisista grupal, etc. Todos ellos son a la vez «organizores» y «organizadores». Son necesarios para la integración de los elementos en una unidad estructural y funcional. Sostienen el desarrollo del vínculo grupal y el desarrollo de las formaciones intrapsíquicas singulares.
5 Juego de palabras que condensa pareja (couple) y grupo (groupe).
223
Elementos de investigación para una teoría de los
organízndores psíquicos del vínculo
Coloquemos en primer lugar a la cabeza de todos estos
desarrollos la afirmación principal: los organizadores psíquicos jnconcient:es no organizan otra cosa que las formaciones y los procesos del deseo, del amor y del odio, que hacen
vínculo entre el sujeto, sus objetos y él mismo.
Como lo he indicado, los organizadores psíquicos del
grupo deben ser reubicados en el marco más general de los
organizadores psíquicos del vínculo. Estas formaciones inconcient:es relativament:e complejas asocian emociones,
representaciones, argumentos y esquemas de trasformación; det:erminan lugares correlativos a los que pueden
identificarse o asignarse el sujeto, el objeto y el otro del objeto. Los organizadores están dirigidos al cumplimiento del
vínculo, sea en vista sólo de su propio fin, sea en vista de la
búsqueda de un objeto del vínculo: se podría hacer una primera distinción, retomando la trazada por A. Eiguer en
cuanto a estos dos tipos de vínculo (cf. A. Eiguer y D. Litovsky, 1981; A. Eiguer, 1982), entre organizadores del vínculo
narcisista y organizadores del vínculo objetal.
Puede introducirse una segunda diferenciación a partir
de los conceptos oponibles de organizor (cf. J. Lacan) y de
organizador (R.-A. Spitz). El primero es concebido como una
estructura de sostén y de orientación del desarrollo; el segundo es una formación resultant:e de una int:egracíón. Un
rasgo común entre ambos conceptos es que llevan a tomar
en consideración la doble lógica cruzada a la que introduce
el organizador: la primera corresponde a la de los elementos singulares, la segunda, a la del conjunto. Podría decirse
que, en cada uno de estos dos niveles, el organizador rige el
curso de los acontecimientos psíquicos, pero de modos diferent:es. Se lo puede comprobar fácilment:e a propósito de la
fantasía.
Nuevamente la cuestión del estatuto de la fantasía en lDs
espacios intra- e inter-psíquicos
La aplicación a los conjuntos plurisubjetivos de los conceptos elaborados a partir de la situación de la cura es una
224
cuestión insistente en todos los modelos propuestos, comen·
zando por el de Freud, que supone que en la psique de masa
o de grupo «los procesos psíquicos se cumplen como en la
vida psíquica de un sujeto singulan (1921, "loe. cit.). Ocurre
lo mismo cuando Bion establece que cada uno de los supues·
tos básicos descansa .en una fantasía colectiva: ¿cómo expli·
car esta calificación de la fantasía?, ¿por su origen?, ¿su fun·
ción?, ¿su estructura? ¿Las fantasías, en grupo, se manifies·
tan de preferencia en tanto formación transindividual, como
las fantasías originarias? Si se considera que estas fanta·
sías son comunes a todos los miembros del grupo, tal comu·
nidad no explica por sí sola el modo en que liga a esos miem·
bros entre sí, ni el hecho de que se actualice en el grupo a
punto tal de organizar los procesos inconcientes, la convic·
ción y la esperanza, también ellas inconcientes, «del grupo».
La noción de resonancia fantasmática desarrollada en el
modelo de Foulkes-Ezriel como agente de la tensión común
y del común denominador del grupo da cuenta del proceso
intercactivo inconciente entre los miembros del grupo. Retomada en las teorizaciones de algunos psicoanalistas france·
ses (S. Lebovici, D. Anzieu, R. Dorey, R. Kaes, A. Missenard,
A. Ruffiot), esta noción ha sido utilizada esencialmente para
explicar las identificaciones movilizadas en la interfantasmatización, y no tanto la tensión común del grupo. He des·
tacado que esta perspectiva se inscribe en Freud en la pro·
blematización histérica de la identificación mutua en la
fantasía compartida (cf. el sueño de la carnicera).
Ahora bien, la lógica de la fantasía no es la misma cuando se la considera desde el punto de vista del sujeto singular
o desde el punto de vista del vínculo del cual es un organi·
zador. Estas son algunas diferencias que se expresan en
1971 en los puntos de vista de R. Dorey (cercano a una posición semejante a la de Foulkes con el concepto de matriz
grupal), de A. Missenard (que cita el concepto de resonancia
propuesto por Ezriel) y de mí mismo (que introduzco, con la
noción de grupo interno, la cuestión de la doble lógica que
opera en el grupo).
A partir de estos principios generales, podemos comen·
zar a distinguir los modelos de organizador intervinientes:
pueden ser ordenados en dos grandes conjuntos. El primero
(históricamente) reúne modelos estructurales del organizador. El segundo reúne sus modelos genéticos.
225
Los modelos estructurales
Por mi parte, he propuesto otro modelo para dar cuenta
del carácter «colectivo» de la fantasía y para pensar acerca
del efecto de identificación descrito por la metáfora de la
resonancia.
Mi punto de vista es el siguiente: en el arreglo de la realidad psíquica grupal, me pareció necesario y fecundo tomar
en consideración las propiedades estructurales y escénicas
de la fantasía, tal como las descubre Freud a partir del análisis de la lengua fundamental de la fantasía schreberiana,
luego a partir de la fantasía de fustigación, y tal como las
han puesto en evidencia J. La.planche y J .-B. Pontalis a propósito de su análisis de las fantasías originarias.
Lo hemos observado en el grupo con Carlo y Olga: la fantasía se moviliza esencialmente como grupo interno en los
miembros del grupo; funciona como organizador de emplazamientos subjetivos en un argumento que determina posiciones correlativas y permutantes. Facilita el camino a predisposiciones que pertenecen a la estructura y a la historia
de cada sujeto que, ocupando cierto lugar, habilita emplazamientos subjetivos en los cuales los otros sujetos van a alojarse, pegarse o descubrirse; permutan a su vez y, en la polaridad deseo/prohibición que atraviesa el juego de la fantasía, suscitan alianzas para el cumplimiento de sus deseos o
la puesta en marcha de las defensas contra él.
Dicho de otro modo, en el acoplamiento psíquico grupal,
la fantasía no se deja describir solamente como un común
denominador o un efecto de resonancia. No produce sus
efectos sino en razón de su propiedad distributiva, que debe
a su estructura grupal, es decir, a su función de poner en escena relaciones de deseo. Cada sujeto se precipita en esta
distribución, o la rehúsa a cambio de otra, a riesgo de sacrificar temporariamente la realización de su fantasía per·
sonal ante la exigencia de encontrar un lugar en la escena
fantasmática del grupo.
Esta concepción -lo he mencionado-- pone el acento en
los emplazamientos subjetivos y en las acciones, correlati·
vas y reversibles, que forman la respuesta de la fantasía a
una cuestión sobre el origen y sobre elcuenta
sentidocon
del vínculo
un
entre los sujetos. Supongo que la fantasía debe su efecto de
organizador psíquico inconciente en el grupo a esta pro·
226
por
piedad de arreglo grupal interno, que sostiene las identificaciones correlativas, complementarias y reversibles de los
sujetos del grupo con los emplazamientos determinados por
su estructura. No insisto tanto pues en el hecho de que la
fantasía es común y colectiva cuanto en su propiedad de
recolectar, de poner juntos: esta cualifica a aquel.
Parece bastante evidente -así lo espero- que, según
esta perspectiva, la fantasía no «funciona» de la misma ma·
nera, en las mismas dimensiones y según la misma econo·
mía en el espacio intrapsíquico y en el espacio del grupo;
pero es manifiesto que la isomorfia entre la estructura de la
fantasía y la estructura del grupo tiende a ordenar la una
en relación con la otra y a producir un efecto de realidad psí·
quica específica.
Lo mismo ocurre para lo que caracteriza al juego de las
identificaciones, la economía narcisista, la dinámica de la
represión y del retorno de lo reprimido. Cada uno debe negociar lo que concederá a la necesidad de ser para sí mismo
su propio fin y a la de estar sujetado a una cadena de la que
es el servidor, el beneficiario y el heredero.
Estamos aquí dentro de una perspectiva en la que el organizador produce efectos psíquicos. Pero también se lo
puede considerar desde la perspectiva de Spitz: en tal caso,
es el producto de una integración en el enlace de procesos
psíquicos. Cualquiera que sea el punto de vista considerado,
el organizador supone una lógica de las formaciones y de los
procesos subjetivos e intersubjetivos o trans-subjetivos: una
lógica del «no lo uno sin lo otro». El trabajo del análisis consiste en desligar, para reencontrarla, esta lógica: está impli·
cada en la estructura del sujeto singular, en la de la pareja,
del grupo y de la institución.
De este modo, los organizadores son concebibles en una
tópica particular: en el lugar del paso del elemento al conjunto, de la pluralidad a la forma organizada del vínculo.
Les conciernen las relaciones metafóricas y metonímicas de
esta relación entre la parte y el todo. A partir de estas premisas, podemos admitir algunas características constantes
de los organizadores.
El organizador de un vínculo reduce la diversidad y la
dispersión de los elementos para arreglar, en una unidad
funcional y estructural, la economía y la dinámica de la formación del vínculo. Muy evidentemente, lo imaginario de la
227
unidad se prende allí y es eso lo que fundamentalmente importa: las formaciones inconcientes del deseo, del amor o del
odio están comprometidas en los organizadores.
Organizadores y reductores
Desde los organizadores hiperreductores (por efecto de
indiferenciación) hasta los hiporreductores que instalan las
diferenciaciones en las funciones y en las estructuras del
vínculo, encontramos diferentes formas de organizadores.
Tudos canalizan, reducen, captan y regulan las formas y la
energía psíquicas. Arreglan lugares y asignaciones, disponen los elementos de una dramatización, aseguran el paso
económico de un nivel elemental a un nivel del conjunto. Están, pues, particularmente implicados en todos los procesos
de cambio, y queda por evaluar con más precisión su destino
en el curso de las trasformaciones psíquicas.
Para funcionar de este modo, por reducción, canalización
y regulación, el organizador se funda en un «dejado de lado»
o en un resto que puede sufrir diferentes avatares: renegación, represión, depósito, etc. Los mecanismos movilizados en los sujetos para el mantenimiento del organizador
que cumple una importante función psíquica para ellos
también deben ser examinados de cerca. El resultado de
este proceso se puede considerar como lo negativo del organizador; entiendo por ello lo que está destinado a no ser o,
a minima, a ser renegado por contrato inconciente entre los
sujetos para que se organice el vínculo: por ese pacto denegativo se aseguran, con el contrato narcisista, las condiciones necesarias para el mantenimiento del organizador.
En tanto se respeten estas dos condiciones, se puede establecer un espacio de libre movimiento entre los organizadores. El espacio transicional grupal, aconflictivo, es el
espacio del juego entre los organizadores psíquicos y entre
los organizadores grupales. La ilusión grupal es la experiencia de la coincidencia que el organizador opera entre las
expectativas de grupo de los sujetos y esta forma-ahí, inconciente, de agrupamiento.
Pero existe también un espacio conflictivo entre los organizadores: la ideología es la consecuencia última de la resolución de los conflictos de organizadores, por trasformación
228
fetichista e idealizada de uno de ellos. La ideología sostiene
la hiperorganización por oposición a la infraorganización:
una y otra dejan sin efecto el espacio psíquico.
Entre estos dos polos, se producen fenómenos de orga·
nización, de desorganización y de reorganización del víncu·
lo. Contra las formas nuevas de organización se producirán
resistencias; Bion lo ha mostrado bien en el esquema dinámico de los supuestos básicos en los grupos. Pero también
bajo este aspecto se puede analizar el vínculo en los térmi·
nos de la doble lógica que he postulado: cuando los organiza·
dores grupales están en liquidación, ¿qué sucede con las for·
maciones psíquicas que ellos administraban?, ¿contribuyen
estas a acelerar la desorganización?, ¿suministran los nú·
cleos de nuevos organizadores?
En el trasfondo de estos procesos, he supuesto que en
todas las formas del vínculo se mantiene una zona de lo
indiferenciado y de lo no-organizado, pre-formas potencia·
les que no se confunden con lo negativo del organizador o
con el pacto denegativo -aunque pueden asociarse a ello.
Si bien se puede distinguir entre organizadores incon·
cientes, preconcientes y concientes, esto no deja resuelta
-más aun: no se la suele plantear- la cuestión de saber en
qué tópica cabe pensarlos: ¿es la tópica del vínculo la del
sujeto singular?, ¿qué significa una tópica del vínculo de
pareja, de grupo, de institución?, ¿cuáles son en tal caso los
organizadores de estos diferentes órdenes?
Los modelos de organizadores
Llegados a este punto, debemos primero comprobar la
diversidad y heterogeneidad de los modelos existentes. Per·
tenecen a metapsicologías diferentes y con frecuencia combinadas. Esta investigación puede desviarse hacia una taxonomía infinita si no descubre algunos principios ... orga·
nizadores. He ahí una dificultad y una probabilidad de este
momento del trabajo de teorización psicoanalítica de los
grupos: cada uno intenta construir su propia tabla de aná·
lisis empírico. El mismo fenómeno se ha producido a propósito de los repertorios de las formas del grupo como objeto.
Todas las características y todas las cuestiones que se
acaban de enunciar a propósito de los organizadores psíqui-
229
cos del vínculo evidentemente reaparecen en el campo del
análisis grupal. En tanto organización de la realidad psíquica en el vínculo grupal, el grupo admite la coexistencia
de organizadores de diversas formas de vínculo, lo que no
significa que esta coexistencia sea aconflictiva. Tenemos
pues acceso, por la teoría del organizador, a la doble articulación psíquica y a la doble lógica cruzada, la del sujeto singular y la de los conjuntos de los que es parte. El organizador asegura el paso del elemento a un orden, aquí grupal,
del vínculo.
Los modelos genéticos
El punto de vista genético toma en consideración los
encadenamientos de las estructuras, los estadios de desarrollo del vínculo, la trasformación de los organizadores.
Aquí nuevamente debemos preguntarnos si el punto de
vista genético es homólogo cuando tiene por objeto el proceso intrapsíquico en cuanto tal, conjuntos intersubjetivos o
formaciones socioculturales. Una psicogenética de tales
conjuntos espera ser inventada.
En 1975, D. Anzieu propone en El grupo y el inconciente
su propia concepción de los organizadores. Inclina la investigación en una dirección sensiblemente diferente de la mía
porque introduce el punto de vista genético en el orden de
aparición de los organizadores, cuando yo había puesto más
el acento en el punto de vista estructural, dinámico y económico. Su formulación integra el punto de vista de A. Missenard y de H. Ezriel. Distingue tres organizadores cuya secuencia, principalmente en los grupos de formación, sería la
siguiente: una fantasía individual, una imago, una fantasía
originaria. El primer organizador es el principio del agrupamiento, por resonancia, en tomo del deseo reprimido de un
individuo; se manifiesta por la constitución de la ilusión
grupal. El segundo estabiliza el agrupamiento por la imago
y permite salir de la ilusión grupal; el tercero introduce las
diferenciaciones.
En 1981, D. Anzieu reintroduce el complejo de Edipo
como cuarto organizador (y seudo organizador del grupo;
yo le sugiero que tiene el estatuto de metaorganizador),
luego un quinto: la imago del propio cuerpo y la envoltura
230
psíquica del aparato grupal: «Estos cinco organizadores,
independientes en cuanto a su naturaleza, son interdependientes en cuanto a su funcionamiento. Están presentes en
todos los grupos. Generalmente prevalece uno de ellos, pero
el papel --complementario, antagonista o sofocado- de los
otros tiene que ser registrado» (1975, nueva edición 1981,
pág. 202). De este modo la posición genética del autor, ya
puntualizada en 1975 (pág. 276), se ha enriquecido y a la vez
suavizado considerablemente; se ha aproximado al principio del iceberg que Bion aplica a sus supuestos básicos.
El modelo genético de D. Anzieu es aplicado a grupos terapéuticos de niños (G. Decherf, 1981) o a la familia (A. Ruffiot, 1981; A. Eiguer, 1982; J.-P. Caillot y G. Decherf, 1989).
El hecho de que los principales elementos de este modelo se
comprueben no es un argumento decisivo porque, en realidad, todos los modelos se pueden comprobar en la medida
en que varios organizadores se movilicen sucesiva o simultáneamente. Encontramos aquí una de las cuestiones centrales que plantea la teorización genética de los organizadores: ¿según qué hipótesis ordenarlos? A esta cuestión se
agregan al menos otras dos. La primera corresponde a los
diferentes tipos de grupo: ¿un grupo terapéutico se organiza
como un grupo natural?, ¿un grupo de breve duración, como
un grupo de larga duración?, ¿1a familia, como cualquier
grupo asociativo? La segunda cuestión lleva a distinguir los
organizadores neuróticos de los organizadores psicóticos y a
articular sus relaciones. Si el complejo de Edipo es un organizador de organizadores, lcómo funciona en los diferentes
tipos de grupo? ¿Existen grupos en los que no funciona?
Algunas propuestas para un modew de las secuencias
organizadoras grupaks
Para puntuar este estudio, presentaré el esbozo de un
modelo que pretende hacer justicia a las exigencias de los
dos modelos precedentes. Esta propuesta intenta precisar
una respuesta a estas dos cuestiones: ¿cuáles son, en un desarrollo de los vínculos intersubjetivos vectorizado por la
complejización de las formaciones psíquicas, los momentos
organizadores necesarios? y ¿son estos ordenados? ¿cómo
dar cuenta de las trasformaciones, de las desorganizaciones
231
y de las reorganizaciones sucesivas? Entre las cuestiones
abiertas, la de las invariantes del curso del desarrollo en
función de los tipos de grupo nos introduciría en el análisis
comparado, que aquí dejamos en suspenso, del grupo familiar y de los grupos asociativos.
El momento originario. Corresponde al encuentro de los
sujetos dispersos con la zona del objeto del agrupamiento: a
partir de una identificación difusa e intensa con un objeto
ofrecido en la fantasía inconciente del iniciador del agrupamiento, se reconstituye el espacio psíquico de lo originario, 6
según ritmos y modalidades diferentes para cada sujeto.
Este espacio es el de la experiencia corporal y de los pictogramas positivos y negativos que corresponden a los movimientos y a los impulsos de atracción y de rechazo. Este
momento, con valor de convocación y de evocación, moviliza
para cada uno experiencias, inscripciones y no-inscripciones (generadoras de la violencia originaria) pasadas; tiene
en principio valor de anticipación de la experiencia de placer, tal como la ha constituido el encuentro inaugural del
placer en la zona de la coincidencia boca-seno (cf. P. Castoriadis-Aulagnier, 1975).
Admitiremos, pues, que el enganchador del proceso es
ciertamente una fantasía inconciente individual que, en el
espacio originario, moviliza la expectativa del encuentro
con el objeto. Probablemente, nos hallamos frente a una experiencia próxima a la del encuentro con el mana. En esta
experiencia, los diferentes modos de identificación utilizados (identificaciones adhesivas, proyectivas, introyectivas)
son correlativos a una extensión de los límites del yo y se
acompañan de angustias y de mecanismos de defensa que, a
causa de sus efectos desorganizadores, van a suscitar un
primer organizador grupal.
El primer organizador grupal. Se puede apreciar su función reductora y unificadora; lleva a la formación de un conjunto. El principio organizador consiste en mantener la relación de cada uno con el objeto común, en un arreglo de
entradas múltiples que corresponde al encuentro de cada
6 Me inspiro aquí en la conceptualización que ha propuesto P. Casto-
riadis-Aulagnier (1975).
232
uno con el objeto. Las representaciones del objeto común del
agrupamiento y las del grupo como objeto se constituyen a
través de formas estructurantes, cuyas correspondencias,
en cada uno de los sujetos, son provistas por los grupos
internos; como en todos los momentos ulteriores, todos los
grupos internos (fantasías originarias, redes identificatorias y sistemas de relación de objeto, imagen corporal, imagen de la psique, complejos, imagos) son organizadores potenciales.
De ellos, el primero en instalarse se distinguirá menos
por su estructura que por su función, que es la de proveer
una primera integración grupal de los elementos del grupo
y dotar a este de una primera forma continente. El proceso
consiste en asegurar una primera identificación imaginaria
en los emplazamientos subjetivos complementarios y correlativos, y por lo tanto potencialmente conflictivos.
Este primer momento del primer organizador se engancha sobre un grupo interno articulado con el momento originario. Es el momento del primer pacto denegativo grupal
cuyos elementos originarios están dados, para cada uno, por
los pictogramas negativos. Se puede admitir que las vicisitudes experimentadas para constituir un organizador estable, que corresponda a la vez a las exigencias psíquicas
del agrupamiento y a las exigencias psíquicas de los sujetos,
conducen a una nueva desorganización del aparato psíquico
grupal fundado en la isomorfia.
El segundo organizador grupal. Está pues en curso un
nuevo procedimiento de unificación e integración, en el que
predominan la elaboración de la relación con lo semejante y
la exclusión de lo diferente. Contribuyen a ello la instalación del contrato narcisista grupal, de la ilusión grupal (en
sus versiones transicionales e ideológicas), la exclusión del
intruso y la designación del enemigo externo. Vuelve aquí
reforzado aquello que ha sido movilizado y negativizado en
el momento originario, aquello que se ha constituido como lo
negativo del primer organizador; pero-las representaciones
y los afectos que aquí toman forma permanecen todavía
inconcientes. Si bien, nuevamente, todos los grupos internos pueden ser aquí solicitados como organizadores intrapsíquicos del agrupamiento, la imagen del cuerpo es particularmente solicitada en este momento en el que predomi-
233
nan las formaciones, las apuestas y los procesos del estadio
del espejo. También es en este momento cuando el supuesto
básico de ataque-fuga se pone en acción quizá con más frecuencia. También se comprueba que estos organizadores
pueden ser hiper- o hipo-reductores.
El segundo organizador completa la instalación de la
envoltura grupal, menos como continente que como límite.
Suscita el enunciado de las primeras reglas y de las primeras leyes comunes. De hecho, los primeros elementos desorganizadores son aportados por las distancias que introduce
la re-emergencia de los deseos individuales y de las alternativas fantasmáticas inconcientes que esta despierta. Resurgen la violencia originaria y las fantasías de muerte. Los
conflictos de rivalidad fraterna ponen en discusión a las figuras y apuestas originarias, al contrato narcisista y a los
enunciados hasta allí implícitos que le corresponden y lo
aseguran. El complejo de Edipo en su emergencia grupal
es desorganizador. En los grupos instituidos, hace resurgir
la fantasía del asesinato originario sobre el que se funda la
oferta del nuevo agrupamiento.
El tercer organizador grupal. Conducirá a la nueva reorganización. Se engancha sobre la cuestión del devenir del
grupo y sobre las distancias entre el momento originario y
los diferentes períodos de su desarrollo. Partidas y afiliaciones han podido reforzar esta toma de conciencia de la historia, a través de las experiencias de decepción, de duelo y
de renuncia. Las fallas en el contrato narcisista y las insuficiencias del pacto denegativo han puesto en marcha otras
relaciones grupales y otras relaciones singulares con el
grupo. El advenimiento de la historia y la distinción entre el
tiempo grupal y los tiempos singulares marcan este momento organizador. Se puede decir que aquí el organizador
edípico juega un papel determinante puesto que moviliza en
ese momento-ahí la fantasía del deseo, y la correspondiente
prohibición: del retorno al origen. Todas las formaciones
grupales instaladas en los momentos precedentes son entonces reevaluadas. El acceso a la posición mitopoética distingue a este momento organizador.
El gran desorganizador. Tenemos la experiencia de la
muerte de los grupos; tenemos también la de las fracturas,
234
de las escisiones y de las reunificaciones; tenemos finalmente la de nuestras propias partidas y de nuestros juegos
entre filiación y afiliación; tenemos también la de las llegadas y de las partidas de nuevos miembros. Pero, curiosamente, no existe casi teoría de esto y hay pocas observaciones clínicas. ¿Aborrecemos a tal punto debatirnos con el
pacto denegativo y la desagregación del vínculo? Aquí, sin
duda, las diferentes formas en que los grupos mueren y desaparecen nos enseñarían mucho sobre lo que los organiza
mientras viven, sobre aquello que, de nosotros, los hace
vivir, desarrollarse, y morir.
La parte del sujeto en la formación del aparato
psíquico grupal
Nada podría crearse en un grupo sin que la psique del
sujeto singular fuese parte constituyente en ello, sin saberlo, por motivos inconcientes o con su consentimiento conciente. Quedan por formular varias cuestiones: ¿cómo se
constituye en una parte el sujeto del inconciente por su sujetamiento al grupo?, ¿cómo toma conocimiento de ella, cómo
puede representársela y representarse allí él mismo? y ¿cómo contribuye él a la formación de la realidad psíquica del
grupo? Aunque probablemente estas cuestiones sean deducibles de las prácticas, no parecen haber sido objeto de una
preocupación teórica, explícita y central en los modelos que
acabo de citar. Los individuos son considerados más bien
como los elementos constituyentes de la entidad grupo, que
los supera, y son tratados como vectores del inconciente,
como puntos nodales de un sistema de comunicaciones inconcientes.
El sujeto singular que se agrupa aporta al conjunto lo
que proyecta en él -sus proyecciones y sus proyectos-, lo
que en él rechaza -lo que no puede aceptar en sí mismo
como su realidad inconciente, lo negativo--, lo que deposita
en él, lo que en él cumple: sus propios sueños de deseos
irrealizados, de origen infantil o de la vigilia, los sueños de
deseos irrealizados de un Otro que lo precede, o de todo Otro
que lo retiene bajo su vasallaje y del cual él retiene una parte constituyente de su deseo inconciente.
235
No es necesario buscar la exhaustividad para definir la
parte que corresponde al sujeto en la formación de la realidad psíquica grupal. Destacaré sin embargo esto, que ya he
señalado parcialmente: lo que constituye al sujeto, en tanto
sujeto del grupo, retorna en el grupo: de este modo, el narcisismo primario, que participa de la naturaleza de la cadena
por la cual está constituido como uno de sus representantes,
retorna en el grupo, donde se asocia con las formaciones del
ideal del grupo, en la modalidad de la colusión o del conflic·
to. Todas las funciones estructurantes que el grupo prima·
rio cumple en la psique vuelven a buscarse para ser repetidas, reproducidas, restablecidas, al menos parcialmente,
en los grupos.
La investidura pulsional del grupo
Freud había planteado la cuestión de conocer aquello
que en la psique empuja al agrupamiento, y había refutado
-según lo señalé en el capítulo precedente- la noción de
una pulsión social o gregaria. La perspectiva abierta en
1963 por J.-B. Pontalis sobre el estatuto de objeto que el
grupo adquiere en la psique de sus miembros ha destacado
la importancia de las investiduras pulsionales y las representaciones cuyo objeto es el grupo. Sin embargo, subsiste
la cuestión del destino de la pulsión y de lo que Ophélia
Avron llama la pulsionalidad en los grupos: 7 la pulsión, es
decir, lo que persiste como lo más «individual» y también
como lo más transindividual en los grupos. Después de
Bion, son pocos los psicoanalistas prácticos del grupo que
han reanudado la investigación en esta dirección.
Ya no basta, de hecho, comprobar que las pulsiones de
vida y de muerte, sus compuestos objetales y narcisistas,
invisten no solamente al grupo como objeto, sino también a
sus distintos elementos y a las ligazones entre los objetos: el
sistema de las relaciones de objeto. Es más interesante
considerar los caracteres morfológicos del objeto con respecto a la investidura pulsional y a los representantes que
de ello proporciona: esto no carece de interés ni para el análisis del juego pulsional que ahí se despliega, ni para el abor7 Retomo esta cuestión en el capítulo 7, pág. 289, a propósito de las formas elementales de la sexualidad en los grupos.
236
daje diferencial de las investiduras en los sujetos miembros
del grupo. Objeto escindible y divisible, unificable y reunificante, particularmente apto para constituirse en un representante del grupo de las pulsiones, de su ligazón y de su
desligazón, lo mismo que en un representante del yo, el grupo se ofrece privilegiadamente al juego de las investiduras
sustitutivas y a las cadenas de representaciones en relación
con los objetos de las primeras investiduras pulsionales. De
ahí esta «complacencia» del objeto-grupo en recibir el trasporte de las investiduras y la trasferencia de las representaciones establecidas en el momento del apuntalamiento de
la pulsión en la experiencia corporal: de ahí las solidaridades metafóricas y metonímicas entre el cuerpo y el grupo de
las que da testimonio la lengua, la serie de las ecuaciones o
de las equivalencias simbólicas que estas hacen posibles.
El apuntalamiento en el grupo; el anaclitismo
secundario
El grupo no es solamente un objeto y un representante
de la pulsión. En parte, constituye su apuntalamiento mismo: no directamente, sino a través del emplazamiento de los
objetos primarios en la red intersubjetiva en la que son presentados, buscados, encontrados. Es la red de investiduras
y de representaciones que la madre aporta al niño: las pulsiones del yo del infans se apuntalan en el yo materno, es
decir, en una red de identificaciones y de formaciones del
ideal. A través de la madre, el niño es puesto en contacto con
el Otro del objeto, sus Otros y sus semejantes, parciales. El
grupo es la condición del apuntalamiento del narcisismo
primario del niño, que se constituirá entonces como el representante perfecto o decepcionante, para alguien de la
cadena, para el conjunto mismo. El grupo predispone los
objetos, las figuras y los discursos en los que toman apoyo,
se modelan y se constituyen, en el espacio intrapsíquico, su
yo, su superyó, sus ideales. Y los mantiene siempre a disposición del sujeto cuando llegan a debilítarse, a verse amenazados o a fracasar.
La parte que toma el sujeto en la formación de la realidad psíquica del grupo se relaciona, pues, con lo que pone en
este por el hecho de haber constituido en él algunas de sus
237
formaciones íntrapsíquicas. El sujeto reencuentra ahí lo
que ya ha encontrado: funciones de compensación anaclítica contra el derrumbe de los apuntalamientos internos, un
sistema de objetos de reaseguro contra el estado primordial
de desamparo y contra el miedo de estar solo en lo oscuro,
un dispositivo de prot:ección contra la excitación traumatógena y contra la angustia. Seguramente, el sujeto encuentra allí también lo inverso, que él puede buscar o no: una
fuente de co-excitación histerógena, la confrontación con la
anarquía pulsional, la repetición de un trauma, el mantenimiento y la difusión de la angustia sin trasformación. Al escribir esto, pienso particularmente en lo que la situación
de grupo y el dispositivo de psicodrama pudieron permitir
representar a Carlo y a Oiga.
El cumplimiento imaginario de deseos inconcientes: el
grupo como sueño
He citado la tesis de D. Anzieu (1966) segÚn la cual el
grupo, desde el punto de vista psíquico, es para sus sujetos
lo análogo de un sueño: el grupo, como el sueño, es una rea·
lización imaginaria de un deseo. Lugar privilegiado del
cumplimiento del deseo inconciente de sus miembros, el
grupo moviliza en ellos mecanismos de defensa del yo. Como el sueño, como el síntoma, el grupo es la asociación de un
deseo que busca su vía de realización imaginaria y de defensas contra la angustia que suscitan en el yo tales cumplimientos. De este modo, el grupo es para sus miembros el
espacio de una tópica proyectada, pero también de una dinámica y de una economía delegadas en este espacio.
La conflictiva intrapsíquica y su espacio grupal
Desde el punto de vista psicoanalítico -y Lacan es el
que más ha insistido en este punto-, el sujeto no es el individuo. En los modelos de grupo de la escuela inglesa, se
pone el acento en el grupo como entidad y, por este hecho, el
sujeto del inconciente no es tomado en consideración como
sujeto de una realidad intrapsíquica conflictiva, dividida,
específica. En los modelos de Gran Bretaña, si bien hay
238
1
1
conflictiva, esta ocurre entre el individuo y los otros, o entre
el individuo y el grupo. Pero no existe representación de un
sujeto del inconciente en el grupo y, por esta razón, la conflictiva no es recuperada en su trascripción, su repercusión,
su valor intrasubjetivo. Es verdad que estas proposiciones
valen más para la posición de Foulkes que para la de Bion.
Merece ser destacado el lugar que Bion otorga al conflicto entre los deseos inconcientes del individuo y la mentalidad de grupo. El grupo, recordémoslo, es definido por Bion
como un sistema de tensión. La cultura de grupo es función
de este conflicto; yo diría que tiene la estructura de una formación de compromiso en el grupo. Recordamos también
que la mentalidad de grupo es, según Bion, el medio por el
cual pueden ser satisfechos ciertos deseos. En la medida en
que los individuos que contribuyen a su formación los satisfacen «en forma anónima», significa, me parece, que están privados de reconocerlos y asumirlos como un yo (Je), es
decir, en tanto forman parte de su subjetividad y de la intersubjetividad. Por otro lado, si bien la mentalidad de grupo
constituye «el principal obstáculo a lo que el individuo desea
alcanzar cuando adhiere a un grupo» (1961; trad. fr., 1965,
pág. 32), debemos admitir que el conflicto no es sólo un conflicto entre el individuo y la mentalidad de grupo, sino que
es ante todo intrapsíquico y que resulta de un compromiso
que sigue siendo problemático por el hecho mismo de la
integración al grupo. Diría que, en esta medida, la cultura
de grupo es el representante en el grupo del síntoma del
sujeto, adquiere su función y su valor. Es así como puede
comprenderse el apego defensivo de algunos miembros del
grupo a la tarea del grupo o a su organización, puesto que
fijan allí su conflicto intrapsíquico al modo de la formación
de compromiso. La cultura característica de un grupo es el
resultado del conflicto entre la satisfacción por el grupo de
deseos inconcientes individuales y la amenaza que representa para el grupo como conjunto, para sus miembros y
para el sujeto mismo, esta realización.
Es para mí indudable que Bion habría podido aceptar
este punto de vista, pero no lo incluyo en una puesta en
perspectiva sistemática de sus tesis, tarea que lo hubiera
obligado a distinguir mejor la parte que corresponde al
sujeto y la que procede del grupo en el arreglo de la realidad
psíquica del grupo.
239
El abandono al grupo de parte de la realúiad psíquica
del sujeto
Freud se interroga en más de una ocasión sobre las pro·
ducciones de la psique del sujeto y sobre su destino en los
fenómenos colectivos: proyecciones en los grupos de los
deseos inconcientes de origen infantil, identificaciones del
yo con personajes externos, formación de una ilusión; he ahí
otros tantos efectos de la confusión de la realidad colectiva y
del deseo de los sujetos en grupo. Señala que estos efectos se
traducen también en términos de pérdida, de borradura y
de abandono de una parte de la realidad psíquica propia del
sujeto singular en beneficio de un ideal superior, que encar·
nan el Jefe o la idea, precisamos capital, o aun el grupo co·
mo objeto común. Esta pérdida, sin embargo, coincide con
algunos notables beneficios. De hecho, lo que abandonamos
al grupo es eso mismo que experimentamos en el interior de
nosotros mismos como lo que falta, como lo que nos ha sido
rehusado. Por otro lado, la exigencia del ser-juntos es que
abandonemos al grupo lo que él exige para que recibamos de
él lo que no podemos obtener motu proprio.
Los depósitos. El marco
En el grupo, el sujeto no aporta solamente lo que pro·
yecta, rechaza, apuntala: para él, el grupo es también un
depósito de la parte psicótica de su psique, es decir, desde la
perspectiva abierta por J. Bleger, de la parte indiferenciada
y no disuelta de los vínculos simbióticos primitivos. Tales
depósitos definen la función-marco del grupo; de la inmo·
vilidad del no-yo, en primer lugar en la familia y las insti·
tuciones, depende el desarrollo del yo: «El no-yo es el trasfondo o el marco del yo organizado: el no-yo y el yo son el
"fondo" y la "figura" de una misma estructura. Entre el yo y
el no-yo, o entre las partes neurótica y psicótica de la per·
sonalidad, no hay disociación, sino clivaje» (1966; trad. fr.,
pág. 244).•
Es otra manera de enfocar el depósito: en el grupo o en
un miembro del grupo es depositado lo que está en latencia,
•[Simbiosis y ambigüedad; reedídón: Paidós, 1984, pág. 243. (N. de la T.)]
240
¡
.
o en espera de realización. El objeto depositado está disponible, es reutilizable cuando la necesidad de él se hace sentir.
El depósito hace vínculo: es una pertenencia común del depositante y del depositario. Desde un punto de vista tópico y
económico, el depósito se distingue de la represión que únicamente se efectúa en el espacio intrapsíquico inconciente.
La posición tópica del depósito se definiría mejor como la del
preconciente. Sólo un estudio clínico diferencial podría poner de manifiesto si los depósitos que recibe el grupo son
específicos, o si pueden efectuarse de la misma manera, con
los mismos contenidos e idénticos efectos en cualquier Otro
(materno, sexual), en la pareja o en la institución.
Las funciones continente/contenedor
El grupo es utilizado por sus sujetos como continente
(W.-R Bion) de sus contenidos psíquicos trasformados en
representaciones, fantasías, pensamientos, o no trasformados y expulsados por ellos en el grupo, donde pueden ser
objeto de trasformación en el proceso de grupo. En consecuencia, el grupo es utilizado de este modo como un contenedor, es decir, un aparato de trasformación: un aparato
pluripsíquico organizado por el proceso de grupo, y un aparato intersubjetivo en el cual trabajan elaborativamente
contenidos y procesos albergados y metabolízados en la psique de los otros.
Puesta en escena y dramatización de los grupos
internos acopWdos
Con los aportes de sus miembros, sin ellos saberlo o, al
menos, sin que tengan directamente acceso a la conciencia
de sus contribuciones y del destino de estas, el aparato del
grupo liga, contiene y organiza, para mantener al grupo
como conjunto, las apuestas psíquicas de sus sujetos: es decir, esta parte de la realidad psíquica que alojan y abandonan en el espacio extratópico del grupo.
Por el hecho de su morfología y de su organización, el
grupo predispone las condiciones más favorables a la puesta
en escena, en su espacio, de las relaciones y de las no-relnci.o-
241
nes que el sujeto establece con sus objetos, sus fantasías, sus
representantes imagoicos, sus complejos y sus instancias
personificadas. Según esta perspectiva, las afinidades del
sueño y del grupo aparecen fundadas en las condiciones que
reúnen estas dos formaciones heterogéneas para posibilitar
una realización imaginaria del deseo inconciente: levanta·
miento parcial de la censura y exigencias de deformación
impuestas por la censura y la defensa del yo contra la an·
gustia, prevalencia de los procesos primarios, regresión hacia la materia prima de las huellas mnémicas, restos diurnos y huellas dejadas en disponibilidad -en depósito- en
la cadena. El grupo provee a sus miembros otra «materia
prima» para la dramatización de los actos psíquicos: actores, argumentos aptos para ser arreglados por sus relaciones, emplazamientos recíprocos y permutables de los sujetos en el interior de los límites continentes que definen y
rigen los organizadores psíquicos inconcientes del grupo.
Cada sujeto contribuye de diversas maneras a esta puesta
en escena, que puebla la realidad psíquica del grupo, de los
objetos internos, de los personajes, de los emplazamientos
fantasmáticos acoplados, correlacionados -según una lógica propia del agrupamiento y de cada sujeto- con los tlt"
los otros miembros del grupo. Lo que cada sujeto aporta
es aquí la organización de sus grupos internos, de los cuales
algunos elementos o algunas ligazones se movilizarán en el
proceso grupal.
Los empl,azamientos ídentificatorios y la dependencia
vital
El sujeto contribuye a la formación y al mantenimiento
de la realidad psíquica en el grupo cuando toma en este un
lugar correlativo de otros lugares; estos son arreglados por
los organizadores inconcientes que los movilizan y por los
sistemas contractuales, de pacto o de alianzas, que rigen las
relaciones psíquicas de cada uno y del conjunto. Entre los
lugares asignados por el conjunto y el lugar ocupado por el
sujeto, se establece una tensión que anula el trabajo uniformante y reductor de la pulsión de muerte. La paradoja es
que resulta vital estar en un lugar asignado en un grupo al
precio de un renunciamiento a veces mortal a un lugar de
242
sujeto singular. Existen lugares para ser ocupados, en los
que el sujeto se precipita identificándose y de los que no
emerge sino por la ruptura con el grupo. Pero sin esos lugares que le indica el grupo, él no podría constituirse. Esta
es la materia prima hecha de desamparo, de carencia en ser
miembro de un grupo, de peligro de atrofia narcisista, de
abandono, que el sujeto aporta al grupo del que espera el
cuidado y el reconocimiento, a cambio de un precio del que
no es dueño, en tanto depende o cree depender de él en su
vida misma. El grupo, por su lado, gracias a las funciones
tróficas y protectoras que puede cumplir, a las representaciones que en él se crean de él mismo y de sus sujetos, provee las referencias identificatorias, las pre-disposiciones
significantes, los sostenes de los procesos de la formación y
del mantenimiento del yo, las barreras, los límites, las continencias y los sistemas de defensa utilizables por los miembros del grupo.
El grupo como estructura de convocación y de
empkizamientos psíquicos impuestos
El grupo es una estructura de convocación, de definición
y de determinación de emplazamientos psíquicos necesarios para su funcionamiento y para su mantenimiento; en
estos emplazamientos vienen a representarse objetos, figuras imagoicas, instancias y significantes cuyas funciones y
cuyo sentido vienen impuestos por la organización del grupo: son, entre otras, las funciones del ideal común, las figuras del Ancestro, del Niño-Rey, del Muerto, del Héroe, del
grupo originario -que he llamado el Archigrup<>-, del Jefe,
de los Mediadores, de la Víctima-emisaria, del porta-voz,
del porta-síntoma, del porta-sueño, etc. Estos emplazamientos son correlativos, complementarios o se encuentran
en relaciones de oposición. Son encarnados en emplazamientos por la ley de composición que rige al conjunto; funcionan a la manera del objeto parcial, c.ondición del régimen
de los intercambios, de las equivalencias y de las permutaciones. La estructura psíquica del conjunto se preserva de
este modo.
En estas condiciones, el grupo impone a sus sujetos un
cierto número de coacciones psíquicas que corresponden, lo
243
/
destaco nuevamente, a los renunciamientos, los abandonos
o las borraduras de una parte de la realidad psíquica: re·
nunciamiento pulsional, abandono de los ideales persona·
les, borradura de los límites del yo o de la singularidad de
los pensamientos. El grupo impone, en su posición y lugar,
coacciones de realización pulsional, y prescribe las vías de
su cumplimiento: coacciones de creencia, de representación,
de normas perceptivas, de adhesión a los ideales y a los
sentimientos comunes; tuerce la función represora, exige
una cooperación al servicio del conjunto; prescribe las leyes
que rigen los contratos, los pactos y las alianzas inconcien·
tes, preconcientes y concientes. A cambio, el grupo presta
cierto número de servicios en beneficio de sus sujetos, ser·
vicios en los que ellos colaboran, por ejemplo mediante la
edificación de mecanismos de defensa colectivos o la partí·
cipación en la función del ideal.
Me parece entonces indispensable prestar atención al
hecho de que todos los emplazamientos subjetivos que la
organización grupal determina, todas las coacciones y todos
los contratos psíquicos que impone, todas las formaciones
de realidad psíquica que genera y administra según su or·
den, su lógica y su finalidad propios, están en relación de
correspondencia, de coincidencia, de complementariedad o
de oposición en cada uno de los sujetos del grupo.8 Los em·
plazamientos y las funciones inherentes al cumplimiento de
las formaciones y de los procesos del grupo, y a los que son
asignados algunos de sus miembros, no son emplazamien·
tos y funciones de los que el sujeto esté ausente. El sujeto
está presente, al menos en una modalidad: desea ausen·
tarse o borrarse de ahí cuando renuncia a devenir yo (Je)
pensando su lugar y su deseo de desapoderarse en beneficio
del grupo, es decir, de un Otro frente a quien él se anula o,
por defecto, se esclaviza.
Ahora bien, el análisis a su vez no puede deshacerse de
la cuestión que pesa sobre el anudamiento de esos lugares y
de esas funciones, es decir, ahí donde el sujeto puede consti·
tuirse o faltar. Se puede desatar y remontar el trayecto que
8 La teoría psicosociológica de los status y de los roles ha puesto en evi·
dencia, del lado de la lógica del grupo, estas necesidades estructurales y
funcionales. Por definición, ella no explica las determinaciones incon·
cientes que, del lado del sujeto y del lado de la realidad psíquica del grupo,
sostienen estos emplazamientos.
244
lleva a tales emplazamientos y a tales funciones: de representación (uno para todos, todos para uno), de delegación
(enviar a alguien en su lugar), de auto-anulación o de auto·
invalidación. El análisis debe efectuar ese trabajo de des·
montaje y tener en cuenta lo que corresponde a la estructura y a la historia de los que se convierten en jefes, segundos,
héroes, chivos-emisarios, víctimas, porta-voces, porta-síntomas o porta-sueños, o que «Se anulan» en el grupo (y tal vez
ese sea un último ardid para gozar del otro), y de lo que proviene de la estructura del grupo, de la lógica de su funciona·
miento. Aquí nuevamente la doble desligadura del yo (Je) y
del yo (lch-Analyse) de la «psicología de las masas» es una
tarea del psicoanálisis.
Algunas consecuencias: los encolados imaginarios
Intentando establecer la parte que corresponde al sujeto
en la formación de la realidad psíquica del grupo, he supuesto que esta se apoya en el mundo interno de sus miembros, especialmente pero no exclusivamente, en lo que en
cada uno es grupalidad. La captura (o el dominio) que el
grupo propone a las formaciones psíquicas del mundo interno es tanto más eficaz cuanto mayor es la homología de sus
configuraciones. Aquello de la realidad psíquica del adentro
que se despliega en el grupo vuelve, en parte solamente, al
espacio interno según diferentes modalidades, sea en una
forma inversa o negativa, sea en una forma nueva, sea en lo
idéntico. En este último caso, vuelve dotado de una potencia
de confirmación y de efectos de realismo a veces sobrecogedores.
Este «encolado» imaginario, que sostiene el desconocimiento y produce efectos de alienación, suscita y ha suscitado en numerosos psicoanalistas reacciones de anonadamiento o de acusación con respecto al grupo. Me parece preferible analizar tales efectos, con la condición de dotarse de
los medios teóricos y metodológicos apropiados, y comprender cómo, en la realidad psíquica del sÚjeto mismo, los efectos-retorno hallan a la vez las bases de su propagación y los
recursos de su desligadura. Por esto el análisis sólo se puede
llevar adelante si se empeña en articular la posición del sujeto del grupo con las formas y los efectos de la realidad psí-
245
quica del agrupamiento. Puesto que cada sujeto está implicado por su inconciente en la realidad psíquica del conjunto
y no puede dejar de ser parte beneficiaria y parte constituyente en ella, la realidad psíquica que ahí se crea no le es en
principio reconocible (o aceptable) como la parte que le es
propia, y que le vuelve, trasformada por el trabajo psíquico
intersubjetivo que se ha organizado en el grupo. Lo que el
sujeto puso inconcientement.e en el grupo ha sido colocado
por él en ese lugar «extra-psíquico» por razones que le son
propias y por otras que corresponden a las necesidades y a
las vicisitudes de su pertenencia actual al grupo: est.e, a su
vez, las utiliza, las trasforma y las dota de valores diferentes en el marco de su espacio, de su dinámica y de su economía propios.
Una dificultad important.e en las relaciones de los sujetos entre sí y en su relación en grupo (pero esto se puede
aplicar a todo conjunto intersubjetivo) consist.e precisament.e en reconocer y desatar lo que es propio de cada uno,
lo que pertenece a su relación y lo que es sólo un efecto de la
realidad psíquica del conjunto. Conocemos todavía mal estas partes de nosotros mismos, fuera de nosotros, que el
vínculo y las formaciones de los conjuntos administran,
liberándonos de ellas. Desenredar, desatar «lo tuyo de lo
mío» y el «yo (Je)» del «nosotroS» y del «se», el no-yo del yo, el
sujeto de su relación con el Otro y con más <le un otro-semej ant.e, tal es la tarea incesant.e de todo trabajo psicoanalítico.
Por ese lado, el sujetamiento del sujeto al grupo proviene
del sujeto mismo. El advenimiento del yo (Je) supone que
el sujeto se extraiga de lo que lo retiene, por el hecho de
su adhesión al grupo, bajo el yugo de las formaciones de su
inconcient.e y de la captura que sobre él ejerce el de los otros,
en las alianzas de los inconcient.es para mant.ener lo inconcient.e: el yo (Je) no podría advenir salvo allí donde eran
el ello y el grupo, las apuestas del ello, del yo y del superyó
inconcientes en el grupo, en el mismo lugar donde confusa·
mente se toman el uno por el otro. Pero falta todavía deter·
minar, para cada sujeto considerado en su singularidad,
qué formaciones y qué procesos están comprometidos (depositados, proyectados, difractados) en el grupo, en sus
funciones propias. Por ejemplo, en las alianzas y los pactos
inconcientes que ahí se anudan. Más precisament.e: si cada
246
sujeto está en el grupo con su mundo interno, su determinismo y su propia historia, es necesario admitir que solamente algunos procesos y algunas formacwnes, quizás hasta
entonces desconocidos para él, son movilizados o puestos en
marcha en el grupo. Además, estas formaciones son movilizadas bajo ci.ertos aspectos en el grupo: así, debe suponerse,
por ejemplo, que la puesta en perspectiva de la fantasía no
es la misma en el espacio interno y en el espacio del grupo.
Finalmente, debe permanecer abierta a la investigación la
cuestión de lo que no es movilizado o investido, de lo que no
es trasformado en el grupo o por el grupo.
Tudas estas formaciones psíquicas que emanan del sujeto singular, y especialmente del sujeto del grupo, contribuyen a producir efectos de realidad psíquica en los grupos.
De ello resultan algunas consecuencias.
Al aportar al grupo una parte de su propia realidad psíquica, al constituir al grupo como un objeto de investidura y
de r~presentación, como una superficie, un continente, un
espacio y un límite para sus proyecciones, sus depósitos, sus
rechazos y su dramatización, el sujeto confiere al grupo el
estatuto de una extensión extra-tópica de su psique. Los
aportes del sujeto no son inertes en el grupo: sufren una
trayectoria y una trasformación al asociarse a los aportes
de los otros miembros del grupo. Son sometidos a un trabajo
en los aparatos psíquicos correlacionados por el grupo. En
parte, estos aportes se pierden para los sujetos, otros les
vuelven trasformados, deformados, desconocidos, extraños;
son reintroyectados, o reincorporados, o enclavados o nuevamente rechazados en el grupo. Así funciona el proceso
grupal de la realidad psíquica.
El conflicto no es solamente entre el yo y la investidura
libidinal de objeto, o entre el yo, las exigencias del ello y las
del superyó, o entre la identificación y la idealización; es
también entre la percepción de la realidad intrapsíquica y
la realidad psíquica que se manifiesta e insiste del lado de
los otros, y que no puede reducirse a representarse como
una extensión extra-tópica de la realidad psíquica propia
del sujeto singular.
De esto resulta una confusión, potencialmente inextricable, de la realidad psíquica propia del sujeto y de los efectos que esta produce en el grupo adonde es aportada y deportada, en correlación con los aportes de los otros, y traba-
247
jada en el aparato de la realidad psíquica del grupo. Segurament.e tales efectos son generadores de alienación y de
ilusión. Pero la alienación en el grupo es tanto pérdida del
yo (Je) en el Se asujetal como experiencia constitutiva del
sujeto; del mismo modo, la ilusión transicional, creadora, no
puede reducirse a lo ilusorio. El anclaje del sujeto en su relación con la realidad pasa por el grupo, y el sujeto se ve frent.e
a lo indet.erminable de lo que es allí su propia parí.e y lo que
es del grupo. El examen de realidad psíquica pasa por esta
experiencia de la ilusión, a riesgo de la confusión de lo ilusorio. No podemos dejar de estar en una relación ambigua
tal, inextricable en muchos aspectos, con el grupo. Otra cosa
es la rebelión, aquí nuevament.e narcisista, contra est.e sujetamiento a la roca de la realidad grupal con la que chocará
otra forma de la ilusión: la de la autonomía del individuo,
limpio de todo tributo a la tribu.
248
6. El aparato psíquico grupal
Estructuras, funcionamientos, trasformaciones
Para una metapsicología de los conjuntos
intersubjetivos
El concepto de aparato psíquico grupal se construyó para
pensar:
el trabajo de ligazón, de trasformación y de diferenciación de las partes del aparato psíquico individual movilizadas en la construcción de la realidad psíquica del grupo
-las formaciones de la grupalidad intrapsíquica (en especiaUos grupos internos) que constituyen los organizadores
inconcientes de la realidad psíquica grupal;
las relaciones de anudamiento y desanudamiento entre
los espacios psíquicos y entre las formas de subjetividad
movilizadas en los grupos;
los efectos del agrupamiento sobre la formación del sujeto del inconciente.
La consecuencia lógica del modelo del aparato psíquico
grupal es la elaboración de una metapsicología de los conjuntos intersubjetivos y, ante todo, del grupo en tanto constituye el paradigma teórico y metodológico de estos. Trabajo
en esta construcción desde comienzos de la década 1970 y
he encontrado algunos obstáculos que surgen recurrentemente en todo nuevo desarrollo de la teoría. El principal
es una extrapolación de la metapsicología del aparato psíquico individual a la del aparato psíquico grupal. Percibimos esta dificultad cuando enlazamos grupal a inconciente
o a fantasía sin pasar por las operaciones de crítica de las reducciones y de las metáforas que en primer lugar han servido de hilo conductor.
El esquema director de la construcción se podría enunciar de este modo: algunas estructuras y determinados procesos del psiquismo se movilizan de preferencia por isomorfia
249
'1
u homomorfia (defino estos términos en las págs. 259-64),
algunas cualidades de estos resultan desplazadas, ligadas
en configuraciones nuevas y, por lo tanto, trasformadas en y
por el aparato psíquico del grupo. Descarto de esta manera
la hipótesis -la hipoteca- de un inconciente grupal y propongo que algunas formaciones del inconciente, algunos de
sus contenidos y de sus procesos, sean constituyentes de la
realidad psíquica de/en el conjunto, y en parte constituidos
de/en el conjunto.
El proyecto de una meta psicología de los conjuntos intersubjetivos es, entonces, necesariamente el proyecto de una
metapsicología que incluya los niveles intersubjetivos y
trans-subjetivos de la constitución y del funcionamiento del
psiquismo. Una metapsicología tal tiene dos caras: mira a
modelos conceptuales aptos para hacer inteligibles cada
psique en su singularidad, los conjuntos psíquicos que las
contienen, las estructuran o las sostienen, y sus relaciones
recíprocas.
Tendré que presentar los puntos de vista establecidos
clásicamente para tratar la metapsicología del aparato psíquico: tópico (o estructural), económico, dinámico, genético.
Por lo tanto, centraré este capítulo en las estructuras, los
funcionmnientos y las trasformaciones del aparato psíquico
grupal. Presentaré muy especialmente algunas formaciones y funciones intermediarias entre el espacio intrapsíquíco y el espacio psíquico del grupo. Como introducción de
este capítulo, quisiera situar el análisis que Freud propone
de un grupo, la Kin, desde la perspectiva abierta por el
modelo del aparato psíquico grupal.
Un acoplamiento psíquico, religioso y grupal: la
Kinship
En Tótem y tabú, Freud analiza el vínculo de sangre que
instituye la comida sacrificial, de manera identificatoria
e incorporativa, entre los miembros del clan. Destaca la
función religiosa (re-ligare, re-ligar) del sacrificio-fiesta: «El
sacrificio-fiesta era una ocasión de elevarse jubilosamente
por encima de los intereses egoístas de cada uno, hacer
resurgir los lazos que unían a cada miembro de la comunidad con la divinidad» (trad. fr., pág. 155). Luego se interroga
250
sobre la significación psíquica y social de la comida sacrifi·
cial:
«!,a fuerza moral de la comida pública sacrificial se basaba en
representaciones muy antiguas acerca de la significación del
acto de comer y beber en común. Comer y beber con otro era a
la vez un símbolo y un medio de reforzar la comunidad social y
de contraer obligaciones recíprocas; la comida sacrificial expresaba directamente el hecho de la comensalida,d del dios y
de sus adoradores, y esta comensalidad implicaba a todas las
otras relaciones que se suponía existentes entre aquel y estos.
Algunas costumbres aún hoy en vigor entre los árabes del desierto muestran que la comida en común creaba un lazo, no
como representación simbólica de un factor religioso, sino indirectamente, como ·acto de comer. Quienquiera que haya compartido con un beduino el menor bocado o bebido un sorbo de
su leche ya no deberá temer su enemistad, sino que podrá
siempre estar seguro de su ayuda y de su protección, al menos
mientras el alimento tomado en común permanezca, según la
creencia, en el cuerpo. El lazo de la comunidad es concebido,
pues, de manera puramente realista; para que se refuerce y
dilre, es necesario que el acto se repita a menudo.
»Pero, ¿de dónde procede esta fuerza, este poder de ligar que se
atribuye al acto de comer y beber en común? En las sociedades
más primitivas, existe un solo lazo que liga sin condiciones y
sin excepciones: la comunidad de clan (Kinship). Los miembros
de esta comunidad son solidarios unos con otros; un Kin es un
grupo de personas cuya vida forma una unidad psíquica tal
que se puede considerar a cada una como un fragmento de una
vida común. Cuando un miembro del Kin es muerto, no se dice:
"la sangre de fulano ha sido vertida"; se dice: "nuestra sangre
ha sido vertida". La frase hebrea, por la que se reconoce el parentesco tribal, dice: "Tú eres el hueso de mis huesos y la carne
de mi carne". Kinship significa, pues: formar parte de una sustancia común. Por eso la Kinship no se funda en el solo hecho
de ser una parte de la sustancia de la madre de quien hemos
nacido y de la leche de la que nos hemos nutrido, sino en este
otro hecho: el alimento que con posterioridad absorbemos y por
el que nos mantenemos y renovamos nuestro cuerpo concurre
a estatuir y a reforzar la Kinship. Cuando se comparte una comida con el dios, se expresa la convicción de que se está hecho
de la misma sustancia que él, y nunca se comparte comida con
aquel a quien se considera un extraño» (ibid., págs. 155-6).
Más adelante Freud desarrolla la idea de que la Kinship es
una institución más antigua que la vida de familia.
251
Este análisis hace aparecer la relación de acoplamiento
metonímico entre cada persona (fragmento de la unidad
común) y el grupo. Esta misma relación, «ser parte de una
sustancia común», se apoya en la relación entre la alimentación y el cuerpo de la madre que la Kinship representa. La
fantasía de incorporación, la relación de objeto parcial con
el cuerpo y con la imago maternos sostienen la estructura
de las identificaciones en las que se apoya el grupo, y que
este actualiza.
Ese es un modelo recurrente en el análisis freudiano
del agrupamiento: recordamos aquí una vez más el efecto
Holofernes. Freud emplea ese modelo desde Tótem y tabú,
cuando escribe: «Un Kin es un grupo de personas cuya vida
forma una unidad psíquica tal que se puede considerar a
cada una de ellas como un fragmento de una vida común>>.
En este régimen de acoplamiento, cada uno está ligado a
cada-uno• (según la excelente fórmula de A. Missenard) a
través de esta identificación que hace de Holofernes, pero
también de la Kin, el punto focal de un grupo que no existe
y cuyos sujetos no existen sino por este foco. Holofernes es el
jefe-grupo, porque el grupo está acoplado sobre el ideal del
yo de sus sujetos, y de ese modo los hace mantener juntos.
El grupo, el aparato psíquico grupal y el cuerpo
El análisis de la Kinship pone de relieve la importancia
de la organización sexual oral en el acoplamiento grupal y la
prevalencia de la imagen del cuerpo como organizador psíquico. La estructura de grupo interno que especifica esta
imagen se funda en las relaciones precoces del infans con el
cuerpo de la madre, en el curso de las relaciones de seducción generalizada descritas por J. Laplanche.
A la etapa del autoerotismo -que coincide con el surgimiento de las fantasías originarias- sigue la del espejo,
donde el cuerpo se percibe como una totalidad. El período
inicial de vínculo grupal es vivido regresivamente por el sujeto como un retorno al período pre-especular. La imagen
del cuerpo vivido, que debe apuntalarse en el espejo presentado por la madre, no se ha constituido todavía. En el curso
de este nuevo enfrentamiento del sujeto con un espejo que
* [Chacun est lié achaque-un. (N. de la T.)]
252
no refleja su imagen, aparece la amenaza de ser engullido
por lo que se ha trasformado de repente en un abismo; la
amenaza de perder los propios límites. En la medida en que
el grupo se ha organizado por la proyección, en el aparato
grupal, de la imagen del cuerpo de sus participantes, el aparato psíquico grupal devuelve a estos un cuerpo formado por
el conjunto de sus proyecciones.
Pero la experiencia inmediata es la de la ilimitación y la
pérdida de las referencias del espacio corporal. La extensión
infinita del yo-cuerpo-grupo alterna con la experiencia de la
apertura sobre la nada. El grupo amplio es ocasión de tales
experiencias de pérdida de los límites corporales del yo. Nos
parece caótico, amenazante, como un objeto bizarro, cuya
organización y cuyo sentido se nos escapan; las angustias
predominantes son las que prevalecen en la posición esquizo-paranoide; están reforzadas por el déficit de la fantasmatización y la preeminencia del pensamiento vacío.
Esta experiencia aparece como una repetición idéntica a la
del momento del nacimiento con la pérdida del continentelímite representado por las envolturas maternas. El espacio-cuerpo se extiende sin encontrar un límite que reasegure al sujeto contra la sensación de un derramamiento en
la nada. 1
La función organizadora de la imago corporal consiste en
proveer una base de apuntalamiento a los límites del yo corporal. Si esta función fracasa o no puede producirse, la suplen las identificaciones o las incorporaciones en urgencia.
Sí la envoltura corporal individual se ha distendido, fusionado o dispersado en el grupo, el nuevo límite se establece
en las fronteras del grupo, que funciona entonces como el
cuerpo común mayor, base imagoica del espíritu de cuerpo.
Simultáneamente, se establecen sobre el límite del grupo, y
no ya sobre el límite intrapsíquico/no-yo, las primeras demarcaciones adentro/afuera, incorporable/rechazable, introyectable/proyectable, etcétera.
1 Sobre las fluctuaciones del límite del cuerpo en el período inicial de los
grupos, cf. los trabajos de A. Correale (1986) y C. Neri (1987). He desarrollado algunas perspectivas afines a estas en un estudio sobre la representación barroca del espacio y su afinidad con la del grupo (R. Kaes,
1988). Las nociones de envoltura del sueño y de fantasía de «psique común» precisan las relaciones entre límites del yo y límites del grupo (cf.
A. Missenard, 1987, sobre los sueños en común).
253
A diferencia del aparato psíquico individual, cuya base biológica es constante, continua y persistente hasta la
muerte, el aparato psíquico grupal se encuentra en una
relación discontinua y móvil con una de sus bases materiales. El aparato psíquico grupal tiene únicamente un «cuerpo» fantaseado, y una de las funciones de este aparato es
justamente la de proveer un cuerpo de prótesis, un simulacro: una unidad imaginaria cuyos elementos son indivisos, como los miembros y el cuerpo, los dedos de la mano,
los constituyentes del átomo o de la célula.
Estas proposiciones nos llevan a distinguir y articular
tres categorías de espacio: un espacio vivido que es el del
cuerpo imaginario; un espacio real representado por el contexto ecológico, físico; y un tercer espacio que surge del enlace del primero con el segundo, el espacio simbólico. Estas
tres dimensiones del espacio, en sus diferentes combinaciones, son las que dan cuenta de la relación entre el cuerpo de
cada uno de los participantes y el espacio corporal imaginario y simbólico del grupo. 'lbdo grupo se organiza como metáfora o metonimia del cuerpo. El destino del grupo y de sus
sujetos constituyentes se define por la relación que se establece entre el espacio vivido, el del cuerpo imaginario, el
espacio simbólico y el espacio real.
Estos son algunos aspectos del estatuto del cuerpo en el
aparato psíquico grupal, los cuales destacan, todos ellos, la
falta de un cuerpo. Esta falta se expresa en los grupos a través del recurso permanente a lo que J.-E. Schlanger (1971)
llama las metáforas del organismo y, en especial, a través de
la importancia de la imago corporal. El grupo se representa,
de este modo, como un cuerpo unido o dividido; lo componen
unos miembros, un jefe (cabeza), unas células, dispone de
un espíritu (espíritu de cuerpo): la ideología.2 D. Anzieu ha
establecido, desde sus primeros trabajos sobre el grupo, que
el léxico corporal de este aparece en las metáforas más
antiguas del pensamiento filosófico, religioso y político: en
2 Cf. la elaboración que propuse en mi trabajo sobre la Ideología (1980).
La ideología se constituye como la formación de un sustituto para lo que
falta. Aborrece la falta. Preserva al grupo en su unidad cada vez que se ve
amenazado en sus ideales, en sus límites, en la representación de la causa
única y 1Íltima de las cosas; se sella sobre la base de un cuerpo imaginario
inalterable, donde el ideal narcisista culmina con el trabajo enrasante de
la pulsión de muerte.
254
Empédocles y Platón, en San Pablo, en Menenius Agrippa.
Todos articulan, a propósito del cuerpo, la problemática de
la unión y de la división, de la cohesión y del desmembramiento, del amor y del odio.
La clínica de los grupos me ha llevado a pensar que construir un grupo es darse mutuamente la ilusión metafórica y
metonímica de un cuerpo inmortal, indivisible, puro espíritu, por lo tanto omnipotente. El grupo se construye como
prótesis y vicariato del cuerpo sometido a la división y a la
muerte. La metáfora, o la fantasía del grupo-cuerpo, calma
la angustia de la escisión del sujeto y la angustia más profunda todavía de estar sin asignación, sin existencia en el
deseo de otro. Inversamente, en la pintura o la literatura,
en la teoría misma (cf. Groddeck, 1933) no faltan los ejemplos que dan representaciones del cuerpo como grupo. 3 Esta
reversibilidad de la metáfora instala un campo de tensión
en el que se pasa del cuerpo al grupo y del grupo al cuerpo,
tensión que definiría el espacio paradójico en el que se construye el psiquismo como tal, y que la hipótesis de un apuntalamiento múltiple de la psique intenta aprehender. Esta
equivalencia ubica al narcisismo en el centro de la problemática tanto del cuerpo como del grupo. Sin embargo, una
fantasía tal es también una denegación de la diferencia
entre el sujeto singular (un singular plural) y el grupo.
Estructura del aparato psíquico grupal. El punto de
vista tópico
Algun,as referencias estructurales no psicoanalíticas.
Efectos heurísticos
Para describir esta estructura, los sistemas y las instancias que la constituyen, he recurrido a tres referencias teóricas. La primera ha sido tomada de la teoría de la forma: la
3 Cf. el capítulo 2 de El aparato psíquico grupal. Expongo allí los resultados de mis investigaciones (1966-1974) sobre el grupo representado en
la fantasía y en sus manifestaciones secundarias: dibujos del grupo y de la
familia en los niños, cuadros, fotografías, esculturas y obras cinematográficas, novelas y mitos, etcétera.
255
.,
estructura es de un nivel lógico superior y diferente de los
elementos que la constituyen. Debemos considerar una
lógica grupal de la psique, prescrita por la vida del grupo.
Sus elementos son las psiques de los sujetos singulares asociados en un conjunto tal como un grupo. Los modelos bioniano y foulkesiano del grupo se organizan por la adopción
del punto de vista estructural sobre la sola lógica del grupo
como entidad específica. Bion propone los tres supuestos
básicos como los elementos organizadores de la tópica, de
la economía y de la dinámica grupales. Foulkes introduce la
idea del grupo como matriz de todas las interacciones y
comunicaciones entre los miembros del grupo, dispuestas
en red y formando puntos de anudamiento.
La segunda referencia está tomada de la teoría matemática de los grupos. El principio básico es que un grupo es un
conjunto provisto de una ley de composición interna. Esta
referencia pone el acento en las propiedades de la ley. En
la teoría matemática de los grupos, estas propiedades son la
asociatividad (a•[b•c] =[a•b]•c); la existencia de un ele·
mento e neutro (a•e e•a =a); la existencia de un simétrico
o de un inverso (a•a' = a'•a =e). Estas referencias tienen
una función heurística y desarrollan modelos analógicos
para pensar las relaciones entre los elementos de un grupo o
entre los grupos. Reconozco en relación con esto el papel in·
ductor que han tenido en mi elaboración las nociones de
isomorfia y de homomorfia.
Quiero destacar que la referencia a la teoría matemática
de los grupos me dio la idea de que la ley de composición del
grupo, en este caso una ley de la realidad psíquica, podía pre·
cisarse a partir de las propiedades básicas: la asociatividad
en los grupos humanos se establece sobre la base del uno
en-más o del uno en-menos. Se formularía así: cualquiera
que sea la figura de la asociatividad, esta implica un ele·
mento portador de un valor en-menos o de un valor en-más.
El valor de uno en-menos es reconocible en el contrato
narcisista: es el lugar que ha dejado vacío un muerto (un
ausente, un faltante) que hace lazo entre el sujeto y el conjunto. En el grupo en estado naciente, el grupo mismo (el
objeto-grupo) es el en-menos. El uno en-menos es portador
de las figuras de la falta, del silencio, de la ausencia.
El valor del uno en-más, es decir del supernumerario, se
manifiesta empíricamente en las organizaciones cuya de·
=
256
signación corresponde a la serie: trece para la docena, por
ejemplo. En algunos cuentos de los hermanos Grimm, el
grupo de los doce hermanos no está completo hasta que surge la hermana, que lo pone inmediatamente en peligro. La
plétora destaca la falta, introduce la castración por exceso.
Pero la ley de composición del grupo oscila siempre en torno
del valor de un absoluto. Desde este punto de vista, la ilusión grupal podría ser la ilusión de lo Uno, la co-incidencia
de todos los elementos, la abolición imaginaria de la estructura.
La tercera referencia es la teoría de los organizadores; he
precisado su interés y sus resultados cuando presenté mi
hipótesis sobre los organizadores psíquicos inconcientes. He
supuesto organizadores estructurales, generadores de argumentos, y organizadores representacionales (fantasías,
mitos, ideologías, utopías). Estos organizadores son los soportes de las energías psíquicas desplazadas e investidas en
el grupo. Estos organizadores tienen una lógica intrapsíquica y una lógica interpsíquica.
Estas tres referencias han funcionado como otras tantas
vías para mantenerme a resguardo de una pura y simple
aplicación de la metapsicología del aparato psíquico individual al aparato psíquico grupal. Tal extrapolación hubiera abolido inmediatamente la heterogeneidad y las relaciones entre los dos espacios psíquicos que se trataba precisa·
mente de distinguir y articular. Un rodeo de evitación como
este ha probado ser también un rodeo para reencontrar la
exigencia del pensamiento psicoanalítico: dar cuenta del inconciente y de las subjetividades que ahí se anudan.
El punto de vista tópico
Las instancias del aparato psíquico y algunos de sus pro·
cesos son concebidos por Freud -lo he establecido como uno
de los puntos de partida de mi investigación- sobre el modelo de las relaciones intersubjetivas (cf. capítulos 1 y 4).
Laplanche y Pontalís (1967) indicaron que la elaboración de
la segunda tópica llegó a ser necesaria a causa del descubrimiento del papel cumplido por las identificaciones en la
construcción del yo y por las formaciones que ellas sedimentan: los ideales, las instancias de observación y de crítica, la
257
imngen de sí. Por eso me ha parecido fecundo considerar a
la segunda tópica como una grupología interna, en un movimiento igual a aquel en el que D. Anzieu consideraba al
grupo como una tópica proyectada.
¿Qué tópica, en el aparato psíquico grupal? Desde mis
primeras investigaciones, he planteado como principio que
el aparato psíquico grupal sólo se podría describir a través
de los roles, los emplazamientos portadores de las funciones
analógim.s del inconciente, del preconciente y del conciente;
del yo, del ello, del superyó. Veremos en un instante que la
estructuración isomórfica del aparato psíquico grupal crea
la ilusión de que los yo(es) individuales de los sujetos del
grupo coinciden en un yo grupal. Ahora bien, se trata de roles instanciales y de representaciones sistémicas. Las instancias psíquicas que Freud ha definido son intrapsíquicas,
y aun si esboza una tópica no localizada, como lo he indicado
en el capítulo 1 (págs. 35 y sigs.), es siempre en un aparato
psíquico «individual» donde se sitúa el soporte.
.
En el grupo estamos frente a la conjunción de varias
tópicas, no solamente a causa del pluripsiquismo, sino también porque cada tópica se acopla a tópicas que llamaríamos
extra-tópicas si nos situáramos en el punto de vista de cada
uno de los sujetos considerados uno por uno: el inconciente
de uno se abre al preconciente por la facilitación operada
por el conciente de otro. Estamos pues frente a una heterotopía: lo que es inconciente para un sujeto es preconciente
para otro, en el mismo espacio psíquico, en la misma formación compartida. La heterotopía es una noción valiosa:
da cuenta de la multiplicidad de los espacios y de los tiempos psíquicos, de los distintos procesos y tiempos lógicos de
la represión y del retorno de lo reprimido, de las regresiones
y de los trabajos elaborativos. Dos dispositivos reducen la
dispersión: la presión a acoplarse en un organizador común;
la teoría holística del grupo, del grupo como-uno, donde esta
traduce a aquella.
Un atento análisis clínico muestra que estos lugares psíquicos se inscriben en espacios propiamente grupales (no
tienen realidad fuera del grupo, pero evidentemente cumplen funciones intrapsíquicas). He aquí un ejemplo extraído
del análisis de los procesos asociativos en los grupos: una
parte de los participantes utilizaba los tiempos y el lugar de
pausa entre las sesiones para comenzar a decir lo que se
258
diría con mayor amplitud y sin duda de otra manera en la
sesión siguiente una vez vencida la resistencia de trasferencia; estos tamices, estos enclaves espacio-temporales, que
toman las formas de pasillos o de antecámaras, son espaciotiempos en los que se cumplen las funciones y las actividades del preconciente. Los archivos, los monumentos, los
mitos y los ya-dichos reprimidos son espacio-tiempos del
inconciente en los grupos.
En los grupos no hay instancias, en el sentido de la metapsicología individual, sino funciones de instancias; hasta se
podría decir: un nivel grupal del funcionamiento de las instancias: el yo como instancia intrapsíquica se establece
sobre su base corporal, sobre la introyección de los objetos
perdidos y de las relaciones entre ellos. El yo como función
instancia} en el grupo (el «yo grupal») es la función grupal
de las identificaciones y de las imágenes del cuerpo.
El problema central, cuyos elementos he dispuesto a
todo lo largo de los capítulos precedentes, corresponde a las
tópicas del inconciente. Lo dejaré todavía algún tiempo en
suspenso y le dedicaré el próximo capítulo. Necesito exponer antes una visión de conjunto sobre el aparato psíquico
grupal y, en primer lugar, sobre las conjunciones entre las
estructuras intrapsíquicas y las estructuras de grupo.
La doble polaridad del aparato psíquico grupal:
isomorfia, homomorfia
El concepto de aparato psíquico grupal debería permitir
proponer una respuesta a la cuestión del paso de la serie al
conjunto, de la pluralidad colectiva al agrupamiento. Cito
mi hipótesis principal: hay grupo y realidad psíquica de grupo cuando un organizador psíquico inconciente --es decir:
esencial y preferentemente los grupos internos- moviliza,
por excitación, proyección, identificación, contrainvestidura defensiva, representaciones, complejos o imagos en los
miembros del grupo. Una cuestión central es la de los emplazamientos correlativos, complementarios o antitéticos
que un organizador rige y que el grupo y cada sujeto administran según economías que les son propias.
He propuesto dos modalidades antagonistas del acoplamiento: para describirlas, he recurrido a la noción de mor-
259
fismo en la teoría matemática de los grupos. En el marco de
esta teoría, un isomorfismo es un morfismo biyectivo. Se hablará de isomorfia cuando todo elemento de un conjunto se
encuentra asignado a una correspondencia bi-unívoca en
los elementos de otro conjunto, en razón de un mismo sistema de relación. Por derivación, el aparato isomórfico identifica el espacio psíquico individual con el espacio psíquico
grupal. Un homomorfismo es una aplicación de un grupo G
en un grupo G'. Por derivación, el aparato homomorfo implica una distancia hecha de diferencia y de conflictividad
entre esos dos grupos. El acoplamiento psíquico grupal se
desarrolla en la tensión dialéctica entre estos dos polos.
El polo í,somorfo
El acoplamiento isomorfo puede ser descrito como una
correspondencia imaginaria, metonímica, holográfica entre
el espacio interno y el espacio grupal. El análisis que Freud
propone de la Kinship es el de un acoplamiento isomorfo.
La polaridad isomorfa del aparato psíquico grupal se observa cuando los miembros de un grupo intentan reducir la
distancia, la tensión y la diferencia entre el funcionamiento
del grupo y ciertas formaciones grupales del aparato psíquico individual. La tendencia a la isomorfia propende a acoplar el funcionamiento del grupo sobre un solo organizador
psíquico grupal; recíprocamente, cada persona tiende a acoplarse, en cuanto a su funcionamiento en el grupo, sobre
uno de los organizadores que, en el grupo, se actualiza. Puede decirse que este tipo de relación funciona como un doble
repliegue del grupo en la persona y de la persona en el grupo. Este tipo de relación no permite la individuación en
tanto cada uno está obligado a sostener el lugar que le es
asignado en el grupo indiviso, lugar al cual cada uno, por
otra parte, se auto-asigna. Dicho de otro modo, sobre la base
de una isomorfia individuo-grupal, las partes del sí se asignan por proyección y por identificación proyectiva en los
objetos grupales, y constituyen el conjunto intersubjetivo.
No hay límites, ni separación, ni división, y por lo tanto no
hay realidad, puesto que no hay examen de realidad.
Correlativamente, la organización del grupo se efectúa
como reproducción estricta de las estructuras grupales del
260
psiquismo; si el grupo es un cuerpo, es la realidad corporal
de cada uno la que resulta renegada; si el grupo es un sueño,
es el sueño de cada uno lo que resulta desvalorizado: es lo
que ocurre en el régimen de la utopía. 4 En consecuencia,
cada uno de los participantes sólo puede existir como miembro de una inmutable indivisión y, si no se asigna al lugar
requerido para mantener un imperativo absoluto de la indivisión, pende sobre él una amenaza de muerte o, lo que es
psíquicamente idéntico, de exclusión o de proscripción. Si
un elemento cambia en el grupo, este cambio amenaza al
sujeto desde el interior. De hecho, no hay subjetividad individuada, no hay sujetalidad.
Se impone aquí el paralelo con la familia psicótica, que
no tolera ninguna distancia entre lo que propuse llamar el
aparato psíquico grupal familiar (en la forma que corresponde a la «familia» según Laing) y la organización psíquica
de sus miembros. No hace mucho tiempo anticipé el análisis
de esto en El aparato psíquico grupal (1976, págs. 234-46);
escribía que el funcionamiento psicótico del grupo caracterizado por la isomorfia es aquel donde el grupo no remite a
nada más que a sí mismo: se ha convertido en su propia ley,
su origen y su fin, sin referencia al conjunto institucional y
societario del cual procede. En tal grupo, la estricta y necesaria coincidencia entre el sistema grupal de los objetos internos de cada uno y la ficción del aparato psíquico grupal
hace imposible que se constituyan espacios intermediarios
de apuntalamiento, de desprendimiento o de pasaje capaces
de mediatizar la experiencia de la ausencia. Es el caso de la
familia y del grupo psicóticos; es también el fundamento
psicótico de la grupalidad; el espacio no es entreabierto sino
suturado, co-inherente.
Cada vez que un grupo se ve en una situación de crisis o
de grave peligro, tiende a acoplarse ligando a sus «miembros» en la unidad sin falla de un «espíritu de cuerpo». La
ficción isomorfa del grupo indiviso está aquí al servicio del
principio de placer y de la fantasía de omnipotencia. Pero
4 La utopía sistemática debe ser opuesta a la utopía puntual: paradójicamente, la primera elimina todo sueño; ha soñado de una vez por todas
un sueño que ella reifica y justifica, y así fija la Historia en un remate
ideal. La utopía puntual restablece el sueño en su modalidad de ensoñación subversiva; tiene un propósito trasformador de la Historia fijada en
sus repeticiones.
261
ocurre también que una modalidad de acoplamiento tal sea
necesaria para la supervivencia del grupo, para el mantenimiento del ideal común, de la integridad de su espacio psíquico, social o territorial. La dependencia grupal es entonces un factor de esta supervivencia.
En los grupos que no son psicóticos, no hay isomorfia
sino búsqueda e ilusión de isomorfia (es la ilusión grupal)
entre la grupalidad psíquica (o un elemento de esta) y el
grupo mismo, entre el adentro y el afuera, entre lo uno y
lo plural. La estructura neurótica del aparato psíquico grupal admite la realidad psíquica subjetiva singular y la relación de obediencia y de diferencia que organiza el orden social externo.
En resumen, el polo isomorfo es el polo imaginario, narcisista, indiferenciado del acoplamiento: prevalece en él la
identidad de las percepciones, de las representaciones, de
los afectos, del régimen de las identificaciones. La necesaria
coincidencia obliga a cada uno a mantener el lugar que le es
asignado en el grupo indiviso, lugar al cual, por otro lado,
cada uno se auto-asigna motu proprio. Tudo lo que ocurre en
el «afuera» ocurre entonces también en el «adentro», porque
cada uno de los sujetos no puede existir sino como miembro
de un «cuerpo» dotado de una indivisión inmutable. Si un
elemento del grupo llega a cambiar, este cambio amenaza al
sujeto desde r.dentro. El extravío de la isomorfia es la prevalencia del narcisismo de muerte y su función desobjeta·
lizante.
El polo homomorfo
Esta toma en masa de una parte del sujeto singular en el
grupo, esta doble asignación que especifica la relación isomorfa, se opone a otro modo de funcionamiento que he llamado homomorfo. 5 En este caso, los dos sistemas, el grupo y
el sujeto, que poseen cada uno estructuras parcialmente comunes, principalmente respecto de los organizadores grupales, mantienen relaciones que admiten para cada uno de
5 La noción de homomorfia es más adecuada que la de heteromorfia.
Esta, oriunda de la química y de la zoología, define sustancias homogéneas o individuos de la misma especie, pero que presentan formas muy diferentes (por ejemplo, heteromorfismo sexual).
262
ellos leyes diferentes y funcionamientos específicos. El ré·
gimen de acoplamiento es metafórico.
Se puede decir también que algunas partes del sí-mismo
sólo se identifican sin fijarse en objetos grupales externos:
determinado rol instancia!, determinado lugar fantasmático. Ya no es procurada, ni alimentada, ni mantenida a la
fuerza la identidad completa, imaginaria, entre el aparato
psíquico grupal y el aparato psíquico individual. Se puede
entonces comprobar una subjetivación de los miembros del
grupo, su desujetamiento de la traba de grupo y, en el grupo
mismo, una movilidad de los lugares, de los roles y de las
instancias. El régimen homomorfo se caracteriza también
por el advenimiento de las relaciones de complementariedad y de antagonismos, una jerarquización de los fines y de
los objetos. Es posible iniciar nuevas relaciones, construir
sistemas de representación y de acción más abiertos, y cada
uno puede apropiarse activamente sectores de la realidad,
establecer nuevos intercambios, por la intermediación del
grupo, entre los sistemas subjetivos singulares y los siste·
mas sociales.
El polo homomorfo es el polo de la diferenciación de los
procesos, de las significaciones, de los roles, de los lugares y
de las tareas. Estructura el grupo y las relaciones de grupo
con referencia a la ley diferenciadora del orden simbólico. El
acoplamiento psico-grupal proporciona espacios abiertos,
en los que puede surgir la palabra personal. Prevalece aquí
el narcisismo de vida: lo que subsiste de aleatorio en los
objetos y en sus relaciones puede ser tolerado.
Cuando el polo de acoplamiento grupal es homomorfo, la
diferenciación del espacio del aparato psíquico grupal está
sostenida por el acceso a lo simbólico: puede surgir una pa. labra individuada, con sintaxis, en la medida en que el juego de las asignaciones se regula por la referencia a la ley, y
ya no por la omnipotencia y el extremo desamparo que la
sostiene.
La tensión dialéctica entre kJs dos pokJs
Estas dos modalidades organizativas del aparato psíquico grupal no constituyen etapas genéticas, sino polarida·
des antagonistas y complementarias en oposición dialéc-
263
tica. Desde el punto de vista de su realidad psíquica, ningún
grupo está en condiciones de constituirse y de funcionar si
no se produce una tensión entre estas dos modalidades de
acoplamiento.
Sobre este juego, esta distancia y esta tensión, alterna·
damente mantenidos y reducidos, entre la isomorfia y la
homomorfia, se establece y se trasforma el proceso grupal.
Este es tributario de las formas psíquicas de la grupalidad
que ora procuran coincidir con formas, estructuras y figuraciones sociales concretas de la grupalidad, ora procuran
diferenciarse de ellas. En este juego pueden articularse
todavía muchas otras polaridades: entre la posición ideo·
lógica y la posición mitopoética, entre las articulaciones me·
tonímica (cf. el claro ejemplo de la Kinship) y metafórica del
vínculo grupal.
Esta oposición se inscribe en aquella todavía más gene·
ral de la pulsión de vida y de la pulsión de muerte. Así como
Freud expuso en el organismo biológico y en el aparato psíquico individual una tendencia al retorno a lo inanimado, al
nivel cero, del mismo modo se podría exponer, en el aparato
psíquico grupal, una tendencia a retornar a la indiferen·
ciación psico-grupal en la unidad imaginaria y repetitiva en
la que los objetos se repliegan sobre sí mismos. La polaridad
homomorfa es la de la diferenciación y de la ligazón móvil,
abierta al intercambio de diferencias.
Estos dos polos existen en todos los grupos: pueden ser
más o menos predominantes, estar más o menos mezclados.
El análisis de los grupos es, en parte, el análisis de la tensión entre estas dos polaridades de la construcción del gru·
po. El análisis de los sujetos singulares por medio del grupo
es el análisis de estas relaciones entre el proceso y las formaciones psíquicas del sujeto singular (principalmente de
su grupalidad interna), y el grupo. Este análisis es final·
mente el de la formación del aparato psíquico grupal.
Génesis y trasformación
Para establecer el punto de vista genético, he propuesto
varías entradas. Si bien mi abordaje de los organizadores
psíquicos del agrupamiento ha sido realizado desde un pun-
264
to de vista estructural, he despejado un modelo de secuen·
cias organizadoras en el desarrollo de un grupo, teniendo el
cuidado de no caer presa del desvío normativo que a menudo afecta a la perspectiva genética (el lector puede remitirse
a las páginas 232-5 del capítulo anterior).
Con el análisis de la construcción del espacio grupal y de
las trasformaciones de la imagen del cuerpo se esbozó un
segundo modelo. Lo presenté en 1974 (R. Kaes, 1976, págs.
111-27). Distinguí la fase inicial de ilimitación del espacio y
de confrontación con objetos desconocidos, fase de angustia
a menudo intensa, luego el cierre del espacio y la superposición de los límites del cuerpo y los límites del grupo, a través de las identificaciones con la piel común; una segunda
fase se caracteriza por la dialectización de la parte y del
todo, que sostiene la construcción correlativa de los límites
del cuerpo y del espacio grupal. La formación del espacio
simbólico constituye la tercera fase, en el curso de la cual se
efectúa el desprendimiento isomorfo y se distribuyen em·
plazamientos diferenciados, oponibles y complementarios.
Estos dos modelos no necesariamente contienen un principio de continuidad lineal. Dicho de otro modo: estas fases
son más exactamente «momentos» reversibles de un pro·
ceso. Ya he destacado el desvío de un abordaje holístico de
grupo. Desde mi punto de vista, los tiempos psíquicos en los
grupos son a veces sincrónicos, por el hecho de la preva·
lencia de un organizador y de las puestas en fase regresivas
que induce, pero es importante conservar en la mente el modelo de una policronía: el tiempo grupal inscribe temporali·
dades de diversas y distintas duraciones; por ejemplo, el
régimen temporal del apres-coup varía segÚn los sujetos,
aun si puede observarse que la iniciación de un efecto de
apres-coup en uno de ellos trae consigo una serie de elaboraciones en un tiempo relativamente homogéneo. Esta temporalidad relativamente sincrónica es un efecto de grupo sostenido por un organizador común y por las mutuas identificaciones proyectivas no patológicas.
He propuesto un tercer modelo, que he precisado en términos de «momentos», aunque el primero sea típico del
período inicial de un grupo. Este tercer modelo incluye algunas características de los otros dos.
265
El momento fantasmático
El momento fantasmático engloba lo que he descrito como el momento originario y el primer organizador. Se trata
de externalizar los grupos internos para asignarse a sí mismo y asignar a los otros un lugar determinado. La angustia
de no ser busca la plenitud de una coincidencia. El grupo se
constituye como un objeto transicional, mediador entre la
realidad intrapsíquica confusa de los participantes y la realidad externa representada por la inquietante alteridad del
objeto-grupo y de cada uno de los participantes. Se trata
aquí del objeto-grupo externo, tal como es percibido por cada
uno de los miembros, así como de los otros en su alteridad.
El grupo es la construcción narcisista común de los miembros del grupo; esta coherencia y esta satisfacción primera deberán mantenerse contra toda nueva irrupción de las
tendencias destructivas, y especialmente contra toda manifestación de otra fantasía, porque esta pondría en peligro
varias conquistas: la asignación y el sentido, la reparación
narcisista, la organización de un todo (1976, págs. 217-8).
En su comentario sobre el modelo del aparato psíquico
grupal, M. Bernard (1991)ha señalado la aparente contradicción que encierra la noción de una construcción narcisista común: «Es narcisista porque implica la asimilación
imaginaria del objeto externo grupo a uno de los grupos
internos de cada uno de los miembros. En este sentido, no
puede ser común: el narcisismo implica aquello que de cada
uno no puede ser compartido, por pertenecer a un código
personal idiosincrásico. Pero se produce un efecto que incide
sobre el conjunto en la medida en que todos los miembros
del grupo realizan este procedimiento al mismo tiempo. Las
proyecciones de cada uno, en tanto distribuyen lugares y
modifican actividades, producen un efecto común».
La defensa contra la irrupción de otra fantasía moviliza
una suerte de pacto implícito en el que todo el mundo participa. La ilusión isomorfa unifica a todos en una sola masa.
El momento ideológico
El dilema que preocupa a los participantes es mantener
por la fuerza la asignación y el sentido. El momento ideoló-
266
gico corresponde a una actividad de reducción fantasmática
y de aplanamiento de las articulaciones diferenciales entre
los lugares asignados a cada uno. La sistematización del
pensamiento da una base racional a las contradicciones y a
las vacilaciones de las incertidumbres. Es, además, una elaboración secundaria que vuelve coherentes -a partir de un
sistema de racionalización- las normas elaboradas por el
grupo para mantener el sistema de vínculos que soporta la
proyección de los grupos internos. La reducción fantasmática denota el hecho de que se reducen la calidad y la cantidad de la actividad fantasmática capaz de circular entre los
miembros del grupo. El <<Vínculo grupal» se empobrece. Podríamos pensar que los responsables de este efecto de aplanamiento de las articulaciones diferenciales entre los lugares asignados a cada uno son los organizadores hiperreductores. En ese momento predomina en el grupo la identidad
de percepción propia de la actividad narcisista. Los límites
entre el adentro y el afuera, a pesar de todo, se han acentuado. Los mecanismos de defensa utilizados por los miembros
del grupo en esta etapa son la proyección, la renegación, el
clivaje y la anulación. El objeto transicional se ha trasformado en un fetiche con el cual los miembros del grupo
conjuran las limitaciones y los peligros (1976, págs. 218-20).
El momento figurativo transicional
La modificación introducida por el repliegue narcisista y
la aparición de una función alfa hacen posible la introyección estable de objetos buenos, la adecuación de un medio
circundante bueno y la capacidad del yo de admitir las representaciones reprimidas; estas llegan a trasformar el sistema ideológico que será trasformado por la consideración
de objetos figurables.
El intenso repliegue narcisista de la etapa anterior ha
contribuido a que el grupo adquiera cierta seguridad. Ello
permite la aparición de una función ~lfa en el proceso de
trasformación y de mentalización. El momento ideológico
anterior se ha caracterizado por intensos procesos proyectivos, poco propicios para el establecimiento de un aparato
de trasformación como el que hace falta para que aparezca la función alfa. La mayor seguridad que acompaña al
267
momento figurativo transicional permite la proyección y la
introyección de objetos buenos. La puesta en figuración
indica el comienzo de procesos de simbolización compleja.
La posibilidad de utilizar objetos y espacios transicionales y
de establecer una cierta diferenciación en el interior del
grupo se caracteriza frecuentemente por la construcción de
un sistema utópico (1976, pág. 220). •
El momento mitopoético
El efecto consiguiente es triple: el espacio psíquico interno se distingue y se diferencia de las tópicas grupales; las
representaciones son diferentes de las cosas; gracias a la
simbolización, la comunicación intrapsíquica entre los objetos internos, el superyó y el yo se refuerza con la comunicación diferencial intersubjetiva grupal. El grupo puede aparecer entonces como una organización simbólica de relaciones de diferencias entre sujetos. Cuando comienza a producirse esta creciente diferenciación, ella se lleva a cabo a expensas del espacio de ilusión común. Este período del grupo
se aproxima a lo que Bion presentó como «grupo de trabajo».
El momento mitopoético se sitúa en el movimiento de
duelo del objeto-grupo; es correlativo de la formación del
aparato psíquico grupal corno sistema de representación
simbólica. El duelo se produce en la medida en que el grupo
no es una prolongación de los sujetos; el modelo kleiniano
asimila este momento a la posición depresiva; el momento
de personalización de los miembros del grupo es idéntico a
la emergencia de las fantasías secundarias; corresponde a
una reducción de las funciones del grupo e implica un mo·
mento de crisis en la medida en que el debilitamiento del
grupo pone también a sus miembros en peligro. El resultado
de esta crisis puede ser la idealización de un miembro del
grupo o el comienzo de una nueva posición ideológica.
El fin del momento de parálisis del pensamiento ha en·
contrado su máxima expresión en el momento ideológico;
este nuevo período grupal signado por la reposesión personal es especialmente creativo (1976, págs. 220-2). • •
• [Págs. 295·6 de la ed. en castellano. (N. de la T.)]
••[Págs. 297-8 de la ed. en castellano. (N. de la T.)J
268
Elementos de economía grupal
El punto de vista económico adquiere su pertinencia en
la noción de trabajo psíquico.
El trabajo psíquico del acoplamiento
Partiré del concepto freudiano de trabajo psíquico, tal
como se desprende de las proposiciones correspondientes al
sueño, al duelo, a la pulsión, a la memoria. Cotejaré este
concepto con la noción bioniana de trasformación. 6
Freud introduce la noción de un trabajo psíquico en la
elaboración de ciertas formaciones psíquicas o de ciertos
procesos del aparato psíquico. Ante todo, la psique es repre·
sentada como un aparato, es decir, como un dispositivo fun·
cional organizado para un fin. Después, Freud distinguirá
diferentes tipos de aparatos: por ejemplo, el aparato del
lenguaje, el aparato de influir, el aparato de interpretar/signifiCa:r. La noción central es la de trabajo. Esta noción, tomada del modelo energético de Fechner y de Helmholtz,
aparece en el Proyecto (1895): designa en primer lugar el
excedente que el sistema psíquico (neuronal) debe producir
bajo el efecto de la necesidad urgente de la vida. La noción
de exigencia de trabajo (Arbeitsforderung) servirá, a partir
de 1905, para caracterizar al factor cuantitativo de la pulsión como empuje (Drong).
La noción de trabajo designará luego un proceso de elaboración cumplido por el aparato psíquico para domeñar y
trasformar las excitaciones cuya acumulación amenaza ser
patógena. El trabajo consiste en integrar las excitaciones en
el psiquismo y en establecer conexiones asociativas entre
ellas. El empleo del concepto de trabajo psíquico se comprende con referencia a la concepción freudiana de un aparato psíquico que trasforma y trasmite la energía que recibe, a fin de domeñarla por derivación o ligazón. El trabajo
6 Sobre el concepto de trasformacíón, véase el ·trabajo de Bion que lleva
este título (1965). Convíene leer tambíén el excelente trabajo de P. Bria
(1981) en su ensayo de articulación de las perspectivas trasformacionales
de Bion con la epistemología bi-lógica de l. Matte Blanco (1975). Por mi
parte, he contribuido a situar al grupo como aparato de trasformación en
un estudio de 1986.
269
psíquico es un proceso de trasformación que busca un producto específico. La noción de trabajo psíquico se aplicará a
diversas formaciones psíquicas.
El trabajo del sueño (Traumarbeit) se caracteriza por el
conjunto de las operaciones que trasforman los materiales
del sueño (estímulos corporales, restos diurnos, pensamientos del sueño) en un producto: el sueño manifiesto. El efecto
de este trabajo es la deformación, como lo indica Freud en
La interpretación de /,os sueños, al final del capítulo 4: «El
trabajo psíquico en la formación del sueño se divide en dos
operaciones: la producción de los pensamientos del sueño y
su trasformación en contenido del sueño». El trabajo del
sueño, en sentido estricto, consiste en la segunda operación.
Dicho de otro modo: el sueño es esencialmente el trabajo
que en ella se cumple. No se confunde ni con su contenido
manifiesto ni con los pensamientos latentes.
El trabajo del duelo (Trauerarbeit) es el proceso intrapsíquico consecutivo a la pérdida de un objeto de apego. Al
término de este proceso, el sujeto consiguió desapegarse de
él. La realización del trabajo del duelo lleva, en expresión de
D. Lagache (1938), a «matar la muerte».
El trabajo de la memoria se inscribe en la trasformación
de las huellas de las experiencias sensoriales, perceptivas y
representacionales. Supone sobre todo la represión, el mantenimiento en el olvido y el silencio de lo que no puede ser
tolerado y debe residir en el aparato psíquico para reaparecer ulteriormente. Este trabajo implica también el desocultamiento de lo que fue borrado, reprimido, suprimido o depositado. Finalmente, la resignificación del pasado a partir
de su puesta en perspectiva en el apres-coup.
En estas condiciones, la tarea del psicoanalista es trasformar la experiencia original entre analista y paciente en
una serie de interpretaciones. Estas hacen manifiestas las
invariantes de la experiencia.
El trabajo del aparato psíquico grupal
El aparato psíquico grupal es un aparato. Es un dispositivo de ligazón y trasformación de los elementos psíquicos.
Realiza un trabajo psíquico particular: producir y tratar la
realidad psíquica del grupo y en este. Sólo funciona por los
270
aportes de sus sujetos y constituye un dispositivo irreductible al aparato psíquico individual: no es su extrapolación.
El aparato psíquico grupal contiene operadores que
aseguran el paso y la trasformación entre las psiques individuales y el espacio intersubjetivo grupal. Estos operadores
tienen por función movilizar, canalizar, derivar, distribuir y
ligar la energía psíquica, las identificaciones, las representaciones de los miembros del grupo. Esta trasformación se
efectúa a través de las deformaciones, de los desplazamientos, de las condensaciones y de las difracciones de la materia psíquica (1976, págs. 230-1).
Una de las principales funciones del aparato psíquico
grupal es movilizar la energía pulsional en cada uno de los
miembros del grupo, trasformarla y trasmitirla en sus instancias y sistemas, domeñarla ligándola a representaciones
o derivándola hacia otros fines al servicio del vínculo grupal
o del objeto-grupo. La movilización de la energía se produce
sobre el polo isomorfo del acoplamiento: la investidura en
los objetos de los grupos internos y, principalmente, en el
objeto grupo interno, se desplaza sobre el grupo intersubjetivo y sobre el objeto-grupo común, regando de este modo el
proceso grupal de flujos pulsionales que se ligan en él secundariamente, con independencia de cada sujeto por separado. Por ejemplo, la investidura narcisista del grupo, de los
objetos del grupo y de los vínculos intersubjetivos delimita
al grupo en sus fronteras y lo opone a las otras entidades
grupales. Así, Freud describe el «narcisismo de las pequeñas diferencias» como el resultado de un desplazamiento:
este desplazamiento debe ser considerado en sus efectos de
grupo.
Por una parte, los desplazamientos de la energía son responsables de las trasformaciones que sobrevienen en el
paso de un organizador a otro organizador. Por otra parte,
estas trasformaciones suponen cierta distribución de las
identificaciones que hacen posible el desplazamiento de las
investiduras pulsionales. Este proceso es notable cuando,
por desplazamiento de las investidura.s, o por una contrainvestidura consecutiva a un despertar traumático, se opera el paso de la fantasmática de la escena primitiva a la de
la seducción o a la de la castración.
Otro aspecto de la economía psíquica grupal es la trasferencia de la economía individual en la economía grupal:
271
trasferencia implica aquí la idea de una tramitación por el
aparato psíquico grupal de lo que no puede ser tratado por
el aparato psíquico individual. Est.e movimiento es recípro·
co, siguiendo el sentido grupo-sujeto singular. He esbozado
un ejemplo de esto con los casos de Céline y Dora. La noción
de funciones fóricas, que expongo más adelant.e, ilustra sobre estas trasferencias de tramitación. Estas trasferencias
se restablecen en el espacio interno, trabajadas por el pro·
ceso grupal. Esta noción explicita la idea de la circulación
int.erpsíquica dándole un valor económico preciso. Sitúa en
el centro de la apuesta int.ersubjetiva el int.ercambio de los
valores de investidura, el intercambio de los objetos (par·
dales), el intercambio de las fantasías o, más exactament.e,
de las posiciones subjetivas en la fantasía. Se podría eva·
luar la economía grupal por la naturaleza de sus transaccio·
nes, de los beneficios que estas otorgan, de los pactos a los
que obliga a sus sujetos.
Aquí no es posible desarrollar el punto de vista económi·
co sin incluir los puntos de vista tópico y dinámico. Los conceptos de alianza inconciente, de contrato narcisista y de
pacto denegativo adquieren pertinencia para integrar la
noción de una trasferencia de tramitación de lo intrapsÍ·
quico hacia lo ínter· o trans·subjetivo.
Elementos de dinámica grupal
La dinámica grupal ha sido la primera noción, no psicoanalítica, construida para designar el objeto mismo de la
investigación psicoanalítica de los grupos. Este punto de
vista se articulaba necesariamente con el abordaje estructural en K. Lewin. La estructura es el resultado de un juego
de fuerzas en relación de equilibrio.
Para la metapsicología psicoanalítica freudiana, el pú.nto de vista dinámico considera, según la fórmula que dan de
él Laplanche y Pontalis (1967), «los fenómenos psíquicos
como resultant.es del conflicto y de la composición de fuerzas
que ejercen un det.erminado empuje que en último término
es de origen pulsional».
Est.e punto de vista dinámico se aplica al aparato psíquico individual: no se lo puede trasponer tal cual al aparato
272
psíquico grupal. Pero el conflicto intrapsíquico no deja de
producir efectos sobre la dinámica grupal. En mis investigaciones de 1974-1976, he admitido como principio básico que
un grupo sólo puede constituirse, desarrollarse, mantenerse si, y sólo si, su organización permite satisfacer algunos
deseos inconcientes y las exigencias defensivas correspondientes que proceden de sus miembros, las exigencias de
conservación y de coherencia propias del aparato psíquico
grupal y las exigencias de la realidad social y material. La
conflictividad es, pues, esencialmente intersubjetiva, pero
afecta al grupo como objeto común y a la estabilidad del aparato psíquico grupal. Depende de la polaridad dominante
del acoplamiento (1976, págs. 226-30).
Cuando predomina la isomorfia, las exigencias indivi·
duales y grupales se juntan; no hay conflicto: la ilusión de
coincidencia, la posición ideológica, son garantía de ello.
Estas funcionan como formaciones de lo renegado. En este
caso, todo sucede como si, por acuerdo inconciente, el conflicto fuera nulo y persistiera, por así decir, en negativo, a
causa del clivaje que predomina en este modo de acopla·
miento: naturalmente, en estas circunstancias la realidad
psíquica exterior al grupo no existe.
Cuando el régimen de acoplamiento es homomorfo, la
dinámica del aparato psíquico grupal resulta de los conflictos entre las exigencias intrapsíquicas y la realidad psíquica grupal, o entre la realidad grupal y otros órdenes de
realidad, por ejemplo social. En este caso, pueden producirse formaciones de compromiso del tipo del sueño o del
síntoma; pueden ser delegadas en una instancia común erigida en el grupo para administrar el conflicto o el síntoma
en lugar de cada uno. Esta es la función fórica de los portasueño o de los porta-síntoma.
Esta función, considerada desde el punto de vista de la
dinámica grupal, es uno de los mecanismos de defensa ins·
talados en el grupo por sus sujetos para protegerse de los
efectos demasiado peligrosos del conflicto sobre el aparato
psíquico grupal. Estos mecanismos aseguran también una
función meta-defensiva, tal como el clivaje, la idealización y
la renegación, para los sujetos considerados uno por uno.
Encontramos aquí nuevamente la doble valencia y el doble
efecto de todas las formaciones psíquicas del nivel del
grupo.
273
Las funciones del aparato psíquico grupal
Aquí, nuevamente, para describir las funciones que realiza el aparato psíquico grupal hay varias entradas posibles:
en primer lugar, podemos distinguir entre las que cumple
para sus sujetos y las que se requieran para su propio funcionamiento. Propuse los principales elementos de este
modo de abordaje cuando describí, en el capítulo anterior, la
parte del sujeto en la formación del aparato psíquico grupal
y, dentro de esta, las principales dimensiones del análisis
metapsicológico. Por cierto que estos análisis deben ser
completados por otras proposiciones, que se elaborarán después a propósito de las formaciones intermediarias y de las
funciones fóricas.
Me ha parecido útil hacer un balance de las funciones
psíquicas cumplidas por el aparato psíquico grupal, con la
intención de anticipar algunas elaboraciones; por una parte, este esquema de conjunto puede apoyarse en algunas adquisiciones teóricas para introducir el punto de vista de las
funciones y del funcionamiento, punto de vista que requiere
una síntesis; por otra parte, las proposiciones ulteriores po·
drán inscribirse más fácilmente en este esquema.
Si bien distingo las principales funciones, destaco en el
mismo movimiento su interconexión. Antes que una taxonomía, he querido presentar un sistema de funciones.
Trasformación
El aparato psíquico grupal es un sistema de trasformación de la energía psíquica individual en una energía disponible para los vínculos intersubjetivos, para el grupo y
sus instancias. De un modo más general, las trasformaciones afectan a los contenidos y a los procesos de representación, así como a las condiciones de la represión y del retomo
de lo reprimido y, en consecuencia, a los mecanismos de
defensa individuales. Estas trasformaciones son productoras de complejos psíquicos propios del grupo.
274
Ligazón
El aparato psíquico grupal cumple una función de ligazón y, más en general, de acoplamiento entre los aparatos
psíquicos individuales, sobre todo entre las formaciones de
la grupalidad psíquica. Destacaré que esta función de ligazón constituye el trasfondo y, en ciertos casos, el recurso de
las ligazones intrapsíquicas: se comprenderá fácilmente
este aspecto de la ligazón si se admite que en el espacio grupal hay representaciones y significaciones que pasan a estar disponibles para sujetos que las encuentran allí en el
proceso asociativo y en las cadenas significantes que se
organizan en el nivel del grupo.
Contención, para-excitaciones, regulación
El aparato psíquico grupal produce, en su actividad misma de ligazón y trasformación, un espacio de contención y,
por lo tanto, límites y procesos de regulación. He señalado
que los organizadores psíquicos y los organizadores socioculturales remplazaban juntamente esta función; de manera positiva, cumplen una función de para-excitaciones al
proveer operadores del acoplamiento y predisponer en consecuencia un dispositivo de emplazamiento subjetivo en un
conjunto; al operar de este modo, cada sujeto puede dominar la angustia de estar sin asignación por diferentes medios; por ejemplo, según la modalidad de la identificación en
urgencia. Esta función es cumplida de manera negativa por
la inhibición de los organizadores antagonistas y por la represión, el rechazo o la supresión de las representaciones o
de las pulsiones o de los afectos intolerables y amenazantes
para la integridad del aparato psíquico grupal. Los mecanismos de regulación están regidos por esta función; se apoyan en las otras funciones y, principalmente, en el establecimiento de los mecanismos de trasmisión y de defensa.
Figuración-representación
El aparato psíquico grupal es un dispositivo de puesta en
forma, de puesta en escena y de puesta en sentido de la rea-
275
lidad psíquica individual en el espacio grupal, y de la realidad psíquica en el nivel del grupo (auto-representación).
Para estas figuraciones-representaciones dispone de los
medios de los procesos originario (para la puesta en forma),
primario (para la puesta en escena) y secundario-terciario
(para la puesta en sentido y para el trabajo de pensamiento). He dado varios ejemplos de esta función: así, cuando
Céline utiliza al grupo de psicodrama para poner en forma
y en escena su fantasía y el auxilio que espera de la figura
paterna, o cuando Carlo y Olga representan sus fantasías
complementarias de seducción y de escena originaria; o
también cuando despejé los momentos fantasmático, ideológico, transicional y mitopoético para introducir el punto
de vista genético.
Diferenciación y organización
El aparato psíquico grupal trata la propiedad de la materia psíquica de asociarse y de disociarse según los principios
fundamentales del placer/displacer y de la toma en consideración de la realidad externa. El acoplamiento, en tanto
lleva a cabo la ligazón (y las trasformaciones que esta supone) entre los espacios intrapsíquicos, implica la puesta en
marcha de una organización y diferenciación en el interior
del espacio grupal. Esta organización se realiza bajo el efecto de las primeras distinciones adentro/afuera, bueno/malo, incorporable/rechazable, introyectable/proyectable, etc.
La figuración de representantes instanciales es una contribución a la organización tópica, económica y dinámica del
aparato psíquico grupal. La dialéctica entre los polos isomorfo y homomorfo del acoplamiento sostiene la tensión entre el movimiento de organización-diferenciación y el retorno hacia la ilusión de coincidencia y de indiferenciación.
Trasmisión e intercambio
E1 aparato psíquico grupal es un lugar y un sistema de
intercambio entre los espacios psíquicos individuales y las
realidades intra-, ínter- y trans-psíquicas. La trasmisión
psíquica, en tanto reposa sobre las trasferencias generali-
276
zadas, tiene como vector y como agente a los aparatos psíquicos de los conjuntos, especialmente de los grupos primarios y secundarios. El análisis de esta función privilegiará
las formaciones y los procesos que contribuyen a establecer
las alianzas inconcientes, y en consecuencia una dimensión
intersubjetiva de la represión, para sostener el retorno de lo
reprimido en la facilitación intersubjetiva de los síntomas y
de las formaciones de compromiso; dará cuenta de los procesos principales de identificación y de apuntalamiento, de
depósito y de delegación, y sobre todo de las funciones fóricas, por las cuales transitan referencias identificatorias, sistemas de pensamientos y de ideales, mecanismos de defensa comunes y compartidos.
Tramitación y trasferencia
Al establecer el punto de vista económico, señalé que el
aparato psíquico grupal es el dispositivo de trasferencia de
las investiduras de los espacios psíquicos en otros espacios
psíquicos homólogos o heterogéneos. Esta función opera
principalmente por medio de las delegaciones, los depósitos,
las representaciones metonímicas o metafóricas.
Orientación de las conductas
El aparato psíquico grupal cumple una función de orientación de las conductas por el hecho mismo de que los grupos internos movilizados como organizadores del agrupamiento son modelos pro-activos que determinan investiduras y representaciones necesarias para un acto psíquico.
El trabajo de acoplamiento y las funciones que engendra
están, in fine, destinados al cumplimiento del deseo inconciente de los sujetos, o destinados a protegerlos de su cumplimiento. En tanto tal, el aparato psíquico grupal orienta,
canaliza, administra, representa las conductas favorables a
su constancia y a su equilibrio, suscitando compromisos con
las exigencias propias de sus sujetos constituyentes.
277
Formaciones intermediarias y funciones fóricas
La formación de la realidad psíquica de grupo se apoya
en la psique de los sujetos del grupo, especialmente en sus
grupos internos; recibe de estos las investiduras, los depósitos, las proyecciones; los capta, los utiliza, los administra y
los trasforma. Al contribuir a esta formación, al mantener
para ellos el entorno psíquico del conjunto, los miembros del
grupo reciben, a cambio de sus servicios, beneficios y cargas.
La articulación entre las determinaciones que provienen
de estos dos espacios heterogéneos define un tercer nivel
lógico en el abordaje psicoanalítico del grupo: este nivel con·
cierne sobre todo a las formaciones psíquicas comunes a los
sujetos considerados en su singularidad y al conjunto grupal; estas formaciones bifaces, regidas por dos espacios conjuntos, aseguran las mediaciones entre los espacios intrapsíquicos, intersubjetivos y trans-subjetivos; constituyen
puntos de anudamiento del sujeto y del conjunto, el vínculo
de sujetamiento del sujeto del grupo.
Formaciones y procesos intermediarios
Llamo formaciones y procesos intermediarios a formaciones y procesos psíquicos de ligazón, de paso de un ele·
mento a otro, sea en el espacio intrapsíquico (formación de
compromiso, pensamiento de ligazón, yo, metáfora ... ), sea
en el espacio interpsíquico (mediadores, representantes,
delegados, objetos transicionales, porta-voces ...), sea en la
articulación entre estos dos espacios. Su función es posibilitar la continuidad de la vida psíquica, su complejidad, su
regulación, su representación por sí misma (auto-representación) y su representación por otros sujetos (alo-representación).
Las formaciones y los procesos psíquicos intermediarios
entre los sujetos singulares y el grupo, comunes a sus miembros, aseguran la continuidad y la articulación entre la psique de los sujetos y la del grupo, pero se crean y se cumplen
según modalidades propias en cada uno de estos espacios
psíquicos. El ideal del yo es una de estas formaciones, cuyos
dos lados, individual y social, Freud destaca: «Del ideal del
yo --escribe--, una importante vía conduce a la compren-
278
sión de la psicología colectiva. Además de su lado individual,
este ideal tiene un lado social, es igualmente el ideal común
de una familia, de una clase, de una nación. Además de la
libido narcisista, ha ligado un gran quantum de la libido homosexual de una persona, libido que por esta vía retorna al
yo. La insatisfacción que resulta del incumplimiento de este
ideal libera libido homosexual que se trasforma en angustia
de culpabilidad (angustia social). La conciencia de culpabilidad era originalmente la angustia de ser castigado por los
padres o, más exactamente, de perder su amor; los padres
fueron sustituidos más tarde por la masa indeterminada de
nuestros compañeros. De este modo se comprende mejor por
qué a menudo la paranoia es causada por una expectativa
del yo, por una frustración de la satisfacción en el dominio
del ideal del yo; se comprende mejor también la conjunción
de la formación del ideal y de la sublimación en el ideal del
yo, la degradación de las sublimaciones y la eventual modificación de los ideales en las afecciones parafrénicas»
(1914, trad. fr., pág. 105).
Este prototipo puede servir de modelo para el análisis de
otras formaciones intermediarias. De este modo, el concepto
de identificación, tal como S. Freud lo introduce significativamente en Psicowgía de los masas y análi.si.s del yo (op.
cit.), tiene origen, sentido y función en el espacio intrapsíquico, según los diversos valores que Freud despeja, y
tiene además sentido, valores, función y origen en el vínculo
intersubjetiva.
Tales formaciones se encarnan en emplazamientos y en
funciones específicas. La larga serie de los personajes inter·
mediarios y mediadores (Mittkr, \i?rmittkr) que Freud hace
aparecer de Tótem y tabú a Moisés y la religión monoteísta,
en la figura del caudillo o del poeta-historiador, son los prototipos de estas formaciones bifaces; tal como los bifrons
romanos o los trifrons célticos, miran desde varios lados: del
lado de su espacio interno, y la cuestión es la del apuntalamiento de su función intermediaria en el grupo, y del lado
del espacio intersubjetivo, y la cuestión es la de su movilización preferente en el campo psíquico del grupo. Esta doble
cuestión considerada en su conjunción lleva a examinar lo
que se anuda, y el tipo de formaciones psíquicas en que esto
ocurre, entre la psique del caudillo (su ideal del yo, sus identificaciones, sus pulsiones homosexuales, por ejemplo) y las
279
formaciones psíquicas en el nivel del grupo (el ideal común,
el régimen de las identificaciones, la angustia «social», las
alianzas inconcientes del tipo del contrato narcisista, por
ejemplo).
Las funciones fóricas
Es posible ampliar y generalizar estas proposiciones: un
considerable número de formaciones psíquicas tiene valor y
sentido en el espacio y en la lógica intrapsíquicos que presentan una cara y un correlato en el espacio intersubjetivo.
He despejado, sobre este modelo, cierto número de posiciones y de funciones que todo sujeto en el grupo necesariamente se ve llevado a tomar y, conjuntamente, a asumir en
los conjuntos intersubjetivos. Llamo fóricas a estas funciones, en cuanto designan lo que porta y trasporta el sujeto en
el grupo. Corresponden a diversas funciones, encarnadas
en los emplazamientos de porta-voz, de porta-ideales, de
porta-sueño, de porta-silencio, de porta-muerte, de portasíntoma.7
El análisis de las funciones fóricas me ha llevado a distinguir y a relígar la función del trasporte propiamente
dicho, la del apuntalamiento y la de la guarda: en un grupo,
el portador del ideal es generalmente también el que otorga
un apuntalamiento narcisista a los miembros del grupo,
pero ocurre que entre estos hay quienes se constituyen en
sus guardianes. Estas mismas diferenciaciones pueden
aplicarse al portador de una idea fundadora o innovadora.
Estas funciones pueden estar también separadas de un
soporte personalizado y desplazarse sobre instancias insti·
tucionales asubjetivas; trascienden las vicisitudes ligadas
a una función subjetiva y, por este hecho, se hacen más difícilmente pensables. Este movimiento de impersonaliza·
ción se produce en el momento de la instalación y función de
ancestro de aquel que ha sido inicialmente portador de una
idea, representante de un ideal o actor de una gesta heroica.
Puede ocurrir que todo un grupo cumpla esta función para
7 El lector hallará una elaboracíón del concepto de función fóríca en mi
trabajo sobre Les processus asociatifs,la parole et l'lnconcient dans les
groupes, que se publicará en 1993.
280
uno de sus miembros instituido en el lugar y la función del
ancestro: el comité reunido en torno de Freud portará, sostendrá, guardará y defenderá el ideal y la integridad de la
doctrina psicoanalítica, sostendrá el corpus y el cuerpo freudianos; los siete anillos que cada miembro del comité llevaba en el dedo simbolizaban el vínculo entre ellos y su
función deslindadora de un adentro y de un afuera.
También podríamos describir estos emplazamientos
como emplazamientos de la trasferencia (lo que quiere decir
tras¡xJrte o metáfora). Pero ante todo interesa destacar que
estas funciones fóricas, como las de representación, de delegación, de mediación, reciben un sostén, tanto desde el interior del espacio psíquico -principalmente desde los grupos
internos- cuanto desde el conjunto intersubjetivo del cual
el sujeto es parte beneficiaria y parte constituyente. Cada
uno toma un lugar en él bajo el efecto de esa doble determinación --cuyo peso es variable y fluctuante de un sujeto a
otro, de un grupo a otro-- para, según esa modalidad, cumplir en él su propio fin y servir allí a los intereses del conjunto.
Podríamos multiplicar los ejemplos para hacer aparecer,
en la intricación de las formaciones individuales y de las formaciones intersubjetivas grupales, nuevas figuras de acoplamiento. Por ejemplo, en determinado grupo, el modo en
que se anudan y se mantienen las condiciones de una posición sacrificial alternante; una posición tal moviliza, en
aquellos que sucesivamente la ocupan, una zona de contrainvestidura traumática sostenida por una fantasmática heroica y por identificaciones masoquistas grandiosas; además, resulta necesaria para el funcionamiento del grupo, es
decir, de cada uno de los sujetos aliados en el pacto que se
enuncia de este modo: siempre hará falta uno (o una) que
se sacrifique para que permanezcamos juntos, y en razón
del interés que tiene en el grupo la trasferencia y la tramitación de esta posición sacrificial. Sólo el análisis puede
cortar este nudo de compromiso para restituir a uno y a otro
el juego de las determinaciones cruzadas que han formado el lecho de estos emplazamientos.
Con ello se define esta puesta en perspectiva recíproca
de los espacios intrapsíquicos y grupales a través del concepto de formación intermediaria: debemos dar cuenta, no
solamente de los vínculos recíprocos entre cada sujeto y el
281
conjunto, sino también de los vínculos recíprocos entre cada
sujeto y un (unos) otro(s) en el conjunto. Porque el modelo
del aparato psíquico grupal debe ser capaz de explicar esas
focalizaciones correlativas, de incluir y distinguir los espacios intrapsíquicos, las formaciones y los procesos específicos en el nivel del grupo y las formaciones articulares entre
esos dos conjuntos.
Las formaciones intermediarias y lo que llamo las funciones fóricas sólo pueden ser tratadas desde la perspectiva
de una doble metapsicología del sujeto singular y de la intersubjetividad. Bajo esta condición su investigación puede
mantenerse en el campo del psicoanálisis.
Lo no-representado, lo desconocido, lo alienado en el
grupo: la intricación de los espacios psíquicos y su
desanuda miento
Se producen, pues, formaciones y procesos psíquicos de
grupo, que los miembros del grupo fabrican al agruparse y
que se forman a través de ellos: puede ocurrir que se vea en
el grupo personificado el autor o el sujeto único de estos
objetos y de estos espacios comunes, de estos discursos y de
estos pensamientos compartidos. Así el grupo se establece
en cambio de la parte de sí mismo de la cual el sujeto no
quiere saber nada.
Figuras del poseído
Puede ocurrir también que determinado sujeto del grupo
porte y condense en su espacio psíquico las trasferencias de
todo un grupo: así sucede con el poseído, figura focal en la
cual una comunidad asienta su mal y fabrica un hombregrupo sobre el que proyecta las representaciones psíquicas
inaceptables para su funcionamiento. La capacidad del poseído de «hablar a varias voces» caracteriza su acoplamiento en el grupo.
En Marruecos, se llama Jinn a espíritus que se apoderan del cu€rpo, de los sentimientos y de los pensamientos de
un hombr€ o una mujer, que entonces enferma. Un marroquí estaba poseído por una Jinnia (femenino de Jinn). Los
282
habitantes de su aldea pretendían que este hombre había
tenido siete niños con la Jinni.a, todos varones, que también
lo poseían. Durante el período de los trabajos pesados, de las
recolecciones o de las labranzas, toda esta familia interna
trabajaba para él, con él: porque, se decía, él realizaba un
trabajo de nueve personas.
La figura del Jinn no hace sino posibilitar, en una forma
aceptada y prescrita por las normas sociales, la proyección
de los grupos internos: en este caso, la fantasmática originaria y la angustia de este hombre. El Jinn es una institución psicosocial que ofrece al sujeto enfermo una forma
psíquica que permita la realización de sus deseos reprimidos; así se figura la reunión no persecutoria de sus objetos
internos, de suerte que se pueda iniciar un proceso de representación para el poseído y para su grupo. Esta organización es el fundamento mismo de las terapias psicosociales
tradicionales. 8
Tales situaciones de acoplamiento se prestan al circuito
del deseo del sujeto singular en esta red grupal: lqué representa, por ejemplo, para este hombre la Jinnia que lo posee?, lqué es para él en relación con su propia madre, con su
mujer, con la madre de sus hijos y con sus propios hijos que,
según los habitantes de la villa, también lo poseen?, lqué
representa para el grupo este poseído y lo que él pone en
escena, a la espera de sentido? Algunos de estos fenómenos
no podrían producirse fuera de una relación de grupo.
Allí está lo no-representado y lo desconocido: a las condiciones intrapsíquicas y transindividuales a partir de las
cuales una realidad psíquica llega a ser común a varios sujetos, se suma el hecho de que, para llegar a ser comunes y
compartidas, las formaciones psíquicas que le sirven de materia prima son trasformadas; sólo algunas de sus caracte8 En Africa, efectivamente, una concepción grupal de la psique sustenta
la concepción de la enfermedad y de la asistencia. Si asistir al grupo es
asistir «al individuo», entonces la estructura del sujeto singular es grupal,
y el orden grupal es garante del orden del individuo. La reunión del grupo
es el reagrupamiento unificado y unificador del -miembro separado en el
afuera y en el adentro. Por eso la eficacia simbólica del rito de curación del
enfermo consiste en la desaparición en el grupo del desorden provocado
por la enfermedad. «Todo ritual ---€scribe H. Collomb- remite al mito que
participa de la organización de la persona, funda el orden o la ley, asegura
la cohesión social» (1975, págs. 40-50).
283
rísticas son movilizadas y utilizadas de preferencia. Las
fantasías, las identificaciones, el síntoma, el sueño, que se
han vuelto comunes y compartidos, son diferentes en el espacio intrapsíquico y en el espacio grupal; pierden una parte de su valor subjetivo, pero adquieren otros valores intersubjetivos, transindividuales, para dejar jugar y aparecer
sólo la función que cumplen en el grupo o la estructura que
servirá para unir emplazamientos determinados por el grupo. Estos difuminados y estas trasformaciones, estas reducciones de la singularidad, no por eso conllevan la abolición
de los rasgos que los dotan de una realidad psíquica para los
sujetos singulares. Desconocidos por ellos, constituyen en el
grupo una parte de ellos mismos devenida inconciente: les
hace falta para mantener la continuidad entre el yo (Je) y el
sujeto del grupo, y precisamente sobre esta solución de
continuidad se apoya el trabajo del análisis.
Este fenómeno -lo he citado- es descrito por Freud
cuando define el abandono del ideal del yo personal en la
identificación con el caudillo, cuando insiste en la renuncia
a la realización directa de los fines pulsionales como condición del agrupamiento y de la comunidad de derecho. Aquello que es abandonado y se separa de sí para investir una
parte de sí fuera de sí, son objetos, pensamientos, modos de
cumplimiento que han constituido una parte de la realidad
intrapsíquica.
Junto a los rasgos psíquicos que tienen los sujetos cada
uno en sí mismo y en común, otras formaciones devienen comunes bajo el efecto de la identificación. Desde sus primeros trabajos, Freud puso en evidencia las identificaciones y
los síntomas comunes y compartidos entre varios sujetos
que un lazo libidinal reúne en una familia, en una pareja de
amigos (el sueño de la carnicera) o en un grupo de íntimos
(Dora). Estos fenómenos son particularmente destacados y
analizados en Psicología de las masas y análisis del yo; lo he
mencionado bajo el nombre de efecto Holofernes: cuando
Holofemes, el jefe de la armada de los Asirios, tiene la cabeza cortada porJudith, sus soldados pierden la cabeza y se
disgregan; cuando, en el pensionado de señoritas, la identificación se desplaza, bajo la influencia de la situación patógena, sobre el símbolo que ha producido uno de los yoes,
«la identificación por el síntoma llega a ser así un indicador
de un vínculo de coincidencia de los dos yo, vínculo que se
284
debe mantener reprimido» (GWXIII, pág. 118; trad. fr., pág.
170). Encontramos aquí otro argumento en favor de la noción de pactos y alianzas inconcientes.
Varios puntos de vista permitirían describir estas formaciones comunes. Los miembros de un grupo encuentran
preestablecidos y crean espacios psíquicos grupales: superficies, continentes, depósitos, enclaves, escenas, límites,
fronteras. Estos espacios son indistintamente generados
por los aportes de cada miembro del grupo, por la ligazón
de estos aportes y por el proceso del grupo, independientemente del de sus sujetos constituyentes. Aun si, eventualmente, la frontera del yo y del no-yo coincide con la frontera
del grupo y del no-grupo, en todo caso se conserva una frontera del grupo como formación del grupo.
Al término de estas proposiciones, reencontramos las
dos caras de la «psicología social» que Freud inscribía en el
campo teórico del psicoanálisis. En primer lugar, el estudio
de la gmpalidad intrapsíquica fundado por un lado sobre
las identificaciones con los otros que la red intersubjetiva
del grupo primario ha ligado entre sí y que el apuntalamiento ha naturalizado y trasformado en el espacio interno de
cada sujeto del grupo; seguramente, el grupo existe «en la
cabeza» de sus «miembros», pero también en su <<Vientre»,
su «boca», sus «ojos», su «corazón>>. En segundo lugar, el análisis de los fenómenos psíquicos que se expresan en los diferentes tipos de formaciones colectivas. Lo que se despliega
en un grupo adquiere una autonomía relativa y construye
una realidad psíquica que no contiene ni rige ningún aparato psíquico considerado aisladamente. Si la realidad psíquica pasa continuamente y de manera reversible del sujeto
al grupo, en este pasaje cambia de régimen lógico y de contenidos: la lógica y los contenidos intrapsíquicos no son idénticos a la lógica y los contenidos psíquicos grupales, que difieren además de los contenidos y de la lógica de la vida social.
Aquello que he llamado el trabajo psíquico del agrupamiento consiste esencialmente en las trasformaciones efectuadas sobre representaciones e investiduras de los sujetos
del grupo; aquí nuevamente es importante distinguir en estas trasformaciones la parte que en ello toma cada sujeto
considerado en su singularidad, según los móviles que le
son propios, y la exigencia de trasformación que impone a
285
los aparatos psíquicos individuales su ligadura en lo ~pal,
según un orden de determinación que está sometido a la
lógica de la organización, del mantenimiento y de la realización de los fines del conjunto. Es de este doble foco de
determinación, puesto en relación de correlación por el acoplamiento psíquico grupal, de donde proceden formaciones
y procesos psíquicos específicamente grupales, en la medida
en que sólo son producidos para y por el agrupamiento, para
y por los sujetos del grupo.
286
7. El inconciente y las alianzas inconcientes
Investigaciones para una metapsicología de los
conjuntos intersubjetivos
Lo he destacado lo bastante: la construcción necesaria,
sin duda arriesgada, de una metapsicología de los conjuntos
intersubjetivos permanecerá en suspenso mientras se la
siga tratando, mágicamente, con el concepto-pantalla de
inconciente «grupal». Los problemas que obedecen a esta
metapsicología no dejan de tener efecto, aunque no sean
planteados, sobre la teoría y la práctica de los grupos.
Si nos proveyéramos de esta metapsicología, sería posible precisar mejor cómo se anudan las formaciones del inconciente entre los espacios intrapsíquicos y los espacios
intersubjetivos. He comenzado a describir estos anudamientos con el modelo del aparato psíquico grupal, con los
conceptos de formaciones intermediarias y de funciones
fóricas. Otra vía de acceso, que no he emprendido en este
libro, es el análisis de las trasferencias y de los procesos asociativos en los grupos clínicos/metodológicos.
Todas estas investigaciones, teóricas, clínicas y metodológicas, nos llevan con insistencia a tomar en consideración
las formas y los procesos elementales a través de los cuales
se manifiesta la sexualidad en los grupos. Es un terreno de
investigaciones caído en el abandono tras las tesis fundadoras de Freud. Empero, sólo a partir de estas interrogaciones
se puede plantear la cuestión del inconciente en los grupos.
Sorprende que los psicoanalistas «de grupo» casi no hayan retomado esto renovadoramente: en el mejor de los
casos, las tesis de Freud han sido re-aplicadas sin trasformación, a excepción de los trabajos originales de O. Avron
(1986 y 1991) sobre la ritmicidad y la_ pulsionalidad en los
grupos de psicodrama, y de investigaciones recientes de
E. Enriquez (1992) sobre la instancia pulsional en las instituciones.1
1 En la obra de E. Enriquez (1992), cf. el capítulo 7.
287
Esta relegación por parte de los psicoanalistas de la
cuestión sexual en los grupos puede explicarse por al menos
tres tipos de causas. La más superficial sitúa la resistencia
en el campo social: se han organizado numerosas prácticas
de grupo, a partir de la década de 1960 y en la línea de las
que se llamaron las «nuevas terapias» californianas. 2 La
mayoría de ellas se estableció sobre el principio de la puesta
en acto de las pulsiones sexuales, esencialmente pregenitales, con una inflexión notable hacia las «recuperaciones»
narcisistas y autoeróticas. Estas puestas en acto eran facilitadas principalmente por la fantasía del levantamiento
grupal de las inhibiciones sexuales y por el desarrollo de los
abandonos identificatorios, de sesgo hipnótico, con gurúesterapeutas. Las cargas de investiduras narcisistas recibidas y trasmitidas en tales grupos eran tan fuertes como
artificiales, y la parte ínfima, si no nula, del trabajo psíquico
efectuado sobre las fantasías y las trasferencias ha contribuido sin duda a sostener las potencialidades adictivas, es
decir, contra-traumáticas, de tales grupos.
Una segunda razón es que el trabajo del análisis reposa
precisamente en la puesta en representación de los contenidos y de las escenas sexuales reprimidos o insuficientemente sublimados; ahora bien, el trabajo sobre esta parte escabrosa (dieses heikel Stück, escribía Freud) del vínculo social
convoca precisamente a la represión y a la sofocación: una
de las funciones de las alianzas inconcientes es asegurarlas.
La tercera razón deriva de la precedente: en los grupos
se trata de volver desconocido lo sexual, no solamente por
efecto de las alianzas inconcientes, sino también gracias a
sus desplazamientos en el lenguaje, en la ideología y en lo
religioso; en este caso, se trata a la vez de volverlo contagioso y de defenderse de ello volviéndolo contagioso y peligroso
(cf. Tótem y tabú). Se trata, pues, de producir un síntoma
compartido.
Retomar la cuestión de la sexualidad en los grupos se
presenta como una cuestión previa a toda tentativa de pen·
sar en ellos el inconciente y la posición de los sujetos que ahí
se asocian.
2 La corriente que lleva a cabo estas nuevas terapias es la del neo·
reichismo y algunos de los trabajos de Brown.
288
Formas elementales de la sexualidad en los grupos
En el estado actual de nuestras investigaciones, debemos resolver tres cuestiones.
¿cómo se trasforma la economía pulsional en los grupos,
cuál es su destino en lo sexual, el narcisismo, la destructi·
vidad?
¿cuáles son las potencialidades traumáticas de la situación de grupo, principalmente las que se asocian a los efectos de la coexitación, 3 de la seducción y del dominio, sobre la
economía pulsional, y, de modo más general, sobre la sexualidad?
¿cuáles son los efectos de esto sobre la formación rle la
realidad psíquica del nivel propio del grupo? ¿cómo y sobre
qué se producen, por el hecho de la situación de grupo, las
represiones, las renegaciones, los rechazos, las borraduras,
que forman en todos los casos la materia de la organización
y los procesos del inconciente en el grupo?
Estos interrogantes constituyen la vía de acceso privilegiada para plantear la cuestión tope del inconciente en el
estado grupal.
Lo sexual en el vínculo social y en los grupos. Las tesis
freudianas
Como parece fecundo remontarnos nuevamente aquí a
los fundamentos, comenzaré por puntualizar lo que Freud
nos propone en cuanto a la cuestión de la sexualidad y de la
seducción en los grupos. Luego proseguiré mi indagación
examinando las formas elementales de la sexualidad en los
grupos a partir de las recientes investigaciones del psicoanálisis sobre la seducción y sobre el dominio.
3 La noción de co-excitación sexual, que Freud presenta como un me-
canismo fisiológico de origen endógeno (1905), no puede ser disociada de la
cualidad de la relación entre la madre y el niño: fantasías de seducción,
actividad excitadora·paraexcitadora.
289
1>ío gínschrankung: la restricción. Rivalidad y
Jwmosexualidad
En realidad, se impone una triple restricción que podríamos enunciar con tres fórmulas, tomadas de Freud:
si están suprimidas las tendencias agresivas,
si está excluida la satisfacción sexual directa, y
si ha tenido éxito parcialmente la sublimación en su función de desvío y de trasformación,
entonces el vínculo intersubjetivo puede organizarse en la
forma de un grupo.
.
Sí están suprimidas las tendencias agresivas . .. La tesis
según la cual la hostilidad es primero, y ella conduce al asesinato, después a la ternura, después al arrepentimiento,
después a los efectos del arrepentimiento sobre la religión,
el código moral y la organización de los grupos, es una tesis
enunciada desde Tótem y tabú (1912). Es decir, mucho antes
de la introducción del postulado de la pulsión de muerte:
«Bien mirado, la victoria quedó para las tendencias que habían impulsado el parricidio. Los sentimientos fraternos sociales (die sozialen Brüdergefühle), en los que reposa el gran
trastorno (el paso de la Horda al Grupo), ejercen desde entonces y por largo tiempo una profunda influencia sobre el
desarrollo de la sociedad» (GWIX, pág. 176). De allí resulta
la prohibición de matar al tótem, la prohibición fundada
socialmente de matar al hermano, la santificación de la sangre común y la consolidación de la solidaridad entre todas
las vidas del mismo clan.
Once años más tarde, en El yo y el ello (1923), se sostiene
la misma tesis, pero enriquecida con la profunda reflexión
sobre la pulsión de muerte. Freud escribe: «Los sentimientos sociales se adquirieron cuando se hizo necesario dominar la rivalidad que subsistía entre los miembros de la generación joven» (GWXIII, pág. 265; trad. fr., pág. 250). Más
adelante precisa: «los sentimientos sociales nacen en el individuo como una superestructura que se eleva por encima
de las nociones de rivalidad celosa hacia los hermanos y
hermanas. Como la hostilidad no puede ser satisfecha, se
produce una identificación con aquel que era antes el rival.
Observaciones hechas en casos leves de homosexualidad
290
concurren a apoyar la suposición según la cual esta identi·
ficación, también ella, es el sustituto de una elección de oh·
jeto tierna que ha tomado el lugar de la actitud agresivohostil» (GWXIII, pág. 266; trad. fr., pág. 250).
La materia de la identificación está allí, en esta trasfor·
mación de los sentimientos de rivalidad en un amor por el
objeto antes odiado. Siempre en El yo y el ello, Freud escribe: «En la génesis de la homosexualidad, pero también en
la de los sentimientos sociales desexualizados, la investigación psicoanalítica llega a enseñarnos sólo la existencia de
sentimientos de rivalidad violentos y que inducen una ten·
dencia agresiva; sólo una vez que han sido dominados, el objeto precedentemente odiado llega a ser el objeto amado, o la
materia de una identificación» (GWXIII, pág. 272; trad. fr.,
pág. 257).
La tesis ya se formula en 1922 en el artículo Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad. La tesis de Freud es que la homosexualidad
y los celos se generan a partir de una rivalidad dominada y
de una propensión agresiva reprimida. Homosexualidad y
celos son «resultados del complejo materno» contra los ri·
vales (hermanos mayores). Esta rivalidad induce actitudes
intensamente hostiles contra los hermanos y hermanas.
Pero bajo la influencia de la educación, y a consecuencia
de «su persistente impotencia (para realizar los deseos de
muerte)», estas mociones son reprimidas y estos sentimientos son trasformados, de tal modo que «los ex rivales
llegan a ser los primeros objetos de amor homosexuales».
Freud comenta: «Un desenlace tal de la ligazón con la
madre presenta numerosas relaciones interesantes con
otros procesos, principalmente con una amplificación del
proceso que conduce a la génesis individual de las pulsiones
sociales». Seguramente: los trabajos realizados después de
Freud no han hecho sino confirmar esta equivalencia del
grupo y del complejo o de la imago maternos y la importan·
cia que reviste en la movilización del complejo fraterno la
relación con el doble narcisista homosexual. Freud precisa:
«existen en primer lugar mociones de celos y de hostilidad
que no pueden alcanzar la satisfacción, y los sentimientos
de identificación, de naturaleza tanto tierna como social,
nacen entonces como formaciones reactivas contra los im·
pulsos de agresión reprimidos» (GWXIII, pág. 206; trad. fr.,
291
pág. 280). Precisa aún, como un calderón: «Desde el punto
de vista psicoanalítico, estamos habituados a concebir los
sentimientos sociales como sublimaciones de posiciones de
objeto homosexuales» (GWXIII, pág. 207).
Si está excluida la satisfacción sexual. .. Aunque las
tendencias agresivas deben ser suprimidas y se trasforman,
por trasformación en lo contrario y por identificación con el
agresor, en sentimientos tiernos desexualizados, es impor·
tante también tomar en cuenta que la relación amorosa que
Freud sitúa en el centro de la estructura libidinal de los lazos de identificación entre los miembros de un grupo ex·
cluye la satisfacción sexual. El modelo de referencia es el de
la relación hipnótica: «La relación hipnótica es un abandono
amoroso ilimitado que excluye la satisfacción sexual; en el
enamoramiento, en cambio, esta es rechazada por un tiempo y permanece, en el trasfondo, como fin ulteriormente po·
sible» (ibid., trad. fr., pág. 180).
El hipnotizador juega el mismo papel que el jefe primiti·
vo; el caudillo es un hipnotizador: «como el caudillo, como el
jefe primitivo, el hipnotizador ha ocupado el lugar del ideal
del yo(...) es el objeto único, al lado de él ningún otro objeto
cuenta(... )» (GW XIII, pág. 126). Para explicar esa relación, Freud recurre a esta célebre fórmula: «La relación hipnótica es una formación de masa de dos» (eine Massenbildung zu zweien). Como el jefe primitivo, posee la fuerza (el
mana) que simultáneamente atrae y pone en peligro a los
que lo tratan de cerca (cf. Tótem y tabú). Lo que Freud aporta como modificación de su teoría es precisamente esto: que
el caudillo-hipnotizador se pone en el lugar del ideal del yo.
En esta puesta en el lugar de y en esta trasformación des·
prendedora está lo esencial del movimiento de la identificación, del apuntalamiento y de la sublimación.
El paciente se comporta, con respecto al hipnotizador,
como los miembros de la horda con respecto al padre y a la
superpotencia peligrosa: potencia sexual, potencia de la mirada, potencia de la palabra.
Esta puesta en el lugar del ideal del yo de un objeto omnipQtente puede entenderse como un movimiento hacia lo
impersonal, hacia la asujetalidad. También puede entenderse como movimiento sexual, de introyeccwn. Ante la superpotencia del padre, sólo se puede tomar, dice Freud, una
actitud pasiva y masoquista. El sujeto en el grupo es nueva-
292
mente instado a tomar esta posición pasivo-masoquista.
Como el infans, está en dependencia, debe soportar; así se
ve llevado regresivamente a su posición en el masoquismo
primario. Del mismo modo como el infans soporta la dominación y se somete a ella, necesariamente, por incapacidad,
los miembros del grupo soportan esta dominación, la buscan, la aceptan, necesariamente, para ser-juntos, y algunos
de ellos obtienen de esta alienación un goce sexual. El masoquismo secundario, la necesidad de sumisión con su componente erótico, se excitan de manera notable en los grupos,
junto con sus correlatos: la tendencia a la autodestrucción,
la afición al sacrificio y las satisfacciones libidinales a ellas
asociadas.
El modelo de la hipnosis, que caracteriza a la relación
dual primitiva, lleva a representarse de este modo las for·
mas primitivas de la sexualidad en los grupos: en la relación
con el jefe, aun si la reunión abarca a un gran número de
personas, todo se organiza como si se tratara de una relación dual. Eugene Enriquez ha destacado esta característica: «Los individuos no deben poder considerarse como seres aparte, caracterizados personalmente, sino sólo como
fragmentos de la multitud o, más exactamente, como los
elementos de un mismo ser con quien el jefe ha trabado
relaciones sexuales. En cierto sentido, el jefe hace el amor
con cada uno (de sus subordinados)» (1983, pág. 78).
Estas proposiciones no contradicen la oposición que establece Freud desde El malestar en la cultura entre la pareja y el grupo: los lazos eróticos de pareja son los obstáculos
al lazo social colectivo. Todo sucede como si se despertara
entonces, por los lazos de pareja, la sexualízación siempre
latente de las pulsiones libidinales y agresivas.
Si ha tenido éxito parcialmente la sublimación. .. En
más de un pasaje Freud insiste en el hecho de que «las tendencias sexuales son extraordinariamente plásticas. Pue·
den remplazarse recíprocamente; una de ellas puede asumir la intensidad de otras(... ) las tendencias parciales de
la sexualidad, así como el instinto sexu.al que resulta de su
síntesis, presentan una gran facilidad para variar su objeto,
intercambiar cada uno de sus objetos por otro más fácilmente accesible. Esta propiedad opone una fuerte resistencia a la acción patógena de una privación por el rehusamiento (einer \krsagung)» (GWXI, pág. 358).
293
La sublimación es el proceso y el resultado de esta trasformación: «Entre los factores que oponen una acción por
así decir profiláctica a la acción nociva de las privaciones
por el rehusamiento (die Versagungen), existe uno que ha
adquirido una particular importancia cultural; consiste en
que la tendencia sexual, habiendo renunciado al placer parcial o al que procura el acto de procreación, lo ha remplazado por otra meta que presenta con la primera relaciones
genéticas, pero que ha dejado de ser sexual para devenir
social. Damos a este proceso el nombre de "sublimación" y,
obrando así, nos sumamos a la opinión general, que acuerda
un valor mayor a los fines sociales que a los fines sexuales,
los cuales son, en el fondo, fines egoístas» (GWXI, pág. 358;
trad. fr., pág. 325).
Este punto de vista, expresado en 1916 en las Conferencias de introducción al psicoanálisis, será matizado en 1923
en el artículo Teoría de la libido, no en el párrafo que Freud
dedica a la sublimación, sino en los que dedica a la pulsión
gregaria y a las tendencias sexuales inhibidas en su meta.
Cito íntegramente los dos párrafos que resumen y precisan
la posición de Freud:
«LA PULSIÓN GREGARIA. Desde diferentes lados se ha afirmado
que hay una "pulsión gregaria" particular, innata y no suscep·
tibie de ser descompuesta, que determina el comportamiento
social de los hombres y que empuja a los individuos a reunirse
en comunidades cada vez más amplias. El psicoanálisis no puede dejar de contradecir esta afirmación. Por innata que pueda
ser la pulsión social, se deja retrotraer a pesar de todo sin dificultad a investiduras de objetos líbidinales en el origen, y se desarrolla en la infancia del individuo como formación reactiva a
posiciones de rivalidad de naturaleza hostil. Descansa en un
tipo particular de identificación con el otro.
TE."JDENCIAS SEXUALES DE META INHIBIDA. Las pulsiones sociales pertenecen a una categoría de mociones pulsionales que no
merecen todavía ser llamadas sublimadas, aunque se aproximen a ello. No han abandonado sus metas directamente sexuales, sino que resistencias internas les impiden alcanzarlas, se
contentan con aproximarse de algún modo a la satisfacción e
instauran por eso mismo lazos particularmente sólidos y durables entre los hombres. De este tipo en particular son las relaciones de ternura --en el origen plenamente sexuales- entre
padres e hijos, los sentimientos de amistad y los lazos sentimentales en el matrimonio, nacidos de una inclinación sexual».
294
De es1:e modo se reafirma la primacía de las posiciones
de rivalidad de naturaleza hostil, se pauta la suer1:e de la
Herdentrieb y se sostiene que las pulsiones sociales no están
enteramente sublimadas, por la razón capital de que «no
han abandonado sus metas directamen1:e sexuales». Si tomamos como cri1:erio para la sublimación las tres características que Freud le reconocía en 1923, la desexualízac1ón
de la pulsión, la modificación de la relación con el objeto, la
restauración de la integridad narcisista del sujeto, debemos
admitir que el grupo es la experiencia de la reactivación de
es1:e proceso incompleto e inestable. Durante largo tiempo
hemos preferido considerar que la cuestión de la sexualidad
era regulada por la sublimación y nos habíamos olvidado de
que las pulsiones sociales no han abandonado sus metas directamente sexuales. Esto se hace particularmente manifiesto en los grupos organizados por un dispositivo de análisis, que desencadenan movimientos regresivos y favorecen
el retorno de las metas «directamente sexuales», pero también la formación de las alianzas, pactos y contratos que
propenden a su realización parcial o, por el contrario, a su
supresión, o aun a su sublimación. No obstan1:e, en los grupos «naturales», la privación por el rehusamiento es siempre objeto de una evitación. De hecho, es necesario seducir,
suscitar la adhesión y gozar unos por otros, en reciprocidades tolerables y que provean satisfacciones suficientes.
El abordaje psicoanalítico de los grupos nos enfrenta a
esta paradoja: el principio fundamental de la resistencia social al psicoanálisis -y recordamos que Freud lo afirma tajantemente en las conferencias de 1916-1917- es de la misma naturaleza que la principal resistencia psíquica que se
desarrolla en los grupos, pero idéntico también al que los
psicoanalistas que trabajan en situación de grupo desarrollan cuando «olvidan» la sexualídad: la organización de una
defensa poderosa para que no se revelen los «fundamentos
escabrosos», es decir, sexuales, sobre los que descansan el
vínculo intersubjetivo y los conjuntos que ellos forman. Los
vínculos «sólidos y duraderos entre los hombres>> podrían
muy bien establecerse sobre la base de un pacto denegativo
cuyo objeto sea el fundamento psicosexual del inconciente.
En la medida en que la sublimación sólo opera una desexualización limitada, no modifica enteramente la relación
con el objeto y no restaura sino parcialmente la integridad
295
narcisista del sujeto, su resultado inestable e incierto deja
abierta la vía a los retornos del amor homosexual en proyecciones odiosas, persecutorias y megalomaníacas sobre
los rivales, a menos que otros grupos sean su blanco, lo que
tiene la ventaja de preservar la unidad del grupo y los
vínculos fraternos, por deflexión sobre el doble. He ahí, lo
sabemos, la clínica ordinaria de la sexualidad en los grupos.
¿ne qué sexualidad se trata y cuál es su modelo? La toma en consideración de las investigaciones contemporáneas
sobre la seducción, sobre el dominio y sobre el traumatismo
puede hacernos avanzar en una dirección más precisa, que
profundiza el modelo del hipnotizador. Pero, sobre todo, estas investigaciones se apoyan en un dispositivo de grupo
estructurado metodológicamente, del que Freud no disponía.
Excitación, seducción, traumatismo en los grupos
Retomaré aquí el análisis de los datos morfo-estructurales del grupo y los examinaré especialmente en la situación
inicial, cuando se opera el pasaje de lo colectivo (de lo serial)
al agrupamiento: en ese caso, lo que se impone es la prevalencia de las relaciones de excitaciones y de para-excitaciones. Esta prevalencia me ha llevado a proponer un modelo traumático del agrupamiento.
La afinidad del grupo, del traumaüsmo psÚ]uiro y de /,a
cnszs
La coexcítación pulsional y la seducción. La situación de
grupo de no· íntimos ubica a cada sujeto ante una pluralidad
de objetos desconocidos, no identificados, susceptibles de
adquirir los valores del Otro que Freud describe en la introducción de Psioología de las masas y análisis del yo: objeto,
modelo, adversario, auxiliar, pero también continente.
A. Missenard (1972) describió en tales grupos la urgencia identificatoria como invención defensiva del sujeto contra la desorganización transitoria de la estructura de las
identificaciones del yo. Diré, por mi parte, que esta precipi·
tación identificatoria es una primera tentativa de resolu-
296
ción de la crisis nacida del encuentro violento entre un exceso de objetos extraños y el yo momentáneamente privado
de sus apoyos constituyentes. Reviste los aspectos de una
adhesión, de una proyección o de una incorporación, cuyo
destino será confrontar al sujeto con sus modalidades anteriores de identificación, y principalmente con sus introyecciones vueltas inoperantes a causa de su fragilidad.
La inyección de un objeto de identificación en urgencia
implica esta doble valencia paradójica: es una solución anticrítica generadora de crisis ulteriores. Por eso estoy de
acuerdo con A. Missenard en pensar que una buena parte
del trabajo psíquico en los grupos conducidos según un
dispositivo psicoanalítico reposa en esta modificación de las
identificaciones.
He destacado, hace ahora más de veinte años, las cualidades coexcitadoras acumulativas, con potencial efecto
traumatógeno, de la presencia plural simultánea y frontal
de los sujetos en un grupo. Esta multiplicidad se representa
en la psique como la multiplicidad desordenada y desorganizáda de las pulsiones parciales y como otros tantos encuentros violentos, hiperexcesivos, con los objetos correspondientes: el «grupo» es una boca, un seno, un vientre, un
ano, una máquina, un cuerpo fragmentado, un pene, etc.
D. Anzieu y yo hemos explorado estas representaciones,
renunciando a un inventario exhaustivo y a abordar por
medio del control la crisis de la representación que suscita
el encuentro con el grupo.
Según esta perspectiva, el grupo es un escenario de la
seducción multilateral y polimorfa: cada uno intenta despertar en los otros una excitación excitante para él mismo y
a la vez defenderse de los aspectos peligrosos de estas tentativas; cada uno es movilizado en la representación inconciente de que él es causa del deseo que pone en movimiento
la excitación en el otro, desconociendo entonces la suya propia, y cada uno, según los términos de las representaciones
y de las movilizaciones afectivas que le imponen su estructura y su historia, está en una relación crítica entre su experiencia de la excitación y el sentido sexual de esta para él.
Dicho de otro modo, cada uno se ve llevado a enfrentar las
singularidades de su historia traumática, las resoluciones
sobrevenidas en la resignificación y las estasis libidinales a
la espera de desenlace.
297
El grupo es una formidable caja de resonancia de estos
efectos de coexcitación. La constitución del grupo como objeto es en primer lugar la de un continente de los representantes pulsionales. En segundo lugar, cuenta que el grupo
dispone de «continentes de pensamiento»4 para constituir
representaciones de la excitación y de sus efectos sobre el
escenario del grupo. Estos continentes de pensamiento son
precisamente los organizadores inconcientes del agrupamiento, especialmente las fantasías originarias.
Cuando comencé a interesarme en este problema de la
excitación, lo abordé primeramente bajo el aspecto de la
afinidad del grupo y de la histeria; 5 el análisis del grupo con
Olga y Carlo me había servido de hilo conductor. Indiqué
entonces que el grupo se desarrollaba, en su propiedad histerógena, por la puesta en representación de la seducción en
el interior de él mismo y de todos, facilitando un escenario
espectacular para esta representación en la que el héroe,
porta-síntoma metonímico, es la histérica misma. Prevalecen allí los emplazamientos subjetivos complementarios del
ver y de lo visto, de la sumisión y de la dominación, de la humillación y de la elevación, las apuestas conflictivas de la
bisexualidad. Indicaré hoy que esta sexualización «de urgencia» es una seudo sexualización: es, en los grupos, una
defensa contra la excitación traumática, una contrainvestidura nacida del trauma psíquico instalado en la infancia.
Esta puesta en representación de las apuestas neuróticas de la seducción coexiste con representaciones negativas y angustias ligadas a los traumatismos precoces, asociados a la génesis de la imagen del cuerpo y a la problemática
pre-especular. Probablemente estos sean los componentes
que me atrajeron hacia el análisis de los grupos amplios. 6 El
problema es no ceder al anonadamiento que ejercen, también sobre los analistas, los efectos arcaizantes de esta coexcitación traumática, y sostener los componentes neuróticos de la crisis.
4 B. Gibello ha expuesto sus trabajos sobre los continentes de pensamiento en 1989.
5 Cf. mi artículo sobre el grupo y la histérica (1985). Más recientemente,
he desarrollado el análisis sobre la afinidad entre grupo y traumatismo en
un artículo aparecido en 1991.
6 Entre los trabajos psicoanalíticos sobre los grupos amplios, cf. las investigaciones de P.-M. Turquet (1974), A. Bejarano (1974), D. Anzieu
(1974), R. Kaes (1974, 1976), R. Springrnann (1976).
298
El grupo y el erotismo traumático de la piel (Sébastienne
y la trasmutación masoquista de la excitación). Quisiera dar
cuerpo a esta cuestión relatando un pasaje de una cura individual.
Después de varios años de análisis, Sébastienne me habla en
el curso de una sesión acerca de su experiencia en los grandes
grupos: hablando en voz baja y entrecortada por numerosos
silencios, se pone a sollozar, tiene frío: «Todo ese exceso, todos
los ojos que me miran, como si toda presencia fuera un llamado
en todas esas direcciones( ...) esto me recuerda las cosquillas
de mi padre cuando era pequeña(...) Después estaba invadida de hormigas en mi interior, y eso me volvía, esta impresión,
cada vez que estaba en los grupos, sobre todo los grandes grupos (... ) debía estar allí por mi trabajo y era muy inquietante
haberme metido en un grupo grande sin protección>>.
Antes de su cura, ella había hecho también numerosas experiencias de grupo (grito primal, guestalt, masajes, psicodrama
grupo-maratón): «Cada vez iba para intentar conjurar este temor, este miedo(...) El grupo me enloquece, me perturba, igual
que las cosquillas rompe la burbuja donde me encontraba, no
podía soportar más (...) En grupo, era indispensable que yo
intentara romper la burbuja por la fuerza; cuando alguien me
ponía en esta situación, había verdaderamente un sadismo».
Después de un silencio más largo, precisa con una voz más profunda: «En realidad, creo que hoy es más bien esta cuestión lo
que me vuelve: ¿qué hacía yo ahí? O más bien, ¿qué me hacía yo
ahí?( ...) es como si alguien me hubiera arrancado la piel. Esto
me recuerda que, cuando era adolescente, me lastimaba con ramas de acebo el vientre; era una búsqueda extremadamente intensa de sensación, lo contrario a una caricia, pero en todo caso
eso hacía existir, y en los grupos es eso también lo que volví a
buscar: existir en ese nivel, en el límite de la dislocación... ».
En la sesión siguiente, retoma su elaboración, tras un sueño en
el que se había representado atacada en su cuna: «Me ha sido
indispensable esta larga familiarización con la cura para que
pudiera hablar de esto, es un poco como si hubiera sido necesario que me pusiese a la búsqueda de una armazón, de un
ritmo, como un bebé que se apega a cualquier cosa firme. Con
las hormigas, las cosquillas, con los grupos, tenía miedo de
derretirme, de desaparecer; pero también se puede decir
"derretirse de placer", las hormigas eran demasiado placer... ».
En estos fragmentos de sesión, coexisten diferentes modelos
de la sexualidad, como coexisten en los grupos: la dimensión
sexual genital aparece allí menos que las formas más elemen-
299
tales de la sexualidad, la excitación incontenible de lo erótico
de la piel, la seducción primitiva y el dominio del grupo como
objeto de contrainvestidura traumática. De este primer modelo hago derivar otros dos modelos de inteligibilidad de las formas elementales de la sexualidad en los grupos.
El modek> de /,a seducción
Partiré de los trabajos de Jean La planche (1987) sobre la
seducción, teoría que él sitúa en el centro de sus nuevos
fundamentos para el psicoanálisis. Laplanche ha despejado
y puesto en evidencia los dos modelos de la seducción que
prevalecen en Freud: una forma llamada «restringida»,
traumática, de la seducción, que se presenta bajo el efecto
de una violencia ejercida sobre un niño dependiente e impo·
tente, y una forma «generalizada», inherente a la condición
de la infancia humana en su impotencia original y en su
dependencia con respecto a los cuidados maternos. Laplanche ha dado a la problemática freudiana de la seducción un
valor fundador en la medida en que le asigna el valor de una
fuente permanente de dolor y de falta en la psique: fuente
abierta precisamente por la Versagung, lo que Laplanche
traduce por «refusement», es decir, la privación y la falta
establecidas en el sujeto por el rehusamiento [refUs] ma·
terno a ser el objeto del deseo del infans.
En un notable comentario de los trabajos de J. Laplanche, y acerca de las relaciones del secreto y de la seducción,
J. Lanouziere (1991) ha señalado la utilidad de distinguir
dos sentidos de la palabra seducción: el encanto, el atractivo
que ejerce una persona o una cosa (en Freud: Verlockung o
Reiz) y la excitación sexual de efecto traumático inmediato o diferido (Verführnng, Verführnngstheorie). Ella ha puesto
en evidencia la doble alienación sobre la cual descansa la
relación de seducción; ha mostrado que estos modos de alienación recíprocos proceden de mecanismos diferentes: la
seduccíón traumática de un niño por un adulto tiene un
efecto de alienación en la medida en que resulta de la intru·
sión violenta de la sexualidad de un adulto en el universo
representacional y somático del niño; esta intrusión produce, en el desconcierto y el desamparo que la presiden, la repetición y la identificación con el agresor como medio de
superar el choque traumático.
300
J. Lanouziere puso en evidencia, como lo ha hecho igualmente D. Sibony, esta cadena de la seducción en la cual todo
seductor es un seducido con anterioridad. Estas observaciones nos resultan particularmente valiosas cuando debemos
explicar la posición inaugural del fundador o del jefe en los
grupos; en cierta manera, el grupo es, como toda relación
intersubjetiva, el escenario de esta repetición y de esta trasmisión.
La seducción primordial por la madre corresponde a otra
apuesta y es de otra naturaleza. La seducción aparece aquí
como la búsqueda de una unidad narcisista anterior, perdida en el momento de la seducción inicial: «La seducción no
sería en ese caso -escribe J. Lanouzfore (op. cit.)- sino
una tentativa de reapropiación de lo infantil antes de la cesura marcada por el adulto seductor, o al menos una tentativa de reencontrar la unidad original perdida, y superar
la seducción vivida apres-coup como tal en el momento de la
defusión narcisista».
Estas observaciones son interesantes para nosotros en
la medida en que por este sesgo, que insiste en la completud narcisista perdida de la pareja, el grupo aparece ya
sea como el escenario de la unidad narcisista reencontrada,
ya sea como el reencuentro del objeto narcisista fálico, antes
de la Yersagung. El grupo como objeto, o cualquier objeto
parcial que represente lo que él representa, puede venir al
caso: el jefe, la idea «capital» o la «causa», o el niño maravilloso, o la falla fascinante de la contrainvestidura.
Podría proponerse sobre estas bases, y al lado del modelo
winnicottiano privilegiado por D. Anzieu, una nueva lectura
de la ilusión grupal fundada en la apuesta de la seducción:
se trataría aquí de una doble seducción, simétrica, mutua,
en la que se confunden seducido(s) y seductor(es) que no forman sino un solo ser, por un movimiento de identificación
mutua, en el que se puede implicar la fantasmática de la
bisexualidad. Pero encontramos ante todo aquí la identificación narcisista del niño con la fuente de placer y de excitación; esta identificación está determinada por el deseo del
niño de apropiarse de las fuentes de esta seducción para seducir a la madre: se trata para el niño de excitarla como ella
misma lo excita y seduce.
De este modo pueden reinterpretarse algunos procesos
puestos en evidencia en los grupos. Por ejemplo, la noción
301
du identificación en urgencia se puede precisar como una
forma de la identificación con el agresor en el caso de la
seducción traumática. El grupo conlleva siempre esta dimensión. Podemos igualmente seguir los efectos del masoquismo secundario en la necesidad de sumisión al seductor,
donde el componente erótico y la satisfacción libidinal se
asocian a las tendencias destructivas.
Lo había señalado precedentemente a partir del texto freudiano: la colocación en el lugar del ideal del yo de
un objeto omnipotente produce en el sujeto bajo seducción
un retorno a la posición pasivo-masoquista y a la dependencia del infans. No es sólo -ahora lo sabemos un poco
mejor- el caudillo quien ocupa esta posición de hipnotizador: el grupo mismo como objeto puede desempeñar esta
función; no nos sorprendería encontrar en la vida social y
política numerosos ejemplos de esta alienación mutua de
los miembros del grupo por el grupo hipnotizador, o por un
jefe fetiche.
Notas sobre el modelo del dominio
El replanteo de los trabajos sobre el dominio, después de
un largo tiempo de letargo, debe mucho, en Francia, a las investigaciones de R. Dorey, de F. Ganthéret y de P-C. Racamier. El informe redactado por P. Denis en el Congreso de
lenguas romances (Roma, mayo de 1992) se tituló «Dominio
y teoría de las pulsiones». A. Ferrant sostuvo en el mismo
año una tesis sobre «los destinos psíquicos del dominio».
A Ferrant da a esta noción una función decisiva porque
sitúa el trabajo del dominio en el fundamento del aparato
psíquico y del vínculo intersubjetivo: decir que el vínculo se
constituye por medio del dominio sobre el objeto es decir que
el dominio apunta a la satisfacción pulsional por medio del
objeto. Ferrant distingue el dominio constitutivo del dominio obligatorio. El primero describe la acción del niño que
ejerce una violencia sobre el entorno y su objeto; supone dos
condiciones: una experiencia de satisfacción y la capacidad
del entorno de auto-trasformarse para satisfacer al niño. El
dominio integra en ese caso la capacidad auto-trasformadora del entorno. Conduce a la ligazón de la excitación (consecutiva sea de la presencia sea de la pérdida del objeto) con
302
representaciones del objeto. Cuando, por el contrario, la
satisfacción es insuficiente y el entorno no es auto-trasformable, y si el monto de excitación consecutiva a la presencia
o a la ausencia no ha podido ligarse a representaciones del
objeto, se establece el dominio obligatorio como recurso
frente a la excitación; conduce a una dominación drástica, a
un forzamiento del objeto o, en el caso de la anoréxica estudiada por Ferrant, del yo del sujeto. Lo que parece estar en
debate aquí es que el objeto no encuentra el tope que le
opondría otro o, si se trata del conjunto, más de un otro.
El dominio es una condición de la constitución del vínculo y supone una doble dialéctica: una dialéctica de lo intrasubjetivo y de lo intersubjetiva, y tenemos el ejemplo de esto
cuando se instala por defecto de los autoerotismos y por
defecto del tope del otro del objeto; pero supone también una
dialéctica de la conflictividad entre «la tendencia apresentar apego al objeto primero y la tendencia a despegarse de él
para desarrollar un dominio sobre el mundo y nuevas ligazones». M.-C. Célérier destacó esta segunda pareja dialéctica, y, en la línea de las investigaciones de P. Aulagnier, la
relacionó con la función de para·desinvestidura que cum·
pliría la defensa por el dominio. La defensa por el dominio
protegería de una trasformación de la relación de apego
que, al reactualizar un estado de desamparo original, po·
dría acarrear una desinvestidura global del mundo y de sí.
Tal vez es posible concebir otra pareja dialéctica, entre el
dominio pasivo que sufre el sujeto-objeto sobre el que se
ejerce el dominio y el dominio activo, penetrante, fálico, que
se ejerce a partir del sujeto sobre el objeto de dominio. Aquí,
nuevamente, la clínica de los grupos y la clínica de los sujetos en el grupo nos muestran toda la pertinencia de estas
formas primitivas y elementales de la sexualidad.
Dominio y seducción
Volvamos a la seducción y a sus relaciones con el domi·
nio, es decir, a la seducción como medio del dominio sobre
otro; por ser unilateral y, por este mismo hecho, violento, el
dominio traumático tiene valor de seducción traumática;
se puede decir además que algunas formas patógenas de
seducción se organizan en el campo del dominio. P. Denis
303
(1991, pág. 80) analiza así esta relación: «El sujeto actor de
esta forma de dominio busca establecer un modo relacional
fundado en el ejercicio de un poder permanente y sin límites
sobre el otro, sin límites morales, sin prohibiciones ni barreras de ningún tipo. Los otros no deben ser sino instrumentos destinados a jugar y sobre todo a volver a jugar activamente para el sujeto sus propios traumatismos». Esta proposición corresponde tanto a la relación adulto-niño como a
la relación entre miembros de un grupo.
El abuso violento de los adultos sobre los niños, el «asesinato del alma» cuyo funcionamiento ha ilustrado L. Shengold apartir del caso de G. Orwell (citado por P. Denis), es
evidentemente uno de los motores del dominio que ejercen
los miembros pen•t1rsos sobre los miembros que se alienan a
esta servidumbr,~ consentida. Paul Denis lo precisa así: «El
drama de la seclucción se funda en la complicidad inconciente pero ineluctable del sujeto "seducido"; este asentimiento incon,•iente produce un efecto disolvente sobre el
yo, porque el principio de placer se mantiene en detrimento
del principio de realidad, y la excitación se ve reforzada en
detrimento de los medios psíquicos y de los medios de dominación que permiten tratarla(...) En todos los casos, la
seducción traumática, medio de dominio y de poder sobre
otro, implica de parte del seductor el rehusamiento del tercero, su eliminación, es decir, el rehusamiento del Edipo
fundado en la prohibición del incesto» (op. cit., pág. 81).
Así quedan abolidas las grandes diferencias organizadoras: diferencia de las generaciones, de los sexos, de la sexualidad madura y de la sexualidad inmadura, del mundo
interno del sujeto y del mundo interno del otro. En los casos
en que predominan la renegación de alteridad (G. Pragier,
citado por P. Denis) y el registro de la perversión, la pulsión
sexual se pone al servicio del dominio.
La seducción y el dominio narcisistas que P.-C. Racamier
ha estudiado desde 1980 deben distinguirse de las formas
de dominio y de seducción dirigidas a la satisfacción pulsional a través del objeto. Seducción y dominio narcisistas
no procuran sino la instauración de un estado de unión
absoluta. -«La entiendo -escribe Racamier-7 como un proceso activo, poderoso, mutuo, que se establece en el origen
7 Citado por P. Denis, 1991, pág. 81.
304
entre el niño y la madre, en el clima de una fascinación mutua básicamente narcisista. En la base de esta seducción:
una fantasía de unísono, de completud y de omnipotencia
creativa. Una divisa: "Juntos al unísono, hacemos el mundo, a cada instante y por siempre"; esto no es solamente en
la fantasía. Pasa por los cuerpos. Sus instrumentos son la
mirada y el contacto cutáneo». Esta seducción narcisista,
comenta P. Denis, implica todos los elementos que llevan a
la formación del aparato de dominio: «proceso activo, poderoso, mutuo», «fascinación mutua» e invocaciones de los
medios puestos en práctica, «la mirada, el contacto cutáneo». Pero es sobre todo cuando la madre busca «eternizar»
esta relación cuando aparece el dominio: «Será necesario
que su niño la complete o más exactamente que siga siendo
parte integrante de ella misma, a título de Órgano vital. Esta madre pretende pues reincluir al niño en ella misma de
una vez para siempre: este niño narcisistamente seducido
debe ser como si no hubiera nacido. No es necesario que
opere este segundo nacimiento que es el nacimiento psíquico; no es necesario que crezca; que piense; que desee; que
sueñe» (P.-C. Racamier, 1989).
Este dominio total es el de los «equivalentes de incesto
-:--escribe Racamier-: la seducción narcisista, por vía del
incesto se aproxima, con el paso de los años, a la seducción
sexual». Pero se constituye sobre la privación de la privación y de la falta, por defecto del rehusamiento materno.
La hipótesis del inconciente en el grupo
Sumario de las direcciones de investigación
Repasemos brevemente las hipótesis en las que hemos
fundado nuestra argumentación a propósito de la cuestión
del inconciente.
Supuse, apoyándome en el texto de Freud y sus sucesivas elaboraciones, una concepción politópica del inconciente. El espacio intrapsíquico individual ya no es concebido
como el lugar exclusivo del inconciente. Señalé que la idea
de una tópica deslocalizada, intersubjetiva, fue introducida
305
por Freud a partir del momento en que la cuestión de la
trasmisión psíquica se planteó no sólo en la escala de varias
generaciones, sino también en la sincronía de los sujetos
que forman pareja, familia o grupo. Estas aperturas y deslocalizaciones de la tópica individual del inconciente son parte integrante de la reelaboración de la segunda teoría del
aparato psíquico. Indiqué que algunos de estos elementos
estaban ya en vías de gestación desde la primera tópica, y
principalmente en los años que precedieron justamente a la
redacción del artículo sobre el inconciente (1915), donde,
precisamente, esta apertura no es explicitada. Pero disponemos, desde esa época, de una teoría amplia del inconciente, la que hace lugar a la cuestión de lo originario, y de
una teoría más restringida, la que toma en consideración la
cuestión de la trasmisión del inconciente.
Estas dos aperturas exploran el eje diacrónico de la formación del inconciente. El método grupal y el abordaje grupal de la psique exploran más precisamente su eje sincrónico. He supuesto una función co-represora en el nivel del
grupo y la producción grupal de una represión. Esta hipótesis no entra en contradicción con la hipótesis vigorosamente destacada por Freud, y mantenida en nuestra perspectiva, de que la represión propiamente dicha es «en extremo individual». Lo que tomamos aquí en consideración
son las condiciones intersubjetivas de la represión.
Formulé también la hipótesis de que ciertas modalidades de la represión operaban en las alianzas inconcientes,
los pactos denegativos y los contratos narcisistas. Por fin,
me pareció posible suponer, a partir de los datos de la clínica, y principalmente a partir del análisis de los procesos
asociativos en los grupos, la existencia de modalidades del
retomo de lo reprimido que se manifiestan tributarias de la
economía, de la lógica y de la tópica grupales. Deberíamos
pues considerar una producción grupal de síntomas, en el
sentido de que el síntoma estaría también sostenido por el
lado del conjunto intersubjetivo por razones que dependen
de su lógica y de su economía propias.
306
La noción de una metapsicología intersubjetiva y la unidad
epistémica del inconciente
En estas condiciones propuse la introducción de una metapsicología intersubjetiva. 8 Su objetivo podría ser articular
las relaciones entre la doble frontera descrita por A. Green
(1982), doble frontera constitutiva del espacio psíquico: la
frontera intrapsíquica entre el inconciente y el preconciente/conciente; la frontera interpsíquica entre el sí mismo y el
no-sí mismo. El principal problema es explicar dos hechos:
que estas dos fronteras se cruzan en el adentro y en el afuera de cada sujeto y que la textura psíquica de la intersubjetividad es la condición del sujeto del inconciente.
Los principios constitutivos de esta metapsicología podrían enunciarse en los siguientes puntos:
el inconciente se manifiesta en la realidad psíquica del
agrupamiento;
el inconciente trabaja y es trabajado en la realidad psíquica del agrupamiento según una lógica propia;
ciertas formaciones y procesos psíquicos son electivamente trabajados por, y en, el agrupamiento.
El postulado fundamental que sostiene el conjunto de este edificio de hipótesis es que las formaciones y los procesos
que operan en el vínculo intersubjetivo, y principalmente en
su forma grupal, son tributarios del mismo inconciente que
es objeto teórico del psicoanálisis. Mantenemos pues la unidad teórica del inconciente. Pero estas formaciones y procesos no son los mismos que se manifiestan en el dispositivo
de la cura del sujeto singular. Destaqué en varias ocasiones
que no atribuimos interés ni sentido a calificar inmediatamente como grupal al inconciente que, en los grupos, se
manifiesta y produce sus efectos.
Debemos mantener la paradoja que consiste, por un lado, en sostener la hipótesis de una realidad psíquica propia
8 Trabajo en esta elaboración desde mis primeras investigaciones sobre
el aparato psíquico grupal. Desde entonces, varios artículos y capítulos de
obras permitieron precisar las problemáticas y dificultades: entre los tra·
bajos recientes, el estudio sobre el sufrimiento en las instituciones (1988) y
el del pacto denegativo (1987).
307
del grupo, y, por otro, en rehusarnos a calificar como grupal
el inconciente que se manifiesta en él, a fortiori cuando se
propone, como yo lo hago, considerar en este una estructura de grupo. Pero, además de que me parece más fecundo
mantenerse en esta paradoja, el estado actual de la investigación misma implica todavía numerosos puntos de incertidumbre. Mantener sobre este punto la respuesta en suspenso, evitar una taxonomía estéril, permite no disolver el
objeto teórico del psicoanálisis en otros tantos inconcientes:
grupal, familiar, institucional, colectivo... lqué sé yo? Me
parece pues más económico y más preciso, también más
exigente, mantener la unidad epistémica del inconciente y
tratar sus formaciones y sus procesos en el marco de los
arreglos específicos en que se manifiesta. Dicho de otro modo, el grupo y el agrupamiento deben ser considerados como
una de las organizaciones notables donde se constituyen, se
despliegan y se revelan algunas de sus formas, algunos de
sus lugares, algunas de sus dinámicas y de sus estructuras,
finalmente algunos de sus efectos de subjetividad. Debemos
pues considerar al inconciente en su modalidad grupal de
manifestación, y aquello que constituye la realidad psíquica
del grupo es su producto específico.
Tres hipótesis
Lo que revela el análisis de la realidad psíquica de los
conjuntos es aquello que del inconciente, en cierta manera,
escapa a la teoría del inconciente establecida sobre la sola
base de la cura.
Es posible formular tres hipótesis que corresponden al
estatuto del inconciente en el grupo. Según la primera, el
grupo es considerado como lugar de manifestación del inconciente de sus sujetos. Se trata de una hipótesis débil en
relación con las dos siguientes. La noción central es que el
grupo es escenario de la emergencia de las formaciones del
inconciente de sus sujetos. El grupo es /,a otra escena donde
se movilizan, depositan o desplazan los contenidos del inconciente del sujeto; el grupo es, por ejemplo, el lugar de la
realización de los deseos inconcientes de sus sujetos. Esta
fue la tesis de D. Anzieu. Las cuestiones que permanecen en
suspenso son las siguientes: lbajo qué condiciones y con qué
308
1
l
efectos puede el grupo ser este lugar de manifestaciones? Si
el grupo es «Una tópica individual proyectada», según la
fórmula de D. Anzieu, es necesario saber algo del destino de
estos contenidos inconcientes cuando son movilizados, trabajados, trasformados por el aparato psíquico del grupo; se
trata de conocer aquello que, de las apuestas individuales
de las formaciones del inconciente, permanece inconciente
para los sujetos en situación de grupo.
La segunda hipótesis propone considerar al grupo como
lugar del trabajo del inconciente. Suponemos aquí una realidad psíquica de/en el grupo, un espacio psíquico específico
de los procesos y formaciones del inconciente. Estas formaciones no son atributo de un sujeto, no se producen sino en
grupo. Una proposición de este género es admitida o supuesta por W.-R Bion, S.-H. Foulkes, D. Anzieu. De manera
implícita, estas posiciones aceptan más o menos la hipótesis
de la deslocalización tópica del inconciente, pero ateniéndose, casi siempre, a una comprobación y a una descripción.
La tercera hipótesis es probablemente la más audaz,
plantea al grupo como lugar de producción del inconciente;
el grupo es considerado como un dispositivo a través del
cual no solamente se determinan las producciones del inconciente individual, sino también como el lugar donde se
manifiestan las exigencias propias del conjunto como tal.
Debemos, pues, considerar configuraciones grupales del
inconciente. Son los efectos, los arreglos, las combinaciones,
las ligazones de estas formaciones los que constituyen los
sistemas inconcientes intersubjetivos y trans-subjetivos, y
necesitamos nociones y conceptos aptos para entenderlos.
El problema que permanece en suspenso es definir las relaciones que podrá establecer esta metapsicología del inconciente en situación de grupo con los enunciados metapsicológicos sobre el inconciente en el espacio intrapsíquico; ya
destaqué en varias ocasiones que las formaciones y los procesos intrapsíquicos no se comprometerían del mismo modo
en el espacio del grupo; lo he señalado a propósito de la fantasía, y puse en evidencia algunos efectos del agrupamiento
sobre las movilizaciones pulsionales y sobre las formas de la
sexualidad.
Avanzaremos en la utilización y la validación de estas
hipótesis cuando podamos preguntarnos lo que cada una de
ellas permite tratar, no solamente en el abordaje psicoana-
309
lítico del grupo intersubjetivo, sino también, en el abordaje
psicoanalítico del espacio intrapsíquico. El concepto de sujeto del grupo que propuse considerar como sujeto del inconciente pasa por la consideración de la tercera hipótesis.
Represión, reprimido y retomo de wreprimido
Una doble imposición, individual y grupal, evita tratar
el problema de la represión desde una perspectiva estrictamente individualista o completamente grupalista. Convendría introducir aun una tercera imposición, tributaria
de las condiciones colectivas de la represión, tal como se
expresan por las exigencias de la cultura, de la memoria y
del lenguaje.
Examinaré más precisamente la represión en tanto es
exigida por el conjunto grupal, tanto por la economía que le
es propia como por la economía psíquica de sus miembros,
es decir, por el interés de cada uno. En ese caso deberíamos
considerar modalidades de la represión propiamente neurótica y modalidades de la represión paradójicamente designada como psicótica por Piera Aulagnier (1984), es decir,
las modalidades que dependen de la renegación, del rechazo, del borramiento.
Sobre los contenidos de 1.a represión
Los contenidos específicos de la represión pesan sobre el
conjunto, es decir, sobre el orden de la realidad del grupo
como conjunto intersubjetiva; podernos, pues, prever que
sean las ligazones y los vínculos entre los sujetos, en su relación con el conjunto y con el grupo como objeto, los que provean lo esencial de los contenidos de la represión.
Estos contenidos estarán necesariamente en relación
con la fundación, el origen, la muerte del ancestro, la muerte o la desaparición de un miembro, por ejemplo la formación de las criptas y de los fantasmas.
310
Sobre el retorno de lo reprimido en los grupos
Lo reprimido retorna en los síntomas, sea en los síntomas individuales -y debemos considerar la problemática
del porta-síntoma-, sea en síntomas compartidos por varios sujetos, sea en síntomas de grupo: las identificaciones
se apoyan en estos síntomas en la medida en que han adquirido un valor sexual significativo, pero cuyo sentido per·
manece oculto. He tratado de este modo más específicamen·
te las ideologías y los mitos como formaciones psíquicas de
compromiso construidas por el conjunto sobre la base de la
renegación o de la represión. En todos estos casos, se trata
de modalidades del retorno de lo reprimido según el modelo
de la formación de compromiso: lo reprimido retorna en el
síntoma y se sostiene desde varios lados; la economía psÍ·
quica de cada uno exige que el síntoma sea mantenido en el
grupo. Pero lo reprimido retorna según otras modalidades
irruptivas, traumáticas, no metabolizadas.
Lo reprimido que retorna puede corresponder específicamente al grupo como conjunto o como objeto. Pero puede
ocurrir que lo reprimido corresponda más especialmente a
un miembro del grupo en la medida en que él representa
una apuesta intersubjetiva profunda. Por ejemplo, el con·
flicto intrapsíquico de un miembro del grupo moviliza por
identificación los conflictos intrapsíquicos homólogos en los
otros miembros del grupo. No se trata ahí de un síntoma
que corresponde al grupo como tal; lo que corresponde al
grupo como tal tiene por objeto al vínculo mismo; más precisamente: a las investiduras mutuas sobre el vínculo y sobre el objeto que lo representa, es decir, el grupo.
La noción de alianzas inconcientes (cf. infra) aporta al·
guna precisión sobre estos procesos de formación de sín·
tomas. En efecto, las alianzas inconcientes intersubjetivas
cumplen en el más alto grado la función de desconocimiento
que se une al síntoma. Si sólo tomarnos en consideración la
función económica y dinámica que cumple el síntoma para
el sujeto que lo produce, si nos limitaplOS por principio a
incribirlo clásicamente sólo en su historia singular y su propia estructura, nos arriesgamos a pasar por alto su valor en
la economía de los vínculos intersubjetivos. No tornamos en
consideración la investidura que recibe de parte del conjunto para cohesionar el vínculo, a un precio que paga la
311
represión de la parte que corresponde a cada uno en la
alianza.
El análisis debe dirigirse entonces al nudo intersubjetivo
en el cual el síntoma ha adquirido una parte inestimable de
su valor para el sujeto que se ha hecho su portador. Respecto de tales configuraciones yo mencionaba que el síntoma no es solamente sostenido desde los dos lados que Freud
señaló en el análisis de Dora, del lado de la complacencia
somática y del lado del «revestimiento psíquico». Freud mismo muestra que un aporte suplementario mantiene al síntoma en este caso, y que proviene de un tercer lado: del lado
del vínculo intersubjetivo, es decir, de las alianzas, los contratos y los pactos que sostienen juntamente los sujetos de
un vínculo, a través del síntoma y el sufrimiento de aquel
que en el lugar y la posición de ellos se hace su porta-cuerpo
y su porta-síntoma, con tal que no llegue a ser de esto el
sujeto porta-palabra. Y este porta-sufrimiento se constituye
como tal para servir tanto a su propio interés como al de
aquellos a los que está ligado, y que él liga también de esta
manera. Es posible que Freud mismo se haya comprometido en una alianza semejante con Dora, como lo hizo con
Fliess a propósito de Emma. Eckstein.
La noción de alianza inconciente y la de pacto denegativo
permiten además comprender por qué, en numerosos casos,
el retorno de lo reprimido podrá fijarse en un secreto que
tomará valor de síntoma.
A propósito del secreto
«Las razones para tener algo oculto, privado, son múltiples, van de las condiciones del poder pensar, que exige el
derecho de arrogarse, de elegir entre los pensamientos que
se quiere comunicar y los que se quiere guardar para sí
(P. Castoriadis-Aulagnier, 1976), a los pensamientos "indecentes" y a los actos que la moral reprueba o que la ley condena». J. Lanouzi€re (1991) ha mostrado ampliamente que
el secreto es el resultado de una doble operación de separación, de división, que interviene en un nivel intra- e intersubjetivo. Precisa: «El secreto, que representa a la vez un
continente y un contenido, resulta de una operación intrasubjetiva entre lo que puede ser puesto en conocimiento de
312
todos, llegar a ser propiedad de todos, en un movimiento de
excreción, y lo que es "completamente" propio, personal, que
debe permanecer oculto e ignorado en un movimiento de
retención y de conservación». Esta primera división corres·
ponde al espacio intrapsíquico y al afuera: el espacio «pÚ·
blico, abierto, sin límite». La separación intersubjetiva se
establece «entre los que saben, los que están en el secreto,
un pequeño número, y los que están excluidos de él. Entre
los que saben y los que no saben, so establecen relaciones
de complicidad y de poder».
Esta cadena es considerada esencialmente desdo la pers·
pectiva transgeneracional (cf. A. Zempleni, 1976). El amilisis de los grupos nos muestra que se constituyen cadcnus
del secreto en la sincronía de las generaciones, y que el se·
creto es la piedra de fundación del grupo.
Los procesos psíquicos en los grupos
Distingo formaciones y procesos psíquicos grupales
originarios; suponen una abolición parcial de los límites del
yo de cada sujeto y una indiferenciación de sus espacios y de
sus tiempos propios: son las formaciones oníricas comunes,
las emociones contagiosas sin sujeto ni objeto, las experien·
cías sensoriales de tipo alucinatorio o materializadas por
olores producidos por los miembros del grupo como envolturas atmosféricas, donde se difuminan las diferencias
ehtre adentro y afuera; el grupo es la forma indeterminada de un espacio narcisista sin límite, donde la experiencia
«oceánica» y la del nirvana pueden ser vivenciadas.
De una organización psíquica diversa son las formaciones y los procesos grupales primarios: están diferenciados
y sintactados en la dimensión de los guiones escénicos de
emplazamientos correlativos de los objetos psíquicos en el
grupo. La condición de los procesos originarios es siempre
requerida; ellos hacen posible otras formaciones: son los
arreglos de lugares y de acción psíqui<?OS en los guiones escénicos determinados por las fantasías, los complejos, las
imagos, los sistemas de relación de objeto, las redes de identificaciones compartidas; son las representaciones de instancias proyectadas y externalizadas en el grupo bajo la
forma de personajes o ideas o de formación del ideal; son to-
313
das las figuras de representación,* de mediación o de delegación que los miembros de un grupo acuerdan, inconcientemente, darse como objetos y procesos comunes. Estos lugares de coincidencia se mantienen reprimidos: Freud precisa que debe ser así. Podemos suponer que esta obligación
es efecto conjunto de las necesidades individuales de mantener la represión para mantener la apuesta del vínculo y
que el grupo como tal sostiene la represión por ser necesaria
para su mantenimiento. Recuerdo aquí la hipótesis según la
cual el grupo organiza y sostiene una parte de la función represora, mientras el mecanismo de la represión propiamente dicha es intrapsíquico y propio de cada sujeto.
Una tercera categoría de procesos, secundarios, está
compuesta por los principios de la lógica que rige los enunciados y los significantes del discurso común y compartido.
Estos han estado también ya-ahí, incritos en la cultura y
creados por las contribuciones del discurso de los sujetos en
el grupo. Según una modalidad próxima a lo que en arquitectura se llama el reempleo, los sujetos retoman, modifican
e integran estos enunciados en su propio discurso asociativo. ws resultados de esto son los contenidos, la organización y el estilo de un pensamiento que adquiere características y funciones grupales.
Podríamos encontrar aquí un equivalente, en lo colectivo, del Apparat zu deuten que Freud suponía en la actividad
inconciente de la mente humana para interpretar y producir significaciones. El mito y, en una función diferente, la
ideología, son aparatos de interpretar. El mito, desde este
punto de vista donde es enfocado como formación psíquica
colectiva, cumple numerosas funciones: simbolígena, transicional, figurativa de nuestras «oscuras percepciones endopsíquicas». P. Castoriadis-Aulagníer (1975) ha señalado que
el mito cumple una función específica en la puesta en marcha del contrato narcisista que liga el grupo a cada uno y
cada uno al grupo. Contiene y trasmite un conjunto de
enunciados fundamentales sobre el origen y la razón de ser
del conjunto, sobre las prohibiciones, sobre los emplaza• [R. Kaes utiliza aquí la expresión figures de représentance, que podría
equivaler en castellano a «figuras de representancia,.; se trata de diferenciar en el léxico las representaciones externalizadas en el grupo bajo la
forma de personajes, de la noción de representación correspondiente a la
metapsícología del espacio intrapsíquico. (N. de la T.)J
314
mientos de cada uno en el grupo. Estos enunciados del conjunto sobre sí mismo y sobre sus sujetos constituyen para
estos últimos el fundamento de sus propios enunciados. L>
que significa que el grupo y sus enunciados son una de las
condiciones necesarias para la constitución de un sujeto del
discurso.
Cuando presenté los procesos psíquicos de la grupalidad
interna, distinguí una cuarta categoría constituida por los
procesos terciarios (cf. capítulo 4, pág. 195). A. Green (1974)
los sitúa en una función articular entre los procesos primarios y secundarios, mientras que Dodds (1959), desde una
perspectiva completamente diferente, los considera como
necesarios para la trasformación del proceso primario en los
términos de los enunciados míticos.
Estas cuatro categorías de formaciones y procesos psíquicos grupales pueden permitir iniciar un análisis más
fino de su estatuto metapsicológico. Tenemos presente que,
aun si se han estabilizado en el nivel del grupo, pueden sin
embargo distribuirse diferentemente en el interior mismo
de éada psique singular. No todos regresan al mismo nivel, y
esa es una cuestión clínica y teórica importante en la práctica de los grupos. Dediquémosles unas breves consideraciones.
La cuestión de la regresión
No examinaré aquí la cuestión en su conjunto, poco tratada sin embargo, de la regresión en los grupos. 9 Me limitaré a una interrogación que creo importante: las nociones
de regresión común y de mecanismos de defensa comunes
contra las angustias activadas precisamente por las regresiones, lson pertinentes para tratar acerca de procesos que
no son necesariamente ni siempre sincrónicos e isomorfos?
He tenido ocasión de mencionar que el concepto de fantasía colectiva no hace justicia a la singularidad de los emplazamientos subjetivos en la estructtµ"a fantasmática movilizada en el proceso de acoplamiento grupal. Examinemos
9
Las investigaciones sobre la regresión en los grupos son poco numerosas. Cf. los trabajos de A. Correale (1986) sobre la regresión formal en la
fase inicial de los grupos. Yo he desarrollado un punto de vista tópico y
económico en 1973.
315
en primer lugar la idea de la regresión, luego el carácter que
se supone uniformemente sincrónico de esta regresión en
los miembros de un grupo.
La idea de que, en la situación de grupo, cada individuo
efectúa un retorno a formas anteriores de su desarrollo,
hacia relaciones de objeto, identificaciones y formas de pensamiento superadas pero siempre disponibles, está suficientemente establecida y validada. Admitido este punto de
vista, debe precisarse si las diferentes modalidades de la
regresión en situación de grupo se efectúan a lo largo de un
recorrido genético (regresión temporal), o en la organización
tópica (punto de vista propuesto por D. Anzieu cuando establece la analogía del sueño y el grupo), o si la regresión
se inscribe en el retorno del proceso secundario al proceso
primario, es decir, en la actualización de estructuras de funcionamiento psíquico no jerarquizadas por un orden genético (regresión formal).
La experiencia muestra que estos tres tipos de regresión
están estrechamente ligados y que son inducidos en los grupos. En su modelo del grupo, Bion indica que los supuestos
básicos son inconcientes, que están sometidos al proceso
primario, que reactualizan relaciones de objeto parcial, que
movilizan emociones arcaicas y modalidades primitivas de
la identificación. La cuestión es que la regresión sería entonces temporalmente sincrónica, tópicamente idéntica,
formalmente homóloga para todos los miembros del grupo;
podemos admitir sin reservas que lo sea al menos para algunos de ellos. Pero es indispensable discutir tal hipótesis y
adelantar que las regresiones generadas por la situación de
grupo son evidentemente reversibles, más o menos durables y que sólo testimonian acerca del funcionamiento psíquico del individuo bajo el aspecto en que este está en situación de grupo. Las regresiones deben, pues, considerarse,
bajo este aspecto, como efectos de grupo. Sólo parecen homogéneas desde la óptica donde el grupo funciona como una
totalidad y según la cual él se representa, para sus miembros y a menudo para el observador, a veces para el psicoanalista, a través del supuesto de la unidad, unidad entonces imaginaria y no establecida como tal, con sus efectos de
unificación negadores de las diferencias individuales.
Me parece preferible proponer y sostener la hipótesis de
que en realidad la participación en un grupo exige de sus
316
sujetos un abandono de objetos, de formaciones y de procesos psíquicos singularizados, complejos y diferenciados; que
este abandono sólo puede hacerse por el interés que representa para cada uno de sus sujetos, que las identificaciones
hacen la suma y el resto, y que cada uno se ve llevado por el
proceso del grupo a volver disponibles en él las formaciones
y los procesos adecuados para su participación en el grupo.
Las regresiones individuales continúan siendo propias de
cada uno, pero son, por así decir, seleccionadas, controladas,
enmarcadas y reguladas por los efectos de grupo, de tal modo que las contribuciones regresivas de cada uno participan
en el establecimiento de la cultura del grupo, encontrando
así al mismo tiempo -no sin conflicto-- una satisfacción
posible. La noción unilateral de una regresión sincrónica,
isomorfa e isótopa, que puede verse realizada parcialmente
y temporariamente por efecto de grupo, oculta la diversidad
de las vías de acceso a la regresión y su economía para cada
sujeto. El proyecto psicoanalítico sólo puede dedicarse a discernir y a volver disponibles para cada uno los componentes
intricados en la situación de grupo. Necesita pues reconocer,
distinguir y articular dos lugares psíquicos que presiden la
regresión, dos economías, dos dinámicas interferentes.
Esta tópica diferencial y la existencia de una tópica común, «sincrónica», ilustran la tensión entre la complejidad
psíquica y la presión hacia lo elemental en los grupos. Sin
embargo, estas formaciones grupales no pueden cualificarse solamente desde este aspecto. Adquieren cualidades y
contenidos psíquicos distintos de los de la psique individual.
Alianzas, pactos y contratos inconcientes
Contratos, pactos y ley
Las nociones de contrato, de pacto y de ley están en el
centro de la intersubjetividad y de la socialidad. La ley trasciende contratos, alianzas y pactos: se impone como garante
del orden humano, estructura las relaciones de deseo y de
prohibición entre los sujetos.
Por el contrato, alguien se compromete a algo respecto
de otro, a cambio de un beneficio. El contrato enuncia los
317
términos de la resolución de un conflicto y las condiciones de
posibilidad de la satisfacción. Supone un tercero que se
constituye en su garante.
Thdos los teóricos de la política han situado al contrato
social en el fundamento de la sociedad: Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Saint-Simon, Spinoza. Sus conceptos varían en función de su concepción de la existencia o
no, en el hombre, de una inclinación natural a vivir en sociedad. Sobre este punto, Hobbes disiente con Aristóteles
oponiendo el derecho natural, inherente al estado natural, a
las leyes emanadas de la razón. El derecho natural implica
que cada uno puede cumplir todo lo que es necesario para su
supervivencia, de lo cual resulta la guerra de todos contra
todos. El pacto social procura superar este estado, en cuanto
es contradictorio con la conservación de la vida: es entonces
necesario que cada uno abandone su derecho natural para
trasmitirlo a una instancia soberana poseedora del poder de
trasformar la ley natural en ley civil. El «VÍnculo de los pactos» es garantizado por la instancia soberana (un hombre,
una asamblea, un tribunal).
Spinoza, insistiendo en el deseo inherente al derecho
natural, acordará al pacto social la función de evitar los
abusos y de hacer compatibles los deseos: el fundamento del
pacto es la utilidad, y cuando la utilidad cesa, el pacto es
levantado.
El contrato social de Rousseau se funda en la necesidad
de volver a encontrar el estado de inocencia que caracteriza
al estado de naturaleza y que contiene los gérmenes de sociabilidad: el contrato social busca consumar una asociación
tal que el estado natural inscriba naturalmente sus imperativos en el estado social. El contrato no se establece entre
la sociedad y un soberano, sino entre el pueblo y él mismo,
entre cada individuo y él mismo. Lo esencial del contrato
social reside en esto: «Sí se deja pues de lado en el pacto social lo que no corresponde a su esencia, se verá que este se
reduce a los siguientes términos: "cada uno de nosotros
pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema
dirección de la voluntad general; y recibimos además a cada
miembro como parte indivisible del todo"» (Contrato social,
libro 1, capítulo VI).
La noción psicoanalítica de pactos, contratos y alianzas
está constituida sobre otra base, no es cuestión aquí de rela-
318
ción social y de la protección del dereclw del individuo, sino
de las condiciones constitutivas del sujeto del inconciente.
Especificidad de /,as alianzas, los pactos y los contratos
inconcientes
Los productos de la represión y los contenidos de lo reprimido se constituyen por las alianzas, los pactos y los contratos inconcientes, por los cuales los sujetos se unen unos a
otros, y al conjunto grupal, por motivos e intereses sobredeterminados.
Mis investigaciones sobre las alianzas inconcientes son
contemporáneas de las que realicé, hace veinte años, sobre
la posición ideológica (R. Kaes, 1980). Establecí entonces
que no se puede ser ideólogo o creyente solo: hace falta el
sostén de la creencia del otro, de más de un otro, y a veces se
lo exige bajo pena de muerte. También destaqué el enlace
que la ideología establece con la fantasía de inmortalidad, o
sea, con el deseo de no ser sexuado: la ideología, que se funda en la causa y lo absoluto de una idea, de un ideal y de un
ídolo, despliega un discurso suficientemente universal para
resistir a la representación de las diferencias, como la que
significa la diferencia de los sexos, porque protege de la angustia de castración que necesariamente la acompaña.
Más recientemente he vuelto al análisis de las alianzas
inconcientes, principalmente a través del estudio de los procesos asociativos en los grupos. La articulación entre estas
dos orientaciones de investigación es bastante simple de
establecer: la comunidad de creencia y de adhesión a la idea
capital, a los ideales constitutivos y al ídolo preservador de
la muerte hace mantener el conjunto (el grupo, la pareja, la
familia ... ) en su unidad, y a cada uno con cada uno. Para
asociarse en grupo, pero también para asociar representaciones y pensamientos, los humanos no solamente se identifican con un objeto común y, desde allí, entre ellos, sino
que también sellan un acuerdo inconciente según el cual,
para mantener su vínculo y el grupo que lo contiene, cierto
número de cosas no entrarán en cuenta: estas deben ser
reprimidas, rechazadas, abolidas, depositadas o borradas.
Pero, al mantener una zona del simulacro, abren también
un espacio donde se puede inventar lo posible.
319
En un grupo de psicodrama en el que se había sellado
una alianza para no saber nada sobre la sexualidad, el proceso asociativo condujo a proponer por tema de juego la historia de una madre que sostenía la creencia en Papá Noel en
sus hijas: estas, en el juego, sostuvieron esta creencia en la
medida en que se revelaba todavía tenaz en su <<madre». En
los grupos de no-íntimos, no se puede iniciar el proceso asociativo sin que se produzca, en situación de grupo y en relación con las movilizaciones fantasmáticas que se efectúan
en él, una represión de una alianza inconciente.
El pacto denegativo entre Freud y Fliess a propósito de
Emma Eckstein
Los trabajos de estos últimos años nos han hecho conocer mejor, en esta extraña y familiar apuesta que constituye,
para dos hombres unidos por amor, la sangre y el cuerpo
femenino, la fuerza de desconocimiento que sella el pacto
denegativo realizado sin saberlo ellos, entre Freud y Fliess a
propósito de Emma Eckstein.
Ninguna otra figura que la de la alianza sangrante de
Freud, de Emma Eckstein y de Fliess podría representar
mejor para los psicoanalistas que los sujetos mismos son
quienes exigen mantener el vínculo, porque la apuesta de
esa alianza se sitúa en el origen del psicoanálisis.
Los hechos son conocidos: Freud y Fliess tienen una
paciente en común que los une en sus debates (sus congresos) sobre la bisexualidad. Se les impone que Emma, en
análisis con Freud, debe ser operada por Fliess de los cornetes nasales que serían el foco orgánico de su neurosis. La
operación se realiza en presencia de Freud. Fliess «olvidará» algunas decenas de centímetros de gasa en los cornetes
nasales de su paciente. Rehusará reconocer su error quirúrgico, y este rehusamiento colocará a Freud «en la situación
de tener que avalar esta voluntad de desconocimiento si
desea conservar su amistad» (cf. Ph. Refabert y B. Sylwan,
1983).
Freud hace cargar a la histeria de Emma la responsabilidad del acto por el cual Fliess y él han satisfecho sus pulsiones homosexuales, escópicas, agresivas: para preservar a
Fliess del displacer de tener que afrontar sus identificacio-
320
nes bisexuales. La alianza inconciente, aquí el pacto denegativo, se constituye por la represión conjunta de la representación sexual «escabrosa».
Para conservar este vínculo, Freud está decidido asacrificar el resultado del trabajo de pensamiento conseguido
por la sublimación; está dispuesto a sacrificar aquello que,
justamente, acaba de ligar de manera lograda por el pensamiento: la articulación entre el traumatismo y la fantasía, sobre lo cual precisamente acaba de escribir a Fliess. Al
disculpar a Fliess («En cuanto a la sangre, absolutamente
no eres culpable»), él «acredita la sangre de Emma a la histeria de esta» (Refabert y Silwan, op. cit., págs. 109-10).
Emma es aquí la representación, para estos dos hombres, del agujero que ellos quieren explorar y reducir dándole un contenido de gasa y de sangre. Su pacto es a la vez la
denegación de su deseo, la renegación de su vínculo homosexual fundado en el borramiento del agujero de la feminidad, el rehusamiento, por Freud, a admitir su propio descubrimiento de la fantasía de seducción. Por eso mismo se da a
conocer aquello de lo que protege y preserva un pacto tal.
Instituir el psicoanálisis es ubicar en el centro de su debate
el proton pseudos y la cuestión de la posición del sujeto en su
relación con aquello que lo representa: para Freud, se tratará de Fliess tanto como de Emma. Un pacto tal permanece
en el registro de la represión neurótica: lo reprimido retorna
en el sueño princeps (llamado de la inyección a lrma) que
Freud analiza para inaugurar el acceso al inconciente por la
vía del sueño. Si atribuye la causa de la representación insostenible a la histeria de Emma, es menos por imponer a
esta la responsabilidad que por salvar aquello que debe ser
reprimido de su vínculo con Fliess y de su propio pensamiento.
Fundar el psicoanálisis será también, para Freud, sustraerse del vínculo de mantenimiento de lo reprimido que
exige el ser-juntos. Es sobre todo desligar esto. Esta salida
de la psique de masa para advenir a la individuación creadora exige la ruptura con la indiferenciación de su espacio
común determinado por el pacto denegativo, con el espacio
psíquico compartido que sellan y representan el cuerpo y la
sangre de Emma entre Freud y Fliess, en un entre-ellos-dos
que no es transicional en absoluto.
321
J.ci alianza inconciente en Thérese Desqueyroux
La alianza inconciente en una pareja de novela, Thérese
Desqueyroux, nos llevará a señalar las apuestas narcisistas
y el deseo de muerte en tales formaciones. Recuerdo la trama de la novela de Frarn,;ois Mauriac: Thérese trata de
envenenar a su marido, Bernard Desqueyroux. Para salvar
el honor de la familia, este atestigua en el proceso de tal mo·
do que el veredicto resulta en un «no ha lugar>> para Thérese. En el largo camino que la devuelve la noche del juicio a
casa de su marido, Thérese examina con dolor y rebelión las
razones que la llevaron a perpetrar este acto cuyo móvil con·
tinúa y continuará oscuro para ella: algo resiste a todas sus
razones. Lo que cuenta para ella es la confesión que ahora
quiso hacer a Bernard de su culpabilidad, sin que pueda no
obstante revelar la causa. Está dispuesta a hablar con Ber·
nard, trata de hacerlo en varias ocasiones, él no la entiende.
Lo que él entiende es la familia amenazada. De víctima que
era, Bernard se trasforma entonces a su vez en verdugo:
mantiene a su mujer recluida y proclama para la opinión
pública, hasta los límites de la credibilidad, que no ha pasado nada. Suscribe el «no ha lugar», mantiene todas las apariencias, no quiere ni puede entender nada de lo que Thé·
rese trata confusamente de decirle, de ella, de él, de su pare·
ja. El no quiere saber nada. Sólo cuenta la imagen de una
familia idealizada a la cual Thérese ha asestado un golpe fatal. El no sabrá nada de él, ni de ella, ni de su pareja.
El escritor nos lo presenta tan amurallado en sí mismo,
tan sordo al menor movimiento de su vida psíquica, que el
escenario en que todo se decide no le será jamás accesible.
Un incendio amenaza la propiedad.
Escuchemos a Mauriac:
«Era el día del gran incendio de Mano. Algunos hombres entra·
han en el comedor donde la familia almorzaba de prisa. Unos
aseguraban que el fuego parecía muy alejado de Saint-Clair;
otros insistían para que tocara a rebato. El perfume de la resina quemada impregnaba ese día tórrido y el sol estaba como
manchado. Thérese vuelve a ver a Bernard, quien vuelve la ca·
beza para escuchar el informe de BalionlO mientras su fuerte
mano velluda se olvida encima del vaso y las gotas de Fowler
lO Se trata del aparcero de los Desqueyroux.
322
caen en el agua. El apura de un trago el remedio sin que, atontada de calor, Thérese haya pensado en advertirle que ha duplicado su dosis habitual. 1bdos han abandonado la mesa -salvo
ella que abre almendras frescas, indiferente, ajena a esta agitación, desinteresada de este drama, como de cualquiera que
no sea el propio--. El rebato no suena, Bernard vuelve al fin:
"Por una vez, has tenido razón en no agitarte; es del lado de
Mano que se incendia...". Pregunta: "lHe tomado mis gotas?" y,
sin esperar la respuesta, otra vez las hace caer en su vaso. Ella
está muerta de pereza, sin duda, de fatiga. lQué espera en ese
minuto? "Imposible que yo haya callado premeditadamente".
»(...) Sin embargo, esa noche, cuando a la cabecera de Bernard, que vomita y llora, el doctor Pédemay la interrogó sobre
los incidentes de la jornada, ella no dijo nada de lo que había
visto en la mesa. Hubiera sido fácil sin embargo, sin comprometerse, llamar la atención del doctor sobre el arsénico que
tomaba Bernard (...) Ella permanece muda (... ) El acto que,
durante el almuerzo, estaba ya en ella sin ella saberlo, comienza entonces a emerger del fondo de su ser, informe todavía,
pero semi bañado de conciencia».
Sin ella saberlo. Sin saberlo Bernard que, enfermo del
corazón --el cuerpo es el último recurso para significar el
sufrimiento psíquico ignorado-, sobrepasa él mismo la dosis de las peligrosas gotas prescritas. Pone el doble, y no se
da cuenta; Thérese, anonadada, lo mira hacer; y cuando,
unos instantes después, él pregunta a su mujer si ha tomado su medicamento, sin esperar la respuesta vuelve a
tomarlo; como si fuera algún otro quien actuaba (él, Thérese), como si fuera alguna otra quien asistía a esta escena
(Thérese, él). Thérese calla. Es en el silencio donde se forma
en ella la idea de envenenarlo. Pero es él primero y por su
propia cuenta quien ha hecho el gesto que señala su deseo
de muerte. El no sabrá nada de esto. Thérese lo presentirá.
Mauriac lo notará. La muerte está ya ahí. Uno y otro se
atrapan en ella, cada uno por razones que les son propias, y
ella los sostiene en una alianza mortal, para siempre inconciente; por razones que les son a la vez propias y comunes,
ella los ata juntos. Por eso, lo que Bernard no quiere o no
puede saber sobre él mantiene en Thérese lo no-sabido
sobre ella. Y sobre su vínculo.
No he encontrado muchos ejemplos, en las obras de la
cultura, que puedan dar cuenta tan finamente de tales
alianzas. La literatura es más abundante sobre las varieda-
323
des y las modalidades del contrato perverso, y a ello me
referiré en unos instantes. Sin duda la represión se ejerce
con menos rigor sobre tales contratos que se relacionan
precisamente con un fracaso más manifiesto de la función
simbólica.
No sorprenderá si sostengo que las alianzas inconcientes
están destinadas, por función y por estructura, a permanecer inconcientes y a producir lo inconciente. Este enunciado
sólo sería tautológico si no precisara que el inconciente se
mantiene como tal por la economía conjunta de la represión
ejercida, en el mismo sentido y para beneficio de cada uno,
por los sujetos de una pareja, de una familia, de una institución o de un grupo.
La alianza en una institución con /,os
enfermos-ancestros
Un breve ejemplo clínico situará el campo del análisis de
estas alianzas en la formación de la realidad psíquica de
una institución de tratamiento. 11
He tenido ocasión de seguir, en un trabajo de largo trascurso (tres, cinco u ocho años) a varias instituciones de tratamiento surgidas del hospital psiquiátrico y constituidas
como hospital de día. En estas instituciones innovadoras,
aquello de cada uno (administradores, terapeutas, enfermos y familias) que se compromete en la fundación de la
institución produce efectos reconocibles sobre el devenir del
conjunto institucional y sobre el de los sujetos singulares,
en especial los enfermos. Naturalmente, es al devenir de
estos al que prestamos atención, ya que la tarea primaria de
la institución es tratarlos. Pero, ¿qué es tratar a los enfermos si no establecerse en primer lugar y establecer al otro
en un argumento fantasmático, vectores de emplazamientos correlativos de objetos arrasados, sufrientes, deteriorados, y de objetos reparadores, regeneradores, salvadores,
etc., pero también vectores de acciones antagonistas (reparar, hacer morir, destruir, salvar...)?
11 Retomo aquí, desarrollándolo, el análisis de un caso expuesto en 1987
(págs. 19-21). Otros elementos de análisis fueron publicados en un artículo
de 1989 sobre «Alliances inconscientes et pactes dénégatifs dans les institutions».
324
En tales argumentos/acciones, los enunciados sintácticos pueden variar, los verbos declinarse, las negaciones desplazarse, y pueden establecerse diferentes posiciones subjetivas. Debemos considerar aquí un organizador psíquico es·
tructural inconciente del agrupamiento, según el modelo de
la fantasía «pegan a un niño», o según el modelo de la fan·
tasía schreberiana y sus diversas versiones, o también de
las fantasías originarias.
Centraré mi ejemplo en un momento del trabajo con el
equipo asistencial en el que se revela un acuerdo mantenido
hasta entonces inconciente por cada uno, el de conservar
algunos de los primeros enfermos admitidos en la nueva
institución. Ellos ocupaban, efectivamente, con algunos de
los primeros terapeutas, cierto lugar en el espacio psíquico
compartido del origen común. Deberían ser conservados
allí, literalmente: mantenidos con unos y otros, para ser
preservados de la destrucción.
Los enfermos incluidos en el espacio originario tuvieron
allí la apariencia y la función parcial de ancestros, o de representantes ancestrales. Estos enfermos-ancestros 12 per·
petúan, en el conjunto, para la economía del conjunto y para
la de cada uno de los sujetos del conjunto tomado aisladamente, los elementos del argumento originario inconciente de donde proceden los lugares, las funciones, los discursos y, en un nivel de organización secundarizado, el proyecto
de la institución. De este modo, un enfermo-ancestro tenía
el lugar -era mantenido allí- del paciente ideal, del niño
enfermo maravilloso sin el cual los terapeutas no podían verificar permanentemente su propia capacidad asistencial,
con la condición esencial de que no se curara. Tal otro enfer·
roo-ancestro encarnaba y se mantenía en el lugar del incurable; tal otro, en el del objeto-basurero; otro, en el del objeto
contrafóbico respecto de la administración-Leviatán.
Dejar partir a estos enfermos obligaba a una doble reorganización correlativa: la de la economía, de la tópica y de la
dinámica trans-subjetiva; la de la economía, de la tópica y de
la dinámica intrasubjetiva de cada sujeto singular, de cada
terapeuta, de tal enfermo considerado corno sujeto singular.
12 En resonancia con la noción propuesta por Tobie Nathan de NiñoAncestro (1985).
325
Contrato narcisista y pacto narcisista
Freud ha mostrado que los primeros objetos sexuales
son las personas que dispensan los cuidados corporales y los
cuidados psíquicos al niño, específicamente la madre. Pero
existe otro objeto sexual primero, el sujeto mismo. Las investigaciones sobre el narcisismo tienen una importancia
capital en el desarrollo de los procesos y de las· formaciones
en los grupos. 13 Freud ha sido el primero en prestarle atención al indicar la apuesta de las formaciones del ideal del yo
y del narcisismo de las pequeñas diferencias en los vínculos
intra- e ínter-grupales.
Antes de centrar mi análisis en el contrato y el pacto cuya apuesta es el narcisismo, quisiera hacer la siguiente observación: después de haber considerado primeramente al
narcisismo como una forma patológica, Freud lo reconoce
ulteriormente como una organización de la libido necesaria
para la formación de la psique. Describirá las dos vías que
llevan ulteriormente a la elección de objeto: la vía que se
realiza por el modelo del apuntalamiento, y la vía del narcisismo.
El grupo aprovecha en la trasferencia estas dos modalidades de la elección de objetos; sin embargo, la trasferencia
sobre el grupo es tanto más pregnante si el objeto individual
no se ha cor.stituido todavía. El narcisismo va a colocar,
pues, al sujeto en una relación de «yo-placer purificado» con
su objeto. El grupo será vivido como omnipotente, pudiendo
dar todo: como la madre supuesta poder amar a cada uno
como cada uno anhelaría amarse a sí mismo. El narcisismo
requiere entonces la complicidad narcisista del conjunto de
los miembros del grupo y del grupo en su conjunto. Pero
para que el narcisismo mantenga su forma pura, la vida
pulsional debe ser severamente suprimida. De este peligro
que representa la vida pulsional para el narcisismo derivan
numerosas consecuencias. Entre estas, ocupa un lugar importante el ataque a los lazos de pensamiento asociativo, en
la medida en que las emergencias asociativas constituyen
una forma de :irrupción de la inquietante familiaridad del
13 S<Jbre el estudio del narcisismo en los grupos existen pocos trabajos
aparte de los excelentes artículos de M. Pines sobre la función espejo del
grupo (1983) y de A. Missenard sobre el narcisismo (1976).
326
1
otro en la psique del sujeto, o en el grupo al cual esta se ha
asimilado. Otro efecto es la prevalencia del pensamiento
mágico, de la omnipotencia del pensamiento y la represen·
tación de que los otros comprenden inmediatamente el estado psíquico y las representaciones de cada uno.
Quisiera ahora volver a la noción de contrato y de pacto
narcisistas. El análisis de los grupos instituidos pone en evidencia una conjunción constante entre ese tipo de alianza
inconciente que es el pacto denegativo y lo que P. Castoriadis-Aulagnier (1975) ha designado como contrato narcisista. Quisiera en primer lugar cotejar este concepto con el
pensamiento que elabora Freud en las premisas de su estudio de 1914 sobre el narcisismo. En este texto, han retenido
mi atención tres ideas principales: la primera es que el individuo es para sí mismo su propio fin y que al mismo tiempo
es miembro de una cadena a la que está sujeto; la segunda
es que los padres constituyen al niño en portador de sus
sueños de deseo no realizados y que el narcisismo primario
de este se apuntala en el de los padres; la tercera es que el
ideal del yo es una formación común a la psique singular y a
los conjuntos sociales.
Piera Castoriadis-Aulagnier ha introducido la noción de
contrato narcisista para indicar que cada sujeto viene al
mundo de la sociedad y de la sucesión de las generaciones
como portador de la misión de tener que asegurar la continuidad de la generación y del conjunto social. Es portador
de un lugar en un conjunto y, para asegurar esta continuidad, el conjunto debe a su vez investir narcisistamente a
este elemento nuevo. Este contrato asigna a cada uno cierto
lugar que le es ofrecido por el grupo y que le es significado
por el conjunto de las voces que, antes que cada sujeto, ha
sostenido cierto discurso conforme al mito fundador del grupo. Este discurso incluye los ideales y los valores; trasmite
la cultura y la palabra de certeza del conjunto social. Cada
sujeto, de alguna manera, debe retomar ese discurso por su
cuenta. Por él que se une al ancestro fundador. Así se pone
en evidencia la función identificante de! contrato narcisista.
Esta noción de contrato narcisista lleva a P. Aulagnier a
introducir la noción de un sujeto del grupo: «El contrato narcisista se establece gracias a la pre-investidura narcisista,
por parte del conjunto, del infans como voz futura que tomará el lugar que se le designa: dota a este por anticipación
327
'
del papel de sujeto del grupo que proyecta en él» (ibid., pág.
188). * La autora sostiene que el contrato narcisista desig·
nará lo que está en el fundamento de toda posible relación
sujeto/sociedad, individuo/conjunto, discurso singular/referente cultural.
Propongo distinguir entre dos tipos de contrato narci·
sista, según sus formas y sus apuestas. El primero se es·
tablece en el grupo primario a través de los argumentos de
emplazamiento, los enunciados de palabra y de mito, las
referencias identificatorias: todos sirven conjuntamente,
pero en distintos niveles lógicos, al sujeto y al conjunto. El
segundo contrato narcisista se establece en los grupos se·
cundarios, en relaciones de continuidad, de complementariedad y de oposición con el primero: es ocasión de una reac·
tivación y de un resurgimiento más o menos conflictivo del
sujetamiento narcisista a las exigencias del conjunto. En
este sentido he opuesto filiación y afiliación (1985). Toda
pertenencia ulterior, toda nueva adhesión a un grupo, como
todo cambio en la relación del sujeto con el conjunto reactiva, y en ciertos casos retrabaja, las apuestas del contrato;14 se motivan en una duda y se reafirman en una nueva
certeza.
Una observación terminológica permitirá especificar el
contrato narcisista y diferenciarlo de lo que llamo el pacw
narcisista. Un toponimista provenzal me ha enseñado que
el countrat, que designa un lugar fronterizo entre pasturas,
por lo tanto un lugar de litigio y de contraste, significa a la
vez la querella y su resolución en una garantía aportada por
un tercero a una y otra de las partes contratantes. Insisto en
este aspecto confUctivo entre «Ser para sí mismo su propio
fin» y estar constituido como eslabón, heredero y servidor
de la cadena intersubjetiva. Insisto también en la garantía,
asegurada por la madre en nombre del conjunto del cual es
portavoz, garantía que hace funcionar el contrato y de la
cual resulta una deuda narcisista y simbólica que cada su·
jeto salda en sus investiduras de trasmisión (en el grupo de
los contemporáneos y en la descendencia).
• [Ed. en castellano, págs. 163-4. (N. de la T.)]
14 Desde este punto de vista, uno de los objetivos de formación a que
propenden todos los grupos es introducir a sus miembros en ese cuerpo
narcisista imaginario.
328
Otra cosa es el pact,o que entiendo, por oposición al contrato, como el resultado de una paz impuesta. El pacto contiene y trasmite violencia. El pacto narcisista designaría entonces una asignación unívoca o mutua a un emplazamiento de perfecta coincidencia narcisista: este emplazamiento
no soportará ninguna separación, porque la menor separación destaponaría un hueco abierto en la continuidad narcisista, desocluiría los ideales del yo ideal, expondría a pagar
con un peso de carne la deuda impagable impuesta por no
nacer.
Un pacto narcisista tal se duplica entonces necesariamente con un pacto denegativo. Por este concepto, entiendo
lo que se impone en todo vínculo intersubjetivo para ser
consagrado en cada sujeto del vínculo a los destinos de la represión o de la denegación, de la renegación, de la desmentida, del rechazo, o del enquistamiento en el espacio interno
de un sujeto o de varios sujetos. Este acuerdo inconciente
sobre lo inconciente es impuesto o establecido para que el
vínculo se organice y se mantenga en su complementariedad de interés, para que se asegure la continuidad de las
investiduras y de los beneficios ligados a la subsistencia de
la función de los ideales, del contrato o del pacto narcisista.
El precio del vínculo es eso mismo que no podría ser cuestión entre los que liga, en su interés mutuo, en razón de la
doble economía cruzada que rige las relaciones de los sujetos singulares y de la cadena de la que son miembros. En
eso el pacto denegativo aparece a mínima como la contracara y el complemento del contrato narcisista.
En los diferentes textos en que expongo su principio, 15
he destacado dos polaridades del pacto denegativo: una es
organizadora del vínculo y del conjunto trans-subjetivo,
otra es defensiva. Efectivamente, cada conjunto particular
se organiza positivamente sobre investiduras mutuas, sobre
identificaciones comunes, sobre una comunidad de ideales
y de creencias, sobre un contrato narcisista, sobre modalidades tolerables de realizaciones de deseos ... ; cada conjunto se organiza también negativamente sobre una comunidad de renunciamientos y de sacrificios, sobre borramientos, sobre rechazos y represiones, sobre un «dejado de lado»
15 Para una elaboracíón de la noción de pacto denegativo, cf. mi contribución en A. Missenard, G. Rosolato y cols., 1987.
329
y sobre restos. El pacto denegativo contribuye a esta doble
organización. Crea en el conjunto de lo no-significable, de lo
no-trasformable: zonas de silencio, bolsones de intoxicación,
espacios-basurero o líneas de fuga que mantienen al sujeto
ajeno a su propia historia. En las parejas, en las familias, en
los grupos y en las instituciones, las alianzas, contratos y
pactos inconcientes sostienen principalmente el destino de
la represión y de la repetición.
En los grupos en estado nativo, los pactos denegativos
son el resultado de la represión secundaria actual mutuamente impuesta. Precisamente esos contenidos reprimidos
y esa función co-represora constituyen el motor y la energía
del proceso asociativo grupal. En tal grupo, el pacto denegativo inicial recae sobre la representación de la violencia
inherente a la seducción homosexual y sobre la fantasmática de la escena primitiva. El pacto denegativo se forma
incluyendo esa violencia, y esta retorna contra quienquiera
que manifieste curiosidad frente a la pareja de los analistas.
El retomo de lo reprimido se efectuará por medio de la formación de los síntomas compartidos, mantenidos en su estructura de formación de compromiso por el pacto intersubjetivo y por la lógica individual de la represión.
En resumen, los pactos denegativos en los conjuntos -y
se trata de los grupos y de las familias, de las parejas y de
las instituciones- son establecidos por un sellado de los
inconcientes puestos de acuerdo para producirlos. En la
situación de la cura psicoanalítica individual, Jean Gillaumín ha destacado a menudo la puesta en resonancia de la
cont:ratrasferencia del analista con el deseo inconciente de
la resistencia en el paciente: «En ciertos casos, el analista
podría compartir, por una complicidad inconcíente, la nostalgia del analizado de la indiferenciación primitiva» (1977,
pág. 159).
Algunas co-producciones alienantes
La noción de pacto denegativo debe compararse con
otras dos formaciones: la comunidad de renegación propuesta por M. Fain (1981) y la alianza denegadora introducida por M.-Th. Couchoud (1986).
330
Comunidad de renegadón y alianza denegatiua
La noción de comunidad de renegación da cuenta de una
modalidad de la identificación del niño con su madre cuando esta no consigue desprenderse de él para designar en
otro lugar que el niño un objeto de deseo (el padre); la renegación de la existencia del deseo hacia el padre es a la vez
obra del niño y de la madre. La comunidad de renegación
recae sobre la realidad del objeto del deseo del otro y sostiene por este hecho una identificación proyectiva cruzada:
mantiene así la no-separación entre la madre y el niño.
El modelo de la alianza denegadoro que, en un trabajo
preciso, puso en evidencia M.-Th. Couchoud (1986), destaca
otra problemática. Propone esta noción a partir de la elaboración de la psicoterapia conjunta de una madre y su hija.
La alianza se manifiesta aquí en la sobreinvestidura alucinatoria por la hija de las representaciones no reprimidas y
conjuntamente negadas por la psique materna. «Las dos
mujeres -escribe (págs. 96-9)- juegan, una y otra, un rol
activo con respecto a un intento que aparece como una tentativa hecha para mantener sobre el escenario de lo cotidiano la permanencia de lo que en la madre no ha podido ser
elaborado o reprimido. Pero se trata sin embargo de mantenerlo de tal manera que esté igualmente desprovisto de
sentido, que no pueda ser acreditado por la madre sino en
nombre de la locura de su hija, de tal modo que uno podría
preguntarse en primer lugar si la madre no queda preservada del delirio gracias al hecho de que no ha podido reprimir el contenido de los traumatismos. Así, se podría decir
también que ella induce en su hija lo que habría sido su propio delirio o, aun, que la hija delira para que la madre continúe olvidando lo que para ella no es "reprimible"».
El análisis que establece M. -Th. Couchoud la lleva a despejar los rasgos específicos de la represión psicótica. Se apoya en los trabajos de P. Aulagnier para sostener la noción de
una «trasmisibilidad de las prohibiciones al servicio de un
ideal común». Muestra que «esta trasmisión de las prohibiciones y el esfuerzo de la represión impuesto al niño persiguen preservar lo ya-reprimido por la psique parental,
cuando justamente sobre la base de esta represión se ha
cumplido el trabajo de historización del yo (Je) en los padres». Esta presentación de la represión neurótica destaca
331
lu conjunción de la genealogía de la represión con las determinaciones represoras nacidas de cada historia singular.
Por diferencia, los caracteres particulares de la represión en
la psicosis aparecen con nitidez en la elaboración clínicoteórica de la terapia conjunta de la madre y de su hija. El
análisis saca a la luz que lo que no ha podido ser reprimido
por la madre es entonces negado por la hija gracias a un proceso de sobreinvestidura alucinatoria que la hace bascular
en el registro de lo increíble» (op. cit., pág. 128).
Por otro lado, «acreditar a cuenta del delirio de la hija
toda posibilidad de descubrimiento de lo que ella, la madre,
no quiere pensar, es por lo menos la condición previa a toda
relación entre ellas» (ibid., pág. 115).
La noción central es aquí la de un fracaso en reprimir, en
lugar de una genealogía de las represiones, como la que se
trasmite en la neurosis; este fracaso en reprimir llega a ser
el móvil de los medios utilizados para asegurar la veladura
de lo que debe ser negado. Este fracaso en reprimir, que es
obra de la madre, será compensado, por iniciativa de esta,
por dos medidas defensívas. La primera es descrita como
una maniobra de distracción, que se efectúa en cuanto al fin
de la represión. Se trata para. la madre de hacer imposible la
revelación de un no-reprimido eficaz; este es el objetivo en
provecho del cual se efectúa esta maniobra de diversión que
socava toda posibilidad para el yo (Je) de comprometerse en
un movimiento de historización. La segunda medida con·
siste en el sellado de lo que debe ser negado, no reprimido,
conjuntamente negado: «Se trata de la puesta en marcha de
un intento que propende a desposeer al niño de toda capad·
dad de pensar el enunciado y de darle un sentido» (ibid.,
pág. 123). Y es en esta problemática de superficie y de inme·
diatez donde el reparto de los roles se presenta como <<Una
alienación de uno de los protagonistas de la alianza en be·
neficio del otro» (ibid.).
Las modalidades propias de la respuesta psicótica llevan
a desnaturalizar el fin y el sentido de las cosas, a saber: hacer imposible la puesta en palabras [mots] de lo que no ha
podido ser reprimido en la psique materna. En resumen, la
economía de la represión psicótica se puede concebir como
una alianza en vista del desconocimiento de un enunciado
de deseo, no se cumple en la modalidad de una trasmisión
vertical de las prohibiciones, donde se reconozcan ideales
332
comunes. «La zona de represión está limitada a la sola ex·
tensión de la relación. El alcance del proyecto es inmediato
y no se inscribe en una línea de renunciamientos culturales» (ipid., págs. 112-23).
La noción de alianza denegadora permite caracterizar
una situación en la que el vínculo es utilizado para mante·
ner fuera de la represión secundaria representaciones re·
chazadas por medio de la renegación. Todas las otras modalidades de las alianzas inconcientes destacan por el con·
trario la necesidad de establecer una alianza para mante·
ner en lo inconciente las representaciones intolerables para
el yo de los sujetos de un vínculo, a fin de preservar la pro·
hibición que corresponde a ese vínculo; con ello quedan tam·
bién preservadas las condiciones para pensar sus apuestas.
Investigaciones en curso (principalmente en el campo de
la terapia psicoanalítica de las familias por medio del grupo) van a permitir afinar este tipo de análisis. Pero otras
vías de acceso son posibles: he dado un ejemplo de ello a pro·
pósito de la historia de Céline. En todos estos casos, el mo·
vimiento de delegación y de descarga intersubjetivas en las
familias saca a la luz lo que uno de los padres, con la com·
plicidad inconciente del otro padre, asigna al niño en el tratamiento psíquico de una parte inelaborable de su psique;
donde siempre queda abierta la cuestión escandalosa que
interroga por la parte que el niño y, más tarde, el adolescen·
te toman en esta configuración para ser para sí mismos su
propio fin. Cuestión escandalosa, porque admite por hipótesis que el niño no se encuentra sin recursos ante esas tras·
ferencias masivas.
Sobre la alianza perversa
L:>s psicoanalistas han prestado atención muy tempranamente al dominio que el perverso ejerce sobre sus com·
pañeros, pero algunos de ellos han sido todavía más sen·
sibles a la complicidad de estos. Sin esta complicidad, la
alianza no puede establecerse efectivamente. En la cura -y
Masud Khan lo ha destacado más particularmente- una
referencia constante a la posición trasferencia! asignada a
la contratrasferencia vivida es en ese caso esencial. Por su
lado, J. Clavreul (1967) ha señalado el contrato secreto que
333
une a los dos compañeros de la pareja perversa: «La ruptura
eventual de tales contratos tiene un sentido muy distinto y
un muy distinto valor que el fracaso del amor entre sujetos
normales o neuróticos. El hecho de que sean secretos, de
que tanto sus t.érminos como sus prácticas no sean conocidos sino por los interesados solamente, de ningún modo significa que el tercero est.é ausente en ellos. Por el contrario:
es esta ausencia misma del tercero, es su distanciamiento,
lo que constituye el malentendido inseparable del acto mis·
mo; por eso es que el perverso parece siempre no sufrir sino
investigar». Clavreul ha sostenido también que la relación
del fetichista con su fetiche sólo toma este valor del poder
que tiene el feti che de fascinar al otro.
Las alianzas inconcientes: tópicas del inconciente
El pacto denegativo, la alianza denegadora, la comunidad de renegación, el contrato narcisista, en una palabra,
las alianzas inconcientes, permiten comprender cómo, en
las modalidades neuróticas y psicóticas de la represión, se
constituye o fracasa en constituirse, para los sujetos singulares, a causa de la apuesta de sus vínculos, la función re·
presora.
Las alianzas inconcientes tienen una tópica, se sitúan en
los puntos de anudamiento de las relaciones que establecen
los sujetos singulares y los conjuntos de los que son parte
beneficiaria y parte constituyente. Se forman en esta con·
junción, que no es la de lo colectivo, sino la de la intersubjetividad. Las alianzas inconcientes son formaciones de acoplamiento psíquico de los sujetos de un conjunto intersubjetivo: pareja, grupo, familia, institución. Determinan las
modalidades del vínculo entre los sujetos y el espacio psíquico del conjunto a través de ellos.
Llamaré, pues, alianza inconciente a una formación psíquica intersubjetiva construida por los sujetos de un vínculo
para reforzar en cada uno de ellos ciertos procesos, ciertas
funciones o ciertas estructuras de donde extraen un bene·
ficio tal que el vínculo que los reúne adquiere para su vida
psíquica un valor decisivo. El conjunto así ligado no obtiene
su realidad psíquica sino de las alianzas, los contratos y los
pactos que sus sujetos establecen y que su lugar en el con-
334
junto les obliga a mantener. La idea de alianza inconciente
implica las de una obligación y una sujeción.
Decir la alianza inconciente es inscribirla en principio y
fundamentalmente en los procesos de la represión, sin duda
en la formación del ínconciente mismo. Las alianzas incon·
cientes están al servicio de la función represora, pero consti·
tuyen además medidas de sobre-represión, una suerte de
redoblamiento de la represión, ya que pesan no solamente
sobre contenidos inconcientes, sino también sobre la alían·
za misma: esta es un instrumento para mantener la represión. Dicho de otro modo, la alianza misma es inconciente,
produce y mantiene lo inconciente.
Tales alianzas son eficientes para mantenerse ínconcientes y para producir lo inconciente en la medida que los
intereses más profundos de cada uno de los sujetos comprometidos en el vínculo deben permanecer para ellos reprimidos: para preservar a la vez el vínculo, su objeto y la ley
que lo organiza, la alianza como instrumento de la represión y la posición inconciente de cada uno en el vínculo.
Dicho todavía de otro modo, las alianzas inconcientes son
asociaciones entre «grupos de pensamientos clivados de
lo conciente». Dar cuenta de esto es llevar la investigación
a esas afinidades asociativas devenidas inconcientes. Las
alianzas inconcientes tienen una estructura, una economía
y una dinámica. Tienen también una génesis, que puede
considerarse desde el punto de vista de los sujetos singulares y desde el punto de vista del conjunto.
Entre las alianzas, algunas nos preceden. Cada uno de
nosotros viene al mundo de la vida psíquica en la trama de
las alianzas que han sido establecidas antes de él y en la
cual su lugar está marcado de antemano. Este lugar, que va
a constituirlo en su subjetividad, sólo podrá ser sostenido en
tanto él suscriba a su vez los términos de la alianza prescrita para él, pero también para el conjunto. La historia de
su formación corno yo (Je) es a la vez la de su sujeción a este
lugar y la de las separaciones que el sujeto deberá experimentar y sostener en relación con este lugar prescrito. En
las vicisitudes de la historia de cada sujeto, se crean otras
alianzas inconcientes, en las relaciones que entabla con los
conjuntos a los que pertenece: son creaciones coyunturales.
Tanto si las alianzas nos preceden corno sí son una creación actual del vínculo, son inconcientes y, con la mayor fre-
335
cuencia, lo siguen siendo. Su revelación o su disgregación,
cualesquiera que sean sus efectos de estructuración o de
alienación, siempre traen consigo efectos violentos para los
sujetos de los conjuntos trans-subjetivos.
Tales formaciones corresponden a una tópica, una economía y una dinámica intersubjetivas. Son con.figuraciones
psíquicas bifacéticas, doblemente organizadas. No corresponden en propiedad ni al sujeto singular, aunque él sea
parte beneficiaría y parte constituyente del conjunto, ni al
conjunto, que no existiría sin sus sujetos.
Explicitemos esta proposición según la cual las alianzas
inconcientes son formaciones psíquicas bifacéticas: con eso
quiero decir que satisfacen a la vez ciertos intereses de los
sujetos considerados como tales y las exigencias propias
para el mantenimiento del vínculo que ellos contratan y que
los asocia en los conjuntos. La heterogeneidad de estructura
de estas formaciones se disuelve en lo imaginario de la isomorfia, en las fantasías del cuerpo grupal o en las formaciones de compromiso encarnadas por los porta-síntoma o
los porta-voces.
Alianzas inroncientes y ligazón intersubjetiva del síntoma
Las alianzas inconcientes aseguran funciones específicas en el espacio intrapsíquico y al mismo tiempo sostienen
la formación y los procesos de los vínculos intersubjetivos
que a su vez refuerzan formaciones y procesos intrapsíquicos. El ideal del yo y las identificaciones recíprocas, el contrato narcisista, son formaciones de este tipo.
La producción de síntomas compartidos tiene también
esta función y esta finalidad: sujetar a cada sujeto a su síntoma en relación con la función que cumple en y para el
vínculo. El síntoma recibe de allí un refuerzo desmultipli·
cado. Las alianzas inconcientes intersubjetivas cumplen en
efecto, en el más alto grado, la función de desconocimiento
que se liga al síntoma. Si sólo tomamos en consideración la
función económica y dinámica que cumple el síntoma para
el sujeto que lo produce inscribiéndolo en su historia singular y su estructura propia, dejamos de lado su valor en la
economía de los vínculos intersubjetivos, es decir, dejamos
de lado la investidura que recibe de parte del conjunto por
336
mantener cohesionado al vínculo, a un precio que paga la
represión de la parte del otro y de cada uno en la alianza.
El análisis debe, pues, en algunos casos, dirigirse deliberadamente al nudo intersubjetivo en el cual el síntoma ha
adquirido una parte inestimable de su valor para el sujeto
que se ha hecho su portador. En tales configuraciones, el
síntoma no es sostenido solamente desde los dos lados que
Freud ha señalado en el análisis de Dora: del lado de la complacencia somática y del lado psíquico. Freud muestra que
un aporte suplementario ha fijado el síntoma y que proviene
de un tercer lado: del lado del vínculo intersubjetivo, es decir, de las alianzas, los contratos y los pactos que sostienen
juntamente los sujetos de un vínculo, a través del síntoma y
del sufrimiento de aquel que en el lugar y posición de ellos se
ha hecho su porta-cuerpo y su porta-síntoma, en tanto no llega a ser de esto el sujeto porta-voz. Y este porta-sufrimiento
se constituye como tal para servir conjuntamente a su propio interés, al de aquellos a los que está ligado, y al del conjunto que de este modo ligan. Es posible que Freud mismo
se haya comprometido en una alianza semejante con Dora,
como lo hizo con Fliess a propósito de Emma Eckstein.
Alianzas tales han sido descritas por Freud tanto en la
clínica de la cura (con Dora y la comunidad de las identifica·
ciones por el síntoma) como en las especulaciones sobre las
sociedades y los grupos: por ejemplo en el pacto de prohibición que los hermanos consuman después de la muerte
del padre originario, o en la comunidad de renunciamiento
pulsional necesario para el advenimiento de la cultura. Investigaciones más recientes han puesto en evidencia la función de tales alianzas en la formación del inconciente y del
preconciente.
Una atención alertada por el análisis grupal muestra
que las alianzas inconcientes y sus efectos intrapsíquicos
nos resultan asequibles a partir de la práctica de la cura. El
abordaje moderno del psicoanálisis de las psicosis y de los
estados-fronterizos nos ha dado acceso a estas formaciones
y a estos procesos en el sujeto singuhir en tanto él no persigue o cumple apenas su propio fin, en tanto está demasiado o no lo bastante sujeto a la cadena intersubjetiva de la
que procede.
En todo caso, sin embargo, es esencialmente gracias al
dispositivo grupal organizado según los requisitos del mé-
337
todo psicoanalítico como se han hecho posibles la manifestación y el análisis de las formaciones y de los procesos
psíquicos formados en y por el vínculo intersubjetivo; se ha
vuelto asequible analizar su correlación con los intereses,
los conflictos y las organizaciones tópicas de los sujetos sin·
guiares. Podemos, pues, esperar que «allí donde las alianzas
inconcientes alienantes eran, el yo (Je) pueda advenir».
Esta esperanza sería vana si nos atuviéramos para eso a
los empirismos. El problema es que para construir esta nue·
va metapsicología nos hace falta una conjunción rigurosa
entre la clínica, el método y la teoría.
338
8. Sujeto del grupo, sujeto del inconciente
El psicoanálisis freudiano sostiene una concepción intersubjetiva del sujeto del inconciente. Requiere de la intersubjetividad como una condición constitutiva de la vida psíquica humana. La requiere desde dos lados, sin que se pueda decidir cuál prevalece sobre el otro. Del lado de la determinación intrapsíquica, y se supondrá que la alteridad es
efecto de la división del sujeto del inconciente; del lado de la
precedencia del conjunto que, desde antes del nacimiento a
la vida psíquica, lo ha constituido ya como un Otro: objeto,
modelo, auxiliar, heredero, y lo constituirá -o no-- como
un sujeto del grupo.
La concepción que propongo no puede, pues, ser opuesta
a la exigencia que se ha asignado inicialmente el psicoanálisis de tratar la vida psíquica del sujeto considerado en su
singularidad a partir de sus únicas determinaciones internas. El sujeto que considera no es el sujeto social, sino el
sujeto del inconciente.
Desde el primer capítulo de esta obra, he esbozado las
perspectivas que inscriben en Freud lo que él llama su «psicología social» en el psicoanálisis: estas proposiciones dan
las premisas de una teoría del sujeto del grupo. Intentar
comprender a este desde el aspecto en que es conjuntamente sujeto del inconciente es admitir con Freud (1914) 1 que el
1 Esta oposición entre los dos fines del ser viviente es nuevamente destacada por Freud en las Nuevas conferencias: «Por celosos que seamos en
general de la independencia de la psicología respecto de las otras ciencias,
estamos a pesar de todo obligados a reconocer que se encuentra aquí influida por un innegable hecho biológico, a saber;que el ser viviente tiende
hacia dos fines: la conservación de sí y la conservación de la especie, y estas dos necesidades parecen no ser solidarias una de otra, ni tener ningún
rasgo en común; mucho más aún, a menudo se contraponen, en la vida ani·
mal. Conviene por lo tanto ocuparse aquí de psicología biológica y estudiar
los fenómenos psicológicos que acompañan a los procesos biológicos. Justamente porque ilustran esta concepción, las "pulsiones del yo" y las "pul-
339
'I
Nujcto se constituye en la doble necesidad vital, y por lo tan·
to en el conflicto que lo opone a sí mismo y que lo divide, de
ser «para sí mismo su propio fin» y de tomar lugar, valor y
función en un conjunto organizado de sujetos: en la red de
sus deseos irrealizados, en los emplazamientos de sus relaciones de objeto intricadas, en la trama de las representaciones y de los discursos que los hacen mantener juntos, en
las palabras de prohibición que ellos han recibido y que
trasmiten.
Retomaré, pues, en este capítulo, algunas elaboraciones
del modelo del aparato psíquico grupal para establecer las
condiciones grupales de la constitución del sujeto. Me sitúo
en una perspectiva cuyo interés había percibido P. Aulagnier cuando ella misma recurrió a la noción de sujeto del
grupo, a partir de un campo de experiencia diferente del mío
y cuyas convergencias hemos podido examinar.
Las determinaciones de la sujeción del sujeto del
grupo
El sujeto está bajo el efecto de un orden que lo fuerza y lo
constituye en su realidad psíquica: el inconciente, el lenguaje, el grupo, la cultura. De este modo, J. Lacan propone que
el sujeto es un efecto del significante y que está por esto
dividido entre el yo (Je) del enunciado y la realidad psíquica
que este representa: el inconciente se articula en el desdoblamiento del sujeto de la palabra. 2 Diré que el sujeto es en
primer lugar un efecto del grupo, aunque más no sea porque
se encuentra allí bajo la mirada de más-de-un-otro, y que
la mirada es principio de subjetivación (cf. Hegel, Husserl,
siones sexuales" han sido integradas en el psicoanálisis» (GW XV, pág.
102; trad. fr., pág. 126).
En este texto, Freud da el mayor alcance posible, biológico, a esta contradicción. Introducción del narcisismo había propuesto un punto de partida de este orden en un desarrollo que especificaba muy especialmente la
apuesta narcisista en la trasmisión de la vida psíquica.
2 J. Lacan (1960), A la mémoire d'Emest Janes: sur sa théorie du symbolis me, en 1966, págs. 697-717.
310
Sartre). Así como el sujeto no es causa del simbolismo cultural y del lenguaje, y así como el discurso lo mediatiza, el
sujeto no es causa del grupo, que lo mediatiza, y por el cual
él inscribe una parte de su subjetividad. Esta última es la
interpretación por el sujeto de.la realidad psíquica que se
constituye bajo esos efectos múltiples y concomitantes: de
inconciente, de grupo, de lenguaje y de cultura. Quedan por
establecer el efecto de sujeción a estos diversos órdenes, sus
relaciones, sus conjunciones y sus disyunciones. El grupo en
tanto realidad social y psíquica, como el lenguaje y la cultura, constituye un orden de realidad heterogéneo al del sujeto del inconciente.
Dos determinaciones convergentes del sujeto del grupo
El sujeto del grupo se constituye como sujeto del inconciente según dos determinaciones convergentes: la primera
consiste en su sujeción al conjunto (familia, grupos, institución, masas ...). Algunas formaciones del inconciente se
trasmiten por la cadena de las generaciones y de los contemporáneos; una parte de la función represora toma apoyo
y estructura (neurótica o psicótica) en algunas modalidades
de la trasmisión psíquica, por ejemplo según las modalidades fijadas por las alianzas, los pactos y los contratos inconcientes; además, el proceso de encriptado, la formación
del superyó y de las funciones del ideal siguen igualmente
esta determinación intersubjetiva.
La segunda es tributaría del funcionamiento propio del
inconciente en el espacio intrapsíquico; se apoya en los grupos internos que sostienen su formación y su función, no solamente por la incorporación o la íntroyección de los objetos
y de los procesos constituidos en los vínculos ínter- y trans·
subjetivos y que la identificación y el apuntalamiento someten a un trabajo de trasformación en el aparato psíquico,
sino también por las propiedades inmediatamente grupales
de los pensamientos reprimidos que, en tanto están separa·
dos del conciente y agrupados entre ellos en el inconciente,
ejercen una atracción sobre los elementos aislados que se
separan del sistema Prcc-Cc. El sujeto del grupo se cons·
tituye como sujeto del inconciente según estas dos determi·
naciones que dependen de su «apertura» del lado de la exi-
341
gencia del objeto, generadora de discontinuidad, y del lado
de la exigencia narcisista, generadora de continuidad.
La precedencia del grupo y los emplazamientos del
sujeto
El grupo precede al sujeto del grupo, que no puede hacerse causa o efecto de él sin alienarse allí. En cierta manera,
no tenemos por entero la opción de no ser puestos-juntos en
el agrupamiento, tal como no tenemos la opción de poseer o
no un cuerpo: es así como venimos al mundo, por el cuerpo y
por el grupo, y el mundo es cuerpo y grupo. Que el cuerpo o
el grupo sean rehusados tiene por precio la abolición del espacio psíquíco. Para el sujeto humano, el grupo es un objeto
de trasfondo narcisista; es también una estructura de en·
cuadramíento de este sujeto.
Que el grupo y la realidad psíquica que en él se forma y
se trasmite preceden al sujeto es lo que nosotros leemos en
Tótem y tabú cuando Freud supone que «la psicología de las
masas es más antigua que la psicología individual». La psi·
cología individual es la emergencia del yo (Je) en el despren·
dimiento de las identificaciones del yo de los objetos indife·
renciados del estado de masa: en este sentido, «la psicología
individual es en primer lugar una psicología social» (Psicología de las masas y análisis del yo).
La sujeción al grupo se funda en la ineluctable roca de la
realidad intersubjetiva como condición de existencia del
sujeto humano. Cada uno de nosotros está sometido por la
biología, la vida psíquica y la cultura a este orden de la realidad que nos preexiste y que no puede desplegarse sin la
contribución de cada uno de nosotros. Lo ineluctable es que
somos puestos en el mundo, cualesquiera que sean hoy las
condiciones técnicas de la procreación, por más de un otro,
por más de un sexo, y que nuestra prehistoria nos hace, mu·
cho antes de la desligadura del nacimiento, ya miembros de
una pareja, sujetos de un grupo, sostenidos por más de un
otro como los servidores y los herederos de sus «Sueños de
deseos irrealizados», de sus represiones y de sus renun·
ciamientos, en la malla de sus discursos, de sus fantasías y
de sus historias. De nuestra prehistoria tramada antes de
que naciéramos, el inconciente nos habrá hecho contempo·
342
j
1
ráneos y nosotros devendremos actores en el apres-coup.
Esta prehistoria donde se constituye lo originario, la de un
comienzo del sujeto antes de su advenimiento, está asida en
la intersubjetividad. Arriesguemos la fórmula de que el sujeto es en primer lugar un «intersujeto». Esta es otra forma
de decir que el sujeto se constituye en el espacio psíquico
donde se asocian más de un otro y más de un semejante
sujeto.
U> ineluctable es, pues, también la precedencia del grupo en la formación del sujeto del inconciente. El grupo que
nos precede -de preferencia algunos de sus miembros, que
son para el infans sus representantes- nos sostiene y nos
mantiene en una matriz de investiduras y de cuidados, predispone señales de reconocimiento y de convocación, asigna
emplazamientos, presenta objetos, ofrece medios de protec·
ción y de ataque, traza vías de cumplimiento, señala límites, enuncia prohibiciones. En el grupo se cumplen acciones
que sostienen o forman la represión de las representaciones,
la sofocación de los afectos, el renunciamiento pulsionaL
No existe psique humana sin que se efectúen estas acciones, para que sean utilizables por el sujeto el lenguaje y la
palabra de las generaciones que lo preceden, las predisposi·
ciones significantes que hereda y de cuyo uso se apropia en
parte para sus propios fines. Otra parte permanece extranjera o extraña a él, cuando le haya sido impuesta, presencia
oscura y desconocida en él de otro o de más de un otro.
El sujeto del grupo no es el sujeto de un solo grupo, aun si
el grupo primario es aquel del que recibe la marca inaugural, en el mismo momento de su llegada al mundo. El sujeto
transita entre varios grupos: coexisten en él varios espacios
psíquicos intersubjetivos, con sus exigencias narcisistas,
sus formaciones del ideal, sus referencias identificatorias,
sus exigencias de represión, contradictorias o convergentes.
Por la mediación de estos grupos se trasmiten y modifican
las referencias identificatorias, los enunciados míticos e
ideológicos, las leyendas y las utopías, los mecanismos de
defensa, una parte de la función represora, los ritos, pero
además, y sobre estas bases: la lengua y el uso del significante, las estructuras antropológicas de la prohibición del
incesto y del asesinato del semejante.
Sin estas trasmisiones estructurantes, el sueño, la palabra y la acción, la realización misma de los deseos incon-
343
cientes permanecerían inarticulables: el sujeto no podría
cumplir su propio fin. Esta vida psíquica, esta palabra, estas instituciones no son simple yuxtaposición de elementos
separados: organizados y estructurados por las leyes del
orden que les es propio, requieren de cada uno de nosotros
cierta conformación de la que depende nuestro lugar y nuestra subjetividad. Es en este conjunto que lo recibe, lo nombra, lo ha soñado, lo inviste, lo sitúa y le habla, donde el sujeto del grupo deviene sujeto hablante y sujeto hablado, no
por el solo efecto de la lengua, sino por efecto del deseo de los
que -como en primer lugar la madre- se hacen también
los porta-voces del deseo, de la prohibición, de las representaciones del conjunto.
Las exigencias de trabajo psíquico impuestas por el
grupo a sus sujetos
El sujeto del inconciente está ineluctablemente sujetado
a un conjunto intersubjetiva de sujetos del inconciente: esta
situación impone a su psique una exigencia de trabajo psíquico, por el hecho mismo de su ligadura con el grupo. Esta
exigencia de trabajo duplica, en paralelo o en interferencia,
aquella que impone a la psique su necesaria ligadura con lo
corporal. La elaboración teórica y práctica del psicoanálisis
no puede sustraerse de esta doble necesidad y de sus relaciones. El concepto de sujeto de grupo califica al sujeto del
inconciente bajo el aspecto donde él se constituye en la represión de la parte que le impone el hecho de ser eslabón,
heredero, servidor y beneficiario del conjunto intersubjetiva
que lo precede, y de esa otra parte que toma para mantener
ciertas formaciones psíquicas propias del conjunto.
La sujeción se efectúa y se sostiene del lado del grupo;
sirve a los intereses del conjunto o de algunos de sus miembros; es también una exigencia del sujeto mismo, en las condiciones inaugurales de su vida en el nacimiento. Estas dos
exigencias se conjugan en ciertas sinergias de sujeción; son
además el motivo de la conflictividad psíquica del sujeto del
grupo y la determinante de su estructura.
Las exigencias de trabajo psíquico impuestas por el grupo a sus sujetos pueden ser esquemáticamente descritas a
partir de las prohibiciones mayores y de las obligaciones
344
que impone el grupo para establecer y mantener su orden
propio. Distingo seis exigencias principales, cuyos efectos
pueden conjugarse en ciertas zonas de encabalgadura:
Las prohibiciones mayores (del incesto, del asesinato del
Padre, del canibalismo) y las exigencias correlativas de la
represión, del renunciamiento a la realización directa de los
fines pulsionales que ponen en peligro al conjunto, del rodeo
simbólico y de la afiliación. Las consecuencias de estas prohibiciones y exigencias de trabajo psíquico corresponden a
ciertas modalidades de la formación del inconciente del sujeto, al acceso y al uso de la palabra, a la facilitación de las
realizaciones sublimatorias y simbólicas, a /,a preservación
de /,as condiciones de vida y de amor para /,a instauración de
/,a comunidad de derecho. La noción de una función co-re·
presora y la de una facilitación del retorno de lo reprimido
es central para cualificar las relaciones del sujeto del grupo
y del sujeto del inconciente, su estructuración correlativa.
El sujeto del inconciente porta, alberga, metaboliza las exigencias de trabajo impuestas por el grupo; el sujeto del gru·
po las trasporta hacia otros sujetos, en el conjunto.
Las obligaciones narcisistas y las exigencias de investí·
dura de las formaciones imaginarias del conjunto; el grupo
impone a sus sujetos, para el mantenimiento de su integridad, la obligación de investir el conjunto como continuidad, totalidad, unidad, reunión de semejantes, es decir, como objeto narcisista. Esta obligación rige la reproducción
de lo idéntico en los emplazamientos dejados vacantes. El
concepto de contrato narcisista destaca que esta obligación
prescribe la trascripción de las conductas y de los enunciados constitutivos del ideal y, en consecuencia, de las representaciones de la fundación y del fundamento del grupo;
precisaré que esta obligación requiere de los sujetos del grupo el mantenimiento de los emblemas y de las referencias de
la identificación narcisista con el conjunto y con los elementos del conjunto, el sostén de la función del ideal y del imaginario común, la participación en el funcionamiento de la
ilusión de coincidencia entre las necesidades narcisistas del
sujeto y la exigencia narcisista del conjunto, el reconocimiento de los emplazamientos narcisistas fundamentales:
el Ancestro fundador, el Niño-rey.
345
El cumplimiento de estas obligaciones induce diversos
tipos de trabajo psíquico e incluye, paradójicamente, una
exigencia de no-trabajo psíquico: por ejemplo, la identificación narcisista con el objeto de la necesidad narcisista del
conjunto (constituirse como el Niño-rey esperado) exige la
indiferenciación o la des-diferenciación de ciertas formaciones psíquicas; tales exigencias son puestas al servicio del
narcisismo de vida (la investidura de lo mismo por lo mismo) y del narcisismo de muerte (la desobjetalización y el enrasamiento de toda diferencia de pensamiento o de singularidad para establecer la masa indiferenciada: die Menge,
escribe Freud en ese caso).
Las obligaciones objetales y las exigencias impuestas al
sujeto del grupo de ser un objeto de satísfacción pulsional
para los otros miembros del grupo y para asegurar la cohesión del conjunto. Esta obligación encuentra el límite impuesto por las prohibiciones mayores y algunas obligaciones narcisistas. Es, por lo tanto, generadora de conflictos.
Supone en la mayoría de los casos un abandono de las realizaciones objetales gracias a las cuales el sujeto es para sí
mismo su propio fin, un abandono del cual descuenta un beneficio. Así es como Freud entiende la identificación con el
ideal común que representan el jefe o la idea: exige de sus
«miembros» el abandono de ciertos ideales y de ciertos objetos que los han constituido. Esta obligación implica en
ciertos casos una indiferenciación del sujeto que se presta a
esta obligación objeta! parcial (cualquiera que pueda venir
al caso); en otros, una diferenciación pertinente (Fulano
será objeto de amor o de odio): en estos dos casos, debe ser
tomado en consideración lo que corresponde al sujeto.
Un aspecto constante de esta obligación es que el sujeto
debe prestarse a ser un objeto despegable, separable del
conjunto para cumplir diferentes funciones metafóricas y
metonímicas (uno para todos, todos como uno). Algunas de
estas funciones pueden ser descritas por la noción genérica
de funciones fóricas: describen aquello de lo cual un sujeto
es el portador, el delegado, el representante, el servidor. Estas funciones pueden inscribirse en el movimiento por el
cual el conjunto, o una parte del conjunto, se representa, ya
sea para el reconocimiento de sí mismo, ya sea para su propio desconocimiento. Son las del porta-voz, porta-síntoma,
346
porta-sueño, porta-ideal. .. En estos lugares y funciones, el
sujeto juega seguramente una partida que le es propia, y el
problema que se nos plantea es comprender cuáles exigen·
cías de trabajo psíquico y cuáles cumplimientos son realiza·
dos en esta obligación cuyo encargo obedece por otra parte a
la lógica de grupo. Con la mayor frecuencia, el sujeto es tratado ahí como un objeto parcial, como un personaje, y él se
presta a este tratamiento. Es parte constituyente y realizante de una fantasía compartida por un conjunto de otros
que se ubican en ella correlativamente.
Las obligaciones de salvaguarda, de defensa y de protección del conjunto se apoyan en las precedentes. Imponen la
exigencia de ligar y trasformar, en las identificaciones con el
grupo en tanto objeto, los objetos del grupo, las relaciones
internas del grupo y sus relaciones con los otros grupos. Con
esta condición pueden ser defendidos y protegidos el territorio del grupo, sus ideales, sus representantes, sus representaciones. La exigencia de reconocer al enemigo exterior
se apoya en la investidura del narcisismo de las pequeñas
diferencias. Un aspecto particular de la obligación de salvaguarda es la obligación de salvaguardarse de destruirse a sí
mismo (por ejemplo condena u obligación de suicidio) en la
medida en que la identificación narcisista implica la salvaguarda del grupo en cada uno de sus sujetos. Los sistemas
de defensa instalados en los sujetos para salvaguardar al
grupo en tanto es vital para ellos son entonces obligatoriamente sistemas de defensa para integrar a los que son propios de cada sujeto. Estas son metadefensas que pueden ser
sintónicas o paradójicas con las defensas individuales: un
ejemplo en el que las defensas son paradójicas es el caso en
que el sujeto, sacrificándose por el grupo, salvaguarda al
grupo en él por el abandono de sus propias defensas vitales.
Este ejemplo se puede comprender con el concepto de autoalienación (P. Aulagnier, 1979) cuya la meta es la reducción
de la distancia entre el yo (Je) y sus ideales.
Las obligaciones simbólicas y la exigencia del trabajo del
pensamiento. El grupo impone a sus sujetos ser los agentes
y los soportes de lo simbólico, en oposición conflictiva con la
obligación de ser los agentes y los soportes de lo imaginario.
Agentes de lo simbólico en la exigencia de ocupar un lugar
347
en los emplazamientos diferenciales del sexo y de la generación, de mantener las distancias que imponen las prohibiciones mayores. Agentes de lo simbólico en la exigencia de
participar en el trabajo de la representación, de la significación y de la interpretación, por la palabra especialmente,
en la trascripción y creación de un orden con el que el sujeto
no se puede identificar, del cual no es causa, sino solamente
el garante, el soporte y el eslabón anónimo. Con ello se requiere al sujeto tomar parte en las tareas de la trasmisión
de lo simbólico, lo que supone su advenimiento en la filiación y la afiliación, como heredero y servidor: lo que supone
ante todo que, bajo el efecto de la sujeción a las prohibiciones mayores estructurantes, la represión haya operado
para que se ejerza el trabajo de pensamiento.
Las obligaciones de conformación a la norma y la exigencia del no-trabajo del pensamiento. Estas se oponen a la
precedente y se apoyan de preferencia en la segunda y en
la cuarta obligación: la exigencia del desconocimiento, del
no-pensamiento, es correlativa a la del no-advenimiento
del yo (Je) y del mantenimiento de las relaciones de objeto
parcial. Turna apoyo, no en la trasmisión de la «mejor de las
represiones» (neurótica), sino en la imposición de la renegación, del rechazo o del borramiento de las representaciones. Las formaciones grupales ideológicas, por oposición a
las formaciones mitopoéticas, aseguran una parte de estas
obligaciones.
Estas seis principales obligaciones impuestas por el conjunto para mantener su orden de existencia propio definen
la sujeción del sujeto al grupo; exigen un trabajo o un notrabajo psíquicos cuya influencia es decisiva en la formación del sujeto del inconciente. Pero estas obligaciones y estas exigencias tienen como correlato que el sujeto las suscriba para establecer su orden de existencia propio, y en
ciertos casos las exija.
348
La sujeción al grupo como exigencia del sujeto
Distinguiré seis principales exigencias de sujetamiento.
La exigencia de sup/,encia, de sostén, de mantenimiento
y de protección: la dependencia bio-psico-social ligada a la
prematuración humana en el nacimiento exige que el grupo
primario cumpla funciones de suplencia y de protección para paliar las insuficiencias vitales. Apenas separados del
cuerpo materno, estamos unidos a otros-semejantes, en la
matriz nutricia y protectora del grupo primario. 1.-0 que nos
interesa aquí, fundamentalmente, es que esta «matriz» sea
un espacio psíquico: sin ella, la función materna que el grupo sostiene no podría desplegarse. Esto es así porque el
cuerpo y la psique matemos son para el infans, y seguirán
siendo después para él, en su mundo interno, los primeros
representantes del grupo: el recién nacido no distinguirá inmediatamente a la madre de la masa psíquica, deseante y
hablante, táctil, sonora y fragante que necesita para consti·
tu irse.
De estas primeras condiciones resultan algunas consecuencias, principalmente: la asociación del grupo a toda ex·
periencia de desamparo (Hil{losigkeit) ulterior; una situa·
ción fundamental de dependencia respecto de las figuras y
de los representantes del grupo; ciertos procesos y formaciones psíquicos generados por esta situación, por ejemplo la
utilización por el recién nacido de la actividad excitadora·
para-excitadora de la madre, el apuntalamiento de sus pulsiones en ciertas formaciones psíquicas de la madre y de
más de un otro, la puesta en posición favorable del objeto y
de la realidad psíquica que le está unida. Se admitirá, pues,
que las condiciones de formación del inconciente del sujeto
no son indiferentes a la exigencia de trabajo psíquico que,
por su lado, él impone a su entorno grupal para que satis·
faga sus necesidades psíquicas narcisistas y objetales.
La búsqueda del sostén narcisista del grupo. He subrayado que el grupo es un objeto de trasfondo trófico para el
narcisismo primario del sujeto. El grupo es también una
exigencia del sujeto para apuntalar su propio narcisismo:
su narcisismo primario, si admitimos que la investidura libidinal del yo por él mismo supone un apuntalamiento en la
349
investidura del infans por el narcisismo de la madre -y
hemos visto que el narcisismo materno incluye la relación
con sus objetos narcisistas-. Su narcisismo secundario se
apuntala igualmente en el grupo, en la medida en que el
ideal del yo, formación común al sujeto singular y al grupo,
se sustenta en la investidura del conjunto sobre cada yo
constituyente. El narcisismo del grupo, es decir, la investidura del narcisismo sobre el conjunto por sus constituyentes mismos es una exigencia del sujeto para asegurarse en
la continuidad, la unidad y el valor de su yo, hasta en los
desplazamientos y las trasferencias extremos que se efectúan sobre el grupo investido como unidad narcisista más
grande. El trabajo psíquico que lleva a la construcción conjunta del sujeto y del objeto supondrá el desprendimiento
narcisista parcial de su zócalo grupal.
La exigencia de la función de enunciación de las prohibiciones mayores corresponde a otra serie de expectativas del
sujeto respecto del grupo: de protección y de limitación ante
los aspectos angustiantes y peligrosos de sus propios deseos
y de sus cumplimientos pulsionales; de protección y de limitación ante las realizaciones peligrosas de los otros; de organización diferenciadora de las relaciones entre los sexos y
las generaciones; de apoyo de la represión que, para ser «en
extremo individual» como lo ha destacado Freud, no toma
por eso menos apoyo en la función co-represora del conjunto, preferentemente de la madre.
La exigencia de predisposiciones significantes, utilizables en la medida en que las precedentes demandas han podido ser satisfechas. Esta exigencia consiste en la espera y
la búsqueda de una función semiótica, articulada a la busca
de lo simbólico, que sostiene la actividad de ligazón y de representación del sujeto, su uso de la función de la palabra,
su deseo de inscribirla en la comunidad del lenguaje, su necesidad de encontrar enunciados ya-dichos (mitos, leyendas, cuentos, teorías, teologías, ideologías) garantes de su
propia capacidad de enunciación en el marco de las convenciones y de las referencias recibidas y compartidas. Esta
exigencia se puede enunciar en un gradiente de conformidad o de coacción ejercida por las predisposiciones significantes del grupo; puede entenderse como la condición mis-
350
ma de la formación del preconciente y de la inscripción del
sujeto humano en la cultura.
La exigencia de desconocimiento y de indiferenciación es
antagonista de las dos precedentes; solicita el concurso del
grupo en la realización de los fines de la represión, de la
auto-alienación y de la des-individuación. Moviliza las identificaciones fundadas en el renunciamiento o el abandono
de algunos objetos electivos del yo; sostiene la ligazón de los
síntomas a las alianzas inconcientes y a los pactos denegativos.
La pertenencia identitaria y las referencias identificatorias: el sujeto busca y encuentra en el grupo una pertenencia identitaria y referencias identificatorias que lo hacen
reconocerse y ser reconocido como sujeto del grupo. Lo consigue por las investiduras que coloca en él y que recibe, por
los lugares que ocupa y por el juego de las identificaciones
inconcientes, narcisistas e histéricas. La función psíquica
de esta ubicación en una inscripción genealógica y sincrónica es también la de defenderse de la angustia de estar sin
lugar y sin asignación en el deseo del Otro, de más-de-un·
otro; es además hacer posible la experiencia de ser sujeto
deseante. El contrato o el pacto narcisistas cumplen estas
exigencias y estas funciones según modalidades distintas.
El trabajo de la intersubjetividad en la formación del
aparato psíquico
Llamo trabajo de la intersubjetividad al trabajo psíquico
del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del in·
conciente. Esta proposición tiene como corolario que la cons·
titución intersubjetiva del sujeto (lo que define el concepto
de sujeto del grupo) impone a la psique ciertas exigencias de
trabajo psíquico: imprime a la formación, a los sistemas,
instancias y procesos del aparato psíquico, y en consecuencia al inconciente, contenidos y modos de funcionamiento
específicos.
351
La noción de tra'bajo psíquico de la intersubjetividad
La noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad no
supone sólo una determinación extra-individual en la for·
mación, el funcionamiento, de ciertos contenidos del apa·
rato psíquico: corresponde a las condiciones en las cuales el
sujeto del inconciente se constituye. Admite como hipótesis
fundamental que cada sujeto en su singularidad adquiere
en diversos grados la aptitud para significar e interpretar,
recibir, contener o rechazar, ligar o desligar, trasformar y
representar(se), jugar con objetos -o destruirlos- y con
representaciones, emociones y pensamientos que pertene·
cen a otro sujeto, que transitan a través de su propio aparato psíquico o devienen en él, por incorporación o introyección, partes enquistadas o integrantes y reutilizables. Esta
noción admite, como consecuencia del concepto de sujeto del
grupo, la idea de que cada sujeto está representado y busca
hacerse representar en las relaciones de objeto, imagos,
identificaciones y fantasías inconcientes de otro y de un con·
junto de otros; además, cada sujeto liga entre sí y se liga en
formaciones psíquicas de este tipo con los representantes de
otros sujetos, con los objetos de objetos que alberga en él.
Estas proposiciones merecerían sin duda una elaboración más precisa en cuanto critican las concepciones estrechamente (o estrictamente) intradeterministas de las formaciones del aparato psíquico. Mi punto de vista es que es
necesario desarrollar las implicaciones de la segunda tópica
para reinterpretar la primera. Deberé limitar aquí mi exposición a algunas consecuencias de estas proposiciones, para
retener principalmente estas dos ideas:
La idea de ulUl red psíquica intersubjetiva es correlntiva
de In de una estructuración de In psique en In intersubjetivi-
dad: cada aparato psíquico considerado como tal está, desde
esta perpectiva, constituido por lugares, procesos e intercambios que contienen, «incorporan» o introyectan formaciones psíquicas de más-de-un·otro en una red de huellas,
sellos, marcas, vestigios, emblemas, signos y significantes,
que el sujeto hereda, que recibe en depósito, que enquista,
trasforma y trasmite.
La idea de una formación intersubjetiva de las estructuras tópicas del aparato psíquico está presente muy pronto
352
en el psicoanálisis puesto que cubre bastante ampliamente
el debate freudiano sobre la trasmisión psíquica y el problema de la herencia filogenética. Las principales proposiciones contemporáneas de la primera teoría del aparato psíquico están concentradas en las últimas páginas de Tótem y
tabú y en las primeras de Introducdón del narcisismo; plantean la idea de una trasmisión inconciente de contenidos y
de procesos psíquicos inconcientes de una generación a otra;
esta trasmisión es efecto de una doble necesidad. La primera describe un proceso biológico destinado a asegurar la
continuidad de la vida psíquica de las generaciones sucesivas; la segunda es propiamente psíquica, corresponde al
hecho de que «ninguna generación está en condiciones de
ocultar a las que siguen sucesos psíquicos significativos»
(GW IX, pág. 191). Esta presión para trasmitir contenidos
significativos inconcientes requiere ser comprendida; se la
podl'Ía esdan•cer de la siguiente manera, según los principios de la primera tópica: los contenidos inconcientes re·
toman en el espacio psíquico de otro sujeto, sin que lo sepan
los protagonistas, bajo el efecto de un proceso de repulsión
(que podría dejarse describir de diferentes maneras: recha·
zo, proyección, depósito) y de un proceso de atracción ejercido por el inconciente del sujeto receptor; este liga a sus
propios contenidos psíquicos los que le son incompletamen·
te disimulados y deformados por la actividad de represión
de los que lo preceden. Con la segunda tópica, el concepto de
la identificación precisará más la noción introducida desde
el análisis de las identificaciones histéricas, principalmente
con la cura de Dora: la de la identificación por el síntoma.
El aparato de interpretar/significar
Esta doble lectura propone una perspectiva de compren·
sión de esta noción que Freud introduce en las últimas pá·
ginas de Tótem y tabú (op. cit.): cada ser humano poseería,
en su actividad psíquica inconciente, un «Apparat zu deuten», o sea, «Un aparato para interpretar y para dotar de sig·
nificación a las reacciones de otros hombres, es decir, para
anular las deformaciones que los otros han hecho sufrir a la
expresión de los movimientos de sus sentimientos» (GWIX,
pág. 191).
353
Esta noción abre varias cuestiones: el estatuto tópico de
este aparato de interpretar/significar, ¿es sólo inconciente o
más bien constituye una función específica del preconciente? La principal cuestión corresponde aquí nuevamente a la
concepción activa de la vida psíquica del sujeto que jamás se
manifiesta como una simple dependencia mecánica de la
cadena intergeneracional. En Freud, la hipótesis filogenética es puesta en tensión con la hipótesis epigenética esbozada en ese mismo texto decisivo unas líneas antes de mencionar este «aparato» de la percepción psíquica: «Para llegar
a ser eficientes, las disposiciones psíquicas heredadas necesitan de ciertos impulsos en la vida psíquica individual». Se
admitirá de este modo que el apuntalamiento del sujeto en
el narcisismo de quienes lo preceden y lo constituyen como
portador de sus sueños de deseos irrealizados es efecto del
trabajo de la intersubjetividad, efecto que no desaloja al sujeto de su emplazamiento ocupado/prescrito en la fantasía
de la que es parte beneficiaria, parte significante y parte
interpretante.
Estos puntos de referencia se podrían elaborar en otras
direcciones: por ejemplo para volver a desplegar los temas
sobre el destino de las pulsfones y la génesis de la neurosis
bajo el efecto de la «moral sexual civilizada» (1908), a la luz
de las tesis sobre el renunciamiento al que todo sujeto debe
consentir para mantener su vínculo con la comunidad de
derecho y de cultura (El makstar en la cultura, 1929).
El espacio intersubjetiva de la psique
La segunda teoría del aparato psíquico pone más aun
que la primera el acento en el trabajo de la intersubjetividad en la formación de las instancias y de los procesos del
aparato psíquico. El descubrimiento del papel que desempe·
ñan las identificaciones en la formación del yo, del superyó
y de las formaciones del ideal precisa tesis esbozadas antes
del giro de 1920, en Tótem y tabú principalmente; Freud
precisará en 1932 que el superyó del niño, heredero del complejo de Edipo, se forma a imagen del superyó de los padres
(GWXV, pág. 73; trad. fr., págs. 90-1). La concepción de la
continuidad de la vida psíquica entre las generaciones se
enriqueció por la introducción de la identificación. La se-
354
l¡
1
gunda tópica está tan saturada por el modelo int.ersubjetivo
que est.e llega a constituirse en el paradigma de las relacio·
nes entre las instancias del aparato psíquico.
En la vía abierta por estas hipót.esis, varios trabajos psi·
coanalíticos han comenzado a explorar las modalidades y
los efectos del trabajo de la int.ersubjetividad en la forma·
ción del aparato psíquico: J. Lacan ha sido uno de los primeros en int.ernarse por esta vía en su artículo de 1938 sobre la
co-estructuración del sujeto y de la familia; el concepto lacaniano del sujeto está construido en la int.ersubjetividad. De
otra inspiración, las investigaciones de N. Abraham y M. 'Ibrok sobre el incorporo, la cripta y el fantasma, est.e último
definido como «el trabajo en el inconcient.e del secreto incon·
fesable de otro» (1978, pág. 391), y las de A. de Mijolla (1981)
sobre los «Visitantes del yo» se inscriben en esta línea de
investigación. También los trabajos de P. Castoriadis-Au·
lagnier (1975) sobre la función del porta-voz en el espacio
int.ersubjetivo de la formación del yo (Je), sobre el contrato
narcisista y sobre el papel del entorno en la génesis de la
psiCosis han desarrollado un área de investigación en la que
se inscriben y dialogan los de M. Enriquez (1986) sobre la
herencia de la psicosis, los de H. Faimberg (1988) sobre el
efecto de t.elescopaje entre las generaciones, los de M. Th.
Couchoud (1986) sobre ciertas modalidades de la represión
o de la renegación en la madre y sus consecuencias sobre la
represión en el hijo. También deben ser asociadas a estas
orientaciones de investigación las de W.-R. Bion sobre la
función alfa de la madre en la trasformación de los objetos
de pensamiento en el niño, las de D.-W. Winnicott sobre la
capacidad de ensoñación mat.erna y el uso del objeto por el
niño.
Con la notable excepción de Bion, cuyas investigaciones
psicoanalíticas se dirigieron primeramente a los grupos,
todos estos trabajos fueron realizados a partir de la única
referencia metodológica de la situación de la cura individual. Podemos suponer que la utilización de dispositivos
metodológicos aptos para desarrollar µna situación de tra·
bajo psicoanalítico con una familia o con un grupo de noíntimos constituiría segurament.e un progreso considerable
para la validación de estas hipótesis. La psicot.erapia familiar psicoanalítica podría proveer datos valiosos acerca de
las modalidades constitutivas del inconcient.e de cada suje-
355
to, en el lugar mismo de su inter-estructuración con el grupo
familiar; los dispositivos psicoanalíticos de grupo no fami·
liares revelarían más precisamente la estructura y el funcionamiento sincrónico del inconciente en la intersubjetividad. Desafortunadamente-ya he señalado esta paradoja-,
existen aún muy pocas investigaciones sobre este problema
decisivo, falta una hipótesis suficientemente fuerte y con·
sistente para sostener el proyecto de una metapsicología
intersubjetiva de las formaciones del inconciente.
Podrían proponerse dos tareas complementarias. Una
presentaría la intersubjetividad como lugar psíquico y nivel
de manifestación de los efectos del inconciente, en las for·
mas del grupo de íntimos o de no-íntimos. La otra la enfo·
caría como uno de los aparatos de su co·producción y exa·
minaría sus efectos en la formación de la represión, de los
contenidos reprimidos, del retorno de lo reprimido y de la
toma de conciencia de lo reprimido para cada sujeto consi·
derado en su singularidad.
Una generalización de la interpretación de la primera
tópica con la segunda, en una situación psicoanalítica apro·
piada a las cualidades de su objeto, permitiría articular estas dos tareas una con otra. He propuesto el proyecto de
esto: el sujeto del inconciente es sujeto del grupo; el sujeto
del inconciente se constituye en JXLrte en la intersubjetivi·
dad que es uno de los soportes y uno de los aparatos de formación del inconciente.
Esbozos para una metapsicología intersubjetiva de la
represión
No es posible proponer una concepción psicoanalítica del
sujeto del grupo y del agrupamiento intersubjetiva sin dar
un lugar central a la cuestión de la represión: «La teoría de
la represión -escribe S. Freud- es la piedra de fundación
sobre la que reposa todo el edificio del psicoanálisiS» (1915,
GW X, pág. 54; trad. fr., pág. 273). Estos esbozos elaboran
algunas perspectivas sobre el trabajo de la intersubjetivi·
dad en los tres tiempos lógicos de la represión, tal como
Freud los expone en 1915 después del análisis de Schreber:
el tiempo de la represión originaria, el de la represión con
posterioridad [apres-coup] y el tiempo del retorno de lo re-
356
primido. Admito con J. Laplanche (Laplanche y Pontalis,
1967 y, recientemente, J. Laplanche, 1987) que la teoría
freudiana de la seducción, que precede a la puesta en forma
de 1915, tiene la ventaja de articular la descripción del me·
canismo de represión con el objeto electivo Oa sexualidad)
sobre el cual se ejerce. Esta perspectiva presenta el impor·
tante interés de inscribir a la represión en el encuentro con
el objeto.
La parte que corresponde a la intersubjetividad en la
formación del inconciente
En primer lugar, me es necesario explicitar el en parte
con el que he moderado la carga que correspondería al trabajo de la intersubjetividad en la formación, los contenidos
y los procesos del ínconciente; para esto, me parecen necesarias dos proposiciones.
l. El psicoanálisis sostiene con constancia el principio
irreductible de la vida psíquica individual como actividad de
metabolización, específica de un sujeto singular, del con·
junto de los datos biológicos, psíquicos, intersubjetivos y
sociales a partir de los cuales se constituye: cualesquiera
que sean las condiciones orgánicas, relacionales y sociales,
es siempre el órgano psíquico de un sujeto el que recibe,
acepta, rechaza, trasforma datos, fracasa en esto, e, incluso
por defecto, actúa sobre ellos. Para dar cuenta de la forma·
ción del espacio psíquico, la teoría psicoanalítica ha construido conceptos con los cuales explora las singularidades
humanas de esta metabolización: los conceptos de apuntalamiento y de pulsión, de represión y de fantasía, de sínto·
ma y de identificación son algunos de ellos. Son actos, proce·
sos y formaciones que singularizan la psique de cada sujeto.
Cuando Freud escribe que «la represión trabaja en for·
ma en extremo individual» (1915, GWX, pág. 252), es para
especificar el destino de los representantes-representado·
nes de la pulsión en el interior del órgano psíquico y para
cualificar la lógica propia de esta entidad. La primera teoría
del apuntalamiento (1905) se inscribía ya en esta perspec·
tiva, hasta el momento en que la actividad psíquica de la
madre se estime como cualifícante en este proceso. Desde
357
esta primera teoría, el sujeto naciente es considerado como
capaz de acción sobre el objeto (es decir, sobre la psique de la
madre) que estará o no «colocada en posición favorable».
2. En contraste y en tensión con este primer punto de
vista, otra perspectiva, de la cual testimonia precozmente la
hipótesis filogenética, sostiene «la influencia» del Otro en la
formación de la psique. En la metabolización intrapsíquica
y en sus vicisitudes se articula una metabolización intersubjetiva con sus excesos y sus defectos: incluye una parte
de la psique del Otro o de más de un otro. Freud supone el
resultado de esto con la hipótesis de la formación del superyó, de los complejos y de las imagos; la segunda teoría del
aparato psíquico propone un proceso central para ello con la
reelaboración del concepto de identificación. Pero la teoría
de la represión, de los contenidos reprimidos y del retorno
de lo reprimido no ha sido objeto de una puesta al día equivalente.
Sin embargo, numerosos trabajos psicoanalíticos permiten adelantar la noción de una función ca-represora, de una
función ca-sintomática y de una cooperación intersubjetiva
en el retorno a la conciencia de la represión. La atención
prestada al proceso de la cura se ha hecho sensible a estos
movimientos intersubjetivos en el espacio psicoanalítico. El
análisis más específico de la función materna y del grupo
familiar sobre el destino de la represión en el niño en la neurosis y en la psicosis ha desprendido orientaciones de trabajo que la práctica psicoanalítica de los conjuntos intersubjetivos podría, por su lado, poner a trabajar y a debatir.
Mi hipótesis es la siguiente: si se sostiene que es ciertamente el sujeto singular dividido, más que el «individuo», el
que lleva a cabo el acto de la represión o el que fracasa al
realizarlo, debemos admitir que las condiciones y la manera
como se efectúa la represión, pero también todos sus contenidos y todos sus efectos, no pueden ser considerados como
exclusiva y estrictamente ,<individuales», en el sentido en
que la ilusión monádica produce al sujeto causa de sí mismo. El concepto de sujeto, por definición, lleva y desvía a la
psique del «individuo» fuera de sí, en esta separación que lo
constituye como dividido en el interior de sí mismo tanto
como en su relación con más de un otro. Según esta hipótesis, debemos poner a prueba esta idea de que en la psique
358
coexisten actos y formaciones estrictamente individuales
con zonas psíquicas comunes y compartidas, puntos de anu·
damiento de formaciones del inconciente pertenecientes a
otros aparatos psíquicos e inclusiones extra-individuales,
más o menos integrables (fantasmas, incorporos, inyecciones, significantes enigmáticos). Una hipótesis como esta
orienta la investigación hacia las modalidades de la circulación, del desplazamiento o de la trasmisión del inconciente entre los sujetos de un conjunto. Introduce en el campo
del análisis la categoría de las alianzas, de los contratos y de
los pactos en tanto ellos mismos se han vuelto inconcientes.
Sobre ln represión originaria y el desgarro del
para-excitación
El núcleo primitivo del inconciente, efecto de la represión originaria, está constituido por los representantes-representaciones psíquicos de la pulsión, de los que Freud
afirma que no pueden entrar en lo conciente y ejercen una
fuerza de atracción sobre las representaciones por reprimir.
La hipótesis que elabora para explicar la formación de la
represión originaria retendrá nuestra atención. Escribe, en
Inhibición, síntoma y angustia (1926): «Es por completo verosímil que factores cuantitativos, como una fuerza de excitación demasiado intensa y el desgarro del para-excitación
sean las primeras ocasiones en que se produzcan las represiones originarias» (GWXIV, pág. 121; tr. fr., pág. 11).
Esta teoría hace jugar un papel de primerísimo plano al
factor cuantitativo; se apoya en un modelo psicofisiológico
(1895) de protección del organismo de las excitaciones que
provienen del mundo interno y externo. Aun si admitimos
esta perspectiva, que define un estado del aparato psíquico
en un tiempo en que las defensas aún no se han constituido,
podemos pensar que la tesis «ocasionalista» de Freud admite circunstancias exteriores capaces de modular cuantitativa y cualitativamente, desde ese tiempo lógico, la fuerza de
la excitación y la aptitud del para-excitación de sufrir desgarro o de asegurar protección. La principal circunstancia
es eminentemente intersubjetiva: toca a las funciones maternas de excitación y de para-excitación en sus relaciones
con las experiencias y las funciones homólogas del infans.
359
Las investigaciones pos-freuclianas sobre las experiencias arcaicas vitales, sobre los traumatismos precoces compartidos por el infans y el grupo primario, sobre las catástrofes psíquicas, ponen en evidencia la importancia de las
correlaciones intersubjetivas. He utilizado la noción de catástrofe psíquica (1988) para describir situaciones tales que
el solo recurso al determinismo psíquico interno del para-excitación no puede alcanzar para dar cuenta de la formación
y del devenir del traumatismo. Una catástrofe psíquica se
produce cuando, estando el sujeto privado de sus medios de
defensa actuales y de circunstancias movilizadoras de la resignificación, la inercia psíquica o, a fortiori, la excitación
del entorno lo exponen a una desintegración de su función
para-excitadora y a vivencias de muerte.
Para el infam, la madre ejerce conjuntamente una actividad de excitación y una función para-excitadora por su
actividad psíquica de hospedaje y de trasformación de los
representantes-representativos de las pulsiones de su in·
fans. Es decir que la cualidad y las modalidades del fundo·
namiento del inconciente (y del preconciente) materno son
solicitadas «con ocasión del desgarro del para-excitación»
del bebé y ejercen un efecto sobre la represión originaria de
este.
Mi hipótesis es que la situación de grupo reactiva de preferencia las primeras condiciones de la represión originaria.
Corno lo he señalado en el curso del capítulo precedente,
existe una notable afinidad entre grupo, traumatismo, co·
excitación interna, desgarro del para-excitación y función
para-excitadora. Sería indispensable retornar desde este
punto de vista el análisis de la función de los grupos en las
situaciones de crisis y de experiencia traumática. El grupo
moviliza los contenidos primitivos del inconciente y los mecanismos fundamentales de la represión originaria: contra·
investidura (único mecanismo descrito por Freud en 1920),
vuelta contra la propia persona y repliegue auto-erótico,
trasformación en lo contrario de la actividad a la pasividad,
del continente al contenido, del adentro al afuera.
360
Sobre la represión secundaria y la función represora de
más-de-un-otro
Las formaciones secundarias del inconciente, efectos de
la represión con posterioridad [apres-coup], consisten en
grupos de representaciones conjuntamente atraídos por los
núcleos inconcientes primitivos y repelidos por el sistema
preconciente-conciente. La represión secundaria tiene como
función mantener separado en el inconciente un «grupo psí·
quic0» de representaciones ligadas a una pulsión cuya satis·
facción engendraría un conflicto intrapsíquico y displacer.
En los términos de la segunda tópica, la represión es una
operación destinada a defender al yo de las reivindicaciones
pulsionales, de los estímulos que le vienen del mundo externo y de las exigencias del superyó severo. El principio de la
formación de este se sitúa en la declinación del complejo de
Edipo, cuando el sujeto ha llevado a cabo el renunciamiento
a los deseos amorosos y hostiles; sin embargo, Freud y otros
autores han destacado la contribución de las exigencias sociales y culturales en su formación; en particular, la interiorización de las prohibiciones canibálicas y de las pres·
cripciones de la educación esfinteriana. Es una constante
en el pensamiento de Freud, al menos desde 1908, tomar en
consideración la parte social e intersubjetiva de la repre·
sión;3 resultan también de ello la cultura y sus obras específicamente humanas: «Creemos -escribe en 1929- que la
cultura ha sido creada bajo el empuje de las necesidades
vitales y a expensas de la satisfacción de los instintos y que
en gran parte es siempre recreada de la misma manera,
porque cada nuevo individuo que entra en la sociedad hu·
mana renueva el sacrificio de sus instintos en provecho del
conjunto». La concepción de la formación del superyó testimonia también de otra manera que la represión secundaria, si bien obedece a la lógica interna del aparato psíquico
del sujeto, incluye como una de sus variables la función corepresora del otro y de los contenidos del inconciente del
otro en el inconciente del sujeto.
3 Freud, en 1908, expone sus premisas en su estudio sobre La moral
sexual .:cultural» y la nerviosidad moderna.
361
La noción de una función co-represora
La noción de una función ro-represora de más de un otro
se deduce de las perspectivas de Freud a propósito de las
exigencias parentales respecto de las realizaciones pulsionales y fantasmáticas del niño; la utiliza sobre todo en Tót;em y tabú y, con la teoría del complejo de Edipo y del superyó, en los textos de la segunda tópica. Ella no contradice el
hecho de que la operación de la represión es «en extremo individual». Los trabajos de P. Aulagnier sobre la función de la
madre como porta-voz (principalmente como porta-voz de la
prohibición) y sus investigaciones sobre las modalidades de
la trasmisión de la prohibición en la represión neurótica y
psicótica precisan esta noción: «el trabajo de la instancia
represora no se puede operar, y menos aún lograrse, en ausencia de dos aportes exteriores: las prohibiciones pronunciadas por una instancia parental que se haga aquí "portavoz" de las exigencias culturales, y más aún el hecho de que
estas prohibiciones correspondan a aquello que debe ya ser
parte de lo reprimido de los padres, los deseos a los que han
renunciado en un pasado lejano y que ya no tienen lugar en
la formulación de sus deseos actuales. Por este motivo insistí en la importancia que tiene, en nuestro funcionamiento
psíquico, la trasmisión de un reprimido de sujeto a sujeto»
(1984, pág. 251). Al cualificar en una verdadera tópica intersubjetiva lo que llama «la mejor de las represiones», P. Aulagnier muestra la relación de alianza, «de complementariedad» entre las instancias represoras parentales y las del
niño: «el trabajo de la represión impuesto al niño por las instancias parentales aspira a protegerlas en lo posible del retorno de su propio reprimido(... ) La prohibición que afecta
al objeto del deseo incestuoso, al repetir la prohibición que
afectó al objeto del deseo incestuoso parental, permite al
niño como a los padres preservarse, en el futuro para el primero, en el presente para los segundos, tanto como preservar entre ellos una relación de investidura» (ibid., pág. 253).
Esta trasmisión de las represiones adquiridas garantiza
las construcciones identificatorias de los padres y simultáneamente, por la represión secundaria que instituye en el
niño, abre el acceso al pensamiento y a la historización.
En su análisis de la función del porta-voz, P. CastoriadisAulagnier había indicado (1975) que los objetos del infans,
362
• que fueron albergados en la psique materna, entraron en
relación con la actividad de represión de la madre antes de
ser restituidos al infans por la palabra. Lo que la madre
trasporta y trasmite en su actividad de porta-voz son objetos cuya representación habrá sido marcada por su propia
represión. En «la mejor de las represiones» (por oposición a
la represión en la psicosis), el niño puede tomar en sí un
objeto que podrá recibir según el principio de placer y que
podrá ser reprimido por la instancia represora del niño según las exigencias que le son propias; cuando la represión
no ha marcado a los objetos trasmitidos por la madre, el
niño no puede recibirlos trasformándolos según el principio
de placer y operar sobre ellos la represión secundaria.
La función materna del porta-voz en la formación del
sujeto
El sujeto del inconciente en cuanto es sujeto del grupo es
tributario de la función adjudicada al discurso materno en
la estructuración de la psique del infans, de aquello que todavía no habla. El concepto de porta-voz, tal como lo introduce P. Aulagnier, describe esta función. Ella lo inscribe en
«el espacio donde el yo (Je) puede advenir», es decir, en un
espacio hablante que ofrece al sujeto un «hábitat» conforme
a sus exigencias. 4 El concepto de porta-voz conlleva en realidad dos dimensiones: la de la palabra y la de la voz de la
madre, de su voz en sus aspectos físico, vibratorio, sonoro y
musical, cuando acompañan, comentan, predicen las actividades y los supuestos pensamientos del infans. Esta función se entrelaza en las actividades mímicas, las miradas,
4 El concepto de yo (Je) en P. Aulagnier corresponde a un uso preciso
cuyas características ha despejado pertinentemente Y. Lebeaux (1986):
P. Aulagnier concibe al yo (Je) como una instancia dotada de un modo propio de organización y de funcionamiento psíquicos; el sujeto designa una
estructura y una dinámica que atraviesa y supera las instancias: «Es lo
que atraviesa y vectoriza todo lo que se juega en el proceso analítico como
proceso de subjetivación inseparable de la relación con el Otro» (loe. cit.,
pág. 89). Más adelante, precisa: «Con relación al yo (Je), el sujeto sería lo
que no puede verdaderamente establecerse y cumplirse sin esa instancia
específica, fundada en el lenguaje organizado y el pensamiento, que es el
yo (Je)».
363
las sonrisas, llantos y gritos, en el conjunto de los contactos,
de los sostenes y de las actitudes de la madre y del infans.
Podría decirse que la madre lleva al niño a la palabra, en la
palabra, que le abre la puerta a ella.
El porta-voz es también, y es la segunda dimensión de su
función, aquel o aquella que porta la palabra de otro, o de
más de un otro: una palabra que ha recibido en delegación,
en lugar y posición de otro, que representa para otro. Lamadre cumple la función de enunciar prescripciones, prohibiciones, representaciones de las que no es causa u origen.
Las prohibiciones y las prescripciones que enuncia son las
mismas que organizan las relaciones del infans con el cuerpo de la madre, con el mundo, con las diferencias fundamentales: animado/inanimado; muerto/vivo; animal/humano;
hombre/mujer; padres/hijos...
La madre es porta-voz de un orden intersubjetivo al que
ella misma está sujeta y que organiza su propia subjetividad en su relación con la de su infans. Estas dos dimensiones de la función materna de porta-voz son distintas y ar·
ticulables. Cualifican la función de «prótesis» (P. Aulagnier)
cumplida para el infans por la psique materna. La madre
habla al niño y para el niño: acompaña de palabras [mots]
su experiencia y hace posible al niño el acceso a su palabra
[parole].
Señalaré por mi parte que la madre no pone al servicio
del infans solamente la palabra [parole] sino que también
satisface la exigencia de este de encontrar predisposiciones
significantes; introduce al infans a jugar y a utilizar las significaciones, a engendrar significaciones que le son propias
y a confrontarlas con significaciones comunes. Ella lo hace
poeta y recitador. Su capacidad asociativa, su estilo asociativo, estarán ulteriormente marcados por esto, juntamente
con los efectos propios de su represión. Agregaré que lamadre se habla a través de su función de porta-voz: en parte
cumple su doble destino de sujeto, para sí misma su propio
fin y eslabón de la cadena intersubjetiva: servidora y beneficiaria. A través de esta función de palabra, la psique materna aporta su propia investidura pulsional a la psique del
infans, pero también recibe la investidura de parte de este.
P. Aulagnier pone el acento sobre todo en el indicio libidinal del que la madre dota, por su actividad de porta-voz, a
las experiencias del niño. Dicho de otro modo, la madre deja
364
su huella sobre los objetos de la experiencia del niño, quien,
según la fórmula de Lacan, traga el sentido con el objeto, y
esta introyección originaria de un significante inscribe el
rasgo unario en el vínculo entre la madre y el niño. La referencia que P. Aulagnier hace a Lacan se completa con la
que toma de W.-R. Bion: el niño sólo puede constituir objetos
de pensamiento en la medida en que han sido primero trasfarmados, en sus aspectos destructores, peligrosos y dolorosos, por la función alfa de la psique materna. Que estos
objetos hayan sido albergados y trasformados en la psique
materna plantea de un modo más general la cuestión de su
relación con la actividad de represión en la madre. Henos
aquí, pues, nuevamente llevados a considerar el trabajo de
la intersubjetividad en la formación del aparato psíquico.
He intentado mostrar que la función del porta-voz es
necesaria para la formación de la vida psíquica del infans, y
la estructura: el ínfans al que no le es aportada la palabra
está psíquicamente mutilado. Esta necesidad de la presencia l;iablante de más de un otro, en una red de grupo, responde a las necesidades fundamentales de la psique humana:
por su actividad de sujeto porta-voz, la madre dispone para
el infans los medios de representarse su propia experiencia.
Alianzas inconcientes y solidaridades del sujeto del grupo
y del conjunto
En el curso del capítulo precedente, he intentado poner
en evidencia que las alianzas inconcientes, como formas genéricas de los vínculos a los que el psicoanálisis presta una
atención preferente, deben su consistencia y sus efectos
sobre la psique de los sujetos singulares sólo a las funciones
económicas y dinámicas, a los emplazamientos tópicos, que
toman en el conjunto trans-subjetivo. La comunidad del renunciamiento pulsional, la comunidad de la renegación, el
contrato narcisista, la alianza denegativa y el pacto denegativo presentan esta doble pertenencia metapsicológica.
He descrito estas formaciones en su doble estatuto: son
constitutivas de la realidad psíquica del sujeto singular, en
tanto es sujeto del grupo; forman la materia de la realidad
psíquica propia de un conjunto intersubjetiva: una pareja,
un grupo, un conjunto más vasto o institucional. Desde el
365
punto de vista del sujeto singular, las alianzas inconcientes
pueden describirse bajo un triple punto de vista: como el
efecto de la represión por el vínculo (función co-represora
del otro), en el vínculo (hipótesis de un depósito de lo reprimido en el inconciente de otro) y del vínculo mismo (conservación en el inconciente de los sujetos de las representaciones intolerables que corresponden a su vínculo: identificaciones, relaciones de objeto, fantasías comunes y compartidas
sobre las que pesan las prohibiciones fundamentales)
Por eso el análisis de sus relaciones puede permitir comprender cómo en modalidades neuróticas, psicóticas o perversas se constituye o fracasa en constituirse una parte de
la función represora para cada sujeto singular, en tanto está
sujetado al conjunto. Muestra también por qué toda modificación en las alianzas, los contratos o los pactos pone en
cuestión la organización intrapsíquica de cada sujeto singular. Recíprocamente, toda modificación de la estructura, de
la economía o de la dinámica del conjunto choca con las fuerzas que sostienen el pacto como componente iITeductible del
vínculo en el conjunto.
Algunas condiciones intersubjetiuas del retomo de lo
reprimido
Turcer tiempo de la represión, el retorno de lo reprimido
sólo podrá pesar sobre los contenidos inconcientes que hayan sufrido la represión secundaria. Se realiza según diferentes vías y modalidades: las del síntoma, del sueño, del
lapsus o del acto fallido; su estructura es la de las formaciones de compromiso.
En la situación psicoanalítica, el retorno de lo reprimido
se efectúa por medio del método de la asociación libre; las
condiciones específicas del proceso asociativo en la situación
psicoanalítica están definidas, en parte, por el eje trasferocontratrasferencial: es decir, ciertas condiciones intersubjetivas del retorno de lo reprimido en una situación organizada para manifestar en ella su orden propio.
La negación es el mecanismo por el cual el sujeto toma
conciencia de lo reprimido; Freud lo ha destacado fuertemente en su texto de 1925: «De este modo el contenido de
una imagen o de una idea reprimida puede retornar a la
conciencia a condición de que sea negado. La negación es
una manera de tomar conocimiento de lo que está reprimi·
do; es ya, de hecho, una forma del levantamiento de la represión, pero no, naturalmente, la aceptación de lo que está
reprimido» (trad. fr., pág. 235). El displacer provocado por el
retorno de los contenidos inconcientes lleva al yo a no reco·
nocer aquello que le pertenece y simultáneamente a tomar
conocimiento de ello por la negación. Una operación tal su·
pone el uso del símbolo lógico y lingüístico de la negación, y
por lo tanto su inscripción intersubjetiva: el otro pone de
relieve su valor y su sentido, sostiene la operación de reco·
nocimiento o avala el rechazo en una nueva actividad de represión o de renegación. Podría concebirse la apuesta esencial de la interpretación desde esta perspectiva.
En este sentido, precisamente, insisto en las condiciones
intersubjetivas del retorno de lo reprimido. Se las puede exponer en una alternativa: o bien el levantamiento de la represión y el retorno de sus contenidos hacia la conciencia se
ven sostenidos, favorecidos, facilitados por la cooperación
preconciente-conciente del otro (y se plantea la cuestión del
interés que ponga en ello), o bien son mantenidos en el síntoma compartido, en la identificación con finalidad defensiva frente al retorno de un reprimido que pondría en peligro la comunidad de interés entre varios sujetos. El análisis
de Dora ha mostrado por primera vez que el síntoma era
«sostenido desde varios lados»: del lado de la complacencia
somática y del lado del conflicto inconcíente; pero Freud, sin
saberlo, siendo él mismo parte interesada en ello, hace aparecer un tercer lado: el conjunto intersubjetiva constituido
por los compañeros psíquicos de la fantasía de Dora. Freud
mismo obstruye el acceso a ello, el momento del descubrimiento de su contratrasferencia, que se hará por el rodeo de
otro.
Las condiciones intersubjetivas del retorno de lo reprimido resultan particularmente manifiestas en los sueños de
trasferencia, siempre que acordemos tanta importancia al
contenido de estos sueños como al hecho mismo de soñarlos.
Sobre sueños tales se liga la apuesta de una co-producción o
de un ca-mantenimiento sintomático, o la de una cooperación en el retorno y el levantamiento de la represión. Estas
apuestas tienen sus correspondientes en la función ca-represora de la intersubjetividad.
367
Sobre /.a formación del preconciente y su trobajo específico
en /.a intersubjetividad
El preconciente, como sistema del aparato psíquico, es el
dispositivo de trasformación que sufren algunos de los contenidos y de los procesos inconcientes para retornar a la
conciencia. Es el lugar de contenidos y procesos propios que
la segunda teoría del aparato psíquico unirá al yo. J. Guillaumin describe al preconciente como lugar de las inscripciones de lenguaje, como el almacenamiento de los montajes
que tienen su origen en los aprendizajes verbales del sujeto;
más generalmente, la función de esta instancia es conservar para el yo todas las conductas automatizadas y codificadas que el sujeto ha tomado de sus objetos por identificación, desexualizándolas. Esta operación tiene de este modo
como función poner al yo a distancia de las representado·
nes-meta inconcientes.
La formación del preconciente supone la represión se·
cundaria, la constitución de una capacidad de retención y de
trasformación de los contenidos inconcientes; estas dos condiciones implican que el entorno primario haya podido sos·
tener la capacidad del yo de hacer frente a una necesidad
vital, trasmitir e imponer el trabajo de la represión y proponer las predisposiciones significantes bajo la forma de
representaciones de palabra utilizables por el sujeto: las
ecolalias y las ecopraxias sostienen las identificaciones en
espejo necesarias para la formación del preconciente. La
primera función de porta-voz cumplida por la madre, de
acompañamiento por la palabra de las experiencias del
niño, es el modelo de la formación del preconciente del otro
(de más de un otro) en la constitución del proceso psíquico.
El preconcientede la madre es una parte del sistema excitación-para-excitación del bebé. Constituye una parte del
aparato de significar/interpretar que ella contribuye a desarrollar en el niño; aparato para desencriptar y para trasmitir las sucesivas capas de discurso que, como un palimpsesto, se han inscrito en él y para él.
Los trabajos de P. Marty y de R. Debray han puesto en
evidencia, en situaciones madre-niño y (más recientemente
R. Debray, 1991) madre-padre-niño caracterizadas por experiencias traumáticas precoces, una deficiencia del fundo·
namiento preconciente y, en ese caso, una incapacidad para
368
participar en el juego de asociación verbal libre. En este
contexto, P. Marty propone la «reanimación» por el psico·
analista de la «creatividad» del preconciente. R. Debray se·
fü.1la que, en las relaciones madre-niño que desarrollan un
sufrimiento psicosomático severo y precoz, el preconciente
del psicoanalista es solicitado en esta tarea cuando el del
paciente está desbordado, ha quedado fuera de juego, cuan·
do sobreviene el agotamiento libidinal. Sostiene que en
estos casos ha faltado trasmisión, precisamente, del pre·
conciente materno modulado por el preconciente paterno.
Igual que la función represora, la elaboración psíquica
preconciente se efectúa en el juego intersubjetivo, que esta
contribuye a sostener. Define el lugar intersubjetivo de la
metáfora, lugar que se inscribe en el espacio del grupo pri·
mario, en las palabras intercambiadas alrededor de la cuna,
o en los brazos de la abuela.
Esta perspectiva, que persigue la interpretación del
preconciente con la tópica intersubjetiva incluida en la segunda teoría del aparato psíquico, permite comprender en
el campo freudiano los conceptos propuestos por W.-R. Bion
(función alfa, trabajo de trasformación) y por D.· W. Winnicott (capacidad de ensoñación, espacio transicional, función-espejo de la madre).
Grupalidad psíquica y división del sujeto del grupo:
un singular plural
El sujeto del grupo, sujeto del inconciente versus el
sujeto social
El doble estatuto del sujeto, las exigencias propias del
conjunto y que imponen a la psique un trabajo psíquico ne·
cesariamente ligado a su apuntalamiento en el grupo, las
exigencias del sujeto hacia el conjunto, todas estas dimensiones, que lo dividen en el adentro, se mantienen en estrecha correlación. El sujeto sólo es para sí mismo su propio fin
por nacer y estar sujetado al conjunto que lo precede; nace y
es sujeto de/en el conjunto, en la trama de las generaciones
y en la cadena de los contemporáneos. Correlativamente,
369
sólo se constituye psíquicamente como sujeto del grupo, servidor, heredero y eslabón de la cadena y de la trasmisión
intersubjetiva, si se siente beneficiario de ello para cumplir
su propio fin y, en el mejor de los casos, devenir yo (Je).
El sujeto del grupo no es, pues, un sujeto mecánicamente
determinado por la lógica del conjunto: si bien es actuado, es
también activo y actor. No es el reflejo del grupo, y su dependencia respecto de él es también su creación. Esta manera
de entender al sujeto en su sujeción al grupo se inscribe en
el hilo del pensamiento de Freud cuando bosqueja la dinámica epigenética propia del sujeto: el heredero es un actor.
Freud lo proclamará dos veces en su obra citando a Goethe:
<<A lo que has heredado de tus padres, gánalo para poseerlo».
Formulación voluntarista de una cuestión central, que los
conceptos de resignificación y de identificación introyectiva
permitirán tratar en su relación con las formaciones del inconciente y las exigencias del yo y del superyó.
El sujeto del grupo no puede confundirse con el sujeto
social. El concepto que propongo toma en consideración el
trabajo de la intersubjetividad en la formación del sujeto del
inconciente, en su devenir como yo (Je). El grupo y la realidad social que él vehiculiza, y que en parte lo constituye,
no se consideran aquí como una variable externa al sujeto
ni como el lugar de su sujeción a las formas y a los contenidos sociales; se consideran como el objeto y el medio de un
proceso de apuntalamiento, es decir, de una metabolización
de los datos que imponen en y por la actividad psíquica, bajo
el primado del inconciente. El grupo es el conjunto de las acciones y de las significaciones psíquicas que el sujeto recibe,
toma, trasforma y trasmite a partir de su emplazamiento
en un conjunto de sujetos reunidos en grupo, y en el cual se
organizan formaciones y procesos psíquicos comunes y compartidos: ellos atañen a la economía pulsional, al narcisismo, a los ideales, a los mecanismos que aseguran las funciones represoras, a los mecanismos de defensa, a las representaciones y las significaciones. Estos complejos psíquicos
tienen un estatuto de formación intermediaria: no tienen
sentido sino en la relación que efectúan entre el sujeto del
grupo y el conjunto del que es miembro y tienen un estatuto,
funciones y un funcionamiento distintos en cada uno de estos espacios psíquicos.
370
;
i
Divi,sión y clivaje del yo del sujeto del grupo
Quisiera puntuar ahora este capítulo resumiendo mi posición. Me pareció necesario y posible sostener la hipótesis
de que, en sus fantasías y en sus relaciones de objeto, en sus
identificaciones y en su yo, en sus complejos y sus imagos,
en la estructura misma de su aparato psíquico, el sujeto del
grupo es una pluralidad organizada de personas psíquicas,
un grupo interno. Debe esta grupalidad psíquica, por un
lado, a su estatuto de sujeto del grupo, y, por otro lado, a la
propiedad misma de la materia psíquica que consiste en
fabricar asociaciones y disociaciones, ligaduras y divisiones,
grupos de representaciones y aislados, compacidades y discriminaciones.
La noción de grupalidad psíquica realza la paradoja y la
división del sujeto en su estatuto singular-plural. El sujeto
singular-plural condensa la paradoja de ser simultáneamente múltiple y uno, de agruparse en la emsambladura
conflictiva de sus objetos, de sus pulsiones y de sus representantes, de fundirse en la indiferenciación de un «se» anónimo y desubjetivado o de tomar allí un lugar singularizante y de poder pensarse como yo (Je) al disociarse de él. El
sujeto singular-plural se constituye en el sufrimiento de estos hiatos y en los beneficios que extrae de su división. Así
ocurre cuando delega a una parte de sí mismo la función de
representarse entero ante otra parte de sí mismo, o ante representantes de otro o de más de un otro. Esto ocurre también cuando delega esta función a representantes externalizados: de estos, como de aquellos, en la división del mundo
interno, puede no querer saber nada, desconocerlos o, por el
contrario, aceptarlos como desconocidos íntimos o extraños
inquietantes dentro de sí mismo.
El concepto de sujeto del grupo define una zona, una dinámica y una economía de la conflictividad psíquica en las
cuales se inscriben todas las componentes del conflicto y de
la división propias del sujeto del inconciente. Es, en efecto,
siempre en sí-mismo donde el sujeto del inconciente, idénticamente sujeto del grupo intersubjetívo y sujeto de la grupalidad psíquica, está en conflicto, en división, en clivaje:
entre las exigencias que le impone el movimiento que lo empuja a ser para sí mismo su propio fin y las que derivan de
su estructura y de su función de miembro de una cadena
371
intersubjetiva, de la que es conjuntamente el servidor, el es·
labón de trasmisión, el heredero y el actor.
Según esta perspectiva, hemos supuesto que la repre·
sión y la renegación, comandadas por las exigencias intrapsíquicas, se apuntalan también en las exigencias de re·
presión, de sofocación y de renegación que imponen las
alianzas, los pactos y los contratos inconcientes inherentes
a la intersubjetividad. En esta calidad las alianzas, los pactos y los contratos participan, según distintas modalidades,
de la función represora y de la estructuración del incon·
ciente.
En este anudamiento, que duplica en el espacio intrapsíquico la división interna del sujeto, arraiga la división y la
conflictividad entre, por un lado, las exigencias narcisistas y
sexuales por las que el sujeto es para sí mismo su propio fin
y, por otro lado, las exigencias narcisistas y sexuales impuestas por su pertenencia al conjunto, conjunto del que oh·
tiene en parte su condición de existencia como sujeto. Conflictividad y división además, entre la representación que el
sujeto se da de sí mismo, sobre la base de las formaciones de
su grupalidad interna, y la representación que lo une, para
él mismo, para más de un otro y para quien los representa,
a su emplazamiento en los conjuntos grupales.
372
'Thrcera parte. La invención psicoanalítica
del grupo
Más allá de un psicoanálisis aplicado
Aun si la invención psicoanalítica del grupo comienza
por ser una aplicación del método y de algunas hipótesis o
de algunos conceptos del psicoanálisis, no ha sido nunca
únicamente un psicoanálisis aplicado.
La razón de ello es que la invención del grupo como dispositivo metodológico, con miras a la investigación y al tratamiento por el psicoanálisis de los fenómenos psíquicos,
dota al debate teórico sobre los postulados o las hipótesis de
Freud concernientes a la realidad psíquica intersubjetiva,
especialmente en los conjuntos institucionales y los grupos
restringidos, de un dispositivo y de un corpus radicalmente
nuevo.
Como lo he destacado suficientemente, la cuestión del
grupo está en una relación de íntima conflictividad con el
psicoanálisis: a la vez modelo de la organización intrapsíquica, lugar supuesto de fenómenos psíquicos específicos y
matriz intersubjetiva dé la invención del psicoanálisis, el
grupo no fue constituido como dispositivo de acceso al conocimiento de estos procesos y de su organización sino en un
período tardío y en una zona marginal de la práctica psicoanalítica.
Los resultados de esta investigación trasgresora hicieron posible el conocimiento de una parte importante de la
realidad psíquica, del inconciente y de las subjetividades
que «serían apenas accesibles de otro modo» para retomar
la fórmula con la que Freud calificaba al método psicoanalítico.
Si el objeto se construye con el método, el método produce un recorte del objeto teórico, y por lo tanto un resto.
Eso es ineluctable. La cuestión central que debemos considerar se refiere a las trasformaciones inducidas en la teoría
375
por los conceptos derivados de estas prácticas: lcómo se
reorganiza el campo teórico y metodológico del psicoanálisis
cuando se constituyen prácticas que derivan de su situación
prínceps? ¿En qué puede esta derivación ser una pérdida,
una disolución o, por el contrario, una ganancia y una ampliación en profundidad de su objeto fundamental: el incon·
ciente? ¿En qué condiciones los conceptos fundamentales
del psicoanálisis, elaborados y puestos a prueba en la situación de la cura y en el psicoanálisis «aplicado», siguen sien·
do válidos o deben ser modificados, o reinventados en parte
si el campo de la experiencia del inconciente se constituye
sobre la base de otro dispositivo? A propósito de la clínica
comparada de la cura «individual» (y de sus acondiciona·
mientos) y de la cura «grupal» (y de sus variantes), se plan·
tean cuestiones homólogas. Un trabajo semejante nunca
fue emprendido sistemáticamente, y la sola elaboración de
criterios de comparación representaría ya un considerable
progreso en la enunciación de las apuestas, de las formas y
de las modalidades de la vida psíquica implicadas en estas
situaciones.
La invención psicoanalítica del grupo es un desarrollo
interno del psicoanálisis, en el que la cuestión del grupo
está a la vez ya encontrada y todavía no creada: es uno de
los momentos en que la dialéctica del objeto teórico, del método y del proyecto práctico puede proporcionar la ocasión
para una trasformación fecunda del campo. Pone en evidencia de otro modo la posición del sujeto epistémico en su es·
tatuto de sujeto del inconciente y de sujeto del grupo. Para
plantear la cuestión del grupo y trasformarla en problema
para el psicoanálisis, debe hacerse un trabajo particular so·
bre los dos aspectos correlativos del sujeto epistémico: por·
que el grupo es uno de los lugares donde los efectos del inconciente ocultan al sujeto las apuestas de su objeto. El gru·
po, como el inconciente, suscita la resistencia epistemofílica
del sujeto del conocimiento respecto de sus objetos. En des·
cribir cómo es posible salir de este círculo sin perder su ob·
jeto consiste el trabajo de la epistemología psicoanalítica.
Henos aquí, en consecuencia, «más allá de un psicoanálisis
aplicado».
Por debajo de este debate -esto es, justamente, lo que le
da su peso- la cuestión del grupo insiste de otra manera:
hoy, como en la época de Freud -y su obra continúa mar·
376
cada por esto-, la cuestión del grupo insiste en el malestar
de la cultura y de la sociedad modernas.
Esta insistencia, cuyos determinantes son de orden ex·
tra-psíquico, no puede dejar de producir eco y trascripción
en el campo del psicoanálisis, aunque sólo fuera porque el
psicoanálisis ha llegado a ser, por fortuna y por desgracia,
una expresión de la cultura y de la sociedad modernas. Lo
que nos remite a los desarrollos de las prácticas de grupo; y
en estos desarrollos hay algo muy distinto de un efecto de
moda o de evitación de la cura psicoanalítica.
Si hoy, en efecto, como ya desde el comienzo del siglo, la
cuestión del grupo insiste en hacerse oír en el psicoanálisis,
ante psicoanalistas, es probablemente porque los complejos
metapsíquicos, principalmente los grupos primarios, y has·
ta su propio fundamento en lo colectivo, están desfallecien·
tes, desorganizados o destruidos, en algunos casos en vías
de reinvención. El sufrimiento psíquico que se manifiesta
hoy a consecuencia de estos trastornos es a la vez actual y
desactualizado, en la medida en que revela una constante
antropológica de la psique: la psique humana es en sí mis·
ma intersubjetividad, trasmisión, grupalidad, y sobre esta
base se organiza según su propio modo, que permanece irre·
ductible a una psicología de la intersubjetividad. Lo actual
son los efectos psíquicos ligados a los fracasos de la forma·
ción del sujeto como sujeto singular en este espacio intersubjetivo donde se constituye, en esta trama de deseos, de
palabras, de prohibiciones, de represiones o de renegaciones. El sufrimiento psíquico moderno descubre un despla·
zamiento, una internalización recíproca y una continuidad
entre el espacio interno y el espacio psíquico intersubjetivo:
ya no puede «localizarse», por elección teórica, solamente en
el espacio intrasubjetivo. Por eso no es aceptable para psicoanalistas adoptar el punto de vista sistémico que haría de
un individuo solamente el síntoma de un desorden del conjunto: equivaldría a aumentar su borramiento tanto como a
privarlo de su subjetividad; el «paciente designado» es ante
todo un sujeto. Existe, en esas estructµras donde «eso sufre
en el conjunto y por el conjunto», lo que llamo a veces un
intersujeto. En este punto de articulación podemos situarnos, porque podemos percibir que -y tal vez ya también
cómo-- el inconciente produce allí sus efectos, en los puntos
de anudamiento del conjunto y de los sujetos del conjunto.
377
En resumen, no es del todo una casualidad si en Freud la
cuestión del grupo aparece principalmente en Tótem y tabú,
Psicol.ogía de las masas y análisis del yo. Estas obras deben
leerse como están escritas: como recorridos que se impusieron a Freud en el movimiento mismo de la construcción de
la realidad intrapsíquica por el psicoanálisis.
He intentado en este trabajo desarrollar algunas proposiciones para pensar con el psicoanálisis lo que he denominado la cuestión del grupo. Espero haberla trasformado en
problema, al menos parcialmente y sin duda de una manera
teórica. 'fraté de proponer una mirada de conjunto sobre las
cuestiones puestas a trabajar, y algunos elementos fundamentales para una teoría del grupo y del sujeto del grupo.
Cuatro talleres de la investigación teórica
El modelo general que he propuesto da acceso a cuatro
zonas de conocimiento en las cuales deben proseguirse las
investigaciones:
un conocimiento psicoanalítico de los grupos, en tanto
son una forma y una organización específicas, metodológicamente accesibles, de los conjuntos intersubjetivos;
un conocimiento psicoanalítico de formaciones y de procesos intrapsíquicos que cualifican al sujeto, en tanto es sujeto del grupo;
un conocimiento psicoanalítico de la intersubjetividad,
principalmente sobre la dimensión de las trasmisiones psíquicas sincrónicas y diacrónicas;
un conocimiento de las funciones del grupo y de la institución en la formación de la economía psíquica de los psicoanalistas.
Conocimiento psicoanalítico de los conjuntos
intersubjetivos
Las principales adquisiciones en este campo son, por un
lado, la validación de las hipótesis especulativas freudianas
sobre la psique de masa o de grupo y, por otro lado, la puesta
378
a prueba de la validez de los procesos que ordenan los vínculos intersubjetivos de grupo. Estas adquisiciones tienen un
triple valor: teórico, clínico e institucional.
Teórico: el espacio de In realidad psíquica tiene una consistencia en los conjuntos interirnhj(ltivos. Esta proposición
llama a una evaluación críticn du In Umrín gr.nornl dol pHicoanálisis.
Clínico: el grupo no aparece ullí donclo frnt!IUlll o t1nc111l11
la cura individual. Esta proposici<ín dofoutoltí6(lco, 11un
cuando haya estado en el origen de la invoncicín p1tlcmtn111'·
tica del grupo (y del psicodrama), no puede fundur l11 ti1tp11d·
ficidad del trabajo psíquico que el grupo movilizu y quu In
cura no puede tomar en consideración. Si bien en Ju clínku
el grupo es una situación adecuada al tratamiento de difi·
cultades que serían de otro modo inaccesibles, no podemos
limitar su competencia a este criterio empírico, aunque sea
Ja experiencia clínica la que haya sido Ja ocasión para ponerla en evidencia.
Institucional: en este sentido, es legítimo considerar el
tratamiento de una psicopatología de los conjuntos tales
como las familias, los grupos, las instituciones. La inteligibilidad psicoanalítica de los conjuntos intersubjetivos entraña nuevas perspectivas sobre la institución psicoanalítica, Ja trasmisión del psicoanálisis, la formación de los
psicoanalistas.
Conocimiento del espacio intrapsíquico
Los conceptos de grupalidad psíquica de grupos internos
y de sujeto del grupo abren perspectivas renovadas o nuevas sobre varias cuestiones:
las formaciones grupales de la «materia psíquica», sus
diferenciaciones estructurales y funcionales, bien que estas
formaciones sean inmediatas o construidas en la resignificación;
el apuntalamiento de la psique en los conjuntos grupales;
las formaciones grupales construidas por las identificaciones;
los procesos primarios preferentemente movilizados en
la figuración grupal de las acciones y de los representantes
379
psíquicos: principalmente, la condensación, la multiplicación de lo semejante, la difracción, el desplazamiento;
las funciones co-represoras y de co-preparación (o de co·
facilitación) del retorno de lo reprimido cumplidas por el
conjunto o en él; esta perspectiva renueva la cuestión de la
formación, del mantenimiento y del desligamiento del sín·
toma cuando su atadura grupal es particularmente fuerte;
las funciones del conjunto en la formación y la actividad
del preconciente y del pensamiento.
Aquí, nuevamente, estos desarrollos tienen dimensiones
teóricas y clínicas. Retomaré más adelante algunos aspee·
tos teóricos que acabo de mencionar. La clínica está impli·
cada por dos razones. La primera es el trabajo psíquico del
sujeto singular en el grupo: ¿qué estructuras son movilizadas de preferencia? Debe llevarse a cabo un análisis dife·
rencial que permita conocer mejor lo que el grupo moviliza
en los neuróticos, los psicóticos, los perversos y los llamados
«estados fronterizos».
El conocimiento del espacio intrapsíquico en situación
de grupo trae consigo también efectos sobre la clínica de la
cura individual. Bajo este segundo aspecto, es posible dis·
tinguir varias categorías de efectos del lado de la represen·
tación del proceso psíquico; la situación de grupo nos vuelve
particularmente sensibles a la labilidad de los estados psí·
quicos en un sujeto, a la sucesión rápida de niveles de orga·
nización psíquicos muy diferentes en el curso de la misma
sesión; nos muestra operantes los efectos de la movilización
de los grupos internos en el sueño, en el síntoma, en el dis·
curso y en la trasferencia, y cómo acoplamos nuestras propias formaciones correspondientes con las del analizando,
cómo somos requeridos a consumar con él alianzas inconcientes resistenciales, cómo sentimos la fluctuación de los
límites del yo o, por el contrario, su fijeza rígida. La experiencia del grupo nos enseña también el valor no sistemáti·
carnente negativo, a veces positivo, de las lateralizaciones
de las trasferencias, que deben entenderse como movimien·
to económico o representacional de la difracción del sujeto y
de sus relaciones de objeto en Ú1s trasferencias.
Del lado de la contratrasferencia, la experiencia de gru·
po sensibiliza al conocimiento de los componentes seductores de la contratrasferencia; actualiza, en las modalidades
38()
de la trasferencia en situación de grupo, las identificaciones
y las trasferencias no analizadas del analista en la situación
de la cura, principalmente las trasferencias de trasferencia
sobre la institución psicoanalítica y sus analistas. La experiencia grupal moviliza hasta su punto más alto en el analista el interés de lo que H. Faimberg (1988) ha denominado
la escucha de la escucha, porque ese es el modo de escucha
requerido por el desarrollo de un proceso asociativo que remite permanentemente al análisis del efecto del discurso
sobre su propia organización y sobre las trasferencias que lo
sostienen. Otro aspecto debe ser destacado: como el trabajo
psicoanalítico con los niños y con los psicóticos, la experiencia psicoanalítica del grupo nos obliga especialmente a soportar y a interpretar la trasferencia negativa.
Conocimiento de l,a intersubjetividad y de l,a
trosmisión psíquica
Lo que precede introduce a esta tercera dimensión: ella
se especifica por la toma en consideración del otro de la representación en el discurso, del otro del objeto en las identificaciones y en las trasferencias; por la atención prestada
a los procesos y procedimientos por los que el sujeto se hace
representar ante otro o ante un conjunto de otros, o los representa, sin saberlo o concientemente, de buen grado o
contra su voluntad; se caracteriza por la puesta en perspectiva recíproca de las subjetividades y de las formaciones
psíquicas que, singularizando al sujeto en su arreglo, están
sin embargo co-produciendo en el comercio psíquico de la
intersubjetividad por medio de las formas elementales de
la ensoñación materna, de su función de porta-voz, de su
función alfa: a lo cual corresponde, a cambio, la capacidad
del sujeto de poner al objeto en posición favorable, de soñar
a la madre, de atraerla a llevarle la palabra, de sostener su
actividad de pensamiento, de poner al servicio de cada uno y
del conjunto su propio aparato de significar/interpretar los
pensamientos.
381
Conocim'iento de la función del grnpo y de la
institución en la formación y en la economía psíquica
de los psicoanalistas
Para pensar la institución y el grupo en el psicoanálisis y
con el psicoanálisis, es necesario ante todo constituirlos co·
mo objetos pensables: ponerlos a trabajar en la (contra·)tras·
ferencia, confrontarlos con las hipótesis y los conceptos fun·
damentales del psicoanálisis y, condición crítica, inventar
su dispositivo de análisis, de investigación y de tratamiento.
Si aceptamos estas premisas, entonces inevitablemente
el trabajo de análisis de la institución, del vínculo institucional y de sus correlatos intrapsíquicos sacará a la luz esa
«parte escabrosa de la fundación» sobre la cual se han es·
tablecido, en parte, la sociedad y la cultura; debemos, pues,
considerar aquello que, precisamente, no está desexualiza·
do o permanecerá siempre insuficientemente desexualizado
en los vínculos intersubjetivos, grupales e institucionales.
El análisis revelaría, por otra parte, las investiduras
vitales a que ha apostado cada uno en los grupos y las insti·
tuciones, las proyecciones y los depósitos que estos reciben,
frecuentemente sin más trabajo de trasformación, con lo
cual engendran efectos «squash», desmultiplicadores, no
metabolizables, como otros tantos escudos de Perseo, que
reflejan al infinito las proyecciones y las identificaciones y
las contra-identificaciones proyectivas entre los miembros
de la institución y entre los grupos que la constituyen. El
análisis revelaría finalmente lv que Freud ha puesto en evi·
dencia en Psicología de las masas y análi.sis del yo, la parte
de sí mismo que cada uno ha debido abandonar, borrar o
relegar, en el desconocimiento requerido para formar grupo,
institución y sociedad, para elegir algunas ideas capitales, o
potentes ideales, y dejar libre curso al dominio y al apoyo,
estructurantes, de estos.
Es altamente probable que se descubran también ciertas
funciones del grupo y de la institución en la economía psÍ·
quica de los psicoanalistas. Ll> que ellos ponen, sin saberlo,
en el grupo, no es solamente lo requerido para el funciona·
miento de los grupos y de las instituciones de las que son
miembros, sino también elementos constitutivos de sus re·
ferencias identificatorias, y lo que a cambio encuentran allí
son formaciones y procesos necesarios para el ejercicio mis·
382
mo de su función psicoanalítica. Este último punto es tal vez
el más difícil de admitir y, al mismo tiempo, es el más interesante porque corresponde a la implicación del grupo en el
ejercicio mismo del psicoanálisis; merecería, pues, un desarrollo más amplio, fuera de este trabajo, pero, para señalar
la apuesta y para contribuir a ello, conviene volver sobre la
polimórfica cuestión llamada de los «restos de trasferencias
insuficientemente analizadas» que prosiguen su destino en
los grupos y en las instituciones, psicoanalíticas principalmente.
El resto puede adquirir muchos valores: el del desperdicio, y se representa sea como el residuo de un proceso de
trasformación: esos residuos de trasferencia o esos restos
de cura se representan sobre el fondo de fantasías orales
(lo que no ha sido consumido), anales, y más precisamente
fecales (lo que debe ser retenido o expulsado) o genitales
(abortos o vergonzante incompletud), sea como el agente
tóxico de una contaminación. Sea lo que fuere, el proceso de
trasformación implica cierta destrucción de un estado inicial, y el destino del desperdicio no es evidentemente el mis·
mo en la economía y en la tópica intrapsíquicas y en el espa·
cío del grupo o de la institución: su efecto y su devenir son
diferentes si es desinvestido y abandonado como objeto, si es
contrainvestido como objeto no perdido, o si es evacuado y
localizado en otro espacio psíquico, por ejemplo el de un grupo. En esa eventualidad, esta descarga, en el doble sentido
tópico (y deberíamos decir extra-tópico, supongamos una
suerte de cubo para basura) y económico, de objetos de re·
presentaciones no trasformadas, equivale a un déficit de la
función y de la actividad del preconciente del sujeto, pero
también a una intoxicación potencial de los sujetos con los
que está en relaciones de diversa naturaleza.
Es distinto lo que ocurre cuando el resto adquiere el valor de lo que subsiste y de lo que resiste en razón del límite
irreductible que impone la necesidad: límite de lo real que
emana del objeto o que caracteriza al sujeto. Este resto se
comprueba y se trata como la condición que impone al sujeto la castración simbólica; esta condición se manifiesta
tanto en la situación de la cura (esta no lo puede todo) como
en las relaciones de la teoría con el método que le permite
construir su objeto: en este sentido, la introducción del grupo como situación metodológica plantea necesariamente la
383
cuestión del resto por analizar que produce un dispositivo
particular de análisis, incluida la cura.
El resto adquiere finalmente el valor de la huella de lo
que fue: testimonia acerca de una memoria. Este tipo de
resto es la condición de las investiduras futuras, al mismo
tiempo que es el testigo que nos religa a un conjunto y a una
figura y a enunciados míticos.
Estas distinciones podrían servir de hilo conductor pa·
ra el análisis más preciso de lo que llamamos «residuos de
trasferencia», «restos de cura», de un modo que podría llevar
a pensar en el trasfondo fantasmático de un aborto y de una
dolorosa y vergonzante incompletud. Seguramente estas
secuelas son depositadas en el inconciente de sus sujetos, y
con toda seguridad también en las instituciones que con
ellas se constituyen.
Seguramente esto no agota toda la cuestión de la institu·
ción; pero ella no está ausente aquí: limitémonos a proponer
que los grupos y la institución psicoanalítica que los con·
tiene son tambi.én utilizados como los depósitos, los depositarios, el trasfondo sobre el que se adosa y adquiere valor
procesal la función psicoanalítica del psicoanalista en la
cura individual. Podríamos decir, tomando los conceptos de
J. Bleger, que el grupo y la institución son, en estas condiciones, el encuadre necesariamente no pensado y no simboli·
zado del proceso psicoanalítico: una parte importante, pero
desgraciadamente vana, del esfuerzo realizado para neu·
tralizar los efectos de la intrusión de este encuadre no simbolizado en el encuadre simbolizado y simbolígeno de la situación psicoanalítica consiste en rechazarlos, en luchar
contra sus efectos supuestos destructores. Estos efectos son
tanto más temidos en la medida en que son actuados en el
grupo y la institución, y en que no son pensados a partir de
una situación apropiada. En estas condiciones, es bastante
constante, y se podría decir normal, que cuando en un grupo
de psicoanalistas se hacen tentativas para comprender la
naturaleza de las investiduras y de las representaciones
movilizadas en la institución, estas tentativas movilizan
con la mayor frecuencia defensas vigorosas y denegadoras,
como si se efectuara un retorno desgarrante, salvaje, de lo
que, para cada uno o para algunos, se ha depositado en el
grupo o en la institución: reacciones de defensa tanto más
violentas, y entonces justificadas, cuanto que habrían sido
384
l
provocadas por «interpretaciones» pensadas en términos de
formaciones o de procesos individuales, y no en términos de
procesos intersubjetivos o institucionales inconcientes para
sus propios sujetos.
Pero la institución y el grupo no están constituidos solamente por lo que es depositado en el encuadre de tal suerte
que se establezca en la situación psicoanalítica el proceso
psicoanalítico. Están constituidos también como lugar extratópico de la represión y de lo reprimido, en el sentido de
que contribuyen a producir, si no propiamente represión, al
menos ciertas condiciones de la represión -como lo han
propuesto los trabajos de P. Aulagnier- y de que admiten
algo reprimido. Pero de ser así externalizados, los contenidos reprimidos sólo pueden volver bajo la representación de
síntomas ajenos al sujeto, sostenidos como están «de varios
lados»; aquí, del lado de las economías cruzadas que co-administran instancias que será necesario identificar correctamente y que tienen su asiento en la institución y en cada
uno de sus sujetos. Este es sin duda el valor económico, tópico y dinámico de las alianzas inconcientes, y este fenómeno adquiere un relieve particular en las instituciones psicoanalíticas, no porque los psicoanalistas sean más ciegos que
otros para representarse estas formaciones universales,
sino porque el comercio con el inconciente hace necesario su
análisis, y el instrumento de este análisis no está incluido en el dispositivo de formación psicoanalítica. Uno de los
efectos de las alianzas inconcientes es que todos se ponen de
acuerdo para desconocer que el grupo y la institución no son
solamente objetos y vínculos de alienación; son también los
lugares psíquicos de una puesta en reserva y de una puesta
en latencia de representaciones y de procesos necesarios
para el funcionamiento del preconciente del psicoanalista.
Tudas estas principales funciones psíquicas de la institución y del grupo sólo pueden ser percibidas y elaboradas si
en primer lugar no son objeto de un rechazo; esto es evidente: adquieren, por el contrario, un valor clínico y metodológico notable si son representadas ~n un espacio teórico
donde se admita que el inconciente no es superponible a los
«límites» del aparato psíquico individual, que están, por
principio, abiertos unos sobre otros. En fin de cuentas, la
idea misma de que una institución pueda ser psicoanalítica
de otro modo que por la cualidad psicoanalítica individual
385
de sus miembros es, desde el origen, una idea audaz y frágil:
señala tal vez categorías de lo imposible entre las tareas de
la educación, de la política y del psicoanálisis. Ahora bien, el
grupo y la institución psicoanalíticos participan de estas
tres tareas y llevan est:os «imposibles» a un notable grado de
perfección. Para dar la medida de la tarea por efectuar para
afrontar este imposible, nuevo Zuiderzee por desecar, haría
falta otra revolución teórica y metodológica, adecuada pa·
ra superar las especulaciones freudianas y pos-freudianas
sobre los grupos y las instituciones, y apta para poner a
prueba las hipótesis que acabo de esbozar. Si no, las instituciones del psicoanálisis seguirán administrando con más
pérdida que beneficio para el psicoanálisis las trasferencias
individuales, las funciones del ideal, las referencias iden·
tificat:orias, los contrat:os, pactos y alianzas inconcientes -y
por lo tanto una parte del inconciente-, las nostalgias
religiosas, las insoportables soledades.
Contribuciones del abordaje grupal de la psique al
psicoanálisis
Debemos establecer lo que la experiencia y el conocí·
mient:o del inconciente y de las formas de subjetividad que
están asociadas a él en la situación grupal trasforma en las
representaciones de la psique que se han formado a partir
de la situación prínceps y paradigmática de la cura. Un
efect:o ineluctable de esta trasformación es hacer necesaria
una nueva lectura del texto freudiano a partir de la experiencia psicoanalítica del grupo. Una lectura reinterpretativa, abierta a las modificaciones en resignificación, a los
desellados de las certezas a veces cultivadas por la d.Dxa. No
he podido no hacer este movimient:o de ret:orno al texto de
Freud, para descubrir allí el hilo y Ja trama de una teoría
latente sobre la grupalidad, teoría en contrapunt:o con su
teoría del sujet:o.
Me limitaré a despejar tres contribuciones del abordaje
grupal de la psique al psicoanálisis: recaen sobre tres tras·
formaciones.
386
Trasformaciones en la concepdón de la realidad
psíq_uica
La realidad psíquica aparece en su complejidad, en el
sentido moderno de este término. La realidad psíquica no es
homogénea; se caracteriza por una heterogeneidad débil.
He distinguido tres espacios correspondientes a tres niveles
lógicos del análisis: el espacio y el nivel intrapsíquicos; el
espacio y el nivel del grupo; el espacio y el nivel intersubjetivo o intermediario. Cada uno de estos espacios y de estos
niveles contiene o comprende, pero también trasforma, procesos y formaciones psíquicos pertenecientes a los otros niveles. Además, cada uno de estos espacios es el lugar de un
proceso de apuntalamiento (de trasformación) de las formaciones psíquicas en órdenes de realidad no psíquicos.
Existen formaciones psíquicas trasversales a estos tres
espacios: he construido el concepto de grupos internos como
organizadores, o como operadores, del acoplamiento psíqui·
co grupal. Esta perspectiva no descuida el apuntalamiento
de los grupos internos en la experiencia corporal y en la ex·
periencia intersubjetiva, principalmente en la experiencia
de la psique materna. Las formaciones psíquicas trasversales tienen un funcionamiento específico en sus respec·
tivos espacios de origen. Podríamos decirlo de esta manera:
la fantasía es solicitada en dimensiones diferentes cuando
es construida con posterioridad [apres-coup] en el espacio
intrapsíquico y cuando funciona como organizadora en los
espacios grupal e intersubjetivo. La realidad psíquica contiene no sólo varias formas y grados de consistencia, lo que
traduce el concepto del aparato psíquico cuando distingue
instancias y subsistemas, sino que dispone también de varios lugares y de varios centros en estos tres espacios psÍ·
quicos. Debemos, pues, pensar estas relaciones. La teoriza·
ción surgida de la cura nos ha abierto el acceso principal a
una región del espacio de la realidad psíquica, no a todas
sus regiones.
Trasformaciones en la concepción del inconciente
Debemos considerar, y podemos hacerlo con más preci·
sión, tópicas del inconciente. Por eso tenemos absoluto in-
387
terés en suspender la noción de una diversidad de inconcientes, que corresponderían a cada uno de los lugares donde el inconciente produce sus efectos y, probablemente,
donde se forma. Esta dispersión sería fatal para el trabajo
de pensamiento que tenemos que efectuar. He sostenido el
principio heurístico de la unidad epistemológica del inconciente para despejar y poner en forma los siguientes problemas:
En el espacio intrapsíquico. Las condiciones intersubjetivas y grupales de la represión originaria y secundaria, de
los contenidos reprimidos y del retorno de lo reprimido. He
supuesto una función co-represora y una función de facilitación intersubjetiva o grupal del retorno de lo reprimido. Los
conceptos que describen las alianzas inconcientes precisan
las modalidades, los contenidos y los destinos de la represión en la psique del sujeto singular, las condiciones intersubjetivas y grupales de la formación y del desanudamiento
de los síntomas. Una nueva concepción de la formación y de
la actividad del preconciente da cuenta del trabajo psíquico
del otro, y de más de un otro.
En el espacio intersubjetiva y grupal. El desarrollo de
una metapsicología intersubjetiva es necesario para dar
cuenta de las economías psíquicas interferentes, de las tópicas comunicantes y de las dinámicas solidarias; esta metapsicología tendría por objetivos prioritarios definir las formaciones y los procesos psíquicos propios de la intersubjetividad y de los conjuntos tales como un grupo, es decir, constitutivos de estos espacios y, a la vez, irreductibles al espacio interno. El ejemplo de las alianzas inconcientes es, aquí
nuevamente, significativo para describir las formaciones
pertenecientes a este nivel lógico.
La metapsicología de este campo se funda sobre la hipótesis de una tópica doblemente determinada, de una economía mixta de las investiduras y de los intercambios, de
una dinámica interferente y, si admitimos este punto de
vista, de una co-génesis (o de una co-epigénesis) de estas
formaciones y de estos procesos. El modelo del aparato psíquico grupal es uno de los instrumentos concebidos para la
exploración de este nuevo campo teórico. Este está organizado por la investigación de las estructuras, de las formaciones y de los procesos psíquicos formados en los puntos de
388
anudamiento de lRs formnciono• dol lnmmulnnt.o nntrtt ni
sujeto singular y los conjunt.oi• lnt.tm1uhjntlvo•. I• lnvtt11tl•
gación debe recaer sobre sus n1l11ciono11, 11ohm 11u11 11011nrtt•
ciones y sobre los límites de sus trnsformncionoH.
Trasformaciones en la concepción de lo originario
Una teoría psicoanalítica del grupo y del sujeto del grupo
replantea la cuestión de lo originario. La concibe, no como
una aporía cronológica acabada sobre un tiempo inicial y en
formas arcaicas, sino como un proceso de originación y de
puesta en representación en vías de hacerse. Recurre a una
concepción de la formación del inconciente originario que
toma a la intersubjetividad como una de sus dimensiones
decisivas. Es así como examina de preferencia la función excitadora, ca-excitadora y para-excitadora del otro, de más de
un otro y del conjunto que ellos constituyen, en la formación
de los contenidos y de las formas originarias. Pero examina
también la forma en que con esa ocasión se trasmiten y se
trasforman los significantes a ellos asociados (cf. A. Missenard, 1986). Admite que lo originario contiene, por debajo
de todo acceso a la alteridad, formaciones psíquicas que no
pertenecen en propiedad al sujeto, pero a partir de las cuales este se constituye. El Otro, más de un otro, están allí
siempre ya-ahí, presentes y ausentes, indeterminables.
Desarrollos
Estas proposiciones generan nuevos campos de investigación. Deslindaré tres de ellos, que dan ocasión para poner
a prueba la validez de estas trasformaciones.
El primero reposa sobre una teoría traumática/para-excitadora del grupo. Esta doble valencia del grupo no ha sido
expuesta circunstanciadamente todavía, pero corresponde
a la siguiente propuesta: por un lado, el grupo es un dispositivo de excitación y de aniquilación de los procesos representacionales y, por otro lado, se organiza como para-excitador
y proveedor de precondiciones necesarias para el trabajo de
la puesta en representación, a través de las perlaboraciones
intersubjetivas.
389
El segundo se desprende de este y explora un campo
nuevo para nuestro abordaje, pero empíricamente muy conocido para los saberes tradicionales: la articulación de los
trastornos psicosomáticos en sus relaciones con la intersubjetividad de grupo. La producción de síntomas psicosomáticos es concomitante con los trastornos de la identificación con los objetos del grupo, o del apuntalamiento anaclítico en el grupo y los pensamientos del grupo. Es decir,
cuando el grupo fracasa, para el sujeto, en constituir un
apuntalamiento de pensamiento.
El tercero pesa más precisamente sobre los procesos asociativos, el trabajo de la asociación y del preconciente en la
organización de las formas del pensamiento, de las trasferencias de pensamiento y de los procesos del pensar en los
grupos.
Todas estas investigaciones ponen en perspectiva la función transicíonal de grupo en la f orIP Jción de la psique humana.
390
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terapia: escritos compilados porJohn R. Neill y David P. Kniskern
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Roberto Yañez Cortés, Contribución a una epistemología del psicoanálisis
Jeffrey K. Zeig, Un seminario didáctico con Milton H. Erickson
Jeffrey K. Zeíg y Stephen G. Gillígan, Terapia breve. Mitos, métodos y
metáforas
Obras en preparación
André Green, El trabajo de lo negativo
Dauid Maldausky, Pesadillas en vigilia. Sobre neurosis tóxicas y traumáticas
Marion Péruchon y Annette Thomé·Renault, Vejez y pulsión de muerte
Gérord Pommier, El orden sexual
Obras completas de Sigmund Freud
Nueva traducción directa del alemán, cotejada por la edición inglesa de
James Strachey (Standard Edition ofthe Complete Psychological Work8 of
Sigmund Frew:l), cuyo ordenamiento, prólogos y notas se reproducen en
esta versión.
Presentación: Sobre la versión castellana
L Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de
Freud (1886-1899)
2. Estudios sobre la histeria (1893-1895)
3. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899)
4. La interpretación de los sueños (l) (1900)
5. La interpretación de los sueños (II) y Sobre el sueño (1900-1901)
6. Psicopatología de la uida cotidiana (1901)
7. "Fragmento de análisis de un caso de histeria" (caso "Dora"), Tres
ensayos de teoría sexual, y otras obras (1901-1905)
8. El chiste y su relación con lo inconciente (1905)
9. El delirio y los sueños en la "Gradiva• de W. Jensen, y otras obras
(1906-1908)
10. •Análisis de la fobia de un niño de cinco años" (caso del pequeño Hans)
y•A propósito de un caso de neurosis obsesiva" (caso del "Hombre de
las Ratas") (1909)
11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, y otras obras (1910)
12. "Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente" (caso Schre·
ber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras (1911-1913)
13. Tótem y tabú, y otras obras (1913·1914)
14. "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", Trabajos
sobre metapsicología, y otras obras (1914-1916)
15. Conferencias de introducción al psicoonálisis(partes 1y IO (1915-1916)
16. Confel'encias de introducción al psicoanálisis (parte III) (1916-1917)
17. "De la historia de una neurosis infantil" (caso del "Hombre de los Lobos"), y otras obras (1917-1919)
18. Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis
del yo, y otras obras (1920-1922)
19. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925)
20. Presentación autobiográfica, Inhibición, síntoma y angustia, iPueden los legos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926)
21. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras
(1927-1931)
22. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras
(1932-1936)
23. Moisés y la religión monoteísta, Esquema del psicoanálisis, y otras
obras (1937-1939)
24. Indices y bibliografías
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