El Último Susurro del Bosque Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de frondosos bosques, un niño llamado Samuel. Su vida era tranquila, pero a menudo sentía una extraña curiosidad por los árboles que bordeaban el horizonte. A menudo escuchaba historias de los ancianos del lugar, quienes hablaban en voz baja de algo misterioso que habitaba en el corazón del bosque. Decían que, en sus profundidades, existía un ser antiguo que podía conceder deseos a quienes lograran encontrarlo. Un día, movido por esa curiosidad, Samuel decidió adentrarse en el bosque. Sabía que no era prudente, pero algo dentro de él lo impulsaba. Tomó una pequeña mochila, se despidió de su madre con una sonrisa tímida y comenzó su aventura. El bosque era denso, y a medida que avanzaba, la luz del sol se hacía más tenue, como si el mismo bosque lo estuviera absorbiendo. Los árboles susurraban entre ellos, pero Samuel no podía entender qué decían. Cada paso parecía alejarlo más del mundo conocido, y la sensación de estar perdido creció en su pecho. Pasaron horas, o tal vez días, pero él no lo sabía. Solo seguía caminando, guiado por una fuerza invisible. Finalmente, cuando ya no pudo avanzar más, se encontró frente a un árbol gigantesco. Su tronco era tan ancho que necesitaba varios brazos para abrazarlo, y sus raíces parecían hundirse hasta el centro de la Tierra. Era el árbol del que siempre había oído hablar, el que guardaba el secreto de los deseos. Con una mezcla de miedo y asombro, Samuel se acercó y susurró: —Yo quiero encontrar mi propósito. No sé qué debo hacer con mi vida. El árbol emitió un suave crujido, y una voz profunda y resonante respondió: —Tu propósito está en la búsqueda, no en la respuesta. Samuel frunció el ceño, confundido. ¿Cómo podía entender eso? Pero el árbol, como si pudiera leer sus pensamientos, añadió: —El viaje que has iniciado no es solo hacia el exterior, sino hacia tu interior. Busca dentro de ti lo que aún no conoces. Con un suspiro, Samuel comprendió que no necesitaba una respuesta inmediata. Lo importante era seguir adelante, explorar, aprender y crecer. El árbol había tocado algo en su alma, algo que aún no sabía cómo expresar. Agradecido, se dio la vuelta y comenzó su camino de regreso al pueblo. Al llegar, encontró que el bosque, en su sabiduría, lo había cambiado. Ya no sentía miedo, solo una paz profunda. Sabía que su propósito no era algo que pudiera encontrar de inmediato, sino algo que surgiría con el tiempo, con la experiencia y la introspección. Desde aquel día, Samuel nunca dejó de explorar, no solo el mundo que lo rodeaba, sino también el vasto y misterioso bosque que habitaba en su corazón. Fin.