Subido por Luis Javier Gutiérrez

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biblioteca
SEGUNDA
calleja
SERIE
RAMON
GOMEZ DE LA SERNA
OBRAS DE RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ENTRANDO EN FUEGO.---- I9O4.
morbideces.—1907.
EL CONCEPTO DE LA NUEVA LITERATURA. LA UTO­
PÍA.----BEATRIZ.---- CUENTO DE CALLEJA.---- EL DRAMA
DEL PALACIO DESHABITADO.---- I9O9.
MIS SIETE PALABRAS.---- EL LABERINTO.---- I9IO.
LA BAILARINA.---- EL LIBRO MUDO (SECRETOS).-—LAS
MUERTAS.---- SUR DEL RENACIMIENTO ESCULTÓRICO
ESPAÑOL.---- I9II.
EX-VOTOS.—-EL TEATRO EN SOLEDAD.—EL LUNÁTI­
CO.---- 1912.
EL RUSO.—RUSKIN EL APASIONADO (ESTUDIO CRÍTICO PUBLICADO CON LA TRADUCCIÓN DE
LAS
PIEDRAS DE VENECIA”).---- TAPICES.---- I9I3EL DOCTOR INVEROSÍMIL.---- I9T4PRIMERA PROCLAMA DE POMBO.---- EL RASTRO.
I9I5'
SEGUNDA PROCLAMA DE POMBO.---- 1916.
LA
VIUDA
BLANCA
Y
NEGRA.---- POMBO.
SENOS.—
GREGUERÍAS.---- EL CIRCO.---- 1917silverio lanza (In memoriam).—muestrario,
Oscar wilde (Publicado con
la traducción de “El retrato de Dorian Gray ).
—1918.
GREGUERÍAS SELECTAS.----1919.
exhumación de
greguerías
SELECTAS
PRÓLOGO DE
RAFAEL
CALLEJA
UNIVERSITÄT D’ALACANT
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
BIBLIOTECA
N° COPIA
.................. '
propiedad
derechos
RESERVADOS
Imp. Martín de los Heros, 65.
P ROLO GO
de los episodios más vivamente
impresos en mi espíritu entre los in­
numerables que Anatole France ha con­
tado con su pluma luminosa, es aquel re­
lato en que Silvestre Bonnard recuerda el
extraño y vehementísimo capricho que en
su infancia le hizo desear, con un ardor
digno de magníficas empresas, la posesión
de una muñeca tosca y horrible que veía
camino del colegio, en un tenducho de
una calle sucia y triste.
Ramón Gómez de la Serna ha sentido
con fuerza semejante el no menos estra­
falario capricho de obligarme a escribir
este prólogo. Y con esa tenacidad cari­
ñosa, un poco tiránica e irresistible, que
conocen sus amigos, ha trabajado, hasta
rendirla, una resistencia, tan heroica como
inútil, con que luché largamente para evino
U
IX
PRÓLOGO
tar este paso honroso, difícil e involun­
tario. ¡Peregrino suceso de un editor iné­
dito que rompe su discreto silencio para
prologar el libro menos prologable, el li­
bro en que, acaso lo mejor es el prólogo
que le ha puesto su propio autor «fla­
queando—dice él—al dar explicaciones
sobre lo que es inexplicable»! (1)
Gómez de la Serna es el hombre que lo
vé todo, lo analiza todo y lo dice todo.
No hay, quizá, en el Universo conocido
una agrupación de átomos organizados,
que no haya sometido a su taller este es­
critor infatigable y sagacísimo para hacerla
salir con su traje nuevo de Greguería.
Por supuesto, las Greguerías y el autor
de las Greguerías no han sido excepción.
Ni sé de literato alguno que haya ana­
lizado su persona y su obra más minucio­
sa y detalladamente que Gómez de la
Serna. Se ha contemplado a sí mismo des­
de su omnividente observatorio, ha des­
montado todas las piezas de que se com­
ponen él y sus libros; nos las ha enseñado
una por una; y luego ha hecho una pirueta
PRÓLOGO
(i) Así decía en el Prólogo de las Greguerías que en esta edi­
ción de Greguerías Selectas titula Advertencias.
para mostrar que todas las piezas están
otra vez en su sitio funcionando con su
fuerza y agilidad de siempre.
Es ilógico que este hombre, autoprologuista incesante, pida prólogos ajenos.
Y más que me los pida a mí.
No lo digo por modestia. Yo no soy
modesto;—humilde sí quisiera ser...—-Y
hoy que todo el mundo escribe regular­
mente, menos los que escriben muy bien,
que a veces escriben muy mal, no es mé­
rito excesivo estar a la altura de cualquie­
ra. Además mi oficio me rodea de libros
y los libros me enamoran; acaso por sabias
sugestiones de una contumaz y dolorida
afición a la amistad sincera, cordial e in­
teligente.
De ese amor y de esa convivencia con
los libros y con quienes los escriben, bro­
tan, a menudo, tentaciones que casi siem­
pre he logrado vencer y que espero seguir
venciendo, aunque suelen atizarlas mis
amigos. Mientras no tenga seguridad de
hacer bien libros propios, juzgo discreto
contentarme con hacer regularmente los
ajenos.
Advierto que estoy hablando de mí y
X
XI
PRÓLOGO
no se trata de eso. Me consuela pensar
que ello es inevitable: quien escribe con
sinceridad habla de sí mismo hasta cuando
se propone hablar de los demás.
*
* *
La espiritualidad, la civilidad y la cul­
tura de un hombre corresponden exacta­
mente con la riqueza de su léxico. Y el
léxico contiene vocablos de tantos colo­
res, de tantos idiomas como puntos de vis­
ta domina el individuo.
La mayoría de las inteligencias—ané­
micas o incultas — viven presas en el re­
cinto angosto de unos pocos, breves y rí­
gidos puntos de vista. Algunas mueren
emparedadas en la mazmorra de uno ex­
clusivo,—-pasión, sectarismo, enferme­
dad—.
Hay también inteligencias' poderosas
cautivas de ese tirano.
Tuve yo un amigo de clara mente, de
viva sensibilidad, pero sin más punto de
vista que su yo. Ciego para todo lo ajeno,
aquél hombre sólo podía ser amigo de sí
mismo y ver sus verdades, sus gustos, sus
colores, sus ritmos. Una dureza con afi-
prólogo
ladas aristas de vidrio, una incomprensión
increíble eran los signos exteriores de
aquél gran corazón, de aquél cerebro
fuerte.
No faltan, en cambio, cerebros casi me­
diocres tan batidos, tan cultivados por el
estudio y la vida, que pisan como terreno
propio lugares reservados a los seres su­
periores y dominan sucesivamente los
puntos de vista más dispares.
Cuando la miopía intelectual y el sim­
plismo troglodítico se funden en uno sólo
y mismo antropomorfo, surgen tipos como
el afictonao, cuyo ideal único y permanen­
te, es la fiesta de toros, prisma de su vi­
sión, cantera de sus ideas, archivo de su
lenguaje. El aficionao emplea para todos
los usos de su vida el argot taurino. Es
su único punto de vista. Su inteligencia
tiene alas a la medida del corral de donde
no ha de salir.
El hombre que pudiera ufanarse de no
sentir la influencia del punto de vista sería
absolutamente libre, es decir, absoluta­
mente inteligente. Pero inteligencia plena
y plena libertad son rarísimo y quizás so­
brehumano tesoro.
XII
XIII
PRÓLOGO
En Literatura, Ramón Gómez de la
Serna es el escritor que no quiere tener
punto de vista, que aspira a recorrerlos
todos. Esa aspiración, casi conseguida, de
Gómez de la Serna, es para mí la prueba
más eficaz de tener una inteligencia llena
de luz, de fuerza y de agilidad.
Ese ansia de ver, está limitada por un
ansia no menor de escribir lo visto en for­
ma de Greguería. Ramón lo ve todo aso­
ciado a la idea de las líneas impresas. Para
él todo se proyecta en el libro. Todos los
hechos, todas las ideas, todos los gestos,
todas las sensaciones, todos los paisajes
son para Ramón—él lo reconoce—masa
de Greguería.
”La Greguería es el molde y el vehículo
de todas las ideas. En una muy bella nos
lo dice protestando de que se dé otro tra­
je a «todo lo que existe en la realidad con
un matiz de Greguería».
• Lo reconoce, pero, probablemente, una
de las poquísimas cosas que no ve,, es el
grado extremo en que esta Greguerizado y
saturado de tinta de imprenta. Porque
también es suya la frase en que afirma que
«hay que no ser muy profesional de nada»
XIV
P R Ó L OgG O
y nadie más profesional que lo es Ramón
de la Literatura en general y de la Gre­
guería en particular. «Todo hay que de­
cirlo», afirma. Y sería más fiel con su
pensamiento si dijese «Todo hay que greguerizarlo». Este es su lema, no sé si in­
consciente. Y yo se lo reprocho.
Decirlo todo, escribirlo todo, me pare­
cería justificable como expresión de un
programa de sinceridad integral, si hubie­
se tiempo y modo de decir todas las cosas
artísticamente; todas, sin dejar ninguna.
Pero el escritor—caso curioso—se olvida
con frecuencia de que además de escritor
es hombre y de que el hombre está sujeto
a una ley de limitación. Y en cuanto no
pueda decirlo todo, debe seleccionar; ca­
rece de sentido recoger lo demasiado tri­
vial, lo vacío de todo significad©. Por otra
parte, hay que no confundir el desnudo
con los paños menores; hay que no mez­
clar la sinceridad con la indiscreción, ni la
fidelidad con la impertinencia, ni la emo­
ción de las cosas humildes y cotidianas
con la verborrea y la insulsez.
Raro es el escritor que no ha incurrido
en alguna de esas confusiones.
XV
prólogo' PRÓLOGO
s<
pl
te
G
ir
d
a
(
Son constantes en los parodistas ines mucho más noblemente; se hace per­
dehXa 1 i31“10’ Cn 1OS Jornaleros donar por su sinceridad absoluta y desin­
tedía de S
QUe P°nen Un día cá~
teresada. No obedece a una vanidad; no
dra de todas las cosas ante la imposibi­
ejercita un oficio; le mueve una convic­
lidad de aprender ninguna.
Son frecuentes en los escritores glorifi­ ción tan honda que en él es un sacerdocio,
cados a quienes el ditirambo ha enferma- un apostolado. Además casi siempre acier­
ta a poner en la trivialidad un galón vis­
padeddoOeqnUfiHna °tOñaL T°d°S hemos toso, a clavar en la vulgaridad un plume­
P decido confidencias de este porte:
ro de colores. Por eso casi siempre se
redime de ramplonería y se queda siem­
«Me levanto. Al ir a ponerme las zapatillas
pre en su sitio.
det Z "nC,U7tr°- Pronto veo que una está
detrás de la butaca y otra debajo de la cóMenos disculpable aún es, a mi juicio,
moda.»
quien,
olvidándose otra vez del límite^
«Salgo a la calle. Voy a casa del sastre que
me esta haciendo un traje de entretiempo.»
acoge con misericordiosa indulgencia las
«Entro en casa de Pérez; pregunto a la
palabras plebeyas, las ideas bajas y grose­
portera y me dice que Pérez ha salido.»
ras. No sé contener ante tales expresiones
«En la calle de nuevo, siento dos o tres pin­
chazos en la rodilla izquierda. Ese reuma.....»
un gesto de desagrado. Me sucede otro
tanto con los cuadros y las novelas de
Cuando leo inepcias semejantes_ v
ambiente repugnante. Y no se me escapa
sena muy fácil citar ejemplos auténticos
la fuerza trágica, la emoción honda, la be­
no menos estúpidos—veo una cortesana
lleza invertida y horrible que puede haber,
decadente que me invita a presenciar
que hay a veces en todo eso; pero no pue­
como un rito inefable, la toilette de una* do evitar que me repugne todo lo brutal,
deqd'a que ya 110 insPira sino ua poco de
todo lo mal oliente, todo lo sucio; y más
desden y un poco de piedad.
aún lo sucio del espíritu.
mando Ramón es víctima—ine vi ta­
No abusa Gómez de la Serna de estas
le de su ansia de greguerizarlo todo, lo
cosas: su buen gusto le aleja de muchas sin
XVI
XVII
®r«íuería«.—Prólogo.
k
PRÓLOGO
aue él se entere. Pero alguna vez «le co­
gen infraganti», según su dilecta expre­
sión- y en él, como en otros—en Baroja,
ñor ejemplo,—me parecen una concesión
vestida de integridad, una debilidad dis­
frazada de fortaleza que recuerda a los
que se baten por miedo; y sobre> ton
una mancha desoladora en una bella tel
nítida.
*
* *
Nadie duda ya de que Ramón es un for­
midable observador, un incansable colee
cionista de ideas y de aspectos, de «reta­
les de todas las clases»; pero si decim
que Ramón es un alto poeta, un profundo
pensador, un fino
“dT ”
habilísimo que domina el matiz de
modo extraordinario y que salta.con
creíble agilidad de lo cormeo
de lo infantil a lo grave, de lo mas ierre. a
Ierre y humano a las exaltaciones de
ticismo y de la lírica pura, no faltara quien
se muestre sorprendido. Porque a las Greles pasa lo que a los cuadros de
Museo- se estorban unos a otros, se d
minuye su grandeza con la grandeza de
XVIII
PRÓLOGO
vecino, se borra un poco su personalidad
en el inmenso conjunto de formas y colo­
res todos distintos, pero todos iguales.
.La cantidad, por otra parte, abruma.
Por eso puede asegurarse que sólo algu­
nos asiduos han visto todos los cuadros
del Museo del Prado, que sólo algunos
profesionales los conocen uno a uno. Otro
tanto se puede afirmar de las Greguerías.
es esta la causa de juicios erróneos, aún
entre lectores que creen conocer la obra
de Ramón.
Esto pensaba yo al convencerme de lo
irremediable, de lo fatal que era escribir
este Prologo y al considerar con espanto
el suplicio de escribir una serie de juicios
que no interesarían a nadie. Porque yo
no sabría exponerlos sino con una honraez y una sinceridad absolutas, sin artifi­
cióles decir, sin gracia, sin novedad.
Y entonces decidí evadir el mal con be­
neficio para Ramón, para el lector y para
mi, y limitarme a presentar aisladas algucofección de CSta inagotable V riquísima
la<ASegUlda hallará el lector algunas de
las Greguerías que más me gustan y que
XIX
prólogo
me parecen más características, expues­
tas en sendas páginas, como en Salas
Particulares donde cada cuadro cobra en­
tera su personalidad y se entrega total
mente al espectador.
Este oficio de cicerone, no sera, asi,
útil solamente para los recién llegados: los
antiguos, los expertos encontrarán tam­
bién el encanto de contemplar cada Gre­
guería aparte de sus hermanas.
Al seleccionar y agrupar las Greguerías,
he procurado que del conjunto brote el
mejor juicio, el más claro y completo co­
mentario, el prólogo mejor construido y
eficaz.
Las Greguerías son de un metal que no
admite aleaciones.
Además el comentario crítico es siem­
pre una cosa antipática, o no es un comen­
tario. Quien vi la obra no quiere llenar
con la emoción ajena, con el juicio ajeno,
el espacio que necesita para la propia
emoción y el propio juicio. En cuanto a
los ciegos, no han de ver mejor aunque
se les preste un anteojo...
XX
Ese hombre que saca la cabeza por
la ventanilla del coche, dando nna or.
den al cochero, parece un gracioso
polichinela.
XXIII
Todas las carnes muertas parecen
dolerse aún cuando el carnicero las
corta: todas menos la del jamón...
El jamón está satisfecho de haber
mejorado con la muerte y la salazón,
Los estanqueros toman una actitud
de potentados cuando ofrecen su caja
de habanos al que los pide... Exigen
timidez al pedirlos, dan la mercan­
cía como si la regalasen, por conmi­
está satisfecho de ser rico jamón, y
seración. ¡Ah! Pero temblad si sólo
le gusta repartirse en lonchas finas,
Ies pedís un sello. Entonces os atra­
revelando además su befieza veteada
vesarán con su mirada.
e inconfundible.
XX1V
XXV
Parece que comunican con los cen­
Un “consommé” de hotel es un
tros oficiales, con la dirección supre­
agua que se toma por superstición,
ma de inspección, los hilos de luz
como las beatas el agua bendita...
eléctrica, sobre todo los agujeros de
Es tal vez agua bendita caliente...
los negros enchufes... Por “ahí” nos
parece que estamos vendidos y es­
piados.
XXVI
XXVII
El que pueda romper el cuerno de
un buey el tranvía en que vamos al
verle pasar ras con ras del cuerno, es
una de las cosas que nos ponen más
frenéticos. ¡Cómo sufriría! Sufriría­
mos todos su sufrimiento indecible...
¿En dónde? ¿cómo? ¿En nuestros
cuernos? ¿Quién se atreve a decir es­
to? Pero es eso... Sí... Hay que decir­
lo; no somos casados y podemos de­
cirlo... Nos duele el pensarlo, nos
duele una raíz oscura, improbable,
pero sensible: nos duele un cuerno.
XXVIII
La criada tiene un alma con música
<Ie acordeón.
XXXI
¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo es­
Un jorobado parece un humorista
tán hechas para decir “¡adiós!” las
que se burla de nosotros, que no nos
mangas sobrado largas de los “pie­
rrots”!
podemos burlar de él porque eso se­
ría innoble.
XXXIII
Greguerías.-—Prólogo.
Dad a los pobres que además de po­
bres son borrachos, limosna para que
¡Qué triste, qué densamente triste
debe ser no comer en ese silencio que
se emborrachen, porque es ese el me­
se hace a las dos en la ciudad, todos
jor dinero de caridad que se les pue­
de dár... ¿Se comprende lo que sería
sus moradores en el comedor blinda­
do y remoto a la calle!... Dos ham-
vivir ochenta años pobre, víctima de
brientos se deben sentir anonadados,
la desigualdad, hijo de la caridad,
Henos de irresolución y de una con-
sosteniendo la salud y un espíritH cla­
goja mortal... El hambre de noche
ro y evidente? Que mueran jóvenes y
tiene más recursos, es por lo menos,
alcoholizados, que tenga alguna exal­
más trágica, más fantástica, no es
tación su vida de camino a la muerte.
tan atónita, tan evidente, tan merf.
diana, tan insolublemente meridiana
XXXIV
xxxv
Parece que las industrias y las pro­
fesiones y los periódicos no viven to­
dos los días, no pueden vivir todos
los días... ¿Cómo pueden vivir esta
misma tarde todos los fotógrafos?
¿Han salido durante estos días esos
í Qué vida no deben llevar durante
la semana esas muchachas que se pa­
san los domingos con las porteras,
sentadas en el portal, quietas o inex­
presivas !...
diarios que no hemos visto? ¿Los de
provincias, los de todas las provin­
cias, insisten en seguir saliendo?
XXxVJI
I'.u lo más alto de la noche se com­
En Carnaval los tuertos tienen los
dos ojos... Por eso es un gran día de
prende que los faroles viven para sí
mismos.
fiesta para ellos.
XXXVIII
XXXIX
Las tiendas de granos despiden un
dulce olor, un perfume sensato y nu­
tritivo; son las tiendas más nobles de
la ciudad, son las que parece que va­
len lo que aparentan... En ellas está
la verdad, la honradez, Castilla en­
tera. ..
Si nos atraen tanto las viudas, si
deseamos que en vez de adustas sean
fáciles, ¿por qué esperamos dejar una
viuda que nos llore y nos guarde fide­
lidad y nos venere siempre? ¡Cómo
somos de absurdos!
¡Qué inútil y qué triste un “ca-
Las bombillas amarillas que alum­
rroussel” sin gente!... ¡Qué vano y
bran las calles de provincias las dan
qué desgarrador! Se ve su soledad de
una flaqueza espiritual y una deslán­
todos lados, su soledad de colores chi­
guida pobreza que no les daría la lu­
llones, de azules y de amarillos subi­
na ni la misma oscuridad... Pone en
dos... Su soledad es tan triste porque
ellas ese sistema precario de alum­
su única alegría está en conducir gen­
brado una pena, una agonía, un des­
te... No puede disimular su desaire..,
amparo de luz que no es luz, de luz
Está vestido para eso y por eso no
municipal, la luz sin esencia, una luz
tiene refugio su vergüenza.
como más antigua que ninguna luz.
XI,II
xi.ni
“Mercader”...
¡Qué palabra más
gráfica y más oportuna! El uso ha
exaltado más otras palabras sinóni­
mas de esa palabra, otras palabras de
una elegancia horteril, como “comer­
ciante”, “industrial”, “tendero”... Pe­
ro nada como “mercader”... “Merca­
der”, que es fuerte y universal, con­
tiene todo el significado de la pala­
bra, toda la fuerza de rapiña, de
triunfo, de constancia, de falsa hu­
mildad, de fondo emprendedor que
debe verse en esa palabra... Yo qui­
siera acordarme de esto para decir
siempre “mercader” cuando sea opor-
toao.
XL1V
lia golondrina parece una flecha
que busca un corazón... ¡Flecha mistica!
XI Vil
Da pena matar esa polilla que vue­
la... Va vestida de seda cruda y va
llena de vida que no podríamos imi­
tar porque quizás la maquinaria de
los grandes animales puede ser imi­
tada, pero no la de los muy pequeños,
en los que el punto dinámico de la
vida es más sutil, más ingenioso y
más inquieto.
Xinguna emoción tan espiritual del
amor como aquella que me dieron
aquellas dos mariposas cruzándose y
entrecruzándose, persiguiéndose y be­
sándose en la tromba de sol lejana
interpuesta entre el balcón de ella y
el mío... Tan real fué la imagen, tan
sincera, que dejó aclarado el sentido
del amor.
xlviii
XLIX
Greguerías.—Prólogo.
el
Hay en la clara y temprana maña­
Cuando los cristales se empañan
na un instante sin pensamiento, su»
con ese esmerilado precioso que es el
perior a todos los pensamientos, un
dulce efugio de los interiores, los días
instante en que salimos al claro co­
helados, el alma se llena de fruición
rral de la cabeza, al corral libre, al
y es más íntima para nosotros que
corral que está después del patio y
nunca.
que es más silvestre y más abierto.
JLa conversación es la llama azul
Se apagan las sonrisas como las
luces.
del alcohol humano.
lili
¿Cómo podríamos señalar esas bur­
bujas de melancolía, esa cóncava con­
goja con que agravan el corazón las
escalas graves del piano?
LIV
Kn la luz de las altas linternas de
las capillas y de las catedrales está
el Espíritu Santo, o sea la luz enalte­
cida y concentrada.
i-V
Los aeroplanos han sido inventa­
Ale gustan las buenas piedras pre­
dos para cazar los globos que se les
ciosas que destellan en los jardines
escapan a los niños en los jardines.
bajo el sol, los pedazos de botella ver­
Se han desviado de ese objeto para
de, los cristalitos blancos y los peda­
el que los creó Dios, pero originaria­
zos de porcelana blanca con trazos
azules.
mente para eso fueron creados.
i,vi
tvií
“¡Ah!
¡Ah!... ¡Un globo!” grita
una niña. Se mira hacia el cielo y se
ve subir hasta lo inverosímil el globo
aquel con su hilo blanco. El jardín se
torna emocionantemente infantil y
hasta el cielo se llena de infancia, se
escucha el llanto del niño que lo ha
dejado escapar y que ha sentido en
el alma algo irreparable y terrible,
falto del auxilio que necesitaba para
alcanzar su globo, y se ve en los ojos
de todos los niños que miran el sen­
timiento dramático de la altura, una
sensación de misteriosos vértigos y
un deseo avaro de ascensión que con­
De pronto, sin poder precisar hacia
qué lado, se oyen voces de mujer en
los jardines, voces que tienen un son
particular, dolido y delicado, desnu­
do y de alto vuelo, vuelo en las ramas
de los árboles, como pájaros que sal­
tasen de irnos a otros... Tienen sones
apenados, dulces tonos, y parecen
brotar de mujeres que se hubiesen
bañado, y fresquitas y tembleantes,
mojadas aún, tuviesen frescura de
agua en la voz.
servarán ya, Indeleble y trágico, toda
su vida.
1.VIII
UX
Se naufraga en el mar y se naufra­
ga en el cielo... Mirando al cielo se
siente el mismo vértigo que mirando
al mar.
I.XIII
Al atardecer, tan silenciosa es la
El silencio no es nuestro silencio,
semioscuridad, tan desengañada, tan
ese silencio que tenemos que presen­
renunciadora, tan inmaterial, que hay
ciar o en el que tenemos que estar
un momento en que parece que está
para comprenderle; éstas son ideas
la habitación sola, sin nadie, sin uno
mismo. Tanto se ha ido callando uno
y prestando a la muerte de la luz, a su
disolución, a la descomposición sua­
ve e inadvertida, que citándo se quie­
re recordar, “ya no se está”. Se ha
difundido uno como en una escueta
comprobación de la habitación; algo
como el misterio de la metempsícosis
o la descarnación se ha operado. Nos
hemos ido metiendo como en la pa­
red. Nos hemos retirado.
I.X1V
muy pequeñas. El silencio es Dios y
será lo que durará más en la eterni»
dad. Do que vencerá. El silencio tiene
las voluptuosidades más hondas cuan­
do está solo y no le perturbamos ni
le distraemos. Yo he dejado solo al
silencio muchas veces por respeto y
me he ido a la calle algún día para
no estorbarle, dejándole así dueño de
mi casa, pudiéndose besar con las mu­
jeres de los cuadros que son sus mu­
jeres.
^■aguariat.—Prólogo.
LXV
La tragedia de la gota de agua ca­
yendo en el cubo del lavabo toda la
Si en la noche se quedase encendi­
noche es una tragedia de asunto la­
do un relámpago en el cielo, si se sos­
cónico, pero espeluznante, que cono­
tuviese esa luz firme y grave, se vería
cen las pobres criaturas humanas, en
el fondo del cielo, sus entrañas, su
las que no todo, ¡ni mucho menos!
techo trágico y cuajado de cosas, su
es heroico...
fondo anatómico, crudo y abismado.
LXVI
JzXVlT-
Veo a un niño ingenuo comprar un
globo azul, atarle un papelito en que
Abriríamos esa contraventana de
pide pan para los suyos y enviárselo
madera para ver el jardín de abajo
al Señor dejando escapar su globo...
a la noche; pero tememos encontrar­
Y veo que como la miseria continúa,
nos con un rostro que pegándose a
el pequeño rebelde se vuelve ateo.
nuestros cristales mira hacia dentro.
VXVIII
l.XIX
La frase más tremenda que se ha
inventado es esa de “Per omnia sáj­
enla saeculorum”... Al oirla nos que­
damos flacos, turulatos y arrincona­
Las piernas de las viejas, ¡de qué
dos, como si el trueno hubiese sona­
triste pornografía, de qué cruel des­
do sobre nuestro techo y se hubiese
encanto, de qué estupefaciente car­
ido rodando por los cielos vacíos del
tón!... ¡y son las mismas de su ju­
tiempo. “Per omnia sascula saeculo­
ventud, las irresistibles, las de una
rum” parece dicho por la boca mella­
gracia pavorosa!... ¡Las mismas!
da de la muerte y con su voz aguar­
dentosa... ¡Abominable “Per omnia
saecula saeculorum”!
LXxt
P
R
Ó
L
O
G
O
Había pensado dar aquí seis, siete, diez
Greguerías. Pero aún habiendo repetido
muchas veces el gesto doloroso de sepa­
rar, aún han quedado más de cuarenta. Su
número era una razón más para excluir
todo comentario. Y sin embargo, ¡cómo
convidan a hacerlos! ¡cómo despiertan y
agitan las ideas! Con qué seductora insi­
nuación invitan a expresar nuestro asen­
timiento y nuestro aplauso. Ved, por
ejemplo, esta última antes de entrar en el
bosque del libro extraordinario:
“Es difícil imaginar que una cala­
vera monda y seca sea de una mu­
jer... ¿A que nunca habéis pensado
en que fuese femenina ninguna de las
que visteis? Se hace difícil, sin corre­
gir todas las pasiones de la vida, lle­
gar a una deformación parecida, tan
extrema y tan insexuada”.
Si estas palabras las hubiese dicho Sha­
kespeare, hoy serían inmortales, estarían
doradas por la pátina gloriosa de una lar­
ga admiración.
Rafael Calleja.
Diciembre, 1918.
advertencias
- Hay ciertos tesoros de conoci­
miento que si yo los revelara sería
condenado como idólatra, y los
muslimes considerarían como acto
de gran mérito cortarme la cabezay ellos no sabrían que lo que ha!
cían era perpetrar un gran crimen
Abbas, uno délos partida­
rios del Profeta.
esmoralizo a mi alma, tranquila y repanchi­
D
gada, flaqueando al dar explicaciones sobre
10 que es como la propia alma que sentimos mórida, cuajada, mortal y deseosa en el fondo de nos­
otros; pero, sin embargo, necesitaban cierto en­
cabezamiento mis sencillas Greguerías, por más
, sea eso algo espeluznante y comprometedor
que no debe leer nadie si no promete antes leer
ei libro después.
Ante todo, yo necesito recabar mi condición de
iniciador porque en este país en que se entierra
eos vrt rí a S Precursores> en
no hay crítiy todo es rebatiña, y todo lo público es lo
LXXIt
I
G' de la Serna: Greguerías.
1
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
contrahecho, lo falso y lo descaradamente hipó­
crita, es uno mismo el que ha de escribir las fe­
chas de sus rebeldías.
Desde hace nueve años me dedico a la Gregue­
ría, porque la Greguería me tiene convencido por
cómo nació aquel día de escepticismo y cansancio
en que cogí todos los ingredientes de mi labora­
torio, todos, frasco por frasco, y los mezclé, sur­
giendo de su precipitación, de su depuración, de
su disolución radical, la Greguería. Desde enton­
ces la Greguería es para mí la flor de todo, lo que
queda, lo que vive, lo que surge entre el descrei­
miento, la acidez y la corrosión, lo que lo resiste
todo. La Greguería ha sido perseguida, denigrada,
y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha
hecho gracia.
Las cosas apelmazadas y trascendentales deben
desaparecer, comprendida entre ellas la Máxima,
dura como una piedra, dura como los antiguos
rencores contra la vida; ¡ oh! a la Máxima es a
lo que menos se quiere parecer la Greguería.
Hay que dar una breve periodicidad a la vida,
hay que darle su instantaneidad, su simple auten­
ticidad, y esa fórmula espiritual, que tranquiliza,
que atempera, que deja tan frescos, que cumple
una necesidad respiratoria y gozosa del espíritu
es la Greguería y esas otras especies de Gregue­
rías que también propagué hace tiempo—siempre
antes que otras cosas parecidas de los otros—, los
“Momentos”, las “Miradas”, los “Parecidos” y
las “Mentiras”. Todo eso ha esparcido después su
GREGUERIAS SELECTAS
disolvencia por toda la literatura, y ha roto, ha ro­
turado, ha dividido las prosas, ha abierto agujeros
en ellas, las ha dado un ritmo más libre más
eve mas estrambótico, porque el pensamiento del
lombre es ante todo en la creación una cosa es­
trambótica, y eso es lo que hay que cargar de
xazon y de sinrazón.
Muchos, después, con hipócrita deslealtad y con
oscura ingratitud, han cultivado este género, pero
todos.de un modo brillante, haciendo bajas con­
cesiones como cronistas de salones, venenosa y
«cibaradamente cursis, llenos de todos los tópicos
e la galantería más fácil, entregados a la suplan­
tación vergonzosa y llenos de vanos alardes en­
re los que ha descollado el alarde de juventud
aunque en el fondo eran anticuados y ramplones’
i Cuanto he sufrido viendo que los enemigos sola­
pados y primeros de este género lo realizaban y lo
explotaban! ¡Pobres Greguerías, pobres suspiros
tiernos y sinceros, acursilados o dichos de modo
desagradable o con una intención desagradable!
3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
II
El hombre no tiene ninguna se­
ñal más decisiva de nobleza que
cierta sonrisa fina, silenciosa, im­
plicando en el fondo la más alta
filosofía.—Renán.
yo he sonreído en
medio de mis sufrimientos, diciéndome: “Me­
nudo tío soy”, fumando mi pipa, abriendo el ojo
derecho y entornando el izquierdo en la reflexión,
abriendo los dos en la iluminación, la frente diá­
fana, esperando, hasta que me ha llegado la hora
de reivindicar para siempre en un libro la legiti­
midad del género, su perfecta desfachatez.
Así he fabricado estas “Greguerías Selectas”
y he hecho un nuevo libro, aunque no se sabe, no,
por qué se hace un nuevo libro. Esperaríamos;
pero yo no olvido el proverbio que dice que el
espíritu que se quiere tener hace fracasar y ma­
logra el espíritu que se tiene.
Desde luego, este libro no es teatral. Habiendo
perdido la idea tópica de las cosas, lo que se mue­
re y vive en un primer término que no existe, no
se puede acertar a ver lo teatral.
Ño hay en él tampoco esa prosa seguida, igual,
pegada toda a lo largo sobre el papel y que es car­
in embargo, con paciencia,
S
4
gante como los papeles de flores o de un solo mo­
tivo muy repetido y muy compacto, que empape­
lan las habitaciones que tanto nos han hecho suinr, que tan en vano y tanto nos han matado.
Este, como lo serán cada vez más mis libros
hasta mi disolución, y, por lo tanto, la disolución
oe los postreros y supremos libros de mis libros
es un libro deshecho.
¡ Qué difícil es trabajar para no hacer, trabajar
deshecho! °
m”'V deshecho’ un Poco bien
Trabajar de ese modo es la única manera de
ser leales, de dejar intersticios, porque esos inersticios es lo mas que podemos conseguir. Esto
se puede discutir como se quiera. A mí nada me
mp°rta. Algún día se verá que sólo desajustan­
do, solo tratándolo todo por la disconformidad se
a portado uno un poco bien. Algún día se verá
se debe h
86 PUede haCer’ lo único Pue
se debe hacer. Lo otro es amontonar dolores ma
Síidí" “ mUch°,más duras de Io Que es la mate­
rialidad jamas, pedruzcos insolubles, graves somcosa IteS>.arSe
como no
e"te a S” apar,e”cia ™na de
Este ya está descompuesto y esa es una de sus
virtudes, pero tiene otra quizás mavor y es cómo
descompone a lo otro. Todo queda un poco des­
compuesto, gracias a esta labor. ;La de brechas
que abriremos así en todas las cosas!
criba v'las
*ner ™ás agUÍeros qUe ninTina
ba y las ideas también. Nada de hacer cons-
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS selectas
tracciones de mazacote, ni de piedra, ni del terri­
ble granito que se usaba antes en toda construc­
ción literaria. Hay que romper las empalizadas
espesas.
Todo debe tener en los libros un tono arran­
cado, desgarrado, trancado, destejido. Hay que
hacerlo todo como dejándose caer, como destren­
zando todos los tendones y los nervios, como des­
peñándose.
Debe ser nuestro principio algo tan inmodera­
do, porque no podemos ser como esos muchos que
se pasan la vida estérilmente, porque no saben
por dónde se debe principiar, sin saber que no hay
necesidad ni deber de principar por ningún lado,
sino que se debe principiar por donde se principie
y de prisa y de una vez, sin dejar de principiar
nunca. Lo inesperado, la suerte bien echada, sólo
estará barajándolo bien todo, dejándonos barajar
con todo y cortando por cualquier parte. Sólo ha­
ciendo esto con verdadera limpieza jugaremos lim­
pio, seremos honrados en el juego.
El artificio ha vencido a la vida, y sólo con
este desarreglo podremos conseguir descomponer­
lo. No hay que andarse ni con ambajes ni con
miedo. Sufriremos por las calles el escarneci­
miento que sufren los borrachos, pero eso no nos
debe importar.
Siempre debemos de tener el temor de acertar
la idea completamente, o sea tropezar con ese fe­
nómeno del acierto. Comprendamos bien esa des­
composición y esa soltura del ambiente y del aire
libre, y dejémosla vagar por nuestras páginas.
Escribimos en un tiempo que, como, todo tiem­
po, no admite lo definitivo, porque no es ni será
nunca definitivo el tiempo. Ningún programa por
lo tanto. Si se pudiese hacer un programa ideal,
va estaríamos perdidos. Los que quieren eso que
llaman soluciones, se quejan de no tenerlas, tan
en vano, como el que se queja de tener que morir.
Todo es reformable y es lo mejor que tiene. Todo
es inexplicable. T. oda verdad es sospechosa. En
este caos, sin embargo, lo más verdadero es mu­
cho nías sospechoso, y en la mentira hay lo más
inexplicable y lo menos. Pareciendo hacer nos­
otros lo más, es lo menos, como se puede ver hoy
mismo o algún día.
¿Se hace así un libro? ¿Se hace un libro con
tan poca estética? No lo sé. Así pienso yo, así
obtengo mis hallazgos, así me gustaría encontrar
muchos libros. Es esta fórmula la más mortal,
la que facilita la descomposición del espíritu. Pier­
de así simetría el libro, pierde todo merecimiento,
no está en regla para presentarse a concurso, pero
adquiere así un aspecto selvático y salvaje que
prefiero a que tenga un aspecto de jardín. Debe
notarse en el libro esa desgana, ese desprendimieno, ese desvarío y hasta esa interrupción del sen­
tido con que notamos que perdemos la vida en
cada momento y .que, quizás, es la mayor prueba
que tenemos. Debe trasparentarse esa profunda
desgana, esos momentos de perder los ojos y la
cabeza, esas evaporaciones de la vida que se sien­
ten de pronto y constantemente en la vida al mis­
mo tiempo que se debe trasparentar esa apetencia
6
Z
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
insistente y alternable con el desgano. Sólo en ese
contraste está el estilo nuevo de la obra, el estilo
en que hay cierto despedazamiento, cierta infu­
sión del microbio y del gusano, lo cual es lo más
propio que se puede hacer.
Si el lector se habitúa a mí y yo a él, ¡a qué
inmunización y tranquilidad no llegaremos juntos!
Literariamente no podemos hacer más que lo
que hacemos. Lo que piden algunos a la literatu­
ra es que sea una máquina, o un suero para sal­
varles de sus alifafes o de su muerte, o una mo­
neda con que comprarse cosas. Algunas veces pi­
den algo más que eso, algo que es lo que también
piden a la filosofía y a la ciencia y que encuen­
tran en lo más vago y en lo que les hace más
serviles: en la religión.
¿ Qué hacer frente a estas peticiones ? General­
mente perder el compás y la desfachatez nece­
saria.
El hombre no quiere convencerse de que vive
al margen de la creación. Se ha dado tanta im­
portancia, que quiere conservarse y hacer cosas
¡ supremas! Así resulta cogido al final y martiri­
zado por esa idea viciosa de la importancia. Vivi­
mos al margen. Sólo lo que sirve para que la gra­
vitación universal exista, puede considerarse con
deberes. Lo demás vive al margen, de cualquier
modo vive al margen.
No hagamos caso de los que quieren más, porque
lo que verdaderamente surgiría de eso es algo “me­
nos”. Esa “estética” que piden otros es un medio
más para hacer imposible la preparación a las “opo­
8
GREGUERIAS SELECTAS
siciones” en que consiste todo, pero en las que no
debemos presentarnos. Resolver una cosa por el in­
genio o por la estética es falsearla. Deben resol­
verse las cosas como no resolviéndose, saliendo al
vacio de vez en cuando, dejando entrever las gran­
des plazoletas de silencio, de olvido, de tontería,
de incongruencia, de luz demasiado blanca, de es­
pacios increados..
No quiero reducir a una conclusión todos estos
amagos inacabados. ¿ Voy a decir algo así como
o del espejo movido a lo largo del camino”?
Quizas somos sólo los hombres que miran, pero
no vayan a creerse algunos que basta mirar como
ellos miran. Es una mirada agujereada, quizás,
la nuestra; un modo de ver, sin pretensiones, pero
sm indiferencia y sin reservas.
9
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
III
odo depende de mi expresión, de que os miro
T
como muerto que ve a los muertos, y en ese
extremo, ya estamos amistadísimos. Este es el gran
afecto que puede garantizar algo las confidencias.
Yo sé—¡valiente cosa! ¡¡pero qué cosa!!—que
todo va a enfriarse. Se va a enfriar todo, y con
todo se quedará yerto el espíritu de todo libro.
¡ Pobres libros en una tierra definitivamente muer­
ta, yerta y deshabitada! Y el libro no se leerá en­
tonces a sí mismo. Definitivamente se habrá des­
leído. En vista de eso no conviene engañar en los
libros, ni líricamente ni prosaicamente. Hay que
hacer una cosa preparatoria de la conciencia des­
hecha y tranquila. Hay que dar una facilidad de
escape, de trasfusión y de trasmigración de la vida.
El que los otros quieran contener, reprimir y
angostar esto, es lo que nos hace unos huidos, y
por eso buscamos las calles sin balcones imperti­
nentes, esas calles de balcones cerrados por las
que sabemos componer todos los itinerarios.
Yo vivo un eterno ocaso de muerto. Será lo
más largo en mí. ¿ Por qué vivir lo que es sólo
excepción? Así se hace el espíritu insensato. Yo
miro el mundo a través de un cristal de hornacina
IO
GREGUERIAS SELECTAS
de pared. (Yo quiero ser enterrado en la pared.)
Yo huelo las flores, por ejemplo, como muerto. Y,
sin embargo, estoy vivo aún, y sólo por esto se
nie puede oir y puedo ir de un lado a otro.
Yo me siento morir alegremente y así me pre­
ocupo y me fijo en las cosas. Este sentirme mo­
rir sin temores ni ideales de lucro inmortal, este
sencillo sentirme morir es lo que da esa desver­
güenza, esa corrupción y ese plante a mis cosas,
eso es lo que las desenlaza y las quita gravedad.
Puede estar tranquilo por eso el lector; cada
vez será más mi intento de resolver su tranquili­
dad en una actitud relativa y sensata que facilite
el tránsito y le dé una comprensión en la que nada
le forme demasiado irreformablemente.
Mis libros, vuelvo a repetir, no son ni para pre­
sentarse a examen—¡ oh, tengo que aprovecharme
de haber pasado por esa hora!—ni para aspirar
al premio (el premio me perdería). Yo estoy ya
suelto y con idea de que he de vivir y morir en
mí mismo. ¡Qué orfandad y qué emancipación
más terribles e inolvidables! Por lo menos, en me­
dio de esa insegura seguridad me moveré.
Frente a esta actitud todos pueden hablar lo
que quieran de lo definitivo. ¡Horror de lo defini­
tivo! ¡Y horror de esos hombres que hablan de
lo definitivo y que son los más serviles y a los que
humillan más los “profesores” cuyo trato cul­
tivan !
Esos tipos de puritanos, a los que procuro ol­
vidar en mi vida, son tan repugnantes como los
de más baja estofa. Hay que entrar en el estudie
ii
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
impuro de la vida, ver cómo se descompone la
vida detrás de la vida, contrastar y desbarbar las
cosas de tal modo, que no tengan su rigor exce­
sivo de cosas inmortales y divinas. Hay que des­
cender, pero no como quieren los filisteos, sino de
esa manera que sólo nosotros tenemos que resol­
ver, salvándonos también a esa perdición estúpi­
da a que llegan los hombres aquí, porque no sa­
ben ser modestos y no se pueden pasar sin rozarse
con la buena sociedad. Dejemos que nos desde­
ñen con ese desdén flaco, ese desdén de imitación,
porque no se puede encontrar en la imitación del
desdén, en el cinismo del desdén, esa densidad de­
leitosa, justiciera, suprema, creciente que está sólo
en el desdén silencioso, en el desdén mejor.
Y si somos así, ¿ cómo escribimos cada vez más ?
Porque ya tenemos algunos amigos y nosotros
mismos somos el amigo que necesita el ánimo que
da lo escrito. ¡ Pero, sin embargo, cómo me hacen
sufrir los que esperan de mí una larga obra since­
ra ! Todas las mañanas me tengo que engañar
como al niño al que se quiere dar una pócima de
aceite ricino. ¡Cuánto paseo solitario, cuánta so­
ledad allí donde tengo que ir a buscar mis cosas!
Me ahogo, con ese ahogo que no mata pero aho­
ga, de los buzos cuando se sumergen, y salgo me­
dio asfixiado apretando estos nuevos hallazgos
oceanógraficos.
12
gregverias selectas
IV
A la libertad la cuesta mucho
trabajo volver a la franca unidaddel instinto.—Amibl.
odos los escritores adolecen de que no quieren
T
descomponer las cosas, y no se atreven a des­
componerse ellos mismos, y eso es lo que les hace
timoratos, cerrados, áridos y despreciables.
“Tened el valor de equivocaros”, ha dicho Hégel; pero ellos no se atreven a perderse por la vo ■
luntad, por la armonía que pueda haber en pererse con intensidad, y, sin embargo, se perderán
Por la muerte, y morirán, más que por la muerte,
Por la discreción, la hiprocresía y la política que
«guen. Por no descomponerse, hay hombres de
talento que parecen no tenerlo, y así, los que no
o tienen están a su misma altura. La historia del
mundo es de descomposición, y sólo en precipitara> en refinarla, en elevarla y en asumirla está la
conciencia digna.
Yo me he permitido el desorden, la descompo«cion, el barroquismo sincero, y esto desde hace
anos, es decir, mucho antes de que fuese todo un
P co barroco, ¡ un poco barroco I ¡ Qué cantidad de
13
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
cuquería hay en eso y qué pecado mayor que el
de que no lo fuese nada!
Yo me he dado a todos los transportes, porque
hay que hacerlo todo para divertir libremente a la
vida; yo he hecho un poco de pelele, de víctima,
de polichinela; yo he delirado, encontrando como
fuera del espacio el gusto prosaico y directo de
cada imagen, más claro fuera de los ambientes;
yo estaba cansado de escribir mamotretos que,
aunque libres, estaban abrumados por su espesu­
ra compacta y su obra de fábrica, y sobre todo,
estaba cansado de escribir dramas violentos, aun­
que inútiles, pues yo no los he llevado a los tea­
tros ni los hubiera estrenado para que no fuesen
a mi estreno los hombres empedernidos de los días
de estreno, esos hombres con cara de materia,
con lentes empañados, que no merecen que se les
explique la vida noble y apasionada, porque lle­
van una vida innoble y de una nocturnidad ale­
vosa y estéril, y porque los teatros tienen el revés
más feo y lamentable, tan lamentable como su an­
verso, por lo que al hombre al que quisiera peor
le diría: “Que seas autor dramático consagrado
y que yo lo vea.”
14
GREGUERIAS SELECTAS
V
Hasta la verdad es probable.
Oscar Wilde.
o soy el idólatra y mis pequeñas y numerosas
oraciones son las Greguerías. Yo soy un idó­
latra que tiene dioses como esos que pasan por el
Evangelio de Buda, como Suddhodama o ArrozPuro.
Debemos hablar por todo y consagrarlo así ro­
tundamente.
Nó vale ni acertar desde la primera palabra a
la última, basta acertar o equivocar de un modo
extremo una palabra central. No hay que esperar
a la inspiración, hay que ser raudos sobre todo,
raudos, decididos y desprendidos.
Afirmar lo que de trivial hay en el hombre es
inducirle a no ser ni riguroso, ni desleal, ni malo,
ni fanático, ni inconmovible para nada ni ante
nada. Aceptar la trivialidad es hacerse transigen­
te, comprensivo, contentadizo. Nada más solucionador que la trivialidad hallada, cultivada, com­
prendida, asimilada, temeraria. No los principios
abstractamente revolucionarios, sino la trivialidad
admitida será lo que cree la ibertad espiritual, re­
solviendo todos los problemas insolubles, que se­
rán solubles más que por la solución por la "franca
disolución, por la incongruencia y las pequeñas
constataciones que apenas parecen tener que ver
con ellos.
Y
15
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
“rdad wSaGreg”'riaS' máS
VI
Dante es una curiosidad, como
el mastodonte; pero uno no desea
estas curiosidades anormales para
amigos ni para contemporáneos.
Dante es un hombre bueno para
ponerle en un museo, pero no en
nuestra casa. La verdad es que yo
no lo he leído nunca ni me pesa no
haberlo hecho.—Emerson.
a Greguería lo es todo en un libro. Leyendo los
L
libros en voz alta hemos visto esto, porque
sólo ha coincidido el interés de todos cuando he­
mos llegado a esa especie de Greguería abortada
que hay en los libros cuantiosos, esa única Gre­
guería que es lo único que a lo más se esboza en
ellos. ¡ Pobres de ellos, que tienen que hinchar una
Greguería, aunque el lector les alabe por eso, por­
que el lector se asusta y desconfía de lo dema­
siado, de lo variado y de lo numeroso!
Nuestra alma está hecha de Greguerías, y si se
la pudiese observar al microscopio—alguna vez se
podrá—, veríamos vivir, circular y vibrar en ella,
como su única vida orgánica, un millón de Gre­
guerías. Nada más sincero que la Greguería, y por
eso vivimos más por las Greguerías que por las
“
unAlibro-tnnIÍbr0 eS COm° Un eSpecífico más que
un libro porque, como esos específicos que proro
611 61 °^uismoP nuevos glóbZ
rojos, este promete algo así como unos -lóbulos
rosas" v ne * 7
7 amarillos X lamosos y
rosas y negros y blancos...
y
- V en este nuevo específico no entra mercurio
d aS di±ent? rera1’ ni nada “ en
enfrí a d’afana’ Este nnevo específico previene
entie otras cosas, contra la vejez, a la que corrom­
pen y amedrentan las entelequias y a la que hacen
c±'ej
¿rososX “
mo el mal de piedra, porque todo eso todo lo
U GrXd°-S' <’Ueda
necesité F ,a 86 ampara de Ia confusión que
gran nSz
P°u 6XCepcíón necesita
los examiné/ qU€
? Para Present^se ante
os examinadores se necesita llevar bien claras v
aprendidas las mentiras.
5
guerías TT“061'
SCCreto a voces de
Greg crias, hay que comenzar por revocar el almo
“S™ su bondad y su creduWad „X , Y j” „
/ó
17
de la Serna: Greguerías.
2
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
to ni rectificación, hay que no ser muy profesio­
nal de nada, hay que estar en posesión perfecta
de un alma incólume, bien afondada en uno, bur­
lona, llorona y solitaria.
Para oir, para leer, para ver las Greguerías, se
necesita libertad de espíritu, es decir, no negar al
espíritu su propia extensión, su vacío, su espon­
tánea confesión, su tontería destilada, su indepen­
dencia.
VII
Los murciélagos preparaban sus
pequeños paraguas . — Silverio
Lanza.
a Greguería no es enteramente literaria,
pero
tampoco es enteramente vulgar y sediciente,
no se sabe si se debiera vender en las cacharrerías
o en las librerías, no es primera visión de los obje­
tos ni última, es algo así como el paso de las ho­
ras y de las ráfagas de las cosas a través del alma
contemporánea, es el abandono de las cosas a una
mtei prefación abandonada. La Greguería consiste
en decir tanto las suspicacias como las certezas.
La Greguería no consiste más que en un matiz
entre todos los matices, el matiz de un plural, de
Una palabrita—“oiga, que le voy a decir una’pa­
labrita
una virgulilla, una tilde, algo que po­
dra ser una incorrección, un ripio, una pifia, un
balbuceo, una virguería rotunda, una piedrecita,
un numero, un desplante, un error.
La Greguería no significa casi nada como pala­
da, pues, yo, más que nada, he escogido su nomre po, lo eufónico que es y por secretos priva­
dos que hay en el sexo de esa palabra.
L
18
'9
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
La Greguería resuelve las hinchazones con que
todo se hinchaba.
La Greguería es silvestre, encontradiza, inencontrable.
La Greguería es la audacia y la timidez, es la
“manera” sin amaneramiento, es la “manera” que
no es más que la manera, y que por no ser no es
ni la “cierta manera”.
La Greguería es como esas flores de agua que
vienen del Tapón, y que siendo como son unos ar­
dites, echadas en el agua se esponjan, se engran­
decen y se convierten en flores.
La Greguería resarce, consuela, es un refrige­
rio inesperado. Sacia como un cuscurro de pan
entre planes y planes, o como un vaso de agua
entre la sed falsa de los negocios o de las especu­
laciones incurables.
La Greguería, aunque en eso esté precisamente
su corrupción, debe recoger cosas muy locales,
muy pasajeras, muy efímeras, porque la corrup­
ción es humana y el arte humano debe gozar y
perfeccionarse y descansar en ese corrompimiento
La Greguería es el género que se debe escribir
en los bancos públicos, en los pretiles de los puen­
tes, en las mesas de los cafés, al ir solos en los
simones lentos acompañando a los entierros, en
las mesas de las cocinas, en los fogones, etc.
La Greguería no se encuentra a punto fijo o
con seguridad en ninguna parte, pero de pronto
se encuentra mirando esa escala de polvo que
baja desde el sol hasta el suelo de la habitación
y que forma el dejar sólo un intersticio de las
20
GREGUERIAS SELECTAS
dd l™anaA abi'rt0 ba,°eI 801 de
siestas
ciel verano. ¡Con que presentimiento de la Gre­
guería veíamos de niños esa gran materialidad de
uz en la casa entornada de nuestro abuelo'
La Greguería es, por su forma, por su envase
misPeqpnena Urna.^nerar,a Que yo necesitaba para
dida de’]33 CU°tld!ana®7 que me ha dado la meaccident a aspiracion d’suadiéndome de todas las
accidentales aspiraciones insensatas.
La Greguería tiene el brillo de los azulejos v su
vo Xnla; CS Un daV° S°bre Una Pared~un clao al que se mira intensamente—; es lo que hav
n nuestros redaños y en ¡o que se’aprieta la
"
emocion de la vida y el temor al muerte • es i
; es lo que
podemos tener de todo, la sospecha venial.
La Greguería es lo único que no nos none tris
J-a
es, cabezones, pesarosos y tumefactos aF escribir-
’ pues su autor juega mientras la compone y tira
su cabeza a lo alto y después la recoge
a Greguería no es ese género fácil ciue se les
queOJseríaamásCfáOSiehPÍrÍtUS resbaIadizos Para los
eer
ainas fac11 hacer un nuevo Quijote a haer una Greguería natural, frutal v en su punto
La Greguería, a veces, con una alusión remot-i
t¡cJab¡eg lfiCa’ C°n Una aíUSÍÓn h-emendamente cri -
La Greguería conjuga el verbo como nada, dia21
RAMON OOMEZ DE LA SERNA
loga, se ausenta, se humilla, solloza, musita, tira
una miga—su miga—como un niño que juega en
la mesa, comienza a cantar, se calla, coge un vio­
lín, lo rasca, le da un trastazo con el arco, se deja
caer en un sillón, da un respingo, hace un gesto
con la mano o con la nariz, saca la lengua, pinta
un grafito de esos que los granujas pintan en las
tapias, abre un piano remilgado y lo sobresalta
con un despropósito o un golpe desgarrador, hace
una diablura con el sombrero de un señor serio
que está de visita en el despacho de papá, da una
pincelada, se agacha en el jardín público creyendo
haber encontrado algo de oro, y recoge lo que re­
lucía, aunque sea una bolita hecha con el pape;
de un bombón, regala una idea para un drama,
para una novela o para ahorcarse de ella y sigue
corriendo y saltando como una listada ■ pelota de
celuloide con un perdigón dentro.
La Greguería es ultravertebrada, y está bien en
los libros y en los periódicos y se ajusta en las
máquinas de imprenta ella sola, buscando y en­
contrando en ellas la ranura precisa.
La Greguería es una mirada fructífera, que des­
pués de enterrada en la carne ha dado su espiga
de palabras y realidades.
La Greguería es algo así también como una
aceituna preparada lo mismo que esas a las que
se quita el hueso y se coloca en su lugar una an­
choa.
Y así, con todo eso, queda dicho algo de lo que
son las Greguerías, que yo separo entre sí por
dos palitos horizontales cortados por otros dos
22
G-REGZjERIAS SELECTAS
verticales, el signo irregular que es más grato de
escribir a la pluma y que a veces es el incentivo
vo'laTfl
“ TÍbÍr- Gre?uerías- bregue, como
y°Jas llamo en la intimidad, signo ante el que he
ospechado si sera un signo japonés con su sig­
nado genuino, un significado que debe definir
mejor que eso de Greguerías el nombre de ellas
23
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
VIII
El hombre es la medida de to­
das las cosas.'—Protágoras.
Sólo entre todos los hombres llegaaser vivido lo humano.—Goethe
GREGUERIAS SELECTAS
por sentir el hombre fácil, curado y criatura, sin
ese encono, esa dificultad y esa soberbia que hoy
hace a la vida y a la muerte tan enconadas y di­
fíciles. Hay que lanzar Greguerías en las reunio­
nes solemnes para dispersar a esa gente negra, y
muchas veces hay que hacer uso de la Greguería
por su poder expansivo, más fuerte que la mehnita.
Pero a veces también sabremos callarnos una
Greguería, por no desairar a los demás, aunque
los demás estén siempre pensando en desairar a
los demás.
N poco vidente, veo a los amigos darse a la
Greguería, exigiéndose así pruebas inequívo­
cas y entrañables de sí mismos, en vez de recurrir
al chiste o de tratarse con mala fe o de tener que
dedicarse a agotar más los temas infructuosos y
demasiado generales; veo a los escritores conce­
bir en Greguerías, sin darse a ese amaneramiento
nocivo que es el largo discurso, el capítulo y la
crónica; veo al profesor decidiendo ante todo la
competencia de sus discípulos con un ejercicio
práctico de Greguerías; veo a los enamorados va ­
riar su vacío repertorio por causa de las Gregue­
rías, dándose mejores y más entrañables pruebas
de sí mismos, más carnosos gajos de sí mismos;
veo ya resuelto el problema de los regalos de bo­
das: se regala una buena Greguería, y ya está;
y veo así a la juventud asumir enteramente la ni­
ñez y a la madurez la juventud y a la vejez la
madurez y a la muerte la vida entera, acabándose
U
24.
25
RAMON- GOMEZ DE LA SERNA
IX
ste tomo, aunque han sido escogidas una a una
E
todas sus Greguerías, sin embargo, es atra­
bancado, desigual, y hay en él cierta cortedad, por­
que aun preparado a través de los años, haciendo
día a día sus Greguerías, yo desconfiaba de que
llegase la hora en que fuese un tomo.
_ Este primer tomo necesita algunas adverten­
cias :
A veces la palabra “lamentable” se repite y se
repite, con la particularidad de que a muchas co­
sas yo las llamo “lo más lamentable”. Todos, sin
embargo, deben comprender la gran variedad que
hay en eso y cómo en distintos momentos hay co­
sas que son “lo más lamentable” y puede haber
varios “más lamentable”. Con lo “más trágico”
sucede lo mismo, pero esos idénticos absolutos no
se excluyen; todos pueden convivir, si se compren­
de que la lectura de todo el libro en un tiempo
continuo es cosa convencional.
Algunas Greguerías son guijas un poco gruesas
y solemnes, pero no he tenido tiempo de atomi­
zarlas más y de hacerlas pasar por el último mor­
tero y por el último cedazo. Y si alguna se re­
pite enteramente idéntica en algún sitio, su razón
26
GREGUERIAS SELECTAS
habrá tenido, si no tiene algún rabillo más difícil
de notar.
Las Greguerías son fácilmente caricaturizables,
la parodia está en ellas mismas; por eso es inútil
hacer eso, advirtiendo que esos mastuerzos que
llaman hacer Greguerías a hacer mastuerzadas fal­
tan a su madre, porque lo que es más la madre
y el padre de la vida de cada uno son las Gregue­
rías, que indudablemente les han ido formando
con mayor ternura y realidad y son lo que menos
les ha abandonado en sus dudas y en sus soledades.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS
X
—-¿Y las otras? ¿Las que faltan?
Sí, faltan muchas. Algunas no están, porque
hombres desaprensivos a quienes se las dejé con
confianza las perdieron, otras porque se me ex­
traviaron en el pequeño papelito en que las apun­
té, otras porque cayeron en los barrancos de la
memoria, otras porque las perdí antes de encon­
trarlas, cuando las iba a encontrar.
¡ Irreparables pérdidas, porque perdida una Gre­
guería el diablo que la encuentre!... Perdida una
Greguería se pierde para toda la eternidad, y ya
no será ninguna de las que nazcan.
RAMON
l ajedrezado blanco y negro es una
obsesión
para nuestros ojos... ¿ Qué misteriosa persua­
sión y dominación hay en él?... Caza nuestras mi­
radas, las liga a él, las marea, las fascina, las re­
tiene... Los pisos ajedrezados distraen nuestras
miradas, que se quedan fijas en el suelo largos ra­
tos sin poder levantarse, aunque la pizarra de los
suelos, ya un poco gris y descolorida, no logra el
contraste del negro que se necesita junto al blanco
alternante... Así, en el juego de ajedrez también,
lo que aficiona, lo que hace no levantar la cabeza
del tablero, no es la pueril diversión de ese juego,
sino el ajedrezado blanco y negro, la visualidad,
la exaltación, la destreza, la emoción que hay en
él... ¡El magnetismo, la clave, la gracia formida­
ble que hay en el ajedrezado es algo misterioso y
absorbente, cuyo oscuro dominio nos somete! Es
el contraste de la vida y la muerte, es la absorben­
cia de las viudas blancas y negras, es el sí y el no.
E
Es más fácil quitar el traje o desollar a un cor­
dero, que desnudar a un niño dormido.
28
29
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Nos muerde el ladrido de los perros.
Toda ciudad el domingo es una ciudad de ca­
nales, los canales tristes y verde agua del domin ­
go, los canales que van por el fondo de las calles
y sobre los que todos bogan lentamente... En el
domingo se abren las presas que retenían las aguas
en las afueras.
Cuando todo el chopo alto o el álamo largo sue­
nan totalmente moviendo todos sus crótalos, pa­
rece que llueve copiosamente.
Zoroastro es un nombre estupendo que con­
vence. Un hombre con este nombre lo pudo ser
todo. Así, yo elegiría, con una gran fe, la religión
de Zoroastro.
Las japonesitas tienen cara de lloroncitas, de
haber llorado o de ir a llorar por cualquier cosa,
o, a lo más, de sonreír, con esa sonrisa fina, con­
movedora, que se ve a través de un viril de lá­
grimas... Si tuviésemos una japonesita, procura­
ríamos no hacerla sufrir, y la diríamos con cle­
mencia y cariño: “¡Ojos chiquitines, mimosa, astrolabio, doña Pucheritos, ven aquí conmigo!”
Pobre Pierrotín aquel que, ascendido por el
lustre de ese traje tan digno y tan conmovedor,
perfectamente enmascarado, con la cara blanca
poética y graciosa de Pierrot, se dió a conocer por
un instinto más fuerte que su máscara, y. baján­
jo
GREGUERIAS SELECTAS
dose, cogió, una hermosa colilla que metió en su
bolsa de máscara... ¡Es el Pierrot más triste, más
desgarrador, con más melancólicos cascabeles, de
todos los que he conocido!...
El afilador tiene una catadura de revoluciona1 io, una figura hosca y novelesca de héroe san­
guinario, de inductor al motm, enarbolando el
más grande y mas afilado de los cuchillos... De
niños nos impresionó ya el afilador, como si, de­
dicado a un oficio solitario de rebeldes, tramase,
preparase afiladamente una degollina...
En las vacunas de las mujeres morenas, como
en las de las blancas, hay un punto, una bujía in­
candescente que alumbra las voluptuosidades, que
es, en ellas un sutil faro, que es como el “contras­
te ’ de que la carne es realmente carne.
Una media a la que se le ha ido un punto, hace
a la pierna más encantadora, más humana, más
mortal, más pueril... Es una incorrección que co­
rrige la corrección de cartón con que se acarto­
nan las piernas en el trato asiduo y teatral...
Parece que en sueños se nos va a morir el co­
razón, como un obrero que se rebelase a cumplir
sin descanso una jornada de día y noche en el
fondo de una mina lóbrega y húmeda, húmeda de
sangre...
La tragedia de la gota de agua cayendo en el
31
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
cubo del lavabo toda la noche es una tragedia de
asunto lacónico,, pero espeluznante, que conocen
las pobres criaturas humanas, en las que no todo
¡ni mucho menos! es heroico... Si no se levantase
uno para evitar que insista, le pasaría lo que a
aquellos mártires de la Inquisición, a los que hora­
daba el cráneo el gota a gota del suplicio “del
agua”.
Las lenguas fiambres, empavonadas de escarla­
ta, distraen en los escaparates de las reposterías
como algo burlesco, sarcástico, ensañado y difícil
de comer... Son cosa digna de estómagos crueles
y de coquetas sádicas, como aquéllas que pedían
las cabezas de los santos degollados para pinchar­
les la lengua con alfileres de oro... Estas lenguas
y las cabezas de jabalí fiambres y adornadas con
gelatina, son algo para Salomé.
Después de una noche dificultosa, trabajosa,
llena de dolor de hacer, de hallar y de explorar,
nos levantamos, no habiendo dormido más que.
cuatro horas, con los ojos chicos y fundidos y
una barba nazarena que pica, que escarabajea y
que escuece... ¡Y nos habíamos afeitado ayer!
; Cómo habremos tirado hacia afuera de nuestra
vida, de nuestras facultades, de todo, de todo,
para tener estas barbas tan crecidas!
‘La mirada felina de los tornillos...”, podría­
mos decir para acusar la expresión fija, fuerte,
GREGUERIAS SELECTAS
imperante con que se nos encara la cabeza de los
tornillos, su ojo rayado.
La caída de las horquillas de las mujeres es algo
a rumador para nosotros, pero no para ellas... Se
están cayendo siempre las horquillas, las vemos
quedarse pendientes de un cabello, todas fuera
todas salidas, como en los tocados de las japone­
sas; se lo decimos, pero ellas son apáticas y tor­
pes para retenerlas... Primero no nos hacen caso,
después hacen como que no nos oyen, después te­
nemos que decirlas: “Ahí no.” “Más arriba.”
Mas arriba.
Un poco más abajo.” “Ahí”, has­
ta que al fin las encuentran... Debíamos de corre­
girnos de este afán de que no se pierdan sus hor­
quillas, de que las retengan, y dejar que se cai­
gan... Después de todo, así como las hojas que
se caen de los árboles son una pérdida superfina
que no da mas, la caída de las horquillas quizás
las refresca y las renueva... Pero no nos corregi­
remos nunca, y a cada instante estaremos con esa
retahila: Que se le cae a usted una horquilla ”
yue se te cae una horquilla.”
. La verdad es que vamos a la muerte en moto­
cicleta.. En mi es tan gráfica esta idea, que me
siento dueño de una motocicleta, a la que cuido
y sobre la que me siento. (En el “sidecars” lle­
vamos a nuestra mujer.)
En las lecherías se cría siempre una real moza
cíe requesón.
32
33
Cr- de la Serna: G-reguerius.
3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
Los cuadros nunca pueden estar derechos, sin
que se sepa por qué, aunque quizás sea porque
la tierra no es plana, sino redonda, accidentada,
y todo está ladeado y torcido en ella, todo está
edificado con una absurda inclinación.
vuelve en cariño, demuestra el cariño de las telas,
su noviazgo... Esos viejecitos con bufanda van
llenos del agrado que en ellos pone la bufanda,
el postrero amor, el amor que no notan ni agra­
decen lo bastante a la bufanda.
Se tiene un poco de pánico a los papeles que
giran en las calles del invierno1, movidos por el
fuerte viento de la estación, como si fueran pe­
rros que quisieran morder... Pero esto resulta in­
confesable, de pueril que es.
Esas escuelas de párvulos, “escuelas de niñas”,
como dice el cartel que cuelga de sus balcones v
que se encuentran en los pueblecitos y en las afue­
ras de las ciudades, dan mucha pena a la vez que
mucha dulzura... ¡Distinguida maestra llena de
aspiraciones a la Escuela Normal y perdida en
este rincón dando clase a las niñas pobres, a las
ninas silvestres!...
El que se casa trata, de solucionar con la expia­
ción su deseo1 de mujer.
Pasando la navaja por el suavizador se siente
el miedo inverosímil de que se nos escape el brazo
y nos cercenemos por el pecho, biselándonos. El
miedo a la navaja de afeitar y a sus facultades,
de una eficacia inmensa, no tiene parecido.
Los ovillos—los ovillos de todo—nos causan en­
canto... Es algo sorprendente y bello esa largura
en que se pueden desarrollar los ovillos... Quisié­
ramos jugar con un ovillo que no se acabase nun­
ca... Entre todos los ovillos de todo—de hilo, de
flexible, de alambre, etc., etc.—, si se reuniesen,
parece que estaría la largura del infinito y que po­
dríamos lanzar una cometa más allá de todos los
cielos.
Nos sorprende, nos sorprende siempre que el
corazón esté al lado izquierdo v no al derecho
¿No sería menos débil al derecho?
Los lacayos muchas veces son de mentira, son
lacayos falsos, maniquíes inmóviles sentados en
flexiones rígidas, como si tuvieran en el trasero
un rabito de hierro que les sostuviese derechos y
Ajos en el pescante, como a aquellos cocheros de
nuestros cochecitos de niños.
La bufanda es cariñosa; cerca de cariño, en-
Esas medias impares, que ni siquiera son de las
de a listas, ni siquiera de las de flores caladas, sino
tras inverosímiles, desaparecidas, fantásticas,
aztecas, indias, japonesas, del Indostán. no se
sabe de donde, son unas medias que dan una gran
34
35
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
personalidad a la que se las pone y la hacen irre­
sistible.
En esa tarde en que el cielo y los árboles y las
calles están de mal humor, están inapetentes, se
repite una vieja tarde lamentable de colegiales in­
ternos.
Los zapatos andan solos... Avanzan en la no­
che muy de puntillas, sin crujimientos, pegados al
zócalo de las paredes... Esto no se sabe, nunca
se les ha pillado infraganti, pero se presiente y se
tienen muchas pruebas de cargo para creerlo: se
les encuentra distantes del sitio en que debían es­
tar, muy extraviados; a veces se pierde sólo uno
de los dos, se le busca por todas partes, y al fin
aparece muy lejos, en el pasillo, quizá en la coci­
na o quizá en algún sitio lejano, en el que resulta
incomprensible cómo pudo llegar; a veces son los
dos los que desaparecen, y entonces se puede pen­
sar que se han ido para no volver. ¿Dónde des­
apareció aquel par mío que estaba todavía nuevo?
Es uno de los misterios que no he podido resolver
nunca; el mayor de todos.
Los hombres con cara de Cristo son los más
engañosos del mundo. Todo bajo sus caras de
Cristo es hipocresía, rebajamiento y palidez, una
palidez que es también palidez de su alma, como
si fuesen blancos y descoloridos hasta el tuéta­
no... Los hombres con cara de Cristo desconcep­
túan la vida, la convierten en un lugar de intrigas
sordas, dejan sin razón todas las razones y sin
pasión todas las pasiones... Ante los hombres idio­
tas con cara de Cristo, siento un odio de gentil
ansias de ayudarme de las turbas para martirizar­
les y acabar poniéndoles un cetro de caña entre
las manos atadas y gritarles con toda la fuerza del
sarcasmo ante su flojedad y su ambigüedad: “Ecce-Homo.
Hay una estrella en que sólo hav una casa de
a arquitectura de las casas de los cortijos y toda
enjalbegada de cal viva, con las ventanas y las
puertas cerradas siempre.
*
Alguna estrella está llena de sueño y se la ve
cerrar los ojos.
*
Hay noches en que la luna se ha vuelto loca
*
viofin™?
Un„balcón iIm™ado, sale un son de
violín de aquella estrella.
*
La luna a veces está ojerosa, tan ojerosa que
se trasluce sobre el azul.
J
’ qUe
*
lleua’ exuberaníe- no estaba an­
tes asi. Aquella estrella está embarazada.
*
Las estrellas mueren de inquietud, se consumen
36
37
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
de inquietud. ¡ Pasa tan de tarde en tarde el ma­
cho, el cometa!
*
Aquella estrella es una niña desnuda que se co­
lumpia en un columpio colgado del cielo, y cuyo
trapecio no se ve sobre el cielo oscuro (como aque­
lla jovencita de aquella postal indecente, no sabre­
mos nunca su camino).
*
En aquella otra estrella hay un pájaro de colo
res inverosímiles y de canto interminable y sutil,
el canto de los números... Su jaula, que es la es­
trella, se mueve como una jaula de oro.
*
En la noche hay muchos siniestros en las estre­
llas, incendios voraces e insofocables. ¿El bombe­
ro divino qué hace?...
En los planetas oscuros se aprovechan las lu­
ces para escribir las nostalgias. Las estrellas no
meditan ni escriben, arden en su exuberancia, en
su sensualidad. Cuando se apaguen ya les llegará
la hora de la evocación y de la compensación por
la pluma y el pensamiento, ya se pasarán la vida
recordando cuando eran estrellas y aspirando a
serlo de nuevo.
*
Las estrellas son de una distinción sin igual...
Todas están con traje de baile y abanicos de plu­
ma y todas van llenas de aderezos, siendo sus ma­
neras muy finas.
*
.38
GREGUERIAS SELECTAS
Algunas se desnudan como esas mujeres tan
provocativas que, después de mirar el campo raso
y oscuro, se desnudan con la ventana abierta...
Un placer furtivo y clandestino hay en mirar des­
de la sombra esas ventanitas abiertas, porque hay
momentos en que se las ve todo.
'f*
_ La Vía Láctea es la calle de los bazares esplén­
didos en la ciudad medio Constantinopla y medio
Tokio, que es el cielo... Son admirables las cosas
que se venden en esas tiendas iluminadas por pen­
siles árabes o por grandes faroles, en cuyos cris­
tales lechosos está escrito, en caracteres quizás
chinos, quizás árabes, su nombre delicado: velos,
bengalas, abalorios, medias de luna, voluptuosida­
des, pezoneras, cremas, sortijas de piedras de luna
y de otras piedras desconocidas por acá... Las mu­
jeres sólo miran la Vía Láctea porque sospechan
eso, y quisieran que sus amantes se lo comorasen
todo.
*
Recordaremos siempre esas noches en que la
luna aparece locamente descotada, descotada con
el prestigio de una reina, como dicen que se descotaba Isabel II para pasar revista a sus tropas,
haciendo bajar los ojos a los soldados... ¡Ah, es
que se descota para todos los hombres! (A veces
se saca un seno, como ciertas cupletistas cuando
sienten más espesa la canalla.)
*
39
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Hay una estrella en que acaba de realizarse un
crimen.
*
De las estrellas han caído algunas de esas es­
tatuas que se han descubierto en las excavaciones
más profundas... Así se ven en ellas Belvederes,
Partenones, pedestales y estatuas aún enteras,
cuyo mármol resplandece con una luz dura, mar­
mórea e incandescente que le va bien al mármol,
pues habíamos notado que los mármoles son algo
que se ha apagado.
*
De alguna brota una luz de fiesta, fiesta de par­
que de diversiones lejano a la ciudad, fiesta del
trasatlántico en el mar, fiesta de gran palacio de
escalinata iluminada. ¡Elevada escalinata imposi­
ble de escalar! Dentro, todos beben champagne,
valsan al son de los zínganos, se entregan.
*
Las estrellas a veces se ven más brillantes que
nunca, como si el cristal de la gran claraboya hu­
biese sido lavado.
*
Da gana de saludar a la luna con un saludo
regocijante, de rigodón y de locura, quitándonos
el sombrero hasta los pies.
***
¡ Cuántas veces las piernas femeninas se nos su­
ben a la cabeza como un alcohol fuerte!...
Aquella mujer era bajo la luz del día como una
bombilla eléctrica encendida en pleno sol... Que40
GREGUERIAS SELECTAS '
daba reducido su rostro a un óvalo amarillo, apa­
gado, sin aureola, sin irradiación, sin toda la luz
que en la noche esplende ella sobre todos los ob­
jetos y hace llegar a los rincones de la habitación
y de los espejos.
Equivocados, hemos sido cogidos un día entre
la puerta de la calle, cerrada, y las puertas de los
pisos de la casa extraña... Nos hemos quedado
como esos gatos que mayan desoladamente. Nos
lia dado mucho miedo de asustar al vecino que
iba a entiar, nos ha dado miedo de ser mordidos
por la portera escamada, nos hemos sentido pre­
sos para siempre, reos de alta traición, reos en
capilla, perdidos, turulatos, hasta que al fin he­
mos podido salir y hemos cogido la calle como
pájaros o moscas que han estado encerrados un
momento en una mano.
i Qué dirán los astrónomos de los otros plane­
tas, de los cohetes? Indudablemente escriben en
sus cuadernos: “Nuevas constelaciones, luceros,
estrellas de rabo, estrellas verdes y violetas Es­
trellas efímeras.” Porque los cohetes son lo que
nos queda de creación sideral... Los cohetes, los
cohetes de paracaídas, los de llamas de bengala
los de enjambre, los de explosión de luces, dicen
en su lenguaje disparado, con sus chisperías chi­
nescas y eléctricas, con sus sierpecillas, con sus
colas de pavo real, con su fuego blanco, con sus
torbellinos, con sus relámpagos, con sus solecillos brillantes, con sus perlas de colores, con sus
41
KAJÍ02V GOMEZ DE LA SERNA
cintas de fuego dorado: “¡Viva la moza más bo­
nita!...” “¡Viva la noche de verbena!...” “Soy
una estrella de rabo!...” “¡ Viva yo!...” “¡Soy un
tiro loco en busca de un serafín!...” “¡Soy un
lucero!...” “¡Soy un símbolo!...” “¡Soy un sus­
piro de todas las almas!...” “¡Soy una lluvia de
lágrimas radiantes y-dichosas 1...” “¡Soy un pu­
ñado de monedas de oro lanzadas a las almas de
niño en el bautizo!”
i Cómo se inutiliza y muere después del sorteo
un décimo de lotería!... No nos decidimos a ti­
rarle, da lástima, quisiéramos que sirviese para
otro sorteo, se debía poder revender como las pa­
peletas de empeño, parece que debemos guardarlo
como para el caso de una revisión.
¡Qué fijo! Con el balcón entornado, yo veía de
pequeño en el techo de la habitación el sucederse
de las figuras y de los coches, en sombras alarga­
das y constantes de una sutil y transparente ma­
terialidad, y me las quedaba mirando fijo, ener­
vado y silencioso... No sabía por qué en aquel
espectáculo encontraba una honda desazón... Hoy,
viendo el mismo incierto espectáculo en los mis­
mos techos blancuzcos y estucados, he compro­
bado esta honda decepción y me la he explicado
alambicando mis sentimientos, pensando que es
ese un espectral y tránsfuga espectáculo, como
el de una procesión de almas, como el de la pro­
cesión vaga y deleznable de la última apariencia
de las cosas reales que pasan por la calle eterna
42
GREGUERIAS SELECTAS
hacia la eternidad, como la visión de los espectros
mediocres y tenues de los que pasarán después
por las calles en los coches fúnebres...
. ,
De pronto, en los jardines vemos una serpiente
entre las hierbas. Tiene una larga hilera de pin­
tas metálicas, que son enteramente esos adornos
que corren a lo largo de la dorsal de las serpien­
tes... ¿Qué especie de serpiente es esa? Es la
manga de riego, silenciosa, acostada, tomando el
fresco; ¡dulce y nada venenosa serpiente de los
jardines de los sitios en que no hay serpientes!
Los pinos en la noche son árboles de Noel, y
si en la noche nos atreviésemos a andar entre
ellos, podríamos descolgar alguno de los juguetes
que cuelgan de sus ramas.
Los tirantes resultan, cuando cuelgan, el rabo
del hombre... el rabo que no le sienta mal.
El diablo está siempre a nuestros pies, en cu­
clillas, a la manera ridicula de un mono. Los hom­
bres decididos lo hemos logrado atar a una cade­
na. como los húngaros a sus monos. A veces—hay
que confesarlo—le tocamos el pandero para ale­
grarle y verle-saltar, y alguna vez para distraer
al público o para distraemos. Aun atado a la ca­
dena y domesticado, nos hace pequeñas diablu­
ras, nos tira el bastón, el sombrero, nos desata el
lazo de los zapatos y, entre otras muchas cosas,
nos hace que perdamos el tino al llenar la pipa o
43
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
al hacer el cigarro, haciéndonos perder una gran
cantidad de tabaco, que él recoge, atento a todo
lo.que cae, porque de ese tabaco nuevo que per­
demos es de lo que él fuma.
El gesto de sacarse el pañuelo del faldón del
frac es un gesto ignominioso e indecentísimo.
¿ Por qué el callicida que propala a voz en cue­
llo lo maravilloso de su específico en la plaza pú­
blica no cura al pobre pie de cera que le sirve de
reclame, el horrible callo que le corroe ?
El que va en el banquillo supletorio de los co­
ches va jorobado y apabullado, como en el ban­
quillo de los acusados. ¡ Pobre criatura!
La única alegría de los casados está en asistir
a la boda de los otros... ¡Alegría diabólica!
. Parece que el día que asesinan a alguien, o lo
ajustician, la Naturaleza se resarce de eso, por­
que lo que ella no hace o no descuenta nadie lo
puede hacer, y hace nacer a otro para que la ci­
fra no se descomponga y mantenga su equili­
brio... Esos.hijos precipitados que corresponden
al crimen lejano, son muchos, pero son más por­
que nacen de pronto también'otros niños que son
hijos, como los otros, del suceso imprevisto por
ei Gran Cálculo, los hijos que corresponden a la
supresión de los matados—no asesinados—por los
médicos. Esas esposas que después de no haber
44
GREGUERIAS SELECTAS
£eS™d°.dUrante muchos años se sienten de pronto madres,, son las elegidas por la Compensación.
A veces, en las fuentes de los jardines nasa
dragones, o de los delfines,’ o d»
los peces que echan
echan ’agua no 'ri.
rige, está agónico y
1 V” T
T° ,ento- Si”
’in
da... Es infame ese abandono, porque si no pue­
den salvarle y devolverle su primitivo surtidor
le debían rematar. Así, acabada su vida mortal’
sin una gota de agua, comenzaría su vida etema
de escueto monumento de piedra.
C
" uno de los
que
E! hombre que nos saludó por equivocación nos
reconocerá siempre, nos tocará enfrente en las
plataformas de los tranvías, al lado en un tren
zaremostatCa
en
teatr°’ 7 nos Io ^Po­
zaremos temendole que dejar la derecha en las
calles solitarias, y siempre sentiremos el deseo de
Imn1o°S ,perd°ne eI <5Ue nos saludara aquel día
mploranamos su piedad por piedad.
Son más largas las calles de noche que de día.
nuesatraCacaasSaqfUe
desakluiIadas frente
a
las Son tí' Cnen mU a angUStia de estar soellas ni
™ P°rqUe haya fantasmas en
.
su desconsuelo™ no tene/es^
en
2tansthdabÍtaddaS’
tÍe-n’lansOpaerede°s1OfX!
en el dtsmÜ’
6Stán’ 7 SU distrib«ción
esmantelamiento es ingrata, fea, desenga45
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
nada, con un vacío imposible... Sobre todo, en la
noche se llenan de pánico y de miedo de la cocina,
más extraviada, más sola que el resto y llena de
infinitas cucarachas y ratones. En la noche se
hace más desamparado su miedo y castañetean
más sus dientes, por la imposibilidad en que se ven
de dar al botón de la luz eléctrica, sintiendo, como
deben sentir en su vacío, la urgencia de la luz.
Los ojos se entran, por una atracción irresisti­
ble, en los talleres de plancha, ofuscados por el
blanco de la luz eléctrica sobre el blanco de las
ropas y por el blanco de sus mujeres—honradas
como planchadoras—casi siempre de buen ver,
aunque a veces les defrauden; momento seguido,
y casi en el mismo instante—porque el paso no
cede a esa curiosidad tan instantánea—salen los
ojos, raudos como moscones que encuentran la
rendija, hacia el aire libre de la calle, por la que
continúan ciegos un rato e ilusionados por la sen­
sualidad eficaz y limpia a que mueven las plan­
chadoras. Es una exaltación ésta de los talleres
de plancha que marea un poco, por el giro verti­
ginoso y atento que hacen los ojos entre tanto
blanco luminoso, como impregnado de luz de “fo­
co”, de luz de gas y de polvo de almidón.
Un consommé de hotel es un agua que se toma
por superstición, como las beatas el agua bendi­
ta... Es tal vez agua bendita caliente...
GREGUERIAS SELECTAS
creen que les roban, que alguien mete la mano en
ese cajón y saca de él el dinero en pequeñas can­
tidades... ¡Oh! ¡Por no tener ese horrible y ob­
sesionante temor a las urracas misteriosas, apa­
ñadas, insistentes y pizcadoras, es preferible no
tener dinero!
Al oso parece que le viene grande su gabán de
pieles, las largas mangas sobre todo, y el faldón
arrugado... O es un capitalista desgalichado y gor­
do o es un chauffeur.
En Carnaval, los tuertos tienen los dos ojos...
Por eso es un gran día de fiesta para ellos...
Un grillo es una cucaracha fanfarrona y desco­
cada; es lo que a la criada silenciosa y discreta
la criada que canta, esa criada horripilante, que
canta un monótono canto asturiano, el mismo siem­
pre desde hace veintitantos años que vino del pue­
blo: el mismo, cada vez más perdido, con más
sonsonete, más abreviado, más agrillado...
Cuando se cae una copa de vino es que tiene
sed el diablo y se procura bebida... Sobre todo
con los licores se delata casi con torpeza, tiran­
do la copita a cualquier descuido, con una fre­
cuencia y una mala intención que sublevan...
Todos los que tienen en un cajoncito dinero
Los relojes de comedor dan un hastío especial,
agravándonos con la idea de la comida, la hora
maquinal, la hora fatal... Los relojes de comedor.
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47
KAMOiV GOMEZ DE LA SERNA
de estrecho caletre, inutilizan un poco para toda
idealidad y todo proyecto necesitado de mucho
candor, mucho tiempo y mucha hambre... Son
como un tío pesóte y atrabiliario, que dice con
sorna y maldad, viendo hasta dónde ofende y dis­
lacera: “¡Hay que comer! i Hay que comer a su
hora, no lo olvides!... La carrera de comercio tie­
ne un gran porvenir...” Los relojes de comedor
tienen una vida material, una vida inexorable y
cotidiana...: desarman y desilusionan... No se
debe entrar a beber agua en el comedor silencioso
y completamente solo a la tarde, porque la tarde
en el comedor, unida al reloj, os dará una lección
vulgar y pedagógica insoportable.
¿Por qué no se tumban los pájaros como los
hombres cuando acuestan sus cabezas sobre las
almohadas?... Hasta parece dulce su muerte, por­
que al morir se acuestan al fin, se tienden, des­
cansan plenamente.
i Qué bella sorpresa es ver subirse una liga en
un portal!... Es ese un hallazgo galante que nos
familiariza con la mujer que se ha subido la fal­
da en el portal... Ha sido casi una sospecha más
que una cosa vista; ¡pero qué bello y qué intrépi­
do desnudarse ha supuesto ese rasgo rápido de la
vida de relación en la calle!... Pero pronto se ha
desvanecido el encuentro casual, la sonrisa galan­
te, la visión... Ha apretado el paso y ha levantado
el vuelo la Entrevista.
GREGUERIAS SELECTAS
El nuevo Caín sería uno de esos hombres que
escriben contra el hombre bueno, contra la obra
buena y al que le quedase en las manos la huella
de la tinta con que escribió sus cosas malvadas,
una huella de tinta imborrable, perenne, con la
que se fuese a la muerte.
El silencio no es nuestro silencio, ese silencio
que tenemos que presenciar o en el que tenemos
que estar para comprenderle ni el "silencio de
que habla Maeterlinck; y estas son ideas muy
pequeñas. El silencio es Dios, y será lo que du­
rara más en la eternidad. Lo que vencerá. El si­
lencio tiene las voluptuosidades más hondas cuan­
do esta solo y no le perturbamos ni le distraemos.
Y o he dejado solo al silencio muchas veces por
respeto y me he ido a la calle algún día para no
estorbarle dejándole así dueño de mi casa, pu­
diéndose besar con las mujeres de los cuadros,
que son sus mujeres.
1 T;a,are,na d,el tiemP° es siempre la misma, como
la del reloj de arena... Cae por el día en un he­
misferio, por la noche llega a abismarse en ese
bajo hemisferio, pero en el alba alguien invierte
el. reloj de arena y vuelve la arena cernida, la
misma arena de siempre, a su sitio alto, primero
y recomenzador, al hemisferio de arriba, al pri­
mer deposito, al depósito de arriba.
Esa mujer que se ha caído en la calle, ¿ha caído
por un tropiezo o por una amargura, vencidas por
48
49
G • de la Serna: Greguerías.
4
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
un suplicio interior sus piernas débiles?... Esa
mujer, muchas veces vieja, que se cae en la calle
se levanta conservando su altivez, muy modesta­
mente vestida casi siempre, pero recatando, ca­
llada, el secreto de su caída, quizás de miseria,
quizás de un dolor imposible. Ella no dirá nada:
ella achacará a un tropiezo su caída causada por
la angustia.
En la noche ciudadana, en lo más alto de ella
y en lo más intrincado, notamos de pronto que
tenemos encima, que tenemos quizás en el alma,
que hemos cogido el piojo de la noche, un piojo
que muere a la mañana.
La k es una letra mordiente, atenazante, con
dos mandíbulas de kokodrilo. ¡ Pobre vocal sobre
la que cae la k agresiva, que cierra sus fuertes
extremos de alicate sobre ella!
Hay unas viejecillas de moños falsos cuya pre­
sunción resulta inefable, porque se ve demasiado
que sus moños, demasiado negros, demasiado bas­
tos o demasiado rubios, no son de ellas, que tienen
un pelo blanco bien distinto al de sus moños. Las
tiraríamos del moño afablemente, en bromita.
El azul celeste de algunos días muy fríos con­
suela de un modo eficaz... Representa el optimis­
mo sobre el frío.
Uno de los temores más grandes de la vida es
5o
GR E G VERIA. S SELE C 'J 18
caerse sobre un cristal y romperle con la cabeza,
como los clovms los discos de seda. ¡ Nos acribi­
llan tan atrozmente!
Da pena ver cómo se martirizan las paredes con
los clavos. Son crucificadas. El Crucificado se pro­
yecta sobre las paredes.
El whisky es el árnica del estómago... Sabe a
árnica y es grato probar ese sabor como si curá­
semos el fondo dolorido y desesperado de nuestra
alma, lo que en ella hay de herido.
En los cuadros de vírgenes con el niño al pe­
cho. el niño que sorbe un seno debía jugar con el
otro, que es lo que hacen los niños.
Al atardecer, tan silenciosa es la semioscuridad. tan desengañada, t.an renunciado™, tan in­
material, que hay un momento en que parece que
está la habitación sola, sin nadie, sin uno mis­
mo... Tanto se ha ido callando uno y prestando
a la muerte de la luz, a su discreción, a su des­
composición suave e inadvertida, que cuando se
quiere recordar ya no se está. Se ha difundido
uno, como una escueta comprobación de la habi­
tación ; algo como el misterio de la metempsícosis
o la descarnación se ha operado. Nos hemos ido
metiendo como en la pared, nos hemos retirado.
—¿Es Ja pulmonía?
—¿Es la pulmonía?
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Incierta, fugaz, esbozada, tímida, sin que la oiga
el cuello de la camisa, se inicia esa pregunta mu­
chas veces... Una punzada en el costado, la pica­
dura de un “chinche de ataúd” que hemos cogido
no sabemos dónde, un alfileretazo en la espalda,
una vaga filtración en el pecho, algo como un tem­
blor del alma nerviosa, todo eso nos hace ver la
pulmonía fatal, la pulmonía con rostro de desco­
nocida... ¡Ah! ¡Pero nunca pensamos en la pul­
monía doble! ¡ Qué inverosímilmente elegido el ciue
le toca esa bola negra, el número 1 de las bolas
negras!
En la noche, siempre se siente que en el despa­
cho del padre opera un ladrón. ¿Para qué inte­
rrumpirle? A la mañana resultará que no se ha
llevado nada, que se dedicaba en la sombra al si­
mulacro del robo, al robo de afición.
Cuando se aprecia lo preciosa que es una cerilla
y lo poderosa, es cuando no se tiene ninguna...
¡ Oh lo milagroso, lo imposible que es el provocar
el fuego!
Son suntuosas esas hogazas de pan con una bre­
cha labiada en el centro, pues parece que, dema­
siado granadas, se han abierto ellas solas, ahítas,
.lenas del apetito de ser comidas..
Como el conejo se mete en su conejera, se mete
uno en sí mismo durante el sueño... Es larga esa
madriguera en que entramos, y tiene una entrada
52
GREGUERIAS SELECTAS
^ nuestro rostro, y la otra, la salida, en lo reTn o%r
,
eri otra tie™, en otra ciudad,
otra casa, bajo otra luz, quizás en otro rostro.
Muchas veces se levantaría uno a hacer testanento, aunque eso no tenga objeto, aunque no
tes£entonada T
sincero
'
* nadie’ SÓ1° por hacer
teStamento> eI acto puro y
es más
nUeSU-° C°raZ°n en la almohada
dor Vi
°Ue 01r el tic‘tac deI despertat-mÉ;' u ag° agonico y desconcertante... Pero
smtUeni
Ot'a C°Sa tan pen0Sa como esa> Y es
sentm el corazón contra el colchón, como si tuesemos el pecho abierto, como si se hubiese venÜ
S°bre
Caja del pecho- Andido,
aido y como tropezando, como yendo a nararse
or el roce, como aplastado, como un escarabajo
anzudo, patudo y cosquilleante, como si le estu­
viésemos ahogando como ha sucedido con airón
cnS1 l0S desvanes anida un aguilucho que =e es-
osas entre las que no está.
Hay en la clara y temprana mañana un instante
53
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
sin pensamiento, superior a todos los pensamien­
tos, un instante en que salimos al claro corral de
la cabeza, al corral libre, al corral que está des­
pués del patio y del otro corral y que es más sil­
vestre y abierto.
N o sé de dónde me viene el recuerdo de un aris­
tón, de un aristón más profundamente aristón que
los demás, del aristón que amé como un niño a
una niña... No sé en qué excursión de la infancia
lo oí... Pero de aquel aristón que tocó para mi en
la mayor soledad, como si hubiese tocado solo y
de pronto, procede mi poética y mi dramática.
Cuando en las playas o en los campos abiertos
nos hemos tumbado y nos hemos quedado mirando
un cielo sin nubes, ese cielo inmóvil y diáfano
del atardecer, nos hemos sentido muertos, con las
cuencas vacías mirando el vacío... mirando el cie­
lo como lo debe mirar la tierra, que quizás está
llena de miradas así.
La brújula es algo inverosímil, a la que Dios
mueve... Su alma extensa y vidente me ha pas­
mado siempre y parece como una reliquia mila­
grosa, una reliquia de Dios encerrada en su reli­
cario de cristal... No se debe jugar con la brújula
ni estropearla, porque será como estropear una
pequeña esquirla de sensibilidad sobrenatural...
I.a brújula está llena de brujería, y sabiéndola ni­
velar de otro modo y colocándola otras letras que
54
GREGUERIAS SELECTAS
significasen algo más que N. S. E. y O., diría otras
cosas.
La nieve en primavera llena los jardines de co­
liflores con el tallo verde y la cabeza blanca.
Hay noches de tanto frió que parece que se van
a apagar las luces, a apagarse no de viento sino
de frío.
En el fondo del agua de los estanques hay co­
sas caídas casualmente allí que se deben ir ha­
ciendo animales vivos, algo así como ranas infor­
mes, cosas llenas de una vida tentacular y lenta
Los domingos nos hacen viejos; demuestran
todo el pasado, todo el gasto hecho, todas las mu­
jeres que fueron abandonadas por nosotros del
modo mas tonto, sin saber por qué ni cómo Así
como el cumpleaños, es tan triste y tan sugeridor
el cumplesemanas, que es un cumpleaños dismi­
nuido, en el que ni siquiera recibimos esa postal
que nos recuerdan las ex novias que aún hacen
mentos de abnegación.
¿Será a nosotros a quienes llama esa bocina de
automóvil que parado frente a nuestro portal,
dice a alguien bien distintamente que baje?
Y
influí qUC n° tenemos ni esperamos ningún
automóvil, cometemos la torpeza de asomarnos...
El violón, por su remate, se parece a una bai­
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS selectas
ladora cuando remata un baile con toda altura,
con todo estiramiento, con una extrema contor­
sión... Parece que el violón se “marca” algo por
su gesto, sobre todo en los momentos en que toca
un bailable... Esa mano atormentada, crispada,
rizada, gafa que remata los violones, parece la de
la artista de tango cuando levanta el brazo en­
corvando la mano con gracia y epilepsia.
biese roto el gran cristal de los cielos... Una lluvia
de cristales cae sobresaltadamente durante un ra­
to, que el ruido y la idea de la catástrofe hacen
mas largo... ¿Habrá sido guillotinado alguien por
a fría guillotina de alguno de los cristales mayo1 es_° habrá sido herido por uno de esos muchos
puñales que fabrica toda rotura de cristal?
Los chicos, los chicos de los tenderos, de los
continentales, los chicos de las porteras, los chicos
revoltosos de las escuelas, cazan, pescan, cogen,
roban, como manzanas desprendidas furtivamente
del cercado ajeno, senos frescos, duros, esféricos
y recientes, los senos de esas mujeres que llevan
las manos ocupadas, los senos de requesón de las
lecheras... De pequeños debimos saber esa picar­
día que sólo de pequeños es permitida... Nunca la
fruta sagrada y prohibida será más deliciosa y
más lograda.
Ante aquella muerta, pensamos: ¿ Seguirá to­
siendo con aquella tosecita? Seguramente habrá
acabado de toser. Entonces, ¿no debiéramos feli­
citarla en vez de llorarla? Ninguna pastilla ni nin­
gún jarabe podía callar ya su tos. Parecía que la
muerte tampoco.
¿ Qué son esas inmateriales bolitas como de pla­
ta, de cristal o de mercurio sutil, que ascienden
por el agua de las provincias y de los pueblos y la
hacen tan viva? Muchos ratos hemos estado mi­
rando a través de los jarros de cristal esa agua
viva y animada, y en resumen no diremos que esas
bolitas sean espíritus, pero sí pensamos que son
espirituales.
Cuando se siente un rudo estrépito de cristales
en la calle, parece por el estruendo como si se hu­
56
Hay un dolor del corazón, un dolor subitáneo,
una punzada que se ahonda en el corazón al res­
pirar y que se clava y la hincamos más cuando
intentamos respirar más fuerte para echarla fue­
ra... Esto nos ha pasado muchas veces y todas nos
hemos salvado, pero alguna vez—-la última—esa
punzada se nos quedará clavada en el corazón,
matándonos, ensartando nuestro corazón y deján­
dolo fijo como si tuviese un eje inmóvil.
Los bancos públicos son mujeres sucias que
ofrecen gratis sus muslos para que nos sentemos
en ellos, muy condescendientes, aunque nos pegalan sus miserias, sus avariosis, sus liendres... ¡Ah!
h’ero no nos quejemos, porque es que son las mu­
57
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
jeres completamente fáciles y completamente gra­
tuitas.
go de la creación, como inexistentes de olvidados
y relegados que están!...
Ese automóvil que se para de pronto y resuella
y resuella mientras corrigen su avería, sobrecoge
el ánimo como el ver a ese hombre al que le dan
ataques epilépticos en la calle... ¡Qué excitación,
qué asma hasta que se va!... ¡Que le den agua
de azahar!
De puro blancas, es indudable que algunas mu­
jeres desaparecen en el aire y en la luz... Yo hu­
biera querido ver a alguna en ese límite de la blan­
cura de su carne y de la blancura de la luz, antes
de fundirse, inmediatamente antes de su asunción.
Las iglesias en el alba son iglesias de aldea...
Iglesucas apacibles, recién nacidas, limpias, extra ­
ñamente ingenuas en medio de la gran ciudad.
¿ El cielo está pintado a la acuarela, al temple o
al óleo?
A última hora de la noche, antes del alba, los
pasos que resuenan en la calle son profundos como
los de las almadreñas...
Ese segundo patio que hay en las casas es som­
brío y sórdido como él solo. Es un patio de ce­
menterio para uso de los vecinos y para enterrar
a las pobres criadas... Sobre todo a la noche... A
la noche hay en él ruidos apagados, pero constantes
y escarabajeadores... Es como un lago profundo,
de aguas densas y sucias, en cuya obscuridad se
rebullen las salamanquesas, que viven y cantan en
las cañerías... Su sima angosta y honda no se ve,
y en su altura no se ven casi las estrellas; los rui­
dos de tren caen en él ahogándose desesperadamen­
te... En él la lluvia tiene el más triste chapoteo...
En él la luna es más imposible y más remota que
en ningún otro sitio, quizás más imposible y más
remota que vista en los patios de las cárceles a tra­
vés de las rejas que la cuadriculan mostrando la te­
rrible separación... ¡ Patios medrosos, abandonados
de la presencia de Dios, sin catalogar en el catálo­
Está bien eso de que los dentífricos se anuncien
pintando una luna, una luna a la que suponen una
dentadura ideal... Ya parece verdad que la luna
tiene una dentadura de dientes iguales y radiantes,
5«
59
Frente a los cines acabados de cerrar en la no­
che y que después de lo que ha pasado no pueden
quedar solos y sin nada entre bastidores, pensa­
mos que los grandes actores, las maravillosas ac­
trices y los transeúntes de las películas—distingui­
dísimos comparsas—, están aún allí dentro char­
lando, acabando de vestirse para la calle, dando
vida al fondo del teatro... Se necesita pensar eso,
porque si no, ¡ qué frío, qué falso, qué insípido lo
que ha sucedido allí dentro! Si no, resultaría que
aquello no era nada, absolutamente nada.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
la dentadura pluscuamperfecto la suma denta­
dura.
Sentimos pedazos de carne ardiente en nuestro
pecho... Cuando sentimos esos recrudecimientos,
esas quemazones pertinaces, esas agravaciones de
no sabemos qué, sentimos la muerte y su estigma
más vivo y ardiente que nunca. “Ya estamos he­
ridos de ella, ya estamos candentemente sellados y
desollados por ella”, nos decimos, echándonos al
surco con impotencia ante lo insubsanable.
1 odas las carnes muertas parecen dolerse aún,
cuando el carnicero las corta, todas, menos la de;
jamón... El jamón está satisfecho de haber mejo­
rado con la muerte y la salazón, está satisfecho de
ser rico jamón, y le gusta repartirse en lonchas
finas, revelando además su belleza veteada e in­
confundible.
No se debe nunca nombrar el “pus”; es una pa­
labra que sólo debe estar en los hospitales, es una
palabra en la que la materia es tan expresiva, está
tanto en la palabra, que hay que sajar y quemar
la palabra...
En la madrugada, después de haber trabajado
mucho, se teme que salte el corazón, como salta la
cuerda en el reloj que se fuerza... Un minuto más
de trabajo, y ¡clac!... Lo dejamos todo precipita­
damente, como quien escapa al hundimiento, por­
que se hace insostenible el apurar el pensamiento;
6o
GREGUERIAS SELECTAS
aunque siente uno que está en el momento pre­
ciso de conseguir la afirmación completa, siente a.1
mismo, tiempo que en la cabeza hay algo tirante,
en el límite de la tirantez, y entonces, con resolu­
ción, se apaga la luz—la luz de la cabeza también—y abie uno la cama y se desnuda a obscuras y de
prisa.
Las tiendas de telas tienen un agradable olor a
savia nueva, a tela nueva... Todo es trivial en
ellas, pero entre los oficiales rizados y las señoras
que se sientan hay, sobre el disimulo de enseñar
telas y telas, un amoroso diálogo en voz baja muy
enervante... Sobre todo las mujeres casadas, y
quizas, más que, nada, las que están en cinta, sien­
ten la voluptuosidad de los dependientes y del olor
resinoso de las telas.
Mirando al mar, parece muchos días que unas
lavanderas ideales como las del Tintoretto, han
avado mas de lo debido... Esa espuma blanca,
con copete, esa espuma densa que levantan con
sus jabones esas lavanderas ideales e inexisten­
tes, lo llena todo, lo blanquea todo. Parece que allí
lejos lavan los sudarios.
En los túneles largos nos parece pasar el Leteo
acompañados de gentes cualesquiera unidas por
la casualidad en la misma barca... Es como un
ade anto de lo que nos pasará... Así, al mirarnos
en los túneles unos a otros, nos sentimos confe­
sos y entrañables, hijos de un mismo destino...
61
RAMON GOMEZ I)E LA SERNA
El primer túnel, por eso, nos reconcilia y aplaca
nuestras mutuas antipatías. En los túneles nos da­
mos un beso con esa mujer que va en nuestro va­
gón y a la que no hemos tocado ni tocaremos.
En la noche, callándonos y oyéndonos la cabe­
za como quien escucha una caracola, se siente el
mismo ruido que hemos sentido en la noche del
monte, como el son de unas esquilas lejanas, como
un ruido de fuentes, como- un ruido tintineador y
cascabelero del aire, de los eriales, de los sem­
brados, de los árboles o los ríos, todo conjunto,
amasado, venido desde tos cuatro horizontes y
desde todos los mundos, ruido de estrellas ruti­
lantes, un ruido metálico del metal del aire.
El ir a despedir a un amigo da una doble tris­
teza... Monta en el tren una imagen de nosotros
—sobre todo si hemos subido un momento al va­
gón del amigo—y se la lleva... Por eso cuando se
sale de la estación va uno como desubstanciado y
disminuido, sin encontrarse, como volviendo no
sólo de haber despedido al otro, sino de habernos
despedido- a nosotros mismos... Cansado de la ciu­
dad, ansioso, ha habido algo que, como un golfo,
ha huido sin billete, debajo de un asiento... ¿Nos
escribirá? ¿Nos escribiremos? ¿Llegará? ¿Llega­
remos? ¿Volveremos?... No podríamos explicar
cómo pasa esta crisis, ni cómo encarnamos en nos­
otros mismos, de nuevo, después del desmayo de
no encontramos.
GREGUERIAS selectas
Al andar por los pasillos de la casa, se aclara,
se refiesca, se espacia, se hace sensato y morige­
rado el pensamiento. Se esparce el alma y bate
.alas con ese desperezo tan delicioso con que las
aves, poniéndose un poco de puntillas y alargando
el cuello, las despliegan, las sacuden, las mojan
en eter, las desempolvan, las refrescan, quedán­
dose así avispadas y conformes.
Corno frente al viento haya una tela que lo- coja
o que se deje coger por él, ¡cómo se desespera!
1 como dice ¡ adiós ! 1 ¡ cómo se exalta I ¡ cómo se
enrabia! ¡cómo llama!
i Pobre muchachita la que lleva un adorno de
mujer sospechosa sin saberlo, sin darse cuenta!
i Pobre muchachita ingenua, cursi, desacertada, la
que. lleva botas de mujer sospechosa, tufos de
mujer sospechosa, blusa de sospechosa o un aire
adoptado por Jas mujeres sospechosas!
¿No se diría algunas noches que la luna incen­
dia de frío la noche? Terrible paradoja que diría
uCrc'- 6 ^ri0’en^a verdad. Podo se incendia­
ra de frío el día de la consumación de los días.
Un farol que parpadea nos guiña un ojo.
El Inn de los que no pagan a los sastres de las
tiendas que dan a la calle es que el traje que no
pagaron se lo ponga el maniquí que les repre­
senta y lo luzca en medio de la acera con las eti­
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
quetas cosidas, las etiquetas en que está el nom­
bre y las medidas del tramposo, su “ficha”.
El que pueda romper el cuerno de un buey el
tranvía en que vamos, al verle pasar ras con ras
del cuerno, es una de las cosas que nos ponen
más frenéticos. ¡ Cómo sufriría! Sufriríamos to­
dos su sufrimiento indecible... ¿En dónde? ¿có­
mo? ¿en nuestros cuernos? ¿Quién se atreve a
decir esto? Pero es eso... Sí... Hay que decirlo;
no somos casados y podemos decirlo... Nos duele
el pensarlo, nos duele una raíz oscura, improba­
ble, pero sensible: nos duele un cuerno.
Los farolillos colocados en una percha de hie­
rro junto a las obras de la calle nos engañan en
la noche como si fuesen faroles de serenos in­
móviles.
Parece que comunican con los centros oficiales,
con la dirección suprema de inspección, los hilos
de la luz eléctrica, sobre todo los agujeros de los
negros enchufes... Por ahí nos parece que esta­
mos vendidos y espiados.
Por gustar una dulce pesadumbre se faltaría a
la cita...
—No, no...-—dice nuestro respeto.
Pero marrulleramente, ladinamente, zumbona­
mente, no miramos el reloj, esperamos leer una
página más, escribir una última idea... Nos apre­
suramos por acabar, nos sofocamos en una ca­
GREGUERIAS SELECTAS
rrera en la que nos ensordecemos, y cuando al
hnal volvemos a mirar el reloj, vemos que va es
definitivamente tarde... Entonces, llenos de'con­
trariedad y de gusto, nos sentimos libres... Sólo
cuando se trata de un entierro estas contradiccio­
nes son muy penosas. ¿ Vamos ? ¿ no vamos ? ¿ se
enterara el muerto? Le vemos esperarnos hasta
no dejar que cierren su caja aún, porque espera
que le miremos por última vez... Le vemos impa­
cientarse en su gran inmovilidad, esperar otro mo­
mento mas,, y por fin dejar que cierren la caja...
Quizas le vea en el cementerio—piensa el muerto
entonces—, cuando abran la ventanita en que
como la esfera del reloj en los relojes de larga
caja se verá mi rostro...” Pero no nos hemos de­
cidido aun, cuando ya le vemos bajar por la es­
calera, pesando como un baúl de esos en que van
nm-os y que abruman al mozo y le hacen tan diicil bajar la escalera... Vemos la comitiva po­
nerse en marcha... Aún podríamos alcanzarle, te­
nemos deseos de salir gritando: “¡Cochero, co­
chero, pronto, al cementerio!”, como cuando te­
memos llegar tarde al tren... Pero aún nos queamos, porque pensamos en que nos tenemos que
estir y en que hemos de ponernos una corbata
egra... Por fin vemos abrirse la ventanita final,
a vemos cerrarse, y así resulta que hemos perdi0 el tiempo, un tiempo más largo que el que hueramos invertido yendo y viniendo.
Nos levantaríamos la cara, nuestra cara de be­
bes, nuestra excesiva cara, cruda y material, como
65
64
G. de la Serna: Greguerías.
5
RAMON GOMEZ DE LA. SERNA
esos enmascarados que se levantan la inflada ca­
reta de bebés para echar un cigarro y respirar
mejor.
Nuestra lámpara de trabajo a la que más se
parece es a la de los zapateros... Ese quinqué que
recoge la luz mucho y la vierte muy recogida y
esa oscuridad de la habitación alrededor, todo eso
es de nuestra intimidad, y después también es
como el nuestro el trabajo penoso y lleno de pri­
sas de los zapateros.
No llevamos armas, pero tememos que en la
noche se nos acerquen a cachearnos... Nunca nos
han cacheado, y por eso creemos que se sostiene
nuestra reciedumbre y nuestra integridad. Lo hui­
mos. Nos avergonzaría para siempre el que esos
hombres advenedizos nos palpasen con sus ma­
nos sucias... ¡Denigrante circuncisión ciudadana
esa que causa el cacheo obligatorio!
Al ver esos carros llenos que van dejando par­
te de su carga en el camino, pensamos que cuando
lleguen a su destino llegarán vacíos. Sólo nos pa­
rece que compensa esa desdicha el que eso hará
que sepan volver sin perderse, siguiendo la estela
del reguero que les desangró.
GREGUERIAS SELECTAS
un enfermo en peligro... Entraríamos a pregun­
tar qué tal va, cuál es el parte del día...
Los carboneros tienen—quizás por ironía—un
espejito empotrado en la pared, como empotra­
ban los suyos los pompeyanos... Ellos, los muy
negros y los muy sucios, tienen ese rasgo de co­
quetería, quizás para retocar su negrura, para co­
rregirla bien, para que su interpretación del per­
fecto carbonero sea completa... Son paradójicos
los carboneros, y por eso también, ellos los ne­
gros, son los que escriben con lápiz blanco, con
los blancos pizarrines, en la simpática pizarra que
permite todas las escrituras, infinitas escrituras,
unas después de otras.
La luna del espejo del recibimiento es una luna
estúpida, fría, subalterna, sin cordialidad ni fa­
miliaridad... Desgraciada luna de paso, con la que
se cruza una mirada de indiferencia, de desafec­
to, de superficialidad, de hombres que se colocan
bien el sombrero o se ajustan la corbata... Es una
luna en la que tenemos un rostro provisional', un
rostro al que no tendremos en cuenta...
Al ver en la noche la oficina del telégrafo en­
cendida, nos parece ver luz en la habitación de
Las porteras deben sentirse mareadas y anodi­
nas de estar metidas en su cuchitril como viajeras
incesantes en un vagón de tercera, duro y peque­
ño, desde donde ven pasar a las gentes, como se
ven desde el tren que corre, sólo el momento en
66
67
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
que pasan frente a la ventanilla... Tienen por eso
derecho a su mal humor.
Tristes músicos esos músicos de teatro que pa­
san por la noche con el violín a cuestas... Debían
ir tocándolo en vez de llevarlo en esa caja tan
profesional y tan deformadora del violín, esa “ca­
ja de muerto”, “de niño muerto” del violín. Debían
ser conducidos en carrozas estos violines hasta su
destino, y no de ese modo triste, pobre y aban­
donado.
Las botellas de champagne son con su diadema
las reinas de las botellas... Es notable cómo se
exalta su categoría... Y aun vacías, son reinas
destronadas, pero que no pueden convertirse en
botellas plebeyas... Ya hasta que no se rompan,
permanecerán aristocráticas e inconfundibles.
Esa pierna de muestra de las sederías, encen­
dida por dentro, recuerda a las piernas de la mu­
jer, en cuyo fondo hay una profunda blancura
eléctrica también... Por la postura y por lo esti­
rada que está su media calada, recuerda la postu­
ra que toma la pierna de una mujer sentada en
la cama cuando sus manos estiran la media que
se acaba de poner.
Lo peor es ser torpe o ser demasiado lógico' ai
pensar... Generalmente se arma en la cabeza tai
polvo de ideas, que se queda el que así piensa per­
turbado, turulato, asfixiada la cabeza en ese pol<58
GREGUERIAS SELECTAS
vo durante un largo rato... No es así como hay
que hallar el pensamiento, sino con un gran sigilo
y conservando los vacíos que se forman en la ca­
beza... Hay que aprender a andar de puntillas
en la cabeza, de puntillas y con linterna sorda,
como un ladrón.
De ios hornillos para carbón vegetal brotan unas
chispas _ sutiles, inimitables, de fuegos artificia­
les... Siempre recordaré el soberbio y asombroso
acontecimiento que era para mí, de niño, ver cómo
el soplillo llenaba de chispas la cocina, como si se
encendiesen bengalas japonesas de esas que pro­
ducen mayor enjambre de estrellas sutiles, lluvia
de estrellas, en las noches del Japón.
La mano de mujer de las guanterías es una
mano obscena, pero delicadísima y disimuladísima.
No hemos comprendido la justificación de la
herradura en las bestias... Siempre nos ha pare­
cido que el herrarlas es algo así como si nos cla­
vasen la suela al pie. ¿ Cómo la Naturaleza no se
preocupo de darlas un talón fuerte si eso era ne­
cesario ? A Dios se le han pasado cosas de mucho
bulto
Una de las más lamentables es esta de la
herradura, cosa que proclama la herradura cuan­
do. chacolotea desprendida, triste, dolorosa, como
dejando al descubierto, más grave que nunca, la
herida en que se clavaba el clavo, los agujeros
vacíos y dolorosos. ; Pénenlas herraduras de goma 1
69
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Es muy íntimo y debe ser anotado ese gesto de
las manos con que la mujer se quita los pendien­
tes sobre la almohada y los pone sobre una punta
de la mesilla... La mujer se queda entonces más
desnuda, blanca y sincera y como sin el precio.
Las estudiantinas entristecen la noche y acor­
tan la vida, adelantando el Carnaval lejano, atro­
pellando al tiempo, desasosegándole.
Completa el estar acostado con una mujer, ver
la percha con su ropa, el corsé sobre los brazos
de la percha, tendido, enrollado, dejando colgar
una liga con su broche de plata, la falda bajera
de un color vivo, la falda, que en la percha re­
sulta muy alta de talle siempre, una blusa, flaca y
lánguida, una bata que arrastra desde la percha
al suelo y el sombrero de todo trote con su velo
levantado y sus alfileres clavados... Debe haber
en la percha todo eso, para mayor feminidad y
autenticidad de la alcoba.
Ese remate, esa estatua excesiva que remata
ese edificio, ¿hasta qué punto está asegurada?...
Parece que va a caer, que las lluvias y todo la
hará vacilar... Debíamos pasar por la acera de
enfrente... Además, sería una fea muerte la nues­
tra, aplastados, lapidados por esa obra mala y pe­
sada. Debía haber inspectores de los tejados que
hiciesen reconocimientos constantes. Se debía cla­
70
GREGUERIAS SELECTAS
var un clavo en el cielo y sostener esas esculturas
colgándolas de él. Sólo así las miraríamos tran­
quilos.
Ai que descompone un reloj le queda el arre­
pentimiento. de. haber matado algo, de haber co­
metido sacrilegio... Es irreparable su muerte des­
de que se le mata, pero crece esa irreparabilidad
Hasta lo imposible cuando la mano “relojicida”
se empeña en arrancar lo que está más aferrado
a sus entrañas.y lo arranca... Sobre todo, cuando
se abre el rincón cerrado de la cuerda y se la suel­
ta, se siente que el reloj da el último suspiro, que
da el suspiro del descanso eterno... Ante el reloj
descompuesto se piensa: ¿ Cuál es el alma, la ver­
dadera alma del reloj, la cuerda o ese sutil y de­
licado cabello de plata que mueve el' volante?
¿ Que has hecho? ¿qué has hecho?”, nos dice por
lo bajo la conciencia, mientras vamos viendo lo
bien hecha que está esa rueda, los dientes sutiles
e esa otra, lo afilado y lo elegante que es ese
eje, lo rotundo que es todo y lo perfectamente dis­
puesto que estaba para la eternidad que hemos
malogrado, que hemos frustrado. “¿Oué has he­
cho., ¿que has hecho?”, nos grita una voz como
Pobres ninas esas, aplastadas como ñor una pe­
sada marquesina, por su sombrero grande y re­
cargado.. Llevan su sombrero con el equilibrio
con que el chico de la dulcería lleva el castillo de
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dulce... ¡Pobrecitas! tan serias y con la boca
fruncida.
Se sufre viendo cuidarse las manos a las mu­
jeres, sobre todo cuando apuran el marco que bor­
dea la uña o cuando profundizan con el estilete
los resquicios de la uña. Se ve que si eso las sir­
viese y las embelleciese limarían sin piedad toda
su belleza, todas sus morbideces.
Tememos los alfileres negros, de cabeza negra,
cuando en la batalla ellas se defienden con ellos
como con grandes espadas espantosas y cuando
en la paz sentimos que es tan fácil clavárnoslos
en un abrazo... Este temor lo agravan esas his­
torias que hemos oído de heridas enconadas, de
muertes causadas por esos aciagos y antipáticos
alfileres... Prohibámoselos.
i Qué desabrimiento el de ver las sillas unas so­
bre otras, sobre las mesas de mármol de los ca­
fés en la hora del sueño, en que se suben a los
travesaños como las gallinas en los gallineros!...
Eso es feo, manifiestamente desarreglado y hos­
til... Eso es puerco, es desatento, es grotesco, es
irrespetuoso, es como si se nos montasen las si­
llas encima o como si se nos subiesen a las bar­
bas... Eso debía hacerse en secreto, cuando el café
estuviese herméticamente cerrado.
En las madrugadas tardías de invierno, ¡ qué
horror causa, qué tedio de vivir en un túnel de
72
GREGUERIAS SELECTAS
metropolitano, qué insomnio más triste, ver las
luces amarillas de las tiendas, levantadas como a
la media noche!... Son corno luces en el fondo
del agria, en la viscosa inundación del alba, a ¡a
que así agravan y desesperan.
Lo que se teme de la vejez que llega en un lar­
go y lento atardecer, es que podamos ser profe­
sionales de la vejez... No, no, no incurriremos en
esa vergonzosa degradación, aunque nos asombra
oue no haya ningún viejo que no sea profesional
de la vejez, que todos, sin excepción, sean de al­
gún modo sus profesionales... ¿Qué pasará?
Cuando naufragan nuestras botas en un andu­
rrial o en un aguazal, sentimos naufragada y en­
lodada el alma, como hundida en una negra piscina.
Las lagartijas meten un ruido de grandes ser­
pientes entre los matorrales, sobre todo en el oto­
ño, cuando las hojas suenan como papeles secos.
Entonces hasta parece que rebulle entre las ho­
jas una serpiente boa o un caimán.
“Dedícanos una de tus noches, la más solitaria
la menos comprada, la que sea más aburrida, aouéUa que no encuentra postor... ¡Ya ves si tienes '
noches, si tendrás noches!... Escribe en tu carnet
de baile un vals, el último, un vals para mí...”
dicen al aire los muchachos modestos, perdidos’
tímidos solos como monos en una jaula sin mona’
be lo dicen hacia dentro y lo piensan, creyendo
73
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
que sería posible que la mujer de la que desean
sólo eso fuese tan pródiga; pero son tantos los
que piden una noche o un minuto, que la hermo­
sa mujer libre, que tiene la asombrosa riqueza de
sus noches, tiene que negarse, por un miedo cer­
val de ver su puerta atropellada por una innume­
rable turbamulta amotinada.
¡ Pobres traperos, todos deben morir de la ne­
gra enfermedad, de la negra lepra que trasciende
de su basura!... ¿Por qué son tan avaros que es­
peran testarudamente un diamante o una fortuna
entre los escombros? Parecen apasionados, llenos
del hondo placer de su basura, con una pasión ar­
diente por ella, entrando la química de esa basura
en el secreto de su voluptuosidad. Alguien quizás
tira todos los días, distraído, un cheque al cesto
de los papeles y eso es lo que los resarce.
La hija joven, fuerte, mórbida de la trapera, la
que va sentada sobre la basura como sobre un
trono, sugiere una extraña sensualidad, pues pa­
rece que cuando se la bañe—¿ querrá bañarse nun­
ca ?-—aparecerá bajo la oscura suciedad una ex­
traña pulpa blanca, chuparrosa, tersa, con ternu­
ras sabrosas, con un troncho ideal, con una blan­
cura de raíz de cebolla silvestre, con algo de co­
gollo de alcachofa.
La cerveza es una hipócrita que se hace beber
con un deseo de alcohol, de exceso, de ardores, de
genial sobreexcitación, y después nos defrauda,
74
GREGUERIAS SELECTAS
habiendo conseguido abotargamos y atorar nues­
tra porosidad espiritual. Da toda la burrería que­
da la cebada.
Las bombillas amarillas que alumbran las calles
de provincias las dan una flaqueza espiritual y
una deslánguida pobreza que no las daría la luna
ni la misma oscuridad... Pone en ellas ese siste­
ma precario de alumbrado una pena, una agonía,
un desamparo de luz que no es luz, de luz muni­
cipal, la luz sin esencia, una luz como más anti­
gua que ninguna luz.
Las dulcerías dan empalago de la vida, prote­
gen la frivolidad enfermiza de las gentes y com­
placen y cultivan criterios mezquinos, sensualida­
des mezquinas... Refinan la burguesía del bur­
gués, el cristianismo ruin y sus abscesos voluptuo­
sos y dulzones... Sobre todo, ciertos días, sus
escaparates iluminados y atestados de filigranasestragan el alma y profundizan la dulzura vana
y pringosa.
Las tiendas de granos despiden un dulce olor,
un perfume sensato y nutritivo, son las tiendasmás nobles de la ciudad, son las que parece que
valen lo que aparentan... En ellas está la verdad,
la honradez, Castilla entera, el olor de sus pane­
ras...
Esos campanarios, esas espadañas con un en­
rejado de madera, tienen un encanto deslumbra75
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dor, espasmo de la mirada que les mira.-. Se exal­
ta de tal modo el azul entre su enrejado, que es
otro ese azul que el azul del resto, es un azul de
una fulminante luminosidad, de una fulminante
crudeza, de un fulminante añil... Ni el cielo visto
bajo los arcos por entre los acueductos y por las
ojivas es tan dichoso, tan grato y de un estilo tan
puro.
Las tiendas de los guarnicioneros huelen bien...
Su trabajo es un trabajo de hombres campestres
en una tienda de Pompeya en los días dichosos v
libres... Hasta están bien de color algunos de los
arreos que venden... Los compraríamos sin tener
bestia a la que aparejar, sólo por gusto, como
para aparejar nuestra cabalgadura de aire.
Se naufraga en el mar y se naufraga en el cie­
lo... Mirando al cielo se siente el mismo vértigo
que mirando al mar.
Dentro de las vallas que rodean los solares na­
die nos quitará de la cabeza que, en la noche, se
refugian los amores clandestinos, y que eso está
muy bien y muy apetitoso.
El espectáculo del cuco despacho de las fune­
rarias es un descaro y una provocación. ¡ Qué ale­
gremente recibe los avisos telefónicos! Rompería­
mos el cristal, porque odiamos al hombre indife­
rente, ganancioso y empedernido que espera sen­
tado el aviso de nuestra muerte. Parece que si
GREGUERIAS SELECTAS
hiciéramos la revolución contra las funerarias nos
salvaríamos de la muerte.
¿Habrá algo más pretensioso, más fanfarrón,
más orondo que los lingotes de plata—falsos lin­
gotes de teatro—de los salchichones?
El que compre esas alcobas expuestas en los
grandes escaparates de las casas de muebles, sen­
tirá en su alcoba, la noche de su boda, ua fisgoneo
de miradas de duendes, las miradas de los tran­
seúntes que miraron la alcoba en el escaparate,
que pervirtieron la castidad de la alcoba, que se
acostaron y se gozaron en la cama expuesta, y se
sentirán así como en la alcoba del escaparate ilu­
minado. Será inútil echar los estores y cerrar las
maderas.
i Qué idiotas y qué irresistibles esos monigotes
que se pintan, en los ocios, al margen de los li­
bros!... ¡Qué detractores y qué fisgones! Hay
que borrarlos... Nos persiguen mientras se les
ve, nos equivocan, nos burlan, nos horripilan con
su amaneramiento sus rostros ordinarios, obce­
cados, mediocres y feos... Hay que borrarlos ur­
gentemente. ..
El eucaliptus es un árbol para la fe... Si al­
guna vez me siento morir, pediré, como los en­
fermos que reclaman Lourdes, que me lleven en
una camilla hasta estar bajo el pavés de las hojas
76
77
RAMOS GOMEZ DE LA SERSA
lánguidas, de las hojas de un eucaliptus, llenas de
la ciencia y de la sustanciosa doctrina de la vida.
Arredran las luces sin pantalla, nos descompo­
nen, como si se comiesen las cosas, la habitación,
y a nosotros nos ajasen, nos agostasen y nos lle­
nasen de ojeras... No podremos vivir sin colocar
una pantalla o un papel sobre las luces desnudas,
que, sobre todo, en las alcobas, son corrosivas.
Al dar cuerda a un reloj parece que se cumple
con él hasta la eternidad, porque aunque nos las
damos de conocer al tiempo por miríadas de miriadas, no concebimos prácticamente con seguri­
dad, con realidad, lo que ha de durar la cuerda...
Siempre nos sorprende y nos resulta inexplica­
ble el que se haya acabado, el que el reloj se pare,
por falta de cuerda.
Son verdaderos perfumes los de los líquidos
volátiles de la química y de la industria, el per­
fume de la gasolina, aquel olor que no sabemos
de qué sería y que indudablemente trascendió a
ingrediente fuerte, el perfume del alcohol, afilado
y traspasador; el perfume del petróleo, denso,
oleoso, grave; el perfume del mentol, grato, re­
frescante, cerebral; el perfume del árnica, cordial
y trágico; el perfume de la belladona, untuoso,
denso..., y otros y otros perfumes así, chocantes,
naturales, fuertes, decisivos... Al lado de ellos,
¿qué es un aroma de perfumería? Una cosa fe7«
GREGUERIAS SELECTAS
menina y pueril... Ellos son los penetrantes, los
llenos de significación, los varoniles... Oleríamos
los frascos numerosos de los laboratorios buscan­
do en cada perfume, agrio y fuerte, una exalta­
ción, una sensualidad distinta, una reconforta­
ción, una diversidad.
Ante la fuerza de la erupción del cielo de esta
noche, no hemos podido menos de exclamar: “¡ Oh.
parece que tiene viruelas locas... estrellas locas!”
Las piernas de la mujer se columpian sobre el
cielo que miramos, balanceándose con cinismo y
desparpajo sobre el cielo del día y sobre el cielo
de la noche, colganderas sobre una media luna lu­
minosa, una media luna como un alféizar de ven­
tana montada al aire...
. El cinismo de las piernas, el lucimiento de las
piernas, es toda una neurosis de esta época. Las
piernas han ido resumiendo el interés de la mu­
jer. Son duras y frescas. Su coquetería es ague­
rrida, fiera, cruel y encendida. Saben lo que valen
y lo de actualidad que están. Prevalidas de su im­
portancia y de su efectismo, su fatuidad no tiene
nombre...
Las piernas revelan fuertemente, velozmente, lo
de una especie animal, en vez de una especie de
ángeles, que es la mujer. Son como lo más franco
de la mujer, lo que no se deja influir, lo que es lo
que es, cruelmente, palpitantemente, naturalmen79
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
te; la insidia las ha puesto la media y la falda que
cae demasiado sobre ellas.
Por las piernas se comprende que la mujer debe
ser cogida con menos consideración, .tan rápida­
mente como se pueda, sin esperar ni un minuto, sin
legalizar el acto, sin palabras casi. Más que por
la cabeza se ve que hay que coger por las piernas
a la mujer, que ya no puede demostrar más hasta
la saciedad que quiere ser tratada por sus piernas
más que por su cabeza.
Las piernas tienen un relleno de maniquí de
trapo y serrín, pero de una plástica que eleva el
serrín y el trapo, de una plástica que revela algo
hecho para nuestro olfato fatal.
De tal modo esta mujer que enseña las piernas
está obcecada por sus piernas, que se podría de­
cir que el alma de estas mujeres frívolas y egoís­
tas es como una pierna, está metida en un estuche
que parece una pierna, tiene su inmaterialidad
una forma de pierna.
La tentación de la mujer con quien desde anti­
guo convivimos nos volverá por sus piernas, siem­
pre de una sensualidad renaciente, resucitante. Las
piernas de la mujer deshojada dos millones de ve­
ces serán las que nos devuelvan toda la incerti­
dumbre de la primera vez, porque las piernas tie­
nen siempre el gesto de jovencitas vírgenes, de
jovencitas que no saben aún nada y quieren sa­
ber, de jovencitas de una inocencia provocativa,
de jovencitas tontas armadas de una morbidez in­
aguantable. i Zancadilla que no falla la de las pier­
nas descocadas I
GREGUERIAS selectas
Por sus piernas, por ese valor radical de sus
piernas, llevan los trajes y los sombreros las pier­
nas, porque es por las piernas por lo que adornan
las cabezas.
Es algo incompatible con la falaz austeridad de
las almas, con el hipócrita no entregarse, esa car­
ne gris de un tono blancuzco, redonda y mórbida
y de dorso abultado, suavísimo y frío que es la
carne en las medias caladas. ¡ Oh! ¡Y si encima
esas mujeres llevan zapatos de terciopelo! Enton­
ces toman una provocación de máscaras y sus pies
tienen algo de pies en un baile de máscaras.
El valor de las piernas ha subido terriblemente.
1 íenen hoy una cosa de vencedoras pisando sobre
los corazones, corno esas piernas de los. que pisan
el pecho de los caídos, de los vencidos, mientras
les amenazan con la espada que blanden...
i P’ernas feroces, encantadoras, recias, intrépi­
das, flemáticas y, por añadidura, castas y “agarra­
das , roñosas,. avaras, en medio de su descoco!
1 lernas sm piedad, piernas perversas, perfecta­
mente adiestradas con una destreza moderna sa­
bia que cuenta con todo, que tiene todos los es­
cepticismos, todos los atrevimientos, y, al mismo
tiempo una enconada y fría y cruel pulcritud...
1 lemas de las niñas valerosas, rollizas y fuer­
tes, sobre todo cuando se calzan con botas de caña '
alta.J or sus piernas, por esas piernas, parece que
la nina lo sabe todo y lo puede todo. Por sus pier­
nas, tan encaradas como las de la mujer mayor
como las de la mujer madura. laa mñ¿ s»„ ob,
cenas, son dignas de perecer bajo los dientes ávi­
8o
8i
de la Serna: Greguerías.
6
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dos, como las lechugas frescas, donde las encuen­
tre el hombre con sed. Así*, en los delitos contra
las niñas, el encartado debía decir: “Llevaba jnedias caladas sobre unas piernas muy visibles”; y
el juez debía decir entonces: “Absuelto.” Porque
las piernas de las niñas bajo las medias caladas tie­
nen esa tirantez tersísima del capullo, ese querer
estallar que hace que a veces cojamos los capullos
de las flores y los vayamos abriendo poco a poco.
Piernas que se sorprenden por detrás de los
bancos, exaltadas sobre el blanco de las enaguas,
porque ellas, olvidadas de sus piernas y de sus fal­
das, se han sentado así por descuido. Nunca más
inocentes y más insignificantes.
Piernas de las que saltan a la comba, vivara­
chas y despiertas como nunca.
Piernas de las bailarinas, llenas .de sarcasmo, de­
cinismo, de sorna, de sagacidad. Piernas de la diseuse, lentas, más prevalidas que ninguna, de cor­
tos paseítos frente a la luz viva de las candilejas,
que soportan con un fiero descaro. Piernas pú­
blicamente desnudas, que son el colmo del énfasis
vacío, reptílico e inexplicable de las piernas, y que
dan al hombre como una eteromanía provocada
por las piernas, en vez de ser provocada, por el éter.
La que enseña mucho las piernas siempre que
se sienta, llega a perder el perfume, la tibieza, la
cordura esencial de sus piernas, y se queda con
unas piernas empedernidas, frías, cortantes, unas
piernas que ya no dominará, sino que la domina­
rán a ella y la llevarán de cabeza a todos los
abismos.
82
GREGUERIAS SELECTAS
“Tápate las piernas, mujer”, le diríamos a esa.
mujer que ya innecesariamente enseña sus pier­
nas siempre; y se lo diríamos, no por moralidad,
sino para que no se vuelvan de una maldad incons­
ciente, inevitable y estúpida sus piernas, para que
no se conviertan de serpientes vanas, que ya ha­
cen bastante con magnetizar, en serpientes vene­
nosas y agresivas, en serpientes, precipitadas que
las dominen a ellas mismas de medio cuerpo para
arriba, y las arrastren de un modo impulsivo, como
si su cabeza fuese el rabo de ellas.
Dan miedo todas esas piernas repulidas, que
avanzan con una identidad, con un ritmo como
ese que cruza, entrecruza, descruza numerosas
piernas en el espectáculo intimidador de los des­
files de los grandes ejércitos. ¡Ejército bárbaro y
exquisito de las piernas femeninas! Piernas cal­
zadas con botas que hacen mórbida la pantorrilla
de un modo espantoso y perturbador, dándolas
una fortaleza heroica, poderosa, maciza, invenci­
ble, sobre todo las de caña alta, botas de montar,
que nos hacen sentir la sensación de los caballos
que ven pasar junto a ellos a las amazonas que
son sus amas, botas con espuelas para los hom­
bres, espuelas ideales, cuyo sonsonete, cuyo tinti­
neo escucha el hombre al mismo tiempo que vepasar esas piernas doblemente rollizas y doble­
mente imperiales con sus botas de caña alta. ¡ Pier­
nas de domadoras de leones! Tronco jugoso, raíz
blanca, pulpa oculta que se desea desnudar y poner
toda blanca y jugosa ante nuestros ojos y nuestra
voracidad, como la de esas plantas silvestres de83
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
cuyo tallo florecido se tira para comerse la pulpa
oculta en tierra, esa pulpa de un sabor engañoso,
incitante, incierto. ¡Cuántos arrancan a su hogar
hipócrita una mujer, sólo por desnudar—como de
su tierra opaca—de sus medias y sus botas sus
piernas blancas, sus raíces insustanciales pero pro­
vocativas, ansiosos de un sabor que recogerán los
ojos más que el paladar o que el gusto!
i Cuidado con las piernas, que las piernas enton­
tecen, debilitan, vencen! ¡Levantad la cabeza, mi­
rad los cabellos nobles de la mujer, mirad sus
frentes, sus ojos o sus senos para vencer esa ob­
sesión de las piernas! ¡ Libraos de esa obsesión de
las piernas, que embrutece y hace obtusas laalmas !
Acariciarlas, pero no mucho, no demasiado. Mi­
marlas para mantenerlas propicias, porque en ellas
se, hospeda la versatilidad, el adulterio, la propen­
sión a perderse en las encrucijadas para enseñarse
a amantes de ocasión en el fondo de las casas con
persianas verdes.
Esta nueva provocación de la filigrana que se
ha añadido a la provocación primera y terrible de
las. piernas, hace que los hombres lleven una acti­
tud supina, se hayan vuelto más. bajos de lo que
eran, y sin notarlo estén sus cabezas husmeantes
a la altura de las piernas, andando como perros,
deseando morderlas pero conteniéndose. ¡ Pobres
almas en cuatro patas!
De la bajeza, de la simpleza moderna, tienen la
culpa las piernas. En ellas, en su inmoderada ex­
hibición, en su dominante idea, se ha embotado la
84
GREGUERIAS SELECTAS
imaginación, la ambición, la rebeldia, la elevación
de los hombres.
¡Los hombres se las comerían como la butifa­
rra., Pero es imposible meterlas el diente, porque
son impenetrables e incógnitas, porque son de un
uro egoísmo inmodificable; por más que se las
mire, nunca se las retiene, nunca se las ha mirado
10 bastante, porque aun entre nuestros brazos si­
guen siendo incógnitas, reacias, desesperantes du­
dosas, interrogativas, incontestables, remotas’
Esto de las piernas no tiene arreglo. Siempre
iueron asi. Siempre. Las antiguas piernas de las
egipcias y de las romanas eran tan rotundas, tan
jorobadas, tan livianas, tan lascivas, tan sordas a
todo lo que no sea mostrarse ante ojos nuevos
Ante las piernas no puede salir el hombre de un
pasmo indecible. Los ojos atónitos ven en ellas lo
taU6pi I“
10 qUe ,es burIa- 10
tienXn
• n?br1e ,ve <i.ue aunQue ha procurado ser
animahd
a ’ X p.iernas. de Ia
son la baía
a-nimalidad que ]e tienta, ]as serpientes bIancag
as que le fascinan, la revancha de la bajeza la
revancha sin defensa.
J
¿
Las piernas parecen ser de carne de uescadn
ias^nued aIgr° tamb'én de carne acecinada. No sé
Es puede catequizar, no se las puede inculcar nin?TocasONo 1T S°nrdCTdaS y C^as y
cuh nn u Xa ,a e as nada del espíritu, no cir­
cula por ellas el alma, y por eso se prevalen de la
cueta atracción de la materia que atrae en ellas
de algo como una fuerza centrífuga de una esoecíe especial y humana que obra sobre el hombre.
85.
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
¡ Olí, qué zarabanda de piernas se produce en la
«cabeza pensando en las piernas de mujer! La pier­
na ha sido elevada al mito artificioso de la pierna
—¿el mito final?—. En el altar en que se elevaba
la forma femenina es una pierna la que impera,
una pierna iluminada por dentro, una pierna para
el culto, igual que la que en las mercerías hace el
reclamo de las medias. ¿ Qué nueva brutalidad, qué
mayor embrutecimiento supone esto?
• Piernas absorbentes y distractoras! Las medias
blancas en las piernas de mujer adolescente imi­
tan la ingenuidad sobre la pierna perversa, que así
se renueva de la madurez y la gravedad adquiri­
da bajo las medias negras: las medias blancas ha­
cen un poco de muñecas y otro poco de aldeanas
las piernas y eso hace caer más a los pies de
ellas... ¡Nueva zancadilla!... Sólo a las niñas las
van bien y visten verdaderamente de primera co­
munión sus piernas.
¡ Combatamos ese orgullo de las piernas, corté­
moslas las piernas con los hachazos de estos pen­
samientos del anarquismo contra las piernas, con­
tra esas piernas que se sienten únicas y son igua­
les a infinitas más! En el pedestal en que está la
mujer tropezamos demasiado, primero que con
nada, con las piernas, las piernas infieles, su peor
compañía, sus celestinas, lo que las lleva a las fies­
tas libertinas y a las casas de persianas verdes.
Da pena matar esa polilla que vuela... Va ves­
tida de seda cruda y va llena de vida, una vida
-que no podríamos imitar, porque quizás la ma­
quinaria de los grandes animales pueda ser imita­
da, pero no la de los muy pequeños, en los que el
punto dinámico de la vida es más sutil, más inge­
nioso y más inquieto.
Los fuegos artificiales sienten inquietudes se­
cretas, pubertades con deseos irretratables, algo
fiero, fulvo, desencadenado, y por eso siempre en­
contramos en los periódicos noticias de incendios
en casa de los pirotécnicos... Los fuegos artificia­
les almacenados prorrumpieron en alegres cabrio­
las, en luces de bengala, derramaron su luz copio­
sa y densa; los cohetes estallaron, como en una
fiesta mayor que ninguna, en salvas unánimes, nu­
tridas, cerradas... Todo lo inédito, lo esclavizado,
consiguió su publicidad, su libertad, su apoteosis,
su consumación... Pero la casa ardió con todo,
ardió como si fuese la armazón de los fuegos ar­
tificiales.
Poniendo un sombrero a las monas, se verá que
hacen el mismo gesto que las jovencitas al llevar­
se la mano a sus pamelas de vez en cuando.
El cocimiento de los cangrejos es una “iniqui­
dad”. Seguramente, en la religión de los cangre­
jos de río hay un infierno que es la caldera donde
se ponen rojos de ira.
Sentimos en el pecho la consistencia de la vida,
como una burbuja frágil, fragilísima, que puede
estallar, y por tan breve soplo como el que deshace
87
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
las burbujas. Esta es la angustia que sentimos, la
angustia de una burbuja que es el alma de la vida.
elegancia, tiene que ser por eso el arte de despis­
tar? ¿Sera por modestia?
Después de esas voces que hemos oído en la
calle, esperamos sentir ese ruido de la carrera de­
sesperada de las huidas veloces, que hacen un rui­
do sobre el pavimento de piedra como sobre un
entarimado de piedra.
. Bajo las lluvias tempestuosas, a media tarde, la
ciudad se vuelve un patio interior, angosto, som­
brío, y ensombrece como los patios los chas en que
en los pisos de arriba tienden las largas sábanas
que eclipsan la luz...
. Los días con cielo aborregado son blandos, mu­
nidos, escardados, vareados, joviales y limpios...
bobre la lana de esos borregos celestiales descansa
nuestra cabeza y se reclina nuestro pensamiento...
Nos acostamos como sobre una playa sobre el cie­
lo, boca arriba, mirando acostados en los cielos
otros cielos más altos.
Los únicos que saben de estos insomnios a que
obliga la necesidad de acabar esto y esto otro para
techa fija, son los sastres... Su fiebre y su trasnocnamiento se parecen a nuestra fiebre y a nuestro
trasnochamiento... Ellos también, sobre la amplia
mesa, fumando mucho, civiles, meditativos y tran­
quilos, cortan las telas con sus grandes tijeras
regla y cartabón... Ellos se vuelven también’’neu­
rasténicos como el intelectual, por causa de ese
rabajo que no pueden abandonar a otro, de ese
trabajo que ha de ser digno de sil nombre...
¿Cómo ortografía se escribe sin h? Resulta
incomprensible, como es incomprensible que erra­
ta tampoco la lleve puesta... La h, que es la que
da la más alta alcurnia a las palabras—como a los
nobles llegar a ser “caballeros cubiertos”—, que
es el sombrero de copa de las palabras, su chiste­
ra, es incomprensible que no figure a la cabeza de
esas palabras... Nosotros las veremos siempre con
h, enarbolando una h, encopetadas por una h...
Hortografía”, ¿no estaría mejor que “ortogra­
fía”?... Vive la intención de esa h en toda la pala­
bra, está desabrigada esa “o” calva y vana sin la z
h de abrigo, ¿por qué no la gasta?... ¿Será por
aquello de en casa del herrero, cuchillo de palo ?”
-- Será por despistar, ya que, siendo la ortografía la
83
s
T*5 foto£rafías intercaladas en la guía
e la ciudad, o esas postales de la ciudad, sentimos
nerJt?11! envidla„de ser uno de esos transeúntes
perpetuados en ellas atravesando las grandes da­
zas o dando un paso por la acera de la calle... Huescoddn5 dad0 cuaI(inier cosa por ser uno de esos
vida^?
fiados ciudadanos que dan tanta
die
CIl’dad’ QUe a represenían más que na­
je que serán sus transeúntes eternos... Hay en
r.en esas fotografías como una suerte y una
eccion providencial, y nos veríamos en ellas^ más
8§
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
¡que por ningún otro desdoblamiento, en nuestra
actitud ciudadana y entemecedora de pobladores
■chiquititos de la gran ciudad.
Desconfiemos de los hombres de pelo delgado
y de barba de pelos delgados y flojos... Descon­
fiemos siempre. Tendrán un cauto y tímido ren­
cor a todo, serán corifeos de todo lo que relaje la
vida o el pensamiento placentero y libre...
Nada más lleno de curiosidad que desembalar
■una cosa muy envuelta en esa paja rizada, ovilla­
rla, de olor húmedo y penetrante, un olor dema­
siado denso a heno agudo, un perfume emocio­
nante, como con auras lejanas aunque estén en­
ranciadas porque el cajón ha venido en un oscuro
y cerrado vagón o en la lóbrega y apestosa cala
de un buque... La cosa que llega de esa suerte,
puede ser la que sea. Sólo es necesario que esté
muy perdida en la maraña que la embala, y en la
•que es grato hozar, rebuscar, escarbar... Por eso,
cuando se encuentra el objeto y se le manifiesta
a la luz, más brillante y nuevo, como si se hubiese
depurado entre el blando abono que le embalaba;
cuando se encuentra después ese tornillo o esa ta­
padera que se pensó si no habría venido, se siente
desgarradoramente haber acabado demasiado pron­
to la curiosidad y el anhelo.
Supersticiosamente pensamos frente a ciertos
comercios y ciertos carteles colgados de los por­
rales, que nadie debe subir a dar trabajo a ese
memorialista —• que ha tenido que gastarse diez
céntimos en el sello móvil para el cartel del por­
tal—; que nadie debe de emplear a ese platero de
portal; que esa sastrería insignificante debe hol­
gar siempre esperando hacer un traje; que ese
tinte con sus cuatro prendas de muestra y sus pen­
dones rojos se debe morir de tedio, sin que nadie
entre a teñir ni a limpiar un traje; que en esa ce­
rería hay las mismas velas que el día de su fun­
dación... Parece que todos esos pequeños indus­
triales y comerciantes deben vivir de su esperan­
za, de un recurso extraño que debe brotar de su
paciencia... Pero, sin embargo, la vida está llena
de habitantes, y el platero tiene una clientela
constante que le envía sus joyas y las renueva,
el sastre hasta hace fracs y levitas a ciertos mi­
sántropos, el' tinte limpia hasta trajes de baile, el
memorialista escribe sin parar y el cerero vende
velas y hasta cirios pascuales... La Providencia,
cuando no hay nadie que entre en esos rincones,
se viste humildemente de cliente—porque de Pro­
videncia la pedirían demasiado—y encarga algo.
La caída del bastón o del paraguas es irritan­
te... Se les escarmentaría, quizás no se les debie­
ra recoger en castigo por la humillación que nos
hacen sufrir, por esa bajeza que nos hacen co­
meter al tenerles que coger.
La medida de la mañana es diferente todos los
días.
90
91
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Nos sorprende un poco siempre esa correspon­
dencia de la llave de la luz con la bombilla... Peromás nos sorprende el que se interrumpa.
Trágicas temporadas en que se nos comenzó a
caer el pelo sin saber por qué... ¡Desazón espiri­
tual!... Crisis... Temor y malestar de cadáveres
insepultos.
Un hombre con lentes tiene que ser un tanto
artificial... Desde luego, está colocado del otro
lado de las cosas, del otro lado de sus .lentes, y
hay algo sutil, suave y abnegado que.no pasa por
ellos... Así tienen los hombres de lentes un egoís­
mo extraño, involuntario, refinado... Están pro­
fundamente apartados de nosotros... No hay que
darle vueltas.
. Esos árboles verdes y con pájaros de las esta­
ciones han refrescado nuestros viajes con su in­
genuidad, su pensar en otra cosa y su limpieza.
Se les ve tranquilos y sin nostalgias frente a!
andén y frente a los trenes.
El guerrero, el militar, vive con el alma atra­
vesada como por una espina por su propia espa­
da... Están todos raquíticos, doloridos, crueles de
dolor desde que usaron espada, v no se curarán
hasta que. no les extraigan el espadón que atra­
vesó su vida, desde la cabeza, donde tienen hun­
dido el puño, hasta las entrañas donde está encla­
92
GREGUERIAS SELECTAS
vada la punta. Son sus primeras víctimas, y por
eso no nos encolerizan demasiado.
Un empleado es un pisapapeles de los expe­
dientes que hay sobre las mesas de las oficinas.
¿Habra algo más inútil, un objeto más vano y
ante el que la mirada se quéde más sin objeto que
un pisapapeles?
No hay mujeres más falaces, más fugitivas,
mas tenues y más desdeñosas que esas que se ven
pasar por los espejos que emparedan las ventanas
de los cafés... Nosotros, en el fondo lóbrego, mi­
ramos como un pasaje de ilusión el pasaje de’ellas
por esos espejos... A veces alguna es más tenta­
dora que todas las otras; visiblemente ha sido una
maravilla, pero pasa y se esfuma. Saldríamos a
acabar de verla, nos iríamos detrás de ella, pero
como se ha ido por un camino contrario al del
espejo, nos desorientaríamos... Optamos por que­
darnos, y aprendemos así, ante estas visiones fu­
gaces, una renunciación que necesita la vida una
suave desesperación, una agridulce placidez que
nos abisma grata e ingratamente en los divanes...
1 lodo lo que tenemos que ver pasar sin tocarlo
ni comerlo!
Se desea jugar con la idiotez femenina... Cuan­
to mas idiota mejor, cuanto más idiota más ciera y palpable su sensualidad, cuanto más idiota
son mas animales y más ponderables sus senos...
93
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Cuanto más extremadamente idiota o cuanto más.
extremadamente sensata.
Esos arañazos que se sufren en los merodeos
con la nueva mujer que se defiende, escuecen me­
nos que ninguno, son quizás más profundos, se
llevan la carne, acribillan las manos; pero, sin
embargo, son graciosos y soportables... Un prin­
cipio agrio, impulsivo y vengativo surge al sen­
tir el daño y ver las finas lineas de sangre que
aparecen en nuestra carne. Por un momento apa­
rece un sentimiento más fuerte que el que nos
hizo jugar al juego del deseo, un sentimiento es­
pantoso que amenaza acabar con la alegría del
galanteo... Pero retorcemos todo eso y lo des­
echamos con una sonrisa, pensando que un ras­
guño más brutal sufrirá ella; y para que lo tenga
en cuenta ese día, se le enseña sonriendo la hue­
lla sangrienta que nos han dejado sus unas, pun­
tiagudas como alfileres y cortantes como raspa­
dores.
Es que no se mira bien; pero en los jardines
públicos, además de horquillas, se ven tiradas por
el suelo sortijas, alfileres de brillantes,.medallas
de oro y plata, pulseras, pendientes y dijes; por­
que ellas pierden de todo eso en los jardines, y no
lo encuentran después por más que buscan, qui­
zás porque a veces no está ya, debido a que las
urracas, según su costumbre, se llevan las joyas
en el pico, o las hormigas las arrastran—aunque
GREGUERIAS SELECTAS
pesen, mucho y parezca inverosímil—como los mo­
zos de cuerda transportan los pianos irresistibles.
Yendo por las calles mal empedradas, el cere­
bro, los sesos blandos se baten y se agitan dema­
siado en el cráneo, parece que se van a verter, y
en todo uno hay una sensación alternada de su­
bir y bajar a desniveles profundos.
¿En qué habitaciones subalternas y con qué luz
viven los aristócratas, dueños de los palacios ciu­
dadanos? Nunca está iluminada su vida, y por la
apariencia de sus palacios parece que sirven para
no aposentarlos.
Las plumas estilográficas son desobedientes,,
como niños que no saben y no quieren escribir.
“¡Ah! ¡ah!... ¡Un globo!”, grita una niña. Se
mira hacia el cielo y se ve subir hasta lo invero­
símil al globo aquel con su hilo blanco. El jardín
se torna emocionadamente infantil y hasta el cie­
lo se llena de infancia, se escucha el llanto del
niño que lo ha dejado escapar y que ha sentido
en el alma algo irreparable y terrible, falto del
auxilio que necesitaba para alcanzar su globo, y
se ve en los ojos de todos los niños que miran, el
sentimiento dramático de la altura, una sensación
de misteriosos vértigos y un deseo avaro de as­
censión que conservarán ya, indeleble y trágico,
toda su vida.
94
95
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
No se puede uno regir por los relojes que sue­
nan en las torres lejanas, esas torres que de noche
■se imagina uno más altas que de día; siempre nos
llenan de inseguridad, y parece que se ha contado
una y a veces dos campanadas más o menos... O
no se ha contado la primera, o la última ha sido
un eco de la que hemos tenido por penúltima, o
hemos vuelto a contar por dos veces una inter­
media... No nos decidiremos a aceptar ninguna
hora, y, perdidos, nos acostaremos muy tempra­
no o muy tarde.
¡ Oh, el pianista ciego de ese café cantante!
¡Qué seráfico, qué ciego, qué sensato, qué sufri­
do, y cómo concedía indulgencia plenaria al café
ungiendo y salvando a aquellas mujeres de percal'
Al despertar, se mira con el alma en vilo el
visillo del balcón que hay en la habitación casi
siempre contigua y enfrente de la calle, para ver
si está dorada de sol o blancuzca y grisácea la pa­
red de enfrente y sus cornisas y sus barrotes y
sus cristales... Según se atisbe una cosa u otra,
el despertar es optimista e inefable o emperezado,
flojo y melancólico... ¡Oh! ¡Para vivir y morir
bien, yo quisiera ver un ancho cielo desde mi le­
cho al despertar, y saber el tiempo en él, y sentir
el alma más encendida y menos opaca!
El pregón de los tomates y de los pimientos es
GREGUERIAS SELECTAS
un canto de huerta, fresco, con platabandas y sur­
cos verdes, una noria y un árbol.
Las diez de la mañana es una hora argentina,
muy rica en campanadas argentinas y animosas...
Las diez de la mañana es una hora llena de un
sol diáfano, fluido y adolescente, aun en los días
nublados, una hora llena de campanillas de plata.
Tenemos antipatía a las casas de ladrillo rojo...
Las casas blancas, enjalbegadas, relucientes, dan
algo de sí al transeúnte ; esas casas andaluzas o
napolitanas, esas casas meridionales, pintadas de
colores alegres, ofrecen su alegría, su coquetería,
algo de lo que es confidencia de las nuevas jovencitas que guardan ; pero estas casas rojas tienen
un recato algo triste y desconfiado, y están orien­
tadas sólo hacia dentro, con un egoísmo refinado,
burgués, avaro, impasible... Las casas de ladrillo
rojo son para el transeúnte sordas, herméticas,
desamparadas, melancólicas, como conventos; es­
tán reabsorbidas en sí, están como detrás de sí
mismas y estamos seguros que no las encontra­
ríamos de ser nuestras casas... Son como cárceles,
y parece que borran la vida de dentro y la feli­
cidad posible... Sólo cuando se asoman a ellas las
mujeres de blusas blancas se llenan de una pa­
sión alegre, aunque con instintos rojos.
.La orilla del río parece un lugar en el que el
crimen es fácil, es rápido, es como un juego de
ventaja, y después de cuyo golpe se pueden bo­
96
97
G. de la Serna: Greguerías.
7
RAMON GOMEZ DE 'LA SERNA
rrar todas las huellas... Se siente a la orilla del
río algo así como el “crimen automático”, reali­
zado como por la misma orilla, por sus árboles y
por sus estigmas.
Esos gatos gordos, pausados y grandes que se
asoman a los escaparates, revelan la prosperidad
y la molicie secreta de los comercios, son lo más
regalado de la tienda, conocen dónde está cada
cosa, defienden la tienda de algo misterioso y rui­
noso, del ratón de la ruina, que es otro ratón dis­
tinto al ratón vulgar.
Los puentes de piedra dan una gran sensación
de estabilidad, mientras que los de hierro parecen
poderse derrengar, ya porque uno de sus torni­
llos se ha aflojado o ha perdido 1a tuerca, o- ya
porque el agua, que tan lastimosamente malogra
el hierro, le ha ido averiando poco a poco, en el
descuido de los ingenieros, que sólo se dan cuenta
del mal estado de los puentes cuando se han caído...
i Qué hay en ese escaparate ? ¡ Oh ! Ha habido
una especie de agresión del escaparate hacia el
transeúnte. Todo eso que hay en ese escaparate
pega al espectador, al pacífico pasajero; unos ob­
jetos le dan un palo, otros un bastonazo—no es
lo mismo “palo” que “bastonazo”—, otros dan
un puñetazo—un blando puñetazo muy distinto
a los duros puñetazos con “llave inglesa”, por
ejemplo—, otros dan una patada, una terrible pa­
98
GREGUERIAS SELECTAS
tada—las botas de “fot-ball”, por ejemplo—, y
otros un puntapié, un “largo” puntapié—, ¿se po­
drá dar un puntapié más agudo, largo y exquisito
que el que ofrece, el que quiere dar un largo ski ?
—¡Ideal puntapié! ¡Interminable puntapié!
Después no, después, dedicada cada cosa a lo
suyo, se convierten todas en cosas corteses, que
no quieren hacer ningún daño, que trabajan y se
mueven por amor al Arte, a su arte.
¡ Qué escaparates los escaparates de las tiendas
de sport! Desconciertan como ningún otro. Todo
es de una forma absurda pero bien rematado' den­
tro de lo absurdo. Los guantes de boxeo, hincha­
dos por un puñetazo, parecen una mano llena de
unos sabañones estupendos, y de cierta manera
recuerdan un gran embutido, ¡embutido' de puñe­
tazos! ¡Rico embutido de “guantadas”!
Las botas de “foot-ball”, grotescas, remendadas
ya antes de usarse, con parches sin disimulo nin­
guno, descomunales, llenas de juanetes asombrobrosos y callos pavorosos, con medias suelas de
cachos, tienen una cosa inapreciable, algo que si
los zapateros fuesen más listos hubieran imitado
en todas las botas, algo que es ese redondelito mu­
llido y enguatado para evitar las patadas en el
tobillo, los golpes en el tobillo al subir a un tran­
vía, o al tropezar sin saber cómo con no se sabe
qué, y que son de un dolor tan agudo. Todo con­
vida a meditar ante los escaparates de sport—los
días de lluvia sobre todo.
Son graciosos esos bastones de “golf” que pa­
rece mentira que hayan nacido para arrastrarse,
99
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
para ser agarrados por la contera y tocar la tie­
rra con su cómodo puño, puño como para que la
mano se duerma sobre él. Los bastones de “Hoc­
key” son también graciosos, graciosos como esos
tipos que tienen mucho cuerpo y pocas piernas;
esos bastones son como algo para sacudir la ropa
—¿las auténticas manoplas para sacudir las ame­
ricanas, no son un bello objeto de sport que ven­
den también en estos escaparates ?—¡ Vaya una
mano que se necesita para agarrar el puño volup­
tuoso de los robustos bastones de “Hockey”!
Los jerseys en que el cuerpo recio y abrigado
se esconde como en su mejor nido; las medias
gruesas-—medias contra las varices—, los venda­
jes—también contra las varices—, todo lo que hay
en esos escaparates, todo, para acabar ya, hace
de esas tiendas algo definitivo, muy de la época,
tentación para los pintores cubistas o de más
avanzada escuela; y tienen también esas tiendas
para la ignorancia un sorprendente prestigio y
algo así como una belleza regular y científica—
¡oh la nueva geometría viviente!—, porque todo
está tan bien rematado, tan hecho, tan pulido, tar.
“conseguido”, que da gusto mirarlo, da cierto ex­
traño gusto... Todo en esas cosas de sport carece
de la belleza clásica, pero tiene esa belleza que
por muy estúpida y grotesca que sea una cosa la
mejora, la eleva y transforma, y es que todo está
estilizado, está hecho teniendo en cuenta todos
los principios que inspiran el juego, y en todo se
ye que la función ha encontrado, con una gran
idea de la proporción necesaria, el órgano que
Las guitarras de las casas de préstamos tienen
como una honda tristeza, y parecen ser tocadas
por su silencio. Resuena dentro de su agujero del
corazón, la más triste “soleá”, la que canta la
ausencia de la casa en que eran sonadas, de la
casa en que no tuvieron más remedio que empe­
ñarlas después de defenderlas hasta lo imposi­
100
IOI
necesitaba, el órgano pulido, extraño y originali simo.
¡Es sorprendente cómo se levanta el cielo a la
mañana sin ojeras, como si no hubiese asistido
al pasaje de la noche, como si no hubiese estado
velando toda la noche!
Quisiéramos tener comunicación telefónica con
su sueño..¡ Un teléfono para oir y para hablar
con su sueño! ¡ Algo así como un teléfono o como
una linterna mágica!
No nos hemos dado cuenta aún de todo el ges­
to distinto que hacen tener a la ciudad esas torres
de hierro, esas pequeñas torres Eiffel que sostie­
nen los cables eléctricos que espesan el cielo de
la ciudad... Debían no ser invulnerables al ciuda­
dano, debían dejar subir a ellas, porque desde su
alto remate se acabaría de dominar y de conocer
a ciudad por partes, en necesarias perspectivas que
exaltarían nuestra supuesta visión de ella... Lo
que no pueden ser es sólo un estorbo y una cosa
sin mas alta finalidad.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ble... ¡Triste copla y lamentables rasgueos que se
nos han quedado grabados de mirarlas en esas
tiendas andróginas!
Las almas del otro mundo se comen las almas
de los corderos que matan en este mundo todos
los días y que llegan al otro también todos los
días... También se comen las almas de toda fruta
que devoramos y todo el resto de golosinas que
englutimos y que descomponemos... De las cosas
que se destruyen, que se rompen, que se queman,
también poseen algo, como un trasunto, que es
como su alma y su vaga forma.
La pintura reciente de las puertas muerde, no
mancha, muerde.
Las cursis de la ciudad, en el verano parecen
de esas niñas flacas que van vestidas con trajecitos que las vienen chicos y estrechos, trajecitos
que dejan ¿escotados sus bracitos y su cuello del­
gado.
De la pipa, y también de los cigarrillos, saltan
pulgas de fuego que nos pican con su fuego.
GREGUERIAS SELECTAS
correr y ha comenzado a dar brincos descome­
didos.
La carcoma trabaja con un berbiquí.
¡ Qué terrible que le haya salido mal el matri­
monio a esa pareja de animales que viven en la
misma jaula! Y lo parece, porque ella está enco­
gida y desesperada en el fondo de su encierro.
Cuando en el piso de abajo se muere el vecino
nos llenamos de pánico, porque parece que ha
atravesado nuestra estancia como un rayo inver­
tido, como una exhalación que en vez de bajar
del cielo subiese al cielo, algo como una chispa
eléctrica, la chispa espiritual que era el secreto de
la vida del muerto...
Tenemos que pedirnos por favor el recordar eso
o el desenvolver mentalmente eso, porque si no,
no nos hacemos caso. La cortesía esa que tenemos
que usar con nosotros mismos tiene que ser sin­
cera, fina, nada cortesana, muy atildada, muy ní­
tida y muy sentida.
El saltamontes es una espiga que ha echado a
Las cosas abren un agujero en el fondo de los
bolseos, con una marcada intención de evadirse.
No hacemos caso del primer roto; siempre les
queda un segundo forro que romper en el foso del
chaleco o de la americana. A lo más, se piensa
mandar coser el descosido; pero eso se nos pasa,
y como las cosas continúan royendo, royendo, al
102
103
¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo están hechas
para decir “¡adiós!” las mangas sobrado largas
de los pierrots!
j
jj
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
fin encuentran la salida definitiva y se pierden de­
finitivamente.
que vive el alma simple y pensativa de la luz de
aceite...
Las vallas tienen muchos ojos, ojos redondos
y perfectos, ojos que ellas tienen para mirar fue­
ra, pero por los que también mira hacia dentro el
que pasa y por cuyo ojo de monóculo se ve a la
mujer que tiende dentro del solar, a la cabra que
hay atada en su centro, aunque por ese monóculo
se debía de ver algo más, algo como dos enamo­
rados acostados en el suelo.
Siempre que se pasa por la puerta de esa tienda
en que hay un maniquí vestido de impermeable y
copa, se vuelve uno a ver a un caballero vivo, y
da cierta ira mal reprimida el descubrir nuestro
error, que agrava el monigote, como lleno de bur­
la y humorismo. Esta decepción es la misma que
la de dar la mano a un criado creyendo que es
familia de su señor.
¿Habrá algo más desconcertante, que más ata­
que los nervios y que sea más encarado que este
signo $?... Esa sencilla S mayúscula atravesada
por esa dorsal fiera y significativa, se convierte
en un signo rico, burgués, imperioso, perturba­
dor, ingrato, excesivo, descarado, obcecado y obcecador, lábaro religioso de la época. ¡ Cuántas
veces es la preciosa inicial de Ella!
Esos hombres profanos a los que se les hace
una calva en la coronilla, parece que tuvieron un
destino místico que torcieron.
El hipopótamo es el animal más huraño de las
casas de fieras. Casi nunca quiere ver a las visi­
tas, y oculto debajo de las aguas sucias hace como
que no está.
Los farolitos que señalan una obra o un hun­
dimiento en medio de la calle tienen una vida pre­
caria, provisional, callada, pacífica, vigilante, que
conmueve... Son grandes altruistas que salvan a
los coches y a los hombres de un tropiezo, quizá
mortal... Velan sin premio y sin lucimiento toda
la noche, pasando una gran hambre de aceite hasla madrugada, en que duermen y recapacitan so­
bre la enorme ingratitud de los hombres... En la
gran ciudad es ya casi solamente en ellos en los
El dominó es una cosa tan positiva, tan real,
tan cotidiana, tan importante y tan étnica, que
merece en justicia que yo le extienda en estas pla­
nas y diga muchas cosas de él, cuantas pueda,
sin salirme de la mesa. Así, aquí, fuera de la mesa
de café y de las otras mesas, figura su categoría,
su sentido inteligente y fantástico y sus misterios.
Yo quiero sugerir el asombro de las cosas, sacán­
dolas un poco—o un mucho—de quicio y ponién­
dolas un momento en candelera.
El dominó además merece esta distinción, por­
104
105
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
que es un juego muy español, aunque no de naci­
miento, porque los chinos, que lo llamaron, como
pintores exquisitos que siempre han sido, Timttszpai (tablillas con lunares), fueron sus creadores,
y hasta los esquimales, en su blanca y congelada
soledad, juegan al dominó, que ellos llaman Masu
a lat (los que están derechos unos juntos a otros).
Es, sin embargo, un juego español. El responde
al espíritu de este pueblo, lento, basto y obceca­
do. El es duro y persistente como estos hombres.
El es juego castellano, sobre todo por lo enjuto,
lo pasmado y lo árido, estando por eso siempre
los cafés de Valladolid, Patencia y Burgos, lle­
nos, atiborrados, crepitantes por el ruido de las
duras fichas que suenan también en el fondo de
sus espejos y se propagan en todas direcciones,
volviendo sobre los que juegan después de haber
rebotado, dando una gran familiaridad y unani­
midad a todos los que están dentro del café, al
que da un cariz dominguero la nota estrepitosa y
clara. Entre jugadas de dominó va pasando la
Historia de España hace tiempo. Obcecados en
su juego, la conciencia desaparece y se embota en
el ruido y la fijeza absurda, ruin y absorta.
Desde el dominó nos habla una lengua abrevia­
da, una lengua de párvulos, y nos dice algo como
una predicción, como una oscura referencia a
nuestra suerte... Sospechamos que no puede ser
una casualidad trivial la que hace que las fichas,
en algo cabalísticas, se coloquen en ese orden dis­
tinto, pero siempre lógico... Parece que hay un
espíritu reservado en cada una de ellas; en el
106
GREGUERIAS SELECTAS
grueso de cada una, en su tuétano sustancial, algo
como un número infinito de posibilidades y con­
fidencias precisas de todos los destinos. En sus
numerosos ojos hay miradas oscuras, y sobre todo,
cuando están sus fichas de pie y en espera, refle­
xiona cada una su jugada, s,u disposición, su sig­
nificado y su posición en la oración total de cada
juego... ¡ Oh, si rompiese a hablar! Pero sólo nos
miran todas a un tiempo con el anhelo de hablar­
nos, dejándonos confusos, embarullados, atentos
a todas, sin acabar de comprender, sin articular
la verdad que quieren decir.
Lo bueno que tiene el dominó es que es un jue­
go silencioso, sin grandes disputas, y sobre todo
sin disputas sangrientas, pues no ha pasado nunca
que hayan matado a nadie por una disputa en el
juego de dominó, como ha sucedido por todos los
juegos.
El grupo negro de las fichas boca abajo, las da
un aspecto enlutado y enmascarado, bajo el que
ellas ven sin traslucirse... Ya.se las puede remo­
ver y entrechocar con violencia, que saldrá el
juego debido, quizás el mismo muchas veces, aun­
que se las arremoline en varios sentidos, con ver­
dadero cuidado de romper su destino.
La serpiente que forman tiene una animada vida
propia y larga. Cada anillo de esa serpiente co­
munica su sangre fría a la otra. Hay veces en que
dibuja sobre la mesa una línea caprichosa, sinuo­
sa y quebrada, de una sierpe viva que se revuelve
con inquietud. Otras veces se alarga, se despere­
za, se distiende, pareciendo que va a salirse fuera
107
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
de la mesa, que se va a tirar de ella, viva y com­
pacta, por más que después lo recapacite y se re­
pliegue sobre la mesa, aunque parezca que no hay
sitio para que se siga desenvolviendo y para que
se quede. Esa sierpe de piel moteada, unas veces
resulta muy larga, y entonces da gloria verla,
como si así hubiese llegado a su perfección, y
otras veces resulta y se queda muy corta, y en­
tonces hay algo de abortado en el juego. ¡ Oh sier­
pe rara y chabacana al mismo tiempo, sierpe viva
y coleando que es muy molesto tener que desha­
cer al final de cada jugada, rompiendo sus anillos,
su viva organización, su apretada lógica!
El blanco doble parece que no es una ficha de
dominó. Es algo ingenuo y bueno. Es carnal y
femenina como las blancas teclas del piano. Es
genuinamente doña Tecla.
Los dominós de café tienen una experiencia y
una dureza trascendentales. Son viejos dominós
litúrgicos, más molidos que los otros por los gol­
pes que llevan, más dolidos sus huesos por los
martillazos que dan con ellos los parroquianos.
El dominó es un juego de alivio de luto, es ale­
gre como el alivio, pero hay algo de duelo en me­
dio de la bagatela que es.
El seis doble nos abruma de miradas. El seis
doble es el padre. El seis doble es una erupción.
El seis doble es un carbonero. El seis doble pesa
de un modo terrible. El seis doble nos anubla la
vista. El seis doble es como si nos vertiese la tinta
encima. El seis doble nos abruma sobre todo como
un pecado mortal e inconfesable, del que nos ata­
ros
GREGUERIAS SELECTAS
raza el remordimiento mientras no logramos salir
de la ficha nefasta. El seis doble es la viruela
negra.
Los cuatros nos miran como chatos sin nariz.
El cinco doble es corno dos flores, como dos tré­
boles de cinco pétalos.
Donde está la cabeza v el ojo de la gran “soli­
taria” es en el blanco uno.
¡ Oh, cómo vende y compromete a todo el do­
minó la ficha que se mella! Ya no sirve. Es en
vano intentar seguir jugando con él. Todo el do­
minó lo sabe, y se vuelve contra ella, la traidora,
la delatora. Ella las ha perdido a todas, y ellas
que parecían eternas, que eran de hueso para no
ser mortales y de cuerno—cuerno civil de pací­
fico cornudo—, tienen que resignarse a perecer.
Esa ficha mellada las ha perdido a todas.
Esas fichas que nos quedan cuando el juego se
cierra, nos quedarán siempre. Son como un saldo
de pecados a nuestra cuenta. Será insubsanable,
siempre ese débito. Idealmente, puramente, cons­
tará en nosotros esa carga de pintas negras. Se­
rán un residuo y un sobrante inextirpables.
El diablo, como en todos los juegos, asoma la
oreja en éste, y se burla de nosotros haciendo ga­
nar al contrario cuando él tenía cincuenta fichas
y nosotros una.
El punto de metal del chatón de cada ficha es
su ombligo.
El doble ahorcado es algo irreparable, lo más
irreparable de lo irreparable. Tener un doble ahor­
cado es algo insubsanable y mortal de necesidad
109
/M.l/O.V GOMKZ DE LA SERNA
El cadáver del ahorcado no puede desaparecer;
nos obstaculiza de un modo tremendo, y aunque
lo ocultemos, él nos delatará y hará que nos co­
jan infraganti de un modo vergonzoso, humillan­
te, impotente. Por el doble ahorcado somos ahor­
cados nosotros mismos, como lo son sobre el ca­
dalso los criminales... Y para que más se parezca
a eso lo que nos sucede, todo el dominó ha for­
mado sobre la mesa la L invertida de la horca.
Si no apagasen las novias—todas las novias—
las cerillas de los novios—de todos los novios—
con una puerilidad casi inaguantable, se reduciría
a la mitad o a la cuarta parte el gasto universal
de cerillas.
La raya en que se parten los cabellos de la mu­
jer es algo en que claramente se ve la criatura
que es... Blanca, sensata, conmovedora, se mues­
tra en ella, en su caminito blanco, una intimidad
adorable... Es un claro sincero en medio del arti­
ficio y de la coquetería enardecedora de sus ca­
bellos... Besar esa raya es señalar la cúspide de
nuestra dominación, es poner un beso sensible y
penetrante en lo más alto de la mujer para que la
recorra hasta los pies,- para que se vuelva más
nuestra.
La X no es una letra, por más que se empeñen
todos... A ese signo se le ha llamado equis, y eso
resulta una cosa incongruente... La X es un sig­
no lleno de sí mismo, un signo que se hace a sí
IIO
GREGUERIAS SELECTAS
mismo, es el signo del misterio, agudo, insubsa­
nable, fijo. Es la oreja que se ve del misterio.
Los lápices son robados por los genios del aire,
0 por los niños de la sombra, o por el enredoso
diablo... Seres misteriosos y apañados roban los
lápices para pintar garrapatos en su misterio des­
ocupado... Por cada cien lápices que se tienen,
sólo se logran gastar y conservar cinco o seis.
¿Se puede consentir eso de “calzarse un guan­
te”? Esa es una barbaridad incorrecta y disonan­
te que. sólo se les ocurre a los hablistas. Bajo toda
su lógica es una insensatez.
_ ¡ Oh, ese momento al mediar la tarde en que se
pide un.vaso de agua!... ¡Qué desesperanza, qué
aburrimiento, que debilidad!... Se pide agua no
se sabe por qué, temerosos del alcohol, temerosos
de tomar otra decisión, por hacer algo en la in­
decisión, por engañarnos a nosotros mismos, por
llamar al timbre al que hubiéramos llamado para
otra cosa desconocida e interesante... ¡Y el agua
no es nada, absolutamente nada, en esta hora de
la ciudad, hora demasiado intelectual y complica­
da, no es nada por no ser el agua calmante de los
campos, ni el agua apasionada para la sed apasio­
nada sino el agua para la sed espiritual, para la
sed descomedida, para la sed de no se sabe qué!
ni
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Las últimas estrellas que se apagan son los fa­
roles de los serenos. El Alba sopla y los apaga.
Después de haber visto tantos niños con los ojos
azules nos hemos preguntado: “¿Y cómo es que
hay tan pocos hombres y tan pocas mujeres con
los ojos azules?...” Pero después de una ligera
meditación nos hemos dado cuenta de la gran
mortandad de los niños y de cómo, sobre todo, los
niños con los ojos azules deben ser los predesti­
nados a la muerte precoz...
Tenemos hasta nuestro proyecto de mausoleo...
Nos pareció muy bien aquel jarrón s'encillo que
perpetuaba discretamente un muerto; pero nos­
otros, para perpetuar la melancolía infinita, frio­
lera y viva que sugieren los muertos queridos, edi­
ficaríamos una fuente sencilla, cuya agua corriese
lenta, leve y calladamente en una continua y lar­
ga lágrima.
¿ Cómo puede desaparecer un ciento de tarje­
tas? Resulta inverosímil, y, sin embargo, son ya
muchos cientos los que llevamos gastados... Re­
sultan como inagotables en su pequeña caja, y, sin
embargo, en seguida se han ido... ¿Cómo? Nues­
tros verdaderos amigos son dos o tres, a los que
nunca dimos tarjeta, y recordamos que, cuando
más necesarias nos fueron las tarjetas, no había
ninguna en nuestra cartera... ¿Qué uso superfluo
hicimos de ellas? ¿A qué fantasmas livianos se
las dimos? ¡Oscura, estéril, insignificante publi-
GREGUERIAS SELECTAS
cidad y propaganda!... Se pierden, sin que nadie
las lea ni las guarde, hasta las tarjetas de los gran­
des hombres... Vuelan, se van, se inutilizan como
las barajas de Casino...
Parece que sufren los carros su desvencijamiento, su descaderamiento, ocasionándoles como
un dolor de riñones desprendidos, de riñones flo­
tantes...
Esas fotografías de las personas a las que han
curado unas píldoras estomacales, han sido para
nosotros las más irresistibles ilustraciones de los
anuncios. Ese sistema de propaganda ha compro­
metido el honor de las fotografías de los grandes
hombres y de los aspirantes a la gloria, que pu­
blican los periódicos y las Revistas demasiado de­
masiadamente demasiadas noches. Esas fotogra­
fías de seres anodinos y pasmados han corrompi­
do la publicidad de las otras fotografías, que
aunque no sean siempre escogidas, siempre son
supenores a las de esa otra humanidad del lado
alia del abismo. Esas efigies atónitas han quedado
en nosotros como la representación de una huma­
nidad mediocre, obcecada, inmóvil, en cuyos ojos
jos y opacos hemos visto la incomprensión, el
fanatismo, la vulgaridad más acerba. Algunas nos
han dado miedo, como fotografías de criminales
o de maniáticos a los que aún les duele su mal
bajo la sorda destrucción de la medicina. Fijos
en nosotros están algunos de esos desagradables
rostros, inconvencibles, impenetrables, nada nues-
112
113
déla Serna: Greguerías.
8
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
tros ni de nuestras ideas. No abriríamos el perió­
dico el día en que viene uno de esos retratos in­
explicables, retratos de muertos, retratos de gen­
tes a las que duele el estómago.
Las viñetas de las Píldoras Orientales serán in­
olvidables. Un poco ha variado la moda entre las
primitivas, que representaban una mujer dema­
siado adornada y peripuesta, y las últimas, que
representan una mujer procaz, caballuda y cínica,
cuyos senos emergen con avanzado descaro. ¿ Qué
senos fríos y febricentes son esos que crean estas
Píldoras? ¡Oh senos falsos, senos como de una
argamasa inferior, pero terriblemente orgullosos!
Es preferible ofrecer unos redondos exvotos de
cera a la Virgen y esperar unos senos dulces y
naturales a usar estas Píldoras ambiguas y arti­
ficiosas. ¿Qué mujeres piden sigilosamente estas
Pildoras? ¿Qué senos traidores y enconados son
los que brotan de estas Píldoras? Lo quisiéramos
saber para huir de su gracia hipócrita, desubstan­
ciada y alevosa.
En estos días de Navidad y de últimos de año
me rondan recuerdos incongruentes... Largo rato
me he parado en los escaparates viendo el árbol
de Noel, ese árbol de los Alpes nevados, ante el
que es alegre evocar los montes altos y blancos,
en los que es tan preciosa esa gallardía y al mis­
mo tiempo esa languidez que tiene en ellos el ár­
bol de Noel... Ratos largos, como los que se em­
plean en ver la hora de todo el mundo en los ma­
114
GREGUERIAS SELECTAS
ravillosos relojes que hay en algunos inusitados
escaparates de relojería, he pasado viendo esos
árboles de los Alpes, como cóndores dramáticos,
convertidos en caseros y bondadosos arbolillos
para los niños. Los nacimientos han recrudecido
en mí la memoria de esas voluptuosidades y esos
amores que brotan de ellos; el olor a esa cera roja
de las velas al arder y sobre todo al apagarse; el
musgo y su frescura ideal, su frescura inmortal,
su suavidad, la especie de cariño y caricia con que
trata a los niños; la escarcha y su brillo diaman­
tino e inverosímil de efectos lunares, y entre los
muñecos, el tío de las gachas, glotón, sensual, sa­
tisfecho, atiborrado de papillas calientes, adora­
dor de las mozas y sin frío en la noche, y la vieja
que hila en su rueca, vieja calladita y santa, ceceadora y antigua, amable y viva como cualquier vie­
ja auténtica, como una vieja de aquellos tiempos
y de éstos.
Cuando pasamos por los flamantes hotelitos de
cuatro puertas apaisadas y amplias de los bombe
ros, sentimos un insensato deseo de que el aviso
de un incendio haga abrirse las cuatro puertas ins­
tantáneamente, como sucede con algunos juguetes
del tiro al blanco, y ver desperdigarse y correr a
los carros con su cimera de hombres con cascos
imperiales, porque ese espectáculo tiene, por el
pánico real que le asiste y por su agilidad, la gra­
cia guerrera de las antiguas legiones romanas...
Todo es uno y lo mismo... Las distinguidas mu”5
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
ñecas de los escaparates son en el extranjero del
mismo país de esas mujeres seductoras, frágiles e
insoportables que anuncian los trajes, los peina­
dos y los corsés en nuestra ciudad... Son del mis­
mo paraíso de elegancias, un paraíso con rostros
cursis... Las de Londres, las de París, las de Ña­
póles, como las de todos sitios, se llevan la mano
a la cintura con el mismo amaneramiento. Tienen
talles tan apretados, tan sin juego v están tan poco
elegantes como las demás con sus trajes elegan­
tísimos y costosos... ¡Sólo la vida de la hembra
salva a la elegancia, sólo ese elemento movible,
fluido, sin encubrimientos y sin pudor, definitivo
y fresco, es lo que atrae a través de todo! La pul­
pa femenina es lo que defiende a la mujer del des­
dén, es lo que la hace perdonable, es lo que se
busca en el ansia de tronchar y escarbar y rasgar
elegancias, esa fervorosa ansia que enardece el
amor.
Ese hombre que saca la cabeza por la ventanilla
del coche, dando una orden al cochero, parece un
gracioso polichinela.
Los aplausos son siempre fríos para quien sabe
entenderlos... El hombre del éxito parece que se
caló hasta el alma bajo la lluvia de los aplausos.
Al automóvil le queda el relincho del caballo, es
decir, tiene el relincho de cincuenta caballos gue­
116
rreros y fogosos, quizá el relincho fogoso de los
hipógrifos.
El botón tiene una agonía larga, obsesionante,
inacabable... Al verle ir a desprenderse se piensa
en mandarle afianzar en seguida, sin dilación...
Pero después se olvida, se vuelve a recordar, se
vuelve a olvidar, hasta que nos sorprende su caí­
da... “¿Que será irreparable?” No. En la caja de
los botones que van almacenando ellas, siempre
hay alguno parecido si no igual.
Cada losa de las aceras es una losa funeraria...
No sabemos por qué pensamos esto, pero desde
que lo pensamos por primera vez lo hemos vuelto
a pensar muchas veces, como si se concertase bien
esa idea con esas piedras anchas y desiguales y
con los supuestos muertos anónimos, que "primero
fueron transeúntes sobre esas piedras y que des­
pués cayeron bajo ellas...
i Oh, esas “maravillosas” vestidas de blanco, del
verano! Su rango es magnífico. La cursi lleva, un
desnudo exaltado y provoca una. tentación rara su
virginidad, pues están las cursis como más eleva­
das al trono de las Vírgenes. No se sabe por qué
se las llama cursis”, tan llenas como están de un
gran deliquio de elegancia y de tanto aire de sun­
tuosidad... Es como si llamásemos santo a quien
llevase una aureola de oro, en vez de llamárselo
a quien por su ingenuo fervor, desprovisto de esa
rica presea pero extasiado, consiguiese la luz sua­
117
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ve, inmaterial e incierta de una aureola verdade­
ra y vaga... Sólo son cursis las que siéndolo se
meten demasiado cruelmente con las otras.
A veces la pipa adquiere valor en el rostro lar­
go y anguloso de los ingleses... No porque esos
hombres, en los que la pipa resulta interesante,
sean geniales, sino porque la pipa hace cerrar la
expresión, hace apretar y contraer todo el rostro,
hace aparentar un gesto perspicaz, y profundo,
aguza la expresión, parece que da más olfato y
parece que supone en el que la fuma como un se­
creto de fuego y de viva inteligencia... Eso es lo
que ha hecho renombradas las pipas inglesas, no
el que la pipa inglesa sea una notabilidad, pues
quizás es ese el sitio en donde son más caras y
más mediocres... No es extraordinaria la pipa in­
glesa, no; lo extraordinario o la extraordinaria es
a veces la pipa del inglés, pipa personal e intrans­
ferible.
La mujer de rostro de ave abunda mucho en el
mundo... Esa variedad pintoresca de las gallinas
se sorprende en todas las calles, mirando a esas
mujeres afiladas, con el cuello salido y^expresión
cautelosa y solemne de las gallinas.
GREGUERIAS SELECTAS
todos los hombres fuman con ese grave vicio, ma­
reados, insensibles, anonadados, embotados, fríos
ante el espectáculo' de la vida y de la gran ciudad,
que no es, como debiera ser, objeto de su creación
y su capricho... La pipa no es, como el cigarrillo,
una cosa efímera; la pipa toma vida del hombre,
hay en ella una imaginación, una facultad de ob­
servación que se corresponde con la del hombre,
y cuando ella arde la conciencia personal del fu­
mador toma nuevo incremento... Fumando en pipa
se tiene una dominación de sí mismo y al mismo
tiempo un abandono de sí mismo perfectos, se es
más reconcentrado, más entero, menos encarniza­
do, es decir, más trivial... La vida entra en la
pipa y se consume en ella... Para dominar una
gran ciudad, para conocerla, para penetrarla de
arriba a abajo, para tener de ella la idea irregu­
lar, varia y movible que corresponde, nada como
pasar por ella fumando en pipa... Esto no quiere
decir que alguien, por excepción, no consiga esto
sin fumar en pipa, ni que lo consiga nadie de los
que fumen en pipa.
El fumar en pipa sin tener pensamientos, sin
idear algo extraordinario y renovador, el fumar
por fumar, sin inscribir ante uno el sentido mo­
mentáneo e irónico de la vida en el humo, es de
un artificio maquinal, vicioso, obstinado... Casi
Hay una sonrisa de mujer, una sonrisa que bro­
ta de las lágrimas, y que se puede llamar “sonrisa
de medio cuerno”, porque parece que asoma en el
rostro sombrío de la que llora la luz de ese medio
cuerno de luna que aparece al entreabrirse las nu­
bes y que, argentino y feliz, promete ya toda l'a
alegría, toda ¡a radiante y entera alegría lunar,
al mismo tiempo que un cielo más despejado que
nunca.
118
rig
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Unos zapatos que nunca debes usar, mujer, son
los zapatos de beata, y aun menos las botas de
beata.
Los cocineros, los marmitones, con su traje
blanco y su gran gorro, son unos muñecos de
cartón, unos muñecos de feria.
Da pena cuando en los grandes monumentos
desmontan las grúas y los castillos de hierro que
sirvieron para elevarles. ¡ Si eso era lo único bello
que se destacaba y estaba bien erigido! Hasta que
una vez no quede esa armazón convertida en mo­
numento no se habrá reparado el mal.
Sobre las murallas, la luna parece dar un salto
de trampolín; y así, al verla desde abajo de las
murallas, se la ve más alta.
En el camino, de todo hay conversaciones. Yo,
viendo tratar un negocio monótono o viendo la
amistad de dos seres insignificantes, veía algo su­
perior a lo que realmente presenciaba. ¿Qué ha­
bía sobre el negocio o sobre el acompañamiento ?
Yo sentía que algo más rico que lo que aparen­
temente se veía les regalaba a aquellos hombres,
hasta que me di cuenta: aquello que era superior
al resto era la conversación que sostenían. Ello?,
no lo saben; ellos, después de compensarse con
la conversación más que lo merecen, dicen del que
se marcha: “Es imbécil.” Ellos olvidan que di­
jera una cosa u otra—que eso no importa—, han
120
GREQUERIAS SELECTAS
conversando con aquel hombre, y la llama azul del
alcohol humano, que es la conversación, les ha
emocionado, les ha resarcido, les ha dado un es­
pectáculo en que el otro siempre ha sido un cola­
borador inapreciable, dijese lo que quisiera, tratárase de lo que se tratara.
Oir de pronto, impensadamente, el reloj que lle­
vamos en el chaleco, a través del chaleco y del
olvido de la distracción de la hora en que solemos
vivir, es un mal síntoma... Una profunda enfer­
medad, una enfermedad que nos agrava y nos
ahonda, es lo que nos anuncia ese repentino aper­
cibimiento del reloj sepultado... ¿Qué aburrimien­
to maléfico y exantemático o qué fiebre o qué re­
crudecimiento de la conciencia nos anuncia el que
ej tic-tac sutil del reloj nos haya traspasado ? Ha
sido como si un termómetro más sensible que el
termómetro más sensible nos hubiese sorprendido
con una subida acelerada. ¡ Pobre del que sin pro­
ponérselo oiga toda su vida los relojes escondi­
dos ! ¡ Pobre enfermo crónico de la peor enfer­
medad !
Hemos pensado, viendo a las mujeres entrar
por las pequeñas puertas de las iglesias, en esa po­
sible mujer abnegada que, sin perder tiempo, du­
rante todos ios instantes de su vida, sin pequeñas
treguas, recita y recita esa oración a la que están
concedidas tantas indulgencias y va sumando días
y días de indulgencias, años y años, siglos y si­
glos, millares de siglos y millares de siglos, incan­
121
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
sablemente, innumerablemente, -hasta conseguir
para su muerto una eternidad de indulgencias, la
imposible eternidad, toda ella... ¡Oh, hasta qué
punto puede ser constante una mujer!
La escoba es simpática: las de los barrenderos,
que ellos a veces se echan al hombro yendo de­
lante del que les sigue con la carretilla, represen­
tan las “mangas parroquiales” en la solemnidad
del entierro de la basura; las de los guardabos­
ques y los jardineros, son arbolitos domesticados,
arbolitos del otoño, especies de puercos espines ;
y sobre todo, las de las casas son sencillas y acu­
sadas... Estas escobas caseras son la astas de las
banderas de los tejados, son escopetas para los
niños y verdaderas escopetas contra las negras
correderas... Son alegres. Son lo que más se
apura, y a veces, cuando se las deja para el re­
trete, su tragedia es infinita.
El librero parece, un hombre sapientísimo, pero
es el hombre que no ha leído ningún libro, así
como el anticuario, que vive de las antigüedades,
es el que no sabe nada de antigüedades. El librero
sabe sólo los títulos: es el erudito infraganti.
Las plumas estilográficas están llenas de ton­
tería. Es el peor regalo que se puede hacer a un
joven. Harán profesional y retestinada su tonte­
ría, y le harán escribir cartas sin sentido. ¡ Cui­
dado con las plumas estilográficas!
122
GREGUERÍAS SELECTAS
Hasta las casas desalquiladas están más tristes
los domingos, porque se quedan más espantosa­
mente desalquiladas.
Los cardíacos parece que van a morirse y no se
mueren, y pasan los días como si fuesen a vívít
siempre, pero el peligro nunca acaba... Se oye su
corazón como el ruido que se arma en el pecho de
los muñecos y que se mueve mientras la cuerda
dura, un ruido ratonero, un ruido de resortes y
de hojalata... Ante los cardíacos siempre se está
esperando que la cuerda acabe de sonar, que de
pronto se queden quietos, con esa instantánea ri­
gidez con que los muñecos se paran; pero a veces
su cuerda dura más que la nuestra (¡ olé los car­
díacos!)... Unos son buenos y otros se gozan en
asustar a los demás; y esos son los cardíacos que,
aun siendo cardíacos, no tienen corazón.
Debe haber una rubia de un rubio rojo, inau­
dita, cegadora de. blanca y de rubia, enloquece­
dora-con los trajes negros... Yo la veo matando
al desnudarse, matando sólo con dejarse ver, ma­
tando de deslumbración.
Pienso en que hay alguien que muere en la ma­
ñana sin que nadie sepa por qué... Y es que ha
muerto ahogado de pereza, llena su cabeza del
resplandor meloso y cordial, los ojos hinchados
de esa suave luz, la frente abombada y extrava­
sada de pereza, porque la cabeza es lo que más
recoge la alegría de esa muerte y esa renunciá­
is
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ción de la pereza. ¿ Estarán en lo cierto esos sui­
cidas, esos ahogados? ¿Será ese el ideal final con
el que siempre estamos disputando?
_ En el otro mundo se debe respirar mejor. Res­
piraremos sin pulmones a pleno aire.
. Los envenenados de arsénico quedan con la pu­
pila dilatada toda la eternidad... Por eso no se
debe elegir el arsénico para envenenar a nadie.
¡ Evitemos el espanto de esas pupilas dilatadas por
los siglos de los siglos!
(í Basta decir “cornamusa” para que suene la
cornamusa” con ese son prolongado y elegiaco
que llena los valles y los bosques... Eso de “cor­
namusa” levanta una melancolía extraña llena
de ecos.
Los galgos son la tierra que se alarga y corre,
corre como si se hubiese levantado el lomo de tie­
rra que queda entre los surcos que hace el arado
en las tierras... Hay que fomentar los galgos para
que no muera ese espíritu largo y suspicaz, ese
espíritu espontáneo y vivo de la tierra que son.
El gabán debe ser del color de la lluvia o del
color del tiempo. Sólo algunos miserables tienen
de esos supremos y perfectos gabanes.
, En los jardines, yendo paseando, sin malicia
nemos pensado, mirando al ama de cría que lleva
124
GREGUERIAS SELECTAS
un niño en brazos y viendo que el niño lleva ata­
do a la muñeca el hilo de un gran globo azul que
flota sobre él, en el terrible conflicto de que el
niño se escape al cielo llevado por la fuerza as­
cendente de su inquieto globo azul... ¡Qué gritos
llenarían el jardín! ¡Qué bonita y qué curiosa as­
censión! ¡Qué cara pondría el ama!... Y después
consolarían a la madre con eso de “al fin y al
cabo un ángel que ha subido al cielo”.
La frase más tremenda que se ha inventado es
esa de “Per in sécula seculorum”... Al oírla, nos
quedamos flacos, turulatos y arrinconados, como
si el trueno hubiese sonado sobre nuestro techo y
se hubiese ido rodando por los cielos vacíos de!
tiempo. “Per in sécula seculorum” parece dicho
por la boca mellada de la muerte y con su voz
aguardentosa... ¡Abominable “Per in sécula se­
culorum”!
Hay unos hombres que andan de una manera
particular, como si llevasen botas de madera, ma­
cizas botas de madera, botas en las que parece
que va más la horma que el pie.
Los pimientos tienen el aspecto de ser las len­
guas gordas de la tierra, a veces picantes lenguas
de verdulera.
Las tiendas de préstamos están ahogadas de nos­
125
RAMON GOMEZ DE ,LA SERNA
talgias, de un enrarecido aire de nostalgias que
hincha al prestamista y le mata.
Las zapaterías tienen un grato perfume... Los
pies, al entrar en ellas, se alegran como pequeños
perritos a los que se halaga en sus concupiscen­
cias, de tal modo, que el dedo gordo se mueve
dentro de la bota como una oreja alegre... El za­
patero les hace caso como a los falderillos de los
que conoce las flaquezas y las manías... ¡Qué di­
fícil política la de los zapateros, y con qué difícil
dignidad cumplen su cometido! Y los zapatos nue­
vos ¡qué rejuvenecedores son y cómo ponen en
camino de cosas inesperadas!
El león debía tomar quinina, mucha quinina,
para que se le acabe la terrible calentura que le
da todos los días.
Todos, en el fondo, al fin y al cabo, verdadera­
mente, seremos chatos, y por eso no hay que dar
demasiada importancia a las narices.
¡ Con qué vida disimulada se desarrugan los pa­
peles arrugados! Suenan como un animal que se
mueve, que se despereza, y a veces se abren, se
desarrugan decididamente en el cesto de los pa­
peles como una almeja en el agua marina.
El filósofo debe llevar el paraguas sin envolver,
suelto, desabrochado, rústico, rebelde.
126
GREGUERIAS SELECTAS
Los bolinches de la cama son los niños peque­
ños de la cama.
—1*
No se deben guardar esos pedazos de papel
blanco que sobran a las cartas y a los grandes
pliegos de los que no se ha necesitado más que un
pedazo. Por ahí se empieza. Ese montón de pape­
les desiguales de tamaño y color es el comienzo
de lo que no debe comenzar.
¿ Quién nos ha hecho que nos despertemos tan
temprano, precisamente a esa hora tan desusada
y tan ingrata en que nos debíamos despertar?... Las
gentes dicen que las ánimas. ¡Ingratitud!... ¿Por
qué no hemos de agradecer a nuestra ánima todo
lo que hace anónimamente, pero indudablemente?
i Ingratitud!
En la luna están siempre en plena sesión de
cinematógrafo público... De la luna nos ha veni­
do a nosotros eso del cinematógrafo.
Esa mujer asomada en el alto balcón y que se
destaca sobre las nubes negras, parece una náu­
fraga, que debiera llamarnos para que la abrazá­
ramos en medio del naufragio. ¡ Vanas náufragas
en el cielo y náufragas en la tierra, que no saben
tener la decisión desesperada del placer en medio
del instante y cotidiano naufragio!
Sentimos en la madrugada, llenos de una pro­
funda sed de alcoholes extraños, con qué matar el
127
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
gusanillo de la madrugada, que en las farmacias,
que es lo único que permanece abierto, debían dar
algo que sirviese para eso, algo como “alcohol al­
canforado” o “esencia de trementina”.
El violón es una mujer madura a la que hur­
gan en el alma... El violoncello, una mujer de
cerca de treinta años a la que hacen lo mismo...
El violín, una niña a la que se hacen cosquillas
inefables.
Los botines son feos, majaderos, de una pre­
sunción animal, porque dan al pie una apariencia
de pezuña, una estructura de pezuña.
Un efecto de color y de luz que no se podrá
imitar nunca es, bajo un sol de mediodía, el efec­
to de un ciprés sobre una tapia enjalbegada de
nuevo... El efecto de ese verde concentrado y
recio del ciprés sobre el blanco, en que la cal vive
y se enciende bajo el sol, es de una exaltación
delirante.
El gas de los faroles públicos, que a veces se
produce con una queja amarga, responde como a
la queja de las cosas lejanas y hundidas, y sobre
todo, a la queja de los trenes lejanos, a la queja
de sus pitidos y a la queja con que hieren los rails
en algunas revueltas.
No hay cosa más penosa, más fieramente peno­
sa, que ver al león y a la leona encerrados en dis­
128
GREGUERIAS SELECTAS
tinta jaula, husmeándose, dando paseos obcecados
junto a la pared que los separa, sintiéndose tan
cerca y tan imposiblemente lejanos... Nos atre­
veríamos a abrir de buena gana su puertecita de
comunicación, a sabiendas de que no nos pasaría
rada, porque antes que a devorarnos acudirían a
abrazarse.
Cuando aquella mañana escribió ella su nom­
bre en el cristal esmerilado por el vaho de la no­
che, se desprendió una lágrima de cada letra, que
corrió por las mejillas del cristal... Aquellas lá­
grimas en que se deshicieron los nombres nos de­
jaron perplejos, mustios, sospechando que, bajo
nuestra condescendencia, la vida no sería condes­
cendiente. y que bajo nuestro deseo de fidelidad
estaba la infidelidad y el olvido.
A la luna sucia, amarillenta, trasparente, tras­
lúcida. un poco apagada, de algunas noches, se la
mira como a un reloj de Ayuntamiento, buscando
la hora, las manillas, las cifras romanas del horario.
Las mujeres se quisieran subir las medias como
las niñas, con ese gesto decidido y rápido de le­
vantar la falda hasta el muslo—siempre ajamona­
do—, y tirar de la liga y de la media.
La luna dando de lleno, plenamente, en la casa
dormida, parece que saca o seca el sueño de la
casa, parece que lo evapora, parece que dará a los
12§
G. de la Serna: Greguerías.
I)
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
que duermen una terrible insolación de luna...
Bajo este deslumbramiento de luna se debe dor­
mir mal, como cuando le miran a uno mientras
duerme.
Nuestros ojos tienen algo de mariposas de luz...
Se nos van a las bombillas, se fijan en ellas, se
•queman en ellas constantemente, y sólo cuando
están ya requemados, cuando ya llevan la huella
candante, cuando ya tienen encima la “catarata”
y la “nube” de luz, vuelven a nosotros.
Los animales pequeños como las moscas no
'comprenden el cristal... Se sorprenden de ver fue­
ra el cielo y el aire, sin poder, sin embargo, al­
canzarlos, y aspiran durante largas horas a volar,
atravesando la diafanidad del cristal... Una jau­
la de cristal volverá loco a un pájaro... El cristal
es uno de los hallazgos más sutiles y más invero­
símiles del hombre. Es más una idea que una cosa.
Por eso no encontramos medio de indicar que hay
un cristal al animal que se empeña en pasarlo.
El retrasar un reloj parece que nos duele atroz­
mente, que contraría la marcha del corazón, que
■desarregla y hace andar hacia atrás algo en nos­
otros... Es como una contramarcha que sufre el
espíritu. Perdemos indudablemente un día posible.
“Mercader”... ¡Qué palabra más gráfica y más
■oportuna! El uso ha exaltado más otras palabras
sinónimas de esa palabra, otras palabras de una
130
GREGUERIAS SELECTAS
elegancia horteril, como “comerciante”, “indus­
trial”, “tendero”... Pero nada como “merca­
der”... Mercader, que es fuerte y universal, con­
tiene todo el significado de la palabra, toda la
fuerza de rapiña, de triunfo, de constancia, de
falsa humildad, de fondo emprendedor que debe
verse en esa palabra... Yo quisiera acordarme de
esto, para decir siempre “mercader” cuando es
oportuno.
Nos indigna al pasar por los palacios el ver esa
costumbre ruin de abrir las puertas accesorias y
no las principales... Parece como si temiesen que
por el gran marco, por la gran abertura de la puer­
ta principal, se les escapase la riqueza del pala­
cio... ¡Avaros sórdidos!
¿ Por qué puerta nos asomamos de pronto en el
pensamiento? En el laberinto hemos encontrado
una salida—quizás la puerta por donde entra­
mos al ir a nacer—, pero la hemos perdido en
seguida, y ya siempre la estamos buscando en
balde, porque sólo una casualidad inenconfrable
nos ha hecho pasar junto a ella.
Esa maleta que durante algún tiempo, después
del último viaje, queda en un rincón del pasillo,
incita a los viajes, desconcierta, apremia, pide otra
vez sus cosas con urgencia, con las prisas de ce­
rrarla, para llegar al tren. Tanta lata nos da, tan­
ta monserga, que ordenamos imperiosamente:
131
RAMOR GOMEZ DE LA BERRA
“Pronto... Esta maleta... Oue la suban a la bu­
hardilla.”
¡ Qué triste, qué densamente triste debe ser no
comer en ese silencio que se hace a las dos en la
ciudad, todos sus moradores en el comedor blin­
dado y remoto a la calle!... Los hambrientos se
deben sentir anonadados, llenos de irresolución y
de una congoja mortal... El hambre de noche tie­
ne más recursos, es por lo menos más trágica, más
fantástica, no es tan atónita, tan evidente, tan me­
ridiana, tan insolublemente meridiana.
A veces el rayo, un rayo íntimo y personal, aje­
no a los rayos celestiales, aparece en nuestros
ojos... En la noche, en la oscuridad, cansados,
abrumados, cuando estamos temiendo no poder­
nos dormir nunca por haber ido tan allá, temiendo
en la cama ese calambre que se teme nadando en
el mar, ese calambre después del que nos hundi­
ríamos y nos ahogaríamos en la cama sin poder
pedir auxilio y sin poder nadar, suele surgir en
los ojos llenos de sombra ese rayo extraño, esa
lumbrarada amarilla, esa lombriz zigzagueante que
parece que nos ha matado con muerte subitánea.
GREGUERIAS SELECTAS
cial en jugar con una barrita de lacre, nos la co­
meríamos, debía chuparse, debía servir para otras
cosas.
Es raro entrever, al pasar en el raudo tranvía,
muchas lunas distintas colgadas en el cénit de las
bocacalles transversales al tranvía y paralelas en­
tre sí... Parece que, como para solemnizar unas
ideales fiestas de barrio, hubiera colocado el Ayun­
tamiento una. luna en cada bocacalle... En la rá­
pida visión de todas las lunas de todas las boca­
calles de esos trayectos llegan a unirse todas las
lunas y se forma en nuestra imaginación como una
guirnalda de lunas ciudadanas.
Algo debíamos repetir en nuestra vida todos los
días con toda solemnidad. Necesitamos un nuevo
Padrenuestro de acuerdo con nuestras circunstan­
cias y nuestras ideas.
Esas botellas doradas, con borlas de seda al
cuello, son el regalo más suntuoso de la creación,
el regalo que compran las pobres gentes que se
fascinan ingenuamente... ¡Botellas irresistibles,
angustiosas, augustas botellas del rey Midas, con
un vino malo lleno de gusto a purpurina!
El lacre es el objeto más de lujo que se tiene
entre manos... No el lacre para los certificados,
sino el lacre para los sellos superfluos de las sor­
tijas, el lacre que no sabemos cómo emplear, pero
cuya barra, dispuesta a derretirse, da una masa
de blandura grata y dócil... Hay un gusto espe­
¡Oh, se nos ha caído la pluma al suelo!... Mira­
mos profundamente consternados al abismo dei
suelo, porque esa caída de la pluma ya sabemos
lo que significa de irreparable... La pluma se ha
matado, porque la pluma siempre cae de punta,
r 132
US
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
de cabeza, como los hombres cuando se tiran de
un balcón.
Los reloj itos de las criadas llevan una vida tristoncita, penosa, perdida en un rincón... Sin em­
bargo, a ellas las enorgullecen, las hacen como
dueñas de su tiempo, se los llevan al oído como
niños, están muy alegres de tener reloj... Los relojitos de las criadas andan muy despacio, muy
trabajosamente, muy oprimidos en el fondo de Iosbaúles. Sólo los domingos los sacan a paseo col­
gando de las largas cadenas, y entonces las desco­
razonan, porque andan muy de prisa y llegan al
anochecido como locos, como ingratos.
El periódico comprado en la mañana sabe a pan
reciente o a churro caliente... Nos alimenta como
el desayuno, como una ayuda del desayuno, como
una clase especial de picato-ste en que se mezcla
el pan de Vien-a con el candeal y con el pan de
Rusia y con los panes de todos los países pudiendo
por eso llamársele como al pan francés se le llama
pan francés, pan universal.
GREGUERIAS SELECTAS
'
’
talón suena al andar, como si apretasen y chafa­
sen el aire comprimido en sus grandes potras; y
esos otros que huelen a liebre bravia, a tomillo,
a fondo de panera; y esas viejas que se van reco­
miendo y masticando la boca sumida!
Los corderos y todos los animales muertos col­
gados de los garfios de las carnicerías tienen algode crucificados con el Inri sobre ellos, un Inri.
ideal y un Inri real que puede ser, si se quiere,
la etiqueta que cuelga de ellos con el precio del kilo
de su carne... Su crucificaron, además, tiene algo
más oprobioso, y es que están colgados boca abajo.
El meternos en la cama tiene algo de tirarse a
la ola, de lanzarse en el rizo de la ola fría, viva,
encantadora, que rompe sobre nosotros.
La libra de chocolate tiene algo geométrico, ca­
tegórico, apodictico... Da pena descomponer la
unidad de medida, que es lo que hay de cosa tra­
dicional y bien hallada en ella... Se la quita una
onza y ¡ adiós, libra diez y seis veces esterlina!
Esa agua, que hierve demasiado me arredra-.,.
No debe dejarse hervir el agua incesantemente,
porque padece algo con eso, porque sufre induda­
blemente el agua... Hay que tener conciencia... Hay
que tenerla hasta el punto de separar toda olla que
lleva hirviendo mucho, y sobre todo, esas marmi­
tas que dejan las cocineras al acostarse, hirviendo-,
sin objeto, sólo porque queda lumbre en la horni­
lla... Eso ya es infernal y escandaloso. ¿Cómo no
pensarán que algo como un alma es cocido y re­
cocido y requetecocido atrozmente ?
¡Qué tipos más campesinos y qué de los cami­
nos de aldea son esos hombres potrosos cuyo pan­
Esos paseos que damos por los descansillos de
la escalera mientras nos abren la puerta de nues-
134
135
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
Ira casa, son unos paseos que nos cercioran de todo
el cuotidianismo de la vida, de la casera realidaa
de nuestra vida, y dan lugar a simples meditacio­
nes que aumentan nuestra sensatez.
o sueltas y solas sobre una silla, tienen un aire
suficiente de distinción y de languidez, un aire de
guardar unos senos propios y una gran tersura y
una gran feminidad propia.
La mujer, como las luces de gas, con camisa
luce michísimo más... La invención de la camisa
dió todo su esplendor al desnudo mate y de una
luz sorda y cruda como la llama de gas, antes un
poco perdida, distraída, de una crudeza sin irra­
diación y sin blanca intensidad, por falta de con­
centración, cuando no se había inventado su ca­
misa.
¡Abominables cuadernos con la tabla de sumar,
de restar o de multiplicar en el respaldo!... De pe­
queños tuvimos que aceptarlos, pero de mayores
no aceptaremos ninguno... ¡Qué disolución y qué
trituración no hizo en nuestra imaginación ese
mercurio en bolitas de los números! Aún danzan
duros, pequeñitos y numerosos en nuestra sangre
los números, los guiones, las cruces y las aspas,
sin posible asimilación, sin unirse al torrente cir­
culatorio, a la sangre apasionada, sentimental,
dulce y diáfana, que es lo verdaderamente orgá­
nico de nuestra vida.
Al hombre del bastón de hierro se le reconoce
en seguida... Todo en él proclama ese bastón te­
rrible, esa anua sorda, de temeroso, de cobarde,
de malintencionado... No sabemos tener amistad
con los hombres sórdidos de bastón de hierro...
Sólo una excepción haremos con los peritos calí­
grafos, que llevan bastón de hierro para conser­
var el pulso y con los que quieren matar con el
bastón de hierro a los hombres de bastón de
hierro.
Eso de arte culinario es algo impropio, es una
cosa indecente que levanta el estómago. ¡ Valiente
e inoportuno título del arte de las comidas! Re­
sulta como decir algo sucio sin tener en cuenta
que se está en la mesa.
Esos instrumentos de viento son repugnantes...
Descomponen toda la belleza del concierto desa­
livándose de vez en cuando sin ningún pudor v
sin ningún recato... Caracoles de baba repugnan­
te los trombones acaracolados, y repugnantes tam­
bién los demás instrumentos que, como las pipas
sucias que el fumador desatasca en público, lim­
pia con ensañamiento el músico con un trapito
largo...
Hay blusas que en su escaparate, en su armario
Las caperuzas de paja que cubren a veces las
botellas son un bello y abrigado traje de ellas,
quizás como su gabán de pieles... Esas caperuzas
de paja de las botellas las dan una gran alcurnia,
136
137
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
un gran misterio, una gran apariencia... Es gra­
cioso desnudarlas y descubrirlas con un alarde de
prestidigitación.
A veces, los pobres seres humanos bostezan con
un bostezo de perro, con una nota atiplada y pe­
netrante que escalofría... ¡Desgarrador bostezo
ese que a veces lanzan los hombres, y que es más
terrible que en los perros y destempla más por­
que es mucho más grave en el alma de los hom­
bres ! ¡ Cómo demuestra lo perrunos que son en
el fondo!
¡ Qué fácil sería descomponer las glorias huma­
nas más trascendentales, como, por ejemplo, la
del descubrimiento de América! Así resulta, a
poco que se piense, que los pájaros tenian descu­
bierta América, que fueron los primeros que la
descubrieron; porque, ¡a saber cuántos pájaros
europeos encontraron antes que Colón los árboles
robustos y pletóricos de la América y colonizaron
aquello! Sobre la misma coronilla de Colón, en la
hora en que se admiraba de su descubrimiento, a
algún pájaro irónico le debió brillar una sonrisa
en los ojos... ¿Pues y la luz? ¡Cuánto hacia que
la tenia descubierta la luciérnaga!... Y así, ¡cuán­
tas cosas!
Para trabajar hay que quitarse la sortija, que es
como un grillete que contiene, que distrae, que no
138
GREGUERIAS SELECTAS
deja toda la libertad. Mi prosa libre necesita has­
ta estar desajustada de eso.
¿Y por qué los animales paren con el dolor de
su vientre también? ¿Es que quizás pesa sobre
ellos la misma maldición gitana porque al ver a
Eva probar la exquisita fruta se les ocurrió tam­
bién a ellos probarla ? ¿ Es que resultará ahora que
en el principio fueron los hombres los que per­
virtieron a los animales? Verdaderamente, hemos
hecho mal en dejar de buscar las vueltas a la
Biblia.
La luna es la mujer impúdica y adúltera... Con
la hipocresía de la mujer coqueta y adúltera, está
sobre nosotros y como con nosotros, y, sin embar­
go, está en otra parte, a solas con otro, con otros;
así, duerme con los negros, con los amarillos, con
los de color de chocolate, con los aceitunados, con
todos.
¡ Oué sucios y de qué remota merienda hablan
estos papeles que envolvieron las tortillas, el cho­
rizo y la carne empanada—carne vestida de gran
soirée—y que vuelan desprendidos y engurruñidos
por los jardines públicos!... Son una grave mácu­
la del jardín con sus manchas de grasa... ¿Quién
los barrerá alguna vez? ¿Quién los barrerá nun­
ca ? ¡ Cómo ensucian el campo!
¡Qué vergüenza debe sufrir ese jovencito ele­
gante empleado en la sastrería y que pasa llevan-
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
■do una prenda que no es suya!... Le denuncia eí
modo de llevarla, el que ni para ir al teatro se
llevan unos pantalones doblados al brazo ni dos
gabanes... ¡Qué lástima! Sin esas prendas al bra­
zo, con un solo gabán, parecerían unos jóvenes
con carrera y con posición y podrían enamorar
y casarse con una ricachona.
Se entra y se sale de comprar un décimo como
de casa de una barata mujer libre.
A las dos de la noche vuelven de los musichalls y de los grandes casinos los hombres de smo­
king y los de frac, pero al mismo tiempo vuelven
también otros caballeros con chalecos, camisas de
frac y a veces chaquetas cortas de smoking, que
hacen la caricatura de los dandys...: los camare­
ros de café.
Se concede más tiempo, más fiesta, y más aten­
ción a la víspera que a la fiesta.
GREGUERIAS SELECTAS
en el ocaso, el mayor placer es que nos sentimos
libres para toda la noche... Ese placer algunas
veces se llena de melancolía, porque no sabemos
qué hacer con tan excesiva libertad.
■Cuando la luz baja de pronto en las lámparas
eléctricas, nos llevamos un susto sofocado, por­
que pensamos si nuestra mirada o nuestra alma o
nuestra vida son las que han titubeado, las que se
han amenguado, las que han perdido luz, las que
han estado en un tris de morir, de apagarse, de
fundirse.
¿ Qué mayor melancolía que la de un perro que
entorna los ojós y da un rictus largo y amargo
a su boca?... Durero, en su cuadro “La Melanco­
lía”, colocó un perro así, sabiendo lo que se hacía.
En los juegos del amor siempre se tropieza con
la nariz de la mujer. “¡Pobrecita! ¿Te has hecho
mucho daño?...”
Cuando el sol, el gran cacique, se ha acostado
Esas balanzas públicas en las que se echan diez
céntimos y se ve lo que se pesa, son, más que nada,
una cosa tradicional... Engañan, no rigen, no coin­
ciden unas con otras, pero siempre hay gente nue­
va que cae en su plataforma... Se siente una gran
curiosidad por verlas moverse, y es gracioso, cuan­
do no rigen, ver cómo las maltrata el engañado,
cómo las pega ■ fuertes puñetazos, y tendría una
grave cuestión con ellas si, validas de su fuerza,
no le despreciasen, erguidas, sostenidas a pie fir­
140
141
Son antipáticas y descaradas las casas sin alero,
y en ellas pierde la fachada la expresión, como los
hombres sin cejas.
El arroz a la milanesa exhala una gran alegría
y un gran optimismo en los días grises... Ese ama­
rillo que pone el azafrán en él, hace que sugiera
el apetito de los días alegres, de los días de sol.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
me, eternas... Ellas tragando dinero ahorran y
ahorran, porque nunca hemos visto que su dueño
las abra y las cuide... Parece que están en comu­
nicación con una mina secreta que hay bajo ellas
y que está ya llena de calderilla, mucha de ella
falsa, casi toda falsa, porque lo admiten todo; y
es gracioso verlas pesar gratis al que las ha echa­
do una moneda falsa, ya que en ellas es donde se
puede echar más impunemente una moneda de
plomo... Pero cuando se echa una moneda falsa,
.¿no se podrá desconfiar de que el peso sea ver..dadero?
La varita que cortamos distraídamente en los
campos, se encariña tanto con nosotros y a
la vez nos encariñamos tanto con ella, que no
la dejamos de la mano, como a una niña queri­
da... Haríamos con ella un bastón; pero no sirve,
es frágil, inconsistente y pobre para bastón. Y, sin
embargo, ¡ es tan garbosa, tan recta, tan ingenua,
tan sencilla!... La conservamos todo lo que pode­
mos, pero al fin la perdemos con ingratitud.
GREGUERIAS SELECTAS
das infraganti en su inocencia y en su calidad de
monjas bobas.
Cuando caen la falda de barros y las enaguas
de una mujer y quedan plegadas con descuido y
haciendo un redondel en el suelo, se presencia la
Ascensión de Nuestra Señora sobre una nube de
ropas nubosas, y como si entre esa nube que la
sostiene como a las Concepciones, hubiese también
cabezas de ángeles... Después de esa ascensión
todo es descendimiento.
En el acto de dar dinero a una mujer, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano de­
recha.
¿Quién juega misteriosamente a los bolos en el
piso de arriba? De noche, sobre todo, hemos sen­
tido en nuestro techo, promovidos por el vecino
de encima, ruidos misteriosos, algo así como un
“arrastrar de cráneos y de cadenas”, como dicen
los cuentos de niños.
¿ En ese tren descarrilado habían emprendido su
viaje de novios algunos recién casados?... Eso se­
ria lo terrible, aun cuando eso haría eterna su luna
de miel.
Lo que más le duele al náufrago, indudable­
mente, es no poder contar cómo pasó “aquello”,
cómo se ahogó.
“¡Oh, mi peinado!”, dicen ellas, desrizado y en­
treabierto el flequillo, desnuda su frente y despe­
jado su rostro, tomando así un aspecto de madra­
zas, de mujeres familiares y sin coquetería cogi­
Nunca pierden su peineta, siempre se la vuel­
ven a encontrar, intacta, bien en las axilas de los
'sofás o en el fondo del lecho levantado, revuelto
142
U3
RAMON GOMEZ DE DA SERNA
GREGUERIAS SERECTAS
y apisonado, en el que parece mentira que no se
haya roto.
cado un animal tan grande e ingente, necesita pre­
visoramente estar encadenado.
Hay pensamientos consoladores, aclaradores y
distraídos, como éste: “El sexo daría interés a
un peñasco.”
Con sus besos, ella preparaba todas esas dulce­
rías de las recetas exquisitas: “bienmesabe de biz­
cocho”, “melindres de azúcar”, “delicias”, “alfa­
jores”, “almojabares”, “hidromiel” y tantas y
tantas recetas distintas.
¿Por qué no hacen todos los caramelos de anís
y menta, ya que todos se disputan y prefieren los
de menta y anís?
¡ Oh, qué arrugas hace el corsé en la carne!
¡ Qué destemplanza y qué lástima nos entra al
verlas, como si presenciásemos' huellas sangrien­
tas, huellas dolorosas, cardenales profundos, ara­
ñazos esbozados!... Pero al poco rato se ve que
no eran nada, que se borran fácilmente, que se
han ido.
Las máquinas que apisonan las piedras y la gra­
va de los paseos, esas máquinas lentas que lo pue­
den laminar todo, que tienen unas grandes y an­
chas ruedas que plancharían como un traje al
hombre que cogiesen debajo, son truculentas, son
las más grandes maquinarias de batalla que he­
mos visto... De pequeños, nuestro pasmo ante
ellas era mayúsculo, y nos parábamos para verlas
pasar pasicortas—¿ cómo iban a correr con su mole
tremenda?—, asmáticas, pero domesticadas y car­
gadas de ruidosas cadenas, porque aun domesti­
Parece que a ese hombre que lleva tan ancho
cristal sobre el hombro, el cristal le pasará la ropa
y le biselará, partiéndole en dos mitades perfec­
tamente hechas.
Creimos que los parques de recreos del verano
se habían destruido y deslucido en el invierno...
Pero no. Plan estado muy tristes, han aguantado
lluvias torrenciales, han sufrido mucho, pero ese
muñeco al que se da la mano, ese columpio, esa
montaña artificial, todavía viven y viven, sin ha­
berse despintado, y vuelven a tener una alegría
reciente como la del verano pasado.
Frente a un sifón de Seltz, en el café, se sien­
ten ganas de regar al hombre de al lado, de mo­
vimientos lentos, recelosos e interesados... No hay
nada que invite más a la agresión que el sifón de
Seltz. Somos los anarquistas del sifón de Seltz, y
sobre las calvas lo emplearíamos siempre, en par­
te para renovar las ideas del calvo y en parte para
ver si le crecía el pelo.
144
145
G. de la Serna: Greguerías.
10
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
En lo alto de los coches que pasan por el cora­
zón de la ciucfed, hay en el otoño hojas de los
jardines... Lo observamos con gusto, porque es
ese un recuerdo que nos traen a nosotros, asoma­
dos al balcón y lejanos a los jardines, un delicado
recuerdo de los campos y de su dulce otoño que
pasa así tarjeta a la ciudad.
La luz es lo que ha hecho variar más la vida...
A veces pensamos que se nos pasa evocar y re­
calcar lo bastante nuestras diferencias con el pa­
sado... Pero un día la instalación de la luz se fun­
de, y la casa se queda como en otros tiempos; se
encienden unas velas, un quinqué, un velón, y ve
mos que bajo esas luces las habitaciones son otras,
están muy atrás en el tiempo, su fondo es más
profundo, más agorero, y en nuestros corazones
hay más sombra, más pereza y más pusilanimi­
dad... Comprendemos cómo la luz eléctrica nos
ha defendido de la noche, nos ha hecho intrépi­
dos, veloces y fuertes... Pensamos en todas aque­
llas frases perdidas de “aquí hay tufo”, de “esequinqué se va a inflamar”, y aquellas otras como
“cortar el pábilo”... ¡Qué antiguo resulta todo
eso!
¿Qué terribles culones o qué terribles culonas
hunden los bancos de piedra de los paseos públi­
cos, siempre medio hundidos en la tierra?
Los guardas de los jardines públicos deben es­
tar que rabian por tocar sus relucientes trompe­
as
GREGUERIAS SELECTAS
tas, tan sedientos de tocarlas como los rojos ojea­
do res sus trompetas inverosímiles, y los ángeleslas larguísimas trompetas que han de anunciar el
Juicio Final.
El barquillero es un buen muchachote que no
tiene malos pensamientos, que es modesto y feliz,,
'al que no pesa su trabajo que es como el jugar
con un bonito juguete, y que además se debe atra­
car de barquillos... Sólo sufre cuando sale el “30’*'
en su ruleta, a pesar de todas las trampas y todos
los obstáculos que ha inventado para evitarlo....
Entonces se le ve demudarse, como arruinado.
Lloraría y se tiraría al suelo, pero nadie le com­
padece y le perdona los treinta...
Cuando se escucha el ruido de los cierres metá­
licos al cerrarse en la noche, parece que la nochese hace más oscura y más definitiva en los cielos
y en la tierra, como si se corriese sobre ella el te­
lón que la corresponde... Y también, cuando en.
la mañana escuchamos el metálico descorrerse dela primer cortina metálica, nos parece como si se
abriese la mañana de par en par, como si esa fue­
se la señal teatral de levantarse el telón otra vez:
Las estatuas en pie sobre sus pedestales sólo semueven con un gran disimulo—porque otra cosa,
sería más irresistible y más absurda que su movi­
lidad—para cambiar el pie que las aguanta... Fi­
jándose bien, se verá que unas veces se apoyare
'47
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
por entero sobre el pie izquierdo y otras sobre el
derecho.
Se teme que se la olviden y que por esa impruden­
cia esté mañana muerta o convaleciente.
A nuestra cabeza no la entra la luz sólo por los
ojos... Sentimos en ella luz cenital y algo como
-una luz de patio interior—interior a nosotros—,
además de luces en la nuca, a los lados, por los
oídos, por las ventanas de la nariz, por la boca, y
■en las sienes.
Para ser dulce, y como precisa señal de su dul­
zor, ha de tener la carne de mujer un gusano an­
tiguo metido dentro de ella antes de cogerla, y
que un día en un mordisco más hondo que los de­
más se tropieza y hace que la rechacemos de gol­
pe... Pero en seguida la volvemos a coger, y mor­
disqueamos alrededor del gusano con más lentitud,
con más gusto, con más finos mordiscos. ¡ Cuando
ese gusano la descubrió y la eligió cómo no sería
de excepcional!... ¿Será preciso que haya ese gu­
sano como señal de su excepción y de su dulce
madurez en la mujer adorable?
En las altas horas de la noche somos muy baji­
tos, un poco jorobados, un poco zambos, y subi­
mos las cuestas como los mozos cargados con un
pesado baúl-mundo... Nos pesa nuestro sombrero,
nuestro gabán, y si por casualidad llevamos bas­
tón, el peso y el embarazo son insoportables.
Nuestras sillas, las más duraderas, las de siem­
pre, son ya como de nuestra familia, son unas pri­
mas más, primas terceras o cuartas, pero primas...
Hay que hacerlas la justicia de esta declaración.
Consterna el ver romperse el hilo de perlas de
un collar... La inundación de aljófares que se ex­
tiende por la estancia es asombrosa; corren, se
pierden velozmente, parece que no se podrán en­
sartar de nuevo todas en un collar que dé la vuelta
al cuello... Y sin embargo, ella, la paciente y la
milagrosa, lo consigue.
¿ Por qué dudamos aún si nuestro piso es dere­
cha o izquierda?
Las veletas son el carrousel de los pájaros...
Ellos lo comprenden, y tienen especial predilec­
ción en montarse en ellas.
De pronto, al salir de su casa, en la noche, se
•piensa: “¿Se habrán quedado las flores dentro?”
La caída del caballo enganchado a un coche es
una cosa terrible y pasmosa... Parece que el ca­
ballo se ha matado, se ha muerto, herido por un
rayo... Cae con verdadera tragedia, como entre­
gándose a un absoluto descanso final, con una pe­
reza, una flojedad y una inercia infinitas, irremovibles e inmodificables... “¡Al fin'”, parece que
dice al caer tan rendido, tan desplegado y tan lar­
go. ¡Al fin!... Ante lo tremendamente caído que
MS
149
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
•está, se piensa que sólo una grúa podrá levantarle
ya... Pero mientras se piensa esto, cuando todos
le estamos viendo como a un desgraciado muerto
subitáneo, en el que el concepto de la muerte se
hace formidable y voluminoso, notamos que su
pecho monstruoso y su panza burguesa e informe
alienta vivamente, a satisfacción, descansando ple­
namente y resarciéndose así de todo lo andado.
¿Por qué ese absurdo complot contra la ñ? ¿Por
«qué ese afán de suprimirla su tilde?
“¿De quién es este recordatorio?—nos pregun­
tamos muchas veces—. ¿Quién es este señor que
nos envía el recordatorio y cuyo nombre y el de
sus parientes carnales y políticos nos son desco­
nocidos?” Repasamos más veces el texto del re­
cordatorio, buscamos el sobre para saber si venía
dirigido a nosotros... Nada... Nada... Y tenemos
que esperar a saberlo en el otro mundo, donde lo
preguntaremos nada más llegar.
La mañana provinciana tiene dos cosas apeti­
tosas : el tomar vermout y el hacer que saque bri­
llo a nuestro calzado el limpiabotas... El limpiar­
se las botas es una decisión trascendental, la ma­
yor decisión, -la mayor prueba de holgura que se
puede dar en la vida cotidiana de las provincias;
es la gran prueba de riqueza.
150
GREGUERIAS SELECTAS
Si la tierra pudiese ser cortada a bisel, se vería
que es un plum-cake de huesos.
La voz tiene cierta corporabilidad extraña, tie­
ne figura y estatura y posición... Así, muchas ve­
ces, lejos de las habitaciones en que se habla, sa­
bemos qué voz está acostada, es decir, qué voz
sale de la cama, qué voz se ha puesto de pie, qué
voz se ha sentado...
Sentarse en las escalerillas de los grandes edi­
ficios los días de sol es algo suntuoso... Tienen
algo de graderías de la gloria, de graderías de la
vida; recuerdan esas,estampas en que cada tramo
tiene una significación que representa una edad
de la vida, aunque en esas gradas de los edificios
públicos todos están mezclados, sentados sin or­
den, sobre todo los viejos... ¡Cómo se encaran
con la vida las gentes sentadas en las anchas es­
caleras de piedra de los edificios públicos 1 ¡ Qué
serio y qué fundamental es ese cuadro ciudadano!
Los rollos de estera en el principio de invierno,
asomados a la puerta de sus tiendas, tan fantás­
ticos y tan abundantes, hacen pensar que con ellos
se podría hacer un paso que diese la vuelta alre­
dedor del mundo como una faja.
San Antonio es un santo cariñoso, complaciente,
simpático, un poco afeminado. Es el tío de Jesús.
Di
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
Sabe jugar con él y hacerle gracia, y le gusta a
Jesús mucho estar en sus brazos.
El pez más difícil de pescar es el jabón dentrodel agua.
El ruido en los registros del agua es medroso,
abrumador, debelador... Esas puertas que en las
paredes de la ciudad los reveían, son puertas mis ■
teriosas, sórdidas, por las que no entraríamos ja­
más... Sospechamos todo detrás de ellas.
Hay horas en que se espera un extraordinario
periodístico... Extraordinario lanzado a propósi­
to... ¿de qué? No lo sabemos... De pronto ha te­
nido la impresión nuestra alma de que ha suce­
dido algo extraordinario que exige un extraor­
dinario de los periódicos... y esperamos el correr
cíe las voces como de ¡ fuego! con que los ven­
dedores pregonan los extraordinarios.
Hay unos perritos insignificantes, con la cara
blanquinegra, que son atrozmente ingeniosos y
expresivos... Son los verdaderos hijos, los hijos
típicos y graciosos del pueblo de Madrid... Hay
calles y esquinas y recovecos que sólo hemos
comprendido ese perrito y yo... Son madrileños
netos y sutiles.
Hay momentos en que el tranvía pasa por al­
gún cruce de vías y salta ruidosamente, parecien­
do un tren que entra en agujas... “Plan... plan...
rataplán-plan.” Ese momento en que el tranvía
tiene algo de tren recuerda que es hijo de los tre­
nes y recuerda los trenes lejanos.
El ruido que produce el aeroplano parece salir
de la tierra profunda, parece que sale del aparato
que lo mueve desde abajo, del gran motor que di­
rige su marcha desde la tierra, del gran carrete
mecánico que suelta guita de alambre.
152
De la distribución de tiempo que hacemos para
la mañana hay que descontar el tiempo invertido
en bañarse en el limbo matinal.
¿De qué viven los mozos de cuerda de las es­
quinas que, con un vano alarde de fuerza y de
cuerdas larguísimas, no son llamados nunca por
nadie? ¡Oh, qué gran inanidad y qué gran iner­
cia la de esos hombres de acción!
Da un optimismo sencillo y renacido el ver a.
las cocineras, a la hora, de la compra, con gran­
des cestas de una pesadez jovial, por las que aso­
ma un repollo, o las coletas de las cebollas, o
unas pequeñas pezuñas, o las patas de gallo de
gallos o de gallinas.
Las ventanas encendidas de las guardillas son
un misterio en las altas horas de la noche ciu­
dadana, con su luz cuadriculada y tuberculosa...
153
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
¿ Se conspira con esa luz de las guardillas ? Pa­
rece que un hombre patético, atrozmente desen­
gañado, con barba negra y camiseta a rayas ro­
jas, que no sale nunca por el día, prepara una
complicada bomba con precisiones de reloj... Es
donde parece que con una máquina “Minerva”,
pequeña y cuca, se tira la hoja clandestina y es­
pantosa... En esas guardillas encendidas, y en
vela, se falsifica la moneda, en medio del mena­
je consabido: una cama de hierro que chirría sola,
un gato que un día vino de no se sabe dónde y se
quedó, unos peroles “saltados”, un baúl astillado
y pellejoso y unas botas horribles... A veces pa­
rece, por su luz y su dramatismo, que se con­
sume en ellas un cirio junto a un cadáver, que
una mujer está de parto, que—si es invierno y
hace mucho frío y mucha hambre—una familia
entera prepara su suicidio por el carbón o por el
gas.
GREGUERIAS SELECTAS
nazas olientes a sebo, con su peso inaudito, con
sus golpes de herrería y sus carromateros atroces.
A veces se teme que la luna tropiece y se des­
nuque en las guardillas.
Me gustan las buenas piedras preciosas que
destellan en los jardines bajo el sol, los pedazos
de botella verde, los cristalitos blancos y los pe­
dazos de porcelana blanca con trazos azules.
En los jardines públicos de esta ciudad, tan
lejana al mar, se piensa mirando ese cielo tan
remansado y tan lúcido de pensamientos de las
mañanas tibias; se piensa que el' cielo ve las
aguas, ve extensos océanos, y que esa visión tan
noble y tan benigna mueve su misticismo y su
cordialidad, y le hace conceder su gracia ilimita­
da, más piadosa que nunca y más dulce, a las
tierras s'ecas.
Parece que los incendios comienzan por todo y
no por una cosa; porque si esto sucediese, resul­
taría que se les podría sofocar con un vaso de
agua. Por esto, porque no se comprende esa des­
proporción de los incendios, y sin embargo su­
ceden, se tiene la superstición y el sobresalto a
cualquier alarma de que ya está incendiada la
casa hasta el tejado, y que la escalera, que es el
punto preferido de las llamas, ha caído ya. ¡ Oh!
No hay nada que anonade tanto el pensamiento
como ese hombre que toca el acordeón, el bombo,
los platillos y el triángulo, y que suele pasear la
ciudad, con su aparato de tedio y una mujer chata
y anodina, los domingos, precisamente los domin­
gos, para hacerlos más tristes y más desespera­
dos...
Espantan los carros de la carne, atropellan al
alma con su espectáculo violento, llenos de car­
El jueves es un bonito día, quizás el más ecuá­
154
155
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
nime y el más vivaz de la semana. Está lejos del
aburrimiento del trabajo y del de la diversión.
El lunes es un día de ansiedad y abrumación,
en que de nuevo cada semana que pasa se ofrece
el mundo a su entera creación por uno mismo
abandonado solitariamente a sí mismo.
El cielo negro de las campanas de cocina es tan
misterioso, tan ancho, tan novelesco, tan dramá­
tico, que no se comprende el que se adelgace en
una tubería y termine en una chimenea.
Una corbata delgadita es un signo de delgadez
espiritual.
Los álamos bien alineados tienen siempre un
aire distinguido, de día gris perla, de paseo de
damas en coche y de amazonas.
GREGUERIAS SELECTAS
y con su bigote blanco, le he visto poner una cara
de llanto atroz... Al calavera del segundo dere­
cha le he visto volver con ese aspecto lamentable
que da la chistera tirada hacia detrás, lleno de de­
cepción, y al coronel del segundo izquierda le he
visto sin autoridad ni bizarría, lleno de humildad
y aquejado de' flaquezas. ¡ Qué criaturas y qué
apiadables todos los hombres vistos en esa sole­
dad inmensa y desgarradora de las escaleras obs­
curas en las altas horas de la noche! Sólo estarán
así cuando se queden solos, ya cerrada su caja
negra.
Todas las plumas escriben igual... Esta verdad,
tan sencilla y tan natural, es la que conmueve y
sorprende más... A veces, desconsolados v como
extraviados de la vida verdadera por un viaje,
hemos descubierto esto al coger la pluma en el
nuevo hotel, y hemos vuelto a nosotros mismos,
nos hemos hallado, y por esa intimidad que da la
pluma y su escritura idéntica, hemos tomado con­
fianza con las cosas y con nosotros ya como anti­
guos moradores en el nuevo lugar.
Cuando se siente que sube alguien la escalera
en las altas horas de la noche, se emociona el co­
razón... Es supremo ese momento... El vecino
que entra está a solas consigo mismo como nunca,
y si se le apaga la cerilla, se quedará abandonado
a su pecado, a su virtud, a su dolor más grande...
Es un momento duro de examen de conciencia...
Alguna noche me he asomado a la mirilla, y he
visto expresiones de una sinceridad y una com­
punción extraña, llenas de un desabrimiento in­
finito... AI viejo ese del tercero, con la boca caída
Esos pobres ancianos con sombrero de copa v
un chaquet raído fueron presidentes de república
156
157
Lo más penoso, lo más injusto, lo más traba­
joso de conllevar de la ciudad, es el duro espec­
táculo de los bueyes atados por la testuz a los ca­
rros pesados como casas, sobre todo cuando lle­
van las enormes primeras piedras.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
en repúblicas de un día, de cuyo advenimiento y
de cuya caída no habla la Historia.
¡ Qué armados de autoridad están los guardias en
la noche! Son los capitanes generales de la noche.
Siempre nos preocupará el problema de dónde
caen las estrellas que se desprenden de su clavo
en las lluvias de estrellas... Siempre sentiremos
.111 truculento aspaviento interior ante ese espec­
táculo, como si un enorme pedrusco encendido
nos fuese a alcanzar, nos fuese a caer encima,
o pasando sobre nuestra cabeza fuese a caer lejos,
matando quizás a alguna persona, incendiando
quizás un pueblo. Esas estrellas que caen son las
que incendian los grandes pinares, y caen como las
chispas que vuelan a los lados del tren disparadas
por su máquina ardiente.
El humo que brota de los bombos de tostar
café es espiritual, flúido y apetitoso como él solo.
Con él se desayunan los pobres.
Los vasos de agua que se caen parecen cañe­
rías rotas, son una verdadera inundación, derra­
man—aunque parezca todo lo absurdo que se quie­
ra—, desalojan sin duda mayor cantidad de agua
que la que contenían.
Las golondrinas juegan sobre la calle de cíela
158
GREGUERIAS SELECTAS
que corresponde a nuestra calle de tierra como
párvulos en vacaciones o al salir de las escuelas.
Una cerería es una tienda sórdida, ladina, hi­
pócrita, lívida, repulsiva, clerical.
Desde que supimos lo de los derrames serosos,
estamos esperando morir de un derrame de esos.
Por si no bastase el reloj, suena el contador
de la luz eléctrica en la casa obscura... ¡Qué
ajeno, qué ingrato, qué monstruoso, qué artificial,
qué frío latido de reptil es ese tic-tac del conta­
dor ! ¡ Qué mediocre! Es el latido importuno de un
enemigo, de un sicario que vigila nuestra casa...
Se le cortaría el resuello de buena gana a ese con­
sumero metido en nuestra casa.
Siempre que se entra en una casa se busca eti
el perchero un sombrero de otro: de la visita del
padre, si es en casa del padre; de la visita de un
amigo que nos espera, si es en casa de uno ; del
enemigo, si es en casa del amigo; y si es en casa
de ella, tan fiel y buena, nos empuja este instinto
de buscar un sombrero extraño en todo perchero,
nos incita a mirar si hay en su perchero un som­
brero de hombre, un sombrero del “otro”, de no
sabemos quién.
El sereno es implacable y atroz para llamar casi
en el alba a los pobres chicos de las tiendas, cuan­
do ellos soñaban, durmiendo sobre la dura trin’59
BAMOX GOMEZ DE LA SERNA
«chera del mostrador, que eran los dueños de la
tienda... ¡ Qué golpes mas feroces, que ducha d^
agua más helada! Les abollan la cabeza.
Se teme a las moscas como a los perros rabio­
sos... Se teme que toda mosca venga de un hos­
pital o de un cadáver.
El lacayo—bello dandy del Directorio, sobre
todo con librea color canela—y la fina doncella
que acompañan al niño rico en su paseo a pie por
las umbrías del jardín, debían amarse, debían ca­
sarse, y, sin embargo, apenas se hablan... Ella es
como la señorita que va dentro del coche y él es
el lacayo que va en el pescante... Además, la esta
prohibido el amor, como a la perrita que también
pasean y para la que rige la consigna de cuida­
do con los perros furtivos”.
En la mañana hay un momento asentadísimo
que nos satura y nos compensa y nos desayuna de
todo... ¡Oh! ¡El día en cuya mañana falte ese
momento, será señal de que habremos cogido la
enfermedad incurable, indescifrable, intratable,
la enfermedad de la muerte, de la idiotez o de la
insensatez!
Quisiéramos, al acostarnos muchas noches, ti­
rar los pies y las piernas fuera del lecho, lejos de
■él, como los zapatos, como los pantalones.
GREGUERIAS SELECTAS
-■■■■■-
■
gastan, que se han gastado, que se gastarán. Los
fuegos fatuos son como la vuelta a nosotros de
esas llamitas en cuya vida y muerte nos cabe toda
la responsabilidad.
Como en los cuadros románticos, en los que, a
través de un bosque oscuro y cerrado, se ven al­
gunos trechos de un cielo luminoso y profundo,
en aquellos ojos, a través del mismo bosque de
pinos negros, se veían esos mismos agujeros de
un cielo radiante y amplio... ¡Qué anhelo, ante
esos cuadros y esos ojos, de traspasar el bosque
umbroso y entrar en la explanada magna y clarí­
sima, en que se dominaría todo el cielo radiante
y entregado, todo el valle y el cielo espirituales...!
Sólo en la oscuridad de la muerte veremos lo ra­
diante que era el cielo natural. Entrarán por las
cuencas de nuestros ojos dos pedacitos de ese
cielo remoto que se ve al final de los bosques’
tupidos y que no es ya cuando salimos de ellos y
lo abocamos, el mismo que veíamos.
i Qué apiadables, qué inocentemente aterradasresultan esas viejecitas que van solas y despacio
por las calles, cuando se echan contra la pared
al paso de los grandes carromatos, llenas del te­
mor de ser atropelladas aún ahí!... ¡Niñas chicas
que necesitan una niñera o que las conduzca otra
vez su madre!
Arredra hacer el cálculo de las cerillas que se
La palabra misericordia es ya por sí sola de
una misantropía y de una caridad amanerada y
160
161
G, de la Serna: Greguerías.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
empalagosa. Así, el que llama con ese nombre su
caridad abusa de su posición y echa demasiado en
cara su virtud.
No se debe poner el reloj de bolsillo sobre la
mesa en que se trabaja... Eso achicará el pensa­
miento, eso lo picará, lo molerá, lo limará, lo di­
solverá y lo hará menudo.
Los porteros de Ministerio tratan a todos como
desvergonzados y cínicos excelentísimos señores
infatuados, porque a la hora de la limpieza se han
■sentado en el gran sillón dorado, con brazos re­
matados por cabezas de león, que preside el gran
despacho del ministro, como si fuesen ministros
sagaces, expertos y políticos; ministros duraderos
que pasan incólumes sobre todas las crisis totales.
Los porteros de los altos Tribunales son también
ya hombres con aire de magistrados.
Dan una gran trascendencia a los tejados los
soportes de los hilos de telégrafo... Por ellos
y por los pararrayos se enteran de todo los sobra­
dos... Por eso los tejados nos miran por encima
de su hombro y nos hacen sentir el peso de lo en­
terados que están de todo.
GREGUERIAS SELECTAS
hora ya no les devolverían el dinero; la gente de
los paseos se atemoriza, porque es su paseo de
toda la semana el que peligra; los novios trému­
los, trémulos, se ven lanzados demasiado fatal­
mente el uno al otro, y como la tarde ha de pa­
sarse bajo techado, eso quizás decida lo esperado
y lo decida fatalmente; los pájaros, “de domin­
go” también, la sienten llegar y callan, aunque
algunas golondrinas quedan aún revoloteando en
el cielo negro, valientes, refrescadas, gozando con
la tormenta; en los patios se recoge apresurada­
mente la ropa tendida; los abanicos se mueven
con premura; los coches comienzan a andar más
de prisa y arrancan a correr de todos lados; los
cristales se entristecen y se enturbian, dilatándose
su negra pupila; las pobres viejas se desgreñan
y agonizan de sofoco; un hondo anhelo, un pro­
fundizarse de todo en todo, se siente... Todo va a
naufragar, y se recuerda todo con una fraternidad
llena de conciencia... Un pueril y gracioso vilano
pasa, consolando en medio de todo el ambiente
grave y trascendental.
La cordillera de la tormenta ha aparecido so­
bre los tejados... La tormenta en domingo es trá­
gica y la blasfemia sube hacia ella... La gente que
ha de ir a los toros desea que si ha de descargar
descargue antes de las cuatro, pues pasada esa
La gitana, deshecha, con su traje de jarapa, pasa
entre los chiquillos, perseguida por ellos... El
mono va huido, receloso, con el traspontín lleno
de miedo, mirando a todos lados, esquinado, hu­
millado y lleno de canguelo... Enternece como un
pobre niño con el que la han tomado los otros ni­
ños peores que él, y que no sabe sino sortear con
listeza todos los golpes y los tirones... Sin em­
bargo, el pobre maltratado tiene en la mirada y
162
163
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
en los dientes la promesa de herir agudamente sr
pierde la paciencia... La gitana, a veces, le defien­
de como una buena madre; pero no puede con la
continua avalancha de los niños, que se renuevan
en cada esquina, además de que tiene que apare­
cer resignada para pedir pan para los. dos... Las
gentes se quitan de los balcones al ver pasar la gi­
tana, y cuando extiende su pandero, lo extiende
en vano, porque ya el asomado se ha metido den­
tro... Nadie sabe cómo es de verdad su miseria
y cómo no ha caído ni una moneda, resonando a
tambor en su pandero... Sin embargo, extiende
siempre su pandero hacia el cielo, como pidiendo
al cielo... Y sería bueno que Dios, que todo lo ve,
apiadado, dejase caer una moneda de oro en la
pobre bandeja sombría y humana del pandero..
¡ Qué fácil le sería!
Si el hombre se equivoca una vez al escribir un
sobre, reincidirá una o dos veces mas. Es fatal.
GREGUERIAS SELECTAS
gran dignidad y una gran solemnidad... Lenta­
mente, blandamente, humanamente, “zaconnirnente”.
El asta de las banderas sin bandera es algo de­
salmado, inútil, feo, triste, aburrido, que debían
quitar al quitar la bandera... Parece un palo que
han atado los chicos al balcón.
El ruido del reloj que nos acompaña en el des­
pacho silente suena en distinto lado siempre, como
la carcoma, que llega hasta parecer un ruido ideal:
un ruido nuestro en nosotros... ¡ Como que ese tic­
tac es nuestra carcoma, viva, penetrante, que
come de nosotros con menudas dentelladas! El re­
loj que vemos es sólo como un reloj en el espe­
jo; existiría en nosotros aunque no hubiese sido
inventado. El reloj ha venido a meter la cizaña
del tiempo entre nosotros.
Cuando nuestro gabán, mal colocado sobre la
silla, cae cuan largo es, lo hace como un gran trá­
gico en la escena del patatús definitivo, con una
Da origen a verdaderas disputas con uno mis­
mo la duda sobre la fecha del día.
—¿Qué día es hoy?...
—Hoy es siete.
—; No ! Ocho.
—¡[No!! Siete.
—¡¡No!! Ocho.
—¿ Ocho?...
Y se deshace el pensamiento en finos cálculos.
Es difícil encontrar el ancla firme. ¿Resultará que
no estamos anclados en el tiempo, sino flotantes y
perdidos?... No. El elemento cierto o más apro­
164
165
Cuando pisamos distraídamente una cerilla, nos
asustamos como si hubiese surgido de la tierra
una tufarada del fuego infernal, o como si una
bomba anarquista hubiese atentado contra nos­
otros.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ximado que luchaba contra la falsedad, es algo
profundo, firme, serio, sabio, hijo de un viejo
instinto, que nos deja asombrados cuando com­
probamos la fecha, que era la que defendimos con
más seguridad y entereza.
Esas dos nubecitas, blancas, solas, pequeñas
como niñas—como niñas de primera comunión—,
que a veces hay en el cielo sereno, dan una gran­
deza admirable al cielo... Se muestran llenas de
timidez y abrumadas en medio de la gran expla­
nada azul... Parecen como ovejas perdidas, ex­
traviadas de la manada, sin saber dónde ir, quie­
tas, mirando a todos lados irresolutas y atóni­
tas... Tan grande se vuelve el sentimiento de su
modestia ante la inmodesta extensión azul, que se
desvanecen mágicamente en el azul...
Tocólogo debía ser el músico y no el partero...
Pero nadie se atreve a cambiar los nombres que
falsamente llevan las cosas.
GREGUERIAS SELECTAS
más metálico (como que es el que puramente ha­
cen sus ruedas), el ruido de los cascos de los ca­
ballos se oye en toda su materialidad, más sono­
ro que durante el resto del día, como si los cascos
fuesen de bronce macizo... En esta hora sorpren­
dida infraganti, porque nos creía dormidos y por­
que no la esperábamos nosotros, probamos una
clase distinta de la presencia de todo.
5 Ese tic, ese suspiro con que inicia la campana
del reloj el toque de la hora, es algo grave, desga­
rrado; es el paso espiritual, el jadeo trágico,^la
fatiga del tiempo, lo más interior e ingenuo del
reloj, lo más voluntario... Es cuando hace su ma­
yor esfuerzo, un esfuerzo por el que parece que
se le va a rromper una aneurisma, sobre todo cuan­
do toma impulso para dar las doce... Esto se va
agravando en los relojes hasta que son asmáticos;
y un día el asma los mata.
Sobre los campos iluminados desigualmente por
la luna, parece que hay puesta a secar una gran
cantidad de ropa blanca, sábanas, camisas y cal­
zoncillos de luna.
i Oh, sorprender a las cosas como en cueros vi­
vos!... Nos habíamos dormido, y nos desperta­
mos y nos levantamos. Son las cuatro de la ma­
ñana, nos damos unos paseos por el despacho...
Todo está como dormido, como entregado a sí, y
se ve mejor que nunca el perfil y la plástica
escueta, sencilla e ingenua de las cosas... Todo se
revela en cantidad y masa, en cuadrado, en maza­
cote, en porción, como cosa de aristas... Hasta
los ruidos son más demostrativos. El del reloj es
¿Conmemoran los domingos los vencejos?...
Parece que sí. Sobre el cielo de la tarde de los do­
mingos-desanimado como si hubiese absorbido
toda la alta festividad lo bajo, la tierra rasera, la
tierra de los merenderos y todo lo que en el do­
mingo es achaparrado, los jardines, las plazas,
todo—, sobre el cielo de la tarde de los domingos
166
167
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
juegan muchísimos vencejos, más que los demás
días... ¿Es que salen ese día los vencejos que tra­
bajan toda la semana en oscuros rincones, los ven­
cejos tenderos, los vencejos horteras, los vencejos
criados y criadas?...
A veces la cama es un abismo... Otras veces es
una superficie blanda, pero superficial... La cama
hay noches que es como la cama de un coche-ca­
ma, otras veces la cama de un camarote, otras ve­
ces la cama de un presidiario1, alguna vez la cama
de un perro.
El cetro les sirve a los reyes, cuando son pe­
queños y van a la escuela, para pedir permiso al
maestro , para ir “a cierto sitio”, pues en vez de
levantar dos dedos de su mano, levantan el cetro
de oro rematado por una mano, que precisamente
hace un gesto como de pedir para “eso”... y les
sirve, cuando son mayores, para rascarse con él
la espalda—allí donde pica siempre—, como si
fuese una de esas largas manecillas de marfil que
usan algunas personas cochinas y sibaritas.
¿Hasta dónde y hasta cuándo sacará punta a
sus senos esa mujer? Con verdadera locura, con
una obsesionante constancia, los bruñe incesante­
mente, los saca punta, una punta sutil y puntiagu­
dísima, y llega a ser insostenible su lanzamiento...
Declinarán por eso, perecerán más pronto que nin­
GREGUERIAS SELECTAS
gunos, aunque por un momento hayan sido plus­
cuamperfectos, agudísimos y sobresalientes.
No hay nada tan superfluo, que represente tan­
to lo superfluo, como eso de “clases de adorno”.,..
¡Oh, cuando esa niña, llena de orgullo, dice que
ella da “clases de adorno”! ¡Cómo lo dice! ¡Qué
de menos hace a las pobres niñas que no van a
“clases de adorno”!... Nosotros sabemos qué es­
critores y qué artistas son sólo verdaderos profe­
sores de “clases de adorno”.
A las pelotas con sus franjas de color amarillo
y rojo y a veces azul se las podría llamar, en re­
cuerdo de la estrella de los vientos, las pelotas de
los vientos... Todas las pelotas de los niños están
siempre deseando escapar, brincar, irse muy lejos,
con un ligero rodar y saltar... Las pelotas peque­
ñas, sobre todo, logran su ideal cuando se suben
a los tejados y se quedan en ellos como en la glo­
ria... Las pelotas de colores, las de celuloide, es­
pirituales y raudas, las pelotas que son una na­
ranja de goma, todas las pelotas gráciles, son un
objeto de optimismo que conviene tener presente
muchas veces para curar el alma.
Hay niñas inefables que han crecido demasia­
do, y sin estar acostumbradas a su garbo dan un
aire de “¡ole con ole!” a su cuerpo reciente, de
nalgas y caderas recientes, de senos florecidos en
una sola noche.
r^g
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Es bastante extraño que se coma esa piel seca,
reseca, como insustancial, como vieja, pasada y
repudrida del bacalao... El bacalao lo debían ven'
der en el Rastro, en las prenderías, y el mejor, en
las casas de antigüedades.
Uno de los temores más súbitos que se repiten
en la vida es el que se siente al pasar en la plata­
forma del tranvía junto a esa valla que está a ras
del tranvía, o al pasar asomados a la ventanilla del
tren junto a ese poste que se acerca demasiado al
tren o a ese otro tren que cruza demasiado cerca
del otro. Tememos que nos lleven o nos cercenen
la cabeza.
Las uvas son los pezones de la tierra, pezones
virginales y menudos.
Las colillas caídas, las colillas muertas, tienen
una personalidad conmovedora, como los perce­
bes vacíos y tirados, como las cabezas de langos­
tino... Tan olvidadas y tan muertas, tan insigni­
ficantes y tan pisoteables han sido en la vida
humana un momento sugeridor y vivo. ¡ Oh in­
gratitud! Gracias que los colilleros, que son los
enterradores de las colillas, las buscan, las alcan­
zan, las recogen, dándolas toda la importancia que
merecen.
GREGUERIAS SELECTAS
neta consumido, de ciudad fallecida pobremente....
Es un gris que recuerda que la ciudad es un ce­
menterio de vivos, un cementerio de muertos re­
crudecidos, de muertos que aún no se han curado
muriendo. Todo está espolvoreado a esa hora con
el polvo de los muertos...
El canto del melonero evoca en uno, con exal­
tación y vehemencia, el melón amarillo, jugoso y
maduro, lleno de la reserva de los numerosos aba­
lorios superfluos de sus pepitas, el melón partido
en rajas como medias lunas o en forma de coro­
na convertido por un momento en el Rey de las
frutas... Evoca el melón calado, y se siente el
apetito del gajo desprendido, el gajo de la cala,
digno de un bocado apasionado...
i Qué bella es esa hora blanquecina que brota
en la ciudad después del ocaso, esa hora sin cielo
universal y agreste, en que todo se aprecia y todo
lo vemos, asomados al balcón ciudadano que da a
la calle cerrada !... Recordaré siempre aquellas jus­
tas y definitivas palabras que ella me dijo un día
asomada a aquel balcón en aquella casa y en aque­
lla calle en que no volveré a asomarme:
■—Esta es la hora en que me gusta viajar.
¡Oh, resumen sencillo, panorámico, que redujo
al. límite y a la posibilidad de una frase el senti­
miento ilimitado e imposible que suscita esa hora!
El gris que cubre las fachadas antes de encen­
der los faroles, en esa última postrimería del día,
es un gris desgarrador, de mundo muerto, de pla­
El día de la primera comunión de la niña de la
portera es un día sencillo, de emoción para el ve-
170
’71
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ciño observador... Es una primera comunión de
gasas blancas, de un lujo que exalta a la pobre
niña, asombrada de su lujo, de sus guantes blan­
cos y de sus zapatitos blancos... Ella no ve ese día
la tristeza de su casa y de su sino... Sólo el ve­
cino ve desde el balcón la identidad de su vida,, y
sonríe y sufre... Pero cuando sonríe con más ine­
fabilidad el vecino es cuando la ve, en días leja­
nos al día de la primera comunión, cómo se vuel­
ve a poner el traje blanco y los guantes y el velo,
y no sale de la portería, viviendo de nuevo otro
día de primera comunión y recibiendo de nuevo
las miradas excepcionales de las gentes.
Las agujas saltan como pulgas y desaparecen.
Da pena ya ver el alba tan a menudo al trasno­
char por los trabajos urgentes que no son urgen­
tes... Cerramos el balcón muchas veces en cuanto
la vemos aparecer, para ocultársela a ese niño,
al que nos parece que hacemos trabajar forzosa­
mente hasta esa hora y por el que nos da esa
pena... ¡Oh apiadable segunda criatura que lleva­
mos dentro, como más mortal y más delicada que
la que dirige y ambiciona! ¡ Pequeña criatura, que
nos enternece y hace que nos arrepintamos de las
cosas excesivas a que la sometemos! Muchas ve­
ces la prometemos: “Ya no volveremos a hacer
nada, procuraremos sortear el trabajo, la preocu­
pación y la pasión acerba, que es el trabajar; ya
no te haremos trasnochar más.”
1'2
GREGUERIAS SELECTAS
Pícara ilustración esa que siempre será evoca­
dora, suspicaz e inquietante: “Una mujer se cae
de un árbol, de un columpio, de una calesa, y le­
vanta las piernas por alto, enseñando hasta un
poco más allá de las ligas.” ¡Oh, caída efectista
y puntual! De ella no queda sino un relámpago de
carne entre la sutil cresta de ola espumosa y blan­
ca de las ropas blancas y las medias negras; pero
esa media luna de carne, ese medio anillo de car­
ne, es perturbador, y será inmejorable, sobre cual­
quier adquisición mayor o hasta la adquisición
entera de ella.
La cama que no ha sido deshecha de noche,
toda una noche, no ha descansado... Vestida y
ajustada, no ha podido expansionarse con toda su
displicencia; parece como si no se hubiese quitado
los zapatos y los calcetines... Así, cuando a la ma­
ñana, después de no haber dormido en casa, la
hemos mirado intacta y tiesa, hemos sentido que
nos recriminaba...
La ropa blanca, limpia y bien guardada, es como
una depuración del vicio sedentario y matrimo­
nial. La mujer se virginiza y se absuelve mante­
niendo limpia y planchada esa ropa con una cons­
tancia lo bastante renovada. Por eso la aldeana
mantiene una gran ternura en su esposo, más aten­
to que los otros hombres a todas las atenciones,
menos distraído con cosas extrañas... La ropa
blanca llega a excitar una pura y rara sensuali­
dad, que da amor, por la ropa blanca. La ropa
Vi
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
blanca da un intimo y saludable optimismo*, nos
renueva, nos transfigura, nos ayuda a desprender­
nos de lo que hay de agobiante en el pasado. Es
un concepto benéfico, tanto, que en la mujer des­
vestida de todo menos de su ropa blanca, la ropa
blanca apaga la cruda liviandad, es leal, inocente,
candorosa siempre: es como un baño dulce que
da una limpidez curativa al desnudo... La ropa
blanca es como la nieve perpetua y pura, con cier­
ta tibieza en su friolencia, la nieve que se exalta
sobre los lodos cotidianos... la ropa blanca limpia
es como el vendaje limpio que debe estar presto
para renovar el apósito en que muere la carne.
¡ Qué terrible tarea, qué contacto con lo grave
es poner en hora un reloj parado desde hace al­
gún tiempo, hacer que el minutero gire cinco o
diez horas, aguardando en el punto de cada hora
que dé completa y aguardando en el punto de cada
media a que dé también!... ¡Qué terrible y qué
disgustante labor! ¡ Pero cuánto más terrible cuan­
do tenemos que pasar por las doce y esperar a oir
sus doce inacabables campanadas! Pasamos así
como sobre cadáveres sobre las horas idas, las ho­
ras que hieden, y que es tan tedioso, tan estéril,
tan taciturno volver a oir más, resultando los so­
nes tan seguidos de la campana como una llamada
al orden demasiado abrumadora, como un campa­
neo espectral de una insuficiencia indecible... Son
demasiados golpes en nuestra cabeza, es demasia­
do tiempo junto... ¿Demasiado? Sí, demasiado,
aunque hayamos vivido innumerables horas más...
174
GREGUERIAS SELECTAS
Es un desfile de horas que parece ser la revista
inconcebible y pesante de un siglo... Por esto a
veces los relojes parados se dejan parados hasta
la eternidad.
Pensar al lado de alguien que duerme, es como
pasar en un vagón débilmente iluminado y con las
ventanillas cerradas por la noche oscura por este­
pas desconocidas, de confines invisibles, junto a
pueblos desconocidos en que pasan cosas desco­
nocidas en interiores novelescos... Quizás, a ve­
ces, tiene todavía un sentido más lejano el sueño
del que duerme, y resulta que estamos reunidos
al que duerme en las antipodas de nosotros, pues
en el sueño del que duerme todo sucede en el me­
diodía y hasta en otra estación, mientras es la no ­
che eléctrica del trabajo para nosotros... Ouizás
en sus sueños esa mujer tiene una cita con otro
y nosotros lo vemos y lo permitimos... Quizás,
fijándonos en ese sueño del otro, vemos una casa,
un bosque comarcano nuestro, gentes que andan,
coches, conversaciones, un crimen, un robo miste­
rioso... Todo sucede y se yergue como en esos
pueblos lejanos que ahora viven otra hora y otros
sucesos... Los sueños de los europeos sucedían en
América antes de que fuese descubierta. Todos
los sueños son como las antiguas y primeras pe­
lículas que vimos de niños en el primer cinema­
tógrafo de Madrid.
U11 palillo de los dientes se aferra a nosotros
de un modo insoportable... Es difícil tirarlo... Así
‘75
2?¿ltO2V GOMEZ DE LA SERNA
me he explicado esa afición de esos hombres que
se están de mediodía a mediodía con el palillo en
la boca... No se sabe uno desprender de él, se hace
eso dificilísimo, se clava en las bocas como una
larga espina; pero cuando al fin se tira, se respira
con despejo, salvados de una afición ruin y de un
obstáculo.
A la noche, las cortinas que encubren la alcoba
descansan recogidas dulcemente sobre su agarra­
dero... Coadyuvan reposadas y cómodas a la paz
de la habitación a -que da la alcoba, y a la paz de
la alcoba, que se distiende con desahogo, y entra
en nuestra negligencia el verlas recogidas cómo­
damente por el abrazadero.
¡ Que suelten a esas perdices que tan desazo­
nadamente quieren salir de la jaula y subiendo y
bajando la cabeza con una testarudez vertiginosa
se van a volver locas por esa desesperación que
nunca amaina en su jaula, demasiado angosta!
Hay sobre todo medias horas que nunca cree­
remos que pasaron, porque aunque nos lo testi­
monie el reloj, nunca asentiremos a eso... Medias
horas que nos escamoteó el reloj, con una ratería
insufrible, sisándonos indignamente.
Se teme que en el tabaco que encendemos en
la pipa haya algún ardite explosivo, un ardite de
esas sustancias terribles — como el radium — que
producen incalculables estragos... Nunca ha sur-
Greguerías selectas
gido de todo ese tabaco que llevamos incinerado
ninguna gran explosión; pero, sin embargo, siem­
pre se teme y se espera.
La manera de coger los lentes para quitarlos o
ponerlos es cuidadosa y discreta, muy parecida a
la sigilosa manera que se emplea para coger una
mariposa o una libélula... Parece así como si se
temiese que se escapasen, que echasen a volar con
sus alas de cristal.
El modo receloso que tienen ciertas gentes de
mirar un cuadro es el de quienes temen salir re­
tratados... ¡Oh paradojas salvajes!
; Con qué petulancia manda parar un tranvía la
mano ensortijada!
La hilaridad de los gallos se corresponde a tra­
vés del mundo, cruzándole en todas direcciones,
formando una eclíptica imaginaria, pero máxima"
Esa muchacha va andando como entre piropps,
temiendo pisarlos, con pasos menudos y cuidado­
sos para no aplastarlos.
Mirando en la noche sin luna el cielo con estre­
llas, se ve que el alumbrado por las estrellas ha
sido un „fracaso de alumbrado. Hay que poner
“camisa” a las estrellas como a las llamas del gas.
Se comprende que hasta se resista el no cenar
176
177
G. He la Serna: Greguerías.
12
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
o el no almorzar, pero el no desayunar, no. Será
desesperante e inaplazable siempre, si se despier­
ta temprano el hambriento, en la mañana toda
llena, toda incitante, del deseo mordaz de des­
ayunar.
Después de que el muerto se fué, ha quedado
ventilándose la habitación en que ha pasado toda
la noche entre luces amarillas, hecho un caballero
del Greco, alargado y cetrino, entre lenguas de­
fuego y cirios enjutos y místicos... En esa venti­
lación parece que se ha hecho que salga el espíritu
del muerto, ofreciéndole el cielo azul, el aire lím­
pido, la onda rauda, la escala del rayo de sol...
Los plumeros subsiguientes lo quitarán de encima
de los muebles y lo acabarán de echar.
¡ Qué imposible de sobrellevar es el día en que,
llenos de hastío, vemos el paisaje como una tablita cargante de las que se venden en los cafés, o
en la calle!... Igual sucede con el mar; hay dias
que es una de esas marinas.
GREGUERIAS SELECTAS
—¿Dónde ibas tú en un coche al anochecido?
El chauffeur, dormido en el pescante del regio
automóvil, apagado y parado las horas muertas
junto a la verja del palacio, muy remoto y muy
fantástico en el fondo del jardín, sueña que, ves­
tido de frac y lleno de seducción, baila en la fiesta
magnífica y deslumbradora, mientras a la puerta
le espera un automóvil dirigido por un chauffeur
hipócrita, inaguantable y ladrón, al que cuando
salga zarandeará sin consideración y con un seño­
río riguroso para que se despierte.
La golondrina parece una flecha que busca un
corazón... ¡Flecha mística!
La plaza Mayor todos los anochecidos está de
Navidad.
Las pruebas de imprenta recientes, en el papel
húmedo y oloroso a la levadura de la tinta, tienen
un sabor a pan tierno y reciente. “Las pruebas
nuestras de cada dia, dánoslas hoy”, rogaríamos
al Señor todos los días.
Dentro de los coches oscuros en los que hay una.
silueta imprecisa de mujer parece que va “ella”.
Casi nos parece seguro. La perseguiríamos para
comprobarlo, pero renunciamos porque el coche
ha desaparecido... Sin embargo, nos queda casi la.
evidencia, y hacemos propósito de decirla, al verla, para desconcertarla y sorprender cómo se de­
lata:
En las mecedoras se tiene un lánguido espíritu
de convaleciente... Nos llenamos de blandura y de
178
’79
. Cuando los cristales se empañan con ese esme­
rilado precioso, que es el dulce efugio de los in­
teriores los días helados, el alma se llena de frui­
ción y es más íntima para nosotros que nunca.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
conformidad... Se mira al cielo y al horizonte des­
de ellas, están llenas de ternura y sopor... Com­
pensan de la ausencia de la mujer; son como una
mujer maternal y consoladora.
Si no descarrilan constantemente los tranvías
y los trenes, es porque hay una extraña obedien­
cia voluntaria de las cosas al hombre y al camino
que el hombre las traza.
Las pobres mujeres que pasan con un niño en
brazos, al descubierto su cabeza dormida sobre el
pecho o dulcemente sobre el hombro, parece que
llevan un niño muerto, un niño a enterrar.
Después de todo, unía más a los hombres la idea
de que la tierra está toda vertida sobre una llanu­
ra inmensa... Estaban todos al mismo nivel, y
siempre desde una torre que todos proyectaban en
su interior esperaban verlo todo... Muchas veces
pensamos frente al horizonte en esto, en la emo­
ción que daría pensar que se estaba frente, al lado
y ante la dirección toda del mundo, oculto apenas
el último rincón por algún monte subsanable, en
vez de pensar en ese abismarse del horizonte en
una redondez inmensa y resbaladiza y en esa co­
locación de los antípodas debajo ele nosotros...
¡ Este no poderlo abarcar todo desde ningún pun­
to, esta absoluta imposibilidad de ver el conjunto
del planisferio, es una gran pobreza que nos ha
180
GREGUERIAS SELECTAS
limitado a los que sabemos que la tierra es redon­
da y sus puntos son opuestos unos a otros!
¿Qué hace el cartero? ¿Ha pasado de largo por
nuestra puerta? Parece que se ha olvidado de dar­
nos la carta que siempre “debemos” tener.
¿Por quién tememos haber firmado cuando de
pronto surge en nosotros esa fugaz duda de ha­
ber puesto—un poco sonámbulamente —otra firma
en lugar de la nuestra, no sabemos qué firma?....
Cuanto más trascendental es la firma más nos pa­
rece que nos hemos suplantado.
. Hay que pensar de acuerdo, en último extremo
siempre, con el sobrado de la casa, con ese hueco
oscuro que queda entre el trecho del último piso
y las tejas, con esa frente triangular. Porque sos­
pechaba eso, ya quería yo vivir de pequeño en una
guardilla. En las guardillas, en los sobrados inha­
bitables, mejor dicho, es donde se fragua el pen­
samiento perspicaz y largo; son el lugar secreto,
ibre y escéptico en el que está el pensamiento
libre, descreído y trascendental de la casa.
Nos duele que ese gabán y ese traje estén col­
gados en la percha hace ya demasiado tiempo; pa­
recen ahorcados; les miramos con pesadumbre,
como si hubiesen fallecido o como si fuesen a
perecer.
Siempre hemos pensado en el pregón que ha181
RAUOy GOMEZ DE LA SERNA
riamos con nuestra ceguera, si fuésemos ciegos y
tuviésemos que salir a pedir limosna por las calies... ¿Cómo quejarnos y conmover a las gentes'
Hemos oído muchos plañidos de ciego; recorda­
mos alguno, como el de aquel ciego que decía .
'■'Todo el mundo pasa y nadie deja nada para e.
pobrecito ciego... Parece mentira; tanta gente
como pasa y nadie se acuerda de mí.” Estaban
bien aquellas palabras con que el ciego acusaba a
todos de huir, de pasar, en que el ciego les veía
en su ingratitud, en su numerosa retirada. Peí o
yo compondría algo más desgarrador, algo elo­
cuente, que les anunciase pintorescamente la ne­
grura de la pobreza oscura del ciego... Vemos la
fórmula conmovedora, la podríamos pulir y re­
pulir, saldría, al fin, pero sólo estando ciegos acer­
taríamos con la perturbadora lamentación, que
dejaría sin luz las calles por que pasáramos y que
haría que todos se dispusiesen a arreglar nuestro
porvenir de ciegos irreparables. También en la
redacción del cartelito que colgase de nuestro pe­
cho procuraríamos poner algo estrafalario y con­
minante.
Un piano en la tarde de domingo es algo que
nos hace huir a campo traviesa, a campo traviesa,
lejos, lejos... ¡Es ya más que demasiado un pia­
no en el domingo!... Glosa con espantosa y des­
graciada certidumbre lo que tiene de día de ánimas
el domingo, su notas de piano seco.
Siempre parece que nos va a pisar un pie el
182
GREGUERIAS SELECTAS
coche que un momento ha pasado casi sobre la
acera... Muchas veces hemos pensado en el terri­
ble dolor que ese pisotón nos habría causado, y
en cómo después de él nos quedaría para siempre
un pie de palmípedo, un pie grotesco y falso, un
pie impresentable, un pie liso de rana.
Se apagan las sonrisas como las luces.
Al ser desesterada la casa, se torna más cam­
pesina, más terrenal, más provinciana, más cuo­
tidiana, menos engañosa.
Hay soledades — viajes de otros, ausencias de
ellas—, días que suspenden su función, que hacen
sentir en la cabeza la bala del suicidio... No nos
hemos dado cuenta de cuándo hemos disparado,
somos incapaces de haber hecho una cosa tan es­
túpida y tan decisiva, pero en la cabeza pesa el
plomo, incrustado, clavado, sin orificio de entrada
ni de salida, pero tan dentro, de tal modo dentro,
tan ciertamente, que si se nos viese la cabeza con
los rayos X, se vería un punto negro, opaco y
mate en el claror del cráneo, el punto del cuerpo
extraño y metálico.
Paree mentira que alguien se pueda comer los
caracoles, esos mocos vivos, esos mocosos.
El sombrero de copa se justifica en su sombra,
donde todo lo que tiene de mamotreto desaparece,
para proyectar sólo su alta y ligera altivez. Tanto’
RAMON GOMEZ DE DA SERNA
que he pensado que sólo es un sombrero para las
sombras, para la gallardía de las sombras.
La luna de los barrios nuevos de la ciudad es
una linterna sorda, la linterna sorda y anhelosa
del ladrón, la que hace limpio y fácil su trabajo,
la que le incita.
El día de fiesta se nota al despertar de un modo
indudable... La levadura del ambiente es espe­
cial, es distinta, como la del pan de Viena lo es
de la del pan común... Algo como humo de in­
cienso. como un aire de misa mayor se mezcla a
él... Se aprecia una dulzura, una veleidad, algo
atmosférico, diáfano y proverbial de todos los
días de fiesta antiguos, algo lleno de piedad y
como de felicitaciones, de esas felicitaciones de
niños pequeños y de padres que llegan tempranas
a la cama el día de santo... En el despertar del
día de fiesta se siente uno embriagado, no como
un borracho, sino como un bizcocho borracho.
Esas cocineras que se ven por las ventanas de
las casas cuyas cocinas dan a los solares, tienen
la alegría de tener balcones a la calle, y dan a la
calle su frescura de mujeres solas y en la intimi­
dad, cuya vida se fisga.
La galga rusa es como una señorita vestida de
blanco, erguida, distinguida, escrupulosa, de finas
maneras, dueña de un blanco tocador y de un
blanco lecho con pavés... Por lo confidente que
184
GREGUERIAS SELECTAS
parece de la vida de su señora, rica y bella, se la
mira como si “ella”, la casquivana, la estéril, la
hubiese infundido un alma parecida, tan difícil,
tan incierta, tan correcta, tan muda, tan vestida
de pieles herméticas e indesvestibles.
Se desea una mujer del pasado más remoto y
otra del porvenir más remoto, no por avaricia des­
ordenada, sino para comprobar si tuvieron o si
tendrán el mismo sabor que la mujer presente...
Se sospecha que el sabor de la mujer del princi­
pio de la creación debió ser mucho más agraz y
mucho más fuerte yi más condensado y más terso
que el de la de ahora; la mujer del principio sa­
bía a ella misma, así como el sabor de la mujer
del porvenir será mucho más maduro, más “membrilloso”, más blando, más penetrante y sabrá a
todo.
La corneta del pobre cojo—cojo de las.dos pier­
nas—parece que anuncia todo un regimiento... Es
marcial, guerrera, arrebatadora, imperiosa... Des­
emboca en la calle como precedido su son por los
altos cabos de gastadores, de simétrico paso de
tijera..., tiene un primer momento así; pero cuan­
do se nota que no anda con el suficiente paso li­
gero el trompeteo, que tarda en pasar, se “ve” al'
pobre cojo tan estrepitoso, tan pequeño, tan ano­
dino, tan chato, con sus dos piernas cortadas a
cercén y como enterradas hasta la mitad en la
tierra...
185
7?.l .1/0 V GOMEZ DE LA SEIiNA
El sabor del agua revela, según su variable ma­
tiz, un estado de ánimo y de ambiente... ¿Beberé
de nuevo un agua como aquélla, en aquella ma­
ñana exquisita y clara, de tan dulce destilación y
tan puro gusto? ¿Beberé de nuevo aquella agua
sequeriza, aquella agua áspera y fugaz, que daba
más sed?
En el poblado y hormigueante paseo del do­
mingo se presiente que encontraríamos a aquella
muchacha que nos sonrió aquel otro domingo, y
por cuya desaparición hemos tenido una fina pena
tantos otios... En los domingos se suceden las
mismas generaciones, los mismos gestos, las mis­
mas juventudes... Quizás las muertas, atraídas
por una fuerza superior a la de su muerte, se
adornan con sus trajes del domingo el domingo,
volviendo a desaparecer al anochecer del domin­
go... ese anochecer en que el gesto de mucha gen­
te es chafado y lívido, un gesto en muchos como
de volverse al patio callado de su cementerio.
Da pena encender la lámpara, porque con ese
acto se mata el día certificándolo indudablemen­
te... Por eso aprovechamos, como cortos de vis­
ta, como agonizantes, pegados al libro o a la cuar­
tilla, hasta lo más tenue de su luz, hasta su os­
curidad, resultando así que a veces hemos estado
escribiendo ciegos, extrañamente lúcidos, mila­
grosamente rectilíneos, en la más completa oscu­
ridad.
186
GREGUERIAS SELECTAS
El ruido del mortero es el ruido más fulminan­
te de la casa... Atruena, pero se le perdona, por­
que machaca las especias: el ajo, la pimienta, el
ajonjolí, el clavo, el anís y todas las otras cosas
que espiritan la comida... Ensordece, sube al cie­
lo, baja, es alegre como el tamboril, recuerda esas
cuatro grandes comilonas que son cuatro efemé­
rides de nuestra vida, y recuerda el mediodía ape­
titoso de aquel día soleado y optimista... ¡Agra­
dable son de vísperas de Pascua o de mañana de
Pascua!...
Después de haber visto la luna cogiéndola de
frente en una calle ancha, con su rostro de bella
desconocida de suaves mejillas, de nariz resbala­
da y japonesa, de ojos entornados, de cabellos en­
vueltos por una redecilla de plata, con su corpino
de muaré azul, se desea una terraza en que sen­
tarse a trabajar con su luz, sin ver la cuartilla, ni
la lámpara, ni las manos, sin verse uno a sí mis­
mo, perfectamente fuera de sí, embriagado de
luna, escribiendo sobre la cuartilla de luna...
Ese dolor en el costado, que primero parece
algo inconfesable y trágico, pero que después no
es nada, es un telegrama de muerte que se ha cru­
zado con uno, que ha podido sernos fatal; pero
que, por fortuna, ha seguido su camino...
¡Oh, esa mosca del invierno, solitaria, obsesio­
nante, calenturienta, incomprensible, espectral!
187
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
JLa madrigada huele al campo en los ojeos...
Tiene ese olor silvestre que es la levadura con que
se amasa y se hace eficaz el aire de todo el día...
A lo que sabe esa levadura sutil que contiene la
madrugada, debió saber el maná inimaginable de
las lluvias bíblicas.
. i De qué se sostienen los cafés antiguos, presti­
giosos de años, a los que no asiste nadie, y que,
sin embargo, no disminuyen su luz excesiva, ni
reducen su servidumbre, ni dejan de hacer su ti­
najón inmenso de café? Es secreto su misterio.
Cuando se cierran a las dos menos cuarto, los an­
tiguos y asiduos parroquianos que murieron en­
tran con sus sombreros color café, y algunos con
sus copas cogotudos, a lo Coya, y piden café. La
costumbre de ir a su café ha sido más fuerte que
la muerte, lo único más fuerte que ella, y por lo
que han conseguido una hora de recreo en el ri­
gor de su muerte perpetua.
La timidez de que llenan los tranvías al peatón
es pusilánime, es estúpida; pero es terrible. No se
puede uno defender de toda la mirada con que es
fisgoneado por ellos, aunque, como sucede con la
mirada de un bizco, parezca cuando la sostenemos
desafiándola que miran a otro lado.
Un hombre que al ir por la ciudad no ama tanto
como el objeto de su viaje su trayecto, es un pc188
GREGUERIAS SELECTAS
bre de „espíritu/ que será fanático, cruel y colé­
rico. ..
Una browning parece que ha de servir para
algo matemático y definidor. Se tiene sobre la
mesa para recurrir a ella en un momento de di­
ficultad y emplear su poder y su resolución mi­
rándola sólo. Es una rara confianza, extraña a su
objeto, la que hace sentir esa arma tan definitiva
y tan inteligente, como si tuviera un resorte efi­
caz para otra cosa que la muerte, un resorte como
para tirar líneas definitivas.
Para no torcer los tacones!”. es el pregón más
pobre y más vergonzante, más que el del trapero,
que es un hombre importante que tiene un som­
brero de copa, una levita, la gran cruz del ma­
gistrado y un uniforme de jefe de Administración
civil.
Se siente una angustia secreta pensando en las
fuentes públicas, cuyo chorro corre y corre sin
cesar... Se desearía taponar esas fuentes, para
evitar que un día irreparablemente nos quedemos
sin agua... Los hombres son de una imprevisión
y de una insensatez atroces, y no piensan en el
día en que se sequen todas las fuentes, desangra­
das por esa eternidad irresistible de su chorro. Es
una obsesión fantástica la de la sed universal, que
hace preferible el diluvio universal...
“¿Volveremos a ver el mar”?, se nos ocurre
189
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
pensar con desolación siempre que nos despedi­
mos de él. Y es que tiene tal sobreposición, tal
presencia de ánimo, tal impasibilidad, que sobre­
coge, no sólo al despedirse, sino siempre que un
tránsito dudoso o un acontecimiento indeciso se
realiza en nuestra vida. El, sobre todo y después
de todo, permanecerá; en él están todas las vidas
que han ido a dar en él. El nos alentaba al mis­
mo tiempo que nos desalentaba. Gozamos de que
nos pulse bañándonos en él, como goza ese ser en­
fermo de muerte, que secretamente se consuela y
se siente sobrepujado cuando le tocan en la fren­
te, le pulsan o le preguntan cómo está los mayores
que sabe secretamente que vivirán mucho más
que él aun cuando ya llevan vivido bastante más.
“¿Volveremos a ver el mar?” Esa pregunta so­
livianta nuestras posibilidades con una fuerza co­
losal, y el último momento de ver el mar es una
despedida mayor que-todas, más enconada, más
inenarrable, más desbordante. Achicamos al mar
en nuestro pecho y lo abarcamos con una mirada
de náufragos que temen naufragar en la tierra sin
volver a ver el mar.
Los campanarios van subiendo, subiendo, alar­
gando sus torres según avanza el día, según os­
curece.
GREGUERIAS SELECTAS
cias de teja a teja son una lectura minuciosa que
ameniza el ver el panorama de los pueblos... Los
tejados son pintorescos libros abiertos, libros en­
tretenidos, de larga contemplación. El tiempo y
los días les han impresionado dejando impresa su
letra.
¿ Hasta dónde han desordenado el cielo los aero­
planos? No lo sabremos. Pero se presiente que
todo un orden celestial ha sido trabucado, con­
fundido, desaparecido... No sólo la tierra, sino el
cielo ha pasado de una época a otra.
¿Olvidaremos los: “¡No me claves las sortijas!
¡Que se me clavan las sortijas!”?... No. Toda la
realidad de aquella mujercita surge evocada como
nada, recordando aquella queja mimosa, baja, en
el violento apretón de manos que nos dábamos.
Eran como clavos de la pasión sus sortijas, cla­
vos agudos y fieros.
Toda esa loza perdida en los museos, esas va­
jillas con cifras y guirnaldas, apenan por su in­
utilidad... Nadie come en ellas, que añoran las
salsas y los banquetes. Su destino está estúpida­
mente malogrado. Su final debió ser la muerte, la
rotura, el hacerse añicos... También sugieren una
pregunta más perturbadora... ¿Comió alguien en
ellas? ¿o son estúpidas vajillas nuevas?
Con los tejados no se ha sido justo y estricto·
todavía... Tienen matices multicolores que salvan
la monotonía del caserío... Esas nimias diferen­
Va faltando deplorablemente en el pan algo que
es quizás más importante que el peso: el adorne,
190
191
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
sus relieves de formas primarias, los calados, las
'letras elzevirianas... Sólo queda el nombre del de­
fraudador, y os lo tenéis que comer encima.
aunque haya que ir a buscarlas torciendo mucho
nuestro camino... Hay en ellas una exaltación de
cuadro, una exaltación de arte.
Los objetos de museo que cuelgan o que tienen
poca estabilidad se mueven en las vitrinas... Un
carro lejano que hace trepidar toda la manzana
de casas, algo que siempre está pasando en el cie­
lo, en la tierra o bajo la tierra, les da esa movili­
dad... Comprobar esa vida asombra un poco, por­
que es como observar un hálito extraño que hay
en ellos, que les es propio y les hace vivir, pesta­
ñear, recordar.
Las cariátides de senos bovinos, de senos enér­
gicos y anchos que sostienen los grandes mirado­
res de las casas, hacen bajar los ojos a las señori­
tas y a los tímidos, siendo queridas callejeras,
desnudeces atractivas para los carreteros.
Los aeroplanos han sido inventados para cazar
los globos que se les escapan a los niños en los
jardines... Se han desviado de ese objeto con que
les creó Dios, pero originariamente para eso fue­
ron creados.
Los vencejos tienen más de patinadores que de
voladores... Patinan en el aire, se dejan ir, se la­
dean, se envuelven unos a otros, van juntos en
las curvas, igual que patinadores, con sus mismos
dengues y sus mismas coqueterías, con su misma
caballerosidad y su misma puerilidad.
Los cocheros de librea vistosa, blanca y negra,
tienen algo de ranas: como las ranas un poco en
cuclillas y con las nalgas blancas, por su pantalón
blanco; como las ranas croan, cuando arrean sus
caballos... Son unas ranas de fábula, pero son
unas ranas.
Esas grandes vidrieras de una pieza de los gran­
des, de los inmensos balcones de los grandes edi­
ficios, recogen tan admirablemente el azul, hacen
visajes tan maravillosos al Poniente, que merecen
ser visitadas, ser vistas, haberse acercado a ellas
En la luz de las altas linternas de las capillas
y de las catedrales está el Espíritu Santo, o séase
la luz enaltecida y concentrada.
Esas niñas que parece que se escapan a su mamá,
que van muy delante de ella, tienen ya anhelos
violentos, no se resignan al hilo corto y tirante
que las une a la madre... Hace gracia verlas muy
lejanas, más lejos que ellas se suponen, como yen­
do a perderse de la mamá. ¿Se escaparán a ella?
¿ Qué miedo no las asaltará entonces ? Ellas ya
sienten cierta pecaminosa libertad con ir tan le­
jos...
¿Qué cosquillas tenues y finas, insufribles de
192
193
G. de la Serna: Greguerías.
13
RAMON GOMEZ- DE LA SERNA
puro agudas, siente la flor bajo la mariposa? Ese
problema de la sensibilidad de las flores se nos
plantea siempre que vemos en su cáliz una mari­
posa, asociando a esa observación el recuerdo de
las veces en que nos han cosquilleado con una plumita en el interior de un oído.
Ninguna emoción tan espiritual del amor como
aquella que me dieron aquellas dos mariposas cru­
zándose y entrecruzándose, persiguiéndose y be­
sándose en la escala de sol lejana, interpuesta en­
tre el balcón de ella y el mío... Tan real fue la
imagen, tan sincera, que dejó aclarado el sentido
del amor.
GREGUERIAS SELECTAS
punto solitario y atrapador, coleccionista y capturador de quién sabe qué hallazgos.
Hay días en que el cielo está de mal humor...
El rictus del cielo es otro que el de los días de
lluvia sencilla, natural o tempestuosa... Se ve cla­
ramente que es mal humor, misogenismo, envi­
dia, soliéronla, saña de aguafiestas declarado...
Y se ve más que nada esto, se coge infraganti
esto, viendo al día reflejado en los cristales de los
escaparates y en el fondo de las casas, en el fon­
do delator de los espejos caseros.
¿Por qué no se aprovechan las telas de araña
para hacer algún tejido, como se aprovecha la tela
del gusano de seda? Bajo un traje cuya primera
materia fuese la tela de araña, el hombre se sen­
tiría intrépido, dominante, y quién sabe hasta qué
Un niño, al cortarse el pelo en la peluquería,
compone un cuadro gracioso y lleno de inten­
ción... Al entrar el niño en la peluquería para los
hombres toma una representación solemne... Los
peluqueros, que tienen la consigna de saludar so­
lemnemente a todo el que entra, sea miserable o
rico, jorobado o tuerto, le saludan como a un ma­
yor... El niño ha entrado y se produce con idea
de la categoría de hombre independiente a que le
da derecho el estar allí... Le sacan la silla gran­
de, la silla que le aniña más, la silla alta en que
se sientan a la mesa los niños, uno de los que pa­
rece, sobre todo cuando el paño contra los pelos
rodea su cuello como una servilleta. Esto es un
abuso. Se rebaja así al cliente. El niño, sin em­
bargo, porque no tiene más remedio, se sienta..
¿Le preguntarán “si la barba también”? No; es
el único que está libre de esa pregunta... Resul­
tan excesivos para él los espejos anchurosos, y
194
*95
Esa peseta que se encuentra de lustro en lustro
en el fondo de los cajones, disimulada entre los
papeles, de los que se desprende en una argentina
pirueta, es una peseta como acuñada por la Pro­
videncia y que la Providencia deposita especial­
mente en nuestra mano... La debemos besar le­
vantando los ojos al cielo, como esos pobres que
en la calle dan las gracias por la moneda que les
han tirado desde el alto balcón.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ios ■ bártulos de cortar, de peinar, de rapar, re­
sultan excesivos también y quirúrgicos a su lado...
¡ El niño no es bien tratado por los peluqueros!
Un poco irrespetuosamente, un poco como a una
patata tratan a su cabeza, se distraen de ella, la
tiran de los pelos, le pellizcan con la tijera el cue­
ro cabelludo, y todo esto porque el barbero sabe
que el niño no podrá dar más propina que la que
trae ya justa y consignada.
El vaho que echan los caballos por sus narices
de hipogrifos en las mañanas crueles del invierno,
nos ha sorprendido de pequeños como una mues­
tra conmovedora de la vida, en lo que cabe tam­
bién humana, del animal cuadrúpedo... Nosotros,
cuando íbamos al colegio, nos sorprendíamos de
nuestro vaho por el que parecíamos fumar, y de
ese vaho más caudaloso de los caballos... Ese vaho
nos dió cierta idea fraternal de ellos.
¿ Qué premio daríamos a esa cosa que se porta
tan bien? ¿Y a esa que tan constante va siendo?
¿Y a esa que es tan firme?... Yo crearía unas cru­
ces del Mérito, y se las colgaría con solemnidad a
las cosas condecorándolas.
Aunque nos moleste el “¿te acuerdas?”, con las
mujeres no hay más remedio que emplearlo cons­
tantemente... No conocen otra cosa que sus re
cuerdos, no llegan a una unidad superior... Re­
cuerdos sueltos, recuerdos de los que no sale casi
ig6
GREGUERIAS SELECTAS
nada en limpio... Faltamos al presente con el “¿te
acuerdas ?”, pero hay que prodigarlo.
La tabla de partir la carne tiene un truculento
parecido con el tajo de las ejecuciones.
Ya avanzada la noche, la cabeza agobiada por
el trabajo, sentimos en ella un ruido como si pa­
sase un gran ómnibus cargado de baúles, un óm­
nibus de esos que trepidan sobre las piedras des­
iguales, un ómnibus que no pasa.
Esas cenizas de los cigarros de los otros, de no
sabemos quién, que quedan entre las páginas de
los libros y que soplamos, son la mejor imagen de
lo que queda en ellos, entre sus páginas, de la vida
que se pasa leyéndolos...
Molestan las puertas con montante... Los mon­
tantes son dos ojos con lentes que lo fisgan todo,
que nos distraen, que nos espían.
El paraguas del hombre distraído es una cala­
midad... De todos lados se lo ofrecen, diciéndole
con un tono de reconvención que le abruma: “¡ Que
se le olvida el paraguas!” “¿Es de usted este pa­
raguas?” “¡Eh! ¡Caballero!...” El hombre dis­
traído que sufre todo eso, después se olvida de
abrir el paraguas cuando llueve, o cuando lo abre
sale el arco iris sobre su paraguas, se aclara, se
despeja todo el cielo, y el hombre distraído lleva
su paraguas abierto sin fijarse, como si llevase un
’97
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
quitasol. Algunas otras veces se lo olvida defini­
tivamente en los percheros, y entonces deja llenos
de confusiones a los dueños de la casa, que no sa­
ben a quién devolvérselo, que quizás no encuen­
tran nunca a quién devolvérselo, y tienen que usar­
lo, sufriendo todas las distracciones del hombre
distraído que se lo olvidó, porque ya está conta­
giado el paraguas de distracción, y se queda de­
trás de ellos como un perrito rezagado.
Hay unas bocinas de automóvil que atacan al
estómago, que lo abollan con su estampido, con su
¡¡bu!!, ¡¡bu!!... Las tememos, y cuando suenan,
nos echamos mano a la barriga, aporreada por
ellas, dolida de ellas.
¡ Qué encanto ver el despacho iluminado, verle
desde la cama, acostarse para verle tan dispuesto,
tan activo, tan lleno de pensamientos suyos—¡ya
quisiéramos que fuesen nuestros!—, y dormirse
GREGUERIAS SELECTAS
Parece que está amarrado el mundo a esas gran­
des setas de hierro que hay en los puertos y a las
que se amarra la inverosímil maroma de los bar­
cos... Son las agarraderas más fuertes y más hon­
damente engarfiadas que tiene la tierra.
Las fábricas en la noche silenciosa suenan como
el mar, sobre todo en el estío, en que un recuerdo
insistente del mar figura y se pega junto a todas
las cosas... El mar cercano a los hoteles de los
puertos o de las playas, suena así, incesante, más
unido en la distancia el rumor de una ola al ru­
mor de las siguientes... Es quizás este murmullo,
este teje maneje, esta intermitencia continua,
este runrún largo y tendido, más atropellado, más
rizado, más repetidamente roto que el del mar.
pero lo recuerda con viveza, indiscutiblemente,
largamente.
Un obrero, con gafas es lamentable. Por sus ga­
fas descubre más la injusticia de su suerte, la ve
mejor, la ve como un caballero, como un hombre
de ciencia, como un intelectual. Esos obreros de
blusa azul que gastan gafas entristecen más la es­
clavitud de sus compañeros, y parece que mere­
cen otro trato, que entienden de otra cosa y se
han tenido que dedicar al duro trabajo por fata­
lidad. Apiadan sus gafas, nos les hacen compañe­
ros y se teme su mirada.
Es notable qué se les ocurra a los jardineros
regar las estatuas desnudas, la piedra en cueros
de las cariátides que sostienen las fuentes, de las
ninfas que se ocultan entre los macizos... Hay
una fresca y clara sensualidad en esa manga de
riego que enfoca todo el fuerte chorro de agua
brillante sobre los senos duros, los cuellos fuer­
tes y las nalgas redondas... Parece que esta du­
cha fría, violenta y larga da robustez a las esta­
tuas... Es una felicidad en la mañana presenciar
este espectáculo, como el de un baño auténtico de
la Diana que corre por los jardines matutinos.
198
199
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Los confites ya casi han desaparecido... Eran
como un dulce para el espíritu, un dulce sutil, el
ardite casi invisible e inmaterial que el espíritu
podía disfrutar... Confites rosas, azules, blancos,
menudos, los confites eran para el alma.
i Qué pena da ver las venas de la mano, las ve­
nas azulencas de la palma y de la arista, y las ve­
nas en relieve del dorso!... Nos enternecen...
Ellas nos revelan nuestra constitución venosa y
anatómica, algo que habíamos olvidado, de lo que
nos habíamos separado, convertidos en una ima­
gen vana y remota.
En lo alto palpitan los álamos y los chopos...
Para que no palpiten esas hojas como colgadas de
un hilo, se necesita que el tiempo esté parado,
porque son como un segundero visible y natural
del tiempo vivo... Es.consoladora esa' nota tré­
mula, temblorosa, refrescante, que pone esta pal­
pitación en el paisaje, -sobre todo en ese paisaje
de Castilla árido y pelado, en el qué sólo esos
chopos o esos álamos junto al río vibran un poco,
revelan un aire que aunque no se mueve alienta
el espíritu...
GREGUERIAS SELECTAS
nos sirviesen agua con azucarillos, con grandes y
ministrables azucarillos...
El hombre que cura la solitaria con lo que hay
en el frasco azul y que enseña la solitaria vulgar
y la tenia extraordinaria, resulta ya algo muy su­
cio, inaguantable de puro sucio, después de tantos
años de verle enseñar el frasco repugnante... Ya
esa tenia y esa solitaria que guarda en los frascos
son demasiado viejas, son de gentes que murie­
ron (eso si no son artificiales, duda última y hu­
morística)... Esa tenia y esa solitaria, además, no
han sido indudablemente extirpadas por obra de
su medicamento... ¡Lamentables y antiguas tenias
y solitarias, deleznables lombrices de tierra que
descubren el secreto de la divinidad humana!
No disfrutamos de los reconfortantes más ine­
fables... Nos olvidamos largas temporadas de to­
mar agua con azucarillos... El azucarillo da al
agua el cuerpo preciso que necesita, y también
un poco de espíritu superior... Debemos recordar
que de niños queríamos ser ministros, para que
Bayadera... es una palabra que baila, que mue­
ve sus caderas y a compás saca el vientre lleno de
un ritmo circular cuyo centro es el ombligo... El
traje de esa palabra es un traje corto, un traje de
poca tela, un traje trasparente, en el que los aba­
lorios suenan y en el que las pezoneras no se es­
tán en su sitio, parece que van a salirse, parece
que van a descubrir lo que guardan, dejándolo sin
el antifaz que recama el pecho que no se somete
a él... Bayadera es una palabra sin virginidad,
que, fulva y ansiosa, espera siempre al hombre,
le incita, le hace guiños, le mueve la lengua, le
suena la pandereta, y unos cascabeles que lleva
cosidos a las puntas de las faldas... Bayadera es
una mujer libre elevada por la danza, una mujer
200
201
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
de caderas ceñidas y de piernas desnudas... Bayadera, ni cuando apretadamente la retengáis, deja­
rá de moverse. Un cadencioso movimiento conti­
nuo cimbrea esa palabra siempre... “Baya... baya...
bayadera.” Se pronuncia con una intermitencia
obligada y contoneante esa palabra.
Esas manos de hierro de los llamadores que
sostienen una bola son unas manos amables, que
corresponden a nuestro deseo de que hagan salir
al criado y nos abra la puerta... Son manos muer­
tas, manos de mujeres caseras, perpetuadas con
una sortija, para mayor delicadeza y alcurnia del
llamador, manos gordezuelas, que miramos con
una ternura improcedente, pero espontánea.
El cuentagotas es un apañado y paternal ele­
mentó de la casa... La probidad del cuentagotas
debe ser ensalzada... Sin el cuentagotas nos enve­
nenaría esa medicina ó no podríamos seguir esa
proporción creciente que nos conviene... El cuen­
tagotas tiene un espíritu sutil, avizor, preciso...
Pone una gran inteligencia, una gran observación
y un cuidado difícil en lo que hace.
¡Oh, ese sueño que raramente descabezamos a
la tarde, qué extraño desconcierto deja! Hay un
momento al despertar de él en que no sabemos si
es de la tarde o de la mañana, del amanecer o de!
anochecido, la hora en que abrimos los ojos...
Algo mortal hay en ese momento, algo de princi­
pio de vida o de final, revelándosenos la vida y el
202
GREGUERIAS SELE'ÓTAS
panorama de la calle con más gravedad y más in­
certidumbre... Si fuésemos aún niños, es decir,
tan sinceros como los niños, nos hubiéramos des­
pertado como los niños se despiertan muchas ve­
ces, como sin por qué y sin a qué, llorando des­
garradoramente, con un susto pasmoso de la vida
peñascosa, aristada, angulosa, abrupta, con la que
ya no contaban.
Se conoce a los teñidos a simple vista... Sin
embargo, su pretensión lo niega... Sólo hay un
medio de cogerles infraganti: la fotografía; en las
fotografías aparece como pintura saliente lo que
es tinte y las facciones se pierden detrás de esos
trazos...
Dan ganas de dar la mano a esa mano colgada
fuera de las guanterías, que os pide afectuosamen­
te el saludo, que está siempre pidiendo por piedad
quien la agarre... No debemos despreciarla como
una mano plebeya, debemos estrecharla alguna
vez afectuosamente.
Los niños cuando lloran parece que es que les
aprietan un resorte... ¡Oh, no nos deis esa lata
insufrible apretando a la barriguita, el resorte, a
ese muñeco de las amas de cría!
“LLAMAR AL SERENO”, dicen ciertas puer­
tas en la noche... Al primer encuentro con la con­
minación sentimos la necesidad de llamar al sere­
no, porque nos lo mandan o porque nos piden
203
i
RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA
auxilio... Después vemos .que se trata de las bo­
ticas, que dicen a todos lo que debieran decir de
otro modo a muy pocos.
Las planchas de metal que se ven en el suelo
de la calle y que cierran los registros del gas, son
verdaderas laudas de sepultura... Allí está ente­
rrado el obispo de la calle.
, La hora de los desayunos es una hora trivial y
nítida... Los churros ’ están aún calientes, aun­
que parece que cae sobre ellos el frío de la ma­
ñana... Los buñuelos son aún recientes y tier­
nos... En los grandes barreños llenos de leche
entra la medida una y otra vez, vertiéndose por
su labio en las jarras y usando él embudo cuando
és una botella, el embudo que, inundado por la
leche, resulta más que nunca un seno, una ubre
de lata... A la puerta de las tabernas está la gran
tetera de metal y la gran cafetera sobre los hor­
nillos de gas, y unos toman el café falso y otros
el té acre y áspero, aun cuando hay quien recha­
za la tisana falsa y pide el aguardiente verdadero
-v corroedor... Hasta en las boticas se prepara el
desayuno de los enfermos, las limonadas purgan­
tes o el infernal aceite de ricino, desayunos corro­
sivos que esperan los enfermos líenos de esperan­
za, ^deseando salir de su postración y entrar en la
mañana clara del desayuno natural.
GREGUERIAS SELECTAS
por entre los barrotes una mirada de soslayo que
pueda ver las jaulas puestas de soslayo!... Busca
todas las vueltas a la casa de las fieras, se com­
place en ver lo que no pueden ocultar: los pavos
reales, las grandes gallinas especiales... Nada
más... Sólo complace en gran parte su curiosidad
ese grabado impreso en el cartel de entrada y en
el que se ve un animal fantástico que después re­
sulta que ya no está, que se ha muerto o que nun­
ca estuvo... Un sitio hay, sin embargo, que le
atrae sobre todos al niño que no puede ver las
fieras: el respaldo de las jaulas, el verdadero res­
paldo, al que dan las puertecillas de latón que se
ven al fondo de las jaulas... Por allí, alguna ma­
ñana, se ve al oso blanco salir y bañarse en su
baño de piedra... ¡Niños anhelantes, trémulos,
esos niños que intentan ver por un agujero la
casa de fieras como cuando intentan lo mismo al­
rededor del circo de lona!
A lo mejor notamos, después de haber visto un
cielo con estrellas, que el cielo está oscuro y sin
estrellas. ¿Qué ha pasado? ¿se habrá fundido la
luz eléctrica del cielo, toda la instalación ?
¡ Qué conmovedor resulta el niño que no puede
entrar en las casas de fieras, que intenta meter
Entre la prole numerosa que se arrastra por las
ciudades, se ven unos niños que tienen la cabeza
plana y ancha por arriba, una cabeza para la cesta
del pan o para asentar bien los grandes pesos...
Es indudable que han nacido para panaderos o
204
205
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS.. SELECTAS
para descargar las grandes canastas en la madru­
gada de los mercados o para mozos de cuerda.
nuestra casa cuando ya no podremos estar aso­
mados.
Se sufre ante el parto de las macetas de los bal­
cones de la ciudad... ¡Cuánto trabajo para vencer
la anemia y la tristeza, cuántos cuidados para que
al fin pueda parir la maceta hética esa rosita o ese
pobre clavel!
¿Se pierde el tic-tac del reloj? ¿Dónde se va
yendo ? A la nada no es posible. Eso repugna a la
inteligencia. Es tan preciso y tan significativo ese
tic-tac, que no puede anonadarse. Se va hacia
atrás en el tiempo, en una hilera que se alarga a
espaldas nuestras, que vamos de frente y hacia
adelante. En la masa y en el espacio enorme de
la otra parte, del otro lado se colocan, se ovillan
de nuevo esos tic-tac. Fijos como postes del telé­
grafo en un viaje vertiginoso, se van quedando a
nuestra espalda, imborrables, sostenidos, irrevo­
cables, enteros siempre... ¡Qué grave de imaginar
eso!
Esa mujer que apoya su pie en el tramo de los
hierros del balcón parece que deja entrar la mi­
rada por ese hueco de su falda un poco levanta­
da; pero no se ve nada, absolutamente nada. De
todos modos, es un gesto escandaloso y picante,
aunque ellas lo realicen con el mayor descuido...
La promesa es profunda... A las niñas asomadas
a los balcones con sus faldas cortas de campana
parece que se les vería más, pero da vergüenza
mirarlas... Son estas impresiones de transeúnte
verdadero y humano, que ve las pequeñas cosas
que graban este mundo que parece una mentira.
¿Qué se nos ha caído detrás de las librerías?
Poco a poco un secreto denso se esconde detrás
de ellas y debajo.
No conviene mudarse mucho de casa... La suer­
te puede irnos a buscar al día siguiente de haber­
nos ido y puede devolver su tesoro a la Central
de los tesoros por no encontrar al destinatario...
El amigo, que sería nuestro mejor amigo, irá a
buscarnos a la casa abandonada y ya no nos bus­
cará más... Ella, la olvidada, más hermosa que
nunca, se volverá a acordar de nosotros, y aunque
su altivez no la permitirá escribirnos, pasará ante
Esas figuritas pequeñas que pasan por el paisa­
je lejano parece que van deslumbradas por el cie­
lo y la tierra... Andan muy despacito, como si
nadasen en la mar gruesa... Parecen un poco
ahogadas y abrumadas, disminuidas, convertidas
ya, para lo cerca y para lo lejos, en pequeños re­
tacos... “Un día—contarán después—nos queda­
mos así de pequeñas en la extensión solemne, nos
disminuyeron las elevadas proporciones del cielo
y de la tierra... Somos así de pequeñas, somos más
pequeñas, no nos veríamos a nosotras mismas si
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207
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
calculásemos sin orgullo las distancias y las es­
calas.”
¿ Qué puede decir ese cuerpo cerrado y esa alma
virgen? El mejor oído está cerrado en él. Las más
vivas comprobaciones no puede realizarlas. No
tiene toda la perspectiva porque está del lado acá
de todo. Su alma, sorda como una tapia, no podrá
ser convencida.
En un rincón de la botica debe estar la medici­
na salvadora, la que nos repondría. Los boticarios
y los médicos no saben cuál es. El que la inventó
sólo pudo ocuparse de la calidad y de la eficacia,
pero no de la propaganda. Nadie la pide, y un día
la tirarán.
Ponerse un cinturón de esos en que ¡os cartu­
chos forman una apretada y numerosísima hilera,
es perder el alma seguramente, tornarse temera­
rio, violento, incesantemente relapso... Los hom­
bres agresivos parece que llevan la cartuchera liacia a la cintura... Ese hombre que en toda oca­
sión irá a por todo, no por mérito superior, sino
por majeza, no es que se haya liado la manta a
la cabeza, es que se ha liado la cartuchera a la
barriga.
¿ Qué palabra, qué tic, qué ruido precede a la
muerte? Algo que debe parecer una señal trivial,
y que, aunque se escuche indistintamente, es una
señal precisa, un “crac”, un “psch”, un algo sen-
greguerías selectas
cilio pero especial se debe oir... Nadie pone en
estudio su vida, hasta estudiar los más leves sín­
tomas, porque si no, con que dos muertos hubie­
ran coincidido en apuntar ese toque especial y pre­
monitor nos podríamos dar cuenta... Debe ser
como un toque de timbre, como el que se escucha
en las máquinas de escribir señalando que se aca­
ba la línea y el margen del papel... Debe sonar
lo bastante antes para que nos preparemos, pero
no le entendemos.
Esa indecisión, esa incertidumbre, ese no saber
qué hacer de los días en que salé y se oculta el
sol, es terriblemente comunicativa y nos balda.
“O sal o entra”, le diríamos.
Se han ido colocando prendas sobre la cama—
un cepillo, dos trajes, un sombrero, un periódico,
unos papeles, una corbata, el gabán—. ¿Quién se
acuesta? ¿Quién quita todo eso? Parece que no
podremos remover todo eso, y por eso trasnocha­
mos más... Después, al fin, precipitadamente y sin
saber cómo, desescombramos la cama y lo logra­
mos echar todo sobre una silla, en la que conserva
todo un hermoso y difícil equilibrio.
Mujeres orientales, terribles, fulvas, de mira­
das y de mandatos irresistibles las de cejas uni­
das... ¡Sultanas!
¡ Oh, esos grandes árboles que imitan un poco
a las pagodas, que tienen cierta rotundidad de pa-
208
JO9
O. de la Serna: Greguerías.
li
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
godas! En el fondo hueco de su tronco quizás bajr
un Buda.
Los sombreros resisten muchas deformacio ­
nes... Nos sentamos por equivocación y nos vol­
vemos a sentar sobre ellos, y, sin embargo, vuel ­
ven a su primitiva forma, como si nada... Verda­
deros fénix, resucitan de ese aplastamiento y del
mayor de todos, que es el que sufren yendo den­
tro de los baúles.
El diamante de los cristaleros nos ha causado
admiración desde pequeños... Parece un diaman­
te que en vez de ir montado en una sortija lo han
incrustado modestamente en un marcador de cris­
talero... Ese adminículo, de una precisión y de un
poder tan maravillosos, les da a los cristales una
categoría y una importancia admirables.
Parece que por la sima negra de las carbone­
rías se entra en el fondo auténtico de la mina, una
mina que. va socavando todo el subsuelo de la
casa, de la manzana, de la ciudad.
Hay días en que se nos seca el pelo, en que se
torna más seco y más irregular que otros días; y
esos días, cuando echamos mano a nuestra cabe­
za, cuando intentamos consolar la cabeza con la
mano, encontramos nuestra cabeza de Medusa,
de cabellos febriles, serpentosos, enconados, mar­
tirizantes.
GREGUERIAS SELECTAS
Sobre los tejados, en los tejados, hay una aldea
verdadera, una aldea irregular, enjalbegada, de to­
nos vivos y terrosos. La aldea que vive sobre la
ciudad sumergida, la ciudad oculta por las ce­
nizas.
Desde que conocimos una mujer con un perrito,
todo cascabel nos anuncia aquella mujer.
A veces nos encontramos abierta la puerta de
la calle. ¿ Quién la ha abierto ? ¿ Quién ha entra­
do? Se busca. Nadie. No ha sido un ladrón, pero
sí ha sido una visita, una verdadera visita de eti­
queta, una visita que no podía dejar de ser miste­
riosa e invisible.
En la alta noche vemos, al volver al centro de
la ciudad, en sus barrios lejanos, esas calles con
dos hileras de faroles, esas calles rectilíneas y un
poco empinadas, con un alumbrado sin gente...
Parecen de un mundo distinto por el que no se
debe pasar, como de una ciudad en hipótesis des­
plazada de la ciudad de nuestras andanzas... Hayalgo de timidez y de asombro extraño en esta mi­
rada a la bocacalle de esos paseos lejanos, extre­
mos, lujosos y solitarios... Telones de fondo de la
escena animada de las calles populares, telón de
pasacalle. No podríamos transitar por ellas por­
que verdaderamente no existen, son una falsa
perspectiva, falso ensanche de la ciudad.
Las pequeñas palmeras deben desaparecer, no
lio
•211
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
merecen ser cultivadas, porque como se han imi­
tado tanto ya, parecen de imitación todas... Cuan­
do se crea tanto el equivoco de una cosa, la sen
tencia debe ser cruelmente extirpadora.
Con nuestro sombrero nos sucede que perde­
mos muchas veces la idea de si el lazo de la cinta
debe quedar al lado derecho o al izquierdo... Las
mujeres, ¡cuántas perplejidades de éstas tienen!
¿ Por qué no hay quien levante esa persiana so­
bre ese balcón, siempre medio tuerto?... Esas per­
sianas a medio subir, caídas más de un lado que
de otio, en forma de abanico entreabierto, hacen
pensar en el fondo catastrófico, apático, relapso de
esa casa así de descuidada, y en cómo sus mora­
dores se irán muriendo, se irán corrompiendo, se
irán llenando de un pesimismo irreparable.
A veces acude a nosotros el miedo al volcán
próximo y se nos agarra a la americana y a los
pantalones como un niño atemorizado,-porque es
cosa de niños... Es una puerilidad, una futesa muv
numana. que nos hace pensar en las posibles cir­
cunstancias si el volcán se abriese a nuestro lado:
Cogeríamos un coche.” “Correríamos hasta muy
lejos de ja población.” “Quizás nuestro trecho
quedase sin cubrir.” “Quizás en el temblor de tie­
rras quedaríamos sobre las ruinas, todas las pie­
dras caídas sin tocarnos.” “¿Pero v si no se sal­
vaba
también?”
213
GREGUERIAS SELECTAS
Esa lluvia menuda que amaga y vuelve y torna,
es, sin duda alguna, una lluvia irónica.
El tendero muerto vive en la tienda, repasa los
balances por la noche, se acuesta sobre el mostra­
dor, señala dónde está el paquete de eso que no
se encuentra.
“¿Cómo era la mujer de ese viudo? ¿cómo po­
día ser?”, nos preguntamos ante el viudo insopor­
table o ante el hombre que tiene ausente su mu­
jer y cuya alma no hallamos... Nos resultan mu­
jeres inverosímiles las esposas que no vemos de
los hombres con los que parece mentira que se
haya podido casar nadie.
La cojera de los zapatos rotos es una cojera la­
mentable, desdichada, que hace realmente cojear...
No sirve contra esa cojera ni la muleta, ni la cu­
ración, sino otros zapatos nuevos... ¡Oh, andar
zambo de los que llevan los zapatos rotos, andar
temeroso, oscilante, flojo, sin dirección, de pies tu­
mefactos, pies que van hiriéndose en los guijarros
como los pies desnudos, por pequeño que sea el
roto del zapato roto... La mujer tiene esa cojera
y otra, la cojera de la media a la que se ha ido
un punto, cojera llena de timidez, de envaramien­
to y de vergüenza.
Nuestra lengua es un espejo al que da miedo
mirar... Debemos olvidarla si no queremos estar
preocupados siempre... En nuestra lengua apare­
213
RAMON GOMEZ DE LA. SERNA
ce escrita nuestra sentencia de muerte... Se reivin­
dica porque ayuda a hablar, que si no, sería una
piltrafa tumefacta, algo que deberíamos cortar...
En ella esperamos el cáncer... Por ella pasan cons­
tantemente blancuras engañosas, pero que nos per­
turban los días, blancuras que son como esas nu­
bes que pasan por el cielo azul rápidaménte de­
jándole despejado en seguida... ¡No miremos en
los espejos nuestra lengua! ¡Horror!
Las grandes locomotoras orinan sencillamente
en la vía, y cuando se van se ve el gran charco que
han dejado tibio, con su vaho correspondiente...
GREGUERIAS SELECTAS
mundano que esto que runrunean las moscas nu­
merosas.
Esas tardes en que se ve la luna sobre el cielo
azul, parece que tienen un privilegio, que están
más condecoradas, que son más completas. Tar­
des como con “torta de Alcázar”.
Las parras de las casas de los obreros de fábri­
ca hacen más triste y más sombría la negrura del
paraje ahumado; su verde no es el verde prima­
veral, sino el verdín de las oxidaciones.
Los vasos de agua que se vierten son verdade­
ras trombas de agua, verdaderas inundaciones que
sugieren una ley física nueva que se podría redac­
tar así: “El agua que desaloja un vaso que se vier­
te, es infinitamente mayor que la que aparentaba
contener.”
Hay un resol algunos días nublados, más fuer­
te, más inundante, más cernido que el de los días
claros; un resol que nos penetra los ojos y des­
lumbra el espíritu. La luz es más cernida por un
cedazo finísimo que no tiene los días despejados
en que cae amazacotada y gruesa.
Hay moscas que se empeñan en decirnos algo
—¿no eran las palomas las que le decían a Santa
Teresa las cosas que después escribía ?—. ¡ Cuán­
tas Greguerías he sentido vibrar y revolotear cer­
ca de mí, infusas en las moscas que encolmenaban
el centro de mi habitación!... Cosas de los barda­
les, de los jardines, de los tejados, cosas de los
interiores, cosas pobres, pero ciertas, son las que
quieren decir las moscas, que son la inspiración
varia y humilde, llena de afirmaciones ciertas, de
ironías, de banalidades... Nada más vario y más
Las mujeres son doblémente Judas cuando se
son traidoras entre ellas, porque dan un beso en
cada mejilla a la víctima.
214
El bulldog tiene un hocico de carbonero, negro,
sucio, espantoso. ¿Dónde ha metido el hocico para,
ensuciarse de ese modo hosco e indeleble?
Se agradece al aire pacífico de algunos días el
que nos deje-encender una cerilla... Nos volve21$
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
riamos a darle las gracias: “Muchas gracias, ca­
ballero...”
largo rato y no arde, explotará, irritada, explosi
va, y se tirará a nosotros con fiereza...
Qué clara la flauta madrileña de las noches de
verano. Refrescan sus notas, detienen, devuelven
su marcha grácil al corazón pesado por el bochor­
no... Se repite demasiado, pero está bien. Toca
la Marcha Real, y después de un rato toca la Marsellesa, blanda, suave, trivial en la flauta pueril...
Parece que toca, sobre todo, para que baile el es­
píritu de la noche, para animarlo y levantarlo,
para que baile algo tan sutil como una troupe de
muñecos de papel colgados de hilos de luna. De
pronto parece que va a volver a tocar, y, sin em­
bargo, resulta que se ha ido.
¿ Es posible que el taxímetro obligue a una con­
tabilidad fiel al cochero? Se sospecha que ese re­
loj misterioso del coche es retrasado en los rinco­
nes oscuros a los que puede guiar su coche el
cochero.
Bajo los cielos cárdenos de algunos días, el
alma se siente gangrenada, violácea y amoratada.
Son envidiables los grandes reyes, porque todo
se lo pueden tomar sin su hueso... La aceituna
sin su hueso, la alcachofa sin sus hojas duras y
desabridas, el espárrago sin nada de mango, el pez
sin sus espinas, el pollo sin huesos.
Qué difícil nos ha sido de pequeños entender
eso de con, por, sin, sobre, etc..., esa falsa ora­
ción, ese camelo pijotero, esa cosa difícil e in­
congruente.
Parece que esa cerilla que estamos rascando un
216
El ramito de azar en la fusta de los cocheros
es de una gracia inefable... El lacayo candoroso,
colorado como una doncella, debía llevar uno en
el ojal.
Nos disgusta profundamente, nos hace enmen­
darnos, el ver que el tinteio se ha ido secando
solo... ¡ Cuántas ideas se nos han debido evaporai '
Hace muy feo y muy desgalichado la falda sin
blusa... Mejor es que se arregle la mujer en ena­
guas que con esa facha.
¡ Qué infantil su mano, qué “tobillera” en me­
dio de todo, independientemente a ella, como su
niñez, como la niñez que seducir en la mujer ya
hecha!
¿Dónde dejaremos estos alfileres que ella nos
entrega al desnudarse? Son como unas arras de
la felicidad que vamos a obtener... Los ponemos
en cualquier lado, los perdemos, porque no pode217
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
mos creer que ella los necesite después, porque
ella parece que va a permanecer desnuda siempre.
Se encontraban nuestras miradas muchas veces
en el espejo, iban a buscarse al espejo, nos levan­
tábamos solo para eso, como dando variedad a
nuestra tertulia... Sentíamos así frente a nosotros
la alegría de los cuatro... Encontrando nuestras
miradas en el espejo nos alejábamos un poco y
nos sentíamos más atraídos el uno por el otro;
era como una ausencia que hacía que con más
ternura buscásemos nuestras bocas reales, sorpren­
dentes de realidad, admirables de realidad y de
proximidad.
r Qué coquetería más incitante la que tiene una
mujer bonita al montarse en el carrousel!... Se la
ve irse montada en su caballo, y se la espera vol ■
ver a ver, se la ve, se siente sucesivamente la ale­
gría de volverla a ver y la defraudación de per­
derla de vista... d riunfa de uno en ese juego, dán­
donos un mareo amargo y delicioso, dándonos
ganas, en medio de él, de tomar por asalto el ca­
rrousel y raptar a la coqueta llevándola sobre el
caballo de cartón a una velocidad vertiginosa, con­
duciéndola a no sabemos donde, a la selva oscu­
ra... ¡Oh delirio de grandezas!...
.Pobres relojes de fanal... Relojes ahogados, re­
lojes en su pecera... ¡Qué gana da de romper su
fanal y qué miedo!... Están sordos, presos, res­
pirando los muchos segundos que ya han expelido
2tS
GREGUERIAS SELECTAS
y que enrancian espantosamente su aire cerrado...
De ahí que se paren de pronto, sin que se les haya
dado un golpe ni movido, sin que comprendan
por qué los que no se han formado idea de este
ahogo cruel que venían sufriendo bajo el fanal.
¡ Cuántas veces ha pasado por uno el miedo rau­
do de que se caiga el balcón en que estamos aso­
mados, un miedo recrudecido los días de proce­
sión o de visitas que se asoman!
Una de las más grandes atosigaciones humanas
es la de estar haciendo rodilleras.
Es angustioso ver a un hombre que se duerme
de pie... ¡Qué cantidad de muerte próxima hay
en él, qué sueño más penoso, mas lleno de supli­
cios, qué sueño de falta de equilibrio en los teja­
dos de su sueño!
La pluma bebe como un aguzanieve, tan ávida­
mente, tan finamente, tan pájaramente... Hay ra­
tos en que, sin escribir, distraídos, pero con la plu­
ma en la mano, notamos ese instinto de la pluma
que entra y vuelve a entrar en la tinta, bebiéndose
sorbito a sorbito la tinta, sólo para ella, sólo para
saciar su sed recóndita... Es una gracia que no
tienen las estilográficas, esos falsos pájaros me­
cánicos de espíritu preconcebido y cerrado.
¡ Cómo se engruesa, se robustece y se hace po­
deroso el brazo de la mujer—nuestra estrangula219
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dora—al mostrarse entero, arqueado y elevado,
atusándose los cabellos! ¡ \ cómo la desnuda la
caída de. la manga hacia el hombro!
Sólo el paraguas de los niños es el que tapa.
i Qué clásico ese tío del Café que come con la
servilleta atada al cuello!
El juego de cartas hace, después de todo, ino­
cente al hombre... ¡Qué ingenuidad la de “me
planto”... “pido”... “me paso”... etc, etc! Es
quizás cuando el hombre es menos obsceno. Pero
todos quieren cobrar del juego sin jugar, sin com­
prometer su dinero, y eso es lo que ha corrom­
pido el juego... Lo han corrompido los que han
necesitado que. fuese inmoral para poder prohi­
birlo y para poderlo consentir, para callar o des­
potricar contra él, según les dé o no dinero sin
entrar en suerte, sin exposición.
En las bibliotecas públicas, nuestros propios li­
bros reniegan de nosotros y nos tratan con des­
den... ¡Hijos desnaturalizados!
Son simpáticas esas tijeras—de los sastres, de
los estereros—que simulan una cabeza de pelíca­
no vivo y domesticado.
Ninguna clase de hombre tan vaga, tan desluci­
da, tan fantasmal como la de los miserables que
llevan esos anuncios sobre sus cabezas, sobre un
220
solo soporte o sobre dos soportes que atan a sus
hombros... Viven fuera de la vida, ni en la acera,
ni en medio de la calle, sino en un falso espacio
estrecho y precario... La cabeza, el rostro, la re­
presentación, la dignidad, la tienen en el cartel
anunciador... Ellos, debajo, no son ya nada, sino
unos galápagos, unos seres flojos, aplastados, lle­
nos por dentro de suicidio y de olvido, bajo la
lápida del anuncio.
En el' extranjero se nota lo amigo nuestro que
es el traje, amigo íntimo, con piernas y brazos v
corazón en el bolsillo del pecho del lado izquier­
do... Nos es grato contemplarle a los pies de nues­
tra cama, durmiendo como el criado de I.arra, más
rendido que él... ¿Pues y el sombrero? ¿Pues y.
el paraguas? ¿Pues y las botas? Se ve lo favora­
ble que nos es, lo compañero, lo de nuestro país,
lo hermano gemelo nuestro que es nuestro indu­
mento.
Esas cédulas de papel prendidas a los trajes son
muy gratas de descoser, y al romperlas desflora­
mos verdaderamente el traje nuevo.
Hay días grandes en nuestra vida mortal y
preocupada, y uno de ellos es el día del estero...
Nos sentimos afortunados porque tenemos alfom­
bras y olemos con saciedad el grato olor como de
heno, como de musgo fresco, como de membrillo,
como de tierra alfombrada de hojas olorosas a un
olor crudo y otoñal que se levanta de las alfom-
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
bras recién desenrolladas... Se sienten escalofríos
deliciosos porque acaban dándonos la sensación
cordial de estar en la casa alfombrada... Damos
vueltas a la casa, encontrándola tan propicia, tan
llena de virtudes humanas, como si hubiese vuelto
a ella una mujer llena de suaves tibieces... Pen­
samos en el Ramón del año pasado que tanto se
congratuló este mismo día y que parece haber
muerto, porque somos otro Ramón en la casa que
comienza un nuevo invierno como una nueva vida.
Los sastres son amables, y se piensa que se tie­
ne en ellos un segundo padre; Al sastre familiar
se le visita como a un buen tío carnal que nos
quiere efusivamente y con el que se pasa un buen
rato de familia en la casa burguesa con muchas
cortinas de reps, una pacífica y confortable casa
de provincias... Tiene, es verdad, muchos sobri­
nos, pero nosotros somos los preferidos, como si
además de sobrinos fuésemos sus ahijados... Las
primitas cosen en el gabinete por una rendija de
cuya puerta se las ve amamantando su costura,
abstraídas y finas. ¿Por qué no salen a la visita
nuestras queridas primitas que cosen nuestros
trajes?
GREGUERIA S SELECTAS
En verano parece que los tranvías de la ciudad
central nos llevarán al puerto de mar ansiado.
Un grave temor nos acude ante el ventilador...
Parece que nos ha de matar, que nos ha de tras ■
pasar, que la pulmonía se destaca de su vorági­
ne; pero nos ponemos aun con eso delante de él,
como diciendo, llenos de atrición: “Hágase tu
voluntad.”
La luna mira además de alumbrar. El sol está
tan deslumbrado por sí mismo, que no ve. La
luna mira y calcula, En las tapias iluminadas por
la luna descubrimos como una mirada lejana, y es
que se mira en ellas la luna... En aquel gran lan­
do abierto en que volvíamos todos por el camino
lleno de luna, descubrimos mejor que nunca, fren­
te a la dulce mujer que iba enfrente de nosotros
frente a la luna, que la gran lesbiana se compla­
cía mirando su rostro, comiéndose el rostro de la
mujercita.
Los trenes, al entrar en los andenes, nos dejan
trémulos, como si hubiésemos estado en un tris
de ser aplastados o como si en efecto hubiésemos
sido atropellados y hechos tortilla.
Hay dias en que vemos la mañana de un modo
indecible, como la veíamos de pequeños los días
en que de pronto, ele un modo impensado, no ha­
bía clase y eso hacía que la viésemos como por
sorpresa, como desde fuera o desde más dentro.
Hay que dejar que las imágenes se acerquen a
nosotros. Nosotros nos podemos acercar a las co­
sas, pero no a las imágenes... Hacia las imágenes
ni un paso voluntario.
212
«3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Los pajaritos que se paran en los hilos del te­
légrafo escuchan y saben lo que se dice por el
hilo... Escogen el hilo por el que se habla de
amor... Después, como espías, van a contárselo
a los otros... Su necesidad de periódicos se com­
place así.
Cuando a veces una mujer distrae nuestra aten­
ción, sin que nos fijemos, sólo por ese mirar a
las mujeres que pasan, a que obliga la calle pla­
gada, y por no sabemos qué señal, puesto que nues­
tra mirada era plenamente distraída, reconoce­
mos que es la mujer de tal amigo o de tal parien­
te, a la que acompañan, nos dan ganas de volver­
nos hacia el amigo o el pariente y decirles: “Yo
no he deseado ni requebrado a la mujer con quien
ibas... Créeme bajo mi palabra de honor que no...
que no... Quiero, exijo que me descargues de este
enorme cargo de haber sido el envidioso de ti...”
Encarecidamente le diríamos esas cosas, porque
esa mujer del amigo o del pariente nos resulta in­
ferior, prostituida, renegada, inadmisible, por la
degradación que hay en que sea su esposa... Qui­
siéramos llamar a esos caballeros en cuyas espo­
sas nos hemos fijado, porque la mirada distraída
elige en las calles las siluetas adornadas y llamati­
vas... Pero ya es irreparable, ya han pasado de
largo, ya han debido tener la sonrisa rebajadora
con que sentimos deshecha la dignidad de nuestra
soledad y de nuestro trabajo de perfección... ¡Se
ha sospechado de nosotros! ¡ Se ha creído que era
GREGUERIAS SELECTAS
una mirada furtiva y sombría la mirada remota y
regocijada de sí!
El gato que cruza la calle en la noche conoce
subterráneos misteriosos y parece un tigre en una
selva, un tigre por como adopta posturas de ti­
gre y se desenvuelve y se produce como un tigre
en el desierto, como un tigre cauteloso y furtivo.
De tanto leer el anuncio de unas aguas o de un
específico, nos entran unas ganas irreprimibles de
tomarlos... Porque si hemos de morir de una en­
fermedad desconocida hasta que estalle, ¿por qué
no ponernos en cura de todas, absolutamente de
todas, como verdaderos previsores?
Hay un temor supersticioso al sentir pasar en
la noche un simón lento, que se tambalea y zigza­
guea, como sueltas las bridas del caballo porque
el cochero se ha. dormido... Se le ve avanzar y
avanzar hasta llegar al desmonte en que acaba la
ciudad y despeñarse por él.
Terribles relojes de catedral a cuya maquinaria
nos hemos asomado... ¡Qué vértigo de tiempo he­
mos sentido viendo su maquinaria y el hondo pozo
en que se hunden y se abrevan sus largas pe­
sas!... Estos relojes de catedral están al aire y son
misteriosos como los andamiajes de hierros... Por
ellos entra el viento y el aire, además.de ese ele­
mento positivo que hay en la intemperie, y podría
225
«4
G. de la Serna: Greguerías.
lo
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
decirse que anidan en ellos las águilas del tiempo
y todos sus gérmenes vivos e influyentes.
rreras en las que suenan estrepitosamente sus cu­
bas de cinc.
No hay grandes pajarracos en la ciudad, pero
en lo hondo de los edificios comenzados, entre los
andamiajes y los armazones que se cruzan en XXX
parece que en la noche anidan grandes pájaros
como avestruces, algo que da a sus sombras un
valor de nidal de animales negros y fantásticos.
El pregón de la “churrera” por la mañana es
muy desabrido... §uena a casa vacía la calle en
ese primer pregón del día., a caserón desalquilado
y sin ninguna intimidad.
Esos faroles que hay fuera de la ciudad plan­
tados sobre una viga renegrida son los faroles más
dramáticos de ella, los faroles cuya luz no nos sal­
vará de nada, sino que nos pondrá en peligro de
que nos vean bien y nos apunten... Son los ami­
gos de los ladrones, están compinchados con ellos,
son sus linternas sordas entronizadas sobre los al­
tos palos, farolillos de reclamo que señalan las
plazoletas frente a sus puestos de cazadores de
perdices humanas. Algunos están martirizados
con clavos y a muchos se enrolla uno de esos
alambres de púas como sacados de las zarzamo­
ras, que les coronan de espinas. ¡ Pobres faroles
muertos de miedo, de martirio y a los que a veces
descalabran porque se meten a redentores! ¡Oh,
misioneros de las afueras!
¡ Cómo les gusta correr a los lecheros sobre sus
caballos cargados de cubas de leche I Son jockeys
grotescos, pero llenos de afición a las grandes ca­
216
Hay algunos aspirantes a grande hombre que
si merecen algún laurel es el laurel rosa, el laurel
venenoso.
¡ Cómo nos traspasa el son de las campanitas de
los conventos en las madrugadas de invierno, ese
toque a levantarse muy temprano que despereza
rigurosamente a las monjas!... ¡ Qué espantoso te­
nerse que levantar y vestir en la noche aún, en
esa noche postrera y sin la cordialidad que hay
en la misma noche, esa noche de las madrugadas
de invierno 1 ¡ Que para irse a enterrar al cemen­
terio ! ¡ Qué cruel y qué de reo en capilla! ¡ Qué
friolencia de muerte colada! ¡Que humedad de
sepulcro! Acostarse a esa hora es bello, porque,
llenos de frío, sentimos la gratitud humana del
lecho y sobrevivimos a la ingratitud de la hora
arrebujándonos en el tibio regazo. ¡Pero levan­
tarse todos los días a esa hora! ¡ Que inexorable
y qué maldito! El eje del pobre corazón humano
se tiene que resentir bajo esas campanadas ene­
migas de la vida... No olvidaremos ni en la muer­
te esas campanadas, que son de las de tintín ati­
plado que atipla más la madrugada, ese tintín que
2'7
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
dura lo bastante para que se vistan las llamadas
inexorablemente por él, para que se vistan de
prisa y corriendo, corriendo a no hacer nada, a
entrar en el dia de los conventos, dispuestas te­
nazmente a no vivir las pasiones que llenan los
días.
rrando un solar, se cuaja de noche un gran talud
de sombra sobre el que el cielo se hace más lumi­
noso y las estrellas brillan con una luz radiante y
lavada. Son las dunas de la noche.
Hay camillas blancas con una mirilla respira­
toria, camillas completamente herméticas, cami­
llas blancas y. camillas negras de hule negro, pero
todas las camillas son camillas, y nos impresionan
como ni Jos entierros nos impresionan... Su paso
por la ciudad es algo que disuelve la alegría de
la calle y la deja pensativa y arrepentida. ^Parece
que va vacía o por lo menos se piensa eso para
darse ánimos. ¡Va tan sola y los camilleros hablan
tan cínicos por encima de ella, que siempre parece
que va vacía, aunque aun así debiera infundir res­
peto, porque va en ella siempre como la sombra
de un herido o un enfermo grave 1 Sin embargo,
casi siempre lleva a alguien, un herido o un mo­
ribundo de enfermedad natural que viene de muy
lejos, que se siente muy solo y sepultado allí den­
tro además de estar terriblemente aburrido, aun­
que a veces se asome a la mirilla para ver a las
gentes ingratas. ¿Sufre un dolor agudo? Eso se­
ria lo peor., ¿ No es lo bastante blanda su conduc­
ción ? Quizas los cínicos camilleros le zarandean v
P^a l'ar un cigarrillo retardan su urgente necesi­
dad de llegar.
La llave de la guardilla se escapa como si nos la
robase un gato que se fugase por los tejados y los
desvanes. Nunca se encuentra. Las de las maletas
y los baúles también se pierden como si se hubie­
sen ido solas a excursiones lejanas... Sólo a veces
se las encuentra a medio huir, y las cogemos poi
el rabillo de su cordón.
En las rinconadas que hacen tres casas altas ce­
228
La criada tiene un alma con música de acordeón.
Las medias de seda transparentes crean una
carne mantecosa, un blando y grisáceo tocino, un
tocino fresco, gue gusta a los hombres como nada.
El primer encuentro con algunas palabras fué
inolvidable, como el noviazgo con aquellas jovencitas cuyos senos muy apuntados rozamos con el
brazo... ¡Noviazgo con Añoranza, Lembranza,
Ofrenda, Evocación, Morbidez, etc., etc!
Cuidado al volver las esquinas, porque todos
los que son chatos se lo deben a un descuido al
volver una esquina.
Un gato muerto en la calle da una sensación
horrible, como la de los vestiglos y los monstruos
con almas quiméricas y misteriosas que vimos ma­
229
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
tar en los cuentos de niños... Un perro muerto y
tirado en la calle también conmueve, un ratón re­
pucha como lo pestífero, pero un gato sobrecoge
y da un escalofrío trágico, macabro, luzbeliano.
La historia del hombre que siempre busca algo
en el suelo es una historia lamentable, modelo de
historias lamentables. Este hombre que busca
siempre algo en el suelo de la calle y hasta en el
suelo de los caminos de los jardines, es un verda­
dero miserable hasta el tuétano. Comenzó por mi­
rar al suelo, porque se le ocurrió eso, sin saber por
qué; después ya no levantaba la vista del suelo,
y alguna cosa que se bajaba a coger creyéndola por
avaricia algo que no era, la tiraba con desprecio.
Así, el hombre que siempre busca algo por el sue
lo se encorva, se vuelve misántropo, trata todas las
cuestiones con encono, llega a ser un verdadero
reptil. Se va aplastando contra el suelo convirtién­
dose en galápago.
La cuartilla es una bella materia llena de luz
lunar, una materia noble como la plata, digna de
que la trabajemos con esmero y genio.
El cesto del pan es como una cuna en que va el
Niño Dios; tiene algo místico de altarcito de mon­
jas, altarcito en que está esa cuna y por entre
cuya cubierta se ven como unos dorados muslines
las hogazas de que rebosa.
GREGUERIAS SELECTAS
milpiés que se escapa del sitito en que se le deja,
del sitito en que debía estar.
Esas mujeres que están asomadas a los balco­
nes de las casas que están en los callejones sin sa­
lida de la gran ciudad, están más perdidas que en
la calle de provincias... Los hombres muy feos
buscan esas calles impares, y son aceptados por
esas mujeres desoladas, perdidas, desesperadas.
Hay un momento en la mañana nuevo, optimista
y denso, del que tomamos toda la vida para todo
el día.
Son antipáticos los aparatos de Geometría...
Todos tienen un perfil invariable, inmodificable
y pertinaz... El cartabón, la regla numerada, el
cuadrante, todo se impone a nosotros en un solo
sentido riguroso y seco... Las cajas de compases
son también unos falsos estuches de unas falsas
joyas, y la coquetería del terciopelo morado en
que descansan los aparatos no va bien con ellos...
Las cajas de compases incitan a un trabajo que
nos distrae estúpidamente de la vida y obedecen
sin fantasía, de un modo rudimentario y estúpi­
do... Siempre me han parecido como aparatos de
suplicio para la imaginación, los aparatos innega­
bles de la melancolía, los aparatos para la cirugía
y disección del alma, en el estuche del mediquillo.
Nunca se encuentra el cepillo. El cepillo es un
Los sillones-cestas de las playas cumplen un
ideal que teníamos de pequeños. Son la indepen­
230
2jr
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
dencia en medio del espacio ilimitado. Nos con­
vierten un poco en algo tan frívolo como en “el
hombre que está metido en la cesta”, pero, sin
embargo, no por eso dejamos de ver y sentir to­
das las inmensidades. En las cestas nos converti­
mos un poco en fotógrafos del mar. Nosotros los
prófugos de todo nos sentimos a salvo dentro de
una cesta. Las cestas absorben el aire, lo mejor
del aire. Desde el fondo de ellas lo dominamos
todo y vemos por entre los resquicios del mimbre
lo que sucede detrás de nosotros y lo que hacen
las gentes que no saben que las vemos. Son como
un cenador personal. Nuestro pensamietno es sólo
nuestro en ellas. El libro que se lee en ellas ad­
quiere todo su valor o se revela en toda su sim­
pleza, porque lo leemos como en una verdadera
confesión. Recogen el eco del mar de un modo
confidencial, y en la noche son como un oratorio
y un observatorio astronómico. A veces se anda
con ellas a cuestas para trasladarse de un sitio a
otro, y entonces nos convierten en verdaderos
caracoles que andan con su caperuza a cuestas
En ellas se piensa, frente a los barcos que pasan
lejanos, la envidia que le dará al capitán, que nos
estará viendo con su anteojo que todo lo ve, el
que estemos tan seguros y tan repantigados. Cuan­
do estamos junto a otras cestas en que se habla,
tememos que se hable mal de nosotros, no por lo
que se diga, sino porque al salir de sus cestas los
maldicientes nos verán y se quedarán confusos.
Lo que más emoción tiene de la cesta es esa pierna
femenina que se ve sobresalir, pierna burlona, en­
fática y tentadora que se prevale del misterio como
ninguna. Pero entre todas las cestas, las que mas
me han conmovido han sido unas que encontré
en una terraza de un hotelito pobre, en los subur­
bios apueblados de la ciudad lejana al mar. Allí
la familia humilde se sentaba en las noches sofo­
cadas de Agosto, mirando las mismas estrellas del
mar y soñando el mar, y allí se dormían como en
la playa. ¡Admirables cestas llenas de nostalgia!
232
233
¿Iremos al duelo por honor? Quizás nunca y
quizás alguna vez, por presenciar y vivir esa alba
de los duelos, sensibilísima, esa alba del suicidio.
No creemos en el duelo, porque no creemos que
el juez puro se deba desafiar con el reo malvado,
pero, sin embargo, la sombra de suicidio que hay
en eso nos puede tentar.
En la mañana, lo que más subraya que esta­
mos en la mañana es ese encuentro que tenemos
en la mañana con las músicas militares... Parecen
tocar muy lejos, ir a tardar mucho en pasar cerca
de nosotros, pero de pronto se nos vierten encima,
como si nos hubiesen echado agua desde un bal­
cón, como si se nos hubiese roto un cristal encima.
En la sombra que crean los puentes bajo ellos
se teme que haya un animal feo, cetáceo y vagoroso que nos espera, que nos acecha, como el ti­
burón a los que se asoman a la borda de los bar­
cos... Si nos cayésemos al agua caeríamos en su
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
boca, como el tejo en la boca de la rana en el
juego de la rana.
Dar a una piedrecita con el pie y llevarla así
siempre adelante, adelante, es algo más trascen­
dental de lo que parece a simple vista... No hay
trivialidad que ayude tanto a no ocuparse del ca­
mino, de la largura del camino y de los pesadumbrosos pensamientos que surgen en él... Es curio­
so cómo sucede ese enganche: se encuentra la
piedrecita, la cascara, el bote o lo que sea, ese
rabo o ese tacón o esa contera de una cosa, se
tropieza con ella una vez para quitarla del ca­
mino, pero en vez de hacer sólo eso, se la empuja
de frente y se la vuelve a empujar al encontrarla
a jos pocos pasos y se la vuelve a dar un punta­
pié, pero cuidando ya mas de que no se desvíe,
ya con verdadero cariño por ella, hasta llegar a
seguir el camino, atraídos por esa avidez del ob­
jeto por seguir avanzando... Así, llega a ser esa
pequeña taba un móvil perfecto de que no nos sa­
bemos desprender, orientándonos por él. Así, nues­
tra finalidad llega a no tener término y violentos
y excitados, quisiéramos un camino interminable
para seguir haciendo avanzar nuestra taba ideal a
través de este y del otro mundo, como si eso re­
solviese mejor que nada el objeto de nuestra vida.
GREGUERIAS SELECTAS
narios y lunáticos. “¿Qué veis ahora?... ¿Qué ha­
ce ahora?”, se les preguntaría como si la viesen
más cerca que los telescopios con sus grandes pu
pilas de cristal... Ellos parecen ver la fiesta como
esos balcones por donde se ve la fiesta al aire li­
bre en el parque sin techo y como se ven los cir­
cos de verano desde las casas que han tenido la
suerte de nacer junto a ellos. “¿Qué trapecista
ha salido ahora?” se les preguntaría también a
esos balcones que dan al claro mediodía de la
noche y ven perfectamente el circo de la noche.
La carreta con campanilla del cario de la. ba­
sura siempre será una carreta de juguete, siem­
pre será la imitación de aquellas blancas carretas
de basura con regocijante campanilla que tuvimos
de pequeños... Será ya siempre un cándido ob­
jeto de la ciudad y el juego de las mañanas en las
calles, el juego de las ocho y media de la mañana,
que es la hora en que suenan infaliblemente esas
campanitas atipladas, pero campaneras.
Parece que luce fuera el sol de media noche de
que hemos oído hablar, y nos asomamos... La
luna está detrás de nosotros y de nuestra casa, y
sólo gozan de ella los balcones de enfrente, visio­
Las alcachofas son muy. simpáticas y merecen
nuestra especial consideración, con su corona en
la cresta y su presencia de nenúfares verdes, los
nenúfares de la tierra... En ellas se gusta casi en
su autenticidad el verde reciente de los campos.
Esconden con coqueterías de mujer sus corazo­
nes, y así es más apetitoso el llegar a lograrlos poco
a poco. Antes, en todas las hojas, hay nalgas sua­
ves y carnosas, aunque demasiado fugaces. La
ternura por el corazón de la alcachofa es una de
»34
235
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
nuestras ternuras más apasionadas. La alcachofa
no empalaga ni es pesada nunca, y es tan fugaz
que asi como hay la flor y la fruta de ensueño, es
la hortaliza del ensueño.
Los gallos de la ciudad, esos gallos que cantan
en el fondo de las pollerías, cantan la palinodia en
vez del canto optimista que cantan en los campos,
oaludan a los que les han de matar poco después.
De las casetas de los consumeros junto a las
que pasamos de noche, parece que saldrá un desbarríga1"’
meterá el Iarg0 Pincíl° por la
Parece que al pasar los puentes de noche hay
un pe igro irreparable de ser arrojados al río, un
pe igro debido a los malos instintos que tiene el
n^¡nte'i ‘
! J G1U
'glu!”’ -v después ya
ñor lJ\e -. !iSCUbrÍniÍento deI crímen cometido
p r la fatalidad que se pasea por los puentes.
nnS d'°S,trabaJador Y madrugador de los campos
pone en hora todos los días al gallo de corral
como a un reloj despertador de precisión
Nos acompaña bajo la lámpara de luz, eléctrica
el hombre que vela en la fábrica junto a las gran­
des maquinas que producen nuestra luz... Nos tebaj°dea Cn
1UZ
abnegación de su alma de tra-
gregcerias selectas
i Cuando se seca un río o un estanque, qué ri­
dicula resulta su profundidad!... No se puede
creer, parece que se ha cegado la sima que debía
haber en su fondo, aquella sima que parecía co­
municarse con un cielo invertido—tan en lo bajo
como en lo alto está el otro—un cielo que, si no era
el del nadir, no era de ningún modo un reflejo del
cénit.
De lo que están más profundamente celosos los
hombres es de los perfumistas y drogueros. ¿De
qué específicos hablan a las mujeres en voz baja
y qué prospecto les dan tan sigilosamente como
se entrega una carta de amor? ¿Qué frasquitos
con vicios y placeres nuevos las dan en secreto?
¿ No está entre las pomadas que las dan la que
las hace adúlteras? Es sorprendente ver a través
de los cristales de las perfumerías y droguerías
cómo hay siempre unas cuantas mujeres de bellos
perfiles alrededor del gordo o barbudo droguero,
como alrededor del faquir que las alucina.
En la alcoba está arrinconado nuestro destino
pacífico, y quizás es ese el misterio que tienen
siempre los bajos de la cama, la obscura carbonera
de fondo desconocido que hay debajo de la cama.
¿ Cuándo nos daremos cuenta de que ese hombre
no saluda, sino que pide?... Hace mal... Nos es
difícil perdonar una doblez, un fraude tan grande
como ese saludo falso.
237
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Hay un momento indeciso e inquietador en la
madrugada, en que no se sabe si es que tiene uno
ojos de gato o es que se ve ya... Da miedo, y cie­
rra uno los ojos con fuerza... Después ya se ve
claro que es que el alba nos ha sorprendido.
Se teme que las campanas se desprendan, que
caigan a plomo desde tan alto, sin que las detenga
ese bozal que ponen en sus ventanas, y este temor
abruma más cuando se sube a las torres y se ve
su grandeza... Así, sucede que abajo parece que
nos aplastan, y arriba, en su torre, parece que nos
van a arrastrar en su caída...
Las herradurías parecen optimistas, bien afor­
tunadas, sin dolor del trabajo, todo su interior ta­
pizado de herraduras, que traerán la buena suerte
a sus dueños, ya que, por las muchas herraduras
que tapizan las paredes, llevan participación en
todos los números de su lotería.
Como da pena despertar a un pájaro de noche,
da pena encender la luz de la cocina que descan­
saba tranquilamente, todo dormido y sin temor,
todo enfriándose y alguna cosa hablando con otra.
El sereno es el gusano de luz humano con luz
propia en el ombligo.
Esas dos horas de billar que, como todos, he­
mos pasado en vano, han sido las horas más de
reloj, sólo de reloj, que hemos vivido, ¡y de qué
23«
GREGUERIAS SELECTAS
reloj! De un reloj vacío y pueril de billar, de un
reloj muerto que marca sólo la hora en que se
empieza para después saber por otro reloj vivo
la hora en que se acaba, un reloj sin máquina,
un reloj sólo con manillas y esfera... ¡Y pen­
sar que hay quien pasa la vida en ese limbo
verde y sórdido, siempre como subterráneo! ¡ Se
necesita que sea aburrida su vida!
En el nombre de las tórtolas está la cifra de su
canto.
TOR-TO-LA
TOR
TO
LA
TOR-TO-LA
Espaciado así, por unos guiones impenetrables,
dejando brotar solas y amartilladas cada una de
las sílabas, se obtiene, con una precisión admira­
ble, el canto terminante de ese ave. Es así su nom­
bre, como hijo genuino de la Naturaleza, pronun­
ciable en toda su realidad, con una significación
propia y sincera. Nada de artificioso ni de retó­
rico hay en él'. Además de tener ese nombre tan
preciso y tan ecuánime, las tórtolas son como re­
lojes de sonería y de precisión. Las tórtolas no
es que canten al cantar, es que dan la hora, una
hora natural y sincera. Fijémonos en eso y conte­
mos sus notas con el reloj delante.
Tór-to-la —una...
Tór-to-la —y dos...
239
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Tór-to-la -—y tres...
Tór-to-la —y cuatro.
Las cuatro de la madrugada también en el re­
loj. La hora en que se despiertan las campanadas
de los relojes naturales... ¿Que después de dar la
hora cantan más?... Pues es que son un reloj de
repetición, de demasiada repetición quizás, aun­
que entre repetición y repetición hay siempre la
conveniente pausa.
Amígdala suena también a tórtola, por una rara
asociación; y basta cantar lo de amig-da-la como
un canto de tórtola o de perdiz, para que el en­
fermo de las amígdalas se sienta aliviado,
Sólo los coches de punto carecen de una fatali­
dad fija y escrita, son lo único que se escapa a la
fatalidad y se burla de ella.
Con el cortapapeles con que hemos abierto un
libro mataríamos a su autor... Indignados, esgri­
mimos y empuñamos con violencia el cortapape­
les. Hay esa intención justa en los cortapapeles,
y se ve bien que son el arma crítica con que me­
rece ser asesinado un mal autor.
El hombre que va en motocicleta pasa como un
cochino follón... La motocicleta le rebaja, le com­
promete, le denigra... La motocicleta carece de
gallardía, y aunque corre mucho, corre sin esbel­
tez, sin gracia, con pesadez, potrosa, indiscreta,
procaz, descompuesta. Parece de algún modo que
GREGUERIAS SELECTAS
el motociclista pasa montado en el orinal, en un
perico que corriese.
En los dramas de ruptura definitiva que se des­
encadenan muy a menudo entre amantes, la mu­
jer es mejor cómica que el hombre, y llega hasta
dar la sensación de las verdades y de las sinceri­
dades imposibles... Los dos están en el secreto de
que aquello ha de acabar con un beso después de
apurado el tiempo del drama, el tiempo inexora­
ble, y, sin embargo, ella tiene el suficiente instinto
dramático para romper un cacharro, para llorar
con un resentimiento indudable, para hacer que se
suicida, para herir, para desgarrar su traje, sea
nuevo o viejo... El hombre, por el contrario, dán­
dose cuenta de la simulación, demasiado sensato,
cuida los objetos, amarra fuertemente la mano fa­
tal, y no llega, no puede llegar a lo trágico, a lo
sublime de la ficción, disimulando inaguantable­
mente.
Los sórdidos poceros, ¡ qué fuera de la vida vi­
ven, tan tirados, tan callados, tan dormidos, tan
nocturnos, tan a lo suyo!... Parece que tienen afi­
ción a su trabajo misterioso, y esperan con tiem­
po su hora, durmiéndose sobre la escala de cuer­
da que les ayuda a bajar por la boca negra de los
pozos... Su continente es resignado y esclavo; su
rostro se encubre de una máscara blanca y vul­
gar... y parece que, en medio de todo, sueñan,
como Jacob, que en vez de descender por la esca-
240
241
Q. de la Sema: Greguería».
16
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
la de cuerda en la sima lóbrega y pestilente, as­
cienden por la escala de oro a la cima radiante.
Las yeserías son de una pureza admirable y de
un agrado campesino y regocijante... Sus tejas,
sus blancos sacos de yeso, sus chimeneas ingenuas
de barro, sus ladrillos, todo es de una terrenidad
tan inocente y tan personal, tan genuina y tan
fundamental, que en medio de la ciudad llena de
cosas viciadas y superfluas, lucen un carácter lleno
de una franca entereza.
De pequeños nos gustaba ser ciegos, cieguecitos; encontrábamos una gran delicia interior en
eso... Nos dejábamos llevar por un amiguito con
los ojos cerrados, poniendo una cara mística y
apiadable—mística y apiadable para nuestro uso
interno, ¡ uso inefable!—, y así andábamos un
buen trecho de calle cuando volvíamos a casa al
atardecer... ¡Aún ahora, nos sería grato que un
buen amigo que nos entendiese, humano y gran­
de, nos diese el brazo y nos cuidase mientras nos
hacíamos los ciegos y paseábamos así por el atar­
decer tan humillante y tan descarado de la ciu­
dad!...
¡Oh, el placer pueril, gracioso y fantasioso de
poner la tilde, la virgulita a la T mayúscula y a
la t minúscula!
Qué rico sería lo que se pescase con una espe­
cie cualquiera de anzuelo en las banastas y la«
GREGUERIAS SELECTAS
fuentes y las bandejas con altos castillos de dulce
que pasan bajo el balcón... Es un deseo antiguo
y constante el de realizar ese ensueño...
El ocaso marcaría el perfecto momento de acos­
tarnos—en un lecho desde el que viésemos el cie­
lo—, si fuésemos felices y todo estuviese resuelto
en el mundo.
Hay una luz muy cruda de los días enteramente
invernales, una luz de hielo, en la que vemos los
faroles con sus monteras de un color de hierro
empolvado y verdinoso, un color pardo y verdoso
que horripila, como el de un hongo que se hubiera
convertido en el hongo más viejo de la creación;
todo el farol lleno por dentro y en sus cristales
de la tarde y del frío de la tarde, friolencia que
se nota en él como en el rostro de un hombre de
poca sangre.
No hay gallardete, no hay atributo más jovial,
más levantado ni más vivo que el cacharro que
en lo alto de un palo de escoba señala a las palo­
mas su posada de amor.
Las rosquillas tienen una forma votiva, bíbli­
ca, antigua, ingenua, simpatiquísima, exquisita.
Las miradas buscan el agua, se fijan en el vaso
lleno o en la jarra llena... Parece que es una ca­
sualidad o una distracción; pero es una necesi­
dad... No serían tan frescas y constantes las mi­
243
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
radas si no recurriesen al agua. Se morirían. Hay
muchos ciegos que lo son porque se les olvidó
mirar el agua durante una larga temporada.
Ante la súbita sorpresa del relámpago, pensa­
mos perplejos: “¿Qué gran luz se ha fundido?”
¡ Oh, qué conmovedor es el aro de ese pobre
chico, de ese obrerillo vestido de azul que condu­
ce la gran rueda de coche al taller!
Unos ojos transigentes, geniales y puros nos
miran al pasar por las arboledas; los ojos perfec­
tos y triangulares, sin la ceja humana, que se
exaltan y se pintan sobre los álamos blancos...
Mucho rato nos les hemos quedado mirando, du­
dando qué clase de Providencia nos miraba por
ellos.
¡Oh, esas criadas que limpian los cristales su­
bidas en alto sobre el balcón o el mirador que da
a la calle! Las miramos con un espanto conteni­
do, viéndolas caer, sospechando que a la noche,
la Sección de sucesos, que no leemos, dará cuen­
ta de que se estrellaron.
Filigrana simpática y menuda la de la acacia,
ese arbolito que sólo da una grata ducha de som­
bra—una sutil ducha—al pobre transeúnte... Las
acacias, todas las acacias, pero las de las afueras,
sobre todo, son enternecedoras, tan delicadas"' y
tan populares, tan optimistas, tan resignadas, tan
GREGUERIAS SELECTAS
ciudadanas, sosteniendo ellas solas, fijas en su
puesto, el consuelo de los ardientes pueblos de la
altiplanicie.
Al ver por la breve mirilla que se ha abierto en
el nublado oscuro, que hay detrás de un toldo es­
peso un cielo azul y luminoso, quisiéramos ras­
gar por ahí, por ese “siete’’ casual, toda la nube...
Un rato lo intentamos con la mirada; pero el cie­
lo, lejos de abrirse, se cierra como para siempre.
No hay más que ver la fresa par^ probarla.
Las miradas la pinzan sutilmente. ¡ Oh, y si se
huele bien se come a puñados!
La botella azul de agua de azahar es bella, ga­
llarda v femenina. Su azul es inefable y consola­
dor... Y además sabemos, y lo tenemos presente,
el admirable papel que cumple en los histeris­
mos terribles de “Ella”... Cuando la íntima ca­
tástrofe parece sin solución, se recurre a la bo­
tella pura y azul como el único remedio... ¡Pre­
cioso búcaro y precioso frasco de bálsamo!...
Al ver esas chimeneas enormes que quedan en
las fábricas extintas, sin humo nunca, se piensa
que no hay medio de demoler una chimenea tan
alta, y sólo desaparecerá cuando caiga en rui­
nas... Ese peligro inevitable vivirá a su alrededor
mientras no se caigan. Partirán la cabeza a todo
el barrio.
244
245
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
A través de los visillos, el paisaje es ideal, es
un paisaje japonés... Toma la calle, a través del
visillo, un aspecto de visión del pasado en el pre­
sente crudo y aristado... Los ruidos de la calle
no corresponden a ese paisaje de los ojos... Ese
cuadro suave sugiere en el fondo de la casa un
idilio íntimo, enternecido y muy casero... Se acu­
rruca uno en un diván presenciando la milagrosa
y deliciosa tabla china, en la que abocamos real­
mente el aspecto suave de una calle de Tokio...
Hasta la luz de los mismos faroles vulgares de'i
alumbrado europeo se irradia en estrella alrede­
dor de un bello y compacto corazón... Parece el
panorama del visillo como un cuadro que quedara
hecho para siempre; pero cuando el anochecido,
el puro y raudo anochecido pasa, se desvanece
como para siempre.
Las largas tijeras de cortar papel están ansio­
sas de dar tijeretazos largos en el papel... Lo es­
peran tentándonos. Nos encontramos con ese
anhelo de ellas siempre que las miramos.
Vemos y vemos brillos de cristales, que des­
tellan bajo la luz del sol en todo lo largo y lo ex­
tenso de las tierras aradas... ¿No herirán ellos las
pulpas blandas de que está cuajada la tierra? To­
das las botellas rotas se esparcen por la tierra, y
ya la llenan en demasía... Vemos y vemos re­
246
lumbramientos de cristales, y en ellos parece que
hay como una nostalgia, como pequeñas miradas
de la tierra.
El violón llevado en andas por los pobres cie­
gos, dos cogiéndole por la cabeza caída con la me­
lena de clavijas colgando y otros dos cogiéndole
por los pies, todos ellos dirigidos por un guia in­
diferente de ojos vivos, y seguidos por un grupo
final de tristes asistentes al sepelio, todos unidos
entre sí por las manos afectuosas que se apoyan
en los hombros, formando así una larga guirnalda
inseparable que comienza en el guía aburridocorno el cochero del entierro—y acaba en el ulti­
mo, que es el más jorobado por la fatalidad,_ el
qué arrastra más los pies, el que va más vestido
de duelo, parece ser—¡ pobre violón!—un desgra­
ciado muerto de cuerpo presente, al que conducen
sus compañeros a través de la ciudad distraída,
viva y banal... Todos, en el simulacro de entie­
rro, parece que van apesadumbrados,_ con la ca­
beza abatida y el cuerpo doblado hacia ia tierra,
como compungidos, abrumados y con los ojos arra­
sados... ¡Aparente acto fúnebre, melancólico, dig­
no, dulce y piadoso!... ¡Apaisado cuadro senti­
mental, de una fuerza inolvidable y lamentable!...
Trajes absurdos, sombreros hongos estupefacien­
tes y tristes, una levita llorosa, violines como a la
funerala, flautas calladas, instrumentos lánguidos
y silenciosos, en señal de respeto... ¡Entierro
como de un oscuro, noble y desgraciado artista
247
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
inefable! Todos menos el guía ciegos y abruma­
dos de dolor.
tadas en su cabezada... Ellas dan expresión a su
cabeza de ojos invisibles detrás de las anteojeras.
¿ Qué quiere decir esa flecha indicadora, aguda
y maligna que hay bordada en la seda trasparen­
te de las medias femeninas en una dirección mis­
teriosa? “Por ahí”, quizás...
Esas sombras largas, frías y meditativas que
cubren de pronto un extenso trecho de los cam­
pos, resultan extrañas, mortuorias y destempla­
das, poniendo también una sombra larga, agorera
y escalofriante en nuestro espíritu... Turban todo
el paisaje, señalan sus alas lejanas sobre la tierra,
la estigmatizan, la agravan, la afean... Un no sé
qué, un raro desconcierto ponen en ella...
¡Qué elegantes y qué humorísticos esos simo­
nes, como con pantalones ajedrezados, a cuadritos negros y amarillos! Van muy elegantes y muy
chulos sentados sobre los ejes.
Las ropas tendidas en los balcones dan un as­
pecto de suciedad, en vez de un aspecto de lim­
pieza. a las casas empavesadas con ellas... Los
calzoncillos sobre todo, y sobre todo si son de
esos de bayeta amarilla, y las camisetas de avispa
y las medias de mujer que representan la pierna
aplastada, laminada, tumefacta y hecha un pingo
perdido...
Viendo iniciarse el florecimiento de la prima­
vera, todos los árboles parecen almendros... To­
dos parece que van a echar flores graciosas e im­
pensadas... Sólo al final vemos, defraudados, que
sólo echaron hojas; pero aún seguimos sostenien­
do que tuvieron la ilusión de unas flores imagi­
narias.
■ Los relámpagos bajo el cielo sereno y azul prusia que ha quedado en la noche, después de la
tormenta de la tarde, los relámpagos que surgen
detrás de la ciudad, son como resplandores eléctri­
cos de distintos “troles” zarandeados que se su­
ceden en líneas lejanas de tranvías de circunva­
lación.
Los molinillos—o molinetes, o molinos—de los
niños—azules, amarillos, encarnados, blancos, con
corolas moradas y blancas, azules y amarillas, en
forma de pintorescas y animadas estrellas de los
vientos—son gratas flores, como malvas reales,
como pipirigallos siempre en flor; son flores na­
turales porque son genuinas, porque no imitan
ninguna flor como las dolorosas flores artificiales.
Se deben adornar con ellas nuestras posadas.
Los caballos de tiro parece que tienen los ojos
en las brillantes medallas de metal dorado incrus­
Esas eses complicadas que la tiza resbaladiza
pinta en los cristales y en las lunas de lo* edificios
248
249
RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA
nuevos, representan toda la virginidad de la casa.
Después de todo, toda virginidad no es más que
una cosa así, esa S rubricada, ese detalle conven­
cional, balad! y fútil.
En la bandera española hay un día de sol y de
toros... Es como el remate de los gallardetes de
la fiesta nacional, hecho bandera nacional... Aun­
que el día esté nublado, al mirar en los estancos,
en las banderas y en los postes de los hilos para
los tranvías los colores nacionales, la evocación
del día de sol se siente de un modo palpable.
Las cazoletas blancas del telégrafo, bajó el día
claro y alegre, tienen la jovialidad de unos pájarós blancos y sabios en hilera perfecta... Figuran
en el panorama de los días optimistas como una
nota expresiva de él... Son las esposas blancas de
las golondrinas negras, que saben buscar su com­
pañía y su confidencia... ¡Oh viñeta de los libros
ingenuos y faltoé de sindéresis, viñeta triste en los
libros, cuando en el aire libre, lleno de sindéresis,
es una viñeta tan llena de alegría y de comunicatividad esa de las golondrinas negras y las golon­
drinas blancas sobre los hilos del telégrafo! ¡ Oh,
cazoletas mensajeras, segunda especie de las pa­
lomas mensajeras!
GREGUERIAS SELECTAS
están tan empalagadas de chocolate, de anuncios
de chocolates, las ciudades!
Esa casa está atacada de viruelas locas... No
hay más que ver su fachada, en la que los descon­
chados descubren las picaduras graves, blancas y
numerosas.
¡Oh, la nariz de las muías!... El gesto que ha­
cen sus ventanas y toda ella es de un dolor de na­
riz que llora...
El ruido de los pies descalzos de una mujer so­
bre los baldosines da una fiebre sensual y cruel...
En el verano, la ciudad esta llena de timbres
que suenan...
Lo más trágico de los domingos son las criadas
a las que no les ha tocado salir...
Las madrugadas huelen a andén, suenan a an­
dén, los focos y los faroles de la madrugada, son
focos y faroles de andén y los relojes en la ma­
drugada son relojes de andén...
Es apetitoso tomar el chocolate por la mira­
da... Es demasiado pesado pedirle y sorber su
plomo derretido... Que lo pida el amigo, y ten­
dremos bastante, más que suficiente... ¡Además,
Siempre que en las prisas para ayudar a la mu­
jer se pincha su sombrero con un alfiler largo, pa­
rece que se le ha atravesado la cabeza... Parece
que es un crimen que han debido cometer todos
los hombres que han ido a poner alfileres de esos
250
251
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
a una mujer,.. Yo estoy triste de un crimen de
estos... o de más...
Las fuentes de surtidores altos tienen travesu­
ras, de chicos, y revelan su vida, sus libertades y
su imaginación en esas travesuras que hacen con
su chorro, como un niño cuando hace divertida­
mente “pipi” al aire libre y dirige el surtidor de
un lado a otro.
No hay nada que más angustia dé y nos deses­
pere más de impotencia, que el ver morir el gas
de un farol' en una calle solitaria... ¿Dónde en­
contrar el farolero que lo remedie ? ¡ Oh, sus úl­
timas boqueadas 1
Se siente un pánico pesado al subir en un as­
censor... Parece que, si la máquina es segura, los
porteros apáticos y huraños la han dejado des­
componerse. y se caerá pesadamente en una preci­
pitada perpendicular, rompiéndose la caja indus­
triosa en un fracaso de cristales, de maderas v de
metales... Por-lo preciso, lo a plomo, lo rotundo
y lo fatal que será el golpe, es más tremenda aún
la sospecha y nos aprieta más.
GREGUERIAS SELECTAS
noche de invierno, y quedarse en su marco en ca­
misa, pero fieras y heroicas... Resulta enteroece­
dor su gesto y suscita una delirante pasión su des­
nudez desvalida y desgarrada por el frío. Se las
perdona y nos reconciliamos. El ardor de su co­
razón no las ha permitido coger la pulmonía; pero
hay que disuadirlas de que lo vuelvan a hacer.
Aunque, por esa confianza que tienen en su ar­
diente y salvador corazón, repetirán fácilmente el
acto salvaje y patético, hasta que un día cojan de
verdad la pulmonía horrible... Siempre temere­
mos su pulmonía, siempre nos rendirán y nos
derrotarán con este latiguillo, como siempre nos
inquieta también el que se vayan a tirar por el
balcón, su otra amenaza medio llena de picardía,
medio llena de sinceridad...
Varias veces se nos han intentado matar de una
pulmonía las mujeres, en esos momentos de de­
sesperación en la disputa en que ellas intentan de­
mostrar el valor de su pasión del modo más vio­
lento.... Todas coinciden en esa iniciativa de abrir
el balcón, por el que entra el aire helado de la
No hay inquietud parecida a la que produce una
miope... ¡Oh, miope amada!... Primero, sus mi­
radas a todos lados nos dieron celos... Su false­
dad parecía tremenda, cínica, constante, sin orien­
tación, sin selección... Después, nos llegamos a
dar cuenta de lo equívoco del caso... Ella no no­
taba la ambigüedad de sus miradas, y los demás,
sin sospechar eso, creían en el deseo y la predi­
lección de ella. Porque sus miradas de miope eran
más de deseo que de amor... ¡Dolorosa inquie­
tud! ¿Cómo dar explicaciones a todos los pasaje­
ros de todos aquellos caminos que recorrimos jun­
tos y a todos los huéspedes de todas nuestras po­
sadas ? ¡ Oh padecimiento silencioso, contra el que
casi no vale la conciencia absoluta de la victoria
252
253
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
absoluta conseguida por uno contra todos en el
fondo del alma y de los ojos de la miope!... Re­
pulsivos enardecimientos visibles en los hombres
ordinarios o banales, ante los ojos ciegos que mi­
ran ciegamente! ¡Infulas procaces y estúpidas en
los hombres mirados por la miope! ¡Necesidad de
morderse la lengua! ¡ Insufrible dolor de morder­
se la lengua ante todos! ¡Arbitrarias repulsas a
la miope, aun a sabiendas de su inocencia de mio­
pe ! ¡ Besos finales, besos arrepentidos, besos tran­
quilos en su soledad, porque en la soledad se la
ve limpia de su pecado aparente, remota, ciega,
completamente ciega para todos menos para uno!
Los pescadores son los comerciantes más grie­
gos, más latinos y los que manejan más bella pla­
ta... Son limpios, primitivos y de una profesión
sencilla y dignísima.
Da miedo que las vibraciones de los ventilado­
res, de las máquinas de escribir, del timbre del
cinematógrafo cercano y otros muchos ruidos del­
gados, insistentes y nutridos maten la inteligen­
cia, las inutilicen, la mengüen, la hagan polvo.
Los loros son chulapones, colmilludos, flamen­
cos, fanfarrones y mujeriegos... Les gusta sobre
todo las gordas flamencas, que suelen pasarse la
vtida en casa cubiertas de joyas—muchas gruesas
pulseras—y con una bata o un matinée medio
abiertos.
254
GREGUERIAS SELECTAS
El pedicuro de gran renombre, vestido con un
elegante chaquet y lleno de buenas maneras, prac­
tica su arte como practica un rey el lavatorio de
pies...
Sólo un hombre en pie en el centro del Polo
Norte está en equilibrio y tiene una gallarda per­
pendicularidad; todos los demás estamos unidos
a la tierra como por un alambre sustentador... s
tamos verticales con respecto a nosotros mismos;
pero con respecto a un ojo superior que nos atalaya muy por encima, estamos torcidos, oblicuos,
grotescos, algunos boca abajo, tan boca abajo^ que
se nos ocurre una pregunta trascendental: ¿Como
es que no se les sube—se les baja la sangre a la
cabeza a esos hombres del Sur?
¿Habrá algo más penetrantemente voluptuoso
v que más pulse nuestra alma que el oir una voz
baja y joven en la casa que duerme?... Apenas
se escucha lo que la voz dice, solo se deja traspa
sar uno por la fina voz humana, noble y sentida,
y si a veces interrumpe uno, es para sostener la
conversación, para que no se apague, para que la
confidencia infinitamente trivial continúe calándo­
nos con su voz baja... Ningún sopor más fino y
más cordial... Los besitos involuntarios de la voz
baja, sus dulces agujas, su zumo sutil, nos satu­
ran por entero, y cuando acaba el palique estamos
llenos de una delicia sin acritud, sin posos, sin las­
civia, sin excesivo deleite... ¡Oh dulce mujer, ha-
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
blemos hasta la eternidad en voz baja, alargando
la noche para siempre!...
Las portezuelas de los coches son aviesas como
ellas solas; se abren en un descuido del cochero
o de! chauffeur, y un momento parecen ir a cho­
car con un ruido seco y a desguazarse irrepara­
blemente... ¡Oué pánico el de esas portezuelas
abiertas en el coche que corre, pero cuánto mayor
las del tren que vuela! Las del tren son más re­
sabiadas, siempre parecen ir abiertas, y un hon­
do, un abismado escalofrío, la repercusión de una
caída mortal, nos ha conmovido al pensarlo... Las
hay que no quieren cerrarse, por más que se in­
tenta... Nunca olvidaremos que fuimos asomados
sobre el abismo a una de esas portezuelas sin ce­
rrar, y que cuando lo notamos se nos cayó el co­
razón en aquel abismo en que fue tan posible que
cayésemos.
En la noche, esos maniquíes de las corseteras
se quitan el corsé ceñido y apretado, las enaguas,
los pantalones, las medias, los zapatos, y se acues­
tan en el escaparate o en el fondo de las tiendas,
cerrando los ojos de largas pestañas... ¿Podrían
vivir si no? Ellas, que han estado como para irse
a acostar todo el día, al fin pueden hacerlo.
Aquel ancho descote estaba lleno de luz, una
luz que iluminaba su rostro, una luz que daba su
brillo duro a los ojos, una luz que, subiendo de
abajo arriba, dejaba en sombra sus ojeras...
256
Nuestras miradas caían como las mariposas en la
luz de su descote.
¡ Pobre gusano blando y voluptuoso metido en
el corazón de la fruta!... Nos lo encontramos de­
masiado tarde, cuando ya no le podemos dejar la
fruta para él solo... Sentimos su frío repentino
al ser puesto a la intemperie, desnudo y en carne
viva... Sentimos la quiebra de su destino, senten­
ciado a morir, desalojado de la incubadora en que
vivía tan dulcemente... ¡Y a veces sentimos una
profunda dentera, un dolor penetrante, al haber­
le partido con el cuchillo al partir ciegamente la
fruta! ¡ Horrible susto el del gusano y el nuestro 1.
¡Pobres Venus de Milo!... Sin brazos, no sepueden defender de los hombres indignos que las
compran y las abrazan, y por no tener brazos, no
pueden abrazar a los que quisieran, ni señalarles
el camino ideal. Por eso hasta los usureros las tie­
nen en su antesala.
Es horrible, es pavoroso, es desgarrador ver laargolla que engarza la dura cadena de hierro a la
nariz tumefacta y viva del oso... El pobre ani­
mal—el pobre hombre, diríamos—tiene ya una ne­
gra y escocida desolladura en la nariz, que está
próxima a rasgarse, que quizá se rasgó ya una
vez por un lado, y ahora sostiene la cadena larga
y pesada de un nuevo ojete, hecho con un afilado
257
G. de la Serna: Greguerías.
17
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
punzón... ¡Oh, esa negra carnicería de la nariz
llena de sangre acida, herrumbrada y corrosiva!
Esos esqueletos de coronas que esperan ser re­
vestidos y que siempre cuelgan de las portadas de
los quioscos de flores, son algo angustioso, iúgubre y ritual en la vida de la ciudad...
El gesto genuino de la muerte, el gesto abstrac­
to y postrer, lo han precisado los peces con la cara
que ponen fuera del agua... Es así de horrible,
así de ahogado y así de curioso siempre... Todas
las agonías que he visto han sido así, y todas las
que no he visto.
¿Qué verbena hay siempre, y dónde, que pa­
san por la calle, de noche, coches de los que par­
ten voces de juerguistas y una voz de mujer que
lleva mantón de Manila?
¡ Qué vida más anodina y sombría no deben lle­
var durante la semana esas muchachas que se pa­
san los domingos con las porteras, sentadas en el
portal, quietas e inexpresivas!...
GREGUERIAS SELECTAS
tras de ese coche para ver el rostro de esa cani­
lla exquisita.
En la noche, los urinarios parecen burladeros
de ladrones, de criminales o de otros asaltadores
alarmantes.
Después de tomar un chocolate con ensaimada
se es burgués, profunda, panzuda e irremediable­
mente burgués.
¡Qué pena da despertar a un pájaro en la no­
che!... Es como turbar un sueño muy merecido,
muy respetable, el sueño de un niño, un sueño de­
masiado blando y demasiado ingenuo dentro de
un boa de marabú.
La serpiente de cascabel se nos representa como
un sonoro cascabel colgando de una cinta de seda
anudada a su cuello.
Durante la noche, el gobierno está en crisis
total.
Las canillas y los pies de todas las mujeres que
van en los coches abiertos son reveladores, muy
femeninos y exquisitos, y como a veces la capota
va echada y no se ve de quién son, eso les da un
vivo interés mayor. Correríamos, correríamos de­
Parece que los teléfonos de estación siempre se
dicen algo interesante, que se dan ánimo unos a
otros en medio de la soledad de los bosques de la
noche, que se relatan misterios demasiado' reales
y terrenos, que una gran amistad fraternal habla
largamente por ellos, que recogen noticias leja­
nísimas, que se comunican sucesos trágicos ocu­
rridos en los trayectos interminables, descarrila­
258
259
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
mientos, asaltos de ladrones, tristezas de sitios
perdidos bajo el fragor de las tormentas o el ri­
gor de las nieves perpetuas... Algo muy serio nos
ha enternecido y nos ha hecho pararnos atónitos
ante la puerta de los jefes de estación, oyendo la
monótona, pero profunda cantinela que llegaba
allí de entre los árboles de la noche.
La flor de papel que remata las zambombas es
una flor de invierno, esbelta, infantil, que deco­
ra las noches de frío con una gran ingenuidad
perfectamente floreal... Espera y luce, sin helar­
se ni deshojarse, en su maceta sonora. Es grata
e inolvidable en las noches. de Diciembre, como
algo reparador y gracioso.
Largas tardes perdidas esperando más o menos
corazones en la indecente baraja... Confusión de
los diez corazones con los nueve, con los ocho y
con los siete... Pánicos de no haber ganado, cuan­
do contando mejor resulta que se gana. ¡Encon­
trados movimientos del corazón!... Deseo de vam­
piros cuando estamos a la par, mortal deseo de
poner nuestro corazón entre los -corazones y ha­
cer uno más... ¡ Ser'rallo de corazones vesánicos,
livianos y venales!... ¡Repugnantes reyes herma­
nos siameses, unidos por el vientre!... ¡Reinas
descocadas con la corona torcida! Nos faltarán
en la vida estas tardes en que hemos estado ju­
gando hasta la noche, siendo lo más trágico y lo
más irreparable que nos hemos jugado las horas,
horas no vividas, porque hemos perdido durante
260
GREGUERIAS SELECTAS
ellas la atención por la vida... Aspero sinsabor,
ganemos o- perdamos...
Los grandes frascos de cristal llenos de cara­
melos de los Alpes fueron para nosotros, de pe­
queños, el tesoro más opulento de las tiendas...
Y verdaderamente, son de un fantástico optimis­
mo y una fantástica alegría interior; repletos de
variedad, orientales en combinaciones de color:
algunos, verdaderas piedras preciosas; otros, ver­
daderas florecillas; otros, como detalles de anti­
guos vasos murrinos; otros, aciertos kaleidoscópi-1
eos... En los momentos trágicos debemos pensar,
por ejemplo, en esa trivialidad de los grandes
frascos llenos de caramelos de los Alpes, de tan
gayos colores, llenos con tan tradicional y per­
manente exuberancia, inagotables, ricos, felices...
i Oh, la benevolencia, la belleza banal, la irifantilidad preciosa de esos frascos!
El jarro de la leche, en todas las manos servi­
ciales durante la mañana, es algo confortable, cuyo
optimismo conocemos bien... No olvidaremos los
distintos jarros de la leche que vimos sobre las
mesas del desayuno durante nuestra vida. Nada
más apetitoso ni más santo; ninguna comunión
mejor. Era el jarro como uno de esos animales
abnegados que curan a un niño. Era como el re­
sumen vivo y simpático de la abnegación de la
vaca... ¡Oh, aquel en que ponía Santander, y
aquel en que ponía Carmen, y aquel que decía
Recuerdo, y aquel con las listas rojas en la pan­
261
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
za, y aquel a rayas azules, y aquel blanco, de un
blanco purísimo y aquel amarillo con rayas rojas
como las avispas que en las mañanas de primavera
acuden al desayuno!...
Linoleum, ese nombre latino, sonoro y admira­
ble, que es tan solemne, que es tan difícil de de­
cir, y en el que suena el órgano profundo, es ab­
surdo, irresistiblemente absurdo que se refiera a
lo que se refiere, que signifique lo que significa...
¡Pobre palabra malograda e inutilizada! ¡Linoleum, palabra suntuosa y ritual, de un bello rito
muerto! ¡Palabra asesinada por los mercaderes!
En la mirada de los animales hay una gran su­
ficiencia... Miran una sola vez y retiran en se­
guida los ojos, como si no les interesásemos, como
si nos hubiesen conocido hasta el fondo de las en­
trañas. Los animales saben que todo es vulgari­
dad, que todo es animalada.
GREGUERIAS SELECTAS
balcones. Son concentradas y nostálgicas sus visio­
nes. Miran con atención y celo y guardan nuestra
mirada y nuestra significación.. ¡Ventanitas llenas
de piedad, de inocencia, de intimidad, ventanitas
de ojos humanos, normales y proporcionados;
ojo-s como los nuestros, chicos y prudentes! ¡ Ven­
tanitas triangulares a veces como las pupilas de
la providencia!
Las mujeres rompen y abandonan medias y me­
dias, como las serpientes sus camisas... ¡Sobre
todo estas modernas medias caladas próximas a
convertirse en un fino talco! Pero esa mudanza es
buena, porque bajo unas medias nuevas se renue­
va la pierna, es decir, es perfectamente nueva y
otra, es limpia y diferente.
Las ventanitas pequeñas que hay en las ciuda­
des, perdidas en las fachadas que aún no han sido
encerradas por los patios de otras casas, son bas­
tante expresivas; pero en la ciudad abundan
poco... En los pueblos es donde esas ventanitas
tienen un valor sumo. También en los pueblos des­
aparecerán. ¡ Lástima grande! Esas ventanitas en
los pueblos son una mirada concentrad?, y genial
fija en la calle y sus transeúntes. Ellas alcanzan
un sentido de la realidad que no alcanzan las
grandes ventanas y de ningún modo los grandes
La corbata es graciosa y trivial como ella sola.
Sólo se ha llegado a “ejecutar” con una elegan­
cia rotunda, gracias a la corbata de cáñamo.
Dejar de llevar corbata es enlobreguecerse un
poco; es no aceptar lo más irónico del vestuario,,
la bagatela por excelencia. Eso lo saben hasta los
campesinos, en los que es un intento de corbata
ese nudo con dos puntas tirantes con que se atan
al cuello un pañolón de flores. Necesitamos tanto
la corbata, que si se nos ha olvidado ponérnosla,,
no nos encontraremos y sentiremos como si hu­
biésemos perdido nuestra mundanidad, nuestra
categoría, nuestra distinción, nuestra superfluidad'
querida. La corbata es el atnibuto. ¿Qué clase de
262
2S3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
atributo? No se podrá aclarar esto; pero es el
“atributo”, el atributo como atributo.
El que más fijó en mí esta idea definitiva sobre
la corbata fué aquel mendigo genial que, desastra­
do, sin camisa, cubierto sólo con una especie de
chaleco con medias mangas, llevaba una corbata
de lazo atada al cuello de carne. Aquella corbata
en el hombre harapiento, rojo, renegrido, colga­
da sobre su cuello terroso y fuerte, fué como
una exaltación del “atributo”. A aquel mendigo
con aquella corbata enorgullecida no se le podían
■dar cinco céntimos; a lo menos había que darle
■diez. Era más maravillosa que la corbata de un
dandy sobre la inmaculada pechera de un hom­
bre de frac, aquella corbata solitaria y sorpren­
dente.
Las solemnidades necesitan una corbata para
■su día, una corbata que sea como la que se coloca
di cuello el sacerdote al oficiar. Una corbata re­
servada los demás días y que no nos .podremos
poner sino ese día impar.
Así yo, para los actos más solemnes de mi vida,
tengo una corbata roja con listas violetas. Orna■mentado con ella presidí el banquete a Fígaro el
día de su centenario, engalanado con ella voy a
Pombo en las solemnes noches de los sábados y
he subido a distintas tribunas, la más suprema en­
tre todas aquélla desde la que pronuncié el dis­
curso inaugural de la Exposición de los Integros,
acto único que sólo repitiéndose el mundo se po­
dría quizá repetir.
La corbata que no se puede dejar de mirar es
264
greguerías selectas
terrible. No se podrá oir lo que nos dice el hom­
bre que la lleva. Caerán nuestras miradas en su
corbata una y otra vez, y nos despediremos de el
mirando a su corbata. Las corbatas ajedrezadas o
con pintas blancas sobre negro os dejaran en el
sitio, os cazarán y os retendrán como los papeles
para coger moscas.
Hay corbatas—muchas corbatas—de lacito que
parecen mariposas, mariposas de todas las espe­
cies, con esa inmensa variedad de las mariposas
Mariposas pomposas clavadas en el cuello, con las
alas abiertas, sutiles y vibrátiles.
La chalina es demasiado rimbombante, aunque
cae con la suficiente volubilidad y desigualdad
para ser artística. La chalina revela abundancia
de imaginación y de espíritu, pero ha sido oesprestigiada por los pobres de espíritu que que­
rían aparentar la abundancia y por los autores del
“género chico” que la han sacado a escena ha­
ciéndola el tópico del poeta... i Oh, esos Quin­
tero !
.
, r „
Hay corbatas pueriles de estrecho talle y am­
plias caderas, vestidas como aldeanas endominga­
das, que tienen sobre el pecho el valor de una lu­
gareña de traje ingenuo, rígido y enguirnaldado.
El cándido cateto y su corbata parecen el novio
y la novia.
¿ Ouién pone de moda tales o cuales corbatas.
Parece que el corbatero-director va a ver al prín­
cipe que impone la moda de las corbatas en el
gran mundo y le enseña los muestrarios. Ese prín­
cipe que cada seis días tiene que elegir una coi265
RAMON GOMEZ DE LA SERNA.
GREGUERIAS SELECTAS
bata, a veces está de buen humor, y elige una
bella corbata; otra vez escoge con displicencia, y
elige cualquier cosa.
Las corbatas de plastrón son de una alcurnia
grave. Sólo pueden ser usadas por un señor de
rancia nobleza o por sus lacayos, sólo que las de
los lacayos han de ser blancas, lisas y muy plan­
chadas y han de llevar, en vez del cabujón mons­
truoso que centra las de los señores, un alfiler con
corona, que se vende en las mismas tiendas que
venden ameses, espuelas y serretas.
Hay corbatas de lazo .muy estrechas, que for­
man un lazo muy fino y de alas muy largas, que
parecen libélulas suspensas, dando al que las lleva
—por lo general muy flaco y larguirucho—un as­
pecto de libélula. Si el que las luce lleva lentes
encima, es su corbata como una libélula detrás de
otra libélula entre los juncos.
La corbata del burgués es una burguesa vestida
con una moda antigua y una tela de colcha, una
burguesa fatua y cargada de brillantes; una bur­
guesa vueluda y oronda, satisfecha de las sortijas
que lleva su marido en las manos y del dinero
que lleva en los bolsillos.
Hay corbatitas pequeñas y de lunares que pa­
recen una ficha de dominó.
La corbata blanca del frac es nítida y delicada
como ninguna; es presuntuosa y virginal; es una
señorita.
La corbata del loco es admirable y da gravedad
a su rostro. Es una tira negra que cae suelta y en­
redada a lo largo de la pechera de su camisa de
dormir. Es como una greña suelta de la tragedia
de la locura. Esa clase de corbata y ese modo de
estar desenlazada, da siempre un aspecto, patéticoy extraviado al hombre que se la ha dejado.asi.
Todo actor dramático' la tiene en su vestuario y
se la deja así en la hora fatal del drama.
Las falsas corbatas que no rodean el cuello del
hombre con el amor femenino que guarda en si
la corbata; esas corbatas que se cuelgan del pasa­
dor del cuello o que tienen como una articulación
ortopédica para engancharse al cuello vuelto, si­
mulando ser completas y verdaderas, son de una
mezquindad inaudita, son sólo dignas de los hom­
bres que llevan cuellos de caucho.
La corbatita de cordón con dos borlitas en Iosremates, es una corbata paradisíaca, coroata de
las camisas de dormir, pero que algunos, hombres
paradisíacos — quizá algún francés, quiza algún
catalán—sacan a la calle bajo una barbita seráfica.
Las corbatas se destrozan atrozmente. Parece
que van a ser eternas; pero, se deshacen rápida­
mente. Siempre sin saber cómo nos las arregla­
mos para eso, nos encontramos que cuelga un
montón de pingos tristes y flácidos de la cuerda
tirante en que se sostienen ellas. ¿Cuál nos pon­
dremos? No hay ninguna buena, ninguna entre
tantas, y una corbata raída compromete más y es
más lamentable que unas botas rotas, una cor­
bata destrozada es el más triste guiñapo, enfla­
quecida, deshilada, mustia como nada... ¿Enton­
ces? Entonces nos pondremos la corbata negra de
los lutos, de los entierros, de los pésames, que
266
267
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
está poco usada. ¡ Socorrida corbata, aunque la­
mentable, porque hará que nos pregunten: “¿Por
quién estás de luto?”, y nosotros no sabremos
qué contestar!
Ante todas esas corbatas y las otras (las cama­
león-ticas, las que tienen preciosos dibujos y ento­
naciones de serpiente o de escarabajo, y las otras
y las otras), ¿cuál elegiremos? No lo sabemos.
Llegaremos a cometer un gran desacierto con res­
pecto a la moda. Nos dejamos engatusar siempre
por el color vivo de una o por el dibujo audaz de
otra, haciendo un matrimonio de amor en vez de
un matrimonio de conveniencias. Sólo los diplo­
máticos saben escoger una corbata ideal y distin­
guida. Nosotros incurriremos siempre en graves
errores, cegados por la pasión. No sabremos te­
ner el escepticismo y la impasibilidad del dandy.
Tanto, que a veces no nos atrevemos a usar al­
guna corbata comprada con el mayor entusiasmo.
¡ Oh, cobardía!...
Hay solares que se empeñan en que no se edi­
fique en ellos... Parece que voluntariamente per­
sisten en su intransigencia, ocultando sus docu­
mentos, como sin dueño ni posibilidad de tenerlo,
defendiéndose, detrás de su valla, de toda domi­
nación... Hemos adivinado el misterio de su inde­
pendencia al pasar junto a ellos... Todo llegó a
estar edificado a su alrededor... Las ventanas de
las cocinas y de los cuartos interiores de la casa
que da a la calle de atrás se abren al fondo, y a
sus lados dos largas paredes ciegas y cuadricu­
268
ladas, costados de dos grandes y nuevas casas, lo.
cierran, dejando sólo libre el frente... Aun asi, e.
persiste en su libertad, heroico y rebelde.
¡Oh, esos árboles que nos producen una emo­
ción que se repite mucho en nosotros: esos árboles,
de largas, caídas y numerosas alas que reposan
del vuelo o van a volar, alas agudas y descuida­
das de águilas imperiales terriblemente grandes,
águilas de cien cabezas y doscientas alas!
Al que tiene el placer de arrancar las hojas del
almanaque no le gusta que nadie se adelante a él.
Lo tomará tan a mal como una indiscreción ■, pero
lo que no perdonan es que se busque a través del
taco de un almanaque alguna fecha lejana en la
que se quiere saber si “cae” tal santo, o si es do­
mingo, o si es el día del rey; eso no lo peí donan,
porque en esa pegazón completa de unas hojas
con otras, en ese engomamiento que chasca dulce­
mente al ser arrancada cada nueva hoja, está la
virginidad sutil y delicada del almanaque, que el
dueño se reservaba para gozarla solo. ; \ es tan
irreparable y tan demasiado ese desfloi amientocometido por la mano enemiga! ¡ Hs e± desflora-miento de todo el año!
Si en la noche se quedase encendido un relám­
pago en el cielo, si se sostuviese esa luz firme y
grave, se vería el fondo del cielo, sus entrañas,.
269
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
■su techo trágico y cuajado de cosas, su fondo ana­
tómico, crudo y abismado.
Perro solitario en la alta noche... Todas las
■puertas cerradas para él y todos los asilos. ¿Qué
hará?... No le preocupa. Busca, lleno de esperan­
za y sostenido sólo por su magnífica esperanza,
un tesoro entre los escombros... Dueño único de
algunas calles, es cuando se siente más grande y
más presidencial... Es un espíritu fuerte, es des­
deñoso, es el aventurero esplendoroso y misera­
ble... Se piensa que con el alba se encontrará en
un bello y paradisiaco estercolero final y supre­
mo, bajo un vasto cielo desolado y blanco...
El envío de prospectos debía estar regulado por
fiscales a propósito... Es de una impertinencia in­
aguantable recibir prospectos anodinos... ¡Sobre
todo, los prospectos de cosas medicinales debían
estar prohibidos, porque hacen entrar en apren­
sión ya que se dirigen a nosotros como a dañados
de alguna grave enfermedad, y porque, como al­
gunos, tales como los que anuncian la curación
de las almorranas, son de una gran deshonestidad
por sus grabados explicativos y nos suponen con
tan feo alifafe, el más inmoral de todos!
A ese hombre que nos han presentado un mo­
mento, y al que sólo en ese momento hemos ha­
blado dos palabras, ¿le tendremos que saludar
siempre? Le tendremos que saludar siempre, por
■demasiado que eso sea. Es al que más nos encon­
270
GREGUERIAS SELECTAS
traremos en todas partes, es por el que el ala de
nuestro sombrero se vencerá de tanto quitárnos­
le... Ese hombre y nosotros somos los únicos que
no nos olvidamos, somos los que más nos pieocupamos el uno del otro, somos, en el fondo, los más
amigos, porque no hemos podido dejar de serlo...
Sin embargo, pesa siempre ese saludo, como el
saludo a un extraño al que no sabemos cómo de­
jar de saludar, porque no ha surgido el motivo
que surge siempre en otras amistades para no
saludarse. Un día, ño obstante, nos dejamos de
saludar; pero nos reconoceremos siempre, en este
y el otro mundo, porque nos hemos sido desco­
nocidos, porque solo se olvida a quien se trata y
se le ve estúpido, ruin y digno de ser olvidado, y
hasta se olvida a aquel arrugo al que. no quisiéra­
mos olvidar, pero nunca a ese.
¡Qué antipática la carraca, qué desagradable!...
Recordamos que de niños nos la hacían soportar,
cuando nos la regalaban como una atención nues­
tros mayores, faltos de imaginación y de grande­
za para comprender que la sonábamos sólo por
cumplido, sin gusto ninguno y sin alegría.
Quisiéramos retener esos pequeños adornos de
la mujer, que escapan, que se van, que no dejan
memoria de sí ni en el Rastro siquiera. Aquel collar
tenía una gran luminosidad tamizada, endulzada,
sencilla. Estaba hecho como de uvas escogidas y
pulimentadas, de uvas italianas. Esas uvas alar­
gadas, abellotadas, pulidas, duras; esas uvas ter-
RAMOS GOMEZ DE LA SERSA
sas y muy apretadas, entrando en el placer y la
delicia de la boca, y hasta del alma, que se asoma
a probar las uvas con cierta predilección excep­
cional, el estallarlas, el romperlas, sintiendo lo
suavemente que fallecen y que se dan. Fué acier­
to escoger la uva de tan fino color, de tan fina
carnosidad como adorno de la garganta y el des­
cote. Así, las uvas del collar unían su pulpa a la
pulpa carnal, y se hacían como racimo, como fru­
to nacido de la vid fecunda, que es la hembra. Y
al apetito y la voluptuosidad que por su color, su
forma y su corazón suscitaba la uva—la más in­
citante de todas las frutas—, se unía la voluptuo­
sidad y el apetito de la mujer, en un grato injerto,
como si lo que hubiese que alcanzar de la mujer
fuese el desgranar el collar de sus uvas y mor­
disquearlas y sorberlas una a una; aquellos colla­
res se formaban de varias clases de uvas: una
admirable de herrial en el centro, y a ambos la­
dos otras de herrial también, grandes, gruesas,
pero que iban disminuyendo, hasta cerrar el co­
llar las del albillo más sutil. Todas uvas sin grano
y con el hollejo sutil y transparente, era precio­
so, era delicioso, era silvestre el adorno por todo
eso; pero quizás el secreto de su seducción esta­
ba en que su color era verdegay, el más espiritual,
el más enternecedor, el más entrañable de los
verdes. ¡Verdegay!
El otoñecer es un trivial entretiempo que se di­
ferencia del otoño como el atardecer del anochecer.
272
GREGUERIAS SELECTAS
Hay que ir de vez en cuando a la cocina para
tomar esa refrigerante luz que hay en ella. Este
viaje como a la aldea callada y apacible que es
la cocina nos sentará bien. Es admirable el fogón
con su resplandor en el nicho abierto por el que
cae la ceniza y las brasas. Es grato levantar la ta­
padera de la cazuela en que hierve algo, para sa­
ber qué es; y si está la sartén friendo algo, resul­
ta muy gustoso y muy especioso el ver lo que
fríen y el oir el ruidillo de la freiduría. Así, des­
pués de ese paseo por la cocina, al sentarnos de
nuevo en la mesa de trabajo, nos frotaremos las
piernas y las manos con esa buena voluptuosidad
y ese sabio reflexionar con que los insectos se aca­
rician sus finas antenas y sus finas extremidades
al posarse, sintiéndonos nuevos y aliviados.
Velma, Milka y Noisettine son tres nombres
sugeridores y dulces como de tres señoritas en­
cantadoras; son los nombres de las tres clases de
chocolate de que son las pastillas de las cajas
Suchard.
Velma es demasiado dulce quizás. Velma se
pasa de ese punto discreto del que no se debe pa­
sar. Velma no es que empalague, eso de ningún
modo, pero no es como Milka. Eso es lo malo que
podemos comparar a las tres hermanas entre sí.
Si no, Velma nos parecería admirable y ese pun­
tillo que la ponemos no se lo pondríamos. JVelma
va vestida de oscuro, con camisa de plata.
Milka es suave y prudente. Su traje ya es vivo
y juvenil, un morado claro que hace bien. Tam-
a73
G. de la Serna: Greguerías.
18
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
"bien su camisa es de plata. Milka complace por
completo, y pone alegría y gracia en el grupo de
las tres hermanas.
Por Milka quizás se tiene gusto de tratar a Vel­
ma y a Noisettine. Sin Milka, entraría la tristeza
en la residencia de las tres, aunque siguieran sien­
do dulces y elegantes. Milka es ñna, optimista,
menuda. Por ser la más pura de las tres, resulta
más breve siempre su encanto. Milka—además
hay que reconocer que si son bellos los nombres
de Velma y de Noisettine—, Milka es sonoro y
personal. Tiene la dulce sonoridad de los nom­
bres de las rusitas blancas y delicadas. La encie­
rra su nombre, y la k sobre la a pone un acento
enteramente femenino en su nombre. Milka, en
resumen, es la preferida más ingenua que las otras
y más infantil, aunque es la mediana. Primero
Velma la nostálgica, demasiado hecha y llena de
sí, llena de su dulzura; después Milka, y después
Noisettine.
Noisettine, aunque es la más niña, es la más •
misteriosa. Su esencia se ha hecho frente al ejem­
plo de las otras dos hermanas. Agotada la gracia
y la espontaneidad en ellas, Noisettine tuvo que
complicarse un poco para presentar alguna origi­
nalidad al lado de la de ellas. Por eso, porque
quiso no repetir la gracia de Velma o Milka, tan
digna de repetirse, tiene ese tono un poco enran­
ciado y áspero que hay en ella. Noisettine hubiese
sido nuestra preferida, porque su nombre es un
nombre sentimental, de niña dé miradas largas,
niña delicada, a la que hay que mimar; pero esa
leve entonación que hay en ella no nos ha dejado
hacerla nuestra preferida. Indudablemente, es
Milka la entonada, la pizpireta, la jovial, nuestra
preferida.
Todas ellas, de la familia Suchard, de célebre
apellido en todo el mundo, son dignas de su ape­
llido. Yo que no soy ningún anunciante, sino un
sentimental empedernido que no cree comprome­
terse nunca, he querido hacer el retrato dulza­
rrón y suave de estas tres delicadas almas fe­
meninas: Velma, Milka y Noisettine, porque lo
merecen desinteresadamente, porque merece una
atención francamente publica aquello con lo que
convivimos, y porque he querido hacerlo.
274
275
Nos avergüenzan ¡os pies... No podemos evi­
tarlo... Por vergüenza y por olvido de los pies,
no sabemos andar, no sabremos andar bien nun­
ca... Además, con mucha frecuencia se nos azaran
los pies, se intimidan... bodas las miradas nos
miran a los pies para rebajarnos, muchas nos
echan la zancadilla con su fijeza... ¡Es horrible
y embarazoso tener pies!
¡ Cómo miran esas jovencitas que llevan un ama
al lado con el niño de su hermana o de.su cuñada
en brazos!... Miran como una adúltera o como
una madre que os propone un hijo como aquél y
el mismo lujo y los mismos duros encajes; un
hijo suyo, que ella necesita apremiantemente, y
para cuya maternidad se siente con vocación.
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Retorciendo una mano de mujer hasta hacerla
que se doble por la cintura y pida socorro con los
ojos elevados y los senos ofrecidos, como sólo se
ofrecen los exvotos, se obtiene su escorzo más
bonito y más agradable; el más conmovedor, el
más rendido. Por ese escorzo apiadable y sumiso,
nos quedamos más prendados de ella.
La campanilla del trapero parece tocar a otra
cosa que a llevarse la basura... Nos recuerda esa
campanilla colgada a la puerta de las iglesias de
Nápoles y que tocan desaforadamente los mona­
guillos... Suena a mayor liturgia que a la inmun­
da liturgia que sabemos qué significa, es el toque
para que toda la gente ordenada esté en pie... Es
la campana de la vida cotidiana más representa­
tiva de esa vida.
_ .
Esas comadres que se ven desde el coche en
que se llega de la estación, por la mañana tempra­
no, son las que mantienen la más perenne reali­
dad de la ciudad, son las que la dan su carácter
firme, son las que nos hacen volver a encontrar
de nuevo los redaños de la ciudad. No olvidare­
mos, para sostenernos en la idea baja y firme que
necesitamos tener de la vida bajo nuestros pies,
•esas comadres que hemos visto al pasar en el co­
che por la dudad recién despierta.
Todos debemos ser ricos de algo; eso nos ense­
riará la idea del derroche, por si algún día pode­
276
mos serlo de más grandes cosas... Yo soy rico en
cerillas; es una riqueza numerosa y digna. No
puedo ser rico en otra cosa, y compro las cajas
por docenas... Mi riqueza—esta pobre riqueza—
me compensa dé no tener otras riquezas. ¡Yo soy
millonario de cerillas!
De pronto notamos que se nos ha olvidado al­
guna palabra necesaria y sencilla... ¡Oh! ¿Cómo
estás, “Infalible”?, decimos saludando a la pala­
bra “infalible”, congratulados de volverla a en­
contrar tan clara, tan convincente, tan embelleci­
da, tan contundente, tan nueva y tan antigua.
La arañita nos sorprende con su arte de circo,
viendo cómo se tira del trapecio lanzándose al
vacío, cómo se queda colgada y cómo baja y su­
be... Ya íbamos a matarla, pero nos disuade el
verla hacer un ejercicio tan arriesgado y tan sor­
prendente... La música, nuestra música interior,
calla, calla un momento, como en el ejercicio más
arriesgado del circo.
Los astrónomos deben tener momentos tremen­
dos de desconcierto, porque es indudable que a
veces se verifican en el cielo juegos de estrellas,
juegos alegres en que ellas, pizpiretas y ágiles, secambian de sitio, bailan una contradanza, se mue­
ven dentro del orden de cotillones espléndidos, se
huyen unas a otras, cambian de esquina jugando
277
KzDíO.V GOMEZ DE LA SERNA
a ¡as cuatro esquinas, se pierden en la oscuridad
del cielo jugando al escondite.
Cuando nos han dicho que el cáncer no brota
hasta los cuarenta y cinco años, hemos pensado,
consolándonos ,de esa posibilidad, que a esa edad
ya se puede morir, y se ha hecho más categórica
y más impetuosa la necesidad urgente de vivir es­
tos años que nos quedan para llegar a los cuaren­
ta y cinco... Para esa fecha deben estar puestos
en limpio todos nuestros originales. Tenemos que
darnos prisa, sin embargo, por si hemos nacido
bajo la influencia del único contagio del cáncer
que es ese terrible signo del Zodíaco que es CAN­
CER.
¡ Los focos apagados son tan opacos y tan la­
mentables ! Parecen ojos de ciego con la atrofia
gris.
Cuando nos acostamos a las siete de la maña­
na, después de haber visto una rubia mañana in­
fantil, balbuciente, indecisa, y nos levantamos a
las doce o a la una, parece que nos asomamos a
dos mañanas distintas, y esos asombros que nos
causa la desconcertación a que sometemos el tiem­
po nos sirven para descubrir las distancias del día,
las distancias claras del tiempo que tan disimula­
das pasan en la vida lógica. ¡ Niñez de la mañana
y madurez distinta de la mañana!
GREGUERIAS SELECTAS
¿De dónde saca su luz la luciérnaga? La luciér­
naga nos supera. Es un punto vivo, problemático
y sugeridor, demasiado inquietante... En las leli
giones se ha consagrado hasta.al escarabajo; pero
a la luciérnaga, que es la indicada, se la ha pos­
tergado... ¡Oh luciérnaga secreta, brillante, ani­
mada, con luz como la luz propia y personal de
las aureolas de los santos, la luz que no ha mere­
cido llevar en sí el hombre, la luz más pura y
menos artificial, la luz . que es como un punto de
sabiduría y de delectación!...
El día tradicional en que varean nuestros col­
chones, es un día de fiesta pascual y sencilla para
el espíritu... Es el día de la noche exquisita y
suave, noche de infancia y de buena fortuna.
¡ De qué concha más translúcida y. más fina
y más frágil es el follaje de las acacias junto a la
incandescencia blanca de los focos!
El cielo de las noches invernales en que hiela,
con una luna tallada en un carámbano, es un cielo
para patinadores.
¡ Qué deplorables los golpes de degollación que
se escuchan en las carnicerías en la madrugada!
Lo hondamente sagrado vive en los bueyes, so­
bre todo en esos que llevan grandes tiaras borda279
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
das y guarnecidas de moñas y de caireles... Pare­
ce que en ellos la sagrada y poderosa Providencia
se compadece de los hombres y les permite trans­
portar los grandes pesos sobrehumanos.
En la cama nos sentimos muy largos, asombro­
samente largos, como si las piernas saliesen por
entre los barrotes y fuesen a tocar la lejana pared
de enfrente. ¿Es que da uno de sí?
La pluma bebe como un pájaro en el pequeño
bebedero redondo... Se asoma del mismo modo
discreto y prudente al pocilio, dando el mismo sal­
to volandero y metiendo sólo el pico, que provo­
ca alrededor de ella, sumergida y sorbedora, la mis­
ma huella en el agua negra que en el agua clara
el pájaro... Tiene también a veces juegos de pá­
jaro con el agua negra, y para ser más verdadera
e íntimamente pájaro, una gran cantidad de tinta
se la sorbe la pluma, sin ponerla en las blancas y
azulencas cuartillas.
El silbar del murciélago a nuestro lado parece
el de una bala que nos hubiese rozado la mejilla
y la frente, una bala que circunvala loca a nues­
tro alrededor y que por milagro no nos da, pero
ños tiene en vilo, temiéndolo, pensando en el as­
paviento terrible con que saltaremos si nos tro­
pieza.
GREGUERIAS SELECTAS
En automóvil se va atropellado por el auto­
móvil.
El genio se aprovecha suntuosamente de todo;
es un malintencionado, un especulador abusivo,,
que eleva a la monstruosidad de latiguillo—de al­
gún modo latiguillo—todo lo que existe en la íeal¿dad con un matiz de Greguería.
¿Por qué no se encierran en un marco y se
cuelgan para siempre en el despacho genial las pa­
letas de los pintores que tienen días bellísimos elecolor, momentos en que todas las mezclas, combi­
nándose, sugieren algo armonioso y pintoresco,
algo indefinible y florido, arabescos rebeldes, car­
navales alegres y sorpresas únicas ?
La luna y el agua flirtean... Al agua es a la que
más se da la luna, bañándose en ella como una
Diana intangible.
Nada más tenue ni más sutil que la teoría .de
los meridianos... Por nosotros pasa un meridia­
no, la circunferencia amplia e ideal nos tiansporta un poco, diríamos que la sentimos como una
comunicación plena, dinamos que gustamosen ab­
soluto todos los grados que tiene... Es nuestro
mejor atributo ese del meridiano que pasa por
nosotros.
¡ Oh, ese momento en el llanto de los niños; ese-
280
281
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
momento de silencio pánico en que se callan como
roto para siempre su resuello, sofocados irrepa­
rablemente por el llanto!... ¡Qué respiro al ver­
les romper el silencio, aunque el llanto sea más
formidable! ¡Qué respiro!...
Peinándose ellas los cabellos parece que los ca­
bellos les pesan, las abruman, las hacen sufrir...
Para aliviarlas de esa penitencia de su pecado de
tener largos, sensuales y rudos cabellos, hay que
acariciarlas mucho la cabeza y besarlas entre los
cabellos.
Las velas merecen una apología particular...
Parte de las velas es gracia que sube al cielo...
De ellas sólo un ápice, una lágrima larga, pero
siempre fina, es corporeidad... El resto es inma­
terialidad, ilusión, esperanza, deseo, elevación mís­
tica... Primero quizás son carne manifiesta, aun­
que carne pura, pero después se separa su pureza
de ellas y sube al cielo... Sufren al transfigurar­
se. Se consumen de deliquio y orgasmo al trans­
figurarse y al fundirse en el elemento espirituoso
y vivaz que existe en el aire. Arden como ardería
la carne en el amor si lograse brotar la llama que
pugna por brotar en ella, pero de todos modos
se funden como se va fundiendo la carne en los
amores fervorosos y excesivos... Los coros de
velas, sobre todo, son exaltados y llevan perfec­
tamente el compás, aunque alguna vez alguna
vela rezagada se quede menos consumida que las
282
GREGUERIAS SELECTAS
otras, como si su exaltación no hubiese sido su­
ficiente.
Hay atardeceres que parecen ser atardeceres de
días de nieve... La luz blanca y mate la luz con­
gelada que se agarra a las aristas de las casas, a
?as cornisas y a las balaustradas, es densa nieve
quieta, prieta, simulada.
El temor de que se nos caigan los gemelos de
teatro desde el palco al patio de butacas insiste
toda la representación... Trivialmente matanamos
a una señora o abollaríamos una de esas calvas
de celuloide que hay en las butacas... Sena terr ble v seríamos envueltos y empapelados por los
iueces v condenados a vanos anos de cárcel... bería estúpido; un crimen- merece toda la mtencion.
ya que merece alguna pena... Los gemelos de­
ben ñor eso estar atados al cuello del que los usa _,
pensamos; y quizás porque están sueltos no mi­
ráramos más veces con ellos temerosos de pro­
ducir el escándalo macabro y abrumador.
Cuando suenan dos relojes en la misma habita­
ción hay verdaderas competencias entre ellos...
Se le oye correr al uno más que al otro, perdien­
do a veces terreno ese y siendo adelantado por el
otro poco después... Son como los automóviles
que, al encontrarse en una carretera, no piensan
va más que en adelantarse, porque eso esta en e
instinto de su motor más que en la voluntad del
283
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
chauffeur... Estas competencias de los relojes son
pintorescas, pero hacen que nuestra pérdida de
tiempo sea mayor, porque, olvidándose de la len­
titud que nos deben, hacen avanzar el tiempo y
lo gastan demasiado pronto, más pronto que lo
que estaba establecido en su lev.
Procuramos no notar ese miedo que nos sobre­
coge de pronto, ese miedo subitáneo a la muerte
repentina, porque nos parece que sospechar eso
más de un cuarto de segundo es dar lugar a que
la muerte se entere de nuestra sospecha y eso la
haga determinarse a matarnos...
Nunca el fuego es más sobrecogedor que cuan­
do en la noche de viaje se abre la portezuela del
hornp demasiado encendido de la máquina y se
refleja en el paisaje el incendio, los carbunclos
entrañables y solitarios, que dan un secreto pá­
nico a la soledad, como si se abriese un portillo
hondo y revelador en la tierra, dejando entrever
su fuego central.
Ese son de la guitarra al trote, al trote largo
y lento, lento y largo, en la noche,, sin descanso,
sun aclaración, sin dejar tomar aliento, nos con­
duce por un oscuro tránsito, por campos del re­
cuerdo, del dolor, del abandono, o sólo a través
de la noche vulgar y deseosa... ¡Oh guitarras en­
sañadas !
'j$4
GREGUERIAS SELECTAS
A veces, ante esa insistencia excesiva e inex­
plicable con que se apagan las cerillas, llega un
momento en que nos volvemos coléricos, para rom­
perle la cara a “ese” que nos las apaga con mar­
cada mala intención... Pero cuando nos volvemos
el muy cobarde se ha escondido.
• Oh ese carromato lleno de formidables latas
de* petróleo'... Es de lo más catastrófico que se
conoce... Nos coge bajo su estrépito como bajo
una demolición.
El botijo es un simpático perrito de aguas, fiel
y atento, a nuestro lado, siempre y dispuesto a
acudir a nosotros a la primera mirada.
¡Oh, el aprendizaje de los músicos militares en
los desmontes, triste, lento,, ruidoso!... Estraga
todo el paisaje y lo echa abajo, haciendo mas des­
campado el descampado, haciendo más crudos los
vertederos, haciendo más pelados y más agrios os
desmontes... ¡Sobre todo, los gallos irresistibles
de la trompeta, los desolados solos de la trompeta
y los toques huecos sin idealidad, ni blandura, ni
dulzura de la trompeta!
Las únicas mujeres que se salvan o que se pue­
den salvar son las que no saben lo que quieren...
A las que saben que “eso no , es fácil conven­
cerlas de que “eso si , y a las que lo quieren,
claro es que no hay necesidad de convencerlas...
Sólo la que no sabe lo que quiere, gana tiempo,
285
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
cansa, aleja, gana quizás toda la vida... si eso es
ganarla.
Brazos desnudos del verano, brazos de niña,
brazos que apiadan, brazos llenos de elegancia, de
candor, de finura, de diafanidad... Los brazos des­
nudos son la desnudez más pura, la desnudez siem­
pre niña.
Hay cartas que necesitan conservarse con el
sobre, otras que pueden conservarse solas y otras
a las que hay que quitar el papel blanco que las
sobra... Necesitan el sobre las que están llenas de
pudor o faltan al pudor, las que son hijas de al­
guien muy simpático, las que son de alguien que
va a morirse, y lo necesitan otras por causas más
misteriosas.
Si el sereno está completamente borracho, ¿có­
mo acierta en su gran cartuchera de llaves con la
nuestra? Los borrachos conservan lúcida la idea
de su deber más imprescindible... Aquella pobre
cocinera nuestra echaba el aliño justo a la comida
aunque estuviese completamente embriagada...
Aquel borracho que llevaba a su hijo al hombro
no perdía el equilibrio, no caía, no caería porque
llevaba a cuestas a su hijo... ¡Extraño sobrepo­
nerse !
GREGUERIAS SELECTAS
agua sobre la mesilla junto a nuestro lecho, para
la hora de la sed infinita!
Cuando al afilar un lápiz se rompe la primera
punta, no se debe continuar... Se romperán ya to. das y dará una gran tristeza remordedora el ver
irreparablemente chiquitín el lápiz largo y airoso...
Hay algo de mala voluntad fatal en esa quebra­
dura insistente, algo de no querer que escribáis lo
que ibais a escribir, algo de dejar que se pase el
pensamiento que ibais a apuntar.
Parece que alguna vez se nos ha entrado una.
hormiga por el oído y está dentro de nosotros sa­
tisfecha y sigilosa... Hay hasta cosquilieos inte­
riores que denotan cuando pasea... ¡Que absur­
do y, sin embargo, qué pensado ha sido eso al
levantarnos de las siestas en los campos todos lle­
nos de hormigas!
Parece que los bueyes chupan y rechupan cons­
tantemente un caramelo.
¡ Que no deje de haber agua al lado del lecho;
El coco es una fruta inteligente, obstinada, vic­
toriosa, algo más que una fruta, algo como un ani­
mal lleno de vida interior en un medio hostil, en
un clima feroz... ¡Oh, redonda cabeza sin cuer­
po!... ¡Cabeza sin rostro pero con coronilla de
pelos alborotados!... Es una cabeza genial por
como se ha cerrado y se ha hecho una. cáscara
como un cráneo y se ha preservado encima con.
s86
287
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
un cabello áspero y fuerte, no perdiendo sus dul­
zuras interiores y un agua constante en medio de
la sed del bosque tropical y ardiente... Así, el coco,
cuando es abierto, resulta lleno de sorpresa por
su corazón blanco y blando, por su agua dulce,
fresca y suave, y nos parece como si hubiésemos
abierto el nido de un pensamiento recóndito y fe­
liz, un pensamiento transparente y agreste. ¡ Ca­
beza llena de un misticismo puro de estilita!
Es difícil imaginar que una calavera monda y
:seca sea de una mujer... ¿A que nunca habéis pen­
sado en que fuese femenina ninguna de las que
visteis ? Se hace difícil, sin corregir todas las pa­
siones de la vida, llegar a una reflexión parecida,
tan extrema y tan insexuada.
La intención del fuego es atroz; quiere incen­
diar el infinito... Si le dejaran, ¿se calmaría al­
guna vez? Si no encontrase ninguna oposición,
¿en qué límite se detendría?...
De pronto, sin poder precisar hacia qué lado,
se oyen voces de mujer en los jardines, voces que
tienen un son particular, dolido y delicado, des­
nudo y de alto vuelo, vuelo en las ramas de los
árboles, como pájaros que saltasen de unos a
otros... Tienen sones apenados, dulces tonos, ,y
parecen brotar de mujeres que se hubiesen baña­
do, y fresquitas y tembleantes, mojadas aún, tu­
viesen frescura de agua en su voz.
GREGUERIAS SELECTAS
Por un mechón suelto comienza la danza ser­
pentina que crea con sus cabellos la mujer loca.
El perro de la cursi es feo, ramplón, es como
esos perros de la calle que sólo llevan atados los
laceros
Ellas van tan ufanas con su perro, que
nadie se atreverá a decirles que dejen para no ser
tan grotescas y tan cursis... Ellas aman mucho a
su perro, lo llevan con una cuerdecita, en vez de
con una cadena, y presumen todo lo que pueden
con él tanto como la marquesa con su perro de
una raza única de la que es un ejemplar carísimo...
El perro sufre de ir con las cursis, va abochor­
nado, quiere escaparse, le asusta el sombrero con
trazas de milano que llevan ellas y el traje de ex­
traños y chillones colores con que van vestidas.
Vamos sirgando, vamos llevando nuestra alma
a la sirCTa
Nuestra alma leve va sobre un agua
suave que ¡a da agilidad, que la hace resbalar bien,
siéndola más fácil caminar que a nosotros, corpo­
rales y con la incumbencia desde la orilla, andan­
do aí margen del río, de tirar de la cuerda que la
conduce a la sirga... Desde aquella tarde en que
vimos sentados junto a aquel rio a aquel hombre
conduciendo a la sirga aquel barco, vimos clara
la imagen inolvidable y veidadeia.
Nada más pacífico que el portal de convento—
del convento de monjas sobre todo—ni nada más
solo. Cuando se entra, en él se siente que se está
al margen de otra vida y otra luz, como en el
289
288
G. de la Serna: Greguerías.
19
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dintel de una casa clara en un valle remoto a todo,
porque todo queda tras los montes. El portal ca
rece de portera fisgona. Su puerta interior es her­
mética y opaca. El tirador de la campanilla cuel­
ga como un cíngulo mudo, porque la campanilla
no se sabe dónde suena. Quizás no suena. Es una
esquila mística que parece sonar en las nubes y
sólo sugiere su llamada aquí abajo. Siempre tar­
dan mucho en abrir y parece que la figura reli­
giosa se ha invocado y aparece viniendo como
desde no se sabe. En ese momento ya se rompe la
soledad atrayente de estos portales. Lo importan­
te es su soledad. En ella se desfallece, se langui­
dece, se siente uno arrinconado y suspenso. En
ella se comprende toda la tenuidad de la vida claus­
tral y se sienten ganas de llorar viendo la calle
viva, Intrigante y apasionada, que toma una gran
intensidad proyectándose sobre el gran marco de
la puerta a la calle. En este portal hay ya clausu­
ra, modorra, renunciación. Es ya de la zona muer­
ta y neutral de la vida. Allí dentro y en su media
luz se ve con toda claridad el fondo del convento,
limpio, blanco, incierto, recatado, blando, dema­
siado privado, demasiado sencillo y candoroso y
pudoroso y miedoso y terriblemente ignorante...
El portal de los conventos impresiona, contrasta
nuestras ideas, es un sitio de meditación sensa­
ta... Al ir todos los días al Instituto provinciano,
pasaba junto a uno de esos portales, entraba a
veces en él, y de entonces me quedó esa idea su­
geridora de su ámbito...
290
GREGUERIAS SELECTAS
Los pasillos nos hacen escépticos, cotidianos,
naturales y eclécticos... Descomponen el resto de
la casa, ponen perspectiva dentro de ella, son un
paraje neutral, indiferente, claustral, y nos cer
cioramos en un golpe general y positivo del uni­
verso, como conejos que donde mejor recapacitan
sinceramente es en su larga conejera.
La alcoba es el panteón de mármoles. Al entrar
en ella se siente la teoría del descanso eterno y se
entra en él con aceptación... ¿Que se resucita al
día siguiente? ¡Vaya! Eso, aunque suceda s.empre, no es más que una sorpresa, una casualidad,
un milagro.
i Oh cuando la fría ventana del costado se abre,
y entra por ella ese frío que viene de los piélagos
vacíos!...
Los pies de mujer con zapatillas son más car­
nales, más blandos, más inefables, más sapillos,
es decir como animalitos sin trascendencia, pero
con dulzura, dignos de mayores ternezas y de un
despejado buen humor...
En las mañanas, en las buenas mañanas, des­
pués de haber dormido bien, en ese sopor poroso,
tierno y lleno que se siente a medio despertar,
sordomudos y ciegos, nos sentimos como si fuése­
mos un bizcocho de canela con buena miga, con el
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
azúcar en su punto difícil y además borracho de
un jerez anciano... ¡Inolvidables despertares!
Terciopelos... Terciopelos negros de una negru­
ra profunda con hondos pensamientos... Tercio­
pelos maravillosos que convierten a la mujer en
“la mujer de terciopelo”... Terciopelos eternos,
terciopelos que duran siempre y en los que se en­
cuentran envueltos a los esqueletos de los ente­
rrados con mortaja de terciopelo... Terciopelos
musgosos, siempre con una frescura grata e ideal.
Terciopelos verdeliquen o verde “verdín”, cuya
densidad está hecha de esa vegetación, de ese hon­
go menudo que forma ese verde del orín, etc., etc.
Todos los terciopelos llegan a ser tan de las mu­
jeres, que pelechan como las pieles naturales y
vuelven a nutrirse de un pelo menudo y nuevo.
En la nuez hay algo de cerebral. La nuez es un
pequeño cerebro que nos comemos, es una sesa­
da vegetal, en cuya vida, en cuya cerrazón había
pensamientos herméticos e ideas comprimidas que
corresponden a las distintas circunvalaciones que
hay en la nuez como en el cerebro.
Esa coz que mata como un rayo, es una coz que
ha dado a ese hombre la providencia.
Esas cabezas de muñeca de porcelana sin crá­
neo, sin meollo y sin cabellos, que esperan quien
292
GREGUERIAS SELECTAS
las necesite para sustituir la cabeza rota, parecen
cabezas de niñas que han tenido el tifus.
¡ El ruido más terrible del mundo es el que pro­
duce un sombrero de copa al caerse!
No hay que comparar el aeroplano con las águi­
las ni con ningún otro pájaro majestuoso... Es
sencillamente un gran murciélago,. un murciélago
descolorido y transparente al medio día, un mur­
ciélago de líneas agudas y angulosas con esas sa­
lientes del varillaje de sus alas con varillas como
las del murciélago. En la noche son más murcié­
lagos aún... Al hombre no le podían salir sino alas
de un pájaro mamífero.
El traje de boda es demasiado efímero. ¡Tener­
lo que guardar inmediatamente después de haber­
lo estrenado! Debía usarlo la recien casada por los
jardines, para asomarse al balcón, para andar poi
casa durante bastantes días, o para presentarse en
los palcos de los teatros durante una larga tem­
porada... Pero no, se pierde, se acaba, se.descose,
se deshace, se cae a pedazos en cuanto se ha usa­
do, inmediatamente después de la última prueba,
se va al cielo como la imagen de una doña Inés
espectral después de decir sus últimas palabras a
don Juan. Se evapora, vuela, ya no está en los
baúles ni en los armarios ni en las tumbas... A lo
más podría servir ese velo para unos visillos y yo
293
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
querría cjibrir con él mis cristales para ver un
paisaje tenue, vago e ilusionado a través de ellos.
i Cuántas veces hemos pensado y escrito del do­
mingo!... Haríamos un libro titulado “El domin­
go” o “Los domingos”, sobre ese abismo del do­
mingo en el que vamos cayendo, hasta descender
al fondo del domingo tan alejado de los cielos; so­
bre esas mujeres que se quedan solas en sus casas,
propicias al robo y al asalto en el domingo entre­
gadas a una soledad que resalta más que ningún
día, mujeres casadas que no tienen marido y, sin
embargo, no son viudas, una especie de mujeres
de los balcones del domingo, abandonadas y apeti­
tosas, y a veces recatadas en el fondo de los pi­
sos bajos por cuyo balcón entornado se las ve; so­
bre los ramilletes de globos morados, azules y ro­
jos del domingo tan ansiosos de escapar; sobre
las majuelas y las falsas flautas de la cesta del
majuelero; sobre esas viejas con muletilla-para ­
guas y con un broche de oro en el pecho; sobre
esas casas que no tienen dueño y que se ven el
domingo; sobre toda esa gente que va como a San
Isidro todos los domingos... y sobre todos los in­
finitos matices del domingo.
Hay en las alcobas siempre un agujerito como
hecho por un clavo por donde nos miran, nos mira
alguien, no nos pierde de vista.
294
GREGUERIAS SELECTAS
En verano, pasear en un simón mirando al cie­
lo es como darse un paseo en bote por la na.
Cuando en la madrugada vemos esos escapara­
tes de fotógrafo que se exhiben muy iluminados,
vemos con asombro a esa señorita, ese oficial y
ese señorito con bigotes a lo Kaiser, que están
como en vela en sus grandes ampliaciones. Están
todos dentro de una noche anodina, sin poderse
hablar, cayéndose de sueño y, sin embargo, en
posturas estatuarias... Parece como si. sufriesen
cierto insomnio pertinaz, cierto insomnio como el
oue se sufre cuando se duerme con la alcoba ilu­
minada Todos darán vueltas en la cama sin sa­
ber por qué y soñarán con rostros que son como
los de los transeúntes que les miran en su amplia­
ción al pasar por esa calle en la noche.
Los tintes están llenos de honestidad. En los
tintes entran las mujeres a purificarse. Tiene la
visión de los tintes algo de capilla profana.y pare­
ce que a la mañana o durante todo el día siguiente
a la juerga o al carnaval que surge para todos en
días impares y cualesquiera, allí van las protago­
nistas El tinte es renovador y depurador, el tinte
es curioso y nos asomamos siempre a su interior
v a su escaparate como para ver una cosa muy de
ía vida, huellas de experiencia, algo que no hay
en las demás tiendas llenas de lo nuevo, confiden­
cias y memorias muy humanas, y sobre todo, mue­
ven nuestra curiosidad esos trajes del escaparate
295
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
por los que no pudieron volver las que los manda­
ron teñir o limpiar, esos trajes abandonados que
tienen muchísima pena de permanecer allí y mucha
vida... No es fondo, ya vendido y ya público de
casa de Préstamos o de Ropavejero, no; todo en
el fondo de los tintes está lleno de vida privada.
El tiro de pichón es algo trivial y que demues­
tra la vagancia anodina de los espíritus que lo
contemplan las horas muertas... Los vuelos son
cortos, cortas las distancias. Sólo cuando fuesen
muy altos y muy ágiles debían tirar... Se ve cómo
los espíritus de las vidas de las palomas que mue­
ren se entregan v se disipan en el aire limpio en
que han sido heridas... Tardan demasiado en pre­
pararse los jugadores... A las escopetas que han
fallado, los dos tiros, ¡ qué ganas de un tercero les
queda!... Es como un último suspiro de la esco­
peta ese humillo que queda en el último cartu­
cho... El que es más generoso tira siempre el se­
gundo tiro para rematar al herido... Se piensa en
lo que irá contando de los hombres y su ensaña­
miento esa que se ha escapado... Ese es el espec­
táculo y a tal espectáculo tal premio inútil, esa
copa idiota, de forma ridicula, de oro feo o de
plata, de regalo de boda que no podrá siquiera ser­
vir para endosarla en la boda de nadie, esa copa
envuelta en un estuche estúpido, grande, superfluo y de un lujo engañoso.
Un lando tiene siempre algo de coche de duelo
para la familia que acompaña a su muerto. La
296
GREGUERIAS SELECTAS
familia se mira apiñada dentro de él, con un ca­
riño de muertos, y si se pasa yendo, en el lando
frente a un cementerio se aumenta su cariño, por­
que van como cuando presidan el duelo de uno
de ellos, y, i oh, alegría!, van todos aún.
Aquella noche era por su calidad la luna como
la coronilla de un cura.
Es grato en provincias dar la mano a la mano
def llamador, vaciado en hierro de una mano de
mujer que murió y que llevaba una sortija.
¡ Cómo se enredan los pendientes de señora en
los velos de sus sombreros! Caen como las moscas
en las telas de araña...
Las mujeres—no se por que
reseda en vez de seda.
debían vestirse de
En otoño debían caer todas las hojas de los
libros.
Cuando el cisne mete la cabeza en el estanque
como la mano de un brazo femenino que buscase
en el fondo del baño una sortija , cuando el cisne
se queda como sin cabeza y como ahogado por el
tiempo que pasa así, parece ya trinchado sobre la
“fuente” llena de salsa.
297
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
El pavo debía llevar un pañolito bajo el ala para
limpiarse el moco.
para que no las ataqué una pálida morenea, retos-
¡ Oh, qué grabada está en nuestra imaginación
la palabra COK! Estamos manchados de carbón
para siempre por la fijeza de esa palabra KOK
que leemos tanto al pasar por las calles.
■
Hemos sembrado el mundo de pañuelos con
nuestras iniciales... Pañuelos para que nos re­
cuerde el mundo.
el mar.
tadas por la luna.
Indudablemente en los vastos páramos solitat
berra hay muchos hombres que ñau-
Hay moscas que silbanjlenas de ira.
H“11 Tda^eléb^VX baX
Alguna vez en un pararrayos ha debido caer un
ángel y ha quedado ensartado graciosamente.
riTÍ"na además de PonerUJ «aneo
Las “Parcas” no cortan ya con tijera el hilo de
las existencias sino con ese aparato con que el
chico de la tienda corta el bramante.
T os auioscos nacen de pronto en una esquina,
son Tas"floraciones silvestres y espontaneas de la
• j d
“-Hombre, ha nacido un quiosco ah .
cmdad... • Hombre^
ante el inesperado
nos decimos sorprendió
tan
in.
quiosco que no estaba ayer }
y
tado y tan emperifollado.
Vemos a alguien que se ha quedado hipnotizado
por el espejo en que se mira fijamente. ¡ Qué con­
flicto! No habrá deshipnotizador que lo deshipno­
tice porque tendría que ser él mismo su propio
deshipnotizador y él está hipnotizado por él mismo.
En algún lado se usa el “paraluna” asi como
existe el “parasol”... Hay lugares como la luna,
como el Japón en que la luna es tan fuerte que
las damas tienen que cubrirse con el “paraluna”
298
traje de cristianar, la reconoce y la consagra.
En los jorobados se sospechan malicias extraordinarias, come '"Ía^me he pasteíeriaTtl' tod» Ametalo cocinero de gran hotel.
Al ver las grandes madejas de lanas o sedas,
preciosas como cabelleras de unas mujeres fa 299
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
tásticas, sentimos deseos de' comprar unas made­
jas y también esas hermosas agujas de madera o
de concha o de ámbar y ponernos a hacer labor
de punto.
Un saltamontes en la ciudad es el ser más per­
dido y más desorientado que se conoce... Está
asustadísimo... En vez de su campo raso, el cam­
po abierto en que daba saltos inacabables, siempre
hacia adelante, se encuentra con que todo está
vallado, tapiado, encrucijado... Nadie se atreve a
matarle, y, sin embargo, asusta, porque si se le
matase se mataría algo rústico, silvestre, bueno,
realidad de las tierras de labor, un simpático ani­
mal lleno del sentido de la tierra como nada y que
no hace daño a nadie, algo como una espiga viva
y saltarina. Le conduciríamos hasta el campo de
buena gana.
Sentados frente a la oblea de la luna de la tar­
de, en el viejo lando, nos pareció como si llevára­
mos por el hilo una gran cometa que corría detrás
del coche, dirigida por ese hilo atado a nuestro
dedo índice.
Por esos agujeros que tienen los árboles soca­
vados y vueltos como orejas de feto o de hurón,
es por donde oye el árbol.
Hay muchos hombres con la nariz comida. Su
calavera comienza asi a salirles en vida, a hacer
300
GREGUERIAS SELECTAS
de las suyas, a revelar cómo llegará a dominarles
por entero.
¡Con qué delicia cae en los jardines una oruga
sobre el cogote de una muj er! ¡ Qué suerte!
Una de las cosas que acostumbra la muerte a
hacer con los niños es estrangularlos... Los ni­
ños sienten de pronto una opresión en la garganta,
generalmente en la garganta, esa opresión se. va
cerrando, y, al fin, mueren. La muerte les aprieta
como los cocineros a los pichones.
El niño con tos de hombre, tos inaudita, bron
ca y profunda, es algo aciago que hace que mire­
mos al niño muy de otra manera, como, si le vié­
ramos maltratado como un hombre, partido y res­
quebrajado como un viejo.
El último sombrero de paja que queda es el de
un simple, y flota como sobre las aguas sobre el
frío de esos precoces días de otoño.
Parece como si de pronto una vibración más
sutil que ninguna otra, la vibración de una ma­
quina con más vibradora sutilidad que ninguna
otra, pudiese taladrar por entero la tierra.
Como se despierte a las puertas de noche, ¡as
puertas, después de haber sido despertadas, se
30 r
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
quedan sobresaltadas, nerviosas, rechinantes, in­
somnes.
Debe dar un gusto atroz llevar los colchones
de muelles y los sommiers en la cabeza... Se ve
que es el oficio mejor ese de llevar sommiers y
colchones de muelle... Van saltando sobre la ca­
beza suavemente, como volando, como quitándole
peso al que los lleva en vez de dárselo.
¿Cómo podríamos apuntar esas realidades que
no son más que realidades secas y quebradas ? Ese
letrero de “se corlean camas”, ese cielo tan em­
polvado de luz, tan blanco de luz que resulta tan
profundo como sólo lo es cuando es profunda­
mente negro, esos pañuelos de la tierra colgados
fuera de las tiendas, ese cochero que para su co­
che para hacer su cigarro, ese poste al que hacen
cosquillas las ramas del árbol próximo y está tan
contento, esa sensación del pleno medio día que
no deja que nada haga sombra ni en el fondo de
los tupidos árboles, no deja ni una leve sombra,
en el preciso momento de pasar por el meridiano
esos letreros de las tiendas escritos en un cartón
cuadrado: Traje, 22,50. Pantalón, 8 pesetas. Ame­
ricana, 12,50; ese soldado que escribe y estudia
para cabo en el fondo de la tienda pobre o del
portal oscuro ; esa fiera realidad de los carros que
hasta hacen relejes en las piedras; ese cielo raya­
do por los cables y que nos hace sentir la rabia
que sentimos por el papel rayado ya que parece
un cielo de papel comercial; ese guardia civil de
J02
GREGUERIAS SELECTAS
mimbre pintado de rojo, de amarillo y blanco y
que hace* una eterna guardia en la tienda de ob­
jetos de mimbre ¿dónde colocar esas cosas que
sólo merecen una anotación sin comentarios ? Qui­
zás eso es lo que hay que hacer mas ostensible,
todo eso que no es ni greguería ni nada novelesco).
Suelen faltar mucho en los puentes esas bolas
de piedra que los rematan. Son los grandes que­
sos de bola que tienen algunas tiendas; alguien
degolló a la cabezota y se llevó el melón solemne
para dar un gran valor histórico a su casa; al­
guien juega a los bolos en el corral, con esas dos
o tres bolas que faltan; alguien parece que se tra­
gó o se purgo con una de ellas, por prescripción
facultativa de uno de esos barbaros doctores que
existen.
El blanco de los ojos es lo frío, lo aporcelanado,
lo de nadie. Play en ese blanco un brillo del otro
mundo, una invocación a lo que no se sabe, unos
brillos de lo vacio, de lo neutro, de lo que es cosa,
enteramente cosa como son cosas los ojos de las
muñecas. La mujer se convierte por ese blanco de
los ojos en una imagen falsa. Tiene ese blanco de
los ojos el gélido blanco de las alcobas estucadas.
Brilla como el relámpago y nos desconcierta. Po­
niendo en blanco los ojos la mujer se queda sin
ojos y se pierde en el Alba nativa. Ese blanco de
los ojos tiene la ignorancia de los recién nacidos
o de los nonnatos, porque es lo que nos queda de
303
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
lo nonnato. En el blanco de los ojos nos desorien­
GREGUERIAS SELECTAS
queta, corno colas de golondrina, como colas de
pescado negro con algo de negra estrella de mar.
tamos.
Los tirantes aprietan las alas ¿las alas? Desde
luego sentimos que estamos supeditados por los
tirantes sin los que nos desenvolveríamos más alto
y mejor. La fuerza de gravedad se agarra y tira
a veces violentamente de nuestros tirantes.
Hay un momento al oscurecer en que alguien
abre ías ventanas de los espejos, las ventanas que
son las últimas ventanas de la tarde que dan a la
postrer luz una luz más viva que la del resto.
En las lámparas eléctricas de muchas bujías,
muere de pronto una sola de sus 25 o sus 50...
Sólo en momentos de muy grave sutileza se nota
esto.
A veces desaparece uno de los bolsillos abiertos
en nuestro traje y más generalmente los de nues­
tro aabán... Buscamos, buscamos ese bolsillo, pero
el bolsillo ya no está, se ha cerrado, se ha vuelto
a tejer su boca rasgada. El traje nos gasta asi
bromas de prestidigitador.
¡ Irresistibles flecos de cristal!
Casi todos los sombreros de copa, menos algu­
no solitario, ingente y señero, anticuado y digno,
peinado del revés y con alas anchas, son sombre
ros de copa con escarapela, sombreros de copa de
cochero. Los de casi todos los ministros, cortesa­
nos y bajunos, son sombreros de copa galoneados,
más galoneados que los de sus cocheros, con un
cuarto entorchado de oro. Es un arte difícil, pero
practicable, el de conocer las escarapelas invisi­
bles que adornan los sombreros de copa; hay la
escarapela de marido complaciente, la de marido
que se ha casado con una mujer por su dinero,
hay la escarapela de hombre del gran mundo, la
escarapela del hombre vacio, la escarapela del
acompañante de señoritas. ¡ Y cuantas escarapelas
más, pequeñas escarapelas como ballestas de ra-
Uvas púberes y uvas impúberes... Agradable
uva, agradable entre todas y a la que quisiéramos
encontrar de nuevo, uva de una madurez exqui­
sita pero demasiado efímera... Uvas de albillo sa. brosas como niñas... Uvas negras en cuyos raci­
mos no se harta uno de piscar emborrachándose
de un vino espeso y morado... Uvas acidas la­
mentables pero vistosas... Uvas solitarias fuera
del racimo, con un sabor independiente que han
mejorado al estar solas y sueltas... Uvas pasas,
en cuyo racimo rtiguso y seco parece que esta el
sabor del otoño a través del invierno... Uvas ita­
lianas, ovales v duras, pero sabrosas y finas...
Uvas con nombres de mujer o con nombre de
pueblos fértiles. Racimos de uvas interminables
en que cuaja el estío, el atardecer refrescante del
305
304
G. de la Serna: Greguerías.
20
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERÍAS selectas
estío sobre todo, racimos frescos y dulces en que
se depura la gran sensualidad de la tierra y su
gran feminidad delicada, mórbida y tierna bajo
el gran sol de fuego.
poco familiares; los gallos, por las axilas de sus
alas v los paraguas por la contera, porque el equi­
librio7 del paraguas, su figura enfaldada, todo el
Hay una hora en la vida que es la hora del des­
carten. En ese momento del descarten nos queda­
mos limpios de toda suerte, nos preparamos de
nuevo para todo, para lo bueno y para lo malo.
Dos veces podemos tomar cartas de la baraja,
pero la segunda es ya definitiva. La suerte ins­
pecciona su jugada, la vigila, toma parte en ella.
Es más grave encontrar la buena suerte en ese
segundo cambio de suerte, pero es posible. Lo que
hay es que hacerlo de prisa, a tiempo, y, sobre
todo, tomar todas las cartas sin quedarse con nin­
guna. Ese que deja el pequeño destino en el mo­
mento de su juventud y sin que se sepa por qué
lo deja, es el que mejor se ha descartado, y la suer­
te se prendará de su arrojo: tenía algo, podía sos­
tenerse, y, sin embargo, se ha descartado. ¡Mo­
mento decisivo del descarten, momento en que se
para el corazón! Hay que saber pechar con lo
que salga después del único descarten que es per­
mitido, porque esos que después de haberse des­
cartado una vez intentan volver, a hacerlo, ya han
perdido definitivamente, y como quieren violentar
la ley el fracaso se enseñorea de ellos.
Por sus charcos, por esos charquitos de que se
llena la tierra de labor cuando llueve mucho, es
por donde de vez en cuando mira toda la tierra
que no ve y todo lo que hay enterrado en esa
requiere ser llevado así.
tierra.
Pienso y veo una de esas señales de alarma que
hav en los caminos de hierro moviéndose _ sola,
inyectándose su ojo central de la visión roja de
espanto funcionando espontáneamente frente a
cataclismo que sólo ella ha adivinad*.
Cuidemos de que esos muelles que cierran las
puertas con su solo esfuerzo, corrigiendo el olvido
insistente de los hombres ordinarios, no sufran ese
retorcimiento exasperante a que se les somete, obli­
gando a la puerta a estar abierta largas horas,
inmovilizada con una cuña o una silla en esa pos­
tura ¡ Qué dolor más insufrible el del muelle ten­
so y paralizado demasiado rato! ¡No hagamos su­
frir a los muelles tan largo suplicio! Tengamos
caridad con las cosas, y sobre todo con las cosas
vivas como los muelles.
Los campesinos tienen una gran idea de cómo
deben llevarse las cosas que conocen y les son un
•
Cariñosa madera la de las cajas de puros. De
306
307
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
pequeños nos acercábamos mucho a olerías y sa­
boreábamos el cariño de esas cajas que sirven tan
bien para guardar cosas, después que los fumado­
res las vacían. ¡Cajas como de Sándalo! Respiran
amabilidad.
Hay un hombre del que se olvida todo el mun­
do, las mujeres, los camareros de hotel, los cobra­
dores del tranvía que le piden varias veces el pre­
cio. del billete como si no se lo hubiesen dado,
olvidándose sólo de él, del que se olvidarían aun­
que fuese el “único” viajero. Los que le han sido
presentados no le saludan, porque siempre le han
olvidado y hasta sus novias no le reconocen. ¡ Pero
cómo debe ver el mundo ese hombre, detrás del
olvido de todos y de todo!
El churro es exquisito y no sólo por él, sino por
el junco que lo ata... El junco no se come, pero
se mira. Verde, brillante v sutil, recuerda los jun­
cos agradables de las orillas de los ríos, que es
grato ver que valen para algo en la ciudad, ellos
tan delicados, tan silvestres y tan inocentes.
GREGUERIAS SELECTAS
un gran salón con una arana en medio, con gran­
des espejos biselados y dorados candelabros, he­
mos visto un montón de neumáticos. Las casas de
los representantes de neumáticos son suntuosas,
y el representante es el que se disfraza en Carna­
val de neumático. La mujer del representante de
neumáticos tiene ya senos y caderas de una can
dad de neumático. En aquella casa se comen lon­
chas de neumático, que son de un alimento atroz.
Ya aquella plebeyez de las ruedas que veíamos
siempre en los suburbios, en los solares del que
corlea camas y compone ruedas, ha ascendido y
es en los salones donde el neumático—-la rueda al
fin y al cabo—triunfa.
El que España tenga esa cordillera Carpetovetónica, es algo que la hace formidable y la pone
como una dorsal de hierro que no deja que se ven­
za o se doblegue. ¡Oh, la Carpetovetómcaaa!
El neumático tiene una importancia atroz. En
El mar bulle en el fondo de las fábricas de elec­
tricidad. Algo de gran cascada—cascada de marhay también en ellas. Asusta su continuidad, per­
turbando un poco la razón su labor inacabable, su
luz artificial todo el día, su rumor insostenible. Es
toda la fábrica un locomóvil que no se mueve,
pero viaja paradójicamente en su recinto. Es un
enorme corazón que inquieta, como inquietan los
corazones cuya palpitación interminable se siente,
se toca, se oye. De pie en los alrededores de. las
fábricas se siente la leve, pero poderosa tiepida-
308
309
Hacemos, a veces, ese gesto de los bueyes cuan­
do no pueden ya más con la carga y levantan la
cabeza al cielo, el hocico hacia Dios. Ningún ges­
to que represente lo “abrumador” como ese gesto.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ción del suelo, cosa parecida a la que se siente en
los pechos al poner la mano en el lado izquierdo,
sobre el corazón.
GREGUERIAS SELECTAS
vida. Manifiestan la vida femenina como nada y
hacen serio y visible el ritmo de su tiempo.
Los zapatos de terciopelo son como un antifaz
¡ Qué representativos son de la vida cuotidiana,
anodina y sumergida esos días de falso nublado,
cuando en el comedor, al medio día, nos encon­
tramos de pronto mustios, sombríos y sumidos, y
sólo después de creernos amenazados por la lluvia
menuda e interminable, damos con que es lunes,
día de lavar y tender la ropa, las grandes sába­
nas—grandes nubes de los balcones del patio—
que deslanguidecen más al deslánguido lunes!
La heladora de manubrio tiene algo de caja de
música de verano. ¡ Qué gran música llena de fres­
cor pone en el medio día la señorita de bata y con
los brazos desnudos que da al manubrio incansa­
blemente !
El cordón umbilical por el que estamos unidos
al mundo, es el teléfono. ¡ Qué pena cuando en las
malas temporadas llega el que se lo lleva y corta
el cordón y hace que nos sintamos separados del
mundo, más solitarios que nunca, y algo así como
despedidos!
Los grandes pendientes ponen en la vida de la
mujer algo así como la péndola del reloj de su
310
de los pies.
Parece que dando unas palmadas en la soledad
y en la necesidad acudirá lo que se espera o se
desea.
Eso de calcular la fuerza de los motores de
aeroplano hablando de caballos, es quizás lo que
aún no les ha hecho estables, tranquilamente es­
tables en el aire. Había que llamarles águilas o
avestruces, y a los de los hidroplanos tritones.
“Tantas águilas de fuerza”, “Tantos tritones”,
se debería decir.
Aquel perfume la adornaba como un hermoso
collar de perlas.
Después de haber oído un piano y de que haya
callado, se oye otro que sigue tocando un rato
más, un piano que no existe, pero un piano que
continúa lo que el otro tocaba, no como un eco,
sino como una realidad remota y emparedada.
Ese coágulo que tiene como un lunar de cristal
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
el cristal detrás del que miramos al cielo es como
una cicatriz del cielo o del aire.
Bajo la sombra de ese árbol que está emplaza­
do en el centro de la llanura, parece que están en
verdaderas cuclillas y de tertulia todas las ideas
del paisaje.
¿Hacia qué punto mira de reojo una mujer?
Un reojo de mujer da dos o tres vueltas alrededor
de ella sin que pierda fijeza y quietud su perfil.
Esa mano a la que falta un dedo, nunca pare­
cerá que lo ha perdido, sino que lo oculta. Hasta
parecerá que se la ha quedado metido hacia den­
tro, como el de un guante.
Al ver pasar los automóviles con su neumático
de repuesto, se piensa que, como los vagabundos,
llevan unas botas puestas y otras de repuesto a la
espalda. ¡ Oh, trota caminos idénticos!
Esas tarjetas con corona o escudo de las lito­
grafías son la envidia del que pasa... En ellas se
hacen asequibles los grandes prestigios aristocrá­
ticos... Se leen títulos absurdos, pero todos tie­
nen veracidad como si los aristócratas hubiesen
dejado su tarjeta a los modestos litógrafos, para
que se la pasen al público.
312
GREGUERIAS SELECTAS
Los cristales de los cuadros hacen que los cua­
dros nos vean mejor... El cardenal, de Rafael, nos
ve, no sólo porque sus ojos están capacitados para
ver, sino porque tienen cristal y eso da más pro­
fundidad al cuadro y a sus ojos. La Gioconda nos
miraba también en el Louvre gracias al cristal.
Cuando nos reflejamos en esos cristales de mirada
profunda que tienen los cuadros, nos encontramos
mirados más inteligentemente que por un amigo
o por un espejo.
Al atardecer se ve que la cuartilla tiene luz piopia ’. una verdadera luz propia.
Esas moscas que han venido con nosotros en el
tren desde aquella lejana estación, ¿qué pensarán
cuando se encuentren en la gran ciudad turbulen­
ta e intrincada? Se volverán quizás locas, se es­
trellarán confusas, como provincianas o aldeanas
arrancadas a su familia y abandonadas en el gran
andén, correrán despavoridas sin encontrai po­
sada;’las moscas rateras y tratantes en blancas
que esperan a esas incautas moscas en las estacio­
nes las acabarán de perder.
Los pararrayos ofenden al cielo. Son lanzas que
atacan a Dios... Sobre todo en los días azules y
luminosos queda fijada como nunca esa intención
apóstata de los pararrayos, sobre todo en los pa­
rarrayos de las iglesias y en los que hieren el cié313
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
lo en el remate de las altas chimeneas de las fá­
bricas o en las agujas de catedral.
hambrientas como todo está hambriento—, son
los niños que las dan a mascar nueces y nueces.
Las encinas en la tierra insolada del verano son
árboles de sombra engañosa como la de los oli­
vos... Las encinas y los olivos arden en la caní­
cula como los grandes troncos y los sarmientos
en las grandes chimeneas palaciegas de los pala­
cios de invierno. Abrasa la sombra de esos árbo­
les resecos, ardientes, que chisporrotean, que se
retuercen de calor.
Cuando en los jardines o en los paseos públi­
cos en que suena un pasodoble tocado en el “bar ’
al aire libre o en el “Skating” del Gran Recreo,
la música se calla con un gran silencio, parece que
ha salido el toro.
El olor del tomillo busca la nariz como un hilillo de sahumerio que se escapa del pebetero de
la tierra.
Asomados al campo en Septiembre y viendo
aquella casilla que hay en el lugar más remoto del
horizonte, parece que desde sus balcones traseros,
los balcones que miran al otro horizonte, ve ya
el invierno que se aproxima, tiene cara de verlo,
de estar escalofriado su interior ante el frío que
presiente, que ve.
Esa pareja lenta que pasa por el atardecer
como sin moverse, parece que va haciendo tiem­
po—años—para llegar a su casa el día de la boda.
Hay lámparas-arañas hechas con cuentas re­
dondas, breves y tupidas, que son como mantillas
de madroños de cristal, que adornan la luz como
las mantillas femeninas adornan la belleza fe­
menina.
El mozo que crea el cocktail moviendo los cubi­
letes como en un juego de prestidigitación, lo que
hace realmente es escamotearnos una peseta.
Los únicos que dan de comer a las puertas—
Yo tengo un reclamo de codorniz y cuando veo
que llega hasta mí el aire límpido de la madru­
gada toco mi reclamo. Los madrugadores, los que
sorben el refresco estupendo de la madrugada, los
que se dan la ducha admirable de esa hora, se van
a sus casas con un terrible ,engaño en el cuerpo,
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Las golondrinas parece que escriben en los cie­
los claros largas cuartillas escritas en latín qui­
zás, o quizás en jeroglíficos y signos egipcios.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
porque ellos no saben que lo que han oído es la
codorniz artificial. Sentirán síntoma de indiges­
tión como aquellos a los que han dado gato por
liebre.
El olor del papel de oficio es algo repugnante
y venenoso... Parece que huele a toda la mezcla
del papel malo y sucio en las grandes tinas de su
fabricación... Es de una pasta equívoca, ambi­
gua, pestilente. Tiene el sedimento podrido de la
justicia, es el digno papel para los pleitos y. para
los pica-pleitos.
ÍNDICE
Páginas.
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Prólogo.....................................
Advertencias............................
VII
I
....................................... 29
FIN
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