G^gG'JJE- rjas ¿* □KSFOWMJ© biblioteca SEGUNDA calleja SERIE RAMON GOMEZ DE LA SERNA OBRAS DE RAMON GOMEZ DE LA SERNA ENTRANDO EN FUEGO.---- I9O4. morbideces.—1907. EL CONCEPTO DE LA NUEVA LITERATURA. LA UTO­ PÍA.----BEATRIZ.---- CUENTO DE CALLEJA.---- EL DRAMA DEL PALACIO DESHABITADO.---- I9O9. MIS SIETE PALABRAS.---- EL LABERINTO.---- I9IO. LA BAILARINA.---- EL LIBRO MUDO (SECRETOS).-—LAS MUERTAS.---- SUR DEL RENACIMIENTO ESCULTÓRICO ESPAÑOL.---- I9II. EX-VOTOS.—-EL TEATRO EN SOLEDAD.—EL LUNÁTI­ CO.---- 1912. EL RUSO.—RUSKIN EL APASIONADO (ESTUDIO CRÍTICO PUBLICADO CON LA TRADUCCIÓN DE LAS PIEDRAS DE VENECIA”).---- TAPICES.---- I9I3EL DOCTOR INVEROSÍMIL.---- I9T4PRIMERA PROCLAMA DE POMBO.---- EL RASTRO. I9I5' SEGUNDA PROCLAMA DE POMBO.---- 1916. LA VIUDA BLANCA Y NEGRA.---- POMBO. SENOS.— GREGUERÍAS.---- EL CIRCO.---- 1917silverio lanza (In memoriam).—muestrario, Oscar wilde (Publicado con la traducción de “El retrato de Dorian Gray ). —1918. GREGUERÍAS SELECTAS.----1919. exhumación de greguerías SELECTAS PRÓLOGO DE RAFAEL CALLEJA UNIVERSITÄT D’ALACANT UNIVERSIDAD DE ALICANTE BIBLIOTECA N° COPIA .................. ' propiedad derechos RESERVADOS Imp. Martín de los Heros, 65. P ROLO GO de los episodios más vivamente impresos en mi espíritu entre los in­ numerables que Anatole France ha con­ tado con su pluma luminosa, es aquel re­ lato en que Silvestre Bonnard recuerda el extraño y vehementísimo capricho que en su infancia le hizo desear, con un ardor digno de magníficas empresas, la posesión de una muñeca tosca y horrible que veía camino del colegio, en un tenducho de una calle sucia y triste. Ramón Gómez de la Serna ha sentido con fuerza semejante el no menos estra­ falario capricho de obligarme a escribir este prólogo. Y con esa tenacidad cari­ ñosa, un poco tiránica e irresistible, que conocen sus amigos, ha trabajado, hasta rendirla, una resistencia, tan heroica como inútil, con que luché largamente para evino U IX PRÓLOGO tar este paso honroso, difícil e involun­ tario. ¡Peregrino suceso de un editor iné­ dito que rompe su discreto silencio para prologar el libro menos prologable, el li­ bro en que, acaso lo mejor es el prólogo que le ha puesto su propio autor «fla­ queando—dice él—al dar explicaciones sobre lo que es inexplicable»! (1) Gómez de la Serna es el hombre que lo vé todo, lo analiza todo y lo dice todo. No hay, quizá, en el Universo conocido una agrupación de átomos organizados, que no haya sometido a su taller este es­ critor infatigable y sagacísimo para hacerla salir con su traje nuevo de Greguería. Por supuesto, las Greguerías y el autor de las Greguerías no han sido excepción. Ni sé de literato alguno que haya ana­ lizado su persona y su obra más minucio­ sa y detalladamente que Gómez de la Serna. Se ha contemplado a sí mismo des­ de su omnividente observatorio, ha des­ montado todas las piezas de que se com­ ponen él y sus libros; nos las ha enseñado una por una; y luego ha hecho una pirueta PRÓLOGO (i) Así decía en el Prólogo de las Greguerías que en esta edi­ ción de Greguerías Selectas titula Advertencias. para mostrar que todas las piezas están otra vez en su sitio funcionando con su fuerza y agilidad de siempre. Es ilógico que este hombre, autoprologuista incesante, pida prólogos ajenos. Y más que me los pida a mí. No lo digo por modestia. Yo no soy modesto;—humilde sí quisiera ser...—-Y hoy que todo el mundo escribe regular­ mente, menos los que escriben muy bien, que a veces escriben muy mal, no es mé­ rito excesivo estar a la altura de cualquie­ ra. Además mi oficio me rodea de libros y los libros me enamoran; acaso por sabias sugestiones de una contumaz y dolorida afición a la amistad sincera, cordial e in­ teligente. De ese amor y de esa convivencia con los libros y con quienes los escriben, bro­ tan, a menudo, tentaciones que casi siem­ pre he logrado vencer y que espero seguir venciendo, aunque suelen atizarlas mis amigos. Mientras no tenga seguridad de hacer bien libros propios, juzgo discreto contentarme con hacer regularmente los ajenos. Advierto que estoy hablando de mí y X XI PRÓLOGO no se trata de eso. Me consuela pensar que ello es inevitable: quien escribe con sinceridad habla de sí mismo hasta cuando se propone hablar de los demás. * * * La espiritualidad, la civilidad y la cul­ tura de un hombre corresponden exacta­ mente con la riqueza de su léxico. Y el léxico contiene vocablos de tantos colo­ res, de tantos idiomas como puntos de vis­ ta domina el individuo. La mayoría de las inteligencias—ané­ micas o incultas — viven presas en el re­ cinto angosto de unos pocos, breves y rí­ gidos puntos de vista. Algunas mueren emparedadas en la mazmorra de uno ex­ clusivo,—-pasión, sectarismo, enferme­ dad—. Hay también inteligencias' poderosas cautivas de ese tirano. Tuve yo un amigo de clara mente, de viva sensibilidad, pero sin más punto de vista que su yo. Ciego para todo lo ajeno, aquél hombre sólo podía ser amigo de sí mismo y ver sus verdades, sus gustos, sus colores, sus ritmos. Una dureza con afi- prólogo ladas aristas de vidrio, una incomprensión increíble eran los signos exteriores de aquél gran corazón, de aquél cerebro fuerte. No faltan, en cambio, cerebros casi me­ diocres tan batidos, tan cultivados por el estudio y la vida, que pisan como terreno propio lugares reservados a los seres su­ periores y dominan sucesivamente los puntos de vista más dispares. Cuando la miopía intelectual y el sim­ plismo troglodítico se funden en uno sólo y mismo antropomorfo, surgen tipos como el afictonao, cuyo ideal único y permanen­ te, es la fiesta de toros, prisma de su vi­ sión, cantera de sus ideas, archivo de su lenguaje. El aficionao emplea para todos los usos de su vida el argot taurino. Es su único punto de vista. Su inteligencia tiene alas a la medida del corral de donde no ha de salir. El hombre que pudiera ufanarse de no sentir la influencia del punto de vista sería absolutamente libre, es decir, absoluta­ mente inteligente. Pero inteligencia plena y plena libertad son rarísimo y quizás so­ brehumano tesoro. XII XIII PRÓLOGO En Literatura, Ramón Gómez de la Serna es el escritor que no quiere tener punto de vista, que aspira a recorrerlos todos. Esa aspiración, casi conseguida, de Gómez de la Serna, es para mí la prueba más eficaz de tener una inteligencia llena de luz, de fuerza y de agilidad. Ese ansia de ver, está limitada por un ansia no menor de escribir lo visto en for­ ma de Greguería. Ramón lo ve todo aso­ ciado a la idea de las líneas impresas. Para él todo se proyecta en el libro. Todos los hechos, todas las ideas, todos los gestos, todas las sensaciones, todos los paisajes son para Ramón—él lo reconoce—masa de Greguería. ”La Greguería es el molde y el vehículo de todas las ideas. En una muy bella nos lo dice protestando de que se dé otro tra­ je a «todo lo que existe en la realidad con un matiz de Greguería». • Lo reconoce, pero, probablemente, una de las poquísimas cosas que no ve,, es el grado extremo en que esta Greguerizado y saturado de tinta de imprenta. Porque también es suya la frase en que afirma que «hay que no ser muy profesional de nada» XIV P R Ó L OgG O y nadie más profesional que lo es Ramón de la Literatura en general y de la Gre­ guería en particular. «Todo hay que de­ cirlo», afirma. Y sería más fiel con su pensamiento si dijese «Todo hay que greguerizarlo». Este es su lema, no sé si in­ consciente. Y yo se lo reprocho. Decirlo todo, escribirlo todo, me pare­ cería justificable como expresión de un programa de sinceridad integral, si hubie­ se tiempo y modo de decir todas las cosas artísticamente; todas, sin dejar ninguna. Pero el escritor—caso curioso—se olvida con frecuencia de que además de escritor es hombre y de que el hombre está sujeto a una ley de limitación. Y en cuanto no pueda decirlo todo, debe seleccionar; ca­ rece de sentido recoger lo demasiado tri­ vial, lo vacío de todo significad©. Por otra parte, hay que no confundir el desnudo con los paños menores; hay que no mez­ clar la sinceridad con la indiscreción, ni la fidelidad con la impertinencia, ni la emo­ ción de las cosas humildes y cotidianas con la verborrea y la insulsez. Raro es el escritor que no ha incurrido en alguna de esas confusiones. XV prólogo' PRÓLOGO s< pl te G ir d a ( Son constantes en los parodistas ines mucho más noblemente; se hace per­ dehXa 1 i31“10’ Cn 1OS Jornaleros donar por su sinceridad absoluta y desin­ tedía de S QUe P°nen Un día cá~ teresada. No obedece a una vanidad; no dra de todas las cosas ante la imposibi­ ejercita un oficio; le mueve una convic­ lidad de aprender ninguna. Son frecuentes en los escritores glorifi­ ción tan honda que en él es un sacerdocio, cados a quienes el ditirambo ha enferma- un apostolado. Además casi siempre acier­ ta a poner en la trivialidad un galón vis­ padeddoOeqnUfiHna °tOñaL T°d°S hemos toso, a clavar en la vulgaridad un plume­ P decido confidencias de este porte: ro de colores. Por eso casi siempre se redime de ramplonería y se queda siem­ «Me levanto. Al ir a ponerme las zapatillas pre en su sitio. det Z "nC,U7tr°- Pronto veo que una está detrás de la butaca y otra debajo de la cóMenos disculpable aún es, a mi juicio, moda.» quien, olvidándose otra vez del límite^ «Salgo a la calle. Voy a casa del sastre que me esta haciendo un traje de entretiempo.» acoge con misericordiosa indulgencia las «Entro en casa de Pérez; pregunto a la palabras plebeyas, las ideas bajas y grose­ portera y me dice que Pérez ha salido.» ras. No sé contener ante tales expresiones «En la calle de nuevo, siento dos o tres pin­ chazos en la rodilla izquierda. Ese reuma.....» un gesto de desagrado. Me sucede otro tanto con los cuadros y las novelas de Cuando leo inepcias semejantes_ v ambiente repugnante. Y no se me escapa sena muy fácil citar ejemplos auténticos la fuerza trágica, la emoción honda, la be­ no menos estúpidos—veo una cortesana lleza invertida y horrible que puede haber, decadente que me invita a presenciar que hay a veces en todo eso; pero no pue­ como un rito inefable, la toilette de una* do evitar que me repugne todo lo brutal, deqd'a que ya 110 insPira sino ua poco de todo lo mal oliente, todo lo sucio; y más desden y un poco de piedad. aún lo sucio del espíritu. mando Ramón es víctima—ine vi ta­ No abusa Gómez de la Serna de estas le de su ansia de greguerizarlo todo, lo cosas: su buen gusto le aleja de muchas sin XVI XVII ®r«íuería«.—Prólogo. k PRÓLOGO aue él se entere. Pero alguna vez «le co­ gen infraganti», según su dilecta expre­ sión- y en él, como en otros—en Baroja, ñor ejemplo,—me parecen una concesión vestida de integridad, una debilidad dis­ frazada de fortaleza que recuerda a los que se baten por miedo; y sobre> ton una mancha desoladora en una bella tel nítida. * * * Nadie duda ya de que Ramón es un for­ midable observador, un incansable colee cionista de ideas y de aspectos, de «reta­ les de todas las clases»; pero si decim que Ramón es un alto poeta, un profundo pensador, un fino “dT ” habilísimo que domina el matiz de modo extraordinario y que salta.con creíble agilidad de lo cormeo de lo infantil a lo grave, de lo mas ierre. a Ierre y humano a las exaltaciones de ticismo y de la lírica pura, no faltara quien se muestre sorprendido. Porque a las Greles pasa lo que a los cuadros de Museo- se estorban unos a otros, se d minuye su grandeza con la grandeza de XVIII PRÓLOGO vecino, se borra un poco su personalidad en el inmenso conjunto de formas y colo­ res todos distintos, pero todos iguales. .La cantidad, por otra parte, abruma. Por eso puede asegurarse que sólo algu­ nos asiduos han visto todos los cuadros del Museo del Prado, que sólo algunos profesionales los conocen uno a uno. Otro tanto se puede afirmar de las Greguerías. es esta la causa de juicios erróneos, aún entre lectores que creen conocer la obra de Ramón. Esto pensaba yo al convencerme de lo irremediable, de lo fatal que era escribir este Prologo y al considerar con espanto el suplicio de escribir una serie de juicios que no interesarían a nadie. Porque yo no sabría exponerlos sino con una honraez y una sinceridad absolutas, sin artifi­ cióles decir, sin gracia, sin novedad. Y entonces decidí evadir el mal con be­ neficio para Ramón, para el lector y para mi, y limitarme a presentar aisladas algucofección de CSta inagotable V riquísima la<ASegUlda hallará el lector algunas de las Greguerías que más me gustan y que XIX prólogo me parecen más características, expues­ tas en sendas páginas, como en Salas Particulares donde cada cuadro cobra en­ tera su personalidad y se entrega total mente al espectador. Este oficio de cicerone, no sera, asi, útil solamente para los recién llegados: los antiguos, los expertos encontrarán tam­ bién el encanto de contemplar cada Gre­ guería aparte de sus hermanas. Al seleccionar y agrupar las Greguerías, he procurado que del conjunto brote el mejor juicio, el más claro y completo co­ mentario, el prólogo mejor construido y eficaz. Las Greguerías son de un metal que no admite aleaciones. Además el comentario crítico es siem­ pre una cosa antipática, o no es un comen­ tario. Quien vi la obra no quiere llenar con la emoción ajena, con el juicio ajeno, el espacio que necesita para la propia emoción y el propio juicio. En cuanto a los ciegos, no han de ver mejor aunque se les preste un anteojo... XX Ese hombre que saca la cabeza por la ventanilla del coche, dando nna or. den al cochero, parece un gracioso polichinela. XXIII Todas las carnes muertas parecen dolerse aún cuando el carnicero las corta: todas menos la del jamón... El jamón está satisfecho de haber mejorado con la muerte y la salazón, Los estanqueros toman una actitud de potentados cuando ofrecen su caja de habanos al que los pide... Exigen timidez al pedirlos, dan la mercan­ cía como si la regalasen, por conmi­ está satisfecho de ser rico jamón, y seración. ¡Ah! Pero temblad si sólo le gusta repartirse en lonchas finas, Ies pedís un sello. Entonces os atra­ revelando además su befieza veteada vesarán con su mirada. e inconfundible. XX1V XXV Parece que comunican con los cen­ Un “consommé” de hotel es un tros oficiales, con la dirección supre­ agua que se toma por superstición, ma de inspección, los hilos de luz como las beatas el agua bendita... eléctrica, sobre todo los agujeros de Es tal vez agua bendita caliente... los negros enchufes... Por “ahí” nos parece que estamos vendidos y es­ piados. XXVI XXVII El que pueda romper el cuerno de un buey el tranvía en que vamos al verle pasar ras con ras del cuerno, es una de las cosas que nos ponen más frenéticos. ¡Cómo sufriría! Sufriría­ mos todos su sufrimiento indecible... ¿En dónde? ¿cómo? ¿En nuestros cuernos? ¿Quién se atreve a decir es­ to? Pero es eso... Sí... Hay que decir­ lo; no somos casados y podemos de­ cirlo... Nos duele el pensarlo, nos duele una raíz oscura, improbable, pero sensible: nos duele un cuerno. XXVIII La criada tiene un alma con música <Ie acordeón. XXXI ¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo es­ Un jorobado parece un humorista tán hechas para decir “¡adiós!” las que se burla de nosotros, que no nos mangas sobrado largas de los “pie­ rrots”! podemos burlar de él porque eso se­ ría innoble. XXXIII Greguerías.-—Prólogo. Dad a los pobres que además de po­ bres son borrachos, limosna para que ¡Qué triste, qué densamente triste debe ser no comer en ese silencio que se emborrachen, porque es ese el me­ se hace a las dos en la ciudad, todos jor dinero de caridad que se les pue­ de dár... ¿Se comprende lo que sería sus moradores en el comedor blinda­ do y remoto a la calle!... Dos ham- vivir ochenta años pobre, víctima de brientos se deben sentir anonadados, la desigualdad, hijo de la caridad, Henos de irresolución y de una con- sosteniendo la salud y un espíritH cla­ goja mortal... El hambre de noche ro y evidente? Que mueran jóvenes y tiene más recursos, es por lo menos, alcoholizados, que tenga alguna exal­ más trágica, más fantástica, no es tación su vida de camino a la muerte. tan atónita, tan evidente, tan merf. diana, tan insolublemente meridiana XXXIV xxxv Parece que las industrias y las pro­ fesiones y los periódicos no viven to­ dos los días, no pueden vivir todos los días... ¿Cómo pueden vivir esta misma tarde todos los fotógrafos? ¿Han salido durante estos días esos í Qué vida no deben llevar durante la semana esas muchachas que se pa­ san los domingos con las porteras, sentadas en el portal, quietas o inex­ presivas !... diarios que no hemos visto? ¿Los de provincias, los de todas las provin­ cias, insisten en seguir saliendo? XXxVJI I'.u lo más alto de la noche se com­ En Carnaval los tuertos tienen los dos ojos... Por eso es un gran día de prende que los faroles viven para sí mismos. fiesta para ellos. XXXVIII XXXIX Las tiendas de granos despiden un dulce olor, un perfume sensato y nu­ tritivo; son las tiendas más nobles de la ciudad, son las que parece que va­ len lo que aparentan... En ellas está la verdad, la honradez, Castilla en­ tera. .. Si nos atraen tanto las viudas, si deseamos que en vez de adustas sean fáciles, ¿por qué esperamos dejar una viuda que nos llore y nos guarde fide­ lidad y nos venere siempre? ¡Cómo somos de absurdos! ¡Qué inútil y qué triste un “ca- Las bombillas amarillas que alum­ rroussel” sin gente!... ¡Qué vano y bran las calles de provincias las dan qué desgarrador! Se ve su soledad de una flaqueza espiritual y una deslán­ todos lados, su soledad de colores chi­ guida pobreza que no les daría la lu­ llones, de azules y de amarillos subi­ na ni la misma oscuridad... Pone en dos... Su soledad es tan triste porque ellas ese sistema precario de alum­ su única alegría está en conducir gen­ brado una pena, una agonía, un des­ te... No puede disimular su desaire.., amparo de luz que no es luz, de luz Está vestido para eso y por eso no municipal, la luz sin esencia, una luz tiene refugio su vergüenza. como más antigua que ninguna luz. XI,II xi.ni “Mercader”... ¡Qué palabra más gráfica y más oportuna! El uso ha exaltado más otras palabras sinóni­ mas de esa palabra, otras palabras de una elegancia horteril, como “comer­ ciante”, “industrial”, “tendero”... Pe­ ro nada como “mercader”... “Merca­ der”, que es fuerte y universal, con­ tiene todo el significado de la pala­ bra, toda la fuerza de rapiña, de triunfo, de constancia, de falsa hu­ mildad, de fondo emprendedor que debe verse en esa palabra... Yo qui­ siera acordarme de esto para decir siempre “mercader” cuando sea opor- toao. XL1V lia golondrina parece una flecha que busca un corazón... ¡Flecha mistica! XI Vil Da pena matar esa polilla que vue­ la... Va vestida de seda cruda y va llena de vida que no podríamos imi­ tar porque quizás la maquinaria de los grandes animales puede ser imi­ tada, pero no la de los muy pequeños, en los que el punto dinámico de la vida es más sutil, más ingenioso y más inquieto. Xinguna emoción tan espiritual del amor como aquella que me dieron aquellas dos mariposas cruzándose y entrecruzándose, persiguiéndose y be­ sándose en la tromba de sol lejana interpuesta entre el balcón de ella y el mío... Tan real fué la imagen, tan sincera, que dejó aclarado el sentido del amor. xlviii XLIX Greguerías.—Prólogo. el Hay en la clara y temprana maña­ Cuando los cristales se empañan na un instante sin pensamiento, su» con ese esmerilado precioso que es el perior a todos los pensamientos, un dulce efugio de los interiores, los días instante en que salimos al claro co­ helados, el alma se llena de fruición rral de la cabeza, al corral libre, al y es más íntima para nosotros que corral que está después del patio y nunca. que es más silvestre y más abierto. JLa conversación es la llama azul Se apagan las sonrisas como las luces. del alcohol humano. lili ¿Cómo podríamos señalar esas bur­ bujas de melancolía, esa cóncava con­ goja con que agravan el corazón las escalas graves del piano? LIV Kn la luz de las altas linternas de las capillas y de las catedrales está el Espíritu Santo, o sea la luz enalte­ cida y concentrada. i-V Los aeroplanos han sido inventa­ Ale gustan las buenas piedras pre­ dos para cazar los globos que se les ciosas que destellan en los jardines escapan a los niños en los jardines. bajo el sol, los pedazos de botella ver­ Se han desviado de ese objeto para de, los cristalitos blancos y los peda­ el que los creó Dios, pero originaria­ zos de porcelana blanca con trazos azules. mente para eso fueron creados. i,vi tvií “¡Ah! ¡Ah!... ¡Un globo!” grita una niña. Se mira hacia el cielo y se ve subir hasta lo inverosímil el globo aquel con su hilo blanco. El jardín se torna emocionantemente infantil y hasta el cielo se llena de infancia, se escucha el llanto del niño que lo ha dejado escapar y que ha sentido en el alma algo irreparable y terrible, falto del auxilio que necesitaba para alcanzar su globo, y se ve en los ojos de todos los niños que miran el sen­ timiento dramático de la altura, una sensación de misteriosos vértigos y un deseo avaro de ascensión que con­ De pronto, sin poder precisar hacia qué lado, se oyen voces de mujer en los jardines, voces que tienen un son particular, dolido y delicado, desnu­ do y de alto vuelo, vuelo en las ramas de los árboles, como pájaros que sal­ tasen de irnos a otros... Tienen sones apenados, dulces tonos, y parecen brotar de mujeres que se hubiesen bañado, y fresquitas y tembleantes, mojadas aún, tuviesen frescura de agua en la voz. servarán ya, Indeleble y trágico, toda su vida. 1.VIII UX Se naufraga en el mar y se naufra­ ga en el cielo... Mirando al cielo se siente el mismo vértigo que mirando al mar. I.XIII Al atardecer, tan silenciosa es la El silencio no es nuestro silencio, semioscuridad, tan desengañada, tan ese silencio que tenemos que presen­ renunciadora, tan inmaterial, que hay ciar o en el que tenemos que estar un momento en que parece que está para comprenderle; éstas son ideas la habitación sola, sin nadie, sin uno mismo. Tanto se ha ido callando uno y prestando a la muerte de la luz, a su disolución, a la descomposición sua­ ve e inadvertida, que citándo se quie­ re recordar, “ya no se está”. Se ha difundido uno como en una escueta comprobación de la habitación; algo como el misterio de la metempsícosis o la descarnación se ha operado. Nos hemos ido metiendo como en la pa­ red. Nos hemos retirado. I.X1V muy pequeñas. El silencio es Dios y será lo que durará más en la eterni» dad. Do que vencerá. El silencio tiene las voluptuosidades más hondas cuan­ do está solo y no le perturbamos ni le distraemos. Yo he dejado solo al silencio muchas veces por respeto y me he ido a la calle algún día para no estorbarle, dejándole así dueño de mi casa, pudiéndose besar con las mu­ jeres de los cuadros que son sus mu­ jeres. ^■aguariat.—Prólogo. LXV La tragedia de la gota de agua ca­ yendo en el cubo del lavabo toda la Si en la noche se quedase encendi­ noche es una tragedia de asunto la­ do un relámpago en el cielo, si se sos­ cónico, pero espeluznante, que cono­ tuviese esa luz firme y grave, se vería cen las pobres criaturas humanas, en el fondo del cielo, sus entrañas, su las que no todo, ¡ni mucho menos! techo trágico y cuajado de cosas, su es heroico... fondo anatómico, crudo y abismado. LXVI JzXVlT- Veo a un niño ingenuo comprar un globo azul, atarle un papelito en que Abriríamos esa contraventana de pide pan para los suyos y enviárselo madera para ver el jardín de abajo al Señor dejando escapar su globo... a la noche; pero tememos encontrar­ Y veo que como la miseria continúa, nos con un rostro que pegándose a el pequeño rebelde se vuelve ateo. nuestros cristales mira hacia dentro. VXVIII l.XIX La frase más tremenda que se ha inventado es esa de “Per omnia sáj­ enla saeculorum”... Al oirla nos que­ damos flacos, turulatos y arrincona­ Las piernas de las viejas, ¡de qué dos, como si el trueno hubiese sona­ triste pornografía, de qué cruel des­ do sobre nuestro techo y se hubiese encanto, de qué estupefaciente car­ ido rodando por los cielos vacíos del tón!... ¡y son las mismas de su ju­ tiempo. “Per omnia sascula saeculo­ ventud, las irresistibles, las de una rum” parece dicho por la boca mella­ gracia pavorosa!... ¡Las mismas! da de la muerte y con su voz aguar­ dentosa... ¡Abominable “Per omnia saecula saeculorum”! LXxt P R Ó L O G O Había pensado dar aquí seis, siete, diez Greguerías. Pero aún habiendo repetido muchas veces el gesto doloroso de sepa­ rar, aún han quedado más de cuarenta. Su número era una razón más para excluir todo comentario. Y sin embargo, ¡cómo convidan a hacerlos! ¡cómo despiertan y agitan las ideas! Con qué seductora insi­ nuación invitan a expresar nuestro asen­ timiento y nuestro aplauso. Ved, por ejemplo, esta última antes de entrar en el bosque del libro extraordinario: “Es difícil imaginar que una cala­ vera monda y seca sea de una mu­ jer... ¿A que nunca habéis pensado en que fuese femenina ninguna de las que visteis? Se hace difícil, sin corre­ gir todas las pasiones de la vida, lle­ gar a una deformación parecida, tan extrema y tan insexuada”. Si estas palabras las hubiese dicho Sha­ kespeare, hoy serían inmortales, estarían doradas por la pátina gloriosa de una lar­ ga admiración. Rafael Calleja. Diciembre, 1918. advertencias - Hay ciertos tesoros de conoci­ miento que si yo los revelara sería condenado como idólatra, y los muslimes considerarían como acto de gran mérito cortarme la cabezay ellos no sabrían que lo que ha! cían era perpetrar un gran crimen Abbas, uno délos partida­ rios del Profeta. esmoralizo a mi alma, tranquila y repanchi­ D gada, flaqueando al dar explicaciones sobre 10 que es como la propia alma que sentimos mórida, cuajada, mortal y deseosa en el fondo de nos­ otros; pero, sin embargo, necesitaban cierto en­ cabezamiento mis sencillas Greguerías, por más , sea eso algo espeluznante y comprometedor que no debe leer nadie si no promete antes leer ei libro después. Ante todo, yo necesito recabar mi condición de iniciador porque en este país en que se entierra eos vrt rí a S Precursores> en no hay crítiy todo es rebatiña, y todo lo público es lo LXXIt I G' de la Serna: Greguerías. 1 RAMON GOMEZ DE LA SERNA contrahecho, lo falso y lo descaradamente hipó­ crita, es uno mismo el que ha de escribir las fe­ chas de sus rebeldías. Desde hace nueve años me dedico a la Gregue­ ría, porque la Greguería me tiene convencido por cómo nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi labora­ torio, todos, frasco por frasco, y los mezclé, sur­ giendo de su precipitación, de su depuración, de su disolución radical, la Greguería. Desde enton­ ces la Greguería es para mí la flor de todo, lo que queda, lo que vive, lo que surge entre el descrei­ miento, la acidez y la corrosión, lo que lo resiste todo. La Greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, comprendida entre ellas la Máxima, dura como una piedra, dura como los antiguos rencores contra la vida; ¡ oh! a la Máxima es a lo que menos se quiere parecer la Greguería. Hay que dar una breve periodicidad a la vida, hay que darle su instantaneidad, su simple auten­ ticidad, y esa fórmula espiritual, que tranquiliza, que atempera, que deja tan frescos, que cumple una necesidad respiratoria y gozosa del espíritu es la Greguería y esas otras especies de Gregue­ rías que también propagué hace tiempo—siempre antes que otras cosas parecidas de los otros—, los “Momentos”, las “Miradas”, los “Parecidos” y las “Mentiras”. Todo eso ha esparcido después su GREGUERIAS SELECTAS disolvencia por toda la literatura, y ha roto, ha ro­ turado, ha dividido las prosas, ha abierto agujeros en ellas, las ha dado un ritmo más libre más eve mas estrambótico, porque el pensamiento del lombre es ante todo en la creación una cosa es­ trambótica, y eso es lo que hay que cargar de xazon y de sinrazón. Muchos, después, con hipócrita deslealtad y con oscura ingratitud, han cultivado este género, pero todos.de un modo brillante, haciendo bajas con­ cesiones como cronistas de salones, venenosa y «cibaradamente cursis, llenos de todos los tópicos e la galantería más fácil, entregados a la suplan­ tación vergonzosa y llenos de vanos alardes en­ re los que ha descollado el alarde de juventud aunque en el fondo eran anticuados y ramplones’ i Cuanto he sufrido viendo que los enemigos sola­ pados y primeros de este género lo realizaban y lo explotaban! ¡Pobres Greguerías, pobres suspiros tiernos y sinceros, acursilados o dichos de modo desagradable o con una intención desagradable! 3 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS II El hombre no tiene ninguna se­ ñal más decisiva de nobleza que cierta sonrisa fina, silenciosa, im­ plicando en el fondo la más alta filosofía.—Renán. yo he sonreído en medio de mis sufrimientos, diciéndome: “Me­ nudo tío soy”, fumando mi pipa, abriendo el ojo derecho y entornando el izquierdo en la reflexión, abriendo los dos en la iluminación, la frente diá­ fana, esperando, hasta que me ha llegado la hora de reivindicar para siempre en un libro la legiti­ midad del género, su perfecta desfachatez. Así he fabricado estas “Greguerías Selectas” y he hecho un nuevo libro, aunque no se sabe, no, por qué se hace un nuevo libro. Esperaríamos; pero yo no olvido el proverbio que dice que el espíritu que se quiere tener hace fracasar y ma­ logra el espíritu que se tiene. Desde luego, este libro no es teatral. Habiendo perdido la idea tópica de las cosas, lo que se mue­ re y vive en un primer término que no existe, no se puede acertar a ver lo teatral. Ño hay en él tampoco esa prosa seguida, igual, pegada toda a lo largo sobre el papel y que es car­ in embargo, con paciencia, S 4 gante como los papeles de flores o de un solo mo­ tivo muy repetido y muy compacto, que empape­ lan las habitaciones que tanto nos han hecho suinr, que tan en vano y tanto nos han matado. Este, como lo serán cada vez más mis libros hasta mi disolución, y, por lo tanto, la disolución oe los postreros y supremos libros de mis libros es un libro deshecho. ¡ Qué difícil es trabajar para no hacer, trabajar deshecho! ° m”'V deshecho’ un Poco bien Trabajar de ese modo es la única manera de ser leales, de dejar intersticios, porque esos inersticios es lo mas que podemos conseguir. Esto se puede discutir como se quiera. A mí nada me mp°rta. Algún día se verá que sólo desajustan­ do, solo tratándolo todo por la disconformidad se a portado uno un poco bien. Algún día se verá se debe h 86 PUede haCer’ lo único Pue se debe hacer. Lo otro es amontonar dolores ma Síidí" “ mUch°,más duras de Io Que es la mate­ rialidad jamas, pedruzcos insolubles, graves somcosa IteS>.arSe como no e"te a S” apar,e”cia ™na de Este ya está descompuesto y esa es una de sus virtudes, pero tiene otra quizás mavor y es cómo descompone a lo otro. Todo queda un poco des­ compuesto, gracias a esta labor. ;La de brechas que abriremos así en todas las cosas! criba v'las *ner ™ás agUÍeros qUe ninTina ba y las ideas también. Nada de hacer cons- RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS selectas tracciones de mazacote, ni de piedra, ni del terri­ ble granito que se usaba antes en toda construc­ ción literaria. Hay que romper las empalizadas espesas. Todo debe tener en los libros un tono arran­ cado, desgarrado, trancado, destejido. Hay que hacerlo todo como dejándose caer, como destren­ zando todos los tendones y los nervios, como des­ peñándose. Debe ser nuestro principio algo tan inmodera­ do, porque no podemos ser como esos muchos que se pasan la vida estérilmente, porque no saben por dónde se debe principiar, sin saber que no hay necesidad ni deber de principar por ningún lado, sino que se debe principiar por donde se principie y de prisa y de una vez, sin dejar de principiar nunca. Lo inesperado, la suerte bien echada, sólo estará barajándolo bien todo, dejándonos barajar con todo y cortando por cualquier parte. Sólo ha­ ciendo esto con verdadera limpieza jugaremos lim­ pio, seremos honrados en el juego. El artificio ha vencido a la vida, y sólo con este desarreglo podremos conseguir descomponer­ lo. No hay que andarse ni con ambajes ni con miedo. Sufriremos por las calles el escarneci­ miento que sufren los borrachos, pero eso no nos debe importar. Siempre debemos de tener el temor de acertar la idea completamente, o sea tropezar con ese fe­ nómeno del acierto. Comprendamos bien esa des­ composición y esa soltura del ambiente y del aire libre, y dejémosla vagar por nuestras páginas. Escribimos en un tiempo que, como, todo tiem­ po, no admite lo definitivo, porque no es ni será nunca definitivo el tiempo. Ningún programa por lo tanto. Si se pudiese hacer un programa ideal, va estaríamos perdidos. Los que quieren eso que llaman soluciones, se quejan de no tenerlas, tan en vano, como el que se queja de tener que morir. Todo es reformable y es lo mejor que tiene. Todo es inexplicable. T. oda verdad es sospechosa. En este caos, sin embargo, lo más verdadero es mu­ cho nías sospechoso, y en la mentira hay lo más inexplicable y lo menos. Pareciendo hacer nos­ otros lo más, es lo menos, como se puede ver hoy mismo o algún día. ¿Se hace así un libro? ¿Se hace un libro con tan poca estética? No lo sé. Así pienso yo, así obtengo mis hallazgos, así me gustaría encontrar muchos libros. Es esta fórmula la más mortal, la que facilita la descomposición del espíritu. Pier­ de así simetría el libro, pierde todo merecimiento, no está en regla para presentarse a concurso, pero adquiere así un aspecto selvático y salvaje que prefiero a que tenga un aspecto de jardín. Debe notarse en el libro esa desgana, ese desprendimieno, ese desvarío y hasta esa interrupción del sen­ tido con que notamos que perdemos la vida en cada momento y .que, quizás, es la mayor prueba que tenemos. Debe trasparentarse esa profunda desgana, esos momentos de perder los ojos y la cabeza, esas evaporaciones de la vida que se sien­ ten de pronto y constantemente en la vida al mis­ mo tiempo que se debe trasparentar esa apetencia 6 Z RAMON GOMEZ DE LA SERNA insistente y alternable con el desgano. Sólo en ese contraste está el estilo nuevo de la obra, el estilo en que hay cierto despedazamiento, cierta infu­ sión del microbio y del gusano, lo cual es lo más propio que se puede hacer. Si el lector se habitúa a mí y yo a él, ¡a qué inmunización y tranquilidad no llegaremos juntos! Literariamente no podemos hacer más que lo que hacemos. Lo que piden algunos a la literatu­ ra es que sea una máquina, o un suero para sal­ varles de sus alifafes o de su muerte, o una mo­ neda con que comprarse cosas. Algunas veces pi­ den algo más que eso, algo que es lo que también piden a la filosofía y a la ciencia y que encuen­ tran en lo más vago y en lo que les hace más serviles: en la religión. ¿ Qué hacer frente a estas peticiones ? General­ mente perder el compás y la desfachatez nece­ saria. El hombre no quiere convencerse de que vive al margen de la creación. Se ha dado tanta im­ portancia, que quiere conservarse y hacer cosas ¡ supremas! Así resulta cogido al final y martiri­ zado por esa idea viciosa de la importancia. Vivi­ mos al margen. Sólo lo que sirve para que la gra­ vitación universal exista, puede considerarse con deberes. Lo demás vive al margen, de cualquier modo vive al margen. No hagamos caso de los que quieren más, porque lo que verdaderamente surgiría de eso es algo “me­ nos”. Esa “estética” que piden otros es un medio más para hacer imposible la preparación a las “opo­ 8 GREGUERIAS SELECTAS siciones” en que consiste todo, pero en las que no debemos presentarnos. Resolver una cosa por el in­ genio o por la estética es falsearla. Deben resol­ verse las cosas como no resolviéndose, saliendo al vacio de vez en cuando, dejando entrever las gran­ des plazoletas de silencio, de olvido, de tontería, de incongruencia, de luz demasiado blanca, de es­ pacios increados.. No quiero reducir a una conclusión todos estos amagos inacabados. ¿ Voy a decir algo así como o del espejo movido a lo largo del camino”? Quizas somos sólo los hombres que miran, pero no vayan a creerse algunos que basta mirar como ellos miran. Es una mirada agujereada, quizás, la nuestra; un modo de ver, sin pretensiones, pero sm indiferencia y sin reservas. 9 RAMON GOMEZ DE LA SERNA III odo depende de mi expresión, de que os miro T como muerto que ve a los muertos, y en ese extremo, ya estamos amistadísimos. Este es el gran afecto que puede garantizar algo las confidencias. Yo sé—¡valiente cosa! ¡¡pero qué cosa!!—que todo va a enfriarse. Se va a enfriar todo, y con todo se quedará yerto el espíritu de todo libro. ¡ Pobres libros en una tierra definitivamente muer­ ta, yerta y deshabitada! Y el libro no se leerá en­ tonces a sí mismo. Definitivamente se habrá des­ leído. En vista de eso no conviene engañar en los libros, ni líricamente ni prosaicamente. Hay que hacer una cosa preparatoria de la conciencia des­ hecha y tranquila. Hay que dar una facilidad de escape, de trasfusión y de trasmigración de la vida. El que los otros quieran contener, reprimir y angostar esto, es lo que nos hace unos huidos, y por eso buscamos las calles sin balcones imperti­ nentes, esas calles de balcones cerrados por las que sabemos componer todos los itinerarios. Yo vivo un eterno ocaso de muerto. Será lo más largo en mí. ¿ Por qué vivir lo que es sólo excepción? Así se hace el espíritu insensato. Yo miro el mundo a través de un cristal de hornacina IO GREGUERIAS SELECTAS de pared. (Yo quiero ser enterrado en la pared.) Yo huelo las flores, por ejemplo, como muerto. Y, sin embargo, estoy vivo aún, y sólo por esto se nie puede oir y puedo ir de un lado a otro. Yo me siento morir alegremente y así me pre­ ocupo y me fijo en las cosas. Este sentirme mo­ rir sin temores ni ideales de lucro inmortal, este sencillo sentirme morir es lo que da esa desver­ güenza, esa corrupción y ese plante a mis cosas, eso es lo que las desenlaza y las quita gravedad. Puede estar tranquilo por eso el lector; cada vez será más mi intento de resolver su tranquili­ dad en una actitud relativa y sensata que facilite el tránsito y le dé una comprensión en la que nada le forme demasiado irreformablemente. Mis libros, vuelvo a repetir, no son ni para pre­ sentarse a examen—¡ oh, tengo que aprovecharme de haber pasado por esa hora!—ni para aspirar al premio (el premio me perdería). Yo estoy ya suelto y con idea de que he de vivir y morir en mí mismo. ¡Qué orfandad y qué emancipación más terribles e inolvidables! Por lo menos, en me­ dio de esa insegura seguridad me moveré. Frente a esta actitud todos pueden hablar lo que quieran de lo definitivo. ¡Horror de lo defini­ tivo! ¡Y horror de esos hombres que hablan de lo definitivo y que son los más serviles y a los que humillan más los “profesores” cuyo trato cul­ tivan ! Esos tipos de puritanos, a los que procuro ol­ vidar en mi vida, son tan repugnantes como los de más baja estofa. Hay que entrar en el estudie ii RAMON GOMEZ DE LA SERNA impuro de la vida, ver cómo se descompone la vida detrás de la vida, contrastar y desbarbar las cosas de tal modo, que no tengan su rigor exce­ sivo de cosas inmortales y divinas. Hay que des­ cender, pero no como quieren los filisteos, sino de esa manera que sólo nosotros tenemos que resol­ ver, salvándonos también a esa perdición estúpi­ da a que llegan los hombres aquí, porque no sa­ ben ser modestos y no se pueden pasar sin rozarse con la buena sociedad. Dejemos que nos desde­ ñen con ese desdén flaco, ese desdén de imitación, porque no se puede encontrar en la imitación del desdén, en el cinismo del desdén, esa densidad de­ leitosa, justiciera, suprema, creciente que está sólo en el desdén silencioso, en el desdén mejor. Y si somos así, ¿ cómo escribimos cada vez más ? Porque ya tenemos algunos amigos y nosotros mismos somos el amigo que necesita el ánimo que da lo escrito. ¡ Pero, sin embargo, cómo me hacen sufrir los que esperan de mí una larga obra since­ ra ! Todas las mañanas me tengo que engañar como al niño al que se quiere dar una pócima de aceite ricino. ¡Cuánto paseo solitario, cuánta so­ ledad allí donde tengo que ir a buscar mis cosas! Me ahogo, con ese ahogo que no mata pero aho­ ga, de los buzos cuando se sumergen, y salgo me­ dio asfixiado apretando estos nuevos hallazgos oceanógraficos. 12 gregverias selectas IV A la libertad la cuesta mucho trabajo volver a la franca unidaddel instinto.—Amibl. odos los escritores adolecen de que no quieren T descomponer las cosas, y no se atreven a des­ componerse ellos mismos, y eso es lo que les hace timoratos, cerrados, áridos y despreciables. “Tened el valor de equivocaros”, ha dicho Hégel; pero ellos no se atreven a perderse por la vo ■ luntad, por la armonía que pueda haber en pererse con intensidad, y, sin embargo, se perderán Por la muerte, y morirán, más que por la muerte, Por la discreción, la hiprocresía y la política que «guen. Por no descomponerse, hay hombres de talento que parecen no tenerlo, y así, los que no o tienen están a su misma altura. La historia del mundo es de descomposición, y sólo en precipitara> en refinarla, en elevarla y en asumirla está la conciencia digna. Yo me he permitido el desorden, la descompo«cion, el barroquismo sincero, y esto desde hace anos, es decir, mucho antes de que fuese todo un P co barroco, ¡ un poco barroco I ¡ Qué cantidad de 13 RAMON GOMEZ DE LA SERNA cuquería hay en eso y qué pecado mayor que el de que no lo fuese nada! Yo me he dado a todos los transportes, porque hay que hacerlo todo para divertir libremente a la vida; yo he hecho un poco de pelele, de víctima, de polichinela; yo he delirado, encontrando como fuera del espacio el gusto prosaico y directo de cada imagen, más claro fuera de los ambientes; yo estaba cansado de escribir mamotretos que, aunque libres, estaban abrumados por su espesu­ ra compacta y su obra de fábrica, y sobre todo, estaba cansado de escribir dramas violentos, aun­ que inútiles, pues yo no los he llevado a los tea­ tros ni los hubiera estrenado para que no fuesen a mi estreno los hombres empedernidos de los días de estreno, esos hombres con cara de materia, con lentes empañados, que no merecen que se les explique la vida noble y apasionada, porque lle­ van una vida innoble y de una nocturnidad ale­ vosa y estéril, y porque los teatros tienen el revés más feo y lamentable, tan lamentable como su an­ verso, por lo que al hombre al que quisiera peor le diría: “Que seas autor dramático consagrado y que yo lo vea.” 14 GREGUERIAS SELECTAS V Hasta la verdad es probable. Oscar Wilde. o soy el idólatra y mis pequeñas y numerosas oraciones son las Greguerías. Yo soy un idó­ latra que tiene dioses como esos que pasan por el Evangelio de Buda, como Suddhodama o ArrozPuro. Debemos hablar por todo y consagrarlo así ro­ tundamente. Nó vale ni acertar desde la primera palabra a la última, basta acertar o equivocar de un modo extremo una palabra central. No hay que esperar a la inspiración, hay que ser raudos sobre todo, raudos, decididos y desprendidos. Afirmar lo que de trivial hay en el hombre es inducirle a no ser ni riguroso, ni desleal, ni malo, ni fanático, ni inconmovible para nada ni ante nada. Aceptar la trivialidad es hacerse transigen­ te, comprensivo, contentadizo. Nada más solucionador que la trivialidad hallada, cultivada, com­ prendida, asimilada, temeraria. No los principios abstractamente revolucionarios, sino la trivialidad admitida será lo que cree la ibertad espiritual, re­ solviendo todos los problemas insolubles, que se­ rán solubles más que por la solución por la "franca disolución, por la incongruencia y las pequeñas constataciones que apenas parecen tener que ver con ellos. Y 15 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS “rdad wSaGreg”'riaS' máS VI Dante es una curiosidad, como el mastodonte; pero uno no desea estas curiosidades anormales para amigos ni para contemporáneos. Dante es un hombre bueno para ponerle en un museo, pero no en nuestra casa. La verdad es que yo no lo he leído nunca ni me pesa no haberlo hecho.—Emerson. a Greguería lo es todo en un libro. Leyendo los L libros en voz alta hemos visto esto, porque sólo ha coincidido el interés de todos cuando he­ mos llegado a esa especie de Greguería abortada que hay en los libros cuantiosos, esa única Gre­ guería que es lo único que a lo más se esboza en ellos. ¡ Pobres de ellos, que tienen que hinchar una Greguería, aunque el lector les alabe por eso, por­ que el lector se asusta y desconfía de lo dema­ siado, de lo variado y de lo numeroso! Nuestra alma está hecha de Greguerías, y si se la pudiese observar al microscopio—alguna vez se podrá—, veríamos vivir, circular y vibrar en ella, como su única vida orgánica, un millón de Gre­ guerías. Nada más sincero que la Greguería, y por eso vivimos más por las Greguerías que por las “ unAlibro-tnnIÍbr0 eS COm° Un eSpecífico más que un libro porque, como esos específicos que proro 611 61 °^uismoP nuevos glóbZ rojos, este promete algo así como unos -lóbulos rosas" v ne * 7 7 amarillos X lamosos y rosas y negros y blancos... y - V en este nuevo específico no entra mercurio d aS di±ent? rera1’ ni nada “ en enfrí a d’afana’ Este nnevo específico previene entie otras cosas, contra la vejez, a la que corrom­ pen y amedrentan las entelequias y a la que hacen c±'ej ¿rososX “ mo el mal de piedra, porque todo eso todo lo U GrXd°-S' <’Ueda necesité F ,a 86 ampara de Ia confusión que gran nSz P°u 6XCepcíón necesita los examiné/ qU€ ? Para Present^se ante os examinadores se necesita llevar bien claras v aprendidas las mentiras. 5 guerías TT“061' SCCreto a voces de Greg crias, hay que comenzar por revocar el almo “S™ su bondad y su creduWad „X , Y j” „ /ó 17 de la Serna: Greguerías. 2 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS to ni rectificación, hay que no ser muy profesio­ nal de nada, hay que estar en posesión perfecta de un alma incólume, bien afondada en uno, bur­ lona, llorona y solitaria. Para oir, para leer, para ver las Greguerías, se necesita libertad de espíritu, es decir, no negar al espíritu su propia extensión, su vacío, su espon­ tánea confesión, su tontería destilada, su indepen­ dencia. VII Los murciélagos preparaban sus pequeños paraguas . — Silverio Lanza. a Greguería no es enteramente literaria, pero tampoco es enteramente vulgar y sediciente, no se sabe si se debiera vender en las cacharrerías o en las librerías, no es primera visión de los obje­ tos ni última, es algo así como el paso de las ho­ ras y de las ráfagas de las cosas a través del alma contemporánea, es el abandono de las cosas a una mtei prefación abandonada. La Greguería consiste en decir tanto las suspicacias como las certezas. La Greguería no consiste más que en un matiz entre todos los matices, el matiz de un plural, de Una palabrita—“oiga, que le voy a decir una’pa­ labrita una virgulilla, una tilde, algo que po­ dra ser una incorrección, un ripio, una pifia, un balbuceo, una virguería rotunda, una piedrecita, un numero, un desplante, un error. La Greguería no significa casi nada como pala­ da, pues, yo, más que nada, he escogido su nomre po, lo eufónico que es y por secretos priva­ dos que hay en el sexo de esa palabra. L 18 '9 RAMON GOMEZ DE LA SERNA La Greguería resuelve las hinchazones con que todo se hinchaba. La Greguería es silvestre, encontradiza, inencontrable. La Greguería es la audacia y la timidez, es la “manera” sin amaneramiento, es la “manera” que no es más que la manera, y que por no ser no es ni la “cierta manera”. La Greguería es como esas flores de agua que vienen del Tapón, y que siendo como son unos ar­ dites, echadas en el agua se esponjan, se engran­ decen y se convierten en flores. La Greguería resarce, consuela, es un refrige­ rio inesperado. Sacia como un cuscurro de pan entre planes y planes, o como un vaso de agua entre la sed falsa de los negocios o de las especu­ laciones incurables. La Greguería, aunque en eso esté precisamente su corrupción, debe recoger cosas muy locales, muy pasajeras, muy efímeras, porque la corrup­ ción es humana y el arte humano debe gozar y perfeccionarse y descansar en ese corrompimiento La Greguería es el género que se debe escribir en los bancos públicos, en los pretiles de los puen­ tes, en las mesas de los cafés, al ir solos en los simones lentos acompañando a los entierros, en las mesas de las cocinas, en los fogones, etc. La Greguería no se encuentra a punto fijo o con seguridad en ninguna parte, pero de pronto se encuentra mirando esa escala de polvo que baja desde el sol hasta el suelo de la habitación y que forma el dejar sólo un intersticio de las 20 GREGUERIAS SELECTAS dd l™anaA abi'rt0 ba,°eI 801 de siestas ciel verano. ¡Con que presentimiento de la Gre­ guería veíamos de niños esa gran materialidad de uz en la casa entornada de nuestro abuelo' La Greguería es, por su forma, por su envase misPeqpnena Urna.^nerar,a Que yo necesitaba para dida de’]33 CU°tld!ana®7 que me ha dado la meaccident a aspiracion d’suadiéndome de todas las accidentales aspiraciones insensatas. La Greguería tiene el brillo de los azulejos v su vo Xnla; CS Un daV° S°bre Una Pared~un clao al que se mira intensamente—; es lo que hav n nuestros redaños y en ¡o que se’aprieta la " emocion de la vida y el temor al muerte • es i ; es lo que podemos tener de todo, la sospecha venial. La Greguería es lo único que no nos none tris J-a es, cabezones, pesarosos y tumefactos aF escribir- ’ pues su autor juega mientras la compone y tira su cabeza a lo alto y después la recoge a Greguería no es ese género fácil ciue se les queOJseríaamásCfáOSiehPÍrÍtUS resbaIadizos Para los eer ainas fac11 hacer un nuevo Quijote a haer una Greguería natural, frutal v en su punto La Greguería, a veces, con una alusión remot-i t¡cJab¡eg lfiCa’ C°n Una aíUSÍÓn h-emendamente cri - La Greguería conjuga el verbo como nada, dia21 RAMON OOMEZ DE LA SERNA loga, se ausenta, se humilla, solloza, musita, tira una miga—su miga—como un niño que juega en la mesa, comienza a cantar, se calla, coge un vio­ lín, lo rasca, le da un trastazo con el arco, se deja caer en un sillón, da un respingo, hace un gesto con la mano o con la nariz, saca la lengua, pinta un grafito de esos que los granujas pintan en las tapias, abre un piano remilgado y lo sobresalta con un despropósito o un golpe desgarrador, hace una diablura con el sombrero de un señor serio que está de visita en el despacho de papá, da una pincelada, se agacha en el jardín público creyendo haber encontrado algo de oro, y recoge lo que re­ lucía, aunque sea una bolita hecha con el pape; de un bombón, regala una idea para un drama, para una novela o para ahorcarse de ella y sigue corriendo y saltando como una listada ■ pelota de celuloide con un perdigón dentro. La Greguería es ultravertebrada, y está bien en los libros y en los periódicos y se ajusta en las máquinas de imprenta ella sola, buscando y en­ contrando en ellas la ranura precisa. La Greguería es una mirada fructífera, que des­ pués de enterrada en la carne ha dado su espiga de palabras y realidades. La Greguería es algo así también como una aceituna preparada lo mismo que esas a las que se quita el hueso y se coloca en su lugar una an­ choa. Y así, con todo eso, queda dicho algo de lo que son las Greguerías, que yo separo entre sí por dos palitos horizontales cortados por otros dos 22 G-REGZjERIAS SELECTAS verticales, el signo irregular que es más grato de escribir a la pluma y que a veces es el incentivo vo'laTfl “ TÍbÍr- Gre?uerías- bregue, como y°Jas llamo en la intimidad, signo ante el que he ospechado si sera un signo japonés con su sig­ nado genuino, un significado que debe definir mejor que eso de Greguerías el nombre de ellas 23 RAMON GOMEZ DE LA SERNA VIII El hombre es la medida de to­ das las cosas.'—Protágoras. Sólo entre todos los hombres llegaaser vivido lo humano.—Goethe GREGUERIAS SELECTAS por sentir el hombre fácil, curado y criatura, sin ese encono, esa dificultad y esa soberbia que hoy hace a la vida y a la muerte tan enconadas y di­ fíciles. Hay que lanzar Greguerías en las reunio­ nes solemnes para dispersar a esa gente negra, y muchas veces hay que hacer uso de la Greguería por su poder expansivo, más fuerte que la mehnita. Pero a veces también sabremos callarnos una Greguería, por no desairar a los demás, aunque los demás estén siempre pensando en desairar a los demás. N poco vidente, veo a los amigos darse a la Greguería, exigiéndose así pruebas inequívo­ cas y entrañables de sí mismos, en vez de recurrir al chiste o de tratarse con mala fe o de tener que dedicarse a agotar más los temas infructuosos y demasiado generales; veo a los escritores conce­ bir en Greguerías, sin darse a ese amaneramiento nocivo que es el largo discurso, el capítulo y la crónica; veo al profesor decidiendo ante todo la competencia de sus discípulos con un ejercicio práctico de Greguerías; veo a los enamorados va ­ riar su vacío repertorio por causa de las Gregue­ rías, dándose mejores y más entrañables pruebas de sí mismos, más carnosos gajos de sí mismos; veo ya resuelto el problema de los regalos de bo­ das: se regala una buena Greguería, y ya está; y veo así a la juventud asumir enteramente la ni­ ñez y a la madurez la juventud y a la vejez la madurez y a la muerte la vida entera, acabándose U 24. 25 RAMON- GOMEZ DE LA SERNA IX ste tomo, aunque han sido escogidas una a una E todas sus Greguerías, sin embargo, es atra­ bancado, desigual, y hay en él cierta cortedad, por­ que aun preparado a través de los años, haciendo día a día sus Greguerías, yo desconfiaba de que llegase la hora en que fuese un tomo. _ Este primer tomo necesita algunas adverten­ cias : A veces la palabra “lamentable” se repite y se repite, con la particularidad de que a muchas co­ sas yo las llamo “lo más lamentable”. Todos, sin embargo, deben comprender la gran variedad que hay en eso y cómo en distintos momentos hay co­ sas que son “lo más lamentable” y puede haber varios “más lamentable”. Con lo “más trágico” sucede lo mismo, pero esos idénticos absolutos no se excluyen; todos pueden convivir, si se compren­ de que la lectura de todo el libro en un tiempo continuo es cosa convencional. Algunas Greguerías son guijas un poco gruesas y solemnes, pero no he tenido tiempo de atomi­ zarlas más y de hacerlas pasar por el último mor­ tero y por el último cedazo. Y si alguna se re­ pite enteramente idéntica en algún sitio, su razón 26 GREGUERIAS SELECTAS habrá tenido, si no tiene algún rabillo más difícil de notar. Las Greguerías son fácilmente caricaturizables, la parodia está en ellas mismas; por eso es inútil hacer eso, advirtiendo que esos mastuerzos que llaman hacer Greguerías a hacer mastuerzadas fal­ tan a su madre, porque lo que es más la madre y el padre de la vida de cada uno son las Gregue­ rías, que indudablemente les han ido formando con mayor ternura y realidad y son lo que menos les ha abandonado en sus dudas y en sus soledades. RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS X —-¿Y las otras? ¿Las que faltan? Sí, faltan muchas. Algunas no están, porque hombres desaprensivos a quienes se las dejé con confianza las perdieron, otras porque se me ex­ traviaron en el pequeño papelito en que las apun­ té, otras porque cayeron en los barrancos de la memoria, otras porque las perdí antes de encon­ trarlas, cuando las iba a encontrar. ¡ Irreparables pérdidas, porque perdida una Gre­ guería el diablo que la encuentre!... Perdida una Greguería se pierde para toda la eternidad, y ya no será ninguna de las que nazcan. RAMON l ajedrezado blanco y negro es una obsesión para nuestros ojos... ¿ Qué misteriosa persua­ sión y dominación hay en él?... Caza nuestras mi­ radas, las liga a él, las marea, las fascina, las re­ tiene... Los pisos ajedrezados distraen nuestras miradas, que se quedan fijas en el suelo largos ra­ tos sin poder levantarse, aunque la pizarra de los suelos, ya un poco gris y descolorida, no logra el contraste del negro que se necesita junto al blanco alternante... Así, en el juego de ajedrez también, lo que aficiona, lo que hace no levantar la cabeza del tablero, no es la pueril diversión de ese juego, sino el ajedrezado blanco y negro, la visualidad, la exaltación, la destreza, la emoción que hay en él... ¡El magnetismo, la clave, la gracia formida­ ble que hay en el ajedrezado es algo misterioso y absorbente, cuyo oscuro dominio nos somete! Es el contraste de la vida y la muerte, es la absorben­ cia de las viudas blancas y negras, es el sí y el no. E Es más fácil quitar el traje o desollar a un cor­ dero, que desnudar a un niño dormido. 28 29 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Nos muerde el ladrido de los perros. Toda ciudad el domingo es una ciudad de ca­ nales, los canales tristes y verde agua del domin ­ go, los canales que van por el fondo de las calles y sobre los que todos bogan lentamente... En el domingo se abren las presas que retenían las aguas en las afueras. Cuando todo el chopo alto o el álamo largo sue­ nan totalmente moviendo todos sus crótalos, pa­ rece que llueve copiosamente. Zoroastro es un nombre estupendo que con­ vence. Un hombre con este nombre lo pudo ser todo. Así, yo elegiría, con una gran fe, la religión de Zoroastro. Las japonesitas tienen cara de lloroncitas, de haber llorado o de ir a llorar por cualquier cosa, o, a lo más, de sonreír, con esa sonrisa fina, con­ movedora, que se ve a través de un viril de lá­ grimas... Si tuviésemos una japonesita, procura­ ríamos no hacerla sufrir, y la diríamos con cle­ mencia y cariño: “¡Ojos chiquitines, mimosa, astrolabio, doña Pucheritos, ven aquí conmigo!” Pobre Pierrotín aquel que, ascendido por el lustre de ese traje tan digno y tan conmovedor, perfectamente enmascarado, con la cara blanca poética y graciosa de Pierrot, se dió a conocer por un instinto más fuerte que su máscara, y. baján­ jo GREGUERIAS SELECTAS dose, cogió, una hermosa colilla que metió en su bolsa de máscara... ¡Es el Pierrot más triste, más desgarrador, con más melancólicos cascabeles, de todos los que he conocido!... El afilador tiene una catadura de revoluciona1 io, una figura hosca y novelesca de héroe san­ guinario, de inductor al motm, enarbolando el más grande y mas afilado de los cuchillos... De niños nos impresionó ya el afilador, como si, de­ dicado a un oficio solitario de rebeldes, tramase, preparase afiladamente una degollina... En las vacunas de las mujeres morenas, como en las de las blancas, hay un punto, una bujía in­ candescente que alumbra las voluptuosidades, que es, en ellas un sutil faro, que es como el “contras­ te ’ de que la carne es realmente carne. Una media a la que se le ha ido un punto, hace a la pierna más encantadora, más humana, más mortal, más pueril... Es una incorrección que co­ rrige la corrección de cartón con que se acarto­ nan las piernas en el trato asiduo y teatral... Parece que en sueños se nos va a morir el co­ razón, como un obrero que se rebelase a cumplir sin descanso una jornada de día y noche en el fondo de una mina lóbrega y húmeda, húmeda de sangre... La tragedia de la gota de agua cayendo en el 31 RAMON GOMEZ DE LA SERNA cubo del lavabo toda la noche es una tragedia de asunto lacónico,, pero espeluznante, que conocen las pobres criaturas humanas, en las que no todo ¡ni mucho menos! es heroico... Si no se levantase uno para evitar que insista, le pasaría lo que a aquellos mártires de la Inquisición, a los que hora­ daba el cráneo el gota a gota del suplicio “del agua”. Las lenguas fiambres, empavonadas de escarla­ ta, distraen en los escaparates de las reposterías como algo burlesco, sarcástico, ensañado y difícil de comer... Son cosa digna de estómagos crueles y de coquetas sádicas, como aquéllas que pedían las cabezas de los santos degollados para pinchar­ les la lengua con alfileres de oro... Estas lenguas y las cabezas de jabalí fiambres y adornadas con gelatina, son algo para Salomé. Después de una noche dificultosa, trabajosa, llena de dolor de hacer, de hallar y de explorar, nos levantamos, no habiendo dormido más que. cuatro horas, con los ojos chicos y fundidos y una barba nazarena que pica, que escarabajea y que escuece... ¡Y nos habíamos afeitado ayer! ; Cómo habremos tirado hacia afuera de nuestra vida, de nuestras facultades, de todo, de todo, para tener estas barbas tan crecidas! ‘La mirada felina de los tornillos...”, podría­ mos decir para acusar la expresión fija, fuerte, GREGUERIAS SELECTAS imperante con que se nos encara la cabeza de los tornillos, su ojo rayado. La caída de las horquillas de las mujeres es algo a rumador para nosotros, pero no para ellas... Se están cayendo siempre las horquillas, las vemos quedarse pendientes de un cabello, todas fuera todas salidas, como en los tocados de las japone­ sas; se lo decimos, pero ellas son apáticas y tor­ pes para retenerlas... Primero no nos hacen caso, después hacen como que no nos oyen, después te­ nemos que decirlas: “Ahí no.” “Más arriba.” Mas arriba. Un poco más abajo.” “Ahí”, has­ ta que al fin las encuentran... Debíamos de corre­ girnos de este afán de que no se pierdan sus hor­ quillas, de que las retengan, y dejar que se cai­ gan... Después de todo, así como las hojas que se caen de los árboles son una pérdida superfina que no da mas, la caída de las horquillas quizás las refresca y las renueva... Pero no nos corregi­ remos nunca, y a cada instante estaremos con esa retahila: Que se le cae a usted una horquilla ” yue se te cae una horquilla.” . La verdad es que vamos a la muerte en moto­ cicleta.. En mi es tan gráfica esta idea, que me siento dueño de una motocicleta, a la que cuido y sobre la que me siento. (En el “sidecars” lle­ vamos a nuestra mujer.) En las lecherías se cría siempre una real moza cíe requesón. 32 33 Cr- de la Serna: G-reguerius. 3 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS Los cuadros nunca pueden estar derechos, sin que se sepa por qué, aunque quizás sea porque la tierra no es plana, sino redonda, accidentada, y todo está ladeado y torcido en ella, todo está edificado con una absurda inclinación. vuelve en cariño, demuestra el cariño de las telas, su noviazgo... Esos viejecitos con bufanda van llenos del agrado que en ellos pone la bufanda, el postrero amor, el amor que no notan ni agra­ decen lo bastante a la bufanda. Se tiene un poco de pánico a los papeles que giran en las calles del invierno1, movidos por el fuerte viento de la estación, como si fueran pe­ rros que quisieran morder... Pero esto resulta in­ confesable, de pueril que es. Esas escuelas de párvulos, “escuelas de niñas”, como dice el cartel que cuelga de sus balcones v que se encuentran en los pueblecitos y en las afue­ ras de las ciudades, dan mucha pena a la vez que mucha dulzura... ¡Distinguida maestra llena de aspiraciones a la Escuela Normal y perdida en este rincón dando clase a las niñas pobres, a las ninas silvestres!... El que se casa trata, de solucionar con la expia­ ción su deseo1 de mujer. Pasando la navaja por el suavizador se siente el miedo inverosímil de que se nos escape el brazo y nos cercenemos por el pecho, biselándonos. El miedo a la navaja de afeitar y a sus facultades, de una eficacia inmensa, no tiene parecido. Los ovillos—los ovillos de todo—nos causan en­ canto... Es algo sorprendente y bello esa largura en que se pueden desarrollar los ovillos... Quisié­ ramos jugar con un ovillo que no se acabase nun­ ca... Entre todos los ovillos de todo—de hilo, de flexible, de alambre, etc., etc.—, si se reuniesen, parece que estaría la largura del infinito y que po­ dríamos lanzar una cometa más allá de todos los cielos. Nos sorprende, nos sorprende siempre que el corazón esté al lado izquierdo v no al derecho ¿No sería menos débil al derecho? Los lacayos muchas veces son de mentira, son lacayos falsos, maniquíes inmóviles sentados en flexiones rígidas, como si tuvieran en el trasero un rabito de hierro que les sostuviese derechos y Ajos en el pescante, como a aquellos cocheros de nuestros cochecitos de niños. La bufanda es cariñosa; cerca de cariño, en- Esas medias impares, que ni siquiera son de las de a listas, ni siquiera de las de flores caladas, sino tras inverosímiles, desaparecidas, fantásticas, aztecas, indias, japonesas, del Indostán. no se sabe de donde, son unas medias que dan una gran 34 35 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS personalidad a la que se las pone y la hacen irre­ sistible. En esa tarde en que el cielo y los árboles y las calles están de mal humor, están inapetentes, se repite una vieja tarde lamentable de colegiales in­ ternos. Los zapatos andan solos... Avanzan en la no­ che muy de puntillas, sin crujimientos, pegados al zócalo de las paredes... Esto no se sabe, nunca se les ha pillado infraganti, pero se presiente y se tienen muchas pruebas de cargo para creerlo: se les encuentra distantes del sitio en que debían es­ tar, muy extraviados; a veces se pierde sólo uno de los dos, se le busca por todas partes, y al fin aparece muy lejos, en el pasillo, quizá en la coci­ na o quizá en algún sitio lejano, en el que resulta incomprensible cómo pudo llegar; a veces son los dos los que desaparecen, y entonces se puede pen­ sar que se han ido para no volver. ¿Dónde des­ apareció aquel par mío que estaba todavía nuevo? Es uno de los misterios que no he podido resolver nunca; el mayor de todos. Los hombres con cara de Cristo son los más engañosos del mundo. Todo bajo sus caras de Cristo es hipocresía, rebajamiento y palidez, una palidez que es también palidez de su alma, como si fuesen blancos y descoloridos hasta el tuéta­ no... Los hombres con cara de Cristo desconcep­ túan la vida, la convierten en un lugar de intrigas sordas, dejan sin razón todas las razones y sin pasión todas las pasiones... Ante los hombres idio­ tas con cara de Cristo, siento un odio de gentil ansias de ayudarme de las turbas para martirizar­ les y acabar poniéndoles un cetro de caña entre las manos atadas y gritarles con toda la fuerza del sarcasmo ante su flojedad y su ambigüedad: “Ecce-Homo. Hay una estrella en que sólo hav una casa de a arquitectura de las casas de los cortijos y toda enjalbegada de cal viva, con las ventanas y las puertas cerradas siempre. * Alguna estrella está llena de sueño y se la ve cerrar los ojos. * Hay noches en que la luna se ha vuelto loca * viofin™? Un„balcón iIm™ado, sale un son de violín de aquella estrella. * La luna a veces está ojerosa, tan ojerosa que se trasluce sobre el azul. J ’ qUe * lleua’ exuberaníe- no estaba an­ tes asi. Aquella estrella está embarazada. * Las estrellas mueren de inquietud, se consumen 36 37 RAMON GOMEZ DE LA SERNA de inquietud. ¡ Pasa tan de tarde en tarde el ma­ cho, el cometa! * Aquella estrella es una niña desnuda que se co­ lumpia en un columpio colgado del cielo, y cuyo trapecio no se ve sobre el cielo oscuro (como aque­ lla jovencita de aquella postal indecente, no sabre­ mos nunca su camino). * En aquella otra estrella hay un pájaro de colo res inverosímiles y de canto interminable y sutil, el canto de los números... Su jaula, que es la es­ trella, se mueve como una jaula de oro. * En la noche hay muchos siniestros en las estre­ llas, incendios voraces e insofocables. ¿El bombe­ ro divino qué hace?... En los planetas oscuros se aprovechan las lu­ ces para escribir las nostalgias. Las estrellas no meditan ni escriben, arden en su exuberancia, en su sensualidad. Cuando se apaguen ya les llegará la hora de la evocación y de la compensación por la pluma y el pensamiento, ya se pasarán la vida recordando cuando eran estrellas y aspirando a serlo de nuevo. * Las estrellas son de una distinción sin igual... Todas están con traje de baile y abanicos de plu­ ma y todas van llenas de aderezos, siendo sus ma­ neras muy finas. * .38 GREGUERIAS SELECTAS Algunas se desnudan como esas mujeres tan provocativas que, después de mirar el campo raso y oscuro, se desnudan con la ventana abierta... Un placer furtivo y clandestino hay en mirar des­ de la sombra esas ventanitas abiertas, porque hay momentos en que se las ve todo. 'f* _ La Vía Láctea es la calle de los bazares esplén­ didos en la ciudad medio Constantinopla y medio Tokio, que es el cielo... Son admirables las cosas que se venden en esas tiendas iluminadas por pen­ siles árabes o por grandes faroles, en cuyos cris­ tales lechosos está escrito, en caracteres quizás chinos, quizás árabes, su nombre delicado: velos, bengalas, abalorios, medias de luna, voluptuosida­ des, pezoneras, cremas, sortijas de piedras de luna y de otras piedras desconocidas por acá... Las mu­ jeres sólo miran la Vía Láctea porque sospechan eso, y quisieran que sus amantes se lo comorasen todo. * Recordaremos siempre esas noches en que la luna aparece locamente descotada, descotada con el prestigio de una reina, como dicen que se descotaba Isabel II para pasar revista a sus tropas, haciendo bajar los ojos a los soldados... ¡Ah, es que se descota para todos los hombres! (A veces se saca un seno, como ciertas cupletistas cuando sienten más espesa la canalla.) * 39 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Hay una estrella en que acaba de realizarse un crimen. * De las estrellas han caído algunas de esas es­ tatuas que se han descubierto en las excavaciones más profundas... Así se ven en ellas Belvederes, Partenones, pedestales y estatuas aún enteras, cuyo mármol resplandece con una luz dura, mar­ mórea e incandescente que le va bien al mármol, pues habíamos notado que los mármoles son algo que se ha apagado. * De alguna brota una luz de fiesta, fiesta de par­ que de diversiones lejano a la ciudad, fiesta del trasatlántico en el mar, fiesta de gran palacio de escalinata iluminada. ¡Elevada escalinata imposi­ ble de escalar! Dentro, todos beben champagne, valsan al son de los zínganos, se entregan. * Las estrellas a veces se ven más brillantes que nunca, como si el cristal de la gran claraboya hu­ biese sido lavado. * Da gana de saludar a la luna con un saludo regocijante, de rigodón y de locura, quitándonos el sombrero hasta los pies. *** ¡ Cuántas veces las piernas femeninas se nos su­ ben a la cabeza como un alcohol fuerte!... Aquella mujer era bajo la luz del día como una bombilla eléctrica encendida en pleno sol... Que40 GREGUERIAS SELECTAS ' daba reducido su rostro a un óvalo amarillo, apa­ gado, sin aureola, sin irradiación, sin toda la luz que en la noche esplende ella sobre todos los ob­ jetos y hace llegar a los rincones de la habitación y de los espejos. Equivocados, hemos sido cogidos un día entre la puerta de la calle, cerrada, y las puertas de los pisos de la casa extraña... Nos hemos quedado como esos gatos que mayan desoladamente. Nos lia dado mucho miedo de asustar al vecino que iba a entiar, nos ha dado miedo de ser mordidos por la portera escamada, nos hemos sentido pre­ sos para siempre, reos de alta traición, reos en capilla, perdidos, turulatos, hasta que al fin he­ mos podido salir y hemos cogido la calle como pájaros o moscas que han estado encerrados un momento en una mano. i Qué dirán los astrónomos de los otros plane­ tas, de los cohetes? Indudablemente escriben en sus cuadernos: “Nuevas constelaciones, luceros, estrellas de rabo, estrellas verdes y violetas Es­ trellas efímeras.” Porque los cohetes son lo que nos queda de creación sideral... Los cohetes, los cohetes de paracaídas, los de llamas de bengala los de enjambre, los de explosión de luces, dicen en su lenguaje disparado, con sus chisperías chi­ nescas y eléctricas, con sus sierpecillas, con sus colas de pavo real, con su fuego blanco, con sus torbellinos, con sus relámpagos, con sus solecillos brillantes, con sus perlas de colores, con sus 41 KAJÍ02V GOMEZ DE LA SERNA cintas de fuego dorado: “¡Viva la moza más bo­ nita!...” “¡Viva la noche de verbena!...” “Soy una estrella de rabo!...” “¡ Viva yo!...” “¡Soy un tiro loco en busca de un serafín!...” “¡Soy un lucero!...” “¡Soy un símbolo!...” “¡Soy un sus­ piro de todas las almas!...” “¡Soy una lluvia de lágrimas radiantes y-dichosas 1...” “¡Soy un pu­ ñado de monedas de oro lanzadas a las almas de niño en el bautizo!” i Cómo se inutiliza y muere después del sorteo un décimo de lotería!... No nos decidimos a ti­ rarle, da lástima, quisiéramos que sirviese para otro sorteo, se debía poder revender como las pa­ peletas de empeño, parece que debemos guardarlo como para el caso de una revisión. ¡Qué fijo! Con el balcón entornado, yo veía de pequeño en el techo de la habitación el sucederse de las figuras y de los coches, en sombras alarga­ das y constantes de una sutil y transparente ma­ terialidad, y me las quedaba mirando fijo, ener­ vado y silencioso... No sabía por qué en aquel espectáculo encontraba una honda desazón... Hoy, viendo el mismo incierto espectáculo en los mis­ mos techos blancuzcos y estucados, he compro­ bado esta honda decepción y me la he explicado alambicando mis sentimientos, pensando que es ese un espectral y tránsfuga espectáculo, como el de una procesión de almas, como el de la pro­ cesión vaga y deleznable de la última apariencia de las cosas reales que pasan por la calle eterna 42 GREGUERIAS SELECTAS hacia la eternidad, como la visión de los espectros mediocres y tenues de los que pasarán después por las calles en los coches fúnebres... . , De pronto, en los jardines vemos una serpiente entre las hierbas. Tiene una larga hilera de pin­ tas metálicas, que son enteramente esos adornos que corren a lo largo de la dorsal de las serpien­ tes... ¿Qué especie de serpiente es esa? Es la manga de riego, silenciosa, acostada, tomando el fresco; ¡dulce y nada venenosa serpiente de los jardines de los sitios en que no hay serpientes! Los pinos en la noche son árboles de Noel, y si en la noche nos atreviésemos a andar entre ellos, podríamos descolgar alguno de los juguetes que cuelgan de sus ramas. Los tirantes resultan, cuando cuelgan, el rabo del hombre... el rabo que no le sienta mal. El diablo está siempre a nuestros pies, en cu­ clillas, a la manera ridicula de un mono. Los hom­ bres decididos lo hemos logrado atar a una cade­ na. como los húngaros a sus monos. A veces—hay que confesarlo—le tocamos el pandero para ale­ grarle y verle-saltar, y alguna vez para distraer al público o para distraemos. Aun atado a la ca­ dena y domesticado, nos hace pequeñas diablu­ ras, nos tira el bastón, el sombrero, nos desata el lazo de los zapatos y, entre otras muchas cosas, nos hace que perdamos el tino al llenar la pipa o 43 RAMON GOMEZ DE LA SERNA al hacer el cigarro, haciéndonos perder una gran cantidad de tabaco, que él recoge, atento a todo lo.que cae, porque de ese tabaco nuevo que per­ demos es de lo que él fuma. El gesto de sacarse el pañuelo del faldón del frac es un gesto ignominioso e indecentísimo. ¿ Por qué el callicida que propala a voz en cue­ llo lo maravilloso de su específico en la plaza pú­ blica no cura al pobre pie de cera que le sirve de reclame, el horrible callo que le corroe ? El que va en el banquillo supletorio de los co­ ches va jorobado y apabullado, como en el ban­ quillo de los acusados. ¡ Pobre criatura! La única alegría de los casados está en asistir a la boda de los otros... ¡Alegría diabólica! . Parece que el día que asesinan a alguien, o lo ajustician, la Naturaleza se resarce de eso, por­ que lo que ella no hace o no descuenta nadie lo puede hacer, y hace nacer a otro para que la ci­ fra no se descomponga y mantenga su equili­ brio... Esos.hijos precipitados que corresponden al crimen lejano, son muchos, pero son más por­ que nacen de pronto también'otros niños que son hijos, como los otros, del suceso imprevisto por ei Gran Cálculo, los hijos que corresponden a la supresión de los matados—no asesinados—por los médicos. Esas esposas que después de no haber 44 GREGUERIAS SELECTAS £eS™d°.dUrante muchos años se sienten de pronto madres,, son las elegidas por la Compensación. A veces, en las fuentes de los jardines nasa dragones, o de los delfines,’ o d» los peces que echan echan ’agua no 'ri. rige, está agónico y 1 V” T T° ,ento- Si” ’in da... Es infame ese abandono, porque si no pue­ den salvarle y devolverle su primitivo surtidor le debían rematar. Así, acabada su vida mortal’ sin una gota de agua, comenzaría su vida etema de escueto monumento de piedra. C " uno de los que E! hombre que nos saludó por equivocación nos reconocerá siempre, nos tocará enfrente en las plataformas de los tranvías, al lado en un tren zaremostatCa en teatr°’ 7 nos Io ^Po­ zaremos temendole que dejar la derecha en las calles solitarias, y siempre sentiremos el deseo de Imn1o°S ,perd°ne eI <5Ue nos saludara aquel día mploranamos su piedad por piedad. Son más largas las calles de noche que de día. nuesatraCacaasSaqfUe desakluiIadas frente a las Son tí' Cnen mU a angUStia de estar soellas ni ™ P°rqUe haya fantasmas en . su desconsuelo™ no tene/es^ en 2tansthdabÍtaddaS’ tÍe-n’lansOpaerede°s1OfX! en el dtsmÜ’ 6Stán’ 7 SU distrib«ción esmantelamiento es ingrata, fea, desenga45 RAMON GOMEZ DE LA SERNA nada, con un vacío imposible... Sobre todo, en la noche se llenan de pánico y de miedo de la cocina, más extraviada, más sola que el resto y llena de infinitas cucarachas y ratones. En la noche se hace más desamparado su miedo y castañetean más sus dientes, por la imposibilidad en que se ven de dar al botón de la luz eléctrica, sintiendo, como deben sentir en su vacío, la urgencia de la luz. Los ojos se entran, por una atracción irresisti­ ble, en los talleres de plancha, ofuscados por el blanco de la luz eléctrica sobre el blanco de las ropas y por el blanco de sus mujeres—honradas como planchadoras—casi siempre de buen ver, aunque a veces les defrauden; momento seguido, y casi en el mismo instante—porque el paso no cede a esa curiosidad tan instantánea—salen los ojos, raudos como moscones que encuentran la rendija, hacia el aire libre de la calle, por la que continúan ciegos un rato e ilusionados por la sen­ sualidad eficaz y limpia a que mueven las plan­ chadoras. Es una exaltación ésta de los talleres de plancha que marea un poco, por el giro verti­ ginoso y atento que hacen los ojos entre tanto blanco luminoso, como impregnado de luz de “fo­ co”, de luz de gas y de polvo de almidón. Un consommé de hotel es un agua que se toma por superstición, como las beatas el agua bendi­ ta... Es tal vez agua bendita caliente... GREGUERIAS SELECTAS creen que les roban, que alguien mete la mano en ese cajón y saca de él el dinero en pequeñas can­ tidades... ¡Oh! ¡Por no tener ese horrible y ob­ sesionante temor a las urracas misteriosas, apa­ ñadas, insistentes y pizcadoras, es preferible no tener dinero! Al oso parece que le viene grande su gabán de pieles, las largas mangas sobre todo, y el faldón arrugado... O es un capitalista desgalichado y gor­ do o es un chauffeur. En Carnaval, los tuertos tienen los dos ojos... Por eso es un gran día de fiesta para ellos... Un grillo es una cucaracha fanfarrona y desco­ cada; es lo que a la criada silenciosa y discreta la criada que canta, esa criada horripilante, que canta un monótono canto asturiano, el mismo siem­ pre desde hace veintitantos años que vino del pue­ blo: el mismo, cada vez más perdido, con más sonsonete, más abreviado, más agrillado... Cuando se cae una copa de vino es que tiene sed el diablo y se procura bebida... Sobre todo con los licores se delata casi con torpeza, tiran­ do la copita a cualquier descuido, con una fre­ cuencia y una mala intención que sublevan... Todos los que tienen en un cajoncito dinero Los relojes de comedor dan un hastío especial, agravándonos con la idea de la comida, la hora maquinal, la hora fatal... Los relojes de comedor. 46 47 KAMOiV GOMEZ DE LA SERNA de estrecho caletre, inutilizan un poco para toda idealidad y todo proyecto necesitado de mucho candor, mucho tiempo y mucha hambre... Son como un tío pesóte y atrabiliario, que dice con sorna y maldad, viendo hasta dónde ofende y dis­ lacera: “¡Hay que comer! i Hay que comer a su hora, no lo olvides!... La carrera de comercio tie­ ne un gran porvenir...” Los relojes de comedor tienen una vida material, una vida inexorable y cotidiana...: desarman y desilusionan... No se debe entrar a beber agua en el comedor silencioso y completamente solo a la tarde, porque la tarde en el comedor, unida al reloj, os dará una lección vulgar y pedagógica insoportable. ¿Por qué no se tumban los pájaros como los hombres cuando acuestan sus cabezas sobre las almohadas?... Hasta parece dulce su muerte, por­ que al morir se acuestan al fin, se tienden, des­ cansan plenamente. i Qué bella sorpresa es ver subirse una liga en un portal!... Es ese un hallazgo galante que nos familiariza con la mujer que se ha subido la fal­ da en el portal... Ha sido casi una sospecha más que una cosa vista; ¡pero qué bello y qué intrépi­ do desnudarse ha supuesto ese rasgo rápido de la vida de relación en la calle!... Pero pronto se ha desvanecido el encuentro casual, la sonrisa galan­ te, la visión... Ha apretado el paso y ha levantado el vuelo la Entrevista. GREGUERIAS SELECTAS El nuevo Caín sería uno de esos hombres que escriben contra el hombre bueno, contra la obra buena y al que le quedase en las manos la huella de la tinta con que escribió sus cosas malvadas, una huella de tinta imborrable, perenne, con la que se fuese a la muerte. El silencio no es nuestro silencio, ese silencio que tenemos que presenciar o en el que tenemos que estar para comprenderle ni el "silencio de que habla Maeterlinck; y estas son ideas muy pequeñas. El silencio es Dios, y será lo que du­ rara más en la eternidad. Lo que vencerá. El si­ lencio tiene las voluptuosidades más hondas cuan­ do esta solo y no le perturbamos ni le distraemos. Y o he dejado solo al silencio muchas veces por respeto y me he ido a la calle algún día para no estorbarle dejándole así dueño de mi casa, pu­ diéndose besar con las mujeres de los cuadros, que son sus mujeres. 1 T;a,are,na d,el tiemP° es siempre la misma, como la del reloj de arena... Cae por el día en un he­ misferio, por la noche llega a abismarse en ese bajo hemisferio, pero en el alba alguien invierte el. reloj de arena y vuelve la arena cernida, la misma arena de siempre, a su sitio alto, primero y recomenzador, al hemisferio de arriba, al pri­ mer deposito, al depósito de arriba. Esa mujer que se ha caído en la calle, ¿ha caído por un tropiezo o por una amargura, vencidas por 48 49 G • de la Serna: Greguerías. 4 RAMON GOMEZ DE LA SERNA un suplicio interior sus piernas débiles?... Esa mujer, muchas veces vieja, que se cae en la calle se levanta conservando su altivez, muy modesta­ mente vestida casi siempre, pero recatando, ca­ llada, el secreto de su caída, quizás de miseria, quizás de un dolor imposible. Ella no dirá nada: ella achacará a un tropiezo su caída causada por la angustia. En la noche ciudadana, en lo más alto de ella y en lo más intrincado, notamos de pronto que tenemos encima, que tenemos quizás en el alma, que hemos cogido el piojo de la noche, un piojo que muere a la mañana. La k es una letra mordiente, atenazante, con dos mandíbulas de kokodrilo. ¡ Pobre vocal sobre la que cae la k agresiva, que cierra sus fuertes extremos de alicate sobre ella! Hay unas viejecillas de moños falsos cuya pre­ sunción resulta inefable, porque se ve demasiado que sus moños, demasiado negros, demasiado bas­ tos o demasiado rubios, no son de ellas, que tienen un pelo blanco bien distinto al de sus moños. Las tiraríamos del moño afablemente, en bromita. El azul celeste de algunos días muy fríos con­ suela de un modo eficaz... Representa el optimis­ mo sobre el frío. Uno de los temores más grandes de la vida es 5o GR E G VERIA. S SELE C 'J 18 caerse sobre un cristal y romperle con la cabeza, como los clovms los discos de seda. ¡ Nos acribi­ llan tan atrozmente! Da pena ver cómo se martirizan las paredes con los clavos. Son crucificadas. El Crucificado se pro­ yecta sobre las paredes. El whisky es el árnica del estómago... Sabe a árnica y es grato probar ese sabor como si curá­ semos el fondo dolorido y desesperado de nuestra alma, lo que en ella hay de herido. En los cuadros de vírgenes con el niño al pe­ cho. el niño que sorbe un seno debía jugar con el otro, que es lo que hacen los niños. Al atardecer, tan silenciosa es la semioscuridad. tan desengañada, t.an renunciado™, tan in­ material, que hay un momento en que parece que está la habitación sola, sin nadie, sin uno mis­ mo... Tanto se ha ido callando uno y prestando a la muerte de la luz, a su discreción, a su des­ composición suave e inadvertida, que cuando se quiere recordar ya no se está. Se ha difundido uno, como una escueta comprobación de la habi­ tación ; algo como el misterio de la metempsícosis o la descarnación se ha operado. Nos hemos ido metiendo como en la pared, nos hemos retirado. —¿Es Ja pulmonía? —¿Es la pulmonía? RAMON GOMEZ DE LA SERNA Incierta, fugaz, esbozada, tímida, sin que la oiga el cuello de la camisa, se inicia esa pregunta mu­ chas veces... Una punzada en el costado, la pica­ dura de un “chinche de ataúd” que hemos cogido no sabemos dónde, un alfileretazo en la espalda, una vaga filtración en el pecho, algo como un tem­ blor del alma nerviosa, todo eso nos hace ver la pulmonía fatal, la pulmonía con rostro de desco­ nocida... ¡Ah! ¡Pero nunca pensamos en la pul­ monía doble! ¡ Qué inverosímilmente elegido el ciue le toca esa bola negra, el número 1 de las bolas negras! En la noche, siempre se siente que en el despa­ cho del padre opera un ladrón. ¿Para qué inte­ rrumpirle? A la mañana resultará que no se ha llevado nada, que se dedicaba en la sombra al si­ mulacro del robo, al robo de afición. Cuando se aprecia lo preciosa que es una cerilla y lo poderosa, es cuando no se tiene ninguna... ¡ Oh lo milagroso, lo imposible que es el provocar el fuego! Son suntuosas esas hogazas de pan con una bre­ cha labiada en el centro, pues parece que, dema­ siado granadas, se han abierto ellas solas, ahítas, .lenas del apetito de ser comidas.. Como el conejo se mete en su conejera, se mete uno en sí mismo durante el sueño... Es larga esa madriguera en que entramos, y tiene una entrada 52 GREGUERIAS SELECTAS ^ nuestro rostro, y la otra, la salida, en lo reTn o%r , eri otra tie™, en otra ciudad, otra casa, bajo otra luz, quizás en otro rostro. Muchas veces se levantaría uno a hacer testanento, aunque eso no tenga objeto, aunque no tes£entonada T sincero ' * nadie’ SÓ1° por hacer teStamento> eI acto puro y es más nUeSU-° C°raZ°n en la almohada dor Vi °Ue 01r el tic‘tac deI despertat-mÉ;' u ag° agonico y desconcertante... Pero smtUeni Ot'a C°Sa tan pen0Sa como esa> Y es sentm el corazón contra el colchón, como si tuesemos el pecho abierto, como si se hubiese venÜ S°bre Caja del pecho- Andido, aido y como tropezando, como yendo a nararse or el roce, como aplastado, como un escarabajo anzudo, patudo y cosquilleante, como si le estu­ viésemos ahogando como ha sucedido con airón cnS1 l0S desvanes anida un aguilucho que =e es- osas entre las que no está. Hay en la clara y temprana mañana un instante 53 RAMON GOMEZ DE LA SERNA sin pensamiento, superior a todos los pensamien­ tos, un instante en que salimos al claro corral de la cabeza, al corral libre, al corral que está des­ pués del patio y del otro corral y que es más sil­ vestre y abierto. N o sé de dónde me viene el recuerdo de un aris­ tón, de un aristón más profundamente aristón que los demás, del aristón que amé como un niño a una niña... No sé en qué excursión de la infancia lo oí... Pero de aquel aristón que tocó para mi en la mayor soledad, como si hubiese tocado solo y de pronto, procede mi poética y mi dramática. Cuando en las playas o en los campos abiertos nos hemos tumbado y nos hemos quedado mirando un cielo sin nubes, ese cielo inmóvil y diáfano del atardecer, nos hemos sentido muertos, con las cuencas vacías mirando el vacío... mirando el cie­ lo como lo debe mirar la tierra, que quizás está llena de miradas así. La brújula es algo inverosímil, a la que Dios mueve... Su alma extensa y vidente me ha pas­ mado siempre y parece como una reliquia mila­ grosa, una reliquia de Dios encerrada en su reli­ cario de cristal... No se debe jugar con la brújula ni estropearla, porque será como estropear una pequeña esquirla de sensibilidad sobrenatural... I.a brújula está llena de brujería, y sabiéndola ni­ velar de otro modo y colocándola otras letras que 54 GREGUERIAS SELECTAS significasen algo más que N. S. E. y O., diría otras cosas. La nieve en primavera llena los jardines de co­ liflores con el tallo verde y la cabeza blanca. Hay noches de tanto frió que parece que se van a apagar las luces, a apagarse no de viento sino de frío. En el fondo del agua de los estanques hay co­ sas caídas casualmente allí que se deben ir ha­ ciendo animales vivos, algo así como ranas infor­ mes, cosas llenas de una vida tentacular y lenta Los domingos nos hacen viejos; demuestran todo el pasado, todo el gasto hecho, todas las mu­ jeres que fueron abandonadas por nosotros del modo mas tonto, sin saber por qué ni cómo Así como el cumpleaños, es tan triste y tan sugeridor el cumplesemanas, que es un cumpleaños dismi­ nuido, en el que ni siquiera recibimos esa postal que nos recuerdan las ex novias que aún hacen mentos de abnegación. ¿Será a nosotros a quienes llama esa bocina de automóvil que parado frente a nuestro portal, dice a alguien bien distintamente que baje? Y influí qUC n° tenemos ni esperamos ningún automóvil, cometemos la torpeza de asomarnos... El violón, por su remate, se parece a una bai­ RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS selectas ladora cuando remata un baile con toda altura, con todo estiramiento, con una extrema contor­ sión... Parece que el violón se “marca” algo por su gesto, sobre todo en los momentos en que toca un bailable... Esa mano atormentada, crispada, rizada, gafa que remata los violones, parece la de la artista de tango cuando levanta el brazo en­ corvando la mano con gracia y epilepsia. biese roto el gran cristal de los cielos... Una lluvia de cristales cae sobresaltadamente durante un ra­ to, que el ruido y la idea de la catástrofe hacen mas largo... ¿Habrá sido guillotinado alguien por a fría guillotina de alguno de los cristales mayo1 es_° habrá sido herido por uno de esos muchos puñales que fabrica toda rotura de cristal? Los chicos, los chicos de los tenderos, de los continentales, los chicos de las porteras, los chicos revoltosos de las escuelas, cazan, pescan, cogen, roban, como manzanas desprendidas furtivamente del cercado ajeno, senos frescos, duros, esféricos y recientes, los senos de esas mujeres que llevan las manos ocupadas, los senos de requesón de las lecheras... De pequeños debimos saber esa picar­ día que sólo de pequeños es permitida... Nunca la fruta sagrada y prohibida será más deliciosa y más lograda. Ante aquella muerta, pensamos: ¿ Seguirá to­ siendo con aquella tosecita? Seguramente habrá acabado de toser. Entonces, ¿no debiéramos feli­ citarla en vez de llorarla? Ninguna pastilla ni nin­ gún jarabe podía callar ya su tos. Parecía que la muerte tampoco. ¿ Qué son esas inmateriales bolitas como de pla­ ta, de cristal o de mercurio sutil, que ascienden por el agua de las provincias y de los pueblos y la hacen tan viva? Muchos ratos hemos estado mi­ rando a través de los jarros de cristal esa agua viva y animada, y en resumen no diremos que esas bolitas sean espíritus, pero sí pensamos que son espirituales. Cuando se siente un rudo estrépito de cristales en la calle, parece por el estruendo como si se hu­ 56 Hay un dolor del corazón, un dolor subitáneo, una punzada que se ahonda en el corazón al res­ pirar y que se clava y la hincamos más cuando intentamos respirar más fuerte para echarla fue­ ra... Esto nos ha pasado muchas veces y todas nos hemos salvado, pero alguna vez—-la última—esa punzada se nos quedará clavada en el corazón, matándonos, ensartando nuestro corazón y deján­ dolo fijo como si tuviese un eje inmóvil. Los bancos públicos son mujeres sucias que ofrecen gratis sus muslos para que nos sentemos en ellos, muy condescendientes, aunque nos pegalan sus miserias, sus avariosis, sus liendres... ¡Ah! h’ero no nos quejemos, porque es que son las mu­ 57 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS jeres completamente fáciles y completamente gra­ tuitas. go de la creación, como inexistentes de olvidados y relegados que están!... Ese automóvil que se para de pronto y resuella y resuella mientras corrigen su avería, sobrecoge el ánimo como el ver a ese hombre al que le dan ataques epilépticos en la calle... ¡Qué excitación, qué asma hasta que se va!... ¡Que le den agua de azahar! De puro blancas, es indudable que algunas mu­ jeres desaparecen en el aire y en la luz... Yo hu­ biera querido ver a alguna en ese límite de la blan­ cura de su carne y de la blancura de la luz, antes de fundirse, inmediatamente antes de su asunción. Las iglesias en el alba son iglesias de aldea... Iglesucas apacibles, recién nacidas, limpias, extra ­ ñamente ingenuas en medio de la gran ciudad. ¿ El cielo está pintado a la acuarela, al temple o al óleo? A última hora de la noche, antes del alba, los pasos que resuenan en la calle son profundos como los de las almadreñas... Ese segundo patio que hay en las casas es som­ brío y sórdido como él solo. Es un patio de ce­ menterio para uso de los vecinos y para enterrar a las pobres criadas... Sobre todo a la noche... A la noche hay en él ruidos apagados, pero constantes y escarabajeadores... Es como un lago profundo, de aguas densas y sucias, en cuya obscuridad se rebullen las salamanquesas, que viven y cantan en las cañerías... Su sima angosta y honda no se ve, y en su altura no se ven casi las estrellas; los rui­ dos de tren caen en él ahogándose desesperadamen­ te... En él la lluvia tiene el más triste chapoteo... En él la luna es más imposible y más remota que en ningún otro sitio, quizás más imposible y más remota que vista en los patios de las cárceles a tra­ vés de las rejas que la cuadriculan mostrando la te­ rrible separación... ¡ Patios medrosos, abandonados de la presencia de Dios, sin catalogar en el catálo­ Está bien eso de que los dentífricos se anuncien pintando una luna, una luna a la que suponen una dentadura ideal... Ya parece verdad que la luna tiene una dentadura de dientes iguales y radiantes, 5« 59 Frente a los cines acabados de cerrar en la no­ che y que después de lo que ha pasado no pueden quedar solos y sin nada entre bastidores, pensa­ mos que los grandes actores, las maravillosas ac­ trices y los transeúntes de las películas—distingui­ dísimos comparsas—, están aún allí dentro char­ lando, acabando de vestirse para la calle, dando vida al fondo del teatro... Se necesita pensar eso, porque si no, ¡ qué frío, qué falso, qué insípido lo que ha sucedido allí dentro! Si no, resultaría que aquello no era nada, absolutamente nada. RAMON GOMEZ DE LA SERNA la dentadura pluscuamperfecto la suma denta­ dura. Sentimos pedazos de carne ardiente en nuestro pecho... Cuando sentimos esos recrudecimientos, esas quemazones pertinaces, esas agravaciones de no sabemos qué, sentimos la muerte y su estigma más vivo y ardiente que nunca. “Ya estamos he­ ridos de ella, ya estamos candentemente sellados y desollados por ella”, nos decimos, echándonos al surco con impotencia ante lo insubsanable. 1 odas las carnes muertas parecen dolerse aún, cuando el carnicero las corta, todas, menos la de; jamón... El jamón está satisfecho de haber mejo­ rado con la muerte y la salazón, está satisfecho de ser rico jamón, y le gusta repartirse en lonchas finas, revelando además su belleza veteada e in­ confundible. No se debe nunca nombrar el “pus”; es una pa­ labra que sólo debe estar en los hospitales, es una palabra en la que la materia es tan expresiva, está tanto en la palabra, que hay que sajar y quemar la palabra... En la madrugada, después de haber trabajado mucho, se teme que salte el corazón, como salta la cuerda en el reloj que se fuerza... Un minuto más de trabajo, y ¡clac!... Lo dejamos todo precipita­ damente, como quien escapa al hundimiento, por­ que se hace insostenible el apurar el pensamiento; 6o GREGUERIAS SELECTAS aunque siente uno que está en el momento pre­ ciso de conseguir la afirmación completa, siente a.1 mismo, tiempo que en la cabeza hay algo tirante, en el límite de la tirantez, y entonces, con resolu­ ción, se apaga la luz—la luz de la cabeza también—y abie uno la cama y se desnuda a obscuras y de prisa. Las tiendas de telas tienen un agradable olor a savia nueva, a tela nueva... Todo es trivial en ellas, pero entre los oficiales rizados y las señoras que se sientan hay, sobre el disimulo de enseñar telas y telas, un amoroso diálogo en voz baja muy enervante... Sobre todo las mujeres casadas, y quizas, más que, nada, las que están en cinta, sien­ ten la voluptuosidad de los dependientes y del olor resinoso de las telas. Mirando al mar, parece muchos días que unas lavanderas ideales como las del Tintoretto, han avado mas de lo debido... Esa espuma blanca, con copete, esa espuma densa que levantan con sus jabones esas lavanderas ideales e inexisten­ tes, lo llena todo, lo blanquea todo. Parece que allí lejos lavan los sudarios. En los túneles largos nos parece pasar el Leteo acompañados de gentes cualesquiera unidas por la casualidad en la misma barca... Es como un ade anto de lo que nos pasará... Así, al mirarnos en los túneles unos a otros, nos sentimos confe­ sos y entrañables, hijos de un mismo destino... 61 RAMON GOMEZ I)E LA SERNA El primer túnel, por eso, nos reconcilia y aplaca nuestras mutuas antipatías. En los túneles nos da­ mos un beso con esa mujer que va en nuestro va­ gón y a la que no hemos tocado ni tocaremos. En la noche, callándonos y oyéndonos la cabe­ za como quien escucha una caracola, se siente el mismo ruido que hemos sentido en la noche del monte, como el son de unas esquilas lejanas, como un ruido de fuentes, como- un ruido tintineador y cascabelero del aire, de los eriales, de los sem­ brados, de los árboles o los ríos, todo conjunto, amasado, venido desde tos cuatro horizontes y desde todos los mundos, ruido de estrellas ruti­ lantes, un ruido metálico del metal del aire. El ir a despedir a un amigo da una doble tris­ teza... Monta en el tren una imagen de nosotros —sobre todo si hemos subido un momento al va­ gón del amigo—y se la lleva... Por eso cuando se sale de la estación va uno como desubstanciado y disminuido, sin encontrarse, como volviendo no sólo de haber despedido al otro, sino de habernos despedido- a nosotros mismos... Cansado de la ciu­ dad, ansioso, ha habido algo que, como un golfo, ha huido sin billete, debajo de un asiento... ¿Nos escribirá? ¿Nos escribiremos? ¿Llegará? ¿Llega­ remos? ¿Volveremos?... No podríamos explicar cómo pasa esta crisis, ni cómo encarnamos en nos­ otros mismos, de nuevo, después del desmayo de no encontramos. GREGUERIAS selectas Al andar por los pasillos de la casa, se aclara, se refiesca, se espacia, se hace sensato y morige­ rado el pensamiento. Se esparce el alma y bate .alas con ese desperezo tan delicioso con que las aves, poniéndose un poco de puntillas y alargando el cuello, las despliegan, las sacuden, las mojan en eter, las desempolvan, las refrescan, quedán­ dose así avispadas y conformes. Corno frente al viento haya una tela que lo- coja o que se deje coger por él, ¡cómo se desespera! 1 como dice ¡ adiós ! 1 ¡ cómo se exalta I ¡ cómo se enrabia! ¡cómo llama! i Pobre muchachita la que lleva un adorno de mujer sospechosa sin saberlo, sin darse cuenta! i Pobre muchachita ingenua, cursi, desacertada, la que. lleva botas de mujer sospechosa, tufos de mujer sospechosa, blusa de sospechosa o un aire adoptado por Jas mujeres sospechosas! ¿No se diría algunas noches que la luna incen­ dia de frío la noche? Terrible paradoja que diría uCrc'- 6 ^ri0’en^a verdad. Podo se incendia­ ra de frío el día de la consumación de los días. Un farol que parpadea nos guiña un ojo. El Inn de los que no pagan a los sastres de las tiendas que dan a la calle es que el traje que no pagaron se lo ponga el maniquí que les repre­ senta y lo luzca en medio de la acera con las eti­ RAMON GOMEZ DE LA SERNA quetas cosidas, las etiquetas en que está el nom­ bre y las medidas del tramposo, su “ficha”. El que pueda romper el cuerno de un buey el tranvía en que vamos, al verle pasar ras con ras del cuerno, es una de las cosas que nos ponen más frenéticos. ¡ Cómo sufriría! Sufriríamos to­ dos su sufrimiento indecible... ¿En dónde? ¿có­ mo? ¿en nuestros cuernos? ¿Quién se atreve a decir esto? Pero es eso... Sí... Hay que decirlo; no somos casados y podemos decirlo... Nos duele el pensarlo, nos duele una raíz oscura, improba­ ble, pero sensible: nos duele un cuerno. Los farolillos colocados en una percha de hie­ rro junto a las obras de la calle nos engañan en la noche como si fuesen faroles de serenos in­ móviles. Parece que comunican con los centros oficiales, con la dirección suprema de inspección, los hilos de la luz eléctrica, sobre todo los agujeros de los negros enchufes... Por ahí nos parece que esta­ mos vendidos y espiados. Por gustar una dulce pesadumbre se faltaría a la cita... —No, no...-—dice nuestro respeto. Pero marrulleramente, ladinamente, zumbona­ mente, no miramos el reloj, esperamos leer una página más, escribir una última idea... Nos apre­ suramos por acabar, nos sofocamos en una ca­ GREGUERIAS SELECTAS rrera en la que nos ensordecemos, y cuando al hnal volvemos a mirar el reloj, vemos que va es definitivamente tarde... Entonces, llenos de'con­ trariedad y de gusto, nos sentimos libres... Sólo cuando se trata de un entierro estas contradiccio­ nes son muy penosas. ¿ Vamos ? ¿ no vamos ? ¿ se enterara el muerto? Le vemos esperarnos hasta no dejar que cierren su caja aún, porque espera que le miremos por última vez... Le vemos impa­ cientarse en su gran inmovilidad, esperar otro mo­ mento mas,, y por fin dejar que cierren la caja... Quizas le vea en el cementerio—piensa el muerto entonces—, cuando abran la ventanita en que como la esfera del reloj en los relojes de larga caja se verá mi rostro...” Pero no nos hemos de­ cidido aun, cuando ya le vemos bajar por la es­ calera, pesando como un baúl de esos en que van nm-os y que abruman al mozo y le hacen tan diicil bajar la escalera... Vemos la comitiva po­ nerse en marcha... Aún podríamos alcanzarle, te­ nemos deseos de salir gritando: “¡Cochero, co­ chero, pronto, al cementerio!”, como cuando te­ memos llegar tarde al tren... Pero aún nos queamos, porque pensamos en que nos tenemos que estir y en que hemos de ponernos una corbata egra... Por fin vemos abrirse la ventanita final, a vemos cerrarse, y así resulta que hemos perdi0 el tiempo, un tiempo más largo que el que hueramos invertido yendo y viniendo. Nos levantaríamos la cara, nuestra cara de be­ bes, nuestra excesiva cara, cruda y material, como 65 64 G. de la Serna: Greguerías. 5 RAMON GOMEZ DE LA. SERNA esos enmascarados que se levantan la inflada ca­ reta de bebés para echar un cigarro y respirar mejor. Nuestra lámpara de trabajo a la que más se parece es a la de los zapateros... Ese quinqué que recoge la luz mucho y la vierte muy recogida y esa oscuridad de la habitación alrededor, todo eso es de nuestra intimidad, y después también es como el nuestro el trabajo penoso y lleno de pri­ sas de los zapateros. No llevamos armas, pero tememos que en la noche se nos acerquen a cachearnos... Nunca nos han cacheado, y por eso creemos que se sostiene nuestra reciedumbre y nuestra integridad. Lo hui­ mos. Nos avergonzaría para siempre el que esos hombres advenedizos nos palpasen con sus ma­ nos sucias... ¡Denigrante circuncisión ciudadana esa que causa el cacheo obligatorio! Al ver esos carros llenos que van dejando par­ te de su carga en el camino, pensamos que cuando lleguen a su destino llegarán vacíos. Sólo nos pa­ rece que compensa esa desdicha el que eso hará que sepan volver sin perderse, siguiendo la estela del reguero que les desangró. GREGUERIAS SELECTAS un enfermo en peligro... Entraríamos a pregun­ tar qué tal va, cuál es el parte del día... Los carboneros tienen—quizás por ironía—un espejito empotrado en la pared, como empotra­ ban los suyos los pompeyanos... Ellos, los muy negros y los muy sucios, tienen ese rasgo de co­ quetería, quizás para retocar su negrura, para co­ rregirla bien, para que su interpretación del per­ fecto carbonero sea completa... Son paradójicos los carboneros, y por eso también, ellos los ne­ gros, son los que escriben con lápiz blanco, con los blancos pizarrines, en la simpática pizarra que permite todas las escrituras, infinitas escrituras, unas después de otras. La luna del espejo del recibimiento es una luna estúpida, fría, subalterna, sin cordialidad ni fa­ miliaridad... Desgraciada luna de paso, con la que se cruza una mirada de indiferencia, de desafec­ to, de superficialidad, de hombres que se colocan bien el sombrero o se ajustan la corbata... Es una luna en la que tenemos un rostro provisional', un rostro al que no tendremos en cuenta... Al ver en la noche la oficina del telégrafo en­ cendida, nos parece ver luz en la habitación de Las porteras deben sentirse mareadas y anodi­ nas de estar metidas en su cuchitril como viajeras incesantes en un vagón de tercera, duro y peque­ ño, desde donde ven pasar a las gentes, como se ven desde el tren que corre, sólo el momento en 66 67 RAMON GOMEZ DE LA SERNA que pasan frente a la ventanilla... Tienen por eso derecho a su mal humor. Tristes músicos esos músicos de teatro que pa­ san por la noche con el violín a cuestas... Debían ir tocándolo en vez de llevarlo en esa caja tan profesional y tan deformadora del violín, esa “ca­ ja de muerto”, “de niño muerto” del violín. Debían ser conducidos en carrozas estos violines hasta su destino, y no de ese modo triste, pobre y aban­ donado. Las botellas de champagne son con su diadema las reinas de las botellas... Es notable cómo se exalta su categoría... Y aun vacías, son reinas destronadas, pero que no pueden convertirse en botellas plebeyas... Ya hasta que no se rompan, permanecerán aristocráticas e inconfundibles. Esa pierna de muestra de las sederías, encen­ dida por dentro, recuerda a las piernas de la mu­ jer, en cuyo fondo hay una profunda blancura eléctrica también... Por la postura y por lo esti­ rada que está su media calada, recuerda la postu­ ra que toma la pierna de una mujer sentada en la cama cuando sus manos estiran la media que se acaba de poner. Lo peor es ser torpe o ser demasiado lógico' ai pensar... Generalmente se arma en la cabeza tai polvo de ideas, que se queda el que así piensa per­ turbado, turulato, asfixiada la cabeza en ese pol<58 GREGUERIAS SELECTAS vo durante un largo rato... No es así como hay que hallar el pensamiento, sino con un gran sigilo y conservando los vacíos que se forman en la ca­ beza... Hay que aprender a andar de puntillas en la cabeza, de puntillas y con linterna sorda, como un ladrón. De ios hornillos para carbón vegetal brotan unas chispas _ sutiles, inimitables, de fuegos artificia­ les... Siempre recordaré el soberbio y asombroso acontecimiento que era para mí, de niño, ver cómo el soplillo llenaba de chispas la cocina, como si se encendiesen bengalas japonesas de esas que pro­ ducen mayor enjambre de estrellas sutiles, lluvia de estrellas, en las noches del Japón. La mano de mujer de las guanterías es una mano obscena, pero delicadísima y disimuladísima. No hemos comprendido la justificación de la herradura en las bestias... Siempre nos ha pare­ cido que el herrarlas es algo así como si nos cla­ vasen la suela al pie. ¿ Cómo la Naturaleza no se preocupo de darlas un talón fuerte si eso era ne­ cesario ? A Dios se le han pasado cosas de mucho bulto Una de las más lamentables es esta de la herradura, cosa que proclama la herradura cuan­ do. chacolotea desprendida, triste, dolorosa, como dejando al descubierto, más grave que nunca, la herida en que se clavaba el clavo, los agujeros vacíos y dolorosos. ; Pénenlas herraduras de goma 1 69 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Es muy íntimo y debe ser anotado ese gesto de las manos con que la mujer se quita los pendien­ tes sobre la almohada y los pone sobre una punta de la mesilla... La mujer se queda entonces más desnuda, blanca y sincera y como sin el precio. Las estudiantinas entristecen la noche y acor­ tan la vida, adelantando el Carnaval lejano, atro­ pellando al tiempo, desasosegándole. Completa el estar acostado con una mujer, ver la percha con su ropa, el corsé sobre los brazos de la percha, tendido, enrollado, dejando colgar una liga con su broche de plata, la falda bajera de un color vivo, la falda, que en la percha re­ sulta muy alta de talle siempre, una blusa, flaca y lánguida, una bata que arrastra desde la percha al suelo y el sombrero de todo trote con su velo levantado y sus alfileres clavados... Debe haber en la percha todo eso, para mayor feminidad y autenticidad de la alcoba. Ese remate, esa estatua excesiva que remata ese edificio, ¿hasta qué punto está asegurada?... Parece que va a caer, que las lluvias y todo la hará vacilar... Debíamos pasar por la acera de enfrente... Además, sería una fea muerte la nues­ tra, aplastados, lapidados por esa obra mala y pe­ sada. Debía haber inspectores de los tejados que hiciesen reconocimientos constantes. Se debía cla­ 70 GREGUERIAS SELECTAS var un clavo en el cielo y sostener esas esculturas colgándolas de él. Sólo así las miraríamos tran­ quilos. Ai que descompone un reloj le queda el arre­ pentimiento. de. haber matado algo, de haber co­ metido sacrilegio... Es irreparable su muerte des­ de que se le mata, pero crece esa irreparabilidad Hasta lo imposible cuando la mano “relojicida” se empeña en arrancar lo que está más aferrado a sus entrañas.y lo arranca... Sobre todo, cuando se abre el rincón cerrado de la cuerda y se la suel­ ta, se siente que el reloj da el último suspiro, que da el suspiro del descanso eterno... Ante el reloj descompuesto se piensa: ¿ Cuál es el alma, la ver­ dadera alma del reloj, la cuerda o ese sutil y de­ licado cabello de plata que mueve el' volante? ¿ Que has hecho? ¿qué has hecho?”, nos dice por lo bajo la conciencia, mientras vamos viendo lo bien hecha que está esa rueda, los dientes sutiles e esa otra, lo afilado y lo elegante que es ese eje, lo rotundo que es todo y lo perfectamente dis­ puesto que estaba para la eternidad que hemos malogrado, que hemos frustrado. “¿Oué has he­ cho., ¿que has hecho?”, nos grita una voz como Pobres ninas esas, aplastadas como ñor una pe­ sada marquesina, por su sombrero grande y re­ cargado.. Llevan su sombrero con el equilibrio con que el chico de la dulcería lleva el castillo de RAMON GOMEZ DE LA SERNA dulce... ¡Pobrecitas! tan serias y con la boca fruncida. Se sufre viendo cuidarse las manos a las mu­ jeres, sobre todo cuando apuran el marco que bor­ dea la uña o cuando profundizan con el estilete los resquicios de la uña. Se ve que si eso las sir­ viese y las embelleciese limarían sin piedad toda su belleza, todas sus morbideces. Tememos los alfileres negros, de cabeza negra, cuando en la batalla ellas se defienden con ellos como con grandes espadas espantosas y cuando en la paz sentimos que es tan fácil clavárnoslos en un abrazo... Este temor lo agravan esas his­ torias que hemos oído de heridas enconadas, de muertes causadas por esos aciagos y antipáticos alfileres... Prohibámoselos. i Qué desabrimiento el de ver las sillas unas so­ bre otras, sobre las mesas de mármol de los ca­ fés en la hora del sueño, en que se suben a los travesaños como las gallinas en los gallineros!... Eso es feo, manifiestamente desarreglado y hos­ til... Eso es puerco, es desatento, es grotesco, es irrespetuoso, es como si se nos montasen las si­ llas encima o como si se nos subiesen a las bar­ bas... Eso debía hacerse en secreto, cuando el café estuviese herméticamente cerrado. En las madrugadas tardías de invierno, ¡ qué horror causa, qué tedio de vivir en un túnel de 72 GREGUERIAS SELECTAS metropolitano, qué insomnio más triste, ver las luces amarillas de las tiendas, levantadas como a la media noche!... Son corno luces en el fondo del agria, en la viscosa inundación del alba, a ¡a que así agravan y desesperan. Lo que se teme de la vejez que llega en un lar­ go y lento atardecer, es que podamos ser profe­ sionales de la vejez... No, no, no incurriremos en esa vergonzosa degradación, aunque nos asombra oue no haya ningún viejo que no sea profesional de la vejez, que todos, sin excepción, sean de al­ gún modo sus profesionales... ¿Qué pasará? Cuando naufragan nuestras botas en un andu­ rrial o en un aguazal, sentimos naufragada y en­ lodada el alma, como hundida en una negra piscina. Las lagartijas meten un ruido de grandes ser­ pientes entre los matorrales, sobre todo en el oto­ ño, cuando las hojas suenan como papeles secos. Entonces hasta parece que rebulle entre las ho­ jas una serpiente boa o un caimán. “Dedícanos una de tus noches, la más solitaria la menos comprada, la que sea más aburrida, aouéUa que no encuentra postor... ¡Ya ves si tienes ' noches, si tendrás noches!... Escribe en tu carnet de baile un vals, el último, un vals para mí...” dicen al aire los muchachos modestos, perdidos’ tímidos solos como monos en una jaula sin mona’ be lo dicen hacia dentro y lo piensan, creyendo 73 RAMON GOMEZ DE LA SERNA que sería posible que la mujer de la que desean sólo eso fuese tan pródiga; pero son tantos los que piden una noche o un minuto, que la hermo­ sa mujer libre, que tiene la asombrosa riqueza de sus noches, tiene que negarse, por un miedo cer­ val de ver su puerta atropellada por una innume­ rable turbamulta amotinada. ¡ Pobres traperos, todos deben morir de la ne­ gra enfermedad, de la negra lepra que trasciende de su basura!... ¿Por qué son tan avaros que es­ peran testarudamente un diamante o una fortuna entre los escombros? Parecen apasionados, llenos del hondo placer de su basura, con una pasión ar­ diente por ella, entrando la química de esa basura en el secreto de su voluptuosidad. Alguien quizás tira todos los días, distraído, un cheque al cesto de los papeles y eso es lo que los resarce. La hija joven, fuerte, mórbida de la trapera, la que va sentada sobre la basura como sobre un trono, sugiere una extraña sensualidad, pues pa­ rece que cuando se la bañe—¿ querrá bañarse nun­ ca ?-—aparecerá bajo la oscura suciedad una ex­ traña pulpa blanca, chuparrosa, tersa, con ternu­ ras sabrosas, con un troncho ideal, con una blan­ cura de raíz de cebolla silvestre, con algo de co­ gollo de alcachofa. La cerveza es una hipócrita que se hace beber con un deseo de alcohol, de exceso, de ardores, de genial sobreexcitación, y después nos defrauda, 74 GREGUERIAS SELECTAS habiendo conseguido abotargamos y atorar nues­ tra porosidad espiritual. Da toda la burrería que­ da la cebada. Las bombillas amarillas que alumbran las calles de provincias las dan una flaqueza espiritual y una deslánguida pobreza que no las daría la luna ni la misma oscuridad... Pone en ellas ese siste­ ma precario de alumbrado una pena, una agonía, un desamparo de luz que no es luz, de luz muni­ cipal, la luz sin esencia, una luz como más anti­ gua que ninguna luz. Las dulcerías dan empalago de la vida, prote­ gen la frivolidad enfermiza de las gentes y com­ placen y cultivan criterios mezquinos, sensualida­ des mezquinas... Refinan la burguesía del bur­ gués, el cristianismo ruin y sus abscesos voluptuo­ sos y dulzones... Sobre todo, ciertos días, sus escaparates iluminados y atestados de filigranasestragan el alma y profundizan la dulzura vana y pringosa. Las tiendas de granos despiden un dulce olor, un perfume sensato y nutritivo, son las tiendasmás nobles de la ciudad, son las que parece que valen lo que aparentan... En ellas está la verdad, la honradez, Castilla entera, el olor de sus pane­ ras... Esos campanarios, esas espadañas con un en­ rejado de madera, tienen un encanto deslumbra75 RAMON GOMEZ DE LA SERNA dor, espasmo de la mirada que les mira.-. Se exal­ ta de tal modo el azul entre su enrejado, que es otro ese azul que el azul del resto, es un azul de una fulminante luminosidad, de una fulminante crudeza, de un fulminante añil... Ni el cielo visto bajo los arcos por entre los acueductos y por las ojivas es tan dichoso, tan grato y de un estilo tan puro. Las tiendas de los guarnicioneros huelen bien... Su trabajo es un trabajo de hombres campestres en una tienda de Pompeya en los días dichosos v libres... Hasta están bien de color algunos de los arreos que venden... Los compraríamos sin tener bestia a la que aparejar, sólo por gusto, como para aparejar nuestra cabalgadura de aire. Se naufraga en el mar y se naufraga en el cie­ lo... Mirando al cielo se siente el mismo vértigo que mirando al mar. Dentro de las vallas que rodean los solares na­ die nos quitará de la cabeza que, en la noche, se refugian los amores clandestinos, y que eso está muy bien y muy apetitoso. El espectáculo del cuco despacho de las fune­ rarias es un descaro y una provocación. ¡ Qué ale­ gremente recibe los avisos telefónicos! Rompería­ mos el cristal, porque odiamos al hombre indife­ rente, ganancioso y empedernido que espera sen­ tado el aviso de nuestra muerte. Parece que si GREGUERIAS SELECTAS hiciéramos la revolución contra las funerarias nos salvaríamos de la muerte. ¿Habrá algo más pretensioso, más fanfarrón, más orondo que los lingotes de plata—falsos lin­ gotes de teatro—de los salchichones? El que compre esas alcobas expuestas en los grandes escaparates de las casas de muebles, sen­ tirá en su alcoba, la noche de su boda, ua fisgoneo de miradas de duendes, las miradas de los tran­ seúntes que miraron la alcoba en el escaparate, que pervirtieron la castidad de la alcoba, que se acostaron y se gozaron en la cama expuesta, y se sentirán así como en la alcoba del escaparate ilu­ minado. Será inútil echar los estores y cerrar las maderas. i Qué idiotas y qué irresistibles esos monigotes que se pintan, en los ocios, al margen de los li­ bros!... ¡Qué detractores y qué fisgones! Hay que borrarlos... Nos persiguen mientras se les ve, nos equivocan, nos burlan, nos horripilan con su amaneramiento sus rostros ordinarios, obce­ cados, mediocres y feos... Hay que borrarlos ur­ gentemente. .. El eucaliptus es un árbol para la fe... Si al­ guna vez me siento morir, pediré, como los en­ fermos que reclaman Lourdes, que me lleven en una camilla hasta estar bajo el pavés de las hojas 76 77 RAMOS GOMEZ DE LA SERSA lánguidas, de las hojas de un eucaliptus, llenas de la ciencia y de la sustanciosa doctrina de la vida. Arredran las luces sin pantalla, nos descompo­ nen, como si se comiesen las cosas, la habitación, y a nosotros nos ajasen, nos agostasen y nos lle­ nasen de ojeras... No podremos vivir sin colocar una pantalla o un papel sobre las luces desnudas, que, sobre todo, en las alcobas, son corrosivas. Al dar cuerda a un reloj parece que se cumple con él hasta la eternidad, porque aunque nos las damos de conocer al tiempo por miríadas de miriadas, no concebimos prácticamente con seguri­ dad, con realidad, lo que ha de durar la cuerda... Siempre nos sorprende y nos resulta inexplica­ ble el que se haya acabado, el que el reloj se pare, por falta de cuerda. Son verdaderos perfumes los de los líquidos volátiles de la química y de la industria, el per­ fume de la gasolina, aquel olor que no sabemos de qué sería y que indudablemente trascendió a ingrediente fuerte, el perfume del alcohol, afilado y traspasador; el perfume del petróleo, denso, oleoso, grave; el perfume del mentol, grato, re­ frescante, cerebral; el perfume del árnica, cordial y trágico; el perfume de la belladona, untuoso, denso..., y otros y otros perfumes así, chocantes, naturales, fuertes, decisivos... Al lado de ellos, ¿qué es un aroma de perfumería? Una cosa fe7« GREGUERIAS SELECTAS menina y pueril... Ellos son los penetrantes, los llenos de significación, los varoniles... Oleríamos los frascos numerosos de los laboratorios buscan­ do en cada perfume, agrio y fuerte, una exalta­ ción, una sensualidad distinta, una reconforta­ ción, una diversidad. Ante la fuerza de la erupción del cielo de esta noche, no hemos podido menos de exclamar: “¡ Oh. parece que tiene viruelas locas... estrellas locas!” Las piernas de la mujer se columpian sobre el cielo que miramos, balanceándose con cinismo y desparpajo sobre el cielo del día y sobre el cielo de la noche, colganderas sobre una media luna lu­ minosa, una media luna como un alféizar de ven­ tana montada al aire... . El cinismo de las piernas, el lucimiento de las piernas, es toda una neurosis de esta época. Las piernas han ido resumiendo el interés de la mu­ jer. Son duras y frescas. Su coquetería es ague­ rrida, fiera, cruel y encendida. Saben lo que valen y lo de actualidad que están. Prevalidas de su im­ portancia y de su efectismo, su fatuidad no tiene nombre... Las piernas revelan fuertemente, velozmente, lo de una especie animal, en vez de una especie de ángeles, que es la mujer. Son como lo más franco de la mujer, lo que no se deja influir, lo que es lo que es, cruelmente, palpitantemente, naturalmen79 RAMON GOMEZ DE LA SERNA te; la insidia las ha puesto la media y la falda que cae demasiado sobre ellas. Por las piernas se comprende que la mujer debe ser cogida con menos consideración, .tan rápida­ mente como se pueda, sin esperar ni un minuto, sin legalizar el acto, sin palabras casi. Más que por la cabeza se ve que hay que coger por las piernas a la mujer, que ya no puede demostrar más hasta la saciedad que quiere ser tratada por sus piernas más que por su cabeza. Las piernas tienen un relleno de maniquí de trapo y serrín, pero de una plástica que eleva el serrín y el trapo, de una plástica que revela algo hecho para nuestro olfato fatal. De tal modo esta mujer que enseña las piernas está obcecada por sus piernas, que se podría de­ cir que el alma de estas mujeres frívolas y egoís­ tas es como una pierna, está metida en un estuche que parece una pierna, tiene su inmaterialidad una forma de pierna. La tentación de la mujer con quien desde anti­ guo convivimos nos volverá por sus piernas, siem­ pre de una sensualidad renaciente, resucitante. Las piernas de la mujer deshojada dos millones de ve­ ces serán las que nos devuelvan toda la incerti­ dumbre de la primera vez, porque las piernas tie­ nen siempre el gesto de jovencitas vírgenes, de jovencitas que no saben aún nada y quieren sa­ ber, de jovencitas de una inocencia provocativa, de jovencitas tontas armadas de una morbidez in­ aguantable. i Zancadilla que no falla la de las pier­ nas descocadas I GREGUERIAS selectas Por sus piernas, por ese valor radical de sus piernas, llevan los trajes y los sombreros las pier­ nas, porque es por las piernas por lo que adornan las cabezas. Es algo incompatible con la falaz austeridad de las almas, con el hipócrita no entregarse, esa car­ ne gris de un tono blancuzco, redonda y mórbida y de dorso abultado, suavísimo y frío que es la carne en las medias caladas. ¡ Oh! ¡Y si encima esas mujeres llevan zapatos de terciopelo! Enton­ ces toman una provocación de máscaras y sus pies tienen algo de pies en un baile de máscaras. El valor de las piernas ha subido terriblemente. 1 íenen hoy una cosa de vencedoras pisando sobre los corazones, corno esas piernas de los. que pisan el pecho de los caídos, de los vencidos, mientras les amenazan con la espada que blanden... i P’ernas feroces, encantadoras, recias, intrépi­ das, flemáticas y, por añadidura, castas y “agarra­ das , roñosas,. avaras, en medio de su descoco! 1 lernas sm piedad, piernas perversas, perfecta­ mente adiestradas con una destreza moderna sa­ bia que cuenta con todo, que tiene todos los es­ cepticismos, todos los atrevimientos, y, al mismo tiempo una enconada y fría y cruel pulcritud... 1 lemas de las niñas valerosas, rollizas y fuer­ tes, sobre todo cuando se calzan con botas de caña ' alta.J or sus piernas, por esas piernas, parece que la nina lo sabe todo y lo puede todo. Por sus pier­ nas, tan encaradas como las de la mujer mayor como las de la mujer madura. laa mñ¿ s»„ ob, cenas, son dignas de perecer bajo los dientes ávi­ 8o 8i de la Serna: Greguerías. 6 RAMON GOMEZ DE LA SERNA dos, como las lechugas frescas, donde las encuen­ tre el hombre con sed. Así*, en los delitos contra las niñas, el encartado debía decir: “Llevaba jnedias caladas sobre unas piernas muy visibles”; y el juez debía decir entonces: “Absuelto.” Porque las piernas de las niñas bajo las medias caladas tie­ nen esa tirantez tersísima del capullo, ese querer estallar que hace que a veces cojamos los capullos de las flores y los vayamos abriendo poco a poco. Piernas que se sorprenden por detrás de los bancos, exaltadas sobre el blanco de las enaguas, porque ellas, olvidadas de sus piernas y de sus fal­ das, se han sentado así por descuido. Nunca más inocentes y más insignificantes. Piernas de las que saltan a la comba, vivara­ chas y despiertas como nunca. Piernas de las bailarinas, llenas .de sarcasmo, de­ cinismo, de sorna, de sagacidad. Piernas de la diseuse, lentas, más prevalidas que ninguna, de cor­ tos paseítos frente a la luz viva de las candilejas, que soportan con un fiero descaro. Piernas pú­ blicamente desnudas, que son el colmo del énfasis vacío, reptílico e inexplicable de las piernas, y que dan al hombre como una eteromanía provocada por las piernas, en vez de ser provocada, por el éter. La que enseña mucho las piernas siempre que se sienta, llega a perder el perfume, la tibieza, la cordura esencial de sus piernas, y se queda con unas piernas empedernidas, frías, cortantes, unas piernas que ya no dominará, sino que la domina­ rán a ella y la llevarán de cabeza a todos los abismos. 82 GREGUERIAS SELECTAS “Tápate las piernas, mujer”, le diríamos a esa. mujer que ya innecesariamente enseña sus pier­ nas siempre; y se lo diríamos, no por moralidad, sino para que no se vuelvan de una maldad incons­ ciente, inevitable y estúpida sus piernas, para que no se conviertan de serpientes vanas, que ya ha­ cen bastante con magnetizar, en serpientes vene­ nosas y agresivas, en serpientes, precipitadas que las dominen a ellas mismas de medio cuerpo para arriba, y las arrastren de un modo impulsivo, como si su cabeza fuese el rabo de ellas. Dan miedo todas esas piernas repulidas, que avanzan con una identidad, con un ritmo como ese que cruza, entrecruza, descruza numerosas piernas en el espectáculo intimidador de los des­ files de los grandes ejércitos. ¡Ejército bárbaro y exquisito de las piernas femeninas! Piernas cal­ zadas con botas que hacen mórbida la pantorrilla de un modo espantoso y perturbador, dándolas una fortaleza heroica, poderosa, maciza, invenci­ ble, sobre todo las de caña alta, botas de montar, que nos hacen sentir la sensación de los caballos que ven pasar junto a ellos a las amazonas que son sus amas, botas con espuelas para los hom­ bres, espuelas ideales, cuyo sonsonete, cuyo tinti­ neo escucha el hombre al mismo tiempo que vepasar esas piernas doblemente rollizas y doble­ mente imperiales con sus botas de caña alta. ¡ Pier­ nas de domadoras de leones! Tronco jugoso, raíz blanca, pulpa oculta que se desea desnudar y poner toda blanca y jugosa ante nuestros ojos y nuestra voracidad, como la de esas plantas silvestres de83 RAMON GOMEZ DE LA SERNA cuyo tallo florecido se tira para comerse la pulpa oculta en tierra, esa pulpa de un sabor engañoso, incitante, incierto. ¡Cuántos arrancan a su hogar hipócrita una mujer, sólo por desnudar—como de su tierra opaca—de sus medias y sus botas sus piernas blancas, sus raíces insustanciales pero pro­ vocativas, ansiosos de un sabor que recogerán los ojos más que el paladar o que el gusto! i Cuidado con las piernas, que las piernas enton­ tecen, debilitan, vencen! ¡Levantad la cabeza, mi­ rad los cabellos nobles de la mujer, mirad sus frentes, sus ojos o sus senos para vencer esa ob­ sesión de las piernas! ¡ Libraos de esa obsesión de las piernas, que embrutece y hace obtusas laalmas ! Acariciarlas, pero no mucho, no demasiado. Mi­ marlas para mantenerlas propicias, porque en ellas se, hospeda la versatilidad, el adulterio, la propen­ sión a perderse en las encrucijadas para enseñarse a amantes de ocasión en el fondo de las casas con persianas verdes. Esta nueva provocación de la filigrana que se ha añadido a la provocación primera y terrible de las. piernas, hace que los hombres lleven una acti­ tud supina, se hayan vuelto más. bajos de lo que eran, y sin notarlo estén sus cabezas husmeantes a la altura de las piernas, andando como perros, deseando morderlas pero conteniéndose. ¡ Pobres almas en cuatro patas! De la bajeza, de la simpleza moderna, tienen la culpa las piernas. En ellas, en su inmoderada ex­ hibición, en su dominante idea, se ha embotado la 84 GREGUERIAS SELECTAS imaginación, la ambición, la rebeldia, la elevación de los hombres. ¡Los hombres se las comerían como la butifa­ rra., Pero es imposible meterlas el diente, porque son impenetrables e incógnitas, porque son de un uro egoísmo inmodificable; por más que se las mire, nunca se las retiene, nunca se las ha mirado 10 bastante, porque aun entre nuestros brazos si­ guen siendo incógnitas, reacias, desesperantes du­ dosas, interrogativas, incontestables, remotas’ Esto de las piernas no tiene arreglo. Siempre iueron asi. Siempre. Las antiguas piernas de las egipcias y de las romanas eran tan rotundas, tan jorobadas, tan livianas, tan lascivas, tan sordas a todo lo que no sea mostrarse ante ojos nuevos Ante las piernas no puede salir el hombre de un pasmo indecible. Los ojos atónitos ven en ellas lo taU6pi I“ 10 qUe ,es burIa- 10 tienXn • n?br1e ,ve <i.ue aunQue ha procurado ser animahd a ’ X p.iernas. de Ia son la baía a-nimalidad que ]e tienta, ]as serpientes bIancag as que le fascinan, la revancha de la bajeza la revancha sin defensa. J ¿ Las piernas parecen ser de carne de uescadn ias^nued aIgr° tamb'én de carne acecinada. No sé Es puede catequizar, no se las puede inculcar nin?TocasONo 1T S°nrdCTdaS y C^as y cuh nn u Xa ,a e as nada del espíritu, no cir­ cula por ellas el alma, y por eso se prevalen de la cueta atracción de la materia que atrae en ellas de algo como una fuerza centrífuga de una esoecíe especial y humana que obra sobre el hombre. 85. GREGUERIAS SELECTAS RAMON GOMEZ DE LA SERNA ¡ Olí, qué zarabanda de piernas se produce en la «cabeza pensando en las piernas de mujer! La pier­ na ha sido elevada al mito artificioso de la pierna —¿el mito final?—. En el altar en que se elevaba la forma femenina es una pierna la que impera, una pierna iluminada por dentro, una pierna para el culto, igual que la que en las mercerías hace el reclamo de las medias. ¿ Qué nueva brutalidad, qué mayor embrutecimiento supone esto? • Piernas absorbentes y distractoras! Las medias blancas en las piernas de mujer adolescente imi­ tan la ingenuidad sobre la pierna perversa, que así se renueva de la madurez y la gravedad adquiri­ da bajo las medias negras: las medias blancas ha­ cen un poco de muñecas y otro poco de aldeanas las piernas y eso hace caer más a los pies de ellas... ¡Nueva zancadilla!... Sólo a las niñas las van bien y visten verdaderamente de primera co­ munión sus piernas. ¡ Combatamos ese orgullo de las piernas, corté­ moslas las piernas con los hachazos de estos pen­ samientos del anarquismo contra las piernas, con­ tra esas piernas que se sienten únicas y son igua­ les a infinitas más! En el pedestal en que está la mujer tropezamos demasiado, primero que con nada, con las piernas, las piernas infieles, su peor compañía, sus celestinas, lo que las lleva a las fies­ tas libertinas y a las casas de persianas verdes. Da pena matar esa polilla que vuela... Va ves­ tida de seda cruda y va llena de vida, una vida -que no podríamos imitar, porque quizás la ma­ quinaria de los grandes animales pueda ser imita­ da, pero no la de los muy pequeños, en los que el punto dinámico de la vida es más sutil, más inge­ nioso y más inquieto. Los fuegos artificiales sienten inquietudes se­ cretas, pubertades con deseos irretratables, algo fiero, fulvo, desencadenado, y por eso siempre en­ contramos en los periódicos noticias de incendios en casa de los pirotécnicos... Los fuegos artificia­ les almacenados prorrumpieron en alegres cabrio­ las, en luces de bengala, derramaron su luz copio­ sa y densa; los cohetes estallaron, como en una fiesta mayor que ninguna, en salvas unánimes, nu­ tridas, cerradas... Todo lo inédito, lo esclavizado, consiguió su publicidad, su libertad, su apoteosis, su consumación... Pero la casa ardió con todo, ardió como si fuese la armazón de los fuegos ar­ tificiales. Poniendo un sombrero a las monas, se verá que hacen el mismo gesto que las jovencitas al llevar­ se la mano a sus pamelas de vez en cuando. El cocimiento de los cangrejos es una “iniqui­ dad”. Seguramente, en la religión de los cangre­ jos de río hay un infierno que es la caldera donde se ponen rojos de ira. Sentimos en el pecho la consistencia de la vida, como una burbuja frágil, fragilísima, que puede estallar, y por tan breve soplo como el que deshace 87 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS las burbujas. Esta es la angustia que sentimos, la angustia de una burbuja que es el alma de la vida. elegancia, tiene que ser por eso el arte de despis­ tar? ¿Sera por modestia? Después de esas voces que hemos oído en la calle, esperamos sentir ese ruido de la carrera de­ sesperada de las huidas veloces, que hacen un rui­ do sobre el pavimento de piedra como sobre un entarimado de piedra. . Bajo las lluvias tempestuosas, a media tarde, la ciudad se vuelve un patio interior, angosto, som­ brío, y ensombrece como los patios los chas en que en los pisos de arriba tienden las largas sábanas que eclipsan la luz... . Los días con cielo aborregado son blandos, mu­ nidos, escardados, vareados, joviales y limpios... bobre la lana de esos borregos celestiales descansa nuestra cabeza y se reclina nuestro pensamiento... Nos acostamos como sobre una playa sobre el cie­ lo, boca arriba, mirando acostados en los cielos otros cielos más altos. Los únicos que saben de estos insomnios a que obliga la necesidad de acabar esto y esto otro para techa fija, son los sastres... Su fiebre y su trasnocnamiento se parecen a nuestra fiebre y a nuestro trasnochamiento... Ellos también, sobre la amplia mesa, fumando mucho, civiles, meditativos y tran­ quilos, cortan las telas con sus grandes tijeras regla y cartabón... Ellos se vuelven también’’neu­ rasténicos como el intelectual, por causa de ese rabajo que no pueden abandonar a otro, de ese trabajo que ha de ser digno de sil nombre... ¿Cómo ortografía se escribe sin h? Resulta incomprensible, como es incomprensible que erra­ ta tampoco la lleve puesta... La h, que es la que da la más alta alcurnia a las palabras—como a los nobles llegar a ser “caballeros cubiertos”—, que es el sombrero de copa de las palabras, su chiste­ ra, es incomprensible que no figure a la cabeza de esas palabras... Nosotros las veremos siempre con h, enarbolando una h, encopetadas por una h... Hortografía”, ¿no estaría mejor que “ortogra­ fía”?... Vive la intención de esa h en toda la pala­ bra, está desabrigada esa “o” calva y vana sin la z h de abrigo, ¿por qué no la gasta?... ¿Será por aquello de en casa del herrero, cuchillo de palo ?” -- Será por despistar, ya que, siendo la ortografía la 83 s T*5 foto£rafías intercaladas en la guía e la ciudad, o esas postales de la ciudad, sentimos nerJt?11! envidla„de ser uno de esos transeúntes perpetuados en ellas atravesando las grandes da­ zas o dando un paso por la acera de la calle... Huescoddn5 dad0 cuaI(inier cosa por ser uno de esos vida^? fiados ciudadanos que dan tanta die CIl’dad’ QUe a represenían más que na­ je que serán sus transeúntes eternos... Hay en r.en esas fotografías como una suerte y una eccion providencial, y nos veríamos en ellas^ más 8§ RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS ¡que por ningún otro desdoblamiento, en nuestra actitud ciudadana y entemecedora de pobladores ■chiquititos de la gran ciudad. Desconfiemos de los hombres de pelo delgado y de barba de pelos delgados y flojos... Descon­ fiemos siempre. Tendrán un cauto y tímido ren­ cor a todo, serán corifeos de todo lo que relaje la vida o el pensamiento placentero y libre... Nada más lleno de curiosidad que desembalar ■una cosa muy envuelta en esa paja rizada, ovilla­ rla, de olor húmedo y penetrante, un olor dema­ siado denso a heno agudo, un perfume emocio­ nante, como con auras lejanas aunque estén en­ ranciadas porque el cajón ha venido en un oscuro y cerrado vagón o en la lóbrega y apestosa cala de un buque... La cosa que llega de esa suerte, puede ser la que sea. Sólo es necesario que esté muy perdida en la maraña que la embala, y en la •que es grato hozar, rebuscar, escarbar... Por eso, cuando se encuentra el objeto y se le manifiesta a la luz, más brillante y nuevo, como si se hubiese depurado entre el blando abono que le embalaba; cuando se encuentra después ese tornillo o esa ta­ padera que se pensó si no habría venido, se siente desgarradoramente haber acabado demasiado pron­ to la curiosidad y el anhelo. Supersticiosamente pensamos frente a ciertos comercios y ciertos carteles colgados de los por­ rales, que nadie debe subir a dar trabajo a ese memorialista —• que ha tenido que gastarse diez céntimos en el sello móvil para el cartel del por­ tal—; que nadie debe de emplear a ese platero de portal; que esa sastrería insignificante debe hol­ gar siempre esperando hacer un traje; que ese tinte con sus cuatro prendas de muestra y sus pen­ dones rojos se debe morir de tedio, sin que nadie entre a teñir ni a limpiar un traje; que en esa ce­ rería hay las mismas velas que el día de su fun­ dación... Parece que todos esos pequeños indus­ triales y comerciantes deben vivir de su esperan­ za, de un recurso extraño que debe brotar de su paciencia... Pero, sin embargo, la vida está llena de habitantes, y el platero tiene una clientela constante que le envía sus joyas y las renueva, el sastre hasta hace fracs y levitas a ciertos mi­ sántropos, el' tinte limpia hasta trajes de baile, el memorialista escribe sin parar y el cerero vende velas y hasta cirios pascuales... La Providencia, cuando no hay nadie que entre en esos rincones, se viste humildemente de cliente—porque de Pro­ videncia la pedirían demasiado—y encarga algo. La caída del bastón o del paraguas es irritan­ te... Se les escarmentaría, quizás no se les debie­ ra recoger en castigo por la humillación que nos hacen sufrir, por esa bajeza que nos hacen co­ meter al tenerles que coger. La medida de la mañana es diferente todos los días. 90 91 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Nos sorprende un poco siempre esa correspon­ dencia de la llave de la luz con la bombilla... Peromás nos sorprende el que se interrumpa. Trágicas temporadas en que se nos comenzó a caer el pelo sin saber por qué... ¡Desazón espiri­ tual!... Crisis... Temor y malestar de cadáveres insepultos. Un hombre con lentes tiene que ser un tanto artificial... Desde luego, está colocado del otro lado de las cosas, del otro lado de sus .lentes, y hay algo sutil, suave y abnegado que.no pasa por ellos... Así tienen los hombres de lentes un egoís­ mo extraño, involuntario, refinado... Están pro­ fundamente apartados de nosotros... No hay que darle vueltas. . Esos árboles verdes y con pájaros de las esta­ ciones han refrescado nuestros viajes con su in­ genuidad, su pensar en otra cosa y su limpieza. Se les ve tranquilos y sin nostalgias frente a! andén y frente a los trenes. El guerrero, el militar, vive con el alma atra­ vesada como por una espina por su propia espa­ da... Están todos raquíticos, doloridos, crueles de dolor desde que usaron espada, v no se curarán hasta que. no les extraigan el espadón que atra­ vesó su vida, desde la cabeza, donde tienen hun­ dido el puño, hasta las entrañas donde está encla­ 92 GREGUERIAS SELECTAS vada la punta. Son sus primeras víctimas, y por eso no nos encolerizan demasiado. Un empleado es un pisapapeles de los expe­ dientes que hay sobre las mesas de las oficinas. ¿Habra algo más inútil, un objeto más vano y ante el que la mirada se quéde más sin objeto que un pisapapeles? No hay mujeres más falaces, más fugitivas, mas tenues y más desdeñosas que esas que se ven pasar por los espejos que emparedan las ventanas de los cafés... Nosotros, en el fondo lóbrego, mi­ ramos como un pasaje de ilusión el pasaje de’ellas por esos espejos... A veces alguna es más tenta­ dora que todas las otras; visiblemente ha sido una maravilla, pero pasa y se esfuma. Saldríamos a acabar de verla, nos iríamos detrás de ella, pero como se ha ido por un camino contrario al del espejo, nos desorientaríamos... Optamos por que­ darnos, y aprendemos así, ante estas visiones fu­ gaces, una renunciación que necesita la vida una suave desesperación, una agridulce placidez que nos abisma grata e ingratamente en los divanes... 1 lodo lo que tenemos que ver pasar sin tocarlo ni comerlo! Se desea jugar con la idiotez femenina... Cuan­ to mas idiota mejor, cuanto más idiota más ciera y palpable su sensualidad, cuanto más idiota son mas animales y más ponderables sus senos... 93 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Cuanto más extremadamente idiota o cuanto más. extremadamente sensata. Esos arañazos que se sufren en los merodeos con la nueva mujer que se defiende, escuecen me­ nos que ninguno, son quizás más profundos, se llevan la carne, acribillan las manos; pero, sin embargo, son graciosos y soportables... Un prin­ cipio agrio, impulsivo y vengativo surge al sen­ tir el daño y ver las finas lineas de sangre que aparecen en nuestra carne. Por un momento apa­ rece un sentimiento más fuerte que el que nos hizo jugar al juego del deseo, un sentimiento es­ pantoso que amenaza acabar con la alegría del galanteo... Pero retorcemos todo eso y lo des­ echamos con una sonrisa, pensando que un ras­ guño más brutal sufrirá ella; y para que lo tenga en cuenta ese día, se le enseña sonriendo la hue­ lla sangrienta que nos han dejado sus unas, pun­ tiagudas como alfileres y cortantes como raspa­ dores. Es que no se mira bien; pero en los jardines públicos, además de horquillas, se ven tiradas por el suelo sortijas, alfileres de brillantes,.medallas de oro y plata, pulseras, pendientes y dijes; por­ que ellas pierden de todo eso en los jardines, y no lo encuentran después por más que buscan, qui­ zás porque a veces no está ya, debido a que las urracas, según su costumbre, se llevan las joyas en el pico, o las hormigas las arrastran—aunque GREGUERIAS SELECTAS pesen, mucho y parezca inverosímil—como los mo­ zos de cuerda transportan los pianos irresistibles. Yendo por las calles mal empedradas, el cere­ bro, los sesos blandos se baten y se agitan dema­ siado en el cráneo, parece que se van a verter, y en todo uno hay una sensación alternada de su­ bir y bajar a desniveles profundos. ¿En qué habitaciones subalternas y con qué luz viven los aristócratas, dueños de los palacios ciu­ dadanos? Nunca está iluminada su vida, y por la apariencia de sus palacios parece que sirven para no aposentarlos. Las plumas estilográficas son desobedientes,, como niños que no saben y no quieren escribir. “¡Ah! ¡ah!... ¡Un globo!”, grita una niña. Se mira hacia el cielo y se ve subir hasta lo invero­ símil al globo aquel con su hilo blanco. El jardín se torna emocionadamente infantil y hasta el cie­ lo se llena de infancia, se escucha el llanto del niño que lo ha dejado escapar y que ha sentido en el alma algo irreparable y terrible, falto del auxilio que necesitaba para alcanzar su globo, y se ve en los ojos de todos los niños que miran, el sentimiento dramático de la altura, una sensación de misteriosos vértigos y un deseo avaro de as­ censión que conservarán ya, indeleble y trágico, toda su vida. 94 95 RAMON GOMEZ DE LA SERNA No se puede uno regir por los relojes que sue­ nan en las torres lejanas, esas torres que de noche ■se imagina uno más altas que de día; siempre nos llenan de inseguridad, y parece que se ha contado una y a veces dos campanadas más o menos... O no se ha contado la primera, o la última ha sido un eco de la que hemos tenido por penúltima, o hemos vuelto a contar por dos veces una inter­ media... No nos decidiremos a aceptar ninguna hora, y, perdidos, nos acostaremos muy tempra­ no o muy tarde. ¡ Oh, el pianista ciego de ese café cantante! ¡Qué seráfico, qué ciego, qué sensato, qué sufri­ do, y cómo concedía indulgencia plenaria al café ungiendo y salvando a aquellas mujeres de percal' Al despertar, se mira con el alma en vilo el visillo del balcón que hay en la habitación casi siempre contigua y enfrente de la calle, para ver si está dorada de sol o blancuzca y grisácea la pa­ red de enfrente y sus cornisas y sus barrotes y sus cristales... Según se atisbe una cosa u otra, el despertar es optimista e inefable o emperezado, flojo y melancólico... ¡Oh! ¡Para vivir y morir bien, yo quisiera ver un ancho cielo desde mi le­ cho al despertar, y saber el tiempo en él, y sentir el alma más encendida y menos opaca! El pregón de los tomates y de los pimientos es GREGUERIAS SELECTAS un canto de huerta, fresco, con platabandas y sur­ cos verdes, una noria y un árbol. Las diez de la mañana es una hora argentina, muy rica en campanadas argentinas y animosas... Las diez de la mañana es una hora llena de un sol diáfano, fluido y adolescente, aun en los días nublados, una hora llena de campanillas de plata. Tenemos antipatía a las casas de ladrillo rojo... Las casas blancas, enjalbegadas, relucientes, dan algo de sí al transeúnte ; esas casas andaluzas o napolitanas, esas casas meridionales, pintadas de colores alegres, ofrecen su alegría, su coquetería, algo de lo que es confidencia de las nuevas jovencitas que guardan ; pero estas casas rojas tienen un recato algo triste y desconfiado, y están orien­ tadas sólo hacia dentro, con un egoísmo refinado, burgués, avaro, impasible... Las casas de ladrillo rojo son para el transeúnte sordas, herméticas, desamparadas, melancólicas, como conventos; es­ tán reabsorbidas en sí, están como detrás de sí mismas y estamos seguros que no las encontra­ ríamos de ser nuestras casas... Son como cárceles, y parece que borran la vida de dentro y la feli­ cidad posible... Sólo cuando se asoman a ellas las mujeres de blusas blancas se llenan de una pa­ sión alegre, aunque con instintos rojos. .La orilla del río parece un lugar en el que el crimen es fácil, es rápido, es como un juego de ventaja, y después de cuyo golpe se pueden bo­ 96 97 G. de la Serna: Greguerías. 7 RAMON GOMEZ DE 'LA SERNA rrar todas las huellas... Se siente a la orilla del río algo así como el “crimen automático”, reali­ zado como por la misma orilla, por sus árboles y por sus estigmas. Esos gatos gordos, pausados y grandes que se asoman a los escaparates, revelan la prosperidad y la molicie secreta de los comercios, son lo más regalado de la tienda, conocen dónde está cada cosa, defienden la tienda de algo misterioso y rui­ noso, del ratón de la ruina, que es otro ratón dis­ tinto al ratón vulgar. Los puentes de piedra dan una gran sensación de estabilidad, mientras que los de hierro parecen poderse derrengar, ya porque uno de sus torni­ llos se ha aflojado o ha perdido 1a tuerca, o- ya porque el agua, que tan lastimosamente malogra el hierro, le ha ido averiando poco a poco, en el descuido de los ingenieros, que sólo se dan cuenta del mal estado de los puentes cuando se han caído... i Qué hay en ese escaparate ? ¡ Oh ! Ha habido una especie de agresión del escaparate hacia el transeúnte. Todo eso que hay en ese escaparate pega al espectador, al pacífico pasajero; unos ob­ jetos le dan un palo, otros un bastonazo—no es lo mismo “palo” que “bastonazo”—, otros dan un puñetazo—un blando puñetazo muy distinto a los duros puñetazos con “llave inglesa”, por ejemplo—, otros dan una patada, una terrible pa­ 98 GREGUERIAS SELECTAS tada—las botas de “fot-ball”, por ejemplo—, y otros un puntapié, un “largo” puntapié—, ¿se po­ drá dar un puntapié más agudo, largo y exquisito que el que ofrece, el que quiere dar un largo ski ? —¡Ideal puntapié! ¡Interminable puntapié! Después no, después, dedicada cada cosa a lo suyo, se convierten todas en cosas corteses, que no quieren hacer ningún daño, que trabajan y se mueven por amor al Arte, a su arte. ¡ Qué escaparates los escaparates de las tiendas de sport! Desconciertan como ningún otro. Todo es de una forma absurda pero bien rematado' den­ tro de lo absurdo. Los guantes de boxeo, hincha­ dos por un puñetazo, parecen una mano llena de unos sabañones estupendos, y de cierta manera recuerdan un gran embutido, ¡embutido' de puñe­ tazos! ¡Rico embutido de “guantadas”! Las botas de “foot-ball”, grotescas, remendadas ya antes de usarse, con parches sin disimulo nin­ guno, descomunales, llenas de juanetes asombrobrosos y callos pavorosos, con medias suelas de cachos, tienen una cosa inapreciable, algo que si los zapateros fuesen más listos hubieran imitado en todas las botas, algo que es ese redondelito mu­ llido y enguatado para evitar las patadas en el tobillo, los golpes en el tobillo al subir a un tran­ vía, o al tropezar sin saber cómo con no se sabe qué, y que son de un dolor tan agudo. Todo con­ vida a meditar ante los escaparates de sport—los días de lluvia sobre todo. Son graciosos esos bastones de “golf” que pa­ rece mentira que hayan nacido para arrastrarse, 99 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS para ser agarrados por la contera y tocar la tie­ rra con su cómodo puño, puño como para que la mano se duerma sobre él. Los bastones de “Hoc­ key” son también graciosos, graciosos como esos tipos que tienen mucho cuerpo y pocas piernas; esos bastones son como algo para sacudir la ropa —¿las auténticas manoplas para sacudir las ame­ ricanas, no son un bello objeto de sport que ven­ den también en estos escaparates ?—¡ Vaya una mano que se necesita para agarrar el puño volup­ tuoso de los robustos bastones de “Hockey”! Los jerseys en que el cuerpo recio y abrigado se esconde como en su mejor nido; las medias gruesas-—medias contra las varices—, los venda­ jes—también contra las varices—, todo lo que hay en esos escaparates, todo, para acabar ya, hace de esas tiendas algo definitivo, muy de la época, tentación para los pintores cubistas o de más avanzada escuela; y tienen también esas tiendas para la ignorancia un sorprendente prestigio y algo así como una belleza regular y científica— ¡oh la nueva geometría viviente!—, porque todo está tan bien rematado, tan hecho, tan pulido, tar. “conseguido”, que da gusto mirarlo, da cierto ex­ traño gusto... Todo en esas cosas de sport carece de la belleza clásica, pero tiene esa belleza que por muy estúpida y grotesca que sea una cosa la mejora, la eleva y transforma, y es que todo está estilizado, está hecho teniendo en cuenta todos los principios que inspiran el juego, y en todo se ye que la función ha encontrado, con una gran idea de la proporción necesaria, el órgano que Las guitarras de las casas de préstamos tienen como una honda tristeza, y parecen ser tocadas por su silencio. Resuena dentro de su agujero del corazón, la más triste “soleá”, la que canta la ausencia de la casa en que eran sonadas, de la casa en que no tuvieron más remedio que empe­ ñarlas después de defenderlas hasta lo imposi­ 100 IOI necesitaba, el órgano pulido, extraño y originali simo. ¡Es sorprendente cómo se levanta el cielo a la mañana sin ojeras, como si no hubiese asistido al pasaje de la noche, como si no hubiese estado velando toda la noche! Quisiéramos tener comunicación telefónica con su sueño..¡ Un teléfono para oir y para hablar con su sueño! ¡ Algo así como un teléfono o como una linterna mágica! No nos hemos dado cuenta aún de todo el ges­ to distinto que hacen tener a la ciudad esas torres de hierro, esas pequeñas torres Eiffel que sostie­ nen los cables eléctricos que espesan el cielo de la ciudad... Debían no ser invulnerables al ciuda­ dano, debían dejar subir a ellas, porque desde su alto remate se acabaría de dominar y de conocer a ciudad por partes, en necesarias perspectivas que exaltarían nuestra supuesta visión de ella... Lo que no pueden ser es sólo un estorbo y una cosa sin mas alta finalidad. RAMON GOMEZ DE LA SERNA ble... ¡Triste copla y lamentables rasgueos que se nos han quedado grabados de mirarlas en esas tiendas andróginas! Las almas del otro mundo se comen las almas de los corderos que matan en este mundo todos los días y que llegan al otro también todos los días... También se comen las almas de toda fruta que devoramos y todo el resto de golosinas que englutimos y que descomponemos... De las cosas que se destruyen, que se rompen, que se queman, también poseen algo, como un trasunto, que es como su alma y su vaga forma. La pintura reciente de las puertas muerde, no mancha, muerde. Las cursis de la ciudad, en el verano parecen de esas niñas flacas que van vestidas con trajecitos que las vienen chicos y estrechos, trajecitos que dejan ¿escotados sus bracitos y su cuello del­ gado. De la pipa, y también de los cigarrillos, saltan pulgas de fuego que nos pican con su fuego. GREGUERIAS SELECTAS correr y ha comenzado a dar brincos descome­ didos. La carcoma trabaja con un berbiquí. ¡ Qué terrible que le haya salido mal el matri­ monio a esa pareja de animales que viven en la misma jaula! Y lo parece, porque ella está enco­ gida y desesperada en el fondo de su encierro. Cuando en el piso de abajo se muere el vecino nos llenamos de pánico, porque parece que ha atravesado nuestra estancia como un rayo inver­ tido, como una exhalación que en vez de bajar del cielo subiese al cielo, algo como una chispa eléctrica, la chispa espiritual que era el secreto de la vida del muerto... Tenemos que pedirnos por favor el recordar eso o el desenvolver mentalmente eso, porque si no, no nos hacemos caso. La cortesía esa que tenemos que usar con nosotros mismos tiene que ser sin­ cera, fina, nada cortesana, muy atildada, muy ní­ tida y muy sentida. El saltamontes es una espiga que ha echado a Las cosas abren un agujero en el fondo de los bolseos, con una marcada intención de evadirse. No hacemos caso del primer roto; siempre les queda un segundo forro que romper en el foso del chaleco o de la americana. A lo más, se piensa mandar coser el descosido; pero eso se nos pasa, y como las cosas continúan royendo, royendo, al 102 103 ¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo están hechas para decir “¡adiós!” las mangas sobrado largas de los pierrots! j jj RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS fin encuentran la salida definitiva y se pierden de­ finitivamente. que vive el alma simple y pensativa de la luz de aceite... Las vallas tienen muchos ojos, ojos redondos y perfectos, ojos que ellas tienen para mirar fue­ ra, pero por los que también mira hacia dentro el que pasa y por cuyo ojo de monóculo se ve a la mujer que tiende dentro del solar, a la cabra que hay atada en su centro, aunque por ese monóculo se debía de ver algo más, algo como dos enamo­ rados acostados en el suelo. Siempre que se pasa por la puerta de esa tienda en que hay un maniquí vestido de impermeable y copa, se vuelve uno a ver a un caballero vivo, y da cierta ira mal reprimida el descubrir nuestro error, que agrava el monigote, como lleno de bur­ la y humorismo. Esta decepción es la misma que la de dar la mano a un criado creyendo que es familia de su señor. ¿Habrá algo más desconcertante, que más ata­ que los nervios y que sea más encarado que este signo $?... Esa sencilla S mayúscula atravesada por esa dorsal fiera y significativa, se convierte en un signo rico, burgués, imperioso, perturba­ dor, ingrato, excesivo, descarado, obcecado y obcecador, lábaro religioso de la época. ¡ Cuántas veces es la preciosa inicial de Ella! Esos hombres profanos a los que se les hace una calva en la coronilla, parece que tuvieron un destino místico que torcieron. El hipopótamo es el animal más huraño de las casas de fieras. Casi nunca quiere ver a las visi­ tas, y oculto debajo de las aguas sucias hace como que no está. Los farolitos que señalan una obra o un hun­ dimiento en medio de la calle tienen una vida pre­ caria, provisional, callada, pacífica, vigilante, que conmueve... Son grandes altruistas que salvan a los coches y a los hombres de un tropiezo, quizá mortal... Velan sin premio y sin lucimiento toda la noche, pasando una gran hambre de aceite hasla madrugada, en que duermen y recapacitan so­ bre la enorme ingratitud de los hombres... En la gran ciudad es ya casi solamente en ellos en los El dominó es una cosa tan positiva, tan real, tan cotidiana, tan importante y tan étnica, que merece en justicia que yo le extienda en estas pla­ nas y diga muchas cosas de él, cuantas pueda, sin salirme de la mesa. Así, aquí, fuera de la mesa de café y de las otras mesas, figura su categoría, su sentido inteligente y fantástico y sus misterios. Yo quiero sugerir el asombro de las cosas, sacán­ dolas un poco—o un mucho—de quicio y ponién­ dolas un momento en candelera. El dominó además merece esta distinción, por­ 104 105 RAMON GOMEZ DE LA SERNA que es un juego muy español, aunque no de naci­ miento, porque los chinos, que lo llamaron, como pintores exquisitos que siempre han sido, Timttszpai (tablillas con lunares), fueron sus creadores, y hasta los esquimales, en su blanca y congelada soledad, juegan al dominó, que ellos llaman Masu a lat (los que están derechos unos juntos a otros). Es, sin embargo, un juego español. El responde al espíritu de este pueblo, lento, basto y obceca­ do. El es duro y persistente como estos hombres. El es juego castellano, sobre todo por lo enjuto, lo pasmado y lo árido, estando por eso siempre los cafés de Valladolid, Patencia y Burgos, lle­ nos, atiborrados, crepitantes por el ruido de las duras fichas que suenan también en el fondo de sus espejos y se propagan en todas direcciones, volviendo sobre los que juegan después de haber rebotado, dando una gran familiaridad y unani­ midad a todos los que están dentro del café, al que da un cariz dominguero la nota estrepitosa y clara. Entre jugadas de dominó va pasando la Historia de España hace tiempo. Obcecados en su juego, la conciencia desaparece y se embota en el ruido y la fijeza absurda, ruin y absorta. Desde el dominó nos habla una lengua abrevia­ da, una lengua de párvulos, y nos dice algo como una predicción, como una oscura referencia a nuestra suerte... Sospechamos que no puede ser una casualidad trivial la que hace que las fichas, en algo cabalísticas, se coloquen en ese orden dis­ tinto, pero siempre lógico... Parece que hay un espíritu reservado en cada una de ellas; en el 106 GREGUERIAS SELECTAS grueso de cada una, en su tuétano sustancial, algo como un número infinito de posibilidades y con­ fidencias precisas de todos los destinos. En sus numerosos ojos hay miradas oscuras, y sobre todo, cuando están sus fichas de pie y en espera, refle­ xiona cada una su jugada, s,u disposición, su sig­ nificado y su posición en la oración total de cada juego... ¡ Oh, si rompiese a hablar! Pero sólo nos miran todas a un tiempo con el anhelo de hablar­ nos, dejándonos confusos, embarullados, atentos a todas, sin acabar de comprender, sin articular la verdad que quieren decir. Lo bueno que tiene el dominó es que es un jue­ go silencioso, sin grandes disputas, y sobre todo sin disputas sangrientas, pues no ha pasado nunca que hayan matado a nadie por una disputa en el juego de dominó, como ha sucedido por todos los juegos. El grupo negro de las fichas boca abajo, las da un aspecto enlutado y enmascarado, bajo el que ellas ven sin traslucirse... Ya.se las puede remo­ ver y entrechocar con violencia, que saldrá el juego debido, quizás el mismo muchas veces, aun­ que se las arremoline en varios sentidos, con ver­ dadero cuidado de romper su destino. La serpiente que forman tiene una animada vida propia y larga. Cada anillo de esa serpiente co­ munica su sangre fría a la otra. Hay veces en que dibuja sobre la mesa una línea caprichosa, sinuo­ sa y quebrada, de una sierpe viva que se revuelve con inquietud. Otras veces se alarga, se despere­ za, se distiende, pareciendo que va a salirse fuera 107 RAMON GOMEZ DE LA SERNA de la mesa, que se va a tirar de ella, viva y com­ pacta, por más que después lo recapacite y se re­ pliegue sobre la mesa, aunque parezca que no hay sitio para que se siga desenvolviendo y para que se quede. Esa sierpe de piel moteada, unas veces resulta muy larga, y entonces da gloria verla, como si así hubiese llegado a su perfección, y otras veces resulta y se queda muy corta, y en­ tonces hay algo de abortado en el juego. ¡ Oh sier­ pe rara y chabacana al mismo tiempo, sierpe viva y coleando que es muy molesto tener que desha­ cer al final de cada jugada, rompiendo sus anillos, su viva organización, su apretada lógica! El blanco doble parece que no es una ficha de dominó. Es algo ingenuo y bueno. Es carnal y femenina como las blancas teclas del piano. Es genuinamente doña Tecla. Los dominós de café tienen una experiencia y una dureza trascendentales. Son viejos dominós litúrgicos, más molidos que los otros por los gol­ pes que llevan, más dolidos sus huesos por los martillazos que dan con ellos los parroquianos. El dominó es un juego de alivio de luto, es ale­ gre como el alivio, pero hay algo de duelo en me­ dio de la bagatela que es. El seis doble nos abruma de miradas. El seis doble es el padre. El seis doble es una erupción. El seis doble es un carbonero. El seis doble pesa de un modo terrible. El seis doble nos anubla la vista. El seis doble es como si nos vertiese la tinta encima. El seis doble nos abruma sobre todo como un pecado mortal e inconfesable, del que nos ata­ ros GREGUERIAS SELECTAS raza el remordimiento mientras no logramos salir de la ficha nefasta. El seis doble es la viruela negra. Los cuatros nos miran como chatos sin nariz. El cinco doble es corno dos flores, como dos tré­ boles de cinco pétalos. Donde está la cabeza v el ojo de la gran “soli­ taria” es en el blanco uno. ¡ Oh, cómo vende y compromete a todo el do­ minó la ficha que se mella! Ya no sirve. Es en vano intentar seguir jugando con él. Todo el do­ minó lo sabe, y se vuelve contra ella, la traidora, la delatora. Ella las ha perdido a todas, y ellas que parecían eternas, que eran de hueso para no ser mortales y de cuerno—cuerno civil de pací­ fico cornudo—, tienen que resignarse a perecer. Esa ficha mellada las ha perdido a todas. Esas fichas que nos quedan cuando el juego se cierra, nos quedarán siempre. Son como un saldo de pecados a nuestra cuenta. Será insubsanable, siempre ese débito. Idealmente, puramente, cons­ tará en nosotros esa carga de pintas negras. Se­ rán un residuo y un sobrante inextirpables. El diablo, como en todos los juegos, asoma la oreja en éste, y se burla de nosotros haciendo ga­ nar al contrario cuando él tenía cincuenta fichas y nosotros una. El punto de metal del chatón de cada ficha es su ombligo. El doble ahorcado es algo irreparable, lo más irreparable de lo irreparable. Tener un doble ahor­ cado es algo insubsanable y mortal de necesidad 109 /M.l/O.V GOMKZ DE LA SERNA El cadáver del ahorcado no puede desaparecer; nos obstaculiza de un modo tremendo, y aunque lo ocultemos, él nos delatará y hará que nos co­ jan infraganti de un modo vergonzoso, humillan­ te, impotente. Por el doble ahorcado somos ahor­ cados nosotros mismos, como lo son sobre el ca­ dalso los criminales... Y para que más se parezca a eso lo que nos sucede, todo el dominó ha for­ mado sobre la mesa la L invertida de la horca. Si no apagasen las novias—todas las novias— las cerillas de los novios—de todos los novios— con una puerilidad casi inaguantable, se reduciría a la mitad o a la cuarta parte el gasto universal de cerillas. La raya en que se parten los cabellos de la mu­ jer es algo en que claramente se ve la criatura que es... Blanca, sensata, conmovedora, se mues­ tra en ella, en su caminito blanco, una intimidad adorable... Es un claro sincero en medio del arti­ ficio y de la coquetería enardecedora de sus ca­ bellos... Besar esa raya es señalar la cúspide de nuestra dominación, es poner un beso sensible y penetrante en lo más alto de la mujer para que la recorra hasta los pies,- para que se vuelva más nuestra. La X no es una letra, por más que se empeñen todos... A ese signo se le ha llamado equis, y eso resulta una cosa incongruente... La X es un sig­ no lleno de sí mismo, un signo que se hace a sí IIO GREGUERIAS SELECTAS mismo, es el signo del misterio, agudo, insubsa­ nable, fijo. Es la oreja que se ve del misterio. Los lápices son robados por los genios del aire, 0 por los niños de la sombra, o por el enredoso diablo... Seres misteriosos y apañados roban los lápices para pintar garrapatos en su misterio des­ ocupado... Por cada cien lápices que se tienen, sólo se logran gastar y conservar cinco o seis. ¿Se puede consentir eso de “calzarse un guan­ te”? Esa es una barbaridad incorrecta y disonan­ te que. sólo se les ocurre a los hablistas. Bajo toda su lógica es una insensatez. _ ¡ Oh, ese momento al mediar la tarde en que se pide un.vaso de agua!... ¡Qué desesperanza, qué aburrimiento, que debilidad!... Se pide agua no se sabe por qué, temerosos del alcohol, temerosos de tomar otra decisión, por hacer algo en la in­ decisión, por engañarnos a nosotros mismos, por llamar al timbre al que hubiéramos llamado para otra cosa desconocida e interesante... ¡Y el agua no es nada, absolutamente nada, en esta hora de la ciudad, hora demasiado intelectual y complica­ da, no es nada por no ser el agua calmante de los campos, ni el agua apasionada para la sed apasio­ nada sino el agua para la sed espiritual, para la sed descomedida, para la sed de no se sabe qué! ni RAMON GOMEZ DE LA SERNA Las últimas estrellas que se apagan son los fa­ roles de los serenos. El Alba sopla y los apaga. Después de haber visto tantos niños con los ojos azules nos hemos preguntado: “¿Y cómo es que hay tan pocos hombres y tan pocas mujeres con los ojos azules?...” Pero después de una ligera meditación nos hemos dado cuenta de la gran mortandad de los niños y de cómo, sobre todo, los niños con los ojos azules deben ser los predesti­ nados a la muerte precoz... Tenemos hasta nuestro proyecto de mausoleo... Nos pareció muy bien aquel jarrón s'encillo que perpetuaba discretamente un muerto; pero nos­ otros, para perpetuar la melancolía infinita, frio­ lera y viva que sugieren los muertos queridos, edi­ ficaríamos una fuente sencilla, cuya agua corriese lenta, leve y calladamente en una continua y lar­ ga lágrima. ¿ Cómo puede desaparecer un ciento de tarje­ tas? Resulta inverosímil, y, sin embargo, son ya muchos cientos los que llevamos gastados... Re­ sultan como inagotables en su pequeña caja, y, sin embargo, en seguida se han ido... ¿Cómo? Nues­ tros verdaderos amigos son dos o tres, a los que nunca dimos tarjeta, y recordamos que, cuando más necesarias nos fueron las tarjetas, no había ninguna en nuestra cartera... ¿Qué uso superfluo hicimos de ellas? ¿A qué fantasmas livianos se las dimos? ¡Oscura, estéril, insignificante publi- GREGUERIAS SELECTAS cidad y propaganda!... Se pierden, sin que nadie las lea ni las guarde, hasta las tarjetas de los gran­ des hombres... Vuelan, se van, se inutilizan como las barajas de Casino... Parece que sufren los carros su desvencijamiento, su descaderamiento, ocasionándoles como un dolor de riñones desprendidos, de riñones flo­ tantes... Esas fotografías de las personas a las que han curado unas píldoras estomacales, han sido para nosotros las más irresistibles ilustraciones de los anuncios. Ese sistema de propaganda ha compro­ metido el honor de las fotografías de los grandes hombres y de los aspirantes a la gloria, que pu­ blican los periódicos y las Revistas demasiado de­ masiadamente demasiadas noches. Esas fotogra­ fías de seres anodinos y pasmados han corrompi­ do la publicidad de las otras fotografías, que aunque no sean siempre escogidas, siempre son supenores a las de esa otra humanidad del lado alia del abismo. Esas efigies atónitas han quedado en nosotros como la representación de una huma­ nidad mediocre, obcecada, inmóvil, en cuyos ojos jos y opacos hemos visto la incomprensión, el fanatismo, la vulgaridad más acerba. Algunas nos han dado miedo, como fotografías de criminales o de maniáticos a los que aún les duele su mal bajo la sorda destrucción de la medicina. Fijos en nosotros están algunos de esos desagradables rostros, inconvencibles, impenetrables, nada nues- 112 113 déla Serna: Greguerías. 8 RAMON GOMEZ DE LA SERNA tros ni de nuestras ideas. No abriríamos el perió­ dico el día en que viene uno de esos retratos in­ explicables, retratos de muertos, retratos de gen­ tes a las que duele el estómago. Las viñetas de las Píldoras Orientales serán in­ olvidables. Un poco ha variado la moda entre las primitivas, que representaban una mujer dema­ siado adornada y peripuesta, y las últimas, que representan una mujer procaz, caballuda y cínica, cuyos senos emergen con avanzado descaro. ¿ Qué senos fríos y febricentes son esos que crean estas Píldoras? ¡Oh senos falsos, senos como de una argamasa inferior, pero terriblemente orgullosos! Es preferible ofrecer unos redondos exvotos de cera a la Virgen y esperar unos senos dulces y naturales a usar estas Píldoras ambiguas y arti­ ficiosas. ¿Qué mujeres piden sigilosamente estas Pildoras? ¿Qué senos traidores y enconados son los que brotan de estas Píldoras? Lo quisiéramos saber para huir de su gracia hipócrita, desubstan­ ciada y alevosa. En estos días de Navidad y de últimos de año me rondan recuerdos incongruentes... Largo rato me he parado en los escaparates viendo el árbol de Noel, ese árbol de los Alpes nevados, ante el que es alegre evocar los montes altos y blancos, en los que es tan preciosa esa gallardía y al mis­ mo tiempo esa languidez que tiene en ellos el ár­ bol de Noel... Ratos largos, como los que se em­ plean en ver la hora de todo el mundo en los ma­ 114 GREGUERIAS SELECTAS ravillosos relojes que hay en algunos inusitados escaparates de relojería, he pasado viendo esos árboles de los Alpes, como cóndores dramáticos, convertidos en caseros y bondadosos arbolillos para los niños. Los nacimientos han recrudecido en mí la memoria de esas voluptuosidades y esos amores que brotan de ellos; el olor a esa cera roja de las velas al arder y sobre todo al apagarse; el musgo y su frescura ideal, su frescura inmortal, su suavidad, la especie de cariño y caricia con que trata a los niños; la escarcha y su brillo diaman­ tino e inverosímil de efectos lunares, y entre los muñecos, el tío de las gachas, glotón, sensual, sa­ tisfecho, atiborrado de papillas calientes, adora­ dor de las mozas y sin frío en la noche, y la vieja que hila en su rueca, vieja calladita y santa, ceceadora y antigua, amable y viva como cualquier vie­ ja auténtica, como una vieja de aquellos tiempos y de éstos. Cuando pasamos por los flamantes hotelitos de cuatro puertas apaisadas y amplias de los bombe ros, sentimos un insensato deseo de que el aviso de un incendio haga abrirse las cuatro puertas ins­ tantáneamente, como sucede con algunos juguetes del tiro al blanco, y ver desperdigarse y correr a los carros con su cimera de hombres con cascos imperiales, porque ese espectáculo tiene, por el pánico real que le asiste y por su agilidad, la gra­ cia guerrera de las antiguas legiones romanas... Todo es uno y lo mismo... Las distinguidas mu”5 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS ñecas de los escaparates son en el extranjero del mismo país de esas mujeres seductoras, frágiles e insoportables que anuncian los trajes, los peina­ dos y los corsés en nuestra ciudad... Son del mis­ mo paraíso de elegancias, un paraíso con rostros cursis... Las de Londres, las de París, las de Ña­ póles, como las de todos sitios, se llevan la mano a la cintura con el mismo amaneramiento. Tienen talles tan apretados, tan sin juego v están tan poco elegantes como las demás con sus trajes elegan­ tísimos y costosos... ¡Sólo la vida de la hembra salva a la elegancia, sólo ese elemento movible, fluido, sin encubrimientos y sin pudor, definitivo y fresco, es lo que atrae a través de todo! La pul­ pa femenina es lo que defiende a la mujer del des­ dén, es lo que la hace perdonable, es lo que se busca en el ansia de tronchar y escarbar y rasgar elegancias, esa fervorosa ansia que enardece el amor. Ese hombre que saca la cabeza por la ventanilla del coche, dando una orden al cochero, parece un gracioso polichinela. Los aplausos son siempre fríos para quien sabe entenderlos... El hombre del éxito parece que se caló hasta el alma bajo la lluvia de los aplausos. Al automóvil le queda el relincho del caballo, es decir, tiene el relincho de cincuenta caballos gue­ 116 rreros y fogosos, quizá el relincho fogoso de los hipógrifos. El botón tiene una agonía larga, obsesionante, inacabable... Al verle ir a desprenderse se piensa en mandarle afianzar en seguida, sin dilación... Pero después se olvida, se vuelve a recordar, se vuelve a olvidar, hasta que nos sorprende su caí­ da... “¿Que será irreparable?” No. En la caja de los botones que van almacenando ellas, siempre hay alguno parecido si no igual. Cada losa de las aceras es una losa funeraria... No sabemos por qué pensamos esto, pero desde que lo pensamos por primera vez lo hemos vuelto a pensar muchas veces, como si se concertase bien esa idea con esas piedras anchas y desiguales y con los supuestos muertos anónimos, que "primero fueron transeúntes sobre esas piedras y que des­ pués cayeron bajo ellas... i Oh, esas “maravillosas” vestidas de blanco, del verano! Su rango es magnífico. La cursi lleva, un desnudo exaltado y provoca una. tentación rara su virginidad, pues están las cursis como más eleva­ das al trono de las Vírgenes. No se sabe por qué se las llama cursis”, tan llenas como están de un gran deliquio de elegancia y de tanto aire de sun­ tuosidad... Es como si llamásemos santo a quien llevase una aureola de oro, en vez de llamárselo a quien por su ingenuo fervor, desprovisto de esa rica presea pero extasiado, consiguiese la luz sua­ 117 RAMON GOMEZ DE LA SERNA ve, inmaterial e incierta de una aureola verdade­ ra y vaga... Sólo son cursis las que siéndolo se meten demasiado cruelmente con las otras. A veces la pipa adquiere valor en el rostro lar­ go y anguloso de los ingleses... No porque esos hombres, en los que la pipa resulta interesante, sean geniales, sino porque la pipa hace cerrar la expresión, hace apretar y contraer todo el rostro, hace aparentar un gesto perspicaz, y profundo, aguza la expresión, parece que da más olfato y parece que supone en el que la fuma como un se­ creto de fuego y de viva inteligencia... Eso es lo que ha hecho renombradas las pipas inglesas, no el que la pipa inglesa sea una notabilidad, pues quizás es ese el sitio en donde son más caras y más mediocres... No es extraordinaria la pipa in­ glesa, no; lo extraordinario o la extraordinaria es a veces la pipa del inglés, pipa personal e intrans­ ferible. La mujer de rostro de ave abunda mucho en el mundo... Esa variedad pintoresca de las gallinas se sorprende en todas las calles, mirando a esas mujeres afiladas, con el cuello salido y^expresión cautelosa y solemne de las gallinas. GREGUERIAS SELECTAS todos los hombres fuman con ese grave vicio, ma­ reados, insensibles, anonadados, embotados, fríos ante el espectáculo' de la vida y de la gran ciudad, que no es, como debiera ser, objeto de su creación y su capricho... La pipa no es, como el cigarrillo, una cosa efímera; la pipa toma vida del hombre, hay en ella una imaginación, una facultad de ob­ servación que se corresponde con la del hombre, y cuando ella arde la conciencia personal del fu­ mador toma nuevo incremento... Fumando en pipa se tiene una dominación de sí mismo y al mismo tiempo un abandono de sí mismo perfectos, se es más reconcentrado, más entero, menos encarniza­ do, es decir, más trivial... La vida entra en la pipa y se consume en ella... Para dominar una gran ciudad, para conocerla, para penetrarla de arriba a abajo, para tener de ella la idea irregu­ lar, varia y movible que corresponde, nada como pasar por ella fumando en pipa... Esto no quiere decir que alguien, por excepción, no consiga esto sin fumar en pipa, ni que lo consiga nadie de los que fumen en pipa. El fumar en pipa sin tener pensamientos, sin idear algo extraordinario y renovador, el fumar por fumar, sin inscribir ante uno el sentido mo­ mentáneo e irónico de la vida en el humo, es de un artificio maquinal, vicioso, obstinado... Casi Hay una sonrisa de mujer, una sonrisa que bro­ ta de las lágrimas, y que se puede llamar “sonrisa de medio cuerno”, porque parece que asoma en el rostro sombrío de la que llora la luz de ese medio cuerno de luna que aparece al entreabrirse las nu­ bes y que, argentino y feliz, promete ya toda l'a alegría, toda ¡a radiante y entera alegría lunar, al mismo tiempo que un cielo más despejado que nunca. 118 rig RAMON GOMEZ DE LA SERNA Unos zapatos que nunca debes usar, mujer, son los zapatos de beata, y aun menos las botas de beata. Los cocineros, los marmitones, con su traje blanco y su gran gorro, son unos muñecos de cartón, unos muñecos de feria. Da pena cuando en los grandes monumentos desmontan las grúas y los castillos de hierro que sirvieron para elevarles. ¡ Si eso era lo único bello que se destacaba y estaba bien erigido! Hasta que una vez no quede esa armazón convertida en mo­ numento no se habrá reparado el mal. Sobre las murallas, la luna parece dar un salto de trampolín; y así, al verla desde abajo de las murallas, se la ve más alta. En el camino, de todo hay conversaciones. Yo, viendo tratar un negocio monótono o viendo la amistad de dos seres insignificantes, veía algo su­ perior a lo que realmente presenciaba. ¿Qué ha­ bía sobre el negocio o sobre el acompañamiento ? Yo sentía que algo más rico que lo que aparen­ temente se veía les regalaba a aquellos hombres, hasta que me di cuenta: aquello que era superior al resto era la conversación que sostenían. Ello?, no lo saben; ellos, después de compensarse con la conversación más que lo merecen, dicen del que se marcha: “Es imbécil.” Ellos olvidan que di­ jera una cosa u otra—que eso no importa—, han 120 GREQUERIAS SELECTAS conversando con aquel hombre, y la llama azul del alcohol humano, que es la conversación, les ha emocionado, les ha resarcido, les ha dado un es­ pectáculo en que el otro siempre ha sido un cola­ borador inapreciable, dijese lo que quisiera, tratárase de lo que se tratara. Oir de pronto, impensadamente, el reloj que lle­ vamos en el chaleco, a través del chaleco y del olvido de la distracción de la hora en que solemos vivir, es un mal síntoma... Una profunda enfer­ medad, una enfermedad que nos agrava y nos ahonda, es lo que nos anuncia ese repentino aper­ cibimiento del reloj sepultado... ¿Qué aburrimien­ to maléfico y exantemático o qué fiebre o qué re­ crudecimiento de la conciencia nos anuncia el que ej tic-tac sutil del reloj nos haya traspasado ? Ha sido como si un termómetro más sensible que el termómetro más sensible nos hubiese sorprendido con una subida acelerada. ¡ Pobre del que sin pro­ ponérselo oiga toda su vida los relojes escondi­ dos ! ¡ Pobre enfermo crónico de la peor enfer­ medad ! Hemos pensado, viendo a las mujeres entrar por las pequeñas puertas de las iglesias, en esa po­ sible mujer abnegada que, sin perder tiempo, du­ rante todos ios instantes de su vida, sin pequeñas treguas, recita y recita esa oración a la que están concedidas tantas indulgencias y va sumando días y días de indulgencias, años y años, siglos y si­ glos, millares de siglos y millares de siglos, incan­ 121 RAMON GOMEZ DE LA SERNA sablemente, innumerablemente, -hasta conseguir para su muerto una eternidad de indulgencias, la imposible eternidad, toda ella... ¡Oh, hasta qué punto puede ser constante una mujer! La escoba es simpática: las de los barrenderos, que ellos a veces se echan al hombro yendo de­ lante del que les sigue con la carretilla, represen­ tan las “mangas parroquiales” en la solemnidad del entierro de la basura; las de los guardabos­ ques y los jardineros, son arbolitos domesticados, arbolitos del otoño, especies de puercos espines ; y sobre todo, las de las casas son sencillas y acu­ sadas... Estas escobas caseras son la astas de las banderas de los tejados, son escopetas para los niños y verdaderas escopetas contra las negras correderas... Son alegres. Son lo que más se apura, y a veces, cuando se las deja para el re­ trete, su tragedia es infinita. El librero parece, un hombre sapientísimo, pero es el hombre que no ha leído ningún libro, así como el anticuario, que vive de las antigüedades, es el que no sabe nada de antigüedades. El librero sabe sólo los títulos: es el erudito infraganti. Las plumas estilográficas están llenas de ton­ tería. Es el peor regalo que se puede hacer a un joven. Harán profesional y retestinada su tonte­ ría, y le harán escribir cartas sin sentido. ¡ Cui­ dado con las plumas estilográficas! 122 GREGUERÍAS SELECTAS Hasta las casas desalquiladas están más tristes los domingos, porque se quedan más espantosa­ mente desalquiladas. Los cardíacos parece que van a morirse y no se mueren, y pasan los días como si fuesen a vívít siempre, pero el peligro nunca acaba... Se oye su corazón como el ruido que se arma en el pecho de los muñecos y que se mueve mientras la cuerda dura, un ruido ratonero, un ruido de resortes y de hojalata... Ante los cardíacos siempre se está esperando que la cuerda acabe de sonar, que de pronto se queden quietos, con esa instantánea ri­ gidez con que los muñecos se paran; pero a veces su cuerda dura más que la nuestra (¡ olé los car­ díacos!)... Unos son buenos y otros se gozan en asustar a los demás; y esos son los cardíacos que, aun siendo cardíacos, no tienen corazón. Debe haber una rubia de un rubio rojo, inau­ dita, cegadora de. blanca y de rubia, enloquece­ dora-con los trajes negros... Yo la veo matando al desnudarse, matando sólo con dejarse ver, ma­ tando de deslumbración. Pienso en que hay alguien que muere en la ma­ ñana sin que nadie sepa por qué... Y es que ha muerto ahogado de pereza, llena su cabeza del resplandor meloso y cordial, los ojos hinchados de esa suave luz, la frente abombada y extrava­ sada de pereza, porque la cabeza es lo que más recoge la alegría de esa muerte y esa renunciá­ is RAMON GOMEZ DE LA SERNA ción de la pereza. ¿ Estarán en lo cierto esos sui­ cidas, esos ahogados? ¿Será ese el ideal final con el que siempre estamos disputando? _ En el otro mundo se debe respirar mejor. Res­ piraremos sin pulmones a pleno aire. . Los envenenados de arsénico quedan con la pu­ pila dilatada toda la eternidad... Por eso no se debe elegir el arsénico para envenenar a nadie. ¡ Evitemos el espanto de esas pupilas dilatadas por los siglos de los siglos! (í Basta decir “cornamusa” para que suene la cornamusa” con ese son prolongado y elegiaco que llena los valles y los bosques... Eso de “cor­ namusa” levanta una melancolía extraña llena de ecos. Los galgos son la tierra que se alarga y corre, corre como si se hubiese levantado el lomo de tie­ rra que queda entre los surcos que hace el arado en las tierras... Hay que fomentar los galgos para que no muera ese espíritu largo y suspicaz, ese espíritu espontáneo y vivo de la tierra que son. El gabán debe ser del color de la lluvia o del color del tiempo. Sólo algunos miserables tienen de esos supremos y perfectos gabanes. , En los jardines, yendo paseando, sin malicia nemos pensado, mirando al ama de cría que lleva 124 GREGUERIAS SELECTAS un niño en brazos y viendo que el niño lleva ata­ do a la muñeca el hilo de un gran globo azul que flota sobre él, en el terrible conflicto de que el niño se escape al cielo llevado por la fuerza as­ cendente de su inquieto globo azul... ¡Qué gritos llenarían el jardín! ¡Qué bonita y qué curiosa as­ censión! ¡Qué cara pondría el ama!... Y después consolarían a la madre con eso de “al fin y al cabo un ángel que ha subido al cielo”. La frase más tremenda que se ha inventado es esa de “Per in sécula seculorum”... Al oírla, nos quedamos flacos, turulatos y arrinconados, como si el trueno hubiese sonado sobre nuestro techo y se hubiese ido rodando por los cielos vacíos de! tiempo. “Per in sécula seculorum” parece dicho por la boca mellada de la muerte y con su voz aguardentosa... ¡Abominable “Per in sécula se­ culorum”! Hay unos hombres que andan de una manera particular, como si llevasen botas de madera, ma­ cizas botas de madera, botas en las que parece que va más la horma que el pie. Los pimientos tienen el aspecto de ser las len­ guas gordas de la tierra, a veces picantes lenguas de verdulera. Las tiendas de préstamos están ahogadas de nos­ 125 RAMON GOMEZ DE ,LA SERNA talgias, de un enrarecido aire de nostalgias que hincha al prestamista y le mata. Las zapaterías tienen un grato perfume... Los pies, al entrar en ellas, se alegran como pequeños perritos a los que se halaga en sus concupiscen­ cias, de tal modo, que el dedo gordo se mueve dentro de la bota como una oreja alegre... El za­ patero les hace caso como a los falderillos de los que conoce las flaquezas y las manías... ¡Qué di­ fícil política la de los zapateros, y con qué difícil dignidad cumplen su cometido! Y los zapatos nue­ vos ¡qué rejuvenecedores son y cómo ponen en camino de cosas inesperadas! El león debía tomar quinina, mucha quinina, para que se le acabe la terrible calentura que le da todos los días. Todos, en el fondo, al fin y al cabo, verdadera­ mente, seremos chatos, y por eso no hay que dar demasiada importancia a las narices. ¡ Con qué vida disimulada se desarrugan los pa­ peles arrugados! Suenan como un animal que se mueve, que se despereza, y a veces se abren, se desarrugan decididamente en el cesto de los pa­ peles como una almeja en el agua marina. El filósofo debe llevar el paraguas sin envolver, suelto, desabrochado, rústico, rebelde. 126 GREGUERIAS SELECTAS Los bolinches de la cama son los niños peque­ ños de la cama. —1* No se deben guardar esos pedazos de papel blanco que sobran a las cartas y a los grandes pliegos de los que no se ha necesitado más que un pedazo. Por ahí se empieza. Ese montón de pape­ les desiguales de tamaño y color es el comienzo de lo que no debe comenzar. ¿ Quién nos ha hecho que nos despertemos tan temprano, precisamente a esa hora tan desusada y tan ingrata en que nos debíamos despertar?... Las gentes dicen que las ánimas. ¡Ingratitud!... ¿Por qué no hemos de agradecer a nuestra ánima todo lo que hace anónimamente, pero indudablemente? i Ingratitud! En la luna están siempre en plena sesión de cinematógrafo público... De la luna nos ha veni­ do a nosotros eso del cinematógrafo. Esa mujer asomada en el alto balcón y que se destaca sobre las nubes negras, parece una náu­ fraga, que debiera llamarnos para que la abrazá­ ramos en medio del naufragio. ¡ Vanas náufragas en el cielo y náufragas en la tierra, que no saben tener la decisión desesperada del placer en medio del instante y cotidiano naufragio! Sentimos en la madrugada, llenos de una pro­ funda sed de alcoholes extraños, con qué matar el 127 RAMON GOMEZ DE LA SERNA gusanillo de la madrugada, que en las farmacias, que es lo único que permanece abierto, debían dar algo que sirviese para eso, algo como “alcohol al­ canforado” o “esencia de trementina”. El violón es una mujer madura a la que hur­ gan en el alma... El violoncello, una mujer de cerca de treinta años a la que hacen lo mismo... El violín, una niña a la que se hacen cosquillas inefables. Los botines son feos, majaderos, de una pre­ sunción animal, porque dan al pie una apariencia de pezuña, una estructura de pezuña. Un efecto de color y de luz que no se podrá imitar nunca es, bajo un sol de mediodía, el efec­ to de un ciprés sobre una tapia enjalbegada de nuevo... El efecto de ese verde concentrado y recio del ciprés sobre el blanco, en que la cal vive y se enciende bajo el sol, es de una exaltación delirante. El gas de los faroles públicos, que a veces se produce con una queja amarga, responde como a la queja de las cosas lejanas y hundidas, y sobre todo, a la queja de los trenes lejanos, a la queja de sus pitidos y a la queja con que hieren los rails en algunas revueltas. No hay cosa más penosa, más fieramente peno­ sa, que ver al león y a la leona encerrados en dis­ 128 GREGUERIAS SELECTAS tinta jaula, husmeándose, dando paseos obcecados junto a la pared que los separa, sintiéndose tan cerca y tan imposiblemente lejanos... Nos atre­ veríamos a abrir de buena gana su puertecita de comunicación, a sabiendas de que no nos pasaría rada, porque antes que a devorarnos acudirían a abrazarse. Cuando aquella mañana escribió ella su nom­ bre en el cristal esmerilado por el vaho de la no­ che, se desprendió una lágrima de cada letra, que corrió por las mejillas del cristal... Aquellas lá­ grimas en que se deshicieron los nombres nos de­ jaron perplejos, mustios, sospechando que, bajo nuestra condescendencia, la vida no sería condes­ cendiente. y que bajo nuestro deseo de fidelidad estaba la infidelidad y el olvido. A la luna sucia, amarillenta, trasparente, tras­ lúcida. un poco apagada, de algunas noches, se la mira como a un reloj de Ayuntamiento, buscando la hora, las manillas, las cifras romanas del horario. Las mujeres se quisieran subir las medias como las niñas, con ese gesto decidido y rápido de le­ vantar la falda hasta el muslo—siempre ajamona­ do—, y tirar de la liga y de la media. La luna dando de lleno, plenamente, en la casa dormida, parece que saca o seca el sueño de la casa, parece que lo evapora, parece que dará a los 12§ G. de la Serna: Greguerías. I) RAMON GOMEZ DE LA SERNA que duermen una terrible insolación de luna... Bajo este deslumbramiento de luna se debe dor­ mir mal, como cuando le miran a uno mientras duerme. Nuestros ojos tienen algo de mariposas de luz... Se nos van a las bombillas, se fijan en ellas, se •queman en ellas constantemente, y sólo cuando están ya requemados, cuando ya llevan la huella candante, cuando ya tienen encima la “catarata” y la “nube” de luz, vuelven a nosotros. Los animales pequeños como las moscas no 'comprenden el cristal... Se sorprenden de ver fue­ ra el cielo y el aire, sin poder, sin embargo, al­ canzarlos, y aspiran durante largas horas a volar, atravesando la diafanidad del cristal... Una jau­ la de cristal volverá loco a un pájaro... El cristal es uno de los hallazgos más sutiles y más invero­ símiles del hombre. Es más una idea que una cosa. Por eso no encontramos medio de indicar que hay un cristal al animal que se empeña en pasarlo. El retrasar un reloj parece que nos duele atroz­ mente, que contraría la marcha del corazón, que ■desarregla y hace andar hacia atrás algo en nos­ otros... Es como una contramarcha que sufre el espíritu. Perdemos indudablemente un día posible. “Mercader”... ¡Qué palabra más gráfica y más ■oportuna! El uso ha exaltado más otras palabras sinónimas de esa palabra, otras palabras de una 130 GREGUERIAS SELECTAS elegancia horteril, como “comerciante”, “indus­ trial”, “tendero”... Pero nada como “merca­ der”... Mercader, que es fuerte y universal, con­ tiene todo el significado de la palabra, toda la fuerza de rapiña, de triunfo, de constancia, de falsa humildad, de fondo emprendedor que debe verse en esa palabra... Yo quisiera acordarme de esto, para decir siempre “mercader” cuando es oportuno. Nos indigna al pasar por los palacios el ver esa costumbre ruin de abrir las puertas accesorias y no las principales... Parece como si temiesen que por el gran marco, por la gran abertura de la puer­ ta principal, se les escapase la riqueza del pala­ cio... ¡Avaros sórdidos! ¿ Por qué puerta nos asomamos de pronto en el pensamiento? En el laberinto hemos encontrado una salida—quizás la puerta por donde entra­ mos al ir a nacer—, pero la hemos perdido en seguida, y ya siempre la estamos buscando en balde, porque sólo una casualidad inenconfrable nos ha hecho pasar junto a ella. Esa maleta que durante algún tiempo, después del último viaje, queda en un rincón del pasillo, incita a los viajes, desconcierta, apremia, pide otra vez sus cosas con urgencia, con las prisas de ce­ rrarla, para llegar al tren. Tanta lata nos da, tan­ ta monserga, que ordenamos imperiosamente: 131 RAMOR GOMEZ DE LA BERRA “Pronto... Esta maleta... Oue la suban a la bu­ hardilla.” ¡ Qué triste, qué densamente triste debe ser no comer en ese silencio que se hace a las dos en la ciudad, todos sus moradores en el comedor blin­ dado y remoto a la calle!... Los hambrientos se deben sentir anonadados, llenos de irresolución y de una congoja mortal... El hambre de noche tie­ ne más recursos, es por lo menos más trágica, más fantástica, no es tan atónita, tan evidente, tan me­ ridiana, tan insolublemente meridiana. A veces el rayo, un rayo íntimo y personal, aje­ no a los rayos celestiales, aparece en nuestros ojos... En la noche, en la oscuridad, cansados, abrumados, cuando estamos temiendo no poder­ nos dormir nunca por haber ido tan allá, temiendo en la cama ese calambre que se teme nadando en el mar, ese calambre después del que nos hundi­ ríamos y nos ahogaríamos en la cama sin poder pedir auxilio y sin poder nadar, suele surgir en los ojos llenos de sombra ese rayo extraño, esa lumbrarada amarilla, esa lombriz zigzagueante que parece que nos ha matado con muerte subitánea. GREGUERIAS SELECTAS cial en jugar con una barrita de lacre, nos la co­ meríamos, debía chuparse, debía servir para otras cosas. Es raro entrever, al pasar en el raudo tranvía, muchas lunas distintas colgadas en el cénit de las bocacalles transversales al tranvía y paralelas en­ tre sí... Parece que, como para solemnizar unas ideales fiestas de barrio, hubiera colocado el Ayun­ tamiento una. luna en cada bocacalle... En la rá­ pida visión de todas las lunas de todas las boca­ calles de esos trayectos llegan a unirse todas las lunas y se forma en nuestra imaginación como una guirnalda de lunas ciudadanas. Algo debíamos repetir en nuestra vida todos los días con toda solemnidad. Necesitamos un nuevo Padrenuestro de acuerdo con nuestras circunstan­ cias y nuestras ideas. Esas botellas doradas, con borlas de seda al cuello, son el regalo más suntuoso de la creación, el regalo que compran las pobres gentes que se fascinan ingenuamente... ¡Botellas irresistibles, angustiosas, augustas botellas del rey Midas, con un vino malo lleno de gusto a purpurina! El lacre es el objeto más de lujo que se tiene entre manos... No el lacre para los certificados, sino el lacre para los sellos superfluos de las sor­ tijas, el lacre que no sabemos cómo emplear, pero cuya barra, dispuesta a derretirse, da una masa de blandura grata y dócil... Hay un gusto espe­ ¡Oh, se nos ha caído la pluma al suelo!... Mira­ mos profundamente consternados al abismo dei suelo, porque esa caída de la pluma ya sabemos lo que significa de irreparable... La pluma se ha matado, porque la pluma siempre cae de punta, r 132 US RAMON GOMEZ DE LA SERNA de cabeza, como los hombres cuando se tiran de un balcón. Los reloj itos de las criadas llevan una vida tristoncita, penosa, perdida en un rincón... Sin em­ bargo, a ellas las enorgullecen, las hacen como dueñas de su tiempo, se los llevan al oído como niños, están muy alegres de tener reloj... Los relojitos de las criadas andan muy despacio, muy trabajosamente, muy oprimidos en el fondo de Iosbaúles. Sólo los domingos los sacan a paseo col­ gando de las largas cadenas, y entonces las desco­ razonan, porque andan muy de prisa y llegan al anochecido como locos, como ingratos. El periódico comprado en la mañana sabe a pan reciente o a churro caliente... Nos alimenta como el desayuno, como una ayuda del desayuno, como una clase especial de picato-ste en que se mezcla el pan de Vien-a con el candeal y con el pan de Rusia y con los panes de todos los países pudiendo por eso llamársele como al pan francés se le llama pan francés, pan universal. GREGUERIAS SELECTAS ' ’ talón suena al andar, como si apretasen y chafa­ sen el aire comprimido en sus grandes potras; y esos otros que huelen a liebre bravia, a tomillo, a fondo de panera; y esas viejas que se van reco­ miendo y masticando la boca sumida! Los corderos y todos los animales muertos col­ gados de los garfios de las carnicerías tienen algode crucificados con el Inri sobre ellos, un Inri. ideal y un Inri real que puede ser, si se quiere, la etiqueta que cuelga de ellos con el precio del kilo de su carne... Su crucificaron, además, tiene algo más oprobioso, y es que están colgados boca abajo. El meternos en la cama tiene algo de tirarse a la ola, de lanzarse en el rizo de la ola fría, viva, encantadora, que rompe sobre nosotros. La libra de chocolate tiene algo geométrico, ca­ tegórico, apodictico... Da pena descomponer la unidad de medida, que es lo que hay de cosa tra­ dicional y bien hallada en ella... Se la quita una onza y ¡ adiós, libra diez y seis veces esterlina! Esa agua, que hierve demasiado me arredra-.,. No debe dejarse hervir el agua incesantemente, porque padece algo con eso, porque sufre induda­ blemente el agua... Hay que tener conciencia... Hay que tenerla hasta el punto de separar toda olla que lleva hirviendo mucho, y sobre todo, esas marmi­ tas que dejan las cocineras al acostarse, hirviendo-, sin objeto, sólo porque queda lumbre en la horni­ lla... Eso ya es infernal y escandaloso. ¿Cómo no pensarán que algo como un alma es cocido y re­ cocido y requetecocido atrozmente ? ¡Qué tipos más campesinos y qué de los cami­ nos de aldea son esos hombres potrosos cuyo pan­ Esos paseos que damos por los descansillos de la escalera mientras nos abren la puerta de nues- 134 135 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS Ira casa, son unos paseos que nos cercioran de todo el cuotidianismo de la vida, de la casera realidaa de nuestra vida, y dan lugar a simples meditacio­ nes que aumentan nuestra sensatez. o sueltas y solas sobre una silla, tienen un aire suficiente de distinción y de languidez, un aire de guardar unos senos propios y una gran tersura y una gran feminidad propia. La mujer, como las luces de gas, con camisa luce michísimo más... La invención de la camisa dió todo su esplendor al desnudo mate y de una luz sorda y cruda como la llama de gas, antes un poco perdida, distraída, de una crudeza sin irra­ diación y sin blanca intensidad, por falta de con­ centración, cuando no se había inventado su ca­ misa. ¡Abominables cuadernos con la tabla de sumar, de restar o de multiplicar en el respaldo!... De pe­ queños tuvimos que aceptarlos, pero de mayores no aceptaremos ninguno... ¡Qué disolución y qué trituración no hizo en nuestra imaginación ese mercurio en bolitas de los números! Aún danzan duros, pequeñitos y numerosos en nuestra sangre los números, los guiones, las cruces y las aspas, sin posible asimilación, sin unirse al torrente cir­ culatorio, a la sangre apasionada, sentimental, dulce y diáfana, que es lo verdaderamente orgá­ nico de nuestra vida. Al hombre del bastón de hierro se le reconoce en seguida... Todo en él proclama ese bastón te­ rrible, esa anua sorda, de temeroso, de cobarde, de malintencionado... No sabemos tener amistad con los hombres sórdidos de bastón de hierro... Sólo una excepción haremos con los peritos calí­ grafos, que llevan bastón de hierro para conser­ var el pulso y con los que quieren matar con el bastón de hierro a los hombres de bastón de hierro. Eso de arte culinario es algo impropio, es una cosa indecente que levanta el estómago. ¡ Valiente e inoportuno título del arte de las comidas! Re­ sulta como decir algo sucio sin tener en cuenta que se está en la mesa. Esos instrumentos de viento son repugnantes... Descomponen toda la belleza del concierto desa­ livándose de vez en cuando sin ningún pudor v sin ningún recato... Caracoles de baba repugnan­ te los trombones acaracolados, y repugnantes tam­ bién los demás instrumentos que, como las pipas sucias que el fumador desatasca en público, lim­ pia con ensañamiento el músico con un trapito largo... Hay blusas que en su escaparate, en su armario Las caperuzas de paja que cubren a veces las botellas son un bello y abrigado traje de ellas, quizás como su gabán de pieles... Esas caperuzas de paja de las botellas las dan una gran alcurnia, 136 137 RAMON GOMEZ DE LA SERNA un gran misterio, una gran apariencia... Es gra­ cioso desnudarlas y descubrirlas con un alarde de prestidigitación. A veces, los pobres seres humanos bostezan con un bostezo de perro, con una nota atiplada y pe­ netrante que escalofría... ¡Desgarrador bostezo ese que a veces lanzan los hombres, y que es más terrible que en los perros y destempla más por­ que es mucho más grave en el alma de los hom­ bres ! ¡ Cómo demuestra lo perrunos que son en el fondo! ¡ Qué fácil sería descomponer las glorias huma­ nas más trascendentales, como, por ejemplo, la del descubrimiento de América! Así resulta, a poco que se piense, que los pájaros tenian descu­ bierta América, que fueron los primeros que la descubrieron; porque, ¡a saber cuántos pájaros europeos encontraron antes que Colón los árboles robustos y pletóricos de la América y colonizaron aquello! Sobre la misma coronilla de Colón, en la hora en que se admiraba de su descubrimiento, a algún pájaro irónico le debió brillar una sonrisa en los ojos... ¿Pues y la luz? ¡Cuánto hacia que la tenia descubierta la luciérnaga!... Y así, ¡cuán­ tas cosas! Para trabajar hay que quitarse la sortija, que es como un grillete que contiene, que distrae, que no 138 GREGUERIAS SELECTAS deja toda la libertad. Mi prosa libre necesita has­ ta estar desajustada de eso. ¿Y por qué los animales paren con el dolor de su vientre también? ¿Es que quizás pesa sobre ellos la misma maldición gitana porque al ver a Eva probar la exquisita fruta se les ocurrió tam­ bién a ellos probarla ? ¿ Es que resultará ahora que en el principio fueron los hombres los que per­ virtieron a los animales? Verdaderamente, hemos hecho mal en dejar de buscar las vueltas a la Biblia. La luna es la mujer impúdica y adúltera... Con la hipocresía de la mujer coqueta y adúltera, está sobre nosotros y como con nosotros, y, sin embar­ go, está en otra parte, a solas con otro, con otros; así, duerme con los negros, con los amarillos, con los de color de chocolate, con los aceitunados, con todos. ¡ Oué sucios y de qué remota merienda hablan estos papeles que envolvieron las tortillas, el cho­ rizo y la carne empanada—carne vestida de gran soirée—y que vuelan desprendidos y engurruñidos por los jardines públicos!... Son una grave mácu­ la del jardín con sus manchas de grasa... ¿Quién los barrerá alguna vez? ¿Quién los barrerá nun­ ca ? ¡ Cómo ensucian el campo! ¡Qué vergüenza debe sufrir ese jovencito ele­ gante empleado en la sastrería y que pasa llevan- RAMON GOMEZ DE LA SERNA ■do una prenda que no es suya!... Le denuncia eí modo de llevarla, el que ni para ir al teatro se llevan unos pantalones doblados al brazo ni dos gabanes... ¡Qué lástima! Sin esas prendas al bra­ zo, con un solo gabán, parecerían unos jóvenes con carrera y con posición y podrían enamorar y casarse con una ricachona. Se entra y se sale de comprar un décimo como de casa de una barata mujer libre. A las dos de la noche vuelven de los musichalls y de los grandes casinos los hombres de smo­ king y los de frac, pero al mismo tiempo vuelven también otros caballeros con chalecos, camisas de frac y a veces chaquetas cortas de smoking, que hacen la caricatura de los dandys...: los camare­ ros de café. Se concede más tiempo, más fiesta, y más aten­ ción a la víspera que a la fiesta. GREGUERIAS SELECTAS en el ocaso, el mayor placer es que nos sentimos libres para toda la noche... Ese placer algunas veces se llena de melancolía, porque no sabemos qué hacer con tan excesiva libertad. ■Cuando la luz baja de pronto en las lámparas eléctricas, nos llevamos un susto sofocado, por­ que pensamos si nuestra mirada o nuestra alma o nuestra vida son las que han titubeado, las que se han amenguado, las que han perdido luz, las que han estado en un tris de morir, de apagarse, de fundirse. ¿ Qué mayor melancolía que la de un perro que entorna los ojós y da un rictus largo y amargo a su boca?... Durero, en su cuadro “La Melanco­ lía”, colocó un perro así, sabiendo lo que se hacía. En los juegos del amor siempre se tropieza con la nariz de la mujer. “¡Pobrecita! ¿Te has hecho mucho daño?...” Cuando el sol, el gran cacique, se ha acostado Esas balanzas públicas en las que se echan diez céntimos y se ve lo que se pesa, son, más que nada, una cosa tradicional... Engañan, no rigen, no coin­ ciden unas con otras, pero siempre hay gente nue­ va que cae en su plataforma... Se siente una gran curiosidad por verlas moverse, y es gracioso, cuan­ do no rigen, ver cómo las maltrata el engañado, cómo las pega ■ fuertes puñetazos, y tendría una grave cuestión con ellas si, validas de su fuerza, no le despreciasen, erguidas, sostenidas a pie fir­ 140 141 Son antipáticas y descaradas las casas sin alero, y en ellas pierde la fachada la expresión, como los hombres sin cejas. El arroz a la milanesa exhala una gran alegría y un gran optimismo en los días grises... Ese ama­ rillo que pone el azafrán en él, hace que sugiera el apetito de los días alegres, de los días de sol. RAMON GOMEZ DE LA SERNA me, eternas... Ellas tragando dinero ahorran y ahorran, porque nunca hemos visto que su dueño las abra y las cuide... Parece que están en comu­ nicación con una mina secreta que hay bajo ellas y que está ya llena de calderilla, mucha de ella falsa, casi toda falsa, porque lo admiten todo; y es gracioso verlas pesar gratis al que las ha echa­ do una moneda falsa, ya que en ellas es donde se puede echar más impunemente una moneda de plomo... Pero cuando se echa una moneda falsa, .¿no se podrá desconfiar de que el peso sea ver..dadero? La varita que cortamos distraídamente en los campos, se encariña tanto con nosotros y a la vez nos encariñamos tanto con ella, que no la dejamos de la mano, como a una niña queri­ da... Haríamos con ella un bastón; pero no sirve, es frágil, inconsistente y pobre para bastón. Y, sin embargo, ¡ es tan garbosa, tan recta, tan ingenua, tan sencilla!... La conservamos todo lo que pode­ mos, pero al fin la perdemos con ingratitud. GREGUERIAS SELECTAS das infraganti en su inocencia y en su calidad de monjas bobas. Cuando caen la falda de barros y las enaguas de una mujer y quedan plegadas con descuido y haciendo un redondel en el suelo, se presencia la Ascensión de Nuestra Señora sobre una nube de ropas nubosas, y como si entre esa nube que la sostiene como a las Concepciones, hubiese también cabezas de ángeles... Después de esa ascensión todo es descendimiento. En el acto de dar dinero a una mujer, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano de­ recha. ¿Quién juega misteriosamente a los bolos en el piso de arriba? De noche, sobre todo, hemos sen­ tido en nuestro techo, promovidos por el vecino de encima, ruidos misteriosos, algo así como un “arrastrar de cráneos y de cadenas”, como dicen los cuentos de niños. ¿ En ese tren descarrilado habían emprendido su viaje de novios algunos recién casados?... Eso se­ ria lo terrible, aun cuando eso haría eterna su luna de miel. Lo que más le duele al náufrago, indudable­ mente, es no poder contar cómo pasó “aquello”, cómo se ahogó. “¡Oh, mi peinado!”, dicen ellas, desrizado y en­ treabierto el flequillo, desnuda su frente y despe­ jado su rostro, tomando así un aspecto de madra­ zas, de mujeres familiares y sin coquetería cogi­ Nunca pierden su peineta, siempre se la vuel­ ven a encontrar, intacta, bien en las axilas de los 'sofás o en el fondo del lecho levantado, revuelto 142 U3 RAMON GOMEZ DE DA SERNA GREGUERIAS SERECTAS y apisonado, en el que parece mentira que no se haya roto. cado un animal tan grande e ingente, necesita pre­ visoramente estar encadenado. Hay pensamientos consoladores, aclaradores y distraídos, como éste: “El sexo daría interés a un peñasco.” Con sus besos, ella preparaba todas esas dulce­ rías de las recetas exquisitas: “bienmesabe de biz­ cocho”, “melindres de azúcar”, “delicias”, “alfa­ jores”, “almojabares”, “hidromiel” y tantas y tantas recetas distintas. ¿Por qué no hacen todos los caramelos de anís y menta, ya que todos se disputan y prefieren los de menta y anís? ¡ Oh, qué arrugas hace el corsé en la carne! ¡ Qué destemplanza y qué lástima nos entra al verlas, como si presenciásemos' huellas sangrien­ tas, huellas dolorosas, cardenales profundos, ara­ ñazos esbozados!... Pero al poco rato se ve que no eran nada, que se borran fácilmente, que se han ido. Las máquinas que apisonan las piedras y la gra­ va de los paseos, esas máquinas lentas que lo pue­ den laminar todo, que tienen unas grandes y an­ chas ruedas que plancharían como un traje al hombre que cogiesen debajo, son truculentas, son las más grandes maquinarias de batalla que he­ mos visto... De pequeños, nuestro pasmo ante ellas era mayúsculo, y nos parábamos para verlas pasar pasicortas—¿ cómo iban a correr con su mole tremenda?—, asmáticas, pero domesticadas y car­ gadas de ruidosas cadenas, porque aun domesti­ Parece que a ese hombre que lleva tan ancho cristal sobre el hombro, el cristal le pasará la ropa y le biselará, partiéndole en dos mitades perfec­ tamente hechas. Creimos que los parques de recreos del verano se habían destruido y deslucido en el invierno... Pero no. Plan estado muy tristes, han aguantado lluvias torrenciales, han sufrido mucho, pero ese muñeco al que se da la mano, ese columpio, esa montaña artificial, todavía viven y viven, sin ha­ berse despintado, y vuelven a tener una alegría reciente como la del verano pasado. Frente a un sifón de Seltz, en el café, se sien­ ten ganas de regar al hombre de al lado, de mo­ vimientos lentos, recelosos e interesados... No hay nada que invite más a la agresión que el sifón de Seltz. Somos los anarquistas del sifón de Seltz, y sobre las calvas lo emplearíamos siempre, en par­ te para renovar las ideas del calvo y en parte para ver si le crecía el pelo. 144 145 G. de la Serna: Greguerías. 10 RAMON GOMEZ DE LA SERNA En lo alto de los coches que pasan por el cora­ zón de la ciucfed, hay en el otoño hojas de los jardines... Lo observamos con gusto, porque es ese un recuerdo que nos traen a nosotros, asoma­ dos al balcón y lejanos a los jardines, un delicado recuerdo de los campos y de su dulce otoño que pasa así tarjeta a la ciudad. La luz es lo que ha hecho variar más la vida... A veces pensamos que se nos pasa evocar y re­ calcar lo bastante nuestras diferencias con el pa­ sado... Pero un día la instalación de la luz se fun­ de, y la casa se queda como en otros tiempos; se encienden unas velas, un quinqué, un velón, y ve mos que bajo esas luces las habitaciones son otras, están muy atrás en el tiempo, su fondo es más profundo, más agorero, y en nuestros corazones hay más sombra, más pereza y más pusilanimi­ dad... Comprendemos cómo la luz eléctrica nos ha defendido de la noche, nos ha hecho intrépi­ dos, veloces y fuertes... Pensamos en todas aque­ llas frases perdidas de “aquí hay tufo”, de “esequinqué se va a inflamar”, y aquellas otras como “cortar el pábilo”... ¡Qué antiguo resulta todo eso! ¿Qué terribles culones o qué terribles culonas hunden los bancos de piedra de los paseos públi­ cos, siempre medio hundidos en la tierra? Los guardas de los jardines públicos deben es­ tar que rabian por tocar sus relucientes trompe­ as GREGUERIAS SELECTAS tas, tan sedientos de tocarlas como los rojos ojea­ do res sus trompetas inverosímiles, y los ángeleslas larguísimas trompetas que han de anunciar el Juicio Final. El barquillero es un buen muchachote que no tiene malos pensamientos, que es modesto y feliz,, 'al que no pesa su trabajo que es como el jugar con un bonito juguete, y que además se debe atra­ car de barquillos... Sólo sufre cuando sale el “30’*' en su ruleta, a pesar de todas las trampas y todos los obstáculos que ha inventado para evitarlo.... Entonces se le ve demudarse, como arruinado. Lloraría y se tiraría al suelo, pero nadie le com­ padece y le perdona los treinta... Cuando se escucha el ruido de los cierres metá­ licos al cerrarse en la noche, parece que la nochese hace más oscura y más definitiva en los cielos y en la tierra, como si se corriese sobre ella el te­ lón que la corresponde... Y también, cuando en. la mañana escuchamos el metálico descorrerse dela primer cortina metálica, nos parece como si se abriese la mañana de par en par, como si esa fue­ se la señal teatral de levantarse el telón otra vez: Las estatuas en pie sobre sus pedestales sólo semueven con un gran disimulo—porque otra cosa, sería más irresistible y más absurda que su movi­ lidad—para cambiar el pie que las aguanta... Fi­ jándose bien, se verá que unas veces se apoyare '47 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS por entero sobre el pie izquierdo y otras sobre el derecho. Se teme que se la olviden y que por esa impruden­ cia esté mañana muerta o convaleciente. A nuestra cabeza no la entra la luz sólo por los ojos... Sentimos en ella luz cenital y algo como -una luz de patio interior—interior a nosotros—, además de luces en la nuca, a los lados, por los oídos, por las ventanas de la nariz, por la boca, y ■en las sienes. Para ser dulce, y como precisa señal de su dul­ zor, ha de tener la carne de mujer un gusano an­ tiguo metido dentro de ella antes de cogerla, y que un día en un mordisco más hondo que los de­ más se tropieza y hace que la rechacemos de gol­ pe... Pero en seguida la volvemos a coger, y mor­ disqueamos alrededor del gusano con más lentitud, con más gusto, con más finos mordiscos. ¡ Cuando ese gusano la descubrió y la eligió cómo no sería de excepcional!... ¿Será preciso que haya ese gu­ sano como señal de su excepción y de su dulce madurez en la mujer adorable? En las altas horas de la noche somos muy baji­ tos, un poco jorobados, un poco zambos, y subi­ mos las cuestas como los mozos cargados con un pesado baúl-mundo... Nos pesa nuestro sombrero, nuestro gabán, y si por casualidad llevamos bas­ tón, el peso y el embarazo son insoportables. Nuestras sillas, las más duraderas, las de siem­ pre, son ya como de nuestra familia, son unas pri­ mas más, primas terceras o cuartas, pero primas... Hay que hacerlas la justicia de esta declaración. Consterna el ver romperse el hilo de perlas de un collar... La inundación de aljófares que se ex­ tiende por la estancia es asombrosa; corren, se pierden velozmente, parece que no se podrán en­ sartar de nuevo todas en un collar que dé la vuelta al cuello... Y sin embargo, ella, la paciente y la milagrosa, lo consigue. ¿ Por qué dudamos aún si nuestro piso es dere­ cha o izquierda? Las veletas son el carrousel de los pájaros... Ellos lo comprenden, y tienen especial predilec­ ción en montarse en ellas. De pronto, al salir de su casa, en la noche, se •piensa: “¿Se habrán quedado las flores dentro?” La caída del caballo enganchado a un coche es una cosa terrible y pasmosa... Parece que el ca­ ballo se ha matado, se ha muerto, herido por un rayo... Cae con verdadera tragedia, como entre­ gándose a un absoluto descanso final, con una pe­ reza, una flojedad y una inercia infinitas, irremovibles e inmodificables... “¡Al fin'”, parece que dice al caer tan rendido, tan desplegado y tan lar­ go. ¡Al fin!... Ante lo tremendamente caído que MS 149 RAMON GOMEZ DE LA SERNA •está, se piensa que sólo una grúa podrá levantarle ya... Pero mientras se piensa esto, cuando todos le estamos viendo como a un desgraciado muerto subitáneo, en el que el concepto de la muerte se hace formidable y voluminoso, notamos que su pecho monstruoso y su panza burguesa e informe alienta vivamente, a satisfacción, descansando ple­ namente y resarciéndose así de todo lo andado. ¿Por qué ese absurdo complot contra la ñ? ¿Por «qué ese afán de suprimirla su tilde? “¿De quién es este recordatorio?—nos pregun­ tamos muchas veces—. ¿Quién es este señor que nos envía el recordatorio y cuyo nombre y el de sus parientes carnales y políticos nos son desco­ nocidos?” Repasamos más veces el texto del re­ cordatorio, buscamos el sobre para saber si venía dirigido a nosotros... Nada... Nada... Y tenemos que esperar a saberlo en el otro mundo, donde lo preguntaremos nada más llegar. La mañana provinciana tiene dos cosas apeti­ tosas : el tomar vermout y el hacer que saque bri­ llo a nuestro calzado el limpiabotas... El limpiar­ se las botas es una decisión trascendental, la ma­ yor decisión, -la mayor prueba de holgura que se puede dar en la vida cotidiana de las provincias; es la gran prueba de riqueza. 150 GREGUERIAS SELECTAS Si la tierra pudiese ser cortada a bisel, se vería que es un plum-cake de huesos. La voz tiene cierta corporabilidad extraña, tie­ ne figura y estatura y posición... Así, muchas ve­ ces, lejos de las habitaciones en que se habla, sa­ bemos qué voz está acostada, es decir, qué voz sale de la cama, qué voz se ha puesto de pie, qué voz se ha sentado... Sentarse en las escalerillas de los grandes edi­ ficios los días de sol es algo suntuoso... Tienen algo de graderías de la gloria, de graderías de la vida; recuerdan esas,estampas en que cada tramo tiene una significación que representa una edad de la vida, aunque en esas gradas de los edificios públicos todos están mezclados, sentados sin or­ den, sobre todo los viejos... ¡Cómo se encaran con la vida las gentes sentadas en las anchas es­ caleras de piedra de los edificios públicos 1 ¡ Qué serio y qué fundamental es ese cuadro ciudadano! Los rollos de estera en el principio de invierno, asomados a la puerta de sus tiendas, tan fantás­ ticos y tan abundantes, hacen pensar que con ellos se podría hacer un paso que diese la vuelta alre­ dedor del mundo como una faja. San Antonio es un santo cariñoso, complaciente, simpático, un poco afeminado. Es el tío de Jesús. Di RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS Sabe jugar con él y hacerle gracia, y le gusta a Jesús mucho estar en sus brazos. El pez más difícil de pescar es el jabón dentrodel agua. El ruido en los registros del agua es medroso, abrumador, debelador... Esas puertas que en las paredes de la ciudad los reveían, son puertas mis ■ teriosas, sórdidas, por las que no entraríamos ja­ más... Sospechamos todo detrás de ellas. Hay horas en que se espera un extraordinario periodístico... Extraordinario lanzado a propósi­ to... ¿de qué? No lo sabemos... De pronto ha te­ nido la impresión nuestra alma de que ha suce­ dido algo extraordinario que exige un extraor­ dinario de los periódicos... y esperamos el correr cíe las voces como de ¡ fuego! con que los ven­ dedores pregonan los extraordinarios. Hay unos perritos insignificantes, con la cara blanquinegra, que son atrozmente ingeniosos y expresivos... Son los verdaderos hijos, los hijos típicos y graciosos del pueblo de Madrid... Hay calles y esquinas y recovecos que sólo hemos comprendido ese perrito y yo... Son madrileños netos y sutiles. Hay momentos en que el tranvía pasa por al­ gún cruce de vías y salta ruidosamente, parecien­ do un tren que entra en agujas... “Plan... plan... rataplán-plan.” Ese momento en que el tranvía tiene algo de tren recuerda que es hijo de los tre­ nes y recuerda los trenes lejanos. El ruido que produce el aeroplano parece salir de la tierra profunda, parece que sale del aparato que lo mueve desde abajo, del gran motor que di­ rige su marcha desde la tierra, del gran carrete mecánico que suelta guita de alambre. 152 De la distribución de tiempo que hacemos para la mañana hay que descontar el tiempo invertido en bañarse en el limbo matinal. ¿De qué viven los mozos de cuerda de las es­ quinas que, con un vano alarde de fuerza y de cuerdas larguísimas, no son llamados nunca por nadie? ¡Oh, qué gran inanidad y qué gran iner­ cia la de esos hombres de acción! Da un optimismo sencillo y renacido el ver a. las cocineras, a la hora, de la compra, con gran­ des cestas de una pesadez jovial, por las que aso­ ma un repollo, o las coletas de las cebollas, o unas pequeñas pezuñas, o las patas de gallo de gallos o de gallinas. Las ventanas encendidas de las guardillas son un misterio en las altas horas de la noche ciu­ dadana, con su luz cuadriculada y tuberculosa... 153 RAMON GOMEZ DE LA SERNA ¿ Se conspira con esa luz de las guardillas ? Pa­ rece que un hombre patético, atrozmente desen­ gañado, con barba negra y camiseta a rayas ro­ jas, que no sale nunca por el día, prepara una complicada bomba con precisiones de reloj... Es donde parece que con una máquina “Minerva”, pequeña y cuca, se tira la hoja clandestina y es­ pantosa... En esas guardillas encendidas, y en vela, se falsifica la moneda, en medio del mena­ je consabido: una cama de hierro que chirría sola, un gato que un día vino de no se sabe dónde y se quedó, unos peroles “saltados”, un baúl astillado y pellejoso y unas botas horribles... A veces pa­ rece, por su luz y su dramatismo, que se con­ sume en ellas un cirio junto a un cadáver, que una mujer está de parto, que—si es invierno y hace mucho frío y mucha hambre—una familia entera prepara su suicidio por el carbón o por el gas. GREGUERIAS SELECTAS nazas olientes a sebo, con su peso inaudito, con sus golpes de herrería y sus carromateros atroces. A veces se teme que la luna tropiece y se des­ nuque en las guardillas. Me gustan las buenas piedras preciosas que destellan en los jardines bajo el sol, los pedazos de botella verde, los cristalitos blancos y los pe­ dazos de porcelana blanca con trazos azules. En los jardines públicos de esta ciudad, tan lejana al mar, se piensa mirando ese cielo tan remansado y tan lúcido de pensamientos de las mañanas tibias; se piensa que el' cielo ve las aguas, ve extensos océanos, y que esa visión tan noble y tan benigna mueve su misticismo y su cordialidad, y le hace conceder su gracia ilimita­ da, más piadosa que nunca y más dulce, a las tierras s'ecas. Parece que los incendios comienzan por todo y no por una cosa; porque si esto sucediese, resul­ taría que se les podría sofocar con un vaso de agua. Por esto, porque no se comprende esa des­ proporción de los incendios, y sin embargo su­ ceden, se tiene la superstición y el sobresalto a cualquier alarma de que ya está incendiada la casa hasta el tejado, y que la escalera, que es el punto preferido de las llamas, ha caído ya. ¡ Oh! No hay nada que anonade tanto el pensamiento como ese hombre que toca el acordeón, el bombo, los platillos y el triángulo, y que suele pasear la ciudad, con su aparato de tedio y una mujer chata y anodina, los domingos, precisamente los domin­ gos, para hacerlos más tristes y más desespera­ dos... Espantan los carros de la carne, atropellan al alma con su espectáculo violento, llenos de car­ El jueves es un bonito día, quizás el más ecuá­ 154 155 RAMON GOMEZ DE LA SERNA nime y el más vivaz de la semana. Está lejos del aburrimiento del trabajo y del de la diversión. El lunes es un día de ansiedad y abrumación, en que de nuevo cada semana que pasa se ofrece el mundo a su entera creación por uno mismo abandonado solitariamente a sí mismo. El cielo negro de las campanas de cocina es tan misterioso, tan ancho, tan novelesco, tan dramá­ tico, que no se comprende el que se adelgace en una tubería y termine en una chimenea. Una corbata delgadita es un signo de delgadez espiritual. Los álamos bien alineados tienen siempre un aire distinguido, de día gris perla, de paseo de damas en coche y de amazonas. GREGUERIAS SELECTAS y con su bigote blanco, le he visto poner una cara de llanto atroz... Al calavera del segundo dere­ cha le he visto volver con ese aspecto lamentable que da la chistera tirada hacia detrás, lleno de de­ cepción, y al coronel del segundo izquierda le he visto sin autoridad ni bizarría, lleno de humildad y aquejado de' flaquezas. ¡ Qué criaturas y qué apiadables todos los hombres vistos en esa sole­ dad inmensa y desgarradora de las escaleras obs­ curas en las altas horas de la noche! Sólo estarán así cuando se queden solos, ya cerrada su caja negra. Todas las plumas escriben igual... Esta verdad, tan sencilla y tan natural, es la que conmueve y sorprende más... A veces, desconsolados v como extraviados de la vida verdadera por un viaje, hemos descubierto esto al coger la pluma en el nuevo hotel, y hemos vuelto a nosotros mismos, nos hemos hallado, y por esa intimidad que da la pluma y su escritura idéntica, hemos tomado con­ fianza con las cosas y con nosotros ya como anti­ guos moradores en el nuevo lugar. Cuando se siente que sube alguien la escalera en las altas horas de la noche, se emociona el co­ razón... Es supremo ese momento... El vecino que entra está a solas consigo mismo como nunca, y si se le apaga la cerilla, se quedará abandonado a su pecado, a su virtud, a su dolor más grande... Es un momento duro de examen de conciencia... Alguna noche me he asomado a la mirilla, y he visto expresiones de una sinceridad y una com­ punción extraña, llenas de un desabrimiento in­ finito... AI viejo ese del tercero, con la boca caída Esos pobres ancianos con sombrero de copa v un chaquet raído fueron presidentes de república 156 157 Lo más penoso, lo más injusto, lo más traba­ joso de conllevar de la ciudad, es el duro espec­ táculo de los bueyes atados por la testuz a los ca­ rros pesados como casas, sobre todo cuando lle­ van las enormes primeras piedras. RAMON GOMEZ DE LA SERNA en repúblicas de un día, de cuyo advenimiento y de cuya caída no habla la Historia. ¡ Qué armados de autoridad están los guardias en la noche! Son los capitanes generales de la noche. Siempre nos preocupará el problema de dónde caen las estrellas que se desprenden de su clavo en las lluvias de estrellas... Siempre sentiremos .111 truculento aspaviento interior ante ese espec­ táculo, como si un enorme pedrusco encendido nos fuese a alcanzar, nos fuese a caer encima, o pasando sobre nuestra cabeza fuese a caer lejos, matando quizás a alguna persona, incendiando quizás un pueblo. Esas estrellas que caen son las que incendian los grandes pinares, y caen como las chispas que vuelan a los lados del tren disparadas por su máquina ardiente. El humo que brota de los bombos de tostar café es espiritual, flúido y apetitoso como él solo. Con él se desayunan los pobres. Los vasos de agua que se caen parecen cañe­ rías rotas, son una verdadera inundación, derra­ man—aunque parezca todo lo absurdo que se quie­ ra—, desalojan sin duda mayor cantidad de agua que la que contenían. Las golondrinas juegan sobre la calle de cíela 158 GREGUERIAS SELECTAS que corresponde a nuestra calle de tierra como párvulos en vacaciones o al salir de las escuelas. Una cerería es una tienda sórdida, ladina, hi­ pócrita, lívida, repulsiva, clerical. Desde que supimos lo de los derrames serosos, estamos esperando morir de un derrame de esos. Por si no bastase el reloj, suena el contador de la luz eléctrica en la casa obscura... ¡Qué ajeno, qué ingrato, qué monstruoso, qué artificial, qué frío latido de reptil es ese tic-tac del conta­ dor ! ¡ Qué mediocre! Es el latido importuno de un enemigo, de un sicario que vigila nuestra casa... Se le cortaría el resuello de buena gana a ese con­ sumero metido en nuestra casa. Siempre que se entra en una casa se busca eti el perchero un sombrero de otro: de la visita del padre, si es en casa del padre; de la visita de un amigo que nos espera, si es en casa de uno ; del enemigo, si es en casa del amigo; y si es en casa de ella, tan fiel y buena, nos empuja este instinto de buscar un sombrero extraño en todo perchero, nos incita a mirar si hay en su perchero un som­ brero de hombre, un sombrero del “otro”, de no sabemos quién. El sereno es implacable y atroz para llamar casi en el alba a los pobres chicos de las tiendas, cuan­ do ellos soñaban, durmiendo sobre la dura trin’59 BAMOX GOMEZ DE LA SERNA «chera del mostrador, que eran los dueños de la tienda... ¡ Qué golpes mas feroces, que ducha d^ agua más helada! Les abollan la cabeza. Se teme a las moscas como a los perros rabio­ sos... Se teme que toda mosca venga de un hos­ pital o de un cadáver. El lacayo—bello dandy del Directorio, sobre todo con librea color canela—y la fina doncella que acompañan al niño rico en su paseo a pie por las umbrías del jardín, debían amarse, debían ca­ sarse, y, sin embargo, apenas se hablan... Ella es como la señorita que va dentro del coche y él es el lacayo que va en el pescante... Además, la esta prohibido el amor, como a la perrita que también pasean y para la que rige la consigna de cuida­ do con los perros furtivos”. En la mañana hay un momento asentadísimo que nos satura y nos compensa y nos desayuna de todo... ¡Oh! ¡El día en cuya mañana falte ese momento, será señal de que habremos cogido la enfermedad incurable, indescifrable, intratable, la enfermedad de la muerte, de la idiotez o de la insensatez! Quisiéramos, al acostarnos muchas noches, ti­ rar los pies y las piernas fuera del lecho, lejos de ■él, como los zapatos, como los pantalones. GREGUERIAS SELECTAS -■■■■■- ■ gastan, que se han gastado, que se gastarán. Los fuegos fatuos son como la vuelta a nosotros de esas llamitas en cuya vida y muerte nos cabe toda la responsabilidad. Como en los cuadros románticos, en los que, a través de un bosque oscuro y cerrado, se ven al­ gunos trechos de un cielo luminoso y profundo, en aquellos ojos, a través del mismo bosque de pinos negros, se veían esos mismos agujeros de un cielo radiante y amplio... ¡Qué anhelo, ante esos cuadros y esos ojos, de traspasar el bosque umbroso y entrar en la explanada magna y clarí­ sima, en que se dominaría todo el cielo radiante y entregado, todo el valle y el cielo espirituales...! Sólo en la oscuridad de la muerte veremos lo ra­ diante que era el cielo natural. Entrarán por las cuencas de nuestros ojos dos pedacitos de ese cielo remoto que se ve al final de los bosques’ tupidos y que no es ya cuando salimos de ellos y lo abocamos, el mismo que veíamos. i Qué apiadables, qué inocentemente aterradasresultan esas viejecitas que van solas y despacio por las calles, cuando se echan contra la pared al paso de los grandes carromatos, llenas del te­ mor de ser atropelladas aún ahí!... ¡Niñas chicas que necesitan una niñera o que las conduzca otra vez su madre! Arredra hacer el cálculo de las cerillas que se La palabra misericordia es ya por sí sola de una misantropía y de una caridad amanerada y 160 161 G, de la Serna: Greguerías. RAMON GOMEZ DE LA SERNA empalagosa. Así, el que llama con ese nombre su caridad abusa de su posición y echa demasiado en cara su virtud. No se debe poner el reloj de bolsillo sobre la mesa en que se trabaja... Eso achicará el pensa­ miento, eso lo picará, lo molerá, lo limará, lo di­ solverá y lo hará menudo. Los porteros de Ministerio tratan a todos como desvergonzados y cínicos excelentísimos señores infatuados, porque a la hora de la limpieza se han ■sentado en el gran sillón dorado, con brazos re­ matados por cabezas de león, que preside el gran despacho del ministro, como si fuesen ministros sagaces, expertos y políticos; ministros duraderos que pasan incólumes sobre todas las crisis totales. Los porteros de los altos Tribunales son también ya hombres con aire de magistrados. Dan una gran trascendencia a los tejados los soportes de los hilos de telégrafo... Por ellos y por los pararrayos se enteran de todo los sobra­ dos... Por eso los tejados nos miran por encima de su hombro y nos hacen sentir el peso de lo en­ terados que están de todo. GREGUERIAS SELECTAS hora ya no les devolverían el dinero; la gente de los paseos se atemoriza, porque es su paseo de toda la semana el que peligra; los novios trému­ los, trémulos, se ven lanzados demasiado fatal­ mente el uno al otro, y como la tarde ha de pa­ sarse bajo techado, eso quizás decida lo esperado y lo decida fatalmente; los pájaros, “de domin­ go” también, la sienten llegar y callan, aunque algunas golondrinas quedan aún revoloteando en el cielo negro, valientes, refrescadas, gozando con la tormenta; en los patios se recoge apresurada­ mente la ropa tendida; los abanicos se mueven con premura; los coches comienzan a andar más de prisa y arrancan a correr de todos lados; los cristales se entristecen y se enturbian, dilatándose su negra pupila; las pobres viejas se desgreñan y agonizan de sofoco; un hondo anhelo, un pro­ fundizarse de todo en todo, se siente... Todo va a naufragar, y se recuerda todo con una fraternidad llena de conciencia... Un pueril y gracioso vilano pasa, consolando en medio de todo el ambiente grave y trascendental. La cordillera de la tormenta ha aparecido so­ bre los tejados... La tormenta en domingo es trá­ gica y la blasfemia sube hacia ella... La gente que ha de ir a los toros desea que si ha de descargar descargue antes de las cuatro, pues pasada esa La gitana, deshecha, con su traje de jarapa, pasa entre los chiquillos, perseguida por ellos... El mono va huido, receloso, con el traspontín lleno de miedo, mirando a todos lados, esquinado, hu­ millado y lleno de canguelo... Enternece como un pobre niño con el que la han tomado los otros ni­ ños peores que él, y que no sabe sino sortear con listeza todos los golpes y los tirones... Sin em­ bargo, el pobre maltratado tiene en la mirada y 162 163 RAMON GOMEZ DE LA SERNA en los dientes la promesa de herir agudamente sr pierde la paciencia... La gitana, a veces, le defien­ de como una buena madre; pero no puede con la continua avalancha de los niños, que se renuevan en cada esquina, además de que tiene que apare­ cer resignada para pedir pan para los. dos... Las gentes se quitan de los balcones al ver pasar la gi­ tana, y cuando extiende su pandero, lo extiende en vano, porque ya el asomado se ha metido den­ tro... Nadie sabe cómo es de verdad su miseria y cómo no ha caído ni una moneda, resonando a tambor en su pandero... Sin embargo, extiende siempre su pandero hacia el cielo, como pidiendo al cielo... Y sería bueno que Dios, que todo lo ve, apiadado, dejase caer una moneda de oro en la pobre bandeja sombría y humana del pandero.. ¡ Qué fácil le sería! Si el hombre se equivoca una vez al escribir un sobre, reincidirá una o dos veces mas. Es fatal. GREGUERIAS SELECTAS gran dignidad y una gran solemnidad... Lenta­ mente, blandamente, humanamente, “zaconnirnente”. El asta de las banderas sin bandera es algo de­ salmado, inútil, feo, triste, aburrido, que debían quitar al quitar la bandera... Parece un palo que han atado los chicos al balcón. El ruido del reloj que nos acompaña en el des­ pacho silente suena en distinto lado siempre, como la carcoma, que llega hasta parecer un ruido ideal: un ruido nuestro en nosotros... ¡ Como que ese tic­ tac es nuestra carcoma, viva, penetrante, que come de nosotros con menudas dentelladas! El re­ loj que vemos es sólo como un reloj en el espe­ jo; existiría en nosotros aunque no hubiese sido inventado. El reloj ha venido a meter la cizaña del tiempo entre nosotros. Cuando nuestro gabán, mal colocado sobre la silla, cae cuan largo es, lo hace como un gran trá­ gico en la escena del patatús definitivo, con una Da origen a verdaderas disputas con uno mis­ mo la duda sobre la fecha del día. —¿Qué día es hoy?... —Hoy es siete. —; No ! Ocho. —¡[No!! Siete. —¡¡No!! Ocho. —¿ Ocho?... Y se deshace el pensamiento en finos cálculos. Es difícil encontrar el ancla firme. ¿Resultará que no estamos anclados en el tiempo, sino flotantes y perdidos?... No. El elemento cierto o más apro­ 164 165 Cuando pisamos distraídamente una cerilla, nos asustamos como si hubiese surgido de la tierra una tufarada del fuego infernal, o como si una bomba anarquista hubiese atentado contra nos­ otros. RAMON GOMEZ DE LA SERNA ximado que luchaba contra la falsedad, es algo profundo, firme, serio, sabio, hijo de un viejo instinto, que nos deja asombrados cuando com­ probamos la fecha, que era la que defendimos con más seguridad y entereza. Esas dos nubecitas, blancas, solas, pequeñas como niñas—como niñas de primera comunión—, que a veces hay en el cielo sereno, dan una gran­ deza admirable al cielo... Se muestran llenas de timidez y abrumadas en medio de la gran expla­ nada azul... Parecen como ovejas perdidas, ex­ traviadas de la manada, sin saber dónde ir, quie­ tas, mirando a todos lados irresolutas y atóni­ tas... Tan grande se vuelve el sentimiento de su modestia ante la inmodesta extensión azul, que se desvanecen mágicamente en el azul... Tocólogo debía ser el músico y no el partero... Pero nadie se atreve a cambiar los nombres que falsamente llevan las cosas. GREGUERIAS SELECTAS más metálico (como que es el que puramente ha­ cen sus ruedas), el ruido de los cascos de los ca­ ballos se oye en toda su materialidad, más sono­ ro que durante el resto del día, como si los cascos fuesen de bronce macizo... En esta hora sorpren­ dida infraganti, porque nos creía dormidos y por­ que no la esperábamos nosotros, probamos una clase distinta de la presencia de todo. 5 Ese tic, ese suspiro con que inicia la campana del reloj el toque de la hora, es algo grave, desga­ rrado; es el paso espiritual, el jadeo trágico,^la fatiga del tiempo, lo más interior e ingenuo del reloj, lo más voluntario... Es cuando hace su ma­ yor esfuerzo, un esfuerzo por el que parece que se le va a rromper una aneurisma, sobre todo cuan­ do toma impulso para dar las doce... Esto se va agravando en los relojes hasta que son asmáticos; y un día el asma los mata. Sobre los campos iluminados desigualmente por la luna, parece que hay puesta a secar una gran cantidad de ropa blanca, sábanas, camisas y cal­ zoncillos de luna. i Oh, sorprender a las cosas como en cueros vi­ vos!... Nos habíamos dormido, y nos desperta­ mos y nos levantamos. Son las cuatro de la ma­ ñana, nos damos unos paseos por el despacho... Todo está como dormido, como entregado a sí, y se ve mejor que nunca el perfil y la plástica escueta, sencilla e ingenua de las cosas... Todo se revela en cantidad y masa, en cuadrado, en maza­ cote, en porción, como cosa de aristas... Hasta los ruidos son más demostrativos. El del reloj es ¿Conmemoran los domingos los vencejos?... Parece que sí. Sobre el cielo de la tarde de los do­ mingos-desanimado como si hubiese absorbido toda la alta festividad lo bajo, la tierra rasera, la tierra de los merenderos y todo lo que en el do­ mingo es achaparrado, los jardines, las plazas, todo—, sobre el cielo de la tarde de los domingos 166 167 RAMON GOMEZ DE LA SERNA juegan muchísimos vencejos, más que los demás días... ¿Es que salen ese día los vencejos que tra­ bajan toda la semana en oscuros rincones, los ven­ cejos tenderos, los vencejos horteras, los vencejos criados y criadas?... A veces la cama es un abismo... Otras veces es una superficie blanda, pero superficial... La cama hay noches que es como la cama de un coche-ca­ ma, otras veces la cama de un camarote, otras ve­ ces la cama de un presidiario1, alguna vez la cama de un perro. El cetro les sirve a los reyes, cuando son pe­ queños y van a la escuela, para pedir permiso al maestro , para ir “a cierto sitio”, pues en vez de levantar dos dedos de su mano, levantan el cetro de oro rematado por una mano, que precisamente hace un gesto como de pedir para “eso”... y les sirve, cuando son mayores, para rascarse con él la espalda—allí donde pica siempre—, como si fuese una de esas largas manecillas de marfil que usan algunas personas cochinas y sibaritas. ¿Hasta dónde y hasta cuándo sacará punta a sus senos esa mujer? Con verdadera locura, con una obsesionante constancia, los bruñe incesante­ mente, los saca punta, una punta sutil y puntiagu­ dísima, y llega a ser insostenible su lanzamiento... Declinarán por eso, perecerán más pronto que nin­ GREGUERIAS SELECTAS gunos, aunque por un momento hayan sido plus­ cuamperfectos, agudísimos y sobresalientes. No hay nada tan superfluo, que represente tan­ to lo superfluo, como eso de “clases de adorno”.,.. ¡Oh, cuando esa niña, llena de orgullo, dice que ella da “clases de adorno”! ¡Cómo lo dice! ¡Qué de menos hace a las pobres niñas que no van a “clases de adorno”!... Nosotros sabemos qué es­ critores y qué artistas son sólo verdaderos profe­ sores de “clases de adorno”. A las pelotas con sus franjas de color amarillo y rojo y a veces azul se las podría llamar, en re­ cuerdo de la estrella de los vientos, las pelotas de los vientos... Todas las pelotas de los niños están siempre deseando escapar, brincar, irse muy lejos, con un ligero rodar y saltar... Las pelotas peque­ ñas, sobre todo, logran su ideal cuando se suben a los tejados y se quedan en ellos como en la glo­ ria... Las pelotas de colores, las de celuloide, es­ pirituales y raudas, las pelotas que son una na­ ranja de goma, todas las pelotas gráciles, son un objeto de optimismo que conviene tener presente muchas veces para curar el alma. Hay niñas inefables que han crecido demasia­ do, y sin estar acostumbradas a su garbo dan un aire de “¡ole con ole!” a su cuerpo reciente, de nalgas y caderas recientes, de senos florecidos en una sola noche. r^g RAMON GOMEZ DE LA SERNA Es bastante extraño que se coma esa piel seca, reseca, como insustancial, como vieja, pasada y repudrida del bacalao... El bacalao lo debían ven' der en el Rastro, en las prenderías, y el mejor, en las casas de antigüedades. Uno de los temores más súbitos que se repiten en la vida es el que se siente al pasar en la plata­ forma del tranvía junto a esa valla que está a ras del tranvía, o al pasar asomados a la ventanilla del tren junto a ese poste que se acerca demasiado al tren o a ese otro tren que cruza demasiado cerca del otro. Tememos que nos lleven o nos cercenen la cabeza. Las uvas son los pezones de la tierra, pezones virginales y menudos. Las colillas caídas, las colillas muertas, tienen una personalidad conmovedora, como los perce­ bes vacíos y tirados, como las cabezas de langos­ tino... Tan olvidadas y tan muertas, tan insigni­ ficantes y tan pisoteables han sido en la vida humana un momento sugeridor y vivo. ¡ Oh in­ gratitud! Gracias que los colilleros, que son los enterradores de las colillas, las buscan, las alcan­ zan, las recogen, dándolas toda la importancia que merecen. GREGUERIAS SELECTAS neta consumido, de ciudad fallecida pobremente.... Es un gris que recuerda que la ciudad es un ce­ menterio de vivos, un cementerio de muertos re­ crudecidos, de muertos que aún no se han curado muriendo. Todo está espolvoreado a esa hora con el polvo de los muertos... El canto del melonero evoca en uno, con exal­ tación y vehemencia, el melón amarillo, jugoso y maduro, lleno de la reserva de los numerosos aba­ lorios superfluos de sus pepitas, el melón partido en rajas como medias lunas o en forma de coro­ na convertido por un momento en el Rey de las frutas... Evoca el melón calado, y se siente el apetito del gajo desprendido, el gajo de la cala, digno de un bocado apasionado... i Qué bella es esa hora blanquecina que brota en la ciudad después del ocaso, esa hora sin cielo universal y agreste, en que todo se aprecia y todo lo vemos, asomados al balcón ciudadano que da a la calle cerrada !... Recordaré siempre aquellas jus­ tas y definitivas palabras que ella me dijo un día asomada a aquel balcón en aquella casa y en aque­ lla calle en que no volveré a asomarme: ■—Esta es la hora en que me gusta viajar. ¡Oh, resumen sencillo, panorámico, que redujo al. límite y a la posibilidad de una frase el senti­ miento ilimitado e imposible que suscita esa hora! El gris que cubre las fachadas antes de encen­ der los faroles, en esa última postrimería del día, es un gris desgarrador, de mundo muerto, de pla­ El día de la primera comunión de la niña de la portera es un día sencillo, de emoción para el ve- 170 ’71 RAMON GOMEZ DE LA SERNA ciño observador... Es una primera comunión de gasas blancas, de un lujo que exalta a la pobre niña, asombrada de su lujo, de sus guantes blan­ cos y de sus zapatitos blancos... Ella no ve ese día la tristeza de su casa y de su sino... Sólo el ve­ cino ve desde el balcón la identidad de su vida,, y sonríe y sufre... Pero cuando sonríe con más ine­ fabilidad el vecino es cuando la ve, en días leja­ nos al día de la primera comunión, cómo se vuel­ ve a poner el traje blanco y los guantes y el velo, y no sale de la portería, viviendo de nuevo otro día de primera comunión y recibiendo de nuevo las miradas excepcionales de las gentes. Las agujas saltan como pulgas y desaparecen. Da pena ya ver el alba tan a menudo al trasno­ char por los trabajos urgentes que no son urgen­ tes... Cerramos el balcón muchas veces en cuanto la vemos aparecer, para ocultársela a ese niño, al que nos parece que hacemos trabajar forzosa­ mente hasta esa hora y por el que nos da esa pena... ¡Oh apiadable segunda criatura que lleva­ mos dentro, como más mortal y más delicada que la que dirige y ambiciona! ¡ Pequeña criatura, que nos enternece y hace que nos arrepintamos de las cosas excesivas a que la sometemos! Muchas ve­ ces la prometemos: “Ya no volveremos a hacer nada, procuraremos sortear el trabajo, la preocu­ pación y la pasión acerba, que es el trabajar; ya no te haremos trasnochar más.” 1'2 GREGUERIAS SELECTAS Pícara ilustración esa que siempre será evoca­ dora, suspicaz e inquietante: “Una mujer se cae de un árbol, de un columpio, de una calesa, y le­ vanta las piernas por alto, enseñando hasta un poco más allá de las ligas.” ¡Oh, caída efectista y puntual! De ella no queda sino un relámpago de carne entre la sutil cresta de ola espumosa y blan­ ca de las ropas blancas y las medias negras; pero esa media luna de carne, ese medio anillo de car­ ne, es perturbador, y será inmejorable, sobre cual­ quier adquisición mayor o hasta la adquisición entera de ella. La cama que no ha sido deshecha de noche, toda una noche, no ha descansado... Vestida y ajustada, no ha podido expansionarse con toda su displicencia; parece como si no se hubiese quitado los zapatos y los calcetines... Así, cuando a la ma­ ñana, después de no haber dormido en casa, la hemos mirado intacta y tiesa, hemos sentido que nos recriminaba... La ropa blanca, limpia y bien guardada, es como una depuración del vicio sedentario y matrimo­ nial. La mujer se virginiza y se absuelve mante­ niendo limpia y planchada esa ropa con una cons­ tancia lo bastante renovada. Por eso la aldeana mantiene una gran ternura en su esposo, más aten­ to que los otros hombres a todas las atenciones, menos distraído con cosas extrañas... La ropa blanca llega a excitar una pura y rara sensuali­ dad, que da amor, por la ropa blanca. La ropa Vi RAMON GOMEZ DE LA SERNA blanca da un intimo y saludable optimismo*, nos renueva, nos transfigura, nos ayuda a desprender­ nos de lo que hay de agobiante en el pasado. Es un concepto benéfico, tanto, que en la mujer des­ vestida de todo menos de su ropa blanca, la ropa blanca apaga la cruda liviandad, es leal, inocente, candorosa siempre: es como un baño dulce que da una limpidez curativa al desnudo... La ropa blanca es como la nieve perpetua y pura, con cier­ ta tibieza en su friolencia, la nieve que se exalta sobre los lodos cotidianos... la ropa blanca limpia es como el vendaje limpio que debe estar presto para renovar el apósito en que muere la carne. ¡ Qué terrible tarea, qué contacto con lo grave es poner en hora un reloj parado desde hace al­ gún tiempo, hacer que el minutero gire cinco o diez horas, aguardando en el punto de cada hora que dé completa y aguardando en el punto de cada media a que dé también!... ¡Qué terrible y qué disgustante labor! ¡ Pero cuánto más terrible cuan­ do tenemos que pasar por las doce y esperar a oir sus doce inacabables campanadas! Pasamos así como sobre cadáveres sobre las horas idas, las ho­ ras que hieden, y que es tan tedioso, tan estéril, tan taciturno volver a oir más, resultando los so­ nes tan seguidos de la campana como una llamada al orden demasiado abrumadora, como un campa­ neo espectral de una insuficiencia indecible... Son demasiados golpes en nuestra cabeza, es demasia­ do tiempo junto... ¿Demasiado? Sí, demasiado, aunque hayamos vivido innumerables horas más... 174 GREGUERIAS SELECTAS Es un desfile de horas que parece ser la revista inconcebible y pesante de un siglo... Por esto a veces los relojes parados se dejan parados hasta la eternidad. Pensar al lado de alguien que duerme, es como pasar en un vagón débilmente iluminado y con las ventanillas cerradas por la noche oscura por este­ pas desconocidas, de confines invisibles, junto a pueblos desconocidos en que pasan cosas desco­ nocidas en interiores novelescos... Quizás, a ve­ ces, tiene todavía un sentido más lejano el sueño del que duerme, y resulta que estamos reunidos al que duerme en las antipodas de nosotros, pues en el sueño del que duerme todo sucede en el me­ diodía y hasta en otra estación, mientras es la no ­ che eléctrica del trabajo para nosotros... Ouizás en sus sueños esa mujer tiene una cita con otro y nosotros lo vemos y lo permitimos... Quizás, fijándonos en ese sueño del otro, vemos una casa, un bosque comarcano nuestro, gentes que andan, coches, conversaciones, un crimen, un robo miste­ rioso... Todo sucede y se yergue como en esos pueblos lejanos que ahora viven otra hora y otros sucesos... Los sueños de los europeos sucedían en América antes de que fuese descubierta. Todos los sueños son como las antiguas y primeras pe­ lículas que vimos de niños en el primer cinema­ tógrafo de Madrid. U11 palillo de los dientes se aferra a nosotros de un modo insoportable... Es difícil tirarlo... Así ‘75 2?¿ltO2V GOMEZ DE LA SERNA me he explicado esa afición de esos hombres que se están de mediodía a mediodía con el palillo en la boca... No se sabe uno desprender de él, se hace eso dificilísimo, se clava en las bocas como una larga espina; pero cuando al fin se tira, se respira con despejo, salvados de una afición ruin y de un obstáculo. A la noche, las cortinas que encubren la alcoba descansan recogidas dulcemente sobre su agarra­ dero... Coadyuvan reposadas y cómodas a la paz de la habitación a -que da la alcoba, y a la paz de la alcoba, que se distiende con desahogo, y entra en nuestra negligencia el verlas recogidas cómo­ damente por el abrazadero. ¡ Que suelten a esas perdices que tan desazo­ nadamente quieren salir de la jaula y subiendo y bajando la cabeza con una testarudez vertiginosa se van a volver locas por esa desesperación que nunca amaina en su jaula, demasiado angosta! Hay sobre todo medias horas que nunca cree­ remos que pasaron, porque aunque nos lo testi­ monie el reloj, nunca asentiremos a eso... Medias horas que nos escamoteó el reloj, con una ratería insufrible, sisándonos indignamente. Se teme que en el tabaco que encendemos en la pipa haya algún ardite explosivo, un ardite de esas sustancias terribles — como el radium — que producen incalculables estragos... Nunca ha sur- Greguerías selectas gido de todo ese tabaco que llevamos incinerado ninguna gran explosión; pero, sin embargo, siem­ pre se teme y se espera. La manera de coger los lentes para quitarlos o ponerlos es cuidadosa y discreta, muy parecida a la sigilosa manera que se emplea para coger una mariposa o una libélula... Parece así como si se temiese que se escapasen, que echasen a volar con sus alas de cristal. El modo receloso que tienen ciertas gentes de mirar un cuadro es el de quienes temen salir re­ tratados... ¡Oh paradojas salvajes! ; Con qué petulancia manda parar un tranvía la mano ensortijada! La hilaridad de los gallos se corresponde a tra­ vés del mundo, cruzándole en todas direcciones, formando una eclíptica imaginaria, pero máxima" Esa muchacha va andando como entre piropps, temiendo pisarlos, con pasos menudos y cuidado­ sos para no aplastarlos. Mirando en la noche sin luna el cielo con estre­ llas, se ve que el alumbrado por las estrellas ha sido un „fracaso de alumbrado. Hay que poner “camisa” a las estrellas como a las llamas del gas. Se comprende que hasta se resista el no cenar 176 177 G. He la Serna: Greguerías. 12 RAMON GOMEZ DE LA SERNA o el no almorzar, pero el no desayunar, no. Será desesperante e inaplazable siempre, si se despier­ ta temprano el hambriento, en la mañana toda llena, toda incitante, del deseo mordaz de des­ ayunar. Después de que el muerto se fué, ha quedado ventilándose la habitación en que ha pasado toda la noche entre luces amarillas, hecho un caballero del Greco, alargado y cetrino, entre lenguas de­ fuego y cirios enjutos y místicos... En esa venti­ lación parece que se ha hecho que salga el espíritu del muerto, ofreciéndole el cielo azul, el aire lím­ pido, la onda rauda, la escala del rayo de sol... Los plumeros subsiguientes lo quitarán de encima de los muebles y lo acabarán de echar. ¡ Qué imposible de sobrellevar es el día en que, llenos de hastío, vemos el paisaje como una tablita cargante de las que se venden en los cafés, o en la calle!... Igual sucede con el mar; hay dias que es una de esas marinas. GREGUERIAS SELECTAS —¿Dónde ibas tú en un coche al anochecido? El chauffeur, dormido en el pescante del regio automóvil, apagado y parado las horas muertas junto a la verja del palacio, muy remoto y muy fantástico en el fondo del jardín, sueña que, ves­ tido de frac y lleno de seducción, baila en la fiesta magnífica y deslumbradora, mientras a la puerta le espera un automóvil dirigido por un chauffeur hipócrita, inaguantable y ladrón, al que cuando salga zarandeará sin consideración y con un seño­ río riguroso para que se despierte. La golondrina parece una flecha que busca un corazón... ¡Flecha mística! La plaza Mayor todos los anochecidos está de Navidad. Las pruebas de imprenta recientes, en el papel húmedo y oloroso a la levadura de la tinta, tienen un sabor a pan tierno y reciente. “Las pruebas nuestras de cada dia, dánoslas hoy”, rogaríamos al Señor todos los días. Dentro de los coches oscuros en los que hay una. silueta imprecisa de mujer parece que va “ella”. Casi nos parece seguro. La perseguiríamos para comprobarlo, pero renunciamos porque el coche ha desaparecido... Sin embargo, nos queda casi la. evidencia, y hacemos propósito de decirla, al verla, para desconcertarla y sorprender cómo se de­ lata: En las mecedoras se tiene un lánguido espíritu de convaleciente... Nos llenamos de blandura y de 178 ’79 . Cuando los cristales se empañan con ese esme­ rilado precioso, que es el dulce efugio de los in­ teriores los días helados, el alma se llena de frui­ ción y es más íntima para nosotros que nunca. RAMON GOMEZ DE LA SERNA conformidad... Se mira al cielo y al horizonte des­ de ellas, están llenas de ternura y sopor... Com­ pensan de la ausencia de la mujer; son como una mujer maternal y consoladora. Si no descarrilan constantemente los tranvías y los trenes, es porque hay una extraña obedien­ cia voluntaria de las cosas al hombre y al camino que el hombre las traza. Las pobres mujeres que pasan con un niño en brazos, al descubierto su cabeza dormida sobre el pecho o dulcemente sobre el hombro, parece que llevan un niño muerto, un niño a enterrar. Después de todo, unía más a los hombres la idea de que la tierra está toda vertida sobre una llanu­ ra inmensa... Estaban todos al mismo nivel, y siempre desde una torre que todos proyectaban en su interior esperaban verlo todo... Muchas veces pensamos frente al horizonte en esto, en la emo­ ción que daría pensar que se estaba frente, al lado y ante la dirección toda del mundo, oculto apenas el último rincón por algún monte subsanable, en vez de pensar en ese abismarse del horizonte en una redondez inmensa y resbaladiza y en esa co­ locación de los antípodas debajo ele nosotros... ¡ Este no poderlo abarcar todo desde ningún pun­ to, esta absoluta imposibilidad de ver el conjunto del planisferio, es una gran pobreza que nos ha 180 GREGUERIAS SELECTAS limitado a los que sabemos que la tierra es redon­ da y sus puntos son opuestos unos a otros! ¿Qué hace el cartero? ¿Ha pasado de largo por nuestra puerta? Parece que se ha olvidado de dar­ nos la carta que siempre “debemos” tener. ¿Por quién tememos haber firmado cuando de pronto surge en nosotros esa fugaz duda de ha­ ber puesto—un poco sonámbulamente —otra firma en lugar de la nuestra, no sabemos qué firma?.... Cuanto más trascendental es la firma más nos pa­ rece que nos hemos suplantado. . Hay que pensar de acuerdo, en último extremo siempre, con el sobrado de la casa, con ese hueco oscuro que queda entre el trecho del último piso y las tejas, con esa frente triangular. Porque sos­ pechaba eso, ya quería yo vivir de pequeño en una guardilla. En las guardillas, en los sobrados inha­ bitables, mejor dicho, es donde se fragua el pen­ samiento perspicaz y largo; son el lugar secreto, ibre y escéptico en el que está el pensamiento libre, descreído y trascendental de la casa. Nos duele que ese gabán y ese traje estén col­ gados en la percha hace ya demasiado tiempo; pa­ recen ahorcados; les miramos con pesadumbre, como si hubiesen fallecido o como si fuesen a perecer. Siempre hemos pensado en el pregón que ha181 RAUOy GOMEZ DE LA SERNA riamos con nuestra ceguera, si fuésemos ciegos y tuviésemos que salir a pedir limosna por las calies... ¿Cómo quejarnos y conmover a las gentes' Hemos oído muchos plañidos de ciego; recorda­ mos alguno, como el de aquel ciego que decía . '■'Todo el mundo pasa y nadie deja nada para e. pobrecito ciego... Parece mentira; tanta gente como pasa y nadie se acuerda de mí.” Estaban bien aquellas palabras con que el ciego acusaba a todos de huir, de pasar, en que el ciego les veía en su ingratitud, en su numerosa retirada. Peí o yo compondría algo más desgarrador, algo elo­ cuente, que les anunciase pintorescamente la ne­ grura de la pobreza oscura del ciego... Vemos la fórmula conmovedora, la podríamos pulir y re­ pulir, saldría, al fin, pero sólo estando ciegos acer­ taríamos con la perturbadora lamentación, que dejaría sin luz las calles por que pasáramos y que haría que todos se dispusiesen a arreglar nuestro porvenir de ciegos irreparables. También en la redacción del cartelito que colgase de nuestro pe­ cho procuraríamos poner algo estrafalario y con­ minante. Un piano en la tarde de domingo es algo que nos hace huir a campo traviesa, a campo traviesa, lejos, lejos... ¡Es ya más que demasiado un pia­ no en el domingo!... Glosa con espantosa y des­ graciada certidumbre lo que tiene de día de ánimas el domingo, su notas de piano seco. Siempre parece que nos va a pisar un pie el 182 GREGUERIAS SELECTAS coche que un momento ha pasado casi sobre la acera... Muchas veces hemos pensado en el terri­ ble dolor que ese pisotón nos habría causado, y en cómo después de él nos quedaría para siempre un pie de palmípedo, un pie grotesco y falso, un pie impresentable, un pie liso de rana. Se apagan las sonrisas como las luces. Al ser desesterada la casa, se torna más cam­ pesina, más terrenal, más provinciana, más cuo­ tidiana, menos engañosa. Hay soledades — viajes de otros, ausencias de ellas—, días que suspenden su función, que hacen sentir en la cabeza la bala del suicidio... No nos hemos dado cuenta de cuándo hemos disparado, somos incapaces de haber hecho una cosa tan es­ túpida y tan decisiva, pero en la cabeza pesa el plomo, incrustado, clavado, sin orificio de entrada ni de salida, pero tan dentro, de tal modo dentro, tan ciertamente, que si se nos viese la cabeza con los rayos X, se vería un punto negro, opaco y mate en el claror del cráneo, el punto del cuerpo extraño y metálico. Paree mentira que alguien se pueda comer los caracoles, esos mocos vivos, esos mocosos. El sombrero de copa se justifica en su sombra, donde todo lo que tiene de mamotreto desaparece, para proyectar sólo su alta y ligera altivez. Tanto’ RAMON GOMEZ DE DA SERNA que he pensado que sólo es un sombrero para las sombras, para la gallardía de las sombras. La luna de los barrios nuevos de la ciudad es una linterna sorda, la linterna sorda y anhelosa del ladrón, la que hace limpio y fácil su trabajo, la que le incita. El día de fiesta se nota al despertar de un modo indudable... La levadura del ambiente es espe­ cial, es distinta, como la del pan de Viena lo es de la del pan común... Algo como humo de in­ cienso. como un aire de misa mayor se mezcla a él... Se aprecia una dulzura, una veleidad, algo atmosférico, diáfano y proverbial de todos los días de fiesta antiguos, algo lleno de piedad y como de felicitaciones, de esas felicitaciones de niños pequeños y de padres que llegan tempranas a la cama el día de santo... En el despertar del día de fiesta se siente uno embriagado, no como un borracho, sino como un bizcocho borracho. Esas cocineras que se ven por las ventanas de las casas cuyas cocinas dan a los solares, tienen la alegría de tener balcones a la calle, y dan a la calle su frescura de mujeres solas y en la intimi­ dad, cuya vida se fisga. La galga rusa es como una señorita vestida de blanco, erguida, distinguida, escrupulosa, de finas maneras, dueña de un blanco tocador y de un blanco lecho con pavés... Por lo confidente que 184 GREGUERIAS SELECTAS parece de la vida de su señora, rica y bella, se la mira como si “ella”, la casquivana, la estéril, la hubiese infundido un alma parecida, tan difícil, tan incierta, tan correcta, tan muda, tan vestida de pieles herméticas e indesvestibles. Se desea una mujer del pasado más remoto y otra del porvenir más remoto, no por avaricia des­ ordenada, sino para comprobar si tuvieron o si tendrán el mismo sabor que la mujer presente... Se sospecha que el sabor de la mujer del princi­ pio de la creación debió ser mucho más agraz y mucho más fuerte yi más condensado y más terso que el de la de ahora; la mujer del principio sa­ bía a ella misma, así como el sabor de la mujer del porvenir será mucho más maduro, más “membrilloso”, más blando, más penetrante y sabrá a todo. La corneta del pobre cojo—cojo de las.dos pier­ nas—parece que anuncia todo un regimiento... Es marcial, guerrera, arrebatadora, imperiosa... Des­ emboca en la calle como precedido su son por los altos cabos de gastadores, de simétrico paso de tijera..., tiene un primer momento así; pero cuan­ do se nota que no anda con el suficiente paso li­ gero el trompeteo, que tarda en pasar, se “ve” al' pobre cojo tan estrepitoso, tan pequeño, tan ano­ dino, tan chato, con sus dos piernas cortadas a cercén y como enterradas hasta la mitad en la tierra... 185 7?.l .1/0 V GOMEZ DE LA SEIiNA El sabor del agua revela, según su variable ma­ tiz, un estado de ánimo y de ambiente... ¿Beberé de nuevo un agua como aquélla, en aquella ma­ ñana exquisita y clara, de tan dulce destilación y tan puro gusto? ¿Beberé de nuevo aquella agua sequeriza, aquella agua áspera y fugaz, que daba más sed? En el poblado y hormigueante paseo del do­ mingo se presiente que encontraríamos a aquella muchacha que nos sonrió aquel otro domingo, y por cuya desaparición hemos tenido una fina pena tantos otios... En los domingos se suceden las mismas generaciones, los mismos gestos, las mis­ mas juventudes... Quizás las muertas, atraídas por una fuerza superior a la de su muerte, se adornan con sus trajes del domingo el domingo, volviendo a desaparecer al anochecer del domin­ go... ese anochecer en que el gesto de mucha gen­ te es chafado y lívido, un gesto en muchos como de volverse al patio callado de su cementerio. Da pena encender la lámpara, porque con ese acto se mata el día certificándolo indudablemen­ te... Por eso aprovechamos, como cortos de vis­ ta, como agonizantes, pegados al libro o a la cuar­ tilla, hasta lo más tenue de su luz, hasta su os­ curidad, resultando así que a veces hemos estado escribiendo ciegos, extrañamente lúcidos, mila­ grosamente rectilíneos, en la más completa oscu­ ridad. 186 GREGUERIAS SELECTAS El ruido del mortero es el ruido más fulminan­ te de la casa... Atruena, pero se le perdona, por­ que machaca las especias: el ajo, la pimienta, el ajonjolí, el clavo, el anís y todas las otras cosas que espiritan la comida... Ensordece, sube al cie­ lo, baja, es alegre como el tamboril, recuerda esas cuatro grandes comilonas que son cuatro efemé­ rides de nuestra vida, y recuerda el mediodía ape­ titoso de aquel día soleado y optimista... ¡Agra­ dable son de vísperas de Pascua o de mañana de Pascua!... Después de haber visto la luna cogiéndola de frente en una calle ancha, con su rostro de bella desconocida de suaves mejillas, de nariz resbala­ da y japonesa, de ojos entornados, de cabellos en­ vueltos por una redecilla de plata, con su corpino de muaré azul, se desea una terraza en que sen­ tarse a trabajar con su luz, sin ver la cuartilla, ni la lámpara, ni las manos, sin verse uno a sí mis­ mo, perfectamente fuera de sí, embriagado de luna, escribiendo sobre la cuartilla de luna... Ese dolor en el costado, que primero parece algo inconfesable y trágico, pero que después no es nada, es un telegrama de muerte que se ha cru­ zado con uno, que ha podido sernos fatal; pero que, por fortuna, ha seguido su camino... ¡Oh, esa mosca del invierno, solitaria, obsesio­ nante, calenturienta, incomprensible, espectral! 187 RAMON GOMEZ DE LA SERNA JLa madrigada huele al campo en los ojeos... Tiene ese olor silvestre que es la levadura con que se amasa y se hace eficaz el aire de todo el día... A lo que sabe esa levadura sutil que contiene la madrugada, debió saber el maná inimaginable de las lluvias bíblicas. . i De qué se sostienen los cafés antiguos, presti­ giosos de años, a los que no asiste nadie, y que, sin embargo, no disminuyen su luz excesiva, ni reducen su servidumbre, ni dejan de hacer su ti­ najón inmenso de café? Es secreto su misterio. Cuando se cierran a las dos menos cuarto, los an­ tiguos y asiduos parroquianos que murieron en­ tran con sus sombreros color café, y algunos con sus copas cogotudos, a lo Coya, y piden café. La costumbre de ir a su café ha sido más fuerte que la muerte, lo único más fuerte que ella, y por lo que han conseguido una hora de recreo en el ri­ gor de su muerte perpetua. La timidez de que llenan los tranvías al peatón es pusilánime, es estúpida; pero es terrible. No se puede uno defender de toda la mirada con que es fisgoneado por ellos, aunque, como sucede con la mirada de un bizco, parezca cuando la sostenemos desafiándola que miran a otro lado. Un hombre que al ir por la ciudad no ama tanto como el objeto de su viaje su trayecto, es un pc188 GREGUERIAS SELECTAS bre de „espíritu/ que será fanático, cruel y colé­ rico. .. Una browning parece que ha de servir para algo matemático y definidor. Se tiene sobre la mesa para recurrir a ella en un momento de di­ ficultad y emplear su poder y su resolución mi­ rándola sólo. Es una rara confianza, extraña a su objeto, la que hace sentir esa arma tan definitiva y tan inteligente, como si tuviera un resorte efi­ caz para otra cosa que la muerte, un resorte como para tirar líneas definitivas. Para no torcer los tacones!”. es el pregón más pobre y más vergonzante, más que el del trapero, que es un hombre importante que tiene un som­ brero de copa, una levita, la gran cruz del ma­ gistrado y un uniforme de jefe de Administración civil. Se siente una angustia secreta pensando en las fuentes públicas, cuyo chorro corre y corre sin cesar... Se desearía taponar esas fuentes, para evitar que un día irreparablemente nos quedemos sin agua... Los hombres son de una imprevisión y de una insensatez atroces, y no piensan en el día en que se sequen todas las fuentes, desangra­ das por esa eternidad irresistible de su chorro. Es una obsesión fantástica la de la sed universal, que hace preferible el diluvio universal... “¿Volveremos a ver el mar”?, se nos ocurre 189 RAMON GOMEZ DE LA SERNA pensar con desolación siempre que nos despedi­ mos de él. Y es que tiene tal sobreposición, tal presencia de ánimo, tal impasibilidad, que sobre­ coge, no sólo al despedirse, sino siempre que un tránsito dudoso o un acontecimiento indeciso se realiza en nuestra vida. El, sobre todo y después de todo, permanecerá; en él están todas las vidas que han ido a dar en él. El nos alentaba al mis­ mo tiempo que nos desalentaba. Gozamos de que nos pulse bañándonos en él, como goza ese ser en­ fermo de muerte, que secretamente se consuela y se siente sobrepujado cuando le tocan en la fren­ te, le pulsan o le preguntan cómo está los mayores que sabe secretamente que vivirán mucho más que él aun cuando ya llevan vivido bastante más. “¿Volveremos a ver el mar?” Esa pregunta so­ livianta nuestras posibilidades con una fuerza co­ losal, y el último momento de ver el mar es una despedida mayor que-todas, más enconada, más inenarrable, más desbordante. Achicamos al mar en nuestro pecho y lo abarcamos con una mirada de náufragos que temen naufragar en la tierra sin volver a ver el mar. Los campanarios van subiendo, subiendo, alar­ gando sus torres según avanza el día, según os­ curece. GREGUERIAS SELECTAS cias de teja a teja son una lectura minuciosa que ameniza el ver el panorama de los pueblos... Los tejados son pintorescos libros abiertos, libros en­ tretenidos, de larga contemplación. El tiempo y los días les han impresionado dejando impresa su letra. ¿ Hasta dónde han desordenado el cielo los aero­ planos? No lo sabremos. Pero se presiente que todo un orden celestial ha sido trabucado, con­ fundido, desaparecido... No sólo la tierra, sino el cielo ha pasado de una época a otra. ¿Olvidaremos los: “¡No me claves las sortijas! ¡Que se me clavan las sortijas!”?... No. Toda la realidad de aquella mujercita surge evocada como nada, recordando aquella queja mimosa, baja, en el violento apretón de manos que nos dábamos. Eran como clavos de la pasión sus sortijas, cla­ vos agudos y fieros. Toda esa loza perdida en los museos, esas va­ jillas con cifras y guirnaldas, apenan por su in­ utilidad... Nadie come en ellas, que añoran las salsas y los banquetes. Su destino está estúpida­ mente malogrado. Su final debió ser la muerte, la rotura, el hacerse añicos... También sugieren una pregunta más perturbadora... ¿Comió alguien en ellas? ¿o son estúpidas vajillas nuevas? Con los tejados no se ha sido justo y estricto· todavía... Tienen matices multicolores que salvan la monotonía del caserío... Esas nimias diferen­ Va faltando deplorablemente en el pan algo que es quizás más importante que el peso: el adorne, 190 191 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS sus relieves de formas primarias, los calados, las 'letras elzevirianas... Sólo queda el nombre del de­ fraudador, y os lo tenéis que comer encima. aunque haya que ir a buscarlas torciendo mucho nuestro camino... Hay en ellas una exaltación de cuadro, una exaltación de arte. Los objetos de museo que cuelgan o que tienen poca estabilidad se mueven en las vitrinas... Un carro lejano que hace trepidar toda la manzana de casas, algo que siempre está pasando en el cie­ lo, en la tierra o bajo la tierra, les da esa movili­ dad... Comprobar esa vida asombra un poco, por­ que es como observar un hálito extraño que hay en ellos, que les es propio y les hace vivir, pesta­ ñear, recordar. Las cariátides de senos bovinos, de senos enér­ gicos y anchos que sostienen los grandes mirado­ res de las casas, hacen bajar los ojos a las señori­ tas y a los tímidos, siendo queridas callejeras, desnudeces atractivas para los carreteros. Los aeroplanos han sido inventados para cazar los globos que se les escapan a los niños en los jardines... Se han desviado de ese objeto con que les creó Dios, pero originariamente para eso fue­ ron creados. Los vencejos tienen más de patinadores que de voladores... Patinan en el aire, se dejan ir, se la­ dean, se envuelven unos a otros, van juntos en las curvas, igual que patinadores, con sus mismos dengues y sus mismas coqueterías, con su misma caballerosidad y su misma puerilidad. Los cocheros de librea vistosa, blanca y negra, tienen algo de ranas: como las ranas un poco en cuclillas y con las nalgas blancas, por su pantalón blanco; como las ranas croan, cuando arrean sus caballos... Son unas ranas de fábula, pero son unas ranas. Esas grandes vidrieras de una pieza de los gran­ des, de los inmensos balcones de los grandes edi­ ficios, recogen tan admirablemente el azul, hacen visajes tan maravillosos al Poniente, que merecen ser visitadas, ser vistas, haberse acercado a ellas En la luz de las altas linternas de las capillas y de las catedrales está el Espíritu Santo, o séase la luz enaltecida y concentrada. Esas niñas que parece que se escapan a su mamá, que van muy delante de ella, tienen ya anhelos violentos, no se resignan al hilo corto y tirante que las une a la madre... Hace gracia verlas muy lejanas, más lejos que ellas se suponen, como yen­ do a perderse de la mamá. ¿Se escaparán a ella? ¿ Qué miedo no las asaltará entonces ? Ellas ya sienten cierta pecaminosa libertad con ir tan le­ jos... ¿Qué cosquillas tenues y finas, insufribles de 192 193 G. de la Serna: Greguerías. 13 RAMON GOMEZ- DE LA SERNA puro agudas, siente la flor bajo la mariposa? Ese problema de la sensibilidad de las flores se nos plantea siempre que vemos en su cáliz una mari­ posa, asociando a esa observación el recuerdo de las veces en que nos han cosquilleado con una plumita en el interior de un oído. Ninguna emoción tan espiritual del amor como aquella que me dieron aquellas dos mariposas cru­ zándose y entrecruzándose, persiguiéndose y be­ sándose en la escala de sol lejana, interpuesta en­ tre el balcón de ella y el mío... Tan real fue la imagen, tan sincera, que dejó aclarado el sentido del amor. GREGUERIAS SELECTAS punto solitario y atrapador, coleccionista y capturador de quién sabe qué hallazgos. Hay días en que el cielo está de mal humor... El rictus del cielo es otro que el de los días de lluvia sencilla, natural o tempestuosa... Se ve cla­ ramente que es mal humor, misogenismo, envi­ dia, soliéronla, saña de aguafiestas declarado... Y se ve más que nada esto, se coge infraganti esto, viendo al día reflejado en los cristales de los escaparates y en el fondo de las casas, en el fon­ do delator de los espejos caseros. ¿Por qué no se aprovechan las telas de araña para hacer algún tejido, como se aprovecha la tela del gusano de seda? Bajo un traje cuya primera materia fuese la tela de araña, el hombre se sen­ tiría intrépido, dominante, y quién sabe hasta qué Un niño, al cortarse el pelo en la peluquería, compone un cuadro gracioso y lleno de inten­ ción... Al entrar el niño en la peluquería para los hombres toma una representación solemne... Los peluqueros, que tienen la consigna de saludar so­ lemnemente a todo el que entra, sea miserable o rico, jorobado o tuerto, le saludan como a un ma­ yor... El niño ha entrado y se produce con idea de la categoría de hombre independiente a que le da derecho el estar allí... Le sacan la silla gran­ de, la silla que le aniña más, la silla alta en que se sientan a la mesa los niños, uno de los que pa­ rece, sobre todo cuando el paño contra los pelos rodea su cuello como una servilleta. Esto es un abuso. Se rebaja así al cliente. El niño, sin em­ bargo, porque no tiene más remedio, se sienta.. ¿Le preguntarán “si la barba también”? No; es el único que está libre de esa pregunta... Resul­ tan excesivos para él los espejos anchurosos, y 194 *95 Esa peseta que se encuentra de lustro en lustro en el fondo de los cajones, disimulada entre los papeles, de los que se desprende en una argentina pirueta, es una peseta como acuñada por la Pro­ videncia y que la Providencia deposita especial­ mente en nuestra mano... La debemos besar le­ vantando los ojos al cielo, como esos pobres que en la calle dan las gracias por la moneda que les han tirado desde el alto balcón. RAMON GOMEZ DE LA SERNA ios ■ bártulos de cortar, de peinar, de rapar, re­ sultan excesivos también y quirúrgicos a su lado... ¡ El niño no es bien tratado por los peluqueros! Un poco irrespetuosamente, un poco como a una patata tratan a su cabeza, se distraen de ella, la tiran de los pelos, le pellizcan con la tijera el cue­ ro cabelludo, y todo esto porque el barbero sabe que el niño no podrá dar más propina que la que trae ya justa y consignada. El vaho que echan los caballos por sus narices de hipogrifos en las mañanas crueles del invierno, nos ha sorprendido de pequeños como una mues­ tra conmovedora de la vida, en lo que cabe tam­ bién humana, del animal cuadrúpedo... Nosotros, cuando íbamos al colegio, nos sorprendíamos de nuestro vaho por el que parecíamos fumar, y de ese vaho más caudaloso de los caballos... Ese vaho nos dió cierta idea fraternal de ellos. ¿ Qué premio daríamos a esa cosa que se porta tan bien? ¿Y a esa que tan constante va siendo? ¿Y a esa que es tan firme?... Yo crearía unas cru­ ces del Mérito, y se las colgaría con solemnidad a las cosas condecorándolas. Aunque nos moleste el “¿te acuerdas?”, con las mujeres no hay más remedio que emplearlo cons­ tantemente... No conocen otra cosa que sus re cuerdos, no llegan a una unidad superior... Re­ cuerdos sueltos, recuerdos de los que no sale casi ig6 GREGUERIAS SELECTAS nada en limpio... Faltamos al presente con el “¿te acuerdas ?”, pero hay que prodigarlo. La tabla de partir la carne tiene un truculento parecido con el tajo de las ejecuciones. Ya avanzada la noche, la cabeza agobiada por el trabajo, sentimos en ella un ruido como si pa­ sase un gran ómnibus cargado de baúles, un óm­ nibus de esos que trepidan sobre las piedras des­ iguales, un ómnibus que no pasa. Esas cenizas de los cigarros de los otros, de no sabemos quién, que quedan entre las páginas de los libros y que soplamos, son la mejor imagen de lo que queda en ellos, entre sus páginas, de la vida que se pasa leyéndolos... Molestan las puertas con montante... Los mon­ tantes son dos ojos con lentes que lo fisgan todo, que nos distraen, que nos espían. El paraguas del hombre distraído es una cala­ midad... De todos lados se lo ofrecen, diciéndole con un tono de reconvención que le abruma: “¡ Que se le olvida el paraguas!” “¿Es de usted este pa­ raguas?” “¡Eh! ¡Caballero!...” El hombre dis­ traído que sufre todo eso, después se olvida de abrir el paraguas cuando llueve, o cuando lo abre sale el arco iris sobre su paraguas, se aclara, se despeja todo el cielo, y el hombre distraído lleva su paraguas abierto sin fijarse, como si llevase un ’97 RAMON GOMEZ DE LA SERNA quitasol. Algunas otras veces se lo olvida defini­ tivamente en los percheros, y entonces deja llenos de confusiones a los dueños de la casa, que no sa­ ben a quién devolvérselo, que quizás no encuen­ tran nunca a quién devolvérselo, y tienen que usar­ lo, sufriendo todas las distracciones del hombre distraído que se lo olvidó, porque ya está conta­ giado el paraguas de distracción, y se queda de­ trás de ellos como un perrito rezagado. Hay unas bocinas de automóvil que atacan al estómago, que lo abollan con su estampido, con su ¡¡bu!!, ¡¡bu!!... Las tememos, y cuando suenan, nos echamos mano a la barriga, aporreada por ellas, dolida de ellas. ¡ Qué encanto ver el despacho iluminado, verle desde la cama, acostarse para verle tan dispuesto, tan activo, tan lleno de pensamientos suyos—¡ya quisiéramos que fuesen nuestros!—, y dormirse GREGUERIAS SELECTAS Parece que está amarrado el mundo a esas gran­ des setas de hierro que hay en los puertos y a las que se amarra la inverosímil maroma de los bar­ cos... Son las agarraderas más fuertes y más hon­ damente engarfiadas que tiene la tierra. Las fábricas en la noche silenciosa suenan como el mar, sobre todo en el estío, en que un recuerdo insistente del mar figura y se pega junto a todas las cosas... El mar cercano a los hoteles de los puertos o de las playas, suena así, incesante, más unido en la distancia el rumor de una ola al ru­ mor de las siguientes... Es quizás este murmullo, este teje maneje, esta intermitencia continua, este runrún largo y tendido, más atropellado, más rizado, más repetidamente roto que el del mar. pero lo recuerda con viveza, indiscutiblemente, largamente. Un obrero, con gafas es lamentable. Por sus ga­ fas descubre más la injusticia de su suerte, la ve mejor, la ve como un caballero, como un hombre de ciencia, como un intelectual. Esos obreros de blusa azul que gastan gafas entristecen más la es­ clavitud de sus compañeros, y parece que mere­ cen otro trato, que entienden de otra cosa y se han tenido que dedicar al duro trabajo por fata­ lidad. Apiadan sus gafas, nos les hacen compañe­ ros y se teme su mirada. Es notable qué se les ocurra a los jardineros regar las estatuas desnudas, la piedra en cueros de las cariátides que sostienen las fuentes, de las ninfas que se ocultan entre los macizos... Hay una fresca y clara sensualidad en esa manga de riego que enfoca todo el fuerte chorro de agua brillante sobre los senos duros, los cuellos fuer­ tes y las nalgas redondas... Parece que esta du­ cha fría, violenta y larga da robustez a las esta­ tuas... Es una felicidad en la mañana presenciar este espectáculo, como el de un baño auténtico de la Diana que corre por los jardines matutinos. 198 199 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Los confites ya casi han desaparecido... Eran como un dulce para el espíritu, un dulce sutil, el ardite casi invisible e inmaterial que el espíritu podía disfrutar... Confites rosas, azules, blancos, menudos, los confites eran para el alma. i Qué pena da ver las venas de la mano, las ve­ nas azulencas de la palma y de la arista, y las ve­ nas en relieve del dorso!... Nos enternecen... Ellas nos revelan nuestra constitución venosa y anatómica, algo que habíamos olvidado, de lo que nos habíamos separado, convertidos en una ima­ gen vana y remota. En lo alto palpitan los álamos y los chopos... Para que no palpiten esas hojas como colgadas de un hilo, se necesita que el tiempo esté parado, porque son como un segundero visible y natural del tiempo vivo... Es.consoladora esa' nota tré­ mula, temblorosa, refrescante, que pone esta pal­ pitación en el paisaje, -sobre todo en ese paisaje de Castilla árido y pelado, en el qué sólo esos chopos o esos álamos junto al río vibran un poco, revelan un aire que aunque no se mueve alienta el espíritu... GREGUERIAS SELECTAS nos sirviesen agua con azucarillos, con grandes y ministrables azucarillos... El hombre que cura la solitaria con lo que hay en el frasco azul y que enseña la solitaria vulgar y la tenia extraordinaria, resulta ya algo muy su­ cio, inaguantable de puro sucio, después de tantos años de verle enseñar el frasco repugnante... Ya esa tenia y esa solitaria que guarda en los frascos son demasiado viejas, son de gentes que murie­ ron (eso si no son artificiales, duda última y hu­ morística)... Esa tenia y esa solitaria, además, no han sido indudablemente extirpadas por obra de su medicamento... ¡Lamentables y antiguas tenias y solitarias, deleznables lombrices de tierra que descubren el secreto de la divinidad humana! No disfrutamos de los reconfortantes más ine­ fables... Nos olvidamos largas temporadas de to­ mar agua con azucarillos... El azucarillo da al agua el cuerpo preciso que necesita, y también un poco de espíritu superior... Debemos recordar que de niños queríamos ser ministros, para que Bayadera... es una palabra que baila, que mue­ ve sus caderas y a compás saca el vientre lleno de un ritmo circular cuyo centro es el ombligo... El traje de esa palabra es un traje corto, un traje de poca tela, un traje trasparente, en el que los aba­ lorios suenan y en el que las pezoneras no se es­ tán en su sitio, parece que van a salirse, parece que van a descubrir lo que guardan, dejándolo sin el antifaz que recama el pecho que no se somete a él... Bayadera es una palabra sin virginidad, que, fulva y ansiosa, espera siempre al hombre, le incita, le hace guiños, le mueve la lengua, le suena la pandereta, y unos cascabeles que lleva cosidos a las puntas de las faldas... Bayadera es una mujer libre elevada por la danza, una mujer 200 201 RAMON GOMEZ DE LA SERNA de caderas ceñidas y de piernas desnudas... Bayadera, ni cuando apretadamente la retengáis, deja­ rá de moverse. Un cadencioso movimiento conti­ nuo cimbrea esa palabra siempre... “Baya... baya... bayadera.” Se pronuncia con una intermitencia obligada y contoneante esa palabra. Esas manos de hierro de los llamadores que sostienen una bola son unas manos amables, que corresponden a nuestro deseo de que hagan salir al criado y nos abra la puerta... Son manos muer­ tas, manos de mujeres caseras, perpetuadas con una sortija, para mayor delicadeza y alcurnia del llamador, manos gordezuelas, que miramos con una ternura improcedente, pero espontánea. El cuentagotas es un apañado y paternal ele­ mentó de la casa... La probidad del cuentagotas debe ser ensalzada... Sin el cuentagotas nos enve­ nenaría esa medicina ó no podríamos seguir esa proporción creciente que nos conviene... El cuen­ tagotas tiene un espíritu sutil, avizor, preciso... Pone una gran inteligencia, una gran observación y un cuidado difícil en lo que hace. ¡Oh, ese sueño que raramente descabezamos a la tarde, qué extraño desconcierto deja! Hay un momento al despertar de él en que no sabemos si es de la tarde o de la mañana, del amanecer o de! anochecido, la hora en que abrimos los ojos... Algo mortal hay en ese momento, algo de princi­ pio de vida o de final, revelándosenos la vida y el 202 GREGUERIAS SELE'ÓTAS panorama de la calle con más gravedad y más in­ certidumbre... Si fuésemos aún niños, es decir, tan sinceros como los niños, nos hubiéramos des­ pertado como los niños se despiertan muchas ve­ ces, como sin por qué y sin a qué, llorando des­ garradoramente, con un susto pasmoso de la vida peñascosa, aristada, angulosa, abrupta, con la que ya no contaban. Se conoce a los teñidos a simple vista... Sin embargo, su pretensión lo niega... Sólo hay un medio de cogerles infraganti: la fotografía; en las fotografías aparece como pintura saliente lo que es tinte y las facciones se pierden detrás de esos trazos... Dan ganas de dar la mano a esa mano colgada fuera de las guanterías, que os pide afectuosamen­ te el saludo, que está siempre pidiendo por piedad quien la agarre... No debemos despreciarla como una mano plebeya, debemos estrecharla alguna vez afectuosamente. Los niños cuando lloran parece que es que les aprietan un resorte... ¡Oh, no nos deis esa lata insufrible apretando a la barriguita, el resorte, a ese muñeco de las amas de cría! “LLAMAR AL SERENO”, dicen ciertas puer­ tas en la noche... Al primer encuentro con la con­ minación sentimos la necesidad de llamar al sere­ no, porque nos lo mandan o porque nos piden 203 i RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA auxilio... Después vemos .que se trata de las bo­ ticas, que dicen a todos lo que debieran decir de otro modo a muy pocos. Las planchas de metal que se ven en el suelo de la calle y que cierran los registros del gas, son verdaderas laudas de sepultura... Allí está ente­ rrado el obispo de la calle. , La hora de los desayunos es una hora trivial y nítida... Los churros ’ están aún calientes, aun­ que parece que cae sobre ellos el frío de la ma­ ñana... Los buñuelos son aún recientes y tier­ nos... En los grandes barreños llenos de leche entra la medida una y otra vez, vertiéndose por su labio en las jarras y usando él embudo cuando és una botella, el embudo que, inundado por la leche, resulta más que nunca un seno, una ubre de lata... A la puerta de las tabernas está la gran tetera de metal y la gran cafetera sobre los hor­ nillos de gas, y unos toman el café falso y otros el té acre y áspero, aun cuando hay quien recha­ za la tisana falsa y pide el aguardiente verdadero -v corroedor... Hasta en las boticas se prepara el desayuno de los enfermos, las limonadas purgan­ tes o el infernal aceite de ricino, desayunos corro­ sivos que esperan los enfermos líenos de esperan­ za, ^deseando salir de su postración y entrar en la mañana clara del desayuno natural. GREGUERIAS SELECTAS por entre los barrotes una mirada de soslayo que pueda ver las jaulas puestas de soslayo!... Busca todas las vueltas a la casa de las fieras, se com­ place en ver lo que no pueden ocultar: los pavos reales, las grandes gallinas especiales... Nada más... Sólo complace en gran parte su curiosidad ese grabado impreso en el cartel de entrada y en el que se ve un animal fantástico que después re­ sulta que ya no está, que se ha muerto o que nun­ ca estuvo... Un sitio hay, sin embargo, que le atrae sobre todos al niño que no puede ver las fieras: el respaldo de las jaulas, el verdadero res­ paldo, al que dan las puertecillas de latón que se ven al fondo de las jaulas... Por allí, alguna ma­ ñana, se ve al oso blanco salir y bañarse en su baño de piedra... ¡Niños anhelantes, trémulos, esos niños que intentan ver por un agujero la casa de fieras como cuando intentan lo mismo al­ rededor del circo de lona! A lo mejor notamos, después de haber visto un cielo con estrellas, que el cielo está oscuro y sin estrellas. ¿Qué ha pasado? ¿se habrá fundido la luz eléctrica del cielo, toda la instalación ? ¡ Qué conmovedor resulta el niño que no puede entrar en las casas de fieras, que intenta meter Entre la prole numerosa que se arrastra por las ciudades, se ven unos niños que tienen la cabeza plana y ancha por arriba, una cabeza para la cesta del pan o para asentar bien los grandes pesos... Es indudable que han nacido para panaderos o 204 205 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS.. SELECTAS para descargar las grandes canastas en la madru­ gada de los mercados o para mozos de cuerda. nuestra casa cuando ya no podremos estar aso­ mados. Se sufre ante el parto de las macetas de los bal­ cones de la ciudad... ¡Cuánto trabajo para vencer la anemia y la tristeza, cuántos cuidados para que al fin pueda parir la maceta hética esa rosita o ese pobre clavel! ¿Se pierde el tic-tac del reloj? ¿Dónde se va yendo ? A la nada no es posible. Eso repugna a la inteligencia. Es tan preciso y tan significativo ese tic-tac, que no puede anonadarse. Se va hacia atrás en el tiempo, en una hilera que se alarga a espaldas nuestras, que vamos de frente y hacia adelante. En la masa y en el espacio enorme de la otra parte, del otro lado se colocan, se ovillan de nuevo esos tic-tac. Fijos como postes del telé­ grafo en un viaje vertiginoso, se van quedando a nuestra espalda, imborrables, sostenidos, irrevo­ cables, enteros siempre... ¡Qué grave de imaginar eso! Esa mujer que apoya su pie en el tramo de los hierros del balcón parece que deja entrar la mi­ rada por ese hueco de su falda un poco levanta­ da; pero no se ve nada, absolutamente nada. De todos modos, es un gesto escandaloso y picante, aunque ellas lo realicen con el mayor descuido... La promesa es profunda... A las niñas asomadas a los balcones con sus faldas cortas de campana parece que se les vería más, pero da vergüenza mirarlas... Son estas impresiones de transeúnte verdadero y humano, que ve las pequeñas cosas que graban este mundo que parece una mentira. ¿Qué se nos ha caído detrás de las librerías? Poco a poco un secreto denso se esconde detrás de ellas y debajo. No conviene mudarse mucho de casa... La suer­ te puede irnos a buscar al día siguiente de haber­ nos ido y puede devolver su tesoro a la Central de los tesoros por no encontrar al destinatario... El amigo, que sería nuestro mejor amigo, irá a buscarnos a la casa abandonada y ya no nos bus­ cará más... Ella, la olvidada, más hermosa que nunca, se volverá a acordar de nosotros, y aunque su altivez no la permitirá escribirnos, pasará ante Esas figuritas pequeñas que pasan por el paisa­ je lejano parece que van deslumbradas por el cie­ lo y la tierra... Andan muy despacito, como si nadasen en la mar gruesa... Parecen un poco ahogadas y abrumadas, disminuidas, convertidas ya, para lo cerca y para lo lejos, en pequeños re­ tacos... “Un día—contarán después—nos queda­ mos así de pequeñas en la extensión solemne, nos disminuyeron las elevadas proporciones del cielo y de la tierra... Somos así de pequeñas, somos más pequeñas, no nos veríamos a nosotras mismas si 206 207 RAMON GOMEZ DE LA SERNA calculásemos sin orgullo las distancias y las es­ calas.” ¿ Qué puede decir ese cuerpo cerrado y esa alma virgen? El mejor oído está cerrado en él. Las más vivas comprobaciones no puede realizarlas. No tiene toda la perspectiva porque está del lado acá de todo. Su alma, sorda como una tapia, no podrá ser convencida. En un rincón de la botica debe estar la medici­ na salvadora, la que nos repondría. Los boticarios y los médicos no saben cuál es. El que la inventó sólo pudo ocuparse de la calidad y de la eficacia, pero no de la propaganda. Nadie la pide, y un día la tirarán. Ponerse un cinturón de esos en que ¡os cartu­ chos forman una apretada y numerosísima hilera, es perder el alma seguramente, tornarse temera­ rio, violento, incesantemente relapso... Los hom­ bres agresivos parece que llevan la cartuchera liacia a la cintura... Ese hombre que en toda oca­ sión irá a por todo, no por mérito superior, sino por majeza, no es que se haya liado la manta a la cabeza, es que se ha liado la cartuchera a la barriga. ¿ Qué palabra, qué tic, qué ruido precede a la muerte? Algo que debe parecer una señal trivial, y que, aunque se escuche indistintamente, es una señal precisa, un “crac”, un “psch”, un algo sen- greguerías selectas cilio pero especial se debe oir... Nadie pone en estudio su vida, hasta estudiar los más leves sín­ tomas, porque si no, con que dos muertos hubie­ ran coincidido en apuntar ese toque especial y pre­ monitor nos podríamos dar cuenta... Debe ser como un toque de timbre, como el que se escucha en las máquinas de escribir señalando que se aca­ ba la línea y el margen del papel... Debe sonar lo bastante antes para que nos preparemos, pero no le entendemos. Esa indecisión, esa incertidumbre, ese no saber qué hacer de los días en que salé y se oculta el sol, es terriblemente comunicativa y nos balda. “O sal o entra”, le diríamos. Se han ido colocando prendas sobre la cama— un cepillo, dos trajes, un sombrero, un periódico, unos papeles, una corbata, el gabán—. ¿Quién se acuesta? ¿Quién quita todo eso? Parece que no podremos remover todo eso, y por eso trasnocha­ mos más... Después, al fin, precipitadamente y sin saber cómo, desescombramos la cama y lo logra­ mos echar todo sobre una silla, en la que conserva todo un hermoso y difícil equilibrio. Mujeres orientales, terribles, fulvas, de mira­ das y de mandatos irresistibles las de cejas uni­ das... ¡Sultanas! ¡ Oh, esos grandes árboles que imitan un poco a las pagodas, que tienen cierta rotundidad de pa- 208 JO9 O. de la Serna: Greguerías. li RAMON GOMEZ DE LA SERNA godas! En el fondo hueco de su tronco quizás bajr un Buda. Los sombreros resisten muchas deformacio ­ nes... Nos sentamos por equivocación y nos vol­ vemos a sentar sobre ellos, y, sin embargo, vuel ­ ven a su primitiva forma, como si nada... Verda­ deros fénix, resucitan de ese aplastamiento y del mayor de todos, que es el que sufren yendo den­ tro de los baúles. El diamante de los cristaleros nos ha causado admiración desde pequeños... Parece un diaman­ te que en vez de ir montado en una sortija lo han incrustado modestamente en un marcador de cris­ talero... Ese adminículo, de una precisión y de un poder tan maravillosos, les da a los cristales una categoría y una importancia admirables. Parece que por la sima negra de las carbone­ rías se entra en el fondo auténtico de la mina, una mina que. va socavando todo el subsuelo de la casa, de la manzana, de la ciudad. Hay días en que se nos seca el pelo, en que se torna más seco y más irregular que otros días; y esos días, cuando echamos mano a nuestra cabe­ za, cuando intentamos consolar la cabeza con la mano, encontramos nuestra cabeza de Medusa, de cabellos febriles, serpentosos, enconados, mar­ tirizantes. GREGUERIAS SELECTAS Sobre los tejados, en los tejados, hay una aldea verdadera, una aldea irregular, enjalbegada, de to­ nos vivos y terrosos. La aldea que vive sobre la ciudad sumergida, la ciudad oculta por las ce­ nizas. Desde que conocimos una mujer con un perrito, todo cascabel nos anuncia aquella mujer. A veces nos encontramos abierta la puerta de la calle. ¿ Quién la ha abierto ? ¿ Quién ha entra­ do? Se busca. Nadie. No ha sido un ladrón, pero sí ha sido una visita, una verdadera visita de eti­ queta, una visita que no podía dejar de ser miste­ riosa e invisible. En la alta noche vemos, al volver al centro de la ciudad, en sus barrios lejanos, esas calles con dos hileras de faroles, esas calles rectilíneas y un poco empinadas, con un alumbrado sin gente... Parecen de un mundo distinto por el que no se debe pasar, como de una ciudad en hipótesis des­ plazada de la ciudad de nuestras andanzas... Hayalgo de timidez y de asombro extraño en esta mi­ rada a la bocacalle de esos paseos lejanos, extre­ mos, lujosos y solitarios... Telones de fondo de la escena animada de las calles populares, telón de pasacalle. No podríamos transitar por ellas por­ que verdaderamente no existen, son una falsa perspectiva, falso ensanche de la ciudad. Las pequeñas palmeras deben desaparecer, no lio •211 RAMON GOMEZ DE LA SERNA merecen ser cultivadas, porque como se han imi­ tado tanto ya, parecen de imitación todas... Cuan­ do se crea tanto el equivoco de una cosa, la sen tencia debe ser cruelmente extirpadora. Con nuestro sombrero nos sucede que perde­ mos muchas veces la idea de si el lazo de la cinta debe quedar al lado derecho o al izquierdo... Las mujeres, ¡cuántas perplejidades de éstas tienen! ¿ Por qué no hay quien levante esa persiana so­ bre ese balcón, siempre medio tuerto?... Esas per­ sianas a medio subir, caídas más de un lado que de otio, en forma de abanico entreabierto, hacen pensar en el fondo catastrófico, apático, relapso de esa casa así de descuidada, y en cómo sus mora­ dores se irán muriendo, se irán corrompiendo, se irán llenando de un pesimismo irreparable. A veces acude a nosotros el miedo al volcán próximo y se nos agarra a la americana y a los pantalones como un niño atemorizado,-porque es cosa de niños... Es una puerilidad, una futesa muv numana. que nos hace pensar en las posibles cir­ cunstancias si el volcán se abriese a nuestro lado: Cogeríamos un coche.” “Correríamos hasta muy lejos de ja población.” “Quizás nuestro trecho quedase sin cubrir.” “Quizás en el temblor de tie­ rras quedaríamos sobre las ruinas, todas las pie­ dras caídas sin tocarnos.” “¿Pero v si no se sal­ vaba también?” 213 GREGUERIAS SELECTAS Esa lluvia menuda que amaga y vuelve y torna, es, sin duda alguna, una lluvia irónica. El tendero muerto vive en la tienda, repasa los balances por la noche, se acuesta sobre el mostra­ dor, señala dónde está el paquete de eso que no se encuentra. “¿Cómo era la mujer de ese viudo? ¿cómo po­ día ser?”, nos preguntamos ante el viudo insopor­ table o ante el hombre que tiene ausente su mu­ jer y cuya alma no hallamos... Nos resultan mu­ jeres inverosímiles las esposas que no vemos de los hombres con los que parece mentira que se haya podido casar nadie. La cojera de los zapatos rotos es una cojera la­ mentable, desdichada, que hace realmente cojear... No sirve contra esa cojera ni la muleta, ni la cu­ ración, sino otros zapatos nuevos... ¡Oh, andar zambo de los que llevan los zapatos rotos, andar temeroso, oscilante, flojo, sin dirección, de pies tu­ mefactos, pies que van hiriéndose en los guijarros como los pies desnudos, por pequeño que sea el roto del zapato roto... La mujer tiene esa cojera y otra, la cojera de la media a la que se ha ido un punto, cojera llena de timidez, de envaramien­ to y de vergüenza. Nuestra lengua es un espejo al que da miedo mirar... Debemos olvidarla si no queremos estar preocupados siempre... En nuestra lengua apare­ 213 RAMON GOMEZ DE LA. SERNA ce escrita nuestra sentencia de muerte... Se reivin­ dica porque ayuda a hablar, que si no, sería una piltrafa tumefacta, algo que deberíamos cortar... En ella esperamos el cáncer... Por ella pasan cons­ tantemente blancuras engañosas, pero que nos per­ turban los días, blancuras que son como esas nu­ bes que pasan por el cielo azul rápidaménte de­ jándole despejado en seguida... ¡No miremos en los espejos nuestra lengua! ¡Horror! Las grandes locomotoras orinan sencillamente en la vía, y cuando se van se ve el gran charco que han dejado tibio, con su vaho correspondiente... GREGUERIAS SELECTAS mundano que esto que runrunean las moscas nu­ merosas. Esas tardes en que se ve la luna sobre el cielo azul, parece que tienen un privilegio, que están más condecoradas, que son más completas. Tar­ des como con “torta de Alcázar”. Las parras de las casas de los obreros de fábri­ ca hacen más triste y más sombría la negrura del paraje ahumado; su verde no es el verde prima­ veral, sino el verdín de las oxidaciones. Los vasos de agua que se vierten son verdade­ ras trombas de agua, verdaderas inundaciones que sugieren una ley física nueva que se podría redac­ tar así: “El agua que desaloja un vaso que se vier­ te, es infinitamente mayor que la que aparentaba contener.” Hay un resol algunos días nublados, más fuer­ te, más inundante, más cernido que el de los días claros; un resol que nos penetra los ojos y des­ lumbra el espíritu. La luz es más cernida por un cedazo finísimo que no tiene los días despejados en que cae amazacotada y gruesa. Hay moscas que se empeñan en decirnos algo —¿no eran las palomas las que le decían a Santa Teresa las cosas que después escribía ?—. ¡ Cuán­ tas Greguerías he sentido vibrar y revolotear cer­ ca de mí, infusas en las moscas que encolmenaban el centro de mi habitación!... Cosas de los barda­ les, de los jardines, de los tejados, cosas de los interiores, cosas pobres, pero ciertas, son las que quieren decir las moscas, que son la inspiración varia y humilde, llena de afirmaciones ciertas, de ironías, de banalidades... Nada más vario y más Las mujeres son doblémente Judas cuando se son traidoras entre ellas, porque dan un beso en cada mejilla a la víctima. 214 El bulldog tiene un hocico de carbonero, negro, sucio, espantoso. ¿Dónde ha metido el hocico para, ensuciarse de ese modo hosco e indeleble? Se agradece al aire pacífico de algunos días el que nos deje-encender una cerilla... Nos volve21$ RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS riamos a darle las gracias: “Muchas gracias, ca­ ballero...” largo rato y no arde, explotará, irritada, explosi va, y se tirará a nosotros con fiereza... Qué clara la flauta madrileña de las noches de verano. Refrescan sus notas, detienen, devuelven su marcha grácil al corazón pesado por el bochor­ no... Se repite demasiado, pero está bien. Toca la Marcha Real, y después de un rato toca la Marsellesa, blanda, suave, trivial en la flauta pueril... Parece que toca, sobre todo, para que baile el es­ píritu de la noche, para animarlo y levantarlo, para que baile algo tan sutil como una troupe de muñecos de papel colgados de hilos de luna. De pronto parece que va a volver a tocar, y, sin em­ bargo, resulta que se ha ido. ¿ Es posible que el taxímetro obligue a una con­ tabilidad fiel al cochero? Se sospecha que ese re­ loj misterioso del coche es retrasado en los rinco­ nes oscuros a los que puede guiar su coche el cochero. Bajo los cielos cárdenos de algunos días, el alma se siente gangrenada, violácea y amoratada. Son envidiables los grandes reyes, porque todo se lo pueden tomar sin su hueso... La aceituna sin su hueso, la alcachofa sin sus hojas duras y desabridas, el espárrago sin nada de mango, el pez sin sus espinas, el pollo sin huesos. Qué difícil nos ha sido de pequeños entender eso de con, por, sin, sobre, etc..., esa falsa ora­ ción, ese camelo pijotero, esa cosa difícil e in­ congruente. Parece que esa cerilla que estamos rascando un 216 El ramito de azar en la fusta de los cocheros es de una gracia inefable... El lacayo candoroso, colorado como una doncella, debía llevar uno en el ojal. Nos disgusta profundamente, nos hace enmen­ darnos, el ver que el tinteio se ha ido secando solo... ¡ Cuántas ideas se nos han debido evaporai ' Hace muy feo y muy desgalichado la falda sin blusa... Mejor es que se arregle la mujer en ena­ guas que con esa facha. ¡ Qué infantil su mano, qué “tobillera” en me­ dio de todo, independientemente a ella, como su niñez, como la niñez que seducir en la mujer ya hecha! ¿Dónde dejaremos estos alfileres que ella nos entrega al desnudarse? Son como unas arras de la felicidad que vamos a obtener... Los ponemos en cualquier lado, los perdemos, porque no pode217 RAMON GOMEZ DE LA SERNA mos creer que ella los necesite después, porque ella parece que va a permanecer desnuda siempre. Se encontraban nuestras miradas muchas veces en el espejo, iban a buscarse al espejo, nos levan­ tábamos solo para eso, como dando variedad a nuestra tertulia... Sentíamos así frente a nosotros la alegría de los cuatro... Encontrando nuestras miradas en el espejo nos alejábamos un poco y nos sentíamos más atraídos el uno por el otro; era como una ausencia que hacía que con más ternura buscásemos nuestras bocas reales, sorpren­ dentes de realidad, admirables de realidad y de proximidad. r Qué coquetería más incitante la que tiene una mujer bonita al montarse en el carrousel!... Se la ve irse montada en su caballo, y se la espera vol ■ ver a ver, se la ve, se siente sucesivamente la ale­ gría de volverla a ver y la defraudación de per­ derla de vista... d riunfa de uno en ese juego, dán­ donos un mareo amargo y delicioso, dándonos ganas, en medio de él, de tomar por asalto el ca­ rrousel y raptar a la coqueta llevándola sobre el caballo de cartón a una velocidad vertiginosa, con­ duciéndola a no sabemos donde, a la selva oscu­ ra... ¡Oh delirio de grandezas!... .Pobres relojes de fanal... Relojes ahogados, re­ lojes en su pecera... ¡Qué gana da de romper su fanal y qué miedo!... Están sordos, presos, res­ pirando los muchos segundos que ya han expelido 2tS GREGUERIAS SELECTAS y que enrancian espantosamente su aire cerrado... De ahí que se paren de pronto, sin que se les haya dado un golpe ni movido, sin que comprendan por qué los que no se han formado idea de este ahogo cruel que venían sufriendo bajo el fanal. ¡ Cuántas veces ha pasado por uno el miedo rau­ do de que se caiga el balcón en que estamos aso­ mados, un miedo recrudecido los días de proce­ sión o de visitas que se asoman! Una de las más grandes atosigaciones humanas es la de estar haciendo rodilleras. Es angustioso ver a un hombre que se duerme de pie... ¡Qué cantidad de muerte próxima hay en él, qué sueño más penoso, mas lleno de supli­ cios, qué sueño de falta de equilibrio en los teja­ dos de su sueño! La pluma bebe como un aguzanieve, tan ávida­ mente, tan finamente, tan pájaramente... Hay ra­ tos en que, sin escribir, distraídos, pero con la plu­ ma en la mano, notamos ese instinto de la pluma que entra y vuelve a entrar en la tinta, bebiéndose sorbito a sorbito la tinta, sólo para ella, sólo para saciar su sed recóndita... Es una gracia que no tienen las estilográficas, esos falsos pájaros me­ cánicos de espíritu preconcebido y cerrado. ¡ Cómo se engruesa, se robustece y se hace po­ deroso el brazo de la mujer—nuestra estrangula219 RAMON GOMEZ DE LA SERNA dora—al mostrarse entero, arqueado y elevado, atusándose los cabellos! ¡ \ cómo la desnuda la caída de. la manga hacia el hombro! Sólo el paraguas de los niños es el que tapa. i Qué clásico ese tío del Café que come con la servilleta atada al cuello! El juego de cartas hace, después de todo, ino­ cente al hombre... ¡Qué ingenuidad la de “me planto”... “pido”... “me paso”... etc, etc! Es quizás cuando el hombre es menos obsceno. Pero todos quieren cobrar del juego sin jugar, sin com­ prometer su dinero, y eso es lo que ha corrom­ pido el juego... Lo han corrompido los que han necesitado que. fuese inmoral para poder prohi­ birlo y para poderlo consentir, para callar o des­ potricar contra él, según les dé o no dinero sin entrar en suerte, sin exposición. En las bibliotecas públicas, nuestros propios li­ bros reniegan de nosotros y nos tratan con des­ den... ¡Hijos desnaturalizados! Son simpáticas esas tijeras—de los sastres, de los estereros—que simulan una cabeza de pelíca­ no vivo y domesticado. Ninguna clase de hombre tan vaga, tan desluci­ da, tan fantasmal como la de los miserables que llevan esos anuncios sobre sus cabezas, sobre un 220 solo soporte o sobre dos soportes que atan a sus hombros... Viven fuera de la vida, ni en la acera, ni en medio de la calle, sino en un falso espacio estrecho y precario... La cabeza, el rostro, la re­ presentación, la dignidad, la tienen en el cartel anunciador... Ellos, debajo, no son ya nada, sino unos galápagos, unos seres flojos, aplastados, lle­ nos por dentro de suicidio y de olvido, bajo la lápida del anuncio. En el' extranjero se nota lo amigo nuestro que es el traje, amigo íntimo, con piernas y brazos v corazón en el bolsillo del pecho del lado izquier­ do... Nos es grato contemplarle a los pies de nues­ tra cama, durmiendo como el criado de I.arra, más rendido que él... ¿Pues y el sombrero? ¿Pues y. el paraguas? ¿Pues y las botas? Se ve lo favora­ ble que nos es, lo compañero, lo de nuestro país, lo hermano gemelo nuestro que es nuestro indu­ mento. Esas cédulas de papel prendidas a los trajes son muy gratas de descoser, y al romperlas desflora­ mos verdaderamente el traje nuevo. Hay días grandes en nuestra vida mortal y preocupada, y uno de ellos es el día del estero... Nos sentimos afortunados porque tenemos alfom­ bras y olemos con saciedad el grato olor como de heno, como de musgo fresco, como de membrillo, como de tierra alfombrada de hojas olorosas a un olor crudo y otoñal que se levanta de las alfom- RAMON GOMEZ DE LA SERNA bras recién desenrolladas... Se sienten escalofríos deliciosos porque acaban dándonos la sensación cordial de estar en la casa alfombrada... Damos vueltas a la casa, encontrándola tan propicia, tan llena de virtudes humanas, como si hubiese vuelto a ella una mujer llena de suaves tibieces... Pen­ samos en el Ramón del año pasado que tanto se congratuló este mismo día y que parece haber muerto, porque somos otro Ramón en la casa que comienza un nuevo invierno como una nueva vida. Los sastres son amables, y se piensa que se tie­ ne en ellos un segundo padre; Al sastre familiar se le visita como a un buen tío carnal que nos quiere efusivamente y con el que se pasa un buen rato de familia en la casa burguesa con muchas cortinas de reps, una pacífica y confortable casa de provincias... Tiene, es verdad, muchos sobri­ nos, pero nosotros somos los preferidos, como si además de sobrinos fuésemos sus ahijados... Las primitas cosen en el gabinete por una rendija de cuya puerta se las ve amamantando su costura, abstraídas y finas. ¿Por qué no salen a la visita nuestras queridas primitas que cosen nuestros trajes? GREGUERIA S SELECTAS En verano parece que los tranvías de la ciudad central nos llevarán al puerto de mar ansiado. Un grave temor nos acude ante el ventilador... Parece que nos ha de matar, que nos ha de tras ■ pasar, que la pulmonía se destaca de su vorági­ ne; pero nos ponemos aun con eso delante de él, como diciendo, llenos de atrición: “Hágase tu voluntad.” La luna mira además de alumbrar. El sol está tan deslumbrado por sí mismo, que no ve. La luna mira y calcula, En las tapias iluminadas por la luna descubrimos como una mirada lejana, y es que se mira en ellas la luna... En aquel gran lan­ do abierto en que volvíamos todos por el camino lleno de luna, descubrimos mejor que nunca, fren­ te a la dulce mujer que iba enfrente de nosotros frente a la luna, que la gran lesbiana se compla­ cía mirando su rostro, comiéndose el rostro de la mujercita. Los trenes, al entrar en los andenes, nos dejan trémulos, como si hubiésemos estado en un tris de ser aplastados o como si en efecto hubiésemos sido atropellados y hechos tortilla. Hay dias en que vemos la mañana de un modo indecible, como la veíamos de pequeños los días en que de pronto, ele un modo impensado, no ha­ bía clase y eso hacía que la viésemos como por sorpresa, como desde fuera o desde más dentro. Hay que dejar que las imágenes se acerquen a nosotros. Nosotros nos podemos acercar a las co­ sas, pero no a las imágenes... Hacia las imágenes ni un paso voluntario. 212 «3 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Los pajaritos que se paran en los hilos del te­ légrafo escuchan y saben lo que se dice por el hilo... Escogen el hilo por el que se habla de amor... Después, como espías, van a contárselo a los otros... Su necesidad de periódicos se com­ place así. Cuando a veces una mujer distrae nuestra aten­ ción, sin que nos fijemos, sólo por ese mirar a las mujeres que pasan, a que obliga la calle pla­ gada, y por no sabemos qué señal, puesto que nues­ tra mirada era plenamente distraída, reconoce­ mos que es la mujer de tal amigo o de tal parien­ te, a la que acompañan, nos dan ganas de volver­ nos hacia el amigo o el pariente y decirles: “Yo no he deseado ni requebrado a la mujer con quien ibas... Créeme bajo mi palabra de honor que no... que no... Quiero, exijo que me descargues de este enorme cargo de haber sido el envidioso de ti...” Encarecidamente le diríamos esas cosas, porque esa mujer del amigo o del pariente nos resulta in­ ferior, prostituida, renegada, inadmisible, por la degradación que hay en que sea su esposa... Qui­ siéramos llamar a esos caballeros en cuyas espo­ sas nos hemos fijado, porque la mirada distraída elige en las calles las siluetas adornadas y llamati­ vas... Pero ya es irreparable, ya han pasado de largo, ya han debido tener la sonrisa rebajadora con que sentimos deshecha la dignidad de nuestra soledad y de nuestro trabajo de perfección... ¡Se ha sospechado de nosotros! ¡ Se ha creído que era GREGUERIAS SELECTAS una mirada furtiva y sombría la mirada remota y regocijada de sí! El gato que cruza la calle en la noche conoce subterráneos misteriosos y parece un tigre en una selva, un tigre por como adopta posturas de ti­ gre y se desenvuelve y se produce como un tigre en el desierto, como un tigre cauteloso y furtivo. De tanto leer el anuncio de unas aguas o de un específico, nos entran unas ganas irreprimibles de tomarlos... Porque si hemos de morir de una en­ fermedad desconocida hasta que estalle, ¿por qué no ponernos en cura de todas, absolutamente de todas, como verdaderos previsores? Hay un temor supersticioso al sentir pasar en la noche un simón lento, que se tambalea y zigza­ guea, como sueltas las bridas del caballo porque el cochero se ha. dormido... Se le ve avanzar y avanzar hasta llegar al desmonte en que acaba la ciudad y despeñarse por él. Terribles relojes de catedral a cuya maquinaria nos hemos asomado... ¡Qué vértigo de tiempo he­ mos sentido viendo su maquinaria y el hondo pozo en que se hunden y se abrevan sus largas pe­ sas!... Estos relojes de catedral están al aire y son misteriosos como los andamiajes de hierros... Por ellos entra el viento y el aire, además.de ese ele­ mento positivo que hay en la intemperie, y podría 225 «4 G. de la Serna: Greguerías. lo RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS decirse que anidan en ellos las águilas del tiempo y todos sus gérmenes vivos e influyentes. rreras en las que suenan estrepitosamente sus cu­ bas de cinc. No hay grandes pajarracos en la ciudad, pero en lo hondo de los edificios comenzados, entre los andamiajes y los armazones que se cruzan en XXX parece que en la noche anidan grandes pájaros como avestruces, algo que da a sus sombras un valor de nidal de animales negros y fantásticos. El pregón de la “churrera” por la mañana es muy desabrido... §uena a casa vacía la calle en ese primer pregón del día., a caserón desalquilado y sin ninguna intimidad. Esos faroles que hay fuera de la ciudad plan­ tados sobre una viga renegrida son los faroles más dramáticos de ella, los faroles cuya luz no nos sal­ vará de nada, sino que nos pondrá en peligro de que nos vean bien y nos apunten... Son los ami­ gos de los ladrones, están compinchados con ellos, son sus linternas sordas entronizadas sobre los al­ tos palos, farolillos de reclamo que señalan las plazoletas frente a sus puestos de cazadores de perdices humanas. Algunos están martirizados con clavos y a muchos se enrolla uno de esos alambres de púas como sacados de las zarzamo­ ras, que les coronan de espinas. ¡ Pobres faroles muertos de miedo, de martirio y a los que a veces descalabran porque se meten a redentores! ¡Oh, misioneros de las afueras! ¡ Cómo les gusta correr a los lecheros sobre sus caballos cargados de cubas de leche I Son jockeys grotescos, pero llenos de afición a las grandes ca­ 216 Hay algunos aspirantes a grande hombre que si merecen algún laurel es el laurel rosa, el laurel venenoso. ¡ Cómo nos traspasa el son de las campanitas de los conventos en las madrugadas de invierno, ese toque a levantarse muy temprano que despereza rigurosamente a las monjas!... ¡ Qué espantoso te­ nerse que levantar y vestir en la noche aún, en esa noche postrera y sin la cordialidad que hay en la misma noche, esa noche de las madrugadas de invierno 1 ¡ Que para irse a enterrar al cemen­ terio ! ¡ Qué cruel y qué de reo en capilla! ¡ Qué friolencia de muerte colada! ¡Que humedad de sepulcro! Acostarse a esa hora es bello, porque, llenos de frío, sentimos la gratitud humana del lecho y sobrevivimos a la ingratitud de la hora arrebujándonos en el tibio regazo. ¡Pero levan­ tarse todos los días a esa hora! ¡ Que inexorable y qué maldito! El eje del pobre corazón humano se tiene que resentir bajo esas campanadas ene­ migas de la vida... No olvidaremos ni en la muer­ te esas campanadas, que son de las de tintín ati­ plado que atipla más la madrugada, ese tintín que 2'7 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS dura lo bastante para que se vistan las llamadas inexorablemente por él, para que se vistan de prisa y corriendo, corriendo a no hacer nada, a entrar en el dia de los conventos, dispuestas te­ nazmente a no vivir las pasiones que llenan los días. rrando un solar, se cuaja de noche un gran talud de sombra sobre el que el cielo se hace más lumi­ noso y las estrellas brillan con una luz radiante y lavada. Son las dunas de la noche. Hay camillas blancas con una mirilla respira­ toria, camillas completamente herméticas, cami­ llas blancas y. camillas negras de hule negro, pero todas las camillas son camillas, y nos impresionan como ni Jos entierros nos impresionan... Su paso por la ciudad es algo que disuelve la alegría de la calle y la deja pensativa y arrepentida. ^Parece que va vacía o por lo menos se piensa eso para darse ánimos. ¡Va tan sola y los camilleros hablan tan cínicos por encima de ella, que siempre parece que va vacía, aunque aun así debiera infundir res­ peto, porque va en ella siempre como la sombra de un herido o un enfermo grave 1 Sin embargo, casi siempre lleva a alguien, un herido o un mo­ ribundo de enfermedad natural que viene de muy lejos, que se siente muy solo y sepultado allí den­ tro además de estar terriblemente aburrido, aun­ que a veces se asome a la mirilla para ver a las gentes ingratas. ¿Sufre un dolor agudo? Eso se­ ria lo peor., ¿ No es lo bastante blanda su conduc­ ción ? Quizas los cínicos camilleros le zarandean v P^a l'ar un cigarrillo retardan su urgente necesi­ dad de llegar. La llave de la guardilla se escapa como si nos la robase un gato que se fugase por los tejados y los desvanes. Nunca se encuentra. Las de las maletas y los baúles también se pierden como si se hubie­ sen ido solas a excursiones lejanas... Sólo a veces se las encuentra a medio huir, y las cogemos poi el rabillo de su cordón. En las rinconadas que hacen tres casas altas ce­ 228 La criada tiene un alma con música de acordeón. Las medias de seda transparentes crean una carne mantecosa, un blando y grisáceo tocino, un tocino fresco, gue gusta a los hombres como nada. El primer encuentro con algunas palabras fué inolvidable, como el noviazgo con aquellas jovencitas cuyos senos muy apuntados rozamos con el brazo... ¡Noviazgo con Añoranza, Lembranza, Ofrenda, Evocación, Morbidez, etc., etc! Cuidado al volver las esquinas, porque todos los que son chatos se lo deben a un descuido al volver una esquina. Un gato muerto en la calle da una sensación horrible, como la de los vestiglos y los monstruos con almas quiméricas y misteriosas que vimos ma­ 229 RAMON GOMEZ DE LA SERNA tar en los cuentos de niños... Un perro muerto y tirado en la calle también conmueve, un ratón re­ pucha como lo pestífero, pero un gato sobrecoge y da un escalofrío trágico, macabro, luzbeliano. La historia del hombre que siempre busca algo en el suelo es una historia lamentable, modelo de historias lamentables. Este hombre que busca siempre algo en el suelo de la calle y hasta en el suelo de los caminos de los jardines, es un verda­ dero miserable hasta el tuétano. Comenzó por mi­ rar al suelo, porque se le ocurrió eso, sin saber por qué; después ya no levantaba la vista del suelo, y alguna cosa que se bajaba a coger creyéndola por avaricia algo que no era, la tiraba con desprecio. Así, el hombre que siempre busca algo por el sue lo se encorva, se vuelve misántropo, trata todas las cuestiones con encono, llega a ser un verdadero reptil. Se va aplastando contra el suelo convirtién­ dose en galápago. La cuartilla es una bella materia llena de luz lunar, una materia noble como la plata, digna de que la trabajemos con esmero y genio. El cesto del pan es como una cuna en que va el Niño Dios; tiene algo místico de altarcito de mon­ jas, altarcito en que está esa cuna y por entre cuya cubierta se ven como unos dorados muslines las hogazas de que rebosa. GREGUERIAS SELECTAS milpiés que se escapa del sitito en que se le deja, del sitito en que debía estar. Esas mujeres que están asomadas a los balco­ nes de las casas que están en los callejones sin sa­ lida de la gran ciudad, están más perdidas que en la calle de provincias... Los hombres muy feos buscan esas calles impares, y son aceptados por esas mujeres desoladas, perdidas, desesperadas. Hay un momento en la mañana nuevo, optimista y denso, del que tomamos toda la vida para todo el día. Son antipáticos los aparatos de Geometría... Todos tienen un perfil invariable, inmodificable y pertinaz... El cartabón, la regla numerada, el cuadrante, todo se impone a nosotros en un solo sentido riguroso y seco... Las cajas de compases son también unos falsos estuches de unas falsas joyas, y la coquetería del terciopelo morado en que descansan los aparatos no va bien con ellos... Las cajas de compases incitan a un trabajo que nos distrae estúpidamente de la vida y obedecen sin fantasía, de un modo rudimentario y estúpi­ do... Siempre me han parecido como aparatos de suplicio para la imaginación, los aparatos innega­ bles de la melancolía, los aparatos para la cirugía y disección del alma, en el estuche del mediquillo. Nunca se encuentra el cepillo. El cepillo es un Los sillones-cestas de las playas cumplen un ideal que teníamos de pequeños. Son la indepen­ 230 2jr RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS dencia en medio del espacio ilimitado. Nos con­ vierten un poco en algo tan frívolo como en “el hombre que está metido en la cesta”, pero, sin embargo, no por eso dejamos de ver y sentir to­ das las inmensidades. En las cestas nos converti­ mos un poco en fotógrafos del mar. Nosotros los prófugos de todo nos sentimos a salvo dentro de una cesta. Las cestas absorben el aire, lo mejor del aire. Desde el fondo de ellas lo dominamos todo y vemos por entre los resquicios del mimbre lo que sucede detrás de nosotros y lo que hacen las gentes que no saben que las vemos. Son como un cenador personal. Nuestro pensamietno es sólo nuestro en ellas. El libro que se lee en ellas ad­ quiere todo su valor o se revela en toda su sim­ pleza, porque lo leemos como en una verdadera confesión. Recogen el eco del mar de un modo confidencial, y en la noche son como un oratorio y un observatorio astronómico. A veces se anda con ellas a cuestas para trasladarse de un sitio a otro, y entonces nos convierten en verdaderos caracoles que andan con su caperuza a cuestas En ellas se piensa, frente a los barcos que pasan lejanos, la envidia que le dará al capitán, que nos estará viendo con su anteojo que todo lo ve, el que estemos tan seguros y tan repantigados. Cuan­ do estamos junto a otras cestas en que se habla, tememos que se hable mal de nosotros, no por lo que se diga, sino porque al salir de sus cestas los maldicientes nos verán y se quedarán confusos. Lo que más emoción tiene de la cesta es esa pierna femenina que se ve sobresalir, pierna burlona, en­ fática y tentadora que se prevale del misterio como ninguna. Pero entre todas las cestas, las que mas me han conmovido han sido unas que encontré en una terraza de un hotelito pobre, en los subur­ bios apueblados de la ciudad lejana al mar. Allí la familia humilde se sentaba en las noches sofo­ cadas de Agosto, mirando las mismas estrellas del mar y soñando el mar, y allí se dormían como en la playa. ¡Admirables cestas llenas de nostalgia! 232 233 ¿Iremos al duelo por honor? Quizás nunca y quizás alguna vez, por presenciar y vivir esa alba de los duelos, sensibilísima, esa alba del suicidio. No creemos en el duelo, porque no creemos que el juez puro se deba desafiar con el reo malvado, pero, sin embargo, la sombra de suicidio que hay en eso nos puede tentar. En la mañana, lo que más subraya que esta­ mos en la mañana es ese encuentro que tenemos en la mañana con las músicas militares... Parecen tocar muy lejos, ir a tardar mucho en pasar cerca de nosotros, pero de pronto se nos vierten encima, como si nos hubiesen echado agua desde un bal­ cón, como si se nos hubiese roto un cristal encima. En la sombra que crean los puentes bajo ellos se teme que haya un animal feo, cetáceo y vagoroso que nos espera, que nos acecha, como el ti­ burón a los que se asoman a la borda de los bar­ cos... Si nos cayésemos al agua caeríamos en su RAMON GOMEZ DE LA SERNA boca, como el tejo en la boca de la rana en el juego de la rana. Dar a una piedrecita con el pie y llevarla así siempre adelante, adelante, es algo más trascen­ dental de lo que parece a simple vista... No hay trivialidad que ayude tanto a no ocuparse del ca­ mino, de la largura del camino y de los pesadumbrosos pensamientos que surgen en él... Es curio­ so cómo sucede ese enganche: se encuentra la piedrecita, la cascara, el bote o lo que sea, ese rabo o ese tacón o esa contera de una cosa, se tropieza con ella una vez para quitarla del ca­ mino, pero en vez de hacer sólo eso, se la empuja de frente y se la vuelve a empujar al encontrarla a jos pocos pasos y se la vuelve a dar un punta­ pié, pero cuidando ya mas de que no se desvíe, ya con verdadero cariño por ella, hasta llegar a seguir el camino, atraídos por esa avidez del ob­ jeto por seguir avanzando... Así, llega a ser esa pequeña taba un móvil perfecto de que no nos sa­ bemos desprender, orientándonos por él. Así, nues­ tra finalidad llega a no tener término y violentos y excitados, quisiéramos un camino interminable para seguir haciendo avanzar nuestra taba ideal a través de este y del otro mundo, como si eso re­ solviese mejor que nada el objeto de nuestra vida. GREGUERIAS SELECTAS narios y lunáticos. “¿Qué veis ahora?... ¿Qué ha­ ce ahora?”, se les preguntaría como si la viesen más cerca que los telescopios con sus grandes pu pilas de cristal... Ellos parecen ver la fiesta como esos balcones por donde se ve la fiesta al aire li­ bre en el parque sin techo y como se ven los cir­ cos de verano desde las casas que han tenido la suerte de nacer junto a ellos. “¿Qué trapecista ha salido ahora?” se les preguntaría también a esos balcones que dan al claro mediodía de la noche y ven perfectamente el circo de la noche. La carreta con campanilla del cario de la. ba­ sura siempre será una carreta de juguete, siem­ pre será la imitación de aquellas blancas carretas de basura con regocijante campanilla que tuvimos de pequeños... Será ya siempre un cándido ob­ jeto de la ciudad y el juego de las mañanas en las calles, el juego de las ocho y media de la mañana, que es la hora en que suenan infaliblemente esas campanitas atipladas, pero campaneras. Parece que luce fuera el sol de media noche de que hemos oído hablar, y nos asomamos... La luna está detrás de nosotros y de nuestra casa, y sólo gozan de ella los balcones de enfrente, visio­ Las alcachofas son muy. simpáticas y merecen nuestra especial consideración, con su corona en la cresta y su presencia de nenúfares verdes, los nenúfares de la tierra... En ellas se gusta casi en su autenticidad el verde reciente de los campos. Esconden con coqueterías de mujer sus corazo­ nes, y así es más apetitoso el llegar a lograrlos poco a poco. Antes, en todas las hojas, hay nalgas sua­ ves y carnosas, aunque demasiado fugaces. La ternura por el corazón de la alcachofa es una de »34 235 RAMON GOMEZ DE LA SERNA nuestras ternuras más apasionadas. La alcachofa no empalaga ni es pesada nunca, y es tan fugaz que asi como hay la flor y la fruta de ensueño, es la hortaliza del ensueño. Los gallos de la ciudad, esos gallos que cantan en el fondo de las pollerías, cantan la palinodia en vez del canto optimista que cantan en los campos, oaludan a los que les han de matar poco después. De las casetas de los consumeros junto a las que pasamos de noche, parece que saldrá un desbarríga1"’ meterá el Iarg0 Pincíl° por la Parece que al pasar los puentes de noche hay un pe igro irreparable de ser arrojados al río, un pe igro debido a los malos instintos que tiene el n^¡nte'i ‘ ! J G1U 'glu!”’ -v después ya ñor lJ\e -. !iSCUbrÍniÍento deI crímen cometido p r la fatalidad que se pasea por los puentes. nnS d'°S,trabaJador Y madrugador de los campos pone en hora todos los días al gallo de corral como a un reloj despertador de precisión Nos acompaña bajo la lámpara de luz, eléctrica el hombre que vela en la fábrica junto a las gran­ des maquinas que producen nuestra luz... Nos tebaj°dea Cn 1UZ abnegación de su alma de tra- gregcerias selectas i Cuando se seca un río o un estanque, qué ri­ dicula resulta su profundidad!... No se puede creer, parece que se ha cegado la sima que debía haber en su fondo, aquella sima que parecía co­ municarse con un cielo invertido—tan en lo bajo como en lo alto está el otro—un cielo que, si no era el del nadir, no era de ningún modo un reflejo del cénit. De lo que están más profundamente celosos los hombres es de los perfumistas y drogueros. ¿De qué específicos hablan a las mujeres en voz baja y qué prospecto les dan tan sigilosamente como se entrega una carta de amor? ¿Qué frasquitos con vicios y placeres nuevos las dan en secreto? ¿ No está entre las pomadas que las dan la que las hace adúlteras? Es sorprendente ver a través de los cristales de las perfumerías y droguerías cómo hay siempre unas cuantas mujeres de bellos perfiles alrededor del gordo o barbudo droguero, como alrededor del faquir que las alucina. En la alcoba está arrinconado nuestro destino pacífico, y quizás es ese el misterio que tienen siempre los bajos de la cama, la obscura carbonera de fondo desconocido que hay debajo de la cama. ¿ Cuándo nos daremos cuenta de que ese hombre no saluda, sino que pide?... Hace mal... Nos es difícil perdonar una doblez, un fraude tan grande como ese saludo falso. 237 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Hay un momento indeciso e inquietador en la madrugada, en que no se sabe si es que tiene uno ojos de gato o es que se ve ya... Da miedo, y cie­ rra uno los ojos con fuerza... Después ya se ve claro que es que el alba nos ha sorprendido. Se teme que las campanas se desprendan, que caigan a plomo desde tan alto, sin que las detenga ese bozal que ponen en sus ventanas, y este temor abruma más cuando se sube a las torres y se ve su grandeza... Así, sucede que abajo parece que nos aplastan, y arriba, en su torre, parece que nos van a arrastrar en su caída... Las herradurías parecen optimistas, bien afor­ tunadas, sin dolor del trabajo, todo su interior ta­ pizado de herraduras, que traerán la buena suerte a sus dueños, ya que, por las muchas herraduras que tapizan las paredes, llevan participación en todos los números de su lotería. Como da pena despertar a un pájaro de noche, da pena encender la luz de la cocina que descan­ saba tranquilamente, todo dormido y sin temor, todo enfriándose y alguna cosa hablando con otra. El sereno es el gusano de luz humano con luz propia en el ombligo. Esas dos horas de billar que, como todos, he­ mos pasado en vano, han sido las horas más de reloj, sólo de reloj, que hemos vivido, ¡y de qué 23« GREGUERIAS SELECTAS reloj! De un reloj vacío y pueril de billar, de un reloj muerto que marca sólo la hora en que se empieza para después saber por otro reloj vivo la hora en que se acaba, un reloj sin máquina, un reloj sólo con manillas y esfera... ¡Y pen­ sar que hay quien pasa la vida en ese limbo verde y sórdido, siempre como subterráneo! ¡ Se necesita que sea aburrida su vida! En el nombre de las tórtolas está la cifra de su canto. TOR-TO-LA TOR TO LA TOR-TO-LA Espaciado así, por unos guiones impenetrables, dejando brotar solas y amartilladas cada una de las sílabas, se obtiene, con una precisión admira­ ble, el canto terminante de ese ave. Es así su nom­ bre, como hijo genuino de la Naturaleza, pronun­ ciable en toda su realidad, con una significación propia y sincera. Nada de artificioso ni de retó­ rico hay en él'. Además de tener ese nombre tan preciso y tan ecuánime, las tórtolas son como re­ lojes de sonería y de precisión. Las tórtolas no es que canten al cantar, es que dan la hora, una hora natural y sincera. Fijémonos en eso y conte­ mos sus notas con el reloj delante. Tór-to-la —una... Tór-to-la —y dos... 239 RAMON GOMEZ DE LA SERNA Tór-to-la -—y tres... Tór-to-la —y cuatro. Las cuatro de la madrugada también en el re­ loj. La hora en que se despiertan las campanadas de los relojes naturales... ¿Que después de dar la hora cantan más?... Pues es que son un reloj de repetición, de demasiada repetición quizás, aun­ que entre repetición y repetición hay siempre la conveniente pausa. Amígdala suena también a tórtola, por una rara asociación; y basta cantar lo de amig-da-la como un canto de tórtola o de perdiz, para que el en­ fermo de las amígdalas se sienta aliviado, Sólo los coches de punto carecen de una fatali­ dad fija y escrita, son lo único que se escapa a la fatalidad y se burla de ella. Con el cortapapeles con que hemos abierto un libro mataríamos a su autor... Indignados, esgri­ mimos y empuñamos con violencia el cortapape­ les. Hay esa intención justa en los cortapapeles, y se ve bien que son el arma crítica con que me­ rece ser asesinado un mal autor. El hombre que va en motocicleta pasa como un cochino follón... La motocicleta le rebaja, le com­ promete, le denigra... La motocicleta carece de gallardía, y aunque corre mucho, corre sin esbel­ tez, sin gracia, con pesadez, potrosa, indiscreta, procaz, descompuesta. Parece de algún modo que GREGUERIAS SELECTAS el motociclista pasa montado en el orinal, en un perico que corriese. En los dramas de ruptura definitiva que se des­ encadenan muy a menudo entre amantes, la mu­ jer es mejor cómica que el hombre, y llega hasta dar la sensación de las verdades y de las sinceri­ dades imposibles... Los dos están en el secreto de que aquello ha de acabar con un beso después de apurado el tiempo del drama, el tiempo inexora­ ble, y, sin embargo, ella tiene el suficiente instinto dramático para romper un cacharro, para llorar con un resentimiento indudable, para hacer que se suicida, para herir, para desgarrar su traje, sea nuevo o viejo... El hombre, por el contrario, dán­ dose cuenta de la simulación, demasiado sensato, cuida los objetos, amarra fuertemente la mano fa­ tal, y no llega, no puede llegar a lo trágico, a lo sublime de la ficción, disimulando inaguantable­ mente. Los sórdidos poceros, ¡ qué fuera de la vida vi­ ven, tan tirados, tan callados, tan dormidos, tan nocturnos, tan a lo suyo!... Parece que tienen afi­ ción a su trabajo misterioso, y esperan con tiem­ po su hora, durmiéndose sobre la escala de cuer­ da que les ayuda a bajar por la boca negra de los pozos... Su continente es resignado y esclavo; su rostro se encubre de una máscara blanca y vul­ gar... y parece que, en medio de todo, sueñan, como Jacob, que en vez de descender por la esca- 240 241 Q. de la Sema: Greguería». 16 RAMON GOMEZ DE LA SERNA la de cuerda en la sima lóbrega y pestilente, as­ cienden por la escala de oro a la cima radiante. Las yeserías son de una pureza admirable y de un agrado campesino y regocijante... Sus tejas, sus blancos sacos de yeso, sus chimeneas ingenuas de barro, sus ladrillos, todo es de una terrenidad tan inocente y tan personal, tan genuina y tan fundamental, que en medio de la ciudad llena de cosas viciadas y superfluas, lucen un carácter lleno de una franca entereza. De pequeños nos gustaba ser ciegos, cieguecitos; encontrábamos una gran delicia interior en eso... Nos dejábamos llevar por un amiguito con los ojos cerrados, poniendo una cara mística y apiadable—mística y apiadable para nuestro uso interno, ¡ uso inefable!—, y así andábamos un buen trecho de calle cuando volvíamos a casa al atardecer... ¡Aún ahora, nos sería grato que un buen amigo que nos entendiese, humano y gran­ de, nos diese el brazo y nos cuidase mientras nos hacíamos los ciegos y paseábamos así por el atar­ decer tan humillante y tan descarado de la ciu­ dad!... ¡Oh, el placer pueril, gracioso y fantasioso de poner la tilde, la virgulita a la T mayúscula y a la t minúscula! Qué rico sería lo que se pescase con una espe­ cie cualquiera de anzuelo en las banastas y la« GREGUERIAS SELECTAS fuentes y las bandejas con altos castillos de dulce que pasan bajo el balcón... Es un deseo antiguo y constante el de realizar ese ensueño... El ocaso marcaría el perfecto momento de acos­ tarnos—en un lecho desde el que viésemos el cie­ lo—, si fuésemos felices y todo estuviese resuelto en el mundo. Hay una luz muy cruda de los días enteramente invernales, una luz de hielo, en la que vemos los faroles con sus monteras de un color de hierro empolvado y verdinoso, un color pardo y verdoso que horripila, como el de un hongo que se hubiera convertido en el hongo más viejo de la creación; todo el farol lleno por dentro y en sus cristales de la tarde y del frío de la tarde, friolencia que se nota en él como en el rostro de un hombre de poca sangre. No hay gallardete, no hay atributo más jovial, más levantado ni más vivo que el cacharro que en lo alto de un palo de escoba señala a las palo­ mas su posada de amor. Las rosquillas tienen una forma votiva, bíbli­ ca, antigua, ingenua, simpatiquísima, exquisita. Las miradas buscan el agua, se fijan en el vaso lleno o en la jarra llena... Parece que es una ca­ sualidad o una distracción; pero es una necesi­ dad... No serían tan frescas y constantes las mi­ 243 RAMON GOMEZ DE LA SERNA radas si no recurriesen al agua. Se morirían. Hay muchos ciegos que lo son porque se les olvidó mirar el agua durante una larga temporada. Ante la súbita sorpresa del relámpago, pensa­ mos perplejos: “¿Qué gran luz se ha fundido?” ¡ Oh, qué conmovedor es el aro de ese pobre chico, de ese obrerillo vestido de azul que condu­ ce la gran rueda de coche al taller! Unos ojos transigentes, geniales y puros nos miran al pasar por las arboledas; los ojos perfec­ tos y triangulares, sin la ceja humana, que se exaltan y se pintan sobre los álamos blancos... Mucho rato nos les hemos quedado mirando, du­ dando qué clase de Providencia nos miraba por ellos. ¡Oh, esas criadas que limpian los cristales su­ bidas en alto sobre el balcón o el mirador que da a la calle! Las miramos con un espanto conteni­ do, viéndolas caer, sospechando que a la noche, la Sección de sucesos, que no leemos, dará cuen­ ta de que se estrellaron. Filigrana simpática y menuda la de la acacia, ese arbolito que sólo da una grata ducha de som­ bra—una sutil ducha—al pobre transeúnte... Las acacias, todas las acacias, pero las de las afueras, sobre todo, son enternecedoras, tan delicadas"' y tan populares, tan optimistas, tan resignadas, tan GREGUERIAS SELECTAS ciudadanas, sosteniendo ellas solas, fijas en su puesto, el consuelo de los ardientes pueblos de la altiplanicie. Al ver por la breve mirilla que se ha abierto en el nublado oscuro, que hay detrás de un toldo es­ peso un cielo azul y luminoso, quisiéramos ras­ gar por ahí, por ese “siete’’ casual, toda la nube... Un rato lo intentamos con la mirada; pero el cie­ lo, lejos de abrirse, se cierra como para siempre. No hay más que ver la fresa par^ probarla. Las miradas la pinzan sutilmente. ¡ Oh, y si se huele bien se come a puñados! La botella azul de agua de azahar es bella, ga­ llarda v femenina. Su azul es inefable y consola­ dor... Y además sabemos, y lo tenemos presente, el admirable papel que cumple en los histeris­ mos terribles de “Ella”... Cuando la íntima ca­ tástrofe parece sin solución, se recurre a la bo­ tella pura y azul como el único remedio... ¡Pre­ cioso búcaro y precioso frasco de bálsamo!... Al ver esas chimeneas enormes que quedan en las fábricas extintas, sin humo nunca, se piensa que no hay medio de demoler una chimenea tan alta, y sólo desaparecerá cuando caiga en rui­ nas... Ese peligro inevitable vivirá a su alrededor mientras no se caigan. Partirán la cabeza a todo el barrio. 244 245 GREGUERIAS SELECTAS RAMON GOMEZ DE LA SERNA A través de los visillos, el paisaje es ideal, es un paisaje japonés... Toma la calle, a través del visillo, un aspecto de visión del pasado en el pre­ sente crudo y aristado... Los ruidos de la calle no corresponden a ese paisaje de los ojos... Ese cuadro suave sugiere en el fondo de la casa un idilio íntimo, enternecido y muy casero... Se acu­ rruca uno en un diván presenciando la milagrosa y deliciosa tabla china, en la que abocamos real­ mente el aspecto suave de una calle de Tokio... Hasta la luz de los mismos faroles vulgares de'i alumbrado europeo se irradia en estrella alrede­ dor de un bello y compacto corazón... Parece el panorama del visillo como un cuadro que quedara hecho para siempre; pero cuando el anochecido, el puro y raudo anochecido pasa, se desvanece como para siempre. Las largas tijeras de cortar papel están ansio­ sas de dar tijeretazos largos en el papel... Lo es­ peran tentándonos. Nos encontramos con ese anhelo de ellas siempre que las miramos. Vemos y vemos brillos de cristales, que des­ tellan bajo la luz del sol en todo lo largo y lo ex­ tenso de las tierras aradas... ¿No herirán ellos las pulpas blandas de que está cuajada la tierra? To­ das las botellas rotas se esparcen por la tierra, y ya la llenan en demasía... Vemos y vemos re­ 246 lumbramientos de cristales, y en ellos parece que hay como una nostalgia, como pequeñas miradas de la tierra. El violón llevado en andas por los pobres cie­ gos, dos cogiéndole por la cabeza caída con la me­ lena de clavijas colgando y otros dos cogiéndole por los pies, todos ellos dirigidos por un guia in­ diferente de ojos vivos, y seguidos por un grupo final de tristes asistentes al sepelio, todos unidos entre sí por las manos afectuosas que se apoyan en los hombros, formando así una larga guirnalda inseparable que comienza en el guía aburridocorno el cochero del entierro—y acaba en el ulti­ mo, que es el más jorobado por la fatalidad,_ el qué arrastra más los pies, el que va más vestido de duelo, parece ser—¡ pobre violón!—un desgra­ ciado muerto de cuerpo presente, al que conducen sus compañeros a través de la ciudad distraída, viva y banal... Todos, en el simulacro de entie­ rro, parece que van apesadumbrados,_ con la ca­ beza abatida y el cuerpo doblado hacia ia tierra, como compungidos, abrumados y con los ojos arra­ sados... ¡Aparente acto fúnebre, melancólico, dig­ no, dulce y piadoso!... ¡Apaisado cuadro senti­ mental, de una fuerza inolvidable y lamentable!... Trajes absurdos, sombreros hongos estupefacien­ tes y tristes, una levita llorosa, violines como a la funerala, flautas calladas, instrumentos lánguidos y silenciosos, en señal de respeto... ¡Entierro como de un oscuro, noble y desgraciado artista 247 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS inefable! Todos menos el guía ciegos y abruma­ dos de dolor. tadas en su cabezada... Ellas dan expresión a su cabeza de ojos invisibles detrás de las anteojeras. ¿ Qué quiere decir esa flecha indicadora, aguda y maligna que hay bordada en la seda trasparen­ te de las medias femeninas en una dirección mis­ teriosa? “Por ahí”, quizás... Esas sombras largas, frías y meditativas que cubren de pronto un extenso trecho de los cam­ pos, resultan extrañas, mortuorias y destempla­ das, poniendo también una sombra larga, agorera y escalofriante en nuestro espíritu... Turban todo el paisaje, señalan sus alas lejanas sobre la tierra, la estigmatizan, la agravan, la afean... Un no sé qué, un raro desconcierto ponen en ella... ¡Qué elegantes y qué humorísticos esos simo­ nes, como con pantalones ajedrezados, a cuadritos negros y amarillos! Van muy elegantes y muy chulos sentados sobre los ejes. Las ropas tendidas en los balcones dan un as­ pecto de suciedad, en vez de un aspecto de lim­ pieza. a las casas empavesadas con ellas... Los calzoncillos sobre todo, y sobre todo si son de esos de bayeta amarilla, y las camisetas de avispa y las medias de mujer que representan la pierna aplastada, laminada, tumefacta y hecha un pingo perdido... Viendo iniciarse el florecimiento de la prima­ vera, todos los árboles parecen almendros... To­ dos parece que van a echar flores graciosas e im­ pensadas... Sólo al final vemos, defraudados, que sólo echaron hojas; pero aún seguimos sostenien­ do que tuvieron la ilusión de unas flores imagi­ narias. ■ Los relámpagos bajo el cielo sereno y azul prusia que ha quedado en la noche, después de la tormenta de la tarde, los relámpagos que surgen detrás de la ciudad, son como resplandores eléctri­ cos de distintos “troles” zarandeados que se su­ ceden en líneas lejanas de tranvías de circunva­ lación. Los molinillos—o molinetes, o molinos—de los niños—azules, amarillos, encarnados, blancos, con corolas moradas y blancas, azules y amarillas, en forma de pintorescas y animadas estrellas de los vientos—son gratas flores, como malvas reales, como pipirigallos siempre en flor; son flores na­ turales porque son genuinas, porque no imitan ninguna flor como las dolorosas flores artificiales. Se deben adornar con ellas nuestras posadas. Los caballos de tiro parece que tienen los ojos en las brillantes medallas de metal dorado incrus­ Esas eses complicadas que la tiza resbaladiza pinta en los cristales y en las lunas de lo* edificios 248 249 RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA nuevos, representan toda la virginidad de la casa. Después de todo, toda virginidad no es más que una cosa así, esa S rubricada, ese detalle conven­ cional, balad! y fútil. En la bandera española hay un día de sol y de toros... Es como el remate de los gallardetes de la fiesta nacional, hecho bandera nacional... Aun­ que el día esté nublado, al mirar en los estancos, en las banderas y en los postes de los hilos para los tranvías los colores nacionales, la evocación del día de sol se siente de un modo palpable. Las cazoletas blancas del telégrafo, bajó el día claro y alegre, tienen la jovialidad de unos pájarós blancos y sabios en hilera perfecta... Figuran en el panorama de los días optimistas como una nota expresiva de él... Son las esposas blancas de las golondrinas negras, que saben buscar su com­ pañía y su confidencia... ¡Oh viñeta de los libros ingenuos y faltoé de sindéresis, viñeta triste en los libros, cuando en el aire libre, lleno de sindéresis, es una viñeta tan llena de alegría y de comunicatividad esa de las golondrinas negras y las golon­ drinas blancas sobre los hilos del telégrafo! ¡ Oh, cazoletas mensajeras, segunda especie de las pa­ lomas mensajeras! GREGUERIAS SELECTAS están tan empalagadas de chocolate, de anuncios de chocolates, las ciudades! Esa casa está atacada de viruelas locas... No hay más que ver su fachada, en la que los descon­ chados descubren las picaduras graves, blancas y numerosas. ¡Oh, la nariz de las muías!... El gesto que ha­ cen sus ventanas y toda ella es de un dolor de na­ riz que llora... El ruido de los pies descalzos de una mujer so­ bre los baldosines da una fiebre sensual y cruel... En el verano, la ciudad esta llena de timbres que suenan... Lo más trágico de los domingos son las criadas a las que no les ha tocado salir... Las madrugadas huelen a andén, suenan a an­ dén, los focos y los faroles de la madrugada, son focos y faroles de andén y los relojes en la ma­ drugada son relojes de andén... Es apetitoso tomar el chocolate por la mira­ da... Es demasiado pesado pedirle y sorber su plomo derretido... Que lo pida el amigo, y ten­ dremos bastante, más que suficiente... ¡Además, Siempre que en las prisas para ayudar a la mu­ jer se pincha su sombrero con un alfiler largo, pa­ rece que se le ha atravesado la cabeza... Parece que es un crimen que han debido cometer todos los hombres que han ido a poner alfileres de esos 250 251 RAMON GOMEZ DE LA SERNA a una mujer,.. Yo estoy triste de un crimen de estos... o de más... Las fuentes de surtidores altos tienen travesu­ ras, de chicos, y revelan su vida, sus libertades y su imaginación en esas travesuras que hacen con su chorro, como un niño cuando hace divertida­ mente “pipi” al aire libre y dirige el surtidor de un lado a otro. No hay nada que más angustia dé y nos deses­ pere más de impotencia, que el ver morir el gas de un farol' en una calle solitaria... ¿Dónde en­ contrar el farolero que lo remedie ? ¡ Oh, sus úl­ timas boqueadas 1 Se siente un pánico pesado al subir en un as­ censor... Parece que, si la máquina es segura, los porteros apáticos y huraños la han dejado des­ componerse. y se caerá pesadamente en una preci­ pitada perpendicular, rompiéndose la caja indus­ triosa en un fracaso de cristales, de maderas v de metales... Por-lo preciso, lo a plomo, lo rotundo y lo fatal que será el golpe, es más tremenda aún la sospecha y nos aprieta más. GREGUERIAS SELECTAS noche de invierno, y quedarse en su marco en ca­ misa, pero fieras y heroicas... Resulta enteroece­ dor su gesto y suscita una delirante pasión su des­ nudez desvalida y desgarrada por el frío. Se las perdona y nos reconciliamos. El ardor de su co­ razón no las ha permitido coger la pulmonía; pero hay que disuadirlas de que lo vuelvan a hacer. Aunque, por esa confianza que tienen en su ar­ diente y salvador corazón, repetirán fácilmente el acto salvaje y patético, hasta que un día cojan de verdad la pulmonía horrible... Siempre temere­ mos su pulmonía, siempre nos rendirán y nos derrotarán con este latiguillo, como siempre nos inquieta también el que se vayan a tirar por el balcón, su otra amenaza medio llena de picardía, medio llena de sinceridad... Varias veces se nos han intentado matar de una pulmonía las mujeres, en esos momentos de de­ sesperación en la disputa en que ellas intentan de­ mostrar el valor de su pasión del modo más vio­ lento.... Todas coinciden en esa iniciativa de abrir el balcón, por el que entra el aire helado de la No hay inquietud parecida a la que produce una miope... ¡Oh, miope amada!... Primero, sus mi­ radas a todos lados nos dieron celos... Su false­ dad parecía tremenda, cínica, constante, sin orien­ tación, sin selección... Después, nos llegamos a dar cuenta de lo equívoco del caso... Ella no no­ taba la ambigüedad de sus miradas, y los demás, sin sospechar eso, creían en el deseo y la predi­ lección de ella. Porque sus miradas de miope eran más de deseo que de amor... ¡Dolorosa inquie­ tud! ¿Cómo dar explicaciones a todos los pasaje­ ros de todos aquellos caminos que recorrimos jun­ tos y a todos los huéspedes de todas nuestras po­ sadas ? ¡ Oh padecimiento silencioso, contra el que casi no vale la conciencia absoluta de la victoria 252 253 RAMON GOMEZ DE LA SERNA absoluta conseguida por uno contra todos en el fondo del alma y de los ojos de la miope!... Re­ pulsivos enardecimientos visibles en los hombres ordinarios o banales, ante los ojos ciegos que mi­ ran ciegamente! ¡Infulas procaces y estúpidas en los hombres mirados por la miope! ¡Necesidad de morderse la lengua! ¡ Insufrible dolor de morder­ se la lengua ante todos! ¡Arbitrarias repulsas a la miope, aun a sabiendas de su inocencia de mio­ pe ! ¡ Besos finales, besos arrepentidos, besos tran­ quilos en su soledad, porque en la soledad se la ve limpia de su pecado aparente, remota, ciega, completamente ciega para todos menos para uno! Los pescadores son los comerciantes más grie­ gos, más latinos y los que manejan más bella pla­ ta... Son limpios, primitivos y de una profesión sencilla y dignísima. Da miedo que las vibraciones de los ventilado­ res, de las máquinas de escribir, del timbre del cinematógrafo cercano y otros muchos ruidos del­ gados, insistentes y nutridos maten la inteligen­ cia, las inutilicen, la mengüen, la hagan polvo. Los loros son chulapones, colmilludos, flamen­ cos, fanfarrones y mujeriegos... Les gusta sobre todo las gordas flamencas, que suelen pasarse la vtida en casa cubiertas de joyas—muchas gruesas pulseras—y con una bata o un matinée medio abiertos. 254 GREGUERIAS SELECTAS El pedicuro de gran renombre, vestido con un elegante chaquet y lleno de buenas maneras, prac­ tica su arte como practica un rey el lavatorio de pies... Sólo un hombre en pie en el centro del Polo Norte está en equilibrio y tiene una gallarda per­ pendicularidad; todos los demás estamos unidos a la tierra como por un alambre sustentador... s tamos verticales con respecto a nosotros mismos; pero con respecto a un ojo superior que nos atalaya muy por encima, estamos torcidos, oblicuos, grotescos, algunos boca abajo, tan boca abajo^ que se nos ocurre una pregunta trascendental: ¿Como es que no se les sube—se les baja la sangre a la cabeza a esos hombres del Sur? ¿Habrá algo más penetrantemente voluptuoso v que más pulse nuestra alma que el oir una voz baja y joven en la casa que duerme?... Apenas se escucha lo que la voz dice, solo se deja traspa sar uno por la fina voz humana, noble y sentida, y si a veces interrumpe uno, es para sostener la conversación, para que no se apague, para que la confidencia infinitamente trivial continúe calándo­ nos con su voz baja... Ningún sopor más fino y más cordial... Los besitos involuntarios de la voz baja, sus dulces agujas, su zumo sutil, nos satu­ ran por entero, y cuando acaba el palique estamos llenos de una delicia sin acritud, sin posos, sin las­ civia, sin excesivo deleite... ¡Oh dulce mujer, ha- GREGUERIAS SELECTAS RAMON GOMEZ DE LA SERNA blemos hasta la eternidad en voz baja, alargando la noche para siempre!... Las portezuelas de los coches son aviesas como ellas solas; se abren en un descuido del cochero o de! chauffeur, y un momento parecen ir a cho­ car con un ruido seco y a desguazarse irrepara­ blemente... ¡Oué pánico el de esas portezuelas abiertas en el coche que corre, pero cuánto mayor las del tren que vuela! Las del tren son más re­ sabiadas, siempre parecen ir abiertas, y un hon­ do, un abismado escalofrío, la repercusión de una caída mortal, nos ha conmovido al pensarlo... Las hay que no quieren cerrarse, por más que se in­ tenta... Nunca olvidaremos que fuimos asomados sobre el abismo a una de esas portezuelas sin ce­ rrar, y que cuando lo notamos se nos cayó el co­ razón en aquel abismo en que fue tan posible que cayésemos. En la noche, esos maniquíes de las corseteras se quitan el corsé ceñido y apretado, las enaguas, los pantalones, las medias, los zapatos, y se acues­ tan en el escaparate o en el fondo de las tiendas, cerrando los ojos de largas pestañas... ¿Podrían vivir si no? Ellas, que han estado como para irse a acostar todo el día, al fin pueden hacerlo. Aquel ancho descote estaba lleno de luz, una luz que iluminaba su rostro, una luz que daba su brillo duro a los ojos, una luz que, subiendo de abajo arriba, dejaba en sombra sus ojeras... 256 Nuestras miradas caían como las mariposas en la luz de su descote. ¡ Pobre gusano blando y voluptuoso metido en el corazón de la fruta!... Nos lo encontramos de­ masiado tarde, cuando ya no le podemos dejar la fruta para él solo... Sentimos su frío repentino al ser puesto a la intemperie, desnudo y en carne viva... Sentimos la quiebra de su destino, senten­ ciado a morir, desalojado de la incubadora en que vivía tan dulcemente... ¡Y a veces sentimos una profunda dentera, un dolor penetrante, al haber­ le partido con el cuchillo al partir ciegamente la fruta! ¡ Horrible susto el del gusano y el nuestro 1. ¡Pobres Venus de Milo!... Sin brazos, no sepueden defender de los hombres indignos que las compran y las abrazan, y por no tener brazos, no pueden abrazar a los que quisieran, ni señalarles el camino ideal. Por eso hasta los usureros las tie­ nen en su antesala. Es horrible, es pavoroso, es desgarrador ver laargolla que engarza la dura cadena de hierro a la nariz tumefacta y viva del oso... El pobre ani­ mal—el pobre hombre, diríamos—tiene ya una ne­ gra y escocida desolladura en la nariz, que está próxima a rasgarse, que quizá se rasgó ya una vez por un lado, y ahora sostiene la cadena larga y pesada de un nuevo ojete, hecho con un afilado 257 G. de la Serna: Greguerías. 17 RAMON GOMEZ DE LA SERNA punzón... ¡Oh, esa negra carnicería de la nariz llena de sangre acida, herrumbrada y corrosiva! Esos esqueletos de coronas que esperan ser re­ vestidos y que siempre cuelgan de las portadas de los quioscos de flores, son algo angustioso, iúgubre y ritual en la vida de la ciudad... El gesto genuino de la muerte, el gesto abstrac­ to y postrer, lo han precisado los peces con la cara que ponen fuera del agua... Es así de horrible, así de ahogado y así de curioso siempre... Todas las agonías que he visto han sido así, y todas las que no he visto. ¿Qué verbena hay siempre, y dónde, que pa­ san por la calle, de noche, coches de los que par­ ten voces de juerguistas y una voz de mujer que lleva mantón de Manila? ¡ Qué vida más anodina y sombría no deben lle­ var durante la semana esas muchachas que se pa­ san los domingos con las porteras, sentadas en el portal, quietas e inexpresivas!... GREGUERIAS SELECTAS tras de ese coche para ver el rostro de esa cani­ lla exquisita. En la noche, los urinarios parecen burladeros de ladrones, de criminales o de otros asaltadores alarmantes. Después de tomar un chocolate con ensaimada se es burgués, profunda, panzuda e irremediable­ mente burgués. ¡Qué pena da despertar a un pájaro en la no­ che!... Es como turbar un sueño muy merecido, muy respetable, el sueño de un niño, un sueño de­ masiado blando y demasiado ingenuo dentro de un boa de marabú. La serpiente de cascabel se nos representa como un sonoro cascabel colgando de una cinta de seda anudada a su cuello. Durante la noche, el gobierno está en crisis total. Las canillas y los pies de todas las mujeres que van en los coches abiertos son reveladores, muy femeninos y exquisitos, y como a veces la capota va echada y no se ve de quién son, eso les da un vivo interés mayor. Correríamos, correríamos de­ Parece que los teléfonos de estación siempre se dicen algo interesante, que se dan ánimo unos a otros en medio de la soledad de los bosques de la noche, que se relatan misterios demasiado' reales y terrenos, que una gran amistad fraternal habla largamente por ellos, que recogen noticias leja­ nísimas, que se comunican sucesos trágicos ocu­ rridos en los trayectos interminables, descarrila­ 258 259 RAMON GOMEZ DE LA SERNA mientos, asaltos de ladrones, tristezas de sitios perdidos bajo el fragor de las tormentas o el ri­ gor de las nieves perpetuas... Algo muy serio nos ha enternecido y nos ha hecho pararnos atónitos ante la puerta de los jefes de estación, oyendo la monótona, pero profunda cantinela que llegaba allí de entre los árboles de la noche. La flor de papel que remata las zambombas es una flor de invierno, esbelta, infantil, que deco­ ra las noches de frío con una gran ingenuidad perfectamente floreal... Espera y luce, sin helar­ se ni deshojarse, en su maceta sonora. Es grata e inolvidable en las noches. de Diciembre, como algo reparador y gracioso. Largas tardes perdidas esperando más o menos corazones en la indecente baraja... Confusión de los diez corazones con los nueve, con los ocho y con los siete... Pánicos de no haber ganado, cuan­ do contando mejor resulta que se gana. ¡Encon­ trados movimientos del corazón!... Deseo de vam­ piros cuando estamos a la par, mortal deseo de poner nuestro corazón entre los -corazones y ha­ cer uno más... ¡ Ser'rallo de corazones vesánicos, livianos y venales!... ¡Repugnantes reyes herma­ nos siameses, unidos por el vientre!... ¡Reinas descocadas con la corona torcida! Nos faltarán en la vida estas tardes en que hemos estado ju­ gando hasta la noche, siendo lo más trágico y lo más irreparable que nos hemos jugado las horas, horas no vividas, porque hemos perdido durante 260 GREGUERIAS SELECTAS ellas la atención por la vida... Aspero sinsabor, ganemos o- perdamos... Los grandes frascos de cristal llenos de cara­ melos de los Alpes fueron para nosotros, de pe­ queños, el tesoro más opulento de las tiendas... Y verdaderamente, son de un fantástico optimis­ mo y una fantástica alegría interior; repletos de variedad, orientales en combinaciones de color: algunos, verdaderas piedras preciosas; otros, ver­ daderas florecillas; otros, como detalles de anti­ guos vasos murrinos; otros, aciertos kaleidoscópi-1 eos... En los momentos trágicos debemos pensar, por ejemplo, en esa trivialidad de los grandes frascos llenos de caramelos de los Alpes, de tan gayos colores, llenos con tan tradicional y per­ manente exuberancia, inagotables, ricos, felices... i Oh, la benevolencia, la belleza banal, la irifantilidad preciosa de esos frascos! El jarro de la leche, en todas las manos servi­ ciales durante la mañana, es algo confortable, cuyo optimismo conocemos bien... No olvidaremos los distintos jarros de la leche que vimos sobre las mesas del desayuno durante nuestra vida. Nada más apetitoso ni más santo; ninguna comunión mejor. Era el jarro como uno de esos animales abnegados que curan a un niño. Era como el re­ sumen vivo y simpático de la abnegación de la vaca... ¡Oh, aquel en que ponía Santander, y aquel en que ponía Carmen, y aquel que decía Recuerdo, y aquel con las listas rojas en la pan­ 261 RAMON GOMEZ DE LA SERNA za, y aquel a rayas azules, y aquel blanco, de un blanco purísimo y aquel amarillo con rayas rojas como las avispas que en las mañanas de primavera acuden al desayuno!... Linoleum, ese nombre latino, sonoro y admira­ ble, que es tan solemne, que es tan difícil de de­ cir, y en el que suena el órgano profundo, es ab­ surdo, irresistiblemente absurdo que se refiera a lo que se refiere, que signifique lo que significa... ¡Pobre palabra malograda e inutilizada! ¡Linoleum, palabra suntuosa y ritual, de un bello rito muerto! ¡Palabra asesinada por los mercaderes! En la mirada de los animales hay una gran su­ ficiencia... Miran una sola vez y retiran en se­ guida los ojos, como si no les interesásemos, como si nos hubiesen conocido hasta el fondo de las en­ trañas. Los animales saben que todo es vulgari­ dad, que todo es animalada. GREGUERIAS SELECTAS balcones. Son concentradas y nostálgicas sus visio­ nes. Miran con atención y celo y guardan nuestra mirada y nuestra significación.. ¡Ventanitas llenas de piedad, de inocencia, de intimidad, ventanitas de ojos humanos, normales y proporcionados; ojo-s como los nuestros, chicos y prudentes! ¡ Ven­ tanitas triangulares a veces como las pupilas de la providencia! Las mujeres rompen y abandonan medias y me­ dias, como las serpientes sus camisas... ¡Sobre todo estas modernas medias caladas próximas a convertirse en un fino talco! Pero esa mudanza es buena, porque bajo unas medias nuevas se renue­ va la pierna, es decir, es perfectamente nueva y otra, es limpia y diferente. Las ventanitas pequeñas que hay en las ciuda­ des, perdidas en las fachadas que aún no han sido encerradas por los patios de otras casas, son bas­ tante expresivas; pero en la ciudad abundan poco... En los pueblos es donde esas ventanitas tienen un valor sumo. También en los pueblos des­ aparecerán. ¡ Lástima grande! Esas ventanitas en los pueblos son una mirada concentrad?, y genial fija en la calle y sus transeúntes. Ellas alcanzan un sentido de la realidad que no alcanzan las grandes ventanas y de ningún modo los grandes La corbata es graciosa y trivial como ella sola. Sólo se ha llegado a “ejecutar” con una elegan­ cia rotunda, gracias a la corbata de cáñamo. Dejar de llevar corbata es enlobreguecerse un poco; es no aceptar lo más irónico del vestuario,, la bagatela por excelencia. Eso lo saben hasta los campesinos, en los que es un intento de corbata ese nudo con dos puntas tirantes con que se atan al cuello un pañolón de flores. Necesitamos tanto la corbata, que si se nos ha olvidado ponérnosla,, no nos encontraremos y sentiremos como si hu­ biésemos perdido nuestra mundanidad, nuestra categoría, nuestra distinción, nuestra superfluidad' querida. La corbata es el atnibuto. ¿Qué clase de 262 2S3 RAMON GOMEZ DE LA SERNA atributo? No se podrá aclarar esto; pero es el “atributo”, el atributo como atributo. El que más fijó en mí esta idea definitiva sobre la corbata fué aquel mendigo genial que, desastra­ do, sin camisa, cubierto sólo con una especie de chaleco con medias mangas, llevaba una corbata de lazo atada al cuello de carne. Aquella corbata en el hombre harapiento, rojo, renegrido, colga­ da sobre su cuello terroso y fuerte, fué como una exaltación del “atributo”. A aquel mendigo con aquella corbata enorgullecida no se le podían ■dar cinco céntimos; a lo menos había que darle ■diez. Era más maravillosa que la corbata de un dandy sobre la inmaculada pechera de un hom­ bre de frac, aquella corbata solitaria y sorpren­ dente. Las solemnidades necesitan una corbata para ■su día, una corbata que sea como la que se coloca di cuello el sacerdote al oficiar. Una corbata re­ servada los demás días y que no nos .podremos poner sino ese día impar. Así yo, para los actos más solemnes de mi vida, tengo una corbata roja con listas violetas. Orna■mentado con ella presidí el banquete a Fígaro el día de su centenario, engalanado con ella voy a Pombo en las solemnes noches de los sábados y he subido a distintas tribunas, la más suprema en­ tre todas aquélla desde la que pronuncié el dis­ curso inaugural de la Exposición de los Integros, acto único que sólo repitiéndose el mundo se po­ dría quizá repetir. La corbata que no se puede dejar de mirar es 264 greguerías selectas terrible. No se podrá oir lo que nos dice el hom­ bre que la lleva. Caerán nuestras miradas en su corbata una y otra vez, y nos despediremos de el mirando a su corbata. Las corbatas ajedrezadas o con pintas blancas sobre negro os dejaran en el sitio, os cazarán y os retendrán como los papeles para coger moscas. Hay corbatas—muchas corbatas—de lacito que parecen mariposas, mariposas de todas las espe­ cies, con esa inmensa variedad de las mariposas Mariposas pomposas clavadas en el cuello, con las alas abiertas, sutiles y vibrátiles. La chalina es demasiado rimbombante, aunque cae con la suficiente volubilidad y desigualdad para ser artística. La chalina revela abundancia de imaginación y de espíritu, pero ha sido oesprestigiada por los pobres de espíritu que que­ rían aparentar la abundancia y por los autores del “género chico” que la han sacado a escena ha­ ciéndola el tópico del poeta... i Oh, esos Quin­ tero ! . , r „ Hay corbatas pueriles de estrecho talle y am­ plias caderas, vestidas como aldeanas endominga­ das, que tienen sobre el pecho el valor de una lu­ gareña de traje ingenuo, rígido y enguirnaldado. El cándido cateto y su corbata parecen el novio y la novia. ¿ Ouién pone de moda tales o cuales corbatas. Parece que el corbatero-director va a ver al prín­ cipe que impone la moda de las corbatas en el gran mundo y le enseña los muestrarios. Ese prín­ cipe que cada seis días tiene que elegir una coi265 RAMON GOMEZ DE LA SERNA. GREGUERIAS SELECTAS bata, a veces está de buen humor, y elige una bella corbata; otra vez escoge con displicencia, y elige cualquier cosa. Las corbatas de plastrón son de una alcurnia grave. Sólo pueden ser usadas por un señor de rancia nobleza o por sus lacayos, sólo que las de los lacayos han de ser blancas, lisas y muy plan­ chadas y han de llevar, en vez del cabujón mons­ truoso que centra las de los señores, un alfiler con corona, que se vende en las mismas tiendas que venden ameses, espuelas y serretas. Hay corbatas de lazo .muy estrechas, que for­ man un lazo muy fino y de alas muy largas, que parecen libélulas suspensas, dando al que las lleva —por lo general muy flaco y larguirucho—un as­ pecto de libélula. Si el que las luce lleva lentes encima, es su corbata como una libélula detrás de otra libélula entre los juncos. La corbata del burgués es una burguesa vestida con una moda antigua y una tela de colcha, una burguesa fatua y cargada de brillantes; una bur­ guesa vueluda y oronda, satisfecha de las sortijas que lleva su marido en las manos y del dinero que lleva en los bolsillos. Hay corbatitas pequeñas y de lunares que pa­ recen una ficha de dominó. La corbata blanca del frac es nítida y delicada como ninguna; es presuntuosa y virginal; es una señorita. La corbata del loco es admirable y da gravedad a su rostro. Es una tira negra que cae suelta y en­ redada a lo largo de la pechera de su camisa de dormir. Es como una greña suelta de la tragedia de la locura. Esa clase de corbata y ese modo de estar desenlazada, da siempre un aspecto, patéticoy extraviado al hombre que se la ha dejado.asi. Todo actor dramático' la tiene en su vestuario y se la deja así en la hora fatal del drama. Las falsas corbatas que no rodean el cuello del hombre con el amor femenino que guarda en si la corbata; esas corbatas que se cuelgan del pasa­ dor del cuello o que tienen como una articulación ortopédica para engancharse al cuello vuelto, si­ mulando ser completas y verdaderas, son de una mezquindad inaudita, son sólo dignas de los hom­ bres que llevan cuellos de caucho. La corbatita de cordón con dos borlitas en Iosremates, es una corbata paradisíaca, coroata de las camisas de dormir, pero que algunos, hombres paradisíacos — quizá algún francés, quiza algún catalán—sacan a la calle bajo una barbita seráfica. Las corbatas se destrozan atrozmente. Parece que van a ser eternas; pero, se deshacen rápida­ mente. Siempre sin saber cómo nos las arregla­ mos para eso, nos encontramos que cuelga un montón de pingos tristes y flácidos de la cuerda tirante en que se sostienen ellas. ¿Cuál nos pon­ dremos? No hay ninguna buena, ninguna entre tantas, y una corbata raída compromete más y es más lamentable que unas botas rotas, una cor­ bata destrozada es el más triste guiñapo, enfla­ quecida, deshilada, mustia como nada... ¿Enton­ ces? Entonces nos pondremos la corbata negra de los lutos, de los entierros, de los pésames, que 266 267 GREGUERIAS SELECTAS RAMON GOMEZ DE LA SERNA está poco usada. ¡ Socorrida corbata, aunque la­ mentable, porque hará que nos pregunten: “¿Por quién estás de luto?”, y nosotros no sabremos qué contestar! Ante todas esas corbatas y las otras (las cama­ león-ticas, las que tienen preciosos dibujos y ento­ naciones de serpiente o de escarabajo, y las otras y las otras), ¿cuál elegiremos? No lo sabemos. Llegaremos a cometer un gran desacierto con res­ pecto a la moda. Nos dejamos engatusar siempre por el color vivo de una o por el dibujo audaz de otra, haciendo un matrimonio de amor en vez de un matrimonio de conveniencias. Sólo los diplo­ máticos saben escoger una corbata ideal y distin­ guida. Nosotros incurriremos siempre en graves errores, cegados por la pasión. No sabremos te­ ner el escepticismo y la impasibilidad del dandy. Tanto, que a veces no nos atrevemos a usar al­ guna corbata comprada con el mayor entusiasmo. ¡ Oh, cobardía!... Hay solares que se empeñan en que no se edi­ fique en ellos... Parece que voluntariamente per­ sisten en su intransigencia, ocultando sus docu­ mentos, como sin dueño ni posibilidad de tenerlo, defendiéndose, detrás de su valla, de toda domi­ nación... Hemos adivinado el misterio de su inde­ pendencia al pasar junto a ellos... Todo llegó a estar edificado a su alrededor... Las ventanas de las cocinas y de los cuartos interiores de la casa que da a la calle de atrás se abren al fondo, y a sus lados dos largas paredes ciegas y cuadricu­ 268 ladas, costados de dos grandes y nuevas casas, lo. cierran, dejando sólo libre el frente... Aun asi, e. persiste en su libertad, heroico y rebelde. ¡Oh, esos árboles que nos producen una emo­ ción que se repite mucho en nosotros: esos árboles, de largas, caídas y numerosas alas que reposan del vuelo o van a volar, alas agudas y descuida­ das de águilas imperiales terriblemente grandes, águilas de cien cabezas y doscientas alas! Al que tiene el placer de arrancar las hojas del almanaque no le gusta que nadie se adelante a él. Lo tomará tan a mal como una indiscreción ■, pero lo que no perdonan es que se busque a través del taco de un almanaque alguna fecha lejana en la que se quiere saber si “cae” tal santo, o si es do­ mingo, o si es el día del rey; eso no lo peí donan, porque en esa pegazón completa de unas hojas con otras, en ese engomamiento que chasca dulce­ mente al ser arrancada cada nueva hoja, está la virginidad sutil y delicada del almanaque, que el dueño se reservaba para gozarla solo. ; \ es tan irreparable y tan demasiado ese desfloi amientocometido por la mano enemiga! ¡ Hs e± desflora-miento de todo el año! Si en la noche se quedase encendido un relám­ pago en el cielo, si se sostuviese esa luz firme y grave, se vería el fondo del cielo, sus entrañas,. 269 RAMON GOMEZ DE LA SERNA ■su techo trágico y cuajado de cosas, su fondo ana­ tómico, crudo y abismado. Perro solitario en la alta noche... Todas las ■puertas cerradas para él y todos los asilos. ¿Qué hará?... No le preocupa. Busca, lleno de esperan­ za y sostenido sólo por su magnífica esperanza, un tesoro entre los escombros... Dueño único de algunas calles, es cuando se siente más grande y más presidencial... Es un espíritu fuerte, es des­ deñoso, es el aventurero esplendoroso y misera­ ble... Se piensa que con el alba se encontrará en un bello y paradisiaco estercolero final y supre­ mo, bajo un vasto cielo desolado y blanco... El envío de prospectos debía estar regulado por fiscales a propósito... Es de una impertinencia in­ aguantable recibir prospectos anodinos... ¡Sobre todo, los prospectos de cosas medicinales debían estar prohibidos, porque hacen entrar en apren­ sión ya que se dirigen a nosotros como a dañados de alguna grave enfermedad, y porque, como al­ gunos, tales como los que anuncian la curación de las almorranas, son de una gran deshonestidad por sus grabados explicativos y nos suponen con tan feo alifafe, el más inmoral de todos! A ese hombre que nos han presentado un mo­ mento, y al que sólo en ese momento hemos ha­ blado dos palabras, ¿le tendremos que saludar siempre? Le tendremos que saludar siempre, por ■demasiado que eso sea. Es al que más nos encon­ 270 GREGUERIAS SELECTAS traremos en todas partes, es por el que el ala de nuestro sombrero se vencerá de tanto quitárnos­ le... Ese hombre y nosotros somos los únicos que no nos olvidamos, somos los que más nos pieocupamos el uno del otro, somos, en el fondo, los más amigos, porque no hemos podido dejar de serlo... Sin embargo, pesa siempre ese saludo, como el saludo a un extraño al que no sabemos cómo de­ jar de saludar, porque no ha surgido el motivo que surge siempre en otras amistades para no saludarse. Un día, ño obstante, nos dejamos de saludar; pero nos reconoceremos siempre, en este y el otro mundo, porque nos hemos sido desco­ nocidos, porque solo se olvida a quien se trata y se le ve estúpido, ruin y digno de ser olvidado, y hasta se olvida a aquel arrugo al que. no quisiéra­ mos olvidar, pero nunca a ese. ¡Qué antipática la carraca, qué desagradable!... Recordamos que de niños nos la hacían soportar, cuando nos la regalaban como una atención nues­ tros mayores, faltos de imaginación y de grande­ za para comprender que la sonábamos sólo por cumplido, sin gusto ninguno y sin alegría. Quisiéramos retener esos pequeños adornos de la mujer, que escapan, que se van, que no dejan memoria de sí ni en el Rastro siquiera. Aquel collar tenía una gran luminosidad tamizada, endulzada, sencilla. Estaba hecho como de uvas escogidas y pulimentadas, de uvas italianas. Esas uvas alar­ gadas, abellotadas, pulidas, duras; esas uvas ter- RAMOS GOMEZ DE LA SERSA sas y muy apretadas, entrando en el placer y la delicia de la boca, y hasta del alma, que se asoma a probar las uvas con cierta predilección excep­ cional, el estallarlas, el romperlas, sintiendo lo suavemente que fallecen y que se dan. Fué acier­ to escoger la uva de tan fino color, de tan fina carnosidad como adorno de la garganta y el des­ cote. Así, las uvas del collar unían su pulpa a la pulpa carnal, y se hacían como racimo, como fru­ to nacido de la vid fecunda, que es la hembra. Y al apetito y la voluptuosidad que por su color, su forma y su corazón suscitaba la uva—la más in­ citante de todas las frutas—, se unía la voluptuo­ sidad y el apetito de la mujer, en un grato injerto, como si lo que hubiese que alcanzar de la mujer fuese el desgranar el collar de sus uvas y mor­ disquearlas y sorberlas una a una; aquellos colla­ res se formaban de varias clases de uvas: una admirable de herrial en el centro, y a ambos la­ dos otras de herrial también, grandes, gruesas, pero que iban disminuyendo, hasta cerrar el co­ llar las del albillo más sutil. Todas uvas sin grano y con el hollejo sutil y transparente, era precio­ so, era delicioso, era silvestre el adorno por todo eso; pero quizás el secreto de su seducción esta­ ba en que su color era verdegay, el más espiritual, el más enternecedor, el más entrañable de los verdes. ¡Verdegay! El otoñecer es un trivial entretiempo que se di­ ferencia del otoño como el atardecer del anochecer. 272 GREGUERIAS SELECTAS Hay que ir de vez en cuando a la cocina para tomar esa refrigerante luz que hay en ella. Este viaje como a la aldea callada y apacible que es la cocina nos sentará bien. Es admirable el fogón con su resplandor en el nicho abierto por el que cae la ceniza y las brasas. Es grato levantar la ta­ padera de la cazuela en que hierve algo, para sa­ ber qué es; y si está la sartén friendo algo, resul­ ta muy gustoso y muy especioso el ver lo que fríen y el oir el ruidillo de la freiduría. Así, des­ pués de ese paseo por la cocina, al sentarnos de nuevo en la mesa de trabajo, nos frotaremos las piernas y las manos con esa buena voluptuosidad y ese sabio reflexionar con que los insectos se aca­ rician sus finas antenas y sus finas extremidades al posarse, sintiéndonos nuevos y aliviados. Velma, Milka y Noisettine son tres nombres sugeridores y dulces como de tres señoritas en­ cantadoras; son los nombres de las tres clases de chocolate de que son las pastillas de las cajas Suchard. Velma es demasiado dulce quizás. Velma se pasa de ese punto discreto del que no se debe pa­ sar. Velma no es que empalague, eso de ningún modo, pero no es como Milka. Eso es lo malo que podemos comparar a las tres hermanas entre sí. Si no, Velma nos parecería admirable y ese pun­ tillo que la ponemos no se lo pondríamos. JVelma va vestida de oscuro, con camisa de plata. Milka es suave y prudente. Su traje ya es vivo y juvenil, un morado claro que hace bien. Tam- a73 G. de la Serna: Greguerías. 18 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS "bien su camisa es de plata. Milka complace por completo, y pone alegría y gracia en el grupo de las tres hermanas. Por Milka quizás se tiene gusto de tratar a Vel­ ma y a Noisettine. Sin Milka, entraría la tristeza en la residencia de las tres, aunque siguieran sien­ do dulces y elegantes. Milka es ñna, optimista, menuda. Por ser la más pura de las tres, resulta más breve siempre su encanto. Milka—además hay que reconocer que si son bellos los nombres de Velma y de Noisettine—, Milka es sonoro y personal. Tiene la dulce sonoridad de los nom­ bres de las rusitas blancas y delicadas. La encie­ rra su nombre, y la k sobre la a pone un acento enteramente femenino en su nombre. Milka, en resumen, es la preferida más ingenua que las otras y más infantil, aunque es la mediana. Primero Velma la nostálgica, demasiado hecha y llena de sí, llena de su dulzura; después Milka, y después Noisettine. Noisettine, aunque es la más niña, es la más • misteriosa. Su esencia se ha hecho frente al ejem­ plo de las otras dos hermanas. Agotada la gracia y la espontaneidad en ellas, Noisettine tuvo que complicarse un poco para presentar alguna origi­ nalidad al lado de la de ellas. Por eso, porque quiso no repetir la gracia de Velma o Milka, tan digna de repetirse, tiene ese tono un poco enran­ ciado y áspero que hay en ella. Noisettine hubiese sido nuestra preferida, porque su nombre es un nombre sentimental, de niña dé miradas largas, niña delicada, a la que hay que mimar; pero esa leve entonación que hay en ella no nos ha dejado hacerla nuestra preferida. Indudablemente, es Milka la entonada, la pizpireta, la jovial, nuestra preferida. Todas ellas, de la familia Suchard, de célebre apellido en todo el mundo, son dignas de su ape­ llido. Yo que no soy ningún anunciante, sino un sentimental empedernido que no cree comprome­ terse nunca, he querido hacer el retrato dulza­ rrón y suave de estas tres delicadas almas fe­ meninas: Velma, Milka y Noisettine, porque lo merecen desinteresadamente, porque merece una atención francamente publica aquello con lo que convivimos, y porque he querido hacerlo. 274 275 Nos avergüenzan ¡os pies... No podemos evi­ tarlo... Por vergüenza y por olvido de los pies, no sabemos andar, no sabremos andar bien nun­ ca... Además, con mucha frecuencia se nos azaran los pies, se intimidan... bodas las miradas nos miran a los pies para rebajarnos, muchas nos echan la zancadilla con su fijeza... ¡Es horrible y embarazoso tener pies! ¡ Cómo miran esas jovencitas que llevan un ama al lado con el niño de su hermana o de.su cuñada en brazos!... Miran como una adúltera o como una madre que os propone un hijo como aquél y el mismo lujo y los mismos duros encajes; un hijo suyo, que ella necesita apremiantemente, y para cuya maternidad se siente con vocación. GREGUERIAS SELECTAS RAMON GOMEZ DE LA SERNA Retorciendo una mano de mujer hasta hacerla que se doble por la cintura y pida socorro con los ojos elevados y los senos ofrecidos, como sólo se ofrecen los exvotos, se obtiene su escorzo más bonito y más agradable; el más conmovedor, el más rendido. Por ese escorzo apiadable y sumiso, nos quedamos más prendados de ella. La campanilla del trapero parece tocar a otra cosa que a llevarse la basura... Nos recuerda esa campanilla colgada a la puerta de las iglesias de Nápoles y que tocan desaforadamente los mona­ guillos... Suena a mayor liturgia que a la inmun­ da liturgia que sabemos qué significa, es el toque para que toda la gente ordenada esté en pie... Es la campana de la vida cotidiana más representa­ tiva de esa vida. _ . Esas comadres que se ven desde el coche en que se llega de la estación, por la mañana tempra­ no, son las que mantienen la más perenne reali­ dad de la ciudad, son las que la dan su carácter firme, son las que nos hacen volver a encontrar de nuevo los redaños de la ciudad. No olvidare­ mos, para sostenernos en la idea baja y firme que necesitamos tener de la vida bajo nuestros pies, •esas comadres que hemos visto al pasar en el co­ che por la dudad recién despierta. Todos debemos ser ricos de algo; eso nos ense­ riará la idea del derroche, por si algún día pode­ 276 mos serlo de más grandes cosas... Yo soy rico en cerillas; es una riqueza numerosa y digna. No puedo ser rico en otra cosa, y compro las cajas por docenas... Mi riqueza—esta pobre riqueza— me compensa dé no tener otras riquezas. ¡Yo soy millonario de cerillas! De pronto notamos que se nos ha olvidado al­ guna palabra necesaria y sencilla... ¡Oh! ¿Cómo estás, “Infalible”?, decimos saludando a la pala­ bra “infalible”, congratulados de volverla a en­ contrar tan clara, tan convincente, tan embelleci­ da, tan contundente, tan nueva y tan antigua. La arañita nos sorprende con su arte de circo, viendo cómo se tira del trapecio lanzándose al vacío, cómo se queda colgada y cómo baja y su­ be... Ya íbamos a matarla, pero nos disuade el verla hacer un ejercicio tan arriesgado y tan sor­ prendente... La música, nuestra música interior, calla, calla un momento, como en el ejercicio más arriesgado del circo. Los astrónomos deben tener momentos tremen­ dos de desconcierto, porque es indudable que a veces se verifican en el cielo juegos de estrellas, juegos alegres en que ellas, pizpiretas y ágiles, secambian de sitio, bailan una contradanza, se mue­ ven dentro del orden de cotillones espléndidos, se huyen unas a otras, cambian de esquina jugando 277 KzDíO.V GOMEZ DE LA SERNA a ¡as cuatro esquinas, se pierden en la oscuridad del cielo jugando al escondite. Cuando nos han dicho que el cáncer no brota hasta los cuarenta y cinco años, hemos pensado, consolándonos ,de esa posibilidad, que a esa edad ya se puede morir, y se ha hecho más categórica y más impetuosa la necesidad urgente de vivir es­ tos años que nos quedan para llegar a los cuaren­ ta y cinco... Para esa fecha deben estar puestos en limpio todos nuestros originales. Tenemos que darnos prisa, sin embargo, por si hemos nacido bajo la influencia del único contagio del cáncer que es ese terrible signo del Zodíaco que es CAN­ CER. ¡ Los focos apagados son tan opacos y tan la­ mentables ! Parecen ojos de ciego con la atrofia gris. Cuando nos acostamos a las siete de la maña­ na, después de haber visto una rubia mañana in­ fantil, balbuciente, indecisa, y nos levantamos a las doce o a la una, parece que nos asomamos a dos mañanas distintas, y esos asombros que nos causa la desconcertación a que sometemos el tiem­ po nos sirven para descubrir las distancias del día, las distancias claras del tiempo que tan disimula­ das pasan en la vida lógica. ¡ Niñez de la mañana y madurez distinta de la mañana! GREGUERIAS SELECTAS ¿De dónde saca su luz la luciérnaga? La luciér­ naga nos supera. Es un punto vivo, problemático y sugeridor, demasiado inquietante... En las leli giones se ha consagrado hasta.al escarabajo; pero a la luciérnaga, que es la indicada, se la ha pos­ tergado... ¡Oh luciérnaga secreta, brillante, ani­ mada, con luz como la luz propia y personal de las aureolas de los santos, la luz que no ha mere­ cido llevar en sí el hombre, la luz más pura y menos artificial, la luz . que es como un punto de sabiduría y de delectación!... El día tradicional en que varean nuestros col­ chones, es un día de fiesta pascual y sencilla para el espíritu... Es el día de la noche exquisita y suave, noche de infancia y de buena fortuna. ¡ De qué concha más translúcida y. más fina y más frágil es el follaje de las acacias junto a la incandescencia blanca de los focos! El cielo de las noches invernales en que hiela, con una luna tallada en un carámbano, es un cielo para patinadores. ¡ Qué deplorables los golpes de degollación que se escuchan en las carnicerías en la madrugada! Lo hondamente sagrado vive en los bueyes, so­ bre todo en esos que llevan grandes tiaras borda279 RAMON GOMEZ DE LA SERNA das y guarnecidas de moñas y de caireles... Pare­ ce que en ellos la sagrada y poderosa Providencia se compadece de los hombres y les permite trans­ portar los grandes pesos sobrehumanos. En la cama nos sentimos muy largos, asombro­ samente largos, como si las piernas saliesen por entre los barrotes y fuesen a tocar la lejana pared de enfrente. ¿Es que da uno de sí? La pluma bebe como un pájaro en el pequeño bebedero redondo... Se asoma del mismo modo discreto y prudente al pocilio, dando el mismo sal­ to volandero y metiendo sólo el pico, que provo­ ca alrededor de ella, sumergida y sorbedora, la mis­ ma huella en el agua negra que en el agua clara el pájaro... Tiene también a veces juegos de pá­ jaro con el agua negra, y para ser más verdadera e íntimamente pájaro, una gran cantidad de tinta se la sorbe la pluma, sin ponerla en las blancas y azulencas cuartillas. El silbar del murciélago a nuestro lado parece el de una bala que nos hubiese rozado la mejilla y la frente, una bala que circunvala loca a nues­ tro alrededor y que por milagro no nos da, pero ños tiene en vilo, temiéndolo, pensando en el as­ paviento terrible con que saltaremos si nos tro­ pieza. GREGUERIAS SELECTAS En automóvil se va atropellado por el auto­ móvil. El genio se aprovecha suntuosamente de todo; es un malintencionado, un especulador abusivo,, que eleva a la monstruosidad de latiguillo—de al­ gún modo latiguillo—todo lo que existe en la íeal¿dad con un matiz de Greguería. ¿Por qué no se encierran en un marco y se cuelgan para siempre en el despacho genial las pa­ letas de los pintores que tienen días bellísimos elecolor, momentos en que todas las mezclas, combi­ nándose, sugieren algo armonioso y pintoresco, algo indefinible y florido, arabescos rebeldes, car­ navales alegres y sorpresas únicas ? La luna y el agua flirtean... Al agua es a la que más se da la luna, bañándose en ella como una Diana intangible. Nada más tenue ni más sutil que la teoría .de los meridianos... Por nosotros pasa un meridia­ no, la circunferencia amplia e ideal nos tiansporta un poco, diríamos que la sentimos como una comunicación plena, dinamos que gustamosen ab­ soluto todos los grados que tiene... Es nuestro mejor atributo ese del meridiano que pasa por nosotros. ¡ Oh, ese momento en el llanto de los niños; ese- 280 281 RAMON GOMEZ DE LA SERNA momento de silencio pánico en que se callan como roto para siempre su resuello, sofocados irrepa­ rablemente por el llanto!... ¡Qué respiro al ver­ les romper el silencio, aunque el llanto sea más formidable! ¡Qué respiro!... Peinándose ellas los cabellos parece que los ca­ bellos les pesan, las abruman, las hacen sufrir... Para aliviarlas de esa penitencia de su pecado de tener largos, sensuales y rudos cabellos, hay que acariciarlas mucho la cabeza y besarlas entre los cabellos. Las velas merecen una apología particular... Parte de las velas es gracia que sube al cielo... De ellas sólo un ápice, una lágrima larga, pero siempre fina, es corporeidad... El resto es inma­ terialidad, ilusión, esperanza, deseo, elevación mís­ tica... Primero quizás son carne manifiesta, aun­ que carne pura, pero después se separa su pureza de ellas y sube al cielo... Sufren al transfigurar­ se. Se consumen de deliquio y orgasmo al trans­ figurarse y al fundirse en el elemento espirituoso y vivaz que existe en el aire. Arden como ardería la carne en el amor si lograse brotar la llama que pugna por brotar en ella, pero de todos modos se funden como se va fundiendo la carne en los amores fervorosos y excesivos... Los coros de velas, sobre todo, son exaltados y llevan perfec­ tamente el compás, aunque alguna vez alguna vela rezagada se quede menos consumida que las 282 GREGUERIAS SELECTAS otras, como si su exaltación no hubiese sido su­ ficiente. Hay atardeceres que parecen ser atardeceres de días de nieve... La luz blanca y mate la luz con­ gelada que se agarra a las aristas de las casas, a ?as cornisas y a las balaustradas, es densa nieve quieta, prieta, simulada. El temor de que se nos caigan los gemelos de teatro desde el palco al patio de butacas insiste toda la representación... Trivialmente matanamos a una señora o abollaríamos una de esas calvas de celuloide que hay en las butacas... Sena terr ble v seríamos envueltos y empapelados por los iueces v condenados a vanos anos de cárcel... bería estúpido; un crimen- merece toda la mtencion. ya que merece alguna pena... Los gemelos de­ ben ñor eso estar atados al cuello del que los usa _, pensamos; y quizás porque están sueltos no mi­ ráramos más veces con ellos temerosos de pro­ ducir el escándalo macabro y abrumador. Cuando suenan dos relojes en la misma habita­ ción hay verdaderas competencias entre ellos... Se le oye correr al uno más que al otro, perdien­ do a veces terreno ese y siendo adelantado por el otro poco después... Son como los automóviles que, al encontrarse en una carretera, no piensan va más que en adelantarse, porque eso esta en e instinto de su motor más que en la voluntad del 283 RAMON GOMEZ DE LA SERNA chauffeur... Estas competencias de los relojes son pintorescas, pero hacen que nuestra pérdida de tiempo sea mayor, porque, olvidándose de la len­ titud que nos deben, hacen avanzar el tiempo y lo gastan demasiado pronto, más pronto que lo que estaba establecido en su lev. Procuramos no notar ese miedo que nos sobre­ coge de pronto, ese miedo subitáneo a la muerte repentina, porque nos parece que sospechar eso más de un cuarto de segundo es dar lugar a que la muerte se entere de nuestra sospecha y eso la haga determinarse a matarnos... Nunca el fuego es más sobrecogedor que cuan­ do en la noche de viaje se abre la portezuela del hornp demasiado encendido de la máquina y se refleja en el paisaje el incendio, los carbunclos entrañables y solitarios, que dan un secreto pá­ nico a la soledad, como si se abriese un portillo hondo y revelador en la tierra, dejando entrever su fuego central. Ese son de la guitarra al trote, al trote largo y lento, lento y largo, en la noche,, sin descanso, sun aclaración, sin dejar tomar aliento, nos con­ duce por un oscuro tránsito, por campos del re­ cuerdo, del dolor, del abandono, o sólo a través de la noche vulgar y deseosa... ¡Oh guitarras en­ sañadas ! 'j$4 GREGUERIAS SELECTAS A veces, ante esa insistencia excesiva e inex­ plicable con que se apagan las cerillas, llega un momento en que nos volvemos coléricos, para rom­ perle la cara a “ese” que nos las apaga con mar­ cada mala intención... Pero cuando nos volvemos el muy cobarde se ha escondido. • Oh ese carromato lleno de formidables latas de* petróleo'... Es de lo más catastrófico que se conoce... Nos coge bajo su estrépito como bajo una demolición. El botijo es un simpático perrito de aguas, fiel y atento, a nuestro lado, siempre y dispuesto a acudir a nosotros a la primera mirada. ¡Oh, el aprendizaje de los músicos militares en los desmontes, triste, lento,, ruidoso!... Estraga todo el paisaje y lo echa abajo, haciendo mas des­ campado el descampado, haciendo más crudos los vertederos, haciendo más pelados y más agrios os desmontes... ¡Sobre todo, los gallos irresistibles de la trompeta, los desolados solos de la trompeta y los toques huecos sin idealidad, ni blandura, ni dulzura de la trompeta! Las únicas mujeres que se salvan o que se pue­ den salvar son las que no saben lo que quieren... A las que saben que “eso no , es fácil conven­ cerlas de que “eso si , y a las que lo quieren, claro es que no hay necesidad de convencerlas... Sólo la que no sabe lo que quiere, gana tiempo, 285 RAMON GOMEZ DE LA SERNA cansa, aleja, gana quizás toda la vida... si eso es ganarla. Brazos desnudos del verano, brazos de niña, brazos que apiadan, brazos llenos de elegancia, de candor, de finura, de diafanidad... Los brazos des­ nudos son la desnudez más pura, la desnudez siem­ pre niña. Hay cartas que necesitan conservarse con el sobre, otras que pueden conservarse solas y otras a las que hay que quitar el papel blanco que las sobra... Necesitan el sobre las que están llenas de pudor o faltan al pudor, las que son hijas de al­ guien muy simpático, las que son de alguien que va a morirse, y lo necesitan otras por causas más misteriosas. Si el sereno está completamente borracho, ¿có­ mo acierta en su gran cartuchera de llaves con la nuestra? Los borrachos conservan lúcida la idea de su deber más imprescindible... Aquella pobre cocinera nuestra echaba el aliño justo a la comida aunque estuviese completamente embriagada... Aquel borracho que llevaba a su hijo al hombro no perdía el equilibrio, no caía, no caería porque llevaba a cuestas a su hijo... ¡Extraño sobrepo­ nerse ! GREGUERIAS SELECTAS agua sobre la mesilla junto a nuestro lecho, para la hora de la sed infinita! Cuando al afilar un lápiz se rompe la primera punta, no se debe continuar... Se romperán ya to. das y dará una gran tristeza remordedora el ver irreparablemente chiquitín el lápiz largo y airoso... Hay algo de mala voluntad fatal en esa quebra­ dura insistente, algo de no querer que escribáis lo que ibais a escribir, algo de dejar que se pase el pensamiento que ibais a apuntar. Parece que alguna vez se nos ha entrado una. hormiga por el oído y está dentro de nosotros sa­ tisfecha y sigilosa... Hay hasta cosquilieos inte­ riores que denotan cuando pasea... ¡Que absur­ do y, sin embargo, qué pensado ha sido eso al levantarnos de las siestas en los campos todos lle­ nos de hormigas! Parece que los bueyes chupan y rechupan cons­ tantemente un caramelo. ¡ Que no deje de haber agua al lado del lecho; El coco es una fruta inteligente, obstinada, vic­ toriosa, algo más que una fruta, algo como un ani­ mal lleno de vida interior en un medio hostil, en un clima feroz... ¡Oh, redonda cabeza sin cuer­ po!... ¡Cabeza sin rostro pero con coronilla de pelos alborotados!... Es una cabeza genial por como se ha cerrado y se ha hecho una. cáscara como un cráneo y se ha preservado encima con. s86 287 RAMON GOMEZ DE LA SERNA un cabello áspero y fuerte, no perdiendo sus dul­ zuras interiores y un agua constante en medio de la sed del bosque tropical y ardiente... Así, el coco, cuando es abierto, resulta lleno de sorpresa por su corazón blanco y blando, por su agua dulce, fresca y suave, y nos parece como si hubiésemos abierto el nido de un pensamiento recóndito y fe­ liz, un pensamiento transparente y agreste. ¡ Ca­ beza llena de un misticismo puro de estilita! Es difícil imaginar que una calavera monda y :seca sea de una mujer... ¿A que nunca habéis pen­ sado en que fuese femenina ninguna de las que visteis ? Se hace difícil, sin corregir todas las pa­ siones de la vida, llegar a una reflexión parecida, tan extrema y tan insexuada. La intención del fuego es atroz; quiere incen­ diar el infinito... Si le dejaran, ¿se calmaría al­ guna vez? Si no encontrase ninguna oposición, ¿en qué límite se detendría?... De pronto, sin poder precisar hacia qué lado, se oyen voces de mujer en los jardines, voces que tienen un son particular, dolido y delicado, des­ nudo y de alto vuelo, vuelo en las ramas de los árboles, como pájaros que saltasen de unos a otros... Tienen sones apenados, dulces tonos, ,y parecen brotar de mujeres que se hubiesen baña­ do, y fresquitas y tembleantes, mojadas aún, tu­ viesen frescura de agua en su voz. GREGUERIAS SELECTAS Por un mechón suelto comienza la danza ser­ pentina que crea con sus cabellos la mujer loca. El perro de la cursi es feo, ramplón, es como esos perros de la calle que sólo llevan atados los laceros Ellas van tan ufanas con su perro, que nadie se atreverá a decirles que dejen para no ser tan grotescas y tan cursis... Ellas aman mucho a su perro, lo llevan con una cuerdecita, en vez de con una cadena, y presumen todo lo que pueden con él tanto como la marquesa con su perro de una raza única de la que es un ejemplar carísimo... El perro sufre de ir con las cursis, va abochor­ nado, quiere escaparse, le asusta el sombrero con trazas de milano que llevan ellas y el traje de ex­ traños y chillones colores con que van vestidas. Vamos sirgando, vamos llevando nuestra alma a la sirCTa Nuestra alma leve va sobre un agua suave que ¡a da agilidad, que la hace resbalar bien, siéndola más fácil caminar que a nosotros, corpo­ rales y con la incumbencia desde la orilla, andan­ do aí margen del río, de tirar de la cuerda que la conduce a la sirga... Desde aquella tarde en que vimos sentados junto a aquel rio a aquel hombre conduciendo a la sirga aquel barco, vimos clara la imagen inolvidable y veidadeia. Nada más pacífico que el portal de convento— del convento de monjas sobre todo—ni nada más solo. Cuando se entra, en él se siente que se está al margen de otra vida y otra luz, como en el 289 288 G. de la Serna: Greguerías. 19 RAMON GOMEZ DE LA SERNA dintel de una casa clara en un valle remoto a todo, porque todo queda tras los montes. El portal ca rece de portera fisgona. Su puerta interior es her­ mética y opaca. El tirador de la campanilla cuel­ ga como un cíngulo mudo, porque la campanilla no se sabe dónde suena. Quizás no suena. Es una esquila mística que parece sonar en las nubes y sólo sugiere su llamada aquí abajo. Siempre tar­ dan mucho en abrir y parece que la figura reli­ giosa se ha invocado y aparece viniendo como desde no se sabe. En ese momento ya se rompe la soledad atrayente de estos portales. Lo importan­ te es su soledad. En ella se desfallece, se langui­ dece, se siente uno arrinconado y suspenso. En ella se comprende toda la tenuidad de la vida claus­ tral y se sienten ganas de llorar viendo la calle viva, Intrigante y apasionada, que toma una gran intensidad proyectándose sobre el gran marco de la puerta a la calle. En este portal hay ya clausu­ ra, modorra, renunciación. Es ya de la zona muer­ ta y neutral de la vida. Allí dentro y en su media luz se ve con toda claridad el fondo del convento, limpio, blanco, incierto, recatado, blando, dema­ siado privado, demasiado sencillo y candoroso y pudoroso y miedoso y terriblemente ignorante... El portal de los conventos impresiona, contrasta nuestras ideas, es un sitio de meditación sensa­ ta... Al ir todos los días al Instituto provinciano, pasaba junto a uno de esos portales, entraba a veces en él, y de entonces me quedó esa idea su­ geridora de su ámbito... 290 GREGUERIAS SELECTAS Los pasillos nos hacen escépticos, cotidianos, naturales y eclécticos... Descomponen el resto de la casa, ponen perspectiva dentro de ella, son un paraje neutral, indiferente, claustral, y nos cer cioramos en un golpe general y positivo del uni­ verso, como conejos que donde mejor recapacitan sinceramente es en su larga conejera. La alcoba es el panteón de mármoles. Al entrar en ella se siente la teoría del descanso eterno y se entra en él con aceptación... ¿Que se resucita al día siguiente? ¡Vaya! Eso, aunque suceda s.empre, no es más que una sorpresa, una casualidad, un milagro. i Oh cuando la fría ventana del costado se abre, y entra por ella ese frío que viene de los piélagos vacíos!... Los pies de mujer con zapatillas son más car­ nales, más blandos, más inefables, más sapillos, es decir como animalitos sin trascendencia, pero con dulzura, dignos de mayores ternezas y de un despejado buen humor... En las mañanas, en las buenas mañanas, des­ pués de haber dormido bien, en ese sopor poroso, tierno y lleno que se siente a medio despertar, sordomudos y ciegos, nos sentimos como si fuése­ mos un bizcocho de canela con buena miga, con el RAMON GOMEZ DE LA SERNA azúcar en su punto difícil y además borracho de un jerez anciano... ¡Inolvidables despertares! Terciopelos... Terciopelos negros de una negru­ ra profunda con hondos pensamientos... Tercio­ pelos maravillosos que convierten a la mujer en “la mujer de terciopelo”... Terciopelos eternos, terciopelos que duran siempre y en los que se en­ cuentran envueltos a los esqueletos de los ente­ rrados con mortaja de terciopelo... Terciopelos musgosos, siempre con una frescura grata e ideal. Terciopelos verdeliquen o verde “verdín”, cuya densidad está hecha de esa vegetación, de ese hon­ go menudo que forma ese verde del orín, etc., etc. Todos los terciopelos llegan a ser tan de las mu­ jeres, que pelechan como las pieles naturales y vuelven a nutrirse de un pelo menudo y nuevo. En la nuez hay algo de cerebral. La nuez es un pequeño cerebro que nos comemos, es una sesa­ da vegetal, en cuya vida, en cuya cerrazón había pensamientos herméticos e ideas comprimidas que corresponden a las distintas circunvalaciones que hay en la nuez como en el cerebro. Esa coz que mata como un rayo, es una coz que ha dado a ese hombre la providencia. Esas cabezas de muñeca de porcelana sin crá­ neo, sin meollo y sin cabellos, que esperan quien 292 GREGUERIAS SELECTAS las necesite para sustituir la cabeza rota, parecen cabezas de niñas que han tenido el tifus. ¡ El ruido más terrible del mundo es el que pro­ duce un sombrero de copa al caerse! No hay que comparar el aeroplano con las águi­ las ni con ningún otro pájaro majestuoso... Es sencillamente un gran murciélago,. un murciélago descolorido y transparente al medio día, un mur­ ciélago de líneas agudas y angulosas con esas sa­ lientes del varillaje de sus alas con varillas como las del murciélago. En la noche son más murcié­ lagos aún... Al hombre no le podían salir sino alas de un pájaro mamífero. El traje de boda es demasiado efímero. ¡Tener­ lo que guardar inmediatamente después de haber­ lo estrenado! Debía usarlo la recien casada por los jardines, para asomarse al balcón, para andar poi casa durante bastantes días, o para presentarse en los palcos de los teatros durante una larga tem­ porada... Pero no, se pierde, se acaba, se.descose, se deshace, se cae a pedazos en cuanto se ha usa­ do, inmediatamente después de la última prueba, se va al cielo como la imagen de una doña Inés espectral después de decir sus últimas palabras a don Juan. Se evapora, vuela, ya no está en los baúles ni en los armarios ni en las tumbas... A lo más podría servir ese velo para unos visillos y yo 293 RAMON GOMEZ DE LA SERNA querría cjibrir con él mis cristales para ver un paisaje tenue, vago e ilusionado a través de ellos. i Cuántas veces hemos pensado y escrito del do­ mingo!... Haríamos un libro titulado “El domin­ go” o “Los domingos”, sobre ese abismo del do­ mingo en el que vamos cayendo, hasta descender al fondo del domingo tan alejado de los cielos; so­ bre esas mujeres que se quedan solas en sus casas, propicias al robo y al asalto en el domingo entre­ gadas a una soledad que resalta más que ningún día, mujeres casadas que no tienen marido y, sin embargo, no son viudas, una especie de mujeres de los balcones del domingo, abandonadas y apeti­ tosas, y a veces recatadas en el fondo de los pi­ sos bajos por cuyo balcón entornado se las ve; so­ bre los ramilletes de globos morados, azules y ro­ jos del domingo tan ansiosos de escapar; sobre las majuelas y las falsas flautas de la cesta del majuelero; sobre esas viejas con muletilla-para ­ guas y con un broche de oro en el pecho; sobre esas casas que no tienen dueño y que se ven el domingo; sobre toda esa gente que va como a San Isidro todos los domingos... y sobre todos los in­ finitos matices del domingo. Hay en las alcobas siempre un agujerito como hecho por un clavo por donde nos miran, nos mira alguien, no nos pierde de vista. 294 GREGUERIAS SELECTAS En verano, pasear en un simón mirando al cie­ lo es como darse un paseo en bote por la na. Cuando en la madrugada vemos esos escapara­ tes de fotógrafo que se exhiben muy iluminados, vemos con asombro a esa señorita, ese oficial y ese señorito con bigotes a lo Kaiser, que están como en vela en sus grandes ampliaciones. Están todos dentro de una noche anodina, sin poderse hablar, cayéndose de sueño y, sin embargo, en posturas estatuarias... Parece como si. sufriesen cierto insomnio pertinaz, cierto insomnio como el oue se sufre cuando se duerme con la alcoba ilu­ minada Todos darán vueltas en la cama sin sa­ ber por qué y soñarán con rostros que son como los de los transeúntes que les miran en su amplia­ ción al pasar por esa calle en la noche. Los tintes están llenos de honestidad. En los tintes entran las mujeres a purificarse. Tiene la visión de los tintes algo de capilla profana.y pare­ ce que a la mañana o durante todo el día siguiente a la juerga o al carnaval que surge para todos en días impares y cualesquiera, allí van las protago­ nistas El tinte es renovador y depurador, el tinte es curioso y nos asomamos siempre a su interior v a su escaparate como para ver una cosa muy de ía vida, huellas de experiencia, algo que no hay en las demás tiendas llenas de lo nuevo, confiden­ cias y memorias muy humanas, y sobre todo, mue­ ven nuestra curiosidad esos trajes del escaparate 295 RAMON GOMEZ DE LA SERNA por los que no pudieron volver las que los manda­ ron teñir o limpiar, esos trajes abandonados que tienen muchísima pena de permanecer allí y mucha vida... No es fondo, ya vendido y ya público de casa de Préstamos o de Ropavejero, no; todo en el fondo de los tintes está lleno de vida privada. El tiro de pichón es algo trivial y que demues­ tra la vagancia anodina de los espíritus que lo contemplan las horas muertas... Los vuelos son cortos, cortas las distancias. Sólo cuando fuesen muy altos y muy ágiles debían tirar... Se ve cómo los espíritus de las vidas de las palomas que mue­ ren se entregan v se disipan en el aire limpio en que han sido heridas... Tardan demasiado en pre­ pararse los jugadores... A las escopetas que han fallado, los dos tiros, ¡ qué ganas de un tercero les queda!... Es como un último suspiro de la esco­ peta ese humillo que queda en el último cartu­ cho... El que es más generoso tira siempre el se­ gundo tiro para rematar al herido... Se piensa en lo que irá contando de los hombres y su ensaña­ miento esa que se ha escapado... Ese es el espec­ táculo y a tal espectáculo tal premio inútil, esa copa idiota, de forma ridicula, de oro feo o de plata, de regalo de boda que no podrá siquiera ser­ vir para endosarla en la boda de nadie, esa copa envuelta en un estuche estúpido, grande, superfluo y de un lujo engañoso. Un lando tiene siempre algo de coche de duelo para la familia que acompaña a su muerto. La 296 GREGUERIAS SELECTAS familia se mira apiñada dentro de él, con un ca­ riño de muertos, y si se pasa yendo, en el lando frente a un cementerio se aumenta su cariño, por­ que van como cuando presidan el duelo de uno de ellos, y, i oh, alegría!, van todos aún. Aquella noche era por su calidad la luna como la coronilla de un cura. Es grato en provincias dar la mano a la mano def llamador, vaciado en hierro de una mano de mujer que murió y que llevaba una sortija. ¡ Cómo se enredan los pendientes de señora en los velos de sus sombreros! Caen como las moscas en las telas de araña... Las mujeres—no se por que reseda en vez de seda. debían vestirse de En otoño debían caer todas las hojas de los libros. Cuando el cisne mete la cabeza en el estanque como la mano de un brazo femenino que buscase en el fondo del baño una sortija , cuando el cisne se queda como sin cabeza y como ahogado por el tiempo que pasa así, parece ya trinchado sobre la “fuente” llena de salsa. 297 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS El pavo debía llevar un pañolito bajo el ala para limpiarse el moco. para que no las ataqué una pálida morenea, retos- ¡ Oh, qué grabada está en nuestra imaginación la palabra COK! Estamos manchados de carbón para siempre por la fijeza de esa palabra KOK que leemos tanto al pasar por las calles. ■ Hemos sembrado el mundo de pañuelos con nuestras iniciales... Pañuelos para que nos re­ cuerde el mundo. el mar. tadas por la luna. Indudablemente en los vastos páramos solitat berra hay muchos hombres que ñau- Hay moscas que silbanjlenas de ira. H“11 Tda^eléb^VX baX Alguna vez en un pararrayos ha debido caer un ángel y ha quedado ensartado graciosamente. riTÍ"na además de PonerUJ «aneo Las “Parcas” no cortan ya con tijera el hilo de las existencias sino con ese aparato con que el chico de la tienda corta el bramante. T os auioscos nacen de pronto en una esquina, son Tas"floraciones silvestres y espontaneas de la • j d “-Hombre, ha nacido un quiosco ah . cmdad... • Hombre^ ante el inesperado nos decimos sorprendió tan in. quiosco que no estaba ayer } y tado y tan emperifollado. Vemos a alguien que se ha quedado hipnotizado por el espejo en que se mira fijamente. ¡ Qué con­ flicto! No habrá deshipnotizador que lo deshipno­ tice porque tendría que ser él mismo su propio deshipnotizador y él está hipnotizado por él mismo. En algún lado se usa el “paraluna” asi como existe el “parasol”... Hay lugares como la luna, como el Japón en que la luna es tan fuerte que las damas tienen que cubrirse con el “paraluna” 298 traje de cristianar, la reconoce y la consagra. En los jorobados se sospechan malicias extraordinarias, come '"Ía^me he pasteíeriaTtl' tod» Ametalo cocinero de gran hotel. Al ver las grandes madejas de lanas o sedas, preciosas como cabelleras de unas mujeres fa 299 RAMON GOMEZ DE LA SERNA tásticas, sentimos deseos de' comprar unas made­ jas y también esas hermosas agujas de madera o de concha o de ámbar y ponernos a hacer labor de punto. Un saltamontes en la ciudad es el ser más per­ dido y más desorientado que se conoce... Está asustadísimo... En vez de su campo raso, el cam­ po abierto en que daba saltos inacabables, siempre hacia adelante, se encuentra con que todo está vallado, tapiado, encrucijado... Nadie se atreve a matarle, y, sin embargo, asusta, porque si se le matase se mataría algo rústico, silvestre, bueno, realidad de las tierras de labor, un simpático ani­ mal lleno del sentido de la tierra como nada y que no hace daño a nadie, algo como una espiga viva y saltarina. Le conduciríamos hasta el campo de buena gana. Sentados frente a la oblea de la luna de la tar­ de, en el viejo lando, nos pareció como si llevára­ mos por el hilo una gran cometa que corría detrás del coche, dirigida por ese hilo atado a nuestro dedo índice. Por esos agujeros que tienen los árboles soca­ vados y vueltos como orejas de feto o de hurón, es por donde oye el árbol. Hay muchos hombres con la nariz comida. Su calavera comienza asi a salirles en vida, a hacer 300 GREGUERIAS SELECTAS de las suyas, a revelar cómo llegará a dominarles por entero. ¡Con qué delicia cae en los jardines una oruga sobre el cogote de una muj er! ¡ Qué suerte! Una de las cosas que acostumbra la muerte a hacer con los niños es estrangularlos... Los ni­ ños sienten de pronto una opresión en la garganta, generalmente en la garganta, esa opresión se. va cerrando, y, al fin, mueren. La muerte les aprieta como los cocineros a los pichones. El niño con tos de hombre, tos inaudita, bron ca y profunda, es algo aciago que hace que mire­ mos al niño muy de otra manera, como, si le vié­ ramos maltratado como un hombre, partido y res­ quebrajado como un viejo. El último sombrero de paja que queda es el de un simple, y flota como sobre las aguas sobre el frío de esos precoces días de otoño. Parece como si de pronto una vibración más sutil que ninguna otra, la vibración de una ma­ quina con más vibradora sutilidad que ninguna otra, pudiese taladrar por entero la tierra. Como se despierte a las puertas de noche, ¡as puertas, después de haber sido despertadas, se 30 r RAMON GOMEZ DE LA SERNA quedan sobresaltadas, nerviosas, rechinantes, in­ somnes. Debe dar un gusto atroz llevar los colchones de muelles y los sommiers en la cabeza... Se ve que es el oficio mejor ese de llevar sommiers y colchones de muelle... Van saltando sobre la ca­ beza suavemente, como volando, como quitándole peso al que los lleva en vez de dárselo. ¿Cómo podríamos apuntar esas realidades que no son más que realidades secas y quebradas ? Ese letrero de “se corlean camas”, ese cielo tan em­ polvado de luz, tan blanco de luz que resulta tan profundo como sólo lo es cuando es profunda­ mente negro, esos pañuelos de la tierra colgados fuera de las tiendas, ese cochero que para su co­ che para hacer su cigarro, ese poste al que hacen cosquillas las ramas del árbol próximo y está tan contento, esa sensación del pleno medio día que no deja que nada haga sombra ni en el fondo de los tupidos árboles, no deja ni una leve sombra, en el preciso momento de pasar por el meridiano esos letreros de las tiendas escritos en un cartón cuadrado: Traje, 22,50. Pantalón, 8 pesetas. Ame­ ricana, 12,50; ese soldado que escribe y estudia para cabo en el fondo de la tienda pobre o del portal oscuro ; esa fiera realidad de los carros que hasta hacen relejes en las piedras; ese cielo raya­ do por los cables y que nos hace sentir la rabia que sentimos por el papel rayado ya que parece un cielo de papel comercial; ese guardia civil de J02 GREGUERIAS SELECTAS mimbre pintado de rojo, de amarillo y blanco y que hace* una eterna guardia en la tienda de ob­ jetos de mimbre ¿dónde colocar esas cosas que sólo merecen una anotación sin comentarios ? Qui­ zás eso es lo que hay que hacer mas ostensible, todo eso que no es ni greguería ni nada novelesco). Suelen faltar mucho en los puentes esas bolas de piedra que los rematan. Son los grandes que­ sos de bola que tienen algunas tiendas; alguien degolló a la cabezota y se llevó el melón solemne para dar un gran valor histórico a su casa; al­ guien juega a los bolos en el corral, con esas dos o tres bolas que faltan; alguien parece que se tra­ gó o se purgo con una de ellas, por prescripción facultativa de uno de esos barbaros doctores que existen. El blanco de los ojos es lo frío, lo aporcelanado, lo de nadie. Play en ese blanco un brillo del otro mundo, una invocación a lo que no se sabe, unos brillos de lo vacio, de lo neutro, de lo que es cosa, enteramente cosa como son cosas los ojos de las muñecas. La mujer se convierte por ese blanco de los ojos en una imagen falsa. Tiene ese blanco de los ojos el gélido blanco de las alcobas estucadas. Brilla como el relámpago y nos desconcierta. Po­ niendo en blanco los ojos la mujer se queda sin ojos y se pierde en el Alba nativa. Ese blanco de los ojos tiene la ignorancia de los recién nacidos o de los nonnatos, porque es lo que nos queda de 303 RAMON GOMEZ DE LA SERNA lo nonnato. En el blanco de los ojos nos desorien­ GREGUERIAS SELECTAS queta, corno colas de golondrina, como colas de pescado negro con algo de negra estrella de mar. tamos. Los tirantes aprietan las alas ¿las alas? Desde luego sentimos que estamos supeditados por los tirantes sin los que nos desenvolveríamos más alto y mejor. La fuerza de gravedad se agarra y tira a veces violentamente de nuestros tirantes. Hay un momento al oscurecer en que alguien abre ías ventanas de los espejos, las ventanas que son las últimas ventanas de la tarde que dan a la postrer luz una luz más viva que la del resto. En las lámparas eléctricas de muchas bujías, muere de pronto una sola de sus 25 o sus 50... Sólo en momentos de muy grave sutileza se nota esto. A veces desaparece uno de los bolsillos abiertos en nuestro traje y más generalmente los de nues­ tro aabán... Buscamos, buscamos ese bolsillo, pero el bolsillo ya no está, se ha cerrado, se ha vuelto a tejer su boca rasgada. El traje nos gasta asi bromas de prestidigitador. ¡ Irresistibles flecos de cristal! Casi todos los sombreros de copa, menos algu­ no solitario, ingente y señero, anticuado y digno, peinado del revés y con alas anchas, son sombre ros de copa con escarapela, sombreros de copa de cochero. Los de casi todos los ministros, cortesa­ nos y bajunos, son sombreros de copa galoneados, más galoneados que los de sus cocheros, con un cuarto entorchado de oro. Es un arte difícil, pero practicable, el de conocer las escarapelas invisi­ bles que adornan los sombreros de copa; hay la escarapela de marido complaciente, la de marido que se ha casado con una mujer por su dinero, hay la escarapela de hombre del gran mundo, la escarapela del hombre vacio, la escarapela del acompañante de señoritas. ¡ Y cuantas escarapelas más, pequeñas escarapelas como ballestas de ra- Uvas púberes y uvas impúberes... Agradable uva, agradable entre todas y a la que quisiéramos encontrar de nuevo, uva de una madurez exqui­ sita pero demasiado efímera... Uvas de albillo sa. brosas como niñas... Uvas negras en cuyos raci­ mos no se harta uno de piscar emborrachándose de un vino espeso y morado... Uvas acidas la­ mentables pero vistosas... Uvas solitarias fuera del racimo, con un sabor independiente que han mejorado al estar solas y sueltas... Uvas pasas, en cuyo racimo rtiguso y seco parece que esta el sabor del otoño a través del invierno... Uvas ita­ lianas, ovales v duras, pero sabrosas y finas... Uvas con nombres de mujer o con nombre de pueblos fértiles. Racimos de uvas interminables en que cuaja el estío, el atardecer refrescante del 305 304 G. de la Serna: Greguerías. 20 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERÍAS selectas estío sobre todo, racimos frescos y dulces en que se depura la gran sensualidad de la tierra y su gran feminidad delicada, mórbida y tierna bajo el gran sol de fuego. poco familiares; los gallos, por las axilas de sus alas v los paraguas por la contera, porque el equi­ librio7 del paraguas, su figura enfaldada, todo el Hay una hora en la vida que es la hora del des­ carten. En ese momento del descarten nos queda­ mos limpios de toda suerte, nos preparamos de nuevo para todo, para lo bueno y para lo malo. Dos veces podemos tomar cartas de la baraja, pero la segunda es ya definitiva. La suerte ins­ pecciona su jugada, la vigila, toma parte en ella. Es más grave encontrar la buena suerte en ese segundo cambio de suerte, pero es posible. Lo que hay es que hacerlo de prisa, a tiempo, y, sobre todo, tomar todas las cartas sin quedarse con nin­ guna. Ese que deja el pequeño destino en el mo­ mento de su juventud y sin que se sepa por qué lo deja, es el que mejor se ha descartado, y la suer­ te se prendará de su arrojo: tenía algo, podía sos­ tenerse, y, sin embargo, se ha descartado. ¡Mo­ mento decisivo del descarten, momento en que se para el corazón! Hay que saber pechar con lo que salga después del único descarten que es per­ mitido, porque esos que después de haberse des­ cartado una vez intentan volver, a hacerlo, ya han perdido definitivamente, y como quieren violentar la ley el fracaso se enseñorea de ellos. Por sus charcos, por esos charquitos de que se llena la tierra de labor cuando llueve mucho, es por donde de vez en cuando mira toda la tierra que no ve y todo lo que hay enterrado en esa requiere ser llevado así. tierra. Pienso y veo una de esas señales de alarma que hav en los caminos de hierro moviéndose _ sola, inyectándose su ojo central de la visión roja de espanto funcionando espontáneamente frente a cataclismo que sólo ella ha adivinad*. Cuidemos de que esos muelles que cierran las puertas con su solo esfuerzo, corrigiendo el olvido insistente de los hombres ordinarios, no sufran ese retorcimiento exasperante a que se les somete, obli­ gando a la puerta a estar abierta largas horas, inmovilizada con una cuña o una silla en esa pos­ tura ¡ Qué dolor más insufrible el del muelle ten­ so y paralizado demasiado rato! ¡No hagamos su­ frir a los muelles tan largo suplicio! Tengamos caridad con las cosas, y sobre todo con las cosas vivas como los muelles. Los campesinos tienen una gran idea de cómo deben llevarse las cosas que conocen y les son un • Cariñosa madera la de las cajas de puros. De 306 307 RAMON GOMEZ DE LA SERNA pequeños nos acercábamos mucho a olerías y sa­ boreábamos el cariño de esas cajas que sirven tan bien para guardar cosas, después que los fumado­ res las vacían. ¡Cajas como de Sándalo! Respiran amabilidad. Hay un hombre del que se olvida todo el mun­ do, las mujeres, los camareros de hotel, los cobra­ dores del tranvía que le piden varias veces el pre­ cio. del billete como si no se lo hubiesen dado, olvidándose sólo de él, del que se olvidarían aun­ que fuese el “único” viajero. Los que le han sido presentados no le saludan, porque siempre le han olvidado y hasta sus novias no le reconocen. ¡ Pero cómo debe ver el mundo ese hombre, detrás del olvido de todos y de todo! El churro es exquisito y no sólo por él, sino por el junco que lo ata... El junco no se come, pero se mira. Verde, brillante v sutil, recuerda los jun­ cos agradables de las orillas de los ríos, que es grato ver que valen para algo en la ciudad, ellos tan delicados, tan silvestres y tan inocentes. GREGUERIAS SELECTAS un gran salón con una arana en medio, con gran­ des espejos biselados y dorados candelabros, he­ mos visto un montón de neumáticos. Las casas de los representantes de neumáticos son suntuosas, y el representante es el que se disfraza en Carna­ val de neumático. La mujer del representante de neumáticos tiene ya senos y caderas de una can dad de neumático. En aquella casa se comen lon­ chas de neumático, que son de un alimento atroz. Ya aquella plebeyez de las ruedas que veíamos siempre en los suburbios, en los solares del que corlea camas y compone ruedas, ha ascendido y es en los salones donde el neumático—-la rueda al fin y al cabo—triunfa. El que España tenga esa cordillera Carpetovetónica, es algo que la hace formidable y la pone como una dorsal de hierro que no deja que se ven­ za o se doblegue. ¡Oh, la Carpetovetómcaaa! El neumático tiene una importancia atroz. En El mar bulle en el fondo de las fábricas de elec­ tricidad. Algo de gran cascada—cascada de marhay también en ellas. Asusta su continuidad, per­ turbando un poco la razón su labor inacabable, su luz artificial todo el día, su rumor insostenible. Es toda la fábrica un locomóvil que no se mueve, pero viaja paradójicamente en su recinto. Es un enorme corazón que inquieta, como inquietan los corazones cuya palpitación interminable se siente, se toca, se oye. De pie en los alrededores de. las fábricas se siente la leve, pero poderosa tiepida- 308 309 Hacemos, a veces, ese gesto de los bueyes cuan­ do no pueden ya más con la carga y levantan la cabeza al cielo, el hocico hacia Dios. Ningún ges­ to que represente lo “abrumador” como ese gesto. RAMON GOMEZ DE LA SERNA ción del suelo, cosa parecida a la que se siente en los pechos al poner la mano en el lado izquierdo, sobre el corazón. GREGUERIAS SELECTAS vida. Manifiestan la vida femenina como nada y hacen serio y visible el ritmo de su tiempo. Los zapatos de terciopelo son como un antifaz ¡ Qué representativos son de la vida cuotidiana, anodina y sumergida esos días de falso nublado, cuando en el comedor, al medio día, nos encon­ tramos de pronto mustios, sombríos y sumidos, y sólo después de creernos amenazados por la lluvia menuda e interminable, damos con que es lunes, día de lavar y tender la ropa, las grandes sába­ nas—grandes nubes de los balcones del patio— que deslanguidecen más al deslánguido lunes! La heladora de manubrio tiene algo de caja de música de verano. ¡ Qué gran música llena de fres­ cor pone en el medio día la señorita de bata y con los brazos desnudos que da al manubrio incansa­ blemente ! El cordón umbilical por el que estamos unidos al mundo, es el teléfono. ¡ Qué pena cuando en las malas temporadas llega el que se lo lleva y corta el cordón y hace que nos sintamos separados del mundo, más solitarios que nunca, y algo así como despedidos! Los grandes pendientes ponen en la vida de la mujer algo así como la péndola del reloj de su 310 de los pies. Parece que dando unas palmadas en la soledad y en la necesidad acudirá lo que se espera o se desea. Eso de calcular la fuerza de los motores de aeroplano hablando de caballos, es quizás lo que aún no les ha hecho estables, tranquilamente es­ tables en el aire. Había que llamarles águilas o avestruces, y a los de los hidroplanos tritones. “Tantas águilas de fuerza”, “Tantos tritones”, se debería decir. Aquel perfume la adornaba como un hermoso collar de perlas. Después de haber oído un piano y de que haya callado, se oye otro que sigue tocando un rato más, un piano que no existe, pero un piano que continúa lo que el otro tocaba, no como un eco, sino como una realidad remota y emparedada. Ese coágulo que tiene como un lunar de cristal RAMON GOMEZ DE LA SERNA el cristal detrás del que miramos al cielo es como una cicatriz del cielo o del aire. Bajo la sombra de ese árbol que está emplaza­ do en el centro de la llanura, parece que están en verdaderas cuclillas y de tertulia todas las ideas del paisaje. ¿Hacia qué punto mira de reojo una mujer? Un reojo de mujer da dos o tres vueltas alrededor de ella sin que pierda fijeza y quietud su perfil. Esa mano a la que falta un dedo, nunca pare­ cerá que lo ha perdido, sino que lo oculta. Hasta parecerá que se la ha quedado metido hacia den­ tro, como el de un guante. Al ver pasar los automóviles con su neumático de repuesto, se piensa que, como los vagabundos, llevan unas botas puestas y otras de repuesto a la espalda. ¡ Oh, trota caminos idénticos! Esas tarjetas con corona o escudo de las lito­ grafías son la envidia del que pasa... En ellas se hacen asequibles los grandes prestigios aristocrá­ ticos... Se leen títulos absurdos, pero todos tie­ nen veracidad como si los aristócratas hubiesen dejado su tarjeta a los modestos litógrafos, para que se la pasen al público. 312 GREGUERIAS SELECTAS Los cristales de los cuadros hacen que los cua­ dros nos vean mejor... El cardenal, de Rafael, nos ve, no sólo porque sus ojos están capacitados para ver, sino porque tienen cristal y eso da más pro­ fundidad al cuadro y a sus ojos. La Gioconda nos miraba también en el Louvre gracias al cristal. Cuando nos reflejamos en esos cristales de mirada profunda que tienen los cuadros, nos encontramos mirados más inteligentemente que por un amigo o por un espejo. Al atardecer se ve que la cuartilla tiene luz piopia ’. una verdadera luz propia. Esas moscas que han venido con nosotros en el tren desde aquella lejana estación, ¿qué pensarán cuando se encuentren en la gran ciudad turbulen­ ta e intrincada? Se volverán quizás locas, se es­ trellarán confusas, como provincianas o aldeanas arrancadas a su familia y abandonadas en el gran andén, correrán despavoridas sin encontrai po­ sada;’las moscas rateras y tratantes en blancas que esperan a esas incautas moscas en las estacio­ nes las acabarán de perder. Los pararrayos ofenden al cielo. Son lanzas que atacan a Dios... Sobre todo en los días azules y luminosos queda fijada como nunca esa intención apóstata de los pararrayos, sobre todo en los pa­ rarrayos de las iglesias y en los que hieren el cié313 RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS lo en el remate de las altas chimeneas de las fá­ bricas o en las agujas de catedral. hambrientas como todo está hambriento—, son los niños que las dan a mascar nueces y nueces. Las encinas en la tierra insolada del verano son árboles de sombra engañosa como la de los oli­ vos... Las encinas y los olivos arden en la caní­ cula como los grandes troncos y los sarmientos en las grandes chimeneas palaciegas de los pala­ cios de invierno. Abrasa la sombra de esos árbo­ les resecos, ardientes, que chisporrotean, que se retuercen de calor. Cuando en los jardines o en los paseos públi­ cos en que suena un pasodoble tocado en el “bar ’ al aire libre o en el “Skating” del Gran Recreo, la música se calla con un gran silencio, parece que ha salido el toro. El olor del tomillo busca la nariz como un hilillo de sahumerio que se escapa del pebetero de la tierra. Asomados al campo en Septiembre y viendo aquella casilla que hay en el lugar más remoto del horizonte, parece que desde sus balcones traseros, los balcones que miran al otro horizonte, ve ya el invierno que se aproxima, tiene cara de verlo, de estar escalofriado su interior ante el frío que presiente, que ve. Esa pareja lenta que pasa por el atardecer como sin moverse, parece que va haciendo tiem­ po—años—para llegar a su casa el día de la boda. Hay lámparas-arañas hechas con cuentas re­ dondas, breves y tupidas, que son como mantillas de madroños de cristal, que adornan la luz como las mantillas femeninas adornan la belleza fe­ menina. El mozo que crea el cocktail moviendo los cubi­ letes como en un juego de prestidigitación, lo que hace realmente es escamotearnos una peseta. Los únicos que dan de comer a las puertas— Yo tengo un reclamo de codorniz y cuando veo que llega hasta mí el aire límpido de la madru­ gada toco mi reclamo. Los madrugadores, los que sorben el refresco estupendo de la madrugada, los que se dan la ducha admirable de esa hora, se van a sus casas con un terrible ,engaño en el cuerpo, 3U 315 Las golondrinas parece que escriben en los cie­ los claros largas cuartillas escritas en latín qui­ zás, o quizás en jeroglíficos y signos egipcios. RAMON GOMEZ DE LA SERNA porque ellos no saben que lo que han oído es la codorniz artificial. Sentirán síntoma de indiges­ tión como aquellos a los que han dado gato por liebre. El olor del papel de oficio es algo repugnante y venenoso... Parece que huele a toda la mezcla del papel malo y sucio en las grandes tinas de su fabricación... Es de una pasta equívoca, ambi­ gua, pestilente. Tiene el sedimento podrido de la justicia, es el digno papel para los pleitos y. para los pica-pleitos. ÍNDICE Páginas. . .................. ................... Prólogo..................................... Advertencias............................ VII I ....................................... 29 FIN 316 317